Cuento corto de terror y ciencia ficción, escrito por Luis Bermer. Despertar en una colmena gigantesca, boca abajo, mientras se escuchan los ruidos de pisadas aproximarse...
1. COLMENA
Despierto cabeza abajo. No…no puedo mover los brazos…ni las
piernas…nada en mi cuerpo ¡Cielo santo! Soy un ovillo de…una masa
de…algo correoso, de cuello para abajo. ¿Qué me han hecho? Oh Dios…sólo
espero que mi cuerpo siga ahí dentro, aunque no lo sienta. ¿Y qué lugar es
éste? Colgamos de un techo que no alcanzo a ver. A mi izquierda, a mi
derecha, también enfrente y por encima, por debajo de mí…miles de
nosotros…a lo largo de todo ese pasillo infinito. Y todos parecen dormidos,
profundamente dormidos o…tal vez muertos. ¿Qué pesadilla es ésta? ¿Por
qué he tenido yo que despertar? Consigo bambolearme un poco para chocar
con la masa de mis vecinos. La tira de carne de la que cuelgo vibra, parece un
cordón umbilical, largo y repugnante. Un hombre mayor que yo está a mi
izquierda, una chica joven a mi derecha, pero ninguno despierta cuando les
toco, ni hacen el menor gesto, puede que ni siquiera respiren…
¡Silencio! Escucho pasos, un repiqueteo de pasos que se acercan. Debe
ser un grupo numeroso para sonar así. Llegan por la izquierda, cada vez más
fuerte, pronto podré verlos. Parece que vienen hablando entre ellos. Su lengua
es una cruda mezcla de chillidos agudos y bramidos guturales; es
desagradable y brutal. La sangre me pulsa por toda la cabeza, estoy muerto de
miedo. Espero que este maldito movimiento de péndulo haya parado cuando
lleguen; me voy a delatar…se van a fijar en mí…Respiro hondo, pongo cara de
muerto y cierro los ojos, dejando una ligerísima ranura entre los párpados.
Estoy a buena altura, así que espero que no lo detecten, porque tengo que
verlos. Tengo que ver quién nos ha hecho esto, qué hacemos aquí.
Al fin llegan, los vislumbro entre mis pestañas; y mi mente no comprende
lo que ve. No…no existen seres así, no…deberían existir; y si los viese al
derecho, creo que sería aún peor. Siento el corazón explotar, la cara enrojecida
como una bomba de sangre, y me muerdo la lengua para no gritar.
Dios…cuántas patas tienen…vienen tanteando, a un lado y al otro, se detienen,
observan –si es que son ojos esas cosas negras sobre los segmentos–,
2. prosiguen, mientras sus voces me golpean, salvajes, directamente en el interior
del cerebro. El movimiento se transmite como olas en el mar y giramos, nos
retorcemos…como una gigantesca tienda de relojes, indignos, como reses en
el matadero.
Se detienen, a unos metros ahí abajo, a mi derecha. Me estremezco de
pura repulsión, sin poder evitarlo. Tocan con sus patas, discuten –eso es lo que
parece– con esa voz aterradora. Vuelven a tantear…mientras entrechocamos
unos con otros. Rezo con todas mis fuerzas una oración silenciosa…ruego que
Dios me oiga, que se marchen cuanto antes. Pero no se van. En lugar de eso,
uno de ellos activa algo que parece una lanza de luz en sus patas de insecto. Y
con un arco fugaz que se impregna en mis retinas, secciona el cordón de un
durmiente, que golpea el suelo con un impacto húmedo, seguido de un chorro
de líquido amarillento, pastoso, que escupe el cordón, ensuciando el pasillo
metálico. El hombre empieza a gritar, no sé si por el dolor, por el terror que le
causa lo que le rodea o, más probable, la combinación de ambos. Lo levantan
entre todos del suelo y comienzan a marchar con él hacia la derecha. Grita y
grita, sigue gritando sin poder parar; está completamente aterrorizado, pues
intuye hacia donde apunta su destino. Se alejan, pero sus gritos siguen
resonando en esta inmensidad, sin más respuesta que su propio eco, sin que
nadie pueda hacer nada por él. El alivio de sentirme a salvo temporalmente se
ha tornado angustia: su desesperación se me ha clavado hondo, y aún me
parece estar escuchándolo, solo y perdido, como me encuentro yo ahora ¿Es
esto lo que, tarde o temprano, nos aguarda a todos?
La iluminación se ha hecho más tenue. Y me pregunto dónde estaremos
¿Un subterráneo? ¿Una nave especial? ¿Una despensa? No soporto más este
silencio, esta espera; forcejeo con todas mis fuerzas, en vano: estoy fundido en
este bloque. La sangre me fluye rabiosa, tengo que gritar, al menos eso sí
puedo hacerlo: “¡Eeeehh! ¿Alguien me oye? ¡¡Por favor, contestad!!” Por un
segundo, mi esperanza se ilumina, creo escuchar algo a lo lejos. Pero no tardo
en comprender que es mi propia voz, en su viaje de vuelta…
3. Siento la sangre acumulándose en mi cabeza, las lágrimas goteando
hacia abajo, pura impotencia y miedo. Grito hasta que mi garganta parece
quebrarse, ya no me importa nada; puede que así consiga despertar de esta
pesadilla…pero no puedo engañarme: ya estoy despierto…
Estoy despierto…¡Maldita sea! ¿Cómo es posible? ¡Estoy despierto!
¡¡YA ESTOY DESPIERTO!!
Y vuelvo a escuchar voces por el pasillo.
Cuentos de terror de Luis Bermer