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 Briseida Allard O.
 MUJER Y PODER
Escritos de sociología
                      
             política





  La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la
Universidad Nacional de Panamá (briallard@cableonda.net)

  El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección
Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.
2




                            ÍNDICE




PRESENTACIÓN

INTRODUCCIÓN                                             3

  1. GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER               4

  2. UTOPÍA vs CIENCIA. LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO
     SOCIALISTA                                          8

  3. PARTIDOS POLÍTICOS... O LAS TRAMPAS DEL SEXO        14

  4. DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO                     26

  5. MUJERES EN ARMAS. LOS PELIGROS DE TOCAR EL
     CIELO CON BAYONETAS                                 30

  6. EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO. LAS MUJERES Y EL
     CONFLICTO DE CLASE                                  34

  7. EL SUEÑO CONTINÚA. LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO
     Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA        37

  8. CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER               39

  9. OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA. MUJERES Y
     FAMILIAS EN PANAMÁ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DEL 20 DE
     DICIEMBRE DE 1989                                   42

  10. CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA                     47

  11. LOS „VERSOS SATÁNICOS‟ DE TASLIMA NASREEN          54

  12. MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN              57

  13. NACER POR CONTRATO. ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA
      PRIVADA?                                          60




                                                              2
3




                                   INTRODUCCIÓN


Este libro reúne un conjunto de trabajos escritos entre los años 1987 y 1996. Tiempo de
cambios implacables y rotundos, los escritos tienen en común el propósito de pensar la
sociología política con una perspectiva de género. Un propósito a todas luces
inacabado. Y es que –sin querer disculpar los no pocos yerros en que pude incurrir-
tratar de hacer visible a la mujer en las ciencias de la política implica recorrer un arduo
y espinoso proceso de resocialización académica.

Es casi volver a aprender. Urge revalorar, replantear temas, problemas, conceptos,
historia, métodos y técnicas, dispositivos del saber legitimados por siglos de actividad
intelectual y práctica en la política. Pero, sobre todo, requiere dudar, dudar mucho.
Buscarle la quinta pata al gato ¡Y de verdad que la encuentra una!

El resultado inmediato de este cuestionamiento es la conciencia de que construir objetos
de estudio teniendo al género como perspectiva, significa (tener el valor de) rescatar
hechos, actividades, palabras, protagonistas, signos, “debajo de una montaña de perros
muertos” en que los ha colocado el conocimiento científico oficial. Tener valor porque
han sido, por tiempos inmemoriales, objetos indignos de estudio.

La teoría feminista ha comprobado que precisamente son estos temas los que nos
ayudan a entender cómo en cada sociedad la jerarquía de los objetos de estudio, las
estrategias del prestigio científico pueden ser cómplices del orden social patriarcal, en la
medida en que tales jerarquías y estrategias dividen la vida social en dos esferas
separadas entre sí, una pública, relacionada con el Estado y la economía e identificada
con todo lo que es político y, por tanto, objeto de reflexión y normativización; y otra
privada, relacionada con la vida doméstica, familiar y sexual, e identificada con lo
personal y como algo ajeno a la reflexión política.

Hace tiempo muchas mujeres en todas partes han dedicado largos años y esfuerzos en la
construcción de una alternativa cognoscitiva que permita hacer aparecer a las mujeres y
su cotidianidad, en una idea de lo político como interrelación de la vida individual y
colectiva. Buena parte de los frutos de esos trabajos se encuentra en las páginas que
siguen. Qué duda queda de que todavía hay mucho terreno por roturar e instrumentos
que adecuar.

Por ahora, sin embargo, las distintas facetas escogidas para plantear nuestros puntos de
vista muestran, al final, un saldo negativo en la relación de intercambio entre mujer y
poder. Cuestión nada satisfactoria esto de ser las víctimas en todas las historias que
abordamos. Lamentablemente, siguen dominando ellos y aún no se vislumbra otro
pacto de género que revierta tal situación. Por lo que todavía en este campo de las
prácticas humanas denunciar sigue siendo una estrategia válida en la larga marcha
contra esta discriminación secular.

   Dedico este libro a mi madre y a las mujeres de mi familia, así como a mis amigas,
 especialmente a Urania Ungo y Ángela Alvarado, quienes me han permitido compartir
               sus sueños y quehaceres por una sociedad más igualitaria.


                                                                                           3
4

                    GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER



                                               Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para
                                         comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar
                                            por él la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio
                                       también de él a su marido, que también con ella comió.
                                           Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban
                                                      desnudos, cosieron unas hojas de higuera
                                                                   y se hicieron unos ceñidores.
                                                                                Génesis, III, 6-7




Los textos políticos especializados tradicionales parten del supuesto de que la política
ha sido y es una actividad propia del ser humano en general, a pesar de que las
evidencias en sentido contrario son irrefutables.

En realidad, muy poco tiempo ha transcurrido desde cuando se generalizaron en el
mundo occidental las primeras fisuras en el sistema político caracterizado por el
monopolio masculino de la dirección y de la representación políticas. En general, estas
rupturas han sido pensadas y cuestionadas con las palabras, los principios y las
actividades tradicionales de la política; palabras y praxis que, como bien señala Rossana
Rossanda, “las han pensado los hombres y, en general, son de ellos”1.

En el afán de comprender las razones de ese singular itinerario por el que las mujeres
han sido excluidas durante milenios del gobierno de los asuntos públicos en nuestra
civilización, la crítica feminista desafió las fronteras de lo público y las instituciones de
la política mostrándonos en toda su complejidad la insuficiencia del supuesto antes
señalado.

Siendo una de las cuestiones permanentes en el campo de las disciplinas humanas la que
se refiere a la naturaleza de la política, el feminismo contemporáneo, repensando la
política y las formas de ejercerla, ha puesto de manifiesto la ausencia conceptual,
teórica, política, simbólica y programática de las mujeres. Así, para determinar la
subordinación de las mujeres en el mundo público el feminismo combinó la crítica a las
instituciones del Estado y la necesidad de develar las relaciones de poder que se tejen en
la esfera privada.

Esta nueva mirada a los asuntos políticos tiene lugar sólo después que el trabajo
académico de Gayle Rubin aportó al análisis social la conceptualización ligada al
sistema sexo/género, esto es, el conjunto de arreglos por los cuales una sociedad
transforma la sexualidad biológica en productos culturales que reproducen un orden
social desigual, estructurado en asimétricas esferas masculinas y femenina.2

1
 Las otras, GEDISA, Barcelona, 1982, p.72.
2
 Rubin citada por Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría „género‟”, en Estudios sobre la
Mujer: problemas teóricos, Revista Nueva Antropología # 30, noviembre 1986, México, p. 191. Cf.
Urania Ungo M., “Del feminismo al enfoque de género” en Revista Fem, # 124, junio 1993.


                                                                                                       4
5



                                                              Por un conocimiento comprometido

¿Qué aporta de nuevo la categoría género en el análisis de la sociedad y la política?
¿Cuál es la modalidad que introduce en el análisis socio-político la diferencia entre los
sexos? En principio, lo que básicamente aporta es una nueva manera de plantearse
viejos problemas modificando profundamente las líneas de búsqueda. Los interrogantes
nuevos que surgen y las interpretaciones diferentes que se generan no sólo ponen en
cuestión muchos de los postulados sobre el origen de la desigualdad social y de sus
modalidades actuales, sino que replantean la forma de entender o visualizar asuntos
fundamentales de la organización social, de la economía y la política.

Permite ver cómo los aspectos socioculturales y psicológicos, constituidos mediante
procesos sociales individuales de larga duración, se entremezclan con factores
materiales y simbólicos que se gestan en lo cotidiano y generan formas específicas de
subordinación y resistencia femeninas.

De aquí que la crítica feminista de las ciencias humanas aliente el rechazo de todas las
perspectivas analíticas que tiendan a privilegiar las „presencias altas‟ y deje sin explorar
las latencias, esto es, gran parte de los aspectos cotidianos y normales de la llamada
estática social, aquella que Otto von Hintze definió como zócalo de la historia3.

Esto último ha sido, precisamente, uno de los grandes aportes del movimiento feminista,
intentar “edificar progresivamente un saber estratégico” analizando la “especificidad de
los mecanismos de poder, reparando en los enlaces, las extensiones”4 , haciendo énfasis
a la vez en la importancia de entender los matices que asumen la subordinación y las
alternativas de cambio que se vislumbran como parte de un mismo proceso en el cual
las mujeres pueden fortalecer o cuestionar su condición discriminada y devaluada.

Concretamente, la teoría política feminista, puede considerarse, como ha señalado
Carme Castells, “un pensamiento y una práctica plural que engloba percepciones
diferentes, distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación
derivadas en todos los casos de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en
la sociedad. De ahí que pueda decirse que en el feminismo se mezclan dimensiones
diferentes –teórico-analítica, práctica, normativo-prescriptiva, política, etc.- que
producen pensamiento y práctica”5

De esta manera, se entiende la resistencia femenina como respuestas de mujeres que
rompen con una victimización obediente y se convierten en sujetos portadores de
cambios, aunque esas manifestaciones de resistencia partan de personas que no han




3
  Gabriela Bonacchi, “Del homo-faber a los sujetos “improductivos”. La crítica feminista al absolutismo
del marxismo occidental”, en Julio Labastida (coord..), Los nuevos procesos sociales y la teoría política
contemporánea, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 132.
4
  Michel Foucault citado por Jorge A. Mora, “Problemas metodológicos para el estudio de las políticas
públicas”, en Oscar Fernández (comp.), Sociología. Teorías y Métodos, EDUCA, Centroamérica, 1989,
p. 15.
5
  C. Castells, (compiladora): Introducción a VV AA: Perspectivas feministas en teoría política, Paidos,
Buenos Aires, 1996, p. 10.


                                                                                                        5
6

logrado un cuestionamiento de la raíz de los papeles femeninos concebidos como
naturales6.

Es así como el feminismo –¿o es más correcto hablar en plural tratándose de un
movimiento heterogéneo que abarca un amplio abanico de orientaciones?- trata de
develar la falta de inocencia de los lugares presuntamente inocuos. Por ello, el discurso
feminista sobre la política no sólo incorpora los temas tradicionales de la desigualdad, la
pobreza, la justicia, la seguridad, entre otros, sino que los enlaza con la problemática de
la sexualidad, el cambio cultural, la subjetividad, el trabajo doméstico, la violencia.
Sólo la perspectiva de género permite capturar esta complejidad.7

Esta perspectiva necesariamente ha tenido que resolver problemas metodológicos y
teóricos, que provienen de los sesgos y lagunas que provocó la llamada invisibilidad de
las mujeres en las ciencias sociales y políticas. Esta situación ha implicado, entre otras
cosas, desarrollar nuevos conceptos y métodos de análisis. La tarea no ha sido fácil. De
ahí que, la relación entre metodología y tema seleccionado sea pluridireccional –y a
veces hasta caótica- en la investigación feminista.

Con palabras de Gabriella Bonacchi: “en este terreno se han colocado interrogantes
como las siguientes: ¿debe este tipo de investigación elaborar métodos científicos
completamente nuevos, o bien es posible aplicar, en el ámbito de una teoría feminista,
los métodos científicos tradicionales? Además, ¿impone una teoría tal el abandono, por
ejemplo, de un tipo de estudio como el empírico (...) y su sustitución por un método
exclusivamente biográfico? o ¿es verdaderamente la reflexión sobre la opresión
femenina y la tentativa de traducir esta reflexión a la lucha política lo único que puede
legitimarse como búsqueda feminista?”8

Si bien todavía es muy pronto para afirmar que el uso de la categoría género modificará
sustancialmente el tipo de investigación y reflexión política, lo cierto es que esta
perspectiva de análisis forma parte ya de la historia contemporánea de la revolución más
larga, como ha sido llamada la lucha de las mujeres. Rayna Reiter lo expresó así:

        Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx,
        Weber, Freud o Levi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación... A lo
        que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso
        y conscientemente más colectivo. Porque aún somos hijas de los patriarcas de
        nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un
        movimiento de mujeres que lucha por definir nuevas formas de proceso social en
        la investigación y en la acción”. Un trabajo de investigación más recíproco y
        comprometido que servirá “para apoyar e informar a un contexto social desde el
        cual se procederá a desmantelar las estructuras de la desigualdad”9.

6
  Orlandina de Oliveira y Liliana Gómez, “Subordinación y Resistencia Femeninas. Notas de lectura”, en
O. de Oliveira (coord..), Trabajo, Poder y Sexualidad, El Colegio de México, 1985, pp. 44-45.
7
  Con esta perspectiva ahora podemos entender la famosa expresión de Tales de Mileto: “Hay tres cosas
por las que doy gracias al destino; en primer lugar, haber nacido hombre y no animal, en segundo, haber
nacido hombre y no mujer, en tercer lugar, haber nacido griego no bárbaro”. En el mismo sentido
podemos interpretar la manera abrupta como Sócrates se despidió de su esposa Jantipa, expresando el
deseo de morir entre sus compañeros varones: como una dramática indicación del abismo, insalvable para
los antiguos, entre el mundo del ciudadano y el de los otros, entre esos, las mujeres.
8
  Bonacchi, op. cit., pp. 132-133
9
  Reiter citada por Lamas, op. cit., pp. 197-198.


                                                                                                      6
7

De cualquier modo, uno de los espacios abarcados por la resistencia femenina es
justamente el del conocimiento logrado por el estudio y la investigación feminista, de
tal impacto que ha sido definido como una „revolución pasiva‟10. De esta manera, el
feminismo ha logrado abrir el debate y producir conocimiento sobre diversos temas
cruciales para transformar la condición de la mujer: la vida cotidiana, la división sexual
del trabajo, la sexualidad, las formas de hacer política y de ejercicio del poder. Desde
esta óptica, los nuevos saberes, que desenmascaran las visiones dominantes, constituyen
una forma de resistencia que abre posibilidades de modificación de las relaciones de
poder.




10
     Teresita De Barbieri citada por Oliveira y Gómez, op. cit., p. 44.


                                                                                         7
8

                               UTOPÍA vs CIENCIA
                     LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA



Estas notas pretenden resumir lo que estimo son las líneas fundamentales de la
revaloración que han realizado las teóricas feministas contemporáneas de la vida y la
obra de los/as precursores/as del socialismo, en un esfuerzo interpretativo
multidisciplinario que, al tiempo que replantea un determinado tipo de pensamiento,
pone en entredicho la validez de una tradición –método y praxis- que ha hecho de cierta
concepción científica el deux ex machina del cambio social.

En esta perspectiva desmistificadora que representa el feminismo, nos queda por
discernir el lugar de la utopía ahora cuando nuestros desconsolados días organizan la
esperanza.


                                                      Socialismo, crítica de la sociedad industrial

En sentido lato, se pueden adscribir al socialismo todas aquellas teorías políticas que
privilegian el momento social sobre el momento individual, siendo el socialismo desde
el punto de vista lexical, el opuesto de individualismo. En tal sentido, es sinónimo de
comunismo, cuando el acento va puesto en lo común, en contraposición a lo privado
con referencia a la propiedad sobre los medios de producción.

Desde esta perspectiva, si bien podemos encontrar al menos desde los albores de la
civilización occidental construcciones filosóficas y modelos ideas de estilos de vida que
informan de los propósitos e intenciones socialistas y comunistas de sus autores, se trató
en la mayoría de los casos de voces aisladas con poca o ninguna incidencia sobre la
realidad.11

En lo que ahora nos interesa, el socialismo como movimiento y como idea, se desarrolla
con y tras la revolución francesa. Desde entonces, comenzó el socialismo a articular por
los más diversos medios, la crítica a las inacabadas aspiraciones revolucionarias de
libertad, igualdad y fraternidad.

Más tarde, en la abundancia de acontecimientos que pueblan el complejo siglo XIX –
con razón llamado “el siglo de las revoluciones”- se destacan, pues, los movimientos
sociales y culturales que encuentran su programa y su justificación en las tradiciones del
pensamiento socialista.12

En un principio, la reflexión de los fundadores de las escuelas socialistas fue suscitada
básicamente por dos consecuencias de la revolución industrial: en primer lugar, la
miseria de los trabajadores y la dureza de la condición obrera: ante el espectáculo de
esta miseria masiva y sobrecogedora, algunos se preguntan si es aceptable un régimen
económico que engendra semejantes consecuencias y acaban poniendo en duda la
competencia y la propiedad privada, postulados sobre los que se basaba la economía
liberal del siglo XIX; en segundo lugar, los precursores del socialismo son alertados por
11
     Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, 3ª ed., Editorial Tecnos, Madrid, 1969, pp. 210 ss.
12
     René Remond, El siglo XIX (1815-1914), 2ª ed., Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1983, pp. 105 ss.


                                                                                                           8
9

la frecuencia de las crisis periódicas que interrumpían bruscamente el desarrollo de la
economía. Así, pues, en los comienzos del socialismo existe una doble protesta: de
rebelión moral contra las consecuencias sociales y de indignación racional por la
carencia provocada por las crisis.

Las teorías socialistas, dado que se desarrollaron en confrontación con la ascendente
sociedad industrial, recorrieron varias fases en correspondencia con los niveles y las
transformaciones de ésta y distintos también según el grado de industrialización de
nación a nación. Con todo, lo que resulta común a la mayor parte de las variantes de la
idea socialista y presta al concepto de socialismo su aspecto decisivo es la circunstancia
de que se contempla la propiedad privada como el principal obstáculo para el
cumplimiento de la esperanza de desarrollar las inclinaciones humanas (latentes) hacia
una convivencia cooperativa y fraternal.

Específicamente socialista es, pues, la conexión entre el medio, esto es, la abolición de
la propiedad privada y las relaciones de poder que la caracterizan, y el fin, la
instauración de una sociedad libre y a un mismo tiempo armónica.

Ahora bien, como quiera que no es posible definir sin titubeos el concepto de libertad ni
dar una respuesta inequívoca a la cuestión de la forma en que ha de organizarse y
administrarse la nueva sociedad, el socialismo habla con lenguas diversas y en gran
parte contradictorias entre sí; y lo mismo puede decirse de los movimientos socialistas
que, a pesar de la abstracta comunidad de objetivos, con frecuencia se combaten
acremente.

Esta diversidad se empieza a evidenciar con mayor claridad a partir de 1848, cuando, de
su punto de partida crítico, el socialismo pasa a la construcción de un sistema positivo y
propone una política de organización social.


                                                                                      Razón y revolución

Según Hobsbawm, “la sociedad burguesa del tercer cuarto del siglo XIX estuvo segura
de sí misma y orgullosa de sus logros. En ningún campo del esfuerzo humano se dio
esto con mayor intensidad que en el avance del conocimiento, en la ciencia. Los
hombres cultos del período no estaban simplemente orgullosos de su ciencia sino
preparados a subordinarle todas las demás formas de actividad intelectual.13 Desde
entonces, el hablar de ciencia sirvió para afirmar, negar, cuestionar y rechazar el
conocimiento y el razonamiento de otros individuos. Cuando se cuestiona, se dice que
lo cuestionado no está apegado a las normas, o leyes científicas; cuando se rechaza, se
argumenta que falta rigurosidad científica. De igual manera, para identificar a algunos
sujetos y separarlos del resto de la sociedad, se dice que son científicos, hombres de
ciencia, comunidad científica.

También John D. Bernal da cuenta de este fenómeno, y manifiesta que para mediados
del siglo XIX, ocurre en Europa un enorme aumento en el volumen y el prestigio del
trabajo científico. Pero reconoce, sin embargo, que “la ciencia es, por un lado, técnica
ordenada y, por otro, mitología racionalizada”14
13
     E. J. Honsbawm, La era del capitalismo, 2ª ed., Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 372.
14
     J. D. Bernal, La ciencia en la historia, 8ª ed., Editorial Nueva Imagen, México, 1986, p. 13.


                                                                                                      9
10

Y es que no sólo los medios empleados por los científicos están condicionados por los
acontecimientos, sino también lo están las ideas mismas que orientan sus explicaciones
teóricas. La ciencia se encuentra colocada entre la práctica establecida y transmitida por
los hombres que trabajan por su sustento, las normas, ideologías y tradiciones que
aseguran la continuidad de la sociedad, y los derechos y privilegios de las clases y
grupos socio-culturales que la gobiernan. El socialismo, como movimiento y como
idea, no escapó a esta circunstancia.

