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I. Peste, enviada por Apolo, en el campamento griego.
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida
  Aquiles; cólera funesta que causó
    infinitos males a los aqueos y
  precipitó al Hades muchas almas
 valerosas de héroes, a quienes hizo
  presa de perros y pasto de aves—
  cumplíase la voluntad de Zeus—
desde que se separaron disputando el
 Atrida, rey de hombres, y el divino
               Aquiles.
                                  I 1-5
El adivino Calcante la atribuye al hecho de haberse negado
   Agamenón a devolver su cautiva Criseida al padre de
   ella, sacerdote del dios.
Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el
  mandato. Sin desplegar los labios, fuése por la
orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba,
dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de
  Leto, la de hermosa cabellera: ¡Oyeme, tú que
llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina
 Cila, e imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh
    Esmintio! Si alguna vez adorné tu gracioso
 templo o quemé en tu honor pingües muslos de
 toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen
     los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
                                             I 33-42
Aquiles, en la
  Asamblea
  se lo
  reprocha y
  Agamenón
  consiente
  en devolver
  la cautiva,
  quitándole
  a Aquiles la
  suya,
  Briseida.
Respondióle el rey Agamemnón:
Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas
    de decir. Pero este hombre quiere
    sobreponerse a todos los demás; a
      todos quiere dominar, a todos
      gobernar, a todos dar órdenes,
                              I 285-288
Reyerta de Aquiles y Agamenón; el primero se retira de la
  lucha.
Agamenón, por medio de los heraldos, quita Briseida a
  Aquiles y luego devuelve a Criseida a su padre.
De tal modo habló. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó
     de la tienda a Briseida, la de hermosas mejillas, y la
    entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos
   hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala
         gana. Aquileo rompió en llanto, alejóse de los
 compañeros, y sentándose a orillas del espumoso mar con
            los ojos clavados en el ponto inmenso ...
                                                    I 345-350
Así dijo llorando. Oyóle la veneranda madre desde el fondo
   del mar, donde se hallaba a la vera del padre anciano, e
  inmediatamente emergió, como niebla, de las espumosas
 ondas, sentóse al lado de aquél, que lloraba, acaricióle con
 la mano y le habló de esta manera: ¡Hijo! ¿Por qué lloras?
  ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo
            que piensas, para que ambos lo sepamos.
                                                    I 345-363
En tanto, Tetis,
madre divina de
Aquiles pide a Zeus
que devuelva el
honor a su hijo,
haciendo que sin él
los griegos sean
derrotados. Zeus
consiente.
II. Agamenón propone en la Asamblea volverse a Grecia, para probar a sus tropas;
     en realidad intenta llevarlas contra Troya, pues un sueño engañoso enviado por
     Zeus le promete el triunfo. Ulises logra contener la desbandada. Los griegos
     marchan contra Troya y los troyanos salen a hacerles frente. Catálogo de los
     griegos y los troyanos.
Las demás deidades y los hombres que en
 carros combaten durmieron toda la noche,
 pero Zeus no probó las dulzuras del sueño,
porque su mente buscaba el medio de honrar
 a Aquileo y causar gran matanza junto a las
 naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor
  sería enviar un pernicioso sueño al Atrida
                Agamemnón ...
                                      II 1-6
III. Alejandro (Paris), motejado de cobarde por su hermano Héctor, decide aceptar
     un duelo singular con Menelao, el marido de Helena, para decidir la guerra.
     Helena muestra a Príamo, desde la muralla de Troya, los héroes griegos,
     Luego, Príamo baja a la llanura para jurar con los griegos que aceptará el
     resultado del combate singular.
Cuando hubieron acabado de armarse
  separadamente de la muchedumbre,
aparecieron en el lugar que mediaba entre
 ambos ejércitos, mirándose de un modo
terrible; y así los troyanos, domadores de
 caballos, como los aqueos, de hermosas
      grebas, se quedaron atónitos al
               contemplarlos.
                              III 340-343
Éste se realiza, pero cuando Alejandro va a ser derrotado,
  Afrodita lo salva y lo devuelve al tálamo de Helena.
Sentados en el áureo pavimento a la vera de
   Zeus, los dioses celebraban consejo. La
  venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos
   recibían sucesivamente la copa de oro y
 contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el
Cronión intentó zaherir a Hera con mordaces
  palabras; y hablando fingidamente, dijo:
Dos son las diosas que protegen a Menelao,
    Hera argiva y Atenea alalcomenia, ...
                                        IV 1-8
IV. Rotura de la
   tregua al disparar
   una flecha contra
   Menelao el
   troyano Pándaro
   (impulsado por
   Atenea, de
   acuerdo con
   Zeus). Agamenón
   revista sus tropas.
   Comienzo de la
   lucha.
Encarándole la torva vista, exclamó el
   ingenioso Odiseo: — ¡Atrida! ¡Qué
  palabras se escaparon de tus labios!
 ¿Por qué dices que somos remisos en
    ir al combate? Cuando los aqueos
     excitemos al feroz Ares contra el
               enemigo, ...
                             IV 349-352
V. Hazañas de Diomedes. Mata a Pándaro y sólo por
   intervención de Afrodita es salvado Eneas.
Afrodita, herida por Diomedes, se queja a Zeus, que ríe.
De este modo habló. Sonrióse el padre de los
    hombres y de los dioses, y llamando a la
             dorada Afrodita, le dijo:
 -A ti, hija mía, no te han sido asignadas las
     acciones bélicas: dedícate a los dulces
  trabajos del himeneo, y el impetuoso Ares y
           Atenea cuidarán de aquéllas.
