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EXPOSICIÓN




A LOS PROGRESOS
  DE LAS ARTES
Real Academia de Bellas Artes
de la Purísima Concepción de Valladolid
                        (1783-2012)
                               ----------
              Del 31 de agosto al 14 de octubre de 2012
                               ----------
   SALA MUNICIPAL DE EXPOSICIONES DE LA IGLESIA DE LAS FRANCESAS
                          C/ Santiago, s/n
                            VALLADOLID
                               ----------
EXPOSICIÓN:     A LOS PROGRESOS DE LAS ARTES
                Real Academia de Bellas Artes
                de la Purísima Concepción de
                 Valladolid. (1783-2012)

INAUGURACIÓN:   Día 31 de agosto a las 20,00 h.


LUGAR:          Sala Municipal de Exposiciones de LA Iglesia de las
                Francesas
                C/ Santiago, s/n
                VALLADOLID


FECHAS:         Del 31 de agosto al 14 de octubre de 2012


HORARIO:        De martes a sábados, de 12,00 a 14,00 horas y
                de 18,30 a 21,30 horas.
                Domingos, de 12,00 a 14,00 horas.
                Lunes y festivos, cerrado


INFORMACIÓN:    Museos y Exposiciones
                Fundación Municipal de Cultura
                Ayuntamiento de Valladolid
                Tfno.- 983-426246
                Fax.- 983-426254
                www.fmcva.org
                Correo electrónico:
                exposiciones@fmcva.org
EXPOSICIÓN

COMISARIO
JESUS URREA


COORDINACIÓN
ELOISA WATTENBERG
MANUEL ARIAS


TEXTOS
JESUS URREA
JAVIER LÓPEZ DE URIBE Y LAYA


COORDINACIÓN DE LA EXPOSICIÓN EN LA SALA
MUNICIPAL DE EXPOSICIONES DE LAS FRANCESAS
JUAN GONZÁLEZ-POSADA M.


SEGURO
AON


TRANSPORTE
ANDRÉS MARTÍN


MONTAJE
FELTRERO


DOSSIER DE PRENSA
MUSEOS Y EXPOSICIONES.
FUNDACIÓN MUNICIPAL DE CULTURA. AYUNTAMIENTO DE VALLADOLID
De una institución que ostenta entre sus fines la defensa y
conservación del patrimonio histórico-artístico es lógico esperar que
custodie celosamente, a pesar de sus más de 230 años de vida, lo
que durante tanto tiempo ha producido o reunido, bien sea su
archivo, su biblioteca o sus colecciones artísticas. Y, en efecto, en
buena medida así ha sido aunque a lo largo de su historia se hayan
cambiado o diversificado buena parte de sus funciones originales.

A pesar de que con el paso del tiempo el papel pedagógico que
originalmente desempeñó ha variado su vocación didáctica no se ha
alterado. Prueba de ello es la exposición que ahora se presenta como
resumen de la actividad desempeñada y del patrimonio reunido por
sucesivas generaciones de académicos que han ofrecido a la sociedad
su desinteresado esfuerzo y sus conocimientos técnicos o artísticos.

Tratar de explicar su historia y el papel cultural representado así
como enseñar una parte de sus colecciones, en las que se mezclan
obras de alumnos, profesores y académicos, o las funciones que
desarrolla esta corporación, constituyen todo un propósito de
apertura y justificación social al tiempo que evidente expresión de su
voluntad en continuar
Empeñada en la empresa que justifica su lema “A los progresos de las
artes”.

Para algunos el contenido de la muestra será un reencuentro para
otros muchos todo un descubrimiento lo cual bastará para considerar
que esta oportunidad cumple con los objetivos que la Academia tiene
marcados desde 1779, cuando comenzó a desempeñar sus trabajos
en unas salas de las antiguas casas consistoriales del municipio
vallisoletano. El mismo que hoy le abre las puertas de su sala de
exposiciones de las Comendadoras de Santa Cruz (“las francesas”)
para dar cumplida cuenta de lo realizado desde aquella fecha por la
institución.
Presentación
     Por Jesús Urrea
Presidente de la Real Academia
La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción es una
institución cultural de interés público y duración indefinida que tiene
sus antecedentes en la establecida en Valladolid en 1779 por un
grupo de aficionados a las matemáticas y a la enseñanza del dibujo.
Aprobadas sus constituciones, fue admitida por Carlos III bajo su real
protección en 1783.

 Carlos IV le concedió en 1802 los mismos privilegios y exenciones
que disfrutaban las academias de San Carlos de Valencia y San Luis
de Zaragoza. Por Real Decreto de Isabel II, en 1849 fue considerada
de 1ª clase entre las provinciales.

 Como corporación con personalidad jurídica propia, desde su
creación ha desarrollado sus actividades en bien de la cultura,
contribuyendo de manera eficaz a la salvaguarda del patrimonio
histórico artístico de Valladolid y su provincia, con hechos tan
señalados como la custodia y conservación de los pasos de Semana
Santa, la dirección del Museo Provincial de Bellas Artes, la fundación
de la Galería Arqueológica, y la enseñanza en las Escuelas de Bellas
Artes y de Música, además de elaborar numerosos informes técnicos
en cumplimiento de los fines que ha tenido asignados.

 Actualmente, su función primordial radica en velar por la
conservación de los monumentos y obras de arte de Valladolid y su
provincia; el fomento de las Bellas Artes, su estudio, enseñanza y
difusión; como organismo consultivo, colaborador / asesor, en la
emisión de informes destinados al Gobierno, Junta de Castilla y León,
Corporaciones e Instituciones locales; el acrecentamiento de su
propia colección con obras de pintura, escultura, dibujos, grabados,
partituras, documentos y libros relacionados con las Bellas Artes; el
fomento de la investigación y publicación de monografías de temas
histórico-artísticos; y la organización de sesiones científicas, así
como exposiciones de arte y conciertos musicales (O.M. 31-VII-1998).

 La Academia está formada por 32 miembros de número, que se
dividen en cuatro secciones: Arquitectura, Escultura, Pintura y
Música. Para su dirección, gobierno y representación, dispone de un
Presidente, cuatro Consiliarios, un Tesorero, un Bibliotecario y un
Secretario. Desde su creación hasta la actualidad ha contado con 373
académicos de número; mientras quela categoría de honor la han
ostentado 361 y la de correspondientes 142.

 Pero si la institución hoy tiene encomendadas estas funciones
consultivas, de protección y difusión del Patrimonio Cultural, en
origen fue exclusivamente la enseñanza artística la que constituyó el
eje de su existencia, de ahí la necesidad de contar con locales
adecuados para el desarrollo de esta actividad.

 La Academia, que había nacido en la sala de juntas de la cofradía
penitencial de Nuestra Señora de la Piedad y después tuvo albergue
en la propia casa consistorial de la ciudad, en la Plaza Mayor, careció
de medios económicos suficientes para su mantenimiento y hasta
1804 lo hizo gracias a los propios académicos. En 1818 se alojó en
un caserón junto al templo de San Felipe Neri y en 1824 en el palacio
que el conde de Salvatierra poseía en la calle Fray Luis de León, hasta
que en 1856 se instaló en el edificio del Colegio de Santa Cruz,
compartiendo espacio con la Biblioteca Universitaria y el entonces
Museo Provincial de Bellas Artes. Pendiente en un principio de los
ingresos procedentes de la casa-teatro de la ciudad o de
determinados arbitrios de puertas (cacao y bacalo), posteriormente
dependería de las subvenciones municipales y provinciales.

 Las enseñanzas que ofrecía la institución se ampliaron en 1794,
impartiéndose clases de Arquitectura y algo más tarde de Pintura y
Escultura. Para cumplir tan reducido y al mismo tiempo ambicioso
programa, la Real Academia, a cuyo frente estuvo -hasta 1849- la
figura del Protector, dispuso de un cuadro de personal docente
(Director general, Directores y Tenientes de las distintas enseñanzas)
y de un número indeterminado de académicos que se clasificaban en
Meritorios y Honorarios, elegidos respectivamente por sus méritos
artísticos o relevancia social. La Academia dirigía la Escuela de Bellas
Artes y sus funciones pedagógicas se incrementaron de nuevo en
1852 con la creación de la Escuela de Maestros de Obras, Directores
de Caminos vecinales y Agrimensores, habilitando mediante examen,
durante un breve tiempo, a los que deseaban ejercer la arquitectura
y, hasta 1869, a los que aspiraban a obtener los títulos de Maestro de
Obras, Agrimensor y Aforador.

 En 1849 todas las Academias del Reino sufrieron una
reestructuración importante, procediendo el Gobierno a su
reglamentación y clasificación. A partir de 1850 la vallisoletana
perdió su denominación castiza y pasó a titularse "Academia
Provincial de Bellas Artes", considerándose como de 1ª clase. El
número de sus miembros se fijó en 24 (20 académicos, Presidente y
3 consiliarios) y sus enseñanzas se estructuraron en elementales y
superiores (suprimidas éstas en 1869).

 El alumnado crecía paulatinamente según pasaban los años. En el
curso 1872-1873 se matricularon 648 estudiantes, mientras que en
1890-1891 el número aumentó a 1.144, siendo la matrícula del curso
1883-1884 la más elevada: 1.238. Además, a partir del año
académico 1875-1876, se permitió el ingreso de alumnas, con lo que
se convirtió en una de las escuelas más avanzadas y concurridas de
la nación. Su sostenimiento era soportado por el Ministerio de
Instrucción.

 También la Academia se hizo cargo del recién creado Museo de
Pintura y Escultura, formado con las obras de arte procedentes de los
conventos desamortizados y en cuyos trabajos preparatorios y de
inventarios algunos de sus miembros desempeñaron un papel
decisivo. Además de las Bellas Artes, igualmente fue preocupación de
la corporación la reunión y conservación de las antigüedades y
objetos arqueológicos, de ahí que en 1875 procediese a la formación
de una Galería de Objetos Arqueológicos que se constituiría en la
base del museo que con este contenido se creó en 1879.

 Cuando en 1892 se reorganizaron por Real Decreto las Escuelas de
Bellas Artes, se asestó un duro golpe a la Real Academia, que tuvo
que desprenderse de aquélla. Sin embargo, muchos de sus miembros
siguieron impartiendo sus enseñanzas en la Escuela, que variaría de
nombre titulándose, sucesivamente: de Artes e Industrias (1900), de
Artes Industriales (1907) y de Artes y Oficios (1910). Algunos
académicos también formaron parte del cuadro de profesores de la
Escuela de Música que creó en 1918, la cual se convertiría en
Conservatorio profesional.

 A partir de 1808 los proyectos artísticos o arquitectónicos que
pretendían realizarse en la región, bien fuese por particulares o por
corporaciones, eran inspeccionados por la Academia. De esta manera
se reforzaba la vigilancia que en estos asuntos desplegaba la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, garantizándose mejor la
unificación estética del país. Después sería su Comisión de
Arquitectura la que puntualmente informase a la denominada Junta
de Policía del Ayuntamiento sobre reformas y obras en todo tipo de
edificios. Muchos de sus miembros compusieron la Comisión
Provincial de Monumentos e igualmente pertenecieron a otras reales
academias. La elaboración de ponencias y la emisión de informes
oficiales solicitados por distintos organismos locales o nacionales
sobre monumentos, conservación de patrimonio histórico-artístico,
etc. constituye desde entonces otra de sus funciones más notables.

 Por diversas circunstancias, en 1935 la Universidad reclamó la
totalidad del uso del Colegio de Santa Cruz y la Academia hubo de
desalojar sus locales, lo cual sucedió dos años después de producirse
el traslado y nueva instalación del museo, convertido en Nacional de
Escultura, en el Colegio de San Gregorio. A este último fueron a parar
provisionalmente en 1939, después de una breve estancia en el
Colegio de San José, sus fondos artísticos y allí permanecieron hasta
que en 1948, siendo Director General de Bellas Artes el Marqués de
Lozoya, y recuperado su castizo nombre de Real Academia de la
Purísima Concepción, consiguió instalar sus dependencias y
patrimonio artístico en una vivienda de la llamada Casa de Cervantes,
propiedad del Estado, entonces bajo el patronato de la Fundación
Vega Inclán.
 A pesar de haber atravesado duras vicisitudes, contar con escasos
medios y sufrir reiterados cambios de domicilio, la Academia ha
logrado formar y conservar una colección muy notable que procede,
en su mayor parte, de los concursos que organizó a partir de 1863 y
con los que comenzó a crear en 1875 una Galería de autores
modernos que pusiera de manifiesto la utilidad de la institución y los
progresos de su alumnado. Posteriormente, su contenido se fue
incrementando mediante donaciones u obras entregadas por los
académicos artistas el día de su ingreso en la corporación. Sin
embargo, hasta 1989 la Academia no dispuso de unas condiciones
museísticas apropiadas para sus colecciones.
 En el área destinado a su exhibición estable, en su domicilio, se
muestran únicamente aquéllas que presentan mayor interés o calidad
y, con su distribución, condicionada por el espacio y sus
características, se resume la historia de la Institución a través de las
obras más singulares conservadas de su profesorado académico, al
que se recuerda también mediante retratos o gracias a las creaciones
de sus alumnos más destacados, no faltando tampoco objetos y
muebles que contribuyen a ambientar agradablemente este pequeño
museo.
 La colección se encuentra distribuida de acuerdo con los asuntos de
las cuatro secciones que integran la Academia. A la de Arquitectura
aluden varios retratos de profesores de esta disciplina, planos y
proyectos de exámenes de arquitectos y maestros de obras, así como
libros correspondientes a estas materias. Las salas dedicadas a
Escultura reúnen obras del riosecano Aurelio Rodríguez Carretero,
Dionisio Pastor Valsero, Darío Chicote, Ángel Díaz, Mariano Benlliure,
Ramón Núñez, José Cilleruelo, José Luis Medina, Antonio Vaquero,
Lorenzo Frechilla o Luis Jaime Martínez del Río. La sección de Música
está presente mediante diversas piezas que ofrecen en sus temáticas
alusiones musicales, con pinturas originales de Isidro González
García-Valladolid, Mario Viani, Pedro Anca Santarén o con alguna obra
del escultor Ignacio Gallo.
 La Pintura, gracias al espléndido legado que hizo el pintor
valenciano José Vergara Ximeno y a los numerosos fondos de que
dispone la colección, es la sección académica mejor representada.
Del primero se exponen diez lienzos, incluido su autorretrato, todos
muy característicos de su estilo dieciochesco. De los antiguos
profesores de la Academia se exhiben lienzos originales de Luciano
Sánchez Santarén, Pedro Collado, Antonio Maffei o Eugenio Ramos;
de los que fueron en su día alumnos existen trabajos, entre otros, de
distintos periodos de Eduardo García Benito, Francisco Prieto, Joaquín
Roca o Anselmo Miguel Nieto..
 Dentro de la colección de cuadros entregados por los autores el día
de su recepción académica se hallan representados, con diferentes
obras: Aurelio García Lesmes, Sinforiano del Toro, Mercedes del Val
Trouillhet, Félix Cano, Adolfo Sarabia, Félix Antonio González o
Santiago Estévez.
 Entre  pinturas   y  esculturas   la  colección   se   compone
aproximadamente de 200 obras, a las que hay que añadir la menos
conocida de dibujos y grabados, cuya génesis y contenido, por su
mayor novedad, merecen una mención más detenida.

 Las enseñanzas impartidas por la Academia se auxiliaron, desde sus
inicios, de los denominados dibujos de principios (extremidades,
ojos, bocas, etc.) facilitados por los profesores o académicos,
presentándose al alumnado como modelos a imitar. Unas veces eran
los miembros de la Academia quienes, voluntariamente, entregaban
sus trabajos (el escultor Felipe de Espinabete, los pintores Diego
Pérez Martínez, Joaquín Canedo, Leonardo Araujo, o el arquitecto
Pedro García González); otras, la dirección de los estudios solicitaba
colaboración para este fin o encargaba su adquisición, al tiempo que
algunos ejercicios de alumnos, merecedores del beneplácito de sus
profesores, comenzaron a guardarse en el archivo de la institución.
Tampoco faltaron las aportaciones espontáneas de jóvenes
aficionados e incluso, en fecha temprana, señoras atraídas por el
dibujo remitieron a la Academia pruebas de sus cualidades artísticas
que fueron recompensadas con nombramientos honoríficos.
 Muy importante fue el legado testamentario que en 1840 realizó D.
Vicente Mª Vergara y Ballester, integrado por pinturas de su padre,
así como estampas y apuntes para uso de la Academia vallisoletana,
de los que afortunadamente se conserva un total de treinta y cuatro,
doce de ellos en calidad de depósito en la antigua Escuela de Artes y
Oficios. Aquel legado vino a ser continuación de la donación de otros
cuarenta dibujos que, en 1828, hizo a la corporación de Valladolid la
de San Carlos de Valencia.
 Como medio para fomentar el estímulo, los mejores trabajos se
remitían a la Academia de San Fernando para que ésta verificase los
adelantos que lograban los alumnos vallisoletanos, convirtiéndose en
acicate que aumentaba el esfuerzo de los que destacaban en las
clases. Pero, sin duda, el mejor método para compensar a los más
brillantes fue la concesión de premios y accésit que se otorgaban
anualmente en las diferentes categorías y materias (dibujo lineal,
dibujo de figura, dibujo modelado y vaciado de adorno, etc.). La
organización de concursos, a partir de 1863, supondría la definitiva
distinción de aquellos que obtuvieron alguno de los premios en
metálico convocados. Las bases del programa especificaban que las
obras premiadas quedarían en propiedad de la Academia.
 Otra fórmula inteligente destinada a reunir los mejores resultados
del trabajo de sus alumnos fue promover la dotación de becas,
costeadas con los presupuestos de la Diputación Provincial o del
Ayuntamiento. Los pensionados, controlados por la Academia, debían
justificar la correcta inversión de sus bolsas de estudio remitiendo
puntualmente los asuntos reglamentarios que exigía la convocatoria.
Los pintores Gabriel Osmundo Gómez, Marcelina Poncela Ontoria y
Mariano de la Fuente Cortijo cumplieron con sus obligaciones y sus
dibujos –además de sus óleos- enriquecieron también la colección de
modelos a imitar por los más jóvenes.
 Pero junto a los dibujos de quienes estudiaban en la Academia, a los
de aquellos otros cuyo esfuerzo se premiaba anualmente y a las
pruebas del adelantamiento para el goce de pensiones, vinieron a
sumarse los planos y dibujos que presentaban los individuos que
aspiraban a conseguir en la Academia vallisoletana, previos los
ejercicios reglamentarios, el título de Arquitecto, Maestro de Obras,
Director de caminos vecinales o Agrimensor.
 Posteriormente, al cambiar el reglamento de la reválida de Maestro
de Obras, el aspirante debía entregar los dibujos de su “prueba de
repente” así como el proyecto final, conservándose por ello una
interesante colección de planos con los que respondían a los temas
que, en suerte, les tocaba realizar. Lamentablemente, y si que se
sepa la verdadera razón, sólo se archivó una mínima parte de estos
ejercicios. Dentro de esta misma categoría de pruebas de examen
habría que situar los procedentes de la oposición, celebrada en 1893,
a la plaza de Profesor de dibujo que, finalmente, obtuvo Luciano
Sánchez Santarén.
 Por último, la Academia intentó crear una colección de dibujos
contemporáneos, “de los principales maestros de España”, con el fin
de establecer una exposición de carácter permanente “en los locales
de la misma”, decidiendo en 1939 escribir a numerosos creadores
para solicitarles “la donación de algún trabajo hecho por sus manos:
si bien un apunte, composición de alguna obra, una cabecita, un
ropaje, un detalle que nos acuse su personalidad”. Sin embargo, de
las 51 cartas que se enviaron a otros tantos artistas rogándoles su
colaboración en este proyecto, tan sólo contestaron 7;
verdaderamente, aquellos no eran tiempos ni para regalar ni tampoco
para hacer exposiciones.
Cabría imaginar que, después de tantos años de existencia, la
Academia poseyera un abultado fondo de dibujos. No obstante, la
circunstancia de que muchos se hicieron o adquirieron para ser
utilizados como modelos, es decir, usados en clase y, por
consiguiente, sometidos a fácil deterioro, y los sucesivos traslados de
domicilio que ha tenido la institución, han favorecido pérdidas y
extravíos, especialmente durante la precipitada salida del antiguo
Colegio de Santa Cruz. A ello se suma que muchos de estos dibujos
se han extraído de los legajos del archivo, en donde se hallaban
doblados y en condiciones poco apropiadas para su conservación,
por lo que la colección académica alcanza ahora un total de 250, de
los que 30 corresponden al depósito establecido en la Escuela de
Artes y Oficios, ya que la Academia nunca ha cedido su propiedad,
incluidos los 16 que donó el pintor Miguel Jadraque. Su consulta, en
un tanto por ciento elevado, puede efectuarse a través de la base de
datos disponible en la página web de la institución
 Sin duda, la tarea académica quedaría muy limitada si no
trascendiera a la sociedad, de ahí que la difusión sea objetivo
imprescindible para hacer efectivo el papel cultural que desempeña la
institución. Además de la convocatoria de conferencias públicas y
cursos especializados, la edición de sus trabajos constituye el mejor
método para llegar al mayor número de personas interesadas y
manifestar públicamente el cumplimiento de sus fines.
 La vocación editorial de la Real Academia viene de atrás, aunque sea
escasamente conocida por los limitados medios con que siempre ha
contado para su transmisión. Desde un principio quiso dejar
constancia de su actividad mediante la edición de las Actas de sus
juntas, siguiendo el modelo adoptado por la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, para dar más notoriedad a los alumnos
premiados por su aplicación en las diferentes disciplinas en las que
impartía docencia, incluyendo el discurso leído en aquella
solemnidad pública, así como la lista de los individuos que
componían la institución.
 A esta primera publicación siguió la de los Estatutos con que se dotó
a la corporación, editados en 1789 por Manuel Santos Matute, que se
convierte durante algún tiempo en impresor oficial de la Academia,
siendo también el responsable de la edición de otra nueva entrega de
Actas, correspondientes al año 1803 y de la que existe tirada
facsimilar. Su actividad editora se reanudó en 1872, periodo que
podría considerarse como 2.ª época, cuando se publican las
memorias de sus trabajos, redactadas por el Secretario general,
además de)los discursos leidos en la ceremonia de distribución de
premios ordinarios y extraordinarios a los alumnos más distinguidos
durante las solemnes Juntas Públicas que se celebraban, a principios
del mes de octubre, en el gran salón de actos de su sede en el
Colegio de Santa Cruz.
 Se publicaron regularmente hasta el año 1891 y en ellas se incluía
información sobre la Escuela, los alumnos, la biblioteca, el Museo y
los académicos que componían la institución. Los discursos anuales
eran la parte más extensa y tienen todos ellos una clara orientación
filosófico-estética aunque no falten tampoco los de carácter histórico.
La edición de las mencionadas Juntas corría a cargo de la Imprenta y
librería Nacional y Extranjera de Hijos de Rodríguez, que se titulaban
libreros de la Universidad y del Instituto.
 De aquellos mismos años se puede también recordar la edición de lo
que hoy se estima como curiosidad bibliográfica: los tres folletos
dedicados a referir las semblanzas biográficas de Mariano Miguel
Reinoso (1876), Pablo Alvarado (1876) y Vicente Caballero (1879),
dadas a conocer con motivo de su fallecimiento por haberse
considerado que sus particulares personalidades y merecían tan
singular distinción.
 Fue en la segunda década del siglo XX cuando se inaugura lo que
podría denominarse 3.ª época editorial, que tuvo como consecuencia
la publicación regular de los Discursos de ingreso en la corporación
de sus nuevos miembros. En 1913 Narciso Alonso Cortés dio ejemplo
con la edición del suyo, aclarando en él que tal práctica había estado
interrumpida durante algún tiempo. Le siguieron los redactados por
Sebastián Garrote Sapela (1915), Casimiro González García-Valladolid
(1919) y Francisco de Cossio y Martínez-Fortún (1920); desde
entonces y hasta nuestros días se han publicado un total de 60
discursos cuya edición, que debe presentar idéntico formato, ha
corrido por cuenta de los mismos académicos, aunque su
distribución la realiza la Academia.
 Trabajos originales de Martín Abril, Cortejoso, Luelmo o Pino,
expresan la inclinación poética que marcó la vida de la institución
durante las décadas 50 y 60; otros de carácter histórico redactados
por García Chico, Arribas, Rodríguez Valencia, o Prieto Cantero,
constituyen aportaciones muy sobresalientes a los temas sobre los
que versaron; no faltan tampoco los dedicados a la temática musical,
como los de Álvarez Taladriz o Barrasa; ni los de índole filosófica,
como el caso de Díez Blanco. A partir de la década de los 80, no
escasean tampoco los de naturaleza biográfica ni los redactados por
los propios artistas académicos, en los que vierten sus experiencias
creadoras, y son muy numerosos los que abordan temas relacionados
con las materias por las que sus autores sienten predilección –
arquitectura, escultura, pintura o música –, bastando ojear el
catálogo de los publicados para comprender el valor científico de sus
contenidos.
 Hay que aclarar que no todos se publicaron de manera unitaria, y a
este respecto jugó un papel importante la decisión de contar con un
órgano oficial de difusión con el que se pudiera demostrar la
capacidad cultural de la Academia. Creado en 1930, el Boletín se
edita ininterrumpidamente, salvo el intervalo de la guerra civil, hasta
1948; suspendido este último año, no se reanuda hasta 1970,
volviéndose a interrumpir de nuevo en 1973 y entre los años 1975 y
1990, momento en que se inicia una nueva etapa.
 Su publicación es anual y el número 45 es el último aparecido,
correspondiente al año 2010. Con el paso del tiempo su calidad
formal ha ido mejorando notablemente, si bien es cierto que desde
un principio se pretendió que contara con ilustraciones gráficas y
hasta se incluyó una edición facsímil del Diario Pinciano, publicación
que con este mismo carácter entregó por primera vez a prensas la
propia Academia en 1933. Tras sucesivos modelos, ha adoptado un
diseño en el que se han recuperado las señas de identidad de la
propia institución.
 Con la edición de este Boletín se contribuye además a dar
cumplimiento a uno de los mandatos que tiene encomendados: la de
difusión y defensa del Patrimonio histórico artístico de Valladolid y su
provincia, reflejándose también en él las comunicaciones públicas
que sus miembros imparten anualmente como desarrollo de su
cometido cultural fundacional o aquellos trabajos de investigación
que por su temática tienen cabida en él.
 El papel social de la Academia se cumple también con la
organización de exposiciones o con la participación de sus obras en
otras preparadas por distintos museos e instituciones culturales. Así,
en la década de los 80 del siglo anterior sus colecciones formaron
parte de las muestras que se dedicaron a: Pintores vallisoletanos del
siglo XIX, El escultor ángel Díaz (1859-1938), Gabriel Osmundo
Gómez (1856-1915), La escultura en Valladolid (1850-1936), Pintores
de Valladolid (1890-1940) o El pintor Luciano Sánchez Santarén
(1864-1945), aprovechándose aquellas oportunidades para restaurar
prácticamente la totalidad de su patrimonio; incluso se celebró otra,
monográfica, consagrada a la propia Academia. La que ahora se
presenta, bajo el lema de la misma institución, “A los progresos de
las Artes”, se anticipa unos meses a la celebración del 230
aniversario de que Carlos III la admitiera bajo su protección. En esta
ocasión es el Ayuntamiento de Valladolid el que reconoce su
trayectoria histórica.
                                                           Jesús Urrea
                                       Presidente de la Real Academia
Benlliure



