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Los esclavos están de rodillas, junto a la ventana de Magdalena. Amita, ¿puedo ayudarla? ¿Necesita algo?
Magdalena sale de su casa. ¡Es el momento!  ¡Valor! ¡Coraje, Magdalena!
Nadie quería perderse la ceremonia. En la Plaza Mayor se encontraba una multitud, con expresión de angustia. Acompañando al féretro, estaban los miembros de la realeza. “ Acompañan el féretro miembros del Consulado, de la Real Audiencia, el Marqués de Casa Hermosa y el secretario de su Excelencia.”
En la Iglesia de San Juan se van a sepultar los restos del Virrey del Río de la Plata. Ya suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes. Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo que diez soldados custodian entre hachones encendidos.
En silencio, el sobrino del Marqués apoya su mano en el hombro de Magdalena, con un gesto protector … Pero, Magdalena llora desconsoladamente.
Magdalena llora mucho, el marqués y el Secretario, la miran. ¿Por qué llorará tanto? ¡Es inexplicable!!
Las cuatro hermanas de Magdalena conversan ¡¿Qué tendrá Magdalena? ¡Perdió el control! ¿Cómo llegó hasta aquí?
¿Cómo hizo para venir? ¡¿De dónde conocía a Don Pedro, si nunca dejaba la casa? ¿Iría él a visitarla?
¡Cómo se atreve! ¡NO! ¡No es posible! ¡Seguro que hubo algo muy íntimo, muy íntimo!!
Las vecinas susurran, mientras rezan ¡Qué barbaridad! ¡Es imposible de creer! ¡Tan ingenua se la veía! ¡Es una vergüenza!
El Marqués la observa,  mientras se pasa la mano por su pelo blanco… ¡Pobre señora! ¡cuánto sufrimiento!
Ya en la Iglesia, apoyan el féretro y el cura reza
El Marqués y el sobrino de Su Excelencia permanecen al lado de Magdalena. ¡Estoy desconcertado! “ Sólo unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias.  “ ¿Quién es esta señora?
Las vecinas se codean y conversan ¡Picarona, picarona! El secreto lo tenía bien guardado!! ¿Habrá intimado con el Virrey?
“ Don Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires, duerme su sueño infinito… “ ¡Fuerza!  ¡Siga adelante! El sobrino del Virrey sostiene a Magdalena y le dice frases de consuelo
Las hermanas, dialogan, sorprendidas por lo que sucede. ¡Qué bien oculto lo tenía! ¡…y pensábamos que era una solterona amargada!
“  ¡Mosca muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el Virrey allí?...” ¡Nosotras que nos creíamos importantes! ¡Miren de lo que nos venimos a enterar!!   ¡Tan disminuída se la veía!!
Las hermanas sospechan … ¿Habrá hablado con Don Pedro sobre nosotras y de nuestros maridos? ¡Seguro! ¡Segurísimo! “ Han descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia displicente. “
El regreso… La intrigante dama regresa a la gran casa. Entre sus hermanas se destaca su madurez.  Sus cuñados la miran con respeto.
La puerta se cierra. Nadie dice palabra… Magdalena atraviesa el zaguán erguida y triunfante sobre la hipocrecía y el chusmerío.
“ Claro que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena ya no dejará su casa. Hasta el fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca.” ¿Quién conocerá mi verdad???
Escribieron el guión  y … fueron los actores!
AHORA PODÉS LEER  *  LA BIOGRAFIA DE MANUEL MUJICA LÁINEZ  *  EL CUENTO COMPLETO Narrador argentino que combinó imaginación novelesca con datos históricos y el color local con el cosmopolitismo, desarrollando una serie de tramas de corte histórico. Nació en el seno de una familia patricia; por vía materna descendía de periodistas y escritores e incluso su madre componía piezas de teatro que leía a sus amistades, de modo que creció en un medio en el que todo se conjugaba para facilitar su vocación por las letras.  Entre los 13 y los 16 años vivió en Europa, donde se familiarizó con los clásicos franceses e ingleses, y a su regreso se vinculó con A. Storni, Arturo Capdevila y otros, y más tarde con A. Bioy Casares, S. Ocampo, S. Bullrich y el círculo de colaboradores de la revista Sur.  Fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de escritores (SADE) cuando Jorge Luis Borges la presidía.  Sus gustos clásicos lo mantuvieron ajeno a vanguardias e innovaciones. Admiraba a M. Proust, H. James y V. Woolf. Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Literatura (1963) y recibió la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982). En 1931 comenzó a colaborar en La Nación como crítico de arte y en 1936 reunió bajo el título de Glosas castellanas sus artículos periodísticos; dos años después publicó la novela Don Galaz de Buenos Aires.  Si con los cuentos de Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950) abordó momentos de la historia de la ciudad desde sus orígenes, con las novelas Los ídolos (1952), La casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en "El Paraíso" (1957) retrató el apogeo y la decadencia de la alta burguesía argentina. Volvería a ello muchos años más tarde, con El gran teatro (1979). Aquí vivieron narra diversas historias sucedidas entre 1853 y 1924 en San Isidro, un suburbio tradicionalmente habitado por la clase alta de Buenos Aires. El libro combina la imaginación novelesca con una base de datos históricos. La misma voluntad se percibe en La casa, relato en el que una señorial vivienda de la calle Florida de Buenos Aires narra en primera persona su propia historia y la de sus habitantes. Más abarcadora, aunque sin romper con esa línea, resulta Misteriosa Buenos Aires, una reconstrucción con elementos ficticios de la historia de la ciudad, desde el mismo momento de la llegada de su primer fundador, Pedro de Mendoza.  Con Bomarzo inicia un nuevo ciclo de obras eruditas y fantásticas en el molde de la novela histórica. Es una historia sobre el Renacimiento italiano narrada por un muerto, Pier Francesco Orsini, el noble jorobado que dio nombre a los famosos y extravagantes jardines italianos de Bomarzo. La obra ha dado argumento a una ópera premiada y mundialmente reconocida con música de Alberto Ginastera y cuyo libreto compuso el mismo Mujica Láinez. HAGA CLIK PARA SIGUIENTE (Benos Aires, 1910 - La Cumbre, 1984)
EL ILUSTRE AMOR – 1797 / Manuel Mujica Láinez     Cuento. Texto completo En el aire fino, mañanero, de abril, avanza oscilando por la Plaza Mayor la pompa fúnebre del quinto Virrey del Río de la Plata. Magdalena la espía hace rato por el entreabierto postigo, aferrándose a la reja de su ventana. Traen al muerto desde la que fue su residencia del Fuerte, para exponerle durante los oficios de la Catedral y del convento de las monjas capuchinas. Dicen que viene muy bien embalsamado, con el hábito de Santiago por mortaja, al cinto el espadín. También dicen que se le ha puesto la cara negra.  A Magdalena le late el corazón locamente. De vez en vez se lleva el pañuelo a los labios. Otras, no pudiendo dominarse, abandona su acecho y camina sin razón por el aposento enorme, oscuro. El vestido enlutado y la mantilla de duelo disimulan su figura otoñal de mujer que nunca ha sido hermosa. Pero pronto regresa a la ventana y empuja suavemente el tablero. Poco falta ya. Dentro de unos minutos el séquito pasará frente a su casa.  Magdalena se retuerce las manos. ¿Se animará, se animará a salir?  Ya se oyen los latines con claridad. Encabeza la marcha el deán, entre los curas catedralicios y los diáconos cuyo andar se acompasa con el lujo de las dalmáticas. Sigue el Cabildo eclesiástico, en alto las cruces y los pendones de las cofradías. Algunos esclavos se han puesto de hinojos junto a la ventana de Magdalena. Por encima de sus cráneos motudos, desfilan las mazas del Cabildo. Tendrá que ser ahora. Magdalena ahoga un grito, abre la puerta y sale.  Afuera, la Plaza inmensa, trémula bajo el tibio sol, está inundada de gente. Nadie quiso perder las ceremonias. El ataúd se balancea como una barca sobre el séquito despacioso. Pasan ahora los miembros del Consulado y los de la Real Audiencia, con el regente de golilla. Pasan el Marqués de Casa Hermosa y el secretario de Su Excelencia y el comandante de Forasteros. Los oficiales se turnan para tomar, como si fueran reliquias, las telas de bayeta que penden de la caja. Los soldados arrastran cuatro cañones viejos. El Virrey va hacia su morada última en la Iglesia de San Juan.  Magdalena se suma al cortejo llorando desesperadamente. El sobrino de Su Excelencia se hace a un lado, a pesar del rigor de la etiqueta, y le roza un hombro con la mano perdida entre encajes, para sosegar tanto dolor. Pero Magdalena no calla. Su llanto se mezcla a los latines litúrgicos, cuya música decora el nombre ilustre: "Excmo. Domino Pedro Melo de Portugal et Villena,  militaris ordinis Sancti Jacobi ..."  El Marqués de Casa Hermosa vuelve un poco la cabeza altiva en pos de quién gime así. Y el secretario virreinal también, sorprendido. Y los cónsules del Real Consulado. Quienes más se asombran son las cuatro hermanas de Magdalena, las cuatro hermanas jóvenes cuyos maridos desempeñan cargos en el gobierno de la ciudad.  HAGA CLIK PARA SIGUIENTE
-¿Qué tendrá Magdalena?  -¿Qué tendrá Magdalena?  -¿Cómo habrá venido aquí, ella que nunca deja la casa?  Las otras vecinas lo comentan con bisbiseos hipócritas, en el rumor de los largos rosarios.  -¿Por qué llorará así Magdalena?  A las cuatro hermanas ese llanto y ese duelo las perturban. ¿Qué puede importarle a la mayor, a la enclaustrada, la muerte de don Pedro? ¿Qué pudo acercarla a señorón tan distante, al señor cuyas órdenes recibían sus maridos temblando, como si emanaran del propio Rey? El Marqués de Casa Hermosa suspira y menea la cabeza. Se alisa la blanca peluca y tercia la capa porque la brisa se empieza a enfriar.  Ya suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes. Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo que diez soldados custodian entre hachones encendidos. Ocupa cada uno su lugar receloso de precedencias. En el altar frontero, levántase la gloria de los salmos. El deán comienza a rezar el oficio.  Magdalena se desliza quedamente entre los oidores y los cónsules. Se aproxima al asiento de dosel donde el decano de la Audiencia finge meditaciones profundas. Nadie se atreve a protestar por el atentado contra las jerarquías. ¡Es tan terrible el dolor de esta mujer!  El deán, al tornarse con los brazos abiertos como alas, para la primera bendición, la ve y alza una ceja. Tose el Marqués de Casa Hermosa, incómodo. Pero el sobrino del Virrey permanece al lado de la dama cuitada, palmeándola, calmándola.  Sólo unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias.  -¿Qué le acontece a Magdalena?  Las cuatro hermanas arden como cuatro hachones.  Chisporrotean, celosas.  -¿Qué diantre le pasa? ¿Ha extraviado el juicio? ¿O habrá habido algo, algo muy íntimo, entre ella y el Virrey? Pero no, no, es imposible... ¿cuándo?  Don Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires, duerme su sueño infinito, bajo el escudo que cubre el manto ducal, el blasón con las torres y las quinas de la familia real portuguesa. Indiferente, su negra cara brilla como el ébano, en el oscilar de las antorchas.  HAGA CLIK PARA SIGUIENTE
