1. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
ESTUDIOS
E s en el Siglo de las Luces cuando la sociedad adquiere conciencia de la
importancia que tiene la educación del niño y con este concepto pasó a
desarrollarse no sólo en el seno de la familia, sino también en la escuela.
Así, serán los padres, en el hogar, y el maestro, en la escuela, los encargados de esta
tarea. Sin embargo, en la familia, este papel va a pasar a ser desempeñado, de forma
prioritaria, por la madre, que de esta forma ve acrecentado su papel en el seno familiar.
Contaba Encinasola con una escuela de primeras letras1 donde, al cumplir los cinco
años, los niños iniciaban su formación escolar. Esta escuela, sería, como todas las de la época,
una escuela de coscorrones y palmetazos, porque el principio que regía la enseñanza era el
bien conocido de que “la letra con sangre entra”.2
No existían estudios específicos para ejercer de maestro, por esto se recurría a que
fuese examinado de religión, saber leer, escribir y contar. Importante era que el maestro diera
pruebas de llevar una vida ordenada y algo que no podía faltar era el correspondiente
certificado de limpieza de sangre, del que hablaremos en otra ocasión. Esta circunstancia daba
lugar a que la enseñanza fuese impartida por maestros mediocres, hambrientos, sin
preparación específica y sin que existiese un plan general que diese estructura y contenido a
los conocimientos que transmitían. Ádemás, cada escuela decidía las materias que iba a
impartir a sus alumnos y los gastos que ocasionaba esta enseñanza, incluido el escaso sueldo
del maestro, corría a cargo del Cabildo.
Muy positivamente hemos de valorar el hecho de que Encinasola contase con esta
escuela, pues eran muchos los pueblos que carecían de estos centros y, con ello, todos sus
habitantes sufrían las consecuencias de una casi total ignorancia.
Escasos eran los alumnos que asistían a la escuela, y esto era causado por varios
motivos: Como se ha dicho antes, una parte de la población residía en los propios campos; los
niños eran empleados en múltiples quehaceres, ya que los míseros ingresos de los menestrales
y campesinos no permitían que ningún miembro de la familia dejase de aportar su esfuerzo; la
educación no era una cuestión prioritaria ni siquiera para aquellos oficios que, a diario, se
veían obligados a manejar medidas y, en cierto modo, a efectuar algún tipo de cálculo, pues,
en cuanto a los artesanos, “se creía inutil su instrucción en los rudimentos que se impartían
en las escuelas, tal era el estado de abatimiento y rudeza de los oficios en España. La
enseñanza de las primeras letras a los artesanos no merecía un gran concepto a las gentes
más despiertas de la nación. Se preguntará ¿Que debe escribir un artesano? Y aun añadirán
otros compasivos: que no hace profesión de hombre de letras, y sí de un excelente obrero en
algun oficio. Y aun diran otros, movidos de igual raciocinio, que el sobrecargar las gentes de
oficio con la precision de aprender, no solo a leer, sino a escribir, distraerá a muchos de
abrazar estas ocupaciones, aunque sean en si propias y honradas, y útiles al comun.”3
Tan encorsetada estaba la sociedad que es posible vislumbrar que un campesino debía
de considerar normal que las habilidades de escribir y leer correspondían a los escribanos, que
eran estos quienes tenían que desempeñar estas funciones y que, por tanto, era un tiempo
perdido emplear a sus hijos en estas enseñanzas. En cierto modo, el tiempo que tenían que
emplear en este aprendizaje era más valioso que recurrir a una persona que fuese capaz de
ejercer esta función en aquellas escasas circunstancias en las que tuviese necesidad de hacer
algún escrito.
1
ATLANTE ESPAÑOL, Bernardo Espinalt, 1795. Tomo XIV, paginas 301 a 306.
2
En FRAY GERUNDIO DE CAMPAZAS, del Padre Isla, y en VIDA, ASCENDENCIA, CRIANZA Y
AVENTURAS, de Diego Villarroel, se nos ofrece una imagen de como eran estas escuelas.
3
DISCURSO SOBRE LA EDUCACIÓN POPULAR DE LOS ARTESANOS Y DE SU FOMENTO,
Madrid 1775, pag. 156
83
2. José Domínguez Valonero
Las niñas tenían cerrado el acceso a la cultura. Recibían su educación en el propio
hogar, y esta formación se limitaba al aprendizaje de los principios de la religión, de las
labores domesticas y a la adquisición de la clara conciencia de que su pureza formaba parte
irrenunciable del honor de la familia. Las escuelas de niñas no se establecieron en España
hasta la tercera mitad de este siglo XVIII y en ellas sólo se enseñaban labores del hogar y
religión, por lo que para ser maestra sólo era preciso demostrar estar en posesión de estos dos
tipos de conocimientos.
