4. Biografía
Gérard de Nerval (22 de mayo de 1808 – 26 de enero de 1855) era el pseudónimo
literario del poeta, ensayista y traductor francés Gérard Labrunie, el más
esencialmente romántico de los poetas franceses.
Nació en París en 1808. La muerte de su madre, Marie Antoniette Marguerite Laurent,
cuando aún era un niño marcó no sólo su vida sino también su obra. Murió de
meningitis en Silesia cuando acompañaba a su marido Etienne, un doctor al servicio de
la Grande Armée. Fue educado por su tío-abuelo en la campiña de Valois hasta 1814,
cuando fue enviado a París. Durante las vacaciones visitaba Valois y escribió su libro
Canciones y leyendas de Valois. En 1826-27 tradujo la obra trágica Fausto (Goethe), lo
que le dio a conocer, a Friedrich Schiller, y los poemas de Heinrich Heine. Tuvo
diversos trabajos: periodista, aprendiz de imprenta, ayudante de notario. Escribió varias
obras dramáticas en colaboración con Alexandre Dumas, además de ser gran amigo de
Théophile Gautier (con el cual se reunía en el "club de los hachisianos") y Victor Hugo.
En 1833 se enamoró de la actriz y cantante Jenny Colon, a quien le dedicó un culto
idólatra. La muerte prematura de ésta en 1842, con 34 años, le dejó gravemente
trastornado. Viajó y peregrinó por Oriente, en donde le encandiló la cultura turca.
En Siria estuvo a punto de casarse con la hija de un jeque y en Beirut se enamoró de la
muchacha drusa Salerna. Por el norte de África, en El Cairo compró una esclava
javanesa. Su salud se vio deteriorada por estos exóticos viajes. Fue figura de la bohemia
parisina donde se convirtió en una persona extravagante, como partido en dos, escindido
de sí mismo: la realidad y el otro lado. Todo esto se refleja en la continua tensión de
contrarios que manifiesta su obra. Después de este suceso se dedicó a viajar por Europa,
y en Inglaterra conoció a Charles Dickens.
Gérard de Nerval fue durante toda su vida un espíritu atormentado que en los últimos
años de su vida, los más fecundos, sufrió graves trastornos nerviosos, como trastorno
bipolar, sonambulismo y esquizofrenia, lo que le llevó a temporadas en varios
hospitales psiquiátricos, en donde, lejos de curarse, aumentaba su locura leyendo libros
de ocultismo, cábala y magia, pero también escribiendo relatos. En una de las
situaciones que provocaban sus internamientos fue el de verlo pasear a una langosta con
5. una cinta azul. Estos sucesos unidos a sus problemas económicos, le llevaron a
suicidarse ahorcándose de una farola en París, en 1855. Este trágico evento inspiró una
litografía de Gustave Doré, quizás la mejor de su obra. Esta enterrado en el famoso
cementerio parisino de Père-Lachaise.
Dejó una obra no muy extensa pero aquilatada y misteriosa que, a pesar de su carácter
atormentado, refleja fielmente las inquietudes del alma humana. Ejerció posteriormente
influencia sobre Marcel Proust, René Daumal y Antonin Artaud.
Sus obras capitales son "Viaje al Oriente" (1851), en la que relata las leyendas oídas por
los caminos durante sus viajes por Europa (Italia, Inglaterra, Alemania, Austria,
Holanda, Bélgica) y norte de África. "Les Illuminés, ou les precurseurs du socialisme"
(1852), fue una colección de novelas en las que habla sobre Nicolás Edme Restif de la
Bretonne, Cagliostro y otros. "Las hijas del fuego" (1854), galería de retratos femeninos
en los que invoca el amor. "Aurelia" (1855), un clásico de nuestro tiempo que influyó
grandemente a los surrealistas. El autor nos narra aquí su particular viaje vital del brazo
de la locura, que es al mismo tiempo la primera mirada moderna a esas profundidades.
El libro de poemas "Las Quimeras" (1854), que contiene el célebre soneto "El
Desdichado". En uno de sus últimos poemas, "Epitafio", ya intuyó su inminente muerte:
“A ratos vivo alegre igual que un lirón este poeta loco, amador e indolente, y otras veces
sombrío cual Clitandro doliente... cierto día una mano llamó a su habitación.
¡Era la muerte! Entonces él suspiró:"Señora, dejadme urdir las rimas de mi último
soneto". Después cerró los ojos -acaso un poco inquieto ante el frío enigma -para
aguardar su hora... Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en
su escritorio. Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido. Y una noche de invierno,
cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fue preguntando: ¿Para
qué habré venido? ”
Fuente: wikipedia
7. Aurelia
O el sueño y la vida
I
1º parte
El sueño es otra forma de vida. No podría traspasar, sin estremecerme, esas
puertas de nácar o marfil que nos separan de ese mundo invisible. Desde los primeros
instantes en que el sueño nos domina, realmente es la sombra de la muerte quien se
apodera de nosotros, un velado ensueño arrebata nuestro pensamiento y ya no podemos
determinar el instante preciso donde el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la
existencia en un difuso subterráneo que poco a poco dispersa sus tinieblas, para
desencadenar en la penumbra de la noche a las pálidas, rígidas e inmóviles figuras que
habitan en la morada de los limbos.
Luego, paulatinamente, se forma la imagen, una nueva luz resplandece y llena de
vida a esas extrañas apariciones:
— El mundo de los espíritus se abre para nosotros…
Swendenborg1
llamaba a tales visiones Memorabilia; las atribuía con mayor
frecuencia al ensueño que al sueño en sí El Asno de Oro de Apuleyo y la Divina Comedia
del Dante son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana.
Yo trataré, tomándolos como referencia, de descubrir aquí los síntomas de una
«enfermedad» incurable que se ha imbuido en todos los misteriosos recodos de mi
espíritu – y aún no termino de comprender por qué me sirvo de tal palabra: enfermedad,
puesto que, nunca antes, en cuanto a mi integridad física, me había sentido mejor.
1
Erudito y místico sueco del siglo XVII, fundó una especie de religión (La Nueva Jerusalén), inspirada, decía por
inspiración directa del Señor, que expuso en varias de sus obras, mas, no quiso crear una nueva iglesia que podría
abarcar todas las existentes. Los románticos lo consideraron un precursor e influyó notablemente en Nerval y en otros
simbolistas, sobre todo con su teoría de las correspondencias. (Las notas al pie de página, salvo aclaratoria, son del
traductor para facilitar la comprensión del texto. Las imágenes donde Nerval se sirve de símbolos se han confrontado
con Diccionarios de simbología, especialmente el de CIRLOT, E., Diccionario de símbolos, ed. siruela, Madrid 1997.)
8. 2
Más bien, en algunas ocasiones me sentía más ágil y fuerte, me parecía, saberlo
todo, comprenderlo todo, la imaginación me aportaba infinitas delicias… y en cuanto
recobraba eso, de lo que los hombres se precian de llamar razón, inmediatamente, me
preguntaba: «¿Es preciso lamentarse por carecer de ella?.»
Esta vita nuova, para mí, ha transcurrido en tan sólo dos instantes2
…
— He aquí el primero:
Una dama que había amado durante mucho tiempo, y a la que atribuiré el nombre
de Aurelia3
, le había perdido; poco importan las circunstancias de ese hecho, que
seguramente debió influir mucho en mi vida. Cada quien puede buscar en sus sueños las
emociones más desgarradoras, el golpe más terrible que el destino lance sobre su alma;
entonces es necesario predestinarse a morir o a vivir. Diré más tarde por qué no elegí la
muerte.
Condenado por aquella que amaba, culpable de una falta irremisible de la cual
no esperaba ser perdonado jamás, no me quedaba más remedio que sumirme a vulgares
borracheras. Experimentaba entonces, alegrías sin motivos y desmañadamente corría por
el mundo, locamente enamorado de la variedad y del capricho, sobretodo, me gustaban
las extrañas indumentarias y costumbres de las poblaciones lejanas, me parecía que de
esa manera desplazaba las condiciones del bien y del mal, es decir, lo que nosotros
los franceses comprendemos como sensibilidad.
¡Qué locura – me decía – amar de manera tan platónica a una mujer que no te ama ya!.
Ese ha sido el fruto que me han dejado mis lecturas: llegar a tomarme en serio las
invenciones de los poetas, y crearme una Laura o una Beatriz4
de una persona común
que pertenece a nuestra época… Pero pasaré a otras anécdotas y olvidaré estas
rápidamente.
El fragor de un alegre carnaval en una ciudad italiana desvaneció todas mis ideas
melancólicas, estaba tan contento con el alivio que experimentaba que hacía tomar parte
de mi alegría a todos mis amigos, y en mis cartas, debido al estado constante de mi
espíritu, no les transmitía otra cosa que no fuera una febril e intensa excitación.
Un día en aquella ciudad llegó una mujer de gran renombre5
, la cual me confió su
amistad, estaba acostumbrada a complacer y a deslumbrar, así pues me arrastró, sin
ningún recelo, al cúmulo de sus admiradores. Desde la primera velada que tuvimos,
donde ella se había mostrado natural y encantadora, llena de un refinamiento único y
especial que todos quisiéramos poseer, me sentí totalmente prendado de su persona; al
punto que no quise guardar un instante para escribirle. ¡Estaba tan contento de saber que
mi corazón era capaz de latir por un nuevo amor!
Con prolijo entusiasmo volví a utilizar las mismas fórmulas que bien en otro
tiempo me habían servido para emprender amores sinceros y duraderos. La carta ya iba en
camino, hubiera querido retenerla, no obstante, me fui a meditar en la soledad, aunque,
esto me parecía una profanación de mis recuerdos.
2
Aquí Nerval parece aludir a las crisis que sufrió en 1841 y otra en 1853-54
3
Como en muchas de sus narraciones los protagonistas encubren a personas que influyeron en la vida del autor, así que,
Aurelia seguramente ha de ser una de las mujeres más influyentes y amadas por él, se trata de Jenny Colon, mas, dicha
especulación puede ser variable, pues, Aurelia también puede representar a todas las que amó.
4
Eran las respectivas musas de dos de los más grandes poetas italianos: Dante y Petrarca quienes las inmortalizaron a
través de su poesía.
5
Podría tratarse de la pianista Marie Pleyel, amante, entre otros, de H. Berlioz.
9. 3
La tarde devolvió a mi flamante amor el encanto de la víspera. La dama se mostró
receptiva a lo que le había escrito, aunque manifestaba cierto asombro por mi súbita
devoción, y ciertamente, había escalonado en tan sólo un día, con aparente sinceridad,
muchos grados de la admiración y simpatía que se puedan concebir hacia una mujer.
Ella me confesó que la había sorprendido al punto de sentirse halagada. Quería
cortejarla, pero, por más que quise decirle, me fue imposible conseguir en nuestras
sucesivas pláticas el diapasón de mi estilo, de manera que me vi forzado a confesarle, con
lágrimas en los ojos, que me había engañado a mí mismo intentando seducirla.
Sin embargo, mis tiernas confidencias debieron tener algún encanto, y unos dulces
lazos amistosos, más fuertemente atados, vinieron a suceder mis vanos reclamos de
ternura.
II
Más tarde, la volví a ver en otra ciudad, en la misma donde se hallaba la dama que
amaba imperecederamente, mas, sin ninguna esperanza. Por obra del azar ambas se
conocieron, y sin duda alguna, la primera tuvo la oportunidad, hablándole de mi persona,
de conmover a la que me había exiliado de su corazón. De modo que, un día,
encontrándome en una tertulia a la que ella también había asistido; la vi venir hacía mí,
tendiéndome la mano. ¡Oh! ¿Cómo podría interpretar ese gesto, y la mirada profunda que
acompañaba su saludo? En ese instante creí ver la remisión de mis faltas anteriores; el
acento divino de la piedad, daba a las simples palabras que me
dirigía un valor supremo, como si algo religioso se mezclara a las ternuras de un amor,
hasta entonces profano y ello le imprimiera el carácter de la eternidad.
Me era forzado regresar a París para realizar una importante diligencia, pero
súbitamente tomé la resolución de no permanecer allí más que unos cuantos días y de
regresar, cuanto antes, junto a mis dos amigas. La alegría y la impaciencia me daban
entonces una especie de aturdimiento que se complicaba aún más por la atención que
debía tener con algunos asuntos que estaba culminando.
