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EL SECRETO DE MARIANO
En un pueblito francés llamado Monpazier, vivía Mariano. Era un niño muy alegre, le gustaba salir a
jugar, se reía de todo y tenía ocho años. Su papá se había ido a la guerra, su madre se la pasaba en
su casa lavando, planchando, haciendo de comer y demás labores domésticas y no tenía mucho
tiempo para dedicarle atención a Mariano.
Era el año de 1945 y la gente tenía miedo de salir de sus casas por las constantes revueltas
que estaba ocasionando la guerra que se cernía sobre el mundo. Pero Mariano era diferente y no le
tenía miedo a nadie ni a nada.
Era un domingo nublado y el pequeño pueblo estaba solo. Mariano y su mamá salieron de
casa como todos los domingos y fueron a la casa de su tía Olivia para comer. Siempre que iban a
casa de tía Olivia se vestían con sus mejores ropas, porque la familia de Olivia pertenecía a la alta
sociedad francesa. Llegaron a la casa. Era una casa grande de color naranja; los portones de madera
eran muy altos. Tocaron a la puerta y el mayordomo salió a recibirlos como siempre. Cuando
entraron a la casa todas las tías y los parientes se encontraban en la sala fumando y riendo
alegremente; los tíos estaban en el comedor tomando el aperitivo y algunos canapés mientras
fumaban y conversaban animados.
Julieta, la madre de Mariano se sentó junto con todas las señoras. A Mariano le encantaba
visitar la casa de su tía Olivia porque era muy grande y espaciosa y siempre se encontraba lugares
diferentes y misteriosos.
Iba caminando muy despacio por el pasillo, callado y algo tímido porque no había mucha
luz. De pronto se topó con su prima Valentina, la hija mayor de Olivia a la que casi nunca veía; tenía
dieciséis años y era muy bonita. Se saludaron y ella accedió a ir a explorar por ahí con Mariano.
Bajaron al sótano, había telarañas y estaba muy sucio. Las escaleras eran de madera en forma de
caracol y crujían al pisarlas. Cuando llegaron allí Valentina echó un grito cuando vio pasar frente a
ella una enorme rata. Estuvieron un poco de tiempo allá abajo curioseando y buscando cosas, pero
a Valentina le pareció algo aburrido y regresó con su madre y sus tías. Mariano siguió explorando
solo aquel fascinante lugar; cuando había ya prendido todas las velas que encontró, empezó a
hurgar en las cajas para ver qué descubrimientos nuevos hacía. Abrió una de ellas y vio libros muy
antiguos, llenos de polvo y casi a punto de romperse. Tomó uno que llevaba por título “El Kybalión”.
Lo abrió y empezó a leerlo; siempre que leía se transportaba a un mundo extraordinario y este libro
no fue menos que eso, a él le encantaba esa extraña sensación. Pero como no había suficiente luz
en aquel sitio y estaba muy sucio, decidió tomar el libro y buscar otro lugar tranquilo y limpio.
Cuando iba atravesando el sótano para regresar vio con el rabillo del ojo una pequeña puertecita
que debía medir cuando mucho unos 45 centímetro y trató de abrirla pero estaba muy vieja y
atrancada, parecía como si nunca la hubieran abierto. Después de mucho intentar logró abrirla,
entonces se agachó para poder pasar al otro lado; se encontró con un lugar muy diferente a todos
los que había visto antes en su vida.
Era un espacio muy grande, había un enorme jardín con árboles hermosos y exuberantes,
con grandes puentes de piedra y con un cielo de un color diferente al que conocía. A Mariano le
encantó estar ahí; le gustó ver a todos esos pájaros y mariposas volando y haciendo alboroto. Él
podría leer tranquilo porque en ese lugar había mucha paz y armonía.
Se sentó bajo un pequeño árbol y junto a él pasaba un pequeño riachuelo con su melodía
de agua. Y siguió leyendo su libro.
Eran las ocho en punto y su madre lo mandó a buscar. A esa hora acostumbraban regresar
a su casa porque debían regresar andando y era peligroso salir más tarde. Mariano se sintió un poco
triste pues no quería dejar ese lugar tan maravilloso que había descubierto. Abrió la pequeña
puertecilla, dejó el viejo libro donde lo había encontrado, trató de acomodar todo en su lugar y subió
a la estancia para despedirse de sus tías.
Al salir el sol la mañana siguiente, Mariano abrió los ojos temprano; eran las siete de la
mañana y él debía ir a la escuela como todos los días, su madre estaba en la cocina preparándole el
desayuno y hasta su habitación llegaba un delicioso aroma a panqueques y tostadas con mermelada.
Después de vestirse y arreglarse bajó a la cocina a desayunar con su madre para después irse camino
a la escuela. La escuela estaba cerca de su casa y Mariano caminaba todas las mañanas y al regreso
por la tarde.
Le gustaba mucho la escuela porque era muy divertido pasar el día con sus amigos; le
gustaba convivir y se reía mucho con las ocurrencias que tenían unos y otros. Lo que no le gustaba
era tener que escuchar las clases y las materias porque para él nada de eso tenía un verdadero
sentido en su vida. Lo que a él le gustaba era pintar, sabía dibujar muy bien; él prefería hacer todas
esas cosas que pasar horas sentado en una banca de metal fría y dura; encerrado entre cuatro
blancas paredes de seis por seis. Pero su madre le decía que tenía que ir a la escuela porque debía
aprender muchas cosas y porque todos los demás niños del pueblo asistían y él también debía
hacerlo, era la costumbre.
A las ocho en punto llegó a la escuela. Saludó alegremente a sus amigos, Mateo, Diego y
Bruno. De todos, Mateo era su mejor amigo. Después de cinco minutos la maestra comenzó a dar
la clase. Cada vez que ella hablaba, Mariano sólo escuchaba una especie de murmullo en tono muy
bajo mientras en su cabeza imaginaba e inventaba cientos de cosas nuevas que podría hacer cuando
llegara a su casa. Mariano se perdía en sus propios universos, en los laberintos de su mente, de sus
deseos y sus pensamientos. Pero esta vez pensaba en que después de la escuela tenía ganas ir a la
casa de su tía Olivia a seguir leyendo ese libro tan maravilloso que había encontrado y permanecer
por un largo rato es en ese lugar fascinante y recién descubierto.