Papel e importancia de las Reales
         Academia en el siglo XXI
          Por Javier López de Uribe y Laya
En una de sus sesiones, esta Real Academia se planteó la
conveniencia de promover la realización de una escultura en algún
lugar público que recordase la memoria de determinados
personajes. El tema dio lugar a un debate en el que se llegó a
cuestionar la oportunidad de seguir erigiendo monumentos
urbanos aislados y surgidos como consecuencia de «plantar» una
escultura en un lugar determinado, olvidándose del contexto.
¿Sigue siendo una referencia válida en nuestros días este modo de
proceder?; ¿no debería pensarse, más bien, en actuaciones
globales, para un ambiente concreto, que resuelvan la totalidad del
espacio en el que se van a situar, para que se produzca un diálogo
con el entorno? ¿Se debe seguir anclado en el modo de proceder
tradicional, por temor a comprometerse con soluciones
contemporáneas?
 Pueden ser varias las respuestas a tales preguntas. Con una cierta
prudencia, incluso ciudades como Bilbao, Barcelona o Valencia, los
municipios españoles que, quizás, más riesgos asumen, han
adoptado una política que cabría calificar «de fronteras» y así,
mientras los escultores convencionales toman los centros
históricos, artistas más vanguardistas actúan en la periferia.
 En cualquier caso, como opina Miquel Navarro —uno de los
escultores españoles más innovadores y con más personalidad de
la segunda mitad del siglo XX—, «lo que es inadmisible es que la
gente que no está preparada se ponga a hacer esculturas. Es como
si a mí, a estas alturas de la vida, me da por querer levantar
puentes». Navarro concluye afirmando que «en estos tiempos que
corren, donde todo el mundo está acelerado, se debería imponer la
reflexión antes de ejecutar una obra».
 Menciono este suceso, porque nos da tres claves para conocer el
cometido principal de las Reales Academias: el diálogo; la
preparación profesional de sus miembros y la tarea de combinar
una mirada respetuosa al pasado con el reconocimiento de las
necesidades y preocupaciones del tiempo actual. La conjunción de
todas ellas será la que nos lleve a un futuro, futuro que
rápidamente se convierte en presente.
 Una Real Academia no es, o no debe ser, un cenáculo cerrado a
unos pocos expertos. Decía Su Majestad el Rey Don Juan Carlos 1
en el discurso de apertura de curso de las Reales Academias en
Madrid, en 1997, refiriéndose al status de los académicos, que su
elección «supone el reconocimiento social de unos méritos que
deben ser ensalzados y estimulados, pero también una
responsabilidad y el deber de velar por la conservación, el
enriquecimiento y la difusión de nuestro patrimonio cultural». «Las
Academias no son —continuaba Don Juan Carlos— claustros
cerrados absortos en la contemplación de las glorias del pasado,
sino instituciones vivas, que han de participar activamente en la
vida de la sociedad española, atentas a los problemas que le
afectan y dispuestas a dejar oír su voz cuando las circunstancias lo
requieran».
Las Academias como ámbito de diálogo
 En primer lugar, he señalado al diálogo como consustancial a la
Academia. Desde sus orígenes más remotos, cuando Platón
establecía en el jardín del héroe ateniense Academo su lugar
preferido para filosofar, el debate es el constitutivo esencial de la
vida académica. En sus comienzos, la Academia era una tertulia en
la que, eso sí, se reservaba el derecho de admisión a personas de
capacidad probada. Además del nombre, las Reales Academias
toman del discípulo de Sócrates el espíritu de la argumentación de
ideas.
 Sabemos que a lo largo de la historia los debates intelectuales o
artísticos no han sido necesariamente pacíficos. Afortunadamente
quedan lejanos aquellos tiempos en los que el apasionamiento
provocaba que algún académico arremetiera físicamente contra un
colega discrepante, como sucedió en noviembre de 1806, según
queda reflejado en el libro de Actas de la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, cuando «el académico Cosme Acuña puso
manos violentas en el pintor Mariano Salvador Maella, sacudiéndole
un garrotazo a la salida de la Academia» (Julián Gallego, «Las
Reales Academias de Bellas Artes en el pasado», Academia, 75, 19).
 Muy lejos de ese talante, recuerdo que, cuando ingresé como
académico, hace ya casi treinta años, encontré un ambiente
generalizado de cordialidad; personas que intercambiaban
opiniones e información con un espíritu abierto, que escuchaban y
discutían, sin dejarse llevar por tópicos o modas, sometiendo los
temas a unos análisis que, por proceder de personas conocedoras
de la materia y con la madurez correspondiente a su edad, se
traducían en un positivo enriquecimiento intelectual.
 Pienso que ese flujo de opiniones, esa corriente de afinidades o de
desacuerdos hasta llegar a unas conclusiones, es un elemento
fundamental de la vida académica y continuará siéndolo en el siglo
XXI. Mantener ese espíritu de contraste de opiniones supone
además una responsabilidad de notable trascendencia porque,
como luego veremos, concluye en razonadas propuestas o
advertencias a los poderes públicos en temas problemáticos, lo que
constituye uno de los más preciados servicios que las Academias
pueden prestar a la sociedad.


El perfil de los académicos
 Además del diálogo, la preparación profesional constituye una de
las más importantes señas de identidad de las Academias. En
España nace el movimiento académico en el siglo XVIII, bajo el
impulso decisivo de los Borbones. Quedan las Academias
constituidas por literatos, historiadores, artistas y científicos,
dedicados al estudio y difusión de sus respectivas áreas de
conocimiento. Al principio los cargos de dirección se encomiendan
a destacados personajes de la nobleza, que muy pronto se ven
reemplazados por personas cualificadas capaces de profundizar en
el desarrollo y la investigación de sus respectivos campos. Ellos
enseñan y otorgan títulos de sus especialidades y se sustituye así la
enseñanza en la sociedad gremial por la intelectual. Hasta
comienzos del siglo XX continuará esa función docente, que
después pasaría a las Universidades.
 Desde el primer momento, existe en la Academia un doble signo,
cultural y consultivo, que se ha mantenido a través de las múltiples
reformas estatutarias: sus funciones más importantes serán la
formación de científicos y artistas, la celebración de conferencias y
cursos, la emisión de dictámenes e informes para diversos
organismos públicos, las convocatorias de premios, las
publicaciones sobre las materias propias de cada Academia, y la
reunión, exposición y propagación de los bienes de interés cultural.
 Las personas que las constituyen tienen el prestigio y la
consideración en sus respectivos ambientes profesionales y
artísticos. Forman, en palabras de Pemán, el «superior Senado de la
vida intelectual española para su representación ante el poder
público y ante la vida académica extranjera».
 Es importante que las Academias sean lugar donde se acoge a los
mejores, a los que más lejos lleguen en el trabajo artístico,
científico, intelectual o creativo. Sus miembros deben ser personas
que, por su trabajo esforzado y su rigor de planteamientos, se
conviertan en consejeros desinteresados e indispensables para los
Gobiernos y las Administraciones en materias de su competencia.
Es difícil que un dictamen elaborado por la voz serena de la
experiencia, con la acumulación de ese potencial cultural y
científico proporcionado por sus miembros, resulte de escaso
interés. Pero si no se estudian y fundamentan bien los informes,
pasan a ser opiniones más o menos interesantes.
 Por eso es tan importante para las Academias el acierto en la
elección de los candidatos a ocupar puestos en ellas. Prescindiendo
de cualquier otro tipo de afinidades, deben ser elegidas personas
que además de tener un pasado tengan un futuro, y que
comprendan que el trabajo, remunerado o no -como sucede en las
Academias-, es un valor que da sentido a su vida.
 Cuenta Antonio Díaz-Cañabate, en su crónica del discurso de
ingreso de Gerardo Diego como académico, lo siguiente: «Un buen
señor, literato concienzudo, autor de copiosos volúmenes sobre
todo lo humano y parte de lo divino, soñaba con ser académico. O
sus fuerzas eran pocas, o sus méritos escasos. Lo cierto es que se
producían vacantes y nuestro hombre fracasaba en su tenaz
empeño. En esto, se le murió su mujer. La adoraba. Grande,
inmenso fue su dolor Se temió por su salud. Entonces, un amigo,
un día, llegó a él y le dijo:
-Bueno, mira, es preciso sobreponerse.
-No puedo, es más, no quiero. ¿Para qué la vida sin ella?
-Para ser académico.
-Mano de santo. Reaccionó. Vivió. Se murió sin lograr el sillón».

 Ciertamente, aunque sea una ilusión de muchos formar parte de la
Academia, hemos de procurar que las Academias tengan el máximo
prestigio y se conviertan en la voz de la sabiduría y del buen juicio,
en beneficio de la sociedad a la que sirven. Ayuda también el hecho
de que ese prestigio personal les haya hecho alcanzar a sus
miembros una situación en vida que les permita poder eludir
cualquier intento de presión política o de compromisos interesados
en el cumplimiento de su misión.
 Recordemos que no siempre ha sido así. Por ejemplo, y
remontándonos a fina les del siglo XVIII, el académico Juan de
Villanueva acusaba a los arquitectos de la Comisión de Arquitectura
de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando «de rechazar
proyectos, para que después se los encargaran a ellos mismos,
percibiendo así más trabajo y ganancias».
 Una institución tiene el prestigio que tienen sus miembros. Los
futuros integrantes de la Academia deben ingresar con la ilusión y
el convencimiento de que en su trabajo deben resaltar el esfuerzo
personal, la honestidad, el rigor intelectual o artístico y la
convicción de una tarea a cuyo servicio merece la pena consagrar
una parte importante de su vida.
 La misión del intelectual, resumía acertadamente Julián Marías,
consiste en «mirar, ver la realidad y decir la verdad pase lo que
pase». Esas personas son las que debemos buscar: las que son más
sobresalientes; las que mejor conocen su oficio; las que viven más
de proyectos que de recuerdos; aquellas personas que, además,
probablemente nos superen en talento y capacidad.


Las nuevas formas artísticas
 Además del diálogo y de la preparación profesional, se hacía
referencia al comienzo de esta disertación a que era necesario, en
tercer lugar, la mirada respetuosa al pasado que nos lleva a un
futuro.
 Luis Feito, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, decía que «hoy se le llama artista a
cualquier cosa. Antes no se hacía pintura sin saber pintar. Había
un oficio. Lo mínimo que un pintor debe hacer es dominar el oficio.
Hoy se ha abandonado y, por eso, se ve lo que se ve. Se ha
producido una degeneración de la libertad que se consiguió con la
revuelta de arte contemporáneo. Lo que se impone hoy en el
mercado son emborronamientos pedantes con pretensiones de arte.
Se ha puesto de moda que un cuadro parezca que no está bien
pintado, que tenga goterones, manchas... Eso queda muy bien, muy
de vanguardia, una palabra absurda y aberrante en el arte. El arte
nunca es original. Siempre viene de una evolución anterior. Es
como coger la antorcha. Sin esa continuidad de la tradición, el arte
no existe. Voy al Prado en peregrinación a beber de nuevo en las
fuentes. Eso es pintar eso es tener un dominio maravilloso del
oficio. Entrar en la sala de Velázquez es como entrar en San Pedro
de Roma. Te da moral, porque dices: eso existe».
Quien manifiesta esto no es un pintor realista, sino que está ligado
como fundador al grupo El Paso, junto a Canogar, Millares, Saura,
Rivera y otros, que representan lo mejor del arte abstracto español.
 Ciertamente, la base de la cultura radica en la tradición. Escribió
nuestro querido Francisco Javier Martín Abril, con su sencillez
habitual, que la cultura es lo que queda después de olvidar el pie
de la letra, un perfume, un airecillo, que no se exhibe, que mana
sin que se note. De una manera menos poética pero más precisa
podría definirse la cultura como el conjunto de conocimientos que
la humanidad ha ido acumulando a lo largo de los siglos, dando
origen a un patrimonio intelectual común a los hombres de todas
las épocas.
 Es importante definirla así, porque hoy la palabra «cultura»
empieza a estar desgastada, o a perder parte de su significado, por
el abuso que se realiza de ella, inundándonos con pretendidos
productos culturales; la inflación de la cultura conduce a la
indiferenciación y a la confusión de los criterios que sirven para
ver, juzgar, seleccionar y elegir. No todo lo que se ofrece tiene
valor o interés cultural. Y bueno será recalcar, una vez más, que,
sobre todo en el mundo del arte, existe hoy mucha cultura-basura,
que no transmite valor alguno. Y cultura equivale a contenido.
 Además, se está produciendo en estos tiempos una cristalización
de la cultura: las ideas se renuevan en muy escasa medida, en las
últimas décadas. Faltan intelectuales y faltan artistas. Vamos tan
deprisa por la vida que no contemplamos ni reflexionamos, con lo
que estamos contribuyendo a poner en peligro los fundamentos
éticos, morales, culturales y sociales sobre los que se ha
desarrollado el progreso desde tiempos inmemoriales. Las
Academias tienen el deber de custodiar esos fundamentos y
ponerlos en valor. El estudio del pasado y el pensamiento avanzado
son propios de la labor de las Academias a lo largo de su historia.
Los académicos reciben un legado, tanto en lo material como en el
mundo de las ideas, que tienen que conservar y aumentar en la
medida de lo posible. Las Academias son, por lo tanto,
conservadoras por un lado, y creadoras de nuevas actividades y
tendencias por el otro. Siempre deben ser un factor de renovación
cultural. Representan, de algún modo, como dijo Juan Manuel Reol
Tejada, Académico de la Real Academia de Farmacia, «la mirada
que vislumbra los grandes objetivos y horizontes. Las Reales
Academias no son sólo un arca en la que se guardan tesoros de
ciencia y cultura para la memoria viva y permanente de los
pueblos, sino, también, foco para iluminar la actualidad con tanta
capacidad de análisis y discriminación como ausencia de
sectarismos y de modas».
 En este siglo XXI puede decirse que está naciendo una nueva
cultura humana, cuyos símbolos más destacados son el arte y la
ciencia. Se trata de una cultura que tiene sus luces y sus sombras.
Por un lado, asistimos a un vertiginoso despliegue de la tecnología,
que modificará el modo de vivir y de pensar. La informática y la
automatización van a proporcionar un giro cultural tan importante,
que el mundo en un plazo de 50 años o, incluso, mucho menos,
será muy diferente al que ahora conocemos.
 En definitiva, el cambio permanente caracteriza a la sociedad
electrónica contemporánea, y las Academias tienen que
encontrarse en situación de investigarlo para dar respuestas válidas
a sus interrogantes, y para mostrarse también en alerta ante
cualquier amenaza.
 Porque esta nueva cultura tiene también sus sombras. La más
importante de ellas es la crisis de valores que se está produciendo
en la sociedad contemporánea. La armonía que debía existir entre
la ciencia, la moralidad y el arte, está siendo arrollada por la
sociedad tecnológica, que parece cuestionar algunos de los valores
fundamentales para la vida social. La fidelidad, la lealtad, el
respeto, la abnegación, el servicio a los demás, el sentido de la
responsabilidad, la solidaridad: en fin, todo un conjunto de valores
que dan sentido a nuestra vida, parecen estar en peligro de
desvanecimiento o de desaparición, por la presión del utilitarismo,
del individualismo, del interés económico y del relativismo moral e
intelectual.
 ¿Qué pueden hacer las Academias ante este estado de cosas? La
respuesta es clara: las Academias deben contribuir a que el ser
humano sea cada vez más digno. La dignidad espiritual del hombre
radica en que puede pensar y tomar decisiones libres. Las
Academias, uno de los lugares donde reposa la cultura, deben
mejorar la calidad de vida de la sociedad, ayudando a entender el
mundo en que vivimos, proponiendo y transfiriendo modelos a esa
sociedad mediática que necesita de ellos, porque está anegada de
falsas presencias. No están realmente en crisis los valores, pero sí
la apreciación que hacemos de ellos. Probablemente más que
buscar valores nuevos, nuestra tarea consista en redescubrir la
actualidad de los mismos: la dignidad inviolable de las personas,
que lleva al respeto de sus derechos fundamentales; la búsqueda
positiva del bien común, el sentido de la trascendencia en el
hombre. Es ésta una tarea necesaria para la vida social porque una
democracia sin valores se transforma con facilidad en totalitarismo,
visible o encubierto, que no respeta la libertad y los derechos de
las minorías.
 La verdad no puede sustituirse cómodamente por un consenso
descomprometido de esfuerzo o responsabilidad. Ante quienes
hacen caricatura fácil y tópica de virtudes acrisoladas, entiendo que
no se puede interpretar rectamente nuestra historia, ni nuestra
literatura, ni nuestro lenguaje, ni nuestro arte, prescindiendo de las
manifestaciones culturales y vitales del cristianismo. Ellas forman
parte de nuestra herencia y -siguiendo la reflexión de Julián Marías
acerca de que «el cristianismo consiste en la visión del hombre
como persona»- opino que no es sensato despreciar su noble
concepción del hombre y del bien común, que son respectivamente
los principios antropológico y metafísico que deben informar todos
los valores.
 Las Academias, entrando en el juego de la sociedad multicultural a
la que nos encaminamos, deben proyectar sus convicciones sobre
la vida pública, con propuestas que sean fruto de la reflexión
madura, para conseguir que la sociedad sea más humana. Ellas
pueden aportar elementos muy positivos para conocer mejor al
hombre, y realizar la síntesis adecuada del saber y de la ética,
armonizando lo que Kant definió como las tres formas de la razón:
la razón teórica (es decir, la ciencia), la razón estética (el arte) y la
razón práctica (esa ley moral interior que maravillaba al filósofo de
Königsberg).
 En la antigua Atenas, aquellos que permanecían silenciosos eran
considerados inútiles. No es momento tampoco el actual de
permanecer silenciosos. La tolerancia, valor emergente y
compartido, no puede entenderse como simple indiferencia ante la
verdad, sino como el exquisito respeto a la persona y a su libertad,
compatible con la discrepancia en las convicciones. Tolerancia no
es permisividad como tampoco lo es la actitud de quienes
propugnan relegar las convicciones éticas al ámbito de lo privado.
A éstos se les podría recordar que supone una discriminación
impedir que una persona aporte sus convicciones éticas. La
verdadera tolerancia debe traducirse en la posibilidad de un debate
que permita argumentar y razonar para poder convencer.
 Otro valor clave es la solidaridad. Nadie puede permitirse el lujo
de ser egoísta, y mucho menos las Academias que carecen de
sentido si no son relevantes para la sociedad. Las Academias deben
poner, al servicio del hombre, sus múltiples capacidades, con
planteamientos     globales    pluridisciplinares,  innovadores   y
anticipatorios, sin olvidar, claro está, sus propias e inmediatas
funciones, señaladas en sus Estatutos respectivos.


La activa participación de los académicos
 Antes ya se hizo referencia al hecho de que las Academias deben
valorar el presente y plantear ideas de propuestas hacia el futuro,
dando su comprometida opinión y consejo al Gobierno y a las
Administraciones, en materias de su competencia, sea o no
solicitado su dictamen, absteniéndose de contestar a consultas de
particulares. Las Academias son, también se ha dicho, instituciones
consultivas de la Administración del Estado, y tienen la facultad de
dirigirse al Gobierno para exponer las iniciativas que consideren
oportunas. Este es precisamente el mejor servicio que pueden
prestar a la sociedad, para el que están, además, especialmente
preparadas, por sus conocimientos acumulados y bien
sedimentados, y por su total independencia.
 Por eso no basta con una presencia testimonial de los académicos
en sus sesiones reglamentarias: es preciso su activa intervención.
El trabajo sigue siendo, en nuestra cultura occidental, un modo de
participación en la obra de la creación y, por lo tanto, tarea de la
máxima importancia en la construcción del mundo; lo que se
opone frontalmente a esa corriente contemporánea que trata de
convencer al ser humano de que no es capaz de heroísmo, sólo de
comodidad. Y comodidad equivale a mediocridad, lo que es
incompatible con el espíritu académico, promotor constante de la
ciencia y del saber.
 Sin esfuerzo es imposible llevar a cabo un trabajo bien hecho. Sólo
así, con su trabajo, conseguirán las Academias acrecentar su
prestigio, aumentar su credibilidad y conseguir que la tarea
consultiva que desempeñan vaya a más. Porque no puede olvidarse
que en la actualidad han proliferado organismos intermedios,
especializados en diferentes áreas del conocimiento.
 Las Academias deben lograr «incitar colectivamente a los poderes
públicos para que éstos hagan uso de las ventajas que ofrece el
tener organismos constituidos suficientemente capaces», como
sostenía el científico Ángel Martín Municio. Que se nos utilice, que
se nos exija; no sólo que se nos tolere.
 Tampoco pueden las Academias hacer dejación de derechos que
legalmente les corresponden, incluso vindicarlos por la vía
contencioso-administrativa. Aunque no sea ésta la vía habitual,
tampoco pueden las Reales Academias dejar de acudir a ella
cuando las circunstancias lo exijan y exista una razón
proporcionada. Desde Sócrates la cultura siempre tiene algo de
incómodo para lo políticamente correcto.


Presencia en la sociedad
 Pero la finalidad de las Reales Academias de Bellas Artes no
consiste sólo en defender el patrimonio artístico por todos los
medios a su alcance, sino también en divulgar y extender el aprecio
social por las Bellas Artes, porque no es la suya una contribución
«reivindicativa», sino fundamentalmente contributiva: «Existen
tareas que ninguna otra corporación puede desempeñar y las
Academias de cada país necesitan ponerse a punto para
realizarlas», dice el punto 1.0 de la Declaración Académica emitida
tras la Reunión de Academias Europeas en Madrid, en 1991. Ese es
el reto, esa es la esperanza. Cada Academia debe dinamizar su
propia institución para adecuar su funcionamiento a las
necesidades y planteamientos que hoy en día se demuestran
prioritarios.
 Otro problema importante a resolver por las Reales Academias, es
el de la comunicación externa, o, mejor dicho, el de su poca
comunicación. Y para que la sociedad conozca lo que hacen las
Academias, deben encontrarse los cauces oportunos para hacerle
llegar los planteamientos teóricos, humanos, estéticos e históricos
que presiden ese «buen hacer» de las Academias, porque no
siempre se han conseguido transmitir adecuadamente los trabajos
realizados. Por lo tanto, las Academias deben reconocer el
importante papel de los medios de comunicación para contribuir a
una mayor sensibilización de la sociedad por los temas que
estudian.
 Precisamente porque es consciente de esa realidad, y está
constituida por personas que trabajan y se mueven en ese
ambiente, pero conocedores de la importancia de la misión de
salvaguarda del patrimonio que tienen encomendada y de la que
son responsables ante futuras generaciones, es por lo que
permanece alerta ante posibles atropellos y aconseja, tras
detenidos estudios multidisciplinares, las medidas a tomar en
casos concretos.
 Todo esto, y mucho más, forma parte del apasionado y
apasionante trabajo que el académico puede ofrecer a la sociedad.
«La belleza salvará al mundo» dice con profunda intuición un
personaje de Fedor Dostoievsky, comentado oportuna mente por
Juan Pablo II en su «Carta a los artistas». «España -decía S. M. el Rey
D. Juan Carlos 1 en su citado discurso- necesita sus artistas y sus
intelectuales, sus científicos y sus escritores, pues ellos son parte
sustancial de nuestra conciencia colectiva y su actividad resulta
insustituible en la enunciación de nuestros problemas y en la
búsqueda de soluciones».
 Este es el horizonte de trabajo de las Reales Academias para el
siglo XXI. La bella tarea para la que, sin duda, podemos esperar la
comprensión y el afecto de todos.
A. Miguel Nieto. Concha Lagos



OBRAS EN LA EXPOSICIÓN
I.- La Real Academia

- José Vergara (1726-1799)
Inmaculada Concepción, h. 1770
O/l. 1 x 0,80 m.

-Ricardo Pastor Álvarez
Las Bellas Artes, 1882.
Madera. 0,42 x 0,61 m.

- Diego Pérez Martínez (1750-1811)
Carlos III, 1785
 O/l. 1,23 x 0,96 m.

- Valentín Carderera (1796-1880)
Pedro González Martínez ,1836
O/l. 0,59 x 0,43 m.

- Blas González García-Valladolid (1839-1919)
Lázaro Rodríguez González, 1885
Ó/l. 1,22 x 0,94 m.

- José Martí y Monsó (1840-1912)
César Alba Garíca-Oyuelos, 1890
 Ó/l. 1,25 x 0,94 m.

-Luciano Sánchez Santarén (1864-1945)
José Muro López
Ó/l. 1,21 x 0, 93 m.

- Julio Barrera
Ángel Díaz y Sánchez, 1929
 Ó/l. 1,22 x 0,99 m.



II.- La Enseñanza, Concursos, Premios y Becados

- José Martí y Monsó (1840-1912)
José Fernández Sierra, 1855
Ó/l. 1,21 x 0,94 m.

-Epifanio Martínez de Velasco (1799-?)
Aduana para Valladolid. Examen de arquitecto, 1833
Papel, tinta negra y aguada

-Tomás de La Plaza y Fernández
Casa consistorial. Examen de maestro de obras, 1846
Papel, tinta y aguada

-Pedro José de Astarbe
Casa de baños. Examen de maestro de obras, 1851
Papel, tinta y aguada

-Mariano Diez Alonso
Casa de baños. Examen de maestro de obras, 1867
Papel, tinta y aguada

Miguel Sánchez Pinillos (1847-?)
Círculo de recreo. Examen de maestro de obras, 1868
Papel, tinta y aguada

- Luciano Sánchez Santarén. (1864-1945)
El fauno del cabrito, 1893
Dibujo a lápiz

- Anónimo
Modelo de capitel jónico, sg. XVIII
Madera
- Anónimo
Modelo humano, h.1890
Yeso. 1,17

-Aurelio Rodríguez Vicente Carretero (1863-1917)
Juan Bravo, 1886
Yeso. 0,75 m.

- Francisco Fernández de la Oliva (1854-1893)
Alrededores de Canencia (Madrid), 1877
Ó/l. 0,41 x 0,61 m.

- Mario Viani (1861-1931)
La fiesta del barrio, 1880
Ó/l. 0,50 x 0,61 m.

- Francisco García de la Cal (m. 1899)
Sevillana, 1886
Acuarela. 0,65 x 0,48 m.

-Gabriel Osmundo Gómez (1856-1915)
Viva la Virgen! 1886
Ó/l. 0,50 x 0,94 m.

-Marcelina Poncela (1867-1917)
Cercanías de Vriesland (Holanda), 1887
Ó/l. 0,54 x 0,80 m.

-Dario Chicote (1862-1951)
¿Será aquél? 1888
Barro cocido. 0,57 m.


-Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?)
Crepúsculo, 1889
Ó/l. m. 0, 22 x 0,36 m.

-Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?)
En tierra
Ó/l .0,32 x 0,67 m.

-Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?)
En tierra, 1889
Ó/l. 0,22 x 0,36 m.

-Aurelio García Lesmes (1884-1942)
La vuelta de la siega, 1904
Ó//l. 1,10 x 1,36 m.

-Victoriano Chicote Recio (1874-1961)
Boceto de techo para el palacio municipal, 1904
Ó/l. 0,70 x 0,95 m.

-Francisco Prieto Santos (1884-1967)
Danzando al santo en Amusquillo, 1904
Ó/l. 1,10 x 1,50 m.

- Eduardo García Benito (1891-1981)
Academia, 1911
Ó/l. 0,80 x 1 m.




III.- Académicos artistas

-Pedro Collado Fernández (1874-1957)
Las hormigas, 1934
Ó/l. 1,10x1,60 m.
-Antonio Maffei (1885-1961)
Las tenerías, 1947
Ó/l. 1,21 x 0,90 m.

-Anselmo Miguel Nieto (1881-1964)
Concha Lagos
Ó/l. 0,60 x 0,49 m.

-José Cilleruelo (1889-1956)
 Narciso Alonso Cortés, 1947
Madera. 0,32 m.

-Antonio Vaquero (1910-1975)
Cabeza de joven, 1958
Piedra. 0,27 m.

-José Luis Medina (1909-2003)
Cabeza femenina, 1959
Bronce. 0,31 m.

-Mercedes del Val Trouillhet (1926-2012)
Cepas y lomas
Ó/l. 0,84 x 1,02 m.

-Félix Cano Valentín (1930)
El marqués de la Vega Inclán, 1990
Ó/l. 0,62 x 0,51 m.

-Félix Antonio González (1921-2009)
Paisaje castellano, 1993
Ó/l. 0,63 x 0,80 m.

-Elvira Medina de Castro (1911 - 1998)
Naturaleza viva,1979
Ó/l. 0,33 x 0,52 m.

-Santiago Estévez (1940)
 Calle Núñez de Arce
grabado

-Lorenzo Frechilla del Rey (1927-1990)
Columna quebrada, 1985
Hierro y acero. 0,75 x 0,62 x 0,30 m.

-Luis Jaime Martínez del Río (1946)
Sin título, 1986
Barro cocido. 0,37 m.




IV.- La colección

-Isidro González García-Valladolid (1843-1879)
Las Majas (copias de F. Goya),1878
Ó/l. 0,96 x 1,89 m.

-Eugenio Oliva (1857-1925)
El escultor Ángel Díaz, 1896
Ó/l. 0,61 x 0,42 m.

-Ignacio Gallo y Ros
El violinista Julián Jiménez.1912
Yeso. 0,64 m.

-Mariano Benlliure (1862-1947)
Mi nieto, 1922
Mármol. 0,43 m.
-Joaquín Roca Carrasco (1997-1981)
Tarde gris en el bosque.1922
Ó/l. 1,06 x 1,11 m.

-Eduardo García Benito (1891-1981)
 Alfonso XIII jugando al polo en Deauville, 1922
Ó/l. 2,70 x 3,30 m.

-Eduardo García Benito (1891-1981)
El museo soñado, 1954
Dibujo a tinta sobre papel

-Eduardo García Benito (1891-1981)
El paseíllo, 1955
Ól. 0,77 x 0,96 m.
Historia de la Academia
En 1779 un grupo de aficionados a las Matemáticas, presidido
por el joven Pedro Regalado Pérez Martínez, tuvo la idea de
crear en Valladolid una academia para enseñar matemáticas y
dibujo a la juventud interesada.
   Las primeras constituciones para el funcionamiento de la
institución pedagógica fueron revisadas por la Sociedad
Económica Matritense y aprobadas en 1783 por el monarca
Carlos III, que admitió a la Corporación bajo su real protección.
Tres años más tarde se redactaron nuevos Estatutos, fijándose
la denominación académica como "Real Academia de la Purísima
Concepción de Matemáticas y Nobles Artes", y Carlos IV le
otorgó en 1802 los mismos privilegios y exenciones que
disfrutaban las Academias de San Carlos de Valencia y San Luis
de Zaragoza
   Los fines que se propuso la Academia vallisoletana fueron en
un principio la promoción y fomento de las artes mediante la
enseñanza de las matemáticas y el dibujo; la conservación de
los monumentos y obras de arte existentes en la región, y la
vigilancia para preservar la pureza de los cánones artísticos
establecidos. Tenía un ideario y unos fines absolutamente
"ilustrados".
   Para cumplir tan reducido y al mismo tiempo ambicioso
programa la Real Academia, a cuyo frente estuvo -hasta 1849- la
figura del Protector, dispuso de un cuadro de personal docente
(Director general, Directores y Tenientes de las distintas
enseñanzas) y de un número indeterminado de académicos que
se clasificaban en Meritorios y Honorarios, elegidos
respectivamente por sus méritos artísticos o relevancia social.
   Las enseñanzas que ofrecía la Institución se ampliaron en
1794, impartiéndose clases de Arquitectura y algo más tarde de
Pintura y Escultura. Al mismo tiempo la Academia habilitaba,
mediante examen, a los que deseaban ejercer la arquitectura u
obtener el título de Maestro de Obras, Agrimensor y Aforador,
inspeccionando igualmente, a partir de 1808 todos los
proyectos artísticos o arquitectónicos que se pretendían realizar
en la región, bien fuese por particulares o por corporaciones.
De esta manera se reforzaba la vigilancia que desplegaba la
Real Academia de San Fernando, garantizándose mejor la
unificación estética del país.
   En 1849 todas las Academias del Reino sufrieron una
reestructuración importante, procediendo el Gobierno a su
reglamentación y clasificación. La vallisoletana a partir de 1850
perdió su denominación castiza y pasó a titularse "Academia
Provincial de Bellas Artes", considerándose como de primera
clase, fijándose el número de sus miembros en 24 (20
académicos, Presidente y 3 consiliarios) y estructurando sus
enseñanzas en elementales y superiores (suprimidas éstas en
1869). Además se hizo cargo del recién creado Museo de
Pintura y Escultura, formado con las obras de arte procedentes
de los conventos desamortizados y en cuyos trabajos
preparatorios desempeñó la Academia un papel decisivo, al
tiempo que continuó velando por el buen gusto de las obras o
reformas que se llevaban a cabo en su jurisdicción.
   La nueva vida académica se reforzó en 1852 con la creación
de la Escuela de Maestros de Obras, Directores de Caminos
vecinales y Agrimensores (suprimida en 1869), el inicio de la
formación en 1875 de la Galería de Objetos Arqueológicos, base
del futuro Museo de Antigüedades o Arqueológico (1879) y una
crecida emisión de informes oficiales solicitados por los
distintos organismos locales o nacionales sobre monumentos,
oportunidad de reformas, conservación del patrimonio
histórico-artístico, etc.
   En 1863 la Academia tuvo la idea de convocar un concurso
para premiar las cualidades artísticas de sus alumnos más
sobresalientes. Sin embargo el proyecto no se consolidó hasta
el año 1875, institucionalizándose a partir de entonces y
engrosando con las obras premiadas los fondos artísticos de la
Institución, que pretendía formar una Galería de artistas
contemporáneos.
Los concursos supusieron un formidable aliciente para el
alumnado de la escuela académica. Un alumnado que crecía
paulatinamente según pasaban los años. En el curso 1872-1873
se matricularon 648 alumnos, mientras que en 1890-1891 el
número aumentó a 1.144, siendo la matrícula del curso 1883-
1884 la más elevada: 1.238 alumnos. Además a partir del año
académico 1875-1876 se permitió el ingreso al alumnado
femenino, convirtiéndose en una de las escuelas más avanzadas
y concurridas de la nación.
   La Academia, que había nacido en la sala de juntas de la
cofradía penitencial de Nuestra Señora de la Piedad, sin más
medios económicos, costeada y mantenida hasta 1804 por los
propios académicos no tuvo nunca una vida económica fuerte.
Pendiente en un principio de los ingresos procedentes de la
casa-teatro de la ciudad o de determinados arbitrios de puertas,
dependió posteriormente de las subvenciones municipales y
provinciales hasta que el entonces Ministerio de Instrucción se
hizo cargo del costo de las enseñanzas que impartía.
   La necesidad de disponer de espacio suficiente para albergar
el crecido número de alumnos, los museos y la propia
Corporación representó un verdadero problema. Los traslados
de domicilio fueron continuos (Ayuntamiento, diversas casas en
las calles de Teresa Gil y Fray Luis de León) y se puede decir que
no tuvo adecuado establecimiento hasta 1856 en que se instaló
en el antiguo Colegio de Santa Cruz, del que fue desalojada en
1935, trasladando entonces sus enseres y colección a los
almacenes del Museo Nacional de Escultura.
   Cuando en 1892 por Real Decreto se reorganizaron las
Escuelas de Bellas Artes, se asestó un duro golpe a la Real
Academia, que tuvo que desprenderse de aquélla. Sin embargo
muchos de sus miembros siguieron impartiendo sus
enseñanzas en la Escuela, que variaría de nombre titulándose
sucesivamente: de Artes e Industrias (1900), de Artes
Industriales (1907) y posteriormente de Artes y Oficios (1910).
Ciertamente la Academia continuó rigiendo la vida artística de la
ciudad y todavía en 1904 y 1912 convocó dos importantes
concursos y exposiciones de obras de arte, creándose también
en 1911, gracias a sus gestiones, la Escuela de Música, llamada
más tarde Conservatorio de Música.
   En 1936 la Academia volvió a denominarse con su antiguo
título de la Purísima Concepción y en 1948 se instaló en la Casa
de Cervantes (c/ del Rastro, s/n), entonces bajo el patronato de
la Fundaciones Vega Inclán. Por fin en 1989 pudo ver cumplido
su antiguo anhelo de instalar dignamente sus colecciones
artísticas en su propio Museo ocupando para ello la segunda
planta de la vivienda en la que tiene su sede.
   Desde 1994 forma parte de la Confederación Española de
Centros de Estudios Locales (CECEL) y desde 1996 se encuentra
asociada al Instituto de España.

  BIBLIOGRAFíA

  Jesús María Caamaño Martínez, "Datos para la historia de la Real
  Academia de la Purísima Concepción de Valladolid. 1786-1797",
  Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 1963, pp.
  86-151.
  Celso Almuiña, Teatro y Cultura en el Valladolid de la Ilustración,
  Valladolid, 1974, pp. 36-46.
  Amalia Prieto Cantero, Historia de la Real Academia de Nobles y Bellas
  Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, Valladolid, 1983.
  Jesús Urrea, La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima
  Concepción, Valladolid, 1984.
  Mariano Esteban Piñeiro y M. Jalón Calvo, "Una Academia de
  Matemáticas en el Valladolid Ilustrado", en Ciencia, Técnica y Estado
  en la España Ilustrada. Zaragoza, 1990, pp. 303-319.
  Jesús Urrea, "Los Académicos de la Purísima Concepción 1779-1849",
  Boletín de la Real Academia de la Purísima Concepción, 28, 1993.
  Jesús Urrea, "Los primeros pasos de la Real Academia de Bellas Artes
  de la Purísima Concepción", Academia, 1993. pp. 297-316.
  Jesús Urrea, Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción.
  Pinturas y Esculturas, Valladolid, 1998.
  Jesús Urrea, "Las ediciones de la Real Academia de Bellas Artes de la
  Purísima Concepción", Argaya, 28, 2004, pp. 50-52.
Estatutos y Reglamentos
        que se han dado
   a esta Real Academia
1783. Real Cédula en que S. M. aprueba la erección de la
Academia, sus primeros Estatutos y la admite bajo su Real
Protección (El Pardo,16 de febrero de 1783).

1786. Estatutos de la Academia aprobados por S. M. (San
Lorenzo, 28 de octubre de 1786). Se imprimieron en 1789 por
D. Manuel Santos Matute, impresor de dicha Real Academia.

1802. Real Orden (30 de julio) y

1807. Real Cédula (San Lorenzo, 9 octubre). Dotación y
concesión de los mismos privilegios que gozan las de San
Carlos de Valencia (Real Orden 14 de febrero de 1768) y San
Luis de Zaragoza (Real Orden 18 de noviembre 1792). Impresas
en 1808 por Pablo Miñón, impresor de dicha Academia.

1849. Reglamento (Real Orden 31 de octubre 1849). Impreso en
1882 por Hijos de Rodríguez, libreros de la Universidad.

1946. Reglamento interior, publicado en Boletín Oficial del
Ministerio de Educación Nacional (9 y 23 de septiembre de
1946).

1998. Estatutos de la Real Academia (Orden Ministerial 31 de
julio de 1998), publicados en el Boletín Oficial del Estado (12 de
agosto 1998).



Objetivos de la Academia
Se encuentran definidos en sus Estatutos
(Orden Ministerial de 31-VII-1998):
Artículo 1
Su fin principal es el fomento, defensa y difusión de las Bellas
Artes de Valladolid y su provincia.
Artículo 2
Esta tarea abarca las siguientes actividades:
a) Velar por la conservación de los monumentos y obras de arte.
b) Emitir informes destinados al Gobierno, Junta de Castilla y
León y Corporaciones e Instituciones locales.
c) Mantener contacto con las Reales Academias, para hacer más
eficaz su labor.
d) Acrecentar su propia colección con pinturas, esculturas,
planos, dibujos, grabados, partituras, documentos y libros
relacionados con loas bellas artes.
e) Fomentar la investigación y publicación de monografías de
temas histórico-artísticos.
f) Organizar sesiones científicas de contenido histórico-artístico.
g) Organizar exposiciones de arte y conciertos musicales.
Relación de Académicos
La primera Lista de Académicos se publicó en 1783, incluida en
la Distribución de los premios concedidos por la Real Academia
de la Purísima Concepción de Valladolid a sus individuos y
discípulos hecha en la junta pública de 7 de diciembre de 1783;
se publicó nuevamente en 1827 dentro del Catálogo de los
señores individuos de la Real Academia de Matemáticas y
Nobles Artes de la Purísima Concepción.
En 1822 se empezó a formar un "libro registro" en el que se
anotaron los nombres de todos los individuos pertenecientes a
la Academia entre los años 1779 y 1849 (Archivo Universitario
de Valladolid, Libro 565), extrayendo la información de los
libros de actas de juntas ordinarias y de gobierno, que
completaba otro libro anterior en el que se anotaron las
recepciones de académicos desde 1779 a 1818. La lista no
volvió a editarse hasta 1872, cuando se empiezan a publicar las
Memorias anuales de la Corporación que siguieron apareciendo
regularmente hasta 1891.
La Guía de Valladolid y su provincia de J. Alvarez del Manzano
(Valladolid, 1900) incluyó la lista de los académicos numerarios
y también lo hizo la Guía-Anuario de Valladolid y su provincia
original de Napoleón Ruiz (Madrid, 1914) así como la Guía-
Anuario de Francisco Antón (Valladolid, 1922) y la de Francisco
de Cossío (Valladolid, 1926). El Boletín de la Academia,
publicado por vez primera en 1930, inserta la composición de
esta Institución, publicándose por última vez en el
correspondiente al año 1932.
En 1991 se editó por primera vez el Anuario, preparado y
redactado por el Secretario de la Corporación D. Jesús Urrea, en
el que se recogen las listas de Protectores y Presidentes de la
Institución desde su fundación y las de Consiliarios, Secretarios
generales, Tesoreros, Bibliotecarios y Académicos. En él se
aportan las mayores precisiones cronológicas posibles,
incluyéndose también la lista de los señores correspondientes
desde 1930, año en que se creó esta clase de académicos, así
como el catálogo de temas de los discursos de recepción leídos
en las juntas públicas por los Académicos de Número de los que
se tiene noticia por haber sido editados o por figurar su
enunciado en los libros de actas.
En el Boletín de la Academia (BRAC), cuya edición también se
reanudó en 1991, en su nº 28 correspondiente a 1993, el
mismo autor dio a conocer la lista de académicos de la
Corporación desde 1779 hasta 1849, especificando sus
distintas categorías así como los cargos que ostentaron. En el
Anuario de 2001 se incluyó la totalidad de los señores
académicos que han compuesto esta Institución desde su
creación, así como los académicos Correspondientes y los que
lo han sido o lo son de Honor.

ACADÉMICOS QUE LO HAN SIDO DESDE 1779 A 1850

DE PRIMERA CREACIÓN (28-X-1779)
-Pedro Regalado Pérez Martínez, Director de Matemáticas (31-X-
1779)
-Gregorio de Miranda, platero; 2º Director de Matemáticas (31-X-
1779), Director Dibujo, 1º Director de Matemáticas (10-XII-1780)
-Manuel de Angulo, Tesorero (31-X-1779), Director particular de
Minas, Director General (1784)
-Manuel de Trigueros, Señor de Espinosa de la Cuesta, Fiscal
(31-X-1779), Vicedirector general (1786)
-Manuel Gutiérrez de Cárdava, maestro de Ceremonias (31-X-
1779), Director de Aritmética (1784), 1º Director General (1786)
-Diego Pérez Martínez, pintor; Director perpetuo de Dibujo,
Director General
-Hipólito Bercial del Valle, platero
-Gregorio Izquierdo, platero
-José Raimundo de Ara, Teniente Director de Aritmética (1786)
-Francisco Sánchez
-Segundo Fernández
-Marcelino Calvo de la Cantera
-Ignacio González
-Carlos Reconcho

ACADÉMICOS DE EJERCICIO O NUMERARIOS O DE MÉRITO
(1779-1849)
-Andrés Neyra, 14-XI-1779, de mérito; Director de Aritmética;
29-XI-1795, Director General
-Nicolás de las Mulas Nieto, 21-XI-1779; 1784, Tesorero
-Manuel Miguel Pérez; 28-XI-1779, de mérito
-José Joaquín Castaños, 8-XII-1779, de mérito; 10-XII-1780, 2º
Director de Matemáticas; 1784, Director de Geometría
-Francisco Luis de Victoria, Alférez del Regimiento provincial de
esta ciudad; 6-I-1780, de mérito
-Juan Izquierdo, 16-I-1780, de mérito; 18-V-1820, Teniente
Director de pintura
Juan Recio, 3-V-1780, de mérito; 10-XII-1780, 2º Director de
Dibujo
-Francisco Javier de la Rodera, 1-IV-1781
-Anastasio Chicote, 27-I-1782, de mérito, 27-I-1782; 18-VII-1784
causa baja
-Pedro González Ortiz; Académico Supernumerario de la Real de
San Fernando; 12-XII-1783, de mérito por Arquitectura; Director
de Arquitectura
-Blas de Olmedo Gutiérrez, 12-XII-1783, de mérito; 12-XII-1783,
Director de Geometría
-Pablo Álvaro, 12-XII-1783, de mérito; 1786, Teniente de
Arquitectura
-Miguel García, 12-XII-1783, de mérito
-Agustín Carnicero, 1786, Director Honorario; 1789, de mérito
-José Joaquín de Castaños, 18-VII-1784,causa baja
-Ramón Canedo, 14-XII-1784, de mérito
-Joaquín Canedo, 14-XII-1784, de mérito; 1786, Teniente
director de Pintura
-Pelipe Espinabete, escultor; 14-XII-1784, de mérito
-Juan López, escultor; 14-XII-1784, de mérito
-Francisco Álvarez Benavides, 14-XII-1784, de mérito
-Pedro León de Sedano, 2-I-1785, de mérito
-Francisco Valzanía, 23-I-1785, de mérito; 1786, Director de
Arquitectura
-Santiago Izquierdo, 13-XI-1785, de mérito
-Félix Martínez de la Vega, presbítero; 19-XII-1785, de mérito en
Matemáticas
-Joaquín Cabezas, 19-XII-1785, de mérito; 24-XI-1786, Teniente
Director de Geometría
-Manuel de Escalada González, 25-II-1787, de mérito
-José Rodríguez Gayón, 11-V-1788, de mérito
-Pedro Nicasio Álvarez Benavides,5-XII-1790, de mérito; 29-XI-
1795, Teniente Director de Arquitectura; 16-X-1814, Director
-Leonardo de Araújo Sotomayor, 20-II-1791, de mérito, 20-II-
1791; 8-V-1791, Teniente Director de Pintura
-Pedro García González, de mérito de la Real de San Fernando;
2-XII-1792, de mérito por Arquitectura; 27-XII-1802, Director de
Matemáticas; Director General 2 veces; 8-II-1805, Director de
Arquitectura
-Félix Martínez López, Catedrático de Prima en Medicina en esta
Universidad; 25-XII-1794, de mérito
-Ramón de Santillana, 17-XII-1796, de mérito; Secretario hasta
28-II-1803
-Miguel de Santillana Díez, del Cuerpo de Ingenieros; 13-VI-
1797, de mérito en matemáticas
-Justo Pellón Morante, Arquitecto; De mérito en Matemáticas;
1798 Teniente Director.
-Isidoro López, 1802, de mérito
-María Eugenia Miñano y Ramírez, 7-IV-1799, de honor y mérito
por la Pintura
-María Antonia Montalvo y Dávila, 7-V-1802, de honor y mérito
por la Pintura
-Dámaso López Ferreiro, 27-II-1803, de mérito
-Mariano Salvador de Maella, Pintor de Cámara de S.M.; Director
de Pintura de la Rl. Academia de San Fernando; de Mérito en la
de San Carlos de Valencia; de Honor en la de San Luis de
Zaragoza; 27-XI-1803, de mérito
-Pedro Arnal, Arquitecto de S.M. Director de Arquitectura de la
Rl. Academia de San Fernando; de mérito en la de San Carlos de
Valencia; 27-XI-1803, de mérito
-Isidro Carnicero, Director de Escultura en la de San Fernando.;
27-XI-1803, de mérito
-Manuel Martín Rodríguez, Arquitecto de S.M. Director de
Arquitectura de la Rl. de San Fernando; 27-XI-1803, de mérito
-Domingo Velesta, Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, 27-
XI-1803, de mérito
-José Berdonces, Presbítero; Bibliotecario por S.M. de la Rl de
esta ciudad; 13-II-1803; 11-XI-1821, Consiliario (m. 1-XI-1843)
-María del Carmen Churruca., 2-III-1806, de mérito por la
Pintura
-Ceferino Araújo; 25-V-1806, de mérito; 19-X-1806, Teniente
Director de Pintura; 2-XI-1814, Director; 18-X-1818, Director
General
-Cipriano García; de mérito por Matemáticas, 9-X-1814, Teniente
Director de Matemáticas; 6-VIII-1815, Director honorario; 18-V-
1820, Director
-Jacoba Guiráldez, 10-X-1814, de mérito por la Pintura
-Pedro González, 16-X-1814, de mérito por la de Pintura; 21-XII-
1814, Teniente Director; 2-XI-1826, Director; 15-V-1827 y 8-XII-
1844, Director General
-Blas Vegas, 8-XI-1816, de mérito por Arquitectura
-Julián Sánchez García, 26-VI-1810 aprobado de Arquitecto; 27-
IX-1816, de mérito por Arquitectura; 15-X-1820, Teniente
Director de Matemáticas; 31-X-1820, Teniente Director de
Arquitectura; 28-V-1832, Director de Arquitectura; 25-III-1849,
Director General
-Mariano Miguel Reinoso, 9-XII-1818, de mérito por
Matemáticas; 24-VI-1821, Teniente Director; 11-XI-1821,
Vicesecretario; 29-XI-1828, Director de Matemáticas; 21-V-1832.
Director General; 5-XII-1839, Director General; 30-XI-1844,
Director honorario por renuncia
-Manuel O'Donell y Clavería, 30-V-1828, de mérito por la Pintura
-Ramón Sainz Gil, 16-XI-1828, de mérito por Matemáticas; 29-XI-
1828, Teniente Director de Matemáticas; 28-V-1832, Director
-Rafaela O'Donell y Clavería, 24-I-1829, de mérito por la Pintura
-Demetrio Duro Ayllón, 22-II-1829, de mérito por Matemáticas;
10-III-1829, Teniente Director de Matemáticas
-María González, 27-V-1829, de mérito por la Pintura
-José Fernández Sierra y Arderius, arquitecto de San Fernando;
26-X-1828, de mérito por Arquitectura; 4-III-1830, Teniente
Director de Arquitectura; 8-IV-1832, Académico de mérito de
San Fernando; 22-IV-1837, Director de Arquitectura; 11-VI-1837,
Vicesecretario; 24-XII-1837, Director General
-Ricardo González, 21-V-1832, de mérito por Matemáticas; 14-
VII-1834, Teniente Director de Matemáticas; 22-IV-1837,
Director de Matemáticas
-Francisco Saco, 28-III-1833, de mérito por la Pintura;.14-VII-
1834, Teniente Director de Pintura; 21-I-1845, Director de
Pintura
-Atilano Sanz, de mérito por Arquitectura en San Fernando, San
Carlos y San Luis; 30-XI-1833, de mérito por Arquitectura
-José de Yarza y Miñana, de mérito por Arquitectura en la Rl. de
San Fernando; 7-XII-1839, de mérito por Arquitectura
-Antonio Vicente, de mérito en San Fernando, San Carlos y San
Luis y Director de Arquitectura de esta última; 14-VII-1840, de
mérito por Arquitectura
-Juan Manso, agrimensor; 30-VIII-1840, de mérito por
Matemáticas puras; 5-VIII-1842, Teniente Director; 4-XII-1843,
Director
-Félix Sagau, Director de grabado de San Fernando, de mérito de
San Carlos y San Luis; 13-II-1842, de mérito de grabado en
hueco
-Manuel Rico, 6-IX-1840, de mérito por Matemáticas; 4-XII-
1843,Teniente Director; 18-III-1845, Director
-Matías Rodríguez Hidalgo, arquitecto y académico de mérito de
San Fernando; 25-IV-1843, de mérito por Arquitectura; 4-XII-
1843, Teniente Director de Arquitectura
-Pedro González Soubrié; abogado; 11-XII-1846, de mérito por
Pintura

ACADÉMICOS DE HONOR (1781-1849)
Los Estatutos de 1789 prescribían que en la Academia habrá
tantos Académicos de honor como tenga por conveniente y para
la designación de "esta clase (el Presidente) proponga personas
de distinguido caracter, amor a las artes, y celosas del bien
público, ya sean seglares, o ya eclesiásticos".
D. Juan Antonio Herrero, del Consejo de S. M., Oidor en la Real
Chancillería; 25-II-1781, Protector
D. Domingo de Villanueva y Rivera Ramírez de Vargas, Conde
del Alba Real; académico de la Real Geográfico-Histórica de esta
ciudad; socio de la de Amigos del País; 1-X-1783, Protector
Excmº Sr. D. Manuel Joaquín de Cañas y Trelles, Duque del
Parque, Marqués de Valle Zerrato, Gentilhombre de Cámara de
S.M. con ejercicio, Primero Director de la Sociedad Económica
de Amigos del País de esta ciudad; 30-XI-1783
D. Juan Antonio García Herreros, del Consejo de S.M. y Oidor en
la Real Chancillería; 30-XI-1783
D. Bernardo Pablo de Estrada, Comisario Ordenador de los
Ejércitos de S.M; Intendente y Corregidor de esta ciudad; 30-XI-
1783
D. Josef Montalvo y Bohorques, Marqués de Torreblanca,
Caballero de la Orden de San Juan, Maestrante de Granada; 30-
XI-1783
D. Bernardo de Sarria y Garma, académico de la Real Geográfico-
Histórica de esta ciudad; 30-XI-1783, de honor; 5-XI-1786,
Consiliario; 8-XI-1789, Viceprotector
D. Josef Berdes Montenegro, Caballero de la Orden de Santiago,
Oidor en la Real Chancillería; 30-XI-1783, de mérito
D. Josef de Córdoba y Mendoza, Marqués de Canillejas,
Maestrante de Ronda. 30-XI-1783
D. Francisco de Paula Villanueva y Cañas, Teniente Coronel del
Regimiento Provincial de Valladolid; 30-XI-1783, de honor; 5-XII-
1790,Viceprotector; 6-V-1792, Protector
D. Germano Salzedo Somodevilla, Marqués de Fuerte Híjar, del
Consejo de S.M. y su Juez Mayor de Vizcaya en la Real
Chancillería. Consiliario de la Academia de San Fernando; 30-XI-
1783, de honor; 6-VI-1784, electo Viceprotector
D. Joaquín Gómez de Tejeda, Marqués de Gallegos de Huebra,
Maestrante de Ronda; 30-XI-1783, de honor; 13-VI-1794,
Consiliario; 13-III-1816, Viceprotector; 11-XI-1821, Protector
D. Antonio del Hierro y Rojas, Sr. de la villa de Villamiel,
Maestrante de Ronda, Vizconde de Palazuelos; 30-XI-1783, de
honor; 6-V-1792, Consiliario; 13-VI-1794, Viceprotector; 21-III-
1802, Protector
D. Francisco Fausto de Castaños y Salazar, Marqués de Bargas,
Maestrante de Ronda; 30-XI-1783
D. Ignacio Cabeza de Baca y Berdugo, Maestrante de Ronda; 30-
XI-1783
D. Joaquín de Rojas y Arrese; 30-XI-1783
D. Baltasar Carlos de Miñano Rui de Bucesto, Tesorero de
Rentas de esta ciudad; 30-XI-1783, de honor
D. Fernando de Barrenechea y Castaños, Capitán del Real
Cuerpo de Artillería; 30-XI-1783
D. Josef Pérez de Sorarte y Sarabia, Abogado de los Reales
Consejos; 30-XI-1783
D. José Mariano de Beriztain y Romero, Académico de la Real
Geográfico Histórica, Doctor en Sagrada Teología, socio de la
Real Vascongada y de la de Amigos del País de esta ciudad; 30-
XI-1783, de honor; 5-XI-1786, Consiliario
D. Manuel García Zahonero, Dignidad de Chantre y Canónigo de
esta Santa Iglesia, 14-XII-1783; 5-XI-1786, Consiliario
D. Martín Sancho Miñano, Canónigo de la Sta. Iglesia Catedral
de esta ciudad, Doctor en Sagrados Cánones de esta Real
Universidad y Rector de la Universidad de Valladolid; 14-XII-
1783
D. Juan Sacristán y Galiano, Racionero de la Sta. Iglesia Catedral
de esta ciudad, Doctor en Sagrados Cánones en esta
Universidad; 14-XII-1783, de honor; 5-XI-1786, Consiliario
D. Félix Pérez Miñano y Casas, 14-XII-1783
D. Bernabé de Muzquiz, Arcediano de Alcira, Dignidad de la Sta.
Iglesia de Valencia; 17-III-1784
Excmº Sr. D. Antonio Valcárcel Pío de Saboya, Conde de
Lumiares; 17-III-1784
Rvdº P. Maestro Fray Atilano Martínez, Procurador General de la
Orden de San Bernardo, 9-VI-1784
D. Juan de Dios de Nuebas, Caballero de Carlos III, Comisario de
Guerra, Tesorero de la Real Renta de Tabacos en esta ciudad; de
honor de la de San Carlos de Valencia; 9-VI-1784 8-XI-1789,
Consiliario
D. Manuel de Estefanía, Alguacil Mayor de esta Corte; 9-VI-1784
D. Manuel Manso, socio de la de Amigos del País de esta ciudad;
9-VI-1784
D. Juan Bautista Razeto, 9-VI-1784
D. Manuel Gómez de Salazar, del Consejo de S.M. Inquisidor del
Santo Tribunal de la Inquisición de esta ciudad, Obispo de Avila;
12-XII-1784
P. Maestro D. Rodrigo de Orellana, Catedrático de la Real
Universidad de esta ciudad, Canónigo Reglar de San Norberto;
12-XII-1784
D. Agustín Caminero, Ayudante del Regimiento Provincial; 12-
XII-1784
D. Vicente de Cañas Portocarrero, Duque del Parque, Grande de
España de 1ª clase, Consiliario de la R. Academia de San
Fernando; 23-I-1785 (?)
D. Diego de Sierra, 23-I-1785
D. Antonio de Hermosa y Espejo, Marqués de Olías, Caballero
del Orden de Santiago, Coronel de Infantería y del Regimiento
Provincial de esta ciudad, socio de la de Amigos del País de ella;
23-I-1785
D. Domingo de Colmenares, Conde de Polentinos, Marqués de
Olivares; 23-I-1785
D. Conde de Cancelada, 23-I-1785
D. Francisco Javier de Angulo, Pensionista de S.M. sobre el
estudio de la Historia Natural. Director General de Minas del
Reino; 23-I-1785
Rvdº P. Maestro Fr. Agustín de Torres, de la Orden de Ntra. Sra.
del Carmen, Doctor en Sagrada Teología y Catedrático de Prima
en esta Real Universidad, Teólogo Consultor de S.M., socio de la
de Amigos del País en esta ciudad, Electo Obispo de Albarracín;
23-I-1785
D. Francisco Antonio de Castillo y Carroz, Marqués de Valera y
Fuente Hermosa, del Consejo de S.M. Canciller Mayor del Real
Sello de Cera, Doctor en Ambos Derechos, Viceconsiliario de la
Academia de San Carlos, etc.; 23-I-1785
D. Manuel de Pino, Deán y Canónigo de esta Santa Iglesia,
Doctor en Sagrada Teología de esta Real Universidad,
Subcolector de expolios vacantes y medias annatas en esta
Obispado y Juez de Cruzada; 23-I-1785
D. Josef Seferd, Rector en el Real Colegio de San Albano de
Ingleses en esta ciudad, socio de la de Amigos del País de ella;
23-I-1785, de honor; 13-VI-1792, Consiliario
D. Juan Matías de Azcárate, Caballero de Carlos III, Presidente
de esta Real Chancillería; 17-VI-1785
D. Pedro Joaquín de Murcia, Colector General de Reales expolios
del Reino; 17-VI-1785
Sr. D. Pedro Antonio Colmenares, Capitán de navío; 9-X-1785
Rvdº P. Maestro Fr. Lorenzo del Campo, del Orden de Ntrº P. S.
Francisco, Catedrático de Prima de Teología en esta Real
Universidad; 30-X-1785
D. Manuel Joaquín Morón, Obispo de esta Diócesis; 12-II-1786
D. Pedro de Alcántara Téllez Girón, Duque de Osuna, Conde de
Benavente, Grande de España de 1ª clase, Teniente General de
los Reales Ejércitos; 7-IX-1786
Excmª Srª D. Josefa Pimentel, Duquesa de Osuna, Condesa de
Benavente; 7-IX-1786
D. Sebastián de Gálvez López Mercier, Dignidad de Chantre en
la Colegial de Aranda de Duero, Dignidad de Prior de la Colegial
de Peñaranda de Duero; 19-XI-1786
D. Josef de Mena y Junguito, Prebendando en esta Santa Iglesia.
Canónigo de Zamora; 19-XI-1786
D. Pedro Andrés Burriel, del Consejo de S.M. Presidente de esta
Real Chancillería; 9-IX-1787
D. Josef Santos Calderón de la Barca, Presbítero, Exdirector del
Real Cuerpo de Ingenieros, etc. 11-IV-1788, de honor y de
Mérito
Rvdº P. Fray Manuel de Santa Gertrudis, Predicador Mayor en el
Colegio de Mercenarios Descalzos de esta ciudad; 23-XI-1788
Dª Vicenta Galiano y Dávila; 23-XI-1788, de honor y de Mérito
Excmº Sr. D. Vicente de Cañas y Portocarrero, Marqués de
Castrillo y Conde de Belmonte; 8-III-1789
D. Francisco de Cañas y Riaño, Conde de Villariezo; 8-III-1789,
de mérito y de honor
Ilmº Sr. D. Josef Cregenzán y Montez, del Consejo de S.M.
Presidente de esta Real Chancillería; 4-XII-1789
D. Francisco Javier de Azpiroz, Caballero de Carlos III,
Corregidor de esta ciudad e Intendente de su provincia; de
honor; 5-XII-1790, Consiliario; 6-V-1792, Viceprotector; 21-III-
1802, Protector
Ilmº Sr. D. Ignacio Luis de Aguirre, Caballero de Carlos III,
Presidente de la Real Chancillería; 7-IX-1794
D. Antonio Montújar y Milla, Intendente de la provincia y
Corregidor de Valladolid; 7-IX-1794
Excmº Sr. D. Patricio Martínez de Bustos, Caballero Gran Cruz
de Carlos III, Comisario General de Cruzada, Arcediano de
Trastamara; 5-XII-1795
Rv. P. M. Fr. Manuel Villodas, Mercedario calzado, Catedrático
de Teología; 9-VI-1797
D. Cayetano de Urbina, Intendente del Ejército de Valencia; 15-
V-1798
D. Pedro Gómez Ybar Navarro, Del Consejo de S.M. en el de
Castilla; 7-X1798
D. Francisco Javier de Villanueva y Barradas; 21-X-1798
D. Vicente Díaz de la Quintana, Regidor; 21-X-1798, de honor;
1-I-1804, Consiliario
D. Juan Andrés de Themes, Catedrático de Prima y Oidor; 21-
X1798, de honor; 14-X-1814, Consiliario
D. Bernardo José de Roa, del Consejo de S.M. Oidor de la R.
Chancillería; 3-II-1799, de honor; 2-IV-1802, Consiliario
Excmº Sr. D. José Arteaga, Caballero de Santiago, Capitán
General; 18-II-1801
D. Juan Antonio González Carrillo, del Consejo de SM. en el Real
de Castilla; 21-II-1802
D. José María Tineo, Señor de Noceda. Caballero de Carlos III; 2-
IV-1802
D. Juan Antonio Hernández Pérez de Larrea, Obispo de esta
ciudad; 1802
D. José de la Mata Linares, Canónigo de Santiago; 8-VIII-1802
D. Ignacio Guernica, Caballero de Santiago, Brigadier; 8-VIII-
1802
D. Luis Ginés de Funes, Canónigo de Santiago; 8-VIII-1802
D. Pascual Vallejo, del Consejo de S.M., Intendente del Ejército y
Corregidor; 10-X-1802
Excmº Sr. D. Pedro Ceballos y Guerra, Secretario de Estado y del
Despacho, Gentilhombre de Cámara de SM.; 10-X-1802
D. Isidoro Bosarte, Del Consejo de S.M. y su Secretario
honorario, Secretario de la Real de San Fernando, Académico de
la Historia; de honor en la de San Luis de Zaragoza; 10-X-1802
D. José Berdonces, Prior y Canónigo de la Catedral; 13-II-1803,
de Honor; Secretario
D. Josef Jalón, Marqués de Castrofuerte, Coronel de Infantería y
del Provincial de esta ciudad; 27-II-1803
D. Diego de Sierra, Señor de Paradilla; 27-II-1803
P. Maestro Fray Andrés del Corral, Agustino Calzado,
Catedrático de esta Universidad; 5-VI-1803
Excmº Sr. D. Francisco Horcasitas, Capitán General de Castilla y
Presidente de la Rl. Chancillería; 7-VIII-1803
Ilmº Sr. D. Vicente Soto y Valcárcel, Obispo de esta ciudad; 22-
XI-1803
Excmº Sr. Duque del Infantado, Grande de España; 27-XI-1803
D. Mariano Caballero. Abogado de la Audiencia; 22-XII-1813, de
Honor; 10-VII-1814, Vicesecretario; 11-XI-1821, Secretario
D. Antonio María Peón y Heredia, Mariscal de Campo de los
Reales Ejércitos, Comandante General y Jefe Político de esta
provincia; 22-XII-1813, de honor y Protector
D. Francisco López Petite, Abogado del Ilustre Colegio de la Real
Chancillería y Mayordomo de Propios y Arbitrios de la Ciudad de
Valladolid; 22-XII-1813
D. Mariano Caballero y Campero, Abogado del Ilustre Colegio de
la Rl Chancillería de Valladolid, socio de número de la Real
Sociedad Económica; 22-XII-1813, de honor; 10-VII-
1814,vicesecretario;11-XI-1821, Secretario;12-IV,1835,
Consiliario; 11-VI-1837, Viceprotector
D. José Miguel Carbajal y Bargas Manrique de Lara Chavez
Sotomayor Carrillo de Albornoz Fernández de Córdoba Hurtado
de Mendoza Silva Guzmán y Quesada, Duque de San Carlos,
Conde del Castillo y del Puerto, Alcaide del castillo y fortaleza
de Montánchez, Patrono de la provincia de los Santos 12
Apóstoles de S. Francisco en el reino del Perú, Encomendero del
Repartimiento de Hichoquari, Correo Mayor perpetuo de las
Indias,Islas y Tierra Firme del mar Oceáno descubiertas y por
descubrir, Grande de España de 1ª clase, etc. Caballero del
Toisón de Oro, Gran Cruz de Carlos III, Comendador de
Esparragosa, de Lares en la de Alcántara, Mayordomo mayor y
gentilhombre de Cámara con ejercicio, Teniente General de los
Reales Ejércitos, Consejero de Estado, Conservador de la
Universidad de Salamanca, Académico de las Reales Academias
Española y de la Historia, Superintendente general de Correos
terrestes y marítimos y de las Postras y Rentas, Estafetas de
España y los caminos reales y transversales, posadas y canales y
de los bienes mostrencos vacantes y abintestados y de la Real
Imprenta; 10-VII-1814, de mérito y Protector
D. José Palafox y Melzi, Marqués de Lazán, Caballero de Carlos
III, Teniente General de los Reales Ejércitos, Gobernador y
Capitán General del Ejército y Reino de Castilla la Vieja, León y
Principado de Asturias, Presidente de la Real Chancillería de esta
ciudad y de la Real Junta de Policía; 7-IX1814, de honor; 11-IX-
1814, Viceprotector
D. Manuel María Gasca de la Vega, Marqués de Revilla, Alférez
Mayor del Ayuntamiento de Valladolid; 7-IX1814
D. José Anacleto Pérez, Contador General del Reino de Castilla la
vieja; 7-IX-1814
D. Manuel Tarancón, Canónigo Doctoral de la Sta. Iglesia
Catedral de esta ciudad; 7-IX1814, de honor; 16-X-1814,
Consiliario; 11-XI-1821, Viceprotector; 5-XII-1829, Protector
D. Agustín Cabello, Canónigo de la Sta Iglesia Catedral; 7-IX-
1814, de honor; 15-V-1827, Consiliario
D. Benito Salinas, Auditor de Guerra del Reino de Castilla la
vieja; 7-IX-1814, de honor
D. Manuel Gil Reinoso, Regidor de esta ciudad; 7-IX-1814
D. Pablo Salinas, Regidor perpetuo de esta ciudad; 7-IX-1814
D. José María Entero, Relator de lo civil de la Real Chancillería; 7-
IX-1814
D. Tiburcio Añíbarro; 7-IX-1814, de honor; 16-X-1814, Tesorero
interino
D. Pedro Pablo Urquidi; 7-IX-1814
D. Casto García de Castro, Maestrante; 19-I-1815
D. Manuel Gómez, del Consejo de S.M. Alcalde del Crimen,
Oidor; 26-V-1815
Sr. Bernardo Etenard. Barón de Castiel (o Castier), Oficial 1º de
la Secretaría de Estado; 13-III-1816
Excmº Sr. D. Carlos O'Donell, Capitán General de Castilla la
Vieja; 4-XII-1818, de honor; 11-XI-1821, Consiliario
D. Pedro Clemente Lignés, Jefe Político Superior de esta
Provincia; 30-XI-1821
D. Carlos Espinosa, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos,
Comandante General de esta Provincia; 13-XI-1821, de honor
D. José Colsa y Saso, del Consejo de S.M. Regente de la
Chancillería; 13-XI-1821
D. José Goicoechea, Intendente del Ejército de Castilla; 13-XI-
1821
D. Pedro Pascasio Calvo, Abogado; 13-XI-1821
D. Antonio Umbría, Electo obispo de Valladolid; 13-XI-821
D. Manuel María Junco, del Consejo de SM. en el Supremo de
Ordenes; 13-XI-1821
D. Fernando Macho, Canónigo Lectoral de Valladolid; 13-XI-
1821
D. Tomás Araújo, Catedrático de Física de la Universidad; 13-XI-
1821
D. Antonio Apellániz, del Consejo de S.M. Alcalde de Casa y
Corte; Oidor de la Chancillería; 13-XI-1821
D. Vicente Olmedilla, Maestrante de Sevilla; 13-XI-1821
D. Luis Rodríguez Camaleño, Abogado; 13-XI-1821
D. Juan Ramón.; 13-XI-1821
D. Luis Francisco de Luis, Contador y Comisionado del Crédito
Público; 13-XI-1821
D. José Cabeza de Vaca, Maestro Baylio; Brigadier del Ejército;
13-XI-1821
D. Manuel Santiago Orbaneja y Coca, Canónigo; 13-XI-1821
D. Pablo Alonso Domínguez, Cartujo; 13-XI-1821
D. Vicente Bayón, 13-XI-1821
D. Plácido Ugena, Canónigo; 13-XI-1821
D. José Guerrero, Contador del Crédito Público; 13-XI-1821
D. Santiago Antón Guerra, 13-XI-1821
D. Vicente Valero, Oficial de la Contaduría del Ejército; 13-XI-
1821
D. Anacleto de la Torre; 13-XI-1821
D. Agustín Mayo; 13-XI-1821
D. Juan Nepomuceno González, vecino de Curiel; 13-XI-1821
D. Tomás Barrasa; 13-XI-1821
D. Juan Díaz de la Quintana; 13-XI-1821
D. Manuel Díaz de la Quintana; 13-XI-1821
D. Valentín Cabezas Castañón; 13-XI-1821
D. Tomás González, Canónigo de Plasencia, 13-XI-1821
D. Miguel Tarancón, Canónigo de Valladolid; 15-V-1827
D. José O'Donell, Capitán General de esta provincia; 15-V-1827
Excmº Sr. D. Juan Pontuos (?) y Múgica, Mariscal de Campo; 15-
V-1827
D. Antonio de la Parra, Regente de la R. Chancillería; 15-V-1827
D. Juan Baltasar Toledano, Obispo de esta Ciudad; 15-V-1827
D. Pedro Domínguez, Intendente de Valladolid; 15-V-1827, de
honor; 15-V-1827, Consiliario; 5-XII-1829, Viceprotector
D. José Reguera, del Consejo de SM., Oidor de la Chancillería;
15-V-1827
D. Andrés Román, Canónigo; 15-V-1827
D. Diego María Nieto; 15-V-1827, de honor; 15-XII-1829,
Consiliario
D. Joaquín de Cengotita y Bengoa, del Consejo de SM., Alcalde
del Crimen de la Chancillería; 15-V-1827
D. Joaquín María López de Tejeda, Marqués de Gallegos; 15-V-
1827
D. Joaquín Magaz, Catedrático de Prima de Cánones; 15-V-1827
D. José Joaquín de Isla; 15-V-1827
Excmº Sr. D. Mariano Guillamas, Marqués de San Felices; 15-V-
1827
D. Pedro Pumarejo, Intendente de Policía; 15-V-1827
D. Miguel de los Santos Teijeiro, Marqués de Villasante, 15-V-
1827
D. Ignacio Romero, del Consejo de SM. Oidor de Chancillería;
15-V-1827
D. Justo Pastor Pérez.,Intendente del Ejército; 15-V-1827
D. José Romero, Doctor de esta Universidad; 15-V-1827
D. León Gil de Palacios, Teniente Coronel del Real Cuerpo de
Artillería; 30-V-1828
Fr. Francisco Acebedo de Santa Lucía, Mercedario Descalzo;
Lector de Arte en su convento; 9-XII-1828
Excmº Sr. D. José Rafael Fadrique Fernández de Híjar, Duque de
Híjar, Marqués de Orani, Conde de Aranda, Caballero del Toisón
de Oro; 20-XII-1829
D. Juan José de la Riva, Marqués de Villalcázar; 20-XII-1829
D. Mariano Cendones, Regidor perpetuo del Ayuntamiento; 20-
XII-1829
D. Esteban Moyano, del Consejo de SM. Oidor. Regidor perpetuo
del Ayuntamiento; 20-XII-1829
D. Juan Modesto de la Mota, del Consejo de SM; Oidor; 20-XII-
1829
D. Antonio María del Valle, Canónigo; 20-XII-1829, de honor; 1-
VII-1837, Consiliario
D. Lorenzo Tagle, Ordenador jefe del Distrito de Castilla la
Vieja; 20-XII-1829
D. Santiago José García Mazo, Canónigo; 20-XII-1829
D. José Hervás, Catedrático de Medicina; 20-XII-1829
D. José Milla Fernández, Chantre de la Catedral; 20-XII-1829
D. Ramón Castilla; 20-XII-1829
D. Ricardo Martínez Sobejano, Abogado; 20-XII-1829, de honor;
12-IV-1835, Consiliario; 25-III-1849, Viceprotector
D. Miguel de los Santos Ulloa; 20-XII-1829
D. Pablo María Paz.,Oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia;
20-XII-1829
D. Dionisio Casado, Cura propio de El Salvador; Catedrático de
Teología de la Universidad; 20-XII-1829
D. Juan Antonio de Bengoa, Comisario de Guerra; 20-XII-1829
D. Pedro Velarde, Canónigo de la catedral de Santiago; 20-XII-
1829
D. Ramón Calvet, Brigadier de los Reales Ejércitos; Director
Subinspector del Real Cuerpo de Ingenieros de esta provincia;
20-XII-1829
Ilmº Sr. D. Manuel Fraile, Obispo de Sigüenza; 20-XII-1829
D. Domingo Sánchez Gijón, del Consejo de SM., Secretario de la
Colecturía de expolios y vacantes; 20-XII-1829
D. Nicolás Vivanco y Barco; 20-XII-1829
D. José Gordo Saénz, Tesorero del Ejército y Pagador del Distrito
de esta provincia; 20-XII-1829, de honor
D. Valentín Zorrilla de Velasco, del Consejo de S.M.; Colector
general de expolios y vacantes; 20-XII-1829
D. Gaspar Diruel, Brigadier de los Reales Ejércitos y Coronel del
Real Cuerpo de Ingenieros; 20-XII-1829
D. Pablo Govantes, Abogado, Catedrático de Instituciones
Civiles en la Universidad; 20-XII-1829, de honor; 11-VI-1837,
Consiliario
D. Manuel Fernández Varela, del Consejo de SM.; Comisario
Apostólico general de Cruzada, Subsidio y Excusado;
Viceprotector de la Rl Academia de San Fernando; 20-XII-1829
D. Clemente García Escudero, Catedrático de Instituciones
Canónicas; 20-XII-1829
D. Rafael de Arche, Cura propio de San Miguel; Rector de la
Universidad; 20-XII-1829
D. Vicente María Vázquez, Catedrático de física experimental;
20-XII-1829
D. Antonio Remón Zarco del Valle, Brigadier de los Reales
Ejércitos; 19-VIII-1830
Excmº Sr. D. Prudencio Guadalfajara, Duque de Castroterreno;
28-XI-1830
D. Gregorio de la Roza Ibáñez, Marqués de Valbuena de Duero;
28-XI-1830
D. Francisco de Paula Alcalde, Secretario honorario de SM.; 28-
XI-1830
D. Manuel Guillamas y Galiano; 28-XI-1830
D. Pedro Serra y Bosch, Académico de mérito de San Carlos de
Valencia y San. Luis de Zaragoza; 28-XI-1830
Ilmº Sr. D. José Antonio Rivadeneira, Obispo de Valladolid; 6-XI-
1831
D. Santos Majada, Arcediano de la Catedral; 21-V-1832, de
honor; Consiliario
D. Benito Sangrador Hortega, Doctor del Gremio y Claustro de la
Universidad, Catedrático de Medicina; 21-V-1832
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Exposicion los progresos de las artes Real Academia de Bellas Artes Sala Municipal de Exposiciones de las Francesas Ocio y Rutas Valladolid

  • 1. EXPOSICIÓN A LOS PROGRESOS DE LAS ARTES Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid (1783-2012) ---------- Del 31 de agosto al 14 de octubre de 2012 ---------- SALA MUNICIPAL DE EXPOSICIONES DE LA IGLESIA DE LAS FRANCESAS C/ Santiago, s/n VALLADOLID ----------
  • 2.
  • 3. EXPOSICIÓN: A LOS PROGRESOS DE LAS ARTES Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid. (1783-2012) INAUGURACIÓN: Día 31 de agosto a las 20,00 h. LUGAR: Sala Municipal de Exposiciones de LA Iglesia de las Francesas C/ Santiago, s/n VALLADOLID FECHAS: Del 31 de agosto al 14 de octubre de 2012 HORARIO: De martes a sábados, de 12,00 a 14,00 horas y de 18,30 a 21,30 horas. Domingos, de 12,00 a 14,00 horas. Lunes y festivos, cerrado INFORMACIÓN: Museos y Exposiciones Fundación Municipal de Cultura Ayuntamiento de Valladolid Tfno.- 983-426246 Fax.- 983-426254 www.fmcva.org Correo electrónico: exposiciones@fmcva.org
  • 4. EXPOSICIÓN COMISARIO JESUS URREA COORDINACIÓN ELOISA WATTENBERG MANUEL ARIAS TEXTOS JESUS URREA JAVIER LÓPEZ DE URIBE Y LAYA COORDINACIÓN DE LA EXPOSICIÓN EN LA SALA MUNICIPAL DE EXPOSICIONES DE LAS FRANCESAS JUAN GONZÁLEZ-POSADA M. SEGURO AON TRANSPORTE ANDRÉS MARTÍN MONTAJE FELTRERO DOSSIER DE PRENSA MUSEOS Y EXPOSICIONES. FUNDACIÓN MUNICIPAL DE CULTURA. AYUNTAMIENTO DE VALLADOLID
  • 5. De una institución que ostenta entre sus fines la defensa y conservación del patrimonio histórico-artístico es lógico esperar que custodie celosamente, a pesar de sus más de 230 años de vida, lo que durante tanto tiempo ha producido o reunido, bien sea su archivo, su biblioteca o sus colecciones artísticas. Y, en efecto, en buena medida así ha sido aunque a lo largo de su historia se hayan cambiado o diversificado buena parte de sus funciones originales. A pesar de que con el paso del tiempo el papel pedagógico que originalmente desempeñó ha variado su vocación didáctica no se ha alterado. Prueba de ello es la exposición que ahora se presenta como resumen de la actividad desempeñada y del patrimonio reunido por sucesivas generaciones de académicos que han ofrecido a la sociedad su desinteresado esfuerzo y sus conocimientos técnicos o artísticos. Tratar de explicar su historia y el papel cultural representado así como enseñar una parte de sus colecciones, en las que se mezclan obras de alumnos, profesores y académicos, o las funciones que desarrolla esta corporación, constituyen todo un propósito de apertura y justificación social al tiempo que evidente expresión de su voluntad en continuar Empeñada en la empresa que justifica su lema “A los progresos de las artes”. Para algunos el contenido de la muestra será un reencuentro para otros muchos todo un descubrimiento lo cual bastará para considerar que esta oportunidad cumple con los objetivos que la Academia tiene marcados desde 1779, cuando comenzó a desempeñar sus trabajos en unas salas de las antiguas casas consistoriales del municipio vallisoletano. El mismo que hoy le abre las puertas de su sala de exposiciones de las Comendadoras de Santa Cruz (“las francesas”) para dar cumplida cuenta de lo realizado desde aquella fecha por la institución.
  • 6. Presentación Por Jesús Urrea Presidente de la Real Academia
  • 7. La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción es una institución cultural de interés público y duración indefinida que tiene sus antecedentes en la establecida en Valladolid en 1779 por un grupo de aficionados a las matemáticas y a la enseñanza del dibujo. Aprobadas sus constituciones, fue admitida por Carlos III bajo su real protección en 1783. Carlos IV le concedió en 1802 los mismos privilegios y exenciones que disfrutaban las academias de San Carlos de Valencia y San Luis de Zaragoza. Por Real Decreto de Isabel II, en 1849 fue considerada de 1ª clase entre las provinciales. Como corporación con personalidad jurídica propia, desde su creación ha desarrollado sus actividades en bien de la cultura, contribuyendo de manera eficaz a la salvaguarda del patrimonio histórico artístico de Valladolid y su provincia, con hechos tan señalados como la custodia y conservación de los pasos de Semana Santa, la dirección del Museo Provincial de Bellas Artes, la fundación de la Galería Arqueológica, y la enseñanza en las Escuelas de Bellas Artes y de Música, además de elaborar numerosos informes técnicos en cumplimiento de los fines que ha tenido asignados. Actualmente, su función primordial radica en velar por la conservación de los monumentos y obras de arte de Valladolid y su provincia; el fomento de las Bellas Artes, su estudio, enseñanza y difusión; como organismo consultivo, colaborador / asesor, en la emisión de informes destinados al Gobierno, Junta de Castilla y León, Corporaciones e Instituciones locales; el acrecentamiento de su propia colección con obras de pintura, escultura, dibujos, grabados, partituras, documentos y libros relacionados con las Bellas Artes; el fomento de la investigación y publicación de monografías de temas histórico-artísticos; y la organización de sesiones científicas, así como exposiciones de arte y conciertos musicales (O.M. 31-VII-1998). La Academia está formada por 32 miembros de número, que se dividen en cuatro secciones: Arquitectura, Escultura, Pintura y Música. Para su dirección, gobierno y representación, dispone de un Presidente, cuatro Consiliarios, un Tesorero, un Bibliotecario y un Secretario. Desde su creación hasta la actualidad ha contado con 373 académicos de número; mientras quela categoría de honor la han ostentado 361 y la de correspondientes 142. Pero si la institución hoy tiene encomendadas estas funciones consultivas, de protección y difusión del Patrimonio Cultural, en origen fue exclusivamente la enseñanza artística la que constituyó el eje de su existencia, de ahí la necesidad de contar con locales adecuados para el desarrollo de esta actividad. La Academia, que había nacido en la sala de juntas de la cofradía penitencial de Nuestra Señora de la Piedad y después tuvo albergue en la propia casa consistorial de la ciudad, en la Plaza Mayor, careció de medios económicos suficientes para su mantenimiento y hasta 1804 lo hizo gracias a los propios académicos. En 1818 se alojó en un caserón junto al templo de San Felipe Neri y en 1824 en el palacio que el conde de Salvatierra poseía en la calle Fray Luis de León, hasta que en 1856 se instaló en el edificio del Colegio de Santa Cruz, compartiendo espacio con la Biblioteca Universitaria y el entonces Museo Provincial de Bellas Artes. Pendiente en un principio de los ingresos procedentes de la casa-teatro de la ciudad o de determinados arbitrios de puertas (cacao y bacalo), posteriormente dependería de las subvenciones municipales y provinciales. Las enseñanzas que ofrecía la institución se ampliaron en 1794, impartiéndose clases de Arquitectura y algo más tarde de Pintura y Escultura. Para cumplir tan reducido y al mismo tiempo ambicioso programa, la Real Academia, a cuyo frente estuvo -hasta 1849- la figura del Protector, dispuso de un cuadro de personal docente (Director general, Directores y Tenientes de las distintas enseñanzas)
  • 8. y de un número indeterminado de académicos que se clasificaban en Meritorios y Honorarios, elegidos respectivamente por sus méritos artísticos o relevancia social. La Academia dirigía la Escuela de Bellas Artes y sus funciones pedagógicas se incrementaron de nuevo en 1852 con la creación de la Escuela de Maestros de Obras, Directores de Caminos vecinales y Agrimensores, habilitando mediante examen, durante un breve tiempo, a los que deseaban ejercer la arquitectura y, hasta 1869, a los que aspiraban a obtener los títulos de Maestro de Obras, Agrimensor y Aforador. En 1849 todas las Academias del Reino sufrieron una reestructuración importante, procediendo el Gobierno a su reglamentación y clasificación. A partir de 1850 la vallisoletana perdió su denominación castiza y pasó a titularse "Academia Provincial de Bellas Artes", considerándose como de 1ª clase. El número de sus miembros se fijó en 24 (20 académicos, Presidente y 3 consiliarios) y sus enseñanzas se estructuraron en elementales y superiores (suprimidas éstas en 1869). El alumnado crecía paulatinamente según pasaban los años. En el curso 1872-1873 se matricularon 648 estudiantes, mientras que en 1890-1891 el número aumentó a 1.144, siendo la matrícula del curso 1883-1884 la más elevada: 1.238. Además, a partir del año académico 1875-1876, se permitió el ingreso de alumnas, con lo que se convirtió en una de las escuelas más avanzadas y concurridas de la nación. Su sostenimiento era soportado por el Ministerio de Instrucción. También la Academia se hizo cargo del recién creado Museo de Pintura y Escultura, formado con las obras de arte procedentes de los conventos desamortizados y en cuyos trabajos preparatorios y de inventarios algunos de sus miembros desempeñaron un papel decisivo. Además de las Bellas Artes, igualmente fue preocupación de la corporación la reunión y conservación de las antigüedades y objetos arqueológicos, de ahí que en 1875 procediese a la formación de una Galería de Objetos Arqueológicos que se constituiría en la base del museo que con este contenido se creó en 1879. Cuando en 1892 se reorganizaron por Real Decreto las Escuelas de Bellas Artes, se asestó un duro golpe a la Real Academia, que tuvo que desprenderse de aquélla. Sin embargo, muchos de sus miembros siguieron impartiendo sus enseñanzas en la Escuela, que variaría de nombre titulándose, sucesivamente: de Artes e Industrias (1900), de Artes Industriales (1907) y de Artes y Oficios (1910). Algunos académicos también formaron parte del cuadro de profesores de la Escuela de Música que creó en 1918, la cual se convertiría en Conservatorio profesional. A partir de 1808 los proyectos artísticos o arquitectónicos que pretendían realizarse en la región, bien fuese por particulares o por corporaciones, eran inspeccionados por la Academia. De esta manera se reforzaba la vigilancia que en estos asuntos desplegaba la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, garantizándose mejor la unificación estética del país. Después sería su Comisión de Arquitectura la que puntualmente informase a la denominada Junta de Policía del Ayuntamiento sobre reformas y obras en todo tipo de edificios. Muchos de sus miembros compusieron la Comisión Provincial de Monumentos e igualmente pertenecieron a otras reales academias. La elaboración de ponencias y la emisión de informes oficiales solicitados por distintos organismos locales o nacionales sobre monumentos, conservación de patrimonio histórico-artístico, etc. constituye desde entonces otra de sus funciones más notables. Por diversas circunstancias, en 1935 la Universidad reclamó la totalidad del uso del Colegio de Santa Cruz y la Academia hubo de desalojar sus locales, lo cual sucedió dos años después de producirse el traslado y nueva instalación del museo, convertido en Nacional de Escultura, en el Colegio de San Gregorio. A este último fueron a parar provisionalmente en 1939, después de una breve estancia en el Colegio de San José, sus fondos artísticos y allí permanecieron hasta
  • 9. que en 1948, siendo Director General de Bellas Artes el Marqués de Lozoya, y recuperado su castizo nombre de Real Academia de la Purísima Concepción, consiguió instalar sus dependencias y patrimonio artístico en una vivienda de la llamada Casa de Cervantes, propiedad del Estado, entonces bajo el patronato de la Fundación Vega Inclán. A pesar de haber atravesado duras vicisitudes, contar con escasos medios y sufrir reiterados cambios de domicilio, la Academia ha logrado formar y conservar una colección muy notable que procede, en su mayor parte, de los concursos que organizó a partir de 1863 y con los que comenzó a crear en 1875 una Galería de autores modernos que pusiera de manifiesto la utilidad de la institución y los progresos de su alumnado. Posteriormente, su contenido se fue incrementando mediante donaciones u obras entregadas por los académicos artistas el día de su ingreso en la corporación. Sin embargo, hasta 1989 la Academia no dispuso de unas condiciones museísticas apropiadas para sus colecciones. En el área destinado a su exhibición estable, en su domicilio, se muestran únicamente aquéllas que presentan mayor interés o calidad y, con su distribución, condicionada por el espacio y sus características, se resume la historia de la Institución a través de las obras más singulares conservadas de su profesorado académico, al que se recuerda también mediante retratos o gracias a las creaciones de sus alumnos más destacados, no faltando tampoco objetos y muebles que contribuyen a ambientar agradablemente este pequeño museo. La colección se encuentra distribuida de acuerdo con los asuntos de las cuatro secciones que integran la Academia. A la de Arquitectura aluden varios retratos de profesores de esta disciplina, planos y proyectos de exámenes de arquitectos y maestros de obras, así como libros correspondientes a estas materias. Las salas dedicadas a Escultura reúnen obras del riosecano Aurelio Rodríguez Carretero, Dionisio Pastor Valsero, Darío Chicote, Ángel Díaz, Mariano Benlliure, Ramón Núñez, José Cilleruelo, José Luis Medina, Antonio Vaquero, Lorenzo Frechilla o Luis Jaime Martínez del Río. La sección de Música está presente mediante diversas piezas que ofrecen en sus temáticas alusiones musicales, con pinturas originales de Isidro González García-Valladolid, Mario Viani, Pedro Anca Santarén o con alguna obra del escultor Ignacio Gallo. La Pintura, gracias al espléndido legado que hizo el pintor valenciano José Vergara Ximeno y a los numerosos fondos de que dispone la colección, es la sección académica mejor representada. Del primero se exponen diez lienzos, incluido su autorretrato, todos muy característicos de su estilo dieciochesco. De los antiguos profesores de la Academia se exhiben lienzos originales de Luciano Sánchez Santarén, Pedro Collado, Antonio Maffei o Eugenio Ramos; de los que fueron en su día alumnos existen trabajos, entre otros, de distintos periodos de Eduardo García Benito, Francisco Prieto, Joaquín Roca o Anselmo Miguel Nieto.. Dentro de la colección de cuadros entregados por los autores el día de su recepción académica se hallan representados, con diferentes obras: Aurelio García Lesmes, Sinforiano del Toro, Mercedes del Val Trouillhet, Félix Cano, Adolfo Sarabia, Félix Antonio González o Santiago Estévez. Entre pinturas y esculturas la colección se compone aproximadamente de 200 obras, a las que hay que añadir la menos conocida de dibujos y grabados, cuya génesis y contenido, por su mayor novedad, merecen una mención más detenida. Las enseñanzas impartidas por la Academia se auxiliaron, desde sus inicios, de los denominados dibujos de principios (extremidades, ojos, bocas, etc.) facilitados por los profesores o académicos, presentándose al alumnado como modelos a imitar. Unas veces eran los miembros de la Academia quienes, voluntariamente, entregaban sus trabajos (el escultor Felipe de Espinabete, los pintores Diego Pérez Martínez, Joaquín Canedo, Leonardo Araujo, o el arquitecto Pedro García González); otras, la dirección de los estudios solicitaba
  • 10. colaboración para este fin o encargaba su adquisición, al tiempo que algunos ejercicios de alumnos, merecedores del beneplácito de sus profesores, comenzaron a guardarse en el archivo de la institución. Tampoco faltaron las aportaciones espontáneas de jóvenes aficionados e incluso, en fecha temprana, señoras atraídas por el dibujo remitieron a la Academia pruebas de sus cualidades artísticas que fueron recompensadas con nombramientos honoríficos. Muy importante fue el legado testamentario que en 1840 realizó D. Vicente Mª Vergara y Ballester, integrado por pinturas de su padre, así como estampas y apuntes para uso de la Academia vallisoletana, de los que afortunadamente se conserva un total de treinta y cuatro, doce de ellos en calidad de depósito en la antigua Escuela de Artes y Oficios. Aquel legado vino a ser continuación de la donación de otros cuarenta dibujos que, en 1828, hizo a la corporación de Valladolid la de San Carlos de Valencia. Como medio para fomentar el estímulo, los mejores trabajos se remitían a la Academia de San Fernando para que ésta verificase los adelantos que lograban los alumnos vallisoletanos, convirtiéndose en acicate que aumentaba el esfuerzo de los que destacaban en las clases. Pero, sin duda, el mejor método para compensar a los más brillantes fue la concesión de premios y accésit que se otorgaban anualmente en las diferentes categorías y materias (dibujo lineal, dibujo de figura, dibujo modelado y vaciado de adorno, etc.). La organización de concursos, a partir de 1863, supondría la definitiva distinción de aquellos que obtuvieron alguno de los premios en metálico convocados. Las bases del programa especificaban que las obras premiadas quedarían en propiedad de la Academia. Otra fórmula inteligente destinada a reunir los mejores resultados del trabajo de sus alumnos fue promover la dotación de becas, costeadas con los presupuestos de la Diputación Provincial o del Ayuntamiento. Los pensionados, controlados por la Academia, debían justificar la correcta inversión de sus bolsas de estudio remitiendo puntualmente los asuntos reglamentarios que exigía la convocatoria. Los pintores Gabriel Osmundo Gómez, Marcelina Poncela Ontoria y Mariano de la Fuente Cortijo cumplieron con sus obligaciones y sus dibujos –además de sus óleos- enriquecieron también la colección de modelos a imitar por los más jóvenes. Pero junto a los dibujos de quienes estudiaban en la Academia, a los de aquellos otros cuyo esfuerzo se premiaba anualmente y a las pruebas del adelantamiento para el goce de pensiones, vinieron a sumarse los planos y dibujos que presentaban los individuos que aspiraban a conseguir en la Academia vallisoletana, previos los ejercicios reglamentarios, el título de Arquitecto, Maestro de Obras, Director de caminos vecinales o Agrimensor. Posteriormente, al cambiar el reglamento de la reválida de Maestro de Obras, el aspirante debía entregar los dibujos de su “prueba de repente” así como el proyecto final, conservándose por ello una interesante colección de planos con los que respondían a los temas que, en suerte, les tocaba realizar. Lamentablemente, y si que se sepa la verdadera razón, sólo se archivó una mínima parte de estos ejercicios. Dentro de esta misma categoría de pruebas de examen habría que situar los procedentes de la oposición, celebrada en 1893, a la plaza de Profesor de dibujo que, finalmente, obtuvo Luciano Sánchez Santarén. Por último, la Academia intentó crear una colección de dibujos contemporáneos, “de los principales maestros de España”, con el fin de establecer una exposición de carácter permanente “en los locales de la misma”, decidiendo en 1939 escribir a numerosos creadores para solicitarles “la donación de algún trabajo hecho por sus manos: si bien un apunte, composición de alguna obra, una cabecita, un ropaje, un detalle que nos acuse su personalidad”. Sin embargo, de las 51 cartas que se enviaron a otros tantos artistas rogándoles su colaboración en este proyecto, tan sólo contestaron 7; verdaderamente, aquellos no eran tiempos ni para regalar ni tampoco para hacer exposiciones.
  • 11. Cabría imaginar que, después de tantos años de existencia, la Academia poseyera un abultado fondo de dibujos. No obstante, la circunstancia de que muchos se hicieron o adquirieron para ser utilizados como modelos, es decir, usados en clase y, por consiguiente, sometidos a fácil deterioro, y los sucesivos traslados de domicilio que ha tenido la institución, han favorecido pérdidas y extravíos, especialmente durante la precipitada salida del antiguo Colegio de Santa Cruz. A ello se suma que muchos de estos dibujos se han extraído de los legajos del archivo, en donde se hallaban doblados y en condiciones poco apropiadas para su conservación, por lo que la colección académica alcanza ahora un total de 250, de los que 30 corresponden al depósito establecido en la Escuela de Artes y Oficios, ya que la Academia nunca ha cedido su propiedad, incluidos los 16 que donó el pintor Miguel Jadraque. Su consulta, en un tanto por ciento elevado, puede efectuarse a través de la base de datos disponible en la página web de la institución Sin duda, la tarea académica quedaría muy limitada si no trascendiera a la sociedad, de ahí que la difusión sea objetivo imprescindible para hacer efectivo el papel cultural que desempeña la institución. Además de la convocatoria de conferencias públicas y cursos especializados, la edición de sus trabajos constituye el mejor método para llegar al mayor número de personas interesadas y manifestar públicamente el cumplimiento de sus fines. La vocación editorial de la Real Academia viene de atrás, aunque sea escasamente conocida por los limitados medios con que siempre ha contado para su transmisión. Desde un principio quiso dejar constancia de su actividad mediante la edición de las Actas de sus juntas, siguiendo el modelo adoptado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, para dar más notoriedad a los alumnos premiados por su aplicación en las diferentes disciplinas en las que impartía docencia, incluyendo el discurso leído en aquella solemnidad pública, así como la lista de los individuos que componían la institución. A esta primera publicación siguió la de los Estatutos con que se dotó a la corporación, editados en 1789 por Manuel Santos Matute, que se convierte durante algún tiempo en impresor oficial de la Academia, siendo también el responsable de la edición de otra nueva entrega de Actas, correspondientes al año 1803 y de la que existe tirada facsimilar. Su actividad editora se reanudó en 1872, periodo que podría considerarse como 2.ª época, cuando se publican las memorias de sus trabajos, redactadas por el Secretario general, además de)los discursos leidos en la ceremonia de distribución de premios ordinarios y extraordinarios a los alumnos más distinguidos durante las solemnes Juntas Públicas que se celebraban, a principios del mes de octubre, en el gran salón de actos de su sede en el Colegio de Santa Cruz. Se publicaron regularmente hasta el año 1891 y en ellas se incluía información sobre la Escuela, los alumnos, la biblioteca, el Museo y los académicos que componían la institución. Los discursos anuales eran la parte más extensa y tienen todos ellos una clara orientación filosófico-estética aunque no falten tampoco los de carácter histórico. La edición de las mencionadas Juntas corría a cargo de la Imprenta y librería Nacional y Extranjera de Hijos de Rodríguez, que se titulaban libreros de la Universidad y del Instituto. De aquellos mismos años se puede también recordar la edición de lo que hoy se estima como curiosidad bibliográfica: los tres folletos dedicados a referir las semblanzas biográficas de Mariano Miguel Reinoso (1876), Pablo Alvarado (1876) y Vicente Caballero (1879), dadas a conocer con motivo de su fallecimiento por haberse considerado que sus particulares personalidades y merecían tan singular distinción. Fue en la segunda década del siglo XX cuando se inaugura lo que podría denominarse 3.ª época editorial, que tuvo como consecuencia la publicación regular de los Discursos de ingreso en la corporación de sus nuevos miembros. En 1913 Narciso Alonso Cortés dio ejemplo con la edición del suyo, aclarando en él que tal práctica había estado interrumpida durante algún tiempo. Le siguieron los redactados por