Descartados de recibir enseñanzas los artesanos, los campesinos y las niñas, sólo nos
quedan, como posibles alumnos, los varones de las clases más pudientes. De aquí el elevado
índice de analfabetismo de aquellas fechas y en el que, aún en 1830, se encontraba sumido el
80 % de la población española.
Imaginamos la escuela con los niños sentados en el suelo o en las pequeñas sillas que
ellos mismos transportaban al local. Sólo la necesidad de tener que apoyarse para escribir
haría necesaria la presencia de alguna mesa en la que varios niños se sentarían para hacer sus
“garabatos”. A estos rudimentarios signos que abrían la puerta de la escritura se les llamaba
“palillotes”.
Podemos formarnos una idea de cual era el estado de cultura en Encinasola, en la
primera mitad del siglo XVIII, por los documentos relativos a la construcción de un Cuartel
para una Compañía del Regimiento de Caballería Provincial de Andalucía, los cuales se
recogen en el ANEXO 11. Para determinar los fondos con los que se debía cubrir su
construcción, se convocó a todo el vecindario “por pregon publico y son de campana”, se
dice textualmente. A la hora de firmar, lo hicieron los nueve regidores, si bien cuatro de ellos
estamparon una señal, y todos los presentes que sabían firmar, estos fueron dieciséis vecinos.
En total aparecen veintiuna firmas y cuatro señales.
En la segunda mitad del siglo XVIII, surge en España un grupo de intelectuales
(Cabarrús, Jovellanos, Meléndez Valdés, Campomanes, Cadalso, etc.) que, preocupados por
el retraso que padecía España en todos los órdenes, proponen una serie de reformas, entre las
que se encuentra la instrucción de los propietarios y de los labradores. Jovellanos, en el
Informe sobre la Ley Agraria, propugna que se aumente el número de los “institutos de util
enseñanza en todas las ciudades y villas de alguna consideracion” y que se “disminuya la
ignorancia de los labradores” abogando para que a estos se les proporcione “el conocimiento
de las primeras letras, esto es, que sepan leer, escribir y contar”.
¡Muchos años habrían de pasar para que estos sueños se hiciesen realidad! Sin
embargo, suponemos que estos objetivos, saber leer, escribir y contar, que se pedían como
formación básica de los campesinos, debían de estar superados por las enseñanzas que se
impartían en las escuelas de primeras letras.
Cuando los niños cumplían los cinco años de edad se iniciaba su formación escolar,
que habría de durar otros cinco años. Torres Villarroel dice que “a los cinco años me pusieron
mis Padres la Cartilla en la mano, y con ella me clavaron en el corazon el miedo al Maestro,
el horror a la Escuela, el susto continuado a los azotes, y las demas angustias, que la buena
crianza tiene establecidas contra los inocentes muchachos. Pague con las nalgas el saber
leer, y con muchos sopapos, y palmetas el saber escribir: y ante este Argel estuve hasta los
diez años, habiendo padecido cinco en el cautiverio de Pedro Rico, que asi se llamaba el
Comitre, que me retubo en su galera.”4 Y este mismo tiempo sería el que pasaría el pequeño
Juan Gualberto padeciendo su particular calvario.
Es lógico suponer que Don Ambrosio aspiraría a que así como él sucedió a su padre en
el cargo de escribano, Juan Gualberto le sucedería también a él. Quizás por esto, y aunque
4
VIDA, ASCENDENCIA, NACIMIENTO, CRIANZA Y AVENTURAS, Torres Villarroel, t. XIV, pag. 18
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3. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
para desempeñar este puesto no era necesario ser Bachiller en Leyes, tras la básica formación
adquirida en la escuela de primeras letras, en 1788, le envió a Badajoz para que en esta ciudad
ingresara en el Seminario Conciliar de S. Athon. Allí estudió Latín, Humanidades, Lógica,
Física y Metafísica.5
Este fue su primer contacto con una gran población. La ciudad extremeña tenía un
poderoso castillo y estaba cercada de una muralla en la que se abrían cuatro puertas. Las
puertas principales eran las “de la Trinidad, al Oriente y á Occidente la de las Palmas donde
esta su puente prodigioso, antiguo, espacioso, y de los mayores de España, y en su extremo
un fuerte, que llaman Cabeza del Puente, con artilleria, empalizada y foso, que la defiende y
cierra
Su población era de 6.500 vecinos. Era la Capitanía General de la provincia de
Extremadura. La vida social se desarrollaba en las dos plazas con que contaba: la de San
Juan y la situada a la entrada del castillo.”6
Para acceder a estudios superiores era imprescindible tener un profundo conocimiento
del latín, por lo que, en algunas poblaciones importantes, existían unas escuelas, llamadas de
latinidad, dedicadas al estudio de esta lengua. A estas escuelas eran enviados aquellos niños a
los que sus padres querían dar una formación que les permitiese ocupar, en el futuro, cargos
importantes en el clero o en el foro, que eran las metas finales a las que conducían los estudios
universitarios, pues la ausencia de carreras de carácter técnicos era total. Las carreras que
podían cursarse en las Universidades españolas eran las de Filosofía, Teología, Leyes,
Cánones y Medicina. Con respecto a esta última carrera cabe decir que, por el componente de
carácter manual que entraña, no estaba bien considerada.
