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Las mismas flores viejas
Las mismas flores viejas
                                                                                                              Editorial Longinotti




Agujeros Negros     Catedral (Cathedral)
                                                                   Nota de la editora
Samanta Schweblin   Raymond Carver                                 En esta edición de la antología se han respetado
                                                                   las traducciones originales, revisando sólo
                                                                   aquellos casos puntuales en que algunos
                    De cómo aman los muertos   El hombre que ríe   términos o expresiones pudieran resultar
                    Charles Bukowski           J.D. Salinger       demasiado antiguas o ajenas para el lector.
Indice      CUENTOS
         7 Agujeros Negros
            Samanta Schweblin


         23 Catedral (Cathedral)
            Raymond Carver


         47 De cómo aman los muertos
            Charles Bukowski


         69 El hombre que ríe
            J.D. Salinger




                                          EXTRAS
                                       95 Citas

                                       101 Obras




                                                   5
“Lo
a n o r mestar
    puede
          al
en tu propio
cuerpo
    sin vos
        saberlo”




             Samanta
             Schweblin
Bio




                                                             Samanta Schweblin


                                                                                                                                                                                              1900

                                                                                                                                                                                              1910

                                                                                                                                                                                              1920

                                                                                                                                                                                              1930

                                                                                                                                                                                              1940

                                                                                                                                                                                              1950

    Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978)                                                                                                                                                    1960
    es una escritora argentina, egresada de la
                                                                                                                                                                                          1970
    carrera de Imagen y Sonido de la UBA.
                                                                                                                                      “ Hay dos ejes fundamentales
                                                                                                                                                                                              1980
                                                                                                                                     que deben atravesar un cuento
    Su libro de cuentos El núcleo del disturbio
                                                                                                                     de punta a punta, son dos elásticos muy tirantes
    (2002) ganó el primer premio del Fondo                                                                                                                                                    1990
                                                                                                  que si se aflojan por un segundo ya no pueden volverse a atar, y
    Nacional de las Artes 2001, y su cuento
                                                                                                  son la tensión y el verosímil.                                                              2000
    “Hacia la alegre civilización de la capital”,
    el primer premio en el Concurso Nacional                                                      Pero hay un pequeño secreto...                                                              2010
    Haroldo Conti.                                                                                                 cuanto más nos acercamos a ellos...
                                                                                                                                                  más tiran                                   2020
    Participó en las antologías publicadas por
    la Editorial Siruela, “Cuentos Argentinos”
    (España, 2004); la Editorial Norma, “La         Su segundo libro de cuentos, Pájaros en
    joven guardia” (Argentina, 2005) y “Una         la boca (2009), obtuvo el Premio Casa
    terraza propia” (Argentina, 2006); y varias     de las Américas 2008. En 2010 publicó
    antologías de centros culturales como el        “La pesada valija de Benavides” en la                                                                                   1978 Nacimiento
    General San Martín y el Ricardo Rojas.          editorial uruguaya La Propia Cartonera y                                                                            Argentina
    Algunos de sus cuentos ya se encuentran         fue elegida por la revista británica Granta                                                                           Cuento Género
    traducidos al inglés, el francés, el alemán     como una de los 22 mejores escritores en
    y el sueco.                                     español menor de 35 años.




8                                                                 Bio - Samanta Schweblin         Las mismas flores viejas                                                                           9
Cuento




                           El doctor Ottone guarda la carpeta, recoge sus cosas, apaga las
                   luces, cierra con llave y se dirige hacia el consultorio del doctor Messina,
                   a quien está seguro de encontrar a esa hora. Ottone efectivamente
                   encuentra a Messina pero dormido sobre el escritorio y con una estatuilla
                   en la mano. Lo despierta y le entrega la carpeta de la señora Fritchs.
                   Messina, un poco dormido aún, se pregunta, o le pregunta a Ottone, por
                   qué se ha despertado con una estatuilla en la mano. Con un gesto, Ottone
                   responde que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece
                   una galleta a Ottone, galleta que Ottone acepta. Messina abre la carpeta.
                         —Lea la página quince— dice Ottone.
                   Messina busca, encuentra y lee, todo cuidadosamente, la página quince.
                   Ottone espera atento. Cuando termina su lectura, Ottone le pide una
                   opinión.
                       —¿Y usted cree en esto, Ottone?
Agujeros               —¿En agujeros negros?
 NegrosSchweblin
    Samanta
                       —¿De qué estamos hablando?
                   Así que Ottone recuerda el vicio de Messina de responder sólo con




                   Las mismas flores viejas                                                                11
preguntas y eso lo pone nervioso.                                              una respuesta de Messina, doctor que comienza a guardar sus
                               -Hablamos de agujeros negros, Messina...                                       cosas y a acomodar papeles del escritorio. Ottone pregunta.
                                    —¿Y usted cree en eso, Ottone?                                                 —¿Se va?
                                    —No, ¿Y usted?                                                                 —¿Me necesita para algo?
                               Messina abre otra vez su cajón.                                                     —Dígame al menos qué opina, qué cree que conviene hacer. ¿Por qué
                                    —¿Quiere otra galleta, Ottone?                                            no la ve usted?
                               Ottone agarra la galleta que Messina le ofrece.                                Messina, ya desde la puerta del consultorio, se detiene y mira a
                                    —¿Cree o no cree?— Insiste Ottone.                                        Ottone con una leve, apenas marcada, sonrisa.
                                    —¿Yo conozco a esta señora...?                                                 —¿Qué diferencia hay entre la Señora Fritchs y el resto de sus pacientes?
Sobre la autora y su                —...Fritchs, la señora Fritchs. No, no creo que la conozca, sólo vino a   Ottone piensa en contestar, así que su dedo índice empieza a
   forma de escribir
                               verme dos veces y es su primer tratamiento.                                    subir desde donde reposa hacia la altura de su cabeza, pero se
   Un personaje, un clima,
    una serie de episodios,
                               Alguien toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone                      arrepiente y no lo hace. Queda entonces el dedo índice de Ottone
     que pueden estar casi     reconoce al portero y pregunta:                                                suspendido a la altura de su cintura, sin señalar ni indicar nada
       desde un comienzo,           —¿Qué necesita, Sánchez?                                                  preciso.
revelarse paulatinamente
   o bien hacia el final, se   El portero explica con sorpresa que la señora Fritchs espera al                     —¿A que le tiene miedo, Ottone?— pregunta Messina y se
    terminan presentando       doctor Ottone en la sala de ese piso. Messina recuerda al portero              retira cerrando la puerta, dejando a Ottone solo y con su dedo
     con una contundencia
   que pone en suspenso
                               que son las diez de la noche y el portero explica que la señora                índice que baja lentamente hasta quedar colgado del brazo. En
         cualquier clase de    Fritchs se niega a irse.                                                       ese momento entra la Señora Fritchs. La señora Fritchs lleva un
   certeza y de serenidad,          —No quiere irse, está en pijama, sentada en la sala y dice que no se va   pijama, celeste, con detalles y puntillas blancas en cuello, mangas,
      y además despliegan
  un poder que transmite       si no habla con el doctor Ottone, qué quiere que le haga yo...                 cinto y otros extremos. Ottone deduce que esta señora está en un
      la omnipotencia y la          —¿Por qué no la trajo, entonces?— pregunta Messina mientras               estado nervioso considerable, y deduce esto por sus manos, que
        arbitrariedad de los
                    hechos.
                               mira la estatuilla.                                                            ella no deja de mover, por su mirada y por otras cosas que, aunque
                                    —¿La traigo acá? ¿A su consultorio? ¿O al del doctor Ottone?              comprueban esos estados, Ottone considera que no necesitan ser
                                    —¿Que le pregunté yo a usted?                                             enumeradas.
                                    —Que porqué no la traje.                                                       —Señora Fritchs, usted está muy nerviosa, va a ser mejor si se calma.
                                    —¿No la trajo a dónde, Sánchez?                                                —Si usted no me soluciona este problema yo lo denuncio doctor, esto
                                    —Acá.                                                                     ya es un abuso.
                                    —¿Dónde es acá?                                                                —Señora Fritchs, tiene que entender que usted está haciendo un
                                    —A su consultorio, doctor.                                                tratamiento, los problemas que tenga no se van a solucionar de un día para
                                    —¿Entiende ahora, Sánchez?, ¿A donde tiene que traerla entonces?          el otro.
                                    —A su consultorio, doctor.                                                La Señora Fritchs mira indignada a Ottone, rasca el brazo
                               Sánchez se inclina levemente, saluda y se retira. Ottone mira a                derecho con la mano izquierda y habla.
                               Messina, la mandíbula de Messina que oprime la fila de dientes                      —¿Me toma por estúpida? Me está diciendo que tengo que seguir
                               superior con la inferior, así que Ottone está nervioso y aún espera            dando vueltas por la ciudad en pijama, pijama en el mejor de los casos,




12                                                            Agujeros Negros, por Samanta Schweblin          Las mismas flores viejas                                                         13
Tal vez sea un beneficio    hasta que usted decida que el tratamiento está terminado. ¿Para qué pago        todo en pijama, doctor, y sin plata, imagínese, convencer al taxista de que
     para la literatura que
  Schweblin haya situado
                              yo ese seguro médico, a ver?                                                    le pago al llegar. Y cuando estoy por llegar, zas, fin del agujero y aparezco
   en sus ficciones a esos    Ottone piensa en el doctor Messina bajando las escaleras                        en casa otra vez.
          personajes raros,   principales del hospital y esto le provoca diversas sensaciones,                Ottone aprovecha este tiempo para analizar la segunda sensación
 extraños, o a los testigos
       o víctimas actuales    sensaciones en las que no va a profundizar ahora.                               de Messina escaleras abajo. Entrada a un auto, ambiente más
      o inminentes de sus          —Mire— dice Ottone con paciencia, empezando a                              agradable, alivio al dejar el peso del portafolio en el asiento del
              acciones, que
 padecen o están a punto
                              balancearse, lentamente al principio, sobre las plantas de sus                  acompañante.
           de padecer, que    pies —cálmese, entienda que usted está con problemas psicológicos, usted             —Aparte imagínese, andaba por casa siempre con dinero y un abrigo
saben que deben escapar       inventa cosas para ocultar otras cosas más importantes. Todos sabemos que       atado a la cintura del camisón, no sea cosa. Pero ahora no, basta, cuando
               o protegerse
        de algo, o que sólo   usted no pasea en pijama por el hospital.                                       caigo en agujeros ya no vuelvo. Si igual nunca llego, tomo taxis que casi
  registran lo que sucede     La señora Fritchs desenrosca pliegues de las puntillas de su                    nunca alcanzan a dejarme donde les pido. No, basta, ahora me quedo
         y que cambiará la
  naturaleza y la cualidad
                              camisón, así que Ottone entiende que la charla será larga.                      donde esté hasta que pase el agujero y listo.
    de lo que vendrá para          —Siéntese por favor, relájese, vamos a hablar un rato— dice Ottone.             —¿Y cuánto tiempo tardan en pasar estos agujeros negros?
       convertirlos en otra        —No, no puedo. Va a llegar mi marido a casa y yo no voy a estar,                —Y, vea, yo no puedo decirle con exactitud, una vez fui y volví en el
                      cosa.
                              tengo que volver, doctor, ayúdeme.                                              momento, sin problema. Y otra estuve en casa de mi madre unas cuántas
                              Ottone desarrolla rápidamente la primera de las sensaciones                     horas, diga que ahí sé donde están las cosas, preparé unos mates y paciencia,
                              postergadas de Messina bajando las escaleras. Aire entrando por                 tardó tres horas, doctor, una vergüenza.
                              las costuras del abrigo, entonces frío, un poco de frío.                        Ottone piensa en cuántos minutos ya ha estado la señora Fritchs
                                   —¿Tiene dinero para regresar?                                              en el hospital y no obtiene un número definido, quizás cinco,
                                   —No, no llevo plata cuando ando en camisón por casa...                     quizás diez, no sabe.
                                   —Bueno, yo le presto para que vuelva a su casa y pasado mañana,            Sánchez toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone
                              en el horario que a usted le corresponde, hablamos de estos problemas que       pregunta:
                              tanto le preocupan...                                                                —¿Qué pasa, Sánchez?
                                   —Doctor, yo le acepto el dinero si quiere, y vuelvo a casa, perfecto.           — Lo busca el doctor Messina.
                              Pero ya le expliqué, sabe, dentro de un rato estoy acá de nuevo, y cada vez          —Cómo ¿No se fue?
                              es peor. Antes pasaba cada tanto, pero ahora, cada dos o tres horas, zas,            —Sí, se fue, pero al rato estaba acá de vuelta, me parece que el doctor
                              agujero negro.                                                                  está un poco angustiado, anda a medio desvestir, o vestir, no sé decirle,
                                   —Señora...                                                                 doctor, y pregunta por usted.
                                   —No, escuche, escúcheme. Me recupero, o sea, vuelvo a donde estaba              —¿Qué pregunta, Sánchez?
                              ¿Cómo le explico? A ver, desaparezco de casa y aparezco en casa de mi                —Si usted está, si puede usted hacerle el favor de ir a verlo. Me parece
                              hermano, entonces me desespero, imagínese, tres de la mañana y aparezco         que está enojado, doctor...
                              en pijama, pijama en el mejor de los casos, en el cuarto matrimonial de mi      El doctor Ottone mira a la señora Fritchs, señora que rasca con la
                              hermano. Entonces trato de volver, ¿Sabe doctor qué sufrimiento? Hay que        mano derecha su brazo izquierdo y contesta la mirada de Ottone
                              salir del cuarto, de la casa, todo sin que nadie se de cuenta, tomar un taxi,   con un gesto recriminatorio.




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—Va a tener que disculparme.                                         Compara Messina mentalmente la figura de esa señora con la de
         —No, lo acompaño.                                                    su mujer y no obtiene ningún beneficio.
         —No, hágame el favor, señora, quédese acá. El doctor Messina             —¿Usted es la señora que tiene problemas con los agujeros negros?
     enojado es ya de por sí todo un problema.                                    —¿Usted no los tiene?
     Sánchez acompaña la opinión de Ottone con un movimiento de               En ese momento Messina comprende algunas cosas, cosas de
     cabeza y se retira caminando por el pasillo, pasillo que Ottone          las que sólo rescata dos como planteos pertinentes. Primero, lo
     recorre ahora, unos metros detrás.                                       que puede estar pasándole; segundo, que tras la señora Fritchs se
     Se asoma Messina, minutos después, no sabe bien Messina                  esconde una persona de suma inteligencia. Piensa una pregunta
     después de qué, tras el biombo de su consultorio, para descubrir         para comprobar el segundo planteo:
     a la señora Fritchs sentada en un sillón. Messina mira su propia             —¿Por qué espera al doctor Ottone?
     mano y se pregunta por qué tiene, otra vez, esa estatuilla. Mira             —Ottone y el portero fueron a buscarlo a usted al hall ¿Usted es el
     desconcertado el escritorio, el lugar vacío donde la había dejado        doctor...?
     un rato atrás. Luego mira a la Señora Fritchs y la señora Fritchs,           —¿Messina?
     con las manos aferradas a los brazos del sillón, como si fuese a caer        —Eso, Messina, necesito que alguien me ayude.
     hacia o desde algún lado, mira al doctor Messina.                        Messina busca y encuentra sobre su escritorio la carpeta de la
         —¿Y usted quién es? ¿Qué hace en mi consultorio?                     señora Fritchs y, de espaldas a esta señora, revisa el contenido, a
         —El doctor Ottone dijo...                                            la vez que relaciona ideas de agujeros negros, gente en pijamas y
         —¿Por qué está en pijama?                                            estatuillas. Pregunta:
         —El portero y el doctor Ottone fueron a buscarlo al...                   —¿Qué cree usted que nos esté pasando?
         —¿Usted es la señora Fritchs?                                            —A usted no sé doctor, pero a mí nada— responde Sánchez que
         —Usted también está en pijama— dice la señora Fritchs                entra por la puerta y le alcanza un juego de llaves. Messina mira
     mientras observa asustada la estatuilla en la mano del doctor.           rápidamente el sillón vacío donde un segundo antes estaba la
     Messina verifica su apariencia, plantea mentalmente distintas            señora Fritchs.
     hipótesis sobre las razones de su propio paradero actual, deja la            —¿Qué hace acá, Sánchez? ¿No tiene nada mejor que hacer?
     estatuilla en su lugar y acomoda el cuello de su camiseta hasta          Sánchez, brazo extendido hacia Messina con llaves enganchadas
     que éste queda centrado con respecto al eje del cuello, posición de      al extremo del dedo índice, habla:
     camiseta que hace de Messina un hombre más seguro.                           —Acá tiene las llaves doctor. Yo me voy.
         —¿Usted es la señora Fritchs?                                            —¿A dónde se va usted? ¿Dónde está la Señora Fritchs?
         —El doctor Ottone dijo que lo esperara acá.                              —Mi horario termina a las diez, ya son diez y media, yo me voy.
         —¿Yo le pregunté algo sobre Ottone, señora?                              —¿Dónde está la señora Fritchs?
         —Sí, soy la señora Fritchs, espero al doctor Ottone.                     —No sé, doctor, por favor tome las llaves.
         —¿Le parece que éste puede ser el consultorio de un doctor como el       —¿Y Ottone? ¿Donde está Ottone?
     doctor Ottone?                                                               —Lo está buscando a usted, doctor, yo me voy.
         —No sé, me parece que no, yo solamente lo espero.                    Messina sale de su consultorio sin tomar las llaves y recorre el




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pasillo de azulejos blancos y negros hasta el hall, donde encuentra              —¿Que sabe qué cosa?
     a Ottone. Pliega Ottone los dedos de su mano derecha hasta                       —¿Por qué cree usted que corre así la señora?
     obtener un puño cerrado, sin aire en el interior, para luego forzar          Amaga Ottone un nuevo crujimiento de sus dedos, pero Messina
     estos dedos con la mano izquierda, lo que produce una serie de               reacciona rápido, toma fuerte su muñeca, y dice:
     crujidos en los nudillos, así que Ottone ha visto a Messina, está                —¿No se dio cuenta?
     sumamente angustiado, y le desagrada ver a este doctor, el doctor                —¿De qué?
     Messina, a medio vestir, o desvestir, Sánchez no ha sabido decirle               —¿No se dio cuenta de lo que pasó la última vez que usted crujió sus
     y él no alcanza ahora a elaborar una definición correcta.                    dedos?
     Messina va a preguntarle algo pero descubre en su propia mano                    —¿Estuvimos ahí?
     la estatuilla, así que se pregunta, o le pregunta a Ottone, por qué              —¿En un agujero negro?
     tiene esa estatuilla en la mano. Ottone, con un gesto, responde                  —¿Sí?
     que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece una              —¿Hace falta que le responda?
     galleta a Ottone. Galleta que Ottone acepta sin preguntarse por              Interrumpe la conversación el sonido de las llaves de la puerta,
     qué ambos, Ottone y Messina, ya no se encuentran en el hall, sino            colgadas del dedo de Sánchez a la altura de la frente de ambos
     en el consultorio del segundo de los doctores mencionados.                   médicos. Sánchez:
     Y aunque Messina piensa en decirle algo a Ottone, decide que                     —Las llaves, yo me voy.
     será mejor no hacerlo y simplemente deja la estatuilla sobre una             Propone Messina a Sánchez:
     mesada del hall, porque, en efecto, ya están otra vez en el hall y no            —¿Por qué antes de irse no nos va a buscar a la señora?
     en el consultorio del doctor Messina.                                        A lo que asiente Ottone, contento, y agrega:
         —¿Está usted bien?— pregunta Ottone.                                         —Sí, traiga a la señora y le aceptamos las llaves.
         —¿Usted cree que yo puedo estar bien en el estado en que me encuentro?   Messina le señala a Sánchez los pasillos por donde, salteadamente,
     Observa Ottone la camiseta desarreglada de Messina.                          cruza la señora Fritchs, a veces caminando preocupada, a veces
         —¿Que opina ahora de esto, Messina?                                      con paso presuroso. Da Messina unas palmaditas en la espalda de
         —¿De qué?                                                                este Sánchez a quien Ottone sonríe y dice alegre:
         —De los agujeros negros.                                                     —Vaya, Sánchez, vaya y traiga a la señora.
         —¿Dónde está la señora Fritchs?                                          Mira Sánchez hacia los pasillos y ve un par de veces a la señora
         —Está en su consultorio.                                                 Fritchs cruzar de una puerta a otra. Luego mira al doctor Messina,
         —¿Me está cargando, Ottone? ¿No se da cuenta de que yo vengo de          al doctor Ottone, deja las llaves sobre la mesada del hall y explica
     ahí?                                                                         a estos doctores:
     Piensa Ottone en algo que no explica, y cuando ve a la señora                    —Yo soy el portero, mi turno terminó a las diez. Veo que tienen algunos
     Fritchs, corriendo, lejos, de un pasillo a otro, propone a Messina ir        problemas, pero yo no tengo nada que ver, no sé si me interpretan...- y se
     a buscar a esta señora. Abre grandes los ojos Messina y se acerca a          retira.
     Ottone como quien piensa en contar un secreto. Ottone escucha:               Messina mira las llaves que han quedado al lado de la estatuilla
         —¿No se da cuenta de que ella sabe?                                      y luego, desesperanzado, mira a Ottone, doctor que a la vez mira




18                                 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin         Las mismas flores viejas                                                      19
a Messina, aunque sus percepciones tienen que ver ahora con
     otras cosas, cosas como Sánchez bajando las escaleras, Sánchez
     sintiendo el aire frío de la calle en la cara, Sánchez
     pensando en que siempre está más desabrigado de lo que debería,
     y que todo es culpa de su madre que, a diferencia de otras madres,
     nunca le recuerda las cosas. Piensa entonces Messina en Sánchez
     subiendo al colectivo ciento treinta y cuatro, ramal dos, o tres, los
     dos van, y cuando está a punto de pensar en Sánchez abriendo
     la puerta de su casa, casa lógicamente de este mismo Sánchez, lo
     que ve es a la señora Fritchs, o mejor dicho, no la ve, o más bien
     la ve desaparecer ante sus ojos. Entonces dice Messina al doctor
     Ottone:
          —¿Vio eso, Ottone?
          —¿Ver qué?
          —¿No vio eso?
     Ottone está a punto de responder, y este inminente momento se
     deduce por su dedo índice que, lentamente, comienza a ascender
     hacia la altura de su cabeza, pero cuando lo hace, cuando este dedo
     llega a la altura citada y Ottone enuncia sus primeras palabras,
     entonces este Doctor, el doctor Ottone, se encuentra no con el
     doctor Messina, sino con Clara, es decir su esposa, en su casa, los
     dos en pijama.
     En un pasillo del hospital, ahora aún más lejos de su consultorio,
     Messina se pregunta, una vez más, qué hace ahí a esas horas de la
     noche, a medio vestir, o desvestir, con una estatuilla en la mano y,
     cuando va a preguntarse eso pero en voz alta, lo que queda ahora
     es, simplemente, el pasillo del hospital, vacío.

                                                                             a mis padres; a mi hermana Pamela;
                                    { ... }                                  a Maxi; a Alejandro Conte; a Andrés
                                                                             Beláustegui y a Diego Mirás; a Diego
                                                                             Paszkowski y a los chicos del taller; a
                                                                                       Vicente Batista.
                                                                                             S.S.




20                               Agujeros Negros, por Samanta Schweblin
“Creemos
adivinar
   los
     sentimientos
           del otro,
no podemos,
    por supuesto,
   nunca prodemos”
             Raymond Carver
Bio




                                                                   Raymond Carver



                                                                                                                                                                                           1900

                                                                                                                                                                                           1910

                                                                                                                                                                                           1920

                                                                                                                                                                                         1930
     Raymond Clevie Carver, Jr. (25 de mayo
     de 1938 — 2 de agosto de 1988), escritor
                                                                                                                       “No soy consciente de crear una imagen
                                                                                                                      central en mi obra narrativa que controle                            1940
     estadounidense adscrito al llamado                                                                              la historia de la misma manera en que las
     realismo sucio. Carver nació en Clatskanie,                                                                  imágenes, o una cola imagen, controla muchas
                                                                                                                                                                                           1950
     Oregón y creció en Yakima, Washington.                                                                                              veces una obra poética.
     Su padre trabajaba en un aserradero y                                                                                                                                                 1960
                                                                                                                                 Tengo una imagen en la cabeza,
     era alcohólico. Su madre trabajaba como
                                                                                                                                 pero parecen nacer de la historia de un modo              1970
     camarera y vendedora. Tuvo un único                                                                                         orgánico y natural.”
     hermano llamado James Franklyn Carver                                                                                                                                               1980
     que nació en 1943.                             Los críticos asocian los escritos de Carver
                                                    al minimalismo y le consideran el padre                                                                                                1990
     Durante algún tiempo, Carver estudió bajo      de la citada corriente del realismo sucio.
     la tutela del escritor John Gardner, en el     Su editor en Esquire, Gordon Lish,                                                                                                     2000
     Chico State College, en Chico, California.     desempeñó un papel decisivo en concebir
                                                                                                                                                                                           2010
     Publicó un sinnúmero de relatos en revistas    el estilo de la prosa de Carver. Por ejemplo,
     y periódicos, incluyendo el New Yorker y       donde Gardner recomendaba a Carver usar                                                                                                2020
     Esquire, que en su mayoría narran la vida de   15 palabras en lugar de 25, Lish le instaba
     obreros y gente de las clases desfavorecidas   a usar 5 en lugar de 15. Durante este
     de la sociedad estadounidense. Sus             tiempo, Carver también envió su poesía a
     historias han sido incluidas en algunas        James Dickey, entonces editor de poesía de
     de las más prestigiosas compilaciones          Esquire.
     estadounidenses: Best American Short                                                                                                             25 de mayo de 1938 Nacimiento
     Stories y el Premio O. Henry de relatos        Carver murió en Port Angeles, Washington,                                                                Estados Unidos
     cortos.                                        de cáncer de pulmón, a los 50 años de edad.                                                          2 de agosto de 1988 Defuncion
                                                                                                                                                               Estados Unidos
                                                                                                                                                               Cuento / Poesía Género




24                                                                     Bio - Raymond Carver         Las mismas flores viejas                                                                      25
Cuento




                         Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar
                 la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba
                 visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer
                 desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren:
                 tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le
                 había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó
                 para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación.
                 Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me
                 entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese
                 ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En
                 el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van
                 guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase
                 con ilusión.
    Catedral     Aquel verano en Seattle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero.
                 El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una
 (Cathedral)     escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella
Raymond Carver   estaba enamorada del tipo, y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un




                 Las mismas flores viejas                                                               27
Sobre el autor y su         anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un        e industrial. Contó al ciego que había escrito un poema que
  forma de escribir
                             número de teléfono. Telefoneó, se presentó y la contrataron          trataba de él. Le dijo que estaba escribiendo un poema sobre
      Modelo narrativo
denominado por la crítica
                             en seguida. Trabajó todo el verano para el ciego. Le leía a          la vida de la mujer de un oficial de las Fuerzas Aéreas. Todavía
   como “realismo sucio”,    organizar un pequeño despacho en el departamento del                 no lo había terminado. Aún seguía trabajando en él. El ciego
   trata temas cotidianos
       (sin nada heroico o
                             servicio social del condado. Mi mujer y el ciego se hicieron         grabó una cinta. Se la envió. Ella grabó otra. Y así durante
excepcional) con un estilo   buenos amigos. ¿Que cómo lo sé? Ella me lo ha contado. Y             años. Al oficial le destinaron a una base y luego a otra. Ella
    seco y sin concesiones   también otra cosa. En su último día de trabajo, el ciego le          envió cintas desde Moody ACB, McGuire, McConnell, y
             metafóricas.    preguntó si podía tocarle la cara. Ella accedió. Me dijo que le      finalmente, Travis, cerca de Sacramento, donde una noche
                             pasó los dedos por toda la cara, la nariz, incluso el cuello. Ella   se sintió sola y aislada de las amistades que iba perdiendo en
                             nunca lo olvidó. Incluso intentó escribir un poema. Siempre          aquella vida viajera. Creyó que no podría dar un paso más.
                             estaba intentando escribir poesía. Escribía un poema o dos al        Entró en casa y se tragó todas las píldoras y cápsulas que
                             año, sobre todo después de que le ocurriera algo importante.         había en el armario de las medicinas, con ayuda de una botella
                             Cuando empezamos a salir juntos, me lo enseñó. En el poema,          de ginebra. Luego tomó un baño caliente y se desmayó.
                             recordaba sus dedos y el modo en que le recorrieron la cara.         Pero en vez de morirse, le dieron náuseas. Vomitó. Su oficial
                             Contaba lo que había sentido en aquellos momentos, lo que le         —¿por qué iba a tener nombre? Era el amor de su infancia,
                             pasó por la cabeza cuando el ciego le tocó la nariz y los labios.    ¿qué más quieres?— llegó a casa, la encontró y llamó a una
                             Recuerdo que el poema no me impresionó mucho. Claro que              ambulancia. A su debido tiempo, ella lo grabó todo y envió la
                             no se lo dije. Tal vez sea que no entiendo la poesía. Admito         cinta al ciego. A lo largo de los años, iba registrado toda clase
                             que no es lo primero que se me ocurre coger cuando quiero            de cosas y enviando cintas a un buen ritmo. Aparte de escribir
                             algo para leer.                                                      un poema al año, creo que ésa era su distracción favorita. En
                             En cualquier caso, el hombre que primero disfrutó de sus             una cinta le decía al ciego que había decidido separarse del
                             favores, el futuro oficial, había sido su amor de la infancia.       oficial por una temporada. En otra, le hablaba de divorcio. Ella
                             Así que muy bien. Estaba diciendo que al final del verano ella       y yo empezamos a salir, y por supuesto se lo contó al ciego. Se
                             permitió que el ciego le pasara las manos por la cara, luego se      lo contaba todo. O me lo parecía a mí. Una vez me preguntó
                             despidió de él, se casó con su amor, etc., ya teniente, y se fue     si me gustaría oír la última cinta del ciego. Eso fue hace un
                             de Seattle. Pero el ciego y ella mantuvieron la comunicación.        año. Hablaba de mí, me dijo. Así que dije, bueno, la escucharé.
                             Ella hizo el primer contacto al cabo del año o así. Le llamó         Puse unas copas y nos sentamos en el cuarto de estar. Nos
                             una noche por teléfono desde una base de las Fuerzas Aéreas          preparamos para escuchar. Primero introdujo la cinta en el
                             en Alabama. Tenía ganas de hablar. Hablaron. El le pidió             magnetófono y tocó un par de botones. Luego accionó una
                             que le enviara una cinta y le contara cosas de su vida. Así lo       palanquita. La cinta chirrió y alguien empezó a hablar con voz
                             hizo. Le envió la cinta. En ella le contaba al ciego cosas de su     sonora. Ella bajó el volumen. Tras unos minutos de cháchara
                             marido y de su vida en común en la base aérea. Le contó al           sin importancia, oí mi nombre en boca de ese desconocido,
                             ciego que quería a su marido, pero que no le gustaba dónde           del ciego a quien jamás había visto. Y luego esto: «Por todo
                             vivían, ni tampoco que él formase parte del entramado militar        lo que me has contado de él, sólo puedo deducir...» Pero una




28                                                    Catedral (Cathedral), por Raymond Carver    Las mismas flores viejas                                            29
llamada a la puerta nos interrumpió, y no volvimos a poner la               Beulah llevara ya el cáncer en las glándulas. Tras haber sido
                              cinta. Quizá fuese mejor así. Ya había oído todo lo que quería              inseparables durante ocho años —ésa fue la palabra que
                              oír.                                                                        empleó mi mujer, inseparables—, la salud de Beulah empezó
                              Y ahora, ese mismo ciego venía a dormir a mi casa. —A lo                    a declinar rápidamente. Murió en una habitación de hospital
                              mejor puedo llevarle a la bolera —le dije a mi mujer. Estaba junto          de Seattle, mientras el ciego sentado junto a la cama le cogía
                              al fregadero, cortando patatas para el horno. Dejó el cuchillo              la mano. Se habían casado, habían vivido y trabajado juntos,
                              y se volvió.                                                                habían dormido juntos —y hecho el amor, claro— y luego
                                   —Si me quieres —dijo ella—, hazlo por mí. Si no me quieres,            el ciego había tenido que enterrarla. Todo esto sin haber
                              no pasa nada. Pero si tuvieras un amigo, cualquiera que fuese, y            visto ni una sola vez el aspecto que tenía la dichosa señora.
                              viniera a visitarte, yo trataría de que se sintiera a gusto. —Se secó las   Era algo que yo no llegaba a entender. Al oírlo, sentí un poco
                              manos con el paño de los platos.                                            de lástima por el ciego. Y luego me sorprendí pensando qué
                                   —Yo no tengo ningún amigo ciego.                                       vida tan lamentable debió llevar ella. Figúrense una mujer que
                                   —Tú no tienes ningún amigo. Y punto. Además —dijo—,                    jamás ha podido verse a través de los ojos del hombre que
                              ¡maldita sea, su mujer acaba de morirse! ¿No lo entiendes? ¡Ha perdido      ama. Una mujer que se ha pasado día tras día sin recibir el
    Los personajes de sus     a su mujer!                                                                 menor cumplido de su amado. Una mujer cuyo marido jamás
    relatos son pequeños
       seres atrapados en
                              No contesté. Me había hablado un poco de su mujer. Se                       ha leído la expresión de su cara, ya fuera de sufrimiento o de
  situaciones sórdidas de     llamaba Beulah. ¡Beulah! Es nombre de negra.                                algo mejor. Una mujer que podía ponerse o no maquillaje,
     la vida corriente. Sus        —¿Era negra su mujer? —pregunté.                                       ¿qué más le daba a él? Si se le antojaba, podía llevar sombra
  escenarios son hogares
  donde los matrimonios            —¿Estás loco? —replicó mi mujer—. ¿Te ha dado la vena o                verde en un ojo, un alfiler en la nariz, pantalones amarillos y
    se aman y se odian, o     algo así?                                                                   zapatos morados, no importa. Para luego morirse, la mano del
bares donde la existencia
       de los marginales y
                              Cogió una patata. Vi cómo caía al suelo y luego rodaba bajo                 ciego sobre la suya, sus ojos ciegos llenos de lágrimas —me lo
    alcohólicos transcurre    el fogón.                                                                   estoy imaginando—, con un último pensamiento que tal vez
 sórdidamente, o vecinos           —¿Qué te pasa? ¿Estás borracho?                                        fuera éste: «él nunca ha sabido cómo soy yo», en el expreso
cuyas vidas se relacionan
 aleatoriamente, al estilo         —Sólo pregunto —dije.                                                  hacia la tumba. Robert se quedó con una pequeña póliza de
    de Chejov, su maestro     Entonces mí mujer empezó a suministrarme más detalles                       seguros y la mitad de una moneda mejicana de veinte pesos.
                 preferido.
                              de lo que yo quería saber. Me serví una copa y me senté a la                La otra mitad se quedó en el ataúd con ella. Patético.
                              mesa de la cocina, a escuchar. Partes de la historia empezaron              Así que, cuando llegó el momento, mi mujer fue a la estación a
                              a encajar.                                                                  recogerle. Sin nada que hacer, salvo esperar —claro que de eso
                              Beulah fue a trabajar para el ciego después de que mi mujer                 me quejaba—, estaba tomando una copa y viendo la televisión
                              se despidiera. Poco más tarde, Beulah y el ciego se casaron                 cuando oí parar al coche en el camino de entrada. Sin dejar la
                              por la iglesia. Fue una boda sencilla —¿quién iba a ir a una                copa, me levanté del sofá y fui a la ventana a echar una mirada.
                              boda así?—, sólo los dos, más el ministro y su mujer. Pero                  Vi reír a mi mujer mientras aparcaba el coche. La vi salir y
                              de todos modos fue un matrimonio religioso. Lo que Beulah                   cerrar la puerta. Seguía sonriendo. Qué increíble. Rodeó el
                              quería, había dicho él. Pero es posible que en aquel momento                coche y fue a la puerta por la que el ciego ya estaba empezando




