1. I UNIDAD
LA FUERZA DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA
OBJETIVO: Explicar la presencia del Espíritu en la vida de la iglesia
TEMAS: Tiene tres temas:
- Vida de las primeras comunidades cristianas
- María: prototipo de mujer y de cristiano
- El cristiano, miembro de la iglesia
1) Vida de las primeras comunidades cristianas
1.1 Fundación de la iglesia
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, dio su vida en
la Cruz para salvar a los hombres del pecado y del poder del demonio
que es enemigo mortal de la humanidad. Fundó su Iglesia para
continuar su obra de salvación. Únicamente a esta Iglesia que Él mismo
fundó, confió su misión, su Evangelio, su autoridad y sus poderes
divinos para santificar y salvar a los hombres y hablar en su nombre.
Hoy Cristo sigue santificando y salvando a los hombres en la Iglesia que
El mismo fundó. Sin embargo, 16 siglos después de Cristo un pobre
sacerdote católico excomulgado, Martin Lutero, inventó la teoría de la
libre interpretación de la Biblia. Este libre examen produjo unos 30,000
grupos diferentes y opuestos que reclaman ser de Jesucristo.
Hoy en día muchos fundan su "su iglesia" y "predican la Biblia" a su
modo haciendo "discípulos" y calumniando en nombre de Cristo la única
Iglesia que Cristo mismo fundó. ¿Es conforme a la voluntad de Cristo
todo eso? ¿Reconoce Cristo a estas 30,000 "iglesias" como suyas? o ¿las
rechaza puesto que El no las fundó y a nadie dio autoridad para
fundarlas?
Frente a la confusión provocada por los falsos profetas ¿cómo saber con
certeza cuál es la Iglesia que Cristo fundó para no dejarse engañar y
perderse eternamente? Este es un asunto de salvación o condenación
eterna (Mateo. 7, 15-23).
Unos 30,000 grupos diferentes y opuestos reclaman ser de Jesucristo.
¿Es conforme a la voluntad de Cristo todo eso? ¿Reconoce Cristo a estas
"iglesias" recién nacidas como suyas? o ¿las rechaza puesto que El no
las fundó y a nadie dio autoridad para fundarlas? Frente a la confusión
2. provocada por las sectas, para no dejarse engañar y perderse
eternamente ¿cómo saber con certeza cuál es la Iglesia que Cristo
fundó?
Cristo fundó la Iglesia Católica
Toda persona de buena voluntad que ama a su Salvador y quiere hacer
la voluntad de Dios, debe tener estos principios claros en la mente:
1. La Iglesia que Cristo fundó debe necesariamente tener 21 siglos de
existencia. Por la simple razón de que Cristo vivió hace unos 2000 años
en esta tierra.
2. Únicamente la Iglesia que tiene 21 siglos viene directamente de
Cristo mediante sus 12 Apóstoles, es decir, sus 12 enviados y sus
legítimos sucesores.
3. Ahora bien la historia nos dice que la Iglesia católica, es decir, la
Iglesia cristiana universal, es la única Iglesia que tiene 21 siglos; y que
esta misma Iglesia viene de los Apóstoles mediante sus legítimos
sucesores. Desde San Pedro, martirizado en el año 67 en Roma por el
emperador romano Nerón, hasta el Papa Benedicto XVI, esta Iglesia
tiene un jefe, vicario de Cristo, y sucesor legítimo de San Pedro, ahora
llamado Papa.
4. A parte de la Iglesia Católica que tuvo 265 Papas ninguna otra
iglesia puede darnos una lista de sus jefes desde San Pedro
hasta hoy. Si no puede mostrarnos este documento, esto significa que
fue fundada después; y si fue fundada después, no es una iglesia
legítima, ni verdadera. Si no fue fundada por Cristo, no puede ser obra
de Cristo; si no es obra de Cristo esta “iglesia” fundada por hombres,
supuestos profetas autoproclamados, no puede ni santificar ni salvar
aunque se reclame de Cristo (Mateo 7, 15-23). Es un instrumento de
perdición puesto que Cristo afirma explícitamente que habrá supuestos
“profetas que engañarán a muchos” (Mateo 24, 11).
5. A los que afirman a la ligera que la iglesia se terminó en el siglo
cuarto, contestamos: . Cristo, por ser Dios, es la Verdad misma, no
puede equivocarse ni engañarnos; prometió a sus Apóstoles y a sus
legítimos sucesores que El estaría con ellos y sus legítimos
sucesores hasta el fin del mundo y que las puertas del mal no
podrían prevalecer contra su Iglesia (San Mateo 28, 17-19). Por
consecuencia, pretender que la Iglesia verdadera se acabó en el siglo 4º
y que el emperador Constantino “fundó la Iglesia Católica”, es anti
3. bíblico y anti histórico; es una afirmación gratuita, inventada por las
sectas para justificar su ilegítima iglesia que no tiene 2000 años.
Aceptar esta acusación y falsificación de la historia y de la Biblia, es
indigno de un hombre sensato que afirma ser creyente en Cristo.
Además los que inventan supuestas iglesias actúan en contra de la
voluntad de Cristo manifestada en la Biblia, siendo desobedientes a los
legítimos representantes de Cristo a quien dijo :“Quien a vosotros
escucha, a Mí me escucha y quien a vosotros rechaza me rechaza a Mí;
ahora bien, quien me rechaza a Mí rechaza a Aquel que me envió”
(Lucas 10, 16).
6. A los que rechazan a la Iglesia católica y se sirven de la Biblia que la
Iglesia católica nos comunicó decimos: Cristo, por ser Dios que lo sabe
todo, no podía dejar la Biblia como una manzana de discordia
entre sus discípulos. Fundó una Iglesia, dejó un vicario, es decir,
lugarteniente que es San Pedro y sus sucesores legítimos para predicar,
interpretar y defender su Evangelio y doctrina contra los imprudentes
que para su condenación manipulan la Biblia (II Pedro 1, 20; Gal,1, 8. II
Cor 11, 13-14). La Biblia en la mano de los falsos profetas, fundadores
de sectas no puede defenderse, no tiene boca para gritar ni manos para
rechazar al injusto agresor que la falsifica y adultera. Cristo no escribió
una Biblia sino fundó una Iglesia, formó a hombres y los mandó hablar
en su nombre (II Timoteo 2, 2).
7. La Iglesia verdadera necesariamente es UNA, SANTA, CATÓLICA Y
APOSTÓLICA y debe tener 2000 años; tener la misma fe; misma moral;
misma autoridad y misma enseñanza desde Cristo hasta hoy.
La Biblia nos habla de Una Iglesia
En el Evangelio de San Mateo vemos que San Pedro después de haber
declarado que Cristo es el Hijo de Dios vivo, recibe del propio Cristo esta
respuesta: "Bienaventurado eres, Simón Bar Yoná, porque carne y
sangre no te lo reveló, sino mi Padre Celestial. Yo te digo que tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA, y las puertas del
abismo no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino
de los cielos: todo lo que atares sobre la tierra, será atado en los cielos,
lo que desatares sobre la tierra, será desatado en los cielos" (Mateo 16,
17-19).
Nuestro Señor habla de una sola Iglesia, dice Mi Iglesia, no dice mis
iglesias. Aunque la Iglesia esté en el mundo entero, es una, como el
cuerpo está compuesta de muchos miembros sin embargo es uno.
Jamás de los jamases nuestro Señor habla de varias iglesias. Al
4. contrario nos advierte de ser prudentes y no dejarnos engañar por los
falsos y supuestos profetas que sin ningún derecho fundan "sus iglesias"
y engañan la gente con la Biblia robada a los católicos.
Los Apóstoles, es decir los enviados y depositarios de la
autoridad de Cristo, antes de morir dejaron lugartenientes y
sucesores legítimos. Desde el siglo 1º hasta el 21°, siempre la Iglesia
católica tuvo sacerdotes, obispos y papas. Como Cristo es el único
mediador entre Dios y los hombres (1Timoteo 2, 5), así la Iglesia
Católica es la única Iglesia que conduce a Jesucristo puesto que ella sola
fue fundada por El para continuar su obra. Cristo formó a los
Apóstoles los Apóstoles formaron otros hombres a quienes dieron poder
y misión de predicar conforme a la fe que ellos recibieron, predicaron y
transmitieron (II Timoteo 2, 2). San Pablo escribe a su discípulo, el
obispo Tito: "Te he dejado en Creta [isla griega] para que arregles las
cosas que faltan y para que constituya presbíteros en cada ciudad como
yo te ordené" (Tito, 1, 5).
Los presbíteros son los sacerdotes y su jefe, su supervisor es el obispo.
El mismo San Pablo dice a los fieles de la ciudad de Corinto que
evangelizó: "Sed imitadores míos tal cual yo soy de Cristo" (1 Cor 11,
1). Ahora bien para ser imitador de San Pablo hace falta haberlo visto y
escuchado. Del siglo 1 hasta el 21 hubo cristianos y presbíteros en
Corinto o en Roma que vivieron conforme a lo que habían visto y
escuchado; y nos comunicaron a nosotros los católicos lo que recibieron
de los apóstoles. El mismo Apóstol dice: "Os alabo porque observáis
las tradiciones conforme os las he transmitido" (I Cor 11, 1-2).
Una secta que nació 2000 años después no ha visto nada, no recibió
nada, no tiene ninguna tradición ni legitimidad.
Tradición viene del latín; significa transmisión, entrega. En la Iglesia
católica, los fieles con sus presbíteros observaron lo que les fue
comunicado, transmitido y ellos lo transmitieron a la generación
siguiente; así fue desde el siglo I hasta hoy. La más antigua secta
protestante fue fundada por un mal sacerdote católico alemán
Martin Lutero 1521 años después de Cristo. Muchos otros
sacerdotes corruptos y políticos interesados apoyaron a Lutero
en su rebeldía, hicieron una sangrienta revolución en toda
Europa y después se dividieron en una infinitud de sectas que
siguen confundiendo a la gente.
Ahora bien, los protestantes que nacieron 16 siglos después de Cristo y
de sus Apóstoles nunca recibieron una misión o autoridad de los
Apóstoles, nunca los conocieron, nunca escucharon nada de lo que
5. transmitieron. De ninguna manera pueden saber realmente el contenido
de la Fe auténtica y la correcta interpretación de la Biblia que nació en la
Iglesia Católica. Al contrario, todas las sectas fundadas después caen
bajo la maldición de San Pablo que dice: "aun cuando nosotros
mismos, aun cuando un ángel del cielo os anuncie un evangelio
distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos
ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un evangelio
distinto del que recibisteis, sea anatema (maldito)" (Gálatas 1,
8-9).
Todas las sectas aunque se digan evangélicas anuncian un evangelio
diferente del que anunciaron los Apóstoles y sus legítimos sucesores,
usurpan el titulo de la Iglesia de Jesucristo para su perdición. El mismo
san Pablo nos advierte: "Esos tales son seudoapóstoles (falsos
apóstoles), obreros engañosos, que se transfiguran en apóstoles
de Cristo, [se hacen pasar por... como un bandido se viste de
policía por ejemplo]. No es maravilla, ya que el mismo
Satanás se transfigura en ángel de luz. No es mucho, pues, que
también sus ministros se transfiguran cual ministros de justicia,
cuyos remate será conforme a sus obras". (II Cor 11, 13-14). Es
muy importante lo que nos dice San Pablo en este texto: como el
demonio se hace pasar por ángel bueno así sus ministros se hacen pasar
por ministros de Cristo para engañar a la gente la biblia en la mano y el
nombre de Dios y de Cristo en la boca. Esto es algo tremendo, propio de
los tiempos de los falsos profetas. Cristo dice: "Se levantarán muchos
falsos profetas que engañarán a muchos" (San Mateo 24, 11).
"Se levantarán falsos cristos y falsos profetas y obrarán grandes
señales y prodigios para inducir a error, si posible fuera, aun a
los mismos elegidos..."(San Mateo 24, 24)
La verdadera Iglesia debe ser católica y apostólica
Cristo mandó a sus Apóstoles y sucesores anunciar su Evangelio a todos
los pueblos y les prometió que estaría con ellos hasta el fin del mundo
(San Mateo 28, 20). Los Apóstoles predicaron y dejaron lugartenientes.
Prisionero en Roma, San Pablo escribe a Timoteo a quien consagró
obispo: "Lo que oíste de mí transmítelo a hombres fieles, los cuales
serán aptos para enseñarlo a otros" (II Timoteo 2, 2; Filipenses 4, 9).
En la Iglesia Católica, desde San Pablo los obispos transmitieron lo
recibido.
Las palabras Iglesia y Católica vienen del griego, significan la
asamblea general de todos los fieles cristianos que tienen como
jefe a San Pedro y sus sucesores. "La Iglesia dijo San Agustín, es
6. el pueblo cristiano esparcido por toda la redondez de la tierra."
Esta es la definición de católica. La doctrina católica es
apostólica, es decir, viene directamente de los Apóstoles. El
Espíritu Santo gobierna a esta Iglesia mediante los ministros
apostólicos, es decir, los sucesores legítimos de los Apóstoles
que son el Papa y los obispos. Los sacerdotes son los ayudantes
de los obispos.
Muchos protestantes pretenden a la ligera tener el Espíritu Santo
y en su nombre hacer lo que hacen. Esto es totalmente falso. El
Catecismo Católico Romano del Concilio de Trento dice: "El
Espíritu Santo fue dado primero a los Apóstoles; después por la
gracia de Dios siempre quedó en esta Iglesia. Puesto que es la
única que está dirigida y gobernada por el Espíritu Santo, ella es
la única iglesia infalible en su enseñanza y moral. Al contrario
todas las demás iglesias que usurpan el nombre de iglesias están
bajo la conducta e influencia del demonio, y caen
necesariamente en funestos errores en materia de fe y moral."
(Capitulo X).
Desde el año 107, San Ignacio mártir, 2º obispo de Antioquía de Siria
después de San Pedro, utilizó la palabra católica para designar el
conjunto de las iglesias locales fundadas por los Apóstoles y sus
sucesores. Los rusos y griegos "ortodoxos" por ejemplo se han separado
de la Iglesia Católica en el año 1054. Los protestantes empezaron
con el mal sacerdote católico Martín Lutero en 1517.
En 1521 el Papa tuvo que excomulgarlo por sus numerosas herejías, es
decir, sus errores graves en materia de fe. Todas las demás sectas,
independientemente del nombre que se dan, nacieron de la revolución
protestante. Los Testigos de Jehová fueron fundados en 1871, los
Mormones en 1834, los de la "Luz del mundo" en 1926. Ninguna tiene
21 siglos, ninguna tuvo contacto directo con los Apóstoles de Cristo.
Ahora bien, si Cristo no las fundó ¿qué credibilidad y garantía de
veracidad pueden tener? Absolutamente ninguna. Al contrario, la Biblia,
la historia y el sentido común las condenan como usurpadoras de misión
y función. El que se separa de la Iglesia Católica que Nuestro Señor
Jesucristo fundó, desobedece a Cristo (San Juan 17, 21); y
separándose de Cristo, se deja engañar por los falsos profetas y
apóstoles de la mentira mediante una Biblia robada y manipulada que
no salva.
Nuestro Señor Jesucristo nos advierte: "Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas de
7. dentro son los lobos feroces… No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hace la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste entrará en el
reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día (día del Juicio):
Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu nombre, en tu
nombre lanzamos demonios, y en tu nombre obramos muchos
prodigios? Y entonces le declararé: nunca jamás os conocí;
apartaos de mí los que obráis la iniquidad" (San Mateo 7, 15-23).
Seguramente muchos de buena fe siguen a los falsos profetas, sin
embargo esto no cambia nada puesto que se separaron de la única
Iglesia de Cristo para seguir gente que fundó falsas iglesias que no
salvan. La solución es regresar a la Iglesia Católica que Cristo fundó.
1.2 Jerarquía de la iglesia
La Iglesia que Jesús fundó es una Iglesia con "jerarquía". La palabra
"jerarquía", significa, "mando sagrado". Jesús de entre la multitud, que
los seguía, escogió a doce. De entre los doce, seleccionó a Pedro. Sólo a
él le dijo: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", sólo a Pedro le
entregó las llaves del Reino de los Cielos, sólo a Pedro le ordenó:
"Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos". Únicamente a Pedro,
Jesús le dijo que había "orado por él para que cuando "volviera" de su
pecado, confirmara a sus hermanos".(LC.22,32)La Iglesia apostólica que
retrata el NT., es una iglesia con una jerarquía bien definida. Allí están
los apóstoles que presiden, que ordenan, que reprenden. San Pablo
reconoce esa jerarquía y, cuando se acaba de convertir, se presenta a
Pedro y a otros apóstoles. En el Concilio de Jerusalén (Hech.15), se
manifiesta una iglesia cuyos jerarcas se reúnen para discernir, y están
seguros de que su determinación será ratificada por el Espíritu Santo. Lo
hacen constar en su carta pastoral: " Le ha parecido bien al Espíritu
Santo y a nosotros no imponerles más cargas que las indispensables".
Los escritores de los Evangelios esbozan una Iglesia con su jerarquía
cuando mencionan los nombres de los apóstoles, a Pedro siempre lo
nombran en primer lugar. No puede ser una simple casualidad que así lo
haga. El autor del libro de los Hechos de los Apóstoles, hace resaltar la
figura de Pedro como el gran líder de la Iglesia. Pedro toma la palabra
en nombre de la Iglesia el día de Pentecostés; responde al Sanedrín en
nombre de todos, equilibra los ánimos en el Concilio de Jerusalén. La
Iglesia Católica conserva esta jerarquía, que arranca de la iglesia
apostólica y que se evidencia en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En las iglesias protestantes no existe una jerarquía a "nivel
internacional". No pueden reunirse en Concilio, pues sus doctrinas son
muy diferentes; no tienen jerarcas que tengan autoridad sobre las
millares de sectas y denominaciones. Cuando no existe una jerarquía,
8. Universal, siempre predomina la disgregación; cada quien se siente
"iluminado" por el Espíritu Santo y funda su propia "iglesia", a la cual le
faltan muchas características, de la Iglesia del libro de los Hechos de los
Apóstoles. Jesús quiso su Iglesia con una jerarquía; sabía que a través
de ella se podría buscar mejor el discernimiento, y evitar peligrosos
"iluminismos" que confunden y separan.
1.2.1 La jerarquía dentro de la Iglesia
La Iglesia, en cuanta institución visible, es la sociedad de los bautizados.
Todo hombre bautizado es miembro de ella. Pero entre los bautizados,
algunos son llamados a un estado particular; - los clérigos; que poseen
visiblemente la autoridad. Y los otros son los - seglares; que sólo
pueden ejercer en el gobierno de la Iglesia una acción restringida y por
delegación. La sociedad de la Iglesia visible es jerárquica en 2 aspectos:
A.- JERARQUÍA DE ORDEN: El orden confiere el poder de transmitir a los
fieles los bienes espirituales, que les permite alcanzar su fin, por medio
de los sacramentos. Esta jerarquía es de institución divina y no puede
ser modificada. Esencialmente está sintetizada en los Obispos,
herederos de los apóstoles, siendo la cabeza el Obispo de Roma o Papa.
Los 3 grados de la jerarquía de orden definidos por el Concilio de Trento
son: obispos, sacerdotes y ministros.
Obispos; tienen la plenitud del sacerdocio. Confieren ordenes sagradas,
consagran los altares y los santos óleos, bendicen a los clérigos,
administran la Confirmación, consagran las vírgenes y consagran a los
reyes.
Sacerdotes; por su ordenación tienen el poder de consagrar, de
administrar los sacramentos, de predicar y con la autorización del
obispo, el de atar y desatar.
Los Diáconos; Los diáconos son de institución divina.
Los miembros de las ordenes mayores tienen dos obligaciones de
institución eclesiástica y no divina: - el rezo cotidiano del oficio y - el
celibato, prescrita por primera vez en el Concilio de Elvira (305-306)
para los obispos, sacerdotes y diáconos y extendida para los
subdiáconos en el siglo XI.
B.- JERARQUÍA DE JURISDICCIÓN.-
9. El poder mandar, juzgar y corregir; este poder se ejerce de dos
maneras:
En el fuero interno; por la confesión ( perdonar los pecados)
En el fuero externo; para el bien y el orden de la sociedad
eclesiástica. Sólo el Papa y los Obispos poseen esta jurisdicción
por institución divina. Pueden delegarla y reglamentarla.
El Papa, sucesor de San Pedro, es jefe de la Iglesia al mismo tiempo
que vicario de Cristo. Tiene el poder supremo de jurisdicción. Su poder
de orden es exactamente igual que el de los demás obispos.
Los Cardenales, son elegidos libremente por el Papa entre los
candidatos que tengan cualidades para el episcopado, que no tengan
descendencia legítima y no sean parientes en primer o segundo grado
de otro cardenal, la creación de cardenales tiene lugar en consistorio
secreto. Los cardenales son los consejeros del Papa, participan en el
gobierno y en la administración de la Iglesia. Su reunión, presidida por
el Papa, es llamada consistorio. Son los encargados de las
congregaciones cardenalicias, y de las oficinas pontificias; Dataría,
Cancillería, Cámara Apostólica y Secretaría y pueden ser enviados en
misiones extraordinarias.
1.2.2 Dimensión Jerárquica de la Iglesia
Pedro y los apóstoles. La Sucesión Apostólica. La Sacramentalidad del
Episcopado. Triple función de la Iglesia.
Pedro y los demás Apóstoles
Cristo después de haber hecho oración (ambiente mistérico) eligió a
doce para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el Reino de
Dios. Les instituyó a modo de colegio o grupo estable, al frente del cual
puso a Pedro elegido de entre ellos mismos. Les envió primero a los
hijos de Israel, luego a todas las gentes para que participando de su
potestad propagasen la Iglesia, la apacentasen sirviéndola hasta la
consumación de los siglos. En esta misión fueron confirmados
plenamente el día de Pentecostés (LG, 19).
Cristo, antes de ascender al Padre para completar su misión, les hace
entrega de un don interior: el Espíritu Santo, y un don exterior: el
cuerpo apostólico que sustituirá su humanidad visible conforme a su
triple función de sacerdote, rey y profeta. De este modo, El seguirá
siendo la cabeza de su Iglesia; los apóstoles no serán sus sucesores,
sino sus vicarios.
10. a) Los doce forman un colegio, un grupo, un orden; una misión que
realizan solidariamente, una única potestad.
b) De entre ellos mismos es elegido Pedro y es puesto como cabeza en
el seno mismo. Para que el episcopado sea uno e indivisible instituyó en
la persona del mismo el principio y fundamento perpetuo y visible de la
unidad de fe y comunión (LG,18).
Con todo esto vemos que Cristo dió a su Iglesia en los apóstoles una
estructura jerárquica de naturaleza episcopal.
La Sucesión Apostólica
La misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el
fin del mundo porque el Evangelio que ellos deben propagar es en todo
tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia (LG, 20).
Para que la misión confiada a ellos se continuase después de su muerte,
dejaron a modo de testamento a sus colaboradores inmediatos el
encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos. Los
Apóstoles establecieron colaboradores y les dieron orden de que al morir
ellos otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio. Entre
los varios ministerios que se vienen ejercitando en la Iglesia (...) ocupa
en primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados obispos por una
sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla
apostólica (LG, 20).
Los obispos son pastores, maestros de doctrina, sacerdotes del culto y
ministros del gobierno.
Por tanto, concluimos con que:
1) Los obispos son colaboradores de los Apóstoles cuando éstos dejan la
tierra.
2) Son los sucesores "por institución divina a los Apóstoles como
pastores de la Iglesia, de modo que quien les escucha, escucha a Cristo
y quien los desprecia, desprecia a Cristo."( LG 20).
3) Perdura el oficio de los obispos de apacentar la Iglesia, que debe
ejercer de forma permanente al orden sagrado de los obispos.
4) Les han sucedido a los Apóstoles en lo que tenían de transferible: el
11. oficio pastoral, maestros, sacerdotes y gobierno, pero no en lo
fundacional. Es decir, los obispos no son Apóstoles, sino que son los
sucesores de los Apóstoles (Nota explicativa previa #1: "No implica la
transmisión de la potestad extraordinaria de los Apóstoles a sus
sucesores.").
La Sacramentalidad del Episcopado
Los Apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una fusión especial del
Espíritu Santo que descendió sobre ellos y ellos, a su vez por la
imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don
espiritual que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal
(LG, 21).
a) Es un sacramento, se confiere la plenitud del sacramento del orden,
sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado.
b) Confiere el oficio de santificar, pero además el de enseñar y regir.
c) Estos sólo se pueden ejercer estando en comunión con el colegio y la
cabeza.
d) Es verdadero sacramento. Por la imposición de las manos y las
palabras de la consagración se confiere la gracia del E.S. y se imprime
carácter. Hacen las veces del mismo Cristo y actúan en lugar suyo (LG,
21).
El Primado del Papa
Así como por disposición del Señor S. Pedro y los demás Apóstoles
forman un solo Colegio apostólico, de igual manera (de semejante
razón) se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro y los
obispos sucesores de los Apóstoles (LG, 22). La nota explicativa #1
advierte que se dice ‘de semejante manera’ para explicar que hay una
proporcionalidad, es la que hay entre Pedro-Apóstoles y Papa-Obispos.
Al hablar de colegio, que estudiaremos a continuación, se ve obligado a
hablar de la cabeza de dicho colegio porque no existe sin su cabeza. Por
eso se hace aquella comparación. El papa es el sucesor de Pedro en ese
Primado según se enseña en el CV I en Pastor Aeternus y ratificada por
el Concilio.
12. 1) El Romano Pontífice tiene sobre su Iglesia, en virtud de su cargo (es
decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia) plena, suprema
y universal potestad que puede siempre ejercer libremente. Sin
embargo, el colegio no puede ejercer esa potestad, que también posee,
sin el consentimiento del Romano Pontífice (LG, 22).
2) La finalidad y sentido de este Primado: es para que el episcopado
mismo sea uno e indiviso y para que en la universal muchedumbre de
los creyentes se conserve la unidad de la fe y de comunión. Es decir, la
finalidad es dar consistencia al cuerpo de los obispos y a través de la
unidad de los obispos, unidad a toda la Iglesia (Past. Aeternus). De
modo que el Romano Pontífice como sucesor de Pedro es el principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la
multitud de los creyentes (LG, 23).
3) El primado no es otro sacramento, sino que es vicario de Cristo (los
demás obispos también lo son) pero vicario al modo como Pedro lo hacía
presente.
El Colegio de los Obispos
Hemos visto que los Apóstoles establecen colaboradores con el orden de
consolidar la obra por ellos comenzada. Estos colaboradores son los
obispos que han sido constituidos miembros del cuerpo episcopal en
virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con
la cabeza y con los miembros del colegio (LG, 22).
Se emplea la palabra colegio no en el sentido estrictamente jurídico,
como una asamblea de iguales que delegan su “potesta” en su propio
presidente, sino como una asamblea estable.
Uno se convierte en miembro por la consagración en la que se da una
participación ontológica en los ministerios sagrados. Y se requiere la
comunión jerárquica con la cabeza y el resto de los miembros. Esta
comunión no se refiere a un afecto indefinido sino que se está hablando
de una realidad orgánica que exige forma jurídica y que está animada
por la caridad. Pero no se utiliza la palabra ‘potestad’ para que no se
entienda como potestad expedita para el ejercicio lo que necesitaría
determinación canónica. Esta comunión o potestad, aunque pertenece a
la naturaleza de la materia, ya era aplicada antes de que fuese calificada
en el Derecho. Es decir, por la consagración, al estar en comunión, se
tiene esa potestad aunque se deba de hecho determinarla con la
concesión de un oficio o asignación de súbditos etc.
13. 1) Como hemos visto el Romano Pontífice es el principio y fundamento
perpetuo y visible de unidad de los obispos y los fieles. Pues bien, los
obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de
unidad en sus Iglesias particulares (LG, 23).
2) Y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia (LG, 23) y la
palabra ‘colegio’ comprende siempre a su cabeza (Nota expl. 3)
3) Pero el Colegio, aunque exista siempre, no por eso actúa de forma
permanente con acción estrictamente colegial (...) y actúa estrictamente
con acción colegial sólo a intervalos.
4) Y esta potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee el
Colegio se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico. Es
prerrogativa del romano pontífice convocar estos concilios, presidirlos y
confirmarlos, y no hay concilio ecuménico si no es aprobado o aceptado
por el Papa (LG, 22).
Potestad y Servicio en la Iglesia. La Triple Función de Enseñar,
Santificar y Gobernar
Para que su Iglesia sea capaz de proseguir y completar su obra en el
mundo, Cristo la ha dado misión y poder de desempeñar las funciones
que El mismo ejercía: enseñar, santificar y gobernar.
Si observamos atentamente Mt 28, 18-19: ‘Se me ha dado todo poder
en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todos los pueblos
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del E.S., enseñándoles
a observar todo lo que os he mandado.’ Se ve que Cristo determina para
su Iglesia una misión que consiste en continuar su obra, una
responsabilidad, una función. Pero para ello comunica sus propios
poderes de enviarlos. Según el texto, aparece el munus docendi (‘haced
discípulos a todos...’) el munus sanctificandi (‘bautizándolos’) y el
munus regendi (‘enseñándoles a observar todo), que es el ministerio
pastoral.
Vemos que estos tres poderes derivan de la única misión de Cristo y
persiguen idéntico objetivo, es decir, están íntimamente vinculados. A
su vez observamos que hay una primacía en la función sacerdotal "por
la salvación del género humano se sacrificó Cristo, y a este fin refirió
todas sus enseñanzas y todos sus preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia
fue que buscara la santificación y la salvación de los hombres" (Satis
14. cognitum. Leon XIII), por eso la liturgia es la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana
toda su fuerza" ( SC 10). Por último, es necesario observar que estos
poderes tienen el sentido ministerial; es decir, son poderes para misión
de servicio.
1) Al munus docendi compete guardar y trasmitir fielmente el depósito.
2) Munus sanctificandi. Así como Cristo fue enviado por el Padre, así
envió a sus Apóstoles con el E.S., no sólo a predicar el Evangelio sino
también a llevar a cabo la obra de salvación mediante el sacrificio y los
sacramentos, en torno a los cuales gira la vida litúrgica (SC, 6). Es
decir, como la Iglesia tiene por objeto la salvación de los hombres ella
está dotada del poder de santificar a los hombres que se realiza por los
sacramentos y la liturgia, siendo los responsables los mismos miembros
de la jerarquía.
3) Munus regendi. Debe pastorear a su Iglesia. Debe saber guiarla. Para
ello surge la jurisdicción pastoral de la Iglesia y todo el tema de la
Teología de la Pastoral.
El sentido de la jurisdicción pastoral es que ‘Cristo no sólo es Redentor
en quien debemos depositar nuestra confianza, sino también el
legislador a quien debemos obediencia’ (Trento S. VI, can. 21). Y esta
misma misión de Cristo se prolonga hoy a través de su Iglesia.
1.2.3 Organización y Gobierno de la Iglesia
La Iglesia Católica está organizada y gobernada especialmente en base
a jurisdicciones correspondientes al Papa y a los obispos.
Como sociedad estructurada, la Iglesia Católica está organizada y
gobernada especialmente en base a jurisdicciones correspondientes al
Papa y a los obispos.
La Jerarquía ministerial es la designada ordenadamente de acuerdo a
los rangos y orden del clero para velar por la vida espiritual de los
católicos, por el gobierno de la Iglesia y por la misión de la Iglesia
alrededor del mundo.
Las personas pertenecen a la jerarquía por virtud de ordenación y
misión canónica. El término "jerarquía" se utiliza también para designar
un conjunto determinado de obispos. Por ejemplo: la Jerarquía de
América Latina.
15. El Papa, Cabeza de la Iglesia
El Papa es la cabeza suprema de la Iglesia. Él tiene la primacía de
jurisdicción así como el honor sobre toda la Iglesia.
Los títulos del Papa son: Sucesor del Apóstol Pedro, Sumo Pontífice de la
Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y
Metropolitano de la Provincia de Roma, Soberano del Estado de la
Ciudad del Vaticano.
El Papa imparte sus enseñanzas, como garantía de la fe común,
mediante encíclicas, cartas apostólicas, mensajes, discursos, etc., y en
algunas ocasiones bajo forma de definiciones doctrinales infalibles. Tiene
en la Iglesia Católica la plenitud del poder legislativo, judicial y
administrativo.
El Colegio Cardenalicio
Los Cardenales son elegidos por el Papa para servir como sus principales
asistentes y consejeros en la administración central de los asuntos de la
Iglesia. Colectivamente, ellos forman el Colegio Cardenalicio.
Los Obispos
En unión y subordinados al Papa, son los Sucesores de los Apóstoles
para el cuidado de la Iglesia y para continuar con la misión del Señor
Jesús en el mundo. Ellos sirven al pueblo de su propia diócesis, o
iglesias particulares, con autoridad ordinaria y jurisdicción. Ellos también
comparten con el Papa, y entre ellos, la común preocupación y esfuerzo
por la buena marcha de toda la Iglesia.
Los obispos de estatus especial son los patriarcas del Rito Pascual,
que dependen sólo del Santo Padre, son cabezas de los fieles que
pertenecen a estos ritos alrededor del mundo.
Los obispos son responsables directamente ante el Papa, por el ejercicio
de su ministerio al servicio de su pueblo en varias jurisdicciones o
divisiones de la Iglesia alrededor del mundo.
Pueden ser:
Arzobispos residentes y Metropolitanos: cabezas de arquidiócesis
Obispos diocesanos: cabezas de diócesis
16. Vicarios y Prefectos Apostólicos: cabezas de vicarías apostólicas y
prefecturas apostólicas
Prelados: cabezas de una Prelatura
Administradores Apostólicos: responsables temporales de un
jurisdicción.
Cada uno de estos, en sus respectivos territorios y de acuerdo a la ley
canónica, tienen jurisdicción ordinaria sobre los párrocos que son
responsables de la administración de las parroquias, sacerdotes,
religiosos y laicos.
También dependen directamente del Santo Padre los Arzobispos y
Obispos titulares, órdenes religiosas y congregaciones de Derecho
Pontificio, Institutos y facultades Pontificias, Nuncios del Papa y
Delegados Apostólicos.
Asistiendo al Papa y actuando en su nombre en el gobierno central y
administración de la Iglesia están los cardenales de la Curia Romana.
Arzobispos
Arzobispo es el nombre que recibe un Obispo con el título de una
Arquidiócesis.
Arzobispo Metropolitano de la arquidiócesis central de una
provincia eclesial que contiene varias diócesis. Tiene todos los poderes
del obispo en su propia arquidiócesis y supervisión, y jurisdicción
limitada sobre las demás diócesis (llamadas sufragáneas). El palio
conferido por el Papa, es el símbolo de su status como metropolitano.
Arzobispo Titular es el que tiene el título de una arquidiócesis que
existía en el pasado pero ahora existe sólo en título. No tiene
jurisdicción ordinaria sobre una arquidiócesis. Lo son, por ejemplo los
arzobispos en la Curia Romana, Nuncios Papales, Delegados apostólicos.
Arzobispo Ad Personam es el título honorífico personal a modo de
distinción concedido a algunos obispos. No tienen jurisdicción ordinaria
sobre una arquidiócesis.
Arzobispo Primado es el título honorífico dado a Arzobispos de las
circunscripciones eclesiásticas más antiguas o representativas de
algunos países o regiones. En España, por ejemplo, lo es el Arzobispo de
Toledo.
17. Arzobispo Coadjutor es el asistente del Arzobispo gobernante y
tiene derecho a sucesión.
Los Obispos pueden ser:
El Obispo Diocesano es aquel que está a cargo de una diócesis.
El Obispo Titular posee el título de una diócesis que existió en el
pasado y ahora sólo existe en título; es normalmente obispo asistente
(auxiliar) de un obispo diocesano o arzobispo.
Obispo coadjutor es el obispo asistente (auxiliar) de un obispo
diocesano, con derecho a sucesión.
El Vicario Episcopal es un asistente que puede ser o no un obispo,
designado por un obispo residencial como su delegado en una parte
fundamental de la diócesis, para un determinado tipo de trabajo
apostólico.
Nombramiento de los Obispos se realiza luego de un proceso
determinado de selección que varía según las regiones y los diversos
ritos católicos, pero la aprobación final en todos los casos está bajo la
decisión del Santo Padre.
El SINODO DE LOS OBISPOS es una asamblea de Obispos escogidos
de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones
determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice
y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y
mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la
disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la
acción de la Iglesia en el mundo.
Fue creado por el Papa Pablo VI el 15 de Setiembre de 1965 con el Motu
Propio Apostolica Sollicitudo, se aprobó su Reglamento el 8 de Diciembre
de 1966, que fue ampliado en los años 1969, 1971 y 1974." (D.C. 342)
El sínodo depende directa e inmediatamente del Papa, quien tiene la
autoridad de designar la agenda, llamar a sesión y dar a los miembros
autoridad de deliberar y aconsejar. El Papa se guarda el derecho de
elegir al Secretario General, Secretarios Especiales y hasta el 15% del
total de los miembros.
18. Las Autoridades del Vaticano: LA CURIA ROMANA
Es un conjunto orgánico de dicasterios. Se le da también el nombre de
Santa Sede o Sede Apostólica, que es propio asimismo del oficio del
Romano Pontífice.
Miembros:
Secretaría de Estado
I Sección: Asuntos Generales
II Sección: Relaciones con los Estados
Congregaciones
DOCTRINA DE LA FE
IGLESIAS ORIENTALES
CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
CAUSAS DE LOS SANTOS
OBISPOS
PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS
COMITÉ SUPREMO DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
CLERO
CONSEJO INTERNACIONAL PARA LA CATEQUESIS
INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y SOCIEDADES DE VIDA
APOSTÓLICA
EDUCACIÓN CATÓLICA
Consejos Pontificios
LAICOS
PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
COMISIÓN PARA LAS RELACIONES RELIGIOSAS CON EL JUDAÍSMO
FAMILIA
JUSTICIA Y PAZ
"COR UNUM"
PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES
PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS
INTERPRETACIÓN DE LOS TEXTOS LEGISLATIVOS
DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
COMISIÓN PARA LAS RELACIONES CON LOS MUSULMANES
19. CULTURA
COMUNICACIONES SOCIALES
Comisiones y Comités
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
PONTIFICIA COMISIÓN PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA
PONTIFICIO COMITÉ PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS
INTERNACIONALES
PONTIFICIA COMISIÓN DE ARQUEOLOGÍA SACRA
PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTÓRICAS
PONTIFICIA COMISIÓN ECCLESIA DEI
COMISIÓN DISCIPLINAR DE LA CURIA ROMANA
Tribunales
PENITENCIARÍA APOSTÓLICA
TRIBUNAL SUPREMO DE LA SIGNATURA APOSTÓLICA
TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA
Oficinas
CÁMARA APOSTÓLICA
ADMINISTRACIÓN DEL PATRIMONIO DE LA SANTA SEDE
PREFECTURA PARA LOS ASUNTOS ECONÓMICOS DE LA SANTA SEDE
Otros Organismos
PREFECTURA DE LA CASA PONTIFICIA
20. OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE
SALA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE
OFICINA CENTRAL DE ESTADÍSTICA DE LA IGLESIA
INSTITUCIONES VINCULADAS A LA SANTA SEDE:
ARCHIVO SECRETO VATICANO
BIBLIOTECA APOSTÓLICA VATICANA
PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS
PONTIFICIA ACADEMIA DE CIENCIAS SOCIALES
PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA
FÁBRICA DE SAN PEDRO
LIMOSNERÍA APOSTÓLICA
OFICINA PARA LOS ASUNTOS LABORALES DE LA SEDE APOSTÓLICA
TIPOGRAFÍA POLÍGLOTA VATICANA
LIBRERÍA EDITORA VATICANA
RADIO VATICANO
CENTRO TELEVISIVO VATICANO
L´OSSERVATORE ROMANO
ENCARGADOS DE LAS EDICIONES SEMANALES
1.3 Vida de la primera comunidad cristiana
En los cinco primeros capítulos del Libro de los Hechos nos encontramos
con tres pasajes, que describen de una forma resumida la vida de las
primeras comunidades en Jerusalén (Hch 2,41-47; 4,32-35; 5,12-14).
Estos resúmenes, que reciben el nombre de sumarios, suelen
21. generalizar, empleando expresiones como: “todo el mundo, cada día...”.
En el conjunto del libro cumplen una doble función: por una parte dan
una idea general, una visión de conjunto, y por otra sirven para hacer
una transición entre unos relatos y otros. Pero ¿eran las primeras
comunidades como nos las describe el autor del Libro de los Hechos?
1er Sumario de la Comunidad (Hch 2, 41-47).
≪Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Acudían asiduamente
a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a
las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían
al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu,
partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y
sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo
el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se
habían de salvar≫.
Una visión idealizada con fines catequéticos
La descripción que nos ofrecen los sumarios es probablemente más un
ideal que una realidad histórica. Lo que en ellas se dice de la vida de las
primeras comunidades es la utopía hacia la que miraban con mucha
esperanza. A ellos les ocurría como a nosotros, que no siempre llegaban
a alcanzar aquello que se proponían.
El mismo Libro de los Hechos nos cuenta que también entre aquellos
primeros discípulos surgieron conflictos. Ya en el capítulo quinto la
armonía de la comunidad se rompe porque Ananías y Safira engañan a
los hermanos (Hch 5,1-11). En el capítulo sexto encontramos una nueva
dificultad: los helenistas (cristianos de cultura griega) se quejan a los
discípulos de origen hebreo porque sus viudas no eran bien atendidas
(Hch 6,1-7). Dificultades mayores aparecerán cuando los primeros
paganos entren en la comunidad.
En cualquier caso, los tres sumarios de los que acabamos de hablar
describen los fundamentos esenciales sobre los que se asentaba su vida
en común. Cuatro de ellos han sido desarrollados en la explicación del
texto.
La vida de las primeras comunidades cristianas
He aquí algunos rasgos de la vida de las primeras comunidades que
subrayan los sumarios del Libro de los Hechos.
22. Los discípulos asistían regularmente a la enseñanza de los apóstoles, y
nos transmiten que los Doce daban testimonio de la resurrección del
Señor con gran eficacia. Ni un solo día dejaban de enseñar en el Templo
y por las casas, anunciando la buena noticia de que Jesús era el Mesías
(Hch 5,42).
Los creyentes vivían la comunión fraterna, tenían un solo corazón y una
sola alma; lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de
lo que tenía. Como resultado de este estilo de vida, ninguno pasaba
necesidad.
Los seguidores de Jesús querían vivir lo que habían visto al maestro,
más aun lo que le escucharon en su última cena: “haced esto en
memoria mía”. En este Libro de los Hechos nos narran cómo partían el
pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo
corazón.
Los primeros cristianos recordaban que Jesús por las noches se retiraba
a orar, que alababa al Padre y que acudía a Él en los momentos más
significativos de su vida. Ellos también eran fieles en las oraciones y a
diario frecuentaban el templo en grupo.
Los apóstoles hacían, como lo hizo Jesús, signos y prodigios en favor del
pueblo. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando
enfermos y poseídos y todos eran curados.
Como consecuencia de este estilo de vida los discípulos gozaban de
simpatía entre el pueblo, hasta el punto de que todo el mundo estaba
impresionado y se hacían lenguas de ellos.
La predicación y el testimonio que daban los primeros cristianos
impulsaba a muchos hombres y mujeres a unirse a ellos. En el Libro de
los Hechos se dice que día tras día el Señor iba agregando al grupo a los
que se iban salvando.
Cuatro dimensiones fundamentales
En muchas de nuestras parroquias las energías de los agentes de
pastoral se consumen en el servicio de los sacramentos y en las
catequesis de primera comunión. Iluminada por el texto que acabamos
de leer toda la comunidad ha de plantearse su vida a la luz de los
siguientes pilares:
- La comunión de vida, llamada también koinonía, es lo fundamental del
mensaje de Jesús, es el “ved como se aman”, es una llamada a vivir el
amor fraterno. ¿No hemos de ofrecer al mundo esta forma alternativa
de convivencia en la que todos somos llamados a ser hermanos?
- La enseñanza, la catequesis, o la predicación, que llamamos también
didaskalía, es la urgencia que tiene la Iglesia de ser misionera, de
anunciar la Buena Noticia de Jesús resucitado. ¿No nos pide a cada uno
de nosotros que nos pongamos a la escucha de la enseñanza de los
apóstoles, de la Palabra de Dios y que nos preparemos para poder
23. anunciársela a otros?
- La celebración de la fe o la liturgia es el encuentro alegre de los
hombres y mujeres que necesitan alabar y agradecer el don del Padre
en Jesús, el Resucitado. Es la fiesta de la vida que alienta el Espíritu.
¿Celebramos los sacramentos como acontecimientos de la vida? ¿Son
nuestras eucaristías el lugar donde renace cada día la comunidad? ¿Los
momentos litúrgicos van dando sentido a nuestro caminar?
- El servicio a los pobres llamado también diakonía supone que en la
comunidad no solo se predica y se celebra el don de Dios sino que ésta
se hace cargo de la vida de los más pequeños, de los más débiles. En la
mayoría de las parroquias se lleva a cabo mediante el equipo de Cáritas.
La Iglesia ha de tomar siempre partido por la vida y comprometerse a
luchar contra todo tipo de injusticia y de muerte. ¿Vivimos en
comunidad este compartir con los empobrecidos, con los que cerca de
nosotros están en la indigencia y con los lejanos que se mueren de
hambre?
Las cuatro dimensiones que acabamos de describir constituyen la savia
que sostiene nuestra fe. ¿No sería interesante que revisáramos el estilo
de nuestras comunidades a la luz de estos cuatro pilares básicos de la
vida de todo creyente?
Persecuciones
Los primeros cristianos tuvieron que superar costosas dificultades a
base, muchas veces, de dar el supremo testimonio de su vida. Pero, aun
en estos casos, la muerte no era algo temido para ellos, sino más bien
un motivo de acción de gracias (Martirio de S. Policarpo, 14,2).
Los primeros cristianos no huyen del mundo (eso lo harán algunos, por
una llamada concreta de Dios, pasados algo más de dos siglos): se
consideraban parte constituyente de ese mismo mundo: «Lo que es el
alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (Epístola a
Diogneto, 6, l). Pero esta consideración, de carácter espiritual, no
significa oscurecimiento o pérdida de su condición de ciudadanos
corrientes, porque no se distinguían de los demás hombres de su
tiempo, ni por su vestido, ni por sus insignias, ni por tener una
ciudadanía diferente (cf. ib. 5, 1-11). Cada uno de los primeros
cristianos ocupaba su lugar en la estructura social de su tiempo, el
mismo que tenía antes de convertirse. Si era esclavo no perdía su
condición al hacerse cristiano (Ef 6,5-6; Flp l,15-18), aunque su vida
adquiriese un contenido sobrenatural.
Los caminos de acercamiento al Cristianismo fueron variados, algunos
24. incluso extraordinarios, como le sucedió a Pablo (Hech 9, 1-19; Gal 1,
11-16). Otros fueron mas normales, como le aconteció a Justino
(Diálogo con Trifón, 1-8). A unos, los llamará el Señor a través del
ejemplo dado por un mártir (Eusebio, Historia Eclesiástica, 9, 3). La
mayoría de las veces conocían la Buena Nueva por mediación de algún
compañero de trabajo, de prisión, de viaje, etc. Los modos y las
circunstancias podrán ser muy variados, pero siempre habrá ese
encuentro personal e inefable con Cristo que se da en toda conversión.
Con posterioridad, el converso recibía una instrucción somera acerca de
la fe que abrazaba. A continuación se preparaba para el Bautismo con
actos de penitencia, ayunos y oraciones (Didaché, 7, 4; S. Justino, l
Apología, 61, 2). La recepción del Bautismo suponía un cambio
fundamental en la vida de quien lo recibía. «Nos hacemos hombres
nuevos —escribe uno de ellos—, completamente recreados» (Epístola de
Bernabé, 16, 8). Esta nueva vida bautismal era para los primeros
cristianos una constante llamada a la santidad, no un asunto exclusivo
de unos cuantos privilegiados, sino que todos se sentían urgidos a
lograrla, dentro de las personales circunstancias de cada uno (7 Cor 7,
20).
Los primeros cristianos tuvieron muy presente el testimonio de Cristo
con su vida de trabajo, ya que «fue considerado El mismo como
carpintero, y fue así que obras de este oficio (arados y yugos) fabricó
mientras estaba entre los hombres, enseñando por ellas los símbolos de
la justicia, y lo que es una vida de trabajo» (Justino, Diálogo con Trifón,
88, 8).
Al proyectarse el mensaje cristiano sobre el trabajo —aun el peor
considerado—, adquiere una dimensión nueva en Cristo (Ef 6, 7). El
trabajo tenía para los primeros cristianos un valor de signo distintivo
entre el verdadero creyente y el falso hermano (Didaché, 12, 1-5), así
como una manera delicada de vivir la caridad para no ser gravoso a los
demás (1Tes 5,11).
Entre los primeros cristianos hay una clara concepción de la vida
espiritual como un combate, que tendrá aire deportivo y espíritu
castrense (1Cor 9, 24; 2Tim 2, 3). Los atletas griegos se entrenaban
con una preparación rigurosa, y Pablo utilizará su ejemplo aplicándolo a
la vida espiritual (1Cor 9, 26. 27). El combate que ha de sostener el
cristiano será una lucha espiritual contra los enemigos del alma (Ef
6,12), entre los que se encuentra el Enemigo por antonomasia (Pastor
de Hermas, Mandatum 12, 5, a. 3).
25. El cristiano tendrá también que esforzarse en quitar del mundo los
efectos desastrosos del pecado.
Los primeros cuatro siglos de la iglesia, es la época de la persecución de
los cristianos. En este período tenemos muchos mártires. Los mártires
fueron hombres y mujeres que con su ejemplo de vida, sellaron con su
sangre la fe en Cristo y la sostuvieron en todo tiempo frente a cualquier
adversidad.
El aumento del número de los cristianos, se debió al testimonio y la
coherencia de vida de los apóstoles y de las primeras comunidades, lo
que la gente reconoció y admiró porque vieron que vivían conforme a su
predicación.
La persecución en el siglo I
La primera toma de posición del Estado romano contra los cristianos se
remonta al emperador Claudio (41-54 d. de J. C.). Los historiadores
Suetonio y Dión Casio refieren que Claudio hizo expulsar a los judíos
porque estaban continuamente en litigio entre sí por causa de cierto
Chrestos. «Estaríamos ante las primeras reacciones provocadas por el
mensaje cristiano en la comunidad de Roma»,
comenta Karl Baus.
El historiador Cayo Suetonio Tranquilo (70-140
aproximadamente), funcionario imperial de alto
rango bajo Trajano y Adriano, intelectual y
consejero del emperador, justificará esta y las
sucesivas intervenciones del Estado contra los
cristianos definiéndolos como «superstición
nueva y maléfica»: palabras muy fuertes. Como
superstición el cristianismo es puesto en
conexión con la magia. Para los romanos es ese
conjunto de prácticas irracionales que magos y
Emperador Claudio hechiceros de personalidad siniestra usan para
estafar a la gente ignorante, sin educación
filosófica. Magia es lo irracional contra lo
racional, el conocimiento vulgar contra el conocimiento filosófico. La
acusación de magia (como la de locura) es un arma con la cual el Estado
romano tacha y somete a control nuevos y dudosos componentes de la
sociedad como el cristianismo. Con la palabra maléfica (portadora de
males) se alienta la sospecha obtusa del vulgo que imagina esta
novedad (como toda novedad) empapada de los delitos más
deplorables, y por consiguiente causa de los males que cada tanto se
26. desencadenan inexplicablemente, desde la peste al aluvión, desde la
carestía a la invasión de los bárbaros.
En el año 64 un incendio devastó 10 de los 14 barrios de Roma. El
emperador Nerón, acusado por el pueblo de ser el autor del mismo,
echó la culpa a los cristianos. Empieza la primera gran persecución que
durará hasta el 68 y verá perecer entre otros a los apóstoles Pedro y
Pablo.
El gran historiador Tácito Cornelio (54-120), senador y cónsul,
describirá este acontecimiento escribiendo en tiempo de Trajano sus
Annales. Él acusa a Nerón de haber culpado injustamente a los
cristianos, pero se declara convencido de que estos merecen las penas
más severas, porque su superstición los impulsa a cometer acciones
nefandas. No comparte, pues, ni siquiera la compasión que muchos
experimentaron al verlos torturados. He aquí la célebre página de
Tácito.
«Para cortar por lo sano los rumores
públicos, Nerón inventó los culpables, y
sometió a refinadísimas penas a los que el
pueblo llamaba cristianos y que eran mal
vistos por sus infamias. Su nombre venía de
Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio había
sido condenado al suplicio por orden del
procurador Poncio Pilato. Momentáneamente
adormecida, esta maléfica superstición
irrumpió de nuevo no solo en Judea, lugar de
origen de ese azote, sino también en Roma,
adonde todo lo que es vergonzoso y
abominable viene a confluir y encuentra su
Emperador Nerón
consagración. Primeramente fueron
arrestados los que hacían abierta confesión
de tal creencia. Después, tras denuncia de estos, fue arrestada una gran
muchedumbre, no tanto porque acusados de haber provocado el
incendio, sino porque se los consideraba encendidos en odio contra el
género humano.
Aquellos que iban a morir eran también expuestos a las burlas:
cubiertos de pieles de fieras, morían desgarrados por los perros, o bien
eran crucificados, o quemados vivos a manera de antorchas que servían
para iluminar las tinieblas cuando se había puesto el sol. Nerón había
ofrecido sus jardines para gozar de tal espectáculo, mientras él
anunciaba los juegos del circo y en atuendo de cochero se mezclaba con
el pueblo, o estaba erguido sobre la carroza. Por esto, aunque esos
27. suplicios afectaban gente culpable y que merecía semejantes tormentos
originales, nacía sin embargo hacia ellos un sentimiento de compasión,
porque eran sacrificados no a la común ventaja sino a la crueldad del
príncipe» (15, 44). Los cristianos eran, pues, considerados también por
Tácito como gente despreciable, capaz de crímenes horrendos. Los
crímenes más infames atribuidos a los cristianos eran el infanticidio
ritual (¡como si en la renovación de la Cena del Señor, en la que se
alimentaban de la Eucaristía, mataran a un niño y se lo comieran!) y el
incesto (clara tergiversación del abrazo de paz que se hacía en la
celebración de la Eucaristía «entre hermanos y hermanas»). Estas
acusaciones, nacidas del chismorreo de la gentuza, fueron así
sancionadas por la autoridad del emperador, persiguiendo a los
cristianos y condenándolos a muerte. Desde ese momento (nos lo
atestigua Tácito) se añadió a la imputación contra los cristianos también
un nuevo crimen: el odio contra el género humano. Plinio el joven,
irónicamente, escribirá que con una acusación semejante se habría
podido en lo sucesivo condenar a muerte a cualquiera.
Muy escasas son las noticias de la persecución que afectó a los
cristianos en el año 89, bajo el emperador Domiciano. De particular
importancia es la noticia referida por el historiador griego Dión Casio,
que en Roma fue pretor y cónsul. En el libro 67 de su Historia Romana
afirma que bajo Domiciano fueron acusados y condenados «por
ateísmo» (ateótes) el consul Flavio Clemente y su mujer Domitila, y
con ellos muchos otros que
«habían adoptado los usos
judaicos».
La acusación de ateísmo, en este
siglo, es dirigida contra quien no
considera divinidad suprema la
majestad imperial. Domiciano,
durísimo restaurador de la
autoridad central, pretende el culto
máximo a su persona, centro y
garantía de la «civilización
Catacumba de Santa Domitilla humana». Es notable que un
intelectual como Dión Casio llame
«ateísmo» el rechazo del culto al emperador. Significa que en Roma no
se admite ninguna idea de Dios que no coincida con la majestad
imperial. Quien tiene una idea diversa es eliminado como gravemente
peligroso para la «civilización humana».
Las persecusiones en el siglo II
28. En el 111 Plinio el joven, gobernador de la Bitinia a orillas del Mar
Negro, estaba regresando de una inspección de su populosa y rica
provincia cuando un incendio devastó la capital, Nicomedia. Mucho se
habría podido salvar si hubiera habido bomberos.
Plinio da parte al emperador Trajano
(98-117): «Te toca a ti, señor, valuar si
es necesario crear una asociación de
bomberos de 150 hombres. De mi
parte, cuidaré de que tal asociación no
incorpore sino bomberos...» Trajano le
responde rechazando la iniciativa: «No
te olvides que tu provincia es presa de
sociedades de este género. Cualquiera
sea su nombre, cualquiera sea la
finalidad que nosotros queramos dar a
Emperador Trajano
hombres reunidos en un solo cuerpo,
esto da lugar, en cada caso y rápidamente, a eterías». El temor a las
eterías (nombre griego de las «asociaciones») prevaleció así sobre el
temor a los incendios.El fenómeno era antiguo. Las asociaciones de
cualquier tipo que se transformaban en grupos políticos habían inducido
a César a prohibir todas las asociaciones en el año 7 a. de J. C.:
«Quienquiera establezca una asociación sin autorización especial, es
pasible de las mismas penas de aquellos que atacan a mano armada los
lugares públicos y los templos». La ley estaba siempre en vigor, pero las
asociaciones seguían floreciendo: desde los barqueros del Sena a los
médicos de Avenches, desde los comerciantes de vino de Lión a los
trompetistas de Lamesi. Todas defendían los intereses de sus afiliados
ejerciendo presiones sobre los poderes públicos.
Plinio no tardó en aplicar la prohibición de las eterías a un caso
particular que se le presentó en el otoño del 112. Bitinia estaba llena de
cristianos. «Es una muchedumbre de todas las edades, de todas las
condiciones, esparcida en las ciudades, en la aldeas y en el campo»,
escribe al emperador. Continúa diciendo haber recibido denuncias por
parte de los fabricantes de amuletos religiosos, estorbados por los
Cristianos que predicaban la inutilidad de semejantes baratijas. Había
instituido una especie de proceso para conocer bien los hechos, y había
descubierto que ellos tenían «la costumbre de reunirse en un día fijado,
antes de la salida del sol, de cantar un himno a Cristo como a un dios,
de comprometerse con juramento a no perpetrar crímenes, a no
cometer ni latrocinios ni pillajes ni adulterios, a no faltar a la palabra
dada. Ellos tienen también la costumbre de reunirse para tomar su
comida que, no obstante las habladurías, es comida ordinaria e
29. innocua». Los cristianos no habían dejado estas reuniones ni siquiera
después del edicto del gobernador que recalcaba la interdicción de las
eterías.
Prosiguiendo la carta (10, 96), Plinio refiere
al emperador que en todo esto no ve nada
malo. Pero la repulsa a ofrecer incienso y
vino delante de las estatuas del emperador
le parece un acto de escarnio sacrílego. La
obstinación de estos cristianos le parece
«irrazonable y necia».
De la carta de Plinio aparece claro que han
cesado las acusaciones absurdas de
infanticidio ritual y de incesto. Quedan las
de «rehusarse a rendir culto al emperador»
(por lo tanto, de lesa majestad), y de
constituir una etería. El emperador
responde: «Los cristianos no han de ser
perseguidos oficialmente. Si, en cambio, son San Ignacio
denunciados y reconocidos culpables, hay
que condenarlos». Con otras palabras: Trajano anima a cerrar un ojo
sobre ellos: son una etería innocua como los barqueros del Sena y los
vendedores de vino de Lión. Pero ya que están practicando una
«superstición irrazonable, tonta y fanática» (según la juzga Plinio y
otros intelectuales del tiempo como Epicteto), y ya que continúan
rehusando el culto al emperador (y por consiguiente se consideran
«ajenos» a la vida civil), no se puede pasar todo por alto. Si son
denunciados, se los ha de condenar. Continúa luego (si bien en forma
menos rígida) el «No es lícito ser cristianos». Víctimas de este período
son por cierto el obispo de Jerusalén Simeón, crucificado a la edad de
120 años, e Ignacio obispo de Antioquía, llevado a Roma como
ciudadano romano, y allí ajusticiado. La misma política hacia los
cristianos es la empleada por los emperadores Adriano (117-138) y
Antonino Pío (138-161).
Marco Aurelio (161-180), emperador filósofo, pasó 17 de sus 19 años
de imperio guerreando. En las Memorias en que cada noche, bajo la
tienda militar, anotaba algunos pensamientos «para sí mismo», se
encuentra un gran desprecio hacia el cristianismo. Lo consideraba una
locura, porque proponía a la gente común, ignorante, una manera de
comportarse (fraternidad universal, perdón, sacrificarse por los otros sin
esperar recompensa) que solo los filósofos como él podían comprender y
practicar después de largas meditaciones y disciplinas. En un rescrito del
30. 176-177 prohibió que sectarios fanáticos, con la introducción de cultos
hasta entonces desconocidos, pusieran en peligro la religión del Estado.
La situación de los cristianos, siempre desagradable, bajo él, se tornó
más áspera.
Las florecientes
comunidades del Asia
Menor fundadas por el
apóstol Pablo fueron
sometidas día y noche a
robos y saqueos por parte
del populacho. En Roma
el filósofo Justino y un
grupo de intelectuales
cristianos fueron
condenados a muerte. La
floreciente cristiandad de
Lyon fue aniquilada a raíz Coliseo Romano
de la acusación de
ateísmo e inmoralidad.
(Perecieron entre torturas refinadas también la muy joven Blandina y el
quinceañero Póntico). Las relaciones que nos han llegado dan a
entender que la opinión pública había ido exacerbándose con respecto a
los cristianos. Grandes calamidades públicas (de las guerras a la peste)
habían suscitado la convicción de que los dioses estuvieran enojados
contra Roma. Cuando se constató que en las celebraciones expiatorias
ordenadas por el emperador, los cristianos estaban ausentes, el furor
popular buscó pretextos para arremeter contra ellos. Esta situación
siguió también en los primeros años del emperador Cómodo, hijo de
Marco Aurelio.
Bajo el reinado de Marco Aurelio, la ofensiva de los intelectuales de
Roma contra los cristianos alcanzó el culmen. «A menudo y
erróneamente -escribe Fabio Ruggiero- se cree que el mundo antiguo
combatió la nueva religión con las armas del derecho y de la política. En
una palabra, con las persecuciones. Si esto puede ser verdadero (y, de
todos modos, solo en parte) para el primer siglo de la era cristiana, ya
no lo es más a partir de mediados del segundo siglo. Tanto el mundo
gentil como la Iglesia comprenden, más o menos en la misma época, la
necesidad de combatirse y de dialogar en el terreno de la
argumentación filosófica y teológica. La cultura antigua, entrenada
desde siglos a todas las sutilezas de la dialéctica, puede oponer armas
intelectuales refinadísimas al conjunto doctrinal cristiano, y muy pronto
31. la misma Iglesia , dándose cuenta de la fuerza que el pensamiento
clásico ejerce en frenar la expansión del evangelio, comprende la
necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico genuinamente
cristiano, pero capaz al mismo tiempo de expresarse en un lenguaje y
en categorías culturales inteligibles por parte del mundo grecorromano,
en el cual viene a insertarse cada vez más».
Las argumentaciones de Marco Aurelio (121-180), Galeno (129-200),
Luciano, Peregrino Proteo y especialmente de Celso (los tres últimos
escriben sus obras en la segunda mitad del siglo segundo) se pueden
condensar así:
« 'Ser salvado' de la falta de sentido de la
vida, del desorden de las vicisitudes, de la
nada de la muerte, del dolor, se puede dar
tan solo en una 'sabiduría filosófica' por
parte de una élite de raros intelectuales.El
hecho de que los cristianos pongan esta
'salvación' en la 'fe' en un hombre
crucificado (como los esclavos) en Palestina
(una provincia marginal) y proclamado
resucitado, es una locura. El hecho de que
los cristianos crean en el mensaje de este
crucificado, dirigido preferentemente a los
marginados y a los pobres (al 'polvo
humano') y que predica la fraternidad
Emperador Marco Aurelio
universal (en una sociedad bien escalonada
en forma de pirámide y considerada 'orden
natural') es otra locura intolerable que causa fastidio , que lo trastorna
todo. A los cristianos hay que eliminarlos como destructores de la
civilización humana». La crítica de los intelectuales anticristianos se
centra en la idea misma de «revelación de lo alto», que no está basada
sobre la «sabiduría filosófica»; en las Escrituras cristianas, que tienen
contradicciones históricas, textuales, lógicas; en los dogmas
«irracionales»; en el asunto del Logos de Dios que se hace carne
(Evangelio de Juan) y se somete a la muerte de los esclavos; en la
moral cristiana (fidelidad en el matrimonio, honestidad, respeto de los
demás, mutuo socorro) que puede ser alcanzada por un pequeño grupo
de filósofos, no ciertamente por una masa intelectualmente pobre.Toda
la doctrina cristiana, para estos intelectuales, es locura, como locura es
la pretensión de la resurrección (es decir, del predominio de la vida
sobre la muerte), la preferencia dada por Dios a los humildes, la
fraternidad universal. Todo esto es irracional. El filósofo griego Celso, en
su Discurso verdadero, escribe: «Recogiendo a gente ignorante, que
32. pertenece a la población más vil, los cristianos desprecian los honores y
la púrpura, y llegan hasta llamarse indistintamente hermanos y
hermanas...El objeto de su veneración es un hombre castigado con el
último de los suplicios, y del leño funesto de la cruz ellos hacen un altar,
como conviene a depravados y criminales».
Durante decenios los cristianos permanecen callados. Se expanden con
la fuerza silenciosa de la prohibición. Oponen amor y martirio a las
acusaciones más infamantes. Es en el siglo segundo cuando sus
primeros apologistas (Justino, Atenágoras, Taciano) niegan con la
evidencia de los hechos las acusaciones más infamantes, y tratan de
expresar su fe (nacida en tierra semítica y confiada a «narraciones») en
términos culturalmente aceptables por un mundo empapado de filosofía
grecorromana. Los «ladrillos» bien alineados del mensaje de Jesucristo
empiezan a ser organizados conforme a una estructura arquitectónica
que pueda ser estimada por los griegos y romanos. Serán Tertuliano
en Occidente y Orígenes en Oriente (en el tercer siglo) quienes den una
forma sistemática e imponente a toda la «sabiduría cristiana».
Las persecusiones en el siglo III
En el siglo tercero Roma sufre una gravísima crisis. Las relaciones entre
cristianos e imperio romano se invierten (aun cuando no todos lo
perciben).
La gran crisis es así descrita por el
historiador griego Herodiano: «En los
200 años anteriores, no hubo nunca un
sucederse tan frecuente de soberanos,
ni tantas guerras civiles y guerras
contra los pueblos limítrofes, ni tantos
movimientos de pueblos. Hubo una
cantidad incalculable de asaltos a
ciudades en el interior del imperio y en
muchos países bárbaros, de
terremotos y pestilencias, de reyes y
usurpadores. Algunos de ellos
Coliseo Romano ejercieron el mando largo tiempo,
otros tuvieron el poder por brevísimo tiempo. Alguno, proclamado
emperador y honrado como tal, duró un solo día y en seguida terminó».
El imperio romano se había progresivamente extendido con la conquista
de nuevas provincias. Esta continua conquista había permitido la
explotación de siempre nuevas vastísimas tierras (Egipto era el granero
33. de Roma, España y la Galia su viñedo y olivar). Roma se había
adueñado de nuevas minas (Dacia había sido conquistada por sus minas
de oro). Las guerras de conquista habían procurado turbas inmensas de
esclavos (los prisioneros de guerra), mano de obra gratuita. Hacia
mediados del tercer siglo (alrededor del 250) se advirtió que la
tranquilidad se había acabado. Al este se había formado el fuerte
imperio de los sasánidas, que acarreó durísimos ataques a los romanos.
En el 260 fue capturado el emperador Valeriano con todo el ejército de
70 mil hombres, y las provincias del este fueron devastadas. La peste
asoló a las legiones sobrevivientes y se propagó pavorosamente a lo
largo del imperio. Al norte se había formado otro conglomerado de
pueblos fuertes: los godos. Inundaron a Mesia y Dacia. El emperador
Decio y su ejército en el 251 fueron masacrados. Los godos bajaron
devastando, desde el norte hasta Esparta, Atenas, Ravena. Los cúmulos
de escombros que dejaban eran terribles. Perdieron la vida o fueron
hechas esclavas la mayoría de las personas cultas, que no pudieron ser
sustituidas. La vida regresó a un estado primitivo y selvático. La
agricultura y el comercio fueron aniquilados. En este tiempo de grave
incertidumbre las seguridades garantizadas por el Estado se vienen
abajo. Ahora son los gentiles (= paganos) quienes se vuelven
«irracionales», y confían no ya en el orden imperial, sino en la
protección de las divinidades más misteriosas y raras. Sobre el Quirinal
se levanta un templo a la diosa egipcia Isis, el emperador Heliogábalo
impone la adoración del dios Sol, la gente recurre a ritos mágicos para
tener lejos la peste. Y sin embargo también en el siglo tercero hay años
de terrible persecución contra los cristianos. No ya en nombre de su
«irracionalidad» (en un mar de gente que se entrega a ritos mágicos, el
cristianismo es ahora el único sistema racional), sino en nombre de la
renacida limpieza étnica. Muchos emperadores (por más que sean
bárbaros de nacimiento) ven en el retorno a la unidad centralizada el
único camino de salvación. Y decretan la extinción de los cristianos cada
vez más numerosos para arrojar fuera de la etnia romana este «cuerpo
extraño» que se presenta cada vez más como una etnia nueva, pronta a
sustituir la ya declinante del imperio fundado sobre las armas, la rapiña,
la violencia.
Septimio Severo, Maximino el Tracio, Decio y Treboniano Gallo
34. Con Septimio Severo (193-211),
fundador de la dinastía siria, parece
anunciarse para el cristianismo una fase
de desarrollo sin estorbos. Cristianos
ocupan en la corte cargos influyentes.
