1. Placer.
Esa cosa se introdujo en mí otra vez.
Lo hacía con suavidad, pero luego penetraba en mí como si quisiera llegar hasta el lugar
más profundo, como si quisiera unirse a mí en un ritual perverso y poco pulcro.
Yo no podía gritar ¡Oh, claro que no! Ni siquiera podía mirarlo fijamente sin caer en una
desdicha y desesperación dignas del mayor drama; me sentía usurpado, me sentía sucio, roto
y mil veces maldito.
Durante un momento se detuvo. Para mí fue un siglo entero; agradecí a todos los dioses
por aquello, por aquellos segundos de paz, segundos en los que pude volver a sentirme
normal, como lo había sido siempre hasta ese día. En el fondo de mi corazón quería volver a
serlo, quería volver a mis hábitos antiguos.
Pero un deseo se apoderó de mí, atraído por esas suaves manos que me tomaron por las
piernas. Me giró bruscamente y volvió a la carga.
Esta vez fue diferente. Esta vez me gustó. Creo que sentir aquella cosa dentro y fuera de
mí cambió por completo lo que pensaba, cambió mi percepción de lo bueno y lo malo,
cambió mi status, cambió mi valor.
Las manos fueron hacia mi cadera, adentrándose en ella, estirándola, pude sentir un leve
sonido, un sonido malicioso.
Acercó su rostro con lujuria, no sin antes sacar su cosa por última vez. Abrió sus labios y
me dijo:
¡Puto pantalón de mierda, me tienes aburrido!
Bou.