30                                                        Catedral (Cathedral), por Raymond Carver        Las mismas flores viejas                                           31
a salir. ¡El ciego, fíjense en esto, llevaba barba crecida! ¡Un          —En el lado derecho —dijo el ciego—. Hacía casi cuarenta        Algunos cuentos están
                                                                                                                                              construidos dentro de
     ciego con barba! Es demasiado, diría yo. El ciego alargó el         años que no iba en tren. Desde que era niño. Con mis padres.         la estética minimalista
     brazo al asiento de atrás y sacó una maleta. Mi mujer le cogió      Demasiado tiempo. Casi había olvidado la sensación. Ya tengo canas   (pocos recursos en el
                                                                                                                                              menor espacio), como
     del brazo, cerró la puerta y, sin dejar de hablar durante todo el   en la barba. O eso me han dicho, en todo caso. ¿Tengo un aspecto     pequeños marcos para
     camino, le condujo hacia las escaleras y el porche. Apagué la       distinguido, querida mía? —preguntó el ciego a mi mujer. —           situaciones rápidas y
     televisión. Terminé la copa, lavé el vaso, me sequé las manos.      Tienes un aire muy distinguido, Robert. Robert —dijo ella—, ¡qué     apenas importantes a
                                                                                                                                              primera vista.
     Luego fui a la puerta.                                              contenta estoy de verte, Robert!
         —Te presento a Robert —dijo mi mujer—. Robert, éste es mi       Finalmente, mi mujer apartó la vista del ciego y me miró. Tuve
     marido. Ya te he hablado de él.                                     la impresión de que no le había gustado su aspecto. Me encogí
     Estaba radiante de alegría. Llevaba al ciego cogido por la          de hombros.
     manga del abrigo.                                                   Nunca he conocido personalmente a ningún ciego. Aquel tenía
     El ciego dejó la maleta en el suelo y me tendió la mano. Se la      cuarenta y tantos años, era de constitución fuerte, casi calvo,
     estreché. Me dio un buen apretón, retuvo mi mano y luego la         de hombros hundidos, como si llevara un gran peso. Llevaba
     soltó.                                                              pantalones y zapatos marrones, camisa de color castaño claro,
         —Tengo la impresión de que ya nos conocemos —dijo con voz       corbata y chaqueta de sport. Impresionante. Y también una
     grave.                                                              barba tupida. Pero no utilizaba bastón ni llevaba gafas oscuras.
         —Yo también —repuse. No se me ocurrió otra cosa. Luego          Siempre pensé que las gafas oscuras eran indispensables
     añadí—: Bienvenido. He oído hablar mucho de usted.                  para los ciegos. El caso era que me hubiese gustado que las
     Entonces, formando un pequeño grupo, pasamos del porche             llevara. A primera vista, sus ojos parecían normales, como los
     al cuarto de estar, mi mujer conduciéndole por el brazo. El         de todo el mundo, pero si uno se fijaba tenían algo diferente.
     ciego llevaba la maleta con la otra mano. Mi mujer decía cosas      Demasiado blanco en el iris, para empezar, y las pupilas
     como: «A tu izquierda, Robert. Eso es. Ahora, cuidado, hay          parecían moverse en sus órbitas como si no se diera cuenta o
     una silla. Ya está. Siéntate ahí mismo. Es el sofá. Acabamos de     fuese incapaz de evitarlo. Horrible. Mientras contemplaba su
     comprarlo hace dos semanas.»                                        cara, vi que su pupila izquierda giraba hacia la nariz mientras
     Empecé a decir algo sobre el sofá viejo. Me gustaba. Pero no        la otra procuraba mantenerse en su sitio. Pero era un intento
     dije nada. Luego quise decir otra cosa, sin importancia, sobre      vano, pues el ojo vagaba por su cuenta sin que él lo supiera o
     la panorámica del Hudson que se veía durante el viaje. Cómo         quisiera saberlo.
     para ir a Nueva York había que sentarse en la parte derecha              —Voy a servirle una copa —dije—. ¿Qué prefiere? Tenemos un
     del tren, y, al venir de Nueva York, a la parte izquierda.          poco de todo. Es uno de nuestros pasatiempos.
         —¿Ha tenido buen viaje? —le pregunté—. A propósito, ¿en              —Solo bebo whisky escocés, muchacho —se apresuró a decir •
     qué lado del tren ha venido sentado?                                con su voz sonora.
         —¡Vaya pregunta, en qué lado! —exclamó mi mujer—. ¿Qué               —De acuerdo —dije. ¡Muchacho!—. Claro que sí, lo sabía.
     importancia tiene?                                                  Tocó con los dedos la maleta, que estaba junto al sofá. Se hacía
         —Era una pregunta.                                              su composición de lugar. No se lo reproché. —La llevaré a tu




32                            Catedral (Cathedral), por Raymond Carver   Las mismas flores viejas                                                                   33
habitación —le dijo mi mujer.                                       Nos dedicamos a comer en serio. El ciego localizaba
          —No, está bien —dijo el ciego en voz alta—. Ya la llevaré      inmediatamente la comida, sabía exactamente dónde estaba
     yo cuando suba.                                                     todo en el plato. Lo observé con admiración mientras
          —¿Con un poco de agua, el whisky? —le pregunté.                manipulaba la carne con el cuchillo y el tenedor. Cortaba dos
          —Muy poca.                                                     trozos de filete, se llevaba la carne a la boca con el tenedor,
          —Lo sabía.                                                     se dedicaba luego a las patatas asadas y a las judías verdes, y
          —Solo una gota —dijo él—. Ese actor irlandés, ¿Barry           después partía un trozo grande de pan con mantequilla y se lo
     Fitzgerald? Soy como él. Cuando bebo agua, decía Fitzgerald, bebo   comía. Lo acompañaba con un buen trago de leche. Y, de vez
     agua. Cuando bebo whisky, bebo whisky.                              en cuando, no le importaba utilizar los dedos.
     Mi mujer se echó a reír. El ciego se llevó la mano a la barba. Se   Terminamos con todo, incluyendo media tarta de fresas.
     la levantó despacio y la dejó caer.                                 Durante unos momentos quedamos inmóviles, como
     Preparé las copas, tres vasos grandes de whisky con un              atontados. El sudor nos perlaba el rostro. Al fin nos levantamos
     chorrito de agua en cada uno. Luego nos pusimos cómodos             de la mesa, dejando los platos sucios. No miramos atrás.
     y hablamos de los viajes de Robert. Primero, el largo vuelo         Pasamos al cuarto de estar y nos dejamos caer de nuevo en
     desde la costa Oeste a Connecticut. Luego, de Connecticut           nuestro sitio. Robert y mi mujer, en el sofá. Yo ocupé la butaca
     aquí, en tren. Tomamos otra copa para esa parte del viaje.          grande. Tomamos dos o tres copas más mientras charlaban
     Recordé haber leído en algún sitio que los ciegos no fuman          de las cosas más importantes que les habían pasado durante
     porque, según dicen, no pueden ver el humo que exhalan.             los últimos diez años. En general, me limité a escuchar. De
     Creí que al menos sabía eso de los ciegos. Pero este ciego en       vez en cuando intervenía. No quería que pensase que me
     particular fumaba el cigarrillo hasta el filtro y luego encendía    había ido de la habitación, y no quería que ella creyera que me
     otro. Llenó el cenicero y mi mujer lo vació.                        sentía al margen. Hablaron de cosas que les habían ocurrido
     Cuando nos sentamos a la mesa para cenar, tomamos otra              —¡a ellos!— durante esos diez años. En vano esperé oír mi
     copa. Mi mujer llenó el plato de Robert con un filete grueso,       nombre en los dulces labios de mi mujer: «Y entonces mi
     patatas al horno, judías verdes. Le unté con mantequilla dos        amado esposo apareció en mi vida», algo así. Pero no escuché
     rebanadas de pan.                                                   nada parecido. Hablaron más de Robert. Según parecía,
          —Ahí tiene pan y mantequilla —le dije, bebiendo parte de       Robert había hecho un poco de todo, un verdadero ciego
     mi copa—. Y ahora recemos.                                          aprendiz de todo y maestro de nada. Pero en época reciente
     El ciego inclinó la cabeza. Mi mujer me miró con la boca            su mujer y él distribuían los productos Amway, con lo que se
     abierta.                                                            ganaban la vida más o menos, según pude entender. El ciego
          —Roguemos para que el teléfono no suene y la comida no esté    también era aficionado a la radio. Hablaba con su voz grave
     fría —dije.                                                         de las conversaciones que había mantenido con operadores de
     Nos pusimos al ataque. Nos comimos todo lo que había en             Guam, en las Filipinas, en Alaska e incluso en Tahití. Dijo que
     la mesa. Devoramos como si no nos esperase un mañana.               tenía muchos amigos por allí, si alguna vez quería visitar esos
     No hablamos. Comimos. Nos atiborramos. Como animales.               países. De cuando en cuando volvía su rostro ciego hacia mí,




34                            Catedral (Cathedral), por Raymond Carver   Las mismas flores viejas                                           35
se ponía la mano bajo la barba y me preguntaba algo. ¿Desde               otra copa y me respondió que naturalmente que sí. Luego le
     cuándo tenía mi empleo actual? (Tres años.) ¿Me gustaba mi                pregunté si le apetecía fumar un poco de mandanga conmigo.
     trabajo? (No.) ¿Tenía intención de conservarlo? (¿Qué remedio             Le dije que acababa de liar un porro. No lo había hecho, pero
     me quedaba?) Finalmente, cuando pensé que empezaba a                      pensaba hacerlo en un periquete.
     quedarse sin cuerda, me levanté y encendí la televisión.                  —Probaré un poco —dijo.
     Mi mujer me miró con irritación. Empezaba a acalorarse.                   —Bien dicho. Así se habla.
     Luego miró al ciego y le preguntó:                                        Serví las copas y me senté a su lado en el sofá. Luego lié dos
         —¿Tienes televisión, Robert?                                          canutos gordos. Encendí uno y se lo pasé. Se lo puse entre los
         —Querida mía —contestó el ciego—, tengo dos televisores.              dedos. Lo cogió e inhaló.
     Uno en color y otro en blanco y negro, una vieja reliquia. Es curioso,    —Reténgalo todo lo que pueda —le dije.
     pero cuando enciendo la televisión, y siempre estoy poniéndola, conecto   Vi que no sabía nada del asunto.
     el aparato en color. ¿No te parece curioso?                               Mi mujer bajó llevando la bata rosa con las zapatillas del
     No supe qué responder a eso. No tenía absolutamente nada                  mismo color.
     que decir. Ninguna opinión. Así que vi las noticias y traté de            —¿Qué es lo que huelo? —preguntó.
     escuchar lo que decía el locutor.                                         —Pensamos fumar un poco de hierba —dije.
         —Esta televisión es en color —dijo el ciego—. No me                   Mi mujer me lanzó una mirada furiosa. Luego miró al ciego
     preguntéis cómo, pero lo sé.                                              y dijo:
         —La hemos comprado hace poco —dije. El ciego bebió un                     —No sabía que fumaras, Robert.
     sorbo de su vaso. Se levantó la barba, la olió y la dejó caer.                —Ahora lo hago, querida mía. Siempre hay una primera vez.
     Se inclinó hacia adelante en el sofá. Localizó el cenicero en la          Pero todavía no siento nada.
     mesa y aplicó el mechero al cigarrillo. Se recostó en el sofá y               —Este material es bastante suave —expliqué—. Es flojo. Con
     cruzó las piernas, poniendo el tobillo de una sobre la rodilla            esta mandanga se puede razonar. No le confunde a uno.
     de la otra.                                                                   —No hace mucho efecto, muchacho —dijo, riéndose.
     Mi mujer se cubrió la boca y bostezó. Se estiró.                          Mi mujer se sentó en el sofá, entre los dos. Le pasé el canuto.
     —Voy a subir a ponerme la bata. Me apetece cambiarme. Ponte               Lo cogió, le dio una calada y me lo volvió a pasar.
     cómodo, Robert —dijo.                                                         —¿En qué dirección va esto? —preguntó—. No debería fumar.
     —Estoy cómodo —repuso el ciego.                                           Apenas puedo tener los ojos abiertos. La cena ha acabado conmigo. No
     —Quiero que te sientas a gusto en esta casa.                              he debido comer tanto.
     —Lo estoy —aseguró el ciego.                                              —Ha sido la tarta de fresas —dijo el ciego—. Eso ha sido la
     Cuando salió de la habitación, escuchamos el informe del                  puntilla.
     tiempo y luego el resumen de los deportes. Para entonces, ella            Soltó una enorme carcajada. Luego meneó la cabeza.
     había estado ausente tanto tiempo, que yo ya no sabía si iba                  —Hay más tarta —le dije.
     a volver. Pensé que se habría acostado. Deseaba que bajase.                   —¿Quieres un poco más, Robert? —le preguntó mi mujer.
     No quería quedarme solo con el ciego. Le pregunté si quería                   —Quizá dentro de un poco.




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Prestamos atención a la televisión. Mi mujer bostezó otra vez.         a la piltra?
         —Cuando tengas ganas de acostarte, Robert, tu cama está hecha          —Todavía no —contestó—. No, me quedaré contigo,
     —dijo—. Sé que has tenido un día duro. Cuando estés listo para ir a    muchacho. Si no te parece mal. Me quedaré hasta que te vayas a
     la cama, dilo. —Le tiró del brazo—. ¿Robert?                           aceitar. No hemos tenido oportunidad de hablar. ¿Comprendes lo que
     Volvió de su ensimismamiento y dijo:                                   quiero decir? Tengo la impresión de que ella y yo hemos monopolizado
         —Lo he pasado verdaderamente bien. Esto es mejor que las           la velada.
     cintas, ¿verdad?                                                       Se levantó la barba y la dejó caer. Cogió los cigarrillos y el
         —Le toca a usted —le dije, poniéndole el porro entre los           mechero.
     dedos.                                                                     —Me parece bien —dije, y añadí—: Me alegro de tener
     Inhaló, retuvo el humo y luego lo soltó. Era como si lo estuviese      compañía.
     haciendo desde los nueve años.                                         Y supongo que así era. Todas las noches fumaba hierba y me
         —Gracias, muchacho. Pero creo que esto es todo para mí. Me         quedaba levantado hasta que me venía el sueño. Mi mujer y
     parece que empiezo a sentir el efecto.                                 yo rara vez nos acostábamos al mismo tiempo. Cuando me
     Pasó a mi mujer el canuto chisporroteante.                             dormía, empezaba a soñar. A veces me despertaba con el
         —Lo mismo digo- dijo ella—. Ídem de ídem. Yo también.              corazón encogido.
     Cogió el porro y me lo pasó.                                           En la televisión había algo sobre la iglesia y la Edad Media.
         —Me quedaré sentada un poco entre vosotros dos con los             No era un programa corriente. Yo quería ver otra cosa. Puse
     ojos serrados. Pero no me prestéis atención, ¿eh? Ninguno de los       otros canales. Pero tampoco había nada en los demás. Así que
     dos. Si os molesto, decidlo. Si no, es posible que me quede aquí       volví a poner el primero y me disculpé.
     sentada con los ojos cerrados hasta que os marchéis a acostar. Tu          —No importa, muchacho —dijo el ciego—. A mí me parece
     cama está hecha, Robert, para cuando quieras. Está al lado de          bien. Mira lo que quieras. Yo siempre aprendo algo. Nunca se acaba de
     nuestra habitación, al final de las escaleras. Te acompañaremos        aprender cosas. No me vendría mal aprender algo esta noche. Tengo
     cuando estés listo. Si me duermo, despertadme, chicos.—                oídos.
     Al decir eso, cerró los ojos y se durmió. Terminaron las               No dijimos nada durante un rato. Estaba inclinado hacia
     noticias. Me levanté y cambié de canal. Volví a sentarme en            adelante, con la cara vuelta hacia mí, la oreja derecha apuntando
     el sofá. Deseé que mi mujer no se hubiera quedado dormida.             en dirección al aparato. Muy desconcertante. De cuando en
     Tenía la cabeza apoyada en el respaldo del sofá y la boca              cuando dejaba caer los párpados para abrirlos luego de golpe,
     abierta. Se había dado la vuelta, de modo que la bata se le            como si pensara en algo que oía en la televisión.
     había abierto revelando un muslo apetitoso. Alargué la mano            En la pantalla, un grupo de hombres con capuchas eran
     para volverla a tapar y entonces miré al ciego. ¡Qué cono! Dejé        atacados y torturados por otros vestidos con trajes de esqueleto
     la bata como estaba.                                                   y de demonios. Los demonios llevaban máscaras de diablo,
         —Cuando quiera un poco de tarta, dígalo —le recordé. —Lo           cuernos y largos rabos. El espectáculo formaba parte de una
     haré.                                                                  procesión. El narrador inglés dijo que se celebraba en España
         —¿Está cansado? ¿Quiere que le lleve a la cama? ¿Le apetece irse   una vez al año. Traté de explicarle al ciego lo que sucedía.




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—Esqueletos. Ya sé —dijo, moviendo la cabeza. La televisión            Se echó a reír. Sus párpados volvieron a cerrarse. Su cabeza se
     mostró una catedral. Luego hubo un plano largo y lento de                  movía. Parecía dormitar. Tal vez se figuraba estar en Portugal.
     otra. Finalmente, salió la imagen de la más famosa, la de París,           Ahora, la televisión mostraba otra catedral. En Alemania, esta
     con sus arbotantes y sus flechas que llegaban hasta las nubes.             vez. La voz del inglés seguía sonando monótonamente.
     La cámara se retiró para mostrar el conjunto de la catedral                     —Catedrales —dijo el ciego.
     surgiendo por encima del horizonte.                                        Se incorporó, moviendo la cabeza de atrás adelante.
     A veces, el inglés que contaba la historia se callaba, dejando                  —Si quieres saber la verdad, muchacho, eso es todo lo que sé. Lo
     simplemente que el objetivo se moviera en torno a las                      que acabo de decir. Pero tal vez quieras describirme una. Me gustaría.
     catedrales. O bien la cámara daba una vuelta por el campo y                Ya que me lo preguntas, en realidad no tengo una idea muy clara.
     aparecían hombres caminando detrás de los bueyes. Esperé                   Me fijé en la toma de la catedral en la televisión. ¿Cómo podía
     cuanto pude. Luego me sentí obligado a decir algo:                         empezar a describírsela? Supongamos que mi vida dependiera
         —Ahora aparece el exterior de esa catedral. Gárgolas. Pequeñas         de ello. Supongamos que mi vida estuviese amenazada por un
     estatuas en forma de monstruos. Supongo que ahora están en Italia. Sí,     loco que me ordenara hacerlo, o si no...
     en Italia. Hay cuadros en los muros de esa iglesia.                        Observé la catedral un poco más hasta que la imagen pasó al
         —¿Son pinturas al fresco, muchacho? —me preguntó, dando                campo. Era inútil. Me volví hacia el ciego y dije:
     un sorbo de su copa.                                                            —Para empezar, son muy altas.
     Cogí mi vaso, pero estaba vacío. Intenté recordar lo que pude.             Eché una mirada por el cuarto para encontrar ideas.
         —¿Me pregunta si son frescos? —le dije—. Buena pregunta.                    —Suben muy arriba. Muy alto. Hacia el cielo. Algunas son tan
     No lo sé.                                                                  grandes que han de tener apoyo. Para sostenerlas, por decirlo así. El
     La cámara enfocó una catedral a las afueras de Lisboa.                     apoyo se llama arbotante. Me recuerdan a los viaductos, no sé por
     Comparada con la francesa y la italiana, la portuguesa no                  qué. Pero quizá tampoco sepa usted lo que son los viaductos. A veces,
     mostraba grandes diferencias. Pero existían. Sobre todo en el              las catedrales tienen demonios y cosas así en la fachada. En ocasiones,
     interior. Entonces se me ocurrió algo.                                     caballeros y damas. No me pregunte por qué.
         —Se me acaba de ocurrir algo. ¿Tiene usted idea de lo que es una            El asentía con la cabeza. Todo su torso parecía moverse de atrás
     catedral? ¿El aspecto que tiene, quiero decir? ¿Me sigue? Si alguien le    adelante.
     dice la palabra catedral, ¿sabe usted de qué le hablan? ¿Conoce usted la        —No se lo explico muy bien, ¿verdad? —le dije. Dejó de
     diferencia entre una catedral y una iglesia baptista, por ejemplo?         asentir y se inclinó hacia adelante, al borde del sofá. Mientras
     Dejó que el humo se escapara despacio de su boca.                          me escuchaba, se pasaba los dedos por la barba. No me hacía
         —Sé que para construirla han hecho falta centenares de obreros         entender, eso estaba claro. Pero de todos modos esperó a que
     y cincuenta o cien años —contestó—. Acabo de oírselo decir al              continuara. Asintió como si tratara de animarme. Intenté
     narrador, claro está. Sé que en una catedral trabajaban generaciones       pensar en otra cosa que decir.
     de una misma familia. También lo ha dicho el comentarista. Los que              —Son realmente grandes. Pesadas. Están hechas de piedra. De
     empezaban, no vivían para ver terminada la obra. En ese sentido,           mármol también, a veces. En aquella época, al construir catedrales los
     muchacho, no son diferentes de nosotros, ¿verdad?                          hombres querían acercarse a Dios. En esos días, Dios era una parte




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importante en la vida de todo el mundo. Eso se ve en la construcción de   Abajo, en la cocina, encontré una bolsa de la compra con
     catedrales. Lo siento —dije—, pero creo que eso es todo lo que puedo      cáscaras de cebolla en el fondo. La vacié y la sacudí. La llevé
     decirle. Esto no se me da bien.                                           al cuarto de estar y me senté con ella a sus pies. Aparté unas
          —No importa, muchacho —dijo el ciego—. Escucha, espero               cosas, alisé las arrugas del papel de la bolsa y lo extendí sobre
     que no te moleste que te pregunte. ¿Puedo hacerte una pregunta? Deja      la mesita.
     que te haga una sencilla. Contéstame sí o no. Sólo por curiosidad y sin   El ciego se bajó del sofá y se sentó en la alfombra, a mi lado.
     ánimo de ofenderte. Eres mi anfitrión. Pero ¿eres creyente en algún       Pasó los dedos por el papel, de arriba a abajo. Recorrió los
     sentido? ¿No te molesta que te lo pregunte?                               lados del papel. Incluso los bordes, hasta los cantos. Manoseó
     Meneé la cabeza. Pero él no podía verlo. Para un ciego, es lo             las esquinas.
     mismo un guiño que un movimiento de cabeza.                                   —Muy bien —dijo—. De acuerdo, vamos a hacerla.
          —Supongo que no soy creyente. No creo en nada. A veces resulta       Me cogió la mano, la que tenía el bolígrafo. La apretó.
     difícil. ¿Sabe lo que quiero decir? —Claro que sí. —Así es.                   —Adelante, muchacho, dibuja —me dijo—. Dibuja. Ya verás.
     El inglés seguía hablando. Mi mujer suspiró, dormida. Respiró             Yo te seguiré. Saldrá bien. Empieza ya, como te digo. Ya vetas. Dibuja.
     hondo y siguió durmiendo.                                                 Así que empecé. Primero tracé un rectángulo que parecía una
          —Tendrá que perdonarme —le dije—. Pero no puedo explicarle           casa. Podía ser la casa en la que vivo. Luego le puse el tejado.
     cómo es una catedral. Soy incapaz. No puedo hacer más de lo que he        En cada extremo del tejado, dibujé flechas góticas. De locos.
     hecho.                                                                        —Estupendo —dijo él—. Magnífico. Lo haces estupendamente.
     El ciego permanecía inmóvil mientras me escuchaba, con la                 Nunca en la vida habías pensado hacer algo así, ¿verdad, muchacho?
     cabeza inclinada.                                                         Bueno, la vida es rara, ya lo sabemos. Venga. Sigue.
          —Lo cierto es —proseguí— que las catedrales no significan            Puse ventanas con arcos. Dibujé arbotantes. Suspendí puertas
     nada especial para mí. Nada. Catedrales. Es algo que se ve en la          enormes. No podía parar. El canal de la televisión dejó de
     televisión a última hora de la noche. Eso es todo.                        emitir. Dejé el bolígrafo para abrir y cerrar los dedos. El ciego
     Entonces fue cuando el ciego se aclaró la garganta. Sacó algo             palpó el papel. Movía las puntas de los dedos por encima, por
     del bolsillo de atrás. Un pañuelo. Luego dijo:                            donde yo había dibujado, asintiendo con la cabeza.
          —Lo comprendo, muchacho. Esas cosas pasan. No te preocupes.              —Esto va muy bien —dijo.
     Oye, escúchame. ¿Querrías hacerme un favor? Tengo una idea. ¿Por          Volví a coger el bolígrafo y él encontró mi mano. Seguí con
     qué no vas a buscar un papel grueso? Y una pluma. Haremos algo.           ello. No soy ningún artista, pero continué dibujando de todos
     Dibujaremos juntos una catedral. Trae papel grueso y una pluma.           modos.
     Vamos, muchacho, tráelo.                                                  Mi mujer abrió los ojos y nos miró. Se incorporó en el sofá,
     Así que fui arriba. Tenía las piernas como sin fuerza. Como si            con la bata abierta.
     acabara de venir de correr. Eché una mirada en la habitación                  —¿Qué estáis haciendo? —preguntó—. Contádmelo. Quiero
     de mi mujer. Encontré bolígrafos encima de su mesa, en una                saberlo.
     cestita. Luego pensé dónde buscar la clase de papel que me                No le contesté.
     había pedido.                                                                 —Estamos dibujando una catedral —dijo el ciego—. Lo




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estamos haciendo él y yo. Aprieta fuerte —me dijo a mí—. Eso
     es. Así va bien. Naturalmente. Ya lo tienes, muchacho. Lo sé. Creías
     que eras incapaz. Pero puedes, ¿verdad? Ahora vas echando chispas.
     ¿Entiendes lo que quiero decir? Verdaderamente vamos a tener algo aquí
     dentro de un momento. ¿Cómo va ese brazo? —me preguntó—.
     Ahora pon gente por ahí. ¿Qué es una catedral sin gente?
         —¿Qué pasa? —inquirió mi mujer—. ¿Qué estás haciendo,
     Robert? ¿Qué ocurre?
         —Todo va bien —le dijo a ella.
     Y añadió, dirigiéndose a mí:
         —Ahora cierra los ojos.
     Lo hice. Los cerré, tal como me decía.
         —¿Los tienes cerrados? —preguntó—. No hagas trampa.
         —Los tengo cerrados.
         —Mantenlos así. No pares ahora. Dibuja.
     Y continuamos. Sus dedos apretaban los míos mientras mi
     mano recorría el papel. No se parecía a nada que hubiese
     hecho en la vida hasta aquel momento.
     Luego dijo:
         —Creo que ya está. Me parece que lo has conseguido. Echa una
     mirada. ¿Qué te parece?
     Pero yo tenía los ojos cerrados. Pensé mantenerlos así un poco
     más. Creí que era algo que debía hacer.
         —¿Y bien? —preguntó—. ¿Estás mirándolo?
     Yo seguía con los ojos cerrados. Estaba en mi casa. Lo sabía.
     Pero yo no tenía la impresión de estar dentro de nada.                   Tanto en la poesía como en la narración
         —Es verdaderamente extraordinario —dije.                                breve, es posible hablar de lugares
                                                                              comunes y de cosas usadas comúnmente
                                                                                con un lenguaje claro, y dotar a esos
                                    { ... }                                      objetos, una silla, la cortina de una
                                                                                ventana, un tenedor, una piedra, un
                                                                              pendiente de mujer, con los atributos de
                                                                                lo inmenso, con un poder renovado.
                                                                                                 R.C.




44                             Catedral (Cathedral), por Raymond Carver
“Pienso en
       dos amigos
que me aconsejaron
    varios
    métodos
         de suicidio




                       ¿Qué mejor
                          prueba
                               de amorosa
                                 camaradería?”
                       Charles Bukowski
Bio




                                                                Charles Bukowski


                                                                                                                                                                                               1900

                                                                                                                                                                                               1910

                                                                                                                                                                                             1920

                                                                                                                                                                                               1930
     Charles Bukowski nació en la ciudad de                                                                          “Me metí en problemas con montones de cosas.
                                                                                                                                                 Pero, por otro lado,
     Andernach, en Alemania, un 16 de agosto                                                                                                                                                   1940
     de 1920. Hijo de Henry Bukowski, militar
                                                                                                                  los problemas venden libros
                                                                                                                                                                                               1950
     estadounidense, y de Katherine Fett, una                                                       Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado
     mujer de origen alemán.                                                                        desnudo. Todo el mundo te puede ver.                                                       1960
                                                                                                                    De noche es cuando se sacan
     Tuvo una serie de problemas en la                                                                                        los trucos de la manga…                                          1970
     adolescencia, ya que fue un alemán de padre                                                                                                                               ”
                                                                                                                                                                        la magia
     estadounidense en plena efervescencia nazi                                                                                                                                                1980
     en Europa, por lo que en 1922 la familia se
                                                                                                                                                                                             1990
     trasladó a Los Ángeles, Estados Unidos.       una y otra vez cuando ganaba el primer
     De joven tuvo una extraña erupción            premio del hipódromo.
                                                                                                                                                                                               2000
     cutánea por todo el cuerpo que le dejó
     marcas para toda la vida, pero sin embargo,   Bukowski fue considerado el último escritor                                                                                                 2010
     la marca que llevó dentro fue más fuerte:     maldito y su obra siempre se centró en un
     vivió una terrible infancia, siendo un niño   extraño mundo pseudoautobiográfico                                                                                                          2020
     golpeado por su padre. Todo esto, junto       centrado en su propia vida como un
     con la creciente depresión económica de       perdedor alcohólico o como un escritor
     1929 lo llevaron a relacionarse de por vida   de éxito alcohólico (según la época de
     al alcohol.                                   ambientación, claro).
                                                                                                                                                            16 de agosto de 1920 Nacimiento
     Bukowski terminó la secundaria, pero          Murió de leucemia en 1994, a la edad de 73
                                                                                                                                                                          Alemania
     luego de ingresar a Periodismo en L.A.        años. Hoy en día es considerado uno de los
     City College, abandonó el curso en 1941.      escritores estadounidense más influyentes                                                                  9 de marzo de 1994 Defuncion
     Se mantuvo económicamente gracias a una       y símbolo del “realismo sucio” y la literatura                                                                   Estados Unidos
     serie de trabajos temporales, que abandonó    independiente.                                                                                                   Cuento / Poesía Género




48                                                                  Bio - Charles Bukowski          Las mismas flores viejas                                                                          49
Cuento




                           1
                                   Era un hotel cercano a la cima de una colina, lo suficientemente
                           empinada para ayudarte a bajar corriendo hasta la tienda de licores,
                           y, de vuelta con la botella, una subida suficiente para hacer el
                           esfuerzo más meritorio. El hotel había estado alguna vez pintado
                           de verde brillante, llamaradas cálidas de verde, pero ahora, después
                           de las lluvias, esas peculiares lluvias de Los Ángeles, que lo limpian
                           y marchitan todo, el verde cálido estaba apagado y al borde de la
                           desaparición —como la gente que vivía dentro—.
                           De cómo me había ido a vivir allí, o porqué había abandonado mi
                           anterior domicilio, apenas me acuerdo. Probablemente por causa de
                           la bebida y de que apenas trabajaba, y por las violentas discusiones a
                           media mañana con las señoras de la calle. Y al decir las discusiones a
De cómo aman               media mañana no me refiero a las 10:30 de la mañana, me refiero a las
                           3:30. Generalmente, si no llamaban a la policía, todo acababa con una
 los muertos               pequeña nota pasada por debajo de la puerta, siempre escrita a lápiz
        Charles Bukowski




                           Las mismas flores viejas                                                            51
Sobre el autor y sus          en papel cuadriculado: «Estimado señor, vamos a tener que               2
         influencias
                              pedirle que se vaya de aquí tan pronto como sea posible». Una                    Hacia las tres de la mañana alguien llamó a la puerta.
   Tuvo una infancia muy
    dura, esto hizo que se
                              vez la cosa pasó a media tarde. La discusión acabó. Recogimos           Me puse mi vieja bata de cuadritos y abrí la puerta. Allí estaba
refugiara en la lectura en    los cristales rotos, metimos todas las botellas en sacos de             de pie una mujer en bata.
                 la primera
                              papel, vaciamos los ceniceros, dormimos, nos despertamos,                   —¿Sí? —le dije—. ¿Sí?
         etapa de su vida..
           Pasó un tiempo     y yo estaba encima de ella actuando cuando oí una llave                     —Soy su vecina. Soy Mitzi. Vivo en el piso de abajo. Le vi esta
vagando por los Estados       abriendo la puerta. Estaba tan sorprendido que me quedé con             tarde en el teléfono.
      Unidos, dedicándose
    a trabajos temporales
                              la polla bombeando dentro, sin parar el ritmo. Y allí estaba él,            —¿Sí? —dije yo.
         que iba dejando y    el casero bajito, de unos 45 años, sin pelo, excepto quizás en          Entonces ella sacó algo de detrás de su espalda y me lo enseñó.
        permaneciendo en
                              las orejas o las pelotas; se puso a mirarle a ella el culo, se acercó   Era una botella de buen whisky.
        pensiones baratas.
       Es visto como icono    y apuntándola le dijo:                                                      —Entra —dije.
          de la decadencia        —¡Tú. Tú te vas DE AQUÍ HOY MISMO! —Yo paré de                      Limpié dos vasos y abrí la botella. ¿Seco o mezclado?
  estadounidense y de la
  representación nihilista
                              fornicar y me eché a un lado, mirándole de reojo. Entonces él               —Con dos tercios de agua.
    característica después    me apuntó:                                                              Había un pequeño espejo encima del lavabo y ella se puso
     de la Segunda Guerra
                                  —¡Y usted TAMBIÉN SE VA de aquí hoy mismo! —Se dio                  delante de él, enrollándose el pelo con rulos. Yo le alcancé su
    Mundial. Conocido por
    su falta de ambición y    la vuelta y se fue hacia la puerta, la cerró despacio y bajó las        vaso y me senté en la cama.
compromiso con él y con       escaleras. Yo comencé otra vez la marcha y nos pegamos una                  —Te vi esta tarde al teléfono. Sólo con verte me di cuenta de que
       el resto del mundo.
                              buena despedida.                                                        eras un tipo simpático. Yo en seguida conozco a las personas. Algunos
                              De cualquier modo, yo estaba allí, en el hotel verde, el marchito       de ellos no son tan simpáticos.
                              hotel verde, y estaba allí con mi maleta llena de harapos, solo,            —Suelen decir que soy un bastardo.
                              pero con el dinero para el alquiler. Estaba sobrio, y conseguí              —No creo que sea cierto.
                              una habitación exterior, que daba a la calle, en el tercer piso,            —Yo tampoco.
                              con el teléfono en el pasillo, pero al lado de mi puerta, un            Acabé mi bebida. Ella bebía a pequeños sorbos, así que me
                              infiernillo al lado de la ventana, un gran lavabo, una nevera           preparé otro trago. Charloteamos. Me tomé un tercer vaso.
                              pequeña pero buena, un par de sillas, una mesa, una cama y              Entonces me levanté y me puse detrás de ella. Le puse las
                              el baño en el recibidor del hotel. Y aunque el edificio era muy         manos en las tetas.
                              viejo, tenía incluso un ascensor —el hotel había tenido en                  —¡OOOOOOh! ¡Chico tonto!
                              otro tiempo una cierta categoría—. Y ahora yo estaba allí. La           Empecé a murmurar en su oído.
                              primera cosa que hice fue procurarme una botella, y después                 —¡Ooouch! ¡SI que eres un bastardo!
                              de unos tragos y de matar dos cucarachas, me sentí como en              Tenía un rulo en una mano. La agarré de la cabeza entre
                              mi casa. Entonces salí al pasillo y traté de telefonear a una           perifollos y besé su boquita ajada. Estaba blanda y abierta. Ella
                              dama que con seguridad podría ayudarme, pero ella estaba                estaba lista. Puse el vaso en su mano, la llevé a la cama, la senté.
                              fuera, evidentemente, ayudando a algún otro.                            «Bebe» le dije. Ella lo hizo. Se lo llené de nuevo. Yo no llevaba
                                                                                                      nada debajo de mi bata. La bata se abrió y la cosa salió afuera,




52                                                De cómo aman los muertos, por Charles Bukowski      Las mismas flores viejas                                                53
Antología del Realismo
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Antología del Realismo

  • 2. Las mismas flores viejas Editorial Longinotti Agujeros Negros Catedral (Cathedral) Nota de la editora Samanta Schweblin Raymond Carver En esta edición de la antología se han respetado las traducciones originales, revisando sólo aquellos casos puntuales en que algunos De cómo aman los muertos El hombre que ríe términos o expresiones pudieran resultar Charles Bukowski J.D. Salinger demasiado antiguas o ajenas para el lector.
  • 3. Indice CUENTOS 7 Agujeros Negros Samanta Schweblin 23 Catedral (Cathedral) Raymond Carver 47 De cómo aman los muertos Charles Bukowski 69 El hombre que ríe J.D. Salinger EXTRAS 95 Citas 101 Obras 5
  • 4. “Lo a n o r mestar puede al en tu propio cuerpo sin vos saberlo” Samanta Schweblin
  • 5. Bio Samanta Schweblin 1900 1910 1920 1930 1940 1950 Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) 1960 es una escritora argentina, egresada de la 1970 carrera de Imagen y Sonido de la UBA. “ Hay dos ejes fundamentales 1980 que deben atravesar un cuento Su libro de cuentos El núcleo del disturbio de punta a punta, son dos elásticos muy tirantes (2002) ganó el primer premio del Fondo 1990 que si se aflojan por un segundo ya no pueden volverse a atar, y Nacional de las Artes 2001, y su cuento son la tensión y el verosímil. 2000 “Hacia la alegre civilización de la capital”, el primer premio en el Concurso Nacional Pero hay un pequeño secreto... 2010 Haroldo Conti. cuanto más nos acercamos a ellos... más tiran 2020 Participó en las antologías publicadas por la Editorial Siruela, “Cuentos Argentinos” (España, 2004); la Editorial Norma, “La Su segundo libro de cuentos, Pájaros en joven guardia” (Argentina, 2005) y “Una la boca (2009), obtuvo el Premio Casa terraza propia” (Argentina, 2006); y varias de las Américas 2008. En 2010 publicó antologías de centros culturales como el “La pesada valija de Benavides” en la 1978 Nacimiento General San Martín y el Ricardo Rojas. editorial uruguaya La Propia Cartonera y Argentina Algunos de sus cuentos ya se encuentran fue elegida por la revista británica Granta Cuento Género traducidos al inglés, el francés, el alemán como una de los 22 mejores escritores en y el sueco. español menor de 35 años. 8 Bio - Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 9
  • 6. Cuento El doctor Ottone guarda la carpeta, recoge sus cosas, apaga las luces, cierra con llave y se dirige hacia el consultorio del doctor Messina, a quien está seguro de encontrar a esa hora. Ottone efectivamente encuentra a Messina pero dormido sobre el escritorio y con una estatuilla en la mano. Lo despierta y le entrega la carpeta de la señora Fritchs. Messina, un poco dormido aún, se pregunta, o le pregunta a Ottone, por qué se ha despertado con una estatuilla en la mano. Con un gesto, Ottone responde que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece una galleta a Ottone, galleta que Ottone acepta. Messina abre la carpeta. —Lea la página quince— dice Ottone. Messina busca, encuentra y lee, todo cuidadosamente, la página quince. Ottone espera atento. Cuando termina su lectura, Ottone le pide una opinión. —¿Y usted cree en esto, Ottone? Agujeros —¿En agujeros negros? NegrosSchweblin Samanta —¿De qué estamos hablando? Así que Ottone recuerda el vicio de Messina de responder sólo con Las mismas flores viejas 11
  • 7. preguntas y eso lo pone nervioso. una respuesta de Messina, doctor que comienza a guardar sus -Hablamos de agujeros negros, Messina... cosas y a acomodar papeles del escritorio. Ottone pregunta. —¿Y usted cree en eso, Ottone? —¿Se va? —No, ¿Y usted? —¿Me necesita para algo? Messina abre otra vez su cajón. —Dígame al menos qué opina, qué cree que conviene hacer. ¿Por qué —¿Quiere otra galleta, Ottone? no la ve usted? Ottone agarra la galleta que Messina le ofrece. Messina, ya desde la puerta del consultorio, se detiene y mira a —¿Cree o no cree?— Insiste Ottone. Ottone con una leve, apenas marcada, sonrisa. —¿Yo conozco a esta señora...? —¿Qué diferencia hay entre la Señora Fritchs y el resto de sus pacientes? Sobre la autora y su —...Fritchs, la señora Fritchs. No, no creo que la conozca, sólo vino a Ottone piensa en contestar, así que su dedo índice empieza a forma de escribir verme dos veces y es su primer tratamiento. subir desde donde reposa hacia la altura de su cabeza, pero se Un personaje, un clima, una serie de episodios, Alguien toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone arrepiente y no lo hace. Queda entonces el dedo índice de Ottone que pueden estar casi reconoce al portero y pregunta: suspendido a la altura de su cintura, sin señalar ni indicar nada desde un comienzo, —¿Qué necesita, Sánchez? preciso. revelarse paulatinamente o bien hacia el final, se El portero explica con sorpresa que la señora Fritchs espera al —¿A que le tiene miedo, Ottone?— pregunta Messina y se terminan presentando doctor Ottone en la sala de ese piso. Messina recuerda al portero retira cerrando la puerta, dejando a Ottone solo y con su dedo con una contundencia que pone en suspenso que son las diez de la noche y el portero explica que la señora índice que baja lentamente hasta quedar colgado del brazo. En cualquier clase de Fritchs se niega a irse. ese momento entra la Señora Fritchs. La señora Fritchs lleva un certeza y de serenidad, —No quiere irse, está en pijama, sentada en la sala y dice que no se va pijama, celeste, con detalles y puntillas blancas en cuello, mangas, y además despliegan un poder que transmite si no habla con el doctor Ottone, qué quiere que le haga yo... cinto y otros extremos. Ottone deduce que esta señora está en un la omnipotencia y la —¿Por qué no la trajo, entonces?— pregunta Messina mientras estado nervioso considerable, y deduce esto por sus manos, que arbitrariedad de los hechos. mira la estatuilla. ella no deja de mover, por su mirada y por otras cosas que, aunque —¿La traigo acá? ¿A su consultorio? ¿O al del doctor Ottone? comprueban esos estados, Ottone considera que no necesitan ser —¿Que le pregunté yo a usted? enumeradas. —Que porqué no la traje. —Señora Fritchs, usted está muy nerviosa, va a ser mejor si se calma. —¿No la trajo a dónde, Sánchez? —Si usted no me soluciona este problema yo lo denuncio doctor, esto —Acá. ya es un abuso. —¿Dónde es acá? —Señora Fritchs, tiene que entender que usted está haciendo un —A su consultorio, doctor. tratamiento, los problemas que tenga no se van a solucionar de un día para —¿Entiende ahora, Sánchez?, ¿A donde tiene que traerla entonces? el otro. —A su consultorio, doctor. La Señora Fritchs mira indignada a Ottone, rasca el brazo Sánchez se inclina levemente, saluda y se retira. Ottone mira a derecho con la mano izquierda y habla. Messina, la mandíbula de Messina que oprime la fila de dientes —¿Me toma por estúpida? Me está diciendo que tengo que seguir superior con la inferior, así que Ottone está nervioso y aún espera dando vueltas por la ciudad en pijama, pijama en el mejor de los casos, 12 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 13
  • 8. Tal vez sea un beneficio hasta que usted decida que el tratamiento está terminado. ¿Para qué pago todo en pijama, doctor, y sin plata, imagínese, convencer al taxista de que para la literatura que Schweblin haya situado yo ese seguro médico, a ver? le pago al llegar. Y cuando estoy por llegar, zas, fin del agujero y aparezco en sus ficciones a esos Ottone piensa en el doctor Messina bajando las escaleras en casa otra vez. personajes raros, principales del hospital y esto le provoca diversas sensaciones, Ottone aprovecha este tiempo para analizar la segunda sensación extraños, o a los testigos o víctimas actuales sensaciones en las que no va a profundizar ahora. de Messina escaleras abajo. Entrada a un auto, ambiente más o inminentes de sus —Mire— dice Ottone con paciencia, empezando a agradable, alivio al dejar el peso del portafolio en el asiento del acciones, que padecen o están a punto balancearse, lentamente al principio, sobre las plantas de sus acompañante. de padecer, que pies —cálmese, entienda que usted está con problemas psicológicos, usted —Aparte imagínese, andaba por casa siempre con dinero y un abrigo saben que deben escapar inventa cosas para ocultar otras cosas más importantes. Todos sabemos que atado a la cintura del camisón, no sea cosa. Pero ahora no, basta, cuando o protegerse de algo, o que sólo usted no pasea en pijama por el hospital. caigo en agujeros ya no vuelvo. Si igual nunca llego, tomo taxis que casi registran lo que sucede La señora Fritchs desenrosca pliegues de las puntillas de su nunca alcanzan a dejarme donde les pido. No, basta, ahora me quedo y que cambiará la naturaleza y la cualidad camisón, así que Ottone entiende que la charla será larga. donde esté hasta que pase el agujero y listo. de lo que vendrá para —Siéntese por favor, relájese, vamos a hablar un rato— dice Ottone. —¿Y cuánto tiempo tardan en pasar estos agujeros negros? convertirlos en otra —No, no puedo. Va a llegar mi marido a casa y yo no voy a estar, —Y, vea, yo no puedo decirle con exactitud, una vez fui y volví en el cosa. tengo que volver, doctor, ayúdeme. momento, sin problema. Y otra estuve en casa de mi madre unas cuántas Ottone desarrolla rápidamente la primera de las sensaciones horas, diga que ahí sé donde están las cosas, preparé unos mates y paciencia, postergadas de Messina bajando las escaleras. Aire entrando por tardó tres horas, doctor, una vergüenza. las costuras del abrigo, entonces frío, un poco de frío. Ottone piensa en cuántos minutos ya ha estado la señora Fritchs —¿Tiene dinero para regresar? en el hospital y no obtiene un número definido, quizás cinco, —No, no llevo plata cuando ando en camisón por casa... quizás diez, no sabe. —Bueno, yo le presto para que vuelva a su casa y pasado mañana, Sánchez toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone en el horario que a usted le corresponde, hablamos de estos problemas que pregunta: tanto le preocupan... —¿Qué pasa, Sánchez? —Doctor, yo le acepto el dinero si quiere, y vuelvo a casa, perfecto. — Lo busca el doctor Messina. Pero ya le expliqué, sabe, dentro de un rato estoy acá de nuevo, y cada vez —Cómo ¿No se fue? es peor. Antes pasaba cada tanto, pero ahora, cada dos o tres horas, zas, —Sí, se fue, pero al rato estaba acá de vuelta, me parece que el doctor agujero negro. está un poco angustiado, anda a medio desvestir, o vestir, no sé decirle, —Señora... doctor, y pregunta por usted. —No, escuche, escúcheme. Me recupero, o sea, vuelvo a donde estaba —¿Qué pregunta, Sánchez? ¿Cómo le explico? A ver, desaparezco de casa y aparezco en casa de mi —Si usted está, si puede usted hacerle el favor de ir a verlo. Me parece hermano, entonces me desespero, imagínese, tres de la mañana y aparezco que está enojado, doctor... en pijama, pijama en el mejor de los casos, en el cuarto matrimonial de mi El doctor Ottone mira a la señora Fritchs, señora que rasca con la hermano. Entonces trato de volver, ¿Sabe doctor qué sufrimiento? Hay que mano derecha su brazo izquierdo y contesta la mirada de Ottone salir del cuarto, de la casa, todo sin que nadie se de cuenta, tomar un taxi, con un gesto recriminatorio. 14 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 15
  • 9. —Va a tener que disculparme. Compara Messina mentalmente la figura de esa señora con la de —No, lo acompaño. su mujer y no obtiene ningún beneficio. —No, hágame el favor, señora, quédese acá. El doctor Messina —¿Usted es la señora que tiene problemas con los agujeros negros? enojado es ya de por sí todo un problema. —¿Usted no los tiene? Sánchez acompaña la opinión de Ottone con un movimiento de En ese momento Messina comprende algunas cosas, cosas de cabeza y se retira caminando por el pasillo, pasillo que Ottone las que sólo rescata dos como planteos pertinentes. Primero, lo recorre ahora, unos metros detrás. que puede estar pasándole; segundo, que tras la señora Fritchs se Se asoma Messina, minutos después, no sabe bien Messina esconde una persona de suma inteligencia. Piensa una pregunta después de qué, tras el biombo de su consultorio, para descubrir para comprobar el segundo planteo: a la señora Fritchs sentada en un sillón. Messina mira su propia —¿Por qué espera al doctor Ottone? mano y se pregunta por qué tiene, otra vez, esa estatuilla. Mira —Ottone y el portero fueron a buscarlo a usted al hall ¿Usted es el desconcertado el escritorio, el lugar vacío donde la había dejado doctor...? un rato atrás. Luego mira a la Señora Fritchs y la señora Fritchs, —¿Messina? con las manos aferradas a los brazos del sillón, como si fuese a caer —Eso, Messina, necesito que alguien me ayude. hacia o desde algún lado, mira al doctor Messina. Messina busca y encuentra sobre su escritorio la carpeta de la —¿Y usted quién es? ¿Qué hace en mi consultorio? señora Fritchs y, de espaldas a esta señora, revisa el contenido, a —El doctor Ottone dijo... la vez que relaciona ideas de agujeros negros, gente en pijamas y —¿Por qué está en pijama? estatuillas. Pregunta: —El portero y el doctor Ottone fueron a buscarlo al... —¿Qué cree usted que nos esté pasando? —¿Usted es la señora Fritchs? —A usted no sé doctor, pero a mí nada— responde Sánchez que —Usted también está en pijama— dice la señora Fritchs entra por la puerta y le alcanza un juego de llaves. Messina mira mientras observa asustada la estatuilla en la mano del doctor. rápidamente el sillón vacío donde un segundo antes estaba la Messina verifica su apariencia, plantea mentalmente distintas señora Fritchs. hipótesis sobre las razones de su propio paradero actual, deja la —¿Qué hace acá, Sánchez? ¿No tiene nada mejor que hacer? estatuilla en su lugar y acomoda el cuello de su camiseta hasta Sánchez, brazo extendido hacia Messina con llaves enganchadas que éste queda centrado con respecto al eje del cuello, posición de al extremo del dedo índice, habla: camiseta que hace de Messina un hombre más seguro. —Acá tiene las llaves doctor. Yo me voy. —¿Usted es la señora Fritchs? —¿A dónde se va usted? ¿Dónde está la Señora Fritchs? —El doctor Ottone dijo que lo esperara acá. —Mi horario termina a las diez, ya son diez y media, yo me voy. —¿Yo le pregunté algo sobre Ottone, señora? —¿Dónde está la señora Fritchs? —Sí, soy la señora Fritchs, espero al doctor Ottone. —No sé, doctor, por favor tome las llaves. —¿Le parece que éste puede ser el consultorio de un doctor como el —¿Y Ottone? ¿Donde está Ottone? doctor Ottone? —Lo está buscando a usted, doctor, yo me voy. —No sé, me parece que no, yo solamente lo espero. Messina sale de su consultorio sin tomar las llaves y recorre el 16 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 17
  • 10. pasillo de azulejos blancos y negros hasta el hall, donde encuentra —¿Que sabe qué cosa? a Ottone. Pliega Ottone los dedos de su mano derecha hasta —¿Por qué cree usted que corre así la señora? obtener un puño cerrado, sin aire en el interior, para luego forzar Amaga Ottone un nuevo crujimiento de sus dedos, pero Messina estos dedos con la mano izquierda, lo que produce una serie de reacciona rápido, toma fuerte su muñeca, y dice: crujidos en los nudillos, así que Ottone ha visto a Messina, está —¿No se dio cuenta? sumamente angustiado, y le desagrada ver a este doctor, el doctor —¿De qué? Messina, a medio vestir, o desvestir, Sánchez no ha sabido decirle —¿No se dio cuenta de lo que pasó la última vez que usted crujió sus y él no alcanza ahora a elaborar una definición correcta. dedos? Messina va a preguntarle algo pero descubre en su propia mano —¿Estuvimos ahí? la estatuilla, así que se pregunta, o le pregunta a Ottone, por qué —¿En un agujero negro? tiene esa estatuilla en la mano. Ottone, con un gesto, responde —¿Sí? que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece una —¿Hace falta que le responda? galleta a Ottone. Galleta que Ottone acepta sin preguntarse por Interrumpe la conversación el sonido de las llaves de la puerta, qué ambos, Ottone y Messina, ya no se encuentran en el hall, sino colgadas del dedo de Sánchez a la altura de la frente de ambos en el consultorio del segundo de los doctores mencionados. médicos. Sánchez: Y aunque Messina piensa en decirle algo a Ottone, decide que —Las llaves, yo me voy. será mejor no hacerlo y simplemente deja la estatuilla sobre una Propone Messina a Sánchez: mesada del hall, porque, en efecto, ya están otra vez en el hall y no —¿Por qué antes de irse no nos va a buscar a la señora? en el consultorio del doctor Messina. A lo que asiente Ottone, contento, y agrega: —¿Está usted bien?— pregunta Ottone. —Sí, traiga a la señora y le aceptamos las llaves. —¿Usted cree que yo puedo estar bien en el estado en que me encuentro? Messina le señala a Sánchez los pasillos por donde, salteadamente, Observa Ottone la camiseta desarreglada de Messina. cruza la señora Fritchs, a veces caminando preocupada, a veces —¿Que opina ahora de esto, Messina? con paso presuroso. Da Messina unas palmaditas en la espalda de —¿De qué? este Sánchez a quien Ottone sonríe y dice alegre: —De los agujeros negros. —Vaya, Sánchez, vaya y traiga a la señora. —¿Dónde está la señora Fritchs? Mira Sánchez hacia los pasillos y ve un par de veces a la señora —Está en su consultorio. Fritchs cruzar de una puerta a otra. Luego mira al doctor Messina, —¿Me está cargando, Ottone? ¿No se da cuenta de que yo vengo de al doctor Ottone, deja las llaves sobre la mesada del hall y explica ahí? a estos doctores: Piensa Ottone en algo que no explica, y cuando ve a la señora —Yo soy el portero, mi turno terminó a las diez. Veo que tienen algunos Fritchs, corriendo, lejos, de un pasillo a otro, propone a Messina ir problemas, pero yo no tengo nada que ver, no sé si me interpretan...- y se a buscar a esta señora. Abre grandes los ojos Messina y se acerca a retira. Ottone como quien piensa en contar un secreto. Ottone escucha: Messina mira las llaves que han quedado al lado de la estatuilla —¿No se da cuenta de que ella sabe? y luego, desesperanzado, mira a Ottone, doctor que a la vez mira 18 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 19
  • 11. a Messina, aunque sus percepciones tienen que ver ahora con otras cosas, cosas como Sánchez bajando las escaleras, Sánchez sintiendo el aire frío de la calle en la cara, Sánchez pensando en que siempre está más desabrigado de lo que debería, y que todo es culpa de su madre que, a diferencia de otras madres, nunca le recuerda las cosas. Piensa entonces Messina en Sánchez subiendo al colectivo ciento treinta y cuatro, ramal dos, o tres, los dos van, y cuando está a punto de pensar en Sánchez abriendo la puerta de su casa, casa lógicamente de este mismo Sánchez, lo que ve es a la señora Fritchs, o mejor dicho, no la ve, o más bien la ve desaparecer ante sus ojos. Entonces dice Messina al doctor Ottone: —¿Vio eso, Ottone? —¿Ver qué? —¿No vio eso? Ottone está a punto de responder, y este inminente momento se deduce por su dedo índice que, lentamente, comienza a ascender hacia la altura de su cabeza, pero cuando lo hace, cuando este dedo llega a la altura citada y Ottone enuncia sus primeras palabras, entonces este Doctor, el doctor Ottone, se encuentra no con el doctor Messina, sino con Clara, es decir su esposa, en su casa, los dos en pijama. En un pasillo del hospital, ahora aún más lejos de su consultorio, Messina se pregunta, una vez más, qué hace ahí a esas horas de la noche, a medio vestir, o desvestir, con una estatuilla en la mano y, cuando va a preguntarse eso pero en voz alta, lo que queda ahora es, simplemente, el pasillo del hospital, vacío. a mis padres; a mi hermana Pamela; { ... } a Maxi; a Alejandro Conte; a Andrés Beláustegui y a Diego Mirás; a Diego Paszkowski y a los chicos del taller; a Vicente Batista. S.S. 20 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin
  • 12. “Creemos adivinar los sentimientos del otro, no podemos, por supuesto, nunca prodemos” Raymond Carver
  • 13. Bio Raymond Carver 1900 1910 1920 1930 Raymond Clevie Carver, Jr. (25 de mayo de 1938 — 2 de agosto de 1988), escritor “No soy consciente de crear una imagen central en mi obra narrativa que controle 1940 estadounidense adscrito al llamado la historia de la misma manera en que las realismo sucio. Carver nació en Clatskanie, imágenes, o una cola imagen, controla muchas 1950 Oregón y creció en Yakima, Washington. veces una obra poética. Su padre trabajaba en un aserradero y 1960 Tengo una imagen en la cabeza, era alcohólico. Su madre trabajaba como pero parecen nacer de la historia de un modo 1970 camarera y vendedora. Tuvo un único orgánico y natural.” hermano llamado James Franklyn Carver 1980 que nació en 1943. Los críticos asocian los escritos de Carver al minimalismo y le consideran el padre 1990 Durante algún tiempo, Carver estudió bajo de la citada corriente del realismo sucio. la tutela del escritor John Gardner, en el Su editor en Esquire, Gordon Lish, 2000 Chico State College, en Chico, California. desempeñó un papel decisivo en concebir 2010 Publicó un sinnúmero de relatos en revistas el estilo de la prosa de Carver. Por ejemplo, y periódicos, incluyendo el New Yorker y donde Gardner recomendaba a Carver usar 2020 Esquire, que en su mayoría narran la vida de 15 palabras en lugar de 25, Lish le instaba obreros y gente de las clases desfavorecidas a usar 5 en lugar de 15. Durante este de la sociedad estadounidense. Sus tiempo, Carver también envió su poesía a historias han sido incluidas en algunas James Dickey, entonces editor de poesía de de las más prestigiosas compilaciones Esquire. estadounidenses: Best American Short 25 de mayo de 1938 Nacimiento Stories y el Premio O. Henry de relatos Carver murió en Port Angeles, Washington, Estados Unidos cortos. de cáncer de pulmón, a los 50 años de edad. 2 de agosto de 1988 Defuncion Estados Unidos Cuento / Poesía Género 24 Bio - Raymond Carver Las mismas flores viejas 25
  • 14. Cuento Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren: tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación. Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase con ilusión. Catedral Aquel verano en Seattle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero. El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una (Cathedral) escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella Raymond Carver estaba enamorada del tipo, y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un Las mismas flores viejas 27
  • 15. Sobre el autor y su anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un e industrial. Contó al ciego que había escrito un poema que forma de escribir número de teléfono. Telefoneó, se presentó y la contrataron trataba de él. Le dijo que estaba escribiendo un poema sobre Modelo narrativo denominado por la crítica en seguida. Trabajó todo el verano para el ciego. Le leía a la vida de la mujer de un oficial de las Fuerzas Aéreas. Todavía como “realismo sucio”, organizar un pequeño despacho en el departamento del no lo había terminado. Aún seguía trabajando en él. El ciego trata temas cotidianos (sin nada heroico o servicio social del condado. Mi mujer y el ciego se hicieron grabó una cinta. Se la envió. Ella grabó otra. Y así durante excepcional) con un estilo buenos amigos. ¿Que cómo lo sé? Ella me lo ha contado. Y años. Al oficial le destinaron a una base y luego a otra. Ella seco y sin concesiones también otra cosa. En su último día de trabajo, el ciego le envió cintas desde Moody ACB, McGuire, McConnell, y metafóricas. preguntó si podía tocarle la cara. Ella accedió. Me dijo que le finalmente, Travis, cerca de Sacramento, donde una noche pasó los dedos por toda la cara, la nariz, incluso el cuello. Ella se sintió sola y aislada de las amistades que iba perdiendo en nunca lo olvidó. Incluso intentó escribir un poema. Siempre aquella vida viajera. Creyó que no podría dar un paso más. estaba intentando escribir poesía. Escribía un poema o dos al Entró en casa y se tragó todas las píldoras y cápsulas que año, sobre todo después de que le ocurriera algo importante. había en el armario de las medicinas, con ayuda de una botella Cuando empezamos a salir juntos, me lo enseñó. En el poema, de ginebra. Luego tomó un baño caliente y se desmayó. recordaba sus dedos y el modo en que le recorrieron la cara. Pero en vez de morirse, le dieron náuseas. Vomitó. Su oficial Contaba lo que había sentido en aquellos momentos, lo que le —¿por qué iba a tener nombre? Era el amor de su infancia, pasó por la cabeza cuando el ciego le tocó la nariz y los labios. ¿qué más quieres?— llegó a casa, la encontró y llamó a una Recuerdo que el poema no me impresionó mucho. Claro que ambulancia. A su debido tiempo, ella lo grabó todo y envió la no se lo dije. Tal vez sea que no entiendo la poesía. Admito cinta al ciego. A lo largo de los años, iba registrado toda clase que no es lo primero que se me ocurre coger cuando quiero de cosas y enviando cintas a un buen ritmo. Aparte de escribir algo para leer. un poema al año, creo que ésa era su distracción favorita. En En cualquier caso, el hombre que primero disfrutó de sus una cinta le decía al ciego que había decidido separarse del favores, el futuro oficial, había sido su amor de la infancia. oficial por una temporada. En otra, le hablaba de divorcio. Ella Así que muy bien. Estaba diciendo que al final del verano ella y yo empezamos a salir, y por supuesto se lo contó al ciego. Se permitió que el ciego le pasara las manos por la cara, luego se lo contaba todo. O me lo parecía a mí. Una vez me preguntó despidió de él, se casó con su amor, etc., ya teniente, y se fue si me gustaría oír la última cinta del ciego. Eso fue hace un de Seattle. Pero el ciego y ella mantuvieron la comunicación. año. Hablaba de mí, me dijo. Así que dije, bueno, la escucharé. Ella hizo el primer contacto al cabo del año o así. Le llamó Puse unas copas y nos sentamos en el cuarto de estar. Nos una noche por teléfono desde una base de las Fuerzas Aéreas preparamos para escuchar. Primero introdujo la cinta en el en Alabama. Tenía ganas de hablar. Hablaron. El le pidió magnetófono y tocó un par de botones. Luego accionó una que le enviara una cinta y le contara cosas de su vida. Así lo palanquita. La cinta chirrió y alguien empezó a hablar con voz hizo. Le envió la cinta. En ella le contaba al ciego cosas de su sonora. Ella bajó el volumen. Tras unos minutos de cháchara marido y de su vida en común en la base aérea. Le contó al sin importancia, oí mi nombre en boca de ese desconocido, ciego que quería a su marido, pero que no le gustaba dónde del ciego a quien jamás había visto. Y luego esto: «Por todo vivían, ni tampoco que él formase parte del entramado militar lo que me has contado de él, sólo puedo deducir...» Pero una 28 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 29
  • 16. llamada a la puerta nos interrumpió, y no volvimos a poner la Beulah llevara ya el cáncer en las glándulas. Tras haber sido cinta. Quizá fuese mejor así. Ya había oído todo lo que quería inseparables durante ocho años —ésa fue la palabra que oír. empleó mi mujer, inseparables—, la salud de Beulah empezó Y ahora, ese mismo ciego venía a dormir a mi casa. —A lo a declinar rápidamente. Murió en una habitación de hospital mejor puedo llevarle a la bolera —le dije a mi mujer. Estaba junto de Seattle, mientras el ciego sentado junto a la cama le cogía al fregadero, cortando patatas para el horno. Dejó el cuchillo la mano. Se habían casado, habían vivido y trabajado juntos, y se volvió. habían dormido juntos —y hecho el amor, claro— y luego —Si me quieres —dijo ella—, hazlo por mí. Si no me quieres, el ciego había tenido que enterrarla. Todo esto sin haber no pasa nada. Pero si tuvieras un amigo, cualquiera que fuese, y visto ni una sola vez el aspecto que tenía la dichosa señora. viniera a visitarte, yo trataría de que se sintiera a gusto. —Se secó las Era algo que yo no llegaba a entender. Al oírlo, sentí un poco manos con el paño de los platos. de lástima por el ciego. Y luego me sorprendí pensando qué —Yo no tengo ningún amigo ciego. vida tan lamentable debió llevar ella. Figúrense una mujer que —Tú no tienes ningún amigo. Y punto. Además —dijo—, jamás ha podido verse a través de los ojos del hombre que ¡maldita sea, su mujer acaba de morirse! ¿No lo entiendes? ¡Ha perdido ama. Una mujer que se ha pasado día tras día sin recibir el Los personajes de sus a su mujer! menor cumplido de su amado. Una mujer cuyo marido jamás relatos son pequeños seres atrapados en No contesté. Me había hablado un poco de su mujer. Se ha leído la expresión de su cara, ya fuera de sufrimiento o de situaciones sórdidas de llamaba Beulah. ¡Beulah! Es nombre de negra. algo mejor. Una mujer que podía ponerse o no maquillaje, la vida corriente. Sus —¿Era negra su mujer? —pregunté. ¿qué más le daba a él? Si se le antojaba, podía llevar sombra escenarios son hogares donde los matrimonios —¿Estás loco? —replicó mi mujer—. ¿Te ha dado la vena o verde en un ojo, un alfiler en la nariz, pantalones amarillos y se aman y se odian, o algo así? zapatos morados, no importa. Para luego morirse, la mano del bares donde la existencia de los marginales y Cogió una patata. Vi cómo caía al suelo y luego rodaba bajo ciego sobre la suya, sus ojos ciegos llenos de lágrimas —me lo alcohólicos transcurre el fogón. estoy imaginando—, con un último pensamiento que tal vez sórdidamente, o vecinos —¿Qué te pasa? ¿Estás borracho? fuera éste: «él nunca ha sabido cómo soy yo», en el expreso cuyas vidas se relacionan aleatoriamente, al estilo —Sólo pregunto —dije. hacia la tumba. Robert se quedó con una pequeña póliza de de Chejov, su maestro Entonces mí mujer empezó a suministrarme más detalles seguros y la mitad de una moneda mejicana de veinte pesos. preferido. de lo que yo quería saber. Me serví una copa y me senté a la La otra mitad se quedó en el ataúd con ella. Patético. mesa de la cocina, a escuchar. Partes de la historia empezaron Así que, cuando llegó el momento, mi mujer fue a la estación a a encajar. recogerle. Sin nada que hacer, salvo esperar —claro que de eso Beulah fue a trabajar para el ciego después de que mi mujer me quejaba—, estaba tomando una copa y viendo la televisión se despidiera. Poco más tarde, Beulah y el ciego se casaron cuando oí parar al coche en el camino de entrada. Sin dejar la por la iglesia. Fue una boda sencilla —¿quién iba a ir a una copa, me levanté del sofá y fui a la ventana a echar una mirada. boda así?—, sólo los dos, más el ministro y su mujer. Pero Vi reír a mi mujer mientras aparcaba el coche. La vi salir y de todos modos fue un matrimonio religioso. Lo que Beulah cerrar la puerta. Seguía sonriendo. Qué increíble. Rodeó el quería, había dicho él. Pero es posible que en aquel momento coche y fue a la puerta por la que el ciego ya estaba empezando 30 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 31
  • 17. a salir. ¡El ciego, fíjense en esto, llevaba barba crecida! ¡Un —En el lado derecho —dijo el ciego—. Hacía casi cuarenta Algunos cuentos están construidos dentro de ciego con barba! Es demasiado, diría yo. El ciego alargó el años que no iba en tren. Desde que era niño. Con mis padres. la estética minimalista brazo al asiento de atrás y sacó una maleta. Mi mujer le cogió Demasiado tiempo. Casi había olvidado la sensación. Ya tengo canas (pocos recursos en el menor espacio), como del brazo, cerró la puerta y, sin dejar de hablar durante todo el en la barba. O eso me han dicho, en todo caso. ¿Tengo un aspecto pequeños marcos para camino, le condujo hacia las escaleras y el porche. Apagué la distinguido, querida mía? —preguntó el ciego a mi mujer. — situaciones rápidas y televisión. Terminé la copa, lavé el vaso, me sequé las manos. Tienes un aire muy distinguido, Robert. Robert —dijo ella—, ¡qué apenas importantes a primera vista. Luego fui a la puerta. contenta estoy de verte, Robert! —Te presento a Robert —dijo mi mujer—. Robert, éste es mi Finalmente, mi mujer apartó la vista del ciego y me miró. Tuve marido. Ya te he hablado de él. la impresión de que no le había gustado su aspecto. Me encogí Estaba radiante de alegría. Llevaba al ciego cogido por la de hombros. manga del abrigo. Nunca he conocido personalmente a ningún ciego. Aquel tenía El ciego dejó la maleta en el suelo y me tendió la mano. Se la cuarenta y tantos años, era de constitución fuerte, casi calvo, estreché. Me dio un buen apretón, retuvo mi mano y luego la de hombros hundidos, como si llevara un gran peso. Llevaba soltó. pantalones y zapatos marrones, camisa de color castaño claro, —Tengo la impresión de que ya nos conocemos —dijo con voz corbata y chaqueta de sport. Impresionante. Y también una grave. barba tupida. Pero no utilizaba bastón ni llevaba gafas oscuras. —Yo también —repuse. No se me ocurrió otra cosa. Luego Siempre pensé que las gafas oscuras eran indispensables añadí—: Bienvenido. He oído hablar mucho de usted. para los ciegos. El caso era que me hubiese gustado que las Entonces, formando un pequeño grupo, pasamos del porche llevara. A primera vista, sus ojos parecían normales, como los al cuarto de estar, mi mujer conduciéndole por el brazo. El de todo el mundo, pero si uno se fijaba tenían algo diferente. ciego llevaba la maleta con la otra mano. Mi mujer decía cosas Demasiado blanco en el iris, para empezar, y las pupilas como: «A tu izquierda, Robert. Eso es. Ahora, cuidado, hay parecían moverse en sus órbitas como si no se diera cuenta o una silla. Ya está. Siéntate ahí mismo. Es el sofá. Acabamos de fuese incapaz de evitarlo. Horrible. Mientras contemplaba su comprarlo hace dos semanas.» cara, vi que su pupila izquierda giraba hacia la nariz mientras Empecé a decir algo sobre el sofá viejo. Me gustaba. Pero no la otra procuraba mantenerse en su sitio. Pero era un intento dije nada. Luego quise decir otra cosa, sin importancia, sobre vano, pues el ojo vagaba por su cuenta sin que él lo supiera o la panorámica del Hudson que se veía durante el viaje. Cómo quisiera saberlo. para ir a Nueva York había que sentarse en la parte derecha —Voy a servirle una copa —dije—. ¿Qué prefiere? Tenemos un del tren, y, al venir de Nueva York, a la parte izquierda. poco de todo. Es uno de nuestros pasatiempos. —¿Ha tenido buen viaje? —le pregunté—. A propósito, ¿en —Solo bebo whisky escocés, muchacho —se apresuró a decir • qué lado del tren ha venido sentado? con su voz sonora. —¡Vaya pregunta, en qué lado! —exclamó mi mujer—. ¿Qué —De acuerdo —dije. ¡Muchacho!—. Claro que sí, lo sabía. importancia tiene? Tocó con los dedos la maleta, que estaba junto al sofá. Se hacía —Era una pregunta. su composición de lugar. No se lo reproché. —La llevaré a tu 32 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 33
  • 18. habitación —le dijo mi mujer. Nos dedicamos a comer en serio. El ciego localizaba —No, está bien —dijo el ciego en voz alta—. Ya la llevaré inmediatamente la comida, sabía exactamente dónde estaba yo cuando suba. todo en el plato. Lo observé con admiración mientras —¿Con un poco de agua, el whisky? —le pregunté. manipulaba la carne con el cuchillo y el tenedor. Cortaba dos —Muy poca. trozos de filete, se llevaba la carne a la boca con el tenedor, —Lo sabía. se dedicaba luego a las patatas asadas y a las judías verdes, y —Solo una gota —dijo él—. Ese actor irlandés, ¿Barry después partía un trozo grande de pan con mantequilla y se lo Fitzgerald? Soy como él. Cuando bebo agua, decía Fitzgerald, bebo comía. Lo acompañaba con un buen trago de leche. Y, de vez agua. Cuando bebo whisky, bebo whisky. en cuando, no le importaba utilizar los dedos. Mi mujer se echó a reír. El ciego se llevó la mano a la barba. Se Terminamos con todo, incluyendo media tarta de fresas. la levantó despacio y la dejó caer. Durante unos momentos quedamos inmóviles, como Preparé las copas, tres vasos grandes de whisky con un atontados. El sudor nos perlaba el rostro. Al fin nos levantamos chorrito de agua en cada uno. Luego nos pusimos cómodos de la mesa, dejando los platos sucios. No miramos atrás. y hablamos de los viajes de Robert. Primero, el largo vuelo Pasamos al cuarto de estar y nos dejamos caer de nuevo en desde la costa Oeste a Connecticut. Luego, de Connecticut nuestro sitio. Robert y mi mujer, en el sofá. Yo ocupé la butaca aquí, en tren. Tomamos otra copa para esa parte del viaje. grande. Tomamos dos o tres copas más mientras charlaban Recordé haber leído en algún sitio que los ciegos no fuman de las cosas más importantes que les habían pasado durante porque, según dicen, no pueden ver el humo que exhalan. los últimos diez años. En general, me limité a escuchar. De Creí que al menos sabía eso de los ciegos. Pero este ciego en vez en cuando intervenía. No quería que pensase que me particular fumaba el cigarrillo hasta el filtro y luego encendía había ido de la habitación, y no quería que ella creyera que me otro. Llenó el cenicero y mi mujer lo vació. sentía al margen. Hablaron de cosas que les habían ocurrido Cuando nos sentamos a la mesa para cenar, tomamos otra —¡a ellos!— durante esos diez años. En vano esperé oír mi copa. Mi mujer llenó el plato de Robert con un filete grueso, nombre en los dulces labios de mi mujer: «Y entonces mi patatas al horno, judías verdes. Le unté con mantequilla dos amado esposo apareció en mi vida», algo así. Pero no escuché rebanadas de pan. nada parecido. Hablaron más de Robert. Según parecía, —Ahí tiene pan y mantequilla —le dije, bebiendo parte de Robert había hecho un poco de todo, un verdadero ciego mi copa—. Y ahora recemos. aprendiz de todo y maestro de nada. Pero en época reciente El ciego inclinó la cabeza. Mi mujer me miró con la boca su mujer y él distribuían los productos Amway, con lo que se abierta. ganaban la vida más o menos, según pude entender. El ciego —Roguemos para que el teléfono no suene y la comida no esté también era aficionado a la radio. Hablaba con su voz grave fría —dije. de las conversaciones que había mantenido con operadores de Nos pusimos al ataque. Nos comimos todo lo que había en Guam, en las Filipinas, en Alaska e incluso en Tahití. Dijo que la mesa. Devoramos como si no nos esperase un mañana. tenía muchos amigos por allí, si alguna vez quería visitar esos No hablamos. Comimos. Nos atiborramos. Como animales. países. De cuando en cuando volvía su rostro ciego hacia mí, 34 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 35
  • 19. se ponía la mano bajo la barba y me preguntaba algo. ¿Desde otra copa y me respondió que naturalmente que sí. Luego le cuándo tenía mi empleo actual? (Tres años.) ¿Me gustaba mi pregunté si le apetecía fumar un poco de mandanga conmigo. trabajo? (No.) ¿Tenía intención de conservarlo? (¿Qué remedio Le dije que acababa de liar un porro. No lo había hecho, pero me quedaba?) Finalmente, cuando pensé que empezaba a pensaba hacerlo en un periquete. quedarse sin cuerda, me levanté y encendí la televisión. —Probaré un poco —dijo. Mi mujer me miró con irritación. Empezaba a acalorarse. —Bien dicho. Así se habla. Luego miró al ciego y le preguntó: Serví las copas y me senté a su lado en el sofá. Luego lié dos —¿Tienes televisión, Robert? canutos gordos. Encendí uno y se lo pasé. Se lo puse entre los —Querida mía —contestó el ciego—, tengo dos televisores. dedos. Lo cogió e inhaló. Uno en color y otro en blanco y negro, una vieja reliquia. Es curioso, —Reténgalo todo lo que pueda —le dije. pero cuando enciendo la televisión, y siempre estoy poniéndola, conecto Vi que no sabía nada del asunto. el aparato en color. ¿No te parece curioso? Mi mujer bajó llevando la bata rosa con las zapatillas del No supe qué responder a eso. No tenía absolutamente nada mismo color. que decir. Ninguna opinión. Así que vi las noticias y traté de —¿Qué es lo que huelo? —preguntó. escuchar lo que decía el locutor. —Pensamos fumar un poco de hierba —dije. —Esta televisión es en color —dijo el ciego—. No me Mi mujer me lanzó una mirada furiosa. Luego miró al ciego preguntéis cómo, pero lo sé. y dijo: —La hemos comprado hace poco —dije. El ciego bebió un —No sabía que fumaras, Robert. sorbo de su vaso. Se levantó la barba, la olió y la dejó caer. —Ahora lo hago, querida mía. Siempre hay una primera vez. Se inclinó hacia adelante en el sofá. Localizó el cenicero en la Pero todavía no siento nada. mesa y aplicó el mechero al cigarrillo. Se recostó en el sofá y —Este material es bastante suave —expliqué—. Es flojo. Con cruzó las piernas, poniendo el tobillo de una sobre la rodilla esta mandanga se puede razonar. No le confunde a uno. de la otra. —No hace mucho efecto, muchacho —dijo, riéndose. Mi mujer se cubrió la boca y bostezó. Se estiró. Mi mujer se sentó en el sofá, entre los dos. Le pasé el canuto. —Voy a subir a ponerme la bata. Me apetece cambiarme. Ponte Lo cogió, le dio una calada y me lo volvió a pasar. cómodo, Robert —dijo. —¿En qué dirección va esto? —preguntó—. No debería fumar. —Estoy cómodo —repuso el ciego. Apenas puedo tener los ojos abiertos. La cena ha acabado conmigo. No —Quiero que te sientas a gusto en esta casa. he debido comer tanto. —Lo estoy —aseguró el ciego. —Ha sido la tarta de fresas —dijo el ciego—. Eso ha sido la Cuando salió de la habitación, escuchamos el informe del puntilla. tiempo y luego el resumen de los deportes. Para entonces, ella Soltó una enorme carcajada. Luego meneó la cabeza. había estado ausente tanto tiempo, que yo ya no sabía si iba —Hay más tarta —le dije. a volver. Pensé que se habría acostado. Deseaba que bajase. —¿Quieres un poco más, Robert? —le preguntó mi mujer. No quería quedarme solo con el ciego. Le pregunté si quería —Quizá dentro de un poco. 36 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 37
  • 20. Prestamos atención a la televisión. Mi mujer bostezó otra vez. a la piltra? —Cuando tengas ganas de acostarte, Robert, tu cama está hecha —Todavía no —contestó—. No, me quedaré contigo, —dijo—. Sé que has tenido un día duro. Cuando estés listo para ir a muchacho. Si no te parece mal. Me quedaré hasta que te vayas a la cama, dilo. —Le tiró del brazo—. ¿Robert? aceitar. No hemos tenido oportunidad de hablar. ¿Comprendes lo que Volvió de su ensimismamiento y dijo: quiero decir? Tengo la impresión de que ella y yo hemos monopolizado —Lo he pasado verdaderamente bien. Esto es mejor que las la velada. cintas, ¿verdad? Se levantó la barba y la dejó caer. Cogió los cigarrillos y el —Le toca a usted —le dije, poniéndole el porro entre los mechero. dedos. —Me parece bien —dije, y añadí—: Me alegro de tener Inhaló, retuvo el humo y luego lo soltó. Era como si lo estuviese compañía. haciendo desde los nueve años. Y supongo que así era. Todas las noches fumaba hierba y me —Gracias, muchacho. Pero creo que esto es todo para mí. Me quedaba levantado hasta que me venía el sueño. Mi mujer y parece que empiezo a sentir el efecto. yo rara vez nos acostábamos al mismo tiempo. Cuando me Pasó a mi mujer el canuto chisporroteante. dormía, empezaba a soñar. A veces me despertaba con el —Lo mismo digo- dijo ella—. Ídem de ídem. Yo también. corazón encogido. Cogió el porro y me lo pasó. En la televisión había algo sobre la iglesia y la Edad Media. —Me quedaré sentada un poco entre vosotros dos con los No era un programa corriente. Yo quería ver otra cosa. Puse ojos serrados. Pero no me prestéis atención, ¿eh? Ninguno de los otros canales. Pero tampoco había nada en los demás. Así que dos. Si os molesto, decidlo. Si no, es posible que me quede aquí volví a poner el primero y me disculpé. sentada con los ojos cerrados hasta que os marchéis a acostar. Tu —No importa, muchacho —dijo el ciego—. A mí me parece cama está hecha, Robert, para cuando quieras. Está al lado de bien. Mira lo que quieras. Yo siempre aprendo algo. Nunca se acaba de nuestra habitación, al final de las escaleras. Te acompañaremos aprender cosas. No me vendría mal aprender algo esta noche. Tengo cuando estés listo. Si me duermo, despertadme, chicos.— oídos. Al decir eso, cerró los ojos y se durmió. Terminaron las No dijimos nada durante un rato. Estaba inclinado hacia noticias. Me levanté y cambié de canal. Volví a sentarme en adelante, con la cara vuelta hacia mí, la oreja derecha apuntando el sofá. Deseé que mi mujer no se hubiera quedado dormida. en dirección al aparato. Muy desconcertante. De cuando en Tenía la cabeza apoyada en el respaldo del sofá y la boca cuando dejaba caer los párpados para abrirlos luego de golpe, abierta. Se había dado la vuelta, de modo que la bata se le como si pensara en algo que oía en la televisión. había abierto revelando un muslo apetitoso. Alargué la mano En la pantalla, un grupo de hombres con capuchas eran para volverla a tapar y entonces miré al ciego. ¡Qué cono! Dejé atacados y torturados por otros vestidos con trajes de esqueleto la bata como estaba. y de demonios. Los demonios llevaban máscaras de diablo, —Cuando quiera un poco de tarta, dígalo —le recordé. —Lo cuernos y largos rabos. El espectáculo formaba parte de una haré. procesión. El narrador inglés dijo que se celebraba en España —¿Está cansado? ¿Quiere que le lleve a la cama? ¿Le apetece irse una vez al año. Traté de explicarle al ciego lo que sucedía. 38 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 39
  • 21. —Esqueletos. Ya sé —dijo, moviendo la cabeza. La televisión Se echó a reír. Sus párpados volvieron a cerrarse. Su cabeza se mostró una catedral. Luego hubo un plano largo y lento de movía. Parecía dormitar. Tal vez se figuraba estar en Portugal. otra. Finalmente, salió la imagen de la más famosa, la de París, Ahora, la televisión mostraba otra catedral. En Alemania, esta con sus arbotantes y sus flechas que llegaban hasta las nubes. vez. La voz del inglés seguía sonando monótonamente. La cámara se retiró para mostrar el conjunto de la catedral —Catedrales —dijo el ciego. surgiendo por encima del horizonte. Se incorporó, moviendo la cabeza de atrás adelante. A veces, el inglés que contaba la historia se callaba, dejando —Si quieres saber la verdad, muchacho, eso es todo lo que sé. Lo simplemente que el objetivo se moviera en torno a las que acabo de decir. Pero tal vez quieras describirme una. Me gustaría. catedrales. O bien la cámara daba una vuelta por el campo y Ya que me lo preguntas, en realidad no tengo una idea muy clara. aparecían hombres caminando detrás de los bueyes. Esperé Me fijé en la toma de la catedral en la televisión. ¿Cómo podía cuanto pude. Luego me sentí obligado a decir algo: empezar a describírsela? Supongamos que mi vida dependiera —Ahora aparece el exterior de esa catedral. Gárgolas. Pequeñas de ello. Supongamos que mi vida estuviese amenazada por un estatuas en forma de monstruos. Supongo que ahora están en Italia. Sí, loco que me ordenara hacerlo, o si no... en Italia. Hay cuadros en los muros de esa iglesia. Observé la catedral un poco más hasta que la imagen pasó al —¿Son pinturas al fresco, muchacho? —me preguntó, dando campo. Era inútil. Me volví hacia el ciego y dije: un sorbo de su copa. —Para empezar, son muy altas. Cogí mi vaso, pero estaba vacío. Intenté recordar lo que pude. Eché una mirada por el cuarto para encontrar ideas. —¿Me pregunta si son frescos? —le dije—. Buena pregunta. —Suben muy arriba. Muy alto. Hacia el cielo. Algunas son tan No lo sé. grandes que han de tener apoyo. Para sostenerlas, por decirlo así. El La cámara enfocó una catedral a las afueras de Lisboa. apoyo se llama arbotante. Me recuerdan a los viaductos, no sé por Comparada con la francesa y la italiana, la portuguesa no qué. Pero quizá tampoco sepa usted lo que son los viaductos. A veces, mostraba grandes diferencias. Pero existían. Sobre todo en el las catedrales tienen demonios y cosas así en la fachada. En ocasiones, interior. Entonces se me ocurrió algo. caballeros y damas. No me pregunte por qué. —Se me acaba de ocurrir algo. ¿Tiene usted idea de lo que es una El asentía con la cabeza. Todo su torso parecía moverse de atrás catedral? ¿El aspecto que tiene, quiero decir? ¿Me sigue? Si alguien le adelante. dice la palabra catedral, ¿sabe usted de qué le hablan? ¿Conoce usted la —No se lo explico muy bien, ¿verdad? —le dije. Dejó de diferencia entre una catedral y una iglesia baptista, por ejemplo? asentir y se inclinó hacia adelante, al borde del sofá. Mientras Dejó que el humo se escapara despacio de su boca. me escuchaba, se pasaba los dedos por la barba. No me hacía —Sé que para construirla han hecho falta centenares de obreros entender, eso estaba claro. Pero de todos modos esperó a que y cincuenta o cien años —contestó—. Acabo de oírselo decir al continuara. Asintió como si tratara de animarme. Intenté narrador, claro está. Sé que en una catedral trabajaban generaciones pensar en otra cosa que decir. de una misma familia. También lo ha dicho el comentarista. Los que —Son realmente grandes. Pesadas. Están hechas de piedra. De empezaban, no vivían para ver terminada la obra. En ese sentido, mármol también, a veces. En aquella época, al construir catedrales los muchacho, no son diferentes de nosotros, ¿verdad? hombres querían acercarse a Dios. En esos días, Dios era una parte 40 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 41
  • 22. importante en la vida de todo el mundo. Eso se ve en la construcción de Abajo, en la cocina, encontré una bolsa de la compra con catedrales. Lo siento —dije—, pero creo que eso es todo lo que puedo cáscaras de cebolla en el fondo. La vacié y la sacudí. La llevé decirle. Esto no se me da bien. al cuarto de estar y me senté con ella a sus pies. Aparté unas —No importa, muchacho —dijo el ciego—. Escucha, espero cosas, alisé las arrugas del papel de la bolsa y lo extendí sobre que no te moleste que te pregunte. ¿Puedo hacerte una pregunta? Deja la mesita. que te haga una sencilla. Contéstame sí o no. Sólo por curiosidad y sin El ciego se bajó del sofá y se sentó en la alfombra, a mi lado. ánimo de ofenderte. Eres mi anfitrión. Pero ¿eres creyente en algún Pasó los dedos por el papel, de arriba a abajo. Recorrió los sentido? ¿No te molesta que te lo pregunte? lados del papel. Incluso los bordes, hasta los cantos. Manoseó Meneé la cabeza. Pero él no podía verlo. Para un ciego, es lo las esquinas. mismo un guiño que un movimiento de cabeza. —Muy bien —dijo—. De acuerdo, vamos a hacerla. —Supongo que no soy creyente. No creo en nada. A veces resulta Me cogió la mano, la que tenía el bolígrafo. La apretó. difícil. ¿Sabe lo que quiero decir? —Claro que sí. —Así es. —Adelante, muchacho, dibuja —me dijo—. Dibuja. Ya verás. El inglés seguía hablando. Mi mujer suspiró, dormida. Respiró Yo te seguiré. Saldrá bien. Empieza ya, como te digo. Ya vetas. Dibuja. hondo y siguió durmiendo. Así que empecé. Primero tracé un rectángulo que parecía una —Tendrá que perdonarme —le dije—. Pero no puedo explicarle casa. Podía ser la casa en la que vivo. Luego le puse el tejado. cómo es una catedral. Soy incapaz. No puedo hacer más de lo que he En cada extremo del tejado, dibujé flechas góticas. De locos. hecho. —Estupendo —dijo él—. Magnífico. Lo haces estupendamente. El ciego permanecía inmóvil mientras me escuchaba, con la Nunca en la vida habías pensado hacer algo así, ¿verdad, muchacho? cabeza inclinada. Bueno, la vida es rara, ya lo sabemos. Venga. Sigue. —Lo cierto es —proseguí— que las catedrales no significan Puse ventanas con arcos. Dibujé arbotantes. Suspendí puertas nada especial para mí. Nada. Catedrales. Es algo que se ve en la enormes. No podía parar. El canal de la televisión dejó de televisión a última hora de la noche. Eso es todo. emitir. Dejé el bolígrafo para abrir y cerrar los dedos. El ciego Entonces fue cuando el ciego se aclaró la garganta. Sacó algo palpó el papel. Movía las puntas de los dedos por encima, por del bolsillo de atrás. Un pañuelo. Luego dijo: donde yo había dibujado, asintiendo con la cabeza. —Lo comprendo, muchacho. Esas cosas pasan. No te preocupes. —Esto va muy bien —dijo. Oye, escúchame. ¿Querrías hacerme un favor? Tengo una idea. ¿Por Volví a coger el bolígrafo y él encontró mi mano. Seguí con qué no vas a buscar un papel grueso? Y una pluma. Haremos algo. ello. No soy ningún artista, pero continué dibujando de todos Dibujaremos juntos una catedral. Trae papel grueso y una pluma. modos. Vamos, muchacho, tráelo. Mi mujer abrió los ojos y nos miró. Se incorporó en el sofá, Así que fui arriba. Tenía las piernas como sin fuerza. Como si con la bata abierta. acabara de venir de correr. Eché una mirada en la habitación —¿Qué estáis haciendo? —preguntó—. Contádmelo. Quiero de mi mujer. Encontré bolígrafos encima de su mesa, en una saberlo. cestita. Luego pensé dónde buscar la clase de papel que me No le contesté. había pedido. —Estamos dibujando una catedral —dijo el ciego—. Lo 42 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 43
  • 23. estamos haciendo él y yo. Aprieta fuerte —me dijo a mí—. Eso es. Así va bien. Naturalmente. Ya lo tienes, muchacho. Lo sé. Creías que eras incapaz. Pero puedes, ¿verdad? Ahora vas echando chispas. ¿Entiendes lo que quiero decir? Verdaderamente vamos a tener algo aquí dentro de un momento. ¿Cómo va ese brazo? —me preguntó—. Ahora pon gente por ahí. ¿Qué es una catedral sin gente? —¿Qué pasa? —inquirió mi mujer—. ¿Qué estás haciendo, Robert? ¿Qué ocurre? —Todo va bien —le dijo a ella. Y añadió, dirigiéndose a mí: —Ahora cierra los ojos. Lo hice. Los cerré, tal como me decía. —¿Los tienes cerrados? —preguntó—. No hagas trampa. —Los tengo cerrados. —Mantenlos así. No pares ahora. Dibuja. Y continuamos. Sus dedos apretaban los míos mientras mi mano recorría el papel. No se parecía a nada que hubiese hecho en la vida hasta aquel momento. Luego dijo: —Creo que ya está. Me parece que lo has conseguido. Echa una mirada. ¿Qué te parece? Pero yo tenía los ojos cerrados. Pensé mantenerlos así un poco más. Creí que era algo que debía hacer. —¿Y bien? —preguntó—. ¿Estás mirándolo? Yo seguía con los ojos cerrados. Estaba en mi casa. Lo sabía. Pero yo no tenía la impresión de estar dentro de nada. Tanto en la poesía como en la narración —Es verdaderamente extraordinario —dije. breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos { ... } objetos, una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer, con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. R.C. 44 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver
  • 24. “Pienso en dos amigos que me aconsejaron varios métodos de suicidio ¿Qué mejor prueba de amorosa camaradería?” Charles Bukowski
  • 25. Bio Charles Bukowski 1900 1910 1920 1930 Charles Bukowski nació en la ciudad de “Me metí en problemas con montones de cosas. Pero, por otro lado, Andernach, en Alemania, un 16 de agosto 1940 de 1920. Hijo de Henry Bukowski, militar los problemas venden libros 1950 estadounidense, y de Katherine Fett, una Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado mujer de origen alemán. desnudo. Todo el mundo te puede ver. 1960 De noche es cuando se sacan Tuvo una serie de problemas en la los trucos de la manga… 1970 adolescencia, ya que fue un alemán de padre ” la magia estadounidense en plena efervescencia nazi 1980 en Europa, por lo que en 1922 la familia se 1990 trasladó a Los Ángeles, Estados Unidos. una y otra vez cuando ganaba el primer De joven tuvo una extraña erupción premio del hipódromo. 2000 cutánea por todo el cuerpo que le dejó marcas para toda la vida, pero sin embargo, Bukowski fue considerado el último escritor 2010 la marca que llevó dentro fue más fuerte: maldito y su obra siempre se centró en un vivió una terrible infancia, siendo un niño extraño mundo pseudoautobiográfico 2020 golpeado por su padre. Todo esto, junto centrado en su propia vida como un con la creciente depresión económica de perdedor alcohólico o como un escritor 1929 lo llevaron a relacionarse de por vida de éxito alcohólico (según la época de al alcohol. ambientación, claro). 16 de agosto de 1920 Nacimiento Bukowski terminó la secundaria, pero Murió de leucemia en 1994, a la edad de 73 Alemania luego de ingresar a Periodismo en L.A. años. Hoy en día es considerado uno de los City College, abandonó el curso en 1941. escritores estadounidense más influyentes 9 de marzo de 1994 Defuncion Se mantuvo económicamente gracias a una y símbolo del “realismo sucio” y la literatura Estados Unidos serie de trabajos temporales, que abandonó independiente. Cuento / Poesía Género 48 Bio - Charles Bukowski Las mismas flores viejas 49
  • 26. Cuento 1 Era un hotel cercano a la cima de una colina, lo suficientemente empinada para ayudarte a bajar corriendo hasta la tienda de licores, y, de vuelta con la botella, una subida suficiente para hacer el esfuerzo más meritorio. El hotel había estado alguna vez pintado de verde brillante, llamaradas cálidas de verde, pero ahora, después de las lluvias, esas peculiares lluvias de Los Ángeles, que lo limpian y marchitan todo, el verde cálido estaba apagado y al borde de la desaparición —como la gente que vivía dentro—. De cómo me había ido a vivir allí, o porqué había abandonado mi anterior domicilio, apenas me acuerdo. Probablemente por causa de la bebida y de que apenas trabajaba, y por las violentas discusiones a media mañana con las señoras de la calle. Y al decir las discusiones a De cómo aman media mañana no me refiero a las 10:30 de la mañana, me refiero a las 3:30. Generalmente, si no llamaban a la policía, todo acababa con una los muertos pequeña nota pasada por debajo de la puerta, siempre escrita a lápiz Charles Bukowski Las mismas flores viejas 51
  • 27. Sobre el autor y sus en papel cuadriculado: «Estimado señor, vamos a tener que 2 influencias pedirle que se vaya de aquí tan pronto como sea posible». Una Hacia las tres de la mañana alguien llamó a la puerta. Tuvo una infancia muy dura, esto hizo que se vez la cosa pasó a media tarde. La discusión acabó. Recogimos Me puse mi vieja bata de cuadritos y abrí la puerta. Allí estaba refugiara en la lectura en los cristales rotos, metimos todas las botellas en sacos de de pie una mujer en bata. la primera papel, vaciamos los ceniceros, dormimos, nos despertamos, —¿Sí? —le dije—. ¿Sí? etapa de su vida.. Pasó un tiempo y yo estaba encima de ella actuando cuando oí una llave —Soy su vecina. Soy Mitzi. Vivo en el piso de abajo. Le vi esta vagando por los Estados abriendo la puerta. Estaba tan sorprendido que me quedé con tarde en el teléfono. Unidos, dedicándose a trabajos temporales la polla bombeando dentro, sin parar el ritmo. Y allí estaba él, —¿Sí? —dije yo. que iba dejando y el casero bajito, de unos 45 años, sin pelo, excepto quizás en Entonces ella sacó algo de detrás de su espalda y me lo enseñó. permaneciendo en las orejas o las pelotas; se puso a mirarle a ella el culo, se acercó Era una botella de buen whisky. pensiones baratas. Es visto como icono y apuntándola le dijo: —Entra —dije. de la decadencia —¡Tú. Tú te vas DE AQUÍ HOY MISMO! —Yo paré de Limpié dos vasos y abrí la botella. ¿Seco o mezclado? estadounidense y de la representación nihilista fornicar y me eché a un lado, mirándole de reojo. Entonces él —Con dos tercios de agua. característica después me apuntó: Había un pequeño espejo encima del lavabo y ella se puso de la Segunda Guerra —¡Y usted TAMBIÉN SE VA de aquí hoy mismo! —Se dio delante de él, enrollándose el pelo con rulos. Yo le alcancé su Mundial. Conocido por su falta de ambición y la vuelta y se fue hacia la puerta, la cerró despacio y bajó las vaso y me senté en la cama. compromiso con él y con escaleras. Yo comencé otra vez la marcha y nos pegamos una —Te vi esta tarde al teléfono. Sólo con verte me di cuenta de que el resto del mundo. buena despedida. eras un tipo simpático. Yo en seguida conozco a las personas. Algunos De cualquier modo, yo estaba allí, en el hotel verde, el marchito de ellos no son tan simpáticos. hotel verde, y estaba allí con mi maleta llena de harapos, solo, —Suelen decir que soy un bastardo. pero con el dinero para el alquiler. Estaba sobrio, y conseguí —No creo que sea cierto. una habitación exterior, que daba a la calle, en el tercer piso, —Yo tampoco. con el teléfono en el pasillo, pero al lado de mi puerta, un Acabé mi bebida. Ella bebía a pequeños sorbos, así que me infiernillo al lado de la ventana, un gran lavabo, una nevera preparé otro trago. Charloteamos. Me tomé un tercer vaso. pequeña pero buena, un par de sillas, una mesa, una cama y Entonces me levanté y me puse detrás de ella. Le puse las el baño en el recibidor del hotel. Y aunque el edificio era muy manos en las tetas. viejo, tenía incluso un ascensor —el hotel había tenido en —¡OOOOOOh! ¡Chico tonto! otro tiempo una cierta categoría—. Y ahora yo estaba allí. La Empecé a murmurar en su oído. primera cosa que hice fue procurarme una botella, y después —¡Ooouch! ¡SI que eres un bastardo! de unos tragos y de matar dos cucarachas, me sentí como en Tenía un rulo en una mano. La agarré de la cabeza entre mi casa. Entonces salí al pasillo y traté de telefonear a una perifollos y besé su boquita ajada. Estaba blanda y abierta. Ella dama que con seguridad podría ayudarme, pero ella estaba estaba lista. Puse el vaso en su mano, la llevé a la cama, la senté. fuera, evidentemente, ayudando a algún otro. «Bebe» le dije. Ella lo hizo. Se lo llené de nuevo. Yo no llevaba nada debajo de mi bata. La bata se abrió y la cosa salió afuera, 52 De cómo aman los muertos, por Charles Bukowski Las mismas flores viejas 53