Este cuento de Samanta Schweblin presenta la historia de la señora Fritchs, quien visita al doctor Ottone con un problema recurrente de aparecer en diferentes lugares a través de "agujeros negros". Ottone consulta al doctor Messina sobre el caso, pero Messina sólo responde con preguntas. Cuando la señora Fritchs aparece exigiendo una solución, explica su problema de aparecer en pijama en lugares inesperados. Ottone promete ayudarla pero es llamado por Messina, quien parece estar experimentando el mismo problema descrito
2. Las mismas flores viejas
Editorial Longinotti
Agujeros Negros Catedral (Cathedral)
Nota de la editora
Samanta Schweblin Raymond Carver En esta edición de la antología se han respetado
las traducciones originales, revisando sólo
aquellos casos puntuales en que algunos
De cómo aman los muertos El hombre que ríe términos o expresiones pudieran resultar
Charles Bukowski J.D. Salinger demasiado antiguas o ajenas para el lector.
3. Indice CUENTOS
7 Agujeros Negros
Samanta Schweblin
23 Catedral (Cathedral)
Raymond Carver
47 De cómo aman los muertos
Charles Bukowski
69 El hombre que ríe
J.D. Salinger
EXTRAS
95 Citas
101 Obras
5
4. “Lo
a n o r mestar
puede
al
en tu propio
cuerpo
sin vos
saberlo”
Samanta
Schweblin
5. Bio
Samanta Schweblin
1900
1910
1920
1930
1940
1950
Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) 1960
es una escritora argentina, egresada de la
1970
carrera de Imagen y Sonido de la UBA.
“ Hay dos ejes fundamentales
1980
que deben atravesar un cuento
Su libro de cuentos El núcleo del disturbio
de punta a punta, son dos elásticos muy tirantes
(2002) ganó el primer premio del Fondo 1990
que si se aflojan por un segundo ya no pueden volverse a atar, y
Nacional de las Artes 2001, y su cuento
son la tensión y el verosímil. 2000
“Hacia la alegre civilización de la capital”,
el primer premio en el Concurso Nacional Pero hay un pequeño secreto... 2010
Haroldo Conti. cuanto más nos acercamos a ellos...
más tiran 2020
Participó en las antologías publicadas por
la Editorial Siruela, “Cuentos Argentinos”
(España, 2004); la Editorial Norma, “La Su segundo libro de cuentos, Pájaros en
joven guardia” (Argentina, 2005) y “Una la boca (2009), obtuvo el Premio Casa
terraza propia” (Argentina, 2006); y varias de las Américas 2008. En 2010 publicó
antologías de centros culturales como el “La pesada valija de Benavides” en la 1978 Nacimiento
General San Martín y el Ricardo Rojas. editorial uruguaya La Propia Cartonera y Argentina
Algunos de sus cuentos ya se encuentran fue elegida por la revista británica Granta Cuento Género
traducidos al inglés, el francés, el alemán como una de los 22 mejores escritores en
y el sueco. español menor de 35 años.
8 Bio - Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 9
6. Cuento
El doctor Ottone guarda la carpeta, recoge sus cosas, apaga las
luces, cierra con llave y se dirige hacia el consultorio del doctor Messina,
a quien está seguro de encontrar a esa hora. Ottone efectivamente
encuentra a Messina pero dormido sobre el escritorio y con una estatuilla
en la mano. Lo despierta y le entrega la carpeta de la señora Fritchs.
Messina, un poco dormido aún, se pregunta, o le pregunta a Ottone, por
qué se ha despertado con una estatuilla en la mano. Con un gesto, Ottone
responde que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece
una galleta a Ottone, galleta que Ottone acepta. Messina abre la carpeta.
—Lea la página quince— dice Ottone.
Messina busca, encuentra y lee, todo cuidadosamente, la página quince.
Ottone espera atento. Cuando termina su lectura, Ottone le pide una
opinión.
—¿Y usted cree en esto, Ottone?
Agujeros —¿En agujeros negros?
NegrosSchweblin
Samanta
—¿De qué estamos hablando?
Así que Ottone recuerda el vicio de Messina de responder sólo con
Las mismas flores viejas 11
7. preguntas y eso lo pone nervioso. una respuesta de Messina, doctor que comienza a guardar sus
-Hablamos de agujeros negros, Messina... cosas y a acomodar papeles del escritorio. Ottone pregunta.
—¿Y usted cree en eso, Ottone? —¿Se va?
—No, ¿Y usted? —¿Me necesita para algo?
Messina abre otra vez su cajón. —Dígame al menos qué opina, qué cree que conviene hacer. ¿Por qué
—¿Quiere otra galleta, Ottone? no la ve usted?
Ottone agarra la galleta que Messina le ofrece. Messina, ya desde la puerta del consultorio, se detiene y mira a
—¿Cree o no cree?— Insiste Ottone. Ottone con una leve, apenas marcada, sonrisa.
—¿Yo conozco a esta señora...? —¿Qué diferencia hay entre la Señora Fritchs y el resto de sus pacientes?
Sobre la autora y su —...Fritchs, la señora Fritchs. No, no creo que la conozca, sólo vino a Ottone piensa en contestar, así que su dedo índice empieza a
forma de escribir
verme dos veces y es su primer tratamiento. subir desde donde reposa hacia la altura de su cabeza, pero se
Un personaje, un clima,
una serie de episodios,
Alguien toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone arrepiente y no lo hace. Queda entonces el dedo índice de Ottone
que pueden estar casi reconoce al portero y pregunta: suspendido a la altura de su cintura, sin señalar ni indicar nada
desde un comienzo, —¿Qué necesita, Sánchez? preciso.
revelarse paulatinamente
o bien hacia el final, se El portero explica con sorpresa que la señora Fritchs espera al —¿A que le tiene miedo, Ottone?— pregunta Messina y se
terminan presentando doctor Ottone en la sala de ese piso. Messina recuerda al portero retira cerrando la puerta, dejando a Ottone solo y con su dedo
con una contundencia
que pone en suspenso
que son las diez de la noche y el portero explica que la señora índice que baja lentamente hasta quedar colgado del brazo. En
cualquier clase de Fritchs se niega a irse. ese momento entra la Señora Fritchs. La señora Fritchs lleva un
certeza y de serenidad, —No quiere irse, está en pijama, sentada en la sala y dice que no se va pijama, celeste, con detalles y puntillas blancas en cuello, mangas,
y además despliegan
un poder que transmite si no habla con el doctor Ottone, qué quiere que le haga yo... cinto y otros extremos. Ottone deduce que esta señora está en un
la omnipotencia y la —¿Por qué no la trajo, entonces?— pregunta Messina mientras estado nervioso considerable, y deduce esto por sus manos, que
arbitrariedad de los
hechos.
mira la estatuilla. ella no deja de mover, por su mirada y por otras cosas que, aunque
—¿La traigo acá? ¿A su consultorio? ¿O al del doctor Ottone? comprueban esos estados, Ottone considera que no necesitan ser
—¿Que le pregunté yo a usted? enumeradas.
—Que porqué no la traje. —Señora Fritchs, usted está muy nerviosa, va a ser mejor si se calma.
—¿No la trajo a dónde, Sánchez? —Si usted no me soluciona este problema yo lo denuncio doctor, esto
—Acá. ya es un abuso.
—¿Dónde es acá? —Señora Fritchs, tiene que entender que usted está haciendo un
—A su consultorio, doctor. tratamiento, los problemas que tenga no se van a solucionar de un día para
—¿Entiende ahora, Sánchez?, ¿A donde tiene que traerla entonces? el otro.
—A su consultorio, doctor. La Señora Fritchs mira indignada a Ottone, rasca el brazo
Sánchez se inclina levemente, saluda y se retira. Ottone mira a derecho con la mano izquierda y habla.
