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Walter Gabriel Vélez Ramírez

                           SORDERA:
      ENTRE LA EXCLUSIÓN, EL DESARROLLO Y LA RESISTENCIA

                                            Tenemos nuestros propios desheredados,
                         nuestros olvidados, nuestros excluidos, nuestros marginales.
        Los heridos y las víctimas del desarrollo se encuentran ante nuestras puertas;
                   no es preciso ir a buscarlos en los barrios periféricos de occidente:
                                          los encontramos en nuestros propios barrios.
                                                                         Serge Latouche


Siguiendo la idea de Latouche citada en el epígrafe, para ubicar a los excluidos
del desarrollo occidental (dice el autor -1994 pág. 120- que el desarrollo es la
occidentalización del mundo) no es necesario mirar en África, en la India o en
nuestras comunas suburbanas; entre nosotros están y son invisibles, nos ven y
los vemos pero no los distinguimos, no nos pueden hablar con su voz y no nos
oyen, pero, a simple vista, no hay marca; lo que hace que la exclusión sea
doble: los excluimos y ni cuenta nos damos.


Estoy hablando de los sordos, una comunidad humana disgregada en todos los
círculos sociales y en todas partes del mundo, y que –casi sin importar el
contexto geográfico, social o histórico- han padecido una historia de exclusión,
marginalidad e invisibilización.


¿Quién ha sido el responsable de semejante barbarie? El mundo occidental
que no soporta las diferencias a pesar de autonominarse democrático,
pluralista, tolerante y global. Ese mundo occidental que es el mundo de las
contradicciones: surge en él la democracia pero es colonizador de todo lo que
le difiere, ama la libertad pero esclaviza a quienes se le resisten e incluso a los
que lo acogen, respeta las diferencias pero trata de normalizar a los diferentes
invisibilizándolos, pretende la globalización pero responde a una racionalidad y
una humanidad que pretende únicas.


Y ¿en qué se diferencian los sordos? A simple vista, en nada, pero su
diferencia –por ello mismo- es más profunda: su lenguaje es diferente, por lo
tanto su percepción del mundo es diferente, y -como para nosotros el mundo
no es muy distinto de lo que percibimos de él- su mundo es diferente. Distinto
mundo, distinto lenguaje, distinta cultura, distintas prácticas comunicativas que
conllevan distintas prácticas de socialización; son extraños en medio de los
más allegados, su familia; son mudos en medio de la gran mayoría, los
oyentes; no oyen en medio de un mundo mediatizado por el sonido; tienen
acceso a la lengua escrita sólo como segunda lengua –con todas las
implicaciones que esto tiene para una persona sorda- en medio de un mundo
cuyo conocimiento circula en grafía.


Nuestro mundo occidental, gran colonizador de la humanidad, que proclama
por doquier la libertad, la tolerancia y el respeto por la alteridad, ha tratado –y
trata- por todos los medios posibles (educativos, terapéuticos, etc.) de asimilar
al sordo como un oyente, de eliminar sus diferencias invisibilizándolas, de
acallar su voz segregándolo y de oyentizarlo con la supuesta idea de
normalizarlo.


Sobre esta rápida presentación de las diferencias de los sordos, es
conveniente llamar la atención sobre lo que dichas diferencias significan desde
una perspectiva educativa, social, cultural y antropológica y no desde la
perspectiva homogenizadora occidental:

      Las diferencias culturales de los sordos no son diferencias de anormalidad,
      todos somos diferencias (…) Hay diferencias, y eso nos involucra a todos. De
      esa manera mis deferencias en relación con las diferencias de los sordos no
      deberían ser remarcadas como raras o anómalas, son diferencias por el hecho
      de ser seres humanos… (Medina 2007, pág. 78).

Asesinato en la Antigüedad, abandono en la Edad Media, prohibición del
matrimonio y oralización en la Modernidad, más oralización soterrada bajo el
pretexto de adquisición de la lengua escrita y ocultamiento de la lengua de
señas en la Contemporaneidad, son algunas de las prácticas de supuesta
normalización de las que han sido víctimas los sordos.


¿Por qué tanto interés en que los sordos hablen? ¿Acaso no se podría vivir en
nuestro mundo hablando con las manos y el cuerpo y no necesariamente con
la voz? De hecho los sordos comparten nuestro mundo –el de los oyentes y
hablantes- sin oír y sin hablar: han creado lenguas de señas, visogestuales y
ágrafas, que les permiten la aprehensión del mundo, la expresión de estados
interiores y la comunicación del pensamiento tal como nos lo permite la lengua
oral a los oyentes y hablantes.


Pero el mundo colonizador y homogenizador occidental no soporta la
diferencia, su lógica es una, su racionalidad y su humanidad es única; cualquier
otra posibilidad emergente es una enemiga natural que hay que eliminar.
Latouche (1994) explica claramente lo que significa la lógica de la
occidentalización del mundo:

      La gran sociedad es exclusiva porque reposa sobre unos valores que se
      pretenden universales. Es inconcebible vivir fuera de ella desde el momento en
      que existe, a menos que se vea uno obligado a hacerlo. Es racional, y sólo ella
      es racional. Dos organizaciones no pueden ser a la vez diferentes y racionales,
      pues la razón sólo es una. Toda otra forma de sociabilidad debe desaparecer,
      por tanto, frente a ella. (…) No pueden sino fundirse dentro de la gran sociedad
      modernizándose, o desaparecer si son demasiado arcaicas como para
      reconocer en ella su necesario porvenir. (pág. 19).

Por un problema de exclusividad de las formas simbólicas occidentales
(masculinas, blancas, oyentes, hablantes, heterosexuales), se ha introducido al
sordo en el discurso de la anormalidad. Se supone que hay unos parámetros
que nos constituyen en seres normales, y todas aquellas cosas que vayan en
su contra, que nos constituyan en anormales deben ser corregidas o
eliminadas:    debes    blanquearte,     heterosexualizarte,     masculinizarte     y
oyentizarte.


Como las diferencias de los sordos han sido –y son- vistas como
anormalidades entonces han sido incluidos en prácticas normalizadoras.
Dichas prácticas han estado enmarcadas en la educación, la educación de los
sordos nunca ha sido regular (en el sentido de tener el mismo currículo de las
personas oyentes) ni siquiera ahora que reciben titulación de educación regular
(educación básica y media), las prácticas pedagógicas han obedecido fielmente
los dictámenes del saber médico. A propósito dice Medina (2007):

      La normalización (…) operó (…) como un poder estratégico y técnico que
      produjo cambios en la escuela como institución formadora y la integración de la
      medicina en el ámbito educativo como instancia de control social. Por esta
      situación, la pedagogía es subsumida en un discurso correctivo y normalizador:
el estudiante sordo se convierte en paciente, el maestro en terapeuta, la
      escuela en un centro de atención clínica y las prácticas educativas tienen como
      objetivo único, “desmutizar” al mudo, sacarlo de la mudez, devolverle la voz, la
      que nunca tuvo, para que sea o se parezca a la mayoría. (Pág. 54).

A propósito de la obediencia de la pedagogía al saber médico en cuanto se
refiere a la educación de sordos, puede explicarse haciendo una traspolación
de la idea de Serge Latouche (1994) sobre la sumisión de los países menos
avanzados a los países del norte occidental. Dice el autor:

      Para las sociedades atrasadas en su modernización, las del Tercer Mundo, el
      camino de la opulencia pasa por la sumisión absoluta a las terapéuticas de los
      expertos. El primer acto es el reconocimiento del diagnóstico de los expertos
      extranjeros. [El segundo acto es la] imposición forzada de valores externos.
      (67).

Podríamos decir que la pedagogía, para lograr la educación de los sordos
(educación entendida bajo la lógica oyente y hablante occidental) ha pasado
por la sumisión absoluta a las terapéuticas de los expertos (médicos). El primer
acto ha sido el reconocimiento del diagnóstico: los sordos son anormales que
hay que normalizar. El segundo acto es la imposición forzada de valores
externos: prohibición de la lengua de señas, terapias de oralización, currículos
inexistentes o reducidos a la desmutización.


Esto no es una realidad que podamos ubicar solo en siglos ya vencidos, es la
realidad vivida también actualmente aunque se maquille con palabras
agradables:

      El lema de nuestra educación es el respeto por la diversidad, que sigue siendo
      una máscara y un artificio del multiculturalismo, detrás del que se esconde una
      maraña de políticas neoliberales que continúan “reconociendo” la pluralidad
      cultural, para envolverla en políticas que homogenizan e intentan llevar al otro a
      una norma pactada por el discurso hegemónico imperante. En tal discurso el
      otro, no es otro por sí mismo, es más bien, un otro que no encaja en nuestras
      mismidades, que de alguna manera causa extrañeza y malestar, porque no es
      como nos-otros, porque no se acoge a lo que nos-otros hemos planteado como
      realidad o verdad. (Medina 2007, pág. 80).

Pero es posible pensar otra situación distinta a esta de exclusión, marginalidad
e invisibilización dentro de nuestro mundo globalizado y colonizado (entendida
la globalización como el método contemporáneo de colonización del ser);
puede haber (y hay) resistencias a nivel social, cultural y educativo. Hay
apuestas alternas que devienen en oasis en medio del desierto que piensan
que:

       (…) la pedagogía lo que (…) debería plantear es la posibilidad de educar en las
       diferencias, no cuestionándolas ni institucionalizándolas de manera que se
       evidencien como cosas por fuera de lo homogéneo de la mayoría. (Medina
       2007, pág. 78).

Podríamos hablar de resistencias sordas a la occidentalidad, donde se acepta y
se valora la lengua de señas como una lengua con todo el estatus
epistemológico de cualquier lengua oral, donde se reconoce al sordo como un
ser en diferencia (como cualquier ser humano) y no en deficiencia, donde el
saber se puede vehiculizar en modalidad visogestual y no necesariamente oral/
escrita, donde se puede hablar de una epistemología sorda como alternativa a
la euroamericana dominante (epistemología sorda entendida como una
conceptualización que daría cuenta de la soberanía intelectual de los sordos
reconociendo el valor simbólico de la lengua de señas), donde la educación
busca el desarrollo de la cognición y no la aplicación de terapias médicas.


No estoy hablando del modelo socio-antropológico de la sordera como
contraposición al modelo clínico-terapéutico, pues –a pesar de las grandes
bondades que ha significado para los sordos- habría que decir que también se
ha dejado absorber por esa lógica occidental del logocentrismo (logos
entendido como palabra hablada).

       Tenemos pues que el otro sordo trazado por el modelo cultural sigue siendo
       demonizado, sigue siendo el otro maléfico cuya categoría está y vive bajo
       sospecha, (Reguillo, 2005). La sospecha de que es incapaz de aprender o por
       lo menos aprende muy lentamente, la sospecha de que su lengua no posibilita
       acceder al conocimiento de manera general, por lo que requiere de la lengua
       de la mayoría en un proceso sistemático de aprendizaje de segundas lenguas,
       la sospecha de que no puede producir conocimiento y por ello no participa de
       manera íntegra y activa en los procesos de investigación sobre su educación (y
       en otros procesos), la sospecha de que su experiencia de vida no es mas que
       una experiencia de deficiencia, la sospecha de que esto que se ha denominado
       diversidad, no es otra cosa que la discapacidad con otra nominación. La
       sospecha en definitiva, que ese otro pertenece a una minoría pues no es de
       nosotros, y que para acceder al desarrollo y al progreso de esta mayoría, debe
       o por lo menos debería, tener la misma educación que tenemos nosotros.
       (Medina 2007, pág. 72).
Estoy hablando entonces de resistencias sordas posoccidentales; entendida la
posoccidentalidad como las resistencias que se forman al sistema mundo
occidental que nos ha sometido en una colonialidad del ser.


Es aquí donde se inserta la enseñanza de la filosofía a personas sordas, en
una apuesta por lograr filosofar desde las experiencias propias de los sordos,
desde su identidad (o sus identidades) como sordos y vehiculizando su
pensamiento con su lengua de señas. No se trata de negar la importancia del
logos occidental pero tampoco se trata de traducirlo a lengua de señas; se trata
de lograr pensamiento propio en lengua de señas, se trata de conocer la
riqueza del logos occidental sin desconocer la riqueza de lo propio.



                                  Bibliografía

Latouche, Serge (1994). El planeta de los náufragos: ensayo sobre el
posdesarrollo. España: Acento editorial.

Medina Moncada, Eliana (2007). Subjetividades sordas: encuentros y
desencuentros en educación. Tesis de grado de la Maestría en Educación,
pedagogía, sistemas simbólicos y diversidad cultural. Facultad de Educación,
Universidad de Antioquia.

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106 sordera entre la exclusion el desarrollo y la resistencia

  • 1. Walter Gabriel Vélez Ramírez SORDERA: ENTRE LA EXCLUSIÓN, EL DESARROLLO Y LA RESISTENCIA Tenemos nuestros propios desheredados, nuestros olvidados, nuestros excluidos, nuestros marginales. Los heridos y las víctimas del desarrollo se encuentran ante nuestras puertas; no es preciso ir a buscarlos en los barrios periféricos de occidente: los encontramos en nuestros propios barrios. Serge Latouche Siguiendo la idea de Latouche citada en el epígrafe, para ubicar a los excluidos del desarrollo occidental (dice el autor -1994 pág. 120- que el desarrollo es la occidentalización del mundo) no es necesario mirar en África, en la India o en nuestras comunas suburbanas; entre nosotros están y son invisibles, nos ven y los vemos pero no los distinguimos, no nos pueden hablar con su voz y no nos oyen, pero, a simple vista, no hay marca; lo que hace que la exclusión sea doble: los excluimos y ni cuenta nos damos. Estoy hablando de los sordos, una comunidad humana disgregada en todos los círculos sociales y en todas partes del mundo, y que –casi sin importar el contexto geográfico, social o histórico- han padecido una historia de exclusión, marginalidad e invisibilización. ¿Quién ha sido el responsable de semejante barbarie? El mundo occidental que no soporta las diferencias a pesar de autonominarse democrático, pluralista, tolerante y global. Ese mundo occidental que es el mundo de las contradicciones: surge en él la democracia pero es colonizador de todo lo que le difiere, ama la libertad pero esclaviza a quienes se le resisten e incluso a los que lo acogen, respeta las diferencias pero trata de normalizar a los diferentes invisibilizándolos, pretende la globalización pero responde a una racionalidad y una humanidad que pretende únicas. Y ¿en qué se diferencian los sordos? A simple vista, en nada, pero su diferencia –por ello mismo- es más profunda: su lenguaje es diferente, por lo tanto su percepción del mundo es diferente, y -como para nosotros el mundo no es muy distinto de lo que percibimos de él- su mundo es diferente. Distinto
  • 2. mundo, distinto lenguaje, distinta cultura, distintas prácticas comunicativas que conllevan distintas prácticas de socialización; son extraños en medio de los más allegados, su familia; son mudos en medio de la gran mayoría, los oyentes; no oyen en medio de un mundo mediatizado por el sonido; tienen acceso a la lengua escrita sólo como segunda lengua –con todas las implicaciones que esto tiene para una persona sorda- en medio de un mundo cuyo conocimiento circula en grafía. Nuestro mundo occidental, gran colonizador de la humanidad, que proclama por doquier la libertad, la tolerancia y el respeto por la alteridad, ha tratado –y trata- por todos los medios posibles (educativos, terapéuticos, etc.) de asimilar al sordo como un oyente, de eliminar sus diferencias invisibilizándolas, de acallar su voz segregándolo y de oyentizarlo con la supuesta idea de normalizarlo. Sobre esta rápida presentación de las diferencias de los sordos, es conveniente llamar la atención sobre lo que dichas diferencias significan desde una perspectiva educativa, social, cultural y antropológica y no desde la perspectiva homogenizadora occidental: Las diferencias culturales de los sordos no son diferencias de anormalidad, todos somos diferencias (…) Hay diferencias, y eso nos involucra a todos. De esa manera mis deferencias en relación con las diferencias de los sordos no deberían ser remarcadas como raras o anómalas, son diferencias por el hecho de ser seres humanos… (Medina 2007, pág. 78). Asesinato en la Antigüedad, abandono en la Edad Media, prohibición del matrimonio y oralización en la Modernidad, más oralización soterrada bajo el pretexto de adquisición de la lengua escrita y ocultamiento de la lengua de señas en la Contemporaneidad, son algunas de las prácticas de supuesta normalización de las que han sido víctimas los sordos. ¿Por qué tanto interés en que los sordos hablen? ¿Acaso no se podría vivir en nuestro mundo hablando con las manos y el cuerpo y no necesariamente con la voz? De hecho los sordos comparten nuestro mundo –el de los oyentes y hablantes- sin oír y sin hablar: han creado lenguas de señas, visogestuales y
  • 3. ágrafas, que les permiten la aprehensión del mundo, la expresión de estados interiores y la comunicación del pensamiento tal como nos lo permite la lengua oral a los oyentes y hablantes. Pero el mundo colonizador y homogenizador occidental no soporta la diferencia, su lógica es una, su racionalidad y su humanidad es única; cualquier otra posibilidad emergente es una enemiga natural que hay que eliminar. Latouche (1994) explica claramente lo que significa la lógica de la occidentalización del mundo: La gran sociedad es exclusiva porque reposa sobre unos valores que se pretenden universales. Es inconcebible vivir fuera de ella desde el momento en que existe, a menos que se vea uno obligado a hacerlo. Es racional, y sólo ella es racional. Dos organizaciones no pueden ser a la vez diferentes y racionales, pues la razón sólo es una. Toda otra forma de sociabilidad debe desaparecer, por tanto, frente a ella. (…) No pueden sino fundirse dentro de la gran sociedad modernizándose, o desaparecer si son demasiado arcaicas como para reconocer en ella su necesario porvenir. (pág. 19). Por un problema de exclusividad de las formas simbólicas occidentales (masculinas, blancas, oyentes, hablantes, heterosexuales), se ha introducido al sordo en el discurso de la anormalidad. Se supone que hay unos parámetros que nos constituyen en seres normales, y todas aquellas cosas que vayan en su contra, que nos constituyan en anormales deben ser corregidas o eliminadas: debes blanquearte, heterosexualizarte, masculinizarte y oyentizarte. Como las diferencias de los sordos han sido –y son- vistas como anormalidades entonces han sido incluidos en prácticas normalizadoras. Dichas prácticas han estado enmarcadas en la educación, la educación de los sordos nunca ha sido regular (en el sentido de tener el mismo currículo de las personas oyentes) ni siquiera ahora que reciben titulación de educación regular (educación básica y media), las prácticas pedagógicas han obedecido fielmente los dictámenes del saber médico. A propósito dice Medina (2007): La normalización (…) operó (…) como un poder estratégico y técnico que produjo cambios en la escuela como institución formadora y la integración de la medicina en el ámbito educativo como instancia de control social. Por esta situación, la pedagogía es subsumida en un discurso correctivo y normalizador:
  • 4. el estudiante sordo se convierte en paciente, el maestro en terapeuta, la escuela en un centro de atención clínica y las prácticas educativas tienen como objetivo único, “desmutizar” al mudo, sacarlo de la mudez, devolverle la voz, la que nunca tuvo, para que sea o se parezca a la mayoría. (Pág. 54). A propósito de la obediencia de la pedagogía al saber médico en cuanto se refiere a la educación de sordos, puede explicarse haciendo una traspolación de la idea de Serge Latouche (1994) sobre la sumisión de los países menos avanzados a los países del norte occidental. Dice el autor: Para las sociedades atrasadas en su modernización, las del Tercer Mundo, el camino de la opulencia pasa por la sumisión absoluta a las terapéuticas de los expertos. El primer acto es el reconocimiento del diagnóstico de los expertos extranjeros. [El segundo acto es la] imposición forzada de valores externos. (67). Podríamos decir que la pedagogía, para lograr la educación de los sordos (educación entendida bajo la lógica oyente y hablante occidental) ha pasado por la sumisión absoluta a las terapéuticas de los expertos (médicos). El primer acto ha sido el reconocimiento del diagnóstico: los sordos son anormales que hay que normalizar. El segundo acto es la imposición forzada de valores externos: prohibición de la lengua de señas, terapias de oralización, currículos inexistentes o reducidos a la desmutización. Esto no es una realidad que podamos ubicar solo en siglos ya vencidos, es la realidad vivida también actualmente aunque se maquille con palabras agradables: El lema de nuestra educación es el respeto por la diversidad, que sigue siendo una máscara y un artificio del multiculturalismo, detrás del que se esconde una maraña de políticas neoliberales que continúan “reconociendo” la pluralidad cultural, para envolverla en políticas que homogenizan e intentan llevar al otro a una norma pactada por el discurso hegemónico imperante. En tal discurso el otro, no es otro por sí mismo, es más bien, un otro que no encaja en nuestras mismidades, que de alguna manera causa extrañeza y malestar, porque no es como nos-otros, porque no se acoge a lo que nos-otros hemos planteado como realidad o verdad. (Medina 2007, pág. 80). Pero es posible pensar otra situación distinta a esta de exclusión, marginalidad e invisibilización dentro de nuestro mundo globalizado y colonizado (entendida la globalización como el método contemporáneo de colonización del ser); puede haber (y hay) resistencias a nivel social, cultural y educativo. Hay
  • 5. apuestas alternas que devienen en oasis en medio del desierto que piensan que: (…) la pedagogía lo que (…) debería plantear es la posibilidad de educar en las diferencias, no cuestionándolas ni institucionalizándolas de manera que se evidencien como cosas por fuera de lo homogéneo de la mayoría. (Medina 2007, pág. 78). Podríamos hablar de resistencias sordas a la occidentalidad, donde se acepta y se valora la lengua de señas como una lengua con todo el estatus epistemológico de cualquier lengua oral, donde se reconoce al sordo como un ser en diferencia (como cualquier ser humano) y no en deficiencia, donde el saber se puede vehiculizar en modalidad visogestual y no necesariamente oral/ escrita, donde se puede hablar de una epistemología sorda como alternativa a la euroamericana dominante (epistemología sorda entendida como una conceptualización que daría cuenta de la soberanía intelectual de los sordos reconociendo el valor simbólico de la lengua de señas), donde la educación busca el desarrollo de la cognición y no la aplicación de terapias médicas. No estoy hablando del modelo socio-antropológico de la sordera como contraposición al modelo clínico-terapéutico, pues –a pesar de las grandes bondades que ha significado para los sordos- habría que decir que también se ha dejado absorber por esa lógica occidental del logocentrismo (logos entendido como palabra hablada). Tenemos pues que el otro sordo trazado por el modelo cultural sigue siendo demonizado, sigue siendo el otro maléfico cuya categoría está y vive bajo sospecha, (Reguillo, 2005). La sospecha de que es incapaz de aprender o por lo menos aprende muy lentamente, la sospecha de que su lengua no posibilita acceder al conocimiento de manera general, por lo que requiere de la lengua de la mayoría en un proceso sistemático de aprendizaje de segundas lenguas, la sospecha de que no puede producir conocimiento y por ello no participa de manera íntegra y activa en los procesos de investigación sobre su educación (y en otros procesos), la sospecha de que su experiencia de vida no es mas que una experiencia de deficiencia, la sospecha de que esto que se ha denominado diversidad, no es otra cosa que la discapacidad con otra nominación. La sospecha en definitiva, que ese otro pertenece a una minoría pues no es de nosotros, y que para acceder al desarrollo y al progreso de esta mayoría, debe o por lo menos debería, tener la misma educación que tenemos nosotros. (Medina 2007, pág. 72).
  • 6. Estoy hablando entonces de resistencias sordas posoccidentales; entendida la posoccidentalidad como las resistencias que se forman al sistema mundo occidental que nos ha sometido en una colonialidad del ser. Es aquí donde se inserta la enseñanza de la filosofía a personas sordas, en una apuesta por lograr filosofar desde las experiencias propias de los sordos, desde su identidad (o sus identidades) como sordos y vehiculizando su pensamiento con su lengua de señas. No se trata de negar la importancia del logos occidental pero tampoco se trata de traducirlo a lengua de señas; se trata de lograr pensamiento propio en lengua de señas, se trata de conocer la riqueza del logos occidental sin desconocer la riqueza de lo propio. Bibliografía Latouche, Serge (1994). El planeta de los náufragos: ensayo sobre el posdesarrollo. España: Acento editorial. Medina Moncada, Eliana (2007). Subjetividades sordas: encuentros y desencuentros en educación. Tesis de grado de la Maestría en Educación, pedagogía, sistemas simbólicos y diversidad cultural. Facultad de Educación, Universidad de Antioquia.