En efecto, hace más de un siglo que, respondiendo a la necesidad de transformar la
sociedad burguesa y sustituirla por otra que los reformadores o revolucionarios desde
tiempos lejanos llaman socialista o comunista, se inició el recorrido del camino que
habría de conducir del socialismo que Marx y Engels denominaron utópico, al que ellos,
y particularmente Engels, dieron el nombre de socialismo científico.15

Desde la publicación por Marx y Engels, en 1848, del Manifiesto del Partido
Comunista, y, por Engels en 1840, del opúsculo denominado Del Socialismo Utópico al
Socialismo Científico, el término socialismo utópico se utiliza generalmente para
describir la primera etapa de la historia del socialismo, el período comprendido entre las
guerras napoleónicas y las revoluciones de 1848. Los desarrollos del socialismo en este
período, por otra parte, se han atribuido tradicionalmente a Claude Henry de Rouvroy,
Conde de Saint-Simon (1760-1825); Francois-Charles Fourier (1772-1837) y Robert
Owen (1771-1858). Pero también son particularmente importantes las ideas
desarrolladas por Mary Wollstonecraft, Flora Tristan y por la socialista sansimoniana
Pauline Roland16.

Tanto El Manifiesto como el opúsculo de Engels de 1880, designan como utópica la
actitud de imaginar la posibilidad de una transformación social total sin reconocer el
papel revolucionario del proletariado. “Rasgo común – dice Engels- es el no actuar
como representantes de los intereses del proletariado..., no se proponen emancipar
primeramente a una clase determinada sino de golpe, a toda la humanidad.”

Estas “teorías incipientes” de los fundadores del socialismo, “fantasías que hoy parecen
mover a risa” (Engels), son el reflejo tanto de las condiciones económicas poco
desarrolladas de la época como de la incipiente condición de clase. De ahí que, según
Engels, los primeros socialistas pretendieran “sacar de la cabeza la solución de los
problemas sociales”.

A pesar de reconocer los “geniales gérmenes de ideas” que contiene el llamado
socialismo utópico, Engels aconsejaba no “detenernos ni un momento más en este
aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado”. Se inicia así el periplo científico
del socialismo. A partir de entonces se definió al socialismo con referencia a la ciencia,
o más exactamente, al método científico, entendiendo éste como un camino preciso para
encontrar la verdad.

De acuerdo con Engels, el socialismo logra convertirse en ciencia gracias a dos
descubrimientos: uno, la concepción materialista de la historia según la cual toda la
historia anterior es la historia de la lucha de clase, y que estas clases sociales son en
todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir de las
15
     Cf. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, 2 volúmenes, s.f.
16
     Ibidem, p. 30


                                                                                            10
11

relaciones económicas de la época; el otro, la plusvalía como revelación del secreto de
la explotación capitalista. Sólo desde esta perspectiva científica, el socialismo puede
explicar al modo capitalista de producción y, por tanto, destruirlo ideológica y
políticamente. De acuerdo a este criterio, los objetivos del socialismo son entonces:
investigar el proceso histórico-económico del que forzosamente tienen que brotar las
clases y sus conflictos; y descubrir los medios para la solución de ese conflicto en la
situación económica dada.

Así, situado en la realidad, el socialismo es el producto necesario de la lucha entre dos
clases: el proletariado y la burguesía. Desde este entendimiento, el socialismo científico
se basa exclusivamente en el análisis del sistema capitalista y sobre la previsión del
advenimiento de una sociedad basada en la socialización de la propiedad. Para analizar
esta gran empresa es necesario organizar a la clase obrera en una única fuerza de
combate y prepararla para la lucha final, esto es, darle una conciencia de su propia
praxis.

A diferencia de la mayor parte de sus predecesores, Marx y Engels consideraron el
socialismo no como un ideal del que pudiera trazarse un anteproyecto atractivo sino el
producto de las leyes del desarrollo del capitalismo que los economistas clásicos fueron
los primeros en descubrir y tratar de analizar. La revolución proletaria fue concebida
por los fundadores del socialismo científico como resultado de un proceso histórico
objetivo, independiente de la voluntad humana, y el socialismo como la coronación de
un desarrollo progresivo que lentamente habría mejorado “almas y cosas” para un tipo
de sociedad armónica y perfectamente integrada.

El socialismo científico difería del utópico en su insistencia acerca de que la transición
al socialismo era un proceso social objetivo enraizado en la contradicción del
capitalismo que creaba el moderno movimiento obrero. El paso del socialismo como
utopía al socialismo como ciencia, pretendió establecer una diferencia esencial en
cuanto: al modo de concebir la nueva sociedad; los medios para alcanzarla; el agente
histórico fundamental del cambio; los objetivos de la propia transformación social.


                                                                        Utopía socialista y feminismo

En el pensamiento que genéricamente se define como utópico, como “premarxista o
protosocialista”17 , confluyeron, para conjugarse o para chocar, las instancias más
diversas, que tenían en distintas fuentes su origen: en el Siglo de las Luces, en las
premisas políticas proporcionadas por la Revolución Francesa, en la economía política
clásica, en las conquistas de la ciencia con sus consiguientes aplicaciones a la industria,
en las propias conmociones internas de la Iglesia y, sobre todo, en las condiciones
sociales de las enormes masas de pobres del hemisferio occidental.

Aunque, la mayoría de las veces, escindido y sin coordinar en un sistema homogéneo,
este movimiento de ideas representó un movimiento de ruptura revolucionaria que
propone nuevos criterios para la valoración de la sociedad.




17
     G. M: Bravo, Historia del socialismo, 1789- 1848, Editorial Ariel, Barcelona, 1976, p. 9.


                                                                                                  11
12

Pese a sus altibajos conceptuales y metodológicos y al valor muy diferenciado de cada
uno de los autores, los socialistas utópicos quisieron resolver las grandes cuestiones
sociales que afectaban a la organización del trabajo y a los trabajadores. Precisamente
esto les llevó a ocuparse de la economía, de la fábrica, de las condiciones productivas de
la sociedad en la que los trabajadores vivían, actuaban, eran explotados y privados de la
posibilidad de dirigir autónomamente su propia vida, de reproducirse moral, intelectual
y biológicamente.

Así, pues, partiendo del análisis crítico de las condiciones de la sociedad capitalista y,
evidentemente, de la temática prioritaria de la propiedad, fueron múltiples los campos,
los sectores de intervención en los que ellos “demostraron no tanto promover reformas,
como sacar conclusiones”, por lo que “a éstos no se les puede negar el calificativo de
revolucionarios, fuera cual fuera la táctica adoptada para realizarla”18.

De esta manera, los temas fundamentales en todo el pensamiento utópico fueron: el
problema de la igualdad, a partir del cual los utópicos rechazaron la exaltación de la
libertad abstracta tal y como la concebía el liberalismo; la educación, los socialistas
utópicos se presentaron ante todo como educadores para la preparación de la nueva
sociedad; el internacionalismo, manifiesto en dos dimensiones: la paz y el
internacionalismo proletario; y la liberación del mundo del trabajo y de los trabajadores
y, dentro de este marco, la emancipación femenina.

Al respecto apunta Bravo, “sobre este último tema (el de la emancipación de la mujer),
se observa que todos los pensadores eran sumamente abiertos. Incluso algunos fueron
decididamente feministas, elaborando escritos sobre el asunto”19. Hoy, el movimiento
feminista ha empezado la recuperación de las ideas y esperanzas de los/as primeros/as
socialistas.20 Este replanteamiento del feminismo contemporáneo toma como punto de
partida justamente un aspecto de la elaboración de aquel proyecto socialista pre-
científico que difiere sustancialmente del socialismo „científico‟, esto es, el problema de
la emancipación de las mujeres.

Mientras que la visión de una existencia familiar y sexual reorganizada ocupó un lugar
central en el pensamiento socialista utópico, en el llamado „científico‟ se vio cada vez
más relegada a un último término de la agenda del cambio, cuya atención principal se
centró en una revolución de las estructuras que, se pensó, liberaría automáticamente a
toda la clase obrera, incluidos hombres y mujeres por igual.

El socialismo „científico‟ enfocó de manera totalmente distinta las relaciones de
género/clase, dando como resultado que el androcentrismo fuera reducido a una relación
burguesa de propiedad, sustrayéndolo de este modo de la lucha de clases.21

Con el paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia –cuando el anterior
sueño de emancipación de toda la humanidad fue desplazado por la lucha de una sola
clase- las mujeres y sus intereses fueron arrinconados básicamente a partir de dos

18
   Ibidem, p. 12
19
   Ibidem, p. 30
20
   El desarrollo de este planteamiento pertenece a Bárbara Taylor: “Feminismo Socialista: Utópico o
Científico”, en
21
   Cf. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú,
s. f.


                                                                                                     12
13

maneras: por una parte, el cambio estratégico por la lucha proletaria significó la
marginación política de todos aquellos que científicamente hablando no eran
proletarios; así la insistencia del socialismo científico apretó la red hasta el punto que
sólo una minoría de mujeres fueron atraídas a su interior. Por otra, este constreñimiento
de la lucha socialista marginó a toda una serie de asuntos fuera de los límites de la
política revolucionaria. Dado que lo que estaba en juego era la reformulación de las
relaciones productivas, todas las cuestiones relacionadas con la reproducción, el
matrimonio o la existencia personal dejaron de ser problemas centrales de estrategia
revolucionaria para convertirse en cuestiones meramente privadas.

Por el contrario, ¿por qué la lucha contra la opresión sexual fue parte fundamental de la
estrategia del socialismo utópico? Sucede que para la mayoría de sus seguidores, el
capitalismo no era sencillamente un orden económico dominado por una división única
basada en las clases, sino un gran campo donde se enfrentaban múltiples antagonismos
y contradicciones, cada uno de los cuales vivía tanto en el corazón y en la mente de
mujeres y hombres, así como en sus circunstancias materiales.

Desde esta perspectiva, la crítica del socialismo utópico se desenvuelve entre un análisis
económico de la explotación de la clase obrera, una condena al moral individualismo
egoísta y una explicación psicológica de los impulsos disociales, que se gestaban, no
sólo en las fábricas y en los talleres sino también en las escuelas, las iglesias y, sobre
todo, en el hogar. Para los socialistas utópicos, el “sistema competitivo” se apuntalaba
en hábitos de dominio y subordinación formados en los ámbitos más íntimos de la vida
humana.

Con todo y que los/las „protosocialistas‟ no pudieron identificar la raíz de la
subordinación y la emancipación de la mujer, el feminismo socialista reivindica la
fundamental unidad y profundidad de este cuerpo teórico en cuanto al tratamiento que
dio a la cuestión de la emancipación de las mujeres, proporcionando una alternativa de
sociedad que liga la situación de opresión de la mujer con su situación en el trabajo, en
el hogar, en la iglesia, sin dejar de articular su transformación específica a las luchas y
objetivos de los demás trabajadores. De ahí que, contra la tradición de considerar al
socialismo utópico como una curiosidad en la historia del pensamiento social y político,
el movimiento feminista contemporáneo haya renovado y enriquecido nuestra visión de
los orígenes del socialismo.




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14




                  PARTIDOS POLÍTICOS O LAS TRAMPAS DEL SEXO



                                               Cuando el ejecutivo del partido afirma algo,
                                             yo nunca me atrevería a no creerle, pues como
                                    fiel miembro del partido es válido para mi el viejo lema:
                            Credo Quia Absurdum (lo creo precisamente porque es absurdo).
                                    Rosa Luxemburg en un congreso socialdemócrata (1911)



                                                                                     Introducción


Se ha dicho, con razón, que “la historia del capitalismo es una historia de
transformaciones que califican no sólo las modificaciones internas del grupo dominante
en su relación con la economía...., sino también la articulación de este proceso de
“etapas” del capitalismo con la asimismo cambiante presencia de las clases
subalternas”. De esta manera, “analíticamente, cada fase supone... modificaciones en el
patrón de acumulación pero también en el patrón de hegemonía”22. La extensión de los
derechos de ciudadanía a las mujeres no podría ser explicada fuera de estas premisas.

En efecto, la incorporación institucional de las mujeres al mundo público tuvo lugar en
medio de intensas luchas sociales, desde las últimas décadas del siglo XIX, como parte
de un conjunto muy complejo de cambios en el modelo de dominación política en las
sociedades occidentales. Las manifestaciones de esta transformación de las funciones y
estructura del Estado y los arreglos correspondientes, variaron de acuerdo a las
especificidades de cada región y país.

Se pusieron en marcha modalidades de gestión y procesamiento de conflictos
aparentemente contradictorios entre sí. Si, por un lado, tuvo lugar una “difusión de lo
político” (Wolin) que abrió paso a un relativo proceso de pluralización de la sociedad
civil, por otro, se fortaleció la burocratización y centralización del sistema político y de
los órganos encargados de tramitar las demandas y conflictos sociales.

Las luchas de las mujeres occidentales por el derecho a la educación, al divorcio, a la
patria potestad, a la maternidad voluntaria, a la jornada de ocho horas, a igual salario
por igual trabajo, a la creación cultural, de alguna manera expresan el paulatino
desplazamiento de lo público a otros espacios que antes eran considerados
eminentemente privados.

Novedosos movimientos sociales –típicos de los primeros años del siglo XX- se
convirtieron en espacios de “socialización de la política” (Ingrao), que lograron
promover importantes acciones contrahegemónicas, en los que las mujeres, además,

22
     Juan C. Portantiero, Los usos de Gramsci, Folio Ediciones, México, 1981,p. 16


                                                                                              14
15

tuvieron un gran protagonismo. Castells señala, por ejemplo, que todos los informes
sobre los movimientos inquilinarios, tan comunes en los países occidentales, convergen
en un punto preciso: ser una lucha basada fundamentalmente en la iniciativa de las
mujeres. Y añade: “ las mujeres eran los actores, no los sujetos de la protesta.
Reclamaban el derecho a vivir para sus familias y eran los agentes de una protesta
orientada hacia el consumo, como continuación de su papel de agentes consumidores
dentro de la familia, aún cuando al mismo tiempo fueron obreras. En sus exigencias, no
abordaban la cuestión de la desigualdad basada en el sexo. Sin duda, el propio proceso
transformó la percepción de las mujeres sobre sí mismas, así como su papel en la
comunidad”23.

Otro tanto ocurre con el movimiento sufragista, al que hay que entender dentro de un
contexto de crítica más profunda a otros aspectos de la sociedad que ponían limitaciones
a la participación de las mujeres. El tema del voto, además, constituyó un medio de unir
a mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad siempre estuvo
marcada por serios desencuentros.24

Mientras tanto, otros procesos ocurren a nivel del sistema político estatal. Así el
partido de masas se convierte en factor determinante, en una organización
deliberadamente construida para alcanzar una meta específica: el poder político, por
medio de un personal político profesional y a tiempo completo.25 Se trata, en fin, del
“típico partido de electores que se plantea la conquista del poder político –por
consiguiente, partido de adultos y adultos del sexo fuerte”26.

En efecto, si bien el ganar el derecho al voto hizo converger la atención de las mujeres
en la política, motivando que “algunas se movieran inmediatamente para sacar partido
viendo que no sólo podían votar sino también competir por los puestos políticos”27, lo
cierto es que las nuevas modalidades de organización y participación en el sistema, dan
un nuevo carácter al activismo femenino, principalmente en los partidos, que implican
marginación y exclusión de los niveles de toma de decisiones. Desde entonces, en
última instancia, las razones más ondas de la recurrente apatía de las mujeres para
continuar la lucha por sus derechos parecen radicar aquí.

En este sentido, es revelador lo ocurrido en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD), cuando esta agrupación amplía su proyecto político nacional: “En 1908, cuando
la afiliación de las mujeres a los partidos políticos fue legalizada en toda Alemania por
primera vez, la dirección del partido aprovechó la oportunidad para integrar al
movimiento de las mujeres en el partido y reemplazar a (Clara) Zetkin por la menos
radical Luise Zietz… (1865-1922)…, quien era de origen proletario. No era una
intelectual como Zetkin y carecía de su talento para la síntesis teórica. Ante todo, Zietz

23 Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza
Editorial, Madrid, 1986, p. 67.
24
   Cf. Richard Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa,
América y Australia, 1840-1920; Siglo XXI Editores, 1980.
25
   Cf. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva; 7ª reimpr., FCE, México,
1984, especialmente: IX. La institución estatal racional y los partidos políticos y parlamentos modernos
(Sociología del Estado).
26
   Madeleine Roberioux, “El socialismo francés de 1871 a 1914”, en VV AA, Historia General del
Socialismo 2. De 1875 a 1918; Editorial Destino, Barcelona, 1979, p. 281.
27
   Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, México, 1983,
p. 281.


                                                                                                      15
16

fue una proselitista. Siempre de viaje, buscando apoyos y reclutando nuevas socias en
todo el país, representaba el nuevo tipo de dirección burocrática que estaba
reemplazando al viejo tipo de carisma de mujeres como Zetkin en todo el SPD. Bajo la
dirección de Zietz, el movimiento de mujeres del SPD alcanzó la cifra de casi 175,000
afiliadas en 1914. Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la
sindicación de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres
sindicadas inmediatamente antes del estallido de la primera guerra mundial”28.


                                                     Género y formas modernas de dominación


La batalla de las sufragistas –una especie de fase fundacional de las luchas políticas del
movimiento de mujeres occidentales- tuvo lugar en el seno de un sistema tradicional de
partidos, típico de sociedades caracterizadas por niveles bajos de movilización y
participación políticas, donde prevalecía el partido de notables (“partidos de patronaje”,
como también les llamó Weber), esto es, una especie de asociación constituida
esencialmente por elites poseedoras, en una situación de competición electoral
restringida y muy patrimonial.29

En este ambiente llama la atención cómo las propias mujeres – a veces con el apoyo de
algunos „notables‟- lograron generar asociaciones y clubes autónomos de carácter social
y político, aunque muy semejantes a los partidos tradicionales, en cuanto a su estructura
interna y a los mecanismos para designar la representación. Estos esfuerzos por darse
una estructura organizativa autónoma afirman el papel de la mujer en la sociedad y
logran abrir brechas en el sistema de dominación imperante, introduciendo –aunque no
todo el tiempo con éxito- sus reivindicaciones específicas.

Sin embargo, cuando esto ocurre, cuando al fin se reconocen jurídicamente los derechos
políticos de las mujeres, el ejercicio real de la ciudadanía tiene lugar en una nueva fase
de reconstrucción hegemónica capitalista, que modifica de raíz los presupuestos de la
acción política, tanto de las elites dominantes como la de los grupos sociales
subalternos.

Es así como los nuevos mecanismos institucionales de distribución del poder implicaron
un desplazamiento a favor de las fuerzas organizadas de la economía y de la sociedad.
Lo importante aquí es que el nuevo modelo institucional (corporativo según Ch. Maier),
“buscaba menos el consenso a través de la aprobación ocasional de las masas, que por
medio de una negociación continuada (continued bargaining) entre intereses
organizados”30.

En las nuevas condiciones, las características personales continuaron siendo importantes
para determinar las actitudes y los comportamientos hacia la actividad política. Pero

28
   Evans, op. cit., pp. 191-192.
29
   Weber, op. cit., pp. 107-1117. No obstante, el diverso uso que hace Weber de este concepto, en su
tipoogía de la dominación el patrimonialismo es una de las formas de la dominación tradicional que
contribuye u obstaculiza el surgimiento y la consolidación del Estado moderno. Cf. Gina Zabludovsky
Kuper: Patrimonialismo y modernización. Poder y dominación en la sociología del Oriente de Max
Weber, FCE, México, 1993.
30
   Citado por Portantiero, op. cit., p. 21.


                                                                                                       16
17

ahora, una persona o un pequeño grupo dispuestos a emprender cierto tipo de acción
política sólo pueden expresar sus demandas al gobierno a través del sistema de partidos
y el sistema electoral.

Como vemos, esta tendencia organizativa de la democracia moderna implicó, en primer
lugar, a los partidos políticos. No es casual que empiecen a aparecer en los inicios del
siglo XX, los primeros estudios sobre el fenómeno partidista moderno, que centran en la
naturaleza de éstos el principal problema democrático. Así, según Michels y su famosa
ley de hierro de la oligarquía, es inevitable la concentración del poder en la cúpula de
las organizaciones políticas con la pérdida de influencia por parte de los miembros de
base: “la organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los
electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los
delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”31.