Messina, la mandíbula de Messina que oprime la fila de dientes —¿Me toma por estúpida? Me está diciendo que tengo que seguir
superior con la inferior, así que Ottone está nervioso y aún espera dando vueltas por la ciudad en pijama, pijama en el mejor de los casos,
12 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 13
8. Tal vez sea un beneficio hasta que usted decida que el tratamiento está terminado. ¿Para qué pago todo en pijama, doctor, y sin plata, imagínese, convencer al taxista de que
para la literatura que
Schweblin haya situado
yo ese seguro médico, a ver? le pago al llegar. Y cuando estoy por llegar, zas, fin del agujero y aparezco
en sus ficciones a esos Ottone piensa en el doctor Messina bajando las escaleras en casa otra vez.
personajes raros, principales del hospital y esto le provoca diversas sensaciones, Ottone aprovecha este tiempo para analizar la segunda sensación
extraños, o a los testigos
o víctimas actuales sensaciones en las que no va a profundizar ahora. de Messina escaleras abajo. Entrada a un auto, ambiente más
o inminentes de sus —Mire— dice Ottone con paciencia, empezando a agradable, alivio al dejar el peso del portafolio en el asiento del
acciones, que
padecen o están a punto
balancearse, lentamente al principio, sobre las plantas de sus acompañante.
de padecer, que pies —cálmese, entienda que usted está con problemas psicológicos, usted —Aparte imagínese, andaba por casa siempre con dinero y un abrigo
saben que deben escapar inventa cosas para ocultar otras cosas más importantes. Todos sabemos que atado a la cintura del camisón, no sea cosa. Pero ahora no, basta, cuando
o protegerse
de algo, o que sólo usted no pasea en pijama por el hospital. caigo en agujeros ya no vuelvo. Si igual nunca llego, tomo taxis que casi
registran lo que sucede La señora Fritchs desenrosca pliegues de las puntillas de su nunca alcanzan a dejarme donde les pido. No, basta, ahora me quedo
y que cambiará la
naturaleza y la cualidad
camisón, así que Ottone entiende que la charla será larga. donde esté hasta que pase el agujero y listo.
de lo que vendrá para —Siéntese por favor, relájese, vamos a hablar un rato— dice Ottone. —¿Y cuánto tiempo tardan en pasar estos agujeros negros?
convertirlos en otra —No, no puedo. Va a llegar mi marido a casa y yo no voy a estar, —Y, vea, yo no puedo decirle con exactitud, una vez fui y volví en el
cosa.
tengo que volver, doctor, ayúdeme. momento, sin problema. Y otra estuve en casa de mi madre unas cuántas
Ottone desarrolla rápidamente la primera de las sensaciones horas, diga que ahí sé donde están las cosas, preparé unos mates y paciencia,
postergadas de Messina bajando las escaleras. Aire entrando por tardó tres horas, doctor, una vergüenza.
las costuras del abrigo, entonces frío, un poco de frío. Ottone piensa en cuántos minutos ya ha estado la señora Fritchs
—¿Tiene dinero para regresar? en el hospital y no obtiene un número definido, quizás cinco,
—No, no llevo plata cuando ando en camisón por casa... quizás diez, no sabe.
—Bueno, yo le presto para que vuelva a su casa y pasado mañana, Sánchez toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone
en el horario que a usted le corresponde, hablamos de estos problemas que pregunta:
tanto le preocupan... —¿Qué pasa, Sánchez?
—Doctor, yo le acepto el dinero si quiere, y vuelvo a casa, perfecto. — Lo busca el doctor Messina.
Pero ya le expliqué, sabe, dentro de un rato estoy acá de nuevo, y cada vez —Cómo ¿No se fue?
es peor. Antes pasaba cada tanto, pero ahora, cada dos o tres horas, zas, —Sí, se fue, pero al rato estaba acá de vuelta, me parece que el doctor
agujero negro. está un poco angustiado, anda a medio desvestir, o vestir, no sé decirle,
—Señora... doctor, y pregunta por usted.
—No, escuche, escúcheme. Me recupero, o sea, vuelvo a donde estaba —¿Qué pregunta, Sánchez?
¿Cómo le explico? A ver, desaparezco de casa y aparezco en casa de mi —Si usted está, si puede usted hacerle el favor de ir a verlo. Me parece
hermano, entonces me desespero, imagínese, tres de la mañana y aparezco que está enojado, doctor...
en pijama, pijama en el mejor de los casos, en el cuarto matrimonial de mi El doctor Ottone mira a la señora Fritchs, señora que rasca con la
hermano. Entonces trato de volver, ¿Sabe doctor qué sufrimiento? Hay que mano derecha su brazo izquierdo y contesta la mirada de Ottone
salir del cuarto, de la casa, todo sin que nadie se de cuenta, tomar un taxi, con un gesto recriminatorio.
14 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 15
9. —Va a tener que disculparme. Compara Messina mentalmente la figura de esa señora con la de
—No, lo acompaño. su mujer y no obtiene ningún beneficio.
—No, hágame el favor, señora, quédese acá. El doctor Messina —¿Usted es la señora que tiene problemas con los agujeros negros?
enojado es ya de por sí todo un problema. —¿Usted no los tiene?
Sánchez acompaña la opinión de Ottone con un movimiento de En ese momento Messina comprende algunas cosas, cosas de
cabeza y se retira caminando por el pasillo, pasillo que Ottone las que sólo rescata dos como planteos pertinentes. Primero, lo
recorre ahora, unos metros detrás. que puede estar pasándole; segundo, que tras la señora Fritchs se
Se asoma Messina, minutos después, no sabe bien Messina esconde una persona de suma inteligencia. Piensa una pregunta
después de qué, tras el biombo de su consultorio, para descubrir para comprobar el segundo planteo:
a la señora Fritchs sentada en un sillón. Messina mira su propia —¿Por qué espera al doctor Ottone?
mano y se pregunta por qué tiene, otra vez, esa estatuilla. Mira —Ottone y el portero fueron a buscarlo a usted al hall ¿Usted es el
desconcertado el escritorio, el lugar vacío donde la había dejado doctor...?
un rato atrás. Luego mira a la Señora Fritchs y la señora Fritchs, —¿Messina?
con las manos aferradas a los brazos del sillón, como si fuese a caer —Eso, Messina, necesito que alguien me ayude.
hacia o desde algún lado, mira al doctor Messina. Messina busca y encuentra sobre su escritorio la carpeta de la
—¿Y usted quién es? ¿Qué hace en mi consultorio? señora Fritchs y, de espaldas a esta señora, revisa el contenido, a
—El doctor Ottone dijo... la vez que relaciona ideas de agujeros negros, gente en pijamas y
—¿Por qué está en pijama? estatuillas. Pregunta:
—El portero y el doctor Ottone fueron a buscarlo al... —¿Qué cree usted que nos esté pasando?
—¿Usted es la señora Fritchs? —A usted no sé doctor, pero a mí nada— responde Sánchez que
—Usted también está en pijama— dice la señora Fritchs entra por la puerta y le alcanza un juego de llaves. Messina mira
mientras observa asustada la estatuilla en la mano del doctor. rápidamente el sillón vacío donde un segundo antes estaba la
Messina verifica su apariencia, plantea mentalmente distintas señora Fritchs.
hipótesis sobre las razones de su propio paradero actual, deja la —¿Qué hace acá, Sánchez? ¿No tiene nada mejor que hacer?
estatuilla en su lugar y acomoda el cuello de su camiseta hasta Sánchez, brazo extendido hacia Messina con llaves enganchadas
que éste queda centrado con respecto al eje del cuello, posición de al extremo del dedo índice, habla:
camiseta que hace de Messina un hombre más seguro. —Acá tiene las llaves doctor. Yo me voy.
—¿Usted es la señora Fritchs? —¿A dónde se va usted? ¿Dónde está la Señora Fritchs?
—El doctor Ottone dijo que lo esperara acá. —Mi horario termina a las diez, ya son diez y media, yo me voy.
—¿Yo le pregunté algo sobre Ottone, señora? —¿Dónde está la señora Fritchs?
—Sí, soy la señora Fritchs, espero al doctor Ottone. —No sé, doctor, por favor tome las llaves.
—¿Le parece que éste puede ser el consultorio de un doctor como el —¿Y Ottone? ¿Donde está Ottone?
doctor Ottone? —Lo está buscando a usted, doctor, yo me voy.
—No sé, me parece que no, yo solamente lo espero. Messina sale de su consultorio sin tomar las llaves y recorre el
16 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 17
10. pasillo de azulejos blancos y negros hasta el hall, donde encuentra —¿Que sabe qué cosa?
a Ottone. Pliega Ottone los dedos de su mano derecha hasta —¿Por qué cree usted que corre así la señora?
obtener un puño cerrado, sin aire en el interior, para luego forzar Amaga Ottone un nuevo crujimiento de sus dedos, pero Messina
estos dedos con la mano izquierda, lo que produce una serie de reacciona rápido, toma fuerte su muñeca, y dice:
crujidos en los nudillos, así que Ottone ha visto a Messina, está —¿No se dio cuenta?
sumamente angustiado, y le desagrada ver a este doctor, el doctor —¿De qué?
