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MIDIENDO LA INDIGENCIA DEL MUNDO.
Manfred Nolte
La irrupción intelectual y mediática de Thomas Piketty en el tema de la
distribución de la renta y riqueza mundiales ha eclipsado cualquier otra
publicación económica en los últimos doce meses, hasta figurar en el número 1
de ventas del portal digital Amazon. El profesor de la Sorbona ha puesto en
evidencia mediante detalladas series históricas que la tasa de acumulación del
capital es históricamente superior a la tasa de crecimiento del PIB –la tasa
general de la economía- lo que conduce invariablemente a que los tenedores del
capital vean progresivamente engrosada su participación relativa en la Renta
Nacional en detrimento de los agentes económicos restantes, en particular de
los asalariados. Son millares las páginas que, a favor y en contra, se están
escribiendo sobre la obra del francés, ‘El Capital en el Siglo XXI’, y
determinados sectores de la Academia avanzan ya en Piketty a un rotundo
candidato al premio Nobel de economía.
El tema de la desigualdad económica ha prendido como el queroseno en los más
diversos ámbitos sociales y religiosos, capitaneados por la Iglesia de Roma y su
líder espiritual Francisco y constituye un revulsivo para muchos movimientos
políticos en auge, que han hecho de aquella su principal bandera identificativa.
La desigualdad extrema e injusta es inequívocamente repudiable, además de
que los recientes estudios de los Organismos Internacionales la acusan de
ineficiente, algo a lo que la mayoría liberal, notablemente la norteamericana,
sigue oponiéndose visceralmente. Denuncian estos en la machacona proclama
de una desigualdad reivindicativa un revanchismo escasamente apoyado en la
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evidencia empírica de sus efectos nocivos. Después de todo -sostienen- nadie se
muere de desigualdad sino de pobreza e indigencia.
Es cierto que la pobreza absoluta es un indicador absoluto y ante ella no caben
interpretaciones. Ahora, un nuevo índice viene a ahondar en la lectura de esta
lacra de la humanidad: el ‘Índice de Miseria’(IdM). La autoría reciente del IdM
corresponde a Steve H. Hanke, Profesor de economía aplicada en la Universidad
John Hopkins de Baltimore. El índice conlleva el peligro de todas las
simplificaciones y alude a medias nacionales. De todas formas, con las cautelas
habituales, su estudio puede conducir a algunas conclusiones interesantes.
El IdM comenzó definiéndose por Arthur Okun como la simple suma de los
tipos de inflación y desempleo. El profesor de Harvard Robert Barro modificó el
índice incluyendo el rendimiento del bono publico a 30 años y el bache de
producción(‘output gap’) del PIB real.
Hanke ha considerado que, para un país dado, el IdM, es la suma de las tasas de
desempleo, inflación e interés bancario a las que se deduce el porcentaje de
variación del PIB ‘per cápita’. En cuanto que el colectivo social es sensible a
dichos parámetros y pueden responder a lo que este entiende por calidad de
vida, el índice tiene un campo de representatividad.
Según Steve Hanke, el índice oscila en torno a dos centros de gravedad: los
índices 20 y 10. Aquellos países que puntúan 10 o menos revelan los beneficios
del desarrollo que su autor achaca al libre mercado. Para calificaciones de 20 o
superiores, el diagnóstico para el país evaluado es de infradesarrollo y precisará
de serias reformas estructurales. Sin las transformaciones necesarias el país
perpetuará su condición de miserable.
Hanke llega a las siguientes conclusiones por bloques geográficos. Desde la
crisis del 2008, el nivel de miseria del sudeste asiático ha mejorado de 20 a 11,7
lo que es congruente con las serias reformas estructurales abordadas en la
región. La relajación cuantitativa estadounidense al desviar inversión en cartera
a dichos países también ha tenido su parte en el éxito registrado. Europa
occidental, por su parte, ha sido victima de serios problemas estructurales en el
periodo referido y registra un baremo de 15,4. El altísimo nivel de desempleo es
uno de sus muchos problemas y no será fácil que retorne a las confortables cotas
de 10.
Por países las conclusiones son más notorias. De un total de 90 países
‘computables’ por disponer de indicadores mínimos comparables, Venezuela
encabeza la relación con un índice de 79,4. Un índice que Steve Hanke estima
seriamente maquillado ya que la inflación oficial declarada por la oficina
estadística venezolana al 31 de diciembre de 2013 fue del 56,2% cuando las
estimaciones oficiosas la sitúan en el 278%. Tomando este ultimo porcentaje, el
IdM venezolano pasaría de 79,4 a 301. Siguen a Venezuela , Irán (61,6),
Serbia(44,8), Argentina(43,1), Jamaica(42,3) y Egipto(38,1). La gran sorpresa
se produce en el puesto número 7 de indigencia mundial ocupado precisamente
por España con un valor de 37,6, por la extraordinaria incidencia que ha tenido
en el país el alto número de desempleados.
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Otros países ocupan lugares más acomodados: Estados Unidos en el puesto
71(11,0), Alemania en el 78(9,08), o China en el 82(7,90). Cierra la lista Japón
en el número 90 y un índice de 5,41. No figuran en el inventario los países que
acogen al ‘millardo maldito’ en expresión de Paul Collier, los 50 más pobres del
planeta.
El IdM es un mal instrumento para interpretar la coyuntura española y presenta
serias carencias conceptuales para un gran número de terceros países. Al fin y al
cabo, el índice ha excluido a aquellos que con más notoriedad están asediados
por la pobreza extrema. Pero todo tiene una lectura, y no es la primera vez que
advertimos desde estas líneas de la profunda fragmentación de la sociedad y de
la economía española. Y es que , de las dos Españas , la corneada por el paro
vive un presente miserable y un futuro poco halagüeño.