La opinión acerca de quien debía asistir a las escuelas de latinidad queda claramente
expuesta por Bernardo Ward en su Proyecto económico: “Me parece que sería muy util no
admitir en las Escuelas de lengua Latina, sino a los hijos de Nobles, e Hidalgos; pues con
esto al cabo de algún tiempo todos los Eclesiasticos Seculares del Reyno, y los Religiosos de
Misa serían de estas clases: con lo que no perdía nada la Iglesia, y lograba el estado tener
cien mil plebeyos mas en las maniobras de la agricultura y de las artes, lo que se puede mirar
como un aumento de la población.” Al labrador, dueño de fabrica o comerciante que
mantenga su propiedad en debida forma se le puede permitir que su hijo estudie Latín, pero
solo si tiene más de un hijo varón “porque no habiendo mas que uno, mejor es que siga la
ocupación de su padre, y para esto no necesita latín.”7
La aplicación e inteligencia de Juan Gualberto le hicieron sobresalir en S. Athon
donde “mereció la mejor opinión de su Rector y Catedráticos, siendo encargado de repasar
la gramática a sus condiscípulos”. Esta última distinción era una tarea habitual de los
decuriones y discípulos adelantados.
La vida en el seminario debió de ser en régimen de internado, lo que conllevaría estar
sujeto a un riguroso horario.
“En 1792, después de cuatro años en S. Athon, pasó a la Real Universidad Literaria
de Sevilla, para cursar estudios de Filosofía Moral (Etica) y Jurisprudencia”.
Impresionado debió de quedar el joven Juan Gualberto al ver la bellísima ciudad de
Sevilla, que en aquella fecha era definida como “La famosa, inclita, rica, amena deliciosa y
5
En lo sucesivo y para evitar la profusión de notas se hace constar que, si no se indica otra cosa, todos los datos
en cursiva relativos a los estudios y exámenes son los que figuran en la “Relación de los exercicios literarios,
grados y meritos del Doctor D. Juan Gualberto Gonzalez Bravo y Delgado”, expedido por la Universidad de
Sevilla en 12 de Julio de 1800 y depositado en el Archivo General Militar de Segovia, Sección 1ª, Legajo
G - 3325. Dicho documento se incluye al final de este Capítulo
6
POBLACIÓN GENERAL DE ESPAÑA, Juan Antonio Estrada, Madrid, 1768.
7
PROYECTO ECONÓMICO, Bernardo Ward, Madrid 1782, pag. 188.
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4. José Domínguez Valonero
opulenta ciudad de Sevilla, la mayor de todas las de España, y la mas celeberrima, por lo que
comunmente se dice: Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla.
La circunferencia de Sevilla era de seis millas (...) los muros que la rodeaban
contaban con 116 torreones y quince puertas: la Real, de la Barqueta, de la Macarena, de
Córdoba, del Sol, del Osario, de Carmona, de la Carne, de San Fernando nueva, del Aceyte,
del Arenal, de San Juan, del Carbón de Xerez y la mas principal y magnífica puerta de
Triana que contaba con columnas y estatuas.
Tenía Sevilla veinticuatro plazas, la principal era la de San Francisco, y varias
plazuelas. Sus calles son angostas, a lo morisco, y en muchas partes forman una especie de
laberinto. Contaba con 13.459 casas.