Messina, a medio vestir, o desvestir, Sánchez no ha sabido decirle —¿No se dio cuenta de lo que pasó la última vez que usted crujió sus
y él no alcanza ahora a elaborar una definición correcta. dedos?
Messina va a preguntarle algo pero descubre en su propia mano —¿Estuvimos ahí?
la estatuilla, así que se pregunta, o le pregunta a Ottone, por qué —¿En un agujero negro?
tiene esa estatuilla en la mano. Ottone, con un gesto, responde —¿Sí?
que no sabe. Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece una —¿Hace falta que le responda?
galleta a Ottone. Galleta que Ottone acepta sin preguntarse por Interrumpe la conversación el sonido de las llaves de la puerta,
qué ambos, Ottone y Messina, ya no se encuentran en el hall, sino colgadas del dedo de Sánchez a la altura de la frente de ambos
en el consultorio del segundo de los doctores mencionados. médicos. Sánchez:
Y aunque Messina piensa en decirle algo a Ottone, decide que —Las llaves, yo me voy.
será mejor no hacerlo y simplemente deja la estatuilla sobre una Propone Messina a Sánchez:
mesada del hall, porque, en efecto, ya están otra vez en el hall y no —¿Por qué antes de irse no nos va a buscar a la señora?
en el consultorio del doctor Messina. A lo que asiente Ottone, contento, y agrega:
—¿Está usted bien?— pregunta Ottone. —Sí, traiga a la señora y le aceptamos las llaves.
—¿Usted cree que yo puedo estar bien en el estado en que me encuentro? Messina le señala a Sánchez los pasillos por donde, salteadamente,
Observa Ottone la camiseta desarreglada de Messina. cruza la señora Fritchs, a veces caminando preocupada, a veces
—¿Que opina ahora de esto, Messina? con paso presuroso. Da Messina unas palmaditas en la espalda de
—¿De qué? este Sánchez a quien Ottone sonríe y dice alegre:
—De los agujeros negros. —Vaya, Sánchez, vaya y traiga a la señora.
—¿Dónde está la señora Fritchs? Mira Sánchez hacia los pasillos y ve un par de veces a la señora
—Está en su consultorio. Fritchs cruzar de una puerta a otra. Luego mira al doctor Messina,
—¿Me está cargando, Ottone? ¿No se da cuenta de que yo vengo de al doctor Ottone, deja las llaves sobre la mesada del hall y explica
ahí? a estos doctores:
Piensa Ottone en algo que no explica, y cuando ve a la señora —Yo soy el portero, mi turno terminó a las diez. Veo que tienen algunos
Fritchs, corriendo, lejos, de un pasillo a otro, propone a Messina ir problemas, pero yo no tengo nada que ver, no sé si me interpretan...- y se
a buscar a esta señora. Abre grandes los ojos Messina y se acerca a retira.
Ottone como quien piensa en contar un secreto. Ottone escucha: Messina mira las llaves que han quedado al lado de la estatuilla
—¿No se da cuenta de que ella sabe? y luego, desesperanzado, mira a Ottone, doctor que a la vez mira
18 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin Las mismas flores viejas 19
11. a Messina, aunque sus percepciones tienen que ver ahora con
otras cosas, cosas como Sánchez bajando las escaleras, Sánchez
sintiendo el aire frío de la calle en la cara, Sánchez
pensando en que siempre está más desabrigado de lo que debería,
y que todo es culpa de su madre que, a diferencia de otras madres,
nunca le recuerda las cosas. Piensa entonces Messina en Sánchez
subiendo al colectivo ciento treinta y cuatro, ramal dos, o tres, los
dos van, y cuando está a punto de pensar en Sánchez abriendo
la puerta de su casa, casa lógicamente de este mismo Sánchez, lo
que ve es a la señora Fritchs, o mejor dicho, no la ve, o más bien
la ve desaparecer ante sus ojos. Entonces dice Messina al doctor
Ottone:
—¿Vio eso, Ottone?
—¿Ver qué?
—¿No vio eso?
Ottone está a punto de responder, y este inminente momento se
deduce por su dedo índice que, lentamente, comienza a ascender
hacia la altura de su cabeza, pero cuando lo hace, cuando este dedo
llega a la altura citada y Ottone enuncia sus primeras palabras,
entonces este Doctor, el doctor Ottone, se encuentra no con el
doctor Messina, sino con Clara, es decir su esposa, en su casa, los
dos en pijama.
En un pasillo del hospital, ahora aún más lejos de su consultorio,
Messina se pregunta, una vez más, qué hace ahí a esas horas de la
noche, a medio vestir, o desvestir, con una estatuilla en la mano y,
cuando va a preguntarse eso pero en voz alta, lo que queda ahora
es, simplemente, el pasillo del hospital, vacío.
a mis padres; a mi hermana Pamela;
{ ... } a Maxi; a Alejandro Conte; a Andrés
Beláustegui y a Diego Mirás; a Diego
Paszkowski y a los chicos del taller; a
Vicente Batista.
S.S.
20 Agujeros Negros, por Samanta Schweblin
12. “Creemos
adivinar
los
sentimientos
del otro,
no podemos,
por supuesto,
nunca prodemos”
Raymond Carver
13. Bio
Raymond Carver
1900
1910
1920
1930
Raymond Clevie Carver, Jr. (25 de mayo
de 1938 — 2 de agosto de 1988), escritor
“No soy consciente de crear una imagen
central en mi obra narrativa que controle 1940
estadounidense adscrito al llamado la historia de la misma manera en que las
realismo sucio. Carver nació en Clatskanie, imágenes, o una cola imagen, controla muchas
1950
Oregón y creció en Yakima, Washington. veces una obra poética.
Su padre trabajaba en un aserradero y 1960
Tengo una imagen en la cabeza,
era alcohólico. Su madre trabajaba como
pero parecen nacer de la historia de un modo 1970
camarera y vendedora. Tuvo un único orgánico y natural.”
hermano llamado James Franklyn Carver 1980
que nació en 1943. Los críticos asocian los escritos de Carver
al minimalismo y le consideran el padre 1990
Durante algún tiempo, Carver estudió bajo de la citada corriente del realismo sucio.
la tutela del escritor John Gardner, en el Su editor en Esquire, Gordon Lish, 2000
Chico State College, en Chico, California. desempeñó un papel decisivo en concebir
2010
Publicó un sinnúmero de relatos en revistas el estilo de la prosa de Carver. Por ejemplo,
y periódicos, incluyendo el New Yorker y donde Gardner recomendaba a Carver usar 2020
Esquire, que en su mayoría narran la vida de 15 palabras en lugar de 25, Lish le instaba
obreros y gente de las clases desfavorecidas a usar 5 en lugar de 15. Durante este
de la sociedad estadounidense. Sus tiempo, Carver también envió su poesía a
historias han sido incluidas en algunas James Dickey, entonces editor de poesía de
de las más prestigiosas compilaciones Esquire.
estadounidenses: Best American Short 25 de mayo de 1938 Nacimiento
Stories y el Premio O. Henry de relatos Carver murió en Port Angeles, Washington, Estados Unidos
cortos. de cáncer de pulmón, a los 50 años de edad. 2 de agosto de 1988 Defuncion
Estados Unidos
Cuento / Poesía Género
24 Bio - Raymond Carver Las mismas flores viejas 25
14. Cuento
Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar
la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba
visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer
desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren:
tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le
había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó
para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación.
Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me
entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese
ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En
el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van
guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase
con ilusión.
Catedral Aquel verano en Seattle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero.
