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interiorización
No está claro que un niño
acostumbrado a escuchar
a Mozart sea más listo ni
se convierta en mejor ma-
temático pero sí existen
evidencias de que escu-
char música con regula-
ridad y, sobre todo, par-
ticipar activamente en la
creación de la música, es-
timula el desarrollo de las
diferentes zonas del cere-
bro que tienen que funcio-
nar juntas para escuchar
o interpretar música.
Madurez. Además, se-
gún el psiquiatra Anthony
Storr, las personas que
han recibido una educa-
ción musical adecuada en
su infancia tienen más po-
sibilidades de ser felices
y productivas. Comparte
con Platón su idea expues-
ta en «Timoteo» de que la
música es «un aliado en-
viado celestial que ordena
y armoniza cualquier diso-
nancia de las revoluciones
de nuestro interior».
Su efecto beneficioso en los niños
Es muy extraño que todos, en mayor
o menor grado, tengamos música so-
nando en la cabeza. Y que esté sincroni-
zada a veces con la que empieza a cantar
alguien a nuestro lado. O que el cerebro
reproduzca de pronto una melodía o
fragmento musical en el que no ha pen-
sado durante décadas. ¿Por qué en ese
momento y esa melodía? ¿Qué lleva al
inconsciente a escogerla entre miles?
Esas frases musicales que surgen sin
que las invoquemos ni controlemos, in-
cluso cuando dormimos, probarían que,
al margen de la inclinación que cada uno
sienta por la música, esta constituye una
parte esencial de nuestra vida interior.
La música parece discurrir por un
sistema autónomo, independiente de la
see los atributos contradictorios de ser a un
tiempo inteligible e intraducible».
chopin en la selva
En los años treinta, Levi-Strauss pasó
largo tiempo viviendo en la selva ama-
zónica en condiciones precarias. Co-
mo relata en su libro Tristes trópicos lle-
gó un momento en el que empezaron a
asaltarle visiones fugitivas de la campi-
ña francesa que su memoria recupera-
ba y a las que hasta entonces no había
dado ningún valor. No lograba librarse
tampoco de una melodía que acudía in-
sistente a su mente: «Durante semanas,
en esa meseta del Mato Grosso occidental,
no me obsesionaba lo que me rodeaba –que
no volvería a ver–, sino una melodía recu-
rrente que mi recuerdo empobrecía: la del
estudio número 3 del opus 10 de Chopin,
donde, por un escarnio a la amargura que
me hería también a mí, me parecía resu-
mirse todo lo que había dejado atrás.»
E
n momentos en que a Ana le
embarga la emoción, me cuenta,
siente a veces la necesidad pe-
rentoria de escuchar el Adagietto
de la Sinfonía 5 de Mahler. Le parece,
mientras oye las primeras notas o las re-
produce fácilmente en su mente, que
toda la orquesta conoce el secreto de sus
aflicciones más íntimas, y eso la recon-
forta de una forma que le resulta difícil
de explicar, como si esa música expre-
sara todo lo que las palabras no pueden
decir sobre cómo se siente.
A menudo la música, prosigue, le hace
sentir que participa de algo superior que
la envuelve y la «saca» de sí misma. Al
mismo tiempo, tiene la capacidad de re-
velarle una fuerza interior insospechada.
El poder profundamente emocional
de la música es quizá «el misterio supre-
mo de la ciencia humana», en palabras
del antropólogo Claude Levi-Strauss.
«Es el único lenguaje –escribió– que po-
¿Por qué disfrutamos de la música si no parece
tener una utilidad biológica clara? ¿Por qué mueve
el cuerpo y el ánimo? ¿Es lo último que olvidamos?
Y, sobre todo, ¿cómo consigue emocionarnos?
vibrar con
LA MÚSICA
conciencia. «Eso explicaría la fidelidad y
la cualidad aparentemente indeleble de la
memoria musical, así como el hecho de que
la música no se vea afectada por los estra-
gos de la amnesia y la demencia», reflexio-
na el neurólogo Oliver Sacks en su libro
Musicofilia. Las investigaciones apuntan
a una «inteligencia musical» desligada
de la convencional.
música… ¿para qué?
