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CULTURA, DESARROLLO Y PROCESOS DE
  INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA
        Autor: Ignacio Medina Núñez


        Editorial Académica Española
         Saarbrücken, Germany. 2011




      AUTOR: IGNACIO MEDINA NÚÑEZ
      Correo electrónico: nacho@iteso.mx
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                                 ÍNDICE


Introducción                                           3
Capítulo I:
Desarrollo y globalización mundial                    7
Capítulo II:
Cultura y capital social                              47
Capítulo III:
Raíces y modelos de integración                       65
Capítulo IV:
La identidad latinoamericana en el debate cultural   89
Capítulo V:
Cultura y procesos de integración                    107
Capítulo VI:
Imaginación creadora y capital simbólico             137
Capítulo VII:
Cultura de integración y desintegración              169
Capítulo VIII:
Nuevos imaginarios sociales                          185
Capítulo IX:
Otro Nobel para la literatura latinoamericana        217
Conclusiones                                         229
Bibliografía                                         233
ISBN-13: 978-3-8454-8496-9
Editorial: Editorial Académica Española
Sitio web: http://www.eae-publishing.com/
Número de páginas: 246
Publicado en: 2011-09-16
Categoría: Ciencias políticas
Precio: 69.00 €
Compra del libro: www.morebooks.de
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                                Introducción



                                 “¿Por qué creemos que nuestra cultura pueda ser
                                 el punto de partida de un proyecto de desarrollo
                                 latinoamericano? Porque la cultura es portada por
                                 los mismos que crearon la política y la economía:
                                 los ciudadanos… La cultura es la respuesta a los
                                 desafíos de la existencia” (Fuentes, Carlos, 1992:
                                 337).




Aunque la Unión Europea (UE) es actualmente el modelo más avanzado de
integración supranacional (no exento de graves problemas y crisis a resolver),
en el resto del planeta también hay regiones en donde han surgido grandes
proyectos con intenciones parecidas, es decir, formar una mayor coordinación
entre países que puedan afrontar de mejor manera el fenómeno de la
globalización mundial en una búsqueda continua de un mejor desarrollo. Así
están los ejemplos de países de Asia-Pacífico, de Centroamérica, del Tratado
de Libre Comercio (Estados Unidos, Canadá y México), el Mercosur e incluso
la idea de una Comunidad Africana de Naciones.


En el caso de los países latinoamericanos, siempre es necesario mencionar el
origen de esta aspiración en el proyecto original de Simón Bolívar en el siglo
XIX señalando la aspiración de una “gran patria americana” o una “unión de
repúblicas”. Se sabe perfectamente que este proyecto fracasó casi en su
nacimiento, con lo cual, el mismo Bolívar vivió desesperanzado y deprimido los
últimos años de su vida. Sin embargo, las naciones de esta región, una vez
independientes unas de otras, durante la segunda parte del siglo XIX se vieron
identificadas en el nombre de “América Latina”, como un símbolo cultural que
continuaría con fuerza especialmente en el ámbito literario durante el siglo XX.


Podemos constatar actualmente que, a partir de numerosos indicadores que
los países llamados latinoamericanos en el momento presente –unos más que
4



otros-, todos ellos permanecen en la categoría de subdesarrollados1 o en vías
de desarrollo sobre todo si se les compara con el nivel de producción y
bienestar de los países centrales industrializados. En este mismo sentido, el
tema del desarrollo es todavía un reto del presente siglo XXI, especialmente
cuando vemos tan gran cantidad de la población sumida en condiciones de
pobreza y extrema pobreza y, a nivel internacional, tantas experiencias de
intercambio desigual.


Sin embargo, a partir del proceso específico de la unificación europea iniciado
a mediados del siglo XX, también en América Latina surgieron otros proyectos
de integración, directamente vinculados con el tema del desarrollo, puesto que
se pensaba que las naciones aisladas estaban condenadas al fracaso y que
solamente con una mayor coordinación entre países era posible avanzar a
mejores etapas de bienestar. De esta forma encontramos el Mercado Común
Centroamericano, diversas figuras como el Parlamento Latinoamericano y la
Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Pacto Andino que se
convirtió luego en la Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercado
Común del Sur (Mercosur), etc. para llegar en el siglo XX a propuestas como la
Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), la Unión de Naciones del Sur
(UNASUR) y la Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe en el
2010.


Sin embargo, el debate sobre el desarrollo a través de los procesos de
integración se había centrado solamente en el aspecto económico; incluso, por
mucho tiempo el indicador más importante se fijaba solamente en el
crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). En 1990, la Organización de
Naciones Unidas (ONU) introdujo el término del “Desarrollo Humano”,
señalando la necesidad de añadir otros componentes necesarios para hablar
de un verdadero desarrollo y, por ello, el nuevo concepto ha incorporado como
algo necesario otros indicadores como la educación y la salud. Pero este
mismo proceso de una mejor comprensión del tema del desarrollo nos ha

1
 Samir Amín (1976) había acuñado hace 31 años el término de “países periféricos”, señalando
características estructurales que los hacían dependientes y subordinados a los entonces llamados
países industrializados o de “primer mundo”, hablando precisamente de un desarrollo desigual.
5



llevado también al campo de la cultura, en donde, con toda razón, Bernardo
Kliksberg (2000) ha propuesto que este elemento puede ser una clave
olvidada, un elemento que hay que revitalizar.


Este libro trata sobre América Latina pero con la intención expresa de
relacionar tres grandes conceptos de múltiples significados: el desarrollo, los
procesos de integración y la cultura, manteniendo la hipótesis de Kliksberg
sobre la importancia del aspecto cultural: “Hay una revalorización en el nuevo
debate de aspectos no incluidos en el pensamiento económico convencional.
Se ha instalado una potente área de análisis en el vertiginoso crecimiento que
gira en derredor de la idea de capital social. Uno de los focos de esa área, a su
vez con su propia especificidad, es el reexamen de las relaciones entre cultura
y desarrollo” (Kliksberg, 2000: 2).


En 1998, a partir de una iniciativa de la Asociación por la Unidad de Nuestra
América (AUNA) en la Habana, Cuba, surgió el germen de un importante
proyecto, coordinado en aquel momento por el profesor Carlos Oliva Campos:
una red de estudios académicos sobre la integración, con participantes de
diversas universidades latinoamericanas, que se propusieron elaborar año con
año la redacción de un análisis que diera cuenta de este proceso en América
Latina, incluyendo diversos aspectos esenciales como el económico, el político,
el educativo, el cultural, etc. El autor del presente escrito quedó en el equipo
específico de la cultura y lo ha coordinado hasta el presente dentro de una
organización internacional que se ha consolidado con el nombre de Red de
Estudios sobre la Integración Latinoamericana y Caribeña (REDIALC),
coordinada actualmente por el profesor Jaime Preciado Coronado y cuyo
secretario ejecutivo es Ignacio Medina Núñez.


La presente publicación recoge diversos productos que el autor ha redactado y
difundido de manera separada en diferentes medios durante la primera década
del siglo XXI dentro del equipo del Anuario de Integración de REDIALC. El
objetivo permanece: resaltar la importancia de la cultura en los procesos de
desarrollo e integración, tratando de clarificar los significados que le damos a
cada uno de estos conceptos en el contexto histórico de nuestra región. De
6



esta manera, los nueve capítulos de la presente publicación están entrelazados
con este hilo conductor, con la esperanza de seguir promoviendo con la
palabra, con la voz –como Eugenio Ma. de Hostós lo hacía en el siglo XIX
luchando por la independencia de su patria-, ese motor interno de la cultura
como capital simbólico que todos llevamos dentro y que está enfocado a
perseguir el sueño de Bolívar de una unión de repúblicas que pueda funcionar
de manera autónoma frente a los designios del imperio y guiado por el
bienestar de las mayorías de la población.
7



                                CAPÍTULO I

   DESARROLLO Y GLOBALIZACIÓN MUNDIAL



                                 “Los grandes Estados se han convertido en
                                 grandes Estados precisamente porque se
                                 hallaban preparados en todo momento para
                                 insertarse eficazmente en las coyunturas
                                 internacionales favorables, y éstas lo eran porque
                                 representaban la posibilidad concreta de
                                 insertarse eficazmente en ellas” (Gramsci, 1973:
                                 30).


Economía, política y cultura


¿Puede tener lo que hoy llamamos región latinoamericana un destino trágico?
La situación que hoy vive esta región, después de cerca de 200 años de su
independencia, representa todavía un gran fracaso en el nivel económico y una
gran decepción en el aspecto político; las relaciones internacionales,
especialmente en relación a los Estados Unidos, aún ahora con la
administración del presidente demócrata Barack Obama, no parecen mejorar.
“Durante los últimos años América Latina ha presentado importantes avances
en materia de distribución del ingreso. A excepción de Colombia, donde los
elevados niveles de desigualdad se mantienen, en otros países los indicadores
de distribución del ingreso han mejorado. Así por ejemplo, según cifras de la
Comisión Económica para América Latina (CEPAL), entre 2003 y 2009 Brasil
mostró el progreso más significativo en la región al reducir su coeficiente Gini
de 0.621 a 0.576, seguido de Perú, donde el coeficiente se redujo de 0.506 a
0.469 en el mismo período. A pesar de estos avances, América Latina continúa
siendo la región más desigual del mundo. El problema es particularmente serio
porque se da en un contexto de baja movilidad social donde inter-
generacionalmente los pobres siempre suelen ser los mismos” (Focal Point,
2011).
8



En el ámbito político, se puede decir que ha habido avances en la implantación
de un modelo democrático, si miramos solamente el aspecto electoral –aunque
el horizonte de los golpes de estado todavía están en nuestra frágil realidad
como nos lo recuerdan los militares de Honduras en junio del 2009-; sin
embargo, la corrupción y la fragilidad de las instituciones democráticas todavía
siguen siendo los grandes obstáculos del mismo modelo de la democracia
política. El Rule of Law Index 2011, por ejemplo, señala grandes contrastes en
la región, pero en general “las instituciones públicas de la región permanecen
frágiles. La corrupción y la falta de transparencia de los gobiernos es lo que
prevalece, de manera semejante a como se ha extendido la percepción de
impunidad” (WJP, 2011: 25). También el BID, junto con su diagnóstico sobre
una baja tasa de crecimiento, inestabilidad económica, desigualdad en la
distribución del ingreso, etc., al hablar de desarrollo también consideraba otros
indicadores más allá del ámbito productivo como es el estancamiento educativo
en los diversos niveles, el poco respeto a la vida y la propiedad, y en diversos
casos, la ingobernabilidad. Por ejemplo, de manera particular, “en términos del
imperio de la ley y el control de la corrupción, América Latina se sitúa en un
nivel inferior a cualquier otro grupo de países, con excepción de África” (La
Jornada, 8 mayo 2000). Esto nos lleva a considerar lo complejo de nuestro
panorama regional cuando “los países latinoamericanos se encuentran
apesadumbrados no sólo por la pobreza y la inequidad sino también por la
debilidad del imperio de la ley, es decir, la garantía de que los ciudadanos y
cualquier negocio reciban un trato imparcial y predecible por parte del gobierno,
de la justicia y de otras instituciones” (Economist, No. 8170, 05/13/2000: 34).


Sin embargo, tenemos derecho a la esperanza, porque el conformismo y el
pesimismo se presentan como la mayor amenaza cultural: “al que no tiene
nada y se conforma con ello, se le quita además lo que tiene” (Bloch, E., 1979:
11); necesitamos el derecho a soñar por encima de las propias posibilidades
reales, especialmente porque los ciudadanos podemos poner todas nuestras
fuerzas en incidir y cambiar las políticas públicas de los gobiernos en la
búsqueda de nuevos modelos de desarrollo.
9



Después de la terrible crisis económica de 1994-95 que se abatió sobre
México, efecto inmediato del salvaje neoliberalismo propiciado por Carlos
Salinas, que ocupó la presidencia de 1988 a 1994, los países latinoamericanos
parecieron vivir una etapa de estancamiento o ligera elevación de su producto
interno bruto, hasta que Argentina, en diciembre del 2001 –posterior a los dos
gobiernos neoliberales de Carlos Menem y la pésima administración inicial de
Fernando de la Rúa-, sorprendió con la primera gran crisis del siglo XXI y que
se mostró en la brutal caída de su economía durante todo el 2002.


La recuperación económica de Argentina después del 2001 ha sido muy
significativa; incluso podría servir a los latinoamericanos como un ejemplo
notable de cómo ocurrió la propuesta de nuevos modelos de colaboración entre
ciudadanos y gobierno, tal como se dio en el gobierno de Néstor Kirchner para
enfrentar la crisis y plantear nuevas alternativas a partir de “la elaboración de
una promesa de recomposición de la comunidad política y por el intento de
invertir el valor y el peso del término nación en el sentido de una identificación
con la democracia, promoviendo la convergencia de motivaciones nacionalistas
y democráticas” (Corten, 2006: 186) . Junto con Argentina, teniendo en cuenta
los indicadores mencionados en el concepto de “Desarrollo Humano” de la
ONU (ingreso, salud y educación), los otros países que están a la punta en la
región latinoamericana son Chile, Uruguay y Costa Rica, situándose en un nivel
sorprendente por arriba de potencias económicas como México y Brasil. Sin
embargo, toda la región, al igual que el resto de los países subdesarrollados,
ha sido golpeada, durante 2008 y 2009, por la crisis financiera iniciada en los
países industrializados.


Dentro del incipiente crecimiento económico de los 90s, hay otros factores que
no permiten el optimismo en materia de un verdadero proyecto de desarrollo.
Tenemos en primer instancia el período de los años 80s como la década
perdida, caracterizada por sus profundas crisis económicas, y en donde
encontramos, paralelamente al crecimiento cero, una profundización de la
desigualdad social: “la mayor parte de los analistas observan que la pobreza y
la inseguridad empeoraron sustancialmente en los años 1980s” (Korzeniewics,
en LARR,     no. 3,   2000:    8). Habría también que observar que la leve
10



tendencia, en los 90s, hacia la disminución de la pobreza se frenó durante los
años de 1998 y 1999, como se comprueba en las cifras oficiales.


Por otro lado, algo que parecen no entender todavía las diversas corporaciones
multinacionales que sostienen el modelo neoliberal -el Banco Mundial (BM), el
Fondo Monetario Internacional (FMI), etc.- es que, como lo ha reconocido
claramente la CEPAL, el crecimiento por sí solo no garantiza una mejor
distribución del ingreso y, por ello, no puede uno atenerse confiadamente a las
cifras macroeconómicas: ni los empleos productivos, ni los mejores salarios, ni
la eficiencia laboral, ni las mejores políticas sociales son una consecuencia
mecánica del puro crecimiento en términos cuantitativos. Ello quiere decir que
América Latina puede seguir experimentando mayores desigualdades sociales
paralelo al crecimiento económico debido a que no existe una relación directa
entre dicho crecimiento y la distribución de la riqueza social. “El crecimiento
económico en la región no ha sido acompañado por significativas o duraderas
reducciones en la pobreza y la inequidad” (Korzeniewicz, en LARR, no. 3,
2000: 8). También hay que tener en cuenta que la continuidad del mismo
crecimiento económico no está garantizada mientras exista tal brecha interna
entre productividad e ingresos, mientras no se enlacen de manera más
horizontal los sectores productivos, mientras la tecnología siga acaparada sólo
por pequeños grupos trasnacionales, y mientras no exista una repercusión
centrífuga del arrastre de las exportaciones y el comercio hacia otros sectores
del mercado interno.


Podemos también observar la fragilidad de nuestras economías cuando gran
parte de la producción sigue dependiendo de los llamados sectores informales.
“Según estimaciones de la CEPAL, de cada 100 nuevos empleos creados entre
1990 y 1997, 69 correspondieron a este sector, al que pertenece el 47% de los
ocupados urbanos en la región. Esto explica el actual estancamiento del
promedio de los niveles de productividad del trabajo... En 13 de 18 países, el
salario mínimo real de 1998 fue inferior al de 1980. Los trabajadores
informales, en promedio, reciben una remuneración media que equivale a la
mitad de la que perciben empleados y obreros en establecimientos modernos y
sus ingresos han crecido, por regla general, a un ritmo menor, lo que ha
11



contribuido a acrecentar la desigualdad en los ingresos laborales. La distancia
entre los ingresos de profesionales y técnicos y los de asalariados en sectores
de baja productividad aumentó un 28%, como promedio, entre 1990 y 1997”
(CEPAL, 2000: 11-13).


La propia CEPAL dio a conocer otro estudio denominado Panorama social de
América Latina 1999-2000, donde se reafirmó el diagnóstico sobre el incipiente
crecimiento económico en los 8 primeros años de la década de los 90s,
afirmando que tal tendencia positiva se vio interrumpida en 1998 y 99; con sus
fuentes, la CEPAL afirmaba que existían, en el fin de milenio, 220 millones de
personas en la pobreza, lo que constituía el 45% de la región latinoamericana y
caribeña. Si lo queremos ver en el marco de la pobreza extrema, un estudio del
BID reconocía que más de 150 millones de latinoamericanos, más del 30% de
la población, tenían un ingreso debajo de los dos dólares norteamericanos
cada día para poder cubrir sus necesidades básicas (Cfr. Latinamerican Press,
citado en LADB no. 39, Oct.22, 1999). Con datos más recientes, la CEPAL, en
su División de Estadísticas y Proyecciones Económicas, dejaba asentado que,
en 2007, el 34.1% de la población latinoamericana (referido a los 19 países de
habla hispana y portuguesa) se encontraba en situación de pobreza. Para el
caso específico de México, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (CONEVAL) informó en julio del 2011 que el número de los
pobres creció a partir de 48.8 millones (44.5% de la población) que eran en
2008 a 52 millones (46.2%) en el año de 2010. El crecimiento fue de 3.2
millones de personas en situación de pobreza, teniendo en cuenta, además,
que la pobreza extrema (quienes no tienen acceso a salud, educación, vivienda
y tampoco lo suficiente para comprar una canasta básica) se manifestaba en
11.7 millones de personas.


Antes de la crisis financiera del 2008, se podía ver por varios años que “la
región está creciendo al 5,6% anual, con tasas que superan el 8 y 9% en
Argentina, Nicaragua y Venezuela, Brasil y México cerca del 4%. Pero esto no
es gratuito: reprimarización de las economías, débil reindustrialización,
exacción de recursos naturales, degradación ambiental, fuerte concentración
de la riqueza: el 10% más rico de la región se apropia del 48,6%, mientras que
12



el 10% más pobre apenas recibe el 1,6%” (Lucita E., 2008)2. Es decir, aun
antes de dicha crisis, las tasas de crecimiento tenían enormes costos, pero, de
cualquier manera, no resolvían el problema básico que tiene la región:
crecimiento de la riqueza pero sin una mejor distribución de los beneficios
sociales. La crisis acelera la contradicción entre ricos y pobres pero también
entre las mismas empresas generadoras de la producción.


Esta es una situación casi estructural que perdura en el comienzo del siglo XXI
y que necesariamente se ha agravado con la crisis económica internacional
iniciada en el 2008 a partir de la quiebra de numerosos bancos
norteamericanos y la mala administración de la crisis por numerosos gobiernos.
Estos años de 2008 y 2009 se convirtieron en la expresión de una de las más
terribles crisis del capitalismo en donde incluso, por parte de diversos
gobiernos del primer mundo, se ha tenido que admitir el fracaso del modelo
neoliberal: el Estado tiene que intervenir en la economía y ejercer controles
severos sobre el actuar de las instituciones financieras. Nadie como Nicolas
Sarkozy, presidente de Francia, expresó críticas severas al modelo del libre
mercado. “La idea de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado
por ninguna regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la
omnipotencia del mercado era descabellada. La idea de que los mercados
siempre tienen razón es descabellada… Se ha permitido que los bancos
especulen en los mercados en vez de hacer su trabajo que consiste en invertir
el ahorro en desarrollo económico y analizar el riesgo del crédito. Se ha
financiado al especulador y no al emprendedor” (Sarkozy, 25 sept. 2008). Y
posteriormente Barack Obama, como presidente norteamericano lo expresó
también en su toma de posesión en enero del 2009: “Esta crisis nos ha
recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse” (Obama
B., 20 enero 2009).

América Latina constituye un panorama con riesgos de explosividad a partir de
esta situación tanto de falta de crecimiento como de desigualdad en la


2
  Estos datos concuerdan también con los mencionados por el Centro de Estudios sobre la
Economía Mundial: “El 10% de las personas más ricas recibe entre el 48% delos ingresos
totales generados por la región, mientras que el 10% más pobre sólo accede al 1.6%”
(Hernández G., 2005).
13



distribución de la riqueza. Se dieron ciertos años de leve crecimiento
económico general y, en general, se señala, una moderada reducción de la
pobreza en la década del siglo XX con algunos débiles éxitos en materia
distributiva, pero parece que la transición de un siglo a otro nos está volviendo
a la situación de la década perdida de los 80s; hay que tener en cuenta,
además, otro fenómeno importante: la “expansión impresionante en el acceso a
las comunicaciones, que ha tendido a homogeneizar las aspiraciones de
consumo. Los jóvenes urbanos, más que ningún otro grupo, se encuentran
expuestos a estímulos e información sobre nuevos y variados bienes y
servicios que se convierten en símbolos de movilidad social y a la que la
mayoría de ellos no puede acceder” (CEPAL, 2000: 15). La pobreza, entonces,
se manifiesta en otras consecuencias como la discriminación étnica, la
segregación residencial y el incremento de la violencia urbana.


La problemática situación económica de la región se sigue asemejando a las
tragedias griegas sin aparente salida, cuando hemos conmemorado cerca de
200 años de independencia. Contra la visión de la tragedia y el pesimismo
sobre un destino manifiesto, podemos afirmar que aún existen posibilidades
para construir mejores alternativas de desarrollo, a partir de nuevos gobiernos
y numerosas formas de participación ciudadana.


Sin embargo, en el comienzo del siglo XXI, a partir de ciertos postulados
programáticos básicos definidos por los gobiernos que han sido electos, se
puede encontrar una realidad heterogénea que antes era imposible encontrar
en América Latina. En el siglo XX, los gobiernos de izquierda –o aun los
gobiernos moderados progresistas como los de Jacobo Arbenz en Guatemala-
no podían tener cabida debido a la fuerza de los militares, las oligarquías
internas y sobre todo la intervención militar abierta de los gobiernos
norteamericanos: golpes de estado y dictaduras eran parte de la “normalidad”
de la región. Sin embargo, políticamente ha ido ganando fuerza el consenso
alrededor de la democracia y los procesos electorales en un proceso alentado
por los mismos Estados Unidos y aceptados verbalmente por casi todas las
élites locales.
14



Lo notable en el siglo XXI es el surgimiento de gobiernos progresistas y de
izquierda moderada o radical que han llegado al poder ejecutivo de sus países
a partir precisamente de los postulados del liberalismo: los procesos electorales
en un modelo democrático. Por ello, surgió Hugo Chávez en 1998, ratificado en
el 2000 y luego en el 2006; también Evo Morales en Bolivia en 2005; Lula da
Silva en Brasil en el 2002 y ratificado en el 2006; el Partido Socialista de Chile
con Ricardo Lagos y continuado luego por Michelle Bachelet en el 2005 (con
una segunda vuelta en enero de 2006); Rafael Correa en Ecuador en el 2006 y
reelecto en el 2009; el regreso del Sandinismo con Daniel Ortega en
Nicaragua, en el 2006; Néstor Kirchner en Argentina en el 2003 con un
gobierno continuado por su esposa Cristina en el 2007; Mauricio Funes
gobernante de El Salvador por el Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN) en el 2009; Ollanta Humala, presidente del Perú en el 2011,
etc.


En numerosos casos nacionales, ha sido impresionante la participación de la
población en los procesos electorales, que, por la vía pacífica, la vía político
electoral, se han decidido por un cambio de rumbo en las políticas económicas
gubernamentales. En el siglo XXI, habiendo empezado una tendencia con la
elección de Hugo Chávez en Venezuela, en 1988, han llegado a diversos
gobiernos varios líderes emergentes que han estado planteando un
rompimiento con el modelo neoliberal e incluso con el modelo capitalista de
explotación. La región no está destinada a permanecer encadenada sino que,
en la práctica, puede estar ensayando variantes dentro del marco de la
democracia para aflojar las cadenas y buscar enfilarse hacia otras alternativas
de desarrollo.


Todos estos gobiernos han estado cuestionando el modelo de desarrollo
llamado neoliberalismo, que se distingue por las políticas de crecimiento
económico basadas solamente en el libre comercio; en esta concepción
neoliberal, siempre se pensó que dicho crecimiento tarde o temprano llegaría a
desparramar los beneficios sociales para toda la población, cosa que
ciertamente no ha ocurrido, como se muestra, por ejemplo, en países de gran
riqueza pero con una gran cantidad de pobres. Y junto con la crítica al
15



neoliberalismo, se añade el postulado sobre una mayor necesidad de
integración de los países latinoamericanos.


Esta ideología general de la izquierda en gobiernos emergentes, aunque es
bastante heterogénea en su aplicación en cada país, se ha enfrentado a los
grupos económicos más poderosos al interior con una política social que se
caracteriza sobre todo por programas de distribución de recursos focalizados
directamente a los sectores más desfavorecidos y, en el marco internacional,
varios gobiernos entre los que destacan sobre todo Venezuela, Bolivia y
Ecuador, han expresado una exigencia de autonomía frente a los organismos
financieros y en particular frente a la intervención de los Estados Unidos. De
esta manera, por lo general, estos gobiernos se han opuesto al proyecto
norteamericano de la Alianza del Libre Comercio de las Américas (ALCA) o a
diversos tratados bilaterales de libre comercio, que solamente significan la
apertura de fronteras a productos del exterior sin tener en cuenta la producción
nacional y el mercado interno. Estamos, en este sentido, a la puerta de nuevas
alternativas y cambios sociales para una nueva reorientación de la economía, a
partir de la política.


La preocupación sobre la fragilidad económica y desigualdades sociales del
antes llamado Tercer Mundo y en especial sobre la región latinoamericana no
viene solamente por parte de los llamados grupos globalifóbicos o
altermundistas, que empezaron a manifestarse con más resonancia a partir de
la reunión de la OMC en la ciudad de Seattle, USA, a finales de 1999, y que
han continuado sus protestas en la reunión del Banco Mundial y Fondo
Monetario Internacional, en Washington D.C. en Abril del 2000, y también en
otras ciudades de Europa y el mundo entero durante todos los años del siglo
XXI. La preocupación por la situación latinoamericana también la han
expresado instituciones internacionales como el BID, por ejemplo, en el análisis
que presentó su presidente Enrique Iglesias en el informe anual “Progreso
Económico y Social” en Mayo del 2000. Ahí se señalaban diversos problemas
económicos graves en la región, relacionados con otros no menos importantes
como la falta de una educación suficiente, la corrupción, el incumplimiento de
las leyes, etc.; se afirmaba, por ejemplo, que en los últimos 50 años, los países
16



latinoamericanos cayeron del segundo al quinto lugar mundial, si consideramos
el PIB per cápita (solamente arriba de África), pues simplemente comparando
con el ingreso promedio por habitante de los países industrializados, los
latinoamericanas ganaban 10,600 dólares menos al año.


Esta situación se hace más grave en particular para algunos países, pues
mientras México, Chile o Argentina3 tienen aproximadamente entre 3 mil y 10
mil dólares de ingreso anual promedio por habitante, otros países como
Honduras, Haití, Nicaragua y Bolivia tienen solamente entre 400 y 700 dólares
anuales de ingreso promedio.


Con ello, parece que volvemos a la espiral de la adversidad, como si
estuviéramos de nuevo obligados a levantar la piedra de Sísifo4 o como si
estuviéramos encadenados por siempre a una roca como Prometeo para que
le devoren las entrañas cada día. Ante el panorama desolador de la región
latinoamericana, pudiera experimentarse una sensación de tragedia; parece no
haber una salida clara que nos ponga en camino de un desarrollo con
crecimiento y redistribución de la riqueza social; pero la visión pesimista de la
desesperanza no puede tener cabida, porque existen numerosos indicios para
mostrar caminos mejores. En el ámbito mundial, ciertamente hay que citar el
caso de varios países asiáticos, los llamados Tigres que, en un lapso de 40
años durante la segunda mitad del siglo XX, fueron capaces de pasar de
situaciones tercermundistas a condiciones de países casi de primer mundo;
entre ellos, ciertamente vale la pena citar el caso de Singapore, que en su
experiencia de 1965 al 2000, bajo el liderazgo de Lee Kuan Yew, tuvo una
singular transformación en la constitución de un estado social que luchó
fuertemente contra la corrupción y supo ofrecer a su población hasta la
actualidad uno de los mejores ingresos per capita mundiales: “¿Podía haber

3
  Con la terrible crisis económica de Argentina que explotó en diciembre del 2001, hay que
tener en cuenta que su PIB del 2002 decreció en -11%, y de manera semejante su ingreso per
capita descendió a un -12.1% (CEPAL, 2002b: 108-109)
4
  En la mitología griega, por algún pecado que cometió contra los dioses, Sísifo fue condenado a
empujar una roca de manera permanente hasta la cima de una montaña, de donde volvía a caer
para que el mortal volviera a empujarla hacia arriba. El castigo era un trabajo inútil y que no
tenía esperanza de cesar. Prometeo también fue castigado por robar el fuego a los dioses para
dárselo a los humanos.
17



esperado llegar a un Singapur independiente con un PIB de 3 mil millones en
1965 para hacerlo crecer 15 veces hasta 46 mil millones de dólares en 1997…
y tener el octavo ingreso per capita más alto del mundo en 1997, según el
Banco Mundial?” (Yew L.K., 2006: 760).


Para la región latinoamericana, podemos utilizar los indicadores del llamado
Índice de Desarrollo Humano (IDH), en donde se mide no solamente el ingreso
sino también los niveles de salud y educación, lo cual nos ofrece un mejor
diagnóstico de los países que lo que se nos mostraba solamente al medir el
crecimiento económico. Ciertamente los mejores países en el nivel del IDH
están bastante alejados de los primeros del ranking mundial, y por eso nuestra
región latinoamericana en general puede considerarse todavía en el
subdesarrollo. Sin embargo, una cosa puede quedar clara: no es la capacidad
de crecimiento económico de un país lo que determina una mejor calidad de
vida para sus habitantes, cuando vemos que países como Chile, Uruguay,
Cuba o Costa Rica que, siendo pequeñas economías, se encuentran dentro de
la región con los mejores índices de desarrollo humano, adelante de potencias
regionales como México y Brasil. En este sentido, algo deben haber estado
haciendo los países con mejor IDH en comparación con aquellos como
Honduras, Guatemala, Nicaragua y Haití, que se encuentran como los más
rezagados en estos indicadores básicos.


Lo que está en cuestión, sin duda, es la rigidez de un modelo económico
neoliberal que, en pocos años, no ha mostrado ser capaz ni siquiera de hacer
crecer la economía en forma constante, y mucho menos aliviar la situación
social   de   millones   de   latinoamericanos   en   la   pobreza.   El   modelo
industrializador y el endeble crecimiento económico han estado subordinados a
la potencia del norte de América, que, en alianza con las élites nacionales, no
ha propiciado una verdadera transferencia tecnológica para un desarrollo más
autónomo.


Por otro lado, en el ámbito global, la región es conocida en todo el mundo pero
como una multitud de naciones desunidas sin un proyecto común. El gran
sueño de Simón Bolívar sobre la gran patria americana no se ha cumplido: toda
18



la región se dispersó en numerosos países que optaron por la vía nacional y
cuyas fechas de emancipación de España empezaron a ser motivo de
conmemoración y alegría. Sin embargo, junto con la fiesta por las fechas de
independencia hay que recordar también las tareas pendientes que dejaron los
libertadores a las nuevas generaciones: por un lado, la consolidación de una
libertad política que se tiene que manifestar en instituciones más democráticas;
por otro lado, la orientación de un modelo de desarrollo cuyos beneficios se
repartan entre todos los habitantes y que no sean acaparados solamente por
las élites; y finalmente la perspectiva de enfrentar la globalización mundial no
desde la perspectiva de una sola nación sino como una comunidad de
repúblicas.


Las nacionalidades latinoamericanas empezaron a existir hace cerca de 200
años, lo cual es motivo de orgullo. Las otras tareas en el nivel económico,
político y de coordinación supranacional son asignaturas pendientes porque,
por un lado, pesa mucho el posible retroceso que implica la existencia del
golpe de Estado en Honduras el 28 de junio del 2009, con un presidente
constitucional depuesto violentamente por militares y civiles, cuando había sido
electo con todas las reglas de la democracia electoral. Y pesa aún más el
descontrol y manipulación de una economía regional que tiene tantos recursos
naturales pero que no ha alcanzado un crecimiento estable y mucho menos
una mejor distribución de la riqueza social.


Aunque las causas de nuestra situación latinoamericana son muchas, en
términos históricos podemos referirnos al fracaso de un modelo llamado
neoliberalismo5 que se impuso de manera salvaje en toda la región: esa veloz
apertura a los mercados acompañada de severos programas de ajuste al
interior de cada país han mostrado su inoperancia: “El llamado Consenso de
Washington ha concluido en un fracaso mayúsculo. Las políticas del ajuste
estructural que impulsara en los años 80s y 90s, provocaron la exclusión de la
producción y del consumo de millones de personas en todo el continente. Hoy
en América latina más del 40% de su población es pobre y entre el 15% y el

5
 Sobre la concepción del modelo neoliberal en sus lineamientos teóricos y en sus repercusiones
sobre los gobiernos de América Latina, puede consultarse a Medina y Delgado (2003).
19



20% indigente, y las desigualdades sociales se han acrecentado” (Lucita E.,
2008).


Ni la región se ha estabilizado en su crecimiento económico ni la pobreza ha
dejado de ser un problema alarmante en la mayoría de los países. Por ello, se
hace necesario transformar el trabajo inútil de Sísifo en algo productivo y
remunerador; se hace necesario romper las cadenas de Prometeo. Pero hay
que matizar esta afirmación en el sentido de que en realidad sí ha habido
trabajo muy productivo a partir de la enorme cantidad de recursos naturales
que tiene América Latina, pero la realidad es, por un lado, la enorme
transferencia de recursos hacia las naciones industrializadas y, por otro, cómo
gran parte de dichos recursos es acaparado por unos pocos, al interior de los
estados nacionales. Necesitamos inventar nuevos modelos de desarrollo
alternativos y optar por ellos. De esta manera, puede ser útil recordar las
recomendaciones de Wallerstein, cuando analizamos la situación caótica del
actual sistema-mundo: “Necesitamos primero que todo intentar comprender
claramente qué es lo que está sucediendo. Necesitamos después decidir en
qué dirección queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente
resolver cómo actuaremos en el presente de modo que las cosas se muevan
en el sentido que preferimos” (Wallerstein, 2005: 122). Por eso hay que afirmar
que nos alegramos con aquella independencia de hace casi 200 años, pero
también debemos reconocer que los ideales y las metas de muchos de
aquellos   luchadores   decimonónicos      todavía   están   vigentes   para   las
generaciones del siglo XXI.


Como bien lo señalaba Gramsci a comienzos del siglo XX en Italia, el
pesimismo es el mayor enemigo que podemos tener. Quien inicia un proyecto
con esta percepción, está derrotado de antemano porque se imposibilita para
poder actuar a partir de una sensación de impotencia. Por ello, junto a la
economía y la política de los países latinoamericanos, es importante señalar la
contribución que puede tener la cultura en relación al desarrollo y los procesos
de integración. Cuando Margareth Tatcher en los años de 1970 con sus
programas de ajuste neoliberal señalaba con claridad de que no había otra
alternativa, es necesario recordar el poder de la imaginación creadora, que
20



puede buscar nuevas opciones y caminos a seguir. Más aún, para Edgardo
Lander (1991), el mayor dominio que pueden ejercer los dominadores sobre
los explotados se enfoca a una “castración cultural”, quitando a la mayoría de
la población su poder de pensar, discutir, imaginar y crear mayores
posibilidades de acción. Prometeo encadenado y la piedra de Sísifo son
solamente mitos que nos pueden condenar eternamente al pesimismo y la
aceptación del statu quo; siempre es posible pensar en las alternativas que
puede ofrecer el pensamiento y la cultura.


En 1985, Lawrence Harrison publicó un libro en el Harvard Center for
International Affaire con el título: “El subdesarrollo está en la mente: el caso
latinoamericano” (Underdevelopment is a state of mind. The Latin American
Case), queriendo demostrar que en muchísimos casos, la cultura era uno de
los principales obstáculos para el desarrollo en la parte sur del continente.
Aunque lo importante de este punto de vista es el enfoque sobre la cultura, el
punto de vista del autor ofrecía un análisis pesimista y distorsionado: los
latinoamericanos, a partir de sus costumbres y modos de pensar, se oponen,
se resisten, obstaculizan el desarrollo y la modernización y, por ello, el
problema es muy difícil de modificar; tardarán décadas o siglos para que el
modo de ser de la gente se acople a las prácticas del desarrollo industrial.


Sin embargo, este enfoque pierde de vista una realidad histórica que mostraron
bastante bien y con mucho fundamento diferentes teóricos de la dependencia:
siglos de colonización y extracción de recursos por parte de los países
centrales sobre los de la periferia. Para el contexto histórico de nuestra región
latinoamericana, como bien lo ha expuesto Eduardo Galeano en su libro sobre
“Las venas abiertas de América Latina”, nunca hay que olvidar los aspectos
estructurales que prevalecieron por siglos en la relación España-Nueva
España, y posteriormente, a partir del siglo XIX, en la relación América del
Norte – América Latina, con hechos bastante bien comprobados de saqueo y
explotación venidos de fuera de nuestra región. En este sentido, rechazamos la
visión de Harrison cuando quiere ver el origen del subdesarrollo únicamente en
factores internos culturales, olvidándose de todos aquellos agentes que han
robado los recursos naturales, de la labor de las empresas trasnacionales que,
21



a través del intercambio desigual, continúan trasfiriendo el valor producido en
una región hacia otra dentro del sistema mundial.


Sin embargo, queremos rescatar un elemento importante de la propuesta inicial
de Harrison en el sentido de darle una mayor importancia a la cultura, al
condicionar el comportamiento económico, político y social de gran parte de los
ciudadanos. Podríamos ciertamente reconocer, como dice Bernardo Kliksberg
(2000), al capital social y la cultura como “las claves olvidadas del desarrollo”,
sin que por ello olvidemos los factores históricos que, desde fuera de nuestras
culturas, nos han impuesto para ponernos en la situación contemporánea de
subdesarrollo que hoy padece la región latinoamericana. Las nuevas teorías de
la interdisciplinariedad y la complejidad nos llevan a reconocer que los
problemas del desarrollo no pueden verse exclusivamente en el campo
económico o en el campo político sino que abarcan también lo cultural; y desde
el campo cultural es posible elaborar los nuevos proyectos a futuro que
sobrepasen las carencias del presente. Grandes economistas como Amartya
Sen señalan con claridad que los pobres no solamente necesitan tener
recursos sino sobre todo adquirir mejores capacidades para utilizar los recursos
que poseen. Para el caso de América latina, nuestra cultura y modo de pensar
y de ser tienen ciertamente numerosos aspectos que resisten y se oponen al
desarrollo capitalista; pero oponerse al capitalismo no es necesariamente
oponerse al desarrollo sino sobre todo ponerse en el camino de buscar
alternativas a este modo de producción dominante con nuevos modelos y
nuevas prácticas sociales que se fundan no exclusivamente sobre la ganancia
sino sobre el bienestar colectivo y el buen vivir (Cario B., 2008).


Cuando hoy se discute abiertamente a nivel mundial si los procesos actuales
de integración son una mejor vía para caminar a mejores estadios de
desarrollo, también entra claramente a discusión el papel de la cultura: existen
comunidades y naciones que, por sus redes de confianza formales e
informales, tienen más disposición para construir proyectos colectivos que
otras. En este sentido, cultura y procesos de integración se vinculan de manera
directa, teniendo en cuenta que hay elementos culturales fundamentales que
deben ser mejor cultivados en relación a una integración más autónoma y
22



equilibrada y teniendo en cuenta que hay también elementos culturales que
pueden lanzarnos a la dispersión y mayor desintegración.


Economía, política y cultura están íntimamente relacionados en la vida de todo
ser humano. Si bien hay que reconocer que en América Latina la economía y la
política son todavía un desastre en donde existe una gran mayoría de la
población en pobreza y extrema pobreza y en donde las élites políticas siguen
utilizando métodos autoritarios de gobierno impidiendo la participación de los
ciudadanos, en este escrito vamos a enfatizar la riqueza de nuestra cultura
latinoamericana, no solamente entendida como el folclor y expresiones de la
manera en que vive la población sino sobre todo como capital social e
imaginación creadora que puede plantearse un proyecto autónomo de una
comunidad de naciones.


Desarrollo latinoamericano y globalización mundial


En gran parte de la literatura económica del siglo XX, los esfuerzos de
desarrollo se han concentrado en el fomento del crecimiento y expansión
económica para elevar los niveles cuantitativos del Producto Interno Bruto (PIB)
de los países y posteriormente las posibilidades de mayores ingresos para la
población. Esto sucedió incluso en los planteamientos de la misma
Organización de Naciones Unidas (ONU). Sin embargo, en la práctica se ha
constatado   que    el   incremento   del   producto   nacional   no    deviene
automáticamente en un mayor bienestar de las personas; aunque es un
elemento importante para la prosperidad de un país, no es el único.


En el caso particular de México, el gobierno celebraba que éramos la 9ª
economía del mundo en septiembre del 2002 al mirar solamente el monto del
PIB, pero en los índices de Desarrollo Humano de la ONU aparecíamos hasta el
lugar número 54; en el Informe del 2010, México apareció en el lugar número
56. En muchos casos, el crecimiento ocurre pero ocasionando una mala
distribución de los beneficios, acrecentando tremendamente las diferencias
entre pocos que tienen mucho y muchos que obtienen poco, que es el caso de
Latinoamérica, la región más desigual del planeta.
23




Ciertamente hay que partir de la importancia del crecimiento y de la estabilidad
económica pero solo como un elemento dentro de un conjunto de
características que están a la par, si queremos visualizar para el futuro un
verdadero desarrollo. No es posible buscar el crecimiento económico y esperar
luego como consecuencia necesaria la distribución de la riqueza; sin embargo,
tampoco podemos reducir el desarrollo ni solo al crecimiento ni solo al ingreso
per capita, sino que debemos incidir en otros elementos también determinantes
de la vida humana como la salud, la educación, la participación ciudadana en
instituciones democráticas e incluso la cultura misma. Hay que ofrecer un
planteamiento más sugerente sobre el desarrollo y tal vez paradójico cuando se
puede formular que este proceso es más bien el efecto de un sistema político
democrático con una cultura participativa, y por lo tanto hay que centrar la
atención en algunos ingredientes fundamentales de tal sistema.


Si el desarrollo no se reduce solamente al crecimiento, muchos podrían pensar
que el complemento de la distribución de la riqueza llenaría entonces de
manera completa la definición del concepto. Ello es algo muy importante, pero
tenemos que avanzar a otra definición que estamos adoptando en este escrito:
para la gente, los beneficios del crecimiento son determinados tanto por su
calidad como por su cantidad, por aspectos distributivos y productivos. Algunas
de las aspiraciones humanas más frecuentes son gozar de una vida larga y
saludable,   acceder   a   los   conocimientos    idóneos      para   desempeñarse
exitosamente y asegurar a su familia condiciones de vida dignas y alentadoras.
De la misma forma, el ser humano busca ser libre de elegir entre varias
opciones; participar activamente en la vida comunitaria; trasmitir a sus hijos un
capital de recursos al menos equivalente al que uno disfruta; desarrollar su
personalidad, iniciativa y responsabilidad para ser un actor que determine el
curso de su existencia en un entorno de libertad y justicia.