El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una
(Cathedral) escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella
Raymond Carver estaba enamorada del tipo, y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un
Las mismas flores viejas 27
15. Sobre el autor y su anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un e industrial. Contó al ciego que había escrito un poema que
forma de escribir
número de teléfono. Telefoneó, se presentó y la contrataron trataba de él. Le dijo que estaba escribiendo un poema sobre
Modelo narrativo
denominado por la crítica
en seguida. Trabajó todo el verano para el ciego. Le leía a la vida de la mujer de un oficial de las Fuerzas Aéreas. Todavía
como “realismo sucio”, organizar un pequeño despacho en el departamento del no lo había terminado. Aún seguía trabajando en él. El ciego
trata temas cotidianos
(sin nada heroico o
servicio social del condado. Mi mujer y el ciego se hicieron grabó una cinta. Se la envió. Ella grabó otra. Y así durante
excepcional) con un estilo buenos amigos. ¿Que cómo lo sé? Ella me lo ha contado. Y años. Al oficial le destinaron a una base y luego a otra. Ella
seco y sin concesiones también otra cosa. En su último día de trabajo, el ciego le envió cintas desde Moody ACB, McGuire, McConnell, y
metafóricas. preguntó si podía tocarle la cara. Ella accedió. Me dijo que le finalmente, Travis, cerca de Sacramento, donde una noche
pasó los dedos por toda la cara, la nariz, incluso el cuello. Ella se sintió sola y aislada de las amistades que iba perdiendo en
nunca lo olvidó. Incluso intentó escribir un poema. Siempre aquella vida viajera. Creyó que no podría dar un paso más.
estaba intentando escribir poesía. Escribía un poema o dos al Entró en casa y se tragó todas las píldoras y cápsulas que
año, sobre todo después de que le ocurriera algo importante. había en el armario de las medicinas, con ayuda de una botella
Cuando empezamos a salir juntos, me lo enseñó. En el poema, de ginebra. Luego tomó un baño caliente y se desmayó.
recordaba sus dedos y el modo en que le recorrieron la cara. Pero en vez de morirse, le dieron náuseas. Vomitó. Su oficial
Contaba lo que había sentido en aquellos momentos, lo que le —¿por qué iba a tener nombre? Era el amor de su infancia,
pasó por la cabeza cuando el ciego le tocó la nariz y los labios. ¿qué más quieres?— llegó a casa, la encontró y llamó a una
Recuerdo que el poema no me impresionó mucho. Claro que ambulancia. A su debido tiempo, ella lo grabó todo y envió la
no se lo dije. Tal vez sea que no entiendo la poesía. Admito cinta al ciego. A lo largo de los años, iba registrado toda clase
que no es lo primero que se me ocurre coger cuando quiero de cosas y enviando cintas a un buen ritmo. Aparte de escribir
algo para leer. un poema al año, creo que ésa era su distracción favorita. En
En cualquier caso, el hombre que primero disfrutó de sus una cinta le decía al ciego que había decidido separarse del
favores, el futuro oficial, había sido su amor de la infancia. oficial por una temporada. En otra, le hablaba de divorcio. Ella
Así que muy bien. Estaba diciendo que al final del verano ella y yo empezamos a salir, y por supuesto se lo contó al ciego. Se
permitió que el ciego le pasara las manos por la cara, luego se lo contaba todo. O me lo parecía a mí. Una vez me preguntó
despidió de él, se casó con su amor, etc., ya teniente, y se fue si me gustaría oír la última cinta del ciego. Eso fue hace un
de Seattle. Pero el ciego y ella mantuvieron la comunicación. año. Hablaba de mí, me dijo. Así que dije, bueno, la escucharé.
Ella hizo el primer contacto al cabo del año o así. Le llamó Puse unas copas y nos sentamos en el cuarto de estar. Nos
una noche por teléfono desde una base de las Fuerzas Aéreas preparamos para escuchar. Primero introdujo la cinta en el
en Alabama. Tenía ganas de hablar. Hablaron. El le pidió magnetófono y tocó un par de botones. Luego accionó una
que le enviara una cinta y le contara cosas de su vida. Así lo palanquita. La cinta chirrió y alguien empezó a hablar con voz
hizo. Le envió la cinta. En ella le contaba al ciego cosas de su sonora. Ella bajó el volumen. Tras unos minutos de cháchara
marido y de su vida en común en la base aérea. Le contó al sin importancia, oí mi nombre en boca de ese desconocido,
ciego que quería a su marido, pero que no le gustaba dónde del ciego a quien jamás había visto. Y luego esto: «Por todo
vivían, ni tampoco que él formase parte del entramado militar lo que me has contado de él, sólo puedo deducir...» Pero una
28 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 29
16. llamada a la puerta nos interrumpió, y no volvimos a poner la Beulah llevara ya el cáncer en las glándulas. Tras haber sido
cinta. Quizá fuese mejor así. Ya había oído todo lo que quería inseparables durante ocho años —ésa fue la palabra que
oír. empleó mi mujer, inseparables—, la salud de Beulah empezó
Y ahora, ese mismo ciego venía a dormir a mi casa. —A lo a declinar rápidamente. Murió en una habitación de hospital
mejor puedo llevarle a la bolera —le dije a mi mujer. Estaba junto de Seattle, mientras el ciego sentado junto a la cama le cogía
al fregadero, cortando patatas para el horno. Dejó el cuchillo la mano. Se habían casado, habían vivido y trabajado juntos,
y se volvió. habían dormido juntos —y hecho el amor, claro— y luego
—Si me quieres —dijo ella—, hazlo por mí. Si no me quieres, el ciego había tenido que enterrarla. Todo esto sin haber
no pasa nada. Pero si tuvieras un amigo, cualquiera que fuese, y visto ni una sola vez el aspecto que tenía la dichosa señora.
viniera a visitarte, yo trataría de que se sintiera a gusto. —Se secó las Era algo que yo no llegaba a entender. Al oírlo, sentí un poco
manos con el paño de los platos. de lástima por el ciego. Y luego me sorprendí pensando qué
—Yo no tengo ningún amigo ciego. vida tan lamentable debió llevar ella. Figúrense una mujer que
—Tú no tienes ningún amigo. Y punto. Además —dijo—, jamás ha podido verse a través de los ojos del hombre que
¡maldita sea, su mujer acaba de morirse! ¿No lo entiendes? ¡Ha perdido ama. Una mujer que se ha pasado día tras día sin recibir el
Los personajes de sus a su mujer! menor cumplido de su amado. Una mujer cuyo marido jamás
relatos son pequeños
seres atrapados en
No contesté. Me había hablado un poco de su mujer. Se ha leído la expresión de su cara, ya fuera de sufrimiento o de
situaciones sórdidas de llamaba Beulah. ¡Beulah! Es nombre de negra. algo mejor. Una mujer que podía ponerse o no maquillaje,
la vida corriente. Sus —¿Era negra su mujer? —pregunté. ¿qué más le daba a él? Si se le antojaba, podía llevar sombra
escenarios son hogares
donde los matrimonios —¿Estás loco? —replicó mi mujer—. ¿Te ha dado la vena o verde en un ojo, un alfiler en la nariz, pantalones amarillos y
se aman y se odian, o algo así? zapatos morados, no importa. Para luego morirse, la mano del
bares donde la existencia
de los marginales y
Cogió una patata. Vi cómo caía al suelo y luego rodaba bajo ciego sobre la suya, sus ojos ciegos llenos de lágrimas —me lo
alcohólicos transcurre el fogón. estoy imaginando—, con un último pensamiento que tal vez
sórdidamente, o vecinos —¿Qué te pasa? ¿Estás borracho? fuera éste: «él nunca ha sabido cómo soy yo», en el expreso
cuyas vidas se relacionan
aleatoriamente, al estilo —Sólo pregunto —dije. hacia la tumba. Robert se quedó con una pequeña póliza de
de Chejov, su maestro Entonces mí mujer empezó a suministrarme más detalles seguros y la mitad de una moneda mejicana de veinte pesos.
preferido.
de lo que yo quería saber. Me serví una copa y me senté a la La otra mitad se quedó en el ataúd con ella. Patético.
mesa de la cocina, a escuchar. Partes de la historia empezaron Así que, cuando llegó el momento, mi mujer fue a la estación a
a encajar. recogerle. Sin nada que hacer, salvo esperar —claro que de eso
Beulah fue a trabajar para el ciego después de que mi mujer me quejaba—, estaba tomando una copa y viendo la televisión
se despidiera. Poco más tarde, Beulah y el ciego se casaron cuando oí parar al coche en el camino de entrada. Sin dejar la
por la iglesia. Fue una boda sencilla —¿quién iba a ir a una copa, me levanté del sofá y fui a la ventana a echar una mirada.
boda así?—, sólo los dos, más el ministro y su mujer. Pero Vi reír a mi mujer mientras aparcaba el coche. La vi salir y
de todos modos fue un matrimonio religioso. Lo que Beulah cerrar la puerta. Seguía sonriendo. Qué increíble. Rodeó el
quería, había dicho él. Pero es posible que en aquel momento coche y fue a la puerta por la que el ciego ya estaba empezando
30 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 31
17. a salir. ¡El ciego, fíjense en esto, llevaba barba crecida! ¡Un —En el lado derecho —dijo el ciego—. Hacía casi cuarenta Algunos cuentos están
construidos dentro de
ciego con barba! Es demasiado, diría yo. El ciego alargó el años que no iba en tren. Desde que era niño. Con mis padres. la estética minimalista
brazo al asiento de atrás y sacó una maleta. Mi mujer le cogió Demasiado tiempo. Casi había olvidado la sensación. Ya tengo canas (pocos recursos en el
menor espacio), como
del brazo, cerró la puerta y, sin dejar de hablar durante todo el en la barba. O eso me han dicho, en todo caso. ¿Tengo un aspecto pequeños marcos para
camino, le condujo hacia las escaleras y el porche. Apagué la distinguido, querida mía? —preguntó el ciego a mi mujer. — situaciones rápidas y
televisión. Terminé la copa, lavé el vaso, me sequé las manos. Tienes un aire muy distinguido, Robert. Robert —dijo ella—, ¡qué apenas importantes a
primera vista.
Luego fui a la puerta. contenta estoy de verte, Robert!
—Te presento a Robert —dijo mi mujer—. Robert, éste es mi Finalmente, mi mujer apartó la vista del ciego y me miró. Tuve
marido. Ya te he hablado de él. la impresión de que no le había gustado su aspecto. Me encogí
Estaba radiante de alegría. Llevaba al ciego cogido por la de hombros.
manga del abrigo. Nunca he conocido personalmente a ningún ciego. Aquel tenía
El ciego dejó la maleta en el suelo y me tendió la mano. Se la cuarenta y tantos años, era de constitución fuerte, casi calvo,
estreché. Me dio un buen apretón, retuvo mi mano y luego la de hombros hundidos, como si llevara un gran peso. Llevaba
soltó. pantalones y zapatos marrones, camisa de color castaño claro,
—Tengo la impresión de que ya nos conocemos —dijo con voz corbata y chaqueta de sport. Impresionante. Y también una
grave. barba tupida. Pero no utilizaba bastón ni llevaba gafas oscuras.
—Yo también —repuse. No se me ocurrió otra cosa. Luego Siempre pensé que las gafas oscuras eran indispensables
añadí—: Bienvenido. He oído hablar mucho de usted. para los ciegos. El caso era que me hubiese gustado que las
Entonces, formando un pequeño grupo, pasamos del porche llevara. A primera vista, sus ojos parecían normales, como los
al cuarto de estar, mi mujer conduciéndole por el brazo. El de todo el mundo, pero si uno se fijaba tenían algo diferente.
ciego llevaba la maleta con la otra mano. Mi mujer decía cosas Demasiado blanco en el iris, para empezar, y las pupilas
como: «A tu izquierda, Robert. Eso es. Ahora, cuidado, hay parecían moverse en sus órbitas como si no se diera cuenta o
una silla. Ya está. Siéntate ahí mismo. Es el sofá. Acabamos de fuese incapaz de evitarlo. Horrible. Mientras contemplaba su
comprarlo hace dos semanas.» cara, vi que su pupila izquierda giraba hacia la nariz mientras
Empecé a decir algo sobre el sofá viejo. Me gustaba. Pero no la otra procuraba mantenerse en su sitio. Pero era un intento
dije nada. Luego quise decir otra cosa, sin importancia, sobre vano, pues el ojo vagaba por su cuenta sin que él lo supiera o
la panorámica del Hudson que se veía durante el viaje. Cómo quisiera saberlo.
para ir a Nueva York había que sentarse en la parte derecha —Voy a servirle una copa —dije—. ¿Qué prefiere? Tenemos un
del tren, y, al venir de Nueva York, a la parte izquierda. poco de todo. Es uno de nuestros pasatiempos.
—¿Ha tenido buen viaje? —le pregunté—. A propósito, ¿en —Solo bebo whisky escocés, muchacho —se apresuró a decir •
qué lado del tren ha venido sentado? con su voz sonora.
—¡Vaya pregunta, en qué lado! —exclamó mi mujer—. ¿Qué —De acuerdo —dije. ¡Muchacho!—. Claro que sí, lo sabía.
importancia tiene? Tocó con los dedos la maleta, que estaba junto al sofá. Se hacía
—Era una pregunta. su composición de lugar. No se lo reproché. —La llevaré a tu
32 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 33
18. habitación —le dijo mi mujer. Nos dedicamos a comer en serio. El ciego localizaba
—No, está bien —dijo el ciego en voz alta—. Ya la llevaré inmediatamente la comida, sabía exactamente dónde estaba
yo cuando suba. todo en el plato. Lo observé con admiración mientras
—¿Con un poco de agua, el whisky? —le pregunté. manipulaba la carne con el cuchillo y el tenedor. Cortaba dos
—Muy poca. trozos de filete, se llevaba la carne a la boca con el tenedor,
—Lo sabía. se dedicaba luego a las patatas asadas y a las judías verdes, y
—Solo una gota —dijo él—. Ese actor irlandés, ¿Barry después partía un trozo grande de pan con mantequilla y se lo
Fitzgerald? Soy como él. Cuando bebo agua, decía Fitzgerald, bebo comía. Lo acompañaba con un buen trago de leche. Y, de vez
agua. Cuando bebo whisky, bebo whisky. en cuando, no le importaba utilizar los dedos.
Mi mujer se echó a reír. El ciego se llevó la mano a la barba. Se Terminamos con todo, incluyendo media tarta de fresas.
la levantó despacio y la dejó caer. Durante unos momentos quedamos inmóviles, como
Preparé las copas, tres vasos grandes de whisky con un atontados. El sudor nos perlaba el rostro. Al fin nos levantamos
chorrito de agua en cada uno. Luego nos pusimos cómodos de la mesa, dejando los platos sucios. No miramos atrás.
y hablamos de los viajes de Robert. Primero, el largo vuelo Pasamos al cuarto de estar y nos dejamos caer de nuevo en
desde la costa Oeste a Connecticut. Luego, de Connecticut nuestro sitio. Robert y mi mujer, en el sofá. Yo ocupé la butaca
aquí, en tren. Tomamos otra copa para esa parte del viaje. grande. Tomamos dos o tres copas más mientras charlaban
Recordé haber leído en algún sitio que los ciegos no fuman de las cosas más importantes que les habían pasado durante
porque, según dicen, no pueden ver el humo que exhalan. los últimos diez años. En general, me limité a escuchar. De
Creí que al menos sabía eso de los ciegos. Pero este ciego en vez en cuando intervenía. No quería que pensase que me
particular fumaba el cigarrillo hasta el filtro y luego encendía había ido de la habitación, y no quería que ella creyera que me
otro. Llenó el cenicero y mi mujer lo vació. sentía al margen. Hablaron de cosas que les habían ocurrido
Cuando nos sentamos a la mesa para cenar, tomamos otra —¡a ellos!— durante esos diez años. En vano esperé oír mi
copa. Mi mujer llenó el plato de Robert con un filete grueso, nombre en los dulces labios de mi mujer: «Y entonces mi
patatas al horno, judías verdes. Le unté con mantequilla dos amado esposo apareció en mi vida», algo así. Pero no escuché
rebanadas de pan. nada parecido. Hablaron más de Robert. Según parecía,
—Ahí tiene pan y mantequilla —le dije, bebiendo parte de Robert había hecho un poco de todo, un verdadero ciego
mi copa—. Y ahora recemos. aprendiz de todo y maestro de nada. Pero en época reciente
El ciego inclinó la cabeza. Mi mujer me miró con la boca su mujer y él distribuían los productos Amway, con lo que se
abierta. ganaban la vida más o menos, según pude entender. El ciego
—Roguemos para que el teléfono no suene y la comida no esté también era aficionado a la radio. Hablaba con su voz grave
fría —dije. de las conversaciones que había mantenido con operadores de
Nos pusimos al ataque. Nos comimos todo lo que había en Guam, en las Filipinas, en Alaska e incluso en Tahití. Dijo que
la mesa. Devoramos como si no nos esperase un mañana. tenía muchos amigos por allí, si alguna vez quería visitar esos
No hablamos. Comimos. Nos atiborramos. Como animales. países. De cuando en cuando volvía su rostro ciego hacia mí,
34 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 35
19. se ponía la mano bajo la barba y me preguntaba algo. ¿Desde otra copa y me respondió que naturalmente que sí. Luego le
cuándo tenía mi empleo actual? (Tres años.) ¿Me gustaba mi pregunté si le apetecía fumar un poco de mandanga conmigo.
trabajo? (No.) ¿Tenía intención de conservarlo? (¿Qué remedio Le dije que acababa de liar un porro. No lo había hecho, pero
me quedaba?) Finalmente, cuando pensé que empezaba a pensaba hacerlo en un periquete.
quedarse sin cuerda, me levanté y encendí la televisión. —Probaré un poco —dijo.
Mi mujer me miró con irritación. Empezaba a acalorarse. —Bien dicho. Así se habla.
Luego miró al ciego y le preguntó: Serví las copas y me senté a su lado en el sofá. Luego lié dos
—¿Tienes televisión, Robert? canutos gordos. Encendí uno y se lo pasé. Se lo puse entre los
—Querida mía —contestó el ciego—, tengo dos televisores. dedos. Lo cogió e inhaló.
Uno en color y otro en blanco y negro, una vieja reliquia. Es curioso, —Reténgalo todo lo que pueda —le dije.
pero cuando enciendo la televisión, y siempre estoy poniéndola, conecto Vi que no sabía nada del asunto.
el aparato en color. ¿No te parece curioso? Mi mujer bajó llevando la bata rosa con las zapatillas del
No supe qué responder a eso. No tenía absolutamente nada mismo color.
que decir. Ninguna opinión. Así que vi las noticias y traté de —¿Qué es lo que huelo? —preguntó.
escuchar lo que decía el locutor. —Pensamos fumar un poco de hierba —dije.
—Esta televisión es en color —dijo el ciego—. No me Mi mujer me lanzó una mirada furiosa. Luego miró al ciego
preguntéis cómo, pero lo sé. y dijo:
—La hemos comprado hace poco —dije. El ciego bebió un —No sabía que fumaras, Robert.
sorbo de su vaso. Se levantó la barba, la olió y la dejó caer. —Ahora lo hago, querida mía. Siempre hay una primera vez.
Se inclinó hacia adelante en el sofá. Localizó el cenicero en la Pero todavía no siento nada.
mesa y aplicó el mechero al cigarrillo. Se recostó en el sofá y —Este material es bastante suave —expliqué—. Es flojo. Con
cruzó las piernas, poniendo el tobillo de una sobre la rodilla esta mandanga se puede razonar. No le confunde a uno.
de la otra. —No hace mucho efecto, muchacho —dijo, riéndose.
Mi mujer se cubrió la boca y bostezó. Se estiró. Mi mujer se sentó en el sofá, entre los dos. Le pasé el canuto.
—Voy a subir a ponerme la bata. Me apetece cambiarme. Ponte Lo cogió, le dio una calada y me lo volvió a pasar.
cómodo, Robert —dijo. —¿En qué dirección va esto? —preguntó—. No debería fumar.
—Estoy cómodo —repuso el ciego. Apenas puedo tener los ojos abiertos. La cena ha acabado conmigo. No
—Quiero que te sientas a gusto en esta casa. he debido comer tanto.
—Lo estoy —aseguró el ciego. —Ha sido la tarta de fresas —dijo el ciego—. Eso ha sido la
Cuando salió de la habitación, escuchamos el informe del puntilla.
tiempo y luego el resumen de los deportes. Para entonces, ella Soltó una enorme carcajada. Luego meneó la cabeza.
había estado ausente tanto tiempo, que yo ya no sabía si iba —Hay más tarta —le dije.
a volver. Pensé que se habría acostado. Deseaba que bajase. —¿Quieres un poco más, Robert? —le preguntó mi mujer.
No quería quedarme solo con el ciego. Le pregunté si quería —Quizá dentro de un poco.
36 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 37
20. Prestamos atención a la televisión. Mi mujer bostezó otra vez. a la piltra?
—Cuando tengas ganas de acostarte, Robert, tu cama está hecha —Todavía no —contestó—. No, me quedaré contigo,
—dijo—. Sé que has tenido un día duro. Cuando estés listo para ir a muchacho. Si no te parece mal. Me quedaré hasta que te vayas a
la cama, dilo. —Le tiró del brazo—. ¿Robert? aceitar. No hemos tenido oportunidad de hablar. ¿Comprendes lo que
Volvió de su ensimismamiento y dijo: quiero decir? Tengo la impresión de que ella y yo hemos monopolizado
—Lo he pasado verdaderamente bien. Esto es mejor que las la velada.
cintas, ¿verdad? Se levantó la barba y la dejó caer. Cogió los cigarrillos y el
—Le toca a usted —le dije, poniéndole el porro entre los mechero.
dedos. —Me parece bien —dije, y añadí—: Me alegro de tener
Inhaló, retuvo el humo y luego lo soltó. Era como si lo estuviese compañía.
haciendo desde los nueve años. Y supongo que así era. Todas las noches fumaba hierba y me
—Gracias, muchacho. Pero creo que esto es todo para mí. Me quedaba levantado hasta que me venía el sueño. Mi mujer y
parece que empiezo a sentir el efecto. yo rara vez nos acostábamos al mismo tiempo. Cuando me
Pasó a mi mujer el canuto chisporroteante. dormía, empezaba a soñar. A veces me despertaba con el
—Lo mismo digo- dijo ella—. Ídem de ídem. Yo también. corazón encogido.
Cogió el porro y me lo pasó. En la televisión había algo sobre la iglesia y la Edad Media.
—Me quedaré sentada un poco entre vosotros dos con los No era un programa corriente. Yo quería ver otra cosa. Puse
ojos serrados. Pero no me prestéis atención, ¿eh? Ninguno de los otros canales. Pero tampoco había nada en los demás. Así que
dos. Si os molesto, decidlo. Si no, es posible que me quede aquí volví a poner el primero y me disculpé.
sentada con los ojos cerrados hasta que os marchéis a acostar. Tu —No importa, muchacho —dijo el ciego—. A mí me parece
cama está hecha, Robert, para cuando quieras. Está al lado de bien. Mira lo que quieras. Yo siempre aprendo algo. Nunca se acaba de
nuestra habitación, al final de las escaleras. Te acompañaremos aprender cosas. No me vendría mal aprender algo esta noche. Tengo
cuando estés listo. Si me duermo, despertadme, chicos.— oídos.
Al decir eso, cerró los ojos y se durmió. Terminaron las No dijimos nada durante un rato. Estaba inclinado hacia
noticias. Me levanté y cambié de canal. Volví a sentarme en adelante, con la cara vuelta hacia mí, la oreja derecha apuntando
el sofá. Deseé que mi mujer no se hubiera quedado dormida. en dirección al aparato. Muy desconcertante. De cuando en
Tenía la cabeza apoyada en el respaldo del sofá y la boca cuando dejaba caer los párpados para abrirlos luego de golpe,
abierta. Se había dado la vuelta, de modo que la bata se le como si pensara en algo que oía en la televisión.
había abierto revelando un muslo apetitoso. Alargué la mano En la pantalla, un grupo de hombres con capuchas eran
para volverla a tapar y entonces miré al ciego. ¡Qué cono! Dejé atacados y torturados por otros vestidos con trajes de esqueleto
la bata como estaba. y de demonios. Los demonios llevaban máscaras de diablo,
—Cuando quiera un poco de tarta, dígalo —le recordé. —Lo cuernos y largos rabos. El espectáculo formaba parte de una
haré. procesión. El narrador inglés dijo que se celebraba en España
—¿Está cansado? ¿Quiere que le lleve a la cama? ¿Le apetece irse una vez al año. Traté de explicarle al ciego lo que sucedía.
38 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 39
21. —Esqueletos. Ya sé —dijo, moviendo la cabeza. La televisión Se echó a reír. Sus párpados volvieron a cerrarse. Su cabeza se
mostró una catedral. Luego hubo un plano largo y lento de movía. Parecía dormitar. Tal vez se figuraba estar en Portugal.
otra. Finalmente, salió la imagen de la más famosa, la de París, Ahora, la televisión mostraba otra catedral. En Alemania, esta
con sus arbotantes y sus flechas que llegaban hasta las nubes. vez. La voz del inglés seguía sonando monótonamente.
La cámara se retiró para mostrar el conjunto de la catedral —Catedrales —dijo el ciego.
surgiendo por encima del horizonte. Se incorporó, moviendo la cabeza de atrás adelante.