La sensibilidad para la música, el hecho
de que nuestros sistemas auditivos y
nerviosos estén exquisitamente afinados
para ella, sigue siendo un gran enigma
para los científicos teniendo en cuenta
que, desde un punto de vista estricta-
mente biológico, no parecen contribuir
a la supervivencia. En El origen del hom-
bre, Darwin ya apuntaba que «como ni el
disfrute de la música ni la capacidad pa-
ra producir notas musicales son facultades
que tengan la menor utilidad para el hom-
bre (…) deben catalogarse entre las más
misteriosas con las que está dotado».
Steve Pinker, un prominente psicólo-
go experimental experto en percepción
y desarrollo del lenguaje, opina que las
capacidades musicales –o al menos al-
gunas– son posibles gracias a la colabo-
ración de sistemas cerebrales que ya se
han desarrollado para otros propósitos,
es decir que serían productos secunda-
rios de otras capacidades. La teoría se
apoya en que no existe un «centro musi-
cal» único en el cerebro humano: «cons-
truimos» la música en nuestra mente
utilizando partes distintas del cerebro.
hablar cantando
Para algunos estudiosos, el origen de la
música se relaciona con el del lengua-
je. De hecho, existen profundas simili-
tudes entre el modo en que el cerebro
procesa la música y el lenguaje: el habla
posee entonación, ritmo, «melodía»…
Sin embargo, aún quedan muchas du-
das sobre este posible origen común.
Sacks explica que a sus pacientes
aquejados de afasia expresiva, que han
perdido el habla, les canta «Cumplea-
ños feliz» y ellos, ante su propio asom-
bro, se unen a él, muchas veces incluso
con la letra. «Las palabras todavía están
interiorización
Parkinson. Gracias a la música,
sobre todo la que tiene un fuerte
carácter rítmico, los pacientes de
Parkinson pueden moverse a ve-
ces con facilidad y fluidez. Mientras
suena, regresan a la velocidad del
movimiento que les era natural an-
tes de la enfermedad.
Autismo. El uso de la terapia mu-
sical en el autismo se ha desarrolla-
do mucho. A veces solo a través de
la música se puede establecer con-
tacto con las personas autistas más
inaccesibles.
Apoplejías. Oliver Sacks describe
numerosos casos en que después
de una apoplejía u otras lesiones
del hemisferio izquierdo la persona
experimenta súbitamente un talen-
to musical o artístico. La explicación
por ahora más plausible a estos y
otros fenómenos es que cuando se
dañan unas funciones cerebrales se
liberan otras normalmente suprimi-
das o inhibidas. A veces, por ejem-
plo, la pérdida del lenguaje va aso-
ciada a un incremento de las apti-
tudes musicales.
Demencia. La percepción musi-
cal, la sensibilidad, la emoción y la
memoria musicales pueden sobre-
vivir mucho después de que otras
formas de memoria hayan desapa-
recido. Es como si la música discu-
rriera por otros canales que el res-
to de información. El objetivo de la
terapia musical en estos casos es
mantener a la persona arraigada al
mundo, suscitarle emociones y aso-
ciaciones que le permitan recuperar
su identidad. Cuando casi todo lo
demás le deja indiferente, la música
puede hacerle reaccionar emocio-
nalmente. Que sea posible ganar-
se la atención de estos pacientes y
mantenerla unos minutos resulta de
por sí extraordinario. El efecto pue-
de perdurar horas o días.
Algunas personas con dolen-
cias neurológicas graves re-
accionan de manera intensa y
específica a la terapia musical.
Cuando solo la
música funciona
‘en’ ellos, en alguna parte, pero es necesa-
ria la música para sacarlas». Lo mismo
ocurre con algunos niños autistas, que
son capaces de cantar o entender lo que
se les dice si se les pone música. Inclu-
so las personas que tartamudean suelen
cantar con fluidez, y pueden sortear su
tartamudeo si cantan o hablan con una
cantinela. En los restaurantes se tienen a
veces experiencias parecidas: un cama-
rero puede enumerar una lista de platos
muy larga pero si se le pide qué ha di-
cho después de tal o cual plato, tal vez
no sea capaz de sacar ese dato de la se-
cuencia que tiene en su memoria, y ha
de repetir toda la lista.
ritmo sobre el caos
Para el psiquiatra y melómano Anthony
Storr, «si lográramos entender cómo se
originó la música, tal vez podríamos com-
prender mejor su significado esencial». To-
do lo que podemos deducir es que ha
tenido un papel importante en la in-
teracción social, como prueban los ri-
tuales religiosos y los cantos de gue-
rra. De hecho, todavía hoy, es impensa-
ble un funeral o una fiesta sin música.
