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actualidadactualidad
Los cimientos
de los edificios más
modernos de Pune,
la ciudad india con
mayor crecimiento,
los colocan obreras que
cobran menos que sus
compañeros. La ONG
española Educo tiene
talleres para que ellas
aprendan sus derechos
y sepan que hay otros
modos de ganarse la
vida en igualdad.
MUJERES
SOBRE EL
ANDAMIO
Texto Hugo de Lucas
Fotos Paola de Grenet
Desigualdad salarial en la India
l capataz pasea entre cas-
cotes la mirada dura que
se espera de un encar-
gado de obra. Dispersa corrillos im-
provisados, azuza a dos mujeres
para que aligeren la criba de arena,
señala con su vara fina a un peón y
le ordena que suba al séptimo piso
y ayude con una polea… No pa-
rece preocuparle que casi nadie
use casco, que balconadas y esca-
leras no cuenten con quitamiedos
de seguridad ni que los andamios
sean de varas de bambú y cuerda.
El gris del hormigón y el ocre de la
tierra sucia no combinan bien con
las deslumbrantes cristaleras de los
edificios de oficinas que esperan
ser ocupados por empresas de
nuevas tecnologías. Water Front
promete ser uno de los centros de
desarrollo de la nueva Pune, la ciu-
dad a 150 kilómetros de Bombay
que los británicos convirtieron en
capital cultural y hoy es símbolo de
la economía emergente de la India.
En una década, su población ha
aumentado un 34%, hasta los 3,2
millones, para convertirse en la
sexta más poblada del país, engro-
sada por una inmigración interior en
busca de trabajo y supervivencia.
Mano de obra abundante y barata,
tanto masculina como femenina,
que se asienta en slums (poblados
de chabolas) y campamentos donde
la ausencia de las instituciones
suele ser cubierta por la labor de las
ONG. Una de ellas, la española
Educo, ha organizado la escuela de
Water Front, donde atienden a ni-
ños de hasta seis años –los mayo-
res van a los colegios públicos–
mientras sus padres cumplen la jor-
nada de nueve a seis en la obra.
Dentro del esqueleto de dos
enormes bloques de apartamentos
en los que vivirán los empleados de
las empresas tecnológicas, los peo-
nes se afanan a cambio del salario
mensual medio en el muy próspero
sector de la construcción: unas
7.200 rupias para los hombres (100
euros) y 6.000 para las mujeres (85
euros). Nadie rebate la diferencia
por géneros, como tampoco la ab-
soluta falta de derechos laborales.
Cualquier atisbo de organización
sindical se ataja con el despido.
«Las cosas son como son», dice
Bhagamma (30 años) lanzando una
prudente mirada para ubicar al ca-
pataz. La mujer se acaba de colo-
car un casco, que le queda muy
pequeño, para cubrir las aparien-
cias frente a ese extranjero que se
interesa por su vida. «Mi marido re-
corre la ciudad vendiendo verduras,
pero yo soy la que consigue la ma-
yor parte del dinero, así que trabajo
sin rechistar.» Otras dos compañe-
ras la miran silenciosas, con sus sa-
ris cubiertos de polvo y unas san-
dalias como única protección en los
pies mientras trasladan a la espalda
cargas de ladrillo. «Espero traer del
campo a mis dos hijos para que es-
tén conmigo. Se han quedado en
nuestro pueblo con mi familia. Creo
que lo haré, porque ya tengo
casa», y con un gesto acaba la
conversación para volver a ocu-
parse de la polea mecánica.
Vida cotidiana en los
poblados de Pune. Abajo
a la dcha., con sari
morado, Bhagamma,
de Water Front. En la pág.
anterior, Laxmi, obrera
del campamento.
e
34/YO DONA.28 SEPTIEMBRE 2013
Así es, las empresas constructoras
suelen ofrecer a los trabajadores in-
migrantes un espacio a pie de obra
para ubicar sus alojamientos y les
facilitan los materiales: planchas de
uralita, bloques de ladrillo y ce-
mento. Cada familia dispone de no
más de 15 metros cuadrados.
También construyen un pozo sép-
tico general y conectan las tomas
de agua a las fuentes, que además
sirven de baños públicos. El mayor
espacio es para la escuela, donde
unos 20 niños cantan las letras y
los números. Son las seis de la
tarde. Laxmi (30 años) saluda a la
maestra de Educo y recoge a sus
dos niños. Ha acabado la tarea en
la obra, pero aún le queda mucho
trabajo por delante. Se asea y nos
invita a pasar mientras prepara la
cena. El lugar está impoluto. Las
cacerolas parecen bruñidas y las
esterillas que acolchan el suelo no
muestran rastros del polvo que
todo lo cubre afuera. «Una costum-
bre. La limpieza es muy importante
para nosotros los indios», asegura.
Se puede comprobar echando un
vistazo a las precarias viviendas ve-
cinas, con las puertas siempre
abiertas. Cocinar, ocuparse de los
niños, volver a limpiar… A las 10 ya
podrá acostarse, para comenzar
con el desayuno a las 5 de la ma-
ñana. «¿Y tu marido?» «Trabaja en
la obra, como yo.» Y sonríe a la vez
que pide a su hijo que le traiga
agua. «¿Qué te gustaría que llegara
a ser?» «Encargado de obra.»
Water Front es solo uno de los
campamentos que se insertan en el
tejido de hormigón de los comple-
jos que se están levantando a lo
largo de la creciente Pune. Algunos
de los empleados y voluntarios de
Awakening Jagriti, la organización
local que desarrolla los proyectos
de Educo, colaboran en las charlas
educativas que se dan a los traba-
jadores del campamento de Ma-
garpatta City. Antes de comenzar la
jornada, hombres y mujeres se reú-
nen frente a la escuela de uralita
para escuchar a una educadora.
Utilizando un panel con dibujos, les
explica a ellos por qué no tienen
que pegar a sus esposas, y menos
delante de los niños; y a ellas, por
qué deben denunciarlo, e intenta
convencerles de que colaboren en
las tareas domésticas.
«La violencia de género, con fre-
cuencia asociada al alcohol, es uno
de los problemas graves al que se
enfrentan las indias. Y en comuni-
dades como esta es mucho más
frecuente. Estamos en una cultura
sexista», afirma Neela, una de las
coordinadoras. Es la propia em-
presa la que obliga a los ocupan-
tes del campamento a asistir a la
charla y facilita la labor de la ONG.
Detrás hay motivos económicos,
como explica Mónica Grau, dele-
gada nacional de Educo en la India:
«Las constructoras colaboran por-
que es otra forma de conseguir que
los trabajadores, en especial las
mujeres, produzcan mejor».
De izq. a dcha.: Pooja, de
15 años, la mejor alumna
de su clase. Escuela de
Educo en Magarpatta
City. Vaishali, encargada
de salud del ‘slum’ de
Shinde Vasti.
En la India, 1.625.000 euros dan para mucho, y al mismo tiempo para muy
poco. Es el presupuesto que la ONG española Educo destina a sus proyec-
tos en este país –donde está presente desde 1998–, con dos prioridades: la
atención sanitaria y la escolarización de los niños que viven en slums y
campamentos (solo en la zona de Pune se benefician 140.000 pequeños), y
la formación de mujeres (más de 50.000 en los dos últimos años), creando
grupos de autoayuda para su desarrollo económico y social. La política de
transparencia financiera de la ONG hace que todas sus cuentas estén pu-
blicadas en su página web (www.educo.org; tel. 902 19 19 19).
CON LA AYUDA DE ESPAÑA
YO DONA.28 SEPTIEMBRE 2013/35
Una vez concluyen las obras, se eli-
minan los campamentos y los peo-
nes tienen que buscar un nuevo
trabajo y otro lugar para vivir. Si han
ahorrado lo suficiente, se trasladan
a los slums que, como ocurre en
Bombay, son parte esencial del pai-
saje urbano, ciudades dentro de la
urbe, salas de máquinas construi-
das con chabolas y pobreza, im-
prescindibles para que la nueva
India avance a ritmo acelerado.
El asentamiento ilegal de Ra-
jhandhi es el mayor de Pune,
donde sus más de 3.000 habitan-
tes han logrado establecer una co-
munidad precariamente organi-
zada gracias en buena medida a la
iniciativa de sus mujeres. Kavita (33
años y tres niños) es uno de sus
miembros más activos. Esposa de
un obrero de la construcción, cam-
bió su suerte cuando decidió parti-
cipar en un curso de costura de la
ONG española. Ahora trabaja en
grupos femeninos de autoayuda
que ofrecen desde protección a
vecinas que sufren maltrato hasta
clases de confección para obtener
más ingresos y lograr así cierta au-
tonomía económica. «Con la ayuda
de la ONG, intentamos que las au-
toridades legalicen el slum», co-
menta Kavita. «Cumplimos los dos
requisitos que exige la ley: que el
asentamiento tenga más de 20
años y que no esté en terrenos pri-
vados. Cuando lo logremos, nos
tendrán que dar alcantarillado, luz,
agua corriente…» Hasta entonces,
cada uno se las apaña como
puede. El sueldo de su marido y las
12.000 rupias (170 euros, una pe-
queña fortuna) que ella puede reu-
nir vendiendo los bolsos de tela
que diseña y cose les han permi-
tido instalar en casa un pequeño
depósito de agua que llenan cada
día. Sobre la planta baja, de 17
metros cuadros, han levantado un
dormitorio elevado que los cinco
utilizan cuando las lluvias del mon-
zón lo anegan todo, arrastrando
hasta allí basura y excrementos.
A unos cientos de metros de
Rajhandhi late con fuerza el cora-
zón financiero de la ciudad, for-
mado sobre todo por las compa-
ñías tecnológicas, nacionales y ex-
tranjeras, que se instalan atraídas
por la rápida rentabilidad de sus in-
versiones. No es de extrañar que
para el Gobierno de Delhi los pla-
nes de desarrollo urbanístico de
Pune tengan prioridad. Nuevas
tecnologías y construcción son un
reclamo económico que llega a
todo el país, bombeando inmigran-
tes hacia barriadas ya saturadas.
«Esta comunidad de Shinde Vasti
era un pueblecito de artesanos y
modestos comerciantes», explica
Amogh, empleado de Awakening
Jagriti, mientras camina por las ca-
llejas de tierra del slum más antiguo
de Pune. «Ahora, no deja de crecer
y eso multiplica los problemas.»
Esta mañana se reunirá con otro
grupo femenino de autoayuda que
estudiará conceder un microcré-
dito a una vecina para un negocio
ambulante de material escolar.
Apenas hay hombres a la vista–
están levantando la ciudad–, por
eso ellas se encargan de todo: Su-
varna es la consejera de asuntos
domésticos; Vaishali vigila la salud
y la nutrición de los recién nacidos,
y ofrece información sanitaria;
Numtaz se ocupa de llevar las
cuentas de la caja común… Todos
los niños están escolarizados, tam-
bién Pooja, una belleza de 15 años
que desprende una sonrisa tímida
cuando reconoce que es la mejor
alumna de su clase: «Estudiaré
hasta el año que viene y luego me
casaré con quien me digan mis pa-
dres». Su madre la acompaña a la
reunión. «¿Con quién le gustaría
que se casara su hija?» «Con un
encargado de obra.»
Habitantes de Shinde
Vasti, el ‘slum’ más
antiguo de Pune.
Los grupos femeninos de
autoayuda ofrecen desde
protección contra el maltrato
hasta clases de confección
para obtener más ingresos.

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  • 1. actualidadactualidad Los cimientos de los edificios más modernos de Pune, la ciudad india con mayor crecimiento, los colocan obreras que cobran menos que sus compañeros. La ONG española Educo tiene talleres para que ellas aprendan sus derechos y sepan que hay otros modos de ganarse la vida en igualdad. MUJERES SOBRE EL ANDAMIO Texto Hugo de Lucas Fotos Paola de Grenet Desigualdad salarial en la India
  • 2. l capataz pasea entre cas- cotes la mirada dura que se espera de un encar- gado de obra. Dispersa corrillos im- provisados, azuza a dos mujeres para que aligeren la criba de arena, señala con su vara fina a un peón y le ordena que suba al séptimo piso y ayude con una polea… No pa- rece preocuparle que casi nadie use casco, que balconadas y esca- leras no cuenten con quitamiedos de seguridad ni que los andamios sean de varas de bambú y cuerda. El gris del hormigón y el ocre de la tierra sucia no combinan bien con las deslumbrantes cristaleras de los edificios de oficinas que esperan ser ocupados por empresas de nuevas tecnologías. Water Front promete ser uno de los centros de desarrollo de la nueva Pune, la ciu- dad a 150 kilómetros de Bombay que los británicos convirtieron en capital cultural y hoy es símbolo de la economía emergente de la India. En una década, su población ha aumentado un 34%, hasta los 3,2 millones, para convertirse en la sexta más poblada del país, engro- sada por una inmigración interior en busca de trabajo y supervivencia. Mano de obra abundante y barata, tanto masculina como femenina, que se asienta en slums (poblados de chabolas) y campamentos donde la ausencia de las instituciones suele ser cubierta por la labor de las ONG. Una de ellas, la española Educo, ha organizado la escuela de Water Front, donde atienden a ni- ños de hasta seis años –los mayo- res van a los colegios públicos– mientras sus padres cumplen la jor- nada de nueve a seis en la obra. Dentro del esqueleto de dos enormes bloques de apartamentos en los que vivirán los empleados de las empresas tecnológicas, los peo- nes se afanan a cambio del salario mensual medio en el muy próspero sector de la construcción: unas 7.200 rupias para los hombres (100 euros) y 6.000 para las mujeres (85 euros). Nadie rebate la diferencia por géneros, como tampoco la ab- soluta falta de derechos laborales. Cualquier atisbo de organización sindical se ataja con el despido. «Las cosas son como son», dice Bhagamma (30 años) lanzando una prudente mirada para ubicar al ca- pataz. La mujer se acaba de colo- car un casco, que le queda muy pequeño, para cubrir las aparien- cias frente a ese extranjero que se interesa por su vida. «Mi marido re- corre la ciudad vendiendo verduras, pero yo soy la que consigue la ma- yor parte del dinero, así que trabajo sin rechistar.» Otras dos compañe- ras la miran silenciosas, con sus sa- ris cubiertos de polvo y unas san- dalias como única protección en los pies mientras trasladan a la espalda cargas de ladrillo. «Espero traer del campo a mis dos hijos para que es- tén conmigo. Se han quedado en nuestro pueblo con mi familia. Creo que lo haré, porque ya tengo casa», y con un gesto acaba la conversación para volver a ocu- parse de la polea mecánica. Vida cotidiana en los poblados de Pune. Abajo a la dcha., con sari morado, Bhagamma, de Water Front. En la pág. anterior, Laxmi, obrera del campamento. e
  • 3. 34/YO DONA.28 SEPTIEMBRE 2013 Así es, las empresas constructoras suelen ofrecer a los trabajadores in- migrantes un espacio a pie de obra para ubicar sus alojamientos y les facilitan los materiales: planchas de uralita, bloques de ladrillo y ce- mento. Cada familia dispone de no más de 15 metros cuadrados. También construyen un pozo sép- tico general y conectan las tomas de agua a las fuentes, que además sirven de baños públicos. El mayor espacio es para la escuela, donde unos 20 niños cantan las letras y los números. Son las seis de la tarde. Laxmi (30 años) saluda a la maestra de Educo y recoge a sus dos niños. Ha acabado la tarea en la obra, pero aún le queda mucho trabajo por delante. Se asea y nos invita a pasar mientras prepara la cena. El lugar está impoluto. Las cacerolas parecen bruñidas y las esterillas que acolchan el suelo no muestran rastros del polvo que todo lo cubre afuera. «Una costum- bre. La limpieza es muy importante para nosotros los indios», asegura. Se puede comprobar echando un vistazo a las precarias viviendas ve- cinas, con las puertas siempre abiertas. Cocinar, ocuparse de los niños, volver a limpiar… A las 10 ya podrá acostarse, para comenzar con el desayuno a las 5 de la ma- ñana. «¿Y tu marido?» «Trabaja en la obra, como yo.» Y sonríe a la vez que pide a su hijo que le traiga agua. «¿Qué te gustaría que llegara a ser?» «Encargado de obra.» Water Front es solo uno de los campamentos que se insertan en el tejido de hormigón de los comple- jos que se están levantando a lo largo de la creciente Pune. Algunos de los empleados y voluntarios de Awakening Jagriti, la organización local que desarrolla los proyectos de Educo, colaboran en las charlas educativas que se dan a los traba- jadores del campamento de Ma- garpatta City. Antes de comenzar la jornada, hombres y mujeres se reú- nen frente a la escuela de uralita para escuchar a una educadora. Utilizando un panel con dibujos, les explica a ellos por qué no tienen que pegar a sus esposas, y menos delante de los niños; y a ellas, por qué deben denunciarlo, e intenta convencerles de que colaboren en las tareas domésticas. «La violencia de género, con fre- cuencia asociada al alcohol, es uno de los problemas graves al que se enfrentan las indias. Y en comuni- dades como esta es mucho más frecuente. Estamos en una cultura sexista», afirma Neela, una de las coordinadoras. Es la propia em- presa la que obliga a los ocupan- tes del campamento a asistir a la charla y facilita la labor de la ONG. Detrás hay motivos económicos, como explica Mónica Grau, dele- gada nacional de Educo en la India: «Las constructoras colaboran por- que es otra forma de conseguir que los trabajadores, en especial las mujeres, produzcan mejor». De izq. a dcha.: Pooja, de 15 años, la mejor alumna de su clase. Escuela de Educo en Magarpatta City. Vaishali, encargada de salud del ‘slum’ de Shinde Vasti. En la India, 1.625.000 euros dan para mucho, y al mismo tiempo para muy poco. Es el presupuesto que la ONG española Educo destina a sus proyec- tos en este país –donde está presente desde 1998–, con dos prioridades: la atención sanitaria y la escolarización de los niños que viven en slums y campamentos (solo en la zona de Pune se benefician 140.000 pequeños), y la formación de mujeres (más de 50.000 en los dos últimos años), creando grupos de autoayuda para su desarrollo económico y social. La política de transparencia financiera de la ONG hace que todas sus cuentas estén pu- blicadas en su página web (www.educo.org; tel. 902 19 19 19). CON LA AYUDA DE ESPAÑA
  • 4. YO DONA.28 SEPTIEMBRE 2013/35 Una vez concluyen las obras, se eli- minan los campamentos y los peo- nes tienen que buscar un nuevo trabajo y otro lugar para vivir. Si han ahorrado lo suficiente, se trasladan a los slums que, como ocurre en Bombay, son parte esencial del pai- saje urbano, ciudades dentro de la urbe, salas de máquinas construi- das con chabolas y pobreza, im- prescindibles para que la nueva India avance a ritmo acelerado. El asentamiento ilegal de Ra- jhandhi es el mayor de Pune, donde sus más de 3.000 habitan- tes han logrado establecer una co- munidad precariamente organi- zada gracias en buena medida a la iniciativa de sus mujeres. Kavita (33 años y tres niños) es uno de sus miembros más activos. Esposa de un obrero de la construcción, cam- bió su suerte cuando decidió parti- cipar en un curso de costura de la ONG española. Ahora trabaja en grupos femeninos de autoayuda que ofrecen desde protección a vecinas que sufren maltrato hasta clases de confección para obtener más ingresos y lograr así cierta au- tonomía económica. «Con la ayuda de la ONG, intentamos que las au- toridades legalicen el slum», co- menta Kavita. «Cumplimos los dos requisitos que exige la ley: que el asentamiento tenga más de 20 años y que no esté en terrenos pri- vados. Cuando lo logremos, nos tendrán que dar alcantarillado, luz, agua corriente…» Hasta entonces, cada uno se las apaña como puede. El sueldo de su marido y las 12.000 rupias (170 euros, una pe- queña fortuna) que ella puede reu- nir vendiendo los bolsos de tela que diseña y cose les han permi- tido instalar en casa un pequeño depósito de agua que llenan cada día. Sobre la planta baja, de 17 metros cuadros, han levantado un dormitorio elevado que los cinco utilizan cuando las lluvias del mon- zón lo anegan todo, arrastrando hasta allí basura y excrementos. A unos cientos de metros de Rajhandhi late con fuerza el cora- zón financiero de la ciudad, for- mado sobre todo por las compa- ñías tecnológicas, nacionales y ex- tranjeras, que se instalan atraídas por la rápida rentabilidad de sus in- versiones. No es de extrañar que para el Gobierno de Delhi los pla- nes de desarrollo urbanístico de Pune tengan prioridad. Nuevas tecnologías y construcción son un reclamo económico que llega a todo el país, bombeando inmigran- tes hacia barriadas ya saturadas. «Esta comunidad de Shinde Vasti era un pueblecito de artesanos y modestos comerciantes», explica Amogh, empleado de Awakening Jagriti, mientras camina por las ca- llejas de tierra del slum más antiguo de Pune. «Ahora, no deja de crecer y eso multiplica los problemas.» Esta mañana se reunirá con otro grupo femenino de autoayuda que estudiará conceder un microcré- dito a una vecina para un negocio ambulante de material escolar. Apenas hay hombres a la vista– están levantando la ciudad–, por eso ellas se encargan de todo: Su- varna es la consejera de asuntos domésticos; Vaishali vigila la salud y la nutrición de los recién nacidos, y ofrece información sanitaria; Numtaz se ocupa de llevar las cuentas de la caja común… Todos los niños están escolarizados, tam- bién Pooja, una belleza de 15 años que desprende una sonrisa tímida cuando reconoce que es la mejor alumna de su clase: «Estudiaré hasta el año que viene y luego me casaré con quien me digan mis pa- dres». Su madre la acompaña a la reunión. «¿Con quién le gustaría que se casara su hija?» «Con un encargado de obra.» Habitantes de Shinde Vasti, el ‘slum’ más antiguo de Pune. Los grupos femeninos de autoayuda ofrecen desde protección contra el maltrato hasta clases de confección para obtener más ingresos.