Sólo en su décimo año de reinado (202)
el emperador cambia radicalmente de
actitud. En el 202 aparece un edicto de
Septimio Severo, que conmina graves
penas para quien se pase al judaísmo y a
la religión cristiana. El cambio repentino
del emperador, solamente se puede
comprender pensando que él se dio Emperador Septimio Severo
cuenta de que los cristianos se unían
cada vez más estrechamente en una sociedad religiosa universal y
organizada, dotada de una fuerte capacidad íntima de oposición que a
él, por consideraciones de política estatal, le parecía sospechosa. Las
devastaciones más llamativas las sufrieron la célebre Escuela de
Alejandría y las comunidades cristianas de África. Maximino el Tracio
(235-238) tuvo una reacción violenta y cerril contra quien había sido
amigo de su predecesor, Alejandro Severo, tolerante hacia los
cristianos. Fue devastada la Iglesia de Roma con la deportación a las
minas de Cerdeña de los dos jefes de la comunidad cristiana, el obispo
Ponciano y el presbítero Hipólito. Que la actitud hacia los cristianos no
ha cambiado en el vulgo, nos lo manifiesta una verdadera caza a los
cristianos que se desencadenó en Capadocia cuando se creyó ver en
ellos a los culpables de un terremoto. La revuelta popular nos revela
hasta qué punto los cristianos eran todavía considerados «extraños y
maléficos» por la gente. (Cf K. Baus, Le origini, p. 282-287).
Bajo el emperador Decio (249-251) se desencadena la primera
persecución sistemática contra la Iglesia, con la intención de
desarraigarla definitivamente. Decio (que sucede a Filipo el Arabe,
muy favorable a los cristianos si no cristiano él mismo) es un senador
originario de Panonia, y está muy apegado a las tradiciones romanas.
Sintiendo profundamente la disgregación política y económica del
imperio, cree poder restaurar su unidad juntando todas las energías
alrededor de los dioses protectores del Estado. Todos los habitantes
están obligados a sacrificar a los dioses y reciben, después, certificados.
Las comunidades cristianas se ven desconcertadas por la tempestad.
Aquellos que rehúsan el acto de sumisión son arrestados, torturados,
ejecutados: así en Roma el obispo Fabián, y con él muchos sacerdotes
y laicos. En Alejandría hubo una persecución acompañada de saqueos.
En Asia los mártires fueron numerosos: los obispos de Pérgamo,
35. Antioquía, Jerusalén. El gran estudioso Orígenes fue sometido a una
tortura deshumana, y sobrevivió cuatro años (reducido a una larva
humana) a los suplicios.
No todos los cristianos soportan la persecución.
Muchos aceptan sacrificar. Otros, mediante propinas,
obtienen a escondidas los famosos certificados. Entre
ellos, según la carta 67 de Cipriano, hay a lo menos
dos obispos españoles. La persecución, que parece
herir mortalmente a la Iglesia, termina con la muerte
de Decio en combate contra los godos en la llanura
San Cornelio de Dobrugia (Rumania). (Cf M. Clèvenot, I Cristiani e
il potere, p. 179 s.). Los siete años sucesivos (250-
257) son años de tranquilidad para la Iglesia, turbada solamente en
Roma por una breve oleada de persecución cuando el emperador
Treboniano Gallo (251-253) hace arrestar al jefe de la comunidad
cristiana Cornelio y lo destierra a Centum Cellae (Civitavecchia). La
conducta de Galo se debió probablemente a condescendencia para con
los humores del pueblo, que atribuía a los cristianos la culpa de la peste
que asolaba al imperio. El cristianismo era todavía visto como
«superstición» extraña y maléfica (Cf K. Baus, Le origini, p. 292)
Valeriano y las finanzas del Imperio. En el cuarto año del reinado de
Valeriano (257) se originó una imprevista, dura y cruenta persecución
de los cristianos. No se trató, sin embargo, de un asunto de religión,
sino de dinero. Ante la precaria situación del imperio, el consejero
imperial (más tarde, usurpador) Macriano indujo a Valeriano a
intentar taponarla secuestrando los bienes de los cristianos acaudalados.
Hubo mártires ilustres (desde el obispo Cipriano a papa Sixto II, al
diácono Lorenzo). Pero fue tan solo un robo encubierto por motivos
ideológicos, que terminó con el trágico fin de Valeriano. En el 259 cayó
éste prisionero de los persas con todo su ejército y fue obligado a una
vida de esclavo, que lo llevó a la muerte.
Los cuarenta años de paz que siguieron, favorecieron el desarrollo
interno y externo de la Iglesia. Varios cristianos subieron a altos cargos
del Estado y se mostraron hombres capaces y honestos.
36. En el 271 el emperador Aureliano ordenó a
los soldados y a los ciudadanos romanos
abandonar a los godos la vasta provincia de
Dacia y sus minas de oro: la defensa de esas
tierras costaba ya demasiada sangre. Puesto
que no había más provincias para conquistar
y explotar, toda la atención se dirigió al
ciudadano común. Sobre él se abatieron
impuestos, obligaciones, prestaciones
(manutención de acueductos, canales,
cloacas, caminos, edificios públicos...) cada
vez más onerosos. Literalmente ya no se
sabía si se trabajaba para sobrevivir o para
pagar los impuestos. En el año 284, después
de una brillante carrera militar, fue aclamado Emperador Aureliano
emperador Diocleciano, de origen dálmata.
Debido al desastre de las provincias, en lo sucesivo los impuestos serían
pagados per cápita y por yugada, es decir, un tanto por cada persona y
por cada pedazo de terreno cultivable.El cobro fue confiado a una
burocracia enorme que no se dejaba escapar nada haciendo imposible
evadir el fisco, que castigaba de manera deshumana a quien lo hacía y
que costaba muchísimo al Estado.Los impuestos eran tan pesados que
quitaban la gana de trabajar. Remedio: Se prohibió abandonar el puesto
de trabajo, el pedazo de tierra que se cultivaba, el taller, el uniforme
militar.«Tuvo así inicio -escribe F. Oertel, profesor de historia antigua en
la Universidad de Bonn- la feroz tentativa del Estado de exprimir la
población hasta la última gota... Bajo Diocleciano se realizó un integral
socialismo de Estado: terrorismo de funcionarios, fortísima limitación a
la acción individual, progresiva interferencia estatal, gravosa tasación».
2) María, prototipo de mujer y de cristiano
2.1 María modelo de vida
La virgen María es un buen punto de referencia, es un modelo de vida
Cristiana. El hombre no puede vivir sin un modelo al que mirar y en el
que fundar su vida; es una exigencia del niño, que mira al adulto, y es
una exigencia del hombre cuando se constituye como grupo. Todo
pueblo tiene sus modelos de vida, que son transmitidos mediante
relatos míticos, parábolas, cantos, imágenes, fórmulas legales, dichos
populares, etc. Las escuelas filosóficas proponen modelos, la literatura
los divulga, el arte los exalta; varían según los siglos, las culturas, las
37. situaciones socioculturales, pero siempre están presentes. Modelo de
vida puede ser una persona excepcionalmente dotada, un lejano
antepasado divinizado o imaginado en el tótem; a menudo es un
personaje ideal revestido de las dotes que se desea realizar. Se podría
estudiar la historia en profundidad a través de los modelos que se han
dado los pueblos.
A través de los evangelios de la infancia, en los cuales se pone
particularmente de relieve a la madre de Jesús, las primeras
generaciones de cristianos vieron en María su excepcional riqueza de
santidad: la imagen del Padre se hace en ella plenitud de gracia y
grandeza de dones. En María descubren los primeros cristianos no sólo
el rostro físico sino también el espiritual del Señor su hijo. La primera de
los creyentes, la primera de los salvados, miembro de la iglesia
primitiva, María participa materna y ejemplarmente de la misma misión
santificadora de Cristo. Fiel al Señor como sus padres, fiel a las leyes de
la comunidad judía en la que vivió, fiel a las exigencias de la voluntad
del Padre y a las de la maternidad para con su hijo, presente y
disponible en Belén, en el templo, en Nazaret, en Caná, bajo la cruz y
en el cenáculo, la virgen María dice con toda su vida: "Haced lo que él
os diga" (Jn 2,5). Y Cristo la indica y la da como madre a los cristianos
de todos los tiempos (Jn 19, 26-27).
Tres actitudes destacan en ella, y los evangelistas las fijan en las breves
referencias con que describen a María.
- La primera actitud es la fe (Lc 1,45). Isabel admira y destaca esta dote
evangélica de María, la misma que Jesús pedirá al que quiera seguirle.
Es la respuesta confiada y radical a Dios que habla, respuesta que María
dará siempre, aunque no todo le resulte claro: se fía de Dios.
- En María, que se proclama con sencillez "esclava del Señor" (Lc 1,38),
es evidente otra actitud: la disponibilidad constante y total a hacer lo
que Dios quiera de ella; la voluntad del Altísimo en todas las situaciones
personales, en la realización de cada acción, es la regla suprema del
proceder de María, lo mismo que de su hijo, que vino al mundo a
cumplir la voluntad del Padre.
- Una tercera actitud que el Señor pide a quien desee seguirle es el don
del corazón, la respuesta de amor. El cristianismo nos hace hijos de
Dios, y Dios, que da amor a sus hijos, exige de ellos una respuesta. En
María el amor se convierte en maternidad sin quitar nada a su realidad
de hija y de esposa tanto frente a Dios como frente a los hombres. Los
tres rostros del amor: madre, esposa e hija, serán emblemáticos en
38. quien camine en pos de las huellas de Cristo mirando a María.
Junto a estas actitudes de fondo la reflexión de la iglesia ha percibido en
María las otras virtudes evangélicas presentes y operantes en ella,
llegando a afirmar la plenitud de gracia, que ha hecho de María la toda
santa. Para expresar estas virtudes y esta plenitud se han tomado
muchas imágenes del AT, que desde finales de la edad media
encontramos en las letanías o en el himno Akáthistos de la liturgia
bizantina. Estas imágenes ciertamente han ayudado a reflexionar sobre
el misterio de María y han favorecido el culto mariano, pero no siempre
han llevado a una imitación. La grandeza y trascendencia del modelo
expuesto con acentos no siempre exactos han desalentado a veces a
quienes pretendían imitarla. En este sentido, una revisión de los títulos
puede hacer más evidente el rostro real de María presentado por el
evangelio, facilitando su imitación.
El verdadero culto a María ha ido siempre unido a la imitación: padres y
doctores, maestros de oración y de santidad antiguos y contemporáneos
han presentado a María como modelo de vida, destacando la urgencia
de pasar de la devoción a la imitación, de la petición de protección al
compromiso personal para hacer vivir en la vida propia la santidad de
María. La ejemplaridad de María viene en efecto, de Dios, y a Dios debe
llevar su imitación, lo mismo que la grandeza misma de María, singular
y excepcional, es la causa de que la iglesia "venere con amor especial a
la bienaventurada Madre de Dios, la virgen María unida con vínculo
indisoluble a la obra salvífica de su Hijo, en ella, la iglesia admira y
ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla
gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda
entera, ansía y espera ser" (SC 103).
El Vat II y la Marialis cultus de Pablo Vl, han recordado también la
oportunidad de reanudar una devoción que, cuando es verdadera, es
sobre todo imitación y redescubrimiento de María, modelo y prototipo
ejemplar para la iglesia y para todos los hijos de esta madre (MC 57).
Muy oportunamente ha sido presentada María a los hombres de hoy en
su realidad concreta de mujer, de madre y de hermana, evitando
acentuar sus privilegios en una óptica que llevase a María lejos de
nuestra situación humana, haciendo de ella una criatura casi
ultraterrena, y por lo tanto no imitable. María ha sido colocada al lado
de cada hombre para despertar en todos la vocación personal a la
santidad. Se ha puesto de manifiesto que todos los privilegios de María,
comenzando por la misma maternidad divina, son para el hombre: la
Inmaculada, la toda santa, no es un ser etéreo con la luna bajo sus pies,
sino una mujer que evoca la común vocación del Padre que "nos eligió
39. en Cristo antes del comienzo del mundo para que fuésemos santos e
inmaculados ante él, predestinándonos por amor a la adopción de hijos
suyos en él mismo" (Ef 1,4-5), la Asunta es María de Nazaret, la esposa
de José, la madre de Jesús, ''glorificada ya en los cielos en cuerpo y
alma, imagen y principio de la iglesia, que habrá de tener su
cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al
peregrinante pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de
consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).
Max Scheler, uno de los que han estudiado con más diligencia y
atención la psicología de la imitación, ha demostrado que el modelo
encierra en sí la idea de valor y obra en el discípulo con la fuerza que
dimana de su personalidad, imponiéndose no con la autoridad, sino con
la fascinación de su presencia. El modelo es "el valor encarnado en una
persona, una figura ideal que está siempre presente en el alma del
individuo o del grupo, de modo que éste va tomando poco a poco sus
rasgos y se transforma en él; su ser, su vida, sus actos, consciente o
inconscientemente, se regulan por ella, ya sea que el sujeto tenga que
felicitarse por seguir su modelo, ya que tenga que reprocharse no
imitarlo". El modelo ejerce de suyo un atractivo que se convierte en
amor, en participación vital de la persona, en necesidad de armonizar la
vida con la vida del modelo; no se le imita copiando los gestos
exteriores, sino participando de su vida, de su ideal, identificándose en
él.
Si esto vale psicológicamente, vale también espiritualmente; la historia
de los santos, "modelos" en torno a los cuales se forma una corona de
seguidores, lo confirma. Los santos escriben agudamente Bergson, "no
tienen necesidad de exhortar; les basta existir; su existencia es una
llamada". Desde siempre, pero particularmente desde que Cristo
moribundo confió a María a Juan, a la iglesia, al cristiano, María ejerció
la función activa de modelo; al señalarla como madre, Jesús daba a
María como modelo a sus hijos. Basta mirarla y sentirla cerca para
participar de su mundo interior; además el lazo misterioso pero eficaz
entre María y los creyentes y su acción materna hacen su imitación
posible a todos. En su afán de hacer presente y comprensible a María
como modelo, la iglesia encuentra algunas dificultades: las muchas
imágenes marcadas por demasiados elementos culturales y una visión
teológica abstracta le quitan frecuentemente a María la fuerza y la
fascinación del modelo. Igualmente, la misma santidad de María, que
presenta muchos rostros y es para todos los hijos de la iglesia, puede
parecer desencarnada e inalcanzable. Por eso la iglesia docente llama
con insistencia la atención sobre María como modelo; y en este
momento, en que la crisis de modelos es particularmente aguda, la
40. espiritualidad redescubre y actualiza la imitación de María formando
iconos vivos, nuevos y actuales. Recordemos la escuela de espiritualidad
de san Maximiliano Kolbe, que parte de la consagración a la Inmaculada
y alcanza una vida intensa de unión, por lo cual el pensamiento, la
acción y la santidad de María parecen convertirse en pensamiento y
acción del cristiano. Su frase: "Hacerse la Inmaculada" es preciso
entenderla en su justo sentido de hacer vivir a María en la vida propia
según la vocación específica de cada uno, para realizar así la única
imitación auténtica.
En la personalidad de María existen rasgos fundamentales y
sobresalientes, como la fe y el amor. Es la fe íntegra la que introduce a
María en el plan salvífico de Dios, mucho más allá de cualquier proyecto
humano. Ella escucha creyente la Palabra de Dios. Su fe profunda se
explica al comprender que María pertenece al pequeño resto de “los
pobres de Yahvé”. Ellos, y María en primer lugar, se caracterizan por la
humildad y la pobreza radical, por la confianza absoluta en Yahvé, por la
esperanza a toda prueba del cumplimiento de la promesa; están
siempre en total disponibilidad para aceptar el plan salvador de Dios.
María es la Mujer de la Fe. Sin fe no hubiera pasado a la historia. Por su
fe es llamada “dichosa” en el Evangelio. “Dichosa tú porque has creído”.
María por tu fe, “todas las generaciones te llamarán bienaventurada”. La
fe no vale sólo para salvarse; vale también para formar la personalidad;
vale para vivir mejor la fraternidad; vale para ser feliz. María por su fe,
aceptó la Palabra que el Señor le dirigía. Por esta misma fe asumió la
función que el Señor le encomendó en el plan de salvación: ser la Madre
de Dios. Aunque no entiende todo, María pronuncia el “Así sea”.
Y es que se cree fundamentalmente con el corazón, mucho más que por
la lógica de las razones. María se convierte en modelo de creyentes. El
valor y la grandeza de María no le vienen de ninguna cualidad humana.
María es grande porque está cerca de Dios. Ella ha dejado que Dios sea
el Señor. Ha respetado su presencia. Ha recogido hasta el fondo su
palabra. María no está sola. María es una mujer de conquista. Es una
mujer “con Dios”, de ahí su grandeza. Vive muy cerca el misterio
transformante. Ha recibido el don de Dios. Ha creído. Se apoya en esa
fe. Por esa fe su vida será distinta. Su vida será una expresión de la
obra de Dios. Su vida será un servicio que consiste en dejar que Cristo
venga y sea llevado hacia los hombres. La fe la convierte en Madre. En
Madre de Dios.
María acepta su papel en el plan salvador de Dios. Se incorpora
plenamente a ese plan. Sabe que hay que pagar un precio muy alto. El
41. precio de la Redención: el anonadamiento, el dolor y la muerte. María
asume la función de Madre de Dios. Asume, también, todas las
condiciones de ser madre. Se entrega desinteresadamente. No exige ni
espera nada a cambio.
María es la Madre del Amor. Su amor es sacrificado y doloroso.
Acompaña a su Hijo hasta la Cruz. Nos lo ofrece como oblación y cono
víctima para nuestra salvación. Nos lo ofrece como Redentor. Nos lo
entrega para que Él, Cordero de Dios, lave nuestros pecados. María,
Madre de Dios, es modelo de amor cristiano para todos los creyentes. La
redención no puede hacerse sin muerte, sin donación, sin entrega, sin
víctima. La caridad (amor) consiste en dar la vida por los hermanos. Y
así lo hizo María, como Jesús.
María cumplió su misión. La Madre de Dios y Madre nuestra es modelo
de fe y de amor para nosotros. Su acción protectora sigue creciendo con
la Revelación de su Hijo hasta consagrarlo, consagrándose para la
Iglesia, en la Cruz.
El ser hijos de Dios es, pues, un don para utilizar a favor de los
hombres, según el plan universal de Dios. María, nos impulsa y nos
ayuda a llegar a la meta.
2.2 María en el Magisterio
Presentación General.
Cuando se habla en la Iglesia de Magisterio se quiere indicar el oficio
vital de enseñar que tiene la Iglesia fiel a la trasmisión y ala
interpretación auténtica de la Palabra de Dios en su forma escrita
(Sagrada Escritura) y en su forma de Tradición. Esto significa que el
magisterio asegura la enseñanza de los apóstoles en materia de fe y de
moral.[1]
El Magisterio y la teología son un común pero diferente servicio. [2] La fe
cristiana está unida al conocimiento de la verdad (cfr. Tito 1,1; 1Tm 1,
10; 4, 6; 2Tim 4,3) y a esta verdad escatológica nos guía la Iglesia, es
decir los pastores del ministerio episcopal. Pero, también por la misión
canónica que le corresponde, los teólogos están al servicio del
magisterio y están llamados a conducir los creyentes a la adhesión
personal íntima y profundamente convencida que el Dios trinitario ha
sido revelado por Cristo en la Iglesia. Los Obispos, dentro de la función
42. sacramental relacionada a su condición de pastores, siempre pueden
aclarar cualquier confusión de interpretación entre lo que dice la
doctrina de la Iglesia (Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio) y lo
que se pueda decir en el ejercicio de la enseñanza catequética, de la
investigación teológica y en la práctica de la ley moral. [3]
2.2.1 EL MAGISTERIO UNIVERSAL DE LA IGLESIA.
Introducción.
Esta presentación sintética se divide en tres niveles: una primera parte
que expone el magisterio universal de la Iglesia sobre María, una
segunda parte que muestra el magisterio continental, un tercera parte
dedicada al magisterio regional local.
A) Antes del Concilio Vaticano II.
A lo largo de la historia de la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu
Santo y a través de muchos debates de pastores y especialistas, varios
dogmas marianos se fueron definiendo acerca de la Virgen María, dentro
de la interpretación correcta de la Sagrada Escritura, confirmada a su
vez en la tradición y por el magisterio: María Madre de Dios (en el
Concilio de Efeso 431), María siempre Virgen (por el papa Martino I en
el Concilio Lateranense 649, can. 3), La Inmaculada Concepción (por
decreto del papa Pío IX 1954), María Asunta en cuerpo y alma al cielo
(por decreto del papa Pío XII 1950).
Se puede decir que en el primer milenio se aclaró la doctrina que
relaciona María con el misterio de la encarnación y en el segundo
milenio se ha ido madurando la comprensión de la relación entre María y
la Iglesia peregrina y triunfante. La mariología entre el siglo XIX y el
siglo XX fue madurando este proceso sobre todo motivada por
importantes aportes eclesiales de los distintos movimientos: el litúrgico,
el bíblico y el ecuménico que desembocaron al fin en el gran
acontecimiento del Concilio. El Papa Pío XII fue preparando con su
magisterio las líneas teológico-pastorales de un cambio deseado y
necesario para la Iglesia de cara a la posguerra y finalizando el último
siglo del primer milenio de la historia de la humanidad.
B) El Concilio Vaticano II.
43. El Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II el 25 de enero del
1958. Este magno evento de la Iglesia universal además de
fundamentar el proceso de actualización del Evangelio, de la celebración
de la fe y la renovación de los caminos pastorales a la luz de la época
actual, marcó un sustancial cambio de enfoque en la doctrina
mariológica y del culto mariano. El documento preparatorio esquemático
sobre la B.V. María “De Beata” preparado por la comisión encargada, fue
transformado después de una votación histórica el 29 de octubre del
1963 y pasó de ser un documento autónomo dedicado a la Virgen María
a un capítulo del documento sobre la Iglesia Lumen Gentium. Los padres
conciliares por un estricto margen de votación tomaron la decisión de
cambio de orientación general.
Las dos corrientes mariológicas: uno de tendencia cristotípica (que
valoraba la eminencia y la singularidad de María), y la otra de carácter
eclesiotípico (que insertaba a María en el contexto de la historia e la
salvación y en la vida de la Iglesia) se habían confrontado y el debate
había favorecido la segunda postura. Esta decisión conciliar permitió el
cambio sustancial en el recorrido de la mariología que fue plasmado en
el capitulo ocho de dicho documento. El Vaticano II ha sido el Concilio
que más ha hablado de María, no tanto definiendo nuevas doctrinas,
sino sustancialmente integrando el misterio de María a la historia de la
salvación y reorganizando toda la doctrina a partir de ese enfoque.
La razón de todo esto es que la anterior mariología de privilegios había
diluido, a causa del método escolástico fundamentalmente filosófico
deductivo, la inspiración bíblica y litúrgica original, dando paso a una
mariología acompañada por un devocionismo espiritual intimista y
popular, que a su vez no daba cabida al necesario discurso centrado en
Cristo y en la única Iglesia que Cristo fundó. Esta revisión resultó ser
necesaria para la renovación (aggiornamento) a partir de ese momento,
en especial apuntando al fin ecuménico del mismo concilio: la
recuperación de la unidad de los cristianos y de los creyentes y de la
unidad entre fe, vida y cultura del hombre de hoy. Dijo el Cardenal
Ratzinger citando Hugo Rahner que: “La mariología fue pensada y
enfocada por los santos Padres (en el Concilio Vaticano II) como
eclesiología”.[4] Se puede dividir el documento en cinco partes:
1. María integrada a la Historia de la salvación LG nn. 52-54.