Magdalena, de rodillas, convulsa, responde a los  Dominus vobis cum . Las vecinas se codean:  ¡Qué escándalo! Ya ni pudor queda en esta tierra... ¡Y qué calladito lo tuvo!  Pero, simultáneamente, infíltrase en el ánimo de todos esos hombres y de todas esas mujeres, como algo más recio, más sutil que su irritado desdén, un indefinible respeto hacia quien tan cerca estuvo del amo.  La procesión ondula hacia el convento de las capuchinas de Santa Clara, del cual fue protector Su Excelencia. Magdalena no logra casi tenerse en pie. La sostiene el sobrino de don Pedro, y el Marqués de Casa Hermosa, malhumorado, le murmura desflecadas frases de consuelo. Las cuatro hermanas jóvenes no osan mirarse.  ¡Mosca muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el Virrey allí? ¿Iría ella al Fuerte?  ¿Dónde se encontrarían?  -¿Qué hacemos? -susurra la segunda.  Han descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia displicente.  Despídese el concurso. El regente de la Audiencia, al pasar ante Magdalena, a quien no conoce, le hace una reverencia grave, sin saber por qué. Las cuatro hermanas la rodean, sofocadas, quebrado el orgullo. También los maridos, que se doblan en la rigidez de las casacas y ojean furtivamente alrededor.  Regresan a la gran casa vacía. Nadie dice palabra. Entre la belleza insulsa de las otras, destácase la madurez de Magdalena con quemante fulgor. Les parece que no la han observado bien hasta hoy, que sólo hoy la conocen. Y en el fondo, en el secretísimo fondo de su alma, hermanas y cuñados la temen y la admiran. Es como si un pincel de artista hubiera barnizado esa tela deslucida, agrietada, remozándola para siempre.  Claro que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena atraviesa el zaguán de su casa, erguida, triunfante. Ya no la dejará. Hasta el fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca. FIN ESCUCHÁ EL CUENTO

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Fotonovela Suterh 2a. Parte

  • 1. Los esclavos están de rodillas, junto a la ventana de Magdalena. Amita, ¿puedo ayudarla? ¿Necesita algo?
  • 2. Magdalena sale de su casa. ¡Es el momento! ¡Valor! ¡Coraje, Magdalena!
  • 3. Nadie quería perderse la ceremonia. En la Plaza Mayor se encontraba una multitud, con expresión de angustia. Acompañando al féretro, estaban los miembros de la realeza. “ Acompañan el féretro miembros del Consulado, de la Real Audiencia, el Marqués de Casa Hermosa y el secretario de su Excelencia.”
  • 4. En la Iglesia de San Juan se van a sepultar los restos del Virrey del Río de la Plata. Ya suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes. Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo que diez soldados custodian entre hachones encendidos.
  • 5. En silencio, el sobrino del Marqués apoya su mano en el hombro de Magdalena, con un gesto protector … Pero, Magdalena llora desconsoladamente.
  • 6. Magdalena llora mucho, el marqués y el Secretario, la miran. ¿Por qué llorará tanto? ¡Es inexplicable!!
  • 7. Las cuatro hermanas de Magdalena conversan ¡¿Qué tendrá Magdalena? ¡Perdió el control! ¿Cómo llegó hasta aquí?
  • 8. ¿Cómo hizo para venir? ¡¿De dónde conocía a Don Pedro, si nunca dejaba la casa? ¿Iría él a visitarla?
  • 9. ¡Cómo se atreve! ¡NO! ¡No es posible! ¡Seguro que hubo algo muy íntimo, muy íntimo!!
  • 10. Las vecinas susurran, mientras rezan ¡Qué barbaridad! ¡Es imposible de creer! ¡Tan ingenua se la veía! ¡Es una vergüenza!
  • 11. El Marqués la observa, mientras se pasa la mano por su pelo blanco… ¡Pobre señora! ¡cuánto sufrimiento!
  • 12. Ya en la Iglesia, apoyan el féretro y el cura reza
  • 13. El Marqués y el sobrino de Su Excelencia permanecen al lado de Magdalena. ¡Estoy desconcertado! “ Sólo unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias. “ ¿Quién es esta señora?
  • 14. Las vecinas se codean y conversan ¡Picarona, picarona! El secreto lo tenía bien guardado!! ¿Habrá intimado con el Virrey?
  • 15. “ Don Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires, duerme su sueño infinito… “ ¡Fuerza! ¡Siga adelante! El sobrino del Virrey sostiene a Magdalena y le dice frases de consuelo
  • 16. Las hermanas, dialogan, sorprendidas por lo que sucede. ¡Qué bien oculto lo tenía! ¡…y pensábamos que era una solterona amargada!
  • 17. “ ¡Mosca muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el Virrey allí?...” ¡Nosotras que nos creíamos importantes! ¡Miren de lo que nos venimos a enterar!! ¡Tan disminuída se la veía!!
  • 18. Las hermanas sospechan … ¿Habrá hablado con Don Pedro sobre nosotras y de nuestros maridos? ¡Seguro! ¡Segurísimo! “ Han descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia displicente. “
  • 19. El regreso… La intrigante dama regresa a la gran casa. Entre sus hermanas se destaca su madurez. Sus cuñados la miran con respeto.
  • 20. La puerta se cierra. Nadie dice palabra… Magdalena atraviesa el zaguán erguida y triunfante sobre la hipocrecía y el chusmerío.
  • 21. “ Claro que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena ya no dejará su casa. Hasta el fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca.” ¿Quién conocerá mi verdad???
  • 22. Escribieron el guión y … fueron los actores!
  • 23. AHORA PODÉS LEER * LA BIOGRAFIA DE MANUEL MUJICA LÁINEZ * EL CUENTO COMPLETO Narrador argentino que combinó imaginación novelesca con datos históricos y el color local con el cosmopolitismo, desarrollando una serie de tramas de corte histórico. Nació en el seno de una familia patricia; por vía materna descendía de periodistas y escritores e incluso su madre componía piezas de teatro que leía a sus amistades, de modo que creció en un medio en el que todo se conjugaba para facilitar su vocación por las letras. Entre los 13 y los 16 años vivió en Europa, donde se familiarizó con los clásicos franceses e ingleses, y a su regreso se vinculó con A. Storni, Arturo Capdevila y otros, y más tarde con A. Bioy Casares, S. Ocampo, S. Bullrich y el círculo de colaboradores de la revista Sur. Fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de escritores (SADE) cuando Jorge Luis Borges la presidía. Sus gustos clásicos lo mantuvieron ajeno a vanguardias e innovaciones. Admiraba a M. Proust, H. James y V. Woolf. Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Literatura (1963) y recibió la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982). En 1931 comenzó a colaborar en La Nación como crítico de arte y en 1936 reunió bajo el título de Glosas castellanas sus artículos periodísticos; dos años después publicó la novela Don Galaz de Buenos Aires. Si con los cuentos de Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950) abordó momentos de la historia de la ciudad desde sus orígenes, con las novelas Los ídolos (1952), La casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en "El Paraíso" (1957) retrató el apogeo y la decadencia de la alta burguesía argentina. Volvería a ello muchos años más tarde, con El gran teatro (1979). Aquí vivieron narra diversas historias sucedidas entre 1853 y 1924 en San Isidro, un suburbio tradicionalmente habitado por la clase alta de Buenos Aires. El libro combina la imaginación novelesca con una base de datos históricos. La misma voluntad se percibe en La casa, relato en el que una señorial vivienda de la calle Florida de Buenos Aires narra en primera persona su propia historia y la de