Sartori en este segundo volumen analiza cuestiones ya planteadas en la Antigua Grecia, siguiendo una linea de argumentación historica y muestra cómo el desarrollo del discurso central de la politica ha ido descartando las definiciones inadecuadas y los significados errónes tales como poder, coacción, libertad o igualdad.
2. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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3. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
El valor hedonístico asociado a las mercancías está en función de su escasez; y esto se aplica
también a las «cosas buenas». Cuando tenemos satis, es decir, bastante, estamos satisfechos;
pero la satisfacción alimenta la insatisfacción: el hecho de tener bastante de alguna cosa nos hace
desear alguna otra cosa. Normalmente, el occidental tiene bastante libertad, busca el bienestar y
la seguridad y, por eso, «valora» un Estado protector que atienda a sus necesidades. Sin
embargo, la espiral de las necesidades no tiene límites y virtualmente no tiene fin y, a la
postre, habría que satisfacer no ya las necesidades, sino los deseos. Con este panorama, los
ideales occidentales se han transformado y se han atenuado.
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4. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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La obra de Daniel Bell The End of Ideology (publicada en
1960) lleva el subtítulo On the Esxhaustion of Political Ideas.
¿Qué declinaba?, ¿las ideologías o los ideales? El debate
subsiguiente apenas si arrojó luz alguna sobre el problema.
Debido a que no había acuerdo sobre la idea de ideología, ni
sobre su demostración, los que participaron en la discusión
no llegaron prácticamente a comunicarse entre sí. La
polémica amainó con la revolución del campus y a fines de
los sesenta se estaba de acuerdo tácitamente en que una
marea ideológica había demostrado la falsedad de la
profecía. En el transcurso de los ochenta nos enfrentamos de
nuevo al interrogante
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5. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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¿qué es lo que se ha agotado? Si no es la reserva
de las ideologías, ¿es la de las ideas? Volveré a las
ideas en seguida. Pero lo primero es lo primero. Y
el proceso de agotamiento al que hemos venido
asistiendo durante unos dos siglos es el de los
ideales. Los ideales occidentales son cada vez
menos
«ideales»,
es
decir,
creencias
valorativas, en el sentido moral del término. Lo
que es tanto como decir que en el fondo, y en la
superficie, la crisis de ideales —la que no puede
negarse— es la crisis de la ética.
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6. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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Debido a un buen número de razones, ninguna de ellas totalmente convincente, la última filosofía
occidental del hombre como «ser moral» fue la ética de Kant. Quizá la moral separada de la religión, no
sea suficiente. Quizá el progreso (el ideal) nos ha llevado a un camino diferente, y el progreso técnico nos
ha permitido proseguir nuestra senda de animales utilitarios y autosirvientes. Una vez invocadas todas las
razones, el hecho sigue siendo que el hombre de Occidente se ha ido transformando generación tras
generación y de manera creciente en un hombre económicamente mentalizado. Difícilmente cabría
imaginar que los hombres de la Revolución Gloriosa, de la Convención de Filadelfia, de la Revolución
Francesa y de las revoluciones de 1848 concibieran la política como «quién consigue qué, cómo» —a la
manera de Lasswell. Pero cuando Lasswell redujo la política a un problema de «conseguir», nadie se
alarmó ante la crudeza de su opinión; era lo que era.
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7. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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En los años cincuenta, cuando Raymond
Aron dio una serie de razones explicativas de
la profecía del fin de la ideología, nadie se
sorprendió especialmente de que su
argumentación fuese del todo económica.
«En una economía de crecimiento —escribió
Aron—, el problema de la distribución
adopta un significado que es totalmente
diferente del que tenía durante siglos. La
riqueza general solía parecer una cantidad
casi fija…. Si alguien tenía demasiado, eso
significaba que lo había detraído de algún
otro. Pero cuando la riqueza de la
colectividad crece sostenidamente cada año
un cierto porcentaje, el ritmo y la velocidad
del incremento es más importante que el
problema de la redistribución, incluso para
los no privilegiados.»
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8. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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En esencia, el argumento era el siguiente: de un
lado, tenemos un pastel y, de otro, se nos plantea
el problema de cómo cortarlo. A la economía le
preocupa el tamaño del pastel; el cómo cortarlo
—esto es el reparto— es asunto de la política. Si
la proporción entre el tamaño del pastel y el
número de comensales permanece más o menos
constante, el problema principal, o al menos el
que permite adoptar distintas soluciones, es el
problema político de cómo debería dividirse.
Pero si es fácil conseguir más pasteles o un pastel
más grande, el problema económico de hacer un
pastel más grande suplanta al problema político
de quién se va a quedar con la mayor parte del
pastel.
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9. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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De donde se sigue que la política, y en particular la ideología política, será menos importante en el
mundo del mañana. A largo plazo, todos se darán cuenta de que lo que interesa más no es la lucha de
clase sino el tamaño del pastel. El argumento parte de la base de que el pastel crece a un ritmo notable
por encima del crecimiento demográfico, y por tiempo ilimitado. Pero, ¿puede aumentar
indefinidamente y lo bastante aprisa el pastel? ¿Ha empezado una era de riqueza que durará largo
tiempo? ¿Puede la revolución industrial tecnológica mantener el aumento de la riqueza para todos y
extenderla al resto del mundo? La lógica del argumento puede ser impecable (aunque lo dudo), pero sus
premisas fácticas son endebles.
El crecimiento implica un consumo de recursos mayor y más rápido y, sobre todo, de unas reservas
limitadas de recursos irrenovables. En particular, a medida que se han ido sucediendo, una tras otra, las
revoluciones industriales, las fuentes de energía fósil (carbón, petróleo y gas) se han consumido a un
ritmo exponencial. Desde hace tiempo, todos sabíamos que la energía barata se acabaría en cuestión de
décadas. Tanto si el abastecimiento futuro proviniera de reservas fósiles aún sin detectar, como de las
plantas nucleares o de los inventos tecnológicos (es decir, de energía renovable obtenida del viento, del
agua y del calor solar), en todos los casos estaba claro que la energía barata que había alimentado la
maquinaria del progreso industrial durante unos dos siglos se iba a encarecer; y una energía
costosa, aparte su escasez, es por sí sola una razón suficiente para no proyectar en el futuro las
tendencias del pasado.
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A fortiori, el crecimiento ha ido mermando nuestros recursos renovables: bosques
destruidos; tierras fértiles ahora desertizadas; ríos, lagos e incluso mares contaminados;
probables restricciones del suministro de agua. No podemos limitarnos a considerar que se
ha acabado la energía. Hay que pensar también en que habrá que pagar la elevada factura
derivada de los efectos de la actividad productiva y consumidora y de los desastres
ecológicos. Y ciertamente es ésta una factura que habrá que cargar a la prosperidad.
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11. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
.¿Cómo se explica entonces que tantos
economistas de renombre nos hayan estado
diciendo —al menos hasta que les sorprendió la
crisis petrolífera— que la «escasez organizada»
había sido reemplazada definitivamente, o en
todo caso, en el futuro previsible, por una
civilización de la abundancia?. Uno tiene la
impresión de que todos los economistas han
estado pronosticando el crecimiento y la riqueza
sostenidos sin considerar seriamente las
condiciones y los límites del crecimiento de los
recursos a largo plazo. De ahí que en la actualidad
no conservemos sino la relativa esperanza en una
salvación futura, fruto de los descubrimientos
científicos y la innovación tecnológica. Y puesto
que lo único que nos queda es la
esperanza, esperemos.
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12. Teoría de la democracia
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Giovanni Sartori
Pero si esto es así, el tiempo es de vital importancia; y la cuestión es que el
crecimiento acelerado «consume» más rápidamente el tiempo que podemos llegar a
necesitar para que la ciencia y la tecnología nos salven a tiempo. El crecimiento cero y
las sociedades estabilizadas no son una perspectiva atrayente y quizá su único mérito
resida en ganar tiempo —tiempo para que los avances científicos posibiliten la
sustitución de recursos no renovables por recursos renovables. Pero si el tiempo es
esencial, también lo es ganar tiempo
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Si los economistas del crecimiento han sido unos miopes y se han despistado, los científicos sociales no
lo han hecho mejor. Cualquiera que fuese la intención de la profecía del final de la ideología, estaba
claro desde el principio —sin necesidad de poseer una especial capacidad de retrospección— que se
trataba de una especulación de corto alcance limitada en el tiempo y en el espacio. En el
espacio, porque las únicas sociedades reconciliadas son, o serán, aquellas cuya producción económica
sobrepase significativamente su crecimiento demográfico. Y en el tiempo, porque el marxismo no es
necesariamente la última de las ideologías, y no debe confundirse el declinar de una ideología
específica con la desaparición de la ideología como tal. En realidad, tenemos que distinguir entre el
género y la especie, es decir, entre la ideología como categoría conceptual y sus manifestaciones
históricas, tales como el marxismo y el nacionalismo actuales. Así, por ejemplo, en los países
subdesarrollados está probablemente surgiendo una ola de nacionalismo y de mesianismo político. Por
otra parte, tampoco podemos confiar plenamente en la duración prolongada de la paz industrial en las
democracias industriales privilegiadas. Es plausible que una sociedad próspera, cuyo problema central
no sea ya el trabajo —en el sentido original de esfuerzo, fatiga, dolor— sino el ocio, sea menos
vulnerable a los ataques violentos del extremismo. Sin embargo, no debemos presuponer que la
primera reacción ante una vida de abundancia sea la propia de generaciones acostumbradas a ella.
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El perfeccionismo y la desilusión surgen como consecuencia del desarrollo económico (no a los niveles
más bajos de carencia), y el «gran vacío» de una era de ocio tiene que crear nuevos rebeldes, nuevas
actitudes de protesta y otras dificultades imprevistas. Ya que el ocio nos permite almacenar energía que
no sabemos cómo emplear. Y si no tenemos nada que hacer, ¿qué haremos?
Quizá nos estamos acercando al final de los sustitutos y, por la misma razón, de las ilusiones, de las
ilusiones sostenidas por sucedáneos. Dado que el pastel ya no aumenta en la misma medida que sus
comensales (nunca lo ha hecho realmente en la mayor parte de Latinoamérica, África y Asia), deberíamos
darnos cuenta de que no existe la curación económica para los males que o son económicos, y de que en
un sentido más general, una persona amoral (o post-moral) difícilmente creará una sociedad buena.
Hemos ido demasiado lejos en la asimilación del comportamiento político a la conducta económica, en
tratar de convencernos de que la política se reduce a conseguir, y en la búsqueda de lo que Kincaid
gráficamente denomina «la política del cuerpo», es decir, de una buena vida cuyas pautas «son el dolor y
el placer». Puesto que el hombre no posee una naturaleza en el sentido naturalista, sino que es lo que
piensa que es, es perfectamente posible hacer de él un animal económico. En realidad, es lo que hemos
procurado hacer por todos los medios. Según Kant, el reino de la moral es el ámbito de las «acciones
desinteresadas» (compensan por sí mismas), de la conducta que no está movida por una recompensa
material. Los científicos sociales, sin embargo, nos dicen que «interés» significa «motivación» y que, por lo
tanto, una acción desinteresada es un disparate, que equivale a la inactividad (pues no actuamos a menos
que nos mueva algo a hacerlo). en una paz dependiente de un equilibrio de terror nuclear. Nuestros
sistemas nerviosos están debilitados, vivimos en el miedo al mañana, de un mañana en verdad aterrador
en el que la perspectiva de la autodestrucción no es precisamente ciencia ficción
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La ética no es el dominio de los «intercambios», el hombre moral de a
cambio de nada. Pero se nos dice que todo supone un intercambio. La
máxima del hombre moral es que o debe hacerse a los demás lo que no
quiere que los demás le hagan a él. En cambio, nosotros maniobramos
incansablemente para trasladar a los otros las cargas que no deseamos para
nosotros mismos. Jamás sociedad alguna ha sostenido la noción de que sus
miembros no tengan deberes ni obligaciones. Pero nosotros cada vez
estamos más convencidos de que estamos «legitimados», legitimados para
recibir; la revolución de las expectativas crecientes ha generado rápidamente
una sociedad de personas que se creen con derecho a recibir.
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Mientras el hombre moral era empujado hacia los bastidores, «el hombre racional» salía a escena.
Ciertamente la tradición utilitaria racionaliza la ética, reduciéndola al interés ilustrado y a largo plazo de
cada individuo. La ética kantiana pertenece también a las teorías racionales (no a las religiosas, ni a las
basadas en el sentimiento) de la moral. Podría argüirse, por lo tanto, que lo que se hace por motivos
morales se lleva igualmente a cabo por medio del argumento racional. Por ejemplo, si necesitamos que
la economía progrese, debemos preocuparnos —como animales racionales y calculadores—de que el
crecimiento económico no disminuya ostensiblemente por causa de un apetito creciente de distribución
y de consumo. De forma análoga, cabe argüir racionalmente que los beneficios sociales tienen unos
costes sociales y que, en consecuencia, los derechos sin obligaciones, el recibir sin dar, son posturas
irracionales. Y lo son; pero en conjunto y a muy largo plazo —ciertamente más allá de nuestra posición y
de nuestro horizonte. Como egoístas y calculadores no es racional poseer una mente cívica; puede ser
irracional, por ejemplo, perder el tiempo votando, y sería irracional pagar por un servicio público si lo
podemos obtener gratis. De igual modo, cuanto mayor es una organización, menos racional resulta para
sus miembros compartir sus cargas y promover sus fines colectivos. En resumen, es «racional» (en
términos de coste-beneficio) para cada individuo ser un parásito social; ganará más explotando a los
otros.
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17. Teoría de la democracia
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Giovanni Sartori
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Decía que nos estamos acercando al final de
los sustitutos, que hemos alcanzado el límite
de los recambios. Entre ellos se encuentra, a mi
juicio, la idea de que es racional ser
moral, simplemente no funciona de esa forma.
Si pedimos que el hombre racional reemplace
al hombre moral imponemos a ambos unas
pautas de comportamiento excesivamente
elevadas. El momento de la verdad, diferido
durante tanto tiempo, ha llegado, y la verdad
es que no puede existir allí donde una sociedad
buena sin «bien», es decir, no puede existir allí
donde la política se reduce a economía, los
ideales a las ideologías y la ética, al cálculo, si
la política no es ética, la fábrica social
necesita, sin embargo, un hombre moral (junto
al hombre político). El agotamiento que
presenciamos es, por lo tanto, el de los ideales
ético-políticos que han alimentado a la
civilización occidental y han producido, a
continuación, nuestras democracias liberales.
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18. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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Es obvio que el progreso técnico es de por sí un poderoso factor concurrente en el agotamiento de los
ideales. Pero yo no diría, como suele hacerse, «que el mal reside en la base industrial que sirve de
fundamento a nuestra civilización», ni que «una sociedad dominada por las máquinas, dependiente de
la rutina de las fábricas y de las oficinas, que se celebra a sí misma en el acto del consumo
individual, termina por no ser suficiente para conservar nuestra fidelidad». Es cierto que nuestra
sociedad está «dominada por el proceso de las máquinas»; pero ¿por qué? Para que no pongamos el
carro delante de los bueyes, estamos dominados por las máquinas porque, para empezar, estamos
excesivamente mentalizados por la economía; porque hemos perdido, al perder la ética, las lealtades
que nos mantienen. Por lo tanto, a mi juicio, el progreso tecnológico contribuye (no es un factor
fundamental) al agotamiento de los ideales en otros dos sentidos. Primero, la riqueza de las sociedades
industriales avanzadas crea una sociedad «asentada», blanda, carente de nervio. Segundo, el progreso
tecnológico produce un exceso de población y una superorganización, es decir, un medio en el que el
individuo es un número y en el que se siente cada vez más impotente y reprimido. Es menester
afrontarlo: esas condiciones conducen a ideales de rechazo y de rebelión, a ideales negativos en lugar de
positivos. La sociedad abierta o, como diría Dahrendorf, la sociedad «que ofrece posibilidades»
presupone una sociedad que no esté saturada, lo cual no es seguramente nuestro caso.
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19. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
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Además, la historia nos ha sometido a prueba, quizá con demasiada severidad. Estamos
cansados, inadaptados, inquietos y, admitámoslo, asustados. La religión del progreso se ha
convertido, en palabras, de Kingsley Martín, «en un evangelio de la aceleración». Desde la época de la
Revolución Francesa y de la primera revolución industrial tenemos prisa; y el cambio
rápido, incesante, no da tiempo para adaptarse. A mayor abundamiento, una «evolución rápida era
estimulante y los hombres olvidaron… preguntar hacia dónde se dirigían tan apresuradamente». Para
colmo, hemos sufrido la cruel experiencia de dos guerras mundiales; y apenas hemos salido del estado
de guerra, de guerra real, nos hemos precipitado directamente en la atmósfera cargada de la guerra fría
y, en seguida,.
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Giovanni Sartori
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El Leviathan de Hobbes apareció en 1651
después de la mortandad provocada por una
guerra civil. Para Hobbes y para muchos de sus
contemporáneos, la meta suprema parecía ser la
paz social; para lograrla, Hobbes construyó la
teoría de la omnipotencia del Estado. Con las
debidas matizaciones, es posible en nuestra
situación establecer un cierto paralelismo.
Nosotros también en nuestro estado de
extenuación deseamos la paz a cualquier precio.
Y como el evangelio de la aceleración nos ha
traído no el progreso moral, sino el material, nos
aferramos desesperadamente a este beneficio
tangible. Cueste lo que cueste, pedimos que se
proteja nuestra existencia; y, para conseguirlo, es
posible que estemos otra vez dispuestos, como
lo estaban los contemporáneos de Hobbes, a
confiar nuestro destino a quien nos prometa
librarnos de Harmaguedón y cuidar de nosotros.
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Giovanni Sartori
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En última instancia, puede ser que la razón final de la crisis, sin mencionar la falta de cordura, de la
democracia liberal sea que estamos mimados, dominados por «las necesidades corporales» y asustados.
Si así fuera, no hay razón para todo el alboroto y la excitación en torno a la democracia «real» la libertad
«total» y la justicia «verdadera». Se trata de los fuegos artificiales que ponen fin a un acontecimiento
social. Empero, la verdad del asunto es muy distinta.
No es la libertad real lo que nos preocupa; es que simplemente ya no valoramos la libertad como
tal, sino el Estado que atiende a nuestras necesidades y dispensa beneficios. No nos preocupa la libertad
ni la democracia porque somos blandos, porque nuestra mente sólo piensa en cosas materiales, porque
estamos agotados y porque, para colmo, noti nulla cupido, lo que nos es conocido nos aburre. No
obstante, no estoy muy seguro de que éste sea el diagnóstico definitivo
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22. Teoría de la democracia
El agotamiento de los ideales
Giovanni Sartori
Este texto es la transcripción del capitulo, del libro “Teoria de la democracía. Volumen II, LA
POBREZA DE LA IDEOLOGÍA, El agotamiento de los ideales , de Giovanni Sartori, impreso en
Alianza Editorial.
Pontevedra, 8 de noviembre de 2013
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