Una noche, casi a las doce, regresé al barrio donde se hallaba mi morada, cuando
por casualidad levanté los ojos, divisé el número de una casa que estaba iluminada por un
reverbero, el número correspondía exactamente a mi edad, inmediatamente bajé los ojos y
vi ante mí a una mujer de pálida tez y de ojos socavados, me pareció ver en ella los rasgos
de Aurelia, me dije entonces: ¡Es su muerte o bien la mía la que se está anunciando!
Pero no sé el por qué permanecí sujeto, mucho más, a la última suposición; tal
idea me rondaba y pensaba que eso debía acaecer al día siguiente y en esa misma hora.
– Aquella noche, tuve un sueño que confirmó mis pensamientos:
Deambulaba en un gran edificio conformado por muchos salones, de los cuales
algunos se destinaban al estudio y otros a las pláticas o a las discusiones filosóficas. Me
detuve por curiosidad en uno de los primeros, donde creí reconocer a mis antiguos
maestros y condiscípulos, allí se impartía una clase acerca de los autores griegos y latinos,
con aquél monótono murmullo que se parigualaba a las remotas plegarias dirigidas a la
10. 4
diosa Mnemosine6
. Pasé luego a otro salón donde se llevaban a cabo una serie de pláticas
filosóficas, participé en ellas, pero sólo fue por algunos instantes, pues, luego salí a
buscar mi habitación preguntando en una especie de recepción, luego bajé
por unas escaleras inmensas, las cuales estaban atestadas de apresurados turistas. Me perdí
muchas veces en los largos corredores, de pronto, cuando atravesaba una de las galerías
centrales presencie un extraño espectáculo: Un ser de un tamaño desmesurado – hombre o
mujer realmente no lo sé7
– viraba a duras penas en el espacio y parecía luchar entre
espesas brumas; faltándole el aliento y las fuerzas, por fin cayó en medio de un patio
obscuro; pude contemplarlo por algunos instantes, cuando se quedó enganchado de algo y
estrujaba las alas a lo largo de los techados y de las balaustradas, estaba marcado con unas
manchas rojizas y sus alas se mutaban con una infinidad de reflejos multicolor, estaba
vestido con una larga túnica de antiguos pliegues, parecida al del Ángel de la Melancolía
de Alberto Durero.
No pude impedir dar gritos de terror que me despertaron precipitadamente.
Al día siguiente, fui apresuradamente a encontrarme con mis amigos, sin embargo,
con ellos me limitaba sólo a darles mentalmente la despedida sin comunicarles nada
acerca de lo que fraguaba mi espíritu, discutía fogosamente sobre temas místicos, les
asombraba mi particular elocuencia, me parecía que sabía todo y que los misterios del
mundo se me revelaban durante aquellas horas supremas.
En la noche, cuando se aproximaba la hora fatal, discutía conjuntamente con dos
amigos acerca de pintura y música, definía, según mi modo de ver, los matices y a la
gama de los colores de igual manera como el compás de los números8
.
Uno de ellos llamado Paul9
, quiso llevarme a casa, pero le contesté que no iba a regresar.
— ¿Hacia dónde vas? «me preguntó»
— ¡Hacia el Oriente!
Y mientras me acompañaba, me puse a buscar una estrella en el firmamento, la cual creía
conocer, puesto que sentía como si ejerciera alguna influencia sobre mi destino.
Cuando la encontré, baje del coche y continué mi camino siguiendo por las calles donde
me figuraba lograría verla, caminando, por decirlo de alguna forma, delante de mi
destino; quería seguir esa estrella hasta el momento en que me sorprendiera la muerte.
No obstante; llegué a una confluencia de tres calles, no quise avanzar más; pues,
me parecía que mi amigo hacia un esfuerzo sobrehumano para hacerme cambiar de rumbo
y él parecía agigantarse y tomar los rasgos de un apóstol. Creí ver el lugar donde
estábamos elevarse y perder las formas que le daban su configuración urbana. Finalmente,
asediada por una soledad abismal, la escena se convirtió en el combate de dos espíritus en
una especie de tentación bíblica – ¡No!, decía incoherentemente, no pertenezco a tu
cielo… en la estrella… son ellos los que aguardan por mí… son los antecesores de la
revelación que me has anunciado ¡Déjame unirme con ellos… ya que a la que amo les
pertenecen y es allá donde debemos encontrarnos…!.
6
Mnemosine, en la mitología griega, diosa de la memoria. Ella y Zeus, padre de los dioses, eran los padres de las nueve
musas. Mnemosine fue una de las titánicas, hermana de los titanes preolímpicos, hijas e hijos del dios de los cielos,
Urano, y de la diosa de la tierra, Gea.
7
Sin duda Nerval alude a un ser andrógino, el cual está provisto de simbología en muchas partes del globo y que ha
dado lugar a diferentes mitos, pero su simbolismo más arraigado es el de aplicar al ser humano el simbolismo del
número dos, con lo que se produce una dualización integrada. También cabe destacar la simbología que se le atribuye
en la India y en otros países el cual representa la fuerza, la luz que emana de la vida.
8
Se refiere a las partituras.
9
Probablemente el pintor Paul Chenavard amigo del poeta.
11. 5
III
Aquí había comenzado para mí lo que llamé la efusión del sueño en la vida real. A
partir de ese momento, en algunas ocasiones, todo tomaba un aspecto doble, - todo
ocurría de extraña manera, aunque conocía mi pensamiento, el cual, no carecía de lógica y
mi memoria no había perdido ni el más mínimo detalle de lo que me estaba sucediendo –
Solamente mis acciones, que aparentemente no cesaban, estaban dominadas por aquello
que, según el razonamiento humano, llamamos ilusión…
Esta idea me era concurrente: Que en los momentos más difíciles de la vida, un ente del
mundo exterior se encarnaba de repente en una persona cualquiera y actuaba, o trataba de
hacerlo, sobre nosotros y esto sin que dicha persona se percatara de ello, o por lo menos
lo recordase.
Mi amigo me había abandonado, viendo sus inútiles esfuerzos y seguramente
creyéndome víctima de alguna idea fija que me rondaba por la cabeza de la cual creyó
que si la llevaba a cabo, sin duda, me calmaría.
Encontrándome solo, me levanté haciendo un esfuerzo y me puse de nuevo en
marcha, hacía donde se dirigía la estrella, de la cual no apartaba la vista.
Cantaba un misterioso himno que me acordaba, como si lo hubiese escuchado en
alguna otra vida y el cual me llenaba de júbilo inefable.
Al mismo tiempo, sentía que me desasía de mis vestimentas terrestres; el camino
aún parecía elevarse y la estrella aumentar de tamaño, luego, mantuve los brazos
extendidos esperando el momento donde el alma se separaría del cuerpo atraída
magnéticamente por el halo luminoso de la estrella. De pronto, sentí un escalofrío; la
añoranza de la tierra y de aquellos que amaba me aprisionaba el corazón, impidiendo de
alguna forma, que el rayo me atrajera, entonces supliqué fervorosamente dentro de mí,
para lograr la ascensión, pues me parecía precipitarme de nuevo hacia la tierra.
Unos centinelas nocturnos me rodeaban, entonces, tuve la sensación de que me
había agigantado, que estaba completamente impregnado de fuerzas eléctricas y que
podía derribar todo lo que se me aproximara. Era un espectáculo gracioso observar cómo
trataba de dominar aquellas fuerzas y también a las sombras de los soldados que me
habían recibido.
— Si yo no pensara que la misión de un escritor es la de analizar, sinceramente,
aquello que ha experimentado en las graves circunstancias de la vida y si no me
propusiera un objetivo el cual crea útil, me detendría y no trataría de escribir aquello que
experimenté en esa serie de visiones incesantes y enfermizas…
Acostado sobre un camastro me pareció ver que el cielo se develaba y se abría de
mil formas con una indecible magnificencia. El destino de mi alma, ahora libre, parecía
revelárseme para darme pesares e imputarme un castigo por haber querido aunar todas las
fuerzas de mi espíritu en la tierra que había abandonado…
Inmensos círculos trazábanse en el infinito, como los orbes que forma el agua
perturbada por la caída de un cuerpo. Cada región estaba poblada de seres que emanaban
un radiante esplendor, y de sí mismos expelían una luz cegadora, parecían moverse y
12. 6
fundirse las unas con las otras; pude vislumbrar una deidad que sonreía y se trasmutaba
continuamente en las diferentes encarnaciones que había sufrido, hasta que, inasible, se
refugió en los místicos esplendores del cielo asiático10
.
Esta visión celeste se manifestaba como esos fenómenos que alguna vez todo el
mundo ha podido experimentar en los sueños, sin embargo, no dejaba de asombrarme por
todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Acostado aún sobre el camastro, escuchaba
que los soldados hablaban acerca de alguien que se había quedado encerrado allí y que
correspondía a mis rúbricas, sus voces resonaban en el cuarto donde me encontraba, y por
una peculiar vibración, me pareció que tales voces resonaban en mi pecho y que mi alma
se desdoblaba – por decirlo de alguna forma – compartida entre el sueño y la realidad.
Por un instante quise regresar al lugar que me parecía haber abandonado, pero, me
estremecí cuando me saltó a la memoria un proverbio bastante conocido en Alemania que
dice que «cada hombre tiene un doble y que cuando éste le ve, entonces significa que se
aproxima su muerte». Así que, cerré los ojos y entré en un estado de confusión espiritual
donde las fantasmagóricas sombras, o quizá reales, que me acorralaban se desvanecían en
mil furtivos viajes.
De pronto, observé cerca de mí a dos de mis amigos que habían venido a
reclamarme y a los soldados que me señalaban; de repente, la puerta se abrió y alguien
como de mi estatura, el cual no podía distinguir con claridad11
, salió con mis amigos, a
quienes yo llamaba en vano.
«¡Pero se equivoca! – gritaba – ¡Es a mí a quien han venido a buscar, y en mi lugar se
llevan a otros! » Hice tanto ruido que me metieron en un calabozo. Se trataba de una
especie de cuarto de tortura, permanecí allí durante muchas horas…
En resumen, los dos amigos que creí ver vinieron, por fin, a recogerme en un
coche. Yo les conté todo lo que había sucedido, pero ellos se negaron absolutamente de
haber estado presentes esa noche por esos lugares. Cené con ellos tranquilamente; pero a
medida que avanzaba la noche, iba acrecentándose mi angustia, pues, sabía que se
acercaba la hora maldita, en que la vigilia podría resultarme fatal.
Me llamó la atención un anillo oriental que llevaba en el dedo uno de mis amigos,
yo lo observaba como si fuese un antiguo talismán, de manera que se lo pedí prestado, y
tomando un fular lo ceñí a la nuca, donde sentía un agudo dolor. Pensaba que por ese
punto el alma saldría, en el instante en que un determinado rayo, de la estrella que había
seguido durante el letargo que padecí, coincidiera conmigo y el cenit respectivamente.
Ya sea por casualidad, o ya sea por la gran preocupación en la que estaba sumido,
caí desplomado a la misma hora en que se produjo el vahído anterior.
Me colocaron en una cama, la sucesión de imágenes cesaron, había perdido el
conocimiento, y en ese estado permanecí durante un buen tiempo, luego, fui trasladado a
un sanatorio12
. Muchos parientes y amigos me visitaron, aunque no pude reconocerlos.
La única diferencia que yo veía entre el desvanecimiento y el sueño era que en el
primero todo se transfiguraba ante mis ojos, cualquier persona que se me aproximase
parecía cambiar de un estado a otro, igualmente, los objetos se ofuscaban como en una
10
Para los pueblos orientales el cielo es sólo una especie de tapadera que impide la penetración a otro mundo. El
espacio celeste deja, pues, de ser un continente para convertirse en un contenido del hiperespacio o, mejor, del
transespacio.
11
La persona que salió no es más que él mismo, es decir, su doble.
12
Nerval durante las crisis que sufrió en vida real, ingresó a casa de salud una de ellas fue la del Dr. Creuze. En cuanto
a los amigos que menciona en este pasaje, es muy probable que se trate de Théophile Gautier y de A. Karr.
13. 7
especie de penumbra que modificaba su forma, y los visos de las luces y los matices de
los colores se descomponían, de manera que permanecía en una constante cadena de
impresiones que se mezclaban entre sí, mientras que el sueño más despojado de
elementos exteriores, me mantenía en expectativa.
IV
Una noche tuve la certidumbre de haber sido trasladado al Rhin. Delante de mí se
hallaban siniestras rocas que se solapaban entre sombras. Entré en una casa muy hermosa,
la cual era suavemente atravesada por los rayos del ocaso a través de las verdes
contraventanas que festoneaban la viña. Se me hacía familiar esa morada, la cual me
pareció haberla conocido hace mucho tiempo atrás, y en efecto, era la casa de un tío
materno, un pintor flamenco que había muerto hacía más de un siglo.