sus habitantes. Más abarcadora, aunque sin romper con esa línea, resulta Misteriosa Buenos Aires, una reconstrucción con elementos ficticios de la historia de la ciudad, desde el mismo momento de la llegada de su primer fundador, Pedro de Mendoza. Con Bomarzo inicia un nuevo ciclo de obras eruditas y fantásticas en el molde de la novela histórica. Es una historia sobre el Renacimiento italiano narrada por un muerto, Pier Francesco Orsini, el noble jorobado que dio nombre a los famosos y extravagantes jardines italianos de Bomarzo. La obra ha dado argumento a una ópera premiada y mundialmente reconocida con música de Alberto Ginastera y cuyo libreto compuso el mismo Mujica Láinez. HAGA CLIK PARA SIGUIENTE (Benos Aires, 1910 - La Cumbre, 1984)
  • 24. EL ILUSTRE AMOR – 1797 / Manuel Mujica Láinez Cuento. Texto completo En el aire fino, mañanero, de abril, avanza oscilando por la Plaza Mayor la pompa fúnebre del quinto Virrey del Río de la Plata. Magdalena la espía hace rato por el entreabierto postigo, aferrándose a la reja de su ventana. Traen al muerto desde la que fue su residencia del Fuerte, para exponerle durante los oficios de la Catedral y del convento de las monjas capuchinas. Dicen que viene muy bien embalsamado, con el hábito de Santiago por mortaja, al cinto el espadín. También dicen que se le ha puesto la cara negra. A Magdalena le late el corazón locamente. De vez en vez se lleva el pañuelo a los labios. Otras, no pudiendo dominarse, abandona su acecho y camina sin razón por el aposento enorme, oscuro. El vestido enlutado y la mantilla de duelo disimulan su figura otoñal de mujer que nunca ha sido hermosa. Pero pronto regresa a la ventana y empuja suavemente el tablero. Poco falta ya. Dentro de unos minutos el séquito pasará frente a su casa. Magdalena se retuerce las manos. ¿Se animará, se animará a salir? Ya se oyen los latines con claridad. Encabeza la marcha el deán, entre los curas catedralicios y los diáconos cuyo andar se acompasa con el lujo de las dalmáticas. Sigue el Cabildo eclesiástico, en alto las cruces y los pendones de las cofradías. Algunos esclavos se han puesto de hinojos junto a la ventana de Magdalena. Por encima de sus cráneos motudos, desfilan las mazas del Cabildo. Tendrá que ser ahora. Magdalena ahoga un grito, abre la puerta y sale. Afuera, la Plaza inmensa, trémula bajo el tibio sol, está inundada de gente. Nadie quiso perder las ceremonias. El ataúd se balancea como una barca sobre el séquito despacioso. Pasan ahora los miembros del Consulado y los de la Real Audiencia, con el regente de golilla. Pasan el Marqués de Casa Hermosa y el secretario de Su Excelencia y el comandante de Forasteros. Los oficiales se turnan para tomar, como si fueran reliquias, las telas de bayeta que penden de la caja. Los soldados arrastran cuatro cañones viejos. El Virrey va hacia su morada última en la Iglesia de San Juan. Magdalena se suma al cortejo llorando desesperadamente. El sobrino de Su Excelencia se hace a un lado, a pesar del rigor de la etiqueta, y le roza un hombro con la mano perdida entre encajes, para sosegar tanto dolor. Pero Magdalena no calla. Su llanto se mezcla a los latines litúrgicos, cuya música decora el nombre ilustre: "Excmo. Domino Pedro Melo de Portugal et Villena, militaris ordinis Sancti Jacobi ..." El Marqués de Casa Hermosa vuelve un poco la cabeza altiva en pos de quién gime así. Y el secretario virreinal también, sorprendido. Y los cónsules del Real Consulado. Quienes más se asombran son las cuatro hermanas de Magdalena, las cuatro hermanas jóvenes cuyos maridos desempeñan cargos en el gobierno de la ciudad. HAGA CLIK PARA SIGUIENTE
  • 25. -¿Qué tendrá Magdalena? -¿Qué tendrá Magdalena? -¿Cómo habrá venido aquí, ella que nunca deja la casa? Las otras vecinas lo comentan con bisbiseos hipócritas, en el rumor de los largos rosarios. -¿Por qué llorará así Magdalena? A las cuatro hermanas ese llanto y ese duelo las perturban. ¿Qué puede importarle a la mayor, a la enclaustrada, la muerte de don Pedro? ¿Qué pudo acercarla a señorón tan distante, al señor cuyas órdenes recibían sus maridos temblando, como si emanaran del propio Rey? El Marqués de Casa Hermosa suspira y menea la cabeza. Se alisa la blanca peluca y tercia la capa porque la brisa se empieza a enfriar. Ya suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes. Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo que diez soldados custodian entre hachones encendidos. Ocupa cada uno su lugar receloso de precedencias. En el altar frontero, levántase la gloria de los salmos. El deán comienza a rezar el oficio. Magdalena se desliza quedamente entre los oidores y los cónsules. Se aproxima al asiento de dosel donde el decano de la Audiencia finge meditaciones profundas. Nadie se atreve a protestar por el atentado contra las jerarquías. ¡Es tan terrible el dolor de esta mujer! El deán, al tornarse con los brazos abiertos como alas, para la primera bendición, la ve y alza una ceja. Tose el Marqués de Casa Hermosa, incómodo. Pero el sobrino del Virrey permanece al lado de la dama cuitada, palmeándola, calmándola. Sólo unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias. -¿Qué le acontece a Magdalena? Las cuatro hermanas arden como cuatro hachones. Chisporrotean, celosas. -¿Qué diantre le pasa? ¿Ha extraviado el juicio? ¿O habrá habido algo, algo muy íntimo, entre ella y el Virrey? Pero no, no, es imposible... ¿cuándo? Don Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires, duerme su sueño infinito, bajo el escudo que cubre el manto ducal, el blasón con las torres y las quinas de la familia real portuguesa. Indiferente, su negra cara brilla como el ébano, en el oscilar de las antorchas. HAGA CLIK PARA SIGUIENTE
  • 26. Magdalena, de rodillas, convulsa, responde a los Dominus vobis cum . Las vecinas se codean: ¡Qué escándalo! Ya ni pudor queda en esta tierra... ¡Y qué calladito lo tuvo! Pero, simultáneamente, infíltrase en el ánimo de todos esos hombres y de todas esas mujeres, como algo más recio, más sutil que su irritado desdén, un indefinible respeto hacia quien tan cerca estuvo del amo. La procesión ondula hacia el convento de las capuchinas de Santa Clara, del cual fue protector Su Excelencia. Magdalena no logra casi tenerse en pie. La sostiene el sobrino de don Pedro, y el Marqués de Casa Hermosa, malhumorado, le murmura desflecadas frases de consuelo. Las cuatro hermanas jóvenes no osan mirarse. ¡Mosca muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el Virrey allí? ¿Iría ella al Fuerte? ¿Dónde se encontrarían? -¿Qué hacemos? -susurra la segunda. Han descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia displicente. Despídese el concurso. El regente de la Audiencia, al pasar ante Magdalena, a quien no conoce, le hace una reverencia grave, sin saber por qué. Las cuatro hermanas la rodean, sofocadas, quebrado el orgullo. También los maridos, que se doblan en la rigidez de las casacas y ojean furtivamente alrededor. Regresan a la gran casa vacía. Nadie dice palabra. Entre la belleza insulsa de las otras, destácase la madurez de Magdalena con quemante fulgor. Les parece que no la han observado bien hasta hoy, que sólo hoy la conocen. Y en el fondo, en el secretísimo fondo de su alma, hermanas y cuñados la temen y la admiran. Es como si un pincel de artista hubiera barnizado esa tela deslucida, agrietada, remozándola para siempre. Claro que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena atraviesa el zaguán de su casa, erguida, triunfante. Ya no la dejará. Hasta el fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca. FIN ESCUCHÁ EL CUENTO