Había muchas fuentes públicas, cuyas aguas venían de la villa de Alcalá de Guadaira,
en donde nacían unas Fuentes, que unidas formaban un río, y a una legua de la ciudad la
canalizaban, y conducían por encima de un puente de quatrocientos treinta arcos de ladrillo,
bien labrados, sobre pilares gruesos y altos de tres estados. El agua entraba en la ciudad por
encima de la muralla, cerca de la puerta de Carmona, y por esto los llaman los caños de
Carmona, desde donde se repartía al Alcázar, Convento de San Francisco, Catedral y en
veintiuna fuentes publicas, que se hallaban localizadas en los parajes siguientes: en la
Plazuela de San Francisco: en la de la Encarnación: en la de la Verdura: en la de Pilatos: en
la de Santa Lucia: en la de Pumarejo: en la de San Vicente, llamada Pila: en la de San
Bernardo: Matadero: Alondiga: fuera de la Puerta de Carmona: en San Roque junto al
Salitre: en la Calzada: el Alcázar, Patio de Banderas: en la Puerta de Triana: y seis en el
Paseo de la Alameda, tres en cada calle. En el barrio de Triana no había Fuente alguna, y
sus vecinos bebían el agua del río Guadalquivir.
Contaba Sevilla con 31 parroquias, 38 conventos con 2 476 religiosos y 29 con 1 017
religiosas, 4 Beaterios, 21 oratorios públicos, una Universidad y 11 colegios o seminarios, 8
Hospitales de curación y 12 hospitales o Casas de Misericordia y 31 escuelas de primeras
letras.
Tenía una Real Audiencia con un Regente y ocho Oidores, cuatro Alcaldes y un fiscal,
establecida en 1556.
La Universidad, fundada en 1505 por D. Rodrigo Fernández de Santaella, confesor de
los Reyes Católicos, tenía 14 Cátedras, 6 de Jurisprudencia, 4 de Teología, 3 de Medicina y 1
de Artes (Filosofía).
En la Iglesia Catedral se celebraban, cada día, mas de 500 misas, y su impresionante
torre, la Giralda fue la torre donde se puso el primer reloj de rueda, en 1400. Asistió a
aquella ceremonia el Rey Enrique III. En 1765 se sustituyo por otro hecho por Fray Josef
Cordero. Además, existían en Sevilla otros 18 relojes de campana en otras tantas torres”.8
La Alameda era un magnífico paseo por el que Juan Gualberto deambularía en sus
años de permanencia en Sevilla, Consideramos que merece dejar constancia de lo que D.
Vicente Espinalt, en su antes citada descripción de Sevilla, dice acerca de este paraje “... se
llamo antiguamente la Laguna, porque en ella había una en la que se juntaban todas las
aguas de la ciudad. Tal era la pestilencia, que la mando terraplenar el Conde de Barajas el
año 1574, formando dos hileras de álamos, que sumaban mas de 1600, con asientos de piedra
para el descanso y tres fuentes…”
José Blanco White, en su obra “Letters from Spain”9, también dedica bellas frases
para describir este paseo sevillano, en el que se reunía la flor y nata de la sociedad
hispalense.10
8
ATLANTE ESPAÑOL, Vicente Espinalt, t. XIV, pags 11 a 94
9
Traducido al castellano con el título CARTAS DE ESPAÑA, Traducción de Antonio Garnica, Alianza
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5. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
“Cinco años más tarde, el 6 de Mayo de 1797, Juan Gualberto recibió el grado de
Bachiller en Leyes 11 , tras superar los ejercicios acostumbrados y aprobando nemine
discrepante”, esto es, por unanimidad de los miembros del tribunal que le examinó.
Durante estos años de permanencia en Sevilla “se distinguió constantemente por su
sobresaliente ingenio, por su afición a todo genero de letras y por su carácter apacible y
modesto. Contrajo estrecha amistad con Felix José Reinoso, José María Blanco White y con
Alberto Lista12. Aquí recibió su educación científica y formó su gusto literario, al tiempo que
contraía una extraordinaria afición a la poesía que conservó durante toda su vida”.13 Los
tres amigos citados fueron sacerdotes. Blanco White tuvo que huir a Inglaterra, donde llevó a
cabo una interesante creación literaria y con los otros dos volvería a encontrarse en Madrid.
Con Felix José Reinoso 14 porque fue el encargado de preparar la Jura de Isabel II y con
Alberto Lista, uno de los grandes escritores de la época, porque fue nombrado director de la
Gaceta de Madrid.
Blanco White, en su autobiografía, nos cuenta que bajo la dirección de D. Manuel
María de Arjona se organizó una academia particular para cultivar la elocuencia y la poesía.