Los cuadros pintados estaban colgados aquí y allá; uno de ellos representaba a una
graciosa hada del riachuelo, mientras observaba; una criada que yo llamaba Margarita y
que conocía desde la infancia, me dijo: ¿No va Ud. a acostarse? Pues, viene de muy lejos
y su tío regresará tarde, le levantaré para cenar. Me acosté sobre una cama con columnas
en sus extremidades, estaba cubierta con unas floreadas sábanas persas estampadas con
grandes flores rojas, había delante de mí un tosco reloj colgado sobre la pared y sobre él
un pájaro que parloteaba como una persona13
. Tuve la idea de que el alma de mi abuelo
estaba encerrada en él, pero, no estaba más sorprendido por su parloteo y su extraña
forma que por el hecho de haber sido transportado a un siglo anterior al mío.
El pájaro me hablaba de familiares que aún estaban vivos o que habían muerto en
diversas épocas, pero con la extraña particularidad de hablarme de ellos como si
existieran en un mismo momento. Me dijo: Verás que tu tío ya ha tratado de hacerle su
retrato…ahora, ella está con nosotros.
Detuve mi mirada en un cuadro que representaba a una mujer con un antiguo
vestido alemán, estaba inclinada al borde de un río y observaba una planta de miosotis,
entre tanto, la noche iba espesando poco a poco y las figuras, sonidos, y la noción del
tiempo y espacio se confundían en mi espíritu soñoliento, creí caer en un abismo que
atravesaba la tierra; me sentía transportado por una corriente de metal fundido14
y por
afluencias similares, aunque no sentía ningún tipo de dolor, su color indicaba los
diferentes compuestos químicos que la conformaban, era como los vasos sanguíneos y
venas que fluctúan en los lóbulos del cerebro. Todas fluían, circulaban y borboteaban en
un solo sentido, tenía la sensación de que esas corrientes estaban compuestas por almas
vivientes y que el estado molecular y la rapidez de su circulación me impedía distinguir.
Una esplendorosa luz comenzó a infiltrarse poco a poco por esos canales, por último, los
vi ensancharse al igual a una cúpula y se abrió un nuevo horizonte donde se discurrieron
islas azotadas por ondas lumínicas.
13
Todo ser alado es un símbolo de espiritualización, ya para los egipcios como para los hindúes los cuales creían que
los pájaros representaban a los estados superiores del ser y en el antiguo simbolismo egipcio se precisó este sentido
dotando al pájaro de cabeza humana, éste en el sistema jeroglífico, corresponde al determinativo Ba (alma) y expresa la
idea de que el alma vuela del cuerpo después de la muerte. Ahora bien, en cuanto a la idea de tradición universal supone
la de una lengua común primitiva, que ha sido llamada «idioma de los pájaros», designación simbólica relacionada con
ciertas leyendas, como en la de Sigfrido, que comienza a comprender el idioma de los pájaros (mensajeros celestes) al
llevarse a la boca al dragón vencido.
14
El metal fundido es un símbolo alquímico que expresa la coiniunctio oppositorum (fuego y agua), relacionada
asimismo con el mercurio, Mercurio y el andrógino primordial de Platón.
14. 8
Yo estaba en una costa en donde campeaba un día gris, entonces, avisté a un
anciano que estaba cultivando la tierra, le reconocí, era el mismo que hablaba a través del
pájaro; ya sea que él me lo haya dicho o que yo lo haya intuido, comprendí que los
ancestros tomaban la forma de ciertos animales con el objeto de ir a visitarnos en la tierra
y de esta forma estaban al tanto, como mudos espectadores, de los diferentes facetas de
nuestra vida.
El anciano dejó su trabajo y me acompañó a una casa que se encontraba cerca de
allí, el campo que nos rodeaba me hacía recordar paisajes de Flandes adonde habían
vivido mis padres y donde se hallaban sus sepulcros: El campo conformado por alamedas
en los linderos del bosque, el lago muy cerca del río con la artesa del pueblo, sus calles
ascendientes, las colinas de gres oscura y sus retamas y brezales; eran todas imágenes de
los lugares que más había amado; solamente, la casa donde entramos me era desconocida,
sin embargo, sabía que había estado allí desde no sé cuánto tiempo y que en ese mundo,
que entonces visitaba, el fantasma de las cosas acompañaba al fantasma del cuerpo.
Entré a una sala amplia se encontraban allí muchas personas reunidas, por todas
partes encontraba cosas que se me hacían familiares, los rasgos característicos de
parientes ya muertos estaban fusionados con otros que vestían de manera más antigua, me
pareció que estaban reunidos para una cena familiar. Uno de ellos se acercó y me abrazó
tiernamente; llevaba puesto un traje de colores pálidos, tenía un semblante algo risueño y
empolvado los cabellos, se parecía un poco a mí, me pareció que tenía un aire más vivo
que los otros y, por decirlo de alguna forma, voluntariamente se asemejaba mucho a mi
espíritu. Era mi tío, me puso al frente suyo y comenzamos una especie de comunicación
telepática, pues no podría decir que escuchaba su voz, sino que a medida que detenía el
pensamiento en cierto punto, la idea se me hacía clara rápidamente y las imágenes se
hacían nítidas ante mis ojos como pinturas vivientes.
— ¡Así que es cierto!, dije entusiasmado, somos inmortales y aún aquí conservamos las
imágenes del mundo donde hemos vivido, ¡Qué fortuna! Pensar que todo lo que hemos
amado ¡Exista todavía entre nosotros!... ¡Estaba bastante cansado de la vida!.
— No te impacientes, contestó, por reunirte con nosotros, pues, tú aún perteneces al otro
mundo y has soportado duros años de prueba, esta morada que te encanta tiene sus
propias penas, sus conflictos y peligros. La tierra donde hemos vivido siempre será el
teatro donde se anuda y desata nuestro destino, somos los fulgores esenciales que le dan
vida y ya se ha debilitado…
— ¡Qué! – exclamé –, la tierra podría morir y nos invadirá la nada?
— La nada, – replicó –, no existe de la manera como se piensa, pero la tierra en sí es un
cuerpo material en el cual la conjunción de los espíritus conforman el alma; pero puede
modificarse para bien o para mal; nuestro pasado y nuestro porvenir se correlacionan,
vivimos en nuestras raíces y nuestras raíces viven en nosotros.
De inmediato, esa idea me puso sensible y comencé a ver como si las paredes del
salón donde estábamos se hubiesen abierto sobre perspectivas infinitas, asimismo, creí ver
una interrumpida cadena de hombres y mujeres que se compenetraban conmigo15
;
entonces, las vestimentas de todos los pueblos, las imágenes de todos los países
15
Con cierta frecuencia, en lo excepcional, se sueña que una muchedumbre – de objetos o personas – presentan los
mismos rasgos, es decir, que se constituye por la multiplicación de un solo fenómeno en vez de por la reunión de
muchos distintos. Este símbolo alude a la secreta y en el fondo terrible unidad de todo. Pues la angustia que acompaña
casi siempre a este símbolo proviene de la psicología de la repetición, explorada por Kierkegaard, y del hecho de que,
en este mundo, parece ser ley la diversificación. Dicho de otro modo, la diversidad justifica la multiplicidad. La
multiplicidad monstruosa per se es la de lo mismo, imagen de ruptura, disociación, dispersión, separación. Por esta
causa es símbolo característico patológico.
15. 9
aparecieron claramente, a la vez sentí como si mis facultades de percepción se
multiplicaran, sin confundirse, a través de un fenómeno espacial análogo al tiempo que
agrupaba el transcurso de un siglo en un minuto de sueño. Mi asombro aumentó cuando
supe que esa gran cadena la conformaba la gente del susodicho salón, cuyas imágenes
había visto dividirse y combinarse en mil furtivas formas.
— Somos siete, le dije a mi tío.
— En efecto, me contestó, el número más común que conforma a una familia y por
extensión somos siete veces siete y aún más.
No puedo pretender que comprendas esto si para mí aún es algo oscuro.
La metafísica no me proveía de un caudal suficiente como para que comprendiera
completamente la percepción que entonces tenía de la relación existente entre esa
muchedumbre y la armonía global.
Bien se concibe la analogía en el padre y la madre de las fuerzas eléctricas de la
naturaleza; ¿pero cómo establecer los centros individuales emanados por ellos?
El cual fluye como una sombra viviente y colectiva a su vez, en la cual, ¿la
combinación sería a la vez múltiple y limitada?. Por lo tanto, valdría preguntarle a la flor
por el número de sus pétalos o por las divisiones de su corola… al suelo por las figuras
que traza, al sol por los colores que reproduce.
V
Todo cambiaba de forma a mi alrededor, el espíritu con el que charlaba ya no tenía
el mismo aspecto; se había transformado en un joven, incapaz de transmitir algún
pensamiento, así que era yo quien entonces tomaba la iniciativa de establecer la
comunicación, mas él no me respondía…
¿Acaso me encontraba tan distante de aquellas alturas vertiginosas? Entonces
comprendí que esas cosas también les eran extrañas o peligrosas… quizá una fuerza
superior me prohibía escudriñarlo.
Me veía desorientado en medio de una populosa y desconocida ciudad, noté que
estaba inmersa en una cuenca rodeada de colinas, resaltaba un monte completamente
cubierto de caseríos.
En medio de la gente del pueblo distinguía a algunos que me parecían forasteros,
provenientes de alguna otra típica comarca, su cariz lleno de vida, enérgico, y el
pronunciado acento de sus rasgos me recordaron las aisladas etnias guerreras que
habitaban en países montañosos y en algunas islas poco frecuentadas por los viajeros. De
todas formas, esa gran ciudad de heterogénea población les era propicia para perseverar
su huraño ascetismo. ¿Quiénes eran entonces esos hombres?
Mi guía me condujo por esas agrestes y ruidosas calles en donde resonaba el
incesante bullicio de las industrias, luego, subimos por varias escaleras que llegaban más
allá de donde es posible ver. Empero, a un lado y otro veía terrazas protegidas por rejas,
jardines que se explayaban sobre vastas estepas, techos, pabellones en construcción,
Siete era el número de la familia de Noé; ¡Pero uno de los siete se relaciona misteriosamente a las generaciones
anteriores de los Eloim!...
…La imaginación, como un rayo, me representó los diversos dioses de la India así como las imágenes de la genealogía,
por decirlo de alguna forma, primitivamente concebida, me aterró ir más lejos, pues en la trinidad aún reside un
temible misterio…Hemos nacido bajo la ley bíblica…N. del A.
16. 10
pinturas y esculturas realizadas meticulosamente, planos que se comunicaban por largas
lianas que seducían la vista y cautivaban al espíritu. En fin, todo conformaba, o bien
parecía un delicioso oasis, el cual mostraba una soledad y un silencio inusitado, en
contraposición con el tumultuoso bullicio de abajo, allí tan sólo se escuchaba un musitado
silbido. A menudo hemos escuchado hablar de proscritas regiones alojadas en sombrías
necrópolis y catacumbas, sin embargo, allí, podría decirse, sin duda, que era todo lo
contrario; se trataba pues, de un pueblo dichoso que se crió en medio del silencioso
refugio de los pájaros, de las flores, del aire puro y de la luz.
— Estos son, – dijo mi guía – los habitantes de estas montañas amos de la región de
donde acabamos de venir; durante mucho tiempo ellos han vivido aquí con humildes
costumbres, bondadosos y honestos, conservando las virtudes que la naturaleza rendía en
los albores del mundo. El pueblo vecino los honraban y seguían sus ejemplos.
Desde el punto donde me hallaba en aquel entonces, descendí siguiendo a mi guía,
hasta llegar a una de esas moradas, las cuales al estar unidas por los techos, ofrecían un
extraño aspecto. Me pareció que se me hundían los pies en las múltiples capas que había
recibido el terreno, sepultando antiguos edificios, esas remotas construcciones
asomábanse cada vez más a medida que íbamos avanzando; distinguiéndose el respectivo
gusto arquitectónico de cada siglo, todo eso hacia recordar a las excavaciones que se han
realizado de antiguas ciudades; o tal vez, aquello que era más que era más que un terreno
descubierto, lleno de vida, atravesado por mil juegos de luz. En fin, me encontraba en
una habitación inmensa, donde vi a un anciano trabajando sobre una mesa, no sé qué
febril labor, en el momento en que atravesé la puerta un hombre vestido de blanco, el cual
no pude distinguir muy bien, me amenazó con un arma que llevaba en la mano; pero el
que me acompañaba le hizo un ademán señalando que se alejara, parecía haberle querido
impedir que penetrara en los misterios de esas retiradas moradas. Sin preguntar nada a mi
guía, comprendí intuitivamente que esas elevadas y abismales regiones eran el retiro de
los primitivos pobladores de las montañas.
Siempre estaban alertas ante el hacinamiento de las hordas invasoras de las nuevas
etnias, pues, ellos vivían allí, como se había dicho antes, una vida simple; eran
bondadosos, rectos, diestros e ingeniosos y habían vencido de modo pacífico a las ciegas
huestes que habían querido arrebatarle, durante mucho tiempo, su herencia. ¡Parecía
imposible! No estaban ni corrompidos, ni carcomidos, ni esclavizados, se mantenían
puros, aunque habían sobrepasado la ignorancia y aceptado, sin recelo, las virtudes de la
pobreza. Un niño se entretenía en el suelo con unos cristales, unas conchas marinas y
unas piedras grabadas, haciendo objeto de juego algo que, seguramente, estudiaba. Una
mujer de avanzada edad, pero que aún reservaba ciertos vestigios de belleza, ocupábase
de mantener limpio el lugar. En ese momento muchas personas jóvenes entraron
ruidosamente, al parecer regresaban de sus labores; me impactó verlos vestidos
completamente de blanco, pero pensé que sólo se trataba de una ilusión que asaltaba a mi
vista; para volverla perceptible. Mi guía comenzó a pintar su atuendo, lo pintaba con
vivos colores, haciéndome comprender que ellos realmente estaban vestidos así. De
manera que, la luz que impresionaba provenía, quizá, de un brillo peculiar proveniente de
algún juego de luces donde se confundían los comunes matices del prisma.
Salí de ese recinto inmediatamente, y me vi en una terraza fijada en el arriate, allí
paseaban y jugaban jovencitas y niños, sus vestidos me parecían tan blancos como los
otros, pero estos estaban ornamentados con encajes rosados; esas personitas eran tan
hermosas: de graciosos rasgos y el resplandor de sus almas se transparentaban tan
vivamente a través de sus delicadas figuras que inspiraban toda clase de cándidos afectos,
de manera que hacían desvanecer a los superfluos furores de la juventud.
17. 11
No podría describir los sentimientos que me infundía el espíritu en medio de esos
encantadores seres que amaba como si les conociera, eran como una antigua y celeste
familia que con sus miradas risueñas buscaban la mía con dulce compasión, así que, me
puse a llorar amargamente el incierto recuerdo de un paraíso perdido. En ese instante,
comprendí duramente que yo sólo estaba de paso en ese mundo, que me era dulce y
extraño a un mismo tiempo, temblé sólo de pensar que debía retornar a la realidad en
vano mujeres y niños me rodeaban para retenerme, pues, ya sus encantadoras figuras
comenzaban a difuminarse en confusos vapores, sus hermosos visajes palidecían, sus
pronunciados rasgos y sus brillantes ojos se perdían en una sombra donde aún se
reflejaban los últimos destellos de sus sonrisas…
Esa fue la visión que tuve, o por lo menos esos fueron los detalles más
sobresalientes que recuerdo.
El estado cataléptico en que me encontraba, durante tanto días, se explicó basándolo en
la lógica y en hechos científicos.
Los comentarios de los que habían sido testigos de mi estado, me molestaban, puesto que,
atribuían todo lo que me había sucedido a una perturbación mental, argumentando que
todos los ademanes que hacía y palabras que profería eran el reflejo de una cadena de
sucesos de la vida real.
Estaba más a gusto con aquellos amigos que pacientemente, o quizá por tener ideas
análogas a las mías, me dejaban contar de manera disoluta todo lo que había visto
espiritualmente. Uno de ellos me dijo llorando: «¿No es cierto que existe un Dios?» ¡Sí! –
le contesté entusiasmado; y nos abrazamos como dos hermanos de esa patria mística que
yo había vislumbrado.
¡Cuánta felicidad encontraba en esa convicción! Así que, esa duda eterna acerca
de la inmortalidad del alma que repercute a miles de espíritus, se había resuelto para mí.
Sin embargo, me parecía sentir más la muerte, la tristeza y la inquietud, puesto que
aquellos que amaba me habían mostrado verdaderas señales de su eterna existencia, y no
me separaba de ellos más que las mismas horas que separan al día y la noche la cual
esperaba inmerso en una dulce melancolía.
VI
Un sueño que aún preservo en la memoria me confirmó aquel pensamiento:
Me encontré de pronto en una sala de la casa de mi abuelo, me pareció que
comenzaba a agrandarse, los muebles que eran antiguos relucían con un brillo
extraordinario, los tapices y las cortinas estaban como nuevas, el día parecía más radiante
que cualquier otro y atravesaba con sus luminosos rayos la mampara y la puerta, el aire
tenía una frescura y un perfume parecido a las primeras brisas de primavera. Tres mujeres
trabajaban en la sala, yo pensaba que se trataba de parientes y amigas conocidas en mi
juventud, mas no lo eran, no obstante, sus rasgos eran muy similares; los contornos de sus
figuras se agitaban como la llama de una lámpara y cada instante se observaba las
características y rasgos de una en la otra y así sucesivamente, las sonrisas, las voces, el
color de sus ojos, los cabellos, sus estaturas, los ademanes similares, todo se alternaba
como si poseyeran el mismo espíritu, compartieran el mismo cuerpo, la misma vida, es
decir, cada una de ellas estaba conformada por todas a la vez, al igual que esas mujeres
18. 12
que los pintores representan en sus cuadros, valiéndose de diferentes modelos para así
lograr la belleza perfecta.
La de mayor edad me hablaba con una voz vibrante y melódica, que
inmediatamente reconocí, ya que, la había escuchados en mis años de infancia, realmente
no sé qué decía esa mujer, pero cualquier cosa que haya sido, me hacía estremecer debido
al profundo sentido de justicia que me inspiraba, aquellas palabras me hicieron
reflexionar; de pronto, me vi vestido con un antiguo hábito de color oscuro, tejido
completamente a mano con un hilo muy fino, similar al de las arañas, era muy hermoso y
con cierta donosura, estaba impregnado de una suave fragancia, verdaderamente me
sentía rejuvenecido y muy elegante llevando es traje que parecía haber sido
confeccionado por las hadas, a quienes agradecía ruborizado como un niño en medio de
hermosas doncellas. Entonces, una de ellas se levantó y se dirigió hacia el jardín.
Todos sabemos que en los sueños jamás se puede ver el sol aunque
frecuentemente se pueda percibir refulgencias aún más intensas y los objetos y los
cuerpos poseen su propia luz.
Me encontré en un pequeño parque donde se expandían emparrados con forma de
glorietas cargadas con espesos racimos de uvas blancas y negras; la dama que me guiaba
a través de las glorietas avanzaba por medio de las sombras yuxtapuestas de los parrales,
aún me parecía que cambiaba de forma y vestimenta.
Saliendo de allí, por fin nos encontramos en un espacio descubierto, allí apenas se
podía percibir los visos de los antepasados que ya habían partido y que en otro tiempo
habían sido mártires.
Los cultivos habían sido abandonados desde hacía ya mucho tiempo, las plantas
de clemátide, lúpulo, madreselva, jazmín, hiedra, aristoloquia estaban extendidas entre los
árboles, sus largas lianas desperdigadas crecían vigorosamente, sus ramas se plegaban
hasta la tierra cargada de frutos en medio del follaje de hierbas parásitas brotaban, en
estado silvestre, algunas flores de jardín.
En la lejanía se atisbaba enraizados, frondosos álamos, acacias y pinos, en el seno
de su follaje se entreveían unas estatuas ennegrecidas por el tiempo; me percaté que
delante de mí había una pila de rocas cubiertas de hiedras por donde brotaba una fuente
de agua viva, cuyo chapoteo armonioso resonaba en el embalse lleno de agua durmiente
entre velada por largas hojas de nenúfar.
La dama que iba siguiendo, desenvolvía su esbelta figura con movimientos que
producían variables reflejos en los pliegues de su vestido, sutilmente rodeó su lozano
brazo con una larga liana de rosas malvas, luego se colocó debajo de un espléndido rayo
de luz y comenzó a crecer de tal forma que poco a poco cubrió todos los espacios del
jardín y los arriates y árboles pasaron a ser los rosetones y festones de su vestido,
mientras que su figura y sus brazos hacían los contornos de las nubes purpúreas que
avistaban en el cielo, así pues, a medida que se transfiguraba la perdía de vista, ya que,
parecía desvanecerse en la inmensidad. ¡Oh no desaparezcas –gritaba– porque la
naturaleza se desaparece contigo!...
…Diciendo estas palabras, comencé difícilmente a salir del lugar a través de los zarzales,
tratando de retener la sombra gigante que se me escapaba, pero, tropecé con la punta de
una pared deteriorada, en cuyo cimiento yacía un busto de mujer; levantándolo tuve la
corazonada que se trataba del suyo…
19. 13
Reconocí su amada efigie y por lo tanto sentía su mirada cerca de mí, me percaté
que el jardín había tomado el aspecto de un cementerio y escuchaba voces que decían:
«El universo está inmerso en la noche.»
VII
Desde el comienzo de ese sueño tan delicioso me quedé con un gran desconcierto
¿Qué significaba? No lo supe sino pasado un tiempo: Aurelia había muerto.16
Y yo tan
sólo estaba enterado de que estaba enferma.
A causa del estado de mi espíritu, no podía manifestar más que una vaga tristeza
mezclada de esperanza, pensaba que a mí mismo no me restaba mucho tiempo por vivir,
sin embargo, desde ese momento estaba seguro que existían un mundo donde los
corazones que se aman se vuelven a encontrar.
Por otra parte, ella me pertenecía aún más en el trance de su muerte que en el de su
vida…
— pensamiento egoísta que más tarde debí pagar con lágrimas amargas.
No quisiera abusar de los presentimientos, el azar se encarga de hacer cosas
extrañas, pero, me preocupaba el recuerdo (que me saltaba a la memoria) de aquellos días
de nuestra corta unión; le había dado una sortija antigua, cuyo engaste lo conformaba un
ópalo tallado en forma de corazón; como le quedaba grande al dedo, tuve la fatal idea de
mandarla a cortar para reducir de esta manera su argolla. No advertí mi error hasta que no
escuché el ruido de la sierra, me parecía ver gotear la sangre…
Los cuidados que recibía me habían devuelto la salud, aunque, aún no había
recobrado en mi espíritu el curso normal de la humana razón.
La casa donde me encontraba, situada en las alturas, tenía un extenso jardín
cultivado con hermosos árboles, el aire puro de la colina, los primeros suspiros de la
primavera, la hospitalidad de una sociedad totalmente caritativa, me trajeron largos
días de calma y reposo.
Los primeros brotes de las hojas de los arces me regocijaban por la vivacidad
de sus colores similares a los caireles de los faraones, la vista que se extendía por
encima de la planicie presentaba, de día y de noche, encantadores horizontes, cuyos
tintes degradados estimulaban mi imaginación, pues, poblaba a los taludes y nubes de
figuras divinas las cuales creía ver detalladamente.
Quise fijar mis imágenes favoritas, con la ayuda de carbones y pedazos de
ladrillos que recogía del suelo, comencé rápidamente a esbozar en las paredes una
sucesión de dibujos que representaban mis impresiones.
Una figura resaltaba entre las otras, era la figura de Aurelia, a la cual le atribuí
rasgos de diosa tal como se me aparecía en sueños; dibuje a varias personas rodeándola
tendidas a sus pies y a dioses que la cortejaban, luego, comencé a colorear
improvisadamente ese conjunto exprimiendo el extracto de algunas plantas y flores
16
Si se considera la correlación que Nerval frecuentemente hacía de su vida y su obra, cabe destacar que la muerte de
Jenny Colon acaeció el 5 de junio de 1842, muerte que le marcaría profundamente y para siempre.
20. 14
¡Cuántas veces soñé delante de ese venerado ídolo! Y fui aún más allá, pues. Traté de
moldear con lodo el cuerpo de aquella amada, no obstante todas las mañanas debía
reconstruirlo, pues, los locos celosos de mi dicha, disputaban entre ellos y destruían la
estatuilla.
Me dieron algunos papeles, entonces, me esforzaba durante largas horas en
representar con mil figuras acompañadas con narraciones, versos e inscripciones, en
todos los idiomas conocidos, una especie de historia del mundo argumentada por los
conocimientos que aún preservaba y por algunos fragmentos de sueños que mi
ansiedad hacía más palpables o prolongaba, no me guiaba únicamente por la tradición
de la moderna creatividad, pues, mis ideas iban mucho más allá: lograba a entrever,
como en un sueño, la primera alianza de los genios, la cual fue llevada a cabo por
medio de talismanes, por ello, trataba de reunir las piedras de la tabla sagrada y dar a
conocer a los primeros siete Eloim que se habían distribuido en el mundo. Narraba la
historia a modelo de las tradiciones orientales, la cual comenzaba por el feliz acuerdo
de los poderes de la naturaleza que formularon y organizaron el universo.
– Durante la noche que precedió a mi trabajo, me creí transportado a un
obscuro planeta donde se debatían los primeros gérmenes de la creación. Del seno de
la arcilla aún blanda erigíeronse gigantescas palmeras, euforbios venenosos y
retorcidos acantos al derredor de los cactus; – las áridas figuras de las rocas se
elevaban como soportes de ese bosquejo de la creación y horrendos reptiles
serpenteaban, se extendían o atiborraban en medio de la inextricable red de la salvaje
vegetación; la pálida luz de los astros sólo iluminaba las oblicuas perspectivas de ese
extraño horizonte, sin embargo, a medida que la creación iba conformándose una
estrella más luminosa derramó los primeros fulgores del alba.
VIII
Luego los monstruos comenzaron a cambiar de forma, se despojaron de sus
pieles y comenzaron a marchar, aún con más vigor, sobre patas gigantescas; la enorme
masa de sus cuerpos arrasaba con las ramas de los árboles y destruía los pastizales,
entonces, en medio del caos, empezaron a combatir; yo también tomaba parte de esos
combates, pues, de igual forma me había transformado en un monstruo tan raro como
ellos. De pronto, una extraña música resonó en aquellas soledades, parecía que los
gritos, rugidos y los extraños silbidos de todos los seres primitivos se entonaban, a
partir de ese entonces, con aires divinos.
Comenzaron a surgir muchísimos cambios, el mundo iba iluminándose poco a
poco, se trazaron figuras divinas en el follaje y en el fondo de los matorrales y a partir
de ese momento comenzaron a amansarse las bestias transformándose luego en
hombres y mujeres, otros en animales salvajes y pájaros.
¿Quién había sido el autor de tal milagro?
Una diosa radiante guiaba, en esos nuevos avatares, la rápida evolución de los
seres humanos, entonces, se comenzaron a clasificar las especies, partiendo desde las
aves y pasando por los animales salvajes, peces y reptiles, también dicha clasificación
21. 15
comprendía a los Devas, Peris17
y Ondinas18
y además a las Salamandras;19
cada vez
que uno de esos seres moría renacía rápidamente con una figura más hermosa cantando
para la gloria de los dioses.
Sin embargo, uno de los Eloim tuvo la idea de crear una quinta raza,
conformada por los elementos de la tierra y a quienes llamó los afritas, sólo eso bastó
para que se armara una revolución total entre los espíritus que no querían reconocer a
los nuevos poseedores del mundo. No sé cuántos millares de años duraron los
combates que ensangrentaron el globo, sin embargo, tres de los Eloim conjuntamente
con espíritus de su raza, al fin, fueron relegados al centro de la tierra, donde luego
fundaron grandes imperios, pues tenían en su poder los secretos de la cábala divina que
hacía unificar a los mundos, y se proporcionaban fuerza a través de la adoración de
ciertos astros los cuales siempre se la trasmitían. En fin, esos nigrománticos que habían
sido desterrados a los confines de la tierra; tenían un medio para conferirse el poderío;
se trataba de lo siguiente: Rodeados de mujeres y esclavos, cada uno de ellos se
aseguraba su indeterminada existencia, pues, podían reencarnar en sus crías.
Poderosos cabalistas los encerraban cuando estaban a punto de morir en
sepulcros herméticos los cuales acicalaban con sustancias y elixires preservativos, de
modo que, durante un largo periodo aún parecían estar vivos, y luego así como la
crisálida hila su capullo, ellos se adormecían durante cuarenta días para así resucitar en
el recién nacido que posteriormente se encargaría del reino.
Sin embargo, las fuerzas vivificantes de la tierra se agotaban nutriendo a esa
prole, cuya sangre, siempre la misma, inundaba a los nuevos vástagos. En enormes
subterráneos cimentados bajo hipogeos y pirámides, habían acumulado todos los
tesoros de sus ancestros y algunos talismanes que los protegían de la cólera de los
dioses.
Era en el centro de África, más allá de las montañas de la luna y de la antigua
Etiopía, donde acaecían esos extraños y misteriosos sucesos. Estuve en cautiverio
durante un buen tiempo, agonizante como gran parte de la raza humana. Los verdes
matorrales que había visto ya no eran más que pálidas flores y mortecina hojarasca, un
sol implacable devoraba tales parajes, y los niños débiles de estas eternas dinastías
perecían agobiados por el fardo de la vida.
17
En el original en cuanto a Los Devas aparece Dives, el cual nos lleva al Div persa del islamismo. Se trata de criaturas intermediarias
entre el hombre y los demonios (Daeva, Deva) se dividían en dos categorías: los Ner o Neré, de sexo masculino y de carácter negativo,
y los Peri, de sexo femenino. Según otras fuentes, en cambio, Div y Peri son seres contrapuestos ente sí. Según un mito citado por
Herbelot, Dios creó a los Div antes que Adán, y les dejó el gobierno del mundo durante 7.000 años. Tras de ellos el dominio pasó a las
Peri durante otros 2.000 años. Puesto que estas dos especies resultaron desobedientes al Creador, este les dio como rey a Iblis, que
guerreó contra Div y Peri, que para la ocasión se habían aliado.
Iblis, sin embargo, una vez hubo resultado vencedor, no se comportó con más sabiduría que los vencidos, porque fue presa del orgullo,
y fue por consiguiente maldito por Dios.
18
En Europa se designa así a todos los seres de género femenino asociados al agua y que participan de su propia naturaleza. Se dice
que las Ondinas pueden presentarse en forma de ninfas; viven en los lagos y en los ríos, bajo cuyas aguas danzan en el momento en
que alguien se ahoga. Esto da la medida de su índole maligna y peligrosa, contrapuesta a su aspecto generalmente placentero y
seductor. Su deseo de adquirir un alma inmortal, cosa que sólo puede obtenerse mediante el matrimonio con un mortal, las lleva con
frecuencia a salir de las aguas para conocer y seducir a los hombres. Con el mismo nombre, o con el de Ninfas, se designa en ocultismo
a los espíritus Elementales del agua, parcialmente coincidentes con las Ondinas descritas en el punto precedente (y de las cuales
derivan), pero distinto de ellas. Habitan en el elemento Agua, y pertenecen a los dos sexos; su aspecto es idéntico al de los hombres de
carne y hueso.
19
Reptil que ha producido una gran cantidad de fábulas y atribuciones en la antigüedad en diversas regiones del globo. Sin embargo, se
le vincula a menudo con el ave Fénix y se coincide mayoritariamente a atribuirle la propiedad de ser invulnerables al fuego y/o
provenir del mismo. Mas en el ocultismo no se le debe confundir con dicho animal, pues, es uno de los espíritus Elementales, que sólo
tiene en común con la otra Salamandra el vínculo con el elemento fuego. El primero en hablar de ellas fue Paracelso, que también las
llamaba Vulcánides o Etnas. Según él, tienen un aspecto sutil, casi grácil. Si se va al monte Etna, una de sus residencias, se las puede
oír gritar, su cuerpo es luminoso y ágil; conocen el pasado, el presente y el futuro, pero dado que raramente hablan y que frecuentan
poco al hombre, ello no es de ninguna utilidad para este último. Por otra parte su proximidad es peligrosa, porque en su cuerpo
rebullen llamas diabólicas.
22. 16
El imponente fasto regido por la solemnidad y los rituales hieráticos comenzó a
ser monótono, disgustaba a todos, pero nadie se atrevía a menospreciarlo. Los ancianos
languidecían bajo el peso de sus coronas y de sus imperiales ornamentos rodeados de
galenos y sacerdotes cuyo saber les garantizaba la inmortalidad. En cuanto al pueblo,
por siempre circunscrito en las distinciones genealógicas, no podía contar ni con la
libertad y ni siquiera con la vida, pues, se les veía a los pies de los árboles heridos
mortalmente y afectados por la esterilidad, los manantiales estaban secos y se veía
sobre la hierba quemada a niños desfallecidos y jóvenes mujeres endebles y pálidas. El
esplendor de las cámaras reales, la majestuosidad de los pórticos, la pompa de los
atuendos y de los ornamentos no representaban más que un débil consuelo para el tedio
eterno de esas soledades.
Muy pronto, los pueblos se vieron diezmados por las enfermedades, los
animales y las plantas murieron, y hasta los mismísimos inmortales desfallecían bajo
sus pomposos ropajes. Un azote más intenso que los anteriores vino de improviso a
rejuvenecer y salvar el mundo. La constelación de Orión liberó del cielo torrenciales
cataratas de agua, la tierra sobrecargada por los glaciares del polo opuesto, dio un
medio giro sobre sí misma, y los mares rebosando sus riberas, refluyeron sobre las
planicies de África y Asia, inundando los desiertos, las tumbas y pirámides y durante
cuarenta días un arca misteriosa se paseó por los mares llevando la esperanza de una
nueva creación.
Tres de los Eloim se habían refugiado en la cima más allá de las montañas del
África y un combate se dio lugar entre ellos, mas en este punto me falla la memoria,
por lo tanto ignoro cuál fue el resultado de esa lucha suprema.
Solamente aún puedo percibir sobre un pico anegado por las aguas a una mujer
que fue abandonada por ellos y que gemía con los cabellos desaliñados, debatiéndose
con la muerte. Sus lastimeros ayes resonaban más fuerte que el ruido de las
corrientes…
¿Finalmente se había salvado? También lo ignoro, los dioses, sus hermanos, la
habían condenado, pero, en el cielo brillaba la estrella nocturna que vertía sobre su
frente fulgurantes rayos.
El himno perenne de la tierra y de los cielos resonaba armoniosamente para
consagrar la aquiescencia de las nuevas razas. Y mientras que los hijos de Noé
trabajaban a duras penas expuestos a la luz de un nuevo sol, los nigrománticos, todavía
agazapados en sus refugios subterráneos, seguían resguardando en ellos sus tesoros y
se recreaban en silencio y durante la noche.
Algunas veces salían tímidamente de sus escondrijos para amedrentar a los
vivos, o para propagar entre los aviesos las nefastas enseñanzas de sus conocimientos.
Tales eran los recuerdos que yo rememoraba gracias a una especie de vaga
intuición del pasado. Me estremecía al reproducir los rasgos horrendos de esas razas
malditas. Por doquier, lloraba moría o languidecía la imagen agonizante de la Madre
Eterna.20
A través de las difusas civilizaciones de Asia y del África, se podía percibir
constantemente una misma y cruenta escena de orgías y masacres que los mismos
espíritus reproducían bajo una nueva apariencia.
20
Con este nombre se designa también a la diosa Isis.
23. 17
La última acaeció en Granada, donde el sagrado talismán se despedazaba por
los contendientes embates de cristianos y moros ¿Cuántos años más tendrá que sufrir
el mundo? Ya que, ¡Seguirá siendo necesario que la venganza de esos eternos rivales
continúe bajo otros cielos! Esos son los trozos de la serpiente que rodea la tierra…
Separados por el hierro, se vuelven a juntar en un beso repugnante cimentado por la
sangre de los hombres.
IX
Tales fueron las imágenes que sucesivamente se mostraron ante mis ojos. Poco
a poco se fue sosegando mi espíritu y por fin pude abandonar el sanatorio que era, sin
embargo, todo un paraíso para mí. Un tiempo después, fatales circunstancias
propiciaron una recaída que reanudó la sucesión de aquellas extrañas ensoñaciones.21
Cierto día me paseaba por el campo cavilando acerca de un trabajo referente a
ideas religiosas. Al pasar delante de una casa, escuche a un pájaro que profería algunas
palabras, que quizá había aprendido en algún lugar, sin embargo, su confuso parloteo
me pareció provisto de cierto significado, es más, me hizo recordar la alucinación que
narré en páginas anteriores, inmediatamente sentí un escalofrío de mal augurio.
