1. ATRAPADOS
Valdo se sentía atrapado. Él se veía como un niño normal, con un montón de ganas de
aprender cosas, jugar y divertirse. Pero nada le salía como quería: a su alrededor todos
parecían no entender lo que decía, por muy alto que gritase o por muchos gestos o
aspavientos que intentase. Y para colmo, ni siquiera su propio cuerpo le obedecía: a
veces trataba de hablar y sólo producía ruidos, o quería coger algo y sus manos lo
tiraban al suelo, o incluso al abrazar a su madre terminaba dándole un empujón. A
veces, incluso, ni siquiera podía pensar con claridad.
Aquello le hacía sentir mucha rabia e impotencia, y muchos en su entorno, pensando
que era un chico peligroso y agresivo, le dejaban de lado o le miraban con indiferencia.
Y cuando esto pasaba, y Valdo se sentía triste, pensaba para sí mismo: "habría que
verles a ellos en mi lugar...".
Pero un día, Valdo conoció a Alicia, una persona especial y maravillosa. Parecía ser la
única que entendía su sufrimiento, y con muchísima paciencia dedicó horas y horas a
ensañar a Valdo a manejar sus descontroladas manos, a fabricar sus propias palabras, e
incluso a domar sus salvajes pensamientos. Y cuando, tras mucho tiempo y cariño,
Valdo estuvo preparado, Alicia le hizo ver el gran misterio.
Sólo necesitó un par de fotografías, de sobra conocidas por el propio Valdo; pero
entonces, mucho mejor preparado para entender, se dio cuenta: Valdo y Alicia eran un
niño y una joven como todos los demás, atrapados por las deficiencias de sus cuerpos
imperfectos.
Y ahora, gracias a ella, las puertas de la cárcel se estaban abriendo.
2. Cuento “El mejor robot”
XT-27 no era un robot cualquiera. Como bien decía su placa, "XT-27, el mejor y más
moderno robot, era el modelo de robot más moderno de su generación, un producto
realmente difícil de mejorar, y se sentía realmente orgulloso de ello. Tanto, que cuando
se cruzaba con otros robots por la calle, los miraba con cierto aire de superioridad, y
sólo reaccionaba con alegría y entusiasmo cuando se encontraba con otro XT-27.
"Todos los robots tendrían que ser como los XT-27", pensaba para sus adentros.
Realmente, estaba convencido de que ningún nuevo robot podria superar los XT-27, y
que el mundo sería mucho mejor si todos los robots fueran como ese modelo perfecto.
Un día, caminaba por la ciudad biónica cuando de pronto apareció, justo a unos
milímetros de sus sensores ópticos piezoeléctricos, (que eran unos ojos normales, pero a
XT-27 le gustaba usar palabras muy raras para todo), una gran puerta amarilla. No sabía
de dónde habría salido, pero por suerte, era un XT-27, y su rapidez le permitió evitar el
golpazo. Intrigado, decidió atravesar la puerta, y fue a parar a una ciudad espectacular.
¡Todos sus habitantes eran XT-27, y todo lo que se veía era alucinante! Entusiasmado
por haber encontrado la ciudad perfecta para él, anduvo recorriendo aquel lugar,
presumiendo de ser un XT-27 y parándose a hablar con todos de lo genial que era ser un
robot tan avanzado, y finalmente se instaló en su burbuja hiperplástica recauchutada
(una casa), a las afueras de la ciudad.
Los días fueron pasando, pero enseguida se dio cuenta de que en aquella ciudad había
algo que no le gustaba. Como todos eran XT-27, realmente nadie tenía motivos para
sentirse mejor ni más moderno que nadie, y de hecho nadie lo hacía. Ninguno miraba
con aires de superioridad, y en el fondo, comprobó que con el paso del tiempo ni
siquiera él mismo se sentía especial. Además, todo resultaba tremendamente aburrido:
todos hacía todas las cosas igual de bien, era imposible destacar en nada; cuando se le
ocurría algo que pensaba era brillante, a todos se les había ocurrido lo mismo al mismo
tiempo.
Así que XT-27 empezó a echar de menos a todos aquellos robotitos variados de su
mundo, cada uno con sus cosas buenas y malas, pero distintos y divertidos, y se dió
cuenta de que hubiera preferido mil veces encontrarse con un torpe pero divertido TP-4,
y charlar un rato con él, que volver a cruzarse con otro XT-27.
Así que comenzó a buscar la gran puerta amarilla. Tardó varios días, hasta que
finalmente la encontró como la primera vez, justo en medio de una calle cualquiera.
Apoyó la mano en la puerta, miró hacia atrás, como despidiéndose de aquel mundo que
le había parecido perfecto, y con gran alegría empujó la puerta...
Cuando despertó, XT-27 estaba en el suelo, y algunos le ayudaban a levantarse. No
había ninguna puerta, sólo un enorme y brillante robot amarillo con el que XT-27 había
chocado tan fuerte, que se le habían nublado los circuitos. XT-27, extrañado de no haber
podido esquivar el golpe, miró detenidamente a aquel formidable robot. Nunca había
visto uno igual, parecía perfecto en todo, más alto y más fuerte que ninguno, y en su
placa se podía leer: XT-28, el mejor y más moderno robot.
Así que lo habían conseguido. Aunque parecía imposible, los XT-27 ya no eran los
mejores robots. Sin embargo, nuestro amigo no se entristeció lo más mínimo, porque
segundos antes, mientras soñaba con aquella ciudad perfecta, había aprendido que
estaba encantado de ser diferente, y de que hubiera cientos de robots diferentes, cada
uno con sus cosas mejores y peores.
3. Autor.. Pedro Pablo Sacristán
Cuento “El niño de las mil cosquillas”
Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo.
Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa
de cosquillas, no había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostrumbrado a
situaciones raras: cuando venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba
desternillado de risa, porque no faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué
majo". Y los días de viento eran la monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el
viento movía su melena, que era bastante larga porque en la peluquería no costaba nada
que se riera sin parar, pero lo de cortarle el pelo, no había quien pudiera.
Verle reir era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto Pepito
empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir
cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor,
empezaron a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que
no se podían estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus
cosquillas: llevó mil sombreros distintos, utillizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó
la cabeza e incluso hizo un curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas
relajándose al máximo, pero nada, era imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un
chico normal, así que empezó a sentirse triste y desgraciado por ser diferente.
Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no
podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír.
No le tardó mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó
su problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan
anciano siguiera haciendo de payaso.
- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.
Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el
payaso le dijo:
- Ven, voy a enseñartelo.
Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en muchos hospitales, casas de
acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de niños enfermos o sin padres, con
problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer al payaso, sus caras cambiaban
por completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito de risas junto al payaso lo
cambiaba todo, pero aquel día fue aún más especial, porque en cada parada las
cosquillas de Pepito terminaron apareciendo, y su risa contagiosa acabó con todos los
niños por los suelos, muertos de risa.
Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo.
- ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito.
- Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría
hacerlo cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de
encontrar... -dijo Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus
risas.
Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional, y
cada día se alegraba de ser diferente, gracias a su don especial.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
4. Cuento “El cuentito”
Había una vez un cuento cortito, de aspecto chiquito, letras pequeñitas y pocas
palabritas. Era tan poca cosa que apenas nadie reparaba en él, sintiéndose triste y
olvidado. Llegó incluso a envidiar a los cuentos mayores, esos que siempre que había
una oportunidad eran elegidos primero. Pero un día, un viejo y perezoso periodista
encontró un huequito entre sus escritos, y buscando cómo llenarlo sólo encontró aquel
cuentito. A regañadientes, lo incluyó entre sus palabras, y al día siguiente el cuentito se
leyó en mil lugares. Era tan cortito, que siempre había tiempo para contarlo, y en sólo
unos pocos días, el mundo entero conocía su historia. Una sencilla historia que hablaba
de que da igual ser grande o pequeño, gordo o flaco, rápido o lento, porque
precisamente de aquello que nos hace especiales surgirá nuestra gran oportunidad.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
Cuento “El hada fea”
Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y
amable de las hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba
en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban empeñados en que lo más
importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de hadas no le hacían
caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o cualquier otra persona
en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la estaban chillando y gritando:
- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un
encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de
pequeña:
- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por
alguna razón especial...
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las
hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y
ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y
una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para todas, adornando la cueva con
murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo
consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años.
Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la inteligencia
del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y
cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría sabiendo que tendría
grandes cosas por hacer.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
5. Cuento “Los duendes malvados”
Había una vez un grupo de duendes malvados en un bosque, que dedicaban gran parte
de su tiempo a burlarse de un pobre viejecito que ya casi no podía moverse, ni ver, ni
oir, sin respetar ni su persona ni su edad.
La situación llegó a tal extremo, que el Gran Mago decidió darles una lección, y con un
conjuro, sucedió que desde ese momento, cada insulto contra el anciano mejoraba eso
mismo en él, y lo empeoraba en el duende que insultaba, pero sin que los duendes se
dieran cuenta de ello. Así, cuanto más llamaban "viejo tonto" al anciano, más joven y
lúcido se volvía éste, al tiempo que el duende envejecía y se hacía más tonto. Y con el
paso del tiempo, aquellos malvados duendes fueron convirtiéndose en seres
horriblemente feos, tontos y torpes sin siquiera saberlo. Finalmente el mago permitió a
los duendes ver su verdadero aspecto, y éstos comprobaron aterrados que se habían
convertido en las horribles criaturas que hoy conocemos como trolls.
Y tan ocupados como estaban faltando al respeto del anciano, no fueron capaces de
descubrir que eran sus propias acciones las que les estaban convirtiendo en unos
monstruos, hasta que ya fue demasiado tarde
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
6. Cuento “Nunca te burles de un Rinoceronte”
Hubo una vez en la sabana africana, un rinoceronte con mal humor que se enfadaba muy
fácilmente. Cierto día, una gran tortuga cruzó por su territorio sin saberlo, y el
rinoceronte corrió hacia ella para echarla. La tortuga, temerosa, se ocultó en su
caparazón, así que cuando el rinocerante le pidió que se fuera no se movió. Esto irritó
mucho al gran animal, que pensó que la tortuga se estaba burlando, y empezó a dar
golpes contra el caparazón de la tortuga para hacerla salir. Y como no lo conseguía,
empezó a hacerlo cada vez más fuerte, y con su cuerno comenzó a lanzar la tortuga por
los aires de un lado a otro, de forma que parecía un rinoceronte jungando al fútbol, pero
en vez de balón, usaba una tortuga.
La escena era tan divertida, que enseguida un montón de monos acudieron a verlo, y no
paraban de reírse del rinoceronte y su lucha con la tortuga, pero el rinoceronte estaba tan
furioso que no se daba ni cuenta. Y así siguio hasta que, cansado de dar golpes a la
tortuga sin conseguir nada, paró un momento para tomar aire.
Entonces, al parar su ruido de golpes, pudo oír las risas y el cachondeo de todos los
monos, que le hacían todo tipo de burlas. Ni al rinoceronte ni a la tortuga, que se asomó
para verlo, les hizo ninguna gracia ver una panda de monos riéndose de ellos, así que se
miraron un momento, se pusieron de acuerdo con un gesto, y la tortuga volvió a
ocultarse en el caparazón. Esta vez el rinoceronte, muy tranquilo, se alejó unos pasos,
miró a la tortuga, miró a los monos, y cogiendo carrerilla, disparó un formidable
tortugazo, con tan tremenda puntería, que ¡parecía que estaba jugando a los bolos con
los monos burlones!.
El "strike" de monos convirtió aquel lugar en una enfermería de monos llenos de
chichones y moratones, mientras que el rinoceronte y la tortuga se alejaban sonriendo
como si hubieran sido amigos durante toda la vida... y mientras le ponían sus tiritas, el
jefe de los monos pensaba que tenían que buscar mejores formas de divertirse que
burlarse de los demás.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán