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Simón Bolívar

LA ESPERANZA
     DEL
  UNIVERSO
             Introducción,
   selección, notas y cronología de
  J.   M.   SALCEDO BASTARDO
              Prólogo de
       ARTURO USLAR PIETRI




         UNESCO
Publicado en 1983
por la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura
7 Place de Fontenoy, 75700 Paris
Composición: Coupé S.A., Sautron (Francia)
Impresión: Imprimerie de la Manutention, Mayenne (Francia)
ISBN 92-3-302103-3


 Unesco 1983
Entre las figuras señeras de la historia universal que pueden considerarse
como precursoras del sistema de las Naciones Unidas, Simón Bolívar
ocupa un puesto de primera fila.
      Desde los albores del siglo pasado, en efecto, Bolívar pensaba en el
porvenir de toda la humanidad. No sólo fue el héroe de un país o de un
grupo de naciones a las que ayudó a liberarse del yugo colonial, ni el
héroe del solo continente americano, pues con la amplitud universal de
su pensamiento quiso ser el intérprete de las esperanzas de todos los
pueblos del mundo.
      El homenaje excepcional que se rinde a Bolívar al celebrarse el
bicentenario de su nacimiento incita a evaluar los esfuerzos que desde el
siglo XIX ha realizado la comunidad internacional al transitar el
camino que él le abrió con el fin de lograr más libertad, más justicia y
una mayor solidaridad.




                                          Amadou Mahtar M’   Bow
                                            19 de enero de 1983
ÍN D I C E




Prólogo                           .   .   .   .   .   .   .       .    11
Introducción                      .   .   .   .   .   .   .   .        19
Explicación bibliográfica         .   .   .   .   .   .   .   .        61
Antología                         .   .   .   .   .   .   .   .        63
Cronología                        .   .   .   .   .   .   .   .       293
Glosario geográfico               .   .   .   .   .   .   .   .       301
Glosario de personajes históricos .   .   .   .   .   .   .   .       303
Indice de la antología            .   .   .   .   .   .   .   .       305
PRÓ LOGO
                                      de
                              Arturo Uslar Pietri*




A los doscientos años de su nacimiento, Bolívar, con inobjetables
títulos, forma parte del puñado exiguo y deslumbrante de las grandes
figuras tutelares de la humanidad. Desde su muerte, en 1830, se ha ido
descubriendo de un modo continuo y conmovedor la gigantesca dimen-
sión de su presencia. Para sus contemporáneos era el adalid incompara-
ble de la lucha por la independencia política de la América Latina, aquel
ser fascinante que, casi sin medios, dirigió y sostuvo contra todos los
obstáculos y adversidades la larga y difícil guerra de quince años que
puso fin al imperio español en América. Su tenacidad sin desmayos, su
convicción de que la independencia podía y debía alcanzarse en su
tiempo, y su visión grandiosa del porvenir del nuevo mundo lo
destacaron y señalaron entre tantos y tan excepcionales jefes como
produjo la guerra de emancipación de la América Latina.
     Para el mundo occidental se convirtió muy pronto en el símbolo
de la lucha contra el despotismo y las viejas monarquías. Su nombre
sonaba a libertad. Los revolucionarios de 1830 y de 1848, los “carbona-
rios”, los liberales, la juventud romántica invocaban su nombre y su
ejemplo. Era el héroe que había enfrentado trescientos años de antiguo
régimen en la América hispana y había logrado ponerle fin para
proclamar un nuevo orden de democracia y libertad. La admiración
pasaba de los jóvenes inquietos, que enarbolaban como una bandera el
“chapeau Bolívar” en el París de los Borbones, hasta los estudiosos de
la política mundial, hasta Byron que le puso el nombre de Bolívar al
barco en que soñaba la hazaña de libertar a Grecia.
     Bolívar se había convertido para siempre en “el Libertador”, el
hombre que había encarnado la voluntad de ser libre de un continente y
que se había esforzado por crear un orden político de justicia y derechos
humanos.
   *Renombrado escritor venezolano, ex embajador de su país en la Unesco, es autor de
numerosos cuentos, ensayos y novelas. Destacan entre sus obras Las lanzas coloradas, EI
canino de Eldorado, Treinta hombres y sus sombras y Oficio de difuntos.




                                          II
SIMÓ N    BOLíVAR




      Fue, ciertamente, un jefe militar que logró las más difíciles. y
trascendentales victorias; como un sembrador de destino, de sus bata-
llas nacieron naciones y se afianzó la libertad de una vasta porción de
humanidad y de geografía. En 1825, cuando el triunfo de Ayacucho
pone fin al imperio español y lo convierte en el árbitro del destino de la
América Latina, concibe e intenta realizar el grandioso propósito de
integrar su América, para hacer posible un nuevo tiempo de equilibrio
y justicia para la humanidad. La raíz del desacuerdo con sus antiguos
seguidores y de las dificultades crecientes con las que va a tropezar
reside precisamente en su visión del futuro.
      Para él, la independencia no era un fin sino una etapa necesaria para
alcanzar una realización más difícil y grandiosa. Lo que se había
propuesto no era una mera substitución de hombres para poner en el
lugar de los virreyes y gobernadores españoles a los caudillos criollos,
para mantener sin alteración las estructuras políticas y sociales hereda-
das del pasado colonial, sino algo diametralmente distinto, que era la
verdadera creación de un nuevo mundo, poderoso, libre, ejemplar en
sus instituciones, celoso de la justicia en todas sus formas y que sirviera
de base a un nuevo orden mundial, a lo que él llamaba un “nuevo
equilibrio del universo”.
       Desde el primer momento de su acción se distinguió por la
claridad y la audacia de su pensamiento. Si no hubiera hecho otra cosa
que escribir las ideas y apreciaciones que nos dejó sobre el mundo
americano figuraría, sin duda, entre los más originales pensadores de
su tiempo. Tenía además un don excepcional de escritor. La prosa de
sus cartas y discursos está entre las mejores que se escribieron en su
hora. Nadie tuvo como él el don de la expresión enérgica, penetrante y
significativa. Su lenguaje refleja como un espejo fiel su temperamento
y sus angustias. Se expresa con síntesis y contrastes fulgurantes. No
valen menos sus palabras que sus grandes hechos.
       Pocas veces en la historia se ha dado en un personaje semejante
 combinación de dones y atributos de hombre de acción y de hombre de
pensamiento, de conductor de pueblos y de visionario del porvenir, de
 político hábil y de creador de un proyecto de superación de las
 circunstancias de su tiempo. El drama de su vida consistió en la
imposibilidad de lograr que su visión del futuro se convirtiera en
 realidad. No podía resignarse con la obra extraordinaria que había
 realizado porque para él esa obra no era sino la parte previa y necesaria
 para lograr la nueva organización política de la América Latina y un
 nuevo equilibrio mundial. Sólo para un ser de su condición esa segunda
 parte podía ser más importante que la primera.
       La figura de Bolívar es de una riqueza inagotable. Reducirlo a las
 proporciones de jefe de una insurrección triunfante es mutilar su
 personalidad e ignorar algunas de las facetas más ricas y admirables de


                                    12
LA   ESPERANZA       DEL   UNIVERSO




su obra. No fue nunca un mero hombre de acción, dispuesto a
proseguir una lucha muchas veces desesperada, ni tampoco un ideólogo
que aplica mecánicamente doctrinas y ejemplos aprendidos de otros
países y de otras circunstancias históricas, ni un político limitado al
presente inmediato. A todo lo largo de su empresa nos sorprende por la
abundancia deslumbrante de sus dones tan diversos. Ante sus ojos están
vivos el pasado y el presente de los pueblos americanos, siente con
profunda identificación la condición histórica y cultural de sus gentes,
pero al mismo tiempo mira hacia el futuro deseable y anhela una
transformación profunda de la sociedad y de sus fines, no lo ciegan las
brillantes teorías políticas de su tiempo. Ha reflexionado sobre Rous-
seau y Montesquieu a la luz de la experiencia de la lucha y de las
lecciones del pasado americano, y se persuade que el camino de esos
pueblos hacia el futuro no puede reducirse a una simple imitación o
adaptación de ideas e instituciones de otras naciones surgidas de otras
circunstancias históricas y culturales, sino que hay que partir de las
difíciles realidades para poder intentar con esfuerzo y tino esa ardua
transformación para la cual el pasado colonial no los había preparado.
      Lo que en el lenguaje internacional de hoy llamaríamos las limita-
ciones culturales del desarrollo y la dificultad de adaptar modelos
extraños es un tema fundamental de sus preocupaciones de creador de
naciones. Alerta insistentemente a los legisladores, deslumbrados con
los precedentes de las instituciones surgidas de las revoluciones de los
Estados Unidos y de Francia, sobre la necesidad de tomar en cuenta las
peculiaridades de usos, tradiciones y experiencia del pasado que caracte-
                                              I
rizan a los pueblos hispanoamericanos. El deseó resueltamente la
libertad, la justicia y la democracia, pero sin perder de vista las
realidades sociales y políticas que trescientos años de vida colonial
habían creado en su América.
      Tampoco pierde nunca de vista el horizonte de la situación interna-
cional. La independencia de la América Latina no puede ser concebida y
realizada como un hecho aislado y local, sino como un gran aconteci-
miento que inicia nuevas situaciones y nuevas relaciones en escala
mundial. La irrupción de una América libre y soberana no puede
alcanzarse sin ocasionar una modificación significativa de las relaciones
políticas en escala mundial. Es dentro de esos parámetros y dimen-
siones excepcionales que Bolívar actúa y piensa, y es esto, precisa-
mente, lo que le da su significación y validez como guía y encarnación
del espíritu de los pueblos americanos.
      Ese carácter y esos rasgos aparecen a lo largo de su vida en todos
sus documentos. Su visión de la independencia es continental desde el
primer momento. En esto coincide plenamente con su ilustre antecesor
Miranda. No se trataba para ellos de obtener la independencia para
algunas porciones del imperio español, sino de lograr que todo él tome


                                   13
SIMÓ N    B O L ÍV A R




conciencia de su identidad y su destino y asuma una soberanía global.
Esto implica, desde luego, una forma de organización política y de
metas de futuro que abarque todo el nuevo mundo. Desde la primera
hora habla en nombre de América y no de Venezuela, y esboza con
atrevimiento las formas de la integración política. Como lo dijo más de
una vez “para nosotros la patria es la América”.
     Cabría preguntarse ahora cuál América y en qué forma? Era la
suya una concepción que no excluía ninguna porción significativa de la
América sojuzgada por las potencias europeas. Partía de lo inmediato
que eran los pueblos que iban a integrar a Colombia: Venezuela, Nueva
Granada y Ecuador, pero luego incluía, en muchas formas sucesivas de
colaboración, todas las porciones del imperio. Cuando en 1825, tras la
victoria final y definitiva de Ayacucho, llega a aquel centro mágico de
poder y riqueza que era Potosí y acompañado por los representantes de
Argentina, del Perú y de Chile sube al cerro de Plata, que fue el
símbolo del poder colonial, y se asoma literalmente al panorama de la
masa continental, siente y expresa aquella voluntad de integración que
era la única que podía asegurar el futuro para tan vasta porción de
humanidad y de tierra que por sus ojos vislumbraba el escenario de la
historia universal. Es la hora en que convoca el Congreso que iba a
reunir en Panamá a los representantes de toda la América para estable-
cer las formas prácticas de su política, su defensa y su acción común
ante el mundo.
     Basta hojear los documentos principales en los que está recogido su
pensamiento para advertir la continuidad de su concepción de la
comunidad de destino de la América Latina. Desde 1812, en Cartagena,
apenas salido de la ruina del primer ensayo de república independiente
en Venezuela, lanza un audaz manifiesto que no tiene otro objeto que
alertar contra la engañosa creencia de que alguna porción del territorio
americano pudiera lograr y conservar aisladamente su independencia.
Mientras Venezuela no sea liberada, la independencia de la Nueva
Granada estará amenazada, porque una fuerza organizada desde allí
puede penetrar “desde las provincias de Barinas y Maracaibo hasta los
últimos confines de la América meridional”. Esa acción que él vislum-
bra en tan vasta escala de parte de los enemigos de la libertad es
precisamente la que él habrá de realizar en los largos y duros años de su
acción política y guerrera. Desde entonces para él el teatro es uno solo:
la América Latina, el objetivo igualmente uno: la independencia, y el
instrumento privilegiado e insubstituible: la integración de esos pueblos
en un cuerpo que garantice su unidad de presencia y acción ante el
mundo.
     En aquel deslumbrador documento que es la carta que escribe en
Jamaica, en 1815, “a un caballero de esta isla”, traza el cuadro más
completo y audaz de su visión del destino americano. Su tema no es
LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




Venezuela sino ‘ país tan inmenso, variado y desconocido como el
                   ún
Nuevo Mundo”. Lo mira como una realidad de la geografía y de la
historia, y se pregunta con impaciencia: “¿No está el Nuevo Mundo
entero, conmovido y armado para su defensa?” Más adelante precisa:
“Este cuadro representa una escala militar de 2 000 leguas de longitud
y 900 de latitud en su mayor extensión, en que 16 000 000 de america-
nos defienden sus derechos o están oprimidos.”
      Para él, es una necesidad histórica ineluctable que ha llegado y que
está llamada a tener las mayores consecuencias en el futuro del mundo.
Allí expresa el fondo de su pensamiento: el proyecto de la independen-
cia americana es necesario, “porque el equilibrio del mundo así lo
exige”.
      Allí está dicha la concepción fundamental. Ha llegado la hora de un
nuevo equilibrio universal. La estructura imperial de dominaciones no
puede continuar. Un nuevo orden, con las palabras mismas que usó
Virgilio en su égloga profética, va a surgir. Es necesario que termine el
imperio español para que surja un nuevo mundo real a dialogar en
términos de equidad y derecho con los otros poderes de la tierra.
      Para Bolívar la denominación de “nuevo mundo” no tenía la
significación restringida que le habían dado los viejos historiadores. No
lo concebía como la parte más recientemente incorporada a un viejo
mundo y a un viejo orden, sino como la ocasión providencial de
realizar una nueva sociedad, que no repitiera los errores del viejo
mundo y que iniciara una nueva era en las relaciones entre todas las
naciones.
      Bolívar se convierte así no sólo en el profeta del nuevo mundo sino
en el de un nuevo orden mundial. Ha sentido y expresado desde
entonces que había llegado la hora no sólo de que surgieran nuevas
naciones independientes sino de que su existencia misma determinara la
creación de un nuevo sistema de relaciones. Con palabras que parecen
brotadas de la lucha actual de las nuevas naciones de América Latina,
Asia y Africa por alcanzar un nuevo orden de relaciones, en ese
dramático diálogo entre el Norte y el Sur, en el gran proceso del
surgimiento del tercer mundo, llegó a decir: “Hay otro equilibrio, el
que nos importa a nosotros, el equilibrio del universo. Esta lucha no
puede ser parcial de ningún modo, porque en ella se cruzan intereses
inmensos esparcidos en todo el mundo. ”
      Con qué tono de actualidad viviente resuena en nuestros oídos esta
voz. Su tema es la gran cuestión central que se debate con angustia en
los grandes foros internacionales. A los dos siglos de su nacimiento,
Simón Bolívar está en la primera fila del combate por la creación de un
nuevo orden internacional. Así lo reconoció solemnemente la Unesco
cuando en 1978, al través de sus organismos supremos de dirección,
aprobó la creación del Premio Internacional Simón Bolívar “destinado
SIMÓ N   B O L ÍV A R




a recompensar, cada dos años, a partir del 24 de julio de 1983, fecha del
bicentenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, a la persona
o personas que se hayan destacado mediante su acción, su obra de
creación o una actividad particularmente meritoria en beneficio de la
libertad, la independencia y la dignidad de los pueblos y el fortaleci-
miento de la solidaridad entre las naciones, favoreciendo el desarrollo y
facilitando el advenimiento de un nuevo orden económico internacio-
nal, social y cultural”.
      Queda así plenamente justificada la publicación de estas páginas
que recogen lo esencial del pensamiento del Libertador reconociendo,
como lo expresó en la resolución correspondiente la Conferencia
General de la Unesco, “en Simón Bolívar, por su obra, una gran figura
mundial, precursora e inspiradora de los afanes de las nuevas naciones
para asumir la plenitud de sus derechos”.

Caracas, septiembre de 1982.




                                   16
“La libertad
del Nuevo Mundo
es la esperanza
del universo”
BOLíVAR 1824
José Luis Salcedo-Bastardo, venezolano nacido en 1926. Doctor en
ciencias políticas de la Universidad Central de Venezuela; rector y
profesor de sociología; senador (1959-1964); embajador en Ecuador,
Brasil y Francia; presidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas
Artes (1965-1966). Pertenece a las Academias de la Historia y de la
Lengua. Fue ministro de la Secretaría de la Presidencia de la República
(1976-1977) ; ministro de Estado para la Ciencia, la Tecnología y la
Cultura (1976-1979). Autor, entre numerosos libros, de Visión y
revisión de Bolívar (13 ediciones); Historia fundamental de Venezuela (9
ediciones); Bolívar, un continente y un destino (Premio Continental de la
OEA, Premio Nacional de Literatura de Venezuela, 13 ediciones:
francés, inglés, vasco, alemán y sueco); Un hombre diáfano-Vida de
 Simón Bolívar para los nuevos americanos; Andrés Bello americano; Crisol
del americanismo; Bolívar hombre-cumbre. Es presidente del Comité Ejecu-
tivo del Bicentenario de Simón Bolívar. Viajero por más de sesenta
países, ha dictado conferencias en treinta naciones de cuatro continentes.
INTRODUCCIÓ N
                         José Luis Salcedo-Bastardo




                LA CONVERGENCIA ORIGINAL

Comenzó desde el Asia, en épocas remotas, la migración matriz de los
aborígenes del continente que será “América”. Cuando los primeros
asiáticos atravesaron los hielos del estrecho de Behring, o franquearon
el rosario de las Islas Aleutianas, regándose por las vacías soledades que
a su paso se allanaban invitantes, estaban inaugurando el fascinante
proceso de la creación de un mundo en el cual todos los pueblos y todas
las culturas, a la postre, debían participar.
     Empezaba el hilo de un destino: un hogar para la familia del
hombre. Una comunidad mestiza integral para servir a la esperanza. La
posibilidad de un sueño de real y fraterna humanidad. La convivencia
para la justicia, el trabajo, el amor y la vida, en la igualdad y la libertad.
En este escenario pudo hallarse, y podrá quizá encontrarse alguna vez
en el futuro, la más grande nación del mundo, más por la calidad
espiritual intrínseca que por sus atributos materiales, y en cuyos hijos se
encarna la efectiva sustancia histórica que Simón Bolívar, en 1815,
resume definiendo: “Nosotros somos un pequeño género humano”
[13)*.
      Pero, bien fuera por la radicación y adaptación de los vástagos del
Asia en su nueva heredad, que los convierte en producto del hemisferio
por ellos ganado, y hasta admitiendo la hipótesis sobre el autoctonismo
del hombre “americano”, las similitudes somáticas y culturales con los
asiáticos dan base para pensar que un primer mestizaje -cuando para
Europa es el fin de la Edad Media- reuniría en el poblador indígena la
presencia de dos continentes: Asia y América. Por lo demás, razones
hay -incluso certificadas con la experiencia reciente de la balsa Kon-
 Tiki- por las cuales se puede aceptar que también Oceanía estuvo
instalada en el ser americano. Si desde el Perú, aprovechando la

    *Los números entre corchetes corresponden a las piezas de esta antología.




                                         19
SIMÓ N    BOLíVAR




corriente de Humboldt, se consiguió llegar a la Polinesia, bien pudo
hacerse el recorrido inverso. Habría, pues, en el indio “americano” la
síntesis posible de Asia, América y Oceanía.
      Correspondió en 1492, a Cristóbal Colón, genio de la audacia, la
gloria de completar e integrar el orbe. Acercó, a lo conocido, el
hemisferio que permanecía en la penumbra de su aislamiento. El
insigne navegante genovés, aunque no se equivocó sobre la redondez de
la tierra, la creyó más pequeña. Emprendió la búsqueda de una ruta a
Oriente, hacia la India, China, Japón.. . y, al tropezar con esta porción
inesperada y desconocida del globo, dio pábulo al error de suponer
“indios” a los habitantes del incógnito suelo.
      Para la Europa del siglo xv agotada en el estéril enquistamiento
del feudalismo, el encuentro -o “       descubrimiento” de América
                                                          -
significó una formidable posibilidad de realización. Su obra mejor será
el nuevo mundo, donde se siembra el antiguo gracias al esfuerzo y la
presencia múltiple de España. Es precisamente Iberia la expresión
máxima del mestizaje -confluencia y combinación, de cuerpo y
espíritu- de las diferentes variedades del complejo euro-afro-asiático,
Así, España aporta en su ser: íberos, ligures, celtas, romanos, vascos,
griegos, germanos, visigodos, suevos, alanos. En ella viene, además, el
Asia Menor: fenicios, judíos, musulmanes de Arabia; y el Africa:
cartaginenses, pueblos de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos,
del Congo y el Níger, todos confundidos en el torrente mahometano
derramado sobre la península para la estancia de ocho siglos. Por su
parte, también el África, propiamente, ha de asistir a la gran convergen-
cia transatlántica representada por sus vástagos bantús, sudaneses y
yurubas, arrancados de su país por la ignominia de la esclavitud.
      Todas las razas, todos los continentes, todas las culturas confluye-
ron a encontrarse, cruzarse y fundirse sobre la bella tierra que Colón
saca a luz.
      La España emergente de la “reconquista” aceptó el súbito hallazgo
de un universo nuevo donde imponer sus valores cristianos, como un
reto magnífico a la altura de su optimismo, su coraje y sus ilusiones.
      Con la pujanza de su sangre múltiple y con el soberbio vigor y el
empuje de un pueblo idealista en grado superlativo, España se consagró
a hacer de la vasta heredad recién hallada otra Iberia, una Nueva
España, una Castilla del Oro, nuevas Granada, León, Andalucía,
Valencia, Extremadura, Barcelona, vale decir, otros yo. El sueño,
acoplado a urgentes y prosaicas apetencias de riqueza, hasta vislum-
braba un reino mítico y mágico de felicidad suprema: “El Dorado”.
España dio todo lo que pudo para recrearse aquí. Trajo cuanto de
bueno y positivo ella tenía, junto con lo de malo y negativo que
también poseía: altos valores de una sociedad entonces de vanguardia,
estrenando el potente instrumento político que era allá el absolutismo
LA   ESPERANZA        DEL   UNIVERSO




integrador sobre la obsoleta dispersión medieval, pero al lado de una
promisoria cultura especulativa -presente en la lozana literatura caste-
llana- también acarreó prejuicios y cerrazones fanáticas.