A veces, el inglés que contaba la historia se callaba, dejando —Si quieres saber la verdad, muchacho, eso es todo lo que sé. Lo
simplemente que el objetivo se moviera en torno a las que acabo de decir. Pero tal vez quieras describirme una. Me gustaría.
catedrales. O bien la cámara daba una vuelta por el campo y Ya que me lo preguntas, en realidad no tengo una idea muy clara.
aparecían hombres caminando detrás de los bueyes. Esperé Me fijé en la toma de la catedral en la televisión. ¿Cómo podía
cuanto pude. Luego me sentí obligado a decir algo: empezar a describírsela? Supongamos que mi vida dependiera
—Ahora aparece el exterior de esa catedral. Gárgolas. Pequeñas de ello. Supongamos que mi vida estuviese amenazada por un
estatuas en forma de monstruos. Supongo que ahora están en Italia. Sí, loco que me ordenara hacerlo, o si no...
en Italia. Hay cuadros en los muros de esa iglesia. Observé la catedral un poco más hasta que la imagen pasó al
—¿Son pinturas al fresco, muchacho? —me preguntó, dando campo. Era inútil. Me volví hacia el ciego y dije:
un sorbo de su copa. —Para empezar, son muy altas.
Cogí mi vaso, pero estaba vacío. Intenté recordar lo que pude. Eché una mirada por el cuarto para encontrar ideas.
—¿Me pregunta si son frescos? —le dije—. Buena pregunta. —Suben muy arriba. Muy alto. Hacia el cielo. Algunas son tan
No lo sé. grandes que han de tener apoyo. Para sostenerlas, por decirlo así. El
La cámara enfocó una catedral a las afueras de Lisboa. apoyo se llama arbotante. Me recuerdan a los viaductos, no sé por
Comparada con la francesa y la italiana, la portuguesa no qué. Pero quizá tampoco sepa usted lo que son los viaductos. A veces,
mostraba grandes diferencias. Pero existían. Sobre todo en el las catedrales tienen demonios y cosas así en la fachada. En ocasiones,
interior. Entonces se me ocurrió algo. caballeros y damas. No me pregunte por qué.
—Se me acaba de ocurrir algo. ¿Tiene usted idea de lo que es una El asentía con la cabeza. Todo su torso parecía moverse de atrás
catedral? ¿El aspecto que tiene, quiero decir? ¿Me sigue? Si alguien le adelante.
dice la palabra catedral, ¿sabe usted de qué le hablan? ¿Conoce usted la —No se lo explico muy bien, ¿verdad? —le dije. Dejó de
diferencia entre una catedral y una iglesia baptista, por ejemplo? asentir y se inclinó hacia adelante, al borde del sofá. Mientras
Dejó que el humo se escapara despacio de su boca. me escuchaba, se pasaba los dedos por la barba. No me hacía
—Sé que para construirla han hecho falta centenares de obreros entender, eso estaba claro. Pero de todos modos esperó a que
y cincuenta o cien años —contestó—. Acabo de oírselo decir al continuara. Asintió como si tratara de animarme. Intenté
narrador, claro está. Sé que en una catedral trabajaban generaciones pensar en otra cosa que decir.
de una misma familia. También lo ha dicho el comentarista. Los que —Son realmente grandes. Pesadas. Están hechas de piedra. De
empezaban, no vivían para ver terminada la obra. En ese sentido, mármol también, a veces. En aquella época, al construir catedrales los
muchacho, no son diferentes de nosotros, ¿verdad? hombres querían acercarse a Dios. En esos días, Dios era una parte
40 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 41
22. importante en la vida de todo el mundo. Eso se ve en la construcción de Abajo, en la cocina, encontré una bolsa de la compra con
catedrales. Lo siento —dije—, pero creo que eso es todo lo que puedo cáscaras de cebolla en el fondo. La vacié y la sacudí. La llevé
decirle. Esto no se me da bien. al cuarto de estar y me senté con ella a sus pies. Aparté unas
—No importa, muchacho —dijo el ciego—. Escucha, espero cosas, alisé las arrugas del papel de la bolsa y lo extendí sobre
que no te moleste que te pregunte. ¿Puedo hacerte una pregunta? Deja la mesita.
que te haga una sencilla. Contéstame sí o no. Sólo por curiosidad y sin El ciego se bajó del sofá y se sentó en la alfombra, a mi lado.
ánimo de ofenderte. Eres mi anfitrión. Pero ¿eres creyente en algún Pasó los dedos por el papel, de arriba a abajo. Recorrió los
sentido? ¿No te molesta que te lo pregunte? lados del papel. Incluso los bordes, hasta los cantos. Manoseó
Meneé la cabeza. Pero él no podía verlo. Para un ciego, es lo las esquinas.
mismo un guiño que un movimiento de cabeza. —Muy bien —dijo—. De acuerdo, vamos a hacerla.
—Supongo que no soy creyente. No creo en nada. A veces resulta Me cogió la mano, la que tenía el bolígrafo. La apretó.
difícil. ¿Sabe lo que quiero decir? —Claro que sí. —Así es. —Adelante, muchacho, dibuja —me dijo—. Dibuja. Ya verás.
El inglés seguía hablando. Mi mujer suspiró, dormida. Respiró Yo te seguiré. Saldrá bien. Empieza ya, como te digo. Ya vetas. Dibuja.
hondo y siguió durmiendo. Así que empecé. Primero tracé un rectángulo que parecía una
—Tendrá que perdonarme —le dije—. Pero no puedo explicarle casa. Podía ser la casa en la que vivo. Luego le puse el tejado.
cómo es una catedral. Soy incapaz. No puedo hacer más de lo que he En cada extremo del tejado, dibujé flechas góticas. De locos.
hecho. —Estupendo —dijo él—. Magnífico. Lo haces estupendamente.
El ciego permanecía inmóvil mientras me escuchaba, con la Nunca en la vida habías pensado hacer algo así, ¿verdad, muchacho?
cabeza inclinada. Bueno, la vida es rara, ya lo sabemos. Venga. Sigue.
—Lo cierto es —proseguí— que las catedrales no significan Puse ventanas con arcos. Dibujé arbotantes. Suspendí puertas
nada especial para mí. Nada. Catedrales. Es algo que se ve en la enormes. No podía parar. El canal de la televisión dejó de
televisión a última hora de la noche. Eso es todo. emitir. Dejé el bolígrafo para abrir y cerrar los dedos. El ciego
Entonces fue cuando el ciego se aclaró la garganta. Sacó algo palpó el papel. Movía las puntas de los dedos por encima, por
del bolsillo de atrás. Un pañuelo. Luego dijo: donde yo había dibujado, asintiendo con la cabeza.
—Lo comprendo, muchacho. Esas cosas pasan. No te preocupes. —Esto va muy bien —dijo.
Oye, escúchame. ¿Querrías hacerme un favor? Tengo una idea. ¿Por Volví a coger el bolígrafo y él encontró mi mano. Seguí con
qué no vas a buscar un papel grueso? Y una pluma. Haremos algo. ello. No soy ningún artista, pero continué dibujando de todos
Dibujaremos juntos una catedral. Trae papel grueso y una pluma. modos.
Vamos, muchacho, tráelo. Mi mujer abrió los ojos y nos miró. Se incorporó en el sofá,
Así que fui arriba. Tenía las piernas como sin fuerza. Como si con la bata abierta.
acabara de venir de correr. Eché una mirada en la habitación —¿Qué estáis haciendo? —preguntó—. Contádmelo. Quiero
de mi mujer. Encontré bolígrafos encima de su mesa, en una saberlo.
cestita. Luego pensé dónde buscar la clase de papel que me No le contesté.
había pedido. —Estamos dibujando una catedral —dijo el ciego—. Lo
42 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver Las mismas flores viejas 43
23. estamos haciendo él y yo. Aprieta fuerte —me dijo a mí—. Eso
es. Así va bien. Naturalmente. Ya lo tienes, muchacho. Lo sé. Creías
que eras incapaz. Pero puedes, ¿verdad? Ahora vas echando chispas.
¿Entiendes lo que quiero decir? Verdaderamente vamos a tener algo aquí
dentro de un momento. ¿Cómo va ese brazo? —me preguntó—.
Ahora pon gente por ahí. ¿Qué es una catedral sin gente?
—¿Qué pasa? —inquirió mi mujer—. ¿Qué estás haciendo,
Robert? ¿Qué ocurre?
—Todo va bien —le dijo a ella.
Y añadió, dirigiéndose a mí:
—Ahora cierra los ojos.
Lo hice. Los cerré, tal como me decía.
—¿Los tienes cerrados? —preguntó—. No hagas trampa.
—Los tengo cerrados.
—Mantenlos así. No pares ahora. Dibuja.
Y continuamos. Sus dedos apretaban los míos mientras mi
mano recorría el papel. No se parecía a nada que hubiese
hecho en la vida hasta aquel momento.
Luego dijo:
—Creo que ya está. Me parece que lo has conseguido. Echa una
mirada. ¿Qué te parece?