En todas las sociedades la música
une a las personas. Y este vínculo pare-
ce conseguirlo el ritmo, que sincroniza
las mentes y los cuerpos: incluso si no
estamos prestando atención a la música
tendemos a llevar el compás y a respon-
der al ritmo con movimiento. De alguna
manera, como escribió Nietzsche, «es-
cuchamos música con nuestros músculos».
Oliver Sacks explica que cuando na-
da sin prisas, suelen sonar en su mente
los valses de Strauss, que dan a sus mo-
vimientos un automatismo y una preci-
sión que no lograría contando. Lo cu-
rioso es que las investigaciones demues-
tran que las respuestas motoras al ritmo
preceden o anticipan al propio ritmo
externo: es decir, de todo cuanto oímos
extraemos patrones rítmicos asombro-
samente precisos, que luego prevemos.
Existe una propensión universal a in-
ferir un ritmo incluso cuando se oye
una serie de sonidos idénticos a interva-
los constantes. Tendemos a oír el soni-
do de un reloj digital, por ejemplo, co-
mo «tic-tac, tic-tac» cuando en realidad
suena «tic, tic, tic, tic». Es como si el
cerebro necesitara organizar la informa-
ción con una pauta propia.
Para el gran violinista Yehudi Menu-
hin «la música ordena el caos, pues el rit-
mo impone unanimidad en la divergencia,
la melodía impone continuidad en la frag-
mentación, y la armonía impone compati-
bilidad en la incongruencia».
música sin invitación
Nos atrae la repetición. Como si hubie-
ra algo neurológicamente irresistible en
ella, tal vez porque en nuestro propio
cuerpo experimentamos el ritmo en la
respiración, los latidos, los pasos o el
acto sexual. «Deseamos el estímulo y la
recompensa una y otra vez, y en la música
lo obtenemos», opina Sacks.
No debería sorprender, pues, que es-
temos expuestos a ciertos excesos, como
la irritante repetición compulsiva de fra-
ses musicales que llegan a veces sin invi-
tación y se quedan mientras quieren in-
cluso si no nos gustan. «Es como si la mú-
sica estuviera atrapada en una especie de
bucle, un estrecho circuito nervioso del que
no puede escapar», afirma Sacks. ¿Qué
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sea más pegadiza que otra? No se sabe.
Cabe preguntarse si este fenómeno al
que Sacks se refiere como «gusanos au-
ditivos» no es algo moderno, o al menos
mucho más común que antes. Es indu-
dable que el acoso musical que sufrimos
muchas veces en los espacios públicos y
la extrema disponibilidad de la música
a través de los nuevos equipos portáti-
les causan cierta tensión en los sensibles
sistemas auditivos.
desafinar y disfrutar
La neurociencia de la música se ha fija-
do poco en la parte afectiva de la apre-
ciación musical, pero la música apela a
las emociones tanto como al intelecto.
Muchos de nosotros no podemos apre-
ciar o ni siquiera percibir ciertos aspec-
Nietzsche sostenía que la música es una de las artes
que más agudiza el sentido de participación en la
vida, haciendo que valga la pena estar en el mundo.
Freud, al parecer, no escuchaba nun-
ca música. En la única ocasión en que
escribió sobre este tema comentó que
«un sesgo racionalista o quizás analítico de
mi mente se rebela contra el hecho de de-
jarme conmover por algo sin saber por qué
me afecta así y qué es lo que me afecta». Se
ha sugerido después que algunas perso-
nas parecen evitar el efecto emocional
de la música por miedo a la intensidad
de los sentimientos que puede suscitar.
De hecho, muchos mitos clásicos ha-
blan de este poder: los cantos cautivado-
res de las sirenas era lo que atraía a los
marineros a la desgracia; tam-
bién los griegos se reunían
para oír extasiados a Orfeo
tocar la lira, que así durmió al
terrible Cancerbero; las mu-
jeres indias se rendían al oír a
Krishna tocar la flauta…
Pero ¿por qué el sentido
del oído está tan vinculado
a los sentimientos?, se pre-
gunta Storr: «¿Existe alguna
relación entre el hecho de que,
al principio de la vida, poda-
mos oír antes que ver?».
xxxxxxxxxxxxxx
LIBROS
musicofilia
Oliver Sacks
Ed. Anagrama
armonía de
las esferas
Joscelyn Godwin
Ed. Atalanta
la música
y la mente
Anthony Storr
Ed. Paidós
tos formales de la música, pero la dis-
frutamos mucho, y podemos cantar
entusiasmados melodías a veces muy
desafinadas sin que eso impida que nos
sintamos felices.
Todos, de hecho, estamos más pre-
parados para ciertos aspectos musicales
que para otros. Las personas sensibles al
tono, por ejemplo, reconocen una nota
de manera instantánea, como la mayo-
ría vemos un color. Otras, sin embargo,
no llegan a ser nunca capaces de identi-
ficarla. Lo sorprendente es que incluso
en este caso se pueda ser muy sensible a
la música. Darwin escribió:
«Tengo tan poco oído que no
percibo ni un acorde disonan-
te, ni sé llevar el compás ni ta-
rarear correctamente, y es un
misterio cómo es posible que la
música me dé placer».
Al revés, también otros
tienen un buen oído, son
exquisitamente sensibles a
los matices formales de la
música, pero no les interesa
mucho ni la consideran par-
te importante en sus vidas.
De tan accesible, podemos llegar a
trivializar la música y no concederle
apenas importancia en nuestro queha-
cer diario. Pero probablemente tiene un
papel más destacado de lo que se cree
en nuestras vidas.
un placer superior
El neurocientífico Francisco J. Ru-
bia menciona la música como al-
go esencial en su vida, «y no solo es-
cucharla sino practicarla». Se trata, se-
gún él, de «un placer distinto a los
placeres normales, superior a ellos».
Otros autores, entre los que se inclu-
ye Nietzsche, sostienen que mejora la
apreciación de la vida: no solo nos ale-
ja por un momento del sufrimiento si-
no que más bien agudiza el sentido de
participación en la vida, le da sentido y
hace que sea «algo por lo cual vale la pe-
na estar en el mundo». La experiencia de
la música, tan escurridiza a las palabras,
se puede vivir en este sentido como una
suerte de revelación que nos adentra en
los misterios del hombre y el cosmos.
yvette moya-angeler

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  • 1. xxxxxxxxxxxxxx interiorización No está claro que un niño acostumbrado a escuchar a Mozart sea más listo ni se convierta en mejor ma- temático pero sí existen evidencias de que escu- char música con regula- ridad y, sobre todo, par- ticipar activamente en la creación de la música, es- timula el desarrollo de las diferentes zonas del cere- bro que tienen que funcio- nar juntas para escuchar o interpretar música. Madurez. Además, se- gún el psiquiatra Anthony Storr, las personas que han recibido una educa- ción musical adecuada en su infancia tienen más po- sibilidades de ser felices y productivas. Comparte con Platón su idea expues- ta en «Timoteo» de que la música es «un aliado en- viado celestial que ordena y armoniza cualquier diso- nancia de las revoluciones de nuestro interior». Su efecto beneficioso en los niños Es muy extraño que todos, en mayor o menor grado, tengamos música so- nando en la cabeza. Y que esté sincroni- zada a veces con la que empieza a cantar alguien a nuestro lado. O que el cerebro reproduzca de pronto una melodía o fragmento musical en el que no ha pen- sado durante décadas. ¿Por qué en ese momento y esa melodía? ¿Qué lleva al inconsciente a escogerla entre miles? Esas frases musicales que surgen sin que las invoquemos ni controlemos, in- cluso cuando dormimos, probarían que, al margen de la inclinación que cada uno sienta por la música, esta constituye una parte esencial de nuestra vida interior. La música parece discurrir por un sistema autónomo, independiente de la see los atributos contradictorios de ser a un tiempo inteligible e intraducible». chopin en la selva En los años treinta, Levi-Strauss pasó largo tiempo viviendo en la selva ama- zónica en condiciones precarias. Co- mo relata en su libro Tristes trópicos lle- gó un momento en el que empezaron a asaltarle visiones fugitivas de la campi- ña francesa que su memoria recupera- ba y a las que hasta entonces no había dado ningún valor. No lograba librarse tampoco de una melodía que acudía