“La tarea prioritaria del desarrollo ya no consiste en lograr el máximo o el óptimo
crecimiento total sino en satisfacer un conjunto de necesidades básicas... Este
conjunto de necesidades incluye bienes y servicios relativos a la nutrición,
salud, vivienda, educación y empleo... El modelo de Necesidades Humanas
24



Básicas incorpora dos elementos más en sus recomendaciones: hincapié en la
autoconfianza local y nacional, y preferencia por los estilos de solución de
problemas que permiten la participación” (Goulet y Kwan, 1989: 37). Nutrición,
salud, reproducción, educación, identidad cultural, libertad política, participación
social, eficiencia institucional y calidad ambiental son ingredientes importantes
de la calidad de vida, que se aprecia por la capacidad de las personas para vivir
en la forma que más estiman. Para la realización de estos anhelos es un
elemento central, pero no exclusivo, el disponer de un ingreso suficiente y
estable.


Desde esta perspectiva, el verdadero desarrollo coloca a los ciudadanos, con
sus necesidades y expectativas legítimas, en el centro de los esfuerzos de
cualquier proyecto nacional. Se podría formular un objetivo universal:
promover las capacidades de todos los seres humanos para que tengan la
oportunidad de gozar del tipo de vida que más valoran, multipliquen su
capacidad y poder dirigir responsablemente su existencia; tenemos, entonces,
que ver y considerar otros elementos que tienen que ver sobre todo con la
participación política y la cultura.


De acuerdo a los postulados de varios documentos de las Naciones Unidas
(ONU-PNUD, 2000; ONU-PNUD, 2002), el nuevo concepto de desarrollo
humano puede implicar los siguientes elementos, que no están reducidos
entonces necesariamente al aspecto económico:
- la exigencia básica de equidad, sin discriminación.
- la sostenibilidad, como una extensión de la equidad pero aplicada a las
próximas generaciones.
- la creación de capacidades y de oportunidades para la población, íntimamente
ligada a elementos institucionales que la podrían facilitar; por ello, la conquista
de un mayor bienestar general está asociada a la construcción de un marco
político de instituciones democráticas que alienten la participación ciudadana.


Esta visión del desarrollo no se limita a lo económico, sino que se extiende a las
esferas social, cultural, política y ambiental. El crecimiento económico sigue
siendo un elemento indispensable; hay que completarlo con una efectiva
25



política social para erradicar la pobreza, pero todo ello se tiene que
complementarse con la meta superior de un bienestar armónico general, ciertos
niveles de participación ciudadana y un aprovechamiento respetuoso de los
recursos naturales pensando en las futuras generaciones.


Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
publica anualmente un Informe mundial (Informe sobre Desarrollo Humano) que
analiza distintas dimensiones del problema, desde la perspectiva del desarrollo
humano. Estos documentos han estado ofreciendo un nuevo marco
globalizador muy sugerente que siempre hay que tener en cuenta al hablar
sobre los procesos del desarrollo en los diferentes países: el mayor acierto fue
haber incorporado otras dimensiones sociales al intentar medir y comparar el
desarrollo entre las naciones, principalmente tomando en cuenta los indicadores
de esperanza de vida, alfabetización, empleo e ingreso. No son los indicadores
más completos que aquí hemos apuntado, pero por lo menos apuntan más allá
del puro crecimiento económico.


Al entender el desarrollo humano como un proceso de ampliación de
oportunidades para todas las personas, se parte del reconocimiento de que es
en el marco de las opciones creadas por la sociedad que las personas pueden
disfrutar de las oportunidades brindadas y enfrentar los riesgos en mejores
condiciones. El concepto de desarrollo humano debería abarcar múltiples
dimensiones de la vida de las personas y de los grupos sociales: familiar, social,
ambiental, económico y político. Un verdadero desarrollo no puede sacrificar a
las personas o a su entorno natural en la búsqueda del crecimiento económico.
De no traducirse éste en la satisfacción cada vez más amplia de las
necesidades de la gente y en el respeto de su entorno natural, cualquier éxito
será de una exigua duración; el aumento del bienestar general y la
conservación del potencial ambiental constituyen condiciones estructurales
indispensables para sostener el progreso económico.


Todo estas implicaciones del nuevo concepto del desarrollo tenemos que
analizarlas en un nuevo contexto mundial de finales del siglo XX, el entorno de
la globalización. Este es un fenómeno que se nos presenta como una fase
26



nueva del largo proceso de la internacionalización del capital, que –iniciado con
el descubrimiento de América y del mundo como un globo- se amplió
notablemente durante los siglos XVIII y XIX con el proceso de la revolución
industrial. Marx formuló acertadamente que con el modo de producción
capitalista, la historia se estaba convirtiendo en historia universal al convertirse
precisamente el capitalismo en el único sistema productivo que estaba llegando
a dominar mundialmente: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor
salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar
en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter
cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países” (Marx-Engels,
1978: 34). Pero también en ese tiempo, el fenómeno internacional no
solamente se daba desde la perspectiva del capital sino que también ofrecía
nuevas condiciones para la organización de los trabajadores; un ejemplo de
ello fue la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores o la
repercusión mundial de la gesta de los llamados Mártires de Chicago para la
conmemoración casi universal del día del trabajo el primero de mayo de cada
año o el conocimiento universal de la experiencia tan importante y sugerente
de la Comuna de París.


Diversas fases o períodos se han sucedido dentro del desarrollo del sistema
capitalista mundial, a la manera como, por ejemplo, Hilferding hablaba del
capital financiero a principios del siglo XX o como Lenin mencionaba al
imperialismo como fase superior del capitalismo o también las etapas que
hemos conocido como Taylorismo o Fordismo dentro del desarrollo científico-
tecnológico en la producción industrial durante varias décadas. En este
contexto, el llamado fenómeno de la globalización data de los años 70s, como
bien lo señala Manuel Castells (2000), al profundizarse el desarrollo de la
electrónica y las comunicaciones en la era de la información y coincide con el
auge del llamado modelo neoliberal inspirado tanto en F. Hayek como en la
escuela de Milton Friedman. Desde esta perspectiva, nosotros concebimos la
globalización no como la simple continuación de la internacionalización del
capital sino como una nueva fase que se caracteriza, en lo económico, por el
crecimiento acelerado de las empresas multinacionales y por la flexibilización
27



productiva y comercial y, en lo político, por la crisis del estado del bienestar y
propuestas para el adelgazamiento del aparato estatal. Su punto de partida
fueron las crisis económicas mundiales que se expresaron claramente en aquel
fenómeno de la `estacflación´ (inflación y recesión simultáneas) que llegó a
explotar en los años de 1972 y 74.


Ignacio Ramonet afirma que “el fenómeno de la multinacionalización de la
economía se ha desarrollado de manera espectacular. En los años 70, el
número de multinacionales no pasaba de algunas centenas; en adelante llegó
a 40,000... Y si consideramos las cifras globales de las 200 principales
empresas del planeta, su elevación representa más de un cuarto de la
actividad económica mundial; sin embargo, estas 200 empresas no emplean
más que 18.8 millones de asalariados, menos del .75% de la mano de obra en
el planeta... Las cifras de la General Motors son más grandes que el Producto
Nacional Bruto de Dinamarca; las cifras de la Ford son más importantes que el
PNB de Africa del Sur; las de Toyota sobrepasan el PNB de Noruega. Y este
es el dominio de la economía real, la que produce e intercambia bienes y
servicios concretos” (Monde Diplomatique, 1997). Ante este fenómeno, los
estados nacionales han disminuido notablemente su poder de influencia,
porque la globalización está matando los mercados nacionales. Estamos
presenciando el desarrollo de una nueva fase del capitalismo con menos bases
nacionales y con más características trasnacionales y metaterritoriales.


Si bien, con esto, tenemos elementos para concebir la globalización como otro
intento de maximización de las tasas de ganancia de los controladores de los
medios de producción, manifestados sobre todo en las empresas y
corporaciones multinacionales, también existen suficientes elementos para
concebir este fenómeno como una oportunidad para un desarrollo más
equilibrado para los países antes llamados tercermundistas. Tenemos también
el ejemplo del subcomandante Marcos en México, quien no cesa de satanizar
al neoliberalismo concibiéndolo como el nuevo sistema mundial de los
mercados financieros de los países industrializados que quieren dominar con
sus preceptos    todos los rincones del planeta, pero él mismo ha estado
utilizando las ventajas de la comunicación global a través de los medios
28



electrónicos en función de su propio movimiento. Por ello, hay que tratar de
enfrentar el fenómeno, no sólo caracterizando sus nefastas consecuencias sino
también con propuestas en la perspectiva de mejores aspiraciones sociales.


Sin embargo, ¿es posible concebir el proceso de globalización también como
una coyuntura de oportunidades que permita también el planteamiento de otro
modelo de desarrollo y, por tanto, con posibilidades para una mejor sociedad
humana? Esto es ciertamente posible pero se necesitan iniciativas tanto desde
la perspectiva gubernamental como desde la participación de los ciudadanos:
la educación, conciencia crítica y cultura participativa de estos últimos será
determinante para el éxito de esta perspectiva.


Esta nueva fase del modo de producción capitalista es un proceso que tiene
rasgos   irreversibles para el desarrollo de la humanidad, que podrían ser
aprovechados también en estrategias diferentes al dogma del libre mercado
neoliberal. Una cosa, por ejemplo, parece quedar clara aun para la extensa
variedad de ideologías de izquierda: los modelos de economías cerradas y
centradas sólo en la nación no tienen perspectiva en las nuevas condiciones,
de tal manera que una estrategia de supervivencia centrada en resucitar el
modelo cerrado del Estado-nación con sus estructuras simbólicas, legales y
políticas ya resulta inviable (Touraine, 1997); el mundo marcha necesariamente
a una mayor interdependencia e integración, y dentro de ese proceso es donde
surge la necesidad de formular mejores estrategias de desarrollo; las
estrategias de la flexibilización y la modificación estructural de la forma de
Estado-nación se han convertido en una necesidad dentro de la nueva etapa
que vive la humanidad (Medina, 1998: 23-45).


De hecho, podemos diferenciar dos vertientes en la inevitable globalización:
una, las oportunidades que presenta; otra las terribles consecuencias que está
trayendo sobre las economías de los países llamados subdesarrollados.
Queriendo distinguir una y otra vertiente, Emilio Maspero, secretario general de
la   Confederación    Latinoamericana        de   Trabajadores   (CLAT),   quería
diferenciarlas en dos conceptos distintos: el primero lo concibe como
mundialización, y al segundo como globalización. ”El término mundialización se
29



elaboró en los países latinos inicialmente con un significado más bien
geográfico; mientras que el término globalización se creó en los países
anglosajones con una carga ideológica disfrazada. La mundialización es la
aldea planetaria provocada por el acercamiento de los hombres y de los
lugares a causa de la abolición de las diferencias y por la información
generalizada. Es la fase superior de la internacionalización de la vida humana,
económica, social, política, cultural y de la interdependencia entre los países y
los continentes. La globalización que ahora rige el proceso de mundialización
es un fenómeno de índole ideológica, que se inspira en determinadas ideas y
políticas y se mueve por determinados actores e intereses geoeconómicos y
políticos y apunta a imponer un nuevo orden al proceso de la mundialización”
(Maspero en AUNA, 15-III-1999). Explicitando más esta diferencia, añade que
”el fenómeno de la mundialización es inevitable y bien orientado puede llevar a
crear un nuevo orden mundial más libre, democrático, más humano, más justo
y solidario en el marco extraordinario de la efectiva unidad de la familia
humana... La globalización actual es el resultado de ideas predominantes, de
actores claves, de poderosos intereses geoeconómicos y geopolíticos, de
decisiones políticas y económicas tomadas en los actuales centros de poder
mundial y en las grandes instituciones financieras y comerciales” (Maspero,
Idem). En otras palabras, se podría decir que la globalización es la forma
salvaje del capitalismo, que intenta llevar la mundialización sólo en beneficio de
las corporaciones multinacionales. También podríamos definir la globalización
como una mundialización practicada desde las reglas del modelo neoliberal.


Cada vez se hace necesario distinguir estas vertientes como lo hace también
Samir Amin al hablar, por un lado, de una ”mundialización desenfrenada” que
está hegemonizada por la ideología neoliberal extrema sobre todo en la última
década del siglo XX y, por otro lado, al poner su esperanza en que tal
característica sólo sea “un paréntesis en la historia” debido a que el sistema
podría no ser autodestructivo debido a que la razón humana puede tener
mayor peso que la sola economía de mercado (Amir, 1996).


Sin embargo, aunque esta diferencia entre conceptos es esclarecedora, no
siempre se logra un entendimiento universal. Diversos académicos en el
30



mundo, por ejemplo, utilizan el concepto de mundialización de manera
equivalente        para ejemplificar precisamente todo lo peyorativo de la
globalización; Ignace Ramonet                 menciona los regímenes globalitarios
recordando a los regímenes totalitarios y señala que ”estos fenómenos de la
mundialización de la economía y de concentración de capital, tanto en el Sur
como en el Norte, quiebran la cohesión social; empeoran en todas partes las
inequidades económicas que se acentúan en la medida en que aumenta la
supremacía de los mercados” (Monde Diplomatique, 1997). Pero en Europa
misma se discute si la mundialización es inevitable6 y diversas posiciones
plantean el intento de poner la economía mundial al servicio de la sociedad.


Optamos aquí por las tesis de Emilio Maspero (AUNA, 15 marzo 1999) al
distinguir globalización y mundialización. “El neoliberalismo que está en la base
doctrinal de esta globalización, ha demostrado con creces que tiene una
dinámica perversa, ya que su aplicación práctica inevitablemente concentra y
excluye, generando una especie de darwinismo social implacable y que ahora
impacta a toda la humanidad. Una muestra de la hiperconcentración de la
riqueza y de las finanzas la hizo el informe del PNUD... (de la ONU, del año
1997), cuando demostró que unos 358 individuos disponen de más recursos
que casi la mitad de la población del mundo” (Maspero, AUNA, 15-III-1999:3).
Ese informe del PNUD ofrece datos muy asombrosos sobre esta situación.
Además, la superconcentración de la riqueza7 es fácil de constatar con cifras
proporcionadas por los mismos países desarrollados, como lo cita la revista
Forbes, de Junio de 1999: para el caso de México, los 7 hombres más ricos del
país poseen una fortuna valuada en 20,400 millones de dólares, cantidad que

6
  Simplemente habría que consultar todo el dossier que ha publicado Le Monde Diplomatique,
en Junio de 1997 con el título La mondialisation est-elle inevitable? La discusión se enfoca a las
tesis liberales que promociona el Financial Times y el semanario The Economist en relación a la
doctrina de la economía de mercado y el libre cambio, mientras que Le Monde se enfoca a una
Europa de políticas comunes criticando la zona de libre cambio como un simple segmento del
mercado mundial y considerando que la economía debe ser puesta al servicio de la sociedad y
no a la inversa (http://www.monde-diplomatique.fr/1997/06/A/8772.html).
7
  “Según el Informe del Desarrollo Humano correspondiente a 1997 que elabora el PNUD de la
ONU, entre 1989 y 1996, el número de individuos con un patrimonio superior a los mil millones
de dólares, aumentó de 157 a 447. La riqueza neta de las 10 personas más opulentas del mundo
es, como promedio, de 133,000 millones de dólares: 1.5 veces superior que el ingreso nacional
conjunto de todos los países definidos por la ONU como `menos adelantados´” (Suárez, en
AUNA, Análisis Coyuntura, 1999:41).
31



es similar al ingreso anual percibido por todos los mexicanos, que de acuerdo
con la Encuesta Ingreso‑Gasto elaborada por el INEGI, suma 22 mil 600
millones de dólares al año; en el nivel mundial sobresale el estadunidense Bill
Gates, creador del software Microsoft, con una fortuna valuada en 90 mil
millones de dólares, una suma que casi duplicó la que tenía en 1998, que fue
de 50 mil millones de dólares. Esta concentración de la riqueza tiene que ver
directamente con el crecimiento de la pobreza.


Otro ejemplo en Latinoamérica lo podremos encontrar en Argentina en los
períodos de Carlos Menem, que fue una muestra de los efectos del capitalismo
neoliberal, si nos atenemos al testimonio de la Central Trabajadores Argentinos
(CTA): decía Víctor de Gennaro, el secretario general al hacer un balance de la
última década, en una entrevista que le hizo el coordinador del SIENA, Carlos
Suárez: “fueron diez años nefastos para el país, con la aplicación sistemática
del modelo económico, político, social, cultural del sálvese quien pueda, que
deja un retroceso muy alto en la calidad de vida de nuestra gente, para todo el
país y, en especial, para los trabajadores. La desestructuración de la economía
convirtió a nuestro país en productor de alimentos primarios, sin           valor
agregado. La entrega y el desguace de las empresas estatales y la imposición
de una ideología cada vez más dependiente de los          centros ideológicos y
políticos del poder llevó a nuestro país a un retroceso grandísimo. Por lo tanto,
ha sido un fracaso para la mayoría. No para los vivos que han concentrado
riquezas y que hoy, a pesar de estas dificultades masivas, se han enriquecido
a costa de la miseria y el crecimiento de la pobreza y la desocupación en la
Argentina. Cien chicos por día, menores de 5 años, se mueren por causas
evitables: el hambre. Que pase eso en la Argentina, que es exportadora de
alimentos, creo que es el más claro ejemplo de la perversidad de este sistema.
Y la clase trabajadora sufrió un retroceso altísimo en la participación en el
ingreso nacional, en la persecución y desestructuración de la familia. La
desocupación es un instrumento que atemoriza, se utiliza como terror en un
sistema que permite que haya dos millones de desocupados, siete millones y
medio de trabajadores precarios, sojuzgados, sin seguridad social, con
jubilaciones miserables y donde aquel que tiene trabajo está siempre con la
posibilidad de perderlo. El terror a la desocupación ha sido instrumentado. Si
32



uno ve esta década desde la perspectiva de la calidad de vida de nuestra
gente, ha sido un tremendo retroceso” (SIENA, No.13, 6 julio 1999).


Si queremos explicitar aún más el fenómeno de la globalización, tenemos que
acudir a los principios que la rigen que son los siguientes: poner en función de
la ganancia de las multinacionales todos los adelantos científicos y
tecnológicos; llevar la competencia al extremo entre empresas desiguales; la
tendencia a la liberación total de los mercados; dejar la orientación de la
economía a la mano invisible del mercado; privatizar la economía y
flexibilización de las regulaciones estatales para favorecer la inversión privada.
El modelo no se encuentra sólo en principios sino también en proyectos
específicos como la Organización Mundial del Comercio (OMC) que en 1994
supuso una gran victoria para las multinacionales, las cuales,                    a partir del
Grupo de los 7 (G-7), han querido desde 1997 impulsar el llamado Acuerdo
Multilateral de Inversión (AMI)8, que supone precisamente el proyecto más
reciente para impulsar la economía global eliminando en todo el mundo las
barreras a la inversión financiera. “En la conferencia de mayo de 1995, los
países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico) decidieron iniciar las negociaciones sobre el AMI,... Las
negociaciones oficiales se iniciaron en septiembre de 1995 y poco después
comenzó el proceso de atraer a estados no miembros de la OCDE... El AMI ha
sido engendrado en la OCDE, una organización intergubernamental compuesta
por 29 de las naciones industrializadas más ricas del mundo, con sede en
París, pero está pensado tanto para ellas como para los países del Tercer
mundo” (AUNA, 3 mayo 1999). La misma Unión Europea, cediendo a las
presiones de Washington, ha estado avanzando en la ratificación de las
cláusulas del AMI, que pretenden la supremacía de las inversiones de los
organismos financieros internacionales para quebrar las regulaciones y

8
  Decía el Dr. Silvio Baró: “Si vemos el AMI sencillamente como un acuerdo de inversiones, no
se entiende nada. Pero si se lee la letra del AMI y se comprende que él supone equiparar las
empresas trasnacionales a los gobiernos, subordinar los gobiernos a los dictados de las empresas
e incluso desmantelar las políticas nacionales de todo tipo -ambientales, sociales, económicas- a
lo que quisieran las empresas, sencillamente, ahí tenemos el máximo elemento de
desbrozamiento de terreno al que aspira el gran capital trasnacional” (AUNA, Análisis
coyuntura, 1999:34).
33



obstáculos nacionales.


¿Qué hacer con los problemas sociales generados por este modelo? De
hecho, en la Cumbre social realizada en Copenhague, del 6 al 12 de marzo de
1995, con la participación de 185 países, organizada por la ONU, la tesis
expresada por el vicepresidente de los Estados Unidos fue muy clara para
reafirmar el modelo neoliberal en su intento de enfrentar a nivel mundial el
problema de los 1,300 millones de pobres que la misma ONU admite que
existen en el planeta: su propuesta fue “la liberalización comercial y la apertura
de mercados como camino sine qua non para superar la pobreza”, como si el
crecimiento de la riqueza de empresarios y comerciantes fuera a traer de
manera automática el mejoramiento del nivel de vida a la población en general.
La respuesta a los problemas sociales parece que de nuevo se le deja a la
mano invisible del mercado, mientras que se sigue consolidando el núcleo de la
tripolaridad geoeconómica mundial, que se reparte el 71.9% del producto grupo
global del planeta: La Unión Europea (29.3%), Estados Unidos (25.2%) y el
Japón (17.4%), según datos del Financial Times (2-IX-1998).


En el caso de los países latinoamericanos, estamos viviendo, además, una
profunda crisis económica, política y de valores, de dimensiones tal vez nunca
antes vista en la época contemporánea. De esta crisis no está emergiendo un
esquema nuevo, liberador de la opresión colonial. Al revés, se está afianzando
ese modelo neoliberal que está reforzando la dependencia acentuando las
diferencias socioeconómicas entre los diversos grupos de la población. A los
antiguos problemas no resueltos de la inequitativa distribución del poder, la
riqueza y los ingresos, se vienen a sumar ahora los embates de la doctrina
neoliberal contra el     Estado, el peso de una deuda externa que resulta
intolerable, la disolución de culturas autóctonas y la inserción forzada de
nuestras sociedades en el proceso homogenizador del capital y la cultura
trasnacionales, así como la polarización creciente al interior de las naciones
latinoamericanas.


La inserción de América Latina en el sistema mundial se ha ido produciendo,
pero en términos que no han sido los más convenientes para los pueblos de
34



esas naciones. Por el contrario, los términos de la inserción han sido dictados
por los propios países industriales, por los grandes consorcios financieros,
industriales y comerciales del mundo industrializado en detrimento de las
economías de los países atrasados. Simplemente en el caso de México, por un
lado, se desmoronó la economía nacional en diciembre de 1994, debido al
capital especulativo que huyó del país al terrible déficit en la balanza comercial,
y por otro lado, se ha seguido acentuando la polarización creciente al interior
de los grupos sociales de las naciones latinoamericanas. En México, en ese
mismo año de 1994, por ejemplo, “El número de mexicanos supermillonarios -
24 empresarios...- refleja un crecimiento geométrico si se considera que en
1991 figuraron únicamente dos, al año siguiente esa cifra se elevó a 7 y en
1993 llegó a 13, lo que significa que en 1994 otros 11 acumularon una riqueza
que, en moneda nacional, equivale a por lo menos 3 mil 390 millones de
nuevos pesos per cápita, al tipo de cambio de ese momento. México produjo el
mayor número de ciudadanos inmensamente ricos en América Latina durante
los últimos 4 años de la administración salinista y ocupa el cuarto sitio entre los
países con más multimillonarios, después de Estados Unidos, Alemania y
Japón” (Monroy M., 1995:27). Este proceso se siguió profundizando en años
posteriores y por ello encontramos en 1999 que la ya citada revista Forbes (en
su número del mes de junio) nos presenta de nuevo a los supermillonarios
latinoamericanos encabezados por el mexicano Carlos Slim, de Teléfonos de
México, elevando su fortuna a los 8 mil millones de dólares, mientras que el
presidente Ernesto Zedillo reconocía que a fin del siglo ya existían 26 millones
de mexicanos en la extrema pobreza. Para el año 2010, Carlos Slim se había
consolidado como el hombre más rico de todo el planeta: según la misma
revista Forbes, su fortuna ascendía a 53.5 billones de dólares9.


Las consecuencias de este modelo neoliberal las estamos experimentando con
claridad. La población latinoamericana contenía en 1993 un 32% de hombres y
mujeres en la pobreza, según el SELA. De esa población, un 10% se encuentra
en desempleo abierto y cerca de un 50% de la población económicamente
9
 Con base en la misma fuente del 2010, detrás de Carlos Slim, estaban otros mexicanos como
Ricardo Salinas Pliego con 10.1 billones de dólares, Germán Larrea Mota Velasco y familia con
9.7 billones, Alberto Balleres y familia con 8.3 billones, Jerónimo Arango y familia con 4
billones, etc.
35



activa se encuentra en el subempleo. La situación está muy                            lejos de
resolverse bajo la perspectiva de este modelo, aunque existen logros relativos
bajo el compromiso de la Declaración del Milenio de abatir la pobreza al 50%
en el 2015. Simplemente los 196 millones de latinoamericanos que viven en la
pobreza (con ingresos inferiores a los 60 dólares mensuales, de entre los
cuales hay 94 millones en situación de extrema pobreza) y el peso ingente de
una deuda externa de alrededor de 530 mil millones de dólares no han
encontrado opciones de salida en este modelo; al contrario, en las dos últimas
décadas tanto la pobreza de los habitantes como la deuda externa se han
incrementado de manera notable, paralelamente al crecimiento de las fortunas
de un puñado de millonarios. “Los costos sociales del neoliberalismo
representan el talón de Aquiles de una política generadora de enormes
desequilibrios y de un desaliento que en cualquier momento puede
transformarse en una protesta masiva expresada en una gran diversidad de
formas” (Monroy M., 1995: 13). Para el 2008, según la CEPAL, el 33.2% de los
latinoamericanos vivían en pobreza (definido como no tener suficientes
ingresos para satisfacer sus necesidades básicas), de los cuales el 12.9% se
encontraba en situaciones de extrema pobreza; ello quiere decir que uno de
cada tres latinoamericanos era pobre, y uno de cada ocho vivía en extrema
pobreza (definido como no ser capaz de cubrir sus necesidades nutricionales
básicas, aún si gastaran todo su dinero en alimentos) (CEPAL, 2008). Y junto a
esto, seríamos la región más desigual del mundo. 	
  


Otro ejemplo de los efectos aterradores de la globalización neoliberal es la
desatención práctica de la educación pública10 como responsabilidad

10
   En la UNAM, en un acto, en el Auditorio del Instituto de Astronomía, de la Federación de
Colegios del Personal Académico (FCPA), el 6 de julio de 1999, los invitados especiales
Manuel Peimbert -investigador y premio nacional- y Elena Beristáin -académica emérita y
miembro del Colegio de Profesores de la Facultad de Filosofía y Letras- coincidieron en estos
señalamientos: “hay grandes desigualdades de México en materia educativa en relación a los
países miembros de la OCDE, quienes brindan educación media superior al 100% de sus
jóvenes y 50% en el nivel de licenciatura; sin embargo, en México sólo se atiende a 17 de cada
100 personas -de entre 20 y 24 años de edad- en las universidades del país, además que el
número de científicos, en relación con la población, es de uno por cada 10 mil habitantes,
mientras que en Estados Unidos y otros países industrializados la proporción llega a ser de entre
20-40 investigadores por cada 10 mil; de hecho, las políticas del FMI hacia los países
latinoamericanos plantean convertir a las instituciones educativas en Αsimples maquiladoras”
(Periódico La Jornada. 7 julio 1999).
36



tradicional del Estado en Latinoamérica; dentro de los programas tradicionales
de ajuste se encuentra el recorte del presupuesto dedicado a la educación en
sus diferentes niveles, que parece no entrar en las prioridades de este modelo
debido a su atención fundamental a la liberación comercial; se han olvidado de
aquellas palabras de Aristóteles en el siglo IV a.c.: “dondequiera que la
educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto”
(Aristóteles, 1993: 143). Lo contradictorio resalta en las políticas prácticas de
los organismos financieros internacionales: mientras que el presupuesto
educativo en los países industrializados sigue los parámetros de desarrollo
sañalados por la ONU, en los países subdesarrollados, la diferencia es
abrumadora porque se obliga a los gobiernos a enfocar sus prioridades a otras
áreas, desamparando la educación, la salud y otros servicios públicos.


Ante el pesado avance de la globalización, ¿es posible pensar en la
mundialización como alternativa de desarrollo? ¿Cuáles son las posibilidades11
que nos ofrece para no pensar en un nuevo destino manifiesto de una América
Latina subordinada totalmente a los bloques monetarios?


Muchos gobiernos de América Latina están descartando en la práctica, al
acercarse el comienzo del siglo XXI, el ideal bolivariano de la integración
horizontal de una gran patria con desarrollo interno equilibrado para
desembocar en una situación de subordinación hacia los Estados Unidos.
Varios gobiernos avanzan en sus proyectos reales hacia otro tipo de
integración que se representa en el modelo de la Alianza para el Libre
Comercio de Las Américas (ALCA) a través de los acuerdos del Tratado de
Libre Comercio (TLC) y de las dos primeras cumbres de Las Américas (Miami
en 1994 y Santiago de Chile en 1998). El ALCA representa el marco específico
de la globalización latinoamericana y el camino señalado para su asimilación
(no integración) a la dinámica del bloque monetario norteamericano. Pero


11
   En las previsiones de los grandes centros industrializados, el destino de América Latina ya
está sellado: “todo parece indicar, de acuerdo a las tendencias del mercado libre y espontáneo,
que Latinoamérica (incluido el Caribe), que representa el 6.1% del producto bruto planetario, o
sea, menos que el producto bruto interno de Alemania sola, será asimilada por una de las
hegemonías de la tripolaridad geoeconómica, al menos que suceda algo impensable” (AUNA,10
mayo 1999).
37



precisamente a través de proyectos como el TLC se han encontrado nuevas
oportunidades; si bien es cierto que la globalización tiende a deprimir más las
condiciones laborales de los asalariados, también es cierto que se han creado
nuevas situaciones de convergencia12 entre organizaciones laborales, con
alianzas     explícitas   entre    sindicatos   de   diversos    países:    “el   nuevo
internacionalismo sindical estará comprometido con prever el comportamiento
del capital multinacional y anticiparse a sus decisiones, participando en ellas
con propuestas y opciones a través de la negociación `globalizada´”
(Hernández J., y López, 1993: 129).


Después de la terrible etapa de las dictaduras militares latinoamericanas por
varias décadas (alrededor de dos décadas de ilegalidad, represión, tortura y
contínua violación de los derechos fundamentales del ser humano en
numerosos países del continente), desde los años 80s existe una transición
hacia gobiernos civiles electos en procesos electorales. Haber pasado de los
regímenes militares de la década del 70 y del 80 -con sus graves
características    de     guerra    contrainsurgente,    represión,    asesinados      y
desparecidos políticos- a los gobiernos civiles ha sido una enorme conquista.
En este contexto, podemos reconocer que los países de América Latina han
logrado ciertos avances significativos aunque carecen todavía de perspectivas
hacia el futuro, en las actuales condiciones socioeconómicas del modelo
imperante.


Los avances se pueden ejemplificar a través de determinados consensos, que
están logrando más adhesiones, aun entre aquellos grupos que se les oponían
abiertamente. Estos avances pueden ser los siguientes: la necesidad de
procesos electorales creíbles y el consenso por la democracia, el diálogo y la
negociación para resolver los conflictos, la creciente participación de la
sociedad civil, la defensa de los derechos humanos y las tendencias a
converger en procesos de integración aprovechando las posibilidades que


12
   Un ejemplo de esta convergencia fue la alianza suscrita en febrero de 1992 entre los
Communications Workers of America, de los Estados Unidos, los Communications Workers of
Canadá, y el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM), con propuestas de
intercambio de información, experiencia y apoyo en el campo de las telecomunicaciones.
38



ofrece la informática y la internacionalización de los procesos productivos. Y
estos avances se insertan necesariamente en el proceso de mundialización
como un proceso irreversible y necesario, porque actualmente ya no es posible
concebir economías nacionales aisladas sino interdependientes y coordinadas,
con reglas de convivencia más comunes.


Retomamos de nuevo las ideas de Emilio Maspero cuando, en el marco
necesario de la mundialización, habla de la necesidad de “realizar un proyecto
propio los latinoamericanos y caribeños que genere una arrolladora dinámica
centrípeta... Y esta respuesta y propuesta ya está en marcha y es una realidad.
Ya tiene un nombre y un emblema: es la comunidad latinoamericana y caribeña
de las naciones. Es el sueño de Bolívar que se hace realidad en la patria
Grande latinoamericana” (Maspero, en AUNA, 15-III-1999).


Al querer profundizar en esta propuesta, encontramos por parte de América
Latina no un rechazo a la mundialización sino una manera propia de enfrentarla
a través de los procesos de integración. No se trataba entonces simplemente
de subirse a la Alianza para el Libre Comercio de las Américas (ALCA), la cual,
según los documentos de la II Cumbre de las Américas en Santiago de Chile
en marzo de 1998, tendría una primera concreción en el año 2005; hay que
buscar un proyecto de integración con características latinoamericanas, no
subordinado al destino manifiesto del Norte. Mientras que el ALCA representa
la globalización, “el otro proyecto es de índole y alcances comunitarios; su raíz
está en el sueño de Bolívar y de los principales paladines de la independencia
política del siglo pasado. Es el proyecto de la segunda independencia de
América Latina y del Caribe que completa, profundiza y culmina la
independencia política como una nueva forma de independencia nacional,
social y cultural no cerrada sobre la geografía de la región sino abierta a todo el
mundo. Es la mejor respuesta y propuesta para una inserción activa, creativa
con nuestra propia identidad y determinante dentro de un inevitable proceso de
interdependencia mundializante” (Maspero, en AUNA, 1999).


El camino para una integración equilibrada en América Latina, para algunos
puede no parecer nada claro en sus características específicas al finalizar el
39



siglo XX, pero es una gran falsedad el afirmar que no hay alternativa más allá
de los severos programas de ajuste que hemos sufrido en todos los países en
las dos últimas décadas del siglo XX: privatizaciones, recorte de presupuesto
del gobierno en gasto social, desaparición drástica de los subsidios en
productos que ahora se cobran caro a la población de manera directa, control
de los salarios para que nunca se eleven al nivel de la inflación, apertura
comercial indiscriminada en detrimento de empresas que producen para el
mercado interno, mayor endeudamiento como único camino para conseguir
liquidez, desempleo y subempleo como consecuencia de los ajustes, etc.
Ciertamente estamos dominados actualmente por el modelo neoliberal de la
globalización, puesto que se ha sacralizado al libre mercado y se ha dejado a
la Mano Invisible de Adam Smith como la única encargada de resolver los
problemas sociales. Sin embargo, existen respuestas y propuestas aunque
para los nuevos movimientos sociales sea más difícil la definición de un
adversario debido a que el poder opresor se diluye en redes financieras,
tecnológicas y de información muy amplias.


El nuevo modelo al que puede aspirar Latinoamérica no está completamente
delineado pero sus elementos constitutivos pueden esbozarse en diversos
elementos: democracia representativa real en un sistema competitivo de
partidos; vigilancia de la sociedad civil sobre los gobiernos electos para que la
corrupción y la violación de los derechos humanos no quede impune; reglas
mínimas que controlen el flujo del capital especulativo; apoyo real a la industria
nacional enfocada al mercado interno; indexación de los salarios a los ritmos
de la inflación para garantizar el poder de compra de la población y alentar más
el mercado interno; renegociación de la deuda externa; mayor cooperación
cultural entre los países, y      mantenimiento del Estado como rector de la
economía pero con sus contrapesos reales en los otros poderes legislativo y
judicial. Todo ello se debe englobar en el marco de un proceso ya en marcha
de integración latinoamericana.


Existen propuestas diferentes a los programas severos de ajuste que se han
estado imponiendo; el modelo neoliberal sólo mira hacia el Norte y sólo
produce una mayor concentración de riqueza en unos pocos, agrandando la
40



brecha con las grandes mayorías de la población, las cuales se encuentran
sumidas en la pobreza. Lo que falta es una mayor participación de la sociedad
civil y posturas más firmes de los gobiernos nacionales para enfrentar la
globalización salvaje de los centros financieros internacionales e insertarnos
con una identidad propia latinoamericana en el irreversible proceso de
mundialización.


¿No es factible concebir, por ejemplo, las enormes perspectivas del flujo de la
informática y las posibilidades de la educación en el proceso de
mundialización? El desarrollo de la humanidad ha llevado en el siglo XX a una
real internacionalización de las economías. La informática contemporánea,
sobre todo a través de la radio y de la televisión, nos hace presentes, en
minutos, lo que ha acontecido en el otro lado del planeta. Un país
industrializado puede conocer el modo de vida de un país subdesarrollado y
vicebersa, lo mismo que cualquier región del planeta con respecto de la otra.
Con ello, a pesar de nuestras fronteras regionales y nacionales, se está
creando una conciencia de solidaridad universal y en especial con aquellos
países que históricamente han mantenido cierta hermandad a través de lazos
culturales o relaciones económicas y políticas. El internet, por ejemplo, también
ha servido como medio fundamental de comunicación para consolidar y hacer
crecer a los movimientos altermundistas.


La mundialización ha propiciado también un nuevo tipo de cooperación cultural
y educativa que nos puede ayudar a vivir mejor juntos en este planeta. Decía,
por ejemplo, el periodista español Fernando Vicario Leal, que “a finales de los
años setenta... el proceso de transformación se inició en el mundo académico.
Las universidades se incorporaron a los circuitos de cooperación y los planes
de becas e intercambios estudiantiles abrieron paso a una mayor amplitud de
criterios en el sector cultural. Se buscó organizar sistemáticamente programas
de investigación, ampliar intercambios docentes, fortalecer hábitos de trabajo
interdisciplinarios, un crecimiento tecnológico compartido, etc. Se fue creando
en definitiva una `cultura´ del entendimiento y conocimiento conjunto como
base para una cooperación más sólida, estable y que realmente ayudara a un
desarrollo sostenible” (AUNA, 25 enero 1999). Este marco de cooperación ha
41



sido    profundizado       de    manera       notable     por    las    diversas     cumbres
Iberoamericanas realizadas año con año desde 1991, partiendo de una
identidad común que representa “la síntesis cultural más grande de la
humanidad”13 y que avanza para convertirse en una verdadera comunidad de
naciones frente al resto del mundo. Aunque Iberoamérica es un concepto de
integración muy reciente guarda enormes puntos de convergencia con el
proyecto latinoamericano, y ambos difieren en su estrategia respecto del ALCA
hegemonizada por Washington.


La mundialización de las últimas décadas, que se ha expresado en
determinadas formas de apertura comercial entre diversos países, no ha hecho
más que acelerar ese proceso de internacionalización cultural y económico que
viene sobre todo en las últimas décadas del siglo XX con las tecnologías del
satélite y del internet. La integración en esta perspectiva puede ser el futuro de
Latinoamérica en el siglo XXI: una identidad cultural abierta al mundo con un
proyecto propio de producción, desarrollo y mejor distribución de la riqueza
social. Para ello, los latinoamericanos tenemos que convertirnos en sujetos y
actores14 dentro del proceso de mundialización: “sólo podremos vivir juntos con
nuestras diferencias, si mutuamente nos reconocemos como sujetos”
(Touraine, 1997).


Volvemos a insistir en la tesis de Gramsci: “el pesimismo representa el peligro
más grave en estos momentos” (Gramsci, 1973: 14); él experimentaba, por un
lado, el ascenso del fascismo en italia y, por otro lado, la división de los
movimientos socialistas y comunistas; algo similar podríamos decir a finales del
siglo con el avance de la globalización neoliberal, su peso oneroso sobre los

13
   La frase corresponde al presidente de Guatemala en 1993, en la realización en la ciudad de
Antigua Guatemala, el 26-29 de abril de 1993, en el marco de la reunión `Cumbre del
pensamiento: visión iberoamericana 2000´, que resaltaron la importancia de la cultura en la
construcción de la nueva comunidad iberoamericana. La extensión del concepto de
Latinoamérica a Iberoamérica está expresada en un magnífico trabajo del Dr. Tomás Calvo
Buezas en su libro: La patria común iberoamericana. Amores y desamores entre hermanos. Este
libro tiene como sustento un extenso trabajo de varios años a partir de un cuestionario aplicado
a 43,816 escolares de 21 países iberoamericanos.
14
   La idea de la conversión en sujeto y actor social está ampliamente desarrollada por Alain
Touraine en uno de sus libros anteriores: Crítica de la modernidad. Temas de Hoy. España,
1994.
42



países subdesarrollados y grandes sectores de la población y la falta de
perspectiva que ocurre en numerosos grupos sociales. Pero al mismo tiempo
el autor también señalaba que “el único entusiasmo justificable es el
acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una
riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente”
(Gramsci, 1988: 355).


Al igual que Samir Amín, creemos que el proyecto globalizador es un
“paréntesis en la historia”; no tiene futuro a largo plazo aunque tiene todavía
mucho presente. La razón fundamental es que esta “alternativa dominante, la
alternativa neoliberal, -en todas sus versiones- ha generado en menos de 10
años una realidad que lejos de resolver los problemas del proyecto humanista,
conforme corre el reloj, muestra que estos problemas se acentúan, que se
extienden, que se agudizan. El más serio, el más grave de ellos, con
implicaciones muy grandes para el futuro de la humanidad y para la
sobrevivencia del hombre es el de la miseria, es el de la pobreza y la extrema
pobreza, que está creciendo de manera tremenda, afectando todos los
proyectos humanistas y liberales que vienen desde la Revolución Francesa y
desde la Revolución de independencia de los Estados Unidos, y mostrando de
nuevo que tras ellos se encierra y se mueve la realidad invencible de la
explotación más irracional y cruel de hombres, pueblos y riquezas naturales,
incluso del agua que bebemos y del aire que respiramos, de mares, bosques,
mantos acuíferos, y reservas de energéticos” (González Casanova, 1992).


Hay que sumergirnos, entonces, en el mar de oportunidades que brinda
actualmente la mundialización, especialmente a partir del                 proyecto de la
comunidad latinoamericana de naciones, que puede recuperar el sueño de
Bolívar en las nuevas circunstancias de finales del siglo XX. El proyecto de
integración -construir las partes de un todo- no será por la vía de una
subordinación panamericana en el ALCA sino por el camino de una
cooperación cultural, política y económica entre naciones diferentes con una
identidad común. Las posibilidades de la integración15 expresados en las


15
     Los tres conceptos (Panamérica, Iberoamérica y Latinoamérica) representan diversas vías
43



Cumbres de las Américas, en las Cumbres Iberoamericanas y en las
aspiraciones de una América Latina unificada –como lo analizaremos más
adelante- son variadas, pero se puede delinear desde ahora la opción que
habría que tomar.


La Identidad regional


El sueño de Bolívar de construir la gran patria americana influyó en gran
manera en la creación de una identidad diferente para la región que hoy
conocemos como América Latina. En el período de la colonia éramos una
propiedad de España, pero, en el siglo XIX, comenzó el surgimiento de
naciones autónomas, al proclamar Haití su independencia en 1804, Paraguay
en 1813, Argentina en 1816, Colombia y Chile en 1818, México en 1821, etc.


La conciencia de esa identidad regional había empezado a aflorar
ideológicamente desde el siglo XVIII con el pensamiento de Francisco Javier
Alegre (1729-1788) y de Javier Clavigero (1731-1787), pero fueron otros
pensadores, escritores o educadores comprometidos con la naciente
independencia en el siglo XIX quienes fortalecieron filosóficamente el sentido
de alteridad frente al Occidente. Ellos fueron, por ejemplo, Juan Bautista
Alberdi (1810-1884), Simón Rodríguez (1771‑1854), José Martí (1853‑1895),...
Con ellos, surgieron, con vigor, focos colectivos de pensamiento que
reclamaron no sólo la identidad de un Nosotros sino que abrieron la
prospectiva de la lucha de liberación por un futuro con mayor justicia social en
donde, como dijera después Leopoldo Zea, en 1952, había que concebir "la
filosofía como un compromiso". Y él mismo especificaba: "la filosofía es
latinoamericana en cuanto es de origen latinoamericano y responde a
necesidades del continente" (Zea, en Rodríguez L. y Cerutti H., 1989: 206).


Alberdi, soñando como Bolívar en la gran patria continental, empezó a reclamar
por primera vez en el siglo XIX, el derecho de construir una filosofía americana.


para la integración, que pueden llegar a diferentes resultados debido a la concepción subyacente
en cada uno.
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
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Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina
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Cultura, Desarrollo y Procesos de Integración en América Latina