Pero yo tenía los ojos cerrados. Pensé mantenerlos así un poco
más. Creí que era algo que debía hacer.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Estás mirándolo?
Yo seguía con los ojos cerrados. Estaba en mi casa. Lo sabía.
Pero yo no tenía la impresión de estar dentro de nada. Tanto en la poesía como en la narración
—Es verdaderamente extraordinario —dije. breve, es posible hablar de lugares
comunes y de cosas usadas comúnmente
con un lenguaje claro, y dotar a esos
{ ... } objetos, una silla, la cortina de una
ventana, un tenedor, una piedra, un
pendiente de mujer, con los atributos de
lo inmenso, con un poder renovado.
R.C.
44 Catedral (Cathedral), por Raymond Carver
24. “Pienso en
dos amigos
que me aconsejaron
varios
métodos
de suicidio
¿Qué mejor
prueba
de amorosa
camaradería?”
Charles Bukowski
25. Bio
Charles Bukowski
1900
1910
1920
1930
Charles Bukowski nació en la ciudad de “Me metí en problemas con montones de cosas.
Pero, por otro lado,
Andernach, en Alemania, un 16 de agosto 1940
de 1920. Hijo de Henry Bukowski, militar
los problemas venden libros
1950
estadounidense, y de Katherine Fett, una Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado
mujer de origen alemán. desnudo. Todo el mundo te puede ver. 1960
De noche es cuando se sacan
Tuvo una serie de problemas en la los trucos de la manga… 1970
adolescencia, ya que fue un alemán de padre ”
la magia
estadounidense en plena efervescencia nazi 1980
en Europa, por lo que en 1922 la familia se
1990
trasladó a Los Ángeles, Estados Unidos. una y otra vez cuando ganaba el primer
De joven tuvo una extraña erupción premio del hipódromo.
2000
cutánea por todo el cuerpo que le dejó
marcas para toda la vida, pero sin embargo, Bukowski fue considerado el último escritor 2010
la marca que llevó dentro fue más fuerte: maldito y su obra siempre se centró en un
vivió una terrible infancia, siendo un niño extraño mundo pseudoautobiográfico 2020
golpeado por su padre. Todo esto, junto centrado en su propia vida como un
con la creciente depresión económica de perdedor alcohólico o como un escritor
1929 lo llevaron a relacionarse de por vida de éxito alcohólico (según la época de
al alcohol. ambientación, claro).
16 de agosto de 1920 Nacimiento
Bukowski terminó la secundaria, pero Murió de leucemia en 1994, a la edad de 73
Alemania
luego de ingresar a Periodismo en L.A. años. Hoy en día es considerado uno de los
City College, abandonó el curso en 1941. escritores estadounidense más influyentes 9 de marzo de 1994 Defuncion
Se mantuvo económicamente gracias a una y símbolo del “realismo sucio” y la literatura Estados Unidos
serie de trabajos temporales, que abandonó independiente. Cuento / Poesía Género
48 Bio - Charles Bukowski Las mismas flores viejas 49
26. Cuento
1
Era un hotel cercano a la cima de una colina, lo suficientemente
empinada para ayudarte a bajar corriendo hasta la tienda de licores,
y, de vuelta con la botella, una subida suficiente para hacer el
esfuerzo más meritorio. El hotel había estado alguna vez pintado
de verde brillante, llamaradas cálidas de verde, pero ahora, después
de las lluvias, esas peculiares lluvias de Los Ángeles, que lo limpian
y marchitan todo, el verde cálido estaba apagado y al borde de la
desaparición —como la gente que vivía dentro—.
De cómo me había ido a vivir allí, o porqué había abandonado mi
anterior domicilio, apenas me acuerdo. Probablemente por causa de
la bebida y de que apenas trabajaba, y por las violentas discusiones a
media mañana con las señoras de la calle. Y al decir las discusiones a
De cómo aman media mañana no me refiero a las 10:30 de la mañana, me refiero a las
3:30. Generalmente, si no llamaban a la policía, todo acababa con una
los muertos pequeña nota pasada por debajo de la puerta, siempre escrita a lápiz
Charles Bukowski
Las mismas flores viejas 51
27. Sobre el autor y sus en papel cuadriculado: «Estimado señor, vamos a tener que 2
influencias
pedirle que se vaya de aquí tan pronto como sea posible». Una Hacia las tres de la mañana alguien llamó a la puerta.
Tuvo una infancia muy
dura, esto hizo que se
vez la cosa pasó a media tarde. La discusión acabó. Recogimos Me puse mi vieja bata de cuadritos y abrí la puerta. Allí estaba
refugiara en la lectura en los cristales rotos, metimos todas las botellas en sacos de de pie una mujer en bata.
la primera
papel, vaciamos los ceniceros, dormimos, nos despertamos, —¿Sí? —le dije—. ¿Sí?
etapa de su vida..
Pasó un tiempo y yo estaba encima de ella actuando cuando oí una llave —Soy su vecina. Soy Mitzi. Vivo en el piso de abajo. Le vi esta
vagando por los Estados abriendo la puerta. Estaba tan sorprendido que me quedé con tarde en el teléfono.
Unidos, dedicándose
a trabajos temporales
la polla bombeando dentro, sin parar el ritmo. Y allí estaba él, —¿Sí? —dije yo.
que iba dejando y el casero bajito, de unos 45 años, sin pelo, excepto quizás en Entonces ella sacó algo de detrás de su espalda y me lo enseñó.
permaneciendo en
las orejas o las pelotas; se puso a mirarle a ella el culo, se acercó Era una botella de buen whisky.
pensiones baratas.
Es visto como icono y apuntándola le dijo: —Entra —dije.
de la decadencia —¡Tú. Tú te vas DE AQUÍ HOY MISMO! —Yo paré de Limpié dos vasos y abrí la botella. ¿Seco o mezclado?
estadounidense y de la
representación nihilista
fornicar y me eché a un lado, mirándole de reojo. Entonces él —Con dos tercios de agua.
característica después me apuntó: Había un pequeño espejo encima del lavabo y ella se puso
de la Segunda Guerra
—¡Y usted TAMBIÉN SE VA de aquí hoy mismo! —Se dio delante de él, enrollándose el pelo con rulos. Yo le alcancé su
Mundial. Conocido por
su falta de ambición y la vuelta y se fue hacia la puerta, la cerró despacio y bajó las vaso y me senté en la cama.
compromiso con él y con escaleras. Yo comencé otra vez la marcha y nos pegamos una —Te vi esta tarde al teléfono. Sólo con verte me di cuenta de que
el resto del mundo.
buena despedida. eras un tipo simpático. Yo en seguida conozco a las personas. Algunos
De cualquier modo, yo estaba allí, en el hotel verde, el marchito de ellos no son tan simpáticos.
hotel verde, y estaba allí con mi maleta llena de harapos, solo, —Suelen decir que soy un bastardo.
pero con el dinero para el alquiler. Estaba sobrio, y conseguí —No creo que sea cierto.
una habitación exterior, que daba a la calle, en el tercer piso, —Yo tampoco.
con el teléfono en el pasillo, pero al lado de mi puerta, un Acabé mi bebida. Ella bebía a pequeños sorbos, así que me
infiernillo al lado de la ventana, un gran lavabo, una nevera preparé otro trago. Charloteamos. Me tomé un tercer vaso.
pequeña pero buena, un par de sillas, una mesa, una cama y Entonces me levanté y me puse detrás de ella. Le puse las
el baño en el recibidor del hotel. Y aunque el edificio era muy manos en las tetas.
viejo, tenía incluso un ascensor —el hotel había tenido en —¡OOOOOOh! ¡Chico tonto!
otro tiempo una cierta categoría—. Y ahora yo estaba allí. La Empecé a murmurar en su oído.
primera cosa que hice fue procurarme una botella, y después —¡Ooouch! ¡SI que eres un bastardo!
de unos tragos y de matar dos cucarachas, me sentí como en Tenía un rulo en una mano. La agarré de la cabeza entre
mi casa. Entonces salí al pasillo y traté de telefonear a una perifollos y besé su boquita ajada. Estaba blanda y abierta. Ella
dama que con seguridad podría ayudarme, pero ella estaba estaba lista. Puse el vaso en su mano, la llevé a la cama, la senté.
fuera, evidentemente, ayudando a algún otro. «Bebe» le dije. Ella lo hizo. Se lo llené de nuevo. Yo no llevaba
nada debajo de mi bata. La bata se abrió y la cosa salió afuera,
52 De cómo aman los muertos, por Charles Bukowski Las mismas flores viejas 53