in- sistente a su mente: «Durante semanas, en esa meseta del Mato Grosso occidental, no me obsesionaba lo que me rodeaba –que no volvería a ver–, sino una melodía recu- rrente que mi recuerdo empobrecía: la del estudio número 3 del opus 10 de Chopin, donde, por un escarnio a la amargura que me hería también a mí, me parecía resu- mirse todo lo que había dejado atrás.» E n momentos en que a Ana le embarga la emoción, me cuenta, siente a veces la necesidad pe- rentoria de escuchar el Adagietto de la Sinfonía 5 de Mahler. Le parece, mientras oye las primeras notas o las re- produce fácilmente en su mente, que toda la orquesta conoce el secreto de sus aflicciones más íntimas, y eso la recon- forta de una forma que le resulta difícil de explicar, como si esa música expre- sara todo lo que las palabras no pueden decir sobre cómo se siente. A menudo la música, prosigue, le hace sentir que participa de algo superior que la envuelve y la «saca» de sí misma. Al mismo tiempo, tiene la capacidad de re- velarle una fuerza interior insospechada. El poder profundamente emocional de la música es quizá «el misterio supre- mo de la ciencia humana», en palabras del antropólogo Claude Levi-Strauss. «Es el único lenguaje –escribió– que po- ¿Por qué disfrutamos de la música si no parece tener una utilidad biológica clara? ¿Por qué mueve el cuerpo y el ánimo? ¿Es lo último que olvidamos? Y, sobre todo, ¿cómo consigue emocionarnos? vibrar con LA MÚSICA
  • 2. conciencia. «Eso explicaría la fidelidad y la cualidad aparentemente indeleble de la memoria musical, así como el hecho de que la música no se vea afectada por los estra- gos de la amnesia y la demencia», reflexio- na el neurólogo Oliver Sacks en su libro Musicofilia. Las investigaciones apuntan a una «inteligencia musical» desligada de la convencional. música… ¿para qué? La sensibilidad para la música, el hecho de que nuestros sistemas auditivos y nerviosos estén exquisitamente afinados para ella, sigue siendo un gran enigma para los científicos teniendo en cuenta que, desde un punto de vista estricta- mente biológico, no parecen contribuir a la supervivencia. En El origen del hom- bre, Darwin ya apuntaba que «como ni el disfrute de la música ni la capacidad pa- ra producir notas musicales son facultades que tengan la menor utilidad para el hom- bre (…) deben catalogarse entre las más misteriosas con las que está dotado». Steve Pinker, un prominente psicólo- go experimental experto en percepción y desarrollo del lenguaje, opina que las capacidades musicales –o al menos al- gunas– son posibles gracias a la colabo- ración de sistemas cerebrales que ya se han desarrollado para otros propósitos, es decir que serían productos secunda- rios de otras capacidades. La teoría se apoya en que no existe un «centro musi- cal» único en el cerebro humano: «cons- truimos» la música en nuestra mente utilizando partes distintas del cerebro. hablar cantando Para algunos estudiosos, el origen de la música se relaciona con el del lengua- je. De hecho, existen profundas simili- tudes entre el modo en que el cerebro procesa la música y el lenguaje: el habla posee entonación, ritmo, «melodía»… Sin embargo, aún quedan muchas du- das sobre este posible origen común. Sacks explica que a sus pacientes aquejados de afasia expresiva, que han perdido el habla, les canta «Cumplea- ños feliz» y ellos, ante su propio asom- bro, se unen a él, muchas veces incluso con la letra. «Las palabras todavía están
  • 3. interiorización Parkinson. Gracias a la música, sobre todo la que tiene un fuerte carácter rítmico, los pacientes de Parkinson pueden moverse a ve- ces con facilidad y fluidez. Mientras suena, regresan a la velocidad del movimiento que les era natural an- tes de la enfermedad. Autismo. El uso de la terapia mu- sical en el autismo se ha desarrolla- do mucho. A veces solo a través de la música se puede establecer con- tacto con las personas autistas más inaccesibles. Apoplejías. Oliver Sacks describe numerosos casos en que después de una apoplejía u otras lesiones del hemisferio izquierdo la persona experimenta súbitamente un talen- to musical o artístico. La explicación por ahora más plausible a estos y otros fenómenos es que cuando se dañan unas funciones cerebrales se liberan otras normalmente suprimi- das o inhibidas. A veces, por ejem- plo, la pérdida del lenguaje va aso- ciada a un incremento de las apti- tudes musicales. Demencia. La percepción musi- cal, la sensibilidad, la emoción y la memoria musicales pueden sobre- vivir mucho después de que otras formas de memoria hayan desapa- recido. Es como si la música