Esta perspectiva crítica permite centrar la atención en los procesos y funciones que
caracterizan a los partidos, por tanto, las líneas internas del conflicto real que
determinan los procesos de decisión: ¿cómo se determina el liderazgo del partido?
¿quién(es) y cómo designa(n) a los candidatos a las elecciones? ¿qué amplitud tiene la
libertad de acción de las personas elegidas? ¿quién(es) decide(n) la formación o el fin
de la coaliciones gubernamentales? ¿cuál es el papel de los/as afiliados/as en la toma de
decisiones? ¿cuál es el papel de los órganos partidistas? ¿cómo son definidos y/o
decididos los temas y problemas prioritarios del partido? ¿cómo cambian estos
procesos según el papel de gobierno o de oposición del partido?

Estos procesos internos, que representan ciertamente un área oscura en la literatura
sobre los partidos, podrían constituir los indicadores más adecuados para medir la
desventajosa posición de las mujeres en esos espacios de poder.

Reberioux cuenta cómo en el Congreso del PSF, en Tours, en 1902, las mujeres
socialistas francesas no lograron que el partido aprobara oficialmente el principio “a
trabajo igual salario igual” ni la propuesta de crear una tribuna femenina en la prensa
socialista. Algunos grupos de mujeres abandonaron el PSF se adhirieron al PSdF, otra
tendencia socialista. Pero también aquí, el problema laboral era considerado, en la
práctica, como algo secundario. “Dada la situación, nadie planteó esta cuestión en el
momento de la unidad... A pesar de la campaña de prensa promovida en 1907 por Brake
y Jaurés en pro del derecho de voto femenino, el partido no se movilizó, y las mujeres
socialistas -¿2,000 en 1912?- no volvieron a plantear iniciativas en ese terreno... ¿Qué
hacían, pues, las mujeres en la SFIO? No tenían ni un escaño en la CAP. No existía
ningún organismo específico en el que pudiesen plantear sus problemas... La SFIO no
ofrecía a las mujeres ni el calor de una buena acogida, ni las motivaciones necesarias
para actuar, ni los medios imprescindibles para su organización militante...32”.

En 1946, la dirigente peruana Magda Portal escribió una novela –La Trampa-, en la
cual, a través del personaje María de la Luz, describe su propia participación en los
consejos ejecutivos del APRA y sus relaciones con el ejecutivo aprista: “María de la
Luz tiene un puesto importante en el ejecutivo. Pero las reuniones de este organismo
siempre se realizan sin ella. ¿Cómo podrían tener confianza en la discreción

31
   Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna, 2ª ed., vol. 1, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972, p. 78.
32
   M. Reberioux, op. cit., pp. 282-283.


                                                                                                         17
18

femenina?... María no es servil... Tiene prejuicios intelectuales. No se lleva bien con las
esposas de los líderes porque se considera mejor que ellas. No se lleva bien con los
líderes del partido porque la presencia de una mujer entre tantos hombres los
escandaliza. Además, siempre sorprenden sus opiniones. Cuando hace su aparición en
el ejecutivo ellos tratan sólo problemas formales. Y cuando está en desacuerdo, la
mayoría de los hombres la refutan. Se encuentra sola. A menudo deja la habitación en
señal de protesta, y entonces todos respiran más a sus anchas”33.

El caso de la socialista polaca Rosa Luxemburg es, en este sentido, emblemático.34 El
problema de política práctica y teórica, que se planteó esta extraordinaria mujer –
llamada por sus propios camaradas la Viruela Luxemburgo-, y que la llevó a sus
históricas diferencias con V. I. Lenin, fue precisamente la naturaleza del partido político
que a su juicio requería el proletariado.

En 1904, Luxemburg publica el notable y revelador escrito “Problemas organizativos de
la socialdemocracia”, como respuesta al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos
atrás, ambos de Lenin. Sin negar la necesidad del centralismo propuesto por el
dirigente ruso, Rosa objetó hacer de esta forma organizativa una virtud hasta convertirla
en un verdadero principio. Y reconoce: “Los socialistas rusos se ven forzados a asumir
la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que
normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia
prima que la propia burguesía provee en otros países...”35.

El costo de esta crítica, sin embargo, fue alto; un aspecto de la vida partidaria de
Luxemburg que no ha sido documentado suficientemente, pero que ayuda a explicar su
desaliento. Se trata del virtual aislamiento –excepto cuando se trataba de explotar su
gran talento- que sufrió por parte de sus camaradas socialdemócratas.

En una carta que envía a Clara Zetkin, en 1907, donde expone sin reservas su
pensamiento sobre Auguste Bebel, viejo dirigente socialista de gran influencia en el
partido, señala: “Después de mi regreso de Rusia me siento apaciblemente sola... Siento
la pusilanimidad y la ordinariedad de todo nuestro Partido de una manera tan áspera y
dolorosa como jamás en el pasado. Pero no me inquieto por estas cosas como tú,
porque ya he comprendido con impresionante claridad que estas cosas y estos hombres
no se pueden cambiar sino hasta que la situación haya mudado enteramente”36. Y
confiesa con amargura: “Mientras que se trataba de defenderse contra (Eduard)
Bernstein37... aceptaban nuestra compañía y nuestra ayuda ya que solos se hubieran

33
   Citado por Chaney, op. cit., ,p. 159.
34
   De acuerdo a la filósofa húngara Agnes Héller, fue la mujer representativa del movimiento socialista;
para Heller, dos palabras -representativa y mujer- deben ser subrayadas. “Rosa Luxemburgo tenía la
destreza de prever futuros peligros en embrión. No sólo le interesaron los peligros aislados, sino todos los
posibles peligros del movimiento socialista analizados y criticados por su incomparable talento... Previó
la coyuntura en la que una acción común para liberar a la gente se convierte en un nuevo lazo de dominio,
ya fuera la formación de un Gabinete, la organización de un partido elitista, la imposición tajante de la
voluntad de ese partido sobre el pueblo, o el apoyo a una guerra. Todo lo que anticipó y advirtió fue
cierto. Y esto no fue casual: además de ser una dirigente en el movimiento socialista, Rosa fue una
estudiosa a la vanguardia de su tiempo...”. “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos 31,
México, julio 1980, pp. 33-34.
35
   Rosa Luxemburg, Obras escogidas, tomo 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, p. 147.
36
   Citado por Lelio Basso, Rosa Luxemburg, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, p. 86.
37
   Socialdemócrata alemán quien en sus artículos publicados bajo el título “Problemas del socialismo”
(1897-98), sometió a revisión por vez primera los principios básicos del marxismo.


                                                                                                         18
19

hecho en los calzones. Pero si se pasa a la ofensiva contra el oportunismo, entonces los
viejos están... contra nosotros”38.

Años después, en una carta enviada desde la cárcel a Matilde Wurm, con fecha 28 de
diciembre de 1916, dice: “Si sólo me acuerdo de la galería de tus héroes me siento
desmoralizada... Te juro: preferiría pasarme aquí años... más bien que tener que
“luchar”, hablando con tu permiso, con tus héroes, o en general tener que ver con
ellos”39.

Lelio Basso, político italiano y estudioso de su obra, ha afirmado en torno a la escabrosa
relación de Luxemburg con la dirección política de su partido: “Esta tensión
revolucionaria suya, junto con la inflexibilidad de su carácter, le hicieron
particularmente difícil el aclimatarse a la vida de la socialdemocracia alemana. Entre
los „padres (del SPD)‟, Rosa Luxemburgo con su insólito temperamento para la
concepción alemana, con sus ideales no dispuestos a compromisos, que desempolvaban
los ojos de la rutina, que aclaraban y ampliaban los horizontes, podía suscitar un
sentimiento de extrañeza más que de confianza y de benevolencia”40.

Vemos, pues, que no todo el tiempo saber es poder.


                                         Género y reformas del Estado en América Latina


Y es que, en general, los partidos políticos no son sólo una articulación de la sociedad,
el conglomerado de personas que voluntaria y libremente se asocian, sino que desde su
formación tienden a asemejarse al Estado. “No sólo porque proponen soluciones
globales, sino porque las conciben en los mismos términos que el Estado, aun cuando
reivindiquen un contenido político distinto al existente; y, sobre todo, porque funcionan
como un Estado en miniatura, porque reproducen en su interior aquellas estructuras de
poder, jerarquía y mandato que las mujeres parecen aborrecer o de las que, al menos,
desconfían en extremo”41.

Así, en los partidos las mujeres se encuentran confinadas a determinados sectores que
corresponden a su lugar tradicional en ciertas zonas de la sociedad. Como señala
Rossanda: “Le confían a las mujeres un territorio, zonas reconocidas como afines a los
intereses de las mujeres; zonas „liberadas‟ que a menudo chocan con contradicciones,
disciplinas, prioridades del Partido distintas y hasta opuestas, a sus propósitos y
objetivos” 42. En no pocas ocasiones, las mujeres no tienen el peso que deberían tener
en el interior de los partidos, no tanto porque éstos las rechacen sino porque las propias
mujeres se distancian ya que se sienten ajenas a las “maniobras de facción” que
determinan las luchas por el poder al interior de esas organizaciones políticas; es casi
siempre un hacer política extremadamente competitivo, verticalista y jerarquizado.



38
    Lelio Basso, op. cit.,, p. 87.
39
    Ibidem, infra.
40
    Ibidem, p. 84.
41
    Rossana Rossanda, op. cit,,p. 213.
42
   Ibidem, p. 217.


                                                                                        19
20

Si bien, durante las últimas cinco décadas la mayoría de los partidos ha gozado de una
participación numerosa de mujeres militantes, su peso, en cambio, ha sido muchísimo
menor. En realidad, no corresponde a la gran base de mujeres que ayuda a sostener la
existencia del partido.

No ha sido suficiente que en algunos países los partidos políticos hayan introducido el
sistema de cuotas, un mecanismo que garantiza que un porcentaje mínimo de mujeres
estén representadas en la dirección del partido y en las listas de candidaturas a puestos
de elección.

En América Latina la situación es más compleja, porque la ampliación de la ciudadanía
tuvo lugar en condiciones mucho más adversas que en la mayoría de los países europeos
y EU. El grueso de la masa de mujeres y hombres que desde la década de los treinta
irrumpió en la política de sus países, estaba formada fundamentalmente por gente del
campo, migrantes rurales en medio de espantosas condiciones de vida. Como señala
Hobsbawm, “era una población sin compromisos previos –ni siquiera compromisos
potenciales- con ninguna versión de política urbana y nacional y mucho menos con
ninguna creencia que pudiera constituir la base de dicha política”43.

El Cuadro 1 muestra cómo, en un extenso período que parte de 1929 y llega hasta 1983,
las mujeres latinoamericanas y caribeñas logran acceder a los cotos hasta ese momento
cerrados de la política oficial, pero sólo formalmente, se entiende. De hecho, será el
tipo de dominación política que prevalezca en el país el que determinará en buena
medida las realidades de esa incorporación.

En todo caso, cualquier análisis retrospectivo sobre la experiencia política durante estos
largos años, tiene que tomar en cuenta el tremendo atraso cultural –provocado
básicamente por el analfabetismo- de buena parte de la sociedad latinoamericana, lo que
implicó una situación prepolítica de circunstancias extraordinariamente desfavorables
para el éxito de una apertura democrática, particularmente en lo que atañe al activismo
(o pasividad) de las mujeres y sus preferencias políticas.




43
 Eric Hobsbawm, “Los campesinos, las migraciones y la política”. En VV AA, América Latina:
Dependencia y Subdesarrollo; EDUCA, San José, 1973, p. 583.


                                                                                             20
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                         CUADRO # 1
 TIPO DE DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUFRAGIO NACIONAL FEMENINO
               EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE




TIPO DE DOMINACIÓN            PAÍS                AÑO SUFRAGIO FEMENINO




Régimen populista que         Ecuador                     1929
amplía „desde arriba‟         Brasil                      1932
la participación política     Guatemala                   1945
                              Venezuela                   1947
                              Argentina                   1947
                              Colombia                    1957


Régimen autoritario en        Cuba                        1933
período de fuerte represión   El Salvador                 1939
política                      Rep. Dominicana             1942
                              Haití                       1950
                              Honduras                    1955
                              Nicaragua                   1955
                              Perú                        1955
                              Paraguay                    1961


Régimen liberal de
participación restringida     Uruguay                     1932
                              Panamá                      1945
                              Chile                       1949



Régimen de transición         Costa Rica                  1949
después de insurrección       Bolivia                     1952
popular y/o guerra civil


Régimen de partido único      México                      1953


Descolonización dentro de     Jamaica                     1962
la Mancomunidad
 Británica                    Trinidad y Tobago           1962
                              Barbados                    1966
                              Bahamas                     1973
                              Granada                     1974



                                                                          21
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                                  Dominica                                   1978
                                  Santa Lucía                                1979
                                  San Vicente y Granadinas                   1979
                                  Antigua y Barbuda                          1981
                                  Belice                                     1981
                                  San Cristóbal y Neivis                     1983


FUENTES: Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE,
Méxcio, 1983, p. 271.
Pablo González C., coord.., América Latina: Historia de medio siglo. 2 vols., Siglo XXI Editores,
México, 1981.
__________, América Latina en los años treinta, UNAM, México, 1977.




Una encuesta realizada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la CEPAL, a la
vez que señala que las mujeres de la región prácticamente se encuentran recién llegada a
la ciudadanía plena, consigna que los porcentajes de participación femenina en
congresos o parlamentos variaban de 0 a 13.3%.44

Y es que si bien la actitud de los dirigentes de partidos políticos hacia la participación
de las mujeres ha ido variando históricamente en función del contexto, de la relación de
los distintos partidos en el poder y de la ideología que sustentan, esos ordenamientos
políticos no han dejado de ser sospechosos para la mayoría de las mujeres.

Teniendo en cuenta la presencia subordinada de las mujeres y de sus demandas en las
estructuras y programas partidarios, así como la preeminencia masculina en las distintas
áreas de la política formal, en nuestros días uno de los temas más polémicos dentro de la
actual reforma del Estado en América Latina y el Caribe es el referente al
establecimiento de cuotas de representación femenina y de medidas de acción
afirmativa en dichas instancias. Las modalidades que buscan aumentar la
representación femenina en los cargos de toma de decisiones políticas y mejorar sus
posibilidades electorales, varían desde las cuotas mínimas de inserción en los niveles de
toma de decisiones en los partidos, pasando por diferentes formas de listas electorales
hasta la modificación de la distribución de las circunscripciones electorales en las que
por lo menos un escaño sea ocupado por una mujer.

Cuando ha surgido, el tema ha generado siempre una fuerte resistencia. Muchos/as de
quienes se oponen a este mecanismo apelan a un supuesto “neutro político”, según el
cual los lugares y puestos de mayor responsabilidad deben ser ocupados por los
“mejores militantes”, independientemente de su adscripción de género. Para un
especialista como Dieter Nohlen, “de existir una cuota legal, las diputadas se sentirían,
finalmente, como diputadas de segunda clase, a lo que, por otra parte, se oponen las
mujeres”.

Por su parte, quienes pugnan por las cuotas y por otras medidas de acción afirmativa –
comúnmente mujeres militantes de partidos políticos- insisten en negar, en contra de la

44
 Citado por Blanca I. Solano, “Mujer y Política”, Doble Jornada # 56, 2 de septiembre de 1991,
México, p. 2.


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23

idea de que los representantes políticos deben atender los postulados generales de los
partidos y no defender intereses particulares de grupo, que el sistema de cuotas y otros
semejantes permitan concebir a las mujeres como una categoría homogénea o como un
grupo con intereses comunes. Afirman la necesidad de reconocer la existencia de
condiciones sociales e históricas diferenciales para el pleno desarrollo político de las
mujeres y la necesidad de superarlas diseñando espacios donde las mujeres puedan
acceder de manera privilegiada para ejercitarse y potenciar su participación en el ámbito
público.

En Panamá, a mediados de 1995, fue publicado un informe de investigación sobre la
participación de la mujer en los partidos políticos, auspiciada por el Centro Pro-
Democracia y el Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos. De acuerdo a este
estudio, 80% de las personas entrevistadas –hombres y mujeres líderes y miembros
activos de partidos- respondió negativamente a la pregunta de si en los estatutos
partidarios se debería establecer un porcentaje mínimo para mujeres en las posiciones de
liderazgo dentro del mismo.

No obstante esta opinión, llama la atención que el 83% de la muestra en referencia
también haya aceptado la necesidad de tomar medidas –entre ellas, cambios de la
política interna del partido- para que las mujeres inscritas participen más activamente; y
para que, además, una amplia mayoría reconozca que el asignar a las mujeres trabajos
importantes para el partido y nombrarlas de principales en los cargos, y no sólo de
suplentes, son medidas que estimularían la participación femenina en estos órganos de
poder.

Ahora bien, estos datos hablan menos de opiniones definitivas, contradicciones o
despropósitos, y nos sugieren más bien el grado de complejidad de un asunto político
que requiere especial y cuidadoso tratamiento. En otras palabras, la resistencia
mostrada evidencia no sólo la existencia de profundas conductas ideologizadas y
patriarcales el interior de los partidos políticos y un problema de competencias por
ocupar los puestos de poder, sino también el alcance de la discusión teórico-política en
torno al aspecto general del sentido de la representación.

Y es que si bien el debate en torno a las cuotas contempla tanto una concepción de
fondo como una respuesta pragmática a una situación dada, cobra especial sentido en el
momento actual en el que el conjunto de los partidos se encuentra ante la necesidad de
modernizar sus estructuras internas y sus maneras de penetración en la sociedad y de
legitimar sus acciones legislativas y/o gubernamentales.

De aquí que la cuestión acerca del establecimiento de las cuotas de representación
femenina puede no resultar ajena a las instancias de dirección de los partidos, en tanto
se perciba en ellas una forma de atender, cuidar y acercar al electorado femenino, pero
también de alterar la lógica de funcionamiento de los sectores burocráticos y más
arcaicos dentro de los mismos.

Por lo que conocemos de otras experiencias latinoamericanas, es probable que, en lo
que resta de la actual década, esta demanda sea uno de los ejes principales del quehacer
político cotidiano, así como que las condiciones de su resolución dependerán en mucho
del desarrollo de los propios partidos y de su capacidad para dotarse de estructuras
orgánicas y de funcionamiento más modernos.


                                                                                        23
24



Sin embargo, el asunto no sólo atañe a los partidos per se. De manera decisiva tiene
que ver con la praxis política de las propias mujeres partidarias. En este sentido, dos
aspectos parecen definir las actividades políticas que contribuirían a fortalecer esta
vertiente de mujeres, desde los cuales podrían impactar a sus organizaciones, al
movimiento amplio de mujeres y, eventualmente, al Estado mismo. El primero está
ligado al trabajo puntual que deben realizar en el seno de su propia organización política
y con su posible incidencia en los cargos y puestos directivos de los propios partidos.
Aquí, el centro está puesto en la conformación de la agenda partidaria –tratando de que
los temas femeninos ocupen un lugar en las plataformas políticas de los organismos- así
como en la discusión acerca de las cuotas de representación de las mujeres en la propia
estructura y en las listas de candidatos a ocupar cargos de elección popular. El segundo
se refiere a su actividad externa y a la posibilidad de establecer puentes y canales de
acuerdo político con mujeres de otras opciones partidarias y de operar en la arena
legislativa. Acá, el énfasis aparece en el acceso de las demandas y propuestas acerca de
la problemática de las mujeres en la agenda parlamentaria y en la construcción de las
alianzas posibles entre legisladoras de distintos partidos.

Independientemente del resultado final de la lucha por las cuotas u otros mecanismos de
discriminación positiva, lo cierto es que, donde y cuando ha ocurrido, este debate ha
contribuido en gran medida a que núcleos femeninos muy diversos –tanto por sus
orígenes socioeconómicos como por las opciones políticas a las que eventualmente se
pueden sumar-, hayan podido enarbolar un cuerpo de demandas específicas, se hayan
dotado de un discurso propio e incidido en el ámbito público. Todo ello es
imprescindible para el desarrollo de un sistema democrático que garantice tanto la
representación como la participación. Lograrlo es un paso político positivo para
ampliar la participación de las mujeres y para profundizar la cultura democrática.


                                                              Las lecciones de la historia


Hoy, el reordenamiento político mundial que ocurre desde finales de la década de los
ochenta, tornan inevitable el replanteo profundo de una problemática tan densa y
compleja como ésta.