Sus miembros celebraban reuniones todos los domingos. Nos dice que Reinoso y Lista
formaban parte de esta academia y no nos cabe duda de que otro de sus miembros fue nuestro
paisano. Tiene que ser de aquí, de esta academia, de donde procede la íntima amistad que el
marocho mantuvo con estos dos últimos personajes. Esta amistad se hace patente al
comprobar que Juan Gualberto, en su testamento, da fe de que conservaba en su domicilio un
retrato de Reinoso y en cuanto a la relación con Lista podemos afirmar que se mantuvo a lo
largo de toda su vida.
Pero voloviendo al tema de los estudios, tenemos que decir que el grado de Bachiller
en Leyes le facultaba para el ejercicio de la abogacía, sin embargo, él aspiraba a cotas más
altas, por lo que aún permaneció otros dos cursos más en la Real Universidad de Sevilla
“estudiando Sagrados Cánones para obtener el grado de Bachiller correspondiente, que
aprobó también nemine discrepante”.
Llegado este momento, y para optar a la licenciatura en Leyes, tuvo que superar una
prueba de “pureza de sangre”, pues para obtener una titulación universitaria era preciso
demostrar que se era “cristiano viejo, limpio de toda mala raza, casta y generacion de Judios,
Mulatos, Conversos, ni otra mala secta: que no hemos sido castigados por el Santo Oficio de
la Ynquisicion por crimen de heregia, Apostasia, Judaismo, ni otro: Que no hemos cometido
delito de Infamia, de hecho, ni de dicho; ni tenido oficios viles, vajos, ni mecanicos por donde
haiamos degenerado de quienes somos: Antes bien que siempre hemos vivido con mucho
Editorial. Madrid, 1986
10
Esta obra de Blanco White ofrece una excelente visión de la Sevilla de finales del siglo XVIII y principios del
siglo XIX
11
Este Grado de Bachiller en Leyes, redactado íntegramente en latín, se encuentra en el Libro 606, folio 233 y
está registrado en el libro 22, folio 233. Biblioteca Universitaria. Sevilla
12
La amistad con Lista se mantuvo a lo largo de toda su vida. Hemos tenido acceso a una carta que Alberto Lista
dirigió a D. Juan Gualberto en 1847, desde Sevilla. Comienza con el cariñoso saludo de: “Fabricio mío” y
después de lamentarse de sus achaques pasa a hacer comentarios sobre el uso de los artículos “le” y “lo”, así
como a analizar las sílabas de un verso.
Dice Lista en esta carta: ”Yo continúo bien, aunque incomodado con la fuente que me han abierto en un brazo, y
fastidiado con el ingrato ocio que me han impuesto los médicos como una condición sine qua non. Cumplo ya
los 72 años, y he entrado en los 73: pero aunque viva ciento y mas,nunca contaré la vida mas que hasta 72.
No es mala racion, y yo seria injusto é ingrato á la providencia, sino [sic] mirase como un beneficio haber
llegado bueno y capaz de trabajar hasta una edad tan abanzada [sic]. Firma bajo el seudónimo de “Licio”.
Esta epístola forma parte de la documentación que sobre la familia González Bravo nos ha facilitado D. José
Luís Rodríguez González, biznieto del General Vallarino.
13
LECCIONES Y MODELOS DE ELOCUENCIA FORENSE, Pérez Anaya, t. II. pag. 73
14
Su biografía figura en la obra de Pérez de Anaya, T. II, p. 11
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6. José Domínguez Valonero
honor, y estimacion: Y que Yo soi de buena vida, y costumbres, sin fama ni rumor alguno en
contrario de todo lo expresado.”15
Esta prueba era consecuencia de que una vez que el estudiante había superado los
exámenes era necesario realizar una investigación pública de su genealogía. Ante lo inevitable
de esta investigación, la Universidad adoptaba esta medida de precaución para no exponerse
al riesgo que supondría que una vez que el examinando hubiese aprobado se sacase a la luz
pública alguna antigua mancha que le impidiera acceder al ejercicio de la carrera.
Carlos III, por la ley 8ª, título 23, libro 8º de la Novísima Recopilación había dispuesto
la dignificación de los oficios, sin embargo, aún en 1834 había profesiones industriales que se
hallaban degradadas. Esto hizo que María Cristina, la Reina Gobernadora, decretase que todos
los que ejerzan artes u oficios mecánicos son dignos de honra y estimación, quedando
facultados para obtener cargos, entrar en la nobleza e incorporarse a colegios, cabildos,
cofradías, etc.16
Esta prueba de “pureza de sangre” consistía en la realización de una Información de
Legitimidad y Limpieza. La correspondiente a Juan Gualberto fue aprobada, y dada por
bastante, por el Rector y tres conciliarios de la Universidad de Sevilla el 12 de Mayo de 1800
y en ella aparecen las partidas de bautismo del interesado y de sus padres, de quienes, además,
también figura la correspondiente a su matrimonio. Como testigos que conocían a Juan
Gualberto y a su familia, y que daban fe de su pureza, actuaron D. Francisco Escobar,
presbítero, cura y mayordomo del Hospital de la Sangre de Sevilla y natural de Fregenal; D.
Antonio López Regalado, diácono y natural de Encinasola y D. Josef Sánchez Cid,
presbítero, teniente cura de la Iglesia Parroquial de San Gil de Sevilla y natural de Fregenal.17
Superados estos trámites Juan Gualberto fue admitido a los actos de Repetición,
Puntos, Lección y Examen en los que “defendió, con leccion de media hora tres qüestiones
sobre una Ley del Código de Justiniano, y sufriendo tres argumentos segun costumbre de
dicha Universidad: ...recibió en efecto el grado de Licenciado, precediendo leccion de hora y
media con puntos de treinta y seis sobre una ley del Codigo y otra del Digesto y
arguyéndole ocho Doctores18 de veinticuatro que asistieron, fue aprobado por todos excepto
uno”. Así obtuvo el grado de Licenciado el día 13 de Mayo de 1800.
Para determinar cual sería el tema a desarrollar, uno de los miembros de tribunal
introducía un cuchillo de plata entre las páginas del libro por tres sitios diferentes. De entre
los tres temas elegidos al azar de la forma mencionada el examinado elegía uno, que era sobre
el que disertaría. Estas disertaciones se hacían en latín y no estaba permitido hacer uso de
anotación alguna. Para preparar este discurso contó con un tiempo de treinta y seis horas. Tras
su intervención, respondió a las preguntas que tuvieron a bien formularle ocho doctores. A
esta prueba asistieron, formando parte del tribunal, veinticuatro doctores. Juan Gualberto
mereció la aprobación de todos
Ese mismo día, para conocimiento público, y de acuerdo con lo que disponían los
Estatutos de la Universidad, fueron fijados los Edictos, en los que se hacía constar la
obtención de esta Licenciatura, uno en la Puerta Principal de la Universidad, en la calle de
Laraña, y otro en la Catedral, en la puerta del Santísimo Cristo del Perdón, que es la que
comunica el Patio de Los Naranjos con la calle de Alemanes.19
15
Tomado de la Información de Legitimidad y Limpieza,, archivada en la Biblioteca Universitaria de Sevilla,
libro 728, pags. 199 a 216.
16
Gaceta núm. 26, de 27 Febrero 1834, pag. 121.
17
Información de Legitimidad y Limpieza. Biblioteca Universitaria de Sevilla, libro 728, pags. 199 a 216
18
Discurso de hora y media sobre una ley del Código de Justiniano y otra del Digesto, habiendo contado con un
tiempo de preparación de treinta y seis horas y respondiendo a las preguntas de ocho doctores
19
Información de Legitimidad y Limpieza. Biblioteca Universitaria de Sevilla, libro 728, pags. 199 a 216
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7. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
Para optar al Doctorado era preciso repetir todo el anterior proceso de pureza de
sangre y, en esta ocasión, los testigos que dieron fe de conocer a Juan Gualberto fueron los
que lo habían hecho con motivo de la Licenciatura y, además, Don Miguel Salazar, vecino
de Cortegana, quien cuatro años más tarde contraería matrimonio con la madrastra de Juan
Gualberto.
El 20 de Mayo de 1800 se le concedió el doctorado y se fijaron los Edictos en los
mismos lugares que se han citados anteriormente, recibiendo al día siguiente, el 21 de Mayo,
la borla roja de Doctor en Leyes.
Difíciles eran los viajes entre Sevilla y Encinasola. Varios días alternando los lomos
de alguna cabalgadura con largas caminatas a través de trochas, veredas, senderos y algún que
otro camino de herradura; vadeando riachuelos y arroyos y pernoctando en posadas de mala
muerte, cuando las había, y en graneros y almacenes, cuando aquellas faltaban. Siempre había
que estar alerta, pues los forajidos y malhechores aparecían allí donde menos se esperaba,
eludiendo la vigilancia que la escasa gente de la Santa Hermandad podía prestar.
Cada verano, allá por fines del mes de Mayo, como puede deducirse de las fechas de
sus exámenes, el joven Juan Gualberto recorrería este camino, para desandarlo en la primera
quincena de Octubre, que era cuando se reiniciaban las clases.