discu- rriera por otros canales que el res- to de información. El objetivo de la terapia musical en estos casos es mantener a la persona arraigada al mundo, suscitarle emociones y aso- ciaciones que le permitan recuperar su identidad. Cuando casi todo lo demás le deja indiferente, la música puede hacerle reaccionar emocio- nalmente. Que sea posible ganar- se la atención de estos pacientes y mantenerla unos minutos resulta de por sí extraordinario. El efecto pue- de perdurar horas o días. Algunas personas con dolen- cias neurológicas graves re- accionan de manera intensa y específica a la terapia musical. Cuando solo la música funciona ‘en’ ellos, en alguna parte, pero es necesa- ria la música para sacarlas». Lo mismo ocurre con algunos niños autistas, que son capaces de cantar o entender lo que se les dice si se les pone música. Inclu- so las personas que tartamudean suelen cantar con fluidez, y pueden sortear su tartamudeo si cantan o hablan con una cantinela. En los restaurantes se tienen a veces experiencias parecidas: un cama- rero puede enumerar una lista de platos muy larga pero si se le pide qué ha di- cho después de tal o cual plato, tal vez no sea capaz de sacar ese dato de la se- cuencia que tiene en su memoria, y ha de repetir toda la lista. ritmo sobre el caos Para el psiquiatra y melómano Anthony Storr, «si lográramos entender cómo se originó la música, tal vez podríamos com- prender mejor su significado esencial». To- do lo que podemos deducir es que ha tenido un papel importante en la in- teracción social, como prueban los ri- tuales religiosos y los cantos de gue- rra. De hecho, todavía hoy, es impensa- ble un funeral o una fiesta sin música. En todas las sociedades la música une a las personas. Y este vínculo pare- ce conseguirlo el ritmo, que sincroniza las mentes y los cuerpos: incluso si no estamos prestando atención a la música tendemos a llevar el compás y a respon- der al ritmo con movimiento. De alguna manera, como escribió Nietzsche, «es- cuchamos música con nuestros músculos». Oliver Sacks explica que cuando na- da sin prisas, suelen sonar en su mente los valses de Strauss, que dan a sus mo- vimientos un automatismo y una preci- sión que no lograría contando. Lo cu- rioso es que las investigaciones demues- tran que las respuestas motoras al ritmo preceden o anticipan al propio ritmo externo: es decir, de todo cuanto oímos extraemos patrones rítmicos asombro- samente precisos, que luego prevemos. Existe una propensión universal a in- ferir un ritmo incluso cuando se oye una serie de sonidos idénticos a interva- los constantes. Tendemos a oír el soni- do de un reloj digital, por ejemplo, co- mo «tic-tac, tic-tac» cuando en realidad suena «tic, tic, tic, tic». Es como si el cerebro necesitara organizar la informa- ción con una pauta propia. Para el gran violinista Yehudi Menu- hin «la música ordena el caos, pues el rit- mo impone unanimidad en la divergencia, la melodía impone continuidad en la frag- mentación, y la armonía impone compati- bilidad en la incongruencia». música sin invitación Nos atrae la repetición. Como si hubie- ra algo neurológicamente irresistible en ella, tal vez porque en nuestro propio cuerpo experimentamos el ritmo en la respiración, los latidos, los pasos o el acto sexual. «Deseamos el estímulo y la recompensa una y otra vez, y en la música lo obtenemos», opina Sacks. No debería sorprender, pues, que es- temos expuestos a ciertos excesos, como la irritante repetición compulsiva de fra- ses musicales que llegan a veces sin invi- tación y se quedan mientras quieren in- cluso si no nos gustan. «Es como si la mú- sica estuviera atrapada en una especie de bucle, un estrecho circuito nervioso del que no puede escapar», afirma Sacks. ¿Qué características hacen que una melodía sea más pegadiza que otra? No se sabe. Cabe preguntarse si este fenómeno al que Sacks se refiere como «gusanos au- ditivos» no es algo moderno, o al menos mucho más común que antes. Es indu- dable que el acoso musical que sufrimos muchas veces en los espacios públicos y la extrema disponibilidad de la música a través de los nuevos equipos portáti- les causan cierta tensión en los sensibles sistemas auditivos. desafinar y disfrutar La neurociencia de la música se ha fija- do poco en la parte afectiva de la apre- ciación musical, pero la música apela a las emociones tanto como al intelecto. Muchos de nosotros no podemos apre- ciar o ni siquiera percibir ciertos aspec- Nietzsche sostenía que la música es una de las artes que más agudiza el sentido de participación en la vida, haciendo que valga la pena estar en el mundo.
  • 4. Freud, al parecer, no escuchaba nun- ca música. En la única ocasión en que escribió sobre este tema comentó que «un sesgo racionalista o quizás analítico de mi mente se rebela contra el hecho de de- jarme conmover por algo sin saber por qué me afecta así y qué es lo que me afecta». Se ha sugerido después que algunas perso- nas parecen evitar el efecto emocional de la música por miedo a la intensidad de los sentimientos que puede suscitar. De hecho, muchos mitos clásicos ha- blan de este poder: los cantos cautivado- res de las sirenas era lo que atraía a los marineros a la desgracia; tam- bién los griegos se reunían para oír extasiados a Orfeo tocar la lira, que así durmió al terrible Cancerbero; las mu- jeres indias se rendían al oír a Krishna tocar la flauta… Pero ¿por qué el sentido del oído está tan vinculado a los sentimientos?, se pre- gunta Storr: «¿Existe alguna relación entre el hecho de que, al principio de la vida, poda- mos oír antes que ver?». xxxxxxxxxxxxxx LIBROS musicofilia Oliver Sacks Ed. Anagrama armonía de las esferas Joscelyn Godwin Ed. Atalanta la música y la mente Anthony Storr Ed. Paidós tos formales de la música, pero la dis- frutamos mucho, y podemos cantar entusiasmados melodías a veces muy desafinadas sin que eso impida que nos sintamos felices. Todos, de hecho, estamos más pre- parados para ciertos aspectos musicales que para otros. Las personas sensibles al tono, por ejemplo, reconocen una nota de manera instantánea, como la mayo- ría vemos un color. Otras, sin embargo, no llegan a ser nunca capaces de identi- ficarla. Lo sorprendente es que incluso en este caso se pueda ser muy sensible a la música. Darwin escribió: «Tengo tan poco oído que no percibo ni un acorde disonan- te, ni sé llevar el compás ni ta- rarear correctamente, y es un misterio cómo es posible que la música me dé placer». Al revés, también otros tienen un buen oído, son exquisitamente sensibles a los matices formales de la música, pero no les interesa mucho ni la consideran par- te importante en sus vidas. De tan accesible, podemos llegar a trivializar la música y no concederle apenas importancia en nuestro queha- cer diario. Pero probablemente tiene un papel más destacado de lo que se cree en nuestras vidas. un placer superior El neurocientífico Francisco J. Ru- bia menciona la música como al- go esencial en su vida, «y no solo es- cucharla sino practicarla». Se trata, se- gún él, de «un placer distinto a los placeres normales, superior a ellos». Otros autores, entre los que se inclu- ye Nietzsche, sostienen que mejora la apreciación de la vida: no solo nos ale- ja por un momento del sufrimiento si- no que más bien agudiza el sentido de participación en la vida, le da sentido y hace que sea «algo por lo cual vale la pe- na estar en el mundo». La experiencia de la música, tan escurridiza a las palabras, se puede vivir en este sentido como una suerte de revelación que nos adentra en los misterios del hombre y el cosmos. yvette moya-angeler