  • 12. Sebastián Garrote Sapela (1915), Casimiro González García-Valladolid (1919) y Francisco de Cossio y Martínez-Fortún (1920); desde entonces y hasta nuestros días se han publicado un total de 60 discursos cuya edición, que debe presentar idéntico formato, ha corrido por cuenta de los mismos académicos, aunque su distribución la realiza la Academia. Trabajos originales de Martín Abril, Cortejoso, Luelmo o Pino, expresan la inclinación poética que marcó la vida de la institución durante las décadas 50 y 60; otros de carácter histórico redactados por García Chico, Arribas, Rodríguez Valencia, o Prieto Cantero, constituyen aportaciones muy sobresalientes a los temas sobre los que versaron; no faltan tampoco los dedicados a la temática musical, como los de Álvarez Taladriz o Barrasa; ni los de índole filosófica, como el caso de Díez Blanco. A partir de la década de los 80, no escasean tampoco los de naturaleza biográfica ni los redactados por los propios artistas académicos, en los que vierten sus experiencias creadoras, y son muy numerosos los que abordan temas relacionados con las materias por las que sus autores sienten predilección – arquitectura, escultura, pintura o música –, bastando ojear el catálogo de los publicados para comprender el valor científico de sus contenidos. Hay que aclarar que no todos se publicaron de manera unitaria, y a este respecto jugó un papel importante la decisión de contar con un órgano oficial de difusión con el que se pudiera demostrar la capacidad cultural de la Academia. Creado en 1930, el Boletín se edita ininterrumpidamente, salvo el intervalo de la guerra civil, hasta 1948; suspendido este último año, no se reanuda hasta 1970, volviéndose a interrumpir de nuevo en 1973 y entre los años 1975 y 1990, momento en que se inicia una nueva etapa. Su publicación es anual y el número 45 es el último aparecido, correspondiente al año 2010. Con el paso del tiempo su calidad formal ha ido mejorando notablemente, si bien es cierto que desde un principio se pretendió que contara con ilustraciones gráficas y hasta se incluyó una edición facsímil del Diario Pinciano, publicación que con este mismo carácter entregó por primera vez a prensas la propia Academia en 1933. Tras sucesivos modelos, ha adoptado un diseño en el que se han recuperado las señas de identidad de la propia institución. Con la edición de este Boletín se contribuye además a dar cumplimiento a uno de los mandatos que tiene encomendados: la de difusión y defensa del Patrimonio histórico artístico de Valladolid y su provincia, reflejándose también en él las comunicaciones públicas que sus miembros imparten anualmente como desarrollo de su cometido cultural fundacional o aquellos trabajos de investigación que por su temática tienen cabida en él. El papel social de la Academia se cumple también con la organización de exposiciones o con la participación de sus obras en otras preparadas por distintos museos e instituciones culturales. Así, en la década de los 80 del siglo anterior sus colecciones formaron parte de las muestras que se dedicaron a: Pintores vallisoletanos del siglo XIX, El escultor ángel Díaz (1859-1938), Gabriel Osmundo Gómez (1856-1915), La escultura en Valladolid (1850-1936), Pintores de Valladolid (1890-1940) o El pintor Luciano Sánchez Santarén (1864-1945), aprovechándose aquellas oportunidades para restaurar prácticamente la totalidad de su patrimonio; incluso se celebró otra, monográfica, consagrada a la propia Academia. La que ahora se presenta, bajo el lema de la misma institución, “A los progresos de las Artes”, se anticipa unos meses a la celebración del 230 aniversario de que Carlos III la admitiera bajo su protección. En esta ocasión es el Ayuntamiento de Valladolid el que reconoce su trayectoria histórica. Jesús Urrea Presidente de la Real Academia
  • 13. Benlliure Papel e importancia de las Reales Academia en el siglo XXI Por Javier López de Uribe y Laya
  • 14. En una de sus sesiones, esta Real Academia se planteó la conveniencia de promover la realización de una escultura en algún lugar público que recordase la memoria de determinados personajes. El tema dio lugar a un debate en el que se llegó a cuestionar la oportunidad de seguir erigiendo monumentos urbanos aislados y surgidos como consecuencia de «plantar» una escultura en un lugar determinado, olvidándose del contexto. ¿Sigue siendo una referencia válida en nuestros días este modo de proceder?; ¿no debería pensarse, más bien, en actuaciones globales, para un ambiente concreto, que resuelvan la totalidad del espacio en el que se van a situar, para que se produzca un diálogo con el entorno? ¿Se debe seguir anclado en el modo de proceder tradicional, por temor a comprometerse con soluciones contemporáneas? Pueden ser varias las respuestas a tales preguntas. Con una cierta prudencia, incluso ciudades como Bilbao, Barcelona o Valencia, los municipios españoles que, quizás, más riesgos asumen, han adoptado una política que cabría calificar «de fronteras» y así, mientras los escultores convencionales toman los centros históricos, artistas más vanguardistas actúan en la periferia. En cualquier caso, como opina Miquel Navarro —uno de los escultores españoles más innovadores y con más personalidad de la segunda mitad del siglo XX—, «lo que es inadmisible es que la gente que no está preparada se ponga a hacer esculturas. Es como si a mí, a estas alturas de la vida, me da por querer levantar puentes». Navarro concluye afirmando que «en estos tiempos que corren, donde todo el mundo está acelerado, se debería imponer la reflexión antes de ejecutar una obra». Menciono este suceso, porque nos da tres claves para conocer el cometido principal de las Reales Academias: el diálogo; la preparación profesional de sus miembros y la tarea de combinar una mirada respetuosa al pasado con el reconocimiento de las necesidades y preocupaciones del tiempo actual. La conjunción de todas ellas será la que nos lleve a un futuro, futuro que rápidamente se convierte en presente. Una Real Academia no es, o no debe ser, un cenáculo cerrado a unos pocos expertos. Decía Su Majestad el Rey Don Juan Carlos 1 en el discurso de apertura de curso de las Reales Academias en Madrid, en 1997, refiriéndose al status de los académicos, que su elección «supone el reconocimiento social de unos méritos que deben ser ensalzados y estimulados, pero también una responsabilidad y el deber de velar por la conservación, el enriquecimiento y la difusión de nuestro patrimonio cultural». «Las Academias no son —continuaba Don Juan Carlos— claustros cerrados absortos en la contemplación de las glorias del pasado, sino instituciones vivas, que han de participar activamente en la vida de la sociedad española, atentas a los problemas que le afectan y dispuestas a dejar oír su voz cuando las circunstancias lo requieran». Las Academias como ámbito de diálogo En primer lugar, he señalado al diálogo como consustancial a la Academia. Desde sus orígenes más remotos, cuando Platón establecía en el jardín del héroe ateniense Academo su lugar preferido para filosofar, el debate es el constitutivo esencial de la vida académica. En sus comienzos, la Academia era una tertulia en la que, eso sí, se reservaba el derecho de admisión a personas de capacidad probada. Además del nombre, las Reales Academias toman del discípulo de Sócrates el espíritu de la argumentación de ideas. Sabemos que a lo largo de la historia los debates intelectuales o artísticos no han sido necesariamente pacíficos. Afortunadamente quedan lejanos aquellos tiempos en los que el apasionamiento provocaba que algún académico arremetiera físicamente contra un colega discrepante, como sucedió en noviembre de 1806, según queda reflejado en el libro de Actas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuando «el académico Cosme Acuña puso
  • 15. manos violentas en el pintor Mariano Salvador Maella, sacudiéndole un garrotazo a la salida de la Academia» (Julián Gallego, «Las Reales Academias de Bellas Artes en el pasado», Academia, 75, 19). Muy lejos de ese talante, recuerdo que, cuando ingresé como académico, hace ya casi treinta años, encontré un ambiente generalizado de cordialidad; personas que intercambiaban opiniones e información con un espíritu abierto, que escuchaban y discutían, sin dejarse llevar por tópicos o modas, sometiendo los temas a unos análisis que, por proceder de personas conocedoras de la materia y con la madurez correspondiente a su edad, se traducían en un positivo enriquecimiento intelectual. Pienso que ese flujo de opiniones, esa corriente de afinidades o de desacuerdos hasta llegar a unas conclusiones, es un elemento fundamental de la vida académica y continuará siéndolo en el siglo XXI. Mantener ese espíritu de contraste de opiniones supone además una responsabilidad de notable trascendencia porque, como luego veremos, concluye en razonadas propuestas o advertencias a los poderes públicos en temas problemáticos, lo que constituye uno de los más preciados servicios que las Academias pueden prestar a la sociedad. El perfil de los académicos Además del diálogo, la preparación profesional constituye una de las más importantes señas de identidad de las Academias. En España nace el movimiento académico en el siglo XVIII, bajo el impulso decisivo de los Borbones. Quedan las Academias constituidas por literatos, historiadores, artistas y científicos, dedicados al estudio y difusión de sus respectivas áreas de conocimiento. Al principio los cargos de dirección se encomiendan a destacados personajes de la nobleza, que muy pronto se ven reemplazados por personas cualificadas capaces de profundizar en el desarrollo y la investigación de sus respectivos campos. Ellos enseñan y otorgan títulos de sus especialidades y se sustituye así la enseñanza en la sociedad gremial por la intelectual. Hasta comienzos del siglo XX continuará esa función docente, que después pasaría a las Universidades. Desde el primer momento, existe en la Academia un doble signo, cultural y consultivo, que se ha mantenido a través de las múltiples reformas estatutarias: sus funciones más importantes serán la formación de científicos y artistas, la celebración de conferencias y cursos, la emisión de dictámenes e informes para diversos organismos públicos, las convocatorias de premios, las publicaciones sobre las materias propias de cada Academia, y la reunión, exposición y propagación de los bienes de interés cultural. Las personas que las constituyen tienen el prestigio y la consideración en sus respectivos ambientes profesionales y artísticos. Forman, en palabras de Pemán, el «superior Senado de la vida intelectual española para su representación ante el poder público y ante la vida académica extranjera». Es importante que las Academias sean lugar donde se acoge a los mejores, a los que más lejos lleguen en el trabajo artístico, científico, intelectual o creativo. Sus miembros deben ser personas que, por su trabajo esforzado y su rigor de planteamientos, se conviertan en consejeros desinteresados e indispensables para los Gobiernos y las Administraciones en materias de su competencia. Es difícil que un dictamen elaborado por la voz serena de la experiencia, con la acumulación de ese potencial cultural y científico proporcionado por sus miembros, resulte de escaso interés. Pero si no se estudian y fundamentan bien los informes, pasan a ser opiniones más o menos interesantes. Por eso es tan importante para las Academias el acierto en la elección de los candidatos a ocupar puestos en ellas. Prescindiendo de cualquier otro tipo de afinidades, deben ser elegidas personas que además de tener un pasado tengan un futuro, y que
  • 16. comprendan que el trabajo, remunerado o no -como sucede en las Academias-, es un valor que da sentido a su vida. Cuenta Antonio Díaz-Cañabate, en su crónica del discurso de ingreso de Gerardo Diego como académico, lo siguiente: «Un buen señor, literato concienzudo, autor de copiosos volúmenes sobre todo lo humano y parte de lo divino, soñaba con ser académico. O sus fuerzas eran pocas, o sus méritos escasos. Lo cierto es que se producían vacantes y nuestro hombre fracasaba en su tenaz empeño. En esto, se le murió su mujer. La adoraba. Grande, inmenso fue su dolor Se temió por su salud. Entonces, un amigo, un día, llegó a él y le dijo: -Bueno, mira, es preciso sobreponerse. -No puedo, es más, no quiero. ¿Para qué la vida sin ella? -Para ser académico. -Mano de santo. Reaccionó. Vivió. Se murió sin lograr el sillón». Ciertamente, aunque sea una ilusión de muchos formar parte de la Academia, hemos de procurar que las Academias tengan el máximo prestigio y se conviertan en la voz de la sabiduría y del buen juicio, en beneficio de la sociedad a la que sirven. Ayuda también el hecho de que ese prestigio personal les haya hecho alcanzar a sus miembros una situación en vida que les permita poder eludir cualquier intento de presión política o de compromisos interesados en el cumplimiento de su misión. Recordemos que no siempre ha sido así. Por ejemplo, y remontándonos a fina les del siglo XVIII, el académico Juan de Villanueva acusaba a los arquitectos de la Comisión de Arquitectura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando «de rechazar proyectos, para que después se los encargaran a ellos mismos, percibiendo así más trabajo y ganancias». Una institución tiene el prestigio que tienen sus miembros. Los futuros integrantes de la Academia deben ingresar con la ilusión y el convencimiento de que en su trabajo deben resaltar el esfuerzo personal, la honestidad, el rigor intelectual o artístico y la convicción de una tarea a cuyo servicio merece la pena consagrar una parte importante de su vida. La misión del intelectual, resumía acertadamente Julián Marías, consiste en «mirar, ver la realidad y decir la verdad pase lo que pase». Esas personas son las que debemos buscar: las que son más sobresalientes; las que mejor conocen su oficio; las que viven más de proyectos que de recuerdos; aquellas personas que, además, probablemente nos superen en talento y capacidad. Las nuevas formas artísticas Además del diálogo y de la preparación profesional, se hacía referencia al comienzo de esta disertación a que era necesario, en tercer lugar, la mirada respetuosa al pasado que nos lleva a un futuro. Luis Feito, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, decía que «hoy se le llama artista a cualquier cosa. Antes no se hacía pintura sin saber pintar. Había un oficio. Lo mínimo que un pintor debe hacer es dominar el oficio. Hoy se ha abandonado y, por eso, se ve lo que se ve. Se ha producido una degeneración de la libertad que se consiguió con la revuelta de arte contemporáneo. Lo que se impone hoy en el mercado son emborronamientos pedantes con pretensiones de arte. Se ha puesto de moda que un cuadro parezca que no está bien pintado, que tenga goterones, manchas... Eso queda muy bien, muy de vanguardia, una palabra absurda y aberrante en el arte. El arte nunca es original. Siempre viene de una evolución anterior. Es como coger la antorcha. Sin esa continuidad de la tradición, el arte no existe. Voy al Prado en peregrinación a beber de nuevo en las fuentes. Eso es pintar eso es tener un dominio maravilloso del oficio. Entrar en la sala de Velázquez es como entrar en San Pedro de Roma. Te da moral, porque dices: eso existe».
  • 17. Quien manifiesta esto no es un pintor realista, sino que está ligado como fundador al grupo El Paso, junto a Canogar, Millares, Saura, Rivera y otros, que representan lo mejor del arte abstracto español. Ciertamente, la base de la cultura radica en la tradición. Escribió nuestro querido Francisco Javier Martín Abril, con su sencillez habitual, que la cultura es lo que queda después de olvidar el pie de la letra, un perfume, un airecillo, que no se exhibe, que mana sin que se note. De una manera menos poética pero más precisa podría definirse la cultura como el conjunto de conocimientos que la humanidad ha ido acumulando a lo largo de los siglos, dando origen a un patrimonio intelectual común a los hombres de todas las épocas. Es importante definirla así, porque hoy la palabra «cultura» empieza a estar desgastada, o a perder parte de su significado, por el abuso que se realiza de ella, inundándonos con pretendidos productos culturales; la inflación de la cultura conduce a la indiferenciación y a la confusión de los criterios que sirven para ver, juzgar, seleccionar y elegir. No todo lo que se ofrece tiene valor o interés cultural. Y bueno será recalcar, una vez más, que, sobre todo en el mundo del arte, existe hoy mucha cultura-basura, que no transmite valor alguno. Y cultura equivale a contenido. Además, se está produciendo en estos tiempos una cristalización de la cultura: las ideas se renuevan en muy escasa medida, en las últimas décadas. Faltan intelectuales y faltan artistas. Vamos tan deprisa por la vida que no contemplamos ni reflexionamos, con lo que estamos contribuyendo a poner en peligro los fundamentos éticos, morales, culturales y sociales sobre los que se ha desarrollado el progreso desde tiempos inmemoriales. Las Academias tienen el deber de custodiar esos fundamentos y ponerlos en valor. El estudio del pasado y el pensamiento avanzado son propios de la labor de las Academias a lo largo de su historia. Los académicos reciben un legado, tanto en lo material como en el mundo de las ideas, que tienen que conservar y aumentar en la medida de lo posible. Las Academias son, por lo tanto, conservadoras por un lado, y creadoras de nuevas actividades y tendencias por el otro. Siempre deben ser un factor de renovación cultural. Representan, de algún modo, como dijo Juan Manuel Reol Tejada, Académico de la Real Academia de Farmacia, «la mirada que vislumbra los grandes objetivos y horizontes. Las Reales Academias no son sólo un arca en la que se guardan tesoros de ciencia y cultura para la memoria viva y permanente de los pueblos, sino, también, foco para iluminar la actualidad con tanta capacidad de análisis y discriminación como ausencia de sectarismos y de modas». En este siglo XXI puede decirse que está naciendo una nueva cultura humana, cuyos símbolos más destacados son el arte y la ciencia. Se trata de una cultura que tiene sus luces y sus sombras. Por un lado, asistimos a un vertiginoso despliegue de la tecnología, que modificará el modo de vivir y de pensar. La informática y la automatización van a proporcionar un giro cultural tan importante, que el mundo en un plazo de 50 años o, incluso, mucho menos, será muy diferente al que ahora conocemos. En definitiva, el cambio permanente caracteriza a la sociedad electrónica contemporánea, y las Academias tienen que encontrarse en situación de investigarlo para dar respuestas válidas a sus interrogantes, y para mostrarse también en alerta ante cualquier amenaza. Porque esta nueva cultura tiene también sus sombras. La más importante de ellas es la crisis de valores que se está produciendo en la sociedad contemporánea. La armonía que debía existir entre la ciencia, la moralidad y el arte, está siendo arrollada por la sociedad tecnológica, que parece cuestionar algunos de los valores fundamentales para la vida social. La fidelidad, la lealtad, el respeto, la abnegación, el servicio a los demás, el sentido de la responsabilidad, la solidaridad: en fin, todo un conjunto de valores que dan sentido a nuestra vida, parecen estar en peligro de desvanecimiento o de desaparición, por la presión del utilitarismo,
  • 18. del individualismo, del interés económico y del relativismo moral e intelectual. ¿Qué pueden hacer las Academias ante este estado de cosas? La respuesta es clara: las Academias deben contribuir a que el ser humano sea cada vez más digno. La dignidad espiritual del hombre radica en que puede pensar y tomar decisiones libres. Las Academias, uno de los lugares donde reposa la cultura, deben mejorar la calidad de vida de la sociedad, ayudando a entender el mundo en que vivimos, proponiendo y transfiriendo modelos a esa sociedad mediática que necesita de ellos, porque está anegada de falsas presencias. No están realmente en crisis los valores, pero sí la apreciación que hacemos de ellos. Probablemente más que buscar valores nuevos, nuestra tarea consista en redescubrir la actualidad de los mismos: la dignidad inviolable de las personas, que lleva al respeto de sus derechos fundamentales; la búsqueda positiva del bien común, el sentido de la trascendencia en el hombre. Es ésta una tarea necesaria para la vida social porque una democracia sin valores se transforma con facilidad en totalitarismo, visible o encubierto, que no respeta la libertad y los derechos de las minorías. La verdad no puede sustituirse cómodamente por un consenso descomprometido de esfuerzo o responsabilidad. Ante quienes hacen caricatura fácil y tópica de virtudes acrisoladas, entiendo que no se puede interpretar rectamente nuestra historia, ni nuestra literatura, ni nuestro lenguaje, ni nuestro arte, prescindiendo de las manifestaciones culturales y vitales del cristianismo. Ellas forman parte de nuestra herencia y -siguiendo la reflexión de Julián Marías acerca de que «el cristianismo consiste en la visión del hombre como persona»- opino que no es sensato despreciar su noble concepción del hombre y del bien común, que son respectivamente los principios antropológico y metafísico que deben informar todos los valores. Las Academias, entrando en el juego de la sociedad multicultural a la que nos encaminamos, deben proyectar sus convicciones sobre la vida pública, con propuestas que sean fruto de la reflexión madura, para conseguir que la sociedad sea más humana. Ellas pueden aportar elementos muy positivos para conocer mejor al hombre, y realizar la síntesis adecuada del saber y de la ética, armonizando lo que Kant definió como las tres formas de la razón: la razón teórica (es decir, la ciencia), la razón estética (el arte) y la razón práctica (esa ley moral interior que maravillaba al filósofo de Königsberg). En la antigua Atenas, aquellos que permanecían silenciosos eran considerados inútiles. No es momento tampoco el actual de permanecer silenciosos. La tolerancia, valor emergente y compartido, no puede entenderse como simple indiferencia ante la verdad, sino como el exquisito respeto a la persona y a su libertad, compatible con la discrepancia en las convicciones. Tolerancia no es permisividad como tampoco lo es la actitud de quienes propugnan relegar las convicciones éticas al ámbito de lo privado. A éstos se les podría recordar que supone una discriminación impedir que una persona aporte sus convicciones éticas. La verdadera tolerancia debe traducirse en la posibilidad de un debate que permita argumentar y razonar para poder convencer. Otro valor clave es la solidaridad. Nadie puede permitirse el lujo de ser egoísta, y mucho menos las Academias que carecen de sentido si no son relevantes para la sociedad. Las Academias deben poner, al servicio del hombre, sus múltiples capacidades, con planteamientos globales pluridisciplinares, innovadores y anticipatorios, sin olvidar, claro está, sus propias e inmediatas funciones, señaladas en sus Estatutos respectivos. La activa participación de los académicos Antes ya se hizo referencia al hecho de que las Academias deben valorar el presente y plantear ideas de propuestas hacia el futuro, dando su comprometida opinión y consejo al Gobierno y a las
  • 19. Administraciones, en materias de su competencia, sea o no solicitado su dictamen, absteniéndose de contestar a consultas de particulares. Las Academias son, también se ha dicho, instituciones consultivas de la Administración del Estado, y tienen la facultad de dirigirse al Gobierno para exponer las iniciativas que consideren oportunas. Este es precisamente el mejor servicio que pueden prestar a la sociedad, para el que están, además, especialmente preparadas, por sus conocimientos acumulados y bien sedimentados, y por su total independencia. Por eso no basta con una presencia testimonial de los académicos en sus sesiones reglamentarias: es preciso su activa intervención. El trabajo sigue siendo, en nuestra cultura occidental, un modo de participación en la obra de la creación y, por lo tanto, tarea de la máxima importancia en la construcción del mundo; lo que se opone frontalmente a esa corriente contemporánea que trata de convencer al ser humano de que no es capaz de heroísmo, sólo de comodidad. Y comodidad equivale a mediocridad, lo que es incompatible con el espíritu académico, promotor constante de la ciencia y del saber. Sin esfuerzo es imposible llevar a cabo un trabajo bien hecho. Sólo así, con su trabajo, conseguirán las Academias acrecentar su prestigio, aumentar su credibilidad y conseguir que la tarea consultiva que desempeñan vaya a más. Porque no puede olvidarse que en la actualidad han proliferado organismos intermedios, especializados en diferentes áreas del conocimiento. Las Academias deben lograr «incitar colectivamente a los poderes públicos para que éstos hagan uso de las ventajas que ofrece el tener organismos constituidos suficientemente capaces», como sostenía el científico Ángel Martín Municio. Que se nos utilice, que se nos exija; no sólo que se nos tolere. Tampoco pueden las Academias hacer dejación de derechos que legalmente les corresponden, incluso vindicarlos por la vía contencioso-administrativa. Aunque no sea ésta la vía habitual, tampoco pueden las Reales Academias dejar de acudir a ella cuando las circunstancias lo exijan y exista una razón proporcionada. Desde Sócrates la cultura siempre tiene algo de incómodo para lo políticamente correcto. Presencia en la sociedad Pero la finalidad de las Reales Academias de Bellas Artes no consiste sólo en defender el patrimonio artístico por todos los medios a su alcance, sino también en divulgar y extender el aprecio social por las Bellas Artes, porque no es la suya una contribución «reivindicativa», sino fundamentalmente contributiva: «Existen tareas que ninguna otra corporación puede desempeñar y las Academias de cada país necesitan ponerse a punto para realizarlas», dice el punto 1.0 de la Declaración Académica emitida tras la Reunión de Academias Europeas en Madrid, en 1991. Ese es el reto, esa es la esperanza. Cada Academia debe dinamizar su propia institución para adecuar su funcionamiento a las necesidades y planteamientos que hoy en día se demuestran prioritarios. Otro problema importante a resolver por las Reales Academias, es el de la comunicación externa, o, mejor dicho, el de su poca comunicación. Y para que la sociedad conozca lo que hacen las Academias, deben encontrarse los cauces oportunos para hacerle llegar los planteamientos teóricos, humanos, estéticos e históricos que presiden ese «buen hacer» de las Academias, porque no siempre se han conseguido transmitir adecuadamente los trabajos realizados. Por lo tanto, las Academias deben reconocer el importante papel de los medios de comunicación para contribuir a una mayor sensibilización de la sociedad por los temas que estudian. Precisamente porque es consciente de esa realidad, y está constituida por personas que trabajan y se mueven en ese
  • 20. ambiente, pero conocedores de la importancia de la misión de salvaguarda del patrimonio que tienen encomendada y de la que son responsables ante futuras generaciones, es por lo que permanece alerta ante posibles atropellos y aconseja, tras detenidos estudios multidisciplinares, las medidas a tomar en casos concretos. Todo esto, y mucho más, forma parte del apasionado y apasionante trabajo que el académico puede ofrecer a la sociedad. «La belleza salvará al mundo» dice con profunda intuición un personaje de Fedor Dostoievsky, comentado oportuna mente por Juan Pablo II en su «Carta a los artistas». «España -decía S. M. el Rey D. Juan Carlos 1 en su citado discurso- necesita sus artistas y sus intelectuales, sus científicos y sus escritores, pues ellos son parte sustancial de nuestra conciencia colectiva y su actividad resulta insustituible en la enunciación de nuestros problemas y en la búsqueda de soluciones». Este es el horizonte de trabajo de las Reales Academias para el siglo XXI. La bella tarea para la que, sin duda, podemos esperar la comprensión y el afecto de todos.
  • 21. A. Miguel Nieto. Concha Lagos OBRAS EN LA EXPOSICIÓN
  • 22. I.- La Real Academia - José Vergara (1726-1799) Inmaculada Concepción, h. 1770 O/l. 1 x 0,80 m. -Ricardo Pastor Álvarez Las Bellas Artes, 1882. Madera. 0,42 x 0,61 m. - Diego Pérez Martínez (1750-1811) Carlos III, 1785 O/l. 1,23 x 0,96 m. - Valentín Carderera (1796-1880) Pedro González Martínez ,1836 O/l. 0,59 x 0,43 m. - Blas González García-Valladolid (1839-1919) Lázaro Rodríguez González, 1885 Ó/l. 1,22 x 0,94 m. - José Martí y Monsó (1840-1912) César Alba Garíca-Oyuelos, 1890 Ó/l. 1,25 x 0,94 m. -Luciano Sánchez Santarén (1864-1945) José Muro López Ó/l. 1,21 x 0, 93 m. - Julio Barrera Ángel Díaz y Sánchez, 1929 Ó/l. 1,22 x 0,99 m. II.- La Enseñanza, Concursos, Premios y Becados - José Martí y Monsó (1840-1912) José Fernández Sierra, 1855 Ó/l. 1,21 x 0,94 m. -Epifanio Martínez de Velasco (1799-?) Aduana para Valladolid. Examen de arquitecto, 1833 Papel, tinta negra y aguada -Tomás de La Plaza y Fernández Casa consistorial. Examen de maestro de obras, 1846 Papel, tinta y aguada -Pedro José de Astarbe Casa de baños. Examen de maestro de obras, 1851 Papel, tinta y aguada -Mariano Diez Alonso Casa de baños. Examen de maestro de obras, 1867 Papel, tinta y aguada Miguel Sánchez Pinillos (1847-?) Círculo de recreo. Examen de maestro de obras, 1868 Papel, tinta y aguada - Luciano Sánchez Santarén. (1864-1945) El fauno del cabrito, 1893 Dibujo a lápiz - Anónimo Modelo de capitel jónico, sg. XVIII Madera
  • 23. - Anónimo Modelo humano, h.1890 Yeso. 1,17 -Aurelio Rodríguez Vicente Carretero (1863-1917) Juan Bravo, 1886 Yeso. 0,75 m. - Francisco Fernández de la Oliva (1854-1893) Alrededores de Canencia (Madrid), 1877 Ó/l. 0,41 x 0,61 m. - Mario Viani (1861-1931) La fiesta del barrio, 1880 Ó/l. 0,50 x 0,61 m. - Francisco García de la Cal (m. 1899) Sevillana, 1886 Acuarela. 0,65 x 0,48 m. -Gabriel Osmundo Gómez (1856-1915) Viva la Virgen! 1886 Ó/l. 0,50 x 0,94 m. -Marcelina Poncela (1867-1917) Cercanías de Vriesland (Holanda), 1887 Ó/l. 0,54 x 0,80 m. -Dario Chicote (1862-1951) ¿Será aquél? 1888 Barro cocido. 0,57 m. -Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?) Crepúsculo, 1889 Ó/l. m. 0, 22 x 0,36 m. -Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?) En tierra Ó/l .0,32 x 0,67 m. -Mariano de la Fuente Cortijo (1856-?) En tierra, 1889 Ó/l. 0,22 x 0,36 m. -Aurelio García Lesmes (1884-1942) La vuelta de la siega, 1904 Ó//l. 1,10 x 1,36 m. -Victoriano Chicote Recio (1874-1961) Boceto de techo para el palacio municipal, 1904 Ó/l. 0,70 x 0,95 m. -Francisco Prieto Santos (1884-1967) Danzando al santo en Amusquillo, 1904 Ó/l. 1,10 x 1,50 m. - Eduardo García Benito (1891-1981) Academia, 1911 Ó/l. 0,80 x 1 m. III.- Académicos artistas -Pedro Collado Fernández (1874-1957) Las hormigas, 1934 Ó/l. 1,10x1,60 m.
  • 24. -Antonio Maffei (1885-1961) Las tenerías, 1947 Ó/l. 1,21 x 0,90 m. -Anselmo Miguel Nieto (1881-1964) Concha Lagos Ó/l. 0,60 x 0,49 m. -José Cilleruelo (1889-1956) Narciso Alonso Cortés, 1947 Madera. 0,32 m. -Antonio Vaquero (1910-1975) Cabeza de joven, 1958 Piedra. 0,27 m. -José Luis Medina (1909-2003) Cabeza femenina, 1959 Bronce. 0,31 m. -Mercedes del Val Trouillhet (1926-2012) Cepas y lomas Ó/l. 0,84 x 1,02 m. -Félix Cano Valentín (1930) El marqués de la Vega Inclán, 1990 Ó/l. 0,62 x 0,51 m. -Félix Antonio González (1921-2009) Paisaje castellano, 1993 Ó/l. 0,63 x 0,80 m. -Elvira Medina de Castro (1911 - 1998) Naturaleza viva,1979 Ó/l. 0,33 x 0,52 m. -Santiago Estévez (1940) Calle Núñez de Arce grabado -Lorenzo Frechilla del Rey (1927-1990) Columna quebrada, 1985 Hierro y acero. 0,75 x 0,62 x 0,30 m. -Luis Jaime Martínez del Río (1946) Sin título, 1986 Barro cocido. 0,37 m. IV.- La colección -Isidro González García-Valladolid (1843-1879) Las Majas (copias de F. Goya),1878 Ó/l. 0,96 x 1,89 m. -Eugenio Oliva (1857-1925) El escultor Ángel Díaz, 1896 Ó/l. 0,61 x 0,42 m. -Ignacio Gallo y Ros El violinista Julián Jiménez.1912 Yeso. 0,64 m. -Mariano Benlliure (1862-1947) Mi nieto, 1922 Mármol. 0,43 m.
  • 25. -Joaquín Roca Carrasco (1997-1981) Tarde gris en el bosque.1922 Ó/l. 1,06 x 1,11 m. -Eduardo García Benito (1891-1981) Alfonso XIII jugando al polo en Deauville, 1922 Ó/l. 2,70 x 3,30 m. -Eduardo García Benito (1891-1981) El museo soñado, 1954 Dibujo a tinta sobre papel -Eduardo García Benito (1891-1981) El paseíllo, 1955 Ól. 0,77 x 0,96 m.
  • 26. Historia de la Academia
  • 27. En 1779 un grupo de aficionados a las Matemáticas, presidido por el joven Pedro Regalado Pérez Martínez, tuvo la idea de crear en Valladolid una academia para enseñar matemáticas y dibujo a la juventud interesada. Las primeras constituciones para el funcionamiento de la institución pedagógica fueron revisadas por la Sociedad Económica Matritense y aprobadas en 1783 por el monarca Carlos III, que admitió a la Corporación bajo su real protección. Tres años más tarde se redactaron nuevos Estatutos, fijándose la denominación académica como "Real Academia de la Purísima Concepción de Matemáticas y Nobles Artes", y Carlos IV le otorgó en 1802 los mismos privilegios y exenciones que disfrutaban las Academias de San Carlos de Valencia y San Luis de Zaragoza Los fines que se propuso la Academia vallisoletana fueron en un principio la promoción y fomento de las artes mediante la enseñanza de las matemáticas y el dibujo; la conservación de los monumentos y obras de arte existentes en la región, y la vigilancia para preservar la pureza de los cánones artísticos establecidos. Tenía un ideario y unos fines absolutamente "ilustrados". Para cumplir tan reducido y al mismo tiempo ambicioso programa la Real Academia, a cuyo frente estuvo -hasta 1849- la figura del Protector, dispuso de un cuadro de personal docente (Director general, Directores y Tenientes de las distintas enseñanzas) y de un número indeterminado de académicos que se clasificaban en Meritorios y Honorarios, elegidos respectivamente por sus méritos artísticos o relevancia social. Las enseñanzas que ofrecía la Institución se ampliaron en 1794, impartiéndose clases de Arquitectura y algo más tarde de Pintura y Escultura. Al mismo tiempo la Academia habilitaba, mediante examen, a los que deseaban ejercer la arquitectura u obtener el título de Maestro de Obras, Agrimensor y Aforador, inspeccionando igualmente, a partir de 1808 todos los proyectos artísticos o arquitectónicos que se pretendían realizar en la región, bien fuese por particulares o por corporaciones. De esta manera se reforzaba la vigilancia que desplegaba la Real Academia de San Fernando, garantizándose mejor la unificación estética del país. En 1849 todas las Academias del Reino sufrieron una reestructuración importante, procediendo el Gobierno a su reglamentación y clasificación. La vallisoletana a partir de 1850 perdió su denominación castiza y pasó a titularse "Academia Provincial de Bellas Artes", considerándose como de primera clase, fijándose el número de sus miembros en 24 (20 académicos, Presidente y 3 consiliarios) y estructurando sus enseñanzas en elementales y superiores (suprimidas éstas en 1869). Además se hizo cargo del recién creado Museo de Pintura y Escultura, formado con las obras de arte procedentes de los conventos desamortizados y en cuyos trabajos preparatorios desempeñó la Academia un papel decisivo, al tiempo que continuó velando por el buen gusto de las obras o reformas que se llevaban a cabo en su jurisdicción. La nueva vida académica se reforzó en 1852 con la creación de la Escuela de Maestros de Obras, Directores de Caminos vecinales y Agrimensores (suprimida en 1869), el inicio de la formación en 1875 de la Galería de Objetos Arqueológicos, base del futuro Museo de Antigüedades o Arqueológico (1879) y una crecida emisión de informes oficiales solicitados por los distintos organismos locales o nacionales sobre monumentos, oportunidad de reformas, conservación del patrimonio histórico-artístico, etc. En 1863 la Academia tuvo la idea de convocar un concurso para premiar las cualidades artísticas de sus alumnos más sobresalientes. Sin embargo el proyecto no se consolidó hasta el año 1875, institucionalizándose a partir de entonces y engrosando con las obras premiadas los fondos artísticos de la Institución, que pretendía formar una Galería de artistas contemporáneos.
  • 28. Los concursos supusieron un formidable aliciente para el alumnado de la escuela académica. Un alumnado que crecía paulatinamente según pasaban los años. En el curso 1872-1873 se matricularon 648 alumnos, mientras que en 1890-1891 el número aumentó a 1.144, siendo la matrícula del curso 1883- 1884 la más elevada: 1.238 alumnos. Además a partir del año académico 1875-1876 se permitió el ingreso al alumnado femenino, convirtiéndose en una de las escuelas más avanzadas y concurridas de la nación. La Academia, que había nacido en la sala de juntas de la cofradía penitencial de Nuestra Señora de la Piedad, sin más medios económicos, costeada y mantenida hasta 1804 por los propios académicos no tuvo nunca una vida económica fuerte. Pendiente en un principio de los ingresos procedentes de la casa-teatro de la ciudad o de determinados arbitrios de puertas, dependió posteriormente de las subvenciones municipales y provinciales hasta que el entonces Ministerio de Instrucción se hizo cargo del costo de las enseñanzas que impartía. La necesidad de disponer de espacio suficiente para albergar el crecido número de alumnos, los museos y la propia Corporación representó un verdadero problema. Los traslados de domicilio fueron continuos (Ayuntamiento, diversas casas en las calles de Teresa Gil y Fray Luis de León) y se puede decir que no tuvo adecuado establecimiento hasta 1856 en que se instaló en el antiguo Colegio de Santa Cruz, del que fue desalojada en 1935, trasladando entonces sus enseres y colección a los almacenes del Museo Nacional de Escultura. Cuando en 1892 por Real Decreto se reorganizaron las Escuelas de Bellas Artes, se asestó un duro golpe a la Real Academia, que tuvo que desprenderse de aquélla. Sin embargo muchos de sus miembros siguieron impartiendo sus enseñanzas en la Escuela, que variaría de nombre titulándose sucesivamente: de Artes e Industrias (1900), de Artes Industriales (1907) y posteriormente de Artes y Oficios (1910). Ciertamente la Academia continuó rigiendo la vida artística de la ciudad y todavía en 1904 y 1912 convocó dos importantes concursos y exposiciones de obras de arte, creándose también en 1911, gracias a sus gestiones, la Escuela de Música, llamada más tarde Conservatorio de Música. En 1936 la Academia volvió a denominarse con su antiguo título de la Purísima Concepción y en 1948 se instaló en la Casa de Cervantes (c/ del Rastro, s/n), entonces bajo el patronato de la Fundaciones Vega Inclán. Por fin en 1989 pudo ver cumplido su antiguo anhelo de instalar dignamente sus colecciones artísticas en su propio Museo ocupando para ello la segunda planta de la vivienda en la que tiene su sede. Desde 1994 forma parte de la Confederación Española de Centros de Estudios Locales (CECEL) y desde 1996 se encuentra asociada al Instituto de España. BIBLIOGRAFíA Jesús María Caamaño Martínez, "Datos para la historia de la Real Academia de la Purísima Concepción de Valladolid. 1786-1797", Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 1963, pp. 86-151. Celso Almuiña, Teatro y Cultura en el Valladolid de la Ilustración, Valladolid, 1974, pp. 36-46. Amalia Prieto Cantero, Historia de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, Valladolid, 1983. Jesús Urrea, La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Valladolid, 1984. Mariano Esteban Piñeiro y M. Jalón Calvo, "Una Academia de Matemáticas en el Valladolid Ilustrado", en Ciencia, Técnica y Estado en la España Ilustrada. Zaragoza, 1990, pp. 303-319. Jesús Urrea, "Los Académicos de la Purísima Concepción 1779-1849", Boletín de la Real Academia de la Purísima Concepción, 28, 1993. Jesús Urrea, "Los primeros pasos de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción", Academia, 1993. pp. 297-316. Jesús Urrea, Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Pinturas y Esculturas, Valladolid, 1998. Jesús Urrea, "Las ediciones de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción", Argaya, 28, 2004, pp. 50-52.
  • 29. Estatutos y Reglamentos que se han dado a esta Real Academia
  • 30. 1783. Real Cédula en que S. M. aprueba la erección de la Academia, sus primeros Estatutos y la admite bajo su Real Protección (El Pardo,16 de febrero de 1783). 1786. Estatutos de la Academia aprobados por S. M. (San Lorenzo, 28 de octubre de 1786). Se imprimieron en 1789 por D. Manuel Santos Matute, impresor de dicha Real Academia. 1802. Real Orden (30 de julio) y 1807. Real Cédula (San Lorenzo, 9 octubre). Dotación y concesión de los mismos privilegios que gozan las de San Carlos de Valencia (Real Orden 14 de febrero de 1768) y San Luis de Zaragoza (Real Orden 18 de noviembre 1792). Impresas en 1808 por Pablo Miñón, impresor de dicha Academia. 1849. Reglamento (Real Orden 31 de octubre 1849). Impreso en 1882 por Hijos de Rodríguez, libreros de la Universidad. 1946. Reglamento interior, publicado en Boletín Oficial del Ministerio de Educación Nacional (9 y 23 de septiembre de 1946). 1998. Estatutos de la Real Academia (Orden Ministerial 31 de julio de 1998), publicados en el Boletín Oficial del Estado (12 de agosto 1998). Objetivos de la Academia Se encuentran definidos en sus Estatutos (Orden Ministerial de 31-VII-1998): Artículo 1 Su fin principal es el fomento, defensa y difusión de las Bellas Artes de Valladolid y su provincia. Artículo 2 Esta tarea abarca las siguientes actividades: a) Velar por la conservación de los monumentos y obras de arte. b) Emitir informes destinados al Gobierno, Junta de Castilla y León y Corporaciones e Instituciones locales. c) Mantener contacto con las Reales Academias, para hacer más eficaz su labor. d) Acrecentar su propia colección con pinturas, esculturas, planos, dibujos, grabados, partituras, documentos y libros relacionados con loas bellas artes. e) Fomentar la investigación y publicación de monografías de temas histórico-artísticos. f) Organizar sesiones científicas de contenido histórico-artístico. g) Organizar exposiciones de arte y conciertos musicales.
  • 32. La primera Lista de Académicos se publicó en 1783, incluida en la Distribución de los premios concedidos por la Real Academia de la Purísima Concepción de Valladolid a sus individuos y discípulos hecha en la junta pública de 7 de diciembre de 1783; se publicó nuevamente en 1827 dentro del Catálogo de los señores individuos de la Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes de la Purísima Concepción. En 1822 se empezó a formar un "libro registro" en el que se anotaron los nombres de todos los individuos pertenecientes a la Academia entre los años 1779 y 1849 (Archivo Universitario de Valladolid, Libro 565), extrayendo la información de los libros de actas de juntas ordinarias y de gobierno, que completaba otro libro anterior en el que se anotaron las recepciones de académicos desde 1779 a 1818. La lista no volvió a editarse hasta 1872, cuando se empiezan a publicar las Memorias anuales de la Corporación que siguieron apareciendo regularmente hasta 1891. La Guía de Valladolid y su provincia de J. Alvarez del Manzano (Valladolid, 1900) incluyó la lista de los académicos numerarios y también lo hizo la Guía-Anuario de Valladolid y su provincia original de Napoleón Ruiz (Madrid, 1914) así como la Guía- Anuario de Francisco Antón (Valladolid, 1922) y la de Francisco de Cossío (Valladolid, 1926). El Boletín de la Academia, publicado por vez primera en 1930, inserta la composición de esta Institución, publicándose por última vez en el correspondiente al año 1932. En 1991 se editó por primera vez el Anuario, preparado y redactado por el Secretario de la Corporación D. Jesús Urrea, en el que se recogen las listas de Protectores y Presidentes de la Institución desde su fundación y las de Consiliarios, Secretarios generales, Tesoreros, Bibliotecarios y Académicos. En él se aportan las mayores precisiones cronológicas posibles, incluyéndose también la lista de los señores correspondientes desde 1930, año en que se creó esta clase de académicos, así como el catálogo de temas de los discursos de recepción leídos en las juntas públicas por los Académicos de Número de los que se tiene noticia por haber sido editados o por figurar su enunciado en los libros de actas. En el Boletín de la Academia (BRAC), cuya edición también se reanudó en 1991, en su nº 28 correspondiente a 1993, el mismo autor dio a conocer la lista de académicos de la Corporación desde 1779 hasta 1849, especificando sus distintas categorías así como los cargos que ostentaron. En el Anuario de 2001 se incluyó la totalidad de los señores académicos que han compuesto esta Institución desde su creación, así como los académicos Correspondientes y los que lo han sido o lo son de Honor. ACADÉMICOS QUE LO HAN SIDO DESDE 1779 A 1850 DE PRIMERA CREACIÓN (28-X-1779) -Pedro Regalado Pérez Martínez, Director de Matemáticas (31-X- 1779) -Gregorio de Miranda, platero; 2º Director de Matemáticas (31-X- 1779), Director Dibujo, 1º Director de Matemáticas (10-XII-1780) -Manuel de Angulo, Tesorero (31-X-1779), Director particular de Minas, Director General (1784) -Manuel de Trigueros, Señor de Espinosa de la Cuesta, Fiscal (31-X-1779), Vicedirector general (1786) -Manuel Gutiérrez de Cárdava, maestro de Ceremonias (31-X- 1779), Director de Aritmética (1784), 1º Director General (1786) -Diego Pérez Martínez, pintor; Director perpetuo de Dibujo, Director General -Hipólito Bercial del Valle, platero -Gregorio Izquierdo, platero -José Raimundo de Ara, Teniente Director de Aritmética (1786) -Francisco Sánchez -Segundo Fernández -Marcelino Calvo de la Cantera
  • 33. -Ignacio González -Carlos Reconcho ACADÉMICOS DE EJERCICIO O NUMERARIOS O DE MÉRITO (1779-1849) -Andrés Neyra, 14-XI-1779, de mérito; Director de Aritmética; 29-XI-1795, Director General -Nicolás de las Mulas Nieto, 21-XI-1779; 1784, Tesorero -Manuel Miguel Pérez; 28-XI-1779, de mérito -José Joaquín Castaños, 8-XII-1779, de mérito; 10-XII-1780, 2º Director de Matemáticas; 1784, Director de Geometría -Francisco Luis de Victoria, Alférez del Regimiento provincial de esta ciudad; 6-I-1780, de mérito -Juan Izquierdo, 16-I-1780, de mérito; 18-V-1820, Teniente Director de pintura Juan Recio, 3-V-1780, de mérito; 10-XII-1780, 2º Director de Dibujo -Francisco Javier de la Rodera, 1-IV-1781 -Anastasio Chicote, 27-I-1782, de mérito, 27-I-1782; 18-VII-1784 causa baja -Pedro González Ortiz; Académico Supernumerario de la Real de San Fernando; 12-XII-1783, de mérito por Arquitectura; Director de Arquitectura -Blas de Olmedo Gutiérrez, 12-XII-1783, de mérito; 12-XII-1783, Director de Geometría -Pablo Álvaro, 12-XII-1783, de mérito; 1786, Teniente de Arquitectura -Miguel García, 12-XII-1783, de mérito -Agustín Carnicero, 1786, Director Honorario; 1789, de mérito -José Joaquín de Castaños, 18-VII-1784,causa baja -Ramón Canedo, 14-XII-1784, de mérito -Joaquín Canedo, 14-XII-1784, de mérito; 1786, Teniente director de Pintura -Pelipe Espinabete, escultor; 14-XII-1784, de mérito -Juan López, escultor; 14-XII-1784, de mérito -Francisco Álvarez Benavides, 14-XII-1784, de mérito -Pedro León de Sedano, 2-I-1785, de mérito -Francisco Valzanía, 23-I-1785, de mérito; 1786, Director de Arquitectura -Santiago Izquierdo, 13-XI-1785, de mérito -Félix Martínez de la Vega, presbítero; 19-XII-1785, de mérito en Matemáticas -Joaquín Cabezas, 19-XII-1785, de mérito; 24-XI-1786, Teniente Director de Geometría -Manuel de Escalada González, 25-II-1787, de mérito -José Rodríguez Gayón, 11-V-1788, de mérito -Pedro Nicasio Álvarez Benavides,5-XII-1790, de mérito; 29-XI- 1795, Teniente Director de Arquitectura; 16-X-1814, Director -Leonardo de Araújo Sotomayor, 20-II-1791, de mérito, 20-II- 1791; 8-V-1791, Teniente Director de Pintura -Pedro García González, de mérito de la Real de San Fernando; 2-XII-1792, de mérito por Arquitectura; 27-XII-1802, Director de Matemáticas; Director General 2 veces; 8-II-1805, Director de Arquitectura -Félix Martínez López, Catedrático de Prima en Medicina en esta Universidad; 25-XII-1794, de mérito -Ramón de Santillana, 17-XII-1796, de mérito; Secretario hasta 28-II-1803 -Miguel de Santillana Díez, del Cuerpo de Ingenieros; 13-VI- 1797, de mérito en matemáticas -Justo Pellón Morante, Arquitecto; De mérito en Matemáticas; 1798 Teniente Director. -Isidoro López, 1802, de mérito -María Eugenia Miñano y Ramírez, 7-IV-1799, de honor y mérito por la Pintura -María Antonia Montalvo y Dávila, 7-V-1802, de honor y mérito por la Pintura -Dámaso López Ferreiro, 27-II-1803, de mérito -Mariano Salvador de Maella, Pintor de Cámara de S.M.; Director de Pintura de la Rl. Academia de San Fernando; de Mérito en la
  • 34. de San Carlos de Valencia; de Honor en la de San Luis de Zaragoza; 27-XI-1803, de mérito -Pedro Arnal, Arquitecto de S.M. Director de Arquitectura de la Rl. Academia de San Fernando; de mérito en la de San Carlos de Valencia; 27-XI-1803, de mérito -Isidro Carnicero, Director de Escultura en la de San Fernando.; 27-XI-1803, de mérito -Manuel Martín Rodríguez, Arquitecto de S.M. Director de Arquitectura de la Rl. de San Fernando; 27-XI-1803, de mérito -Domingo Velesta, Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, 27- XI-1803, de mérito -José Berdonces, Presbítero; Bibliotecario por S.M. de la Rl de esta ciudad; 13-II-1803; 11-XI-1821, Consiliario (m. 1-XI-1843) -María del Carmen Churruca., 2-III-1806, de mérito por la Pintura -Ceferino Araújo; 25-V-1806, de mérito; 19-X-1806, Teniente Director de Pintura; 2-XI-1814, Director; 18-X-1818, Director General -Cipriano García; de mérito por Matemáticas, 9-X-1814, Teniente Director de Matemáticas; 6-VIII-1815, Director honorario; 18-V- 1820, Director -Jacoba Guiráldez, 10-X-1814, de mérito por la Pintura -Pedro González, 16-X-1814, de mérito por la de Pintura; 21-XII- 1814, Teniente Director; 2-XI-1826, Director; 15-V-1827 y 8-XII- 1844, Director General -Blas Vegas, 8-XI-1816, de mérito por Arquitectura -Julián Sánchez García, 26-VI-1810 aprobado de Arquitecto; 27- IX-1816, de mérito por Arquitectura; 15-X-1820, Teniente Director de Matemáticas; 31-X-1820, Teniente Director de Arquitectura; 28-V-1832, Director de Arquitectura; 25-III-1849, Director General -Mariano Miguel Reinoso, 9-XII-1818, de mérito por Matemáticas; 24-VI-1821, Teniente Director; 11-XI-1821, Vicesecretario; 29-XI-1828, Director de Matemáticas; 21-V-1832. Director General; 5-XII-1839, Director General; 30-XI-1844, Director honorario por renuncia -Manuel O'Donell y Clavería, 30-V-1828, de mérito por la Pintura -Ramón Sainz Gil, 16-XI-1828, de mérito por Matemáticas; 29-XI- 1828, Teniente Director de Matemáticas; 28-V-1832, Director -Rafaela O'Donell y Clavería, 24-I-1829, de mérito por la Pintura -Demetrio Duro Ayllón, 22-II-1829, de mérito por Matemáticas; 10-III-1829, Teniente Director de Matemáticas -María González, 27-V-1829, de mérito por la Pintura -José Fernández Sierra y Arderius, arquitecto de San Fernando; 26-X-1828, de mérito por Arquitectura; 4-III-1830, Teniente Director de Arquitectura; 8-IV-1832, Académico de mérito de San Fernando; 22-IV-1837, Director de Arquitectura; 11-VI-1837, Vicesecretario; 24-XII-1837, Director General -Ricardo González, 21-V-1832, de mérito por Matemáticas; 14- VII-1834, Teniente Director de Matemáticas; 22-IV-1837, Director de Matemáticas -Francisco Saco, 28-III-1833, de mérito por la Pintura;.14-VII- 1834, Teniente Director de Pintura; 21-I-1845, Director de Pintura -Atilano Sanz, de mérito por Arquitectura en San Fernando, San Carlos y San Luis; 30-XI-1833, de mérito por Arquitectura -José de Yarza y Miñana, de mérito por Arquitectura en la Rl. de San Fernando; 7-XII-1839, de mérito por Arquitectura -Antonio Vicente, de mérito en San Fernando, San Carlos y San Luis y Director de Arquitectura de esta última; 14-VII-1840, de mérito por Arquitectura -Juan Manso, agrimensor; 30-VIII-1840, de mérito por Matemáticas puras; 5-VIII-1842, Teniente Director; 4-XII-1843, Director -Félix Sagau, Director de grabado de San Fernando, de mérito de San Carlos y San Luis; 13-II-1842, de mérito de grabado en hueco -Manuel Rico, 6-IX-1840, de mérito por Matemáticas; 4-XII- 1843,Teniente Director; 18-III-1845, Director -Matías Rodríguez Hidalgo, arquitecto y académico de mérito de
  • 35. San Fernando; 25-IV-1843, de mérito por Arquitectura; 4-XII- 1843, Teniente Director de Arquitectura -Pedro González Soubrié; abogado; 11-XII-1846, de mérito por Pintura ACADÉMICOS DE HONOR (1781-1849) Los Estatutos de 1789 prescribían que en la Academia habrá tantos Académicos de honor como tenga por conveniente y para la designación de "esta clase (el Presidente) proponga personas de distinguido caracter, amor a las artes, y celosas del bien público, ya sean seglares, o ya eclesiásticos". D. Juan Antonio Herrero, del Consejo de S. M., Oidor en la Real Chancillería; 25-II-1781, Protector D. Domingo de Villanueva y Rivera Ramírez de Vargas, Conde del Alba Real; académico de la Real Geográfico-Histórica de esta ciudad; socio de la de Amigos del País; 1-X-1783, Protector Excmº Sr. D. Manuel Joaquín de Cañas y Trelles, Duque del Parque, Marqués de Valle Zerrato, Gentilhombre de Cámara de S.M. con ejercicio, Primero Director de la Sociedad Económica de Amigos del País de esta ciudad; 30-XI-1783 D. Juan Antonio García Herreros, del Consejo de S.M. y Oidor en la Real Chancillería; 30-XI-1783 D. Bernardo Pablo de Estrada, Comisario Ordenador de los Ejércitos de S.M; Intendente y Corregidor de esta ciudad; 30-XI- 1783 D. Josef Montalvo y Bohorques, Marqués de Torreblanca, Caballero de la Orden de San Juan, Maestrante de Granada; 30- XI-1783 D. Bernardo de Sarria y Garma, académico de la Real Geográfico- Histórica de esta ciudad; 30-XI-1783, de honor; 5-XI-1786, Consiliario; 8-XI-1789, Viceprotector D. Josef Berdes Montenegro, Caballero de la Orden de Santiago, Oidor en la Real Chancillería; 30-XI-1783, de mérito D. Josef de Córdoba y Mendoza, Marqués de Canillejas, Maestrante de Ronda. 30-XI-1783 D. Francisco de Paula Villanueva y Cañas, Teniente Coronel del Regimiento Provincial de Valladolid; 30-XI-1783, de honor; 5-XII- 1790,Viceprotector; 6-V-1792, Protector D. Germano Salzedo Somodevilla, Marqués de Fuerte Híjar, del Consejo de S.M. y su Juez Mayor de Vizcaya en la Real Chancillería. Consiliario de la Academia de San Fernando; 30-XI- 1783, de honor; 6-VI-1784, electo Viceprotector D. Joaquín Gómez de Tejeda, Marqués de Gallegos de Huebra, Maestrante de Ronda; 30-XI-1783, de honor; 13-VI-1794, Consiliario; 13-III-1816, Viceprotector; 11-XI-1821, Protector D. Antonio del Hierro y Rojas, Sr. de la villa de Villamiel, Maestrante de Ronda, Vizconde de Palazuelos; 30-XI-1783, de honor; 6-V-1792, Consiliario; 13-VI-1794, Viceprotector; 21-III- 1802, Protector D. Francisco Fausto de Castaños y Salazar, Marqués de Bargas, Maestrante de Ronda; 30-XI-1783 D. Ignacio Cabeza de Baca y Berdugo, Maestrante de Ronda; 30- XI-1783 D. Joaquín de Rojas y Arrese; 30-XI-1783 D. Baltasar Carlos de Miñano Rui de Bucesto, Tesorero de Rentas de esta ciudad; 30-XI-1783, de honor D. Fernando de Barrenechea y Castaños, Capitán del Real Cuerpo de Artillería; 30-XI-1783 D. Josef Pérez de Sorarte y Sarabia, Abogado de los Reales Consejos; 30-XI-1783 D. José Mariano de Beriztain y Romero, Académico de la Real Geográfico Histórica, Doctor en Sagrada Teología, socio de la Real Vascongada y de la de Amigos del País de esta ciudad; 30- XI-1783, de honor; 5-XI-1786, Consiliario D. Manuel García Zahonero, Dignidad de Chantre y Canónigo de esta Santa Iglesia, 14-XII-1783; 5-XI-1786, Consiliario D. Martín Sancho Miñano, Canónigo de la Sta. Iglesia Catedral de esta ciudad, Doctor en Sagrados Cánones de esta Real Universidad y Rector de la Universidad de Valladolid; 14-XII- 1783
  • 36. D. Juan Sacristán y Galiano, Racionero de la Sta. Iglesia Catedral de esta ciudad, Doctor en Sagrados Cánones en esta Universidad; 14-XII-1783, de honor; 5-XI-1786, Consiliario D. Félix Pérez Miñano y Casas, 14-XII-1783 D. Bernabé de Muzquiz, Arcediano de Alcira, Dignidad de la Sta. Iglesia de Valencia; 17-III-1784 Excmº Sr. D. Antonio Valcárcel Pío de Saboya, Conde de Lumiares; 17-III-1784 Rvdº P. Maestro Fray Atilano Martínez, Procurador General de la Orden de San Bernardo, 9-VI-1784 D. Juan de Dios de Nuebas, Caballero de Carlos III, Comisario de Guerra, Tesorero de la Real Renta de Tabacos en esta ciudad; de honor de la de San Carlos de Valencia; 9-VI-1784 8-XI-1789, Consiliario D. Manuel de Estefanía, Alguacil Mayor de esta Corte; 9-VI-1784 D. Manuel Manso, socio de la de Amigos del País de esta ciudad; 9-VI-1784 D. Juan Bautista Razeto, 9-VI-1784 D. Manuel Gómez de Salazar, del Consejo de S.M. Inquisidor del Santo Tribunal de la Inquisición de esta ciudad, Obispo de Avila; 12-XII-1784 P. Maestro D. Rodrigo de Orellana, Catedrático de la Real Universidad de esta ciudad, Canónigo Reglar de San Norberto; 12-XII-1784 D. Agustín Caminero, Ayudante del Regimiento Provincial; 12- XII-1784 D. Vicente de Cañas Portocarrero, Duque del Parque, Grande de España de 1ª clase, Consiliario de la R. Academia de San Fernando; 23-I-1785 (?) D. Diego de Sierra, 23-I-1785 D. Antonio de Hermosa y Espejo, Marqués de Olías, Caballero del Orden de Santiago, Coronel de Infantería y del Regimiento Provincial de esta ciudad, socio de la de Amigos del País de ella; 23-I-1785 D. Domingo de Colmenares, Conde de Polentinos, Marqués de Olivares; 23-I-1785 D. Conde de Cancelada, 23-I-1785 D. Francisco Javier de Angulo, Pensionista de S.M. sobre el estudio de la Historia Natural. Director General de Minas del Reino; 23-I-1785 Rvdº P. Maestro Fr. Agustín de Torres, de la Orden de Ntra. Sra. del Carmen, Doctor en Sagrada Teología y Catedrático de Prima en esta Real Universidad, Teólogo Consultor de S.M., socio de la de Amigos del País en esta ciudad, Electo Obispo de Albarracín; 23-I-1785 D. Francisco Antonio de Castillo y Carroz, Marqués de Valera y Fuente Hermosa, del Consejo de S.M. Canciller Mayor del Real Sello de Cera, Doctor en Ambos Derechos, Viceconsiliario de la Academia de San Carlos, etc.; 23-I-1785 D. Manuel de Pino, Deán y Canónigo de esta Santa Iglesia, Doctor en Sagrada Teología de esta Real Universidad, Subcolector de expolios vacantes y medias annatas en esta Obispado y Juez de Cruzada; 23-I-1785 D. Josef Seferd, Rector en el Real Colegio de San Albano de Ingleses en esta ciudad, socio de la de Amigos del País de ella; 23-I-1785, de honor; 13-VI-1792, Consiliario D. Juan Matías de Azcárate, Caballero de Carlos III, Presidente de esta Real Chancillería; 17-VI-1785 D. Pedro Joaquín de Murcia, Colector General de Reales expolios del Reino; 17-VI-1785 Sr. D. Pedro Antonio Colmenares, Capitán de navío; 9-X-1785 Rvdº P. Maestro Fr. Lorenzo del Campo, del Orden de Ntrº P. S. Francisco, Catedrático de Prima de Teología en esta Real Universidad; 30-X-1785 D. Manuel Joaquín Morón, Obispo de esta Diócesis; 12-II-1786 D. Pedro de Alcántara Téllez Girón, Duque de Osuna, Conde de Benavente, Grande de España de 1ª clase, Teniente General de los Reales Ejércitos; 7-IX-1786 Excmª Srª D. Josefa Pimentel, Duquesa de Osuna, Condesa de Benavente; 7-IX-1786
  • 37. D. Sebastián de Gálvez López Mercier, Dignidad de Chantre en la Colegial de Aranda de Duero, Dignidad de Prior de la Colegial de Peñaranda de Duero; 19-XI-1786 D. Josef de Mena y Junguito, Prebendando en esta Santa Iglesia. Canónigo de Zamora; 19-XI-1786 D. Pedro Andrés Burriel, del Consejo de S.M. Presidente de esta Real Chancillería; 9-IX-1787 D. Josef Santos Calderón de la Barca, Presbítero, Exdirector del Real Cuerpo de Ingenieros, etc. 11-IV-1788, de honor y de Mérito Rvdº P. Fray Manuel de Santa Gertrudis, Predicador Mayor en el Colegio de Mercenarios Descalzos de esta ciudad; 23-XI-1788 Dª Vicenta Galiano y Dávila; 23-XI-1788, de honor y de Mérito Excmº Sr. D. Vicente de Cañas y Portocarrero, Marqués de Castrillo y Conde de Belmonte; 8-III-1789 D. Francisco de Cañas y Riaño, Conde de Villariezo; 8-III-1789, de mérito y de honor Ilmº Sr. D. Josef Cregenzán y Montez, del Consejo de S.M. Presidente de esta Real Chancillería; 4-XII-1789 D. Francisco Javier de Azpiroz, Caballero de Carlos III, Corregidor de esta ciudad e Intendente de su provincia; de honor; 5-XII-1790, Consiliario; 6-V-1792, Viceprotector; 21-III- 1802, Protector Ilmº Sr. D. Ignacio Luis de Aguirre, Caballero de Carlos III, Presidente de la Real Chancillería; 7-IX-1794 D. Antonio Montújar y Milla, Intendente de la provincia y Corregidor de Valladolid; 7-IX-1794 Excmº Sr. D. Patricio Martínez de Bustos, Caballero Gran Cruz de Carlos III, Comisario General de Cruzada, Arcediano de Trastamara; 5-XII-1795 Rv. P. M. Fr. Manuel Villodas, Mercedario calzado, Catedrático de Teología; 9-VI-1797 D. Cayetano de Urbina, Intendente del Ejército de Valencia; 15- V-1798 D. Pedro Gómez Ybar Navarro, Del Consejo de S.M. en el de Castilla; 7-X1798 D. Francisco Javier de Villanueva y Barradas; 21-X-1798 D. Vicente Díaz de la Quintana, Regidor; 21-X-1798, de honor; 1-I-1804, Consiliario D. Juan Andrés de Themes, Catedrático de Prima y Oidor; 21- X1798, de honor; 14-X-1814, Consiliario D. Bernardo José de Roa, del Consejo de S.M. Oidor de la R. Chancillería; 3-II-1799, de honor; 2-IV-1802, Consiliario Excmº Sr. D. José Arteaga, Caballero de Santiago, Capitán General; 18-II-1801 D. Juan Antonio González Carrillo, del Consejo de SM. en el Real de Castilla; 21-II-1802 D. José María Tineo, Señor de Noceda. Caballero de Carlos III; 2- IV-1802 D. Juan Antonio Hernández Pérez de Larrea, Obispo de esta ciudad; 1802 D. José de la Mata Linares, Canónigo de Santiago; 8-VIII-1802 D. Ignacio Guernica, Caballero de Santiago, Brigadier; 8-VIII- 1802 D. Luis Ginés de Funes, Canónigo de Santiago; 8-VIII-1802 D. Pascual Vallejo, del Consejo de S.M., Intendente del Ejército y Corregidor; 10-X-1802 Excmº Sr. D. Pedro Ceballos y Guerra, Secretario de Estado y del Despacho, Gentilhombre de Cámara de SM.; 10-X-1802 D. Isidoro Bosarte, Del Consejo de S.M. y su Secretario honorario, Secretario de la Real de San Fernando, Académico de la Historia; de honor en la de San Luis de Zaragoza; 10-X-1802 D. José Berdonces, Prior y Canónigo de la Catedral; 13-II-1803, de Honor; Secretario D. Josef Jalón, Marqués de Castrofuerte, Coronel de Infantería y del Provincial de esta ciudad; 27-II-1803 D. Diego de Sierra, Señor de Paradilla; 27-II-1803 P. Maestro Fray Andrés del Corral, Agustino Calzado, Catedrático de esta Universidad; 5-VI-1803 Excmº Sr. D. Francisco Horcasitas, Capitán General de Castilla y
  • 38. Presidente de la Rl. Chancillería; 7-VIII-1803 Ilmº Sr. D. Vicente Soto y Valcárcel, Obispo de esta ciudad; 22- XI-1803 Excmº Sr. Duque del Infantado, Grande de España; 27-XI-1803 D. Mariano Caballero. Abogado de la Audiencia; 22-XII-1813, de Honor; 10-VII-1814, Vicesecretario; 11-XI-1821, Secretario D. Antonio María Peón y Heredia, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, Comandante General y Jefe Político de esta provincia; 22-XII-1813, de honor y Protector D. Francisco López Petite, Abogado del Ilustre Colegio de la Real Chancillería y Mayordomo de Propios y Arbitrios de la Ciudad de Valladolid; 22-XII-1813 D. Mariano Caballero y Campero, Abogado del Ilustre Colegio de la Rl Chancillería de Valladolid, socio de número de la Real Sociedad Económica; 22-XII-1813, de honor; 10-VII- 1814,vicesecretario;11-XI-1821, Secretario;12-IV,1835, Consiliario; 11-VI-1837, Viceprotector D. José Miguel Carbajal y Bargas Manrique de Lara Chavez Sotomayor Carrillo de Albornoz Fernández de Córdoba Hurtado de Mendoza Silva Guzmán y Quesada, Duque de San Carlos, Conde del Castillo y del Puerto, Alcaide del castillo y fortaleza de Montánchez, Patrono de la provincia de los Santos 12 Apóstoles de S. Francisco en el reino del Perú, Encomendero del Repartimiento de Hichoquari, Correo Mayor perpetuo de las Indias,Islas y Tierra Firme del mar Oceáno descubiertas y por descubrir, Grande de España de 1ª clase, etc. Caballero del Toisón de Oro, Gran Cruz de Carlos III, Comendador de Esparragosa, de Lares en la de Alcántara, Mayordomo mayor y gentilhombre de Cámara con ejercicio, Teniente General de los Reales Ejércitos, Consejero de Estado, Conservador de la Universidad de Salamanca, Académico de las Reales Academias Española y de la Historia, Superintendente general de Correos terrestes y marítimos y de las Postras y Rentas, Estafetas de España y los caminos reales y transversales, posadas y canales y de los bienes mostrencos vacantes y abintestados y de la Real Imprenta; 10-VII-1814, de mérito y Protector D. José Palafox y Melzi, Marqués de Lazán, Caballero de Carlos III, Teniente General de los Reales Ejércitos, Gobernador y Capitán General del Ejército y Reino de Castilla la Vieja, León y Principado de Asturias, Presidente de la Real Chancillería de esta ciudad y de la Real Junta de Policía; 7-IX1814, de honor; 11-IX- 1814, Viceprotector D. Manuel María Gasca de la Vega, Marqués de Revilla, Alférez Mayor del Ayuntamiento de Valladolid; 7-IX1814 D. José Anacleto Pérez, Contador General del Reino de Castilla la vieja; 7-IX-1814 D. Manuel Tarancón, Canónigo Doctoral de la Sta. Iglesia Catedral de esta ciudad; 7-IX1814, de honor; 16-X-1814, Consiliario; 11-XI-1821, Viceprotector; 5-XII-1829, Protector D. Agustín Cabello, Canónigo de la Sta Iglesia Catedral; 7-IX- 1814, de honor; 15-V-1827, Consiliario D. Benito Salinas, Auditor de Guerra del Reino de Castilla la vieja; 7-IX-1814, de honor D. Manuel Gil Reinoso, Regidor de esta ciudad; 7-IX-1814 D. Pablo Salinas, Regidor perpetuo de esta ciudad; 7-IX-1814 D. José María Entero, Relator de lo civil de la Real Chancillería; 7- IX-1814 D. Tiburcio Añíbarro; 7-IX-1814, de honor; 16-X-1814, Tesorero interino D. Pedro Pablo Urquidi; 7-IX-1814 D. Casto García de Castro, Maestrante; 19-I-1815 D. Manuel Gómez, del Consejo de S.M. Alcalde del Crimen, Oidor; 26-V-1815 Sr. Bernardo Etenard. Barón de Castiel (o Castier), Oficial 1º de la Secretaría de Estado; 13-III-1816 Excmº Sr. D. Carlos O'Donell, Capitán General de Castilla la Vieja; 4-XII-1818, de honor; 11-XI-1821, Consiliario D. Pedro Clemente Lignés, Jefe Político Superior de esta Provincia; 30-XI-1821 D. Carlos Espinosa, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos,
  • 39. Comandante General de esta Provincia; 13-XI-1821, de honor D. José Colsa y Saso, del Consejo de S.M. Regente de la Chancillería; 13-XI-1821 D. José Goicoechea, Intendente del Ejército de Castilla; 13-XI- 1821 D. Pedro Pascasio Calvo, Abogado; 13-XI-1821 D. Antonio Umbría, Electo obispo de Valladolid; 13-XI-821 D. Manuel María Junco, del Consejo de SM. en el Supremo de Ordenes; 13-XI-1821 D. Fernando Macho, Canónigo Lectoral de Valladolid; 13-XI- 1821 D. Tomás Araújo, Catedrático de Física de la Universidad; 13-XI- 1821 D. Antonio Apellániz, del Consejo de S.M. Alcalde de Casa y Corte; Oidor de la Chancillería; 13-XI-1821 D. Vicente Olmedilla, Maestrante de Sevilla; 13-XI-1821 D. Luis Rodríguez Camaleño, Abogado; 13-XI-1821 D. Juan Ramón.; 13-XI-1821 D. Luis Francisco de Luis, Contador y Comisionado del Crédito Público; 13-XI-1821 D. José Cabeza de Vaca, Maestro Baylio; Brigadier del Ejército; 13-XI-1821 D. Manuel Santiago Orbaneja y Coca, Canónigo; 13-XI-1821 D. Pablo Alonso Domínguez, Cartujo; 13-XI-1821 D. Vicente Bayón, 13-XI-1821 D. Plácido Ugena, Canónigo; 13-XI-1821 D. José Guerrero, Contador del Crédito Público; 13-XI-1821 D. Santiago Antón Guerra, 13-XI-1821 D. Vicente Valero, Oficial de la Contaduría del Ejército; 13-XI- 1821 D. Anacleto de la Torre; 13-XI-1821 D. Agustín Mayo; 13-XI-1821 D. Juan Nepomuceno González, vecino de Curiel; 13-XI-1821 D. Tomás Barrasa; 13-XI-1821 D. Juan Díaz de la Quintana; 13-XI-1821 D. Manuel Díaz de la Quintana; 13-XI-1821 D. Valentín Cabezas Castañón; 13-XI-1821 D. Tomás González, Canónigo de Plasencia, 13-XI-1821 D. Miguel Tarancón, Canónigo de Valladolid; 15-V-1827 D. José O'Donell, Capitán General de esta provincia; 15-V-1827 Excmº Sr. D. Juan Pontuos (?) y Múgica, Mariscal de Campo; 15- V-1827 D. Antonio de la Parra, Regente de la R. Chancillería; 15-V-1827 D. Juan Baltasar Toledano, Obispo de esta Ciudad; 15-V-1827 D. Pedro Domínguez, Intendente de Valladolid; 15-V-1827, de honor; 15-V-1827, Consiliario; 5-XII-1829, Viceprotector D. José Reguera, del Consejo de SM., Oidor de la Chancillería; 15-V-1827 D. Andrés Román, Canónigo; 15-V-1827 D. Diego María Nieto; 15-V-1827, de honor; 15-XII-1829, Consiliario D. Joaquín de Cengotita y Bengoa, del Consejo de SM., Alcalde del Crimen de la Chancillería; 15-V-1827 D. Joaquín María López de Tejeda, Marqués de Gallegos; 15-V- 1827 D. Joaquín Magaz, Catedrático de Prima de Cánones; 15-V-1827 D. José Joaquín de Isla; 15-V-1827 Excmº Sr. D. Mariano Guillamas, Marqués de San Felices; 15-V- 1827 D. Pedro Pumarejo, Intendente de Policía; 15-V-1827 D. Miguel de los Santos Teijeiro, Marqués de Villasante, 15-V- 1827 D. Ignacio Romero, del Consejo de SM. Oidor de Chancillería; 15-V-1827 D. Justo Pastor Pérez.,Intendente del Ejército; 15-V-1827 D. José Romero, Doctor de esta Universidad; 15-V-1827 D. León Gil de Palacios, Teniente Coronel del Real Cuerpo de Artillería; 30-V-1828 Fr. Francisco Acebedo de Santa Lucía, Mercedario Descalzo; Lector de Arte en su convento; 9-XII-1828
  • 40. Excmº Sr. D. José Rafael Fadrique Fernández de Híjar, Duque de Híjar, Marqués de Orani, Conde de Aranda, Caballero del Toisón de Oro; 20-XII-1829 D. Juan José de la Riva, Marqués de Villalcázar; 20-XII-1829 D. Mariano Cendones, Regidor perpetuo del Ayuntamiento; 20- XII-1829 D. Esteban Moyano, del Consejo de SM. Oidor. Regidor perpetuo del Ayuntamiento; 20-XII-1829 D. Juan Modesto de la Mota, del Consejo de SM; Oidor; 20-XII- 1829 D. Antonio María del Valle, Canónigo; 20-XII-1829, de honor; 1- VII-1837, Consiliario D. Lorenzo Tagle, Ordenador jefe del Distrito de Castilla la Vieja; 20-XII-1829 D. Santiago José García Mazo, Canónigo; 20-XII-1829 D. José Hervás, Catedrático de Medicina; 20-XII-1829 D. José Milla Fernández, Chantre de la Catedral; 20-XII-1829 D. Ramón Castilla; 20-XII-1829 D. Ricardo Martínez Sobejano, Abogado; 20-XII-1829, de honor; 12-IV-1835, Consiliario; 25-III-1849, Viceprotector D. Miguel de los Santos Ulloa; 20-XII-1829 D. Pablo María Paz.,Oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia; 20-XII-1829 D. Dionisio Casado, Cura propio de El Salvador; Catedrático de Teología de la Universidad; 20-XII-1829 D. Juan Antonio de Bengoa, Comisario de Guerra; 20-XII-1829 D. Pedro Velarde, Canónigo de la catedral de Santiago; 20-XII- 1829 D. Ramón Calvet, Brigadier de los Reales Ejércitos; Director Subinspector del Real Cuerpo de Ingenieros de esta provincia; 20-XII-1829 Ilmº Sr. D. Manuel Fraile, Obispo de Sigüenza; 20-XII-1829 D. Domingo Sánchez Gijón, del Consejo de SM., Secretario de la Colecturía de expolios y vacantes; 20-XII-1829 D. Nicolás Vivanco y Barco; 20-XII-1829 D. José Gordo Saénz, Tesorero del Ejército y Pagador del Distrito de esta provincia; 20-XII-1829, de honor D. Valentín Zorrilla de Velasco, del Consejo de S.M.; Colector general de expolios y vacantes; 20-XII-1829 D. Gaspar Diruel, Brigadier de los Reales Ejércitos y Coronel del Real Cuerpo de Ingenieros; 20-XII-1829 D. Pablo Govantes, Abogado, Catedrático de Instituciones Civiles en la Universidad; 20-XII-1829, de honor; 11-VI-1837, Consiliario D. Manuel Fernández Varela, del Consejo de SM.; Comisario Apostólico general de Cruzada, Subsidio y Excusado; Viceprotector de la Rl Academia de San Fernando; 20-XII-1829 D. Clemente García Escudero, Catedrático de Instituciones Canónicas; 20-XII-1829 D. Rafael de Arche, Cura propio de San Miguel; Rector de la Universidad; 20-XII-1829 D. Vicente María Vázquez, Catedrático de física experimental; 20-XII-1829 D. Antonio Remón Zarco del Valle, Brigadier de los Reales Ejércitos; 19-VIII-1830 Excmº Sr. D. Prudencio Guadalfajara, Duque de Castroterreno; 28-XI-1830 D. Gregorio de la Roza Ibáñez, Marqués de Valbuena de Duero; 28-XI-1830 D. Francisco de Paula Alcalde, Secretario honorario de SM.; 28- XI-1830 D. Manuel Guillamas y Galiano; 28-XI-1830 D. Pedro Serra y Bosch, Académico de mérito de San Carlos de Valencia y San. Luis de Zaragoza; 28-XI-1830 Ilmº Sr. D. José Antonio Rivadeneira, Obispo de Valladolid; 6-XI- 1831 D. Santos Majada, Arcediano de la Catedral; 21-V-1832, de honor; Consiliario D. Benito Sangrador Hortega, Doctor del Gremio y Claustro de la Universidad, Catedrático de Medicina; 21-V-1832