Avanzando algunos pasos, me encontré con un amigo el cual no veía desde
hacía mucho tiempo y que residía en una casa cercana, se empeñó en que le
acompañara para mostrármela. Una vez allí, subimos a una terraza bastante alta, desde
la cual se podía divisar un vasto horizonte. A la puesta del sol bajamos apoyándonos
en los peldaños de una rústica escalera, di un paso en falso y mi pecho fue a dar contra
el cantero de un mueble, hice un gran esfuerzo para levantarme, pero, volví a caer en
medio del jardín, entonces, pensando que estaba fatalmente herido levanté los ojos
para dar un último vistazo al ocaso antes de morir.
Me sentí acosado por la aflicción que invade el alma en ese momento crucial,
sin embargo, me parecía hermoso morir así, en esa hora y rodeado de árboles y de
flores otoñales. No obstante, no fue más que un simple desmayo, luego del cual logré
reunir las fuerzas suficientes para regresar a mi casa y tenderme en la cama. La fiebre
se apoderó de mí, y recordando el sitio donde me había caído me di cuenta que ese
hermoso panorama que estuve admirando daba con un camposanto, el mismo donde se
hallaba Aurelia.
Hasta ese entonces, no había pensado que la impresión que me pudo haber
dejado tal escenario podía haber sido la causa de mi caída, esa misma idea me produjo
otra aún más funesta e incesante, ahora lamentaba amargamente que la muerte no me
hubiera llevado consigo, pero luego reflexioné y me dije a mi mismo que no era digno
de reanudar esos lazos tan dichosos.
Recordaba acremente la vida que había venido llevando después de su muerte,
entonces me reprochaba, no por haberla olvidado, pues eso no había ocurrido, sino por
deshonrar su memoria dejándome llevar por fortuitos amoríos. Entonces, se me ocurrió
consultarlo con el sueño, sin embargo, su dulce efigie que tantas veces se me revelaba,
ahora ni siquiera se asomaba al umbral de mis ensoñaciones, en cambio, soñaba con
sangrientas y confusas imágenes.
21
Alude Nerval a la recaída que sufrió en septiembre de 1851, sin embargo, se sabe que también estuvo recluido en dos
oportunidades en 1849.
24. 18
Parecía que esa raza abominable se dispersaba en medio de aquel mundo ideal
que había visto en distintas ocasiones y en donde ella reinaba. El mismo espíritu que
me había amenazado, cuando me disponía a entrar en la morada de aquellas
inmaculadas congregaciones que habitaban en la más supremas alturas de la Ciudad
Misteriosa, volvió a pasar delante de mí, yo no llevaba puesto el traje blanco de aquel
entonces, al igual que los de su raza, sino que estaba ataviado con un atuendo de
príncipe oriental.
Apenas le vi, me abalancé sobre él en forma amenazante, pero sólo se limitó a
darme tranquilamente la espalda. ¡Ora terror! ¡Ora cólera! Tal era mi semblante, tal era
mi aspecto, volátil y a la vez enaltecido…
Entonces me acordé de aquel que había sido encarcelado la misma noche que yo, y
que a mi parecer, cuando mis dos amigos fueron a buscarme, se valió de la ocasión y
usando mi nombre se burló de los centinelas, quienes le dejaron libre. Llevaba un arma en
la mano el cual no podía distinguir muy bien, y uno de los que le acompañaba, dijo:
— Con eso fue con que le golpeó –
No sé de qué manera explicar que, en mi mente, los acontecimientos terrenales
podían coincidir con los del mundo sobrenatural, eso es mucho más sencillo sentirlo que
expresarlo claramente, ¿Pero quién era, pues, ese espíritu que se manifestaba dentro y
fuera de mí? ¿Acaso era el doble, del que hablan las leyendas, o ese hermano místico que
los orientales llaman Ferouër? ¿Realmente no estaba influido por la historia de aquel
caballero que luchó durante toda la noche con un amigo desconocido y que resultó ser él
mismo? Sea lo que sea, creo que la imaginación no ha inventado nada que no sea real en
este mundo o en otros y además no podía dudar de lo que había visto tan detalladamente.
De pronto, se me ocurrió una idea terrible:
El hombre posee doble personalidad – reflexionaba – «siento a dos personas en mi
interior» escribió un padre de la iglesia. La concurrencia de dos almas ha depositado ese
germen mixto dentro un solo cuerpo, el cual, muestra a la vista dos porciones similares
reproducidas en todos los órganos de su estructura. De hecho, en todo hombre hay un
espectador y un actor, el que habla y el que replica. Los orientales han visto en ello a dos
enemigos: El buen y el mal genio. – ¿Seré el bueno? ¿Seré el malo? – me preguntaba – de
todas formas el otro me sería hostil… ¿Quién sabe si en alguna circunstancia o en
cualquier momento los dos espíritus se separan? Y aunque unidas en un mismo cuerpo
por una maternal afinidad, ¿Quizá a uno le esté prometida la gloria y la felicidad y al otro
el aniquilamiento o tal vez sea condenado al sufrimiento eterno?...
Un ominoso relámpago atravesó de repente esa oscuridad… ¡Aurelia ya no me
pertenecía!...
Me pareció haber escuchado acerca de una ceremonia que se llevaba a cabo en
otro lugar y de los preparativos de un matrimonio místico que no era sino el mío, y en el
que el otro iba a aprovecharse del error de mis amigos y hasta de la misma Aurelia.
Las personas que más estimaba y que venían a verme y a consolarme parecían
presas de incertidumbres, es decir, que las dos partes de sus almas se separaban
conjuntamente con la mía, la una compasiva y confiada y la otra terriblemente herida al
igual que mi alma. En todo lo que esas personas me decían siempre había implícito un
25. 19
doble sentido. Aunque bien, ellos mismos no se percataban, ya que no estaban presentes
en espíritu como yo. Sin embargo, en el mismo instante tal idea me pareció cómica,
pensando en Anfitrión y en Sosías. 22
Pero, ¿y si en las fábulas de la antigüedad se
ocultaba la verdad bajo una máscara de locura? – muy bien – , me dije, luchemos en
contra del mismísimo Dios con las armas de la tradición y de la ciencia. Que por más que
intente hacer entre las sombras y en la noche, yo existo, y para vencerlo tengo todo el
tiempo que me resta de vida.
X
¿Cómo pudiera esbozar siquiera la extraña desesperación que me producían esas
ideas y que me fueron reduciendo poco a poco? U n genio perverso había tomado mi
lugar en el mundo de las almas; sin embargo, Aurelia lo consideraba como si fuera yo
mismo, pero, el espíritu atribulado y afligido que daba vida a mi cuerpo, débil,
aborrecible y que era desconocido para ella se vería destinado para siempre al sufrimiento
o a desvanecerse en la nada. Empleé todas las fuerzas de mi voluntad para penetrar aún
más en el misterio, del cual sólo había logrado levantar algunos velos.
Algunas veces el sueño se burlaba de mis esfuerzos, mostrándome solamente
imágenes gesticulares y furtivas.
En este punto no podría más que describir una idea demasiado extravagante de lo que
resultó esa contención espiritual. Sentía que me deslizaba por un hilo tenso cuya longitud
era infinita, la tierra atravesada por vetas multicolor de metales fundiéndose, como ya lo
había visto antes, se iluminaba paulatinamente por el brote del fuego de sus entrañas,
cuyo albor se fundía con los matices rojizos que teñían los flancos del orbe interno.
Algunas veces me asombraba cuando veía inmensos charcos de agua suspendidos en el
aire, como si de nubes se tratase, y por lo general poseían una densidad tal que se podían
desprender copos de ellos, pero era obvio que se trataba de un líquido diferente al agua, y
sin duda, era su evaporación lo que representaba a los mares y ríos para aquel mundo de
las almas.
Por fin llegué a ver el litoral inmenso que estaba cubierto totalmente por una
especie de cañaveral verdusco, sus extremos sin embargo se veían amarillos como si los
rayos del sol les hubieran secado parcialmente, empero, desde las pasadas ocasiones no
había apercibido más ese astro…
Un castillo dominaba la costa por el cual comencé a trepar. En la vertiente
opuesta, advertí la grandiosidad de una ciudad inmensa, ya se aproximaba la noche
cuando atravesaba la montaña y pude percibir las luces de los caseríos y de las calles, al
descender, pronto me hallé en un mercado donde se vendía frutas y hortalizas similares a
las que se dan en las regiones meridionales.
Bajé por unas escaleras oscuras y me encontré, por fin, con las calles, se anunciaba
la apertura de un casino, y los detalles de su distribución se indicaban a través de
22
Refiérese a los personajes de la comedia de Plauto
26. 20
prospectos, el encuadramiento tipográfico estaba hecho con guirnaldas de flores bastante
coloridas y representativas, tanto que parecían naturales.
Una parte del edificio estaba aún en construcción; entré en un taller donde vi a
unos obreros que modelaban con arcilla a un animal enorme que iba presentando el
aspecto de una llama, pero que al parecer debía proveérsele de grandes alas. Dicho
monstruo parecía estar atravesado por un surtidor de fuego que lo iba animando poco a
poco, de manera que, traspasado por mil ramificaciones purpúreas que constituía algo así
como sus venas y arterias, se retorcía a medida que, por decirlo de alguna manera, la
inerte materia se iba fecundando, revistiéndose con una broza de fibrosos apéndices, de
membranas y mechones lanudos. Me detuve a observar la obra maestra en la cual parecía
haberse descubierto los secretos de la creación divina.
«Esto que tenemos aquí – me dijeron – es el fuego primitivo que animó a los
primeros seres…en otro tiempo, este fuego subía hasta la superficie de la tierra, pero
ahora todas las fuentes están extintas.» También pude admirar trabajos de orfebrería en
los que empleaban dos tipos de materiales que son desconocidos sobre la tierra: uno era
rojo que podría corresponder al cinabrio y el otro era de un color parecido al lapislázuli.
Los ornamentos no eran ni martillados ni cincelados, sino que se formaban, se matizaban
y eclosionaban como si se tratara de una especie de plantas metálicas que logran
reproducir a partir de ciertas mezclas químicas. «¿No crearon también a los hombres?» –
le pregunté a uno de los trabajadores – pero él me replicó: «Los hombres provenimos de
lo alto y no de abajo, ¿Acaso podríamos crearnos a nosotros mismos?. Aquí no hacemos
más que formular, para el progreso sucesivo de nuestras empresas una materia más sutil
que aquella que compone a la corteza terrestre.»
«Esas flores que parecían naturales, ese animal que parecía estar vivo no son más que
productos del arte más elevado y del nivel más alto de nuestro conocimiento. Y de tal
forma cada quien deberá juzgarlo.»
Tales fueron, más o menos, las palabras que me dirigieron, de las cuales creí haber
discernido lo que querían decir. Me puse a recorrer el salón del casino donde me topé con
una gran multitud de la cual pude distinguir a varias personas que me eran conocidas,
algunas aún vivían, pero, otras ya habían fallecido en diversas épocas, las primeras
parecían ignorarme o simplemente no me veían, mientras que las otras, al contrario, me
saludaban aunque no me conocieran. Llegué al salón más grande, que estaba cubierto
completamente por alfombras rojas, orladas con tramados ribetes de oro, los cuales,
formaban hermosos diseños, en el centro se hallaba un sofá similar a un trono; algunos
contertulios se sentaban en él para apreciar su confort. Pero no estando culminados todos
los preparativos, se marchaban hacia otros salones. Conversaban a respecto de una boda y
del novio que, según se murmuraba, debería llegar en cualquier momento, para anunciar
el comienzo de la ceremonia. De pronto, se apoderó de mí un incomprensible arrebato.
Imaginé que a quien se esperaba era mi doble que se disponía a esposarse con Aurelia y
armé un escándalo tan grande que pareció consternar a todos los presentes. Comencé a
hablar vehementemente explicando mis motivos de queja y reclamando la ayuda de todos
los que me conocían; un anciano me dijo entonces:
— No está bien comportarse de esa forma, Ud. está alarmando a todo el mundo.
27. 21
Entonces exclamé:
— Sé muy bien que él ya en alguna ocasión me golpeó con su arma, sin embargo, le
espero sin ningún temor, ya que conozco cuál es su punto débil.
En ese momento uno de los obreros del taller que había visitado al entrar,
apareció, llevaba consigo una larga varilla puesta al rojo vivo en uno de sus extremos,
quise arrojarme sobre él, pero la punta rojiza del candente metal, el cual mantenía siempre
en ristre, amenazábame… Entonces, retrocedí hasta donde se encontraba el trono y con el
alma pletórica de un orgullo inaudito, levanté el brazo haciendo una señal la cual a mí me
parecía contener un mágico secreto. El ensordecedor y agudo grito de una mujer,
impregnado de un dolor desgarrante, me levantó precipitadamente.
Las sílabas de una palabra desconocida que estaba a punto de pronunciar,
expiraron sobre mis labios antes de ver la luz… inmediatamente, me arrojé al piso y me
puse a rezar fervorosamente llorando con lágrimas amargas.
Pero ¿de dónde provenía ese grito que resonaba tan angustiadamente en medio de
la noche?
Ese grito no provenía de los sueños, era el grito de una persona de este mundo, y a
mí me pareció reconocer en él el dulce acento de la voz de Aurelia…
Abrí la ventana, estaba todo tranquilo y no volví a escuchar aquel pavoroso grito,
así que salí para saber si alguien lo había escuchado, pero nadie había oído nada, sin
embargo, estoy seguro que ese grito era verdadero y que había resonado en el mundo de
los vivos… sin duda, podría decírseme que la casualidad ha podido hacer que en ese
preciso instante una mujer afligida gritara por los alrededores del recinto. Mas, según mis
ideas, los acontecimientos terrenales están estrechamente ligados a los del mundo
invisible. Se trata de esas extrañas conexiones que ni siquiera yo puedo comprender y que
es más sencillo señalar que tratar de definir…
¿Qué había hecho? Había perturbado acaso la armonía del mágico universo donde
mi alma podía tener la certeza de poseer una existencia imperecedera. Quizás estaba
maldito por haber querido ahondar en un misterio tan terrible, desafiando la ley divina,
¡Tan sólo debía esperar la cólera y el desprecio! Las sombras exasperadas huyeron
emitiendo gritos y trazando en el aire forzosos círculos, así como los pájaros cuando se
aproxima una tormenta.
28. 22
2ª parte
I
¡Eurídice! ¡Eurídice!
¡Perdida una vez más!
¡Todo ha terminado, todo ha pasado! ¡Ahora soy yo quien debe morir y morir sin
ninguna esperanza! Pero, ¿Qué es la muerte? Si tan sólo fuera la nada…
¡Plugo a Dios! Pero ni el mismo Dios puede lograr que la muerte sea la nada…
¿Pero por qué era ahora la primera vez, después de tanto tiempo, que se me ocurría pensar
en él?
Esta fatídica filosofía que había fundado en mi espíritu no podía admitir a esa
privilegiada magnificencia… o debería decir que se absorbía en la fusión de los seres: Se
trataba del dios Lucrecio, impotente y perdido en su inmensidad.
Sin embargo, ella creía en Dios y un día hasta pude escuchar como brotaba tan
dulcemente de sus labios el nombre de Jesús, cosa que me conmovió tanto que me indujo
a llorar.
¡Oh Dios mío! Esas lágrimas, esas lágrimas… ¿Hace cuánto tiempo se secaron?
¡Oh Dios mío, devuélveme esas lágrimas!.
Cuando el alma divaga confusa entre la vida y el sueño, entre el desorden del
espíritu y el retorno de la fría razón, es el pensamiento religioso donde uno debe
refugiarse, empero, en esa filosofía yo nunca he podido encontrar otra cosa que no sea
máximas egoístas, o a lo sumo, vanas experiencias llenas de dudas amargas. De hecho,
sólo se limita a luchar en contra de las penurias morales, aniquilando completamente la
sensibilidad. Así pues, funciona al igual que la cirugía que sólo se encarga de cercenar el
órgano causante del dolor. Y para nosotros que hemos nacido en tiempos de tormentas y
revoluciones, donde todas las creencias han sido execradas, y siendo la gran mayoría
educados bajo esa pálida fe que se conforma con realizar superfluas prácticas religiosas,
las cuales, al ser asumidas con indiferencia resultan, quizá, más culpables que la impiedad
y la herejía, es, pues, mucho más difícil aún que sintamos esa necesidad imperiosa de
reconstruir ese templo místico que solamente los inocentes y humildes resuelven llevar a
cabo en sus corazones.
¡El árbol de la ciencia, no es el árbol de la vida! Sin embargo, ¿Podríamos arrojar
de nuestra alma lo que tantas generaciones de seres inteligentes han vertido en ella, tanto
de benévolo como de funesto?
— No, la ignorancia no se aprende.
Ahora tengo más confianza en Dios:
Quizá ha llegado el momento de vivir el periodo ya anunciado, donde la ciencia,
habiendo llegado completamente al cenit de sus síntesis, análisis e hipótesis establecidas y
refutadas, pueda depurarse a sí misma y haga surgir del Caos y de las ruinas la ciudad
maravillosa del porvenir… Tampoco se trata de menospreciar a la humana razón como
para considerar que algo pueda ganarse aborreciéndola completamente, pues ello sería
tanto como despreciar su celestial origen… Dios apreciará, sin duda alguna, las buenas
intenciones, además ¿Qué padre se complacería en ver a sus hijos abdicando, delante de
29. 23
él, de todo razonamiento y todo orgullo? ¡Al apóstol que quería tocar para ver no lo
maldijeron por eso!
¿Pero qué es lo que acabo de escribir?... ¡Blasfemias! La humildad cristiana no
puede hablar de esa forma, tales pensamientos están muy lejos de un alma noble y sobre
la frente que los promueve brilla el fulgor del orgullo y la corona de Satán… ¿Un pacto
con el mismísimo Dios?... ¡Oh ciencia! ¡Oh vanidad!
Había logrado reunir algunos libros cabalísticos, sumergiéndome en su estudio
llegué a la convicción de que todo era cierto, todo cuanto había acumulado el espíritu
humano durante el paso de los siglos. El convencimiento que tuve de la existencia del
mundo inmaterial coincidía bastante con mis lecturas, así pues, no podía poner en duda,
en lo sucesivo, las revelaciones del pasado. Los dogmas y los ritos de las diversas
regiones, me parecían relacionados de tal forma que era como si cada una dispusiera de
una determinada porción de esos arcanos que constituyen sus medios de expansión y de
defensa dichas fuerzas podrían debilitarse, disminuirse y desaparecer por completo, lo que
traería como consecuencia la absorción de algunas razas por otras, pero ninguna podría
resultar victoriosa o vencida sino por el espíritu.
«De todas formas – me decía – seguramente las ciencias han sido alteradas
debido a los errores humanos.
El alfabeto mágico y los jeroglíficos misteriosos han llegado hasta nosotros, pero
incompletos o roídos, ya sea por el tiempo o por aquellos que tienen algún tipo de interés
en nuestra perpetua ignorancia; encontremos, pues, esa letra perdida, ese signo borrado,
recompongamos la ―escala disonante‖ y de esa forma lograremos obtener fuerza ante el
mundo de los espíritus.»
Era de esta forma como creía percibir los vínculos entre el mundo real y aquél
otro. La tierra, sus habitantes y su historia no eran otra cosa sino el teatro donde venían a
cumplirse las acciones físicas que elevan la existencia y la situación de los seres
inmortales atados a su destino.
Sin remover siquiera el impenetrable misterio de la eternidad de los mundos, mis
pensamientos se remontaron a la época en que el Sol, de manera semejante a la planta que
lo representa y que cabizbaja sigue la evolución de su marcha celeste, sembraba en la
tierra los gérmenes fecundos de las plantas y de los animales. No se trataba de otra cosa
que del mismo fuego que, al estar compuesto de almas, conformaba instintivamente la
estructura de la morada común. El espíritu del Ser-Dios, reproducido, y por decirlo de
alguna manera, reflejado en la tierra, transformábase en la especie ordinaria de las almas
humanas, en la cual, cada una, por consiguiente, era a la vez hombre y Dios. Tales eran
los Eloim.
Cuando uno se siente abatido por el infortunio, se piensa también en la desdicha
de los demás.
Había olvidado negligentemente una visita que debía hacer a uno de mis mejores
amigos, del cual había llegado hasta mis oídos la noticia de que estaba enfermo, así que,
me puse en marcha y me dirigí hacia el hospicio donde le impartían un tratamiento,
entonces reproché acremente mi negligencia, y lo hice aún con mayor aflicción cuando mi
amigo me contó que había pasado una de sus peores vísperas; la habitación donde estaba
internado, tenía las paredes cubiertas con cal, la luz del sol recortaba radiantemente los
ángulos de las paredes y un haz luminoso titilaba a través de un vaso lleno de flores que
una monja había colocado sobre la mesita del enfermo. El cuartucho era tan humilde que
parecía más bien la celdilla de un anacoreta italiano.
30. 24
Su magra figura, su tez pálida, parecida al marfil amarillento, contrastaba con el
negro espesor de su barba y de sus cabellos, sus ojos aún atizados por la secuela de la
fiebre y quizá también por el cobertor, el cual estaba provisto de una capucha que llevaba
puesta en los hombros le hacía un sujeto un poco distinto del que yo había conocido, pues
ese no era aquel alegre compañero que compartía a mi lado los alegres y difíciles
momentos de mi vida. Veíalo ahora con un cierto aire de apóstol. Me contó cómo se había
visto, en el momento más crucial de su enfermedad, como arrebatado por un último
impulso que pareció ser el momento supremo. Sin embargo, de pronto, pareció que ya no
sufría y que el dolor había cesado como por obra de un milagro.
Lo que a continuación siguió diciéndome resulta casi imposible de transcribir… se
trataba de un sueño, un sueño sublime en los espacios más vacíos del infinito, de una
conversación con un ser diferente pero que a su vez era partícipe de sí mismo, a quien,
creyéndole muerto, le preguntó adónde estaba Dios. «Pero Dios está en todas partes, le
respondía, al que llamaremos su espíritu, él está dentro de ti y en todos los demás él te
juzga, te escucha, te aconseja, es tú y yo a la vez, que pensamos y soñamos juntos, y que
nunca nos hemos abandonado el uno del otro, y que además ¡Somos eternos!.»
No puedo citar otra cosa de esta conversación la cual, quizá, haya escuchado o
comprendido mal, sólo sé que la impresión que dejó sobre mí fue muy viva. No me atrevo
atribuir a mi amigo las conclusiones que saqué, que tal vez sean completamente erróneas,
de sus palabras. Ignoro de igual forma, si el sentimiento que de ellas deriva es o no
conforme a las ideas cristianas.
¡Dios está con él – gritaba – pero se ha ido de mi lado! ¡Oh infortunio!, ¡Lo
desterré de mi corazón, lo he amenazado y lo maldije!
Sin duda se trataba de aquél, de ese hermano místico que se alejaba cada vez más
de mi alma y me advertía en vano.
¡Aquél consorte predilecto, aquél glorioso rey, el mismo que me juzga y me
condena, y quien lleva en su cielo sempiternamente aquélla que él mismo me había
otorgado y de la cual ahora soy indigno!
II
No pude contener el abatimiento en que me sumergieron esas ideas. «Comprendo
– decíame – que he preferido a la criatura en vez del creador; he deificado mi amor y
adoré, según ritos paganos, a aquélla cuyo estertor ha sido consagrado a Cristo. Pero si
esta religión muestra la verdad, entonces Dios puede perdonarme aún, incluso, podría
regresármela si me humillo ante él; ¡Quizá su espíritu retorne dentro del mío! »
Tomé una calle al azar y comencé a divagar absorto en esta idea, de pronto, un
cortejo fúnebre atravesó la calle, se dirigía al cementerio donde mi amada había sido
sepultada, así que se me ocurrió llegarme hasta allá incorporándome al cortejo.
«Ignoro – decíame – cuál es el difunto que conducen a la fosa, pero ahora tengo
la certeza de que los muertos pueden vernos y escucharnos, quizá, ese esté contento de
verse cortejado por un hermano de penurias, que se halla aún más triste que cualquiera
de esos que le acompañan.» Tal idea me hizo derramar fervientes lágrimas y sin duda ¡se
pensó que yo era un gran amigo del difunto! ¡Oh lágrimas benditas! ¡Desde hace tiempo
que vuestra benignidad me había sido negada!... mi mente se despejaba, y un rayo de
esperanza me guiaba todavía. Sentía muchas ganas de rezar, así que lo hice con devoción.
Nunca supe cuál era el nombre del difunto que seguí hasta el sepulcro. El
cementerio donde había entrado, sin embargo, resguardaba muchos epitafios que me eran
sagrados, tres parientes por parte de mi familia materna habían sido enterrados allí, pero
31. 25
no podía ir a llorar sobre sus tumbas, pues, habían sido trasladados desde hacía muchos
años a tierras muy lejanas, es decir, a sus países de origen.
Me dediqué a buscar durante un buen tiempo la tumba de Aurelia, sin tener ningún
éxito, las disposiciones del cementerio habían cambiado y quizá también mi memoria se
encontraba un tanto aturdida… me pareció que tal casualidad, tal olvido, debía obedecer
aún a mi condena, no me atreví decirle a los guardias el nombre de una finada de la cual
no tenía, religiosamente hablando, ningún derecho… pero, de pronto, me acordé que
guardaba en mi casa un plano de la ubicación exacta del sepulcro, así que, corrí hasta allá
con el corazón impetuosamente exaltado, había perdido la cabeza, pues como he dicho
antes, había engalanado mi amor con bizarras supersticiones.
– En un cofrecillo que le había pertenecido, conservaba su última carta, me
atreveré a confesar que había hecho de ese cofre una especie de relicario que me hacía
recordar largos viajes que había realizado y en los cuales su recuerdo había sido siempre
mi fiel compañero, además de aquella carta, resguardaba una rosa cogida en el jardín de
Schourbrah, un pedazo de cinta traída de Egipto, hojas de laurel cogidas en la rivera de
Beyrouth, dos pequeños cristales dorados de los mosaicos de Santa Sofía, un grano de un
rosario, ¿y qué sé yo que otra cosa?...
En fin, también se hallaba el papel que se me había entregado el día en que se
había horadado el sepulcro, de manera que, pudiera encontrarlo luego… me enrojecí, me
estremecí dispersando esas mescolanzas de cosas desordenadas, tomé los dos papeles,
pero, al momento que quise dirigirme al camposanto cambié de opinión. No, me dije, no
soy digno de arrodillarme en la tumba de una cristiana, ¡no puedo sumar una
profanación más a tantas otras!... y para apaciguar, la tormenta que se enardecía en mi
cabeza, regresé a algunos lugares de París, me quedé en una pequeña villa donde había
pasado algunos días dichosos en mi juventud; en casa de unos viejos parientes que luego
murieron.
Me gustaba ir allá fundamentalmente para ver el poniente cerca de su casa. Allí
había una terraza que estaba cubierta por unas plantas de tilo que me hacían recordar a
unas jovencitas muy allegadas entre las cuales crecí. Una de ellas…
¿Pero cómo podría comparar ese vago amorío de la infancia con éste que ha
devorado mi juventud?
¡Aquel sólo era un sueño!
Vi el sol declinar, sumergiéndose en el valle entre brumas y sombras, desapareció
bañado con un deslumbrante rubor entre la cima de los bosques que bordeaban las
elevadas colinas.
Poco a poco, la más profunda tristeza invadió mi corazón…
Fui a acostarme en un albergue donde me conocían; el hostelero me habló de un
antiguo amigo, que moraba por los alrededores de la ciudad, me contó que debido a una
serie de perversas especulaciones en su contra, tomó la decisión de quitarse la vida de un
pistoletazo…
El sueño me produjo terribles visiones, sin embargo, no me restan sino vagos
recuerdos.
— Me encontraba en medio de una desconocida sala y conversaba con alguien acerca del
mundo inmaterial, quizá se trataba del amigo al que me referí anteriormente, un espejo
muy alto se encontraba detrás de nosotros, por casualidad le di un vistazo y me pareció
reconocer a A.** .
32. 26
Ella parecía estar triste y pensativa, de pronto, sea que ella haya salido del espejo,
o sea que al pasar por la sala se haya reflejado anteriormente, por unos instantes, su divina
y amada figura se encontró junto a mí , me tendió la mano, dirigió una mustia mirada y
me dijo:
Nos volveremos a ver pronto…en la casa de tu amigo.
En tan sólo un instante, recordé su matrimonio, la maldición que nos esperaba…
entonces me pregunté: ¿es posible? ¿regresará a mí?¿me habrá perdonado? Me hacía
estas interrogantes con lágrimas en los ojos. Pero todo se había desvanecido…
De pronto, me encontré en un lugar desértico, había una subida muy agreste
atiborrada de rocas, estaba en medio del bosque. Tan sólo había una casa que me parecía
conocida en esa desolada comarca, sin cesar, me veía recorriendo en un ir y venir por los
recovecos más inextricables. Cansado de caminar entre piedras y zarzales buscaba
algunas veces un camino más suave por la senda de los bosques. ¡Me esperará allá!,
pensaba, de repente una campanada sonó…
¡Es demasiado tarde! – dije – e inmediatamente me respondieron unas voces:
¡Ya la has perdido!
Una noche profunda se extendió sobre mí, la casa brillaba en la lejanía, estaba
iluminada como si estuviera celebrándose en ella una fiesta, repleta de huéspedes que sí
habían llegado a tiempo. ¡ya la he perdido! – gritaba – ¿y por qué?... Entiendo, ella ha
hecho un último esfuerzo para salvarme y he faltado a ese momento supremo donde aún
era posible el perdón.
Desde lo alto del cielo ella podía rezar por mí, el esposo divino… ¿De todas
formas qué importa ahora mi salvación? ¡El abismo ha recibido a su víctima!... ¡Ella se ha
perdido para mí y para todos!...
Me parecía verla como a través del resplandor de un trueno, pálida y moribunda,
arrastrada por sombríos caballeros… El grito de dolor y rabia que lancé en ese instante
me despertó perturbado.
– ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Por ella y sólo por ella! ¡Dios mío perdonad! – Lloraba
mientras me colocaba de rodillas.
Era de día, por un impulso que me es difícil describir, determiné, de pronto,
destruir los dos papeles que había sacado la noche anterior del cofre: La carta, ¡Ay!, la
carta que releía empapándola de lágrimas y el fúnebre papel que indicaba el sitio donde se
hallaba la tumba en el cementerio. ¿Debo buscar su tumba ahora? Me preguntaba, pero
debí hacerlo ayer, así que la fatalidad de mi sueño no es más que el reflejo de mi
desdichada jornada.
33. 27
III
El fuego devoró esas reliquias de amor y muerte, que se reanudaban en las fibras
más dolorosas de mi corazón.
Fui a pasear, absorto en mis penas y remordimientos tardíos, al campo buscando
en la caminata y la fatiga el estupor del pensamiento, la certeza, quizá, de un sueño menos
nefasto para la noche siguiente.
Con esta idea que me había fraguado respecto al sueño, veíalo como un canal que
le permite al hombre la posibilidad de comunicarse con el mundo de los espíritus,
esperaba… esperaba… ¡esperaba todavía! Quizás Dios se contente con este sacrificio…
– En este punto me detuve – Había demasiado orgullo en tratar de pretender que el estado
de ánimo en que me hallaba se debía solamente a un recuerdo amoroso.
Digamos más bien, que tal vez involuntariamente evitaba los remordimientos más
graves de una vida insensatamente disipada, donde el mal había triunfado con bastante
frecuencia, y donde yo no reconocía mis errores sino cuando sentía encima la desgracia.
De igual forma, ya no me parecía digno pensar en aquella, la cual osaba perturbar
en la muerte; no obstante de haberla afligido también durante su vida, pidiéndole una
última mirada de clemencia a su dulce y santa piedad.
En la noche siguiente, no pude conciliar el sueño sino por breves instantes. Una
mujer que me había atendido en la juventud, me apareció en sueño y me reprochaba una
falta que había cometido en otro tiempo, la reconocí, aunque me parecía más vieja que
desde las últimas ocasiones en que la había visto. Eso me dio pie para pensar que me
había portado negligentemente con ella, por no haberla visitado en sus últimos momentos.
Me parecía que decía: Tú no has llorado a tus parientes, así tan profundamente
como lo has hecho con esa mujer. ¿Cómo esperas recibir el perdón? El sueño se volvió
confuso; los rasgos de las personas que había conocido en distintas ocasiones, pasaron
rápidamente ante mis ojos, desfilaban, resplandecían, palideciendo y reflejándose como
los granos de un rosario cuyo cordón se hubiese roto.
Vi inmediatamente imágenes difusas de la antigüedad que iban formándose hasta
que se completaban pareciendo representar símbolos de los cuales yo no podía interpretar
totalmente, solamente tenía una vaga idea de su significado, en resumen, eso parecía
indicarme lo siguiente:
« Todo esto se ha representado para enseñarte el secreto de la vida y tú no lo has
comprendido.
Las religiones y las fábulas, los santos y los poetas se han puesto de acuerdo para
explicar el enigma fatal, y tú lo has interpretado mal…ahora, ¡Es demasiado tarde!
Me levanté diciéndome:
¡Es mi último día!
Con diez años de intervalo, las primeras ideas que pergeñé en este relato, volvían a
mí más vivas aún y más amenazantes. Dios me había otorgado ese tiempo para que me
arrepintiera y yo no lo había aprovechado en lo más mínimo.
- Luego de haber comparecido ante el ―Convidado de Piedra‖ ¡Fui capaz de volver al
festín!
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IV
La impresión que me dejaron aquellas visiones y esas reflexiones que me
conmovían en mis horas de soledad me pusieron en un estado de ánimo tan deprimido que
me sentía perdido, todos los hechos de mi vida se me revelaban desde el punto más
desfavorable y abismado en una especie de examen de conciencia, la memoria me
representaba los hechos más remotos con absoluta claridad. No sé qué falso pudor me
impidió presentarme ante el confesionario, el temor, quizá, de involucrarme con los
dogmas y prácticas de una religión temible, contra determinados principios de los cuales
conservaba ciertos prejuicios filosóficos.
Mi juventud estuvo impregnada de las ideas resultantes de la revolución, mi
educación había sido demasiado libre, mi vida demasiado errante, como para que yo
aceptase tan fácilmente un yugo, que en muchos aspectos, ofendería a mi razón.
Me estremecí al pensar la clase de cristiano que sería si he tomado tales principios,
inculcados por las ideas del libre pensamiento de los dos últimos siglos, y además el
estudio que he realizado de las diversas religiones no me dejarían caer en ese abismo.
Nunca conocí a mi madre, que se empeñó a seguir a mi padre al ejército, así como
lo hacían las mujeres de los antiguos germanos, ella murió por causa de la fatiga y la
fiebre en una fría comarca de Alemania y mi padre, ni siquiera él, pudo dirigir mis
incipientes ideas.
El país en el cual me formé estaba lleno de leyendas extrañas y de grotescas
supersticiones. Uno de mis tíos influyó mucho sobre mí fomentando mi educación,
coleccionaba, para distraerse, antigüedades romanas y celtas, las cuales encontraba
algunas veces en su propiedad o en los alrededores, eran imágenes de dioses y
emperadores que su admiración de erudito me hacía venerar y aprendía de sus libros las
respectivas historias. Cierto Marte de bronce dorado, una Palas o Venus con arnés un
Neptuno y un Anfitrite esculpidos sobre la fuente del caserío, y sobre todo, la opulenta y
voluminosa figura barbuda de un dios Pan sonriente en la entrada de una gruta, entre los
festones de aristoloquia y de hiedra se encontraban los dioses domésticos y protectores de
ese apartado pueblo.
Debo reconocer que me inspiraban más respeto y veneración que las imágenes
cristianas de la iglesia y que esos santos deformes de su fachada, que ciertos sabios
pretendían relacionar con el Esus y Cernunus de los galos. Confuso entre tantos símbolos
diversos, un día le pregunté a mi tío que quien era Dios.
«Dios es el Sol»,- me contestó - esa era la convicción más íntima de un hombre
honrado que había vivido inmerso en el cristianismo toda su vida, pero que había
atravesado por los acontecimientos de la Revolución, y además pertenecía a un pueblo
donde todos tenían misma idea de la divinidad, sin embargo, eso no impedía que las
mujeres y los niños fuesen a la iglesia, de modo que, le pedí a una de mis tías que me
instruyera al respecto para así comprender las bellezas y las grandezas del cristianismo.
Después de 1815 un inglés que se encontraba en nuestro país me hizo aprender el sermón
de la montaña y me obsequió un Nuevo Testamento…
Hago mención de todas estas anécdotas solamente para señalar la causa de cierta
irresolución que será posible detectar en mí unida al más pronunciado espíritu religioso.
A continuación quiero explicar cómo, desviado durante largo tiempo del camino
verdadero, retorne a él guiado por el amado recuerdo de una persona muerta, y cómo la