                           TRES SIGLOS
                          DE COLONIAJE

España trasladó a la América sus esquemas institucionales en lo polí-
tico, jurídico, económico, social y cultural, e inició su enorme faena. El
15 de noviembre de 1533, al clavar Francisco de Pizarro su pendón en el
Templo del Sol, en el Cuzco -la ciudad santa de los incas en los Andes
peruanos-, cerraba España la fulminante y cruenta empresa que en
tres decenios completaba la conquista americana y abría la etapa de la
colonización.
      Para “hacer” la América bastaron a la Madre Patria tres siglos.
Alguna vez se “    hizo” más con tan poco y en más corto plazo? Es
preciso entender que ni el territorio ni la población aborigen eran por si
solos y propiamente América. No existía siquiera el “nombre”, ni
tampoco había -para la aurora del siglo XVI- el “            hombre” El.
nombre es fruto de un azar europeo: Florencia, por virtud de un hijo
distinguido, Amerigo Vespucio, brinda el apelativo. Y el hombre
americano surge de la fusión a la cual no es ajena ninguna de las partes
del planeta. Asia, América, Oceanía, Europa, África, todas convergen
a la síntesis que engendra al producto nuevo.
      Mas, si en un principio el sistema de la potencia conquistadora fue
novedoso, el transcurrir de los tiempos sin la debida renovación lo
fosiliza, y al fin de la centuria decimoctava es franca e irremediable-
mente anacrónico.
      Trescientos años después del encuentro o “descubrimiento”, se
torna inaceptable ese régimen que descansa sobre la negación de la
libertad, sostenido y mantenido con medios y doctrina de opresión,
que no conoce ni reconoce derechos ni garantías, en cuyo substrato
campea la esclavitud y rigen hondas desigualdades, que predica y
practica el aislamiento de las entidades coloniales componentes del
imperio, y que esgrime temores y terrores para frenar la imaginación y
contener las audacias del espíritu.
      No podía la América del siglo XVIII admitir pasivamente la pró-
rroga de las viejas estructuras y del estilo superado, ya seco y reacciona-
rio, que sin embargo -y es justo reconocerlo hoy- consiguió en el
ayer logros que por su magnitud asombran. No es imputable a los
titanes -fundadores y pioneros- del siglo XVI americano el que, con
el decurso de los años, desgaste y anquilosis, semejante organismo al
perder su savia se petrificara.


                                    21
SIMÓ N     BOLíVAR




      Como sistema americano, para los umbrales del siglo XIX, el
coloniaje estaba irremisiblemente agotado.
      La verdad fue que, desde un principio y en forma generalizada, el
rechazo a la conquista se hizo patente en el hemisferio colombino. El
aborigen opuso resistencia al hecho de fuerza que le cercenaba su
albedrío y lo despojaba brutalmente del señorío de sus propias cosas. La
incorporación de gente africana, traída contra su voluntad y dentro de
la ignominia esclavista, añadió otro explosivo para el estallo, más
adelante, de las bases del orden que los Borbones pretenderían perpetuo
e inmutable.
      A la postre, el presentido “nuevo mundo” del principio no fue tal
sino un mundo arcaico, insuficiente, retrógrado, opresivo e injusto.
Los mestizos, y peor todavía los indios y negros, factores subalternos
de la combinación, se hallaban preteridos, discriminados y marginados,
en la tierra que los procreaba. Así, los individuos directamente genui-
nos de América eran relegados por causa de una perspectiva inadmisible
a la categoría de “parias” en su país propio y natural.
      La resistencia contra el despotismo absolutista se mantuvo, aunque
los sistemas vernáculos de dominación sirvieron suicidamente para
facilitar la instalación del dominio ibero. Contra tal fatalidad, todos los
pueblos de América derramaron sangre generosa por la libertad. Esa es
la historia. Sacrificios infinitos hubo, en todas partes, por la justicia y la
igualdad.


                 VANGUARDIA DEL CAMBIO

Fue de precursores el siglo XVIII. El caraqueño Francisco de Miranda
(1750-1816) es el primero. Fue el primer criollo universal; nunca antes
un hombre nacido en este lado del Atlántico tuvo semejante y efectiva
celebridad mundial: el Africa, donde se inició combatiendo contra el
sultán de Marruecos, conoció su valor. Europa supo de sus hazañas: fue
general divisionario de la revolución francesa, protagoniza brillantes
acciones militares, recorre hasta las estepas caucásicas, memorable su
paso por el Mediterráneo, Asia Menor, Escandinavia, Gran Bretaña.
En la independencia de los Estados Unidos participa con honor. Por el
Caribe: Cuba, las Bahamas, se desplaza en servicio responsable y
sembