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TEMA 7
Transformaciones en la agricultura y desamortizaciones. Características y
consecuencias de la desamortización en Galicia y trazos de modernidad en al
agricultura.
Trazos de la economía española en el siglo XIX
Durante el siglo XIX, en España se produjo una transformación de las estructuras
económicas y sociales propias del Antiguo Régimen. EL paso a una economía industrial y a
una sociedad industrializada fue un proceso lento, condicionado por varios factores y
localizado en áreas periféricas de la Península. Esto provocó que España sufriese un atraso
económico respecto a otros países europeos que habían seguido al Reino Unido en su
proceso de Industrialización.
A grandes trazos, se distinguen dos etapas en la evolución económica del siglo XIX:
- Hasta 1840, se caracterizó por el estancamiento económico.
- A partir de 1840 se inició un lento proceso de industrialización.
De 1800 hasta el final de la Primera Guerra Carlista (1840) se mantuvo una economía
tradicional, predominantemente agraria, marcada además por la inestabilidad política y las
consecuencias de los conflictos bélicos (la Guerra de la Independencia, la pérdida de las
colonias americanas y la Primera Guerra Carlista). A pesar de todo, durante la década de
1830 se iniciaron los primeros intentos de modernizar la estructura económica, en el marco
de la construcción de un Estado Liberal:
- Libertad de comercio.
- Libertad de empresa.
- Abolición de los gremios.
- Abolición de los señoríos.
- Desamortizaciones.
No obstante, la deuda acumulada por el Estado por causa de las pérdidas coloniales y de las
guerras peninsulares, junto con la ruina de la agricultura, impidió que se desarrollase una
incipiente industria.
A partir de 1844, bajo el reinado de Isabel II, se adoptaron medidas que favorecieron los
cambios en las estructuras sociales y económicas de España. A pesar de eso, en realidad,
continuaba siendo un país predominantemente agrícola y sólo en Cataluña se había iniciado
una revolución industrial, centrada en el sector textil. De hecho, la crisis financiera de
1866 puso en evidencia la debilidad del proceso de industrialización. La estabilidad política
de la Restauración permitió cierto desarrollo económico hasta 1886, coincidiendo con un
período de crisis en Europa.
Esta expansión estuvo limitada por varios factores económicos y sociopolíticos, entre los
que cabe destacar la mala gestión de la reforma agraria, la inexistencia de un mercado
interior bien articulado, la carencia de capitales españoles para invertir (o que favoreció
que la explotación de las minas y de la red de transportes quedase en manos de capital
extranjero), la falta de acuerdos entre la oligarquía dirigente de base agraria y la
burguesía industrial, y las tensiones para determinar la política económica que el gobierno
debía seguir. El auge económico de estos años en seguida se vio afectado por la crisis del
sector agrario, especialmente el cerealista, que no pudo competir con las exportaciones de
EE UU, Rusia, y el vinícola, por causa de la plaga de la filoxera (plaga de insectos que afecta
a las plantas). Además, la pérdida de las últimas colonias en 1898 eliminó los mercados
exteriores, de los que dependía buena parte de la producción industrial española.
Subsistencia de una economía agraria
La principal fuente de riqueza en la España del siglo XIX era la propiedad de la tierra. De
hecho, hasta 1866, cuando se produjo una grave crisis financiera, el ritmo de la economía
española siguió marcado por la agricultura, como en el Antiguo Régimen, por lo que las crisis
económicas eran una consecuencia directa de las malas cosechas. A lo largo de la primera
mitad de siglo, los gobiernos liberales emprendieron reformas para eliminar los antiguos
sistemas de propiedad.
Se liberalizó la tierra y se privatizaron los bienes eclesiásticos y comunales, con el objetivo
de estimular el crecimiento económico. Pero, en realidad, las reformas no evitaron que se
mantuviese una explotación agraria tradicional, que frenó el desarrollo de una economía
industrial. A principios del siglo XX sólo se industrializaron algunas zonas del Estado
español, mientras que el sector agrícola aún ocupaba un 70% de la población activa y
generaba más de la mitad de la renta nacional. En Galicia se mantuvo el minifundismo y el
campesinado arrendatario (foreros) y se incrementó la orientación agraria hacia la cría del
ganado vacuno y a la producción de leche.
La política agraria del Estado liberal
Los gobiernos liberales llevaron a cabo algunas reformas con el objetivo de transformar las
estructuras de la propiedad y las formas de explotación de la tierra, para intentar
establecer un sistema de relación propias del capitalismo liberal
Las medidas reformistas ya habían sido dispuestas por las Cortes de Cádiz pero, siguiendo
los altibajos del liberalismo español, no se consolidaron hasta las etapas del régimen
isabelino con gobiernos más progresistas (1836-1841 e 1854-1856). Estas medidas fueron:
— La desvinculación de los mayorazgos. Prohibía la vinculación de tierras y autorizaba a
sus propietarios a venderlas, comprarlas y arrendarlas según su libre decisión. Esta medida
le permitió a la nobleza desprenderse de las tierras no rentables, pero perjudicó al
campesinado, que perdió sus derechos sobre las tierras que cultivaba.
— La disolución del Régimen Señorial. Estas desvinculaciones se aprobaron a cambio de
que la nobleza renunciase a los derechos, de origen feudal, de administrar justicia, nombrar
autoridades locales y cobrar ciertos impuestos. Estos derechos pasaban a ser jurisdicción
del Estado, como le correspondía a un régimen liberal.
— La desamortización de bienes eclesiásticos y comunales. Conviene destacar la llevada
a cabo por Mendizábal en 1836, que les afectó a los bienes eclesiásticos, y, posteriormente,
la emprendida por Madoz en 1855, mucho más amplia, como ya estudiasteis. La
desvinculación y la desamortización no evitaron que las tierras continuasen en manos de la
nobleza o que pasasen a un reducido grupo de la alta burguesía, puesto que eran las únicas
clases sociales con capacidad económica para invertir.
Los campesinos, sin medios para acceder a la compra de tierras, fueron los grandes
perjudicados por estas reformas. Aumentó el número de jornaleros en el centro y en el sur
de la Península, y fueron perjudicados los pequeños campesinos y arrendatarios del norte y
del levante, sometidos ahora a unas condiciones contractuales mucho más duras por la
introducción de la libertad económica. Así pues, la propiedad de la tierra sufrió un proceso
de concentración. Pero el problema más grave era que los propietarios continuaron viviendo
de las rentas que obtenían de sus tierras, sin invertir en innovaciones técnicas, como
sucedió en los países europeos que habían iniciado la Revolución Industrial. Esto impidió que
se establecieses un sistema de producción de tipo capitalista.
La situación de la agricultura española en el siglo XIX
La agricultura española del siglo XIX se caracterizó por su estancamiento, lo que frenó el
crecimiento económico y el proceso de industrialización. El sector más atrasado y el menos
productivo era el dedicado al cultivo extensivo de cereales, que de hecho era el más
importante, puesto que ocupaba las tres cuartas partes de la tierra cultivable, localizadas
en la Meseta y el sur peninsular. Su poca competitividad se agravó en la década de los
noventa, cuando la modernización de los transportes permitió la entrada en el mercado
europeo de productos procedentes de América, Australia y Rusia. Sus bajos costes
productivos provocaron una caída de los precios y la ruina del sector. Ante la crisis, la
agricultura española luchó por conseguir la aplicación de leyes proteccionistas. Esto evitó
la entrada de productos extranjeros, pero no estimuló la inversión en innovaciones técnicas.
Sólo en el litoral (especialmente en Cataluña, Valencia y zonas de Andalucía) se desarrolló
una agricultura especializada, capaz de competir en el mercado europeo. La vid, el olivo, los
frutales y los cítricos ocupaban sólo el 12% de la tierra, pero representaban el 23% del
valor total de la producción agrícola.
La vid adquirió una importancia especial, ya que llegó a monopolizar el mercado europeo
entre 1875 e 1890, cuando la filoxera arruinó la producción francesa. Finalmente, la
entrada de la plaga en la Península provocó una grave crisis económica y social en el campo.
La desamortización en Galicia
En el siglo XIX, la base económica gallega continuaba siendo la agricultura, que estaba
hundida en el atraso económico. Se basaba en el cultivo de cereales (centeno y maíz),
poseía un bajo nivel tecnológico y aún permanecía el sistema foral y el minifundio.
Las transformaciones económicas que intentó introducir el régimen liberal, a través de las
desamortizaciones fracasaron en Galicia. Las leyes desamortizadores no derrumbaron el
régimen de propiedad de la tierra basado en el sistema foral, ni concentraron la propiedad,
ni realizaron cambios en el apartado productivo de la agricultura, con lo que la explotación
quedó estancada.
En Galicia, el proceso desamortizador se desarrolló, sobre todo, entre 1840 y 1870, y fue
sobre todo de tipo eclesiástico. Pero lo que se pujaba no eran las propiedades eclesiásticas,
sino las rentas forales que percibían los conventos, los monasterios y las catedrales. Esto
supuso que los compradores no adquiriesen tierras, sino un derecho a percibir una renta.
Por tanto, con la desamortización el sistema foral no desapareció, sino que se perpetuó, y
sólo cambiaba el titular de la renta.
Los campesinos, sin capacidad económica, no pudieron comprar las rentas que pagaban. La
hidalguía tampoco se benefició de la desamortización, pues era defensora del régimen
feudal y su fuente de ingresos eran rentas fijas, muy menguadas, con las que apenas
acumulaba capital. La burguesía comercial urbana fue el grupo que participó en las pujas y
adquirió el mejor y más importante porcentaje de las rentas vendidas.
Debilidad y fragmentación del desarrollo industrial. Modernización de los transportes:
el ferrocarril. Emergencia del sistema financiero. Debildiad del mercado nacional.
Desindustrialización y nuevos sectores en Galicia.
El proceso de industrialización
La industrialización se inició en España hacia la década de 1830, pero la lentitud en su ritmo
de crecimiento provocó que a finales de siglo los niveles de renta y de producción fuesen
muy inferiores a los europeos y que la agricultura siguiese siendo la actividad esencial.
Ante estas características económicas, la mayoría de los historiadores tendió a considerar
que la Revolución Industrial fracasó en la España del siglo XIX, si bien hoy en día se matiza
esta afirmación para hablar del atraso en un proceso de transformaciones ya comenzado.
En todo caso, el proceso de industrialización fue muy desequilibrado sectorial y
regionalmente. Sólo consiguieron consolidarse la industria textil catalana y la siderurgia
vasca. Otros sectores productivos, como la minería, la construcción del ferrocarril o el
sector financiero, experimentaron un desarrollo importante, pero con resultados
irregulares.
Galicia apenas pudo participar en la industrialización, incluso se produjo una cierta
desindustrialización en los sectores artesanales tradicionales (textil, curtidos y herrería).
Las dificultades do proceso
El proceso de industrialización en España tuvo en España que superar varios obstáculos:
— En primer lugar, el mantenimiento de una economía agraria sin modernizar significaba
que la mayor parte de la población estaba integrada en un campesinado pobre, con una
limitada capacidad de compra e incapaz de absorber la producción industrial.
— En segundo lugar, había un elevado índice de analfabetismo y un bajo nivel cultural,
profesional y técnico, que limitaban o desarrollo de una tecnología propia.
— En tercer lugar, el atraso agrícola, unido a la deficiente red de transportes y de
comunicaciones terrestres, dificultó los intercambios y la articulación de un mercado
nacional. Doc.6DUN MERCADO NACIONAL
— Finalmente, hay que destacar la escasez de capitales para invertir. La agricultura no
producía grandes capitales y los grupos sociales con capacidad económica compraban
tierras desamortizadas o deuda pública, que les ofrecían beneficios inmediatos, en lugar de
correr riesgos con inversiones en la industria. Esto comportó una dependencia excesiva del
capital extranjero y de las ayudas estatales para las inversiones industriales.
La industria textil
La industria textil del algodón fue pionera de la modernización industrial en España, igual
que en Gran Bretaña. El desarrollo de este sector se centró en Cataluña, donde desde
finales del siglo XVIII se daban condiciones favorables para transformar las manufacturas
tradicionales: la modernización agrícola y los beneficios del comercio americano.
A partir de los años treinta, con la repatriación de capitales americanos y con las medidas
proteccionistas del Estado español, se inició la modernización del sector textil mediante la
introducción de nuevas fuentes de energía: la fuerza hidráulica y, desde 1833, la del vapor.
La mecanización del hilado y del tejido se consiguió con la importación de tecnología
británica. Según la fuente de energía utilizaba, se desarrollaron dos modelos de industria:
— Los vapores o fábricas movidas por máquinas de vapor. Se localizaron en ciudades
costeras próximas a Barcelona, para facilitar el transporte del carbón desde los puertos a
los centros de producción.
— Las colonias o centros industriales localizados a la orilla de los ríos para aprovechar la
energía hidráulica. Eran auténticas villas de nueva construcción donde, además de la
fábrica, se encontraban las viviendas de los obreros, la iglesia, la escuela, el economato y
centros recreativos y culturales. En las colonias, los obreros eran más dependientes de los
patrones y estaban sometidos a un mayor control y a una mayor disciplina que en las
ciudades.
La producción textil catalana alcanzó su punto álgido entre 1850 e 1860, gracias a la
mecanización del proceso productivo, lo que posibilitó la reducción de los precios y, por lo
tanto, la ampliación del mercado. Después del hambre del algodón (1862-1865) y de la crisis
financiera de 1866, el sector se volvió a recuperar en los años setenta. La mecanización se
extendió también al sector de la lana, que se concentró en nuevas áreas como Sabadell y
Terrassa. De todos modos, esta industria tuvo una fuerte dependencia energética y
tecnológica que elevó sus costes productivos y que la hizo escasamente competitiva en los
mercados extranjeros. Por esta razón se orientó hacia el mercado nacional, débil e
irregular, y hacia las colonias americanas, y basó su expansión en la política proteccionista
(no se consiguió hasta 1891). El
proteccionismo contribuyó a mantener el atraso
tecnológico y la escasa competitividad de la industria española, por lo que la pérdida de las
colonias en 1898, especialmente la de Cuba, supuso un duro revés para esta industria, que
quedó reducida al ámbito español. También constituyó un freno a la expansión el hecho de
que en la industria textil predominase la pequeña empresa familiar. Las sociedades
anónimas no fueron frecuentes hasta finales del siglo, como lo constata el hecho de que la
primera de ellas, La España Industrial, se constituyese en 1876. A pesar de sus
limitaciones, la industria textil catalana impulsó el desarrollo de la industria metalúrgica y
de la química, y absorbió mano de obra de otras regiones españolas.
El sector textil en Galicia, que en el siglo XVIII había conseguido importancia con la
actividad doméstica, entró en decadencia por no incorporar maquinaria, por no
capitalizarse, por continuar desarrollándose en el ámbito doméstico y por la competencia
del algodón (frente al lino gallego) de la producción inglesa o catalana.
El ferrocarril
La necesidad de crear un mercado interior provocó que a partir de la década de 1840 se
intentase mejorar la red de comunicaciones peninsulares. Inicialmente, se pretendió
mejorar y ampliar la red de carreteras, pero la verdadera revolución en los transportes se
dio con la construcción de la red ferroviaria. Hasta 1855, la falta de inversiones y el
atraso técnico del país provocaron que sólo se instalasen en tramos cortos (BarcelonaMataró, Madrid-Aranjuez e Langreo-Gijón).
La Ley de Ferrocarriles de 1855 estableció el marco legal y fue el punto de partida de una
gran fiebre constructora, que perduró hasta 1866. La ley, promovida por los progresistas
para favorecer el desarrollo económico, ofrecía subvenciones estatales que aseguraban
unos mínimos beneficios y facilitaba la creación de sociedades anónimas. También permitía
la importación de tecnología y de material. Esto favoreció la inversión de capitales
nacionales (básicamente catalanes, vascos y valencianos) pero, sobre todo, extranjeros, en
especial franceses.
La red se proyectó con el fin de formar un trazado radial con centro en Madrid, lo que
dejó mal comunicadas entre sí las áreas periféricas, que eran las más desarrolladas de
España. Esto provocó que los beneficios iniciales, conseguidos gracias a las ayudas
estatales, no se mantuviesen por miedo de la baja rentabilidad de las líneas. Se
desencadenó así una crisis financiera (1866), por la depreciación de las acciones, que hizo
quebrar a muchas compañías. El proceso constructor se paralizó y no se reinició hasta 1875.
El ferrocarril llegó a Galicia con muchos años de atraso, por las dificultades orográficas
que encarecían el trazado y por la actuación localista de la burguesía de las ciudades
gallegas. La primera línea se inauguró en 1873 y unía Santiago y Carril. Pero hasta 1883
Galicia no estuvo unida a la de Castilla. El trazado de las líneas se hizo para comunicar
Galicia con el centro de España, pero quedó mal comunicada internamente.
El ferrocarril tuvo efectos beneficiosos a largo plazo en la economía española: favoreció
la movilidad de la población y el abaratamiento de los intercambios interiores, estimuló el
empleo e impulsó el consumo de carbón asturiano. Sin embargo, las facilidades para
importar el material ferroviario dificultaron el desarrollo de la incipiente industria
siderometalúrgica.
La minería y la industria siderúrgica
La minería española no se desarrolló hasta 1868, gracias a nuevas leyes de desamortización
del subsuelo, que facilitaron la compra de minas pro compañías privadas, sobre todo
extranjeras (francesas, británicas e belgas). El bajo coste de mano de obra y la baja
presión fiscal aseguraban buenos beneficios en una producción que se exportaba a Europa a
bajo precio. Doc.10
Doc.9
La explotación de minas de hierro (Almería, Murcia, Vizcaya) y de carbón (Asturias, Sierra
Morena) fue muy fructífera. Destacó el hierro vizcaíno, explotado por empresas de capital
británico y vasco que destinaron un 90% del producto a la exportación.
La modernización de la industria siderúrgica estuvo limitada por la escasa demanda, en una
España mal equipada mecánicamente hasta el último tercio del siglo XIX, y por la escasez
de carbón de calidad. Pero al abundancia de mineral de hierra, que cada vez tenía una mayor
demanda para abastecer de maquinaria, material y herramientas, la industria textil, la
construcción y la agricultura, dio lugar a tres importantes centros siderúrgicos:
- Los primeros altos hornos se instalaron en Málaga en la década de 1840, pero la falta de
combustible hizo declinar a producción, que se concentró en Asturias en las décadas de
1860 e 1870.
- La utilización de recursos carboníferos de la zona abarató los custes de producción. A
partir de 1880, la siderurgia se concentró en Vizcaya, favorecida por la abundancia de
mineral de buena calidad y por los capitales vascos acumulados gracias a las explotaciones
de mineral de hierro.
Galicia contaba con gran cantidad de herrerías para la producción siderúrgica. En la década
de 1870 entraron en declive al non ser capaces de adaptarse a las innovaciones
tecnológicas, por continuar utilizando el carbón vegetal, por la falta de combustible barato,
y por no poder competir con la siderurgia vasca y asturiana. Incluso la fábrica de fundición
de Sargadelos tuvo que cerrar en 1875.
La industria metalúrgica inició su desarrollo en Cataluña a causa de las demandas de la
incipiente industrialización, aunque también hay que destacar la producción Sevillana. A
pesar de que los capitales eran mayoritariamente autóctonos, la tecnología era importada
(básicamente británica). Además, no pudo competir con la producción extranjera hasta
1880, coincidiendo con el auge de la siderurgia vasca (que producía la materia prima
necesaria) y con las medidas proteccionistas de 1891, que limitaban la entrada de productos
de otros países.
A finales del siglo XIX, se desarrolló en Galicia a industria conservera, fruto de nuestra
tradición pesquera y del establecimiento de fábricas de conservas catalanas que
aprovechan las viejas manufacturas de salazón para iniciar su capitalización. La industria
conservera de pescado experimentó un fuerte crecimiento, arrastró a otros sectores y
transformó y renovó las tradiciones técnicas de salazón con la conservación hermética de
los alimentos y su esterilización. Llegó a haber muchas fábricas, que estaban asentadas en
la costa, especialmente en la zona de las Rías Bajas (Barreras, Alonso, Massó…).
El desarrollo del sector financiero
En el siglo XIX se transformó el sistema bancario español, pero como inicio de su
modernización se considera la promulgación, en 1856 de la Ley de Bancos de Emisión y
Sociedades de Crédito, que le permitía a la iniciativa privada la constitución de entidades
bancarias. En la primera mitad del siglo, España contaba con pocos recursos financieros.
Los capitales, básicamente de origen agrario y colonial, se invirtieron esencialmente en
tierras desamortizadas o en emisiones de deuda pública, y fueron captadas muy lentamente
por los bancos privados. En realidad, una gran parte del capital que se invirtió en el proceso
de industrialización procedía de Europa, destacando la Banca Rothschild y el grupo
financiero Pereire, y se orientaba a la explotación de minas y al ferrocarril. A pesar de la
ingerencia extranjera, la especulación que desató la construcción del ferrocarril permitió la
creación de numerosas entidades de crédito, muchas de las cuales quebraron con la crisis
financiera de 1866.
Con la estabilidad política que proporcionó la Restauración, se reemprendió el desarrollo
del sector bancario español. En 1874 se le concedió al Banco de España el monopolio en la
emisión de billetes, mientras que la banca privada se orientó al financiamiento de la
industria. El débil crecimiento de los primeros años de la Restauración se quebró
nuevamente con la crisis colonial producida en 1898, aunque en los primeros años del siglo
XX se inició la recuperación. La banca gallega tenía varias entidades (Banco Etchevarría,
Caja de Ahorros de La Coruña…) pero pocos recursos financieros.
Evolución demográfica. Los movimentos migratorios. Efectos de la emigración en
Galicia.
Las transformaciones demográficas y sociales
Durante el siglo XIX se produjeron importantes transformaciones demográficas y sociales.
El comportamiento demográfico varió respecto al del Antiguo Régimen, aunque la lentitud
en el proceso de modernización económica provocó algunos desajustes.
Sin embargo, los cambios económicos y políticos configuraron una nueva sociedad de clases
que substituyó la sociedad estamental y consolidó la burguesía como clase dirigente.
Además, se inició un lento cambio en el papel social de las mujeres.
La evolución demográfica
Entre 1800 y 1900, la población española pasó de 11,5 a 18,6 millones de habitantes. Esta
cifra representa un crecimiento lento, si se compara con el experimentado en el mismo
período en otros países europeos. Las tasas de mortalidad se mantuvieron elevadas y, a
pesar de ciertas mejoras médicas, durante todo el siglo se produjeron crisis de
subsistencia periódicas y epidemias (cólera, tifus...), favorecidas por una higiene
deficiente. Además, fue un período en el que hubo varias guerras
Este modelo no fue homogéneo en todo el Estado, sino que la distribución regional de la
población acusaba grandes contrastes, siguiendo la tendencia iniciada en el siglo XVIII.
Así, al estancamiento o disminución de la población del centro se opuso la concentración en
la periferia. El modelo demográfico de Cataluña fue una excepción, con un comportamiento
más parecido al europeo que al español, provocado por las características de su
transformación económica.
A pesar de la moderación del crecimiento demográfico, el lento desarrollo económico en
seguida provocó un desequilibrio entre la población y los recursos. Se produjo un aumento
de la emigración exterior, que se dirigió especialmente a ultramar (Argentina y Cuba) y a
Argelia, favorecido por la libertad migratoria (1853) y por la modernización de los
transportes marítimos.
Estos desplazamientos alcanzaron su máxima importancia a partir de 1882 con emigrantes,
sobre todo, de Canarias, Galicia, Cataluña, Murcia y de las provincias de Santander y
Alicante.
Las migraciones interiores, del centro hacia la periferia o a las capitales de provincia, es
decir, del campo a la ciudad, no tuvieron una gran incidencia hasta las últimas décadas del
siglo XIX. A pesar de eso, hubo un aumento da población urbana, perceptible sobre todo
en Barcelona y Madrid, pero también en Valencia, Sevilla e Málaga. Todas estas ciudades
superaran los 100 000 habitantes en 1870, y las dos primeras superaban los 500 000 en
1900. El crecimiento de las ciudades desembocó en una serie de transformaciones
urbanísticas. Las más importantes fueron el derrumbamiento de las murallas defensivas y
la creación de planes de ordenación urbana que facilitaban la expansión de forma ordenada
y moderna (canalización de aguas, iluminación de las calles, tranvía...). Sin embargo, a
principios del siglo XX, el 70 % da población vivía en el medio rural.
Recuerda:
La Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, con una
revolución agraria que provocó el éxodo de la población hacia las ciudades, donde se
emplearon como proletarios en las numerosas industrias que comenzaban a surgir.
El paso de una sociedad agraria a una industrial supuso importantes cambios de
crecimiento y movimiento demográfico.
Durante el siglo XIX, tuvo lugar una extensión da industrialización por otros países,
principalmente del centro de Europa.

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Tema 7. Apuntes complementarios

  • 1. TEMA 7 Transformaciones en la agricultura y desamortizaciones. Características y consecuencias de la desamortización en Galicia y trazos de modernidad en al agricultura. Trazos de la economía española en el siglo XIX Durante el siglo XIX, en España se produjo una transformación de las estructuras económicas y sociales propias del Antiguo Régimen. EL paso a una economía industrial y a una sociedad industrializada fue un proceso lento, condicionado por varios factores y localizado en áreas periféricas de la Península. Esto provocó que España sufriese un atraso económico respecto a otros países europeos que habían seguido al Reino Unido en su proceso de Industrialización. A grandes trazos, se distinguen dos etapas en la evolución económica del siglo XIX: - Hasta 1840, se caracterizó por el estancamiento económico. - A partir de 1840 se inició un lento proceso de industrialización. De 1800 hasta el final de la Primera Guerra Carlista (1840) se mantuvo una economía tradicional, predominantemente agraria, marcada además por la inestabilidad política y las consecuencias de los conflictos bélicos (la Guerra de la Independencia, la pérdida de las colonias americanas y la Primera Guerra Carlista). A pesar de todo, durante la década de 1830 se iniciaron los primeros intentos de modernizar la estructura económica, en el marco de la construcción de un Estado Liberal: - Libertad de comercio. - Libertad de empresa. - Abolición de los gremios. - Abolición de los señoríos. - Desamortizaciones. No obstante, la deuda acumulada por el Estado por causa de las pérdidas coloniales y de las guerras peninsulares, junto con la ruina de la agricultura, impidió que se desarrollase una incipiente industria. A partir de 1844, bajo el reinado de Isabel II, se adoptaron medidas que favorecieron los cambios en las estructuras sociales y económicas de España. A pesar de eso, en realidad, continuaba siendo un país predominantemente agrícola y sólo en Cataluña se había iniciado una revolución industrial, centrada en el sector textil. De hecho, la crisis financiera de 1866 puso en evidencia la debilidad del proceso de industrialización. La estabilidad política de la Restauración permitió cierto desarrollo económico hasta 1886, coincidiendo con un período de crisis en Europa. Esta expansión estuvo limitada por varios factores económicos y sociopolíticos, entre los que cabe destacar la mala gestión de la reforma agraria, la inexistencia de un mercado interior bien articulado, la carencia de capitales españoles para invertir (o que favoreció que la explotación de las minas y de la red de transportes quedase en manos de capital extranjero), la falta de acuerdos entre la oligarquía dirigente de base agraria y la burguesía industrial, y las tensiones para determinar la política económica que el gobierno debía seguir. El auge económico de estos años en seguida se vio afectado por la crisis del sector agrario, especialmente el cerealista, que no pudo competir con las exportaciones de EE UU, Rusia, y el vinícola, por causa de la plaga de la filoxera (plaga de insectos que afecta
  • 2. a las plantas). Además, la pérdida de las últimas colonias en 1898 eliminó los mercados exteriores, de los que dependía buena parte de la producción industrial española. Subsistencia de una economía agraria La principal fuente de riqueza en la España del siglo XIX era la propiedad de la tierra. De hecho, hasta 1866, cuando se produjo una grave crisis financiera, el ritmo de la economía española siguió marcado por la agricultura, como en el Antiguo Régimen, por lo que las crisis económicas eran una consecuencia directa de las malas cosechas. A lo largo de la primera mitad de siglo, los gobiernos liberales emprendieron reformas para eliminar los antiguos sistemas de propiedad. Se liberalizó la tierra y se privatizaron los bienes eclesiásticos y comunales, con el objetivo de estimular el crecimiento económico. Pero, en realidad, las reformas no evitaron que se mantuviese una explotación agraria tradicional, que frenó el desarrollo de una economía industrial. A principios del siglo XX sólo se industrializaron algunas zonas del Estado español, mientras que el sector agrícola aún ocupaba un 70% de la población activa y generaba más de la mitad de la renta nacional. En Galicia se mantuvo el minifundismo y el campesinado arrendatario (foreros) y se incrementó la orientación agraria hacia la cría del ganado vacuno y a la producción de leche. La política agraria del Estado liberal Los gobiernos liberales llevaron a cabo algunas reformas con el objetivo de transformar las estructuras de la propiedad y las formas de explotación de la tierra, para intentar establecer un sistema de relación propias del capitalismo liberal Las medidas reformistas ya habían sido dispuestas por las Cortes de Cádiz pero, siguiendo los altibajos del liberalismo español, no se consolidaron hasta las etapas del régimen isabelino con gobiernos más progresistas (1836-1841 e 1854-1856). Estas medidas fueron: — La desvinculación de los mayorazgos. Prohibía la vinculación de tierras y autorizaba a sus propietarios a venderlas, comprarlas y arrendarlas según su libre decisión. Esta medida le permitió a la nobleza desprenderse de las tierras no rentables, pero perjudicó al campesinado, que perdió sus derechos sobre las tierras que cultivaba. — La disolución del Régimen Señorial. Estas desvinculaciones se aprobaron a cambio de que la nobleza renunciase a los derechos, de origen feudal, de administrar justicia, nombrar autoridades locales y cobrar ciertos impuestos. Estos derechos pasaban a ser jurisdicción del Estado, como le correspondía a un régimen liberal. — La desamortización de bienes eclesiásticos y comunales. Conviene destacar la llevada a cabo por Mendizábal en 1836, que les afectó a los bienes eclesiásticos, y, posteriormente, la emprendida por Madoz en 1855, mucho más amplia, como ya estudiasteis. La desvinculación y la desamortización no evitaron que las tierras continuasen en manos de la nobleza o que pasasen a un reducido grupo de la alta burguesía, puesto que eran las únicas clases sociales con capacidad económica para invertir. Los campesinos, sin medios para acceder a la compra de tierras, fueron los grandes perjudicados por estas reformas. Aumentó el número de jornaleros en el centro y en el sur de la Península, y fueron perjudicados los pequeños campesinos y arrendatarios del norte y del levante, sometidos ahora a unas condiciones contractuales mucho más duras por la introducción de la libertad económica. Así pues, la propiedad de la tierra sufrió un proceso de concentración. Pero el problema más grave era que los propietarios continuaron viviendo de las rentas que obtenían de sus tierras, sin invertir en innovaciones técnicas, como
  • 3. sucedió en los países europeos que habían iniciado la Revolución Industrial. Esto impidió que se establecieses un sistema de producción de tipo capitalista. La situación de la agricultura española en el siglo XIX La agricultura española del siglo XIX se caracterizó por su estancamiento, lo que frenó el crecimiento económico y el proceso de industrialización. El sector más atrasado y el menos productivo era el dedicado al cultivo extensivo de cereales, que de hecho era el más importante, puesto que ocupaba las tres cuartas partes de la tierra cultivable, localizadas en la Meseta y el sur peninsular. Su poca competitividad se agravó en la década de los noventa, cuando la modernización de los transportes permitió la entrada en el mercado europeo de productos procedentes de América, Australia y Rusia. Sus bajos costes productivos provocaron una caída de los precios y la ruina del sector. Ante la crisis, la agricultura española luchó por conseguir la aplicación de leyes proteccionistas. Esto evitó la entrada de productos extranjeros, pero no estimuló la inversión en innovaciones técnicas. Sólo en el litoral (especialmente en Cataluña, Valencia y zonas de Andalucía) se desarrolló una agricultura especializada, capaz de competir en el mercado europeo. La vid, el olivo, los frutales y los cítricos ocupaban sólo el 12% de la tierra, pero representaban el 23% del valor total de la producción agrícola. La vid adquirió una importancia especial, ya que llegó a monopolizar el mercado europeo entre 1875 e 1890, cuando la filoxera arruinó la producción francesa. Finalmente, la entrada de la plaga en la Península provocó una grave crisis económica y social en el campo. La desamortización en Galicia En el siglo XIX, la base económica gallega continuaba siendo la agricultura, que estaba hundida en el atraso económico. Se basaba en el cultivo de cereales (centeno y maíz), poseía un bajo nivel tecnológico y aún permanecía el sistema foral y el minifundio. Las transformaciones económicas que intentó introducir el régimen liberal, a través de las desamortizaciones fracasaron en Galicia. Las leyes desamortizadores no derrumbaron el régimen de propiedad de la tierra basado en el sistema foral, ni concentraron la propiedad, ni realizaron cambios en el apartado productivo de la agricultura, con lo que la explotación quedó estancada. En Galicia, el proceso desamortizador se desarrolló, sobre todo, entre 1840 y 1870, y fue sobre todo de tipo eclesiástico. Pero lo que se pujaba no eran las propiedades eclesiásticas, sino las rentas forales que percibían los conventos, los monasterios y las catedrales. Esto supuso que los compradores no adquiriesen tierras, sino un derecho a percibir una renta. Por tanto, con la desamortización el sistema foral no desapareció, sino que se perpetuó, y sólo cambiaba el titular de la renta. Los campesinos, sin capacidad económica, no pudieron comprar las rentas que pagaban. La hidalguía tampoco se benefició de la desamortización, pues era defensora del régimen feudal y su fuente de ingresos eran rentas fijas, muy menguadas, con las que apenas acumulaba capital. La burguesía comercial urbana fue el grupo que participó en las pujas y adquirió el mejor y más importante porcentaje de las rentas vendidas.
  • 4. Debilidad y fragmentación del desarrollo industrial. Modernización de los transportes: el ferrocarril. Emergencia del sistema financiero. Debildiad del mercado nacional. Desindustrialización y nuevos sectores en Galicia. El proceso de industrialización La industrialización se inició en España hacia la década de 1830, pero la lentitud en su ritmo de crecimiento provocó que a finales de siglo los niveles de renta y de producción fuesen muy inferiores a los europeos y que la agricultura siguiese siendo la actividad esencial. Ante estas características económicas, la mayoría de los historiadores tendió a considerar que la Revolución Industrial fracasó en la España del siglo XIX, si bien hoy en día se matiza esta afirmación para hablar del atraso en un proceso de transformaciones ya comenzado. En todo caso, el proceso de industrialización fue muy desequilibrado sectorial y regionalmente. Sólo consiguieron consolidarse la industria textil catalana y la siderurgia vasca. Otros sectores productivos, como la minería, la construcción del ferrocarril o el sector financiero, experimentaron un desarrollo importante, pero con resultados irregulares. Galicia apenas pudo participar en la industrialización, incluso se produjo una cierta desindustrialización en los sectores artesanales tradicionales (textil, curtidos y herrería). Las dificultades do proceso El proceso de industrialización en España tuvo en España que superar varios obstáculos: — En primer lugar, el mantenimiento de una economía agraria sin modernizar significaba que la mayor parte de la población estaba integrada en un campesinado pobre, con una limitada capacidad de compra e incapaz de absorber la producción industrial. — En segundo lugar, había un elevado índice de analfabetismo y un bajo nivel cultural, profesional y técnico, que limitaban o desarrollo de una tecnología propia. — En tercer lugar, el atraso agrícola, unido a la deficiente red de transportes y de comunicaciones terrestres, dificultó los intercambios y la articulación de un mercado nacional. Doc.6DUN MERCADO NACIONAL — Finalmente, hay que destacar la escasez de capitales para invertir. La agricultura no producía grandes capitales y los grupos sociales con capacidad económica compraban tierras desamortizadas o deuda pública, que les ofrecían beneficios inmediatos, en lugar de correr riesgos con inversiones en la industria. Esto comportó una dependencia excesiva del capital extranjero y de las ayudas estatales para las inversiones industriales. La industria textil La industria textil del algodón fue pionera de la modernización industrial en España, igual que en Gran Bretaña. El desarrollo de este sector se centró en Cataluña, donde desde finales del siglo XVIII se daban condiciones favorables para transformar las manufacturas tradicionales: la modernización agrícola y los beneficios del comercio americano. A partir de los años treinta, con la repatriación de capitales americanos y con las medidas proteccionistas del Estado español, se inició la modernización del sector textil mediante la introducción de nuevas fuentes de energía: la fuerza hidráulica y, desde 1833, la del vapor. La mecanización del hilado y del tejido se consiguió con la importación de tecnología británica. Según la fuente de energía utilizaba, se desarrollaron dos modelos de industria: — Los vapores o fábricas movidas por máquinas de vapor. Se localizaron en ciudades costeras próximas a Barcelona, para facilitar el transporte del carbón desde los puertos a los centros de producción.
  • 5. — Las colonias o centros industriales localizados a la orilla de los ríos para aprovechar la energía hidráulica. Eran auténticas villas de nueva construcción donde, además de la fábrica, se encontraban las viviendas de los obreros, la iglesia, la escuela, el economato y centros recreativos y culturales. En las colonias, los obreros eran más dependientes de los patrones y estaban sometidos a un mayor control y a una mayor disciplina que en las ciudades. La producción textil catalana alcanzó su punto álgido entre 1850 e 1860, gracias a la mecanización del proceso productivo, lo que posibilitó la reducción de los precios y, por lo tanto, la ampliación del mercado. Después del hambre del algodón (1862-1865) y de la crisis financiera de 1866, el sector se volvió a recuperar en los años setenta. La mecanización se extendió también al sector de la lana, que se concentró en nuevas áreas como Sabadell y Terrassa. De todos modos, esta industria tuvo una fuerte dependencia energética y tecnológica que elevó sus costes productivos y que la hizo escasamente competitiva en los mercados extranjeros. Por esta razón se orientó hacia el mercado nacional, débil e irregular, y hacia las colonias americanas, y basó su expansión en la política proteccionista (no se consiguió hasta 1891). El proteccionismo contribuyó a mantener el atraso tecnológico y la escasa competitividad de la industria española, por lo que la pérdida de las colonias en 1898, especialmente la de Cuba, supuso un duro revés para esta industria, que quedó reducida al ámbito español. También constituyó un freno a la expansión el hecho de que en la industria textil predominase la pequeña empresa familiar. Las sociedades anónimas no fueron frecuentes hasta finales del siglo, como lo constata el hecho de que la primera de ellas, La España Industrial, se constituyese en 1876. A pesar de sus limitaciones, la industria textil catalana impulsó el desarrollo de la industria metalúrgica y de la química, y absorbió mano de obra de otras regiones españolas. El sector textil en Galicia, que en el siglo XVIII había conseguido importancia con la actividad doméstica, entró en decadencia por no incorporar maquinaria, por no capitalizarse, por continuar desarrollándose en el ámbito doméstico y por la competencia del algodón (frente al lino gallego) de la producción inglesa o catalana. El ferrocarril La necesidad de crear un mercado interior provocó que a partir de la década de 1840 se intentase mejorar la red de comunicaciones peninsulares. Inicialmente, se pretendió mejorar y ampliar la red de carreteras, pero la verdadera revolución en los transportes se dio con la construcción de la red ferroviaria. Hasta 1855, la falta de inversiones y el atraso técnico del país provocaron que sólo se instalasen en tramos cortos (BarcelonaMataró, Madrid-Aranjuez e Langreo-Gijón). La Ley de Ferrocarriles de 1855 estableció el marco legal y fue el punto de partida de una gran fiebre constructora, que perduró hasta 1866. La ley, promovida por los progresistas para favorecer el desarrollo económico, ofrecía subvenciones estatales que aseguraban unos mínimos beneficios y facilitaba la creación de sociedades anónimas. También permitía la importación de tecnología y de material. Esto favoreció la inversión de capitales nacionales (básicamente catalanes, vascos y valencianos) pero, sobre todo, extranjeros, en especial franceses. La red se proyectó con el fin de formar un trazado radial con centro en Madrid, lo que dejó mal comunicadas entre sí las áreas periféricas, que eran las más desarrolladas de España. Esto provocó que los beneficios iniciales, conseguidos gracias a las ayudas
  • 6. estatales, no se mantuviesen por miedo de la baja rentabilidad de las líneas. Se desencadenó así una crisis financiera (1866), por la depreciación de las acciones, que hizo quebrar a muchas compañías. El proceso constructor se paralizó y no se reinició hasta 1875. El ferrocarril llegó a Galicia con muchos años de atraso, por las dificultades orográficas que encarecían el trazado y por la actuación localista de la burguesía de las ciudades gallegas. La primera línea se inauguró en 1873 y unía Santiago y Carril. Pero hasta 1883 Galicia no estuvo unida a la de Castilla. El trazado de las líneas se hizo para comunicar Galicia con el centro de España, pero quedó mal comunicada internamente. El ferrocarril tuvo efectos beneficiosos a largo plazo en la economía española: favoreció la movilidad de la población y el abaratamiento de los intercambios interiores, estimuló el empleo e impulsó el consumo de carbón asturiano. Sin embargo, las facilidades para importar el material ferroviario dificultaron el desarrollo de la incipiente industria siderometalúrgica. La minería y la industria siderúrgica La minería española no se desarrolló hasta 1868, gracias a nuevas leyes de desamortización del subsuelo, que facilitaron la compra de minas pro compañías privadas, sobre todo extranjeras (francesas, británicas e belgas). El bajo coste de mano de obra y la baja presión fiscal aseguraban buenos beneficios en una producción que se exportaba a Europa a bajo precio. Doc.10 Doc.9 La explotación de minas de hierro (Almería, Murcia, Vizcaya) y de carbón (Asturias, Sierra Morena) fue muy fructífera. Destacó el hierro vizcaíno, explotado por empresas de capital británico y vasco que destinaron un 90% del producto a la exportación. La modernización de la industria siderúrgica estuvo limitada por la escasa demanda, en una España mal equipada mecánicamente hasta el último tercio del siglo XIX, y por la escasez de carbón de calidad. Pero al abundancia de mineral de hierra, que cada vez tenía una mayor demanda para abastecer de maquinaria, material y herramientas, la industria textil, la construcción y la agricultura, dio lugar a tres importantes centros siderúrgicos: - Los primeros altos hornos se instalaron en Málaga en la década de 1840, pero la falta de combustible hizo declinar a producción, que se concentró en Asturias en las décadas de 1860 e 1870. - La utilización de recursos carboníferos de la zona abarató los custes de producción. A partir de 1880, la siderurgia se concentró en Vizcaya, favorecida por la abundancia de mineral de buena calidad y por los capitales vascos acumulados gracias a las explotaciones de mineral de hierro. Galicia contaba con gran cantidad de herrerías para la producción siderúrgica. En la década de 1870 entraron en declive al non ser capaces de adaptarse a las innovaciones tecnológicas, por continuar utilizando el carbón vegetal, por la falta de combustible barato, y por no poder competir con la siderurgia vasca y asturiana. Incluso la fábrica de fundición de Sargadelos tuvo que cerrar en 1875. La industria metalúrgica inició su desarrollo en Cataluña a causa de las demandas de la incipiente industrialización, aunque también hay que destacar la producción Sevillana. A pesar de que los capitales eran mayoritariamente autóctonos, la tecnología era importada (básicamente británica). Además, no pudo competir con la producción extranjera hasta
  • 7. 1880, coincidiendo con el auge de la siderurgia vasca (que producía la materia prima necesaria) y con las medidas proteccionistas de 1891, que limitaban la entrada de productos de otros países. A finales del siglo XIX, se desarrolló en Galicia a industria conservera, fruto de nuestra tradición pesquera y del establecimiento de fábricas de conservas catalanas que aprovechan las viejas manufacturas de salazón para iniciar su capitalización. La industria conservera de pescado experimentó un fuerte crecimiento, arrastró a otros sectores y transformó y renovó las tradiciones técnicas de salazón con la conservación hermética de los alimentos y su esterilización. Llegó a haber muchas fábricas, que estaban asentadas en la costa, especialmente en la zona de las Rías Bajas (Barreras, Alonso, Massó…). El desarrollo del sector financiero En el siglo XIX se transformó el sistema bancario español, pero como inicio de su modernización se considera la promulgación, en 1856 de la Ley de Bancos de Emisión y Sociedades de Crédito, que le permitía a la iniciativa privada la constitución de entidades bancarias. En la primera mitad del siglo, España contaba con pocos recursos financieros. Los capitales, básicamente de origen agrario y colonial, se invirtieron esencialmente en tierras desamortizadas o en emisiones de deuda pública, y fueron captadas muy lentamente por los bancos privados. En realidad, una gran parte del capital que se invirtió en el proceso de industrialización procedía de Europa, destacando la Banca Rothschild y el grupo financiero Pereire, y se orientaba a la explotación de minas y al ferrocarril. A pesar de la ingerencia extranjera, la especulación que desató la construcción del ferrocarril permitió la creación de numerosas entidades de crédito, muchas de las cuales quebraron con la crisis financiera de 1866. Con la estabilidad política que proporcionó la Restauración, se reemprendió el desarrollo del sector bancario español. En 1874 se le concedió al Banco de España el monopolio en la emisión de billetes, mientras que la banca privada se orientó al financiamiento de la industria. El débil crecimiento de los primeros años de la Restauración se quebró nuevamente con la crisis colonial producida en 1898, aunque en los primeros años del siglo XX se inició la recuperación. La banca gallega tenía varias entidades (Banco Etchevarría, Caja de Ahorros de La Coruña…) pero pocos recursos financieros. Evolución demográfica. Los movimentos migratorios. Efectos de la emigración en Galicia. Las transformaciones demográficas y sociales Durante el siglo XIX se produjeron importantes transformaciones demográficas y sociales. El comportamiento demográfico varió respecto al del Antiguo Régimen, aunque la lentitud en el proceso de modernización económica provocó algunos desajustes. Sin embargo, los cambios económicos y políticos configuraron una nueva sociedad de clases que substituyó la sociedad estamental y consolidó la burguesía como clase dirigente. Además, se inició un lento cambio en el papel social de las mujeres. La evolución demográfica Entre 1800 y 1900, la población española pasó de 11,5 a 18,6 millones de habitantes. Esta cifra representa un crecimiento lento, si se compara con el experimentado en el mismo período en otros países europeos. Las tasas de mortalidad se mantuvieron elevadas y, a pesar de ciertas mejoras médicas, durante todo el siglo se produjeron crisis de
  • 8. subsistencia periódicas y epidemias (cólera, tifus...), favorecidas por una higiene deficiente. Además, fue un período en el que hubo varias guerras Este modelo no fue homogéneo en todo el Estado, sino que la distribución regional de la población acusaba grandes contrastes, siguiendo la tendencia iniciada en el siglo XVIII. Así, al estancamiento o disminución de la población del centro se opuso la concentración en la periferia. El modelo demográfico de Cataluña fue una excepción, con un comportamiento más parecido al europeo que al español, provocado por las características de su transformación económica. A pesar de la moderación del crecimiento demográfico, el lento desarrollo económico en seguida provocó un desequilibrio entre la población y los recursos. Se produjo un aumento de la emigración exterior, que se dirigió especialmente a ultramar (Argentina y Cuba) y a Argelia, favorecido por la libertad migratoria (1853) y por la modernización de los transportes marítimos. Estos desplazamientos alcanzaron su máxima importancia a partir de 1882 con emigrantes, sobre todo, de Canarias, Galicia, Cataluña, Murcia y de las provincias de Santander y Alicante. Las migraciones interiores, del centro hacia la periferia o a las capitales de provincia, es decir, del campo a la ciudad, no tuvieron una gran incidencia hasta las últimas décadas del siglo XIX. A pesar de eso, hubo un aumento da población urbana, perceptible sobre todo en Barcelona y Madrid, pero también en Valencia, Sevilla e Málaga. Todas estas ciudades superaran los 100 000 habitantes en 1870, y las dos primeras superaban los 500 000 en 1900. El crecimiento de las ciudades desembocó en una serie de transformaciones urbanísticas. Las más importantes fueron el derrumbamiento de las murallas defensivas y la creación de planes de ordenación urbana que facilitaban la expansión de forma ordenada y moderna (canalización de aguas, iluminación de las calles, tranvía...). Sin embargo, a principios del siglo XX, el 70 % da población vivía en el medio rural. Recuerda: La Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, con una revolución agraria que provocó el éxodo de la población hacia las ciudades, donde se emplearon como proletarios en las numerosas industrias que comenzaban a surgir. El paso de una sociedad agraria a una industrial supuso importantes cambios de crecimiento y movimiento demográfico. Durante el siglo XIX, tuvo lugar una extensión da industrialización por otros países, principalmente del centro de Europa.