Su salida de Sevilla supuso una alegría, pues era portador del título universitario para
el que se había preparado durante veintitrés años, toda su vida. Pero a la alegría de su
inmaculado título de doctor en leyes había que unir la de aproximarse a su querido pueblo, a
estar unos meses junto a su familia. Sin embargo, una terrible epidemia de fiebre amarilla
asoló aquel verano a la ciudad hispalense, lo que motivaría una especial preocupación en el
ánimo de nuestro paisano, pues no en vano dejaba tras de sí a unos seres con los que había
compartido largos años de estudios y con los que había fraguado una indisoluble amistad, una
amistad que perduraría hasta el final de sus días. Así, pues, este verano de 1800 llegaría a su
pueblo lleno de alegría, pues gran satisfacción le proporcionaría su recién conseguido grado
de Doctor en Leyes. Y bien orgulloso se sentiría Don Ambrosio de contemplarlo. Sin
embargo, este iba a ser el último encuentro entre padre e hijo, pues, el día 26 de Agosto, a los
47 años de edad, Don Ambrosio abandonó este mundo, siendo enterrado en la Iglesia
Parroquial de San Andrés. Debió de sobrevenirle la muerte de forma inesperada, ya que murió
ab intestato, lo cual no deja de ser extraño en un escribano y más si se tiene en cuenta que,
hasta donde conocemos, es el único de la familia que fallece sin haber cumplido con este
formalismo.
Casi cuatro años más tarde, el 11 de Enero de 1804, su viuda, Doña Feliciana, que
contaba con 44 años de edad, contrajo matrimonio con Don Miguel de Salazar, de 27 años y
licenciado en Leyes. No parece que quede lugar para dudar que este Miguel de Salazar era
compañero de estudios de Juan Gualberto y de que es el mismo que, cuatro años antes, había
testificado conocer a la familia González Brabo y había dado fe de su pureza de sangre en la
Información de Legitimidad y Limpieza previa al doctorado en Leyes de Don Juan Gualberto,
Orgullosa de Don Juan Gualberto debía de sentirse la Universidad de Sevilla,
precisamente en un siglo, el XIX, en el que tantos ilustres personajes salidos de sus aulas
llenaron de gloria los campos de la literatura, la magistratura, el clero y la política. Bástenos
dirigir nuestro recuerdo a personajes tan destacados como Arjona, Lista, Reinoso o Blanco
White. Decimos que la Universidad de Sevilla debió de sentirse orgullosa de D. Juan
Gualberto toda vez que su retrato se encuentra expuesto entre los de treinta y tres destacados
personajes vinculados, como alumnos o docentes, a la citada Universidad.
Esos retratos forman parte del Patrimonio Artístico de la Universidad y se encuentran
expuestos en el rectorado de la misma. El correspondiente a Don Juan Gualberto es un óleo de
autor desconocido, de 98 x 74 cm, en que el aparece nuestro personaje vestido según la moda
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8. José Domínguez Valonero
afrancesada de principios del XIX. El nombre del retratado aparece en latín en el anverso y en
castellano en el reverso.
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9. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
CARTA DE D. ALBERTO LISTA A D. JUAN GUALBERTO
NOTA.- Se ha mantenido la ortografía original de la carta.
Sevilla 20 de Sbre de 1847
Fabricio mio: Mucho me ha desagradado el poco o ningun efecto de
su viaje á Granada, en cuanto al alivio de su vista, su bien se ha
ganado mucho con la mejoría de Severa, á quien dará Vm. mi
expresiones,
enhorabuena y mis afectuosas expresiones, igualmente que á nuestro
Ambrosio.
Yo continúo bien, aunque incomodado con la fuente que me han abierto
en un brazo, y fastidiado con el ingrato ocio que me han impuesto los
médicos como una condicion sine qua non. Cumplí ya los 72 años, y
he entrado en los 73: pero aunque viva hasta ciento y mas, nunca
contaré de vida mas que hasta 72. No es mala racion, y yo seria
injusto e ingrato á la providencia, sino mirase como un beneficio haber
llegado bueno y capaz de trabajar hasta una edad tan abanzada.
Algunas
Algunas cosillas he escrito en verso: pero solo por divertirme, y sin
darles importancia alguna de ninguna especie.
Los amigos Villa y Zapatero en efecto no me abandonan: ambos han
visto con placer el recuerdo que V. hace de ellos, y me encargan
expresiones
afectuosas expresiones para V.