                                  V 426-430
Atenea y Hera ayudan a
  los griegos; Ares
  lucha con Diomedes
  y huye de él, herido.
VI. Más
   hazañas de
   Diomedes;
   sólo
   respeta a
   Glauco, al
   reconocers
   e ambos
   como
   descendient
   es de
   antiguos
   huéspedes.
Ayante Telemonio, antemural de los aqueos,
 rompió el primero la falange troyana e hizo
  aparecer la aurora de la salvación entre los
   suyos, hiriendo de muerte al tracio más
 denodado, al alto y valiente Acamante, hijo
  de Eusoro. Acertóle en la cimera del casco,
 guarnecido con crines de caballo, la lanza se
     clavó en la frente, la broncínea punta
atravesó el hueso y las tinieblas cubrieron los
               ojos del guerrero.
                                      VI 5-11
Dijo; y Héctor obedeció a su hermano. Saltó del
        carro al suelo sin dejar las armas, y
  blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió
    el ejército, animóle a combatir y promovió
    una terrible pelea. Los teucros volvieron la
       cara y afrontaron a los argivos; y éstos
         retrocedieron y dejaron de matar,
 figurándose que algún dios habría descendido
   del estrellado cielo para socorrer a aquéllos;
              de tal modo se volvieron.
                                       VI 102-109
— ¡Magnánimo Tidida! Por qué me interrogas
   sobre el abolengo? Cual la generación de las
hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las
    hojas por el suelo y la selva, reverdeciendo,
   produce otras al llegar la primavera: de igual
    suerte, una generación humana nace y otra
perece. Pero ya que deseas saberlo, te diré cuál es
 mi linaje, de muchos conocido. Hay una ciudad
llamada Efira en el riñón de la Argólide, criadora
de caballos, y en ella vivía Sísifo Eólida, que fue el
  más ladino de los hombres. Sísifo engendró a
      Glauco, y éste al eximio Belerofonte, ...
                                          VI 145-155
Así dijo. Alegróse Diomedes, valiente en el
  combate; y clavando la pica en el almo suelo,
 respondió con cariñosas palabras al pastor de
                   los hombres:
—Pues eres mi antiguo huésped paterno, porque
 el divino Eneo hospedó en su palacio al eximio
    Belerofonte, le tuvo consigo veinte días y
      ambos se obsequiaron con magníficos
 presentes de hospitalidad. Eneo dio un vistoso
   tahalí teñido de púrpura, y Belerofonte una
     copa doble de oro, que en mi casa quedó
                 cuando me vine.
                                      VI 121-221
Al pasar Héctor por la encina y las puertas
  Esceas, acudieron corriendo las esposas e
hijos de los troyanos y preguntáronle por sus
 hijos, hermanos, amigos y esposos; y él les
   encargó que unas tras otras orasen a los
dioses, porque para muchas eran inminentes
                las desgracias.
                                   VI 237-240
Héctor va a salir a luchar con los griegos y se despide de
  su mujer Andrómaca, que presagia su muerte.
Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable
 madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo.
   Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre —
    ¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer
 viuda!— y pon el ejército junto al cabrahigo, que
 por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil
                      de escalar.
                                        VI 429-434
 Contestó el gran Héctor, de tremolante casco:
—Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me
   sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de
  rozagantes peplos si como un cobarde huyera
                    del combate;
VII. Hazañas de Héctor. Lucha de Héctor y Áyax, con
   resultado indeciso. Los griegos deciden defender con un
   muro el campamento y rechazar el ofrecimiento de
   Alejandro de volver las riquezas que se llevó con
   Helena.
Cuando Atenea, la diosa de los brillantes ojos,
  vio que aquéllos mataban a muchos argivos
  en el duro combate, descendiendo en raudo
      vuelo de las cumbres del Olimpo, se
          encaminó a la sagrada Ilión.
                                      VII 17-20
VIII. Zeus prohíbe
   a los dioses
   intervenir en la
   lucha y truena
   como augurio
   favorable a los
   troyanos.
   Héctor arrolla a
   los griegos.
   Zeus no deja
   intervenir a
   Atenea y Hera.
   Sólo la noche
   salva a los
   griegos.
Eos, de azafranado velo, se esparcía por toda
 la tierra, cuando Zeus, que se complace en
 lanzar rayos, reunió la junta de dioses en
 la más alta de las muchas cumbres del
 Olimpo. Y así les habló, mientras ellos
 atentamente le escuchaban:
                                      VII 1-6
El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas
    ruedas, guió los caballos desde el Ida al
  Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y
  allí el ínclito Poseidón, que sacude la tierra,
   desunció los corceles, puso el carro en su
     sitio y lo cubrió con un velo de lino. El
  longividente Zeus tomó asiento en el áureo
  trono y el inmenso Olimpo tembló bajo sus
                        pies.
                                   VIII 438-443
IX. Áyax, Ulises y Fénix visitan a Aquiles para pedirle que
   deponga su ira y acepte los presentes que como
   indemnización le ofrece Agamenón. Él se niega.
Levantóse Agamemnón, llorando, como fuente
 profunda que desde altísimo peñasco deja caer
   sus aguas sombrías; y despidiendo hondos
          suspiros, habló a los argivos:
                                          IX 13-16
  Empezó a aconsejarles y arengándoles con
             benevolencia, les dijo:
   —¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres
Agamemnón! Por ti empezaré y en ti acabaré; ya
 que reinas sobre muchos hombres y Zeus te ha
    dado cetro y leyes para que mires por los
                    súbditos.
                                         IX 95-99
X. Durante la noche, Ulises y Diomedes se internan en el
   campo troyano y dan muerte a Dolón.
Eos se levantaba del lecho, dejando al bello
   Titonio, para llevar la luz a los dioses y a los
      hombres, cuando enviada por Zeus se
  presentó en las veleras naves aqueas la cruel
     Discordia con la señal del combate en la
                       mano.
                                             XI 1-6
El Atrida alzó la vez mandando que los argivos
       se apercibiesen, y él mismo vistió la
     armadura de luciente bronce. Púsose en
  torno de las piernas hermosas grebas sujetas
 con broches de plata, y cubrió su pecho con la
  coraza que Ciniras le diera como presente de
                   hospitalidad.
XI: Hazañas de Agamenón, que luego se retira herido de la
   lucha. También Diomedes es herido por Paris y Ulises por
   Soco. Los griegos retroceden; Áyax cubre la retirada.
   Aquiles envía a Patroclo a que pregunte a Néstor quién es
   el guerrero que trae herido. Néstor le cuenta la derrota
   griega y le pide que persuada a Aquiles.
En tanto, las yeguas de Neleo, cubiertas de
    sudor, sacaban del combate a Néstor y a
   Macaón, pastor de pueblos. Reconoció al
último el divino Aquileo, el de los pies ligeros,
      que desde lo alto de la ingente nave
   contemplaba la gran derrota y deplorable
 fuga, y en seguida llamó, desde allí mismo, a
     Patroclo, su compañero: oyóle éste, y,
 parecido a Ares, salió de la tienda. Tal fue el
             origen de su desgracia.
                                     XI597-604
¿Cómo es que Aquileo se compadece de los
aqueos que han recibido heridas? ¡No sabe en
qué aflicción está sumido el ejército! Los más
fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos,
  yacen en las naves. Con arma arrojadiza fue
    herido el poderoso Diomedes Tidida, ...
                                   XI 656-660
Pero, ¡sálvame! Llévame a la negra nave,
 arráncame la flecha del muslo, lava con agua
 tibia la negra sangre que fluye de la herida y
ponme en ella drogas calmantes y salutíferas,
  que, según dicen, te dio a conocer Aquileo,
    instruido por Quirón, el más justo de los
Centauros. Pues de los dos médicos, Podalirio
  y Macaón, el uno creo que está herido en su
tienda, y a su vez necesita de un buen médico,
 y el otro sostiene vivo combate en la llanura
                    troyana.
                                   XI 828-836
XII. Lucha en torno al muro griego, defendido por los dos Áyax y por Teucro.
    Héctor rompe las puertas y penetra en él.


XIII. Lucha junto a las naves. Hazañas del héroe griego Idomeneo. Los
    troyanos se reorganizan y vuelven a atacar.
Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo
 mar entre Ténedos y la escabrosa Imbros; y al
    llegar a la misma, Poseidón, que bate la
  tierra, detuvo los bridones, desunciólos del
 carro, dióles a comer un pasto divino, púsoles
   en los pies trabas de oro indestructibles e
  indisolubles, para que sin moverse de aquel
     sitio aguardaran su regreso, y se fue al
              ejército de los aquivos.
                                       XIII 32-38
Zeus quería que triunfaran Héctor y los teucros
 para glorificar a Aquileo, el de los pies ligeros,
  mas no por eso deseaba que el ejército aqueo
    pereciera totalmente delante de Ilión, pues
  sólo se proponía honrar a Tetis y a su hijo, de
      ánimo esforzado. Poseidón había salido
   ocultamente del espumoso mar, recorría las
  filas y animaba a los argivos; porque le afligía
     que fueran vencidos por los teucros, y se
           indignaba mucho contra Zeus.
                                    XIII 347-353
XIV. Agamenón propone huir, lo que rechaza Ulises. Hera engaña a Zeus,
   haciéndole dormirse en el Ida; entonces Posidón marcha en ayuda de los
   griegos. Áyax hace a Héctor retirarse de la lucha. Victoria griega.
—¡Oh Poseidón! Socorre pronto a los dánaos y
    dales gloria, aunque sea breve, mientras
   duerme Zeus, a quien he sumido en dulce
    letargo, después que Hera, engañándole,
   logró que se acostara para gozar del amor.
Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus de los
 hombres. Y Poseidón, más incitado que antes
 a socorrer a los dánaos, saltó en seguida a las
      primeras filas y les exhortó diciendo:
—¡Argivos! ¿Cederemos nuevamente la victoria
 a Héctor Priámida, para que se apodere de los
             bajeles y alcance gloria?
                                     XIV 357-365
XV. Huida troyana y despertar de Zeus, que renueva su prohibición de ayudar
   a los griegos. En cambio, envía a Apolo a confortar y a ayudar a Héctor.
   Nuevo avance troyano: Héctor se dispone a prender fuego a las naves
   griegas.
Tres somos los hermanos nacidos de Rea y de
 Cronos: Zeus, yo y el tercero Hades, que reina
 en los infiernos. El universo se dividió en tres
    partes para que cada cual imperase en la
 suya. Yo obtuve por suerte habitar siempre en
 el espumoso y agitado mar, tocáronle a Hades
 las tinieblas sombrías, correspondió a Zeus el
 anchuroso cielo en medio del éter y las nubes;
                                     XV 187-192
XVI. Patroclo persuade a Aquiles a que lo deje vestirse su
  armadura y ayudar a los griegos al frente de los
  mirmidones. Él acepta, con tal de que Patroclo se limite
  a alejar a los troyanos de las naves.
Dando profundos suspiros, respondiste así,
caballero Patroclo: —¡Oh Aquileo, hijo de Peleo,
  el más valiente de los aqueos! No te enfades,
porque es muy grande el pesar que los abruma.
 Los más fuertes, heridos unos de cerca y otros
     de lejos, yacen en los bajeles—con arma
  arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes
   Tidida; con la pica, Odiseo, famoso por su
lanza, y Agamemnón; a Eurípilo flecháronle en
el muslo—, y los médicos, que conocen muchas
 drogas, ocúpanse en curarles las lesiones. Tú
             Aquileo, eres implacable.
                                       XVI 20-29
Dijo, y Patroclo vistió la armadura de luciente
     bronce: púsose en las piernas elegantes
     grebas, ajustadas con broches de plata;
    protegió su pecho con la coraza labrada,
 refulgente, del Eácida, de pies ligeros; colgó
     del hombro una espada, guarnecida de
 argénteos clavos; embrazó el grande y fuerte
   escudo; cubrió la cabeza con un hermoso
   casco, cuyo terrible penacho, de crines de
    caballo, ondeaba en la cimera, y asió dos
 lanzas fuertes que su mano pudiera blandir.
                                   XVI 130-139
Pero Patroclo lleva su ataque, tras rechazarlos, hasta la
  misma Troya, que intenta tomar. Héctor lucha con él y le
  da muerte; Patroclo le dice que su vez morirá a manos
  de Aquiles.
El gran Ayante deseaba constantemente arrojar
   su lanza a Héctor, armado de bronce; pero el
     héroe, que era muy experto en la guerra,
  cubriendo sus anchos hombros con un escudo
   de pieles de toro, estaba atento al silbo de las
          flechas y al ruido de los dardos.
                                      XVI 358-361
XVII. Lucha en torno al cadáver de Patroclo, que logran
  recobrar los griegos. Antíloco es enviado a Aquiles para
  darle la noticia.
—¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos a
     combatir por Patroclo muerto, y quizás
 podamos llevar a Aquileo el cadáver desnudo,
pues las armas las tiene Héctor, de tremolante
                      casco.
Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido
Ayante que atravesó al momento las primeras
filas junto con el rubio Menelao. Héctor había
despojado a Patroclo de las magníficas armas y
 se lo llevaba arrastrado, para separarle con el
   agudo bronce la cabeza de los hombros y
   entregar el cadáver a los perros de Troya.
                                   XVII 120-128
XVIII. Dolor de Aquiles, consolado por su madre Tetis.
Así dijo, y negra nube de pesar envolvió a
  Aquileo. El héroe cogió ceniza con ambas
manos y derramándola sobre su cabeza, afeó
el gracioso rostro y manchó la divina túnica;
después se tendió en el polvo, ocupando un
 gran espacio, y con las manos se arrancaba
                 los cabellos.
                                  XVIII 22-27
Ésta encarga a
Hefesto la
fabricación de
nuevas armas para
Aquiles -de las
otras se había
apoderado Héctor-
, que son descritas
a continuación.
XIX. Fin de la ira de Aquiles y reconciliación de los griegos.
  Devolución de Briseida. Llanto por Patroclo. Aquiles se
  prepara para entrar en batalla.
—Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso
    de los dioses, y luego la Gea, Helios y las
 Erinies que, debajo de la Tierra castigan a los
   muertos que fueron perjuros, de que jamás
   he puesto la mano sobre la moza Briseida
  para yacer con ella ni para otra cosa alguna;
     sino que en mi tienda ha permanecido
  intacta. Y si en algo perjurare, envíenme los
      dioses los muchísimos males con que
   castigan al que, jurando, contra ellos peca.
                                    XIX 258-265
XX. Zeus permite a los dioses intervenir en la batalla. Eneas,
  con el valor que Apolo le infunde, se enfrenta a Aquiles;
  Posidón lo salva de una muerte segura. Apolo salva
  igualmente a Héctor, que se enfrenta con Aquiles.
Presentóse primero Eneas, amenazador,
  tremolando el refornido casco: protegía el
     pecho con el fuerte escudo y vibraba
broncínea lanza. Y el Pelida desde el otro lado
fue a oponérsele. Como cuando se reúnen los
 hombres de todo un pueblo para matar a un
                voraz león, ...
                                   XX 161-165
Tan pronto como Héctor vio a su hermano
Polidoro cogiéndose las entrañas y encorvado
 hacia el suelo, se le puso una nube ante los
 ojos y ya no pudo combatir a distancia; sino
 que, blandiendo la aguda lanza e impetuoso
  como una llama, se dirigió al encuentro de
                    Aquileo.
                                  XX 419-422
Sin turbarse le respondió Héctor, el de
   tremolante casco: —¡Pelida! No esperes
amedrentarme con palabras como a un niño;
 también yo sé proferir injurias y baldones.
 Reconozco que eres valiente y que estoy por
  muy debajo de ti. Pero en la mano de los
dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré la
vida con mi lanza; pues también tiene afilada
                     punta.
                                    XX 430-437
XXI. Aquiles mata a
  Licaón. Llena de
  cadáveres el lecho del
  Escamandro y el río
  lucha con él, pero
  Posidón y Atenea
  envían a Hefesto en su
  ayuda. Lucha entre los
  dioses. Apolo logra
  con un engaño alejar a
  Aquiles y salvar a los
  troyanos.
XXII. Aquiles
  persigue a
  Héctor en
  torno a la
  muralla; al
  final lucha
  con él y le
  da muerte,
  ayudado
  por
  Atenea.
  Llanto por
  Héctor.
Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las
 manos levantadas y profirió grandes voces y
lamentos dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor
 continuaba inmóvil ante las puertas y sentía
 vehemente deseo de combatir con Aquileo. Y
el anciano, tendiéndole los brazos, le decía en
                tono lastimero:
                                    XXII 33-37
En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida
  lanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, se
 inclinó para evitar el golpe: clavóse aquella en
   el suelo, y Palas Atenea la arrancó y devolvió
 a Aquileo, sin que Héctor, pastor de hombres,
   lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximio Pelida:
—¡Erraste el golpe, deiforme Aquileo! Nada te
     había revelado Zeus acerca de mi destino
 como afirmabas: has sido un hábil forjador de
    engañosas palabras, para que, temiéndote,
       me olvidara de mi valor y de mi fuerza.
                                    XXII 273-282
XXIII. Funeral de Patroclo y juegos atléticos en su honor.
—¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te
 cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he
   muerto me abandonas. Entiérrame cuanto
   antes, para que pueda pasar las puertas del
  Hades; pues las almas, que son imágenes de
  los difuntos, me rechazan y no me permiten
  que atraviese el río y me junte con ellas; y de
 este modo voy errante por los alrededores del
      palacio, de anchas puertas, de Hades.
                                    XXIII 69-74
XXIV. Príamo, guiado por Hermes, llega a la tienda de
  Aquiles a proponer el rescate del cadáver de su hijo.
  Aquiles accede, pese a sus anteriores amenazas.
Y cuando todos se hubieron
   reunido, apagaron con
  negro vino la parte de la
 pira a que la llama había
alcanzado; y seguidamente
los hermanos y los amigos,
gimiendo y corriéndoles las
 lágrimas por las mejillas,
   recogieron los blancos
 huesos y los colocaron en
una urna de oro, envueltos
  en fino velo de púrpura.
               XXIV 791-796
- Argumento de la Ilíada sintetizado por Fco.
  Rodríguez Adrados en Introducción a
  Homero (Ediciones Guadarrama 1963)

- Selección de textos de Homero para la PAU
  de Murcia

-Traducción de Luis Segalá Estalella

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Argumento Ilíada

  • 1. I. Peste, enviada por Apolo, en el campamento griego.
  • 2. Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves— cumplíase la voluntad de Zeus— desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles. I 1-5
  • 3. El adivino Calcante la atribuye al hecho de haberse negado Agamenón a devolver su cautiva Criseida al padre de ella, sacerdote del dios.
  • 4. Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Sin desplegar los labios, fuése por la orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de Leto, la de hermosa cabellera: ¡Oyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, e imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esmintio! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas! I 33-42
  • 5. Aquiles, en la Asamblea se lo reprocha y Agamenón consiente en devolver la cautiva, quitándole a Aquiles la suya, Briseida.
  • 6. Respondióle el rey Agamemnón: Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes, I 285-288
  • 7. Reyerta de Aquiles y Agamenón; el primero se retira de la lucha.
  • 8. Agamenón, por medio de los heraldos, quita Briseida a Aquiles y luego devuelve a Criseida a su padre.
  • 9. De tal modo habló. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseida, la de hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquileo rompió en llanto, alejóse de los compañeros, y sentándose a orillas del espumoso mar con los ojos clavados en el ponto inmenso ... I 345-350 Así dijo llorando. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar, donde se hallaba a la vera del padre anciano, e inmediatamente emergió, como niebla, de las espumosas ondas, sentóse al lado de aquél, que lloraba, acaricióle con la mano y le habló de esta manera: ¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos. I 345-363
  • 10. En tanto, Tetis, madre divina de Aquiles pide a Zeus que devuelva el honor a su hijo, haciendo que sin él los griegos sean derrotados. Zeus consiente.
  • 11. II. Agamenón propone en la Asamblea volverse a Grecia, para probar a sus tropas; en realidad intenta llevarlas contra Troya, pues un sueño engañoso enviado por Zeus le promete el triunfo. Ulises logra contener la desbandada. Los griegos marchan contra Troya y los troyanos salen a hacerles frente. Catálogo de los griegos y los troyanos.
  • 12. Las demás deidades y los hombres que en carros combaten durmieron toda la noche, pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar a Aquileo y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamemnón ... II 1-6
  • 13. III. Alejandro (Paris), motejado de cobarde por su hermano Héctor, decide aceptar un duelo singular con Menelao, el marido de Helena, para decidir la guerra. Helena muestra a Príamo, desde la muralla de Troya, los héroes griegos, Luego, Príamo baja a la llanura para jurar con los griegos que aceptará el resultado del combate singular.
  • 14. Cuando hubieron acabado de armarse separadamente de la muchedumbre, aparecieron en el lugar que mediaba entre ambos ejércitos, mirándose de un modo terrible; y así los troyanos, domadores de caballos, como los aqueos, de hermosas grebas, se quedaron atónitos al contemplarlos. III 340-343
  • 15. Éste se realiza, pero cuando Alejandro va a ser derrotado, Afrodita lo salva y lo devuelve al tálamo de Helena.
  • 16. Sentados en el áureo pavimento a la vera de Zeus, los dioses celebraban consejo. La venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesivamente la copa de oro y contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el Cronión intentó zaherir a Hera con mordaces palabras; y hablando fingidamente, dijo: Dos son las diosas que protegen a Menelao, Hera argiva y Atenea alalcomenia, ... IV 1-8
  • 17. IV. Rotura de la tregua al disparar una flecha contra Menelao el troyano Pándaro (impulsado por Atenea, de acuerdo con Zeus). Agamenón revista sus tropas. Comienzo de la lucha.
  • 18. Encarándole la torva vista, exclamó el ingenioso Odiseo: — ¡Atrida! ¡Qué palabras se escaparon de tus labios! ¿Por qué dices que somos remisos en ir al combate? Cuando los aqueos excitemos al feroz Ares contra el enemigo, ... IV 349-352
  • 19. V. Hazañas de Diomedes. Mata a Pándaro y sólo por intervención de Afrodita es salvado Eneas.
  • 20. Afrodita, herida por Diomedes, se queja a Zeus, que ríe.
  • 21. De este modo habló. Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando a la dorada Afrodita, le dijo: -A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate a los dulces trabajos del himeneo, y el impetuoso Ares y Atenea cuidarán de aquéllas. V 426-430
  • 22. Atenea y Hera ayudan a los griegos; Ares lucha con Diomedes y huye de él, herido.
  • 23. VI. Más hazañas de Diomedes; sólo respeta a Glauco, al reconocers e ambos como descendient es de antiguos huéspedes.
  • 24. Ayante Telemonio, antemural de los aqueos, rompió el primero la falange troyana e hizo aparecer la aurora de la salvación entre los suyos, hiriendo de muerte al tracio más denodado, al alto y valiente Acamante, hijo de Eusoro. Acertóle en la cimera del casco, guarnecido con crines de caballo, la lanza se clavó en la frente, la broncínea punta atravesó el hueso y las tinieblas cubrieron los ojos del guerrero. VI 5-11
  • 25. Dijo; y Héctor obedeció a su hermano. Saltó del carro al suelo sin dejar las armas, y blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió el ejército, animóle a combatir y promovió una terrible pelea. Los teucros volvieron la cara y afrontaron a los argivos; y éstos retrocedieron y dejaron de matar, figurándose que algún dios habría descendido del estrellado cielo para socorrer a aquéllos; de tal modo se volvieron. VI 102-109
  • 26. — ¡Magnánimo Tidida! Por qué me interrogas sobre el abolengo? Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra perece. Pero ya que deseas saberlo, te diré cuál es mi linaje, de muchos conocido. Hay una ciudad llamada Efira en el riñón de la Argólide, criadora de caballos, y en ella vivía Sísifo Eólida, que fue el más ladino de los hombres. Sísifo engendró a Glauco, y éste al eximio Belerofonte, ... VI 145-155
  • 27. Así dijo. Alegróse Diomedes, valiente en el combate; y clavando la pica en el almo suelo, respondió con cariñosas palabras al pastor de los hombres: —Pues eres mi antiguo huésped paterno, porque el divino Eneo hospedó en su palacio al eximio Belerofonte, le tuvo consigo veinte días y ambos se obsequiaron con magníficos presentes de hospitalidad. Eneo dio un vistoso tahalí teñido de púrpura, y Belerofonte una copa doble de oro, que en mi casa quedó cuando me vine. VI 121-221
  • 28. Al pasar Héctor por la encina y las puertas Esceas, acudieron corriendo las esposas e hijos de los troyanos y preguntáronle por sus hijos, hermanos, amigos y esposos; y él les encargó que unas tras otras orasen a los dioses, porque para muchas eran inminentes las desgracias. VI 237-240
  • 29. Héctor va a salir a luchar con los griegos y se despide de su mujer Andrómaca, que presagia su muerte.
  • 30. Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre — ¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!— y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. VI 429-434 Contestó el gran Héctor, de tremolante casco: —Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos si como un cobarde huyera del combate;
  • 31. VII. Hazañas de Héctor. Lucha de Héctor y Áyax, con resultado indeciso. Los griegos deciden defender con un muro el campamento y rechazar el ofrecimiento de Alejandro de volver las riquezas que se llevó con Helena.
  • 32. Cuando Atenea, la diosa de los brillantes ojos, vio que aquéllos mataban a muchos argivos en el duro combate, descendiendo en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, se encaminó a la sagrada Ilión. VII 17-20
  • 33. VIII. Zeus prohíbe a los dioses intervenir en la lucha y truena como augurio favorable a los troyanos. Héctor arrolla a los griegos. Zeus no deja intervenir a Atenea y Hera. Sólo la noche salva a los griegos.
  • 34. Eos, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra, cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos, reunió la junta de dioses en la más alta de las muchas cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente le escuchaban: VII 1-6
  • 35. El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas ruedas, guió los caballos desde el Ida al Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y allí el ínclito Poseidón, que sacude la tierra, desunció los corceles, puso el carro en su sitio y lo cubrió con un velo de lino. El longividente Zeus tomó asiento en el áureo trono y el inmenso Olimpo tembló bajo sus pies. VIII 438-443
  • 36. IX. Áyax, Ulises y Fénix visitan a Aquiles para pedirle que deponga su ira y acepte los presentes que como indemnización le ofrece Agamenón. Él se niega.
  • 37. Levantóse Agamemnón, llorando, como fuente profunda que desde altísimo peñasco deja caer sus aguas sombrías; y despidiendo hondos suspiros, habló a los argivos: IX 13-16 Empezó a aconsejarles y arengándoles con benevolencia, les dijo: —¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres Agamemnón! Por ti empezaré y en ti acabaré; ya que reinas sobre muchos hombres y Zeus te ha dado cetro y leyes para que mires por los súbditos. IX 95-99
  • 38. X. Durante la noche, Ulises y Diomedes se internan en el campo troyano y dan muerte a Dolón.
  • 39. Eos se levantaba del lecho, dejando al bello Titonio, para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando enviada por Zeus se presentó en las veleras naves aqueas la cruel Discordia con la señal del combate en la mano. XI 1-6 El Atrida alzó la vez mandando que los argivos se apercibiesen, y él mismo vistió la armadura de luciente bronce. Púsose en torno de las piernas hermosas grebas sujetas con broches de plata, y cubrió su pecho con la coraza que Ciniras le diera como presente de hospitalidad.
  • 40. XI: Hazañas de Agamenón, que luego se retira herido de la lucha. También Diomedes es herido por Paris y Ulises por Soco. Los griegos retroceden; Áyax cubre la retirada. Aquiles envía a Patroclo a que pregunte a Néstor quién es el guerrero que trae herido. Néstor le cuenta la derrota griega y le pide que persuada a Aquiles.
  • 41. En tanto, las yeguas de Neleo, cubiertas de sudor, sacaban del combate a Néstor y a Macaón, pastor de pueblos. Reconoció al último el divino Aquileo, el de los pies ligeros, que desde lo alto de la ingente nave contemplaba la gran derrota y deplorable fuga, y en seguida llamó, desde allí mismo, a Patroclo, su compañero: oyóle éste, y, parecido a Ares, salió de la tienda. Tal fue el origen de su desgracia. XI597-604
  • 42. ¿Cómo es que Aquileo se compadece de los aqueos que han recibido heridas? ¡No sabe en qué aflicción está sumido el ejército! Los más fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos, yacen en las naves. Con arma arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes Tidida, ... XI 656-660
  • 43. Pero, ¡sálvame! Llévame a la negra nave, arráncame la flecha del muslo, lava con agua tibia la negra sangre que fluye de la herida y ponme en ella drogas calmantes y salutíferas, que, según dicen, te dio a conocer Aquileo, instruido por Quirón, el más justo de los Centauros. Pues de los dos médicos, Podalirio y Macaón, el uno creo que está herido en su tienda, y a su vez necesita de un buen médico, y el otro sostiene vivo combate en la llanura troyana. XI 828-836
  • 44. XII. Lucha en torno al muro griego, defendido por los dos Áyax y por Teucro. Héctor rompe las puertas y penetra en él. XIII. Lucha junto a las naves. Hazañas del héroe griego Idomeneo. Los troyanos se reorganizan y vuelven a atacar.
  • 45. Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo mar entre Ténedos y la escabrosa Imbros; y al llegar a la misma, Poseidón, que bate la tierra, detuvo los bridones, desunciólos del carro, dióles a comer un pasto divino, púsoles en los pies trabas de oro indestructibles e indisolubles, para que sin moverse de aquel sitio aguardaran su regreso, y se fue al ejército de los aquivos. XIII 32-38
  • 46. Zeus quería que triunfaran Héctor y los teucros para glorificar a Aquileo, el de los pies ligeros, mas no por eso deseaba que el ejército aqueo pereciera totalmente delante de Ilión, pues sólo se proponía honrar a Tetis y a su hijo, de ánimo esforzado. Poseidón había salido ocultamente del espumoso mar, recorría las filas y animaba a los argivos; porque le afligía que fueran vencidos por los teucros, y se indignaba mucho contra Zeus. XIII 347-353
  • 47. XIV. Agamenón propone huir, lo que rechaza Ulises. Hera engaña a Zeus, haciéndole dormirse en el Ida; entonces Posidón marcha en ayuda de los griegos. Áyax hace a Héctor retirarse de la lucha. Victoria griega.
  • 48. —¡Oh Poseidón! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve, mientras duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándole, logró que se acostara para gozar del amor. Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus de los hombres. Y Poseidón, más incitado que antes a socorrer a los dánaos, saltó en seguida a las primeras filas y les exhortó diciendo: —¡Argivos! ¿Cederemos nuevamente la victoria a Héctor Priámida, para que se apodere de los bajeles y alcance gloria? XIV 357-365
  • 49. XV. Huida troyana y despertar de Zeus, que renueva su prohibición de ayudar a los griegos. En cambio, envía a Apolo a confortar y a ayudar a Héctor. Nuevo avance troyano: Héctor se dispone a prender fuego a las naves griegas.
  • 50. Tres somos los hermanos nacidos de Rea y de Cronos: Zeus, yo y el tercero Hades, que reina en los infiernos. El universo se dividió en tres partes para que cada cual imperase en la suya. Yo obtuve por suerte habitar siempre en el espumoso y agitado mar, tocáronle a Hades las tinieblas sombrías, correspondió a Zeus el anchuroso cielo en medio del éter y las nubes; XV 187-192
  • 51. XVI. Patroclo persuade a Aquiles a que lo deje vestirse su armadura y ayudar a los griegos al frente de los mirmidones. Él acepta, con tal de que Patroclo se limite a alejar a los troyanos de las naves.
  • 52. Dando profundos suspiros, respondiste así, caballero Patroclo: —¡Oh Aquileo, hijo de Peleo, el más valiente de los aqueos! No te enfades, porque es muy grande el pesar que los abruma. Los más fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos, yacen en los bajeles—con arma arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes Tidida; con la pica, Odiseo, famoso por su lanza, y Agamemnón; a Eurípilo flecháronle en el muslo—, y los médicos, que conocen muchas drogas, ocúpanse en curarles las lesiones. Tú Aquileo, eres implacable. XVI 20-29
  • 53. Dijo, y Patroclo vistió la armadura de luciente bronce: púsose en las piernas elegantes grebas, ajustadas con broches de plata; protegió su pecho con la coraza labrada, refulgente, del Eácida, de pies ligeros; colgó del hombro una espada, guarnecida de argénteos clavos; embrazó el grande y fuerte escudo; cubrió la cabeza con un hermoso casco, cuyo terrible penacho, de crines de caballo, ondeaba en la cimera, y asió dos lanzas fuertes que su mano pudiera blandir. XVI 130-139
  • 54. Pero Patroclo lleva su ataque, tras rechazarlos, hasta la misma Troya, que intenta tomar. Héctor lucha con él y le da muerte; Patroclo le dice que su vez morirá a manos de Aquiles.
  • 55. El gran Ayante deseaba constantemente arrojar su lanza a Héctor, armado de bronce; pero el héroe, que era muy experto en la guerra, cubriendo sus anchos hombros con un escudo de pieles de toro, estaba atento al silbo de las flechas y al ruido de los dardos. XVI 358-361
  • 56. XVII. Lucha en torno al cadáver de Patroclo, que logran recobrar los griegos. Antíloco es enviado a Aquiles para darle la noticia.
  • 57. —¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos a combatir por Patroclo muerto, y quizás podamos llevar a Aquileo el cadáver desnudo, pues las armas las tiene Héctor, de tremolante casco. Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido Ayante que atravesó al momento las primeras filas junto con el rubio Menelao. Héctor había despojado a Patroclo de las magníficas armas y se lo llevaba arrastrado, para separarle con el agudo bronce la cabeza de los hombros y entregar el cadáver a los perros de Troya. XVII 120-128
  • 58. XVIII. Dolor de Aquiles, consolado por su madre Tetis.
  • 59. Así dijo, y negra nube de pesar envolvió a Aquileo. El héroe cogió ceniza con ambas manos y derramándola sobre su cabeza, afeó el gracioso rostro y manchó la divina túnica; después se tendió en el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos. XVIII 22-27
  • 60. Ésta encarga a Hefesto la fabricación de nuevas armas para Aquiles -de las otras se había apoderado Héctor- , que son descritas a continuación.
  • 61. XIX. Fin de la ira de Aquiles y reconciliación de los griegos. Devolución de Briseida. Llanto por Patroclo. Aquiles se prepara para entrar en batalla.
  • 62. —Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses, y luego la Gea, Helios y las Erinies que, debajo de la Tierra castigan a los muertos que fueron perjuros, de que jamás he puesto la mano sobre la moza Briseida para yacer con ella ni para otra cosa alguna; sino que en mi tienda ha permanecido intacta. Y si en algo perjurare, envíenme los dioses los muchísimos males con que castigan al que, jurando, contra ellos peca. XIX 258-265
  • 63. XX. Zeus permite a los dioses intervenir en la batalla. Eneas, con el valor que Apolo le infunde, se enfrenta a Aquiles; Posidón lo salva de una muerte segura. Apolo salva igualmente a Héctor, que se enfrenta con Aquiles.
  • 64. Presentóse primero Eneas, amenazador, tremolando el refornido casco: protegía el pecho con el fuerte escudo y vibraba broncínea lanza. Y el Pelida desde el otro lado fue a oponérsele. Como cuando se reúnen los hombres de todo un pueblo para matar a un voraz león, ... XX 161-165
  • 65. Tan pronto como Héctor vio a su hermano Polidoro cogiéndose las entrañas y encorvado hacia el suelo, se le puso una nube ante los ojos y ya no pudo combatir a distancia; sino que, blandiendo la aguda lanza e impetuoso como una llama, se dirigió al encuentro de Aquileo. XX 419-422
  • 66. Sin turbarse le respondió Héctor, el de tremolante casco: —¡Pelida! No esperes amedrentarme con palabras como a un niño; también yo sé proferir injurias y baldones. Reconozco que eres valiente y que estoy por muy debajo de ti. Pero en la mano de los dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré la vida con mi lanza; pues también tiene afilada punta. XX 430-437
  • 67. XXI. Aquiles mata a Licaón. Llena de cadáveres el lecho del Escamandro y el río lucha con él, pero Posidón y Atenea envían a Hefesto en su ayuda. Lucha entre los dioses. Apolo logra con un engaño alejar a Aquiles y salvar a los troyanos.
  • 68. XXII. Aquiles persigue a Héctor en torno a la muralla; al final lucha con él y le da muerte, ayudado por Atenea. Llanto por Héctor.
  • 69. Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió grandes voces y lamentos dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil ante las puertas y sentía vehemente deseo de combatir con Aquileo. Y el anciano, tendiéndole los brazos, le decía en tono lastimero: XXII 33-37
  • 70. En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse aquella en el suelo, y Palas Atenea la arrancó y devolvió a Aquileo, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximio Pelida: —¡Erraste el golpe, deiforme Aquileo! Nada te había revelado Zeus acerca de mi destino como afirmabas: has sido un hábil forjador de engañosas palabras, para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza. XXII 273-282
  • 71. XXIII. Funeral de Patroclo y juegos atléticos en su honor.
  • 72. —¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades. XXIII 69-74
  • 73. XXIV. Príamo, guiado por Hermes, llega a la tienda de Aquiles a proponer el rescate del cadáver de su hijo. Aquiles accede, pese a sus anteriores amenazas.
  • 74. Y cuando todos se hubieron reunido, apagaron con negro vino la parte de la pira a que la llama había alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y corriéndoles las lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura. XXIV 791-796
  • 75. - Argumento de la Ilíada sintetizado por Fco. Rodríguez Adrados en Introducción a Homero (Ediciones Guadarrama 1963) - Selección de textos de Homero para la PAU de Murcia -Traducción de Luis Segalá Estalella