Cuando llegó la hora del recreo, todos salieron del salón de clases despavoridos; unas niñas
jugaban en el patio a brincar el resorte; una de ellas, Margot, se tropezó y cayó de boca sin meter
las manos. Su nariz comenzó a sangrar abundantemente; todos los niños se reían y se burlaban de
ella pero Mariano la ayudó a levantarse y le limpió la nariz con su blanca camisa escolar. Los ojos de
Margot se clavaron en los de Mariano en una especie de súplica y agradecimiento, algo que Mariano
nunca olvidaría.
Después de estar muchas horas, que a Mariano le parecieron eternas, en la escuela llegó la
hora de la salida. Se despidió de sus amigos prometiendo continuar con sus juegos al día siguiente
y se encaminó a su casa. En el camino de regreso se encontró un pequeño gatito que maullaba a lo
lejos. Estaba atrapado en unos matorrales, solo y asustado no dejaba de maullar. A Mariano le
gustaban mucho los animales y además tenía un gran corazón; así que se acercó al pequeño
animalito y lo ayudó a liberarse. Lo acarició y se quedó un rato junto a él pensando que no lo volvería
a ver, pues éste de seguro regresaría con su madre. Cuál fue su sorpresa al ver que el gatito venía
detrás de él por todo el camino. Siguió andando a su casa deseando que su madre aceptara al nuevo
inquilino.
Cuando al fin llegó a su casa su madre lo estaba esperando con la mesa puesta. Había una
rica ensalada de pollo y unos deliciosos macarrones con jitomate y especias. Era la comida favorita
de Mariano. Por alguna extraña razón el gatito no apareció durante toda la comida. Se habría
quedado esperando por ahí. Mariano se sentó a la mesa y disfrutó de la deliciosa comida que su
madre le había preparado y disfrutó su compañía contándole las aventuras que había vivido en la
escuela y el incidente de Margot. Su mamá se puso contenta y le dijo que había hecho muy bien,
que estaba orgullosa de él por haber ayudado a una niña en problemas.
Más tarde Mariano le dijo a su madre que iría a la casa de un amigo que vivía cerca porque
debían hacer una tarea en equipo. Su madre le dio permiso pidiéndole que regresara temprano. Era
arriesgado contar mentiras a su madre pues como estaban las cosas en aquel momento era
peligroso que ella no supiera dónde estaría él realmente. Pero aún así Mariano mintió y se fue a
casa de su tía Olivia. Ese libro no podía esperar.
Llegó a casa de su tía Olivia pero no quería tocar la puerta porque le preguntarían que a qué
había venido y él no podía hablar sobre ese escondite, pues nadie debía saber de él; además si lo
veían su madre sabría que habría estado en casa de su tía. Así que decidió buscar algún escondrijo
por la parte trasera de la casa, por el que pudiera entrar en ella sin que nadie se diera cuenta. Rodeó
la casa por sus cuatro esquinas; intentó abrir una de las puertas traseras que parecía que hacía
mucho que no se abría, pero junto a ella vislumbró un agujero pequeño; intentó arrastrarse y
hacerse lo más chiquito que pudo para poder caber en él. Logró pasar a través de él con algún
trabajo y llegó exactamente a un lado de las escaleras que conducían al sótano. Como nadie iba
seguido por ahí, nadie advirtió su presencia y él cuidó no hacer ruido.
Bajó las viejas escaleras y tomó el libro de donde lo había dejado un día antes. Abrió la
pequeña puerta que había descubierto para ir a sentarse cómodamente a leer pero cuando entró
vio con gran asombro que el lugar en donde había estado el día anterior era muy diferente al de
ahora. Ese lugar estaba muy sucio, el pasto y las hojas de los árboles estaban secas, el cielo se había
tornado de un triste gris; el río estaba seco y no había animalillos alrededor. Mariano se sintió
decepcionado y no entendía por qué había cambiado de ese modo aquél maravilloso lugar que él
había visto antes. A pesar de todo apretó su libro, se sentó sobre una roca y comenzó a leer. Estaba
muy concentrado leyendo cuando de repente vio cómo poco a poco el pasto iba tomando de nuevo
su color natural y escuchó a los pájaros cantar y a las ardillas corretear alrededor; escuchó también
el agua correr por el riachuelo y el cielo volvió a ser de ese extraño tono verdiazul.
Mariano se maravilló al ver aquella asombrosa transformación y pensó que tal vez como él
había estado allí leyendo y se sentía tan feliz ese lugar cambió seguramente por la buena energía
que salía de él. Se pasó el tiempo tan rápido que él ni siquiera se dio cuenta. Escuchó el viejo reloj
de péndulo que estaba en la sala de su tía que repicaba cada hora; eso lo regresó bruscamente de
su lectura y por las campanadas supo que eran ya las seis de la tarde. Tenía que regresar a casa para
llegar antes de las siete, de lo contrario su madre se preocuparía y quizá intentara ir a buscarlo a
casa de su amigo. Dejó el libro en el lugar de siempre y salió del sótano, se escurrió de nuevo por el
pequeño agujero pero esta vez su camisa se enganchó en un viejo clavo oxidado y se rasgó. Mariano
se zafó lo más rápido que pudo y se fue corriendo a casa. En el camino escuchó una gran gritería,
había mucha gente allí corriendo de un lado a otro; parecía que la gente se dirigían a sus casas a
toda prisa. Él se preocupó y comenzó a correr lo más rápido que pudo para llegar a casa con su
madre a ver si ella estaba bien. Mientras corría se tropezó con un soldado que estaba cerca de su
casa y cayó al suelo. El soldado lo volteó a ver de muy mala manera y le apuntó a la cara con el rifle
que llevaba. Mariano se asustó, se levantó de un salto y se metió a su casa sin decir palabra. Al
entrar no encontró a su madre en la cocina como siempre lo hacía, así que subió a su habitación y
allí estaba su madre tirada en la cama, casi desmayada. Él se acercó para ayudarla y le dio sus
medicinas; ella se ponía muy mal cuando llegaban esos soldados y cuando escuchaba a la gente
gritar y correr de un lado a otro. Esta vez fue mucho peor pues Mariano no estaba en casa y ella no
sabía si estaría bien. Mariano le explicó lo que le había pasado y le dijo que no se preocupara, que
todo estaba bien; le dijo que se durmiera y tratara de descansar.
Mientras tanto en la calle seguían escuchándose los gritos y el alboroto de la gente y los
tronidos de las bombas y los aviones a lo lejos no dejaban estar en paz a nadie. Como la gente seguía
gritando y se escuchaban los sonidos de los rifles de los soldados, Mariano sigilosamente se asomó
por la ventana y vio que se estaban llevando bruscamente a Mateo, su mejor amigo y a su familia.
Mariano quería salir y ayudarlo pero sabía que si lo hacía se lo podrían llevar a él también y no quería
dejar a su madre sola. Trató de calmarse como pudo, se metió a la regadera a bañarse y tratar de
olvidar todo aquello que sus ojos habían visto.
Mariano se quedó profundamente dormido al lado de su madre. Los dos descansaron
aquella noche mientras afuera siguieron los ruidos y los bombardeos.
Al día siguiente la madre de Mariano no se despertó del todo bien. Se sentía muy cansada,
deprimida y sin fuerzas para levantarse. Así que Mariano decidió no ir a la escuela ese día para poder
cuidar de ella y llamar a un doctor para que fuera a revisarla. Mariano cuidó de ella toda la mañana;
él era un niño muy hacendoso que ayudaba mucho en las labores de la casa. Le preparó el desayuno
y se lo llevó a la cama en una pequeña mesita. Le dio sus medicinas y por la tarde salió a buscar al
doctor José que vivía a unas cuantas cuadras de su casa. El doctor acompañó a Mariano hasta su
casa. Revisó a su madre meticulosamente y por la cara que ponía mientras la auscultaba Mariano
pensó que su madre se encontraba muy mal. El doctor le dijo que su madre padecía de fiebre
tifoidea, una enfermedad muy grave en esos tiempos. Mariano se sintió derrumbado al escuchar
eso, supo que su madre podía morir en cualquier momento y que él se quedaría solo pues su padre
tampoco estaba y él no sabía si seguiría con vida y si regresaría. Mariano estuvo todo el día sentado
en la cama al lado de su madre, tomándole la mano y poniendo trapos húmedos en su frente. Estuvo
triste y pensativo todo ese día. No quería que su madre muriera, no quería estar solo. Julia, la madre
de Mariano, le dijo que le alcanzara una hoja de papel y un bolígrafo, porque tenía que escribir
algunas cosas. Mariano se las dio y bajó a la cocina a preparar la cena para los dos. Esa noche durmió
en su cama para dejar que su madre descansara en la suya.
Llegó nuevamente la mañana; era un sábado once de marzo de 1945. Mariano se levantó a
las nueve de la mañana y fue a ver a su madre. Julia estaba aún peor que el día anterior. Mariano le
preparó el desayuno que ella no probó y después se acostó junto a ella en la cama mientras la
abrazaba. Julia le dijo que tenía que darle algo. Sacó una carta del cajón de su buró y se la entregó
a Mariano. Le pidió que la leyera cuando estuviera solo y se encontrara en ese hermoso lugar que
estaba en el sótano de su tía Olivia. Mariano no cabía de asombro, no entendía por qué su madre le
había dicho eso; no tenía idea de que ella también conocía ese lugar y mucho menos que ella supiera
que él había estado allí.
Julia le explicó que cuando ella era una niña había sido igual de curiosa que él. Todo quería
explorar y conocer, y mientras sus primas jugaban a las muñecas ella se pasaba las horas en aquel
sótano o en cualquier otro lugar mágico descubriendo nuevos libros y lugares muy hermosos. A
Mariano le reconfortó saber que su madre había hecho lo mismo que él, que también se parecían
en eso. Y se sintió aliviado al saber que ella daba su consentimiento para que él siguiera yendo a ese
lugar.
Pasaron lentamente las horas de ese día nublado y triste, Mariano y su madre charlaron
animados toda la tarde y ella le contaba más de sus secretos. Cuando dieron las siete de la noche
todavía no estaba muy oscuro. Había empezado a caer una ligera lluvia, Mariano y Julia estaban
abrazados en la cama de ella, Mariano tenía en sus manos la carta que su madre le había dado en la
mañana. Eran exactamente las siete con once minutos cuando Julia dio un suspiro muy profundo,
miró a Mariano y lo acarició mientras le repetía lo mucho que lo quería; después de una larga
exhalación, su mano cayó sobre la cama y su cabeza se inclinó mientras se cerraban sus ojos. Se
escuchó un profundo y hondo silencio. Mariano la miró, la apretó fuerte contra su cuerpo y comenzó
a llorar dolorosamente. Era solamente un niño de ocho años que se quedaba sin su madre en esos
tiempos peligrosos. Cuando se repuso un poco llamó a su tía Olivia para decirle que su madre había
muerto. Pronto llegaron todas las tías a su casa, hicieron todos los preparativos necesarios para lo
que seguía y llevaron a Mariano afuera para que no estuviera presente cuando se llevaran a su
madre.
Pasaron algunos días tristes y desolados en los que Mariano lloró mucho. Al fin estaba listo
para irse a casa de su tía pues no podía quedarse en su casa viviendo solo; así que tomó sus cosas y
también algunas pertenencias de su madre para recordar detalles de ella y se marchó a casa de su
tía Olivia.
Él no tenía muchas ganas de irse porque en casa de su tía todos eran muy refinados,
aburridos y tenían que vestirse muy bien para ir a comer. Y Mariano se sentiría incomodo estando
ahí y extrañaría todos los días a su madre con todo su corazón. Tomó todas sus cosas y cuando
estaba a punto de marcharse apareció de nuevo el pequeño gatito que Mariano había olvidado con
todo lo sucedido. Se puso muy feliz al verlo aunque le pareció muy extraño que todo el tiempo en
el que su madre había estado enferma el pequeño gatito no había rondado por ahí. Él sabía muy
bien que en la casa de su tía Olivia no lo aceptarían pues no les gustaban los animales, pues ellos
pensaban que éstos eran sucios y no querían tener que hacerse cargo de cuidar un animalito que
tuvieran que bañar, dar de comer y atender en todas sus demás necesidades como limpiar su
suciedad. Entonces Mariano salió de su casa con todas sus pertenencias y caminó a la casa de su tía
seguido por el pequeño gatito que iba tras sus pasos. A la mitad del camino se detuvo en una tienda
y compró un pequeño envase de para dársela al gatito y un puñado de alimento para animales. No
tenía mucho dinero y fue lo único que pudo comprar. Cuando el gato terminó de comer, ambos
continuaron su camino.
Llegaron a la casa de su tía y Mariano metió al gato dentro de una de las bolsas que llevaba
como equipaje y tocó el timbre. El mayordomo abrió la puerta como siempre, con su amable sonrisa.
Entró a la enorme y bonita casa y ahora no iba de visita. Dentro estaban todos sus familiares y le
dieron la bienvenida a Mariano. Estaban allí su tía Olivia, su prima Valentina y su tío Leonardo
además de algunos otros parientes.
El ama de llaves y una mucama lo llevaron a su habitación y lo dejaron un momento a solas
para que acomodara sus cosas a su gusto y se instalara en lo que sería en adelante su cuarto. A las
ocho en punto se servía la cena y todos debían presentarse a ella muy bien bañados, peinados y
perfumados. A Mariano esas cosas de los horarios y las formalidades nunca le habían gustado y
aunque Olivia era la hermana más querida de su madre, Julia nunca había seguido con esas
costumbres familiares.
Mientras que Mariano sacaba la ropa y sus pertenencias de su equipaje el pequeño gatito
saltó a la cama ronroneando. A Mariano no le molestaba que el animalito permaneciera en su
habitación pero temía que lo viera su tía o alguien de la casa porque sabía que lo echarían a la calle.
Le dio algún juguete para que se entretuviera y siguió guardando sus cosas en el ropero y los cajones
que había en la habitación. Cada vez que sacaba la ropa y sus pertenencias él se sentía más y más
triste porque no estaba su madre con él y sabía que nunca más iba a estarlo. Cuando acomodaba
las fotografías de su madre o de los dos juntos en el tocador se sentía aún más abatido y entonces
no podía contener su llanto ni su pesar. Cuando terminó de guardar y acomodar todo, se metió a
bañar. Al terminar de arreglarse escuchó el sonido del enorme reloj de péndulo de su tía que
repicaba con fuerza cada hora, recordándole que eran las ocho en punto y era hora de bajar a cenar.
Salió de la habitación asegurándose de cerrar bien la puerta para que el gato no se saliera. Entró en
el comedor aunque no tenía una cara de alegría, no se sentía muy bien estando allí.
Tomó una silla y se sentó en el lugar que le asignaron. Pronto aparecieron las sirvientas con
enormes platos y le sirvieron a cada uno de los que estaban en la mesa. Mariano se dio cuenta de
que había demasiada comida para tan poca gente; ellos acostumbraban a servir en platos grandes,
grandes cantidades de comida y a Mariano eso no le gustaba porque sabía que había muchas
personas que vivían en la calle y ni siquiera tenían qué comer. Y en cambio en esa casa todas las
mañanas, tardes y noches hacían grandes comidas. Además Mariano no estaba acostumbrado a
comer tanto y no se pudo terminar lo que le sirvieron.
Y así fueron pasando los días y las semanas mientras Mariano se iba acostumbrando a la
vida en la casa de su tía. Regaliz, fue el nombre que Mariano le dio a su gato, aprendió a vivir en el
cuarto sin hacer ruido, nadie nunca supo que vivía allí.
Una tarde, después de comer Mariano bajó al sótano al que hacía mucho tiempo no visitaba.
Sus familiares se habían acostumbrado a su presencia en la casa y ya no lo vigilaban todo el tiempo.
Llegó a aquel conocido lugar y fue por el libro que había estado leyendo tiempo atrás. Abrió la
pequeña puerta y llegó al hermoso jardín que había descubierto, seguía igual de hermoso y lleno de
vida. Se sentó tranquilamente a leer.
Después de un tiempo escuchó ruidos que lo sobresaltaron, miró alrededor y vio frente a él
a un niño aproximadamente de su edad. Se asustó pero el niño le dijo que no tuviera miedo, que lo
había estado observando durante mucho tiempo cada vez que estaba en ese lugar y se había dado
cuenta que era un buen niño. Tommy no pertenecía a este mundo y eso era fácil de deducir al ver
su silueta traslúcida y brillante. Desde ese día Tommy y Mariano se hicieron grandes amigos.
Mariano acudía todos los días al sótano y pasaba toda la tarde en compañía de su amigo, quien le
contaba muchas cosas y secretos de la vida.
Tommy se daba cuenta que Mariano seguía muy triste por la ausencia de su madre y decidió
darle algo para alegrarlo un poco. Y le dijo, Mariano, quiero darte algo que tú quieras mucho y que
creas que te va a hacer feliz, piénsalo un poco y me lo dices. Mariano se quedó pensativo un rato y
después de unos minutos le dijo que sólo quería una cosa en la vida, volver a ver a su madre; aunque
sabía que eso era imposible pues ella había muerto. Tommy le dijo que en el reino de donde él venía
nada era imposible; así que puso su mano en los ojos de Mariano pidiéndole que se concentrara en
la imagen de su madre. Cuando quitó la mano de sus ojos Mariano vio sorprendido de pie frente a
él a su querida madre. Se abrazaron por un largo rato y hablaron durante horas.
Mariano supo que podría encontrar a su madre en ese lugar siempre que la necesitara. Se
acostumbró a vivir en casa de su tía Olivia y siempre que lo deseaba bajaba al sótano para pasar la
tarde con Tommy y con su madre. Ella lo siguió acompañando y guiando durante toda su vida y
Mariano se convirtió en un gran hombre.

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novela de literatura

  • 1. EL SECRETO DE MARIANO En un pueblito francés llamado Monpazier, vivía Mariano. Era un niño muy alegre, le gustaba salir a jugar, se reía de todo y tenía ocho años. Su papá se había ido a la guerra, su madre se la pasaba en su casa lavando, planchando, haciendo de comer y demás labores domésticas y no tenía mucho tiempo para dedicarle atención a Mariano. Era el año de 1945 y la gente tenía miedo de salir de sus casas por las constantes revueltas que estaba ocasionando la guerra que se cernía sobre el mundo. Pero Mariano era diferente y no le tenía miedo a nadie ni a nada. Era un domingo nublado y el pequeño pueblo estaba solo. Mariano y su mamá salieron de casa como todos los domingos y fueron a la casa de su tía Olivia para comer. Siempre que iban a casa de tía Olivia se vestían con sus mejores ropas, porque la familia de Olivia pertenecía a la alta sociedad francesa. Llegaron a la casa. Era una casa grande de color naranja; los portones de madera eran muy altos. Tocaron a la puerta y el mayordomo salió a recibirlos como siempre. Cuando entraron a la casa todas las tías y los parientes se encontraban en la sala fumando y riendo alegremente; los tíos estaban en el comedor tomando el aperitivo y algunos canapés mientras fumaban y conversaban animados. Julieta, la madre de Mariano se sentó junto con todas las señoras. A Mariano le encantaba visitar la casa de su tía Olivia porque era muy grande y espaciosa y siempre se encontraba lugares diferentes y misteriosos. Iba caminando muy despacio por el pasillo, callado y algo tímido porque no había mucha luz. De pronto se topó con su prima Valentina, la hija mayor de Olivia a la que casi nunca veía; tenía dieciséis años y era muy bonita. Se saludaron y ella accedió a ir a explorar por ahí con Mariano. Bajaron al sótano, había telarañas y estaba muy sucio. Las escaleras eran de madera en forma de caracol y crujían al pisarlas. Cuando llegaron allí Valentina echó un grito cuando vio pasar frente a ella una enorme rata. Estuvieron un poco de tiempo allá abajo curioseando y buscando cosas, pero a Valentina le pareció algo aburrido y regresó con su madre y sus tías. Mariano siguió explorando solo aquel fascinante lugar; cuando había ya prendido todas las velas que encontró, empezó a hurgar en las cajas para ver qué descubrimientos nuevos hacía. Abrió una de ellas y vio libros muy antiguos, llenos de polvo y casi a punto de romperse. Tomó uno que llevaba por título “El Kybalión”. Lo abrió y empezó a leerlo; siempre que leía se transportaba a un mundo extraordinario y este libro no fue menos que eso, a él le encantaba esa extraña sensación. Pero como no había suficiente luz en aquel sitio y estaba muy sucio, decidió tomar el libro y buscar otro lugar tranquilo y limpio. Cuando iba atravesando el sótano para regresar vio con el rabillo del ojo una pequeña puertecita que debía medir cuando mucho unos 45 centímetro y trató de abrirla pero estaba muy vieja y atrancada, parecía como si nunca la hubieran abierto. Después de mucho intentar logró abrirla, entonces se agachó para poder pasar al otro lado; se encontró con un lugar muy diferente a todos los que había visto antes en su vida. Era un espacio muy grande, había un enorme jardín con árboles hermosos y exuberantes, con grandes puentes de piedra y con un cielo de un color diferente al que conocía. A Mariano le
  • 2. encantó estar ahí; le gustó ver a todos esos pájaros y mariposas volando y haciendo alboroto. Él podría leer tranquilo porque en ese lugar había mucha paz y armonía. Se sentó bajo un pequeño árbol y junto a él pasaba un pequeño riachuelo con su melodía de agua. Y siguió leyendo su libro. Eran las ocho en punto y su madre lo mandó a buscar. A esa hora acostumbraban regresar a su casa porque debían regresar andando y era peligroso salir más tarde. Mariano se sintió un poco triste pues no quería dejar ese lugar tan maravilloso que había descubierto. Abrió la pequeña puertecilla, dejó el viejo libro donde lo había encontrado, trató de acomodar todo en su lugar y subió a la estancia para despedirse de sus tías. Al salir el sol la mañana siguiente, Mariano abrió los ojos temprano; eran las siete de la mañana y él debía ir a la escuela como todos los días, su madre estaba en la cocina preparándole el desayuno y hasta su habitación llegaba un delicioso aroma a panqueques y tostadas con mermelada. Después de vestirse y arreglarse bajó a la cocina a desayunar con su madre para después irse camino a la escuela. La escuela estaba cerca de su casa y Mariano caminaba todas las mañanas y al regreso por la tarde. Le gustaba mucho la escuela porque era muy divertido pasar el día con sus amigos; le gustaba convivir y se reía mucho con las ocurrencias que tenían unos y otros. Lo que no le gustaba era tener que escuchar las clases y las materias porque para él nada de eso tenía un verdadero sentido en su vida. Lo que a él le gustaba era pintar, sabía dibujar muy bien; él prefería hacer todas esas cosas que pasar horas sentado en una banca de metal fría y dura; encerrado entre cuatro blancas paredes de seis por seis. Pero su madre le decía que tenía que ir a la escuela porque debía aprender muchas cosas y porque todos los demás niños del pueblo asistían y él también debía hacerlo, era la costumbre. A las ocho en punto llegó a la escuela. Saludó alegremente a sus amigos, Mateo, Diego y Bruno. De todos, Mateo era su mejor amigo. Después de cinco minutos la maestra comenzó a dar la clase. Cada vez que ella hablaba, Mariano sólo escuchaba una especie de murmullo en tono muy bajo mientras en su cabeza imaginaba e inventaba cientos de cosas nuevas que podría hacer cuando llegara a su casa. Mariano se perdía en sus propios universos, en los laberintos de su mente, de sus deseos y sus pensamientos. Pero esta vez pensaba en que después de la escuela tenía ganas ir a la casa de su tía Olivia a seguir leyendo ese libro tan maravilloso que había encontrado y permanecer por un largo rato es en ese lugar fascinante y recién descubierto. Cuando llegó la hora del recreo, todos salieron del salón de clases despavoridos; unas niñas jugaban en el patio a brincar el resorte; una de ellas, Margot, se tropezó y cayó de boca sin meter las manos. Su nariz comenzó a sangrar abundantemente; todos los niños se reían y se burlaban de ella pero Mariano la ayudó a levantarse y le limpió la nariz con su blanca camisa escolar. Los ojos de Margot se clavaron en los de Mariano en una especie de súplica y agradecimiento, algo que Mariano nunca olvidaría. Después de estar muchas horas, que a Mariano le parecieron eternas, en la escuela llegó la hora de la salida. Se despidió de sus amigos prometiendo continuar con sus juegos al día siguiente y se encaminó a su casa. En el camino de regreso se encontró un pequeño gatito que maullaba a lo lejos. Estaba atrapado en unos matorrales, solo y asustado no dejaba de maullar. A Mariano le
  • 3. gustaban mucho los animales y además tenía un gran corazón; así que se acercó al pequeño animalito y lo ayudó a liberarse. Lo acarició y se quedó un rato junto a él pensando que no lo volvería a ver, pues éste de seguro regresaría con su madre. Cuál fue su sorpresa al ver que el gatito venía detrás de él por todo el camino. Siguió andando a su casa deseando que su madre aceptara al nuevo inquilino. Cuando al fin llegó a su casa su madre lo estaba esperando con la mesa puesta. Había una rica ensalada de pollo y unos deliciosos macarrones con jitomate y especias. Era la comida favorita de Mariano. Por alguna extraña razón el gatito no apareció durante toda la comida. Se habría quedado esperando por ahí. Mariano se sentó a la mesa y disfrutó de la deliciosa comida que su madre le había preparado y disfrutó su compañía contándole las aventuras que había vivido en la escuela y el incidente de Margot. Su mamá se puso contenta y le dijo que había hecho muy bien, que estaba orgullosa de él por haber ayudado a una niña en problemas. Más tarde Mariano le dijo a su madre que iría a la casa de un amigo que vivía cerca porque debían hacer una tarea en equipo. Su madre le dio permiso pidiéndole que regresara temprano. Era arriesgado contar mentiras a su madre pues como estaban las cosas en aquel momento era peligroso que ella no supiera dónde estaría él realmente. Pero aún así Mariano mintió y se fue a casa de su tía Olivia. Ese libro no podía esperar. Llegó a casa de su tía Olivia pero no quería tocar la puerta porque le preguntarían que a qué había venido y él no podía hablar sobre ese escondite, pues nadie debía saber de él; además si lo veían su madre sabría que habría estado en casa de su tía. Así que decidió buscar algún escondrijo por la parte trasera de la casa, por el que pudiera entrar en ella sin que nadie se diera cuenta. Rodeó la casa por sus cuatro esquinas; intentó abrir una de las puertas traseras que parecía que hacía mucho que no se abría, pero junto a ella vislumbró un agujero pequeño; intentó arrastrarse y hacerse lo más chiquito que pudo para poder caber en él. Logró pasar a través de él con algún trabajo y llegó exactamente a un lado de las escaleras que conducían al sótano. Como nadie iba seguido por ahí, nadie advirtió su presencia y él cuidó no hacer ruido. Bajó las viejas escaleras y tomó el libro de donde lo había dejado un día antes. Abrió la pequeña puerta que había descubierto para ir a sentarse cómodamente a leer pero cuando entró vio con gran asombro que el lugar en donde había estado el día anterior era muy diferente al de ahora. Ese lugar estaba muy sucio, el pasto y las hojas de los árboles estaban secas, el cielo se había tornado de un triste gris; el río estaba seco y no había animalillos alrededor. Mariano se sintió decepcionado y no entendía por qué había cambiado de ese modo aquél maravilloso lugar que él había visto antes. A pesar de todo apretó su libro, se sentó sobre una roca y comenzó a leer. Estaba muy concentrado leyendo cuando de repente vio cómo poco a poco el pasto iba tomando de nuevo su color natural y escuchó a los pájaros cantar y a las ardillas corretear alrededor; escuchó también el agua correr por el riachuelo y el cielo volvió a ser de ese extraño tono verdiazul. Mariano se maravilló al ver aquella asombrosa transformación y pensó que tal vez como él había estado allí leyendo y se sentía tan feliz ese lugar cambió seguramente por la buena energía que salía de él. Se pasó el tiempo tan rápido que él ni siquiera se dio cuenta. Escuchó el viejo reloj de péndulo que estaba en la sala de su tía que repicaba cada hora; eso lo regresó bruscamente de su lectura y por las campanadas supo que eran ya las seis de la tarde. Tenía que regresar a casa para llegar antes de las siete, de lo contrario su madre se preocuparía y quizá intentara ir a buscarlo a
  • 4. casa de su amigo. Dejó el libro en el lugar de siempre y salió del sótano, se escurrió de nuevo por el pequeño agujero pero esta vez su camisa se enganchó en un viejo clavo oxidado y se rasgó. Mariano se zafó lo más rápido que pudo y se fue corriendo a casa. En el camino escuchó una gran gritería, había mucha gente allí corriendo de un lado a otro; parecía que la gente se dirigían a sus casas a toda prisa. Él se preocupó y comenzó a correr lo más rápido que pudo para llegar a casa con su madre a ver si ella estaba bien. Mientras corría se tropezó con un soldado que estaba cerca de su casa y cayó al suelo. El soldado lo volteó a ver de muy mala manera y le apuntó a la cara con el rifle que llevaba. Mariano se asustó, se levantó de un salto y se metió a su casa sin decir palabra. Al entrar no encontró a su madre en la cocina como siempre lo hacía, así que subió a su habitación y allí estaba su madre tirada en la cama, casi desmayada. Él se acercó para ayudarla y le dio sus medicinas; ella se ponía muy mal cuando llegaban esos soldados y cuando escuchaba a la gente gritar y correr de un lado a otro. Esta vez fue mucho peor pues Mariano no estaba en casa y ella no sabía si estaría bien. Mariano le explicó lo que le había pasado y le dijo que no se preocupara, que todo estaba bien; le dijo que se durmiera y tratara de descansar. Mientras tanto en la calle seguían escuchándose los gritos y el alboroto de la gente y los tronidos de las bombas y los aviones a lo lejos no dejaban estar en paz a nadie. Como la gente seguía gritando y se escuchaban los sonidos de los rifles de los soldados, Mariano sigilosamente se asomó por la ventana y vio que se estaban llevando bruscamente a Mateo, su mejor amigo y a su familia. Mariano quería salir y ayudarlo pero sabía que si lo hacía se lo podrían llevar a él también y no quería dejar a su madre sola. Trató de calmarse como pudo, se metió a la regadera a bañarse y tratar de olvidar todo aquello que sus ojos habían visto. Mariano se quedó profundamente dormido al lado de su madre. Los dos descansaron aquella noche mientras afuera siguieron los ruidos y los bombardeos. Al día siguiente la madre de Mariano no se despertó del todo bien. Se sentía muy cansada, deprimida y sin fuerzas para levantarse. Así que Mariano decidió no ir a la escuela ese día para poder cuidar de ella y llamar a un doctor para que fuera a revisarla. Mariano cuidó de ella toda la mañana; él era un niño muy hacendoso que ayudaba mucho en las labores de la casa. Le preparó el desayuno y se lo llevó a la cama en una pequeña mesita. Le dio sus medicinas y por la tarde salió a buscar al doctor José que vivía a unas cuantas cuadras de su casa. El doctor acompañó a Mariano hasta su casa. Revisó a su madre meticulosamente y por la cara que ponía mientras la auscultaba Mariano pensó que su madre se encontraba muy mal. El doctor le dijo que su madre padecía de fiebre tifoidea, una enfermedad muy grave en esos tiempos. Mariano se sintió derrumbado al escuchar eso, supo que su madre podía morir en cualquier momento y que él se quedaría solo pues su padre tampoco estaba y él no sabía si seguiría con vida y si regresaría. Mariano estuvo todo el día sentado en la cama al lado de su madre, tomándole la mano y poniendo trapos húmedos en su frente. Estuvo triste y pensativo todo ese día. No quería que su madre muriera, no quería estar solo. Julia, la madre de Mariano, le dijo que le alcanzara una hoja de papel y un bolígrafo, porque tenía que escribir algunas cosas. Mariano se las dio y bajó a la cocina a preparar la cena para los dos. Esa noche durmió en su cama para dejar que su madre descansara en la suya. Llegó nuevamente la mañana; era un sábado once de marzo de 1945. Mariano se levantó a las nueve de la mañana y fue a ver a su madre. Julia estaba aún peor que el día anterior. Mariano le preparó el desayuno que ella no probó y después se acostó junto a ella en la cama mientras la
  • 5. abrazaba. Julia le dijo que tenía que darle algo. Sacó una carta del cajón de su buró y se la entregó a Mariano. Le pidió que la leyera cuando estuviera solo y se encontrara en ese hermoso lugar que estaba en el sótano de su tía Olivia. Mariano no cabía de asombro, no entendía por qué su madre le había dicho eso; no tenía idea de que ella también conocía ese lugar y mucho menos que ella supiera que él había estado allí. Julia le explicó que cuando ella era una niña había sido igual de curiosa que él. Todo quería explorar y conocer, y mientras sus primas jugaban a las muñecas ella se pasaba las horas en aquel sótano o en cualquier otro lugar mágico descubriendo nuevos libros y lugares muy hermosos. A Mariano le reconfortó saber que su madre había hecho lo mismo que él, que también se parecían en eso. Y se sintió aliviado al saber que ella daba su consentimiento para que él siguiera yendo a ese lugar. Pasaron lentamente las horas de ese día nublado y triste, Mariano y su madre charlaron animados toda la tarde y ella le contaba más de sus secretos. Cuando dieron las siete de la noche todavía no estaba muy oscuro. Había empezado a caer una ligera lluvia, Mariano y Julia estaban abrazados en la cama de ella, Mariano tenía en sus manos la carta que su madre le había dado en la mañana. Eran exactamente las siete con once minutos cuando Julia dio un suspiro muy profundo, miró a Mariano y lo acarició mientras le repetía lo mucho que lo quería; después de una larga exhalación, su mano cayó sobre la cama y su cabeza se inclinó mientras se cerraban sus ojos. Se escuchó un profundo y hondo silencio. Mariano la miró, la apretó fuerte contra su cuerpo y comenzó a llorar dolorosamente. Era solamente un niño de ocho años que se quedaba sin su madre en esos tiempos peligrosos. Cuando se repuso un poco llamó a su tía Olivia para decirle que su madre había muerto. Pronto llegaron todas las tías a su casa, hicieron todos los preparativos necesarios para lo que seguía y llevaron a Mariano afuera para que no estuviera presente cuando se llevaran a su madre. Pasaron algunos días tristes y desolados en los que Mariano lloró mucho. Al fin estaba listo para irse a casa de su tía pues no podía quedarse en su casa viviendo solo; así que tomó sus cosas y también algunas pertenencias de su madre para recordar detalles de ella y se marchó a casa de su tía Olivia. Él no tenía muchas ganas de irse porque en casa de su tía todos eran muy refinados, aburridos y tenían que vestirse muy bien para ir a comer. Y Mariano se sentiría incomodo estando ahí y extrañaría todos los días a su madre con todo su corazón. Tomó todas sus cosas y cuando estaba a punto de marcharse apareció de nuevo el pequeño gatito que Mariano había olvidado con todo lo sucedido. Se puso muy feliz al verlo aunque le pareció muy extraño que todo el tiempo en el que su madre había estado enferma el pequeño gatito no había rondado por ahí. Él sabía muy bien que en la casa de su tía Olivia no lo aceptarían pues no les gustaban los animales, pues ellos pensaban que éstos eran sucios y no querían tener que hacerse cargo de cuidar un animalito que tuvieran que bañar, dar de comer y atender en todas sus demás necesidades como limpiar su suciedad. Entonces Mariano salió de su casa con todas sus pertenencias y caminó a la casa de su tía seguido por el pequeño gatito que iba tras sus pasos. A la mitad del camino se detuvo en una tienda y compró un pequeño envase de para dársela al gatito y un puñado de alimento para animales. No tenía mucho dinero y fue lo único que pudo comprar. Cuando el gato terminó de comer, ambos continuaron su camino.
  • 6. Llegaron a la casa de su tía y Mariano metió al gato dentro de una de las bolsas que llevaba como equipaje y tocó el timbre. El mayordomo abrió la puerta como siempre, con su amable sonrisa. Entró a la enorme y bonita casa y ahora no iba de visita. Dentro estaban todos sus familiares y le dieron la bienvenida a Mariano. Estaban allí su tía Olivia, su prima Valentina y su tío Leonardo además de algunos otros parientes. El ama de llaves y una mucama lo llevaron a su habitación y lo dejaron un momento a solas para que acomodara sus cosas a su gusto y se instalara en lo que sería en adelante su cuarto. A las ocho en punto se servía la cena y todos debían presentarse a ella muy bien bañados, peinados y perfumados. A Mariano esas cosas de los horarios y las formalidades nunca le habían gustado y aunque Olivia era la hermana más querida de su madre, Julia nunca había seguido con esas costumbres familiares. Mientras que Mariano sacaba la ropa y sus pertenencias de su equipaje el pequeño gatito saltó a la cama ronroneando. A Mariano no le molestaba que el animalito permaneciera en su habitación pero temía que lo viera su tía o alguien de la casa porque sabía que lo echarían a la calle. Le dio algún juguete para que se entretuviera y siguió guardando sus cosas en el ropero y los cajones que había en la habitación. Cada vez que sacaba la ropa y sus pertenencias él se sentía más y más triste porque no estaba su madre con él y sabía que nunca más iba a estarlo. Cuando acomodaba las fotografías de su madre o de los dos juntos en el tocador se sentía aún más abatido y entonces no podía contener su llanto ni su pesar. Cuando terminó de guardar y acomodar todo, se metió a bañar. Al terminar de arreglarse escuchó el sonido del enorme reloj de péndulo de su tía que repicaba con fuerza cada hora, recordándole que eran las ocho en punto y era hora de bajar a cenar. Salió de la habitación asegurándose de cerrar bien la puerta para que el gato no se saliera. Entró en el comedor aunque no tenía una cara de alegría, no se sentía muy bien estando allí. Tomó una silla y se sentó en el lugar que le asignaron. Pronto aparecieron las sirvientas con enormes platos y le sirvieron a cada uno de los que estaban en la mesa. Mariano se dio cuenta de que había demasiada comida para tan poca gente; ellos acostumbraban a servir en platos grandes, grandes cantidades de comida y a Mariano eso no le gustaba porque sabía que había muchas personas que vivían en la calle y ni siquiera tenían qué comer. Y en cambio en esa casa todas las mañanas, tardes y noches hacían grandes comidas. Además Mariano no estaba acostumbrado a comer tanto y no se pudo terminar lo que le sirvieron. Y así fueron pasando los días y las semanas mientras Mariano se iba acostumbrando a la vida en la casa de su tía. Regaliz, fue el nombre que Mariano le dio a su gato, aprendió a vivir en el cuarto sin hacer ruido, nadie nunca supo que vivía allí. Una tarde, después de comer Mariano bajó al sótano al que hacía mucho tiempo no visitaba. Sus familiares se habían acostumbrado a su presencia en la casa y ya no lo vigilaban todo el tiempo. Llegó a aquel conocido lugar y fue por el libro que había estado leyendo tiempo atrás. Abrió la pequeña puerta y llegó al hermoso jardín que había descubierto, seguía igual de hermoso y lleno de vida. Se sentó tranquilamente a leer. Después de un tiempo escuchó ruidos que lo sobresaltaron, miró alrededor y vio frente a él a un niño aproximadamente de su edad. Se asustó pero el niño le dijo que no tuviera miedo, que lo había estado observando durante mucho tiempo cada vez que estaba en ese lugar y se había dado
  • 7. cuenta que era un buen niño. Tommy no pertenecía a este mundo y eso era fácil de deducir al ver su silueta traslúcida y brillante. Desde ese día Tommy y Mariano se hicieron grandes amigos. Mariano acudía todos los días al sótano y pasaba toda la tarde en compañía de su amigo, quien le contaba muchas cosas y secretos de la vida. Tommy se daba cuenta que Mariano seguía muy triste por la ausencia de su madre y decidió darle algo para alegrarlo un poco. Y le dijo, Mariano, quiero darte algo que tú quieras mucho y que creas que te va a hacer feliz, piénsalo un poco y me lo dices. Mariano se quedó pensativo un rato y después de unos minutos le dijo que sólo quería una cosa en la vida, volver a ver a su madre; aunque sabía que eso era imposible pues ella había muerto. Tommy le dijo que en el reino de donde él venía nada era imposible; así que puso su mano en los ojos de Mariano pidiéndole que se concentrara en la imagen de su madre. Cuando quitó la mano de sus ojos Mariano vio sorprendido de pie frente a él a su querida madre. Se abrazaron por un largo rato y hablaron durante horas. Mariano supo que podría encontrar a su madre en ese lugar siempre que la necesitara. Se acostumbró a vivir en casa de su tía Olivia y siempre que lo deseaba bajaba al sótano para pasar la tarde con Tommy y con su madre. Ella lo siguió acompañando y guiando durante toda su vida y Mariano se convirtió en un gran hombre.