En cuanto á la doctrina académica sobre el artículo definido
castellano, aunque soy contrario á ella (porque para mi el verdadero
acusativo masculino es lo) sin embargo pro bono pacis hace tiempo que
empleo
solo lo uso cuando se refiere á cosa, y empleo el le cuando se refiere á
persona. Esta doctrina es de Gallego, y no me disgusta la
transacción por si basta á imponer silencio á los que disputan sobre
cosas de tan poca importancia.
En cuanto al verso
“Ni el héroe que vimos hace una hora”.
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10. José Domínguez Valonero
Haré algunas observaciones, que quizá obligarán á VM. a hacer
algunas
otras.
1ª.-
1ª.- Porque ese verso suene mal (esto es, débil y desmayadamente) y
sonaría bien y sería lleno, poniendo antes de la última e, cualquier
consonante, como por ejemplo, diciendo
hérod vimos
“Si el hérode que vimos hace una hora”
2ª.-
2ª.- Yo encuentro la razon de esta diferencia en la dificultad de
pronunciar á héroe como trisilabo. En efecto, comparemos la
pronunciación de héroe con la de gracia, visiblemente disílabo. El
mismo tiempo gasto yo en pronunciar las dos sílabas roe de la primer
sílabas
voz, que en pronunciar la única cia de la segunda. En cuanto al
acento carga en ambas en la primera. Qué diferencia hay entre el
diptongo cia y el disílabo roe. Mas: para los latinos gratia era
nosotros
trisílabo, ¿lo pronunciaban como nosotros el disílabo gracia? Estas
dificultades no puede vencerlas sino quien como V. entienda de
música.
3º.-
3º.- Cualquiera que lea el verso, pugnará para hacer que conste, en
hacer á héroe voz grave.
garlar
Basta por ahora. Cuando V. me ofrezca ocasión, no cesaré de garlar
por escrito: pues de palabra se lo han prohibido los médicos á su
amantísimo que nunca le olvida
Licio
COMENTARIOS:
La señora Severa á la que se refiere Lista no puede ser otra que aquella sobre la que, en su
testamento, D. Juan Gualberto dice:
Asi mismo, y en los propios terminos dejo á Dª. Severa Ruiz y Vargas veinte y dos rs. diarios
unicamente durante su vida, ademas de los ocho reales tambien diarios que mientras viviese le
consignó en su testamento mi Tio el Exmo Sr. D. José Pablo Valiente, los cuales á su eleccion
le debe pagar mi sobrino D. Ambrosio por meses ó trimestres, ó como mejor le acomode. La
lego ademas el equivalente á la ropa y cubiertos etc, que la dejó mi tio en su Testamento, el
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11. JUAN GUALBERTO GONZALEZ BRAVO Ministro de Fernando VII
reloj de cuadro, los floreros, y el cuadro de la Virgen que el tio Cartujo D. Miguel Valiente
trajo de Valencia; su cama de acero con toda la ropa de su dotacion, y en general todo lo que
ha pertenecido á su uso, encargando muy particularmente á mi sobrino D. Ambrosio míre por
ella, por lo bien que lo ha hecho conmigo, ahora sobre todo que está en el ultimo tercio de su
vida.
Vemos que el propio tío José Pablo había hecho un legado a esta señora. Además, por la
forma en que Lista la menciona en su carta y por los objetos que le deja en herencia Don Juan
Gualberto, no podemos dudar de que vivía con éste. Doña Severa debía de ser la persona de
confianza del marocho.
Dña. Severa tenía una hermana en Cumbres Bajas llamada María Rasero, pues también es
mencionada en el testamento.
Para más detalle, ver el testamento de nuestro paisano en la obra JUAN GUALBERTO
GONZÁLEZ BRAVO, José Domínguez Valonero, Jabugo, 2002
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12. José Domínguez Valonero
Trascripción de un documento que se encuentra en el expediente académico
de D. Juan Gualberto González.
Universidad de Sevilla
Juan Gualberto Gonzalez Bravo, natural de la Villa de Encinasola,
ha solicitado en el Acuerdo de esta Rl Audiencia se le admita al
examen para ser Abogado de ella y que al efecto ha presentado un
Grado de Bachiller en derecho Civil que recivió en la Real
Universidad de esta ciudad en 6 de mayo del año pasado de 1797,
registrado al folio 233 del libro 22 de ellos y estando mandado se
compruebe dicho grado lo participo a V.S. para que se sirva
remitirme certificacion del Secretario de esa Universidad que
acredite su certeza.
Dios guarde a V.S. muchos años. Sevilla 15 de Febrero de 1802
Rector de la Universidad de esta ciudad
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