  • 1. 1 CULTURA, DESARROLLO Y PROCESOS DE INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA Autor: Ignacio Medina Núñez Editorial Académica Española Saarbrücken, Germany. 2011 AUTOR: IGNACIO MEDINA NÚÑEZ Correo electrónico: nacho@iteso.mx
  • 2. 2 ÍNDICE Introducción 3 Capítulo I: Desarrollo y globalización mundial 7 Capítulo II: Cultura y capital social 47 Capítulo III: Raíces y modelos de integración 65 Capítulo IV: La identidad latinoamericana en el debate cultural 89 Capítulo V: Cultura y procesos de integración 107 Capítulo VI: Imaginación creadora y capital simbólico 137 Capítulo VII: Cultura de integración y desintegración 169 Capítulo VIII: Nuevos imaginarios sociales 185 Capítulo IX: Otro Nobel para la literatura latinoamericana 217 Conclusiones 229 Bibliografía 233 ISBN-13: 978-3-8454-8496-9 Editorial: Editorial Académica Española Sitio web: http://www.eae-publishing.com/ Número de páginas: 246 Publicado en: 2011-09-16 Categoría: Ciencias políticas Precio: 69.00 € Compra del libro: www.morebooks.de
  • 3. 3 Introducción “¿Por qué creemos que nuestra cultura pueda ser el punto de partida de un proyecto de desarrollo latinoamericano? Porque la cultura es portada por los mismos que crearon la política y la economía: los ciudadanos… La cultura es la respuesta a los desafíos de la existencia” (Fuentes, Carlos, 1992: 337). Aunque la Unión Europea (UE) es actualmente el modelo más avanzado de integración supranacional (no exento de graves problemas y crisis a resolver), en el resto del planeta también hay regiones en donde han surgido grandes proyectos con intenciones parecidas, es decir, formar una mayor coordinación entre países que puedan afrontar de mejor manera el fenómeno de la globalización mundial en una búsqueda continua de un mejor desarrollo. Así están los ejemplos de países de Asia-Pacífico, de Centroamérica, del Tratado de Libre Comercio (Estados Unidos, Canadá y México), el Mercosur e incluso la idea de una Comunidad Africana de Naciones. En el caso de los países latinoamericanos, siempre es necesario mencionar el origen de esta aspiración en el proyecto original de Simón Bolívar en el siglo XIX señalando la aspiración de una “gran patria americana” o una “unión de repúblicas”. Se sabe perfectamente que este proyecto fracasó casi en su nacimiento, con lo cual, el mismo Bolívar vivió desesperanzado y deprimido los últimos años de su vida. Sin embargo, las naciones de esta región, una vez independientes unas de otras, durante la segunda parte del siglo XIX se vieron identificadas en el nombre de “América Latina”, como un símbolo cultural que continuaría con fuerza especialmente en el ámbito literario durante el siglo XX. Podemos constatar actualmente que, a partir de numerosos indicadores que los países llamados latinoamericanos en el momento presente –unos más que
  • 4. 4 otros-, todos ellos permanecen en la categoría de subdesarrollados1 o en vías de desarrollo sobre todo si se les compara con el nivel de producción y bienestar de los países centrales industrializados. En este mismo sentido, el tema del desarrollo es todavía un reto del presente siglo XXI, especialmente cuando vemos tan gran cantidad de la población sumida en condiciones de pobreza y extrema pobreza y, a nivel internacional, tantas experiencias de intercambio desigual. Sin embargo, a partir del proceso específico de la unificación europea iniciado a mediados del siglo XX, también en América Latina surgieron otros proyectos de integración, directamente vinculados con el tema del desarrollo, puesto que se pensaba que las naciones aisladas estaban condenadas al fracaso y que solamente con una mayor coordinación entre países era posible avanzar a mejores etapas de bienestar. De esta forma encontramos el Mercado Común Centroamericano, diversas figuras como el Parlamento Latinoamericano y la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Pacto Andino que se convirtió luego en la Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercado Común del Sur (Mercosur), etc. para llegar en el siglo XX a propuestas como la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) y la Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe en el 2010. Sin embargo, el debate sobre el desarrollo a través de los procesos de integración se había centrado solamente en el aspecto económico; incluso, por mucho tiempo el indicador más importante se fijaba solamente en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). En 1990, la Organización de Naciones Unidas (ONU) introdujo el término del “Desarrollo Humano”, señalando la necesidad de añadir otros componentes necesarios para hablar de un verdadero desarrollo y, por ello, el nuevo concepto ha incorporado como algo necesario otros indicadores como la educación y la salud. Pero este mismo proceso de una mejor comprensión del tema del desarrollo nos ha 1 Samir Amín (1976) había acuñado hace 31 años el término de “países periféricos”, señalando características estructurales que los hacían dependientes y subordinados a los entonces llamados países industrializados o de “primer mundo”, hablando precisamente de un desarrollo desigual.
  • 5. 5 llevado también al campo de la cultura, en donde, con toda razón, Bernardo Kliksberg (2000) ha propuesto que este elemento puede ser una clave olvidada, un elemento que hay que revitalizar. Este libro trata sobre América Latina pero con la intención expresa de relacionar tres grandes conceptos de múltiples significados: el desarrollo, los procesos de integración y la cultura, manteniendo la hipótesis de Kliksberg sobre la importancia del aspecto cultural: “Hay una revalorización en el nuevo debate de aspectos no incluidos en el pensamiento económico convencional. Se ha instalado una potente área de análisis en el vertiginoso crecimiento que gira en derredor de la idea de capital social. Uno de los focos de esa área, a su vez con su propia especificidad, es el reexamen de las relaciones entre cultura y desarrollo” (Kliksberg, 2000: 2). En 1998, a partir de una iniciativa de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA) en la Habana, Cuba, surgió el germen de un importante proyecto, coordinado en aquel momento por el profesor Carlos Oliva Campos: una red de estudios académicos sobre la integración, con participantes de diversas universidades latinoamericanas, que se propusieron elaborar año con año la redacción de un análisis que diera cuenta de este proceso en América Latina, incluyendo diversos aspectos esenciales como el económico, el político, el educativo, el cultural, etc. El autor del presente escrito quedó en el equipo específico de la cultura y lo ha coordinado hasta el presente dentro de una organización internacional que se ha consolidado con el nombre de Red de Estudios sobre la Integración Latinoamericana y Caribeña (REDIALC), coordinada actualmente por el profesor Jaime Preciado Coronado y cuyo secretario ejecutivo es Ignacio Medina Núñez. La presente publicación recoge diversos productos que el autor ha redactado y difundido de manera separada en diferentes medios durante la primera década del siglo XXI dentro del equipo del Anuario de Integración de REDIALC. El objetivo permanece: resaltar la importancia de la cultura en los procesos de desarrollo e integración, tratando de clarificar los significados que le damos a cada uno de estos conceptos en el contexto histórico de nuestra región. De
  • 6. 6 esta manera, los nueve capítulos de la presente publicación están entrelazados con este hilo conductor, con la esperanza de seguir promoviendo con la palabra, con la voz –como Eugenio Ma. de Hostós lo hacía en el siglo XIX luchando por la independencia de su patria-, ese motor interno de la cultura como capital simbólico que todos llevamos dentro y que está enfocado a perseguir el sueño de Bolívar de una unión de repúblicas que pueda funcionar de manera autónoma frente a los designios del imperio y guiado por el bienestar de las mayorías de la población.
  • 7. 7 CAPÍTULO I DESARROLLO Y GLOBALIZACIÓN MUNDIAL “Los grandes Estados se han convertido en grandes Estados precisamente porque se hallaban preparados en todo momento para insertarse eficazmente en las coyunturas internacionales favorables, y éstas lo eran porque representaban la posibilidad concreta de insertarse eficazmente en ellas” (Gramsci, 1973: 30). Economía, política y cultura ¿Puede tener lo que hoy llamamos región latinoamericana un destino trágico? La situación que hoy vive esta región, después de cerca de 200 años de su independencia, representa todavía un gran fracaso en el nivel económico y una gran decepción en el aspecto político; las relaciones internacionales, especialmente en relación a los Estados Unidos, aún ahora con la administración del presidente demócrata Barack Obama, no parecen mejorar. “Durante los últimos años América Latina ha presentado importantes avances en materia de distribución del ingreso. A excepción de Colombia, donde los elevados niveles de desigualdad se mantienen, en otros países los indicadores de distribución del ingreso han mejorado. Así por ejemplo, según cifras de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), entre 2003 y 2009 Brasil mostró el progreso más significativo en la región al reducir su coeficiente Gini de 0.621 a 0.576, seguido de Perú, donde el coeficiente se redujo de 0.506 a 0.469 en el mismo período. A pesar de estos avances, América Latina continúa siendo la región más desigual del mundo. El problema es particularmente serio porque se da en un contexto de baja movilidad social donde inter- generacionalmente los pobres siempre suelen ser los mismos” (Focal Point, 2011).
  • 8. 8 En el ámbito político, se puede decir que ha habido avances en la implantación de un modelo democrático, si miramos solamente el aspecto electoral –aunque el horizonte de los golpes de estado todavía están en nuestra frágil realidad como nos lo recuerdan los militares de Honduras en junio del 2009-; sin embargo, la corrupción y la fragilidad de las instituciones democráticas todavía siguen siendo los grandes obstáculos del mismo modelo de la democracia política. El Rule of Law Index 2011, por ejemplo, señala grandes contrastes en la región, pero en general “las instituciones públicas de la región permanecen frágiles. La corrupción y la falta de transparencia de los gobiernos es lo que prevalece, de manera semejante a como se ha extendido la percepción de impunidad” (WJP, 2011: 25). También el BID, junto con su diagnóstico sobre una baja tasa de crecimiento, inestabilidad económica, desigualdad en la distribución del ingreso, etc., al hablar de desarrollo también consideraba otros indicadores más allá del ámbito productivo como es el estancamiento educativo en los diversos niveles, el poco respeto a la vida y la propiedad, y en diversos casos, la ingobernabilidad. Por ejemplo, de manera particular, “en términos del imperio de la ley y el control de la corrupción, América Latina se sitúa en un nivel inferior a cualquier otro grupo de países, con excepción de África” (La Jornada, 8 mayo 2000). Esto nos lleva a considerar lo complejo de nuestro panorama regional cuando “los países latinoamericanos se encuentran apesadumbrados no sólo por la pobreza y la inequidad sino también por la debilidad del imperio de la ley, es decir, la garantía de que los ciudadanos y cualquier negocio reciban un trato imparcial y predecible por parte del gobierno, de la justicia y de otras instituciones” (Economist, No. 8170, 05/13/2000: 34). Sin embargo, tenemos derecho a la esperanza, porque el conformismo y el pesimismo se presentan como la mayor amenaza cultural: “al que no tiene nada y se conforma con ello, se le quita además lo que tiene” (Bloch, E., 1979: 11); necesitamos el derecho a soñar por encima de las propias posibilidades reales, especialmente porque los ciudadanos podemos poner todas nuestras fuerzas en incidir y cambiar las políticas públicas de los gobiernos en la búsqueda de nuevos modelos de desarrollo.
  • 9. 9 Después de la terrible crisis económica de 1994-95 que se abatió sobre México, efecto inmediato del salvaje neoliberalismo propiciado por Carlos Salinas, que ocupó la presidencia de 1988 a 1994, los países latinoamericanos parecieron vivir una etapa de estancamiento o ligera elevación de su producto interno bruto, hasta que Argentina, en diciembre del 2001 –posterior a los dos gobiernos neoliberales de Carlos Menem y la pésima administración inicial de Fernando de la Rúa-, sorprendió con la primera gran crisis del siglo XXI y que se mostró en la brutal caída de su economía durante todo el 2002. La recuperación económica de Argentina después del 2001 ha sido muy significativa; incluso podría servir a los latinoamericanos como un ejemplo notable de cómo ocurrió la propuesta de nuevos modelos de colaboración entre ciudadanos y gobierno, tal como se dio en el gobierno de Néstor Kirchner para enfrentar la crisis y plantear nuevas alternativas a partir de “la elaboración de una promesa de recomposición de la comunidad política y por el intento de invertir el valor y el peso del término nación en el sentido de una identificación con la democracia, promoviendo la convergencia de motivaciones nacionalistas y democráticas” (Corten, 2006: 186) . Junto con Argentina, teniendo en cuenta los indicadores mencionados en el concepto de “Desarrollo Humano” de la ONU (ingreso, salud y educación), los otros países que están a la punta en la región latinoamericana son Chile, Uruguay y Costa Rica, situándose en un nivel sorprendente por arriba de potencias económicas como México y Brasil. Sin embargo, toda la región, al igual que el resto de los países subdesarrollados, ha sido golpeada, durante 2008 y 2009, por la crisis financiera iniciada en los países industrializados. Dentro del incipiente crecimiento económico de los 90s, hay otros factores que no permiten el optimismo en materia de un verdadero proyecto de desarrollo. Tenemos en primer instancia el período de los años 80s como la década perdida, caracterizada por sus profundas crisis económicas, y en donde encontramos, paralelamente al crecimiento cero, una profundización de la desigualdad social: “la mayor parte de los analistas observan que la pobreza y la inseguridad empeoraron sustancialmente en los años 1980s” (Korzeniewics, en LARR, no. 3, 2000: 8). Habría también que observar que la leve
  • 10. 10 tendencia, en los 90s, hacia la disminución de la pobreza se frenó durante los años de 1998 y 1999, como se comprueba en las cifras oficiales. Por otro lado, algo que parecen no entender todavía las diversas corporaciones multinacionales que sostienen el modelo neoliberal -el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), etc.- es que, como lo ha reconocido claramente la CEPAL, el crecimiento por sí solo no garantiza una mejor distribución del ingreso y, por ello, no puede uno atenerse confiadamente a las cifras macroeconómicas: ni los empleos productivos, ni los mejores salarios, ni la eficiencia laboral, ni las mejores políticas sociales son una consecuencia mecánica del puro crecimiento en términos cuantitativos. Ello quiere decir que América Latina puede seguir experimentando mayores desigualdades sociales paralelo al crecimiento económico debido a que no existe una relación directa entre dicho crecimiento y la distribución de la riqueza social. “El crecimiento económico en la región no ha sido acompañado por significativas o duraderas reducciones en la pobreza y la inequidad” (Korzeniewicz, en LARR, no. 3, 2000: 8). También hay que tener en cuenta que la continuidad del mismo crecimiento económico no está garantizada mientras exista tal brecha interna entre productividad e ingresos, mientras no se enlacen de manera más horizontal los sectores productivos, mientras la tecnología siga acaparada sólo por pequeños grupos trasnacionales, y mientras no exista una repercusión centrífuga del arrastre de las exportaciones y el comercio hacia otros sectores del mercado interno. Podemos también observar la fragilidad de nuestras economías cuando gran parte de la producción sigue dependiendo de los llamados sectores informales. “Según estimaciones de la CEPAL, de cada 100 nuevos empleos creados entre 1990 y 1997, 69 correspondieron a este sector, al que pertenece el 47% de los ocupados urbanos en la región. Esto explica el actual estancamiento del promedio de los niveles de productividad del trabajo... En 13 de 18 países, el salario mínimo real de 1998 fue inferior al de 1980. Los trabajadores informales, en promedio, reciben una remuneración media que equivale a la mitad de la que perciben empleados y obreros en establecimientos modernos y sus ingresos han crecido, por regla general, a un ritmo menor, lo que ha
  • 11. 11 contribuido a acrecentar la desigualdad en los ingresos laborales. La distancia entre los ingresos de profesionales y técnicos y los de asalariados en sectores de baja productividad aumentó un 28%, como promedio, entre 1990 y 1997” (CEPAL, 2000: 11-13). La propia CEPAL dio a conocer otro estudio denominado Panorama social de América Latina 1999-2000, donde se reafirmó el diagnóstico sobre el incipiente crecimiento económico en los 8 primeros años de la década de los 90s, afirmando que tal tendencia positiva se vio interrumpida en 1998 y 99; con sus fuentes, la CEPAL afirmaba que existían, en el fin de milenio, 220 millones de personas en la pobreza, lo que constituía el 45% de la región latinoamericana y caribeña. Si lo queremos ver en el marco de la pobreza extrema, un estudio del BID reconocía que más de 150 millones de latinoamericanos, más del 30% de la población, tenían un ingreso debajo de los dos dólares norteamericanos cada día para poder cubrir sus necesidades básicas (Cfr. Latinamerican Press, citado en LADB no. 39, Oct.22, 1999). Con datos más recientes, la CEPAL, en su División de Estadísticas y Proyecciones Económicas, dejaba asentado que, en 2007, el 34.1% de la población latinoamericana (referido a los 19 países de habla hispana y portuguesa) se encontraba en situación de pobreza. Para el caso específico de México, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) informó en julio del 2011 que el número de los pobres creció a partir de 48.8 millones (44.5% de la población) que eran en 2008 a 52 millones (46.2%) en el año de 2010. El crecimiento fue de 3.2 millones de personas en situación de pobreza, teniendo en cuenta, además, que la pobreza extrema (quienes no tienen acceso a salud, educación, vivienda y tampoco lo suficiente para comprar una canasta básica) se manifestaba en 11.7 millones de personas. Antes de la crisis financiera del 2008, se podía ver por varios años que “la región está creciendo al 5,6% anual, con tasas que superan el 8 y 9% en Argentina, Nicaragua y Venezuela, Brasil y México cerca del 4%. Pero esto no es gratuito: reprimarización de las economías, débil reindustrialización, exacción de recursos naturales, degradación ambiental, fuerte concentración de la riqueza: el 10% más rico de la región se apropia del 48,6%, mientras que
  • 12. 12 el 10% más pobre apenas recibe el 1,6%” (Lucita E., 2008)2. Es decir, aun antes de dicha crisis, las tasas de crecimiento tenían enormes costos, pero, de cualquier manera, no resolvían el problema básico que tiene la región: crecimiento de la riqueza pero sin una mejor distribución de los beneficios sociales. La crisis acelera la contradicción entre ricos y pobres pero también entre las mismas empresas generadoras de la producción. Esta es una situación casi estructural que perdura en el comienzo del siglo XXI y que necesariamente se ha agravado con la crisis económica internacional iniciada en el 2008 a partir de la quiebra de numerosos bancos norteamericanos y la mala administración de la crisis por numerosos gobiernos. Estos años de 2008 y 2009 se convirtieron en la expresión de una de las más terribles crisis del capitalismo en donde incluso, por parte de diversos gobiernos del primer mundo, se ha tenido que admitir el fracaso del modelo neoliberal: el Estado tiene que intervenir en la economía y ejercer controles severos sobre el actuar de las instituciones financieras. Nadie como Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, expresó críticas severas al modelo del libre mercado. “La idea de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado por ninguna regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la omnipotencia del mercado era descabellada. La idea de que los mercados siempre tienen razón es descabellada… Se ha permitido que los bancos especulen en los mercados en vez de hacer su trabajo que consiste en invertir el ahorro en desarrollo económico y analizar el riesgo del crédito. Se ha financiado al especulador y no al emprendedor” (Sarkozy, 25 sept. 2008). Y posteriormente Barack Obama, como presidente norteamericano lo expresó también en su toma de posesión en enero del 2009: “Esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse” (Obama B., 20 enero 2009). América Latina constituye un panorama con riesgos de explosividad a partir de esta situación tanto de falta de crecimiento como de desigualdad en la 2 Estos datos concuerdan también con los mencionados por el Centro de Estudios sobre la Economía Mundial: “El 10% de las personas más ricas recibe entre el 48% delos ingresos totales generados por la región, mientras que el 10% más pobre sólo accede al 1.6%” (Hernández G., 2005).
  • 13. 13 distribución de la riqueza. Se dieron ciertos años de leve crecimiento económico general y, en general, se señala, una moderada reducción de la pobreza en la década del siglo XX con algunos débiles éxitos en materia distributiva, pero parece que la transición de un siglo a otro nos está volviendo a la situación de la década perdida de los 80s; hay que tener en cuenta, además, otro fenómeno importante: la “expansión impresionante en el acceso a las comunicaciones, que ha tendido a homogeneizar las aspiraciones de consumo. Los jóvenes urbanos, más que ningún otro grupo, se encuentran expuestos a estímulos e información sobre nuevos y variados bienes y servicios que se convierten en símbolos de movilidad social y a la que la mayoría de ellos no puede acceder” (CEPAL, 2000: 15). La pobreza, entonces, se manifiesta en otras consecuencias como la discriminación étnica, la segregación residencial y el incremento de la violencia urbana. La problemática situación económica de la región se sigue asemejando a las tragedias griegas sin aparente salida, cuando hemos conmemorado cerca de 200 años de independencia. Contra la visión de la tragedia y el pesimismo sobre un destino manifiesto, podemos afirmar que aún existen posibilidades para construir mejores alternativas de desarrollo, a partir de nuevos gobiernos y numerosas formas de participación ciudadana. Sin embargo, en el comienzo del siglo XXI, a partir de ciertos postulados programáticos básicos definidos por los gobiernos que han sido electos, se puede encontrar una realidad heterogénea que antes era imposible encontrar en América Latina. En el siglo XX, los gobiernos de izquierda –o aun los gobiernos moderados progresistas como los de Jacobo Arbenz en Guatemala- no podían tener cabida debido a la fuerza de los militares, las oligarquías internas y sobre todo la intervención militar abierta de los gobiernos norteamericanos: golpes de estado y dictaduras eran parte de la “normalidad” de la región. Sin embargo, políticamente ha ido ganando fuerza el consenso alrededor de la democracia y los procesos electorales en un proceso alentado por los mismos Estados Unidos y aceptados verbalmente por casi todas las élites locales.
  • 14. 14 Lo notable en el siglo XXI es el surgimiento de gobiernos progresistas y de izquierda moderada o radical que han llegado al poder ejecutivo de sus países a partir precisamente de los postulados del liberalismo: los procesos electorales en un modelo democrático. Por ello, surgió Hugo Chávez en 1998, ratificado en el 2000 y luego en el 2006; también Evo Morales en Bolivia en 2005; Lula da Silva en Brasil en el 2002 y ratificado en el 2006; el Partido Socialista de Chile con Ricardo Lagos y continuado luego por Michelle Bachelet en el 2005 (con una segunda vuelta en enero de 2006); Rafael Correa en Ecuador en el 2006 y reelecto en el 2009; el regreso del Sandinismo con Daniel Ortega en Nicaragua, en el 2006; Néstor Kirchner en Argentina en el 2003 con un gobierno continuado por su esposa Cristina en el 2007; Mauricio Funes gobernante de El Salvador por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el 2009; Ollanta Humala, presidente del Perú en el 2011, etc. En numerosos casos nacionales, ha sido impresionante la participación de la población en los procesos electorales, que, por la vía pacífica, la vía político electoral, se han decidido por un cambio de rumbo en las políticas económicas gubernamentales. En el siglo XXI, habiendo empezado una tendencia con la elección de Hugo Chávez en Venezuela, en 1988, han llegado a diversos gobiernos varios líderes emergentes que han estado planteando un rompimiento con el modelo neoliberal e incluso con el modelo capitalista de explotación. La región no está destinada a permanecer encadenada sino que, en la práctica, puede estar ensayando variantes dentro del marco de la democracia para aflojar las cadenas y buscar enfilarse hacia otras alternativas de desarrollo. Todos estos gobiernos han estado cuestionando el modelo de desarrollo llamado neoliberalismo, que se distingue por las políticas de crecimiento económico basadas solamente en el libre comercio; en esta concepción neoliberal, siempre se pensó que dicho crecimiento tarde o temprano llegaría a desparramar los beneficios sociales para toda la población, cosa que ciertamente no ha ocurrido, como se muestra, por ejemplo, en países de gran riqueza pero con una gran cantidad de pobres. Y junto con la crítica al
  • 15. 15 neoliberalismo, se añade el postulado sobre una mayor necesidad de integración de los países latinoamericanos. Esta ideología general de la izquierda en gobiernos emergentes, aunque es bastante heterogénea en su aplicación en cada país, se ha enfrentado a los grupos económicos más poderosos al interior con una política social que se caracteriza sobre todo por programas de distribución de recursos focalizados directamente a los sectores más desfavorecidos y, en el marco internacional, varios gobiernos entre los que destacan sobre todo Venezuela, Bolivia y Ecuador, han expresado una exigencia de autonomía frente a los organismos financieros y en particular frente a la intervención de los Estados Unidos. De esta manera, por lo general, estos gobiernos se han opuesto al proyecto norteamericano de la Alianza del Libre Comercio de las Américas (ALCA) o a diversos tratados bilaterales de libre comercio, que solamente significan la apertura de fronteras a productos del exterior sin tener en cuenta la producción nacional y el mercado interno. Estamos, en este sentido, a la puerta de nuevas alternativas y cambios sociales para una nueva reorientación de la economía, a partir de la política. La preocupación sobre la fragilidad económica y desigualdades sociales del antes llamado Tercer Mundo y en especial sobre la región latinoamericana no viene solamente por parte de los llamados grupos globalifóbicos o altermundistas, que empezaron a manifestarse con más resonancia a partir de la reunión de la OMC en la ciudad de Seattle, USA, a finales de 1999, y que han continuado sus protestas en la reunión del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, en Washington D.C. en Abril del 2000, y también en otras ciudades de Europa y el mundo entero durante todos los años del siglo XXI. La preocupación por la situación latinoamericana también la han expresado instituciones internacionales como el BID, por ejemplo, en el análisis que presentó su presidente Enrique Iglesias en el informe anual “Progreso Económico y Social” en Mayo del 2000. Ahí se señalaban diversos problemas económicos graves en la región, relacionados con otros no menos importantes como la falta de una educación suficiente, la corrupción, el incumplimiento de las leyes, etc.; se afirmaba, por ejemplo, que en los últimos 50 años, los países
  • 16. 16 latinoamericanos cayeron del segundo al quinto lugar mundial, si consideramos el PIB per cápita (solamente arriba de África), pues simplemente comparando con el ingreso promedio por habitante de los países industrializados, los latinoamericanas ganaban 10,600 dólares menos al año. Esta situación se hace más grave en particular para algunos países, pues mientras México, Chile o Argentina3 tienen aproximadamente entre 3 mil y 10 mil dólares de ingreso anual promedio por habitante, otros países como Honduras, Haití, Nicaragua y Bolivia tienen solamente entre 400 y 700 dólares anuales de ingreso promedio. Con ello, parece que volvemos a la espiral de la adversidad, como si estuviéramos de nuevo obligados a levantar la piedra de Sísifo4 o como si estuviéramos encadenados por siempre a una roca como Prometeo para que le devoren las entrañas cada día. Ante el panorama desolador de la región latinoamericana, pudiera experimentarse una sensación de tragedia; parece no haber una salida clara que nos ponga en camino de un desarrollo con crecimiento y redistribución de la riqueza social; pero la visión pesimista de la desesperanza no puede tener cabida, porque existen numerosos indicios para mostrar caminos mejores. En el ámbito mundial, ciertamente hay que citar el caso de varios países asiáticos, los llamados Tigres que, en un lapso de 40 años durante la segunda mitad del siglo XX, fueron capaces de pasar de situaciones tercermundistas a condiciones de países casi de primer mundo; entre ellos, ciertamente vale la pena citar el caso de Singapore, que en su experiencia de 1965 al 2000, bajo el liderazgo de Lee Kuan Yew, tuvo una singular transformación en la constitución de un estado social que luchó fuertemente contra la corrupción y supo ofrecer a su población hasta la actualidad uno de los mejores ingresos per capita mundiales: “¿Podía haber 3 Con la terrible crisis económica de Argentina que explotó en diciembre del 2001, hay que tener en cuenta que su PIB del 2002 decreció en -11%, y de manera semejante su ingreso per capita descendió a un -12.1% (CEPAL, 2002b: 108-109) 4 En la mitología griega, por algún pecado que cometió contra los dioses, Sísifo fue condenado a empujar una roca de manera permanente hasta la cima de una montaña, de donde volvía a caer para que el mortal volviera a empujarla hacia arriba. El castigo era un trabajo inútil y que no tenía esperanza de cesar. Prometeo también fue castigado por robar el fuego a los dioses para dárselo a los humanos.
  • 17. 17 esperado llegar a un Singapur independiente con un PIB de 3 mil millones en 1965 para hacerlo crecer 15 veces hasta 46 mil millones de dólares en 1997… y tener el octavo ingreso per capita más alto del mundo en 1997, según el Banco Mundial?” (Yew L.K., 2006: 760). Para la región latinoamericana, podemos utilizar los indicadores del llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH), en donde se mide no solamente el ingreso sino también los niveles de salud y educación, lo cual nos ofrece un mejor diagnóstico de los países que lo que se nos mostraba solamente al medir el crecimiento económico. Ciertamente los mejores países en el nivel del IDH están bastante alejados de los primeros del ranking mundial, y por eso nuestra región latinoamericana en general puede considerarse todavía en el subdesarrollo. Sin embargo, una cosa puede quedar clara: no es la capacidad de crecimiento económico de un país lo que determina una mejor calidad de vida para sus habitantes, cuando vemos que países como Chile, Uruguay, Cuba o Costa Rica que, siendo pequeñas economías, se encuentran dentro de la región con los mejores índices de desarrollo humano, adelante de potencias regionales como México y Brasil. En este sentido, algo deben haber estado haciendo los países con mejor IDH en comparación con aquellos como Honduras, Guatemala, Nicaragua y Haití, que se encuentran como los más rezagados en estos indicadores básicos. Lo que está en cuestión, sin duda, es la rigidez de un modelo económico neoliberal que, en pocos años, no ha mostrado ser capaz ni siquiera de hacer crecer la economía en forma constante, y mucho menos aliviar la situación social de millones de latinoamericanos en la pobreza. El modelo industrializador y el endeble crecimiento económico han estado subordinados a la potencia del norte de América, que, en alianza con las élites nacionales, no ha propiciado una verdadera transferencia tecnológica para un desarrollo más autónomo. Por otro lado, en el ámbito global, la región es conocida en todo el mundo pero como una multitud de naciones desunidas sin un proyecto común. El gran sueño de Simón Bolívar sobre la gran patria americana no se ha cumplido: toda
  • 18. 18 la región se dispersó en numerosos países que optaron por la vía nacional y cuyas fechas de emancipación de España empezaron a ser motivo de conmemoración y alegría. Sin embargo, junto con la fiesta por las fechas de independencia hay que recordar también las tareas pendientes que dejaron los libertadores a las nuevas generaciones: por un lado, la consolidación de una libertad política que se tiene que manifestar en instituciones más democráticas; por otro lado, la orientación de un modelo de desarrollo cuyos beneficios se repartan entre todos los habitantes y que no sean acaparados solamente por las élites; y finalmente la perspectiva de enfrentar la globalización mundial no desde la perspectiva de una sola nación sino como una comunidad de repúblicas. Las nacionalidades latinoamericanas empezaron a existir hace cerca de 200 años, lo cual es motivo de orgullo. Las otras tareas en el nivel económico, político y de coordinación supranacional son asignaturas pendientes porque, por un lado, pesa mucho el posible retroceso que implica la existencia del golpe de Estado en Honduras el 28 de junio del 2009, con un presidente constitucional depuesto violentamente por militares y civiles, cuando había sido electo con todas las reglas de la democracia electoral. Y pesa aún más el descontrol y manipulación de una economía regional que tiene tantos recursos naturales pero que no ha alcanzado un crecimiento estable y mucho menos una mejor distribución de la riqueza social. Aunque las causas de nuestra situación latinoamericana son muchas, en términos históricos podemos referirnos al fracaso de un modelo llamado neoliberalismo5 que se impuso de manera salvaje en toda la región: esa veloz apertura a los mercados acompañada de severos programas de ajuste al interior de cada país han mostrado su inoperancia: “El llamado Consenso de Washington ha concluido en un fracaso mayúsculo. Las políticas del ajuste estructural que impulsara en los años 80s y 90s, provocaron la exclusión de la producción y del consumo de millones de personas en todo el continente. Hoy en América latina más del 40% de su población es pobre y entre el 15% y el 5 Sobre la concepción del modelo neoliberal en sus lineamientos teóricos y en sus repercusiones sobre los gobiernos de América Latina, puede consultarse a Medina y Delgado (2003).
  • 19. 19 20% indigente, y las desigualdades sociales se han acrecentado” (Lucita E., 2008). Ni la región se ha estabilizado en su crecimiento económico ni la pobreza ha dejado de ser un problema alarmante en la mayoría de los países. Por ello, se hace necesario transformar el trabajo inútil de Sísifo en algo productivo y remunerador; se hace necesario romper las cadenas de Prometeo. Pero hay que matizar esta afirmación en el sentido de que en realidad sí ha habido trabajo muy productivo a partir de la enorme cantidad de recursos naturales que tiene América Latina, pero la realidad es, por un lado, la enorme transferencia de recursos hacia las naciones industrializadas y, por otro, cómo gran parte de dichos recursos es acaparado por unos pocos, al interior de los estados nacionales. Necesitamos inventar nuevos modelos de desarrollo alternativos y optar por ellos. De esta manera, puede ser útil recordar las recomendaciones de Wallerstein, cuando analizamos la situación caótica del actual sistema-mundo: “Necesitamos primero que todo intentar comprender claramente qué es lo que está sucediendo. Necesitamos después decidir en qué dirección queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente resolver cómo actuaremos en el presente de modo que las cosas se muevan en el sentido que preferimos” (Wallerstein, 2005: 122). Por eso hay que afirmar que nos alegramos con aquella independencia de hace casi 200 años, pero también debemos reconocer que los ideales y las metas de muchos de aquellos luchadores decimonónicos todavía están vigentes para las generaciones del siglo XXI. Como bien lo señalaba Gramsci a comienzos del siglo XX en Italia, el pesimismo es el mayor enemigo que podemos tener. Quien inicia un proyecto con esta percepción, está derrotado de antemano porque se imposibilita para poder actuar a partir de una sensación de impotencia. Por ello, junto a la economía y la política de los países latinoamericanos, es importante señalar la contribución que puede tener la cultura en relación al desarrollo y los procesos de integración. Cuando Margareth Tatcher en los años de 1970 con sus programas de ajuste neoliberal señalaba con claridad de que no había otra alternativa, es necesario recordar el poder de la imaginación creadora, que
  • 20. 20 puede buscar nuevas opciones y caminos a seguir. Más aún, para Edgardo Lander (1991), el mayor dominio que pueden ejercer los dominadores sobre los explotados se enfoca a una “castración cultural”, quitando a la mayoría de la población su poder de pensar, discutir, imaginar y crear mayores posibilidades de acción. Prometeo encadenado y la piedra de Sísifo son solamente mitos que nos pueden condenar eternamente al pesimismo y la aceptación del statu quo; siempre es posible pensar en las alternativas que puede ofrecer el pensamiento y la cultura. En 1985, Lawrence Harrison publicó un libro en el Harvard Center for International Affaire con el título: “El subdesarrollo está en la mente: el caso latinoamericano” (Underdevelopment is a state of mind. The Latin American Case), queriendo demostrar que en muchísimos casos, la cultura era uno de los principales obstáculos para el desarrollo en la parte sur del continente. Aunque lo importante de este punto de vista es el enfoque sobre la cultura, el punto de vista del autor ofrecía un análisis pesimista y distorsionado: los latinoamericanos, a partir de sus costumbres y modos de pensar, se oponen, se resisten, obstaculizan el desarrollo y la modernización y, por ello, el problema es muy difícil de modificar; tardarán décadas o siglos para que el modo de ser de la gente se acople a las prácticas del desarrollo industrial. Sin embargo, este enfoque pierde de vista una realidad histórica que mostraron bastante bien y con mucho fundamento diferentes teóricos de la dependencia: siglos de colonización y extracción de recursos por parte de los países centrales sobre los de la periferia. Para el contexto histórico de nuestra región latinoamericana, como bien lo ha expuesto Eduardo Galeano en su libro sobre “Las venas abiertas de América Latina”, nunca hay que olvidar los aspectos estructurales que prevalecieron por siglos en la relación España-Nueva España, y posteriormente, a partir del siglo XIX, en la relación América del Norte – América Latina, con hechos bastante bien comprobados de saqueo y explotación venidos de fuera de nuestra región. En este sentido, rechazamos la visión de Harrison cuando quiere ver el origen del subdesarrollo únicamente en factores internos culturales, olvidándose de todos aquellos agentes que han robado los recursos naturales, de la labor de las empresas trasnacionales que,
  • 21. 21 a través del intercambio desigual, continúan trasfiriendo el valor producido en una región hacia otra dentro del sistema mundial. Sin embargo, queremos rescatar un elemento importante de la propuesta inicial de Harrison en el sentido de darle una mayor importancia a la cultura, al condicionar el comportamiento económico, político y social de gran parte de los ciudadanos. Podríamos ciertamente reconocer, como dice Bernardo Kliksberg (2000), al capital social y la cultura como “las claves olvidadas del desarrollo”, sin que por ello olvidemos los factores históricos que, desde fuera de nuestras culturas, nos han impuesto para ponernos en la situación contemporánea de subdesarrollo que hoy padece la región latinoamericana. Las nuevas teorías de la interdisciplinariedad y la complejidad nos llevan a reconocer que los problemas del desarrollo no pueden verse exclusivamente en el campo económico o en el campo político sino que abarcan también lo cultural; y desde el campo cultural es posible elaborar los nuevos proyectos a futuro que sobrepasen las carencias del presente. Grandes economistas como Amartya Sen señalan con claridad que los pobres no solamente necesitan tener recursos sino sobre todo adquirir mejores capacidades para utilizar los recursos que poseen. Para el caso de América latina, nuestra cultura y modo de pensar y de ser tienen ciertamente numerosos aspectos que resisten y se oponen al desarrollo capitalista; pero oponerse al capitalismo no es necesariamente oponerse al desarrollo sino sobre todo ponerse en el camino de buscar alternativas a este modo de producción dominante con nuevos modelos y nuevas prácticas sociales que se fundan no exclusivamente sobre la ganancia sino sobre el bienestar colectivo y el buen vivir (Cario B., 2008). Cuando hoy se discute abiertamente a nivel mundial si los procesos actuales de integración son una mejor vía para caminar a mejores estadios de desarrollo, también entra claramente a discusión el papel de la cultura: existen comunidades y naciones que, por sus redes de confianza formales e informales, tienen más disposición para construir proyectos colectivos que otras. En este sentido, cultura y procesos de integración se vinculan de manera directa, teniendo en cuenta que hay elementos culturales fundamentales que deben ser mejor cultivados en relación a una integración más autónoma y
  • 22. 22 equilibrada y teniendo en cuenta que hay también elementos culturales que pueden lanzarnos a la dispersión y mayor desintegración. Economía, política y cultura están íntimamente relacionados en la vida de todo ser humano. Si bien hay que reconocer que en América Latina la economía y la política son todavía un desastre en donde existe una gran mayoría de la población en pobreza y extrema pobreza y en donde las élites políticas siguen utilizando métodos autoritarios de gobierno impidiendo la participación de los ciudadanos, en este escrito vamos a enfatizar la riqueza de nuestra cultura latinoamericana, no solamente entendida como el folclor y expresiones de la manera en que vive la población sino sobre todo como capital social e imaginación creadora que puede plantearse un proyecto autónomo de una comunidad de naciones. Desarrollo latinoamericano y globalización mundial En gran parte de la literatura económica del siglo XX, los esfuerzos de desarrollo se han concentrado en el fomento del crecimiento y expansión económica para elevar los niveles cuantitativos del Producto Interno Bruto (PIB) de los países y posteriormente las posibilidades de mayores ingresos para la población. Esto sucedió incluso en los planteamientos de la misma Organización de Naciones Unidas (ONU). Sin embargo, en la práctica se ha constatado que el incremento del producto nacional no deviene automáticamente en un mayor bienestar de las personas; aunque es un elemento importante para la prosperidad de un país, no es el único. En el caso particular de México, el gobierno celebraba que éramos la 9ª economía del mundo en septiembre del 2002 al mirar solamente el monto del PIB, pero en los índices de Desarrollo Humano de la ONU aparecíamos hasta el lugar número 54; en el Informe del 2010, México apareció en el lugar número 56. En muchos casos, el crecimiento ocurre pero ocasionando una mala distribución de los beneficios, acrecentando tremendamente las diferencias entre pocos que tienen mucho y muchos que obtienen poco, que es el caso de Latinoamérica, la región más desigual del planeta.
  • 23. 23 Ciertamente hay que partir de la importancia del crecimiento y de la estabilidad económica pero solo como un elemento dentro de un conjunto de características que están a la par, si queremos visualizar para el futuro un verdadero desarrollo. No es posible buscar el crecimiento económico y esperar luego como consecuencia necesaria la distribución de la riqueza; sin embargo, tampoco podemos reducir el desarrollo ni solo al crecimiento ni solo al ingreso per capita, sino que debemos incidir en otros elementos también determinantes de la vida humana como la salud, la educación, la participación ciudadana en instituciones democráticas e incluso la cultura misma. Hay que ofrecer un planteamiento más sugerente sobre el desarrollo y tal vez paradójico cuando se puede formular que este proceso es más bien el efecto de un sistema político democrático con una cultura participativa, y por lo tanto hay que centrar la atención en algunos ingredientes fundamentales de tal sistema. Si el desarrollo no se reduce solamente al crecimiento, muchos podrían pensar que el complemento de la distribución de la riqueza llenaría entonces de manera completa la definición del concepto. Ello es algo muy importante, pero tenemos que avanzar a otra definición que estamos adoptando en este escrito: para la gente, los beneficios del crecimiento son determinados tanto por su calidad como por su cantidad, por aspectos distributivos y productivos. Algunas de las aspiraciones humanas más frecuentes son gozar de una vida larga y saludable, acceder a los conocimientos idóneos para desempeñarse exitosamente y asegurar a su familia condiciones de vida dignas y alentadoras. De la misma forma, el ser humano busca ser libre de elegir entre varias opciones; participar activamente en la vida comunitaria; trasmitir a sus hijos un capital de recursos al menos equivalente al que uno disfruta; desarrollar su personalidad, iniciativa y responsabilidad para ser un actor que determine el curso de su existencia en un entorno de libertad y justicia. “La tarea prioritaria del desarrollo ya no consiste en lograr el máximo o el óptimo crecimiento total sino en satisfacer un conjunto de necesidades básicas... Este conjunto de necesidades incluye bienes y servicios relativos a la nutrición, salud, vivienda, educación y empleo... El modelo de Necesidades Humanas
  • 24. 24 Básicas incorpora dos elementos más en sus recomendaciones: hincapié en la autoconfianza local y nacional, y preferencia por los estilos de solución de problemas que permiten la participación” (Goulet y Kwan, 1989: 37). Nutrición, salud, reproducción, educación, identidad cultural, libertad política, participación social, eficiencia institucional y calidad ambiental son ingredientes importantes de la calidad de vida, que se aprecia por la capacidad de las personas para vivir en la forma que más estiman. Para la realización de estos anhelos es un elemento central, pero no exclusivo, el disponer de un ingreso suficiente y estable. Desde esta perspectiva, el verdadero desarrollo coloca a los ciudadanos, con sus necesidades y expectativas legítimas, en el centro de los esfuerzos de cualquier proyecto nacional. Se podría formular un objetivo universal: promover las capacidades de todos los seres humanos para que tengan la oportunidad de gozar del tipo de vida que más valoran, multipliquen su capacidad y poder dirigir responsablemente su existencia; tenemos, entonces, que ver y considerar otros elementos que tienen que ver sobre todo con la participación política y la cultura. De acuerdo a los postulados de varios documentos de las Naciones Unidas (ONU-PNUD, 2000; ONU-PNUD, 2002), el nuevo concepto de desarrollo humano puede implicar los siguientes elementos, que no están reducidos entonces necesariamente al aspecto económico: - la exigencia básica de equidad, sin discriminación. - la sostenibilidad, como una extensión de la equidad pero aplicada a las próximas generaciones. - la creación de capacidades y de oportunidades para la población, íntimamente ligada a elementos institucionales que la podrían facilitar; por ello, la conquista de un mayor bienestar general está asociada a la construcción de un marco político de instituciones democráticas que alienten la participación ciudadana. Esta visión del desarrollo no se limita a lo económico, sino que se extiende a las esferas social, cultural, política y ambiental. El crecimiento económico sigue siendo un elemento indispensable; hay que completarlo con una efectiva
  • 25. 25 política social para erradicar la pobreza, pero todo ello se tiene que complementarse con la meta superior de un bienestar armónico general, ciertos niveles de participación ciudadana y un aprovechamiento respetuoso de los recursos naturales pensando en las futuras generaciones. Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica anualmente un Informe mundial (Informe sobre Desarrollo Humano) que analiza distintas dimensiones del problema, desde la perspectiva del desarrollo humano. Estos documentos han estado ofreciendo un nuevo marco globalizador muy sugerente que siempre hay que tener en cuenta al hablar sobre los procesos del desarrollo en los diferentes países: el mayor acierto fue haber incorporado otras dimensiones sociales al intentar medir y comparar el desarrollo entre las naciones, principalmente tomando en cuenta los indicadores de esperanza de vida, alfabetización, empleo e ingreso. No son los indicadores más completos que aquí hemos apuntado, pero por lo menos apuntan más allá del puro crecimiento económico. Al entender el desarrollo humano como un proceso de ampliación de oportunidades para todas las personas, se parte del reconocimiento de que es en el marco de las opciones creadas por la sociedad que las personas pueden disfrutar de las oportunidades brindadas y enfrentar los riesgos en mejores condiciones. El concepto de desarrollo humano debería abarcar múltiples dimensiones de la vida de las personas y de los grupos sociales: familiar, social, ambiental, económico y político. Un verdadero desarrollo no puede sacrificar a las personas o a su entorno natural en la búsqueda del crecimiento económico. De no traducirse éste en la satisfacción cada vez más amplia de las necesidades de la gente y en el respeto de su entorno natural, cualquier éxito será de una exigua duración; el aumento del bienestar general y la conservación del potencial ambiental constituyen condiciones estructurales indispensables para sostener el progreso económico. Todo estas implicaciones del nuevo concepto del desarrollo tenemos que analizarlas en un nuevo contexto mundial de finales del siglo XX, el entorno de la globalización. Este es un fenómeno que se nos presenta como una fase
  • 26. 26 nueva del largo proceso de la internacionalización del capital, que –iniciado con el descubrimiento de América y del mundo como un globo- se amplió notablemente durante los siglos XVIII y XIX con el proceso de la revolución industrial. Marx formuló acertadamente que con el modo de producción capitalista, la historia se estaba convirtiendo en historia universal al convertirse precisamente el capitalismo en el único sistema productivo que estaba llegando a dominar mundialmente: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países” (Marx-Engels, 1978: 34). Pero también en ese tiempo, el fenómeno internacional no solamente se daba desde la perspectiva del capital sino que también ofrecía nuevas condiciones para la organización de los trabajadores; un ejemplo de ello fue la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores o la repercusión mundial de la gesta de los llamados Mártires de Chicago para la conmemoración casi universal del día del trabajo el primero de mayo de cada año o el conocimiento universal de la experiencia tan importante y sugerente de la Comuna de París. Diversas fases o períodos se han sucedido dentro del desarrollo del sistema capitalista mundial, a la manera como, por ejemplo, Hilferding hablaba del capital financiero a principios del siglo XX o como Lenin mencionaba al imperialismo como fase superior del capitalismo o también las etapas que hemos conocido como Taylorismo o Fordismo dentro del desarrollo científico- tecnológico en la producción industrial durante varias décadas. En este contexto, el llamado fenómeno de la globalización data de los años 70s, como bien lo señala Manuel Castells (2000), al profundizarse el desarrollo de la electrónica y las comunicaciones en la era de la información y coincide con el auge del llamado modelo neoliberal inspirado tanto en F. Hayek como en la escuela de Milton Friedman. Desde esta perspectiva, nosotros concebimos la globalización no como la simple continuación de la internacionalización del capital sino como una nueva fase que se caracteriza, en lo económico, por el crecimiento acelerado de las empresas multinacionales y por la flexibilización
  • 27. 27 productiva y comercial y, en lo político, por la crisis del estado del bienestar y propuestas para el adelgazamiento del aparato estatal. Su punto de partida fueron las crisis económicas mundiales que se expresaron claramente en aquel fenómeno de la `estacflación´ (inflación y recesión simultáneas) que llegó a explotar en los años de 1972 y 74. Ignacio Ramonet afirma que “el fenómeno de la multinacionalización de la economía se ha desarrollado de manera espectacular. En los años 70, el número de multinacionales no pasaba de algunas centenas; en adelante llegó a 40,000... Y si consideramos las cifras globales de las 200 principales empresas del planeta, su elevación representa más de un cuarto de la actividad económica mundial; sin embargo, estas 200 empresas no emplean más que 18.8 millones de asalariados, menos del .75% de la mano de obra en el planeta... Las cifras de la General Motors son más grandes que el Producto Nacional Bruto de Dinamarca; las cifras de la Ford son más importantes que el PNB de Africa del Sur; las de Toyota sobrepasan el PNB de Noruega. Y este es el dominio de la economía real, la que produce e intercambia bienes y servicios concretos” (Monde Diplomatique, 1997). Ante este fenómeno, los estados nacionales han disminuido notablemente su poder de influencia, porque la globalización está matando los mercados nacionales. Estamos presenciando el desarrollo de una nueva fase del capitalismo con menos bases nacionales y con más características trasnacionales y metaterritoriales. Si bien, con esto, tenemos elementos para concebir la globalización como otro intento de maximización de las tasas de ganancia de los controladores de los medios de producción, manifestados sobre todo en las empresas y corporaciones multinacionales, también existen suficientes elementos para concebir este fenómeno como una oportunidad para un desarrollo más equilibrado para los países antes llamados tercermundistas. Tenemos también el ejemplo del subcomandante Marcos en México, quien no cesa de satanizar al neoliberalismo concibiéndolo como el nuevo sistema mundial de los mercados financieros de los países industrializados que quieren dominar con sus preceptos todos los rincones del planeta, pero él mismo ha estado utilizando las ventajas de la comunicación global a través de los medios
  • 28. 28 electrónicos en función de su propio movimiento. Por ello, hay que tratar de enfrentar el fenómeno, no sólo caracterizando sus nefastas consecuencias sino también con propuestas en la perspectiva de mejores aspiraciones sociales. Sin embargo, ¿es posible concebir el proceso de globalización también como una coyuntura de oportunidades que permita también el planteamiento de otro modelo de desarrollo y, por tanto, con posibilidades para una mejor sociedad humana? Esto es ciertamente posible pero se necesitan iniciativas tanto desde la perspectiva gubernamental como desde la participación de los ciudadanos: la educación, conciencia crítica y cultura participativa de estos últimos será determinante para el éxito de esta perspectiva. Esta nueva fase del modo de producción capitalista es un proceso que tiene rasgos irreversibles para el desarrollo de la humanidad, que podrían ser aprovechados también en estrategias diferentes al dogma del libre mercado neoliberal. Una cosa, por ejemplo, parece quedar clara aun para la extensa variedad de ideologías de izquierda: los modelos de economías cerradas y centradas sólo en la nación no tienen perspectiva en las nuevas condiciones, de tal manera que una estrategia de supervivencia centrada en resucitar el modelo cerrado del Estado-nación con sus estructuras simbólicas, legales y políticas ya resulta inviable (Touraine, 1997); el mundo marcha necesariamente a una mayor interdependencia e integración, y dentro de ese proceso es donde surge la necesidad de formular mejores estrategias de desarrollo; las estrategias de la flexibilización y la modificación estructural de la forma de Estado-nación se han convertido en una necesidad dentro de la nueva etapa que vive la humanidad (Medina, 1998: 23-45). De hecho, podemos diferenciar dos vertientes en la inevitable globalización: una, las oportunidades que presenta; otra las terribles consecuencias que está trayendo sobre las economías de los países llamados subdesarrollados. Queriendo distinguir una y otra vertiente, Emilio Maspero, secretario general de la Confederación Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), quería diferenciarlas en dos conceptos distintos: el primero lo concibe como mundialización, y al segundo como globalización. ”El término mundialización se
  • 29. 29 elaboró en los países latinos inicialmente con un significado más bien geográfico; mientras que el término globalización se creó en los países anglosajones con una carga ideológica disfrazada. La mundialización es la aldea planetaria provocada por el acercamiento de los hombres y de los lugares a causa de la abolición de las diferencias y por la información generalizada. Es la fase superior de la internacionalización de la vida humana, económica, social, política, cultural y de la interdependencia entre los países y los continentes. La globalización que ahora rige el proceso de mundialización es un fenómeno de índole ideológica, que se inspira en determinadas ideas y políticas y se mueve por determinados actores e intereses geoeconómicos y políticos y apunta a imponer un nuevo orden al proceso de la mundialización” (Maspero en AUNA, 15-III-1999). Explicitando más esta diferencia, añade que ”el fenómeno de la mundialización es inevitable y bien orientado puede llevar a crear un nuevo orden mundial más libre, democrático, más humano, más justo y solidario en el marco extraordinario de la efectiva unidad de la familia humana... La globalización actual es el resultado de ideas predominantes, de actores claves, de poderosos intereses geoeconómicos y geopolíticos, de decisiones políticas y económicas tomadas en los actuales centros de poder mundial y en las grandes instituciones financieras y comerciales” (Maspero, Idem). En otras palabras, se podría decir que la globalización es la forma salvaje del capitalismo, que intenta llevar la mundialización sólo en beneficio de las corporaciones multinacionales. También podríamos definir la globalización como una mundialización practicada desde las reglas del modelo neoliberal. Cada vez se hace necesario distinguir estas vertientes como lo hace también Samir Amin al hablar, por un lado, de una ”mundialización desenfrenada” que está hegemonizada por la ideología neoliberal extrema sobre todo en la última década del siglo XX y, por otro lado, al poner su esperanza en que tal característica sólo sea “un paréntesis en la historia” debido a que el sistema podría no ser autodestructivo debido a que la razón humana puede tener mayor peso que la sola economía de mercado (Amir, 1996). Sin embargo, aunque esta diferencia entre conceptos es esclarecedora, no siempre se logra un entendimiento universal. Diversos académicos en el
  • 30. 30 mundo, por ejemplo, utilizan el concepto de mundialización de manera equivalente para ejemplificar precisamente todo lo peyorativo de la globalización; Ignace Ramonet menciona los regímenes globalitarios recordando a los regímenes totalitarios y señala que ”estos fenómenos de la mundialización de la economía y de concentración de capital, tanto en el Sur como en el Norte, quiebran la cohesión social; empeoran en todas partes las inequidades económicas que se acentúan en la medida en que aumenta la supremacía de los mercados” (Monde Diplomatique, 1997). Pero en Europa misma se discute si la mundialización es inevitable6 y diversas posiciones plantean el intento de poner la economía mundial al servicio de la sociedad. Optamos aquí por las tesis de Emilio Maspero (AUNA, 15 marzo 1999) al distinguir globalización y mundialización. “El neoliberalismo que está en la base doctrinal de esta globalización, ha demostrado con creces que tiene una dinámica perversa, ya que su aplicación práctica inevitablemente concentra y excluye, generando una especie de darwinismo social implacable y que ahora impacta a toda la humanidad. Una muestra de la hiperconcentración de la riqueza y de las finanzas la hizo el informe del PNUD... (de la ONU, del año 1997), cuando demostró que unos 358 individuos disponen de más recursos que casi la mitad de la población del mundo” (Maspero, AUNA, 15-III-1999:3). Ese informe del PNUD ofrece datos muy asombrosos sobre esta situación. Además, la superconcentración de la riqueza7 es fácil de constatar con cifras proporcionadas por los mismos países desarrollados, como lo cita la revista Forbes, de Junio de 1999: para el caso de México, los 7 hombres más ricos del país poseen una fortuna valuada en 20,400 millones de dólares, cantidad que 6 Simplemente habría que consultar todo el dossier que ha publicado Le Monde Diplomatique, en Junio de 1997 con el título La mondialisation est-elle inevitable? La discusión se enfoca a las tesis liberales que promociona el Financial Times y el semanario The Economist en relación a la doctrina de la economía de mercado y el libre cambio, mientras que Le Monde se enfoca a una Europa de políticas comunes criticando la zona de libre cambio como un simple segmento del mercado mundial y considerando que la economía debe ser puesta al servicio de la sociedad y no a la inversa (http://www.monde-diplomatique.fr/1997/06/A/8772.html). 7 “Según el Informe del Desarrollo Humano correspondiente a 1997 que elabora el PNUD de la ONU, entre 1989 y 1996, el número de individuos con un patrimonio superior a los mil millones de dólares, aumentó de 157 a 447. La riqueza neta de las 10 personas más opulentas del mundo es, como promedio, de 133,000 millones de dólares: 1.5 veces superior que el ingreso nacional conjunto de todos los países definidos por la ONU como `menos adelantados´” (Suárez, en AUNA, Análisis Coyuntura, 1999:41).
  • 31. 31 es similar al ingreso anual percibido por todos los mexicanos, que de acuerdo con la Encuesta Ingreso‑Gasto elaborada por el INEGI, suma 22 mil 600 millones de dólares al año; en el nivel mundial sobresale el estadunidense Bill Gates, creador del software Microsoft, con una fortuna valuada en 90 mil millones de dólares, una suma que casi duplicó la que tenía en 1998, que fue de 50 mil millones de dólares. Esta concentración de la riqueza tiene que ver directamente con el crecimiento de la pobreza. Otro ejemplo en Latinoamérica lo podremos encontrar en Argentina en los períodos de Carlos Menem, que fue una muestra de los efectos del capitalismo neoliberal, si nos atenemos al testimonio de la Central Trabajadores Argentinos (CTA): decía Víctor de Gennaro, el secretario general al hacer un balance de la última década, en una entrevista que le hizo el coordinador del SIENA, Carlos Suárez: “fueron diez años nefastos para el país, con la aplicación sistemática del modelo económico, político, social, cultural del sálvese quien pueda, que deja un retroceso muy alto en la calidad de vida de nuestra gente, para todo el país y, en especial, para los trabajadores. La desestructuración de la economía convirtió a nuestro país en productor de alimentos primarios, sin valor agregado. La entrega y el desguace de las empresas estatales y la imposición de una ideología cada vez más dependiente de los centros ideológicos y políticos del poder llevó a nuestro país a un retroceso grandísimo. Por lo tanto, ha sido un fracaso para la mayoría. No para los vivos que han concentrado riquezas y que hoy, a pesar de estas dificultades masivas, se han enriquecido a costa de la miseria y el crecimiento de la pobreza y la desocupación en la Argentina. Cien chicos por día, menores de 5 años, se mueren por causas evitables: el hambre. Que pase eso en la Argentina, que es exportadora de alimentos, creo que es el más claro ejemplo de la perversidad de este sistema. Y la clase trabajadora sufrió un retroceso altísimo en la participación en el ingreso nacional, en la persecución y desestructuración de la familia. La desocupación es un instrumento que atemoriza, se utiliza como terror en un sistema que permite que haya dos millones de desocupados, siete millones y medio de trabajadores precarios, sojuzgados, sin seguridad social, con jubilaciones miserables y donde aquel que tiene trabajo está siempre con la posibilidad de perderlo. El terror a la desocupación ha sido instrumentado. Si
  • 32. 32 uno ve esta década desde la perspectiva de la calidad de vida de nuestra gente, ha sido un tremendo retroceso” (SIENA, No.13, 6 julio 1999). Si queremos explicitar aún más el fenómeno de la globalización, tenemos que acudir a los principios que la rigen que son los siguientes: poner en función de la ganancia de las multinacionales todos los adelantos científicos y tecnológicos; llevar la competencia al extremo entre empresas desiguales; la tendencia a la liberación total de los mercados; dejar la orientación de la economía a la mano invisible del mercado; privatizar la economía y flexibilización de las regulaciones estatales para favorecer la inversión privada. El modelo no se encuentra sólo en principios sino también en proyectos específicos como la Organización Mundial del Comercio (OMC) que en 1994 supuso una gran victoria para las multinacionales, las cuales, a partir del Grupo de los 7 (G-7), han querido desde 1997 impulsar el llamado Acuerdo Multilateral de Inversión (AMI)8, que supone precisamente el proyecto más reciente para impulsar la economía global eliminando en todo el mundo las barreras a la inversión financiera. “En la conferencia de mayo de 1995, los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) decidieron iniciar las negociaciones sobre el AMI,... Las negociaciones oficiales se iniciaron en septiembre de 1995 y poco después comenzó el proceso de atraer a estados no miembros de la OCDE... El AMI ha sido engendrado en la OCDE, una organización intergubernamental compuesta por 29 de las naciones industrializadas más ricas del mundo, con sede en París, pero está pensado tanto para ellas como para los países del Tercer mundo” (AUNA, 3 mayo 1999). La misma Unión Europea, cediendo a las presiones de Washington, ha estado avanzando en la ratificación de las cláusulas del AMI, que pretenden la supremacía de las inversiones de los organismos financieros internacionales para quebrar las regulaciones y 8 Decía el Dr. Silvio Baró: “Si vemos el AMI sencillamente como un acuerdo de inversiones, no se entiende nada. Pero si se lee la letra del AMI y se comprende que él supone equiparar las empresas trasnacionales a los gobiernos, subordinar los gobiernos a los dictados de las empresas e incluso desmantelar las políticas nacionales de todo tipo -ambientales, sociales, económicas- a lo que quisieran las empresas, sencillamente, ahí tenemos el máximo elemento de desbrozamiento de terreno al que aspira el gran capital trasnacional” (AUNA, Análisis coyuntura, 1999:34).
  • 33. 33 obstáculos nacionales. ¿Qué hacer con los problemas sociales generados por este modelo? De hecho, en la Cumbre social realizada en Copenhague, del 6 al 12 de marzo de 1995, con la participación de 185 países, organizada por la ONU, la tesis expresada por el vicepresidente de los Estados Unidos fue muy clara para reafirmar el modelo neoliberal en su intento de enfrentar a nivel mundial el problema de los 1,300 millones de pobres que la misma ONU admite que existen en el planeta: su propuesta fue “la liberalización comercial y la apertura de mercados como camino sine qua non para superar la pobreza”, como si el crecimiento de la riqueza de empresarios y comerciantes fuera a traer de manera automática el mejoramiento del nivel de vida a la población en general. La respuesta a los problemas sociales parece que de nuevo se le deja a la mano invisible del mercado, mientras que se sigue consolidando el núcleo de la tripolaridad geoeconómica mundial, que se reparte el 71.9% del producto grupo global del planeta: La Unión Europea (29.3%), Estados Unidos (25.2%) y el Japón (17.4%), según datos del Financial Times (2-IX-1998). En el caso de los países latinoamericanos, estamos viviendo, además, una profunda crisis económica, política y de valores, de dimensiones tal vez nunca antes vista en la época contemporánea. De esta crisis no está emergiendo un esquema nuevo, liberador de la opresión colonial. Al revés, se está afianzando ese modelo neoliberal que está reforzando la dependencia acentuando las diferencias socioeconómicas entre los diversos grupos de la población. A los antiguos problemas no resueltos de la inequitativa distribución del poder, la riqueza y los ingresos, se vienen a sumar ahora los embates de la doctrina neoliberal contra el Estado, el peso de una deuda externa que resulta intolerable, la disolución de culturas autóctonas y la inserción forzada de nuestras sociedades en el proceso homogenizador del capital y la cultura trasnacionales, así como la polarización creciente al interior de las naciones latinoamericanas. La inserción de América Latina en el sistema mundial se ha ido produciendo, pero en términos que no han sido los más convenientes para los pueblos de
  • 34. 34 esas naciones. Por el contrario, los términos de la inserción han sido dictados por los propios países industriales, por los grandes consorcios financieros, industriales y comerciales del mundo industrializado en detrimento de las economías de los países atrasados. Simplemente en el caso de México, por un lado, se desmoronó la economía nacional en diciembre de 1994, debido al capital especulativo que huyó del país al terrible déficit en la balanza comercial, y por otro lado, se ha seguido acentuando la polarización creciente al interior de los grupos sociales de las naciones latinoamericanas. En México, en ese mismo año de 1994, por ejemplo, “El número de mexicanos supermillonarios - 24 empresarios...- refleja un crecimiento geométrico si se considera que en 1991 figuraron únicamente dos, al año siguiente esa cifra se elevó a 7 y en 1993 llegó a 13, lo que significa que en 1994 otros 11 acumularon una riqueza que, en moneda nacional, equivale a por lo menos 3 mil 390 millones de nuevos pesos per cápita, al tipo de cambio de ese momento. México produjo el mayor número de ciudadanos inmensamente ricos en América Latina durante los últimos 4 años de la administración salinista y ocupa el cuarto sitio entre los países con más multimillonarios, después de Estados Unidos, Alemania y Japón” (Monroy M., 1995:27). Este proceso se siguió profundizando en años posteriores y por ello encontramos en 1999 que la ya citada revista Forbes (en su número del mes de junio) nos presenta de nuevo a los supermillonarios latinoamericanos encabezados por el mexicano Carlos Slim, de Teléfonos de México, elevando su fortuna a los 8 mil millones de dólares, mientras que el presidente Ernesto Zedillo reconocía que a fin del siglo ya existían 26 millones de mexicanos en la extrema pobreza. Para el año 2010, Carlos Slim se había consolidado como el hombre más rico de todo el planeta: según la misma revista Forbes, su fortuna ascendía a 53.5 billones de dólares9. Las consecuencias de este modelo neoliberal las estamos experimentando con claridad. La población latinoamericana contenía en 1993 un 32% de hombres y mujeres en la pobreza, según el SELA. De esa población, un 10% se encuentra en desempleo abierto y cerca de un 50% de la población económicamente 9 Con base en la misma fuente del 2010, detrás de Carlos Slim, estaban otros mexicanos como Ricardo Salinas Pliego con 10.1 billones de dólares, Germán Larrea Mota Velasco y familia con 9.7 billones, Alberto Balleres y familia con 8.3 billones, Jerónimo Arango y familia con 4 billones, etc.
  • 35. 35 activa se encuentra en el subempleo. La situación está muy lejos de resolverse bajo la perspectiva de este modelo, aunque existen logros relativos bajo el compromiso de la Declaración del Milenio de abatir la pobreza al 50% en el 2015. Simplemente los 196 millones de latinoamericanos que viven en la pobreza (con ingresos inferiores a los 60 dólares mensuales, de entre los cuales hay 94 millones en situación de extrema pobreza) y el peso ingente de una deuda externa de alrededor de 530 mil millones de dólares no han encontrado opciones de salida en este modelo; al contrario, en las dos últimas décadas tanto la pobreza de los habitantes como la deuda externa se han incrementado de manera notable, paralelamente al crecimiento de las fortunas de un puñado de millonarios. “Los costos sociales del neoliberalismo representan el talón de Aquiles de una política generadora de enormes desequilibrios y de un desaliento que en cualquier momento puede transformarse en una protesta masiva expresada en una gran diversidad de formas” (Monroy M., 1995: 13). Para el 2008, según la CEPAL, el 33.2% de los latinoamericanos vivían en pobreza (definido como no tener suficientes ingresos para satisfacer sus necesidades básicas), de los cuales el 12.9% se encontraba en situaciones de extrema pobreza; ello quiere decir que uno de cada tres latinoamericanos era pobre, y uno de cada ocho vivía en extrema pobreza (definido como no ser capaz de cubrir sus necesidades nutricionales básicas, aún si gastaran todo su dinero en alimentos) (CEPAL, 2008). Y junto a esto, seríamos la región más desigual del mundo.   Otro ejemplo de los efectos aterradores de la globalización neoliberal es la desatención práctica de la educación pública10 como responsabilidad 10 En la UNAM, en un acto, en el Auditorio del Instituto de Astronomía, de la Federación de Colegios del Personal Académico (FCPA), el 6 de julio de 1999, los invitados especiales Manuel Peimbert -investigador y premio nacional- y Elena Beristáin -académica emérita y miembro del Colegio de Profesores de la Facultad de Filosofía y Letras- coincidieron en estos señalamientos: “hay grandes desigualdades de México en materia educativa en relación a los países miembros de la OCDE, quienes brindan educación media superior al 100% de sus jóvenes y 50% en el nivel de licenciatura; sin embargo, en México sólo se atiende a 17 de cada 100 personas -de entre 20 y 24 años de edad- en las universidades del país, además que el número de científicos, en relación con la población, es de uno por cada 10 mil habitantes, mientras que en Estados Unidos y otros países industrializados la proporción llega a ser de entre 20-40 investigadores por cada 10 mil; de hecho, las políticas del FMI hacia los países latinoamericanos plantean convertir a las instituciones educativas en Αsimples maquiladoras” (Periódico La Jornada. 7 julio 1999).
  • 36. 36 tradicional del Estado en Latinoamérica; dentro de los programas tradicionales de ajuste se encuentra el recorte del presupuesto dedicado a la educación en sus diferentes niveles, que parece no entrar en las prioridades de este modelo debido a su atención fundamental a la liberación comercial; se han olvidado de aquellas palabras de Aristóteles en el siglo IV a.c.: “dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto” (Aristóteles, 1993: 143). Lo contradictorio resalta en las políticas prácticas de los organismos financieros internacionales: mientras que el presupuesto educativo en los países industrializados sigue los parámetros de desarrollo sañalados por la ONU, en los países subdesarrollados, la diferencia es abrumadora porque se obliga a los gobiernos a enfocar sus prioridades a otras áreas, desamparando la educación, la salud y otros servicios públicos. Ante el pesado avance de la globalización, ¿es posible pensar en la mundialización como alternativa de desarrollo? ¿Cuáles son las posibilidades11 que nos ofrece para no pensar en un nuevo destino manifiesto de una América Latina subordinada totalmente a los bloques monetarios? Muchos gobiernos de América Latina están descartando en la práctica, al acercarse el comienzo del siglo XXI, el ideal bolivariano de la integración horizontal de una gran patria con desarrollo interno equilibrado para desembocar en una situación de subordinación hacia los Estados Unidos. Varios gobiernos avanzan en sus proyectos reales hacia otro tipo de integración que se representa en el modelo de la Alianza para el Libre Comercio de Las Américas (ALCA) a través de los acuerdos del Tratado de Libre Comercio (TLC) y de las dos primeras cumbres de Las Américas (Miami en 1994 y Santiago de Chile en 1998). El ALCA representa el marco específico de la globalización latinoamericana y el camino señalado para su asimilación (no integración) a la dinámica del bloque monetario norteamericano. Pero 11 En las previsiones de los grandes centros industrializados, el destino de América Latina ya está sellado: “todo parece indicar, de acuerdo a las tendencias del mercado libre y espontáneo, que Latinoamérica (incluido el Caribe), que representa el 6.1% del producto bruto planetario, o sea, menos que el producto bruto interno de Alemania sola, será asimilada por una de las hegemonías de la tripolaridad geoeconómica, al menos que suceda algo impensable” (AUNA,10 mayo 1999).
  • 37. 37 precisamente a través de proyectos como el TLC se han encontrado nuevas oportunidades; si bien es cierto que la globalización tiende a deprimir más las condiciones laborales de los asalariados, también es cierto que se han creado nuevas situaciones de convergencia12 entre organizaciones laborales, con alianzas explícitas entre sindicatos de diversos países: “el nuevo internacionalismo sindical estará comprometido con prever el comportamiento del capital multinacional y anticiparse a sus decisiones, participando en ellas con propuestas y opciones a través de la negociación `globalizada´” (Hernández J., y López, 1993: 129). Después de la terrible etapa de las dictaduras militares latinoamericanas por varias décadas (alrededor de dos décadas de ilegalidad, represión, tortura y contínua violación de los derechos fundamentales del ser humano en numerosos países del continente), desde los años 80s existe una transición hacia gobiernos civiles electos en procesos electorales. Haber pasado de los regímenes militares de la década del 70 y del 80 -con sus graves características de guerra contrainsurgente, represión, asesinados y desparecidos políticos- a los gobiernos civiles ha sido una enorme conquista. En este contexto, podemos reconocer que los países de América Latina han logrado ciertos avances significativos aunque carecen todavía de perspectivas hacia el futuro, en las actuales condiciones socioeconómicas del modelo imperante. Los avances se pueden ejemplificar a través de determinados consensos, que están logrando más adhesiones, aun entre aquellos grupos que se les oponían abiertamente. Estos avances pueden ser los siguientes: la necesidad de procesos electorales creíbles y el consenso por la democracia, el diálogo y la negociación para resolver los conflictos, la creciente participación de la sociedad civil, la defensa de los derechos humanos y las tendencias a converger en procesos de integración aprovechando las posibilidades que 12 Un ejemplo de esta convergencia fue la alianza suscrita en febrero de 1992 entre los Communications Workers of America, de los Estados Unidos, los Communications Workers of Canadá, y el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM), con propuestas de intercambio de información, experiencia y apoyo en el campo de las telecomunicaciones.
  • 38. 38 ofrece la informática y la internacionalización de los procesos productivos. Y estos avances se insertan necesariamente en el proceso de mundialización como un proceso irreversible y necesario, porque actualmente ya no es posible concebir economías nacionales aisladas sino interdependientes y coordinadas, con reglas de convivencia más comunes. Retomamos de nuevo las ideas de Emilio Maspero cuando, en el marco necesario de la mundialización, habla de la necesidad de “realizar un proyecto propio los latinoamericanos y caribeños que genere una arrolladora dinámica centrípeta... Y esta respuesta y propuesta ya está en marcha y es una realidad. Ya tiene un nombre y un emblema: es la comunidad latinoamericana y caribeña de las naciones. Es el sueño de Bolívar que se hace realidad en la patria Grande latinoamericana” (Maspero, en AUNA, 15-III-1999). Al querer profundizar en esta propuesta, encontramos por parte de América Latina no un rechazo a la mundialización sino una manera propia de enfrentarla a través de los procesos de integración. No se trataba entonces simplemente de subirse a la Alianza para el Libre Comercio de las Américas (ALCA), la cual, según los documentos de la II Cumbre de las Américas en Santiago de Chile en marzo de 1998, tendría una primera concreción en el año 2005; hay que buscar un proyecto de integración con características latinoamericanas, no subordinado al destino manifiesto del Norte. Mientras que el ALCA representa la globalización, “el otro proyecto es de índole y alcances comunitarios; su raíz está en el sueño de Bolívar y de los principales paladines de la independencia política del siglo pasado. Es el proyecto de la segunda independencia de América Latina y del Caribe que completa, profundiza y culmina la independencia política como una nueva forma de independencia nacional, social y cultural no cerrada sobre la geografía de la región sino abierta a todo el mundo. Es la mejor respuesta y propuesta para una inserción activa, creativa con nuestra propia identidad y determinante dentro de un inevitable proceso de interdependencia mundializante” (Maspero, en AUNA, 1999). El camino para una integración equilibrada en América Latina, para algunos puede no parecer nada claro en sus características específicas al finalizar el
  • 39. 39 siglo XX, pero es una gran falsedad el afirmar que no hay alternativa más allá de los severos programas de ajuste que hemos sufrido en todos los países en las dos últimas décadas del siglo XX: privatizaciones, recorte de presupuesto del gobierno en gasto social, desaparición drástica de los subsidios en productos que ahora se cobran caro a la población de manera directa, control de los salarios para que nunca se eleven al nivel de la inflación, apertura comercial indiscriminada en detrimento de empresas que producen para el mercado interno, mayor endeudamiento como único camino para conseguir liquidez, desempleo y subempleo como consecuencia de los ajustes, etc. Ciertamente estamos dominados actualmente por el modelo neoliberal de la globalización, puesto que se ha sacralizado al libre mercado y se ha dejado a la Mano Invisible de Adam Smith como la única encargada de resolver los problemas sociales. Sin embargo, existen respuestas y propuestas aunque para los nuevos movimientos sociales sea más difícil la definición de un adversario debido a que el poder opresor se diluye en redes financieras, tecnológicas y de información muy amplias. El nuevo modelo al que puede aspirar Latinoamérica no está completamente delineado pero sus elementos constitutivos pueden esbozarse en diversos elementos: democracia representativa real en un sistema competitivo de partidos; vigilancia de la sociedad civil sobre los gobiernos electos para que la corrupción y la violación de los derechos humanos no quede impune; reglas mínimas que controlen el flujo del capital especulativo; apoyo real a la industria nacional enfocada al mercado interno; indexación de los salarios a los ritmos de la inflación para garantizar el poder de compra de la población y alentar más el mercado interno; renegociación de la deuda externa; mayor cooperación cultural entre los países, y mantenimiento del Estado como rector de la economía pero con sus contrapesos reales en los otros poderes legislativo y judicial. Todo ello se debe englobar en el marco de un proceso ya en marcha de integración latinoamericana. Existen propuestas diferentes a los programas severos de ajuste que se han estado imponiendo; el modelo neoliberal sólo mira hacia el Norte y sólo produce una mayor concentración de riqueza en unos pocos, agrandando la
  • 40. 40 brecha con las grandes mayorías de la población, las cuales se encuentran sumidas en la pobreza. Lo que falta es una mayor participación de la sociedad civil y posturas más firmes de los gobiernos nacionales para enfrentar la globalización salvaje de los centros financieros internacionales e insertarnos con una identidad propia latinoamericana en el irreversible proceso de mundialización. ¿No es factible concebir, por ejemplo, las enormes perspectivas del flujo de la informática y las posibilidades de la educación en el proceso de mundialización? El desarrollo de la humanidad ha llevado en el siglo XX a una real internacionalización de las economías. La informática contemporánea, sobre todo a través de la radio y de la televisión, nos hace presentes, en minutos, lo que ha acontecido en el otro lado del planeta. Un país industrializado puede conocer el modo de vida de un país subdesarrollado y vicebersa, lo mismo que cualquier región del planeta con respecto de la otra. Con ello, a pesar de nuestras fronteras regionales y nacionales, se está creando una conciencia de solidaridad universal y en especial con aquellos países que históricamente han mantenido cierta hermandad a través de lazos culturales o relaciones económicas y políticas. El internet, por ejemplo, también ha servido como medio fundamental de comunicación para consolidar y hacer crecer a los movimientos altermundistas. La mundialización ha propiciado también un nuevo tipo de cooperación cultural y educativa que nos puede ayudar a vivir mejor juntos en este planeta. Decía, por ejemplo, el periodista español Fernando Vicario Leal, que “a finales de los años setenta... el proceso de transformación se inició en el mundo académico. Las universidades se incorporaron a los circuitos de cooperación y los planes de becas e intercambios estudiantiles abrieron paso a una mayor amplitud de criterios en el sector cultural. Se buscó organizar sistemáticamente programas de investigación, ampliar intercambios docentes, fortalecer hábitos de trabajo interdisciplinarios, un crecimiento tecnológico compartido, etc. Se fue creando en definitiva una `cultura´ del entendimiento y conocimiento conjunto como base para una cooperación más sólida, estable y que realmente ayudara a un desarrollo sostenible” (AUNA, 25 enero 1999). Este marco de cooperación ha
  • 41. 41 sido profundizado de manera notable por las diversas cumbres Iberoamericanas realizadas año con año desde 1991, partiendo de una identidad común que representa “la síntesis cultural más grande de la humanidad”13 y que avanza para convertirse en una verdadera comunidad de naciones frente al resto del mundo. Aunque Iberoamérica es un concepto de integración muy reciente guarda enormes puntos de convergencia con el proyecto latinoamericano, y ambos difieren en su estrategia respecto del ALCA hegemonizada por Washington. La mundialización de las últimas décadas, que se ha expresado en determinadas formas de apertura comercial entre diversos países, no ha hecho más que acelerar ese proceso de internacionalización cultural y económico que viene sobre todo en las últimas décadas del siglo XX con las tecnologías del satélite y del internet. La integración en esta perspectiva puede ser el futuro de Latinoamérica en el siglo XXI: una identidad cultural abierta al mundo con un proyecto propio de producción, desarrollo y mejor distribución de la riqueza social. Para ello, los latinoamericanos tenemos que convertirnos en sujetos y actores14 dentro del proceso de mundialización: “sólo podremos vivir juntos con nuestras diferencias, si mutuamente nos reconocemos como sujetos” (Touraine, 1997). Volvemos a insistir en la tesis de Gramsci: “el pesimismo representa el peligro más grave en estos momentos” (Gramsci, 1973: 14); él experimentaba, por un lado, el ascenso del fascismo en italia y, por otro lado, la división de los movimientos socialistas y comunistas; algo similar podríamos decir a finales del siglo con el avance de la globalización neoliberal, su peso oneroso sobre los 13 La frase corresponde al presidente de Guatemala en 1993, en la realización en la ciudad de Antigua Guatemala, el 26-29 de abril de 1993, en el marco de la reunión `Cumbre del pensamiento: visión iberoamericana 2000´, que resaltaron la importancia de la cultura en la construcción de la nueva comunidad iberoamericana. La extensión del concepto de Latinoamérica a Iberoamérica está expresada en un magnífico trabajo del Dr. Tomás Calvo Buezas en su libro: La patria común iberoamericana. Amores y desamores entre hermanos. Este libro tiene como sustento un extenso trabajo de varios años a partir de un cuestionario aplicado a 43,816 escolares de 21 países iberoamericanos. 14 La idea de la conversión en sujeto y actor social está ampliamente desarrollada por Alain Touraine en uno de sus libros anteriores: Crítica de la modernidad. Temas de Hoy. España, 1994.
  • 42. 42 países subdesarrollados y grandes sectores de la población y la falta de perspectiva que ocurre en numerosos grupos sociales. Pero al mismo tiempo el autor también señalaba que “el único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente” (Gramsci, 1988: 355). Al igual que Samir Amín, creemos que el proyecto globalizador es un “paréntesis en la historia”; no tiene futuro a largo plazo aunque tiene todavía mucho presente. La razón fundamental es que esta “alternativa dominante, la alternativa neoliberal, -en todas sus versiones- ha generado en menos de 10 años una realidad que lejos de resolver los problemas del proyecto humanista, conforme corre el reloj, muestra que estos problemas se acentúan, que se extienden, que se agudizan. El más serio, el más grave de ellos, con implicaciones muy grandes para el futuro de la humanidad y para la sobrevivencia del hombre es el de la miseria, es el de la pobreza y la extrema pobreza, que está creciendo de manera tremenda, afectando todos los proyectos humanistas y liberales que vienen desde la Revolución Francesa y desde la Revolución de independencia de los Estados Unidos, y mostrando de nuevo que tras ellos se encierra y se mueve la realidad invencible de la explotación más irracional y cruel de hombres, pueblos y riquezas naturales, incluso del agua que bebemos y del aire que respiramos, de mares, bosques, mantos acuíferos, y reservas de energéticos” (González Casanova, 1992). Hay que sumergirnos, entonces, en el mar de oportunidades que brinda actualmente la mundialización, especialmente a partir del proyecto de la comunidad latinoamericana de naciones, que puede recuperar el sueño de Bolívar en las nuevas circunstancias de finales del siglo XX. El proyecto de integración -construir las partes de un todo- no será por la vía de una subordinación panamericana en el ALCA sino por el camino de una cooperación cultural, política y económica entre naciones diferentes con una identidad común. Las posibilidades de la integración15 expresados en las 15 Los tres conceptos (Panamérica, Iberoamérica y Latinoamérica) representan diversas vías
  • 43. 43 Cumbres de las Américas, en las Cumbres Iberoamericanas y en las aspiraciones de una América Latina unificada –como lo analizaremos más adelante- son variadas, pero se puede delinear desde ahora la opción que habría que tomar. La Identidad regional El sueño de Bolívar de construir la gran patria americana influyó en gran manera en la creación de una identidad diferente para la región que hoy conocemos como América Latina. En el período de la colonia éramos una propiedad de España, pero, en el siglo XIX, comenzó el surgimiento de naciones autónomas, al proclamar Haití su independencia en 1804, Paraguay en 1813, Argentina en 1816, Colombia y Chile en 1818, México en 1821, etc. La conciencia de esa identidad regional había empezado a aflorar ideológicamente desde el siglo XVIII con el pensamiento de Francisco Javier Alegre (1729-1788) y de Javier Clavigero (1731-1787), pero fueron otros pensadores, escritores o educadores comprometidos con la naciente independencia en el siglo XIX quienes fortalecieron filosóficamente el sentido de alteridad frente al Occidente. Ellos fueron, por ejemplo, Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Simón Rodríguez (1771‑1854), José Martí (1853‑1895),... Con ellos, surgieron, con vigor, focos colectivos de pensamiento que reclamaron no sólo la identidad de un Nosotros sino que abrieron la prospectiva de la lucha de liberación por un futuro con mayor justicia social en donde, como dijera después Leopoldo Zea, en 1952, había que concebir "la filosofía como un compromiso". Y él mismo especificaba: "la filosofía es latinoamericana en cuanto es de origen latinoamericano y responde a necesidades del continente" (Zea, en Rodríguez L. y Cerutti H., 1989: 206). Alberdi, soñando como Bolívar en la gran patria continental, empezó a reclamar por primera vez en el siglo XIX, el derecho de construir una filosofía americana. para la integración, que pueden llegar a diferentes resultados debido a la concepción subyacente en cada uno.