En 1911, Robert Michels hacía una advertencia al movimiento socialista: “el problema
del socialismo –decía- no es simplemente un problema de economía... El socialismo es
también un problema de administración, un problema de democracia”45.

Hoy aquel modelo de construcción del socialismo se ha extinguido y sobre sus ruinas se
levanta, petulante y jactancioso, un nuevo orden mundial de mercado que, entre otras
modalidades, fija en mecanismos democráticos la transacción entre intereses sociales
distintos y/o contradictorios. Los partidos políticos, compitiendo entre sí, vuelven a ser
los principales agentes del proceso de formación de la voluntad política en el Estado y
en la sociedad.




45
     Michels, op. cit., vol. 2, p. 173.


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Uno de los interrogantes que con mayor urgencia se plantea es el de si la
democratización del Estado podrá realizarse sin que se produzca también un proceso de
transformación social. Esta es una cuestión decisiva en la relación de las mujeres y la
política.

Agnes Héller señaló una vez que “con frecuencia, las mujeres se parecen a las personas
que no pueden dormir y se voltean a un lado y otro en lugar de darse cuenta que la causa
de su insomnio es una ansiedad interna que no puede eliminarse con simples cambios de
posición”46 . Esta afirmación sugiere algunos indicios sobre los términos y condiciones
de una participación política femenina que sólo se plantee en clave cuantitativa y deje
tal como está el sistema de partidos y los vínculos actuales entre la sociedad civil y el
Estado.

Como es fácil suponer, todo esto queda subordinado al desarrollo de las luchas sociales.
Si bien esto último dista de estar garantizado, hoy son muchas las mujeres que luchan
denodadamente para hacerlo posible.




46
     Héller, op. cit., p. 37


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                      DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO

                                              En el bicentenario de la Revolución Francesa




“¡Oh!, mi pobre sexo... Oh, mujeres que nada obtuvieron de la revolución!”47. A esa
amarga conclusión arribó Olympe de Gouge –autora, en 1791, de la primera y nunca
aprobada Declaración de los Derechos de la Mujer- poco antes de ser guillotinada, en
1793.

Y es que, desde entonces, las mujeres parecen marginadas de la herencia política de la
Revolución Francesa. Si bien participaron con furia y pasión entre las enardecidas
multitudes parisinas que se volcaron a las calles y se tomaron La Bastilla, más tarde, los
Estados Generales premiaron, sobre novecientos certificados de mérito por aquella
acción heroica que cambió la relación entre pueblo y poder, sólo a una mujer.48

Pero la efervescencia revolucionaria siguió, y así las mujeres se lanzaron tras la
Declaración de los Derechos y las sublevaciones por el pan y el jabón; Luis XVI escapó
a Versalles y, en París, ante los hombres inseguros y vacilantes, una mujer arengó a la
muchedumbre el 5 de octubre, y propuso a otras ir en busca del rey. Y marcharon sobre
Versalles: lavanderas, madres de familia, prostitutas. “Son los hombres los que han
tomado La Bastilla, pero son mujeres las que han puesto la monarquía en manos de
París”, dirá Michelet.

En efecto, en 1789, la Revolución Francesa, como todas las grandes rupturas históricas,
provocó la participación masiva de las mujeres. Aunque fueron pocas las que
alcanzaron cierto protagonismo durante los acontecimientos revolucionarios, las
mujeres participaron en gran número en el movimiento general de la revolución y su
acción apenas si puede distinguirse de la de los varones durante la marcha a Versalles, o
en las jornadas de octubre de 1789, o en las grandes manifestaciones del 4 y 5 de
septiembre de 1793.49

La presencia femenina en la revolución no fue unívoca, de un solo lado; ellas también
estuvieron apasionadamente divididas entre las diversas facciones en pugna. Por una
parte, encontramos a las „damas de buena sociedad‟, educadas en el ambiente culto y
desenvuelto del siglo XVIII, la mayoría de ellas estuvo limitada al papel de anfitrionas
de una nueva generación de políticos que aún tenía en los salones su principal lugar de
encuentro. Así, las cultas girondinas –herederas de la Ilustración- fueron las primeras
en la historia política moderna en invocar la igualdad entre mujeres y sociedad política,
ligando a la revolución la conciencia democrática contra la intolerancia y la represión
del Terror.50



47
   Citado por Linda Kelly, Las mujeres de la Revolución Francesa, Javier Vergara Editor, Buenos
Aires, 1989, p. 9.
48
   Ibidem, p. 41.
49
   Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983, p. 238.
50
   Cf. Kelly, op. cit.


                                                                                                   26
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Sin duda, la presencia de las mujeres fue más contundente cuando estuvo en juego la
cuestión de las subsistencias. Mujeres consumidoras, madres de familia y amas de casa
fueron las mujeres sans-culottes –tal vez más que los hombres- las que unieron el terror
a las subsistencias.51 “Mientras los comerciantes egoístas, los exfuncionarios, los ricos,
etc., no sean guillotinados y expulsados en bloque, nada irá bien”, escribirá una de ellas;
y otra coincide: “Nada irá bien a menos que se instalen guillotinas permanentes en todas
las esquinas de París”52

Un observador de la época señalaba: “Mujeres del pueblo hambriento y mujeres de
cerebro se encuentran en París entre 1792 y 1793. Clubes de mujeres revolucionarias,
de sociedades plebeyas que admiten a los nobles en sus sesiones, damas que recogen
fondos para el ejército jacobino, apologistas de la guillotina –las ciudadanas tricoteuses
que llevaban a cabo su propia revolución paralelamente a sus maridos, con violencia y
rara voluntad”53.

Cuando en 1793, la Asamblea decidió proclamar el sufragio, consideró obvia la
exclusión de las mujeres y los siervos. Y ese mismo año caen las primeras cabezas
femeninas, las conservadoras, pero también rodarán las de aquellas que se han alineado
fervorosamente con la revolución.

O son aplastadas de otra forma. A veces, hasta por otras mujeres. En efecto, el Terror
trató a las mujeres como a un basto segundo sexo, del que solicitaban únicamente
delaciones e intrigas. Así, al perder la batalla con Robespierre, corrieron la misma
suerte que los hombres a los que habían ayudado a encumbrar. “¡Ah, libertad, cuántos
crímenes se cometen en tu nombre!”, exclamará en su camino al patíbulo Madame
Roland, de quien se ha dicho la “cabeza mejor organizada del pensamiento
revolucionario”54.

“Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo y también tienen el derecho de subir
al estrado”, afirmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, escrita por Olympe de
Gouge. Y se cumplió..., sólo que parcialmente. Mientras en los doce meses del Terror,
la guillotina decapitó, sólo en París, a 374 mujeres –la mayoría de ellas eran nobles e
intelectuales, 100 obreras, 28 criadas y 28 monjas55-, después de las jornadas de prarial
(mayo de 1795), la Convención prohibió a las mujeres “asistir a las asambleas políticas”
y les ordenó que “se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto de aquellas que se
encuentran reunidas en grupos de más de cinco”56.

De esta manera fue como las mujeres francesas, las revolucionarias y las conservadoras
sin excepción, fueron devueltas a su papel “natural y legítimo” en el seno del círculo
familiar. La estructura de las relaciones con el poder público cambió en el ámbito
masculino, no así en el de las mujeres. La revolución –que ni siquiera en sus momentos
de auge les otorgó derechos civiles y políticos- coronaba así la condición subordinada
de la mitad de la población de Francia.
51
   Albert Soboul, Los sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario., Alianza
Universidad, Madrid,1987.
52
   Soboul, Comprender..., op. cit., p. 240.
53
   Citado por Soboul, ibidem, p. 55
54
   Kelly, op. cit., p. 55.
55
   María A. Macchiocchi, “Gloriosas brujas”, Crónicas de la Revolución 1789-1989, Revista El País
Semanal # 636, domingo 18 de junio de 1989, p. 10.
56
   Citado por Soboul, Comprender..., op. cit.p. 242.


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Así terminó para ellas aquel intento de “asaltar el cielo”. Un episodio monumental de la
revolución más larga había concluido.


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Es indiscutible que cada vez que se produce en un país una rebelión de las masas contra
la opresión o a favor de una transformación radical, las mujeres están presentes. A
partir de este reconocimiento comienzan los problemas. ¿Qué sucede con las mujeres
después del triunfo? ¿Qué sitio encuentran aquellas necesidades específicas de libertad
que ellas defendieron, a veces hasta con su vida?

El dilema no es reciente. Como quedó señalado, lo inauguró en la modernidad la
Revolución Francesa después de las jornadas de prarial (mayo de 1795). Casi un siglo
después, en 1892, y ya por nuestras tierras, Simón Bolívar escribió a María Antonia, su
hermana favorita, previniéndola enérgicamente contra los peligros del mundo público:
“Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos ni se adhieras ni opongas a
ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu
modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su familia y sus
deberes domésticos son sus primeras obligaciones”57. Muy atrás quedó la intensa y
masiva incorporación de las mujeres en aquellos conflictos. Después, ya sabemos que
ocurrió.

Y es que es muy común a la hora de analizar la participación política femenina,
privilegiar el punto de vista cuantitativo: cuántas votan, cuántas son electas, cuántas
desempeñan cargos públicos, etc. En esta contabilidad social, los resultados asustan al
revelar que , por ejemplo, los procesos democratizadores muy poco tienen que ver con
la incorporación de las mujeres.

Ahora bien, si pasamos la cuestión de la participación femenina por el tamiz del
cuestionamiento a la forma de hacer política, a los estilos, el asunto empeora, porque
¿qué avance real puede significar una participación que no intenta modificar ni las
concepciones ni la praxis sexista que permean ese ámbito del mundo público?

De esta manera, cada vez más advertimos, no sin tristeza y desaliento, cuánto ha
cambiado algo profundo, secular, en el modo de concebir la situación de la mujer en la
sociedad y, a la vez, cómo las instituciones no logran expresar esa transformación.
Quizá porque enfrentar los problemas de la igualdad real de género entraña enfrentar
problemas de fondo acerca de la organización de la sociedad en general.

En todo caso, a pesar de la visión desencantada que provee la política en nuestros días
es posible mantener todavía alguna confianza en las potencialidades de los sujetos
sociales para transformar los conservadores estilos políticos predominantes. Para
intentarlo parece imprescindible discutir públicamente estas deficiencias vía la
recuperación de la memoria colectiva de la participación de las mujeres en movimientos

57
  Citado por Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de la Gran Colombia,
1780-1830”, en Asunción Lavrin, comp., Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas,
Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 268.


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29

laborales, políticos y sociales. Como dice María C. Feijoó, la memoria colectiva jugaría
aquí un papel relevante que podría animar a las mujeres a acometer nuevas acciones al
rescatar experiencias semiolvidadas, lo que permitiría un reconocimiento de actividades
pasadas y, por tanto otra vez, posibles58.

Hoy, pues, no es suficiente reivindicar acríticamente ni la participación vista solamente
con la lente cuantitativa ni el mito del igualitarismo jurídico. Pasar por alto cómo las
instituciones democráticas –especialmente, los partidos políticos- reproducen en su
interior aquellas estructuras sexistas de poder, jerarquía, distribución de funciones y
mandatos, es ser cómplice del machismo y de la discriminación. A estas alturas parece
obvio señalar que tales actitudes y prácticas no son privativas de los varones. De
cualquier modo, es un complejo dilema que los procesos democráticos agudizan, pero
que, paradójicamente, sólo con ellos será posible resolver.




58
  María C. Feijoo, Mujer y Política en América Latina: el estado del arte. Ponencia presentada en el
Taller sobre desigualdad social y jerarquía de género en América Latina, Perú, junio de 1985, p. 29


                                                                                                   29
30

MUJERES EN ARMAS... O LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON
BAYONETAS




Hace algún tiempo, el sociólogo Edelberto Torres R., constataba que en Centroamérica
“pareciera que por boca del fusil sólo pudiera proclamarse el socialismo”. Una rápida
ojeada a la cotidianidad mesoamericana reflejada en las noticias que continuamente
aparecen sobre la región confirmarían el aserto.

En todo caso, a partir del triunfo sandinista en 1979, pareció abrirse toda una época de
grandes transformaciones en las tradicionales relaciones de poder en algunos países
centroamericanos.

Aunque no ha ocurrido así, lo cierto es que sí ha habido una considerable renovación de
los sujetos populares en medio de la compleja trama que articula nuevos elementos
ideológico-políticos con nuevas formas de organización de la protesta social.

En Centroamérica el movimiento de mujeres es uno de estos nuevos sectores que
generalmente aparece vinculado a la problemática global de los sectores populares.
Diversas agrupaciones femeninas han integrado su lucha y reivindicaciones a las
acciones colectivas de las clases explotadas que buscan producir un nuevo tipo de
sociedad, convirtiendo así al movimiento de mujeres en un componente vital de la
dinámica revolucionaria.

Desde esta perspectiva, a las mujeres se las puede encontrar en el fragor del combate,
formando parte de los grupos de resistencia, actuando como agitadoras y propagandistas
tanto en las luchas callejeras como en las tareas de apoyo “típicamente femeninas”:
como correos clandestinos, en las cocinas de los diferentes frentes, en el ocultamiento y
traslado de armas, en el cuidado de enfermos, en huelgas de hambre, el cuidado de casas
de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, etc.

Por su origen, desarrollo y situación, el movimiento de mujeres centroamericano
responde, en buena parte, a la dinámica que los otros movimientos han tenido en la
región, esto es, para decirlo con palabras de Torres Rivas, “la sustitución de la forma
partido por la de movimiento, solución final de la estructura política a las urgencias de
la lucha militar”. Por ahora, quizá sea ésta la cuestión clave que permita elucidar el
rumbo del movimiento en el marco global de las transformaciones ocurridas.

Si bien el fenómeno de las mujeres en armas no es nuevo en América Latina
–los estudios de la mujer están rescatando paulatinamente las formas que asume este
tipo de participación muy propio de los períodos de gran crisis social59-, lo cierto es que
hasta ahora el caso centroamericano desborda los precedentes mejor conocidos, tanto
por el carácter masivo de la participación como por su profundo contenido
contracultural.

59
  Cf. Luis Vitale, La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana,
Sudamericana/Planeta Editores, Buenos Aires, 1987; Gloria Ardaya, “La mujer en la lucha del pueblo
boliviano”, Revista Nueva Sociedad # 65, marzo-abril 1983, pp. 112-126; Margaret Randall, Todas
estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense hoy, Siglo XXI Editores, México, 1980.


                                                                                                      30
31



No es extraño, pues, que el triunfo de la revolución sandinista generara un amplio
sistema de participación política de la mujer y también mayores oportunidades para
participar en otros aspectos de la vida cotidiana. Pero a medida que se agudizó el
hostigamiento norteamericano fue casi simultánea la marginación de las
reivindicaciones, tanto generales como específicas, de las mujeres. En este sentido, el
FSLN planteaba, rotundo, en 1983: “Si tenemos que escoger entre la discusión sobre las
mujeres y el problema de la agresión externa, debemos discutir el problema de la
agresión”60.

 El recrudecimiento de la situación general de guerra que vive el área desde entonces, ha
tenido consecuencias y modalidades diversas para cada uno de los países de la región.
Sin embargo, son comunes en ellos los ingentes gastos militares, el asesinato, la tortura
y secuestro de la población civil, el fenómeno de los desplazados y de huérfanos de
guerra. La economía de guerra en función de la subsistencia tiene entre mujeres,
infantes y ancianos/as, sus principales víctimas.

En Centroamérica el armamentismo ha provocado el congelamiento cuantitativo y el
deterioro cualitativo de los servicios de salud, educación, alimentación, transporte, etc.
Notamos también cómo, a pesar de los ingentes esfuerzos nicaragüenses por continuar
invirtiendo en los rubros sociales más cruciales, sus dirigentes no pueden evitar la
concentración de recursos en seguridad interior y en defensa nacional, lo que devora
más del 40% del presupuesto, llevándose también más de la mitad de lo que el país
produce.61

Esta ingerencia de buena parte de las esferas de la vida nicaragüense en el esfuerzo
defensivo, ayuda a explicar la reorientación de la política de inversiones públicas, sobre
todo desde 1985, que prácticamente ha suspendido toda inversión significativa en el
área urbana, principalmente en Managua, reduciendo la capacidad estatal para responder
a las demandas de los pobladores.

Por otro lado, es innegable el gran impacto que tiene la guerra en ciertos procesos
sociopolíticos internos a los demás países del área. Esta cuestión tiene que ver con el
hecho, nada sencillo, de que la guerra y los procesos políticos que ella encierra plantean
una concepción y un quehacer de la política que nace de una distribución desigual del
poder. Una distribución desigual que no sólo es clasista sino que también es sexista.

Los cuerpos militares han sido secularmente bastiones de la masculinidad, cuestión que
no altera tan fácilmente, aun cuando se trate del pueblo armado.

En estas condiciones la situación y perspectivas de las mujeres centroamericanas es,
desde todo punto de vista, complicada. El acontecer cotidiano en esta región agrava las
dificultades para la plena participación igualitaria de la mujer en el proceso de toma de
decisiones y en el reparto del poder político. “Excepto –diría Gloria Ardaya- en
situaciones de riesgo en las cuales debe „probar‟ su heroísmo y valentía”.


60
   Citado por María C. Navas, “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, en Daniel
Camacho y Rafael Menjívar, Movimientos populares en Centroamérica, EDUCA, Costa Rica, 1985
61
   Centro de Investigación para la Paz, Gastos militares y sociales en el mundo, Ediciones del Serbal,
Barcelona, 1986, pp. 58 ss.


                                                                                                         31
32

La situación de guerra y violencia generalizada impide la defensa de reivindicaciones
específicas de género contra el autoritarismo, el carácter competitivo y las estructuras
verticales y monolíticas.62 Y es que, como ya observó, el escritor uruguayo Eduardo
Galeano, “la contínua agresión obliga a la defensa... y una guerra así, guerra de vida o
muerte,... tiende a una progresiva militarización de la sociedad entera. Y, a su vez, esa
militarización actúa objetivamente contra los espacios de pluralidad democrática y
creatividad popular. Las estructuras militares, verticales, autoritarias por definición, no
se llevan bien con la duda, y mucho menos con la discrepancia”63.

Es, precisamente, en Nicaragua donde la estrategia imperial norteamericana ha
contribuido a perfilar preocupantes modalidades políticas. En un reciente ensayo, el
sociólogo Carlos Vilas da cuenta de la progresiva transformación de las organizaciones
de masas –nervios motores del proceso revolucionario- en algo así como meros aparatos
del Estado. Todo ello es producto de la atenazante “priorización de la defensa nacional,
la aguda crisis económica y el impacto de todo esto en la vida cotidiana de la gente”64.

En este sentido, la modificación de los espacios, el nivel, alcances y maneras de la
participación popular que caracteriza lo que se ha llamado la etapa de la hegemonía de
las masas (1979-84), afecta profundamente a AMNLAE, la organización de mujeres
nicaragüenses, impidiéndole encontrar su propio perfil, como ha sugerido Vilas. Al
perder su autonomía política en 1984, un carácter que en la primera etapa le permitió –
no sin dificultades- introducir algunas reivindicaciones específicas en el debate político
nacional (v.g., la cuestión del aborto, la incorporación de las mujeres al servicio militar,
el problema del maltrato, la legislación familiar), AMNLAE pierde ahora gran parte de
su protagonismo y eficacia. Así, algunas de las integrantes de la banca parlamentaria
del FSLN, ahora partido político, provienen de AMNLAE pero representan a los
intereses del partido en la Asamblea Nacional (que reemplazó al Consejo de Estado).

Si bien la propia agresión militar puede propiciar nuevos ámbitos y estilos de
participación popular (producción y organización en las zonas de guerra), los mismos,
en esas condiciones, pueden recrear nuevos mecanismos de subordinación y
discriminación hacia las mujeres, habida cuenta de la potenciación de los valores y
conceptos machistas que toda guerra genera.

Se ha dicho que “no debe confundirse el carácter de la revolución con las formas de
lucha por intermedio de las cuales se realiza” (Torres Rivas). Probablemente esto sea
así. De lo que no cabe la menor duda es que el cuestionamiento que el movimiento
autónomo de las mujeres centroamericanas hace a todo lo que constituye una sociedad
basada en la opresión humana, es la mejor garantía contra la eventual posibilidad de que
la sociedad se halle en desventaja absoluta frente al Estado y su burocracia. Esta
dimensión política del movimiento de mujeres –como demuestra el caso
centroamericano- claramente evidencia estar en abierta contradicción con la
centralización y el autoritarismo que predomina en el área.



62
   Cf. Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Aportes al análisis
del maltrato a la mujer, Oficina Legal de la Mujer, Managua, junio 1986.
63
   Eduardo Galeano, “Defensa de Nicaragua”, diario La República, 4 de enero de 1987, Panamá, p. 14-A.
64
   Carlos Vilas, “Nicaragua: las organizaciones de masas. Problemática actual y perspectivas.”, Revista
Nueva Sociedad, noviembre-diciembre 1986.


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33

De todo lo anterior se desprende como corolario, que no es posible concebir la paz sólo
desde el punto de vista de los intereses estatales. Es preciso, por el contrario, optar por
una concepción integral de la paz, entendiéndola como una intrincada relación social y
política, hecha a la vez de complejas correlaciones entre la dimensión político-
diplomática y las correspondientes al desarrollo y a la democracia social, de los
derechos humanos y del reconocimiento de la necesidad de prácticas sociales
equitativas entre hombres y mujeres.

En todo caso, en las sociedades centroamericanas con tan arraigados patrones culturales
machistas y autoritarios, agudizados por la acelerada militarización de la región, vemos
cómo cada vez más se ensombrece el panorama y, más aún, las perspectivas de una
democracia popular en la que no se sacrifiquen los valores humanos por los cuales se
luchó (al aplazar la „cuestión femenina‟ tomando el atajo que representa el principio
evolucionista en lo relativo a la mujer, lo que vendría a ser lo mismo).

Precisamente porque somos solidarias con los procesos revolucionarios
centroamericanos, particularmente con Nicaragua, tenemos que reflexionar
cuidadosamente acerca de la potencial evolución de estos peligrosos procesos internos,
agudizados por la agresión de EU, y que amenaza, como bien expresa Galeano, con
deformar la revolución, lo que sería, al fin y al cabo, una forma de aniquilarla.




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Género y Sociología Política

  • 1.  Briseida Allard O. MUJER Y PODER Escritos de sociología  política  La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Panamá (briallard@cableonda.net)  El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.
  • 2. 2 ÍNDICE PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN 3 1. GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER 4 2. UTOPÍA vs CIENCIA. LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA 8 3. PARTIDOS POLÍTICOS... O LAS TRAMPAS DEL SEXO 14 4. DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO 26 5. MUJERES EN ARMAS. LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON BAYONETAS 30 6. EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO. LAS MUJERES Y EL CONFLICTO DE CLASE 34 7. EL SUEÑO CONTINÚA. LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA 37 8. CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER 39 9. OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA. MUJERES Y FAMILIAS EN PANAMÁ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DEL 20 DE DICIEMBRE DE 1989 42 10. CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA 47 11. LOS „VERSOS SATÁNICOS‟ DE TASLIMA NASREEN 54 12. MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN 57 13. NACER POR CONTRATO. ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA PRIVADA? 60 2
  • 3. 3 INTRODUCCIÓN Este libro reúne un conjunto de trabajos escritos entre los años 1987 y 1996. Tiempo de cambios implacables y rotundos, los escritos tienen en común el propósito de pensar la sociología política con una perspectiva de género. Un propósito a todas luces inacabado. Y es que –sin querer disculpar los no pocos yerros en que pude incurrir- tratar de hacer visible a la mujer en las ciencias de la política implica recorrer un arduo y espinoso proceso de resocialización académica. Es casi volver a aprender. Urge revalorar, replantear temas, problemas, conceptos, historia, métodos y técnicas, dispositivos del saber legitimados por siglos de actividad intelectual y práctica en la política. Pero, sobre todo, requiere dudar, dudar mucho. Buscarle la quinta pata al gato ¡Y de verdad que la encuentra una! El resultado inmediato de este cuestionamiento es la conciencia de que construir objetos de estudio teniendo al género como perspectiva, significa (tener el valor de) rescatar hechos, actividades, palabras, protagonistas, signos, “debajo de una montaña de perros muertos” en que los ha colocado el conocimiento científico oficial. Tener valor porque han sido, por tiempos inmemoriales, objetos indignos de estudio. La teoría feminista ha comprobado que precisamente son estos temas los que nos ayudan a entender cómo en cada sociedad la jerarquía de los objetos de estudio, las estrategias del prestigio científico pueden ser cómplices del orden social patriarcal, en la medida en que tales jerarquías y estrategias dividen la vida social en dos esferas separadas entre sí, una pública, relacionada con el Estado y la economía e identificada con todo lo que es político y, por tanto, objeto de reflexión y normativización; y otra privada, relacionada con la vida doméstica, familiar y sexual, e identificada con lo personal y como algo ajeno a la reflexión política. Hace tiempo muchas mujeres en todas partes han dedicado largos años y esfuerzos en la construcción de una alternativa cognoscitiva que permita hacer aparecer a las mujeres y su cotidianidad, en una idea de lo político como interrelación de la vida individual y colectiva. Buena parte de los frutos de esos trabajos se encuentra en las páginas que siguen. Qué duda queda de que todavía hay mucho terreno por roturar e instrumentos que adecuar. Por ahora, sin embargo, las distintas facetas escogidas para plantear nuestros puntos de vista muestran, al final, un saldo negativo en la relación de intercambio entre mujer y poder. Cuestión nada satisfactoria esto de ser las víctimas en todas las historias que abordamos. Lamentablemente, siguen dominando ellos y aún no se vislumbra otro pacto de género que revierta tal situación. Por lo que todavía en este campo de las prácticas humanas denunciar sigue siendo una estrategia válida en la larga marcha contra esta discriminación secular. Dedico este libro a mi madre y a las mujeres de mi familia, así como a mis amigas, especialmente a Urania Ungo y Ángela Alvarado, quienes me han permitido compartir sus sueños y quehaceres por una sociedad más igualitaria. 3
  • 4. 4 GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió. Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores. Génesis, III, 6-7 Los textos políticos especializados tradicionales parten del supuesto de que la política ha sido y es una actividad propia del ser humano en general, a pesar de que las evidencias en sentido contrario son irrefutables. En realidad, muy poco tiempo ha transcurrido desde cuando se generalizaron en el mundo occidental las primeras fisuras en el sistema político caracterizado por el monopolio masculino de la dirección y de la representación políticas. En general, estas rupturas han sido pensadas y cuestionadas con las palabras, los principios y las actividades tradicionales de la política; palabras y praxis que, como bien señala Rossana Rossanda, “las han pensado los hombres y, en general, son de ellos”1. En el afán de comprender las razones de ese singular itinerario por el que las mujeres han sido excluidas durante milenios del gobierno de los asuntos públicos en nuestra civilización, la crítica feminista desafió las fronteras de lo público y las instituciones de la política mostrándonos en toda su complejidad la insuficiencia del supuesto antes señalado. Siendo una de las cuestiones permanentes en el campo de las disciplinas humanas la que se refiere a la naturaleza de la política, el feminismo contemporáneo, repensando la política y las formas de ejercerla, ha puesto de manifiesto la ausencia conceptual, teórica, política, simbólica y programática de las mujeres. Así, para determinar la subordinación de las mujeres en el mundo público el feminismo combinó la crítica a las instituciones del Estado y la necesidad de develar las relaciones de poder que se tejen en la esfera privada. Esta nueva mirada a los asuntos políticos tiene lugar sólo después que el trabajo académico de Gayle Rubin aportó al análisis social la conceptualización ligada al sistema sexo/género, esto es, el conjunto de arreglos por los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos culturales que reproducen un orden social desigual, estructurado en asimétricas esferas masculinas y femenina.2 1 Las otras, GEDISA, Barcelona, 1982, p.72. 2 Rubin citada por Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría „género‟”, en Estudios sobre la Mujer: problemas teóricos, Revista Nueva Antropología # 30, noviembre 1986, México, p. 191. Cf. Urania Ungo M., “Del feminismo al enfoque de género” en Revista Fem, # 124, junio 1993. 4
  • 5. 5 Por un conocimiento comprometido ¿Qué aporta de nuevo la categoría género en el análisis de la sociedad y la política? ¿Cuál es la modalidad que introduce en el análisis socio-político la diferencia entre los sexos? En principio, lo que básicamente aporta es una nueva manera de plantearse viejos problemas modificando profundamente las líneas de búsqueda. Los interrogantes nuevos que surgen y las interpretaciones diferentes que se generan no sólo ponen en cuestión muchos de los postulados sobre el origen de la desigualdad social y de sus modalidades actuales, sino que replantean la forma de entender o visualizar asuntos fundamentales de la organización social, de la economía y la política. Permite ver cómo los aspectos socioculturales y psicológicos, constituidos mediante procesos sociales individuales de larga duración, se entremezclan con factores materiales y simbólicos que se gestan en lo cotidiano y generan formas específicas de subordinación y resistencia femeninas. De aquí que la crítica feminista de las ciencias humanas aliente el rechazo de todas las perspectivas analíticas que tiendan a privilegiar las „presencias altas‟ y deje sin explorar las latencias, esto es, gran parte de los aspectos cotidianos y normales de la llamada estática social, aquella que Otto von Hintze definió como zócalo de la historia3. Esto último ha sido, precisamente, uno de los grandes aportes del movimiento feminista, intentar “edificar progresivamente un saber estratégico” analizando la “especificidad de los mecanismos de poder, reparando en los enlaces, las extensiones”4 , haciendo énfasis a la vez en la importancia de entender los matices que asumen la subordinación y las alternativas de cambio que se vislumbran como parte de un mismo proceso en el cual las mujeres pueden fortalecer o cuestionar su condición discriminada y devaluada. Concretamente, la teoría política feminista, puede considerarse, como ha señalado Carme Castells, “un pensamiento y una práctica plural que engloba percepciones diferentes, distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación derivadas en todos los casos de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en la sociedad. De ahí que pueda decirse que en el feminismo se mezclan dimensiones diferentes –teórico-analítica, práctica, normativo-prescriptiva, política, etc.- que producen pensamiento y práctica”5 De esta manera, se entiende la resistencia femenina como respuestas de mujeres que rompen con una victimización obediente y se convierten en sujetos portadores de cambios, aunque esas manifestaciones de resistencia partan de personas que no han 3 Gabriela Bonacchi, “Del homo-faber a los sujetos “improductivos”. La crítica feminista al absolutismo del marxismo occidental”, en Julio Labastida (coord..), Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 132. 4 Michel Foucault citado por Jorge A. Mora, “Problemas metodológicos para el estudio de las políticas públicas”, en Oscar Fernández (comp.), Sociología. Teorías y Métodos, EDUCA, Centroamérica, 1989, p. 15. 5 C. Castells, (compiladora): Introducción a VV AA: Perspectivas feministas en teoría política, Paidos, Buenos Aires, 1996, p. 10. 5
  • 6. 6 logrado un cuestionamiento de la raíz de los papeles femeninos concebidos como naturales6. Es así como el feminismo –¿o es más correcto hablar en plural tratándose de un movimiento heterogéneo que abarca un amplio abanico de orientaciones?- trata de develar la falta de inocencia de los lugares presuntamente inocuos. Por ello, el discurso feminista sobre la política no sólo incorpora los temas tradicionales de la desigualdad, la pobreza, la justicia, la seguridad, entre otros, sino que los enlaza con la problemática de la sexualidad, el cambio cultural, la subjetividad, el trabajo doméstico, la violencia. Sólo la perspectiva de género permite capturar esta complejidad.7 Esta perspectiva necesariamente ha tenido que resolver problemas metodológicos y teóricos, que provienen de los sesgos y lagunas que provocó la llamada invisibilidad de las mujeres en las ciencias sociales y políticas. Esta situación ha implicado, entre otras cosas, desarrollar nuevos conceptos y métodos de análisis. La tarea no ha sido fácil. De ahí que, la relación entre metodología y tema seleccionado sea pluridireccional –y a veces hasta caótica- en la investigación feminista. Con palabras de Gabriella Bonacchi: “en este terreno se han colocado interrogantes como las siguientes: ¿debe este tipo de investigación elaborar métodos científicos completamente nuevos, o bien es posible aplicar, en el ámbito de una teoría feminista, los métodos científicos tradicionales? Además, ¿impone una teoría tal el abandono, por ejemplo, de un tipo de estudio como el empírico (...) y su sustitución por un método exclusivamente biográfico? o ¿es verdaderamente la reflexión sobre la opresión femenina y la tentativa de traducir esta reflexión a la lucha política lo único que puede legitimarse como búsqueda feminista?”8 Si bien todavía es muy pronto para afirmar que el uso de la categoría género modificará sustancialmente el tipo de investigación y reflexión política, lo cierto es que esta perspectiva de análisis forma parte ya de la historia contemporánea de la revolución más larga, como ha sido llamada la lucha de las mujeres. Rayna Reiter lo expresó así: Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx, Weber, Freud o Levi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación... A lo que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso y conscientemente más colectivo. Porque aún somos hijas de los patriarcas de nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un movimiento de mujeres que lucha por definir nuevas formas de proceso social en la investigación y en la acción”. Un trabajo de investigación más recíproco y comprometido que servirá “para apoyar e informar a un contexto social desde el cual se procederá a desmantelar las estructuras de la desigualdad”9. 6 Orlandina de Oliveira y Liliana Gómez, “Subordinación y Resistencia Femeninas. Notas de lectura”, en O. de Oliveira (coord..), Trabajo, Poder y Sexualidad, El Colegio de México, 1985, pp. 44-45. 7 Con esta perspectiva ahora podemos entender la famosa expresión de Tales de Mileto: “Hay tres cosas por las que doy gracias al destino; en primer lugar, haber nacido hombre y no animal, en segundo, haber nacido hombre y no mujer, en tercer lugar, haber nacido griego no bárbaro”. En el mismo sentido podemos interpretar la manera abrupta como Sócrates se despidió de su esposa Jantipa, expresando el deseo de morir entre sus compañeros varones: como una dramática indicación del abismo, insalvable para los antiguos, entre el mundo del ciudadano y el de los otros, entre esos, las mujeres. 8 Bonacchi, op. cit., pp. 132-133 9 Reiter citada por Lamas, op. cit., pp. 197-198. 6
  • 7. 7 De cualquier modo, uno de los espacios abarcados por la resistencia femenina es justamente el del conocimiento logrado por el estudio y la investigación feminista, de tal impacto que ha sido definido como una „revolución pasiva‟10. De esta manera, el feminismo ha logrado abrir el debate y producir conocimiento sobre diversos temas cruciales para transformar la condición de la mujer: la vida cotidiana, la división sexual del trabajo, la sexualidad, las formas de hacer política y de ejercicio del poder. Desde esta óptica, los nuevos saberes, que desenmascaran las visiones dominantes, constituyen una forma de resistencia que abre posibilidades de modificación de las relaciones de poder. 10 Teresita De Barbieri citada por Oliveira y Gómez, op. cit., p. 44. 7
  • 8. 8 UTOPÍA vs CIENCIA LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA Estas notas pretenden resumir lo que estimo son las líneas fundamentales de la revaloración que han realizado las teóricas feministas contemporáneas de la vida y la obra de los/as precursores/as del socialismo, en un esfuerzo interpretativo multidisciplinario que, al tiempo que replantea un determinado tipo de pensamiento, pone en entredicho la validez de una tradición –método y praxis- que ha hecho de cierta concepción científica el deux ex machina del cambio social. En esta perspectiva desmistificadora que representa el feminismo, nos queda por discernir el lugar de la utopía ahora cuando nuestros desconsolados días organizan la esperanza. Socialismo, crítica de la sociedad industrial En sentido lato, se pueden adscribir al socialismo todas aquellas teorías políticas que privilegian el momento social sobre el momento individual, siendo el socialismo desde el punto de vista lexical, el opuesto de individualismo. En tal sentido, es sinónimo de comunismo, cuando el acento va puesto en lo común, en contraposición a lo privado con referencia a la propiedad sobre los medios de producción. Desde esta perspectiva, si bien podemos encontrar al menos desde los albores de la civilización occidental construcciones filosóficas y modelos ideas de estilos de vida que informan de los propósitos e intenciones socialistas y comunistas de sus autores, se trató en la mayoría de los casos de voces aisladas con poca o ninguna incidencia sobre la realidad.11 En lo que ahora nos interesa, el socialismo como movimiento y como idea, se desarrolla con y tras la revolución francesa. Desde entonces, comenzó el socialismo a articular por los más diversos medios, la crítica a las inacabadas aspiraciones revolucionarias de libertad, igualdad y fraternidad. Más tarde, en la abundancia de acontecimientos que pueblan el complejo siglo XIX – con razón llamado “el siglo de las revoluciones”- se destacan, pues, los movimientos sociales y culturales que encuentran su programa y su justificación en las tradiciones del pensamiento socialista.12 En un principio, la reflexión de los fundadores de las escuelas socialistas fue suscitada básicamente por dos consecuencias de la revolución industrial: en primer lugar, la miseria de los trabajadores y la dureza de la condición obrera: ante el espectáculo de esta miseria masiva y sobrecogedora, algunos se preguntan si es aceptable un régimen económico que engendra semejantes consecuencias y acaban poniendo en duda la competencia y la propiedad privada, postulados sobre los que se basaba la economía liberal del siglo XIX; en segundo lugar, los precursores del socialismo son alertados por 11 Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, 3ª ed., Editorial Tecnos, Madrid, 1969, pp. 210 ss. 12 René Remond, El siglo XIX (1815-1914), 2ª ed., Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1983, pp. 105 ss. 8
  • 9. 9 la frecuencia de las crisis periódicas que interrumpían bruscamente el desarrollo de la economía. Así, pues, en los comienzos del socialismo existe una doble protesta: de rebelión moral contra las consecuencias sociales y de indignación racional por la carencia provocada por las crisis. Las teorías socialistas, dado que se desarrollaron en confrontación con la ascendente sociedad industrial, recorrieron varias fases en correspondencia con los niveles y las transformaciones de ésta y distintos también según el grado de industrialización de nación a nación. Con todo, lo que resulta común a la mayor parte de las variantes de la idea socialista y presta al concepto de socialismo su aspecto decisivo es la circunstancia de que se contempla la propiedad privada como el principal obstáculo para el cumplimiento de la esperanza de desarrollar las inclinaciones humanas (latentes) hacia una convivencia cooperativa y fraternal. Específicamente socialista es, pues, la conexión entre el medio, esto es, la abolición de la propiedad privada y las relaciones de poder que la caracterizan, y el fin, la instauración de una sociedad libre y a un mismo tiempo armónica. Ahora bien, como quiera que no es posible definir sin titubeos el concepto de libertad ni dar una respuesta inequívoca a la cuestión de la forma en que ha de organizarse y administrarse la nueva sociedad, el socialismo habla con lenguas diversas y en gran parte contradictorias entre sí; y lo mismo puede decirse de los movimientos socialistas que, a pesar de la abstracta comunidad de objetivos, con frecuencia se combaten acremente. Esta diversidad se empieza a evidenciar con mayor claridad a partir de 1848, cuando, de su punto de partida crítico, el socialismo pasa a la construcción de un sistema positivo y propone una política de organización social. Razón y revolución Según Hobsbawm, “la sociedad burguesa del tercer cuarto del siglo XIX estuvo segura de sí misma y orgullosa de sus logros. En ningún campo del esfuerzo humano se dio esto con mayor intensidad que en el avance del conocimiento, en la ciencia. Los hombres cultos del período no estaban simplemente orgullosos de su ciencia sino preparados a subordinarle todas las demás formas de actividad intelectual.13 Desde entonces, el hablar de ciencia sirvió para afirmar, negar, cuestionar y rechazar el conocimiento y el razonamiento de otros individuos. Cuando se cuestiona, se dice que lo cuestionado no está apegado a las normas, o leyes científicas; cuando se rechaza, se argumenta que falta rigurosidad científica. De igual manera, para identificar a algunos sujetos y separarlos del resto de la sociedad, se dice que son científicos, hombres de ciencia, comunidad científica. También John D. Bernal da cuenta de este fenómeno, y manifiesta que para mediados del siglo XIX, ocurre en Europa un enorme aumento en el volumen y el prestigio del trabajo científico. Pero reconoce, sin embargo, que “la ciencia es, por un lado, técnica ordenada y, por otro, mitología racionalizada”14 13 E. J. Honsbawm, La era del capitalismo, 2ª ed., Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 372. 14 J. D. Bernal, La ciencia en la historia, 8ª ed., Editorial Nueva Imagen, México, 1986, p. 13. 9
  • 10. 10 Y es que no sólo los medios empleados por los científicos están condicionados por los acontecimientos, sino también lo están las ideas mismas que orientan sus explicaciones teóricas. La ciencia se encuentra colocada entre la práctica establecida y transmitida por los hombres que trabajan por su sustento, las normas, ideologías y tradiciones que aseguran la continuidad de la sociedad, y los derechos y privilegios de las clases y grupos socio-culturales que la gobiernan. El socialismo, como movimiento y como idea, no escapó a esta circunstancia. En efecto, hace más de un siglo que, respondiendo a la necesidad de transformar la sociedad burguesa y sustituirla por otra que los reformadores o revolucionarios desde tiempos lejanos llaman socialista o comunista, se inició el recorrido del camino que habría de conducir del socialismo que Marx y Engels denominaron utópico, al que ellos, y particularmente Engels, dieron el nombre de socialismo científico.15 Desde la publicación por Marx y Engels, en 1848, del Manifiesto del Partido Comunista, y, por Engels en 1840, del opúsculo denominado Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, el término socialismo utópico se utiliza generalmente para describir la primera etapa de la historia del socialismo, el período comprendido entre las guerras napoleónicas y las revoluciones de 1848. Los desarrollos del socialismo en este período, por otra parte, se han atribuido tradicionalmente a Claude Henry de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1760-1825); Francois-Charles Fourier (1772-1837) y Robert Owen (1771-1858). Pero también son particularmente importantes las ideas desarrolladas por Mary Wollstonecraft, Flora Tristan y por la socialista sansimoniana Pauline Roland16. Tanto El Manifiesto como el opúsculo de Engels de 1880, designan como utópica la actitud de imaginar la posibilidad de una transformación social total sin reconocer el papel revolucionario del proletariado. “Rasgo común – dice Engels- es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado..., no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada sino de golpe, a toda la humanidad.” Estas “teorías incipientes” de los fundadores del socialismo, “fantasías que hoy parecen mover a risa” (Engels), son el reflejo tanto de las condiciones económicas poco desarrolladas de la época como de la incipiente condición de clase. De ahí que, según Engels, los primeros socialistas pretendieran “sacar de la cabeza la solución de los problemas sociales”. A pesar de reconocer los “geniales gérmenes de ideas” que contiene el llamado socialismo utópico, Engels aconsejaba no “detenernos ni un momento más en este aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado”. Se inicia así el periplo científico del socialismo. A partir de entonces se definió al socialismo con referencia a la ciencia, o más exactamente, al método científico, entendiendo éste como un camino preciso para encontrar la verdad. De acuerdo con Engels, el socialismo logra convertirse en ciencia gracias a dos descubrimientos: uno, la concepción materialista de la historia según la cual toda la historia anterior es la historia de la lucha de clase, y que estas clases sociales son en todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir de las 15 Cf. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, 2 volúmenes, s.f. 16 Ibidem, p. 30 10
  • 11. 11 relaciones económicas de la época; el otro, la plusvalía como revelación del secreto de la explotación capitalista. Sólo desde esta perspectiva científica, el socialismo puede explicar al modo capitalista de producción y, por tanto, destruirlo ideológica y políticamente. De acuerdo a este criterio, los objetivos del socialismo son entonces: investigar el proceso histórico-económico del que forzosamente tienen que brotar las clases y sus conflictos; y descubrir los medios para la solución de ese conflicto en la situación económica dada. Así, situado en la realidad, el socialismo es el producto necesario de la lucha entre dos clases: el proletariado y la burguesía. Desde este entendimiento, el socialismo científico se basa exclusivamente en el análisis del sistema capitalista y sobre la previsión del advenimiento de una sociedad basada en la socialización de la propiedad. Para analizar esta gran empresa es necesario organizar a la clase obrera en una única fuerza de combate y prepararla para la lucha final, esto es, darle una conciencia de su propia praxis. A diferencia de la mayor parte de sus predecesores, Marx y Engels consideraron el socialismo no como un ideal del que pudiera trazarse un anteproyecto atractivo sino el producto de las leyes del desarrollo del capitalismo que los economistas clásicos fueron los primeros en descubrir y tratar de analizar. La revolución proletaria fue concebida por los fundadores del socialismo científico como resultado de un proceso histórico objetivo, independiente de la voluntad humana, y el socialismo como la coronación de un desarrollo progresivo que lentamente habría mejorado “almas y cosas” para un tipo de sociedad armónica y perfectamente integrada. El socialismo científico difería del utópico en su insistencia acerca de que la transición al socialismo era un proceso social objetivo enraizado en la contradicción del capitalismo que creaba el moderno movimiento obrero. El paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia, pretendió establecer una diferencia esencial en cuanto: al modo de concebir la nueva sociedad; los medios para alcanzarla; el agente histórico fundamental del cambio; los objetivos de la propia transformación social. Utopía socialista y feminismo En el pensamiento que genéricamente se define como utópico, como “premarxista o protosocialista”17 , confluyeron, para conjugarse o para chocar, las instancias más diversas, que tenían en distintas fuentes su origen: en el Siglo de las Luces, en las premisas políticas proporcionadas por la Revolución Francesa, en la economía política clásica, en las conquistas de la ciencia con sus consiguientes aplicaciones a la industria, en las propias conmociones internas de la Iglesia y, sobre todo, en las condiciones sociales de las enormes masas de pobres del hemisferio occidental. Aunque, la mayoría de las veces, escindido y sin coordinar en un sistema homogéneo, este movimiento de ideas representó un movimiento de ruptura revolucionaria que propone nuevos criterios para la valoración de la sociedad. 17 G. M: Bravo, Historia del socialismo, 1789- 1848, Editorial Ariel, Barcelona, 1976, p. 9. 11
  • 12. 12 Pese a sus altibajos conceptuales y metodológicos y al valor muy diferenciado de cada uno de los autores, los socialistas utópicos quisieron resolver las grandes cuestiones sociales que afectaban a la organización del trabajo y a los trabajadores. Precisamente esto les llevó a ocuparse de la economía, de la fábrica, de las condiciones productivas de la sociedad en la que los trabajadores vivían, actuaban, eran explotados y privados de la posibilidad de dirigir autónomamente su propia vida, de reproducirse moral, intelectual y biológicamente. Así, pues, partiendo del análisis crítico de las condiciones de la sociedad capitalista y, evidentemente, de la temática prioritaria de la propiedad, fueron múltiples los campos, los sectores de intervención en los que ellos “demostraron no tanto promover reformas, como sacar conclusiones”, por lo que “a éstos no se les puede negar el calificativo de revolucionarios, fuera cual fuera la táctica adoptada para realizarla”18. De esta manera, los temas fundamentales en todo el pensamiento utópico fueron: el problema de la igualdad, a partir del cual los utópicos rechazaron la exaltación de la libertad abstracta tal y como la concebía el liberalismo; la educación, los socialistas utópicos se presentaron ante todo como educadores para la preparación de la nueva sociedad; el internacionalismo, manifiesto en dos dimensiones: la paz y el internacionalismo proletario; y la liberación del mundo del trabajo y de los trabajadores y, dentro de este marco, la emancipación femenina. Al respecto apunta Bravo, “sobre este último tema (el de la emancipación de la mujer), se observa que todos los pensadores eran sumamente abiertos. Incluso algunos fueron decididamente feministas, elaborando escritos sobre el asunto”19. Hoy, el movimiento feminista ha empezado la recuperación de las ideas y esperanzas de los/as primeros/as socialistas.20 Este replanteamiento del feminismo contemporáneo toma como punto de partida justamente un aspecto de la elaboración de aquel proyecto socialista pre- científico que difiere sustancialmente del socialismo „científico‟, esto es, el problema de la emancipación de las mujeres. Mientras que la visión de una existencia familiar y sexual reorganizada ocupó un lugar central en el pensamiento socialista utópico, en el llamado „científico‟ se vio cada vez más relegada a un último término de la agenda del cambio, cuya atención principal se centró en una revolución de las estructuras que, se pensó, liberaría automáticamente a toda la clase obrera, incluidos hombres y mujeres por igual. El socialismo „científico‟ enfocó de manera totalmente distinta las relaciones de género/clase, dando como resultado que el androcentrismo fuera reducido a una relación burguesa de propiedad, sustrayéndolo de este modo de la lucha de clases.21 Con el paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia –cuando el anterior sueño de emancipación de toda la humanidad fue desplazado por la lucha de una sola clase- las mujeres y sus intereses fueron arrinconados básicamente a partir de dos 18 Ibidem, p. 12 19 Ibidem, p. 30 20 El desarrollo de este planteamiento pertenece a Bárbara Taylor: “Feminismo Socialista: Utópico o Científico”, en 21 Cf. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú, s. f. 12
  • 13. 13 maneras: por una parte, el cambio estratégico por la lucha proletaria significó la marginación política de todos aquellos que científicamente hablando no eran proletarios; así la insistencia del socialismo científico apretó la red hasta el punto que sólo una minoría de mujeres fueron atraídas a su interior. Por otra, este constreñimiento de la lucha socialista marginó a toda una serie de asuntos fuera de los límites de la política revolucionaria. Dado que lo que estaba en juego era la reformulación de las relaciones productivas, todas las cuestiones relacionadas con la reproducción, el matrimonio o la existencia personal dejaron de ser problemas centrales de estrategia revolucionaria para convertirse en cuestiones meramente privadas. Por el contrario, ¿por qué la lucha contra la opresión sexual fue parte fundamental de la estrategia del socialismo utópico? Sucede que para la mayoría de sus seguidores, el capitalismo no era sencillamente un orden económico dominado por una división única basada en las clases, sino un gran campo donde se enfrentaban múltiples antagonismos y contradicciones, cada uno de los cuales vivía tanto en el corazón y en la mente de mujeres y hombres, así como en sus circunstancias materiales. Desde esta perspectiva, la crítica del socialismo utópico se desenvuelve entre un análisis económico de la explotación de la clase obrera, una condena al moral individualismo egoísta y una explicación psicológica de los impulsos disociales, que se gestaban, no sólo en las fábricas y en los talleres sino también en las escuelas, las iglesias y, sobre todo, en el hogar. Para los socialistas utópicos, el “sistema competitivo” se apuntalaba en hábitos de dominio y subordinación formados en los ámbitos más íntimos de la vida humana. Con todo y que los/las „protosocialistas‟ no pudieron identificar la raíz de la subordinación y la emancipación de la mujer, el feminismo socialista reivindica la fundamental unidad y profundidad de este cuerpo teórico en cuanto al tratamiento que dio a la cuestión de la emancipación de las mujeres, proporcionando una alternativa de sociedad que liga la situación de opresión de la mujer con su situación en el trabajo, en el hogar, en la iglesia, sin dejar de articular su transformación específica a las luchas y objetivos de los demás trabajadores. De ahí que, contra la tradición de considerar al socialismo utópico como una curiosidad en la historia del pensamiento social y político, el movimiento feminista contemporáneo haya renovado y enriquecido nuestra visión de los orígenes del socialismo. 13
  • 14. 14 PARTIDOS POLÍTICOS O LAS TRAMPAS DEL SEXO Cuando el ejecutivo del partido afirma algo, yo nunca me atrevería a no creerle, pues como fiel miembro del partido es válido para mi el viejo lema: Credo Quia Absurdum (lo creo precisamente porque es absurdo). Rosa Luxemburg en un congreso socialdemócrata (1911) Introducción Se ha dicho, con razón, que “la historia del capitalismo es una historia de transformaciones que califican no sólo las modificaciones internas del grupo dominante en su relación con la economía...., sino también la articulación de este proceso de “etapas” del capitalismo con la asimismo cambiante presencia de las clases subalternas”. De esta manera, “analíticamente, cada fase supone... modificaciones en el patrón de acumulación pero también en el patrón de hegemonía”22. La extensión de los derechos de ciudadanía a las mujeres no podría ser explicada fuera de estas premisas. En efecto, la incorporación institucional de las mujeres al mundo público tuvo lugar en medio de intensas luchas sociales, desde las últimas décadas del siglo XIX, como parte de un conjunto muy complejo de cambios en el modelo de dominación política en las sociedades occidentales. Las manifestaciones de esta transformación de las funciones y estructura del Estado y los arreglos correspondientes, variaron de acuerdo a las especificidades de cada región y país. Se pusieron en marcha modalidades de gestión y procesamiento de conflictos aparentemente contradictorios entre sí. Si, por un lado, tuvo lugar una “difusión de lo político” (Wolin) que abrió paso a un relativo proceso de pluralización de la sociedad civil, por otro, se fortaleció la burocratización y centralización del sistema político y de los órganos encargados de tramitar las demandas y conflictos sociales. Las luchas de las mujeres occidentales por el derecho a la educación, al divorcio, a la patria potestad, a la maternidad voluntaria, a la jornada de ocho horas, a igual salario por igual trabajo, a la creación cultural, de alguna manera expresan el paulatino desplazamiento de lo público a otros espacios que antes eran considerados eminentemente privados. Novedosos movimientos sociales –típicos de los primeros años del siglo XX- se convirtieron en espacios de “socialización de la política” (Ingrao), que lograron promover importantes acciones contrahegemónicas, en los que las mujeres, además, 22 Juan C. Portantiero, Los usos de Gramsci, Folio Ediciones, México, 1981,p. 16 14
  • 15. 15 tuvieron un gran protagonismo. Castells señala, por ejemplo, que todos los informes sobre los movimientos inquilinarios, tan comunes en los países occidentales, convergen en un punto preciso: ser una lucha basada fundamentalmente en la iniciativa de las mujeres. Y añade: “ las mujeres eran los actores, no los sujetos de la protesta. Reclamaban el derecho a vivir para sus familias y eran los agentes de una protesta orientada hacia el consumo, como continuación de su papel de agentes consumidores dentro de la familia, aún cuando al mismo tiempo fueron obreras. En sus exigencias, no abordaban la cuestión de la desigualdad basada en el sexo. Sin duda, el propio proceso transformó la percepción de las mujeres sobre sí mismas, así como su papel en la comunidad”23. Otro tanto ocurre con el movimiento sufragista, al que hay que entender dentro de un contexto de crítica más profunda a otros aspectos de la sociedad que ponían limitaciones a la participación de las mujeres. El tema del voto, además, constituyó un medio de unir a mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad siempre estuvo marcada por serios desencuentros.24 Mientras tanto, otros procesos ocurren a nivel del sistema político estatal. Así el partido de masas se convierte en factor determinante, en una organización deliberadamente construida para alcanzar una meta específica: el poder político, por medio de un personal político profesional y a tiempo completo.25 Se trata, en fin, del “típico partido de electores que se plantea la conquista del poder político –por consiguiente, partido de adultos y adultos del sexo fuerte”26. En efecto, si bien el ganar el derecho al voto hizo converger la atención de las mujeres en la política, motivando que “algunas se movieran inmediatamente para sacar partido viendo que no sólo podían votar sino también competir por los puestos políticos”27, lo cierto es que las nuevas modalidades de organización y participación en el sistema, dan un nuevo carácter al activismo femenino, principalmente en los partidos, que implican marginación y exclusión de los niveles de toma de decisiones. Desde entonces, en última instancia, las razones más ondas de la recurrente apatía de las mujeres para continuar la lucha por sus derechos parecen radicar aquí. En este sentido, es revelador lo ocurrido en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), cuando esta agrupación amplía su proyecto político nacional: “En 1908, cuando la afiliación de las mujeres a los partidos políticos fue legalizada en toda Alemania por primera vez, la dirección del partido aprovechó la oportunidad para integrar al movimiento de las mujeres en el partido y reemplazar a (Clara) Zetkin por la menos radical Luise Zietz… (1865-1922)…, quien era de origen proletario. No era una intelectual como Zetkin y carecía de su talento para la síntesis teórica. Ante todo, Zietz 23 Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza Editorial, Madrid, 1986, p. 67. 24 Cf. Richard Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australia, 1840-1920; Siglo XXI Editores, 1980. 25 Cf. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva; 7ª reimpr., FCE, México, 1984, especialmente: IX. La institución estatal racional y los partidos políticos y parlamentos modernos (Sociología del Estado). 26 Madeleine Roberioux, “El socialismo francés de 1871 a 1914”, en VV AA, Historia General del Socialismo 2. De 1875 a 1918; Editorial Destino, Barcelona, 1979, p. 281. 27 Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, México, 1983, p. 281. 15
  • 16. 16 fue una proselitista. Siempre de viaje, buscando apoyos y reclutando nuevas socias en todo el país, representaba el nuevo tipo de dirección burocrática que estaba reemplazando al viejo tipo de carisma de mujeres como Zetkin en todo el SPD. Bajo la dirección de Zietz, el movimiento de mujeres del SPD alcanzó la cifra de casi 175,000 afiliadas en 1914. Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la sindicación de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres sindicadas inmediatamente antes del estallido de la primera guerra mundial”28. Género y formas modernas de dominación La batalla de las sufragistas –una especie de fase fundacional de las luchas políticas del movimiento de mujeres occidentales- tuvo lugar en el seno de un sistema tradicional de partidos, típico de sociedades caracterizadas por niveles bajos de movilización y participación políticas, donde prevalecía el partido de notables (“partidos de patronaje”, como también les llamó Weber), esto es, una especie de asociación constituida esencialmente por elites poseedoras, en una situación de competición electoral restringida y muy patrimonial.29 En este ambiente llama la atención cómo las propias mujeres – a veces con el apoyo de algunos „notables‟- lograron generar asociaciones y clubes autónomos de carácter social y político, aunque muy semejantes a los partidos tradicionales, en cuanto a su estructura interna y a los mecanismos para designar la representación. Estos esfuerzos por darse una estructura organizativa autónoma afirman el papel de la mujer en la sociedad y logran abrir brechas en el sistema de dominación imperante, introduciendo –aunque no todo el tiempo con éxito- sus reivindicaciones específicas. Sin embargo, cuando esto ocurre, cuando al fin se reconocen jurídicamente los derechos políticos de las mujeres, el ejercicio real de la ciudadanía tiene lugar en una nueva fase de reconstrucción hegemónica capitalista, que modifica de raíz los presupuestos de la acción política, tanto de las elites dominantes como la de los grupos sociales subalternos. Es así como los nuevos mecanismos institucionales de distribución del poder implicaron un desplazamiento a favor de las fuerzas organizadas de la economía y de la sociedad. Lo importante aquí es que el nuevo modelo institucional (corporativo según Ch. Maier), “buscaba menos el consenso a través de la aprobación ocasional de las masas, que por medio de una negociación continuada (continued bargaining) entre intereses organizados”30. En las nuevas condiciones, las características personales continuaron siendo importantes para determinar las actitudes y los comportamientos hacia la actividad política. Pero 28 Evans, op. cit., pp. 191-192. 29 Weber, op. cit., pp. 107-1117. No obstante, el diverso uso que hace Weber de este concepto, en su tipoogía de la dominación el patrimonialismo es una de las formas de la dominación tradicional que contribuye u obstaculiza el surgimiento y la consolidación del Estado moderno. Cf. Gina Zabludovsky Kuper: Patrimonialismo y modernización. Poder y dominación en la sociología del Oriente de Max Weber, FCE, México, 1993. 30 Citado por Portantiero, op. cit., p. 21. 16
  • 17. 17 ahora, una persona o un pequeño grupo dispuestos a emprender cierto tipo de acción política sólo pueden expresar sus demandas al gobierno a través del sistema de partidos y el sistema electoral. Como vemos, esta tendencia organizativa de la democracia moderna implicó, en primer lugar, a los partidos políticos. No es casual que empiecen a aparecer en los inicios del siglo XX, los primeros estudios sobre el fenómeno partidista moderno, que centran en la naturaleza de éstos el principal problema democrático. Así, según Michels y su famosa ley de hierro de la oligarquía, es inevitable la concentración del poder en la cúpula de las organizaciones políticas con la pérdida de influencia por parte de los miembros de base: “la organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”31. Esta perspectiva crítica permite centrar la atención en los procesos y funciones que caracterizan a los partidos, por tanto, las líneas internas del conflicto real que determinan los procesos de decisión: ¿cómo se determina el liderazgo del partido? ¿quién(es) y cómo designa(n) a los candidatos a las elecciones? ¿qué amplitud tiene la libertad de acción de las personas elegidas? ¿quién(es) decide(n) la formación o el fin de la coaliciones gubernamentales? ¿cuál es el papel de los/as afiliados/as en la toma de decisiones? ¿cuál es el papel de los órganos partidistas? ¿cómo son definidos y/o decididos los temas y problemas prioritarios del partido? ¿cómo cambian estos procesos según el papel de gobierno o de oposición del partido? Estos procesos internos, que representan ciertamente un área oscura en la literatura sobre los partidos, podrían constituir los indicadores más adecuados para medir la desventajosa posición de las mujeres en esos espacios de poder. Reberioux cuenta cómo en el Congreso del PSF, en Tours, en 1902, las mujeres socialistas francesas no lograron que el partido aprobara oficialmente el principio “a trabajo igual salario igual” ni la propuesta de crear una tribuna femenina en la prensa socialista. Algunos grupos de mujeres abandonaron el PSF se adhirieron al PSdF, otra tendencia socialista. Pero también aquí, el problema laboral era considerado, en la práctica, como algo secundario. “Dada la situación, nadie planteó esta cuestión en el momento de la unidad... A pesar de la campaña de prensa promovida en 1907 por Brake y Jaurés en pro del derecho de voto femenino, el partido no se movilizó, y las mujeres socialistas -¿2,000 en 1912?- no volvieron a plantear iniciativas en ese terreno... ¿Qué hacían, pues, las mujeres en la SFIO? No tenían ni un escaño en la CAP. No existía ningún organismo específico en el que pudiesen plantear sus problemas... La SFIO no ofrecía a las mujeres ni el calor de una buena acogida, ni las motivaciones necesarias para actuar, ni los medios imprescindibles para su organización militante...32”. En 1946, la dirigente peruana Magda Portal escribió una novela –La Trampa-, en la cual, a través del personaje María de la Luz, describe su propia participación en los consejos ejecutivos del APRA y sus relaciones con el ejecutivo aprista: “María de la Luz tiene un puesto importante en el ejecutivo. Pero las reuniones de este organismo siempre se realizan sin ella. ¿Cómo podrían tener confianza en la discreción 31 Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, 2ª ed., vol. 1, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972, p. 78. 32 M. Reberioux, op. cit., pp. 282-283. 17
  • 18. 18 femenina?... María no es servil... Tiene prejuicios intelectuales. No se lleva bien con las esposas de los líderes porque se considera mejor que ellas. No se lleva bien con los líderes del partido porque la presencia de una mujer entre tantos hombres los escandaliza. Además, siempre sorprenden sus opiniones. Cuando hace su aparición en el ejecutivo ellos tratan sólo problemas formales. Y cuando está en desacuerdo, la mayoría de los hombres la refutan. Se encuentra sola. A menudo deja la habitación en señal de protesta, y entonces todos respiran más a sus anchas”33. El caso de la socialista polaca Rosa Luxemburg es, en este sentido, emblemático.34 El problema de política práctica y teórica, que se planteó esta extraordinaria mujer – llamada por sus propios camaradas la Viruela Luxemburgo-, y que la llevó a sus históricas diferencias con V. I. Lenin, fue precisamente la naturaleza del partido político que a su juicio requería el proletariado. En 1904, Luxemburg publica el notable y revelador escrito “Problemas organizativos de la socialdemocracia”, como respuesta al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos atrás, ambos de Lenin. Sin negar la necesidad del centralismo propuesto por el dirigente ruso, Rosa objetó hacer de esta forma organizativa una virtud hasta convertirla en un verdadero principio. Y reconoce: “Los socialistas rusos se ven forzados a asumir la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia prima que la propia burguesía provee en otros países...”35. El costo de esta crítica, sin embargo, fue alto; un aspecto de la vida partidaria de Luxemburg que no ha sido documentado suficientemente, pero que ayuda a explicar su desaliento. Se trata del virtual aislamiento –excepto cuando se trataba de explotar su gran talento- que sufrió por parte de sus camaradas socialdemócratas. En una carta que envía a Clara Zetkin, en 1907, donde expone sin reservas su pensamiento sobre Auguste Bebel, viejo dirigente socialista de gran influencia en el partido, señala: “Después de mi regreso de Rusia me siento apaciblemente sola... Siento la pusilanimidad y la ordinariedad de todo nuestro Partido de una manera tan áspera y dolorosa como jamás en el pasado. Pero no me inquieto por estas cosas como tú, porque ya he comprendido con impresionante claridad que estas cosas y estos hombres no se pueden cambiar sino hasta que la situación haya mudado enteramente”36. Y confiesa con amargura: “Mientras que se trataba de defenderse contra (Eduard) Bernstein37... aceptaban nuestra compañía y nuestra ayuda ya que solos se hubieran 33 Citado por Chaney, op. cit., ,p. 159. 34 De acuerdo a la filósofa húngara Agnes Héller, fue la mujer representativa del movimiento socialista; para Heller, dos palabras -representativa y mujer- deben ser subrayadas. “Rosa Luxemburgo tenía la destreza de prever futuros peligros en embrión. No sólo le interesaron los peligros aislados, sino todos los posibles peligros del movimiento socialista analizados y criticados por su incomparable talento... Previó la coyuntura en la que una acción común para liberar a la gente se convierte en un nuevo lazo de dominio, ya fuera la formación de un Gabinete, la organización de un partido elitista, la imposición tajante de la voluntad de ese partido sobre el pueblo, o el apoyo a una guerra. Todo lo que anticipó y advirtió fue cierto. Y esto no fue casual: además de ser una dirigente en el movimiento socialista, Rosa fue una estudiosa a la vanguardia de su tiempo...”. “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos 31, México, julio 1980, pp. 33-34. 35 Rosa Luxemburg, Obras escogidas, tomo 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, p. 147. 36 Citado por Lelio Basso, Rosa Luxemburg, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, p. 86. 37 Socialdemócrata alemán quien en sus artículos publicados bajo el título “Problemas del socialismo” (1897-98), sometió a revisión por vez primera los principios básicos del marxismo. 18
  • 19. 19 hecho en los calzones. Pero si se pasa a la ofensiva contra el oportunismo, entonces los viejos están... contra nosotros”38. Años después, en una carta enviada desde la cárcel a Matilde Wurm, con fecha 28 de diciembre de 1916, dice: “Si sólo me acuerdo de la galería de tus héroes me siento desmoralizada... Te juro: preferiría pasarme aquí años... más bien que tener que “luchar”, hablando con tu permiso, con tus héroes, o en general tener que ver con ellos”39. Lelio Basso, político italiano y estudioso de su obra, ha afirmado en torno a la escabrosa relación de Luxemburg con la dirección política de su partido: “Esta tensión revolucionaria suya, junto con la inflexibilidad de su carácter, le hicieron particularmente difícil el aclimatarse a la vida de la socialdemocracia alemana. Entre los „padres (del SPD)‟, Rosa Luxemburgo con su insólito temperamento para la concepción alemana, con sus ideales no dispuestos a compromisos, que desempolvaban los ojos de la rutina, que aclaraban y ampliaban los horizontes, podía suscitar un sentimiento de extrañeza más que de confianza y de benevolencia”40. Vemos, pues, que no todo el tiempo saber es poder. Género y reformas del Estado en América Latina Y es que, en general, los partidos políticos no son sólo una articulación de la sociedad, el conglomerado de personas que voluntaria y libremente se asocian, sino que desde su formación tienden a asemejarse al Estado. “No sólo porque proponen soluciones globales, sino porque las conciben en los mismos términos que el Estado, aun cuando reivindiquen un contenido político distinto al existente; y, sobre todo, porque funcionan como un Estado en miniatura, porque reproducen en su interior aquellas estructuras de poder, jerarquía y mandato que las mujeres parecen aborrecer o de las que, al menos, desconfían en extremo”41. Así, en los partidos las mujeres se encuentran confinadas a determinados sectores que corresponden a su lugar tradicional en ciertas zonas de la sociedad. Como señala Rossanda: “Le confían a las mujeres un territorio, zonas reconocidas como afines a los intereses de las mujeres; zonas „liberadas‟ que a menudo chocan con contradicciones, disciplinas, prioridades del Partido distintas y hasta opuestas, a sus propósitos y objetivos” 42. En no pocas ocasiones, las mujeres no tienen el peso que deberían tener en el interior de los partidos, no tanto porque éstos las rechacen sino porque las propias mujeres se distancian ya que se sienten ajenas a las “maniobras de facción” que determinan las luchas por el poder al interior de esas organizaciones políticas; es casi siempre un hacer política extremadamente competitivo, verticalista y jerarquizado. 38 Lelio Basso, op. cit.,, p. 87. 39 Ibidem, infra. 40 Ibidem, p. 84. 41 Rossana Rossanda, op. cit,,p. 213. 42 Ibidem, p. 217. 19
  • 20. 20 Si bien, durante las últimas cinco décadas la mayoría de los partidos ha gozado de una participación numerosa de mujeres militantes, su peso, en cambio, ha sido muchísimo menor. En realidad, no corresponde a la gran base de mujeres que ayuda a sostener la existencia del partido. No ha sido suficiente que en algunos países los partidos políticos hayan introducido el sistema de cuotas, un mecanismo que garantiza que un porcentaje mínimo de mujeres estén representadas en la dirección del partido y en las listas de candidaturas a puestos de elección. En América Latina la situación es más compleja, porque la ampliación de la ciudadanía tuvo lugar en condiciones mucho más adversas que en la mayoría de los países europeos y EU. El grueso de la masa de mujeres y hombres que desde la década de los treinta irrumpió en la política de sus países, estaba formada fundamentalmente por gente del campo, migrantes rurales en medio de espantosas condiciones de vida. Como señala Hobsbawm, “era una población sin compromisos previos –ni siquiera compromisos potenciales- con ninguna versión de política urbana y nacional y mucho menos con ninguna creencia que pudiera constituir la base de dicha política”43. El Cuadro 1 muestra cómo, en un extenso período que parte de 1929 y llega hasta 1983, las mujeres latinoamericanas y caribeñas logran acceder a los cotos hasta ese momento cerrados de la política oficial, pero sólo formalmente, se entiende. De hecho, será el tipo de dominación política que prevalezca en el país el que determinará en buena medida las realidades de esa incorporación. En todo caso, cualquier análisis retrospectivo sobre la experiencia política durante estos largos años, tiene que tomar en cuenta el tremendo atraso cultural –provocado básicamente por el analfabetismo- de buena parte de la sociedad latinoamericana, lo que implicó una situación prepolítica de circunstancias extraordinariamente desfavorables para el éxito de una apertura democrática, particularmente en lo que atañe al activismo (o pasividad) de las mujeres y sus preferencias políticas. 43 Eric Hobsbawm, “Los campesinos, las migraciones y la política”. En VV AA, América Latina: Dependencia y Subdesarrollo; EDUCA, San José, 1973, p. 583. 20
  • 21. 21 CUADRO # 1 TIPO DE DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUFRAGIO NACIONAL FEMENINO EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE TIPO DE DOMINACIÓN PAÍS AÑO SUFRAGIO FEMENINO Régimen populista que Ecuador 1929 amplía „desde arriba‟ Brasil 1932 la participación política Guatemala 1945 Venezuela 1947 Argentina 1947 Colombia 1957 Régimen autoritario en Cuba 1933 período de fuerte represión El Salvador 1939 política Rep. Dominicana 1942 Haití 1950 Honduras 1955 Nicaragua 1955 Perú 1955 Paraguay 1961 Régimen liberal de participación restringida Uruguay 1932 Panamá 1945 Chile 1949 Régimen de transición Costa Rica 1949 después de insurrección Bolivia 1952 popular y/o guerra civil Régimen de partido único México 1953 Descolonización dentro de Jamaica 1962 la Mancomunidad Británica Trinidad y Tobago 1962 Barbados 1966 Bahamas 1973 Granada 1974 21
  • 22. 22 Dominica 1978 Santa Lucía 1979 San Vicente y Granadinas 1979 Antigua y Barbuda 1981 Belice 1981 San Cristóbal y Neivis 1983 FUENTES: Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, Méxcio, 1983, p. 271. Pablo González C., coord.., América Latina: Historia de medio siglo. 2 vols., Siglo XXI Editores, México, 1981. __________, América Latina en los años treinta, UNAM, México, 1977. Una encuesta realizada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la CEPAL, a la vez que señala que las mujeres de la región prácticamente se encuentran recién llegada a la ciudadanía plena, consigna que los porcentajes de participación femenina en congresos o parlamentos variaban de 0 a 13.3%.44 Y es que si bien la actitud de los dirigentes de partidos políticos hacia la participación de las mujeres ha ido variando históricamente en función del contexto, de la relación de los distintos partidos en el poder y de la ideología que sustentan, esos ordenamientos políticos no han dejado de ser sospechosos para la mayoría de las mujeres. Teniendo en cuenta la presencia subordinada de las mujeres y de sus demandas en las estructuras y programas partidarios, así como la preeminencia masculina en las distintas áreas de la política formal, en nuestros días uno de los temas más polémicos dentro de la actual reforma del Estado en América Latina y el Caribe es el referente al establecimiento de cuotas de representación femenina y de medidas de acción afirmativa en dichas instancias. Las modalidades que buscan aumentar la representación femenina en los cargos de toma de decisiones políticas y mejorar sus posibilidades electorales, varían desde las cuotas mínimas de inserción en los niveles de toma de decisiones en los partidos, pasando por diferentes formas de listas electorales hasta la modificación de la distribución de las circunscripciones electorales en las que por lo menos un escaño sea ocupado por una mujer. Cuando ha surgido, el tema ha generado siempre una fuerte resistencia. Muchos/as de quienes se oponen a este mecanismo apelan a un supuesto “neutro político”, según el cual los lugares y puestos de mayor responsabilidad deben ser ocupados por los “mejores militantes”, independientemente de su adscripción de género. Para un especialista como Dieter Nohlen, “de existir una cuota legal, las diputadas se sentirían, finalmente, como diputadas de segunda clase, a lo que, por otra parte, se oponen las mujeres”. Por su parte, quienes pugnan por las cuotas y por otras medidas de acción afirmativa – comúnmente mujeres militantes de partidos políticos- insisten en negar, en contra de la 44 Citado por Blanca I. Solano, “Mujer y Política”, Doble Jornada # 56, 2 de septiembre de 1991, México, p. 2. 22
  • 23. 23 idea de que los representantes políticos deben atender los postulados generales de los partidos y no defender intereses particulares de grupo, que el sistema de cuotas y otros semejantes permitan concebir a las mujeres como una categoría homogénea o como un grupo con intereses comunes. Afirman la necesidad de reconocer la existencia de condiciones sociales e históricas diferenciales para el pleno desarrollo político de las mujeres y la necesidad de superarlas diseñando espacios donde las mujeres puedan acceder de manera privilegiada para ejercitarse y potenciar su participación en el ámbito público. En Panamá, a mediados de 1995, fue publicado un informe de investigación sobre la participación de la mujer en los partidos políticos, auspiciada por el Centro Pro- Democracia y el Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos. De acuerdo a este estudio, 80% de las personas entrevistadas –hombres y mujeres líderes y miembros activos de partidos- respondió negativamente a la pregunta de si en los estatutos partidarios se debería establecer un porcentaje mínimo para mujeres en las posiciones de liderazgo dentro del mismo. No obstante esta opinión, llama la atención que el 83% de la muestra en referencia también haya aceptado la necesidad de tomar medidas –entre ellas, cambios de la política interna del partido- para que las mujeres inscritas participen más activamente; y para que, además, una amplia mayoría reconozca que el asignar a las mujeres trabajos importantes para el partido y nombrarlas de principales en los cargos, y no sólo de suplentes, son medidas que estimularían la participación femenina en estos órganos de poder. Ahora bien, estos datos hablan menos de opiniones definitivas, contradicciones o despropósitos, y nos sugieren más bien el grado de complejidad de un asunto político que requiere especial y cuidadoso tratamiento. En otras palabras, la resistencia mostrada evidencia no sólo la existencia de profundas conductas ideologizadas y patriarcales el interior de los partidos políticos y un problema de competencias por ocupar los puestos de poder, sino también el alcance de la discusión teórico-política en torno al aspecto general del sentido de la representación. Y es que si bien el debate en torno a las cuotas contempla tanto una concepción de fondo como una respuesta pragmática a una situación dada, cobra especial sentido en el momento actual en el que el conjunto de los partidos se encuentra ante la necesidad de modernizar sus estructuras internas y sus maneras de penetración en la sociedad y de legitimar sus acciones legislativas y/o gubernamentales. De aquí que la cuestión acerca del establecimiento de las cuotas de representación femenina puede no resultar ajena a las instancias de dirección de los partidos, en tanto se perciba en ellas una forma de atender, cuidar y acercar al electorado femenino, pero también de alterar la lógica de funcionamiento de los sectores burocráticos y más arcaicos dentro de los mismos. Por lo que conocemos de otras experiencias latinoamericanas, es probable que, en lo que resta de la actual década, esta demanda sea uno de los ejes principales del quehacer político cotidiano, así como que las condiciones de su resolución dependerán en mucho del desarrollo de los propios partidos y de su capacidad para dotarse de estructuras orgánicas y de funcionamiento más modernos. 23
  • 24. 24 Sin embargo, el asunto no sólo atañe a los partidos per se. De manera decisiva tiene que ver con la praxis política de las propias mujeres partidarias. En este sentido, dos aspectos parecen definir las actividades políticas que contribuirían a fortalecer esta vertiente de mujeres, desde los cuales podrían impactar a sus organizaciones, al movimiento amplio de mujeres y, eventualmente, al Estado mismo. El primero está ligado al trabajo puntual que deben realizar en el seno de su propia organización política y con su posible incidencia en los cargos y puestos directivos de los propios partidos. Aquí, el centro está puesto en la conformación de la agenda partidaria –tratando de que los temas femeninos ocupen un lugar en las plataformas políticas de los organismos- así como en la discusión acerca de las cuotas de representación de las mujeres en la propia estructura y en las listas de candidatos a ocupar cargos de elección popular. El segundo se refiere a su actividad externa y a la posibilidad de establecer puentes y canales de acuerdo político con mujeres de otras opciones partidarias y de operar en la arena legislativa. Acá, el énfasis aparece en el acceso de las demandas y propuestas acerca de la problemática de las mujeres en la agenda parlamentaria y en la construcción de las alianzas posibles entre legisladoras de distintos partidos. Independientemente del resultado final de la lucha por las cuotas u otros mecanismos de discriminación positiva, lo cierto es que, donde y cuando ha ocurrido, este debate ha contribuido en gran medida a que núcleos femeninos muy diversos –tanto por sus orígenes socioeconómicos como por las opciones políticas a las que eventualmente se pueden sumar-, hayan podido enarbolar un cuerpo de demandas específicas, se hayan dotado de un discurso propio e incidido en el ámbito público. Todo ello es imprescindible para el desarrollo de un sistema democrático que garantice tanto la representación como la participación. Lograrlo es un paso político positivo para ampliar la participación de las mujeres y para profundizar la cultura democrática. Las lecciones de la historia Hoy, el reordenamiento político mundial que ocurre desde finales de la década de los ochenta, tornan inevitable el replanteo profundo de una problemática tan densa y compleja como ésta. En 1911, Robert Michels hacía una advertencia al movimiento socialista: “el problema del socialismo –decía- no es simplemente un problema de economía... El socialismo es también un problema de administración, un problema de democracia”45. Hoy aquel modelo de construcción del socialismo se ha extinguido y sobre sus ruinas se levanta, petulante y jactancioso, un nuevo orden mundial de mercado que, entre otras modalidades, fija en mecanismos democráticos la transacción entre intereses sociales distintos y/o contradictorios. Los partidos políticos, compitiendo entre sí, vuelven a ser los principales agentes del proceso de formación de la voluntad política en el Estado y en la sociedad. 45 Michels, op. cit., vol. 2, p. 173. 24
  • 25. 25 Uno de los interrogantes que con mayor urgencia se plantea es el de si la democratización del Estado podrá realizarse sin que se produzca también un proceso de transformación social. Esta es una cuestión decisiva en la relación de las mujeres y la política. Agnes Héller señaló una vez que “con frecuencia, las mujeres se parecen a las personas que no pueden dormir y se voltean a un lado y otro en lugar de darse cuenta que la causa de su insomnio es una ansiedad interna que no puede eliminarse con simples cambios de posición”46 . Esta afirmación sugiere algunos indicios sobre los términos y condiciones de una participación política femenina que sólo se plantee en clave cuantitativa y deje tal como está el sistema de partidos y los vínculos actuales entre la sociedad civil y el Estado. Como es fácil suponer, todo esto queda subordinado al desarrollo de las luchas sociales. Si bien esto último dista de estar garantizado, hoy son muchas las mujeres que luchan denodadamente para hacerlo posible. 46 Héller, op. cit., p. 37 25
  • 26. 26 DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO En el bicentenario de la Revolución Francesa “¡Oh!, mi pobre sexo... Oh, mujeres que nada obtuvieron de la revolución!”47. A esa amarga conclusión arribó Olympe de Gouge –autora, en 1791, de la primera y nunca aprobada Declaración de los Derechos de la Mujer- poco antes de ser guillotinada, en 1793. Y es que, desde entonces, las mujeres parecen marginadas de la herencia política de la Revolución Francesa. Si bien participaron con furia y pasión entre las enardecidas multitudes parisinas que se volcaron a las calles y se tomaron La Bastilla, más tarde, los Estados Generales premiaron, sobre novecientos certificados de mérito por aquella acción heroica que cambió la relación entre pueblo y poder, sólo a una mujer.48 Pero la efervescencia revolucionaria siguió, y así las mujeres se lanzaron tras la Declaración de los Derechos y las sublevaciones por el pan y el jabón; Luis XVI escapó a Versalles y, en París, ante los hombres inseguros y vacilantes, una mujer arengó a la muchedumbre el 5 de octubre, y propuso a otras ir en busca del rey. Y marcharon sobre Versalles: lavanderas, madres de familia, prostitutas. “Son los hombres los que han tomado La Bastilla, pero son mujeres las que han puesto la monarquía en manos de París”, dirá Michelet. En efecto, en 1789, la Revolución Francesa, como todas las grandes rupturas históricas, provocó la participación masiva de las mujeres. Aunque fueron pocas las que alcanzaron cierto protagonismo durante los acontecimientos revolucionarios, las mujeres participaron en gran número en el movimiento general de la revolución y su acción apenas si puede distinguirse de la de los varones durante la marcha a Versalles, o en las jornadas de octubre de 1789, o en las grandes manifestaciones del 4 y 5 de septiembre de 1793.49 La presencia femenina en la revolución no fue unívoca, de un solo lado; ellas también estuvieron apasionadamente divididas entre las diversas facciones en pugna. Por una parte, encontramos a las „damas de buena sociedad‟, educadas en el ambiente culto y desenvuelto del siglo XVIII, la mayoría de ellas estuvo limitada al papel de anfitrionas de una nueva generación de políticos que aún tenía en los salones su principal lugar de encuentro. Así, las cultas girondinas –herederas de la Ilustración- fueron las primeras en la historia política moderna en invocar la igualdad entre mujeres y sociedad política, ligando a la revolución la conciencia democrática contra la intolerancia y la represión del Terror.50 47 Citado por Linda Kelly, Las mujeres de la Revolución Francesa, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1989, p. 9. 48 Ibidem, p. 41. 49 Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983, p. 238. 50 Cf. Kelly, op. cit. 26
  • 27. 27 Sin duda, la presencia de las mujeres fue más contundente cuando estuvo en juego la cuestión de las subsistencias. Mujeres consumidoras, madres de familia y amas de casa fueron las mujeres sans-culottes –tal vez más que los hombres- las que unieron el terror a las subsistencias.51 “Mientras los comerciantes egoístas, los exfuncionarios, los ricos, etc., no sean guillotinados y expulsados en bloque, nada irá bien”, escribirá una de ellas; y otra coincide: “Nada irá bien a menos que se instalen guillotinas permanentes en todas las esquinas de París”52 Un observador de la época señalaba: “Mujeres del pueblo hambriento y mujeres de cerebro se encuentran en París entre 1792 y 1793. Clubes de mujeres revolucionarias, de sociedades plebeyas que admiten a los nobles en sus sesiones, damas que recogen fondos para el ejército jacobino, apologistas de la guillotina –las ciudadanas tricoteuses que llevaban a cabo su propia revolución paralelamente a sus maridos, con violencia y rara voluntad”53. Cuando en 1793, la Asamblea decidió proclamar el sufragio, consideró obvia la exclusión de las mujeres y los siervos. Y ese mismo año caen las primeras cabezas femeninas, las conservadoras, pero también rodarán las de aquellas que se han alineado fervorosamente con la revolución. O son aplastadas de otra forma. A veces, hasta por otras mujeres. En efecto, el Terror trató a las mujeres como a un basto segundo sexo, del que solicitaban únicamente delaciones e intrigas. Así, al perder la batalla con Robespierre, corrieron la misma suerte que los hombres a los que habían ayudado a encumbrar. “¡Ah, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, exclamará en su camino al patíbulo Madame Roland, de quien se ha dicho la “cabeza mejor organizada del pensamiento revolucionario”54. “Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo y también tienen el derecho de subir al estrado”, afirmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, escrita por Olympe de Gouge. Y se cumplió..., sólo que parcialmente. Mientras en los doce meses del Terror, la guillotina decapitó, sólo en París, a 374 mujeres –la mayoría de ellas eran nobles e intelectuales, 100 obreras, 28 criadas y 28 monjas55-, después de las jornadas de prarial (mayo de 1795), la Convención prohibió a las mujeres “asistir a las asambleas políticas” y les ordenó que “se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto de aquellas que se encuentran reunidas en grupos de más de cinco”56. De esta manera fue como las mujeres francesas, las revolucionarias y las conservadoras sin excepción, fueron devueltas a su papel “natural y legítimo” en el seno del círculo familiar. La estructura de las relaciones con el poder público cambió en el ámbito masculino, no así en el de las mujeres. La revolución –que ni siquiera en sus momentos de auge les otorgó derechos civiles y políticos- coronaba así la condición subordinada de la mitad de la población de Francia. 51 Albert Soboul, Los sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario., Alianza Universidad, Madrid,1987. 52 Soboul, Comprender..., op. cit., p. 240. 53 Citado por Soboul, ibidem, p. 55 54 Kelly, op. cit., p. 55. 55 María A. Macchiocchi, “Gloriosas brujas”, Crónicas de la Revolución 1789-1989, Revista El País Semanal # 636, domingo 18 de junio de 1989, p. 10. 56 Citado por Soboul, Comprender..., op. cit.p. 242. 27
  • 28. 28 Así terminó para ellas aquel intento de “asaltar el cielo”. Un episodio monumental de la revolución más larga había concluido. La democracia y nosotras Es indiscutible que cada vez que se produce en un país una rebelión de las masas contra la opresión o a favor de una transformación radical, las mujeres están presentes. A partir de este reconocimiento comienzan los problemas. ¿Qué sucede con las mujeres después del triunfo? ¿Qué sitio encuentran aquellas necesidades específicas de libertad que ellas defendieron, a veces hasta con su vida? El dilema no es reciente. Como quedó señalado, lo inauguró en la modernidad la Revolución Francesa después de las jornadas de prarial (mayo de 1795). Casi un siglo después, en 1892, y ya por nuestras tierras, Simón Bolívar escribió a María Antonia, su hermana favorita, previniéndola enérgicamente contra los peligros del mundo público: “Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos ni se adhieras ni opongas a ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su familia y sus deberes domésticos son sus primeras obligaciones”57. Muy atrás quedó la intensa y masiva incorporación de las mujeres en aquellos conflictos. Después, ya sabemos que ocurrió. Y es que es muy común a la hora de analizar la participación política femenina, privilegiar el punto de vista cuantitativo: cuántas votan, cuántas son electas, cuántas desempeñan cargos públicos, etc. En esta contabilidad social, los resultados asustan al revelar que , por ejemplo, los procesos democratizadores muy poco tienen que ver con la incorporación de las mujeres. Ahora bien, si pasamos la cuestión de la participación femenina por el tamiz del cuestionamiento a la forma de hacer política, a los estilos, el asunto empeora, porque ¿qué avance real puede significar una participación que no intenta modificar ni las concepciones ni la praxis sexista que permean ese ámbito del mundo público? De esta manera, cada vez más advertimos, no sin tristeza y desaliento, cuánto ha cambiado algo profundo, secular, en el modo de concebir la situación de la mujer en la sociedad y, a la vez, cómo las instituciones no logran expresar esa transformación. Quizá porque enfrentar los problemas de la igualdad real de género entraña enfrentar problemas de fondo acerca de la organización de la sociedad en general. En todo caso, a pesar de la visión desencantada que provee la política en nuestros días es posible mantener todavía alguna confianza en las potencialidades de los sujetos sociales para transformar los conservadores estilos políticos predominantes. Para intentarlo parece imprescindible discutir públicamente estas deficiencias vía la recuperación de la memoria colectiva de la participación de las mujeres en movimientos 57 Citado por Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de la Gran Colombia, 1780-1830”, en Asunción Lavrin, comp., Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 268. 28
  • 29. 29 laborales, políticos y sociales. Como dice María C. Feijoó, la memoria colectiva jugaría aquí un papel relevante que podría animar a las mujeres a acometer nuevas acciones al rescatar experiencias semiolvidadas, lo que permitiría un reconocimiento de actividades pasadas y, por tanto otra vez, posibles58. Hoy, pues, no es suficiente reivindicar acríticamente ni la participación vista solamente con la lente cuantitativa ni el mito del igualitarismo jurídico. Pasar por alto cómo las instituciones democráticas –especialmente, los partidos políticos- reproducen en su interior aquellas estructuras sexistas de poder, jerarquía, distribución de funciones y mandatos, es ser cómplice del machismo y de la discriminación. A estas alturas parece obvio señalar que tales actitudes y prácticas no son privativas de los varones. De cualquier modo, es un complejo dilema que los procesos democráticos agudizan, pero que, paradójicamente, sólo con ellos será posible resolver. 58 María C. Feijoo, Mujer y Política en América Latina: el estado del arte. Ponencia presentada en el Taller sobre desigualdad social y jerarquía de género en América Latina, Perú, junio de 1985, p. 29 29
  • 30. 30 MUJERES EN ARMAS... O LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON BAYONETAS Hace algún tiempo, el sociólogo Edelberto Torres R., constataba que en Centroamérica “pareciera que por boca del fusil sólo pudiera proclamarse el socialismo”. Una rápida ojeada a la cotidianidad mesoamericana reflejada en las noticias que continuamente aparecen sobre la región confirmarían el aserto. En todo caso, a partir del triunfo sandinista en 1979, pareció abrirse toda una época de grandes transformaciones en las tradicionales relaciones de poder en algunos países centroamericanos. Aunque no ha ocurrido así, lo cierto es que sí ha habido una considerable renovación de los sujetos populares en medio de la compleja trama que articula nuevos elementos ideológico-políticos con nuevas formas de organización de la protesta social. En Centroamérica el movimiento de mujeres es uno de estos nuevos sectores que generalmente aparece vinculado a la problemática global de los sectores populares. Diversas agrupaciones femeninas han integrado su lucha y reivindicaciones a las acciones colectivas de las clases explotadas que buscan producir un nuevo tipo de sociedad, convirtiendo así al movimiento de mujeres en un componente vital de la dinámica revolucionaria. Desde esta perspectiva, a las mujeres se las puede encontrar en el fragor del combate, formando parte de los grupos de resistencia, actuando como agitadoras y propagandistas tanto en las luchas callejeras como en las tareas de apoyo “típicamente femeninas”: como correos clandestinos, en las cocinas de los diferentes frentes, en el ocultamiento y traslado de armas, en el cuidado de enfermos, en huelgas de hambre, el cuidado de casas de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, etc. Por su origen, desarrollo y situación, el movimiento de mujeres centroamericano responde, en buena parte, a la dinámica que los otros movimientos han tenido en la región, esto es, para decirlo con palabras de Torres Rivas, “la sustitución de la forma partido por la de movimiento, solución final de la estructura política a las urgencias de la lucha militar”. Por ahora, quizá sea ésta la cuestión clave que permita elucidar el rumbo del movimiento en el marco global de las transformaciones ocurridas. Si bien el fenómeno de las mujeres en armas no es nuevo en América Latina –los estudios de la mujer están rescatando paulatinamente las formas que asume este tipo de participación muy propio de los períodos de gran crisis social59-, lo cierto es que hasta ahora el caso centroamericano desborda los precedentes mejor conocidos, tanto por el carácter masivo de la participación como por su profundo contenido contracultural. 59 Cf. Luis Vitale, La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana, Sudamericana/Planeta Editores, Buenos Aires, 1987; Gloria Ardaya, “La mujer en la lucha del pueblo boliviano”, Revista Nueva Sociedad # 65, marzo-abril 1983, pp. 112-126; Margaret Randall, Todas estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense hoy, Siglo XXI Editores, México, 1980. 30
  • 31. 31 No es extraño, pues, que el triunfo de la revolución sandinista generara un amplio sistema de participación política de la mujer y también mayores oportunidades para participar en otros aspectos de la vida cotidiana. Pero a medida que se agudizó el hostigamiento norteamericano fue casi simultánea la marginación de las reivindicaciones, tanto generales como específicas, de las mujeres. En este sentido, el FSLN planteaba, rotundo, en 1983: “Si tenemos que escoger entre la discusión sobre las mujeres y el problema de la agresión externa, debemos discutir el problema de la agresión”60. El recrudecimiento de la situación general de guerra que vive el área desde entonces, ha tenido consecuencias y modalidades diversas para cada uno de los países de la región. Sin embargo, son comunes en ellos los ingentes gastos militares, el asesinato, la tortura y secuestro de la población civil, el fenómeno de los desplazados y de huérfanos de guerra. La economía de guerra en función de la subsistencia tiene entre mujeres, infantes y ancianos/as, sus principales víctimas. En Centroamérica el armamentismo ha provocado el congelamiento cuantitativo y el deterioro cualitativo de los servicios de salud, educación, alimentación, transporte, etc. Notamos también cómo, a pesar de los ingentes esfuerzos nicaragüenses por continuar invirtiendo en los rubros sociales más cruciales, sus dirigentes no pueden evitar la concentración de recursos en seguridad interior y en defensa nacional, lo que devora más del 40% del presupuesto, llevándose también más de la mitad de lo que el país produce.61 Esta ingerencia de buena parte de las esferas de la vida nicaragüense en el esfuerzo defensivo, ayuda a explicar la reorientación de la política de inversiones públicas, sobre todo desde 1985, que prácticamente ha suspendido toda inversión significativa en el área urbana, principalmente en Managua, reduciendo la capacidad estatal para responder a las demandas de los pobladores. Por otro lado, es innegable el gran impacto que tiene la guerra en ciertos procesos sociopolíticos internos a los demás países del área. Esta cuestión tiene que ver con el hecho, nada sencillo, de que la guerra y los procesos políticos que ella encierra plantean una concepción y un quehacer de la política que nace de una distribución desigual del poder. Una distribución desigual que no sólo es clasista sino que también es sexista. Los cuerpos militares han sido secularmente bastiones de la masculinidad, cuestión que no altera tan fácilmente, aun cuando se trate del pueblo armado. En estas condiciones la situación y perspectivas de las mujeres centroamericanas es, desde todo punto de vista, complicada. El acontecer cotidiano en esta región agrava las dificultades para la plena participación igualitaria de la mujer en el proceso de toma de decisiones y en el reparto del poder político. “Excepto –diría Gloria Ardaya- en situaciones de riesgo en las cuales debe „probar‟ su heroísmo y valentía”. 60 Citado por María C. Navas, “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, en Daniel Camacho y Rafael Menjívar, Movimientos populares en Centroamérica, EDUCA, Costa Rica, 1985 61 Centro de Investigación para la Paz, Gastos militares y sociales en el mundo, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1986, pp. 58 ss. 31
  • 32. 32 La situación de guerra y violencia generalizada impide la defensa de reivindicaciones específicas de género contra el autoritarismo, el carácter competitivo y las estructuras verticales y monolíticas.62 Y es que, como ya observó, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “la contínua agresión obliga a la defensa... y una guerra así, guerra de vida o muerte,... tiende a una progresiva militarización de la sociedad entera. Y, a su vez, esa militarización actúa objetivamente contra los espacios de pluralidad democrática y creatividad popular. Las estructuras militares, verticales, autoritarias por definición, no se llevan bien con la duda, y mucho menos con la discrepancia”63. Es, precisamente, en Nicaragua donde la estrategia imperial norteamericana ha contribuido a perfilar preocupantes modalidades políticas. En un reciente ensayo, el sociólogo Carlos Vilas da cuenta de la progresiva transformación de las organizaciones de masas –nervios motores del proceso revolucionario- en algo así como meros aparatos del Estado. Todo ello es producto de la atenazante “priorización de la defensa nacional, la aguda crisis económica y el impacto de todo esto en la vida cotidiana de la gente”64. En este sentido, la modificación de los espacios, el nivel, alcances y maneras de la participación popular que caracteriza lo que se ha llamado la etapa de la hegemonía de las masas (1979-84), afecta profundamente a AMNLAE, la organización de mujeres nicaragüenses, impidiéndole encontrar su propio perfil, como ha sugerido Vilas. Al perder su autonomía política en 1984, un carácter que en la primera etapa le permitió – no sin dificultades- introducir algunas reivindicaciones específicas en el debate político nacional (v.g., la cuestión del aborto, la incorporación de las mujeres al servicio militar, el problema del maltrato, la legislación familiar), AMNLAE pierde ahora gran parte de su protagonismo y eficacia. Así, algunas de las integrantes de la banca parlamentaria del FSLN, ahora partido político, provienen de AMNLAE pero representan a los intereses del partido en la Asamblea Nacional (que reemplazó al Consejo de Estado). Si bien la propia agresión militar puede propiciar nuevos ámbitos y estilos de participación popular (producción y organización en las zonas de guerra), los mismos, en esas condiciones, pueden recrear nuevos mecanismos de subordinación y discriminación hacia las mujeres, habida cuenta de la potenciación de los valores y conceptos machistas que toda guerra genera. Se ha dicho que “no debe confundirse el carácter de la revolución con las formas de lucha por intermedio de las cuales se realiza” (Torres Rivas). Probablemente esto sea así. De lo que no cabe la menor duda es que el cuestionamiento que el movimiento autónomo de las mujeres centroamericanas hace a todo lo que constituye una sociedad basada en la opresión humana, es la mejor garantía contra la eventual posibilidad de que la sociedad se halle en desventaja absoluta frente al Estado y su burocracia. Esta dimensión política del movimiento de mujeres –como demuestra el caso centroamericano- claramente evidencia estar en abierta contradicción con la centralización y el autoritarismo que predomina en el área. 62 Cf. Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Aportes al análisis del maltrato a la mujer, Oficina Legal de la Mujer, Managua, junio 1986. 63 Eduardo Galeano, “Defensa de Nicaragua”, diario La República, 4 de enero de 1987, Panamá, p. 14-A. 64 Carlos Vilas, “Nicaragua: las organizaciones de masas. Problemática actual y perspectivas.”, Revista Nueva Sociedad, noviembre-diciembre 1986. 32
  • 33. 33 De todo lo anterior se desprende como corolario, que no es posible concebir la paz sólo desde el punto de vista de los intereses estatales. Es preciso, por el contrario, optar por una concepción integral de la paz, entendiéndola como una intrincada relación social y política, hecha a la vez de complejas correlaciones entre la dimensión político- diplomática y las correspondientes al desarrollo y a la democracia social, de los derechos humanos y del reconocimiento de la necesidad de prácticas sociales equitativas entre hombres y mujeres. En todo caso, en las sociedades centroamericanas con tan arraigados patrones culturales machistas y autoritarios, agudizados por la acelerada militarización de la región, vemos cómo cada vez más se ensombrece el panorama y, más aún, las perspectivas de una democracia popular en la que no se sacrifiquen los valores humanos por los cuales se luchó (al aplazar la „cuestión femenina‟ tomando el atajo que representa el principio evolucionista en lo relativo a la mujer, lo que vendría a ser lo mismo). Precisamente porque somos solidarias con los procesos revolucionarios centroamericanos, particularmente con Nicaragua, tenemos que reflexionar cuidadosamente acerca de la potencial evolución de estos peligrosos procesos internos, agudizados por la agresión de EU, y que amenaza, como bien expresa Galeano, con deformar la revolución, lo que sería, al fin y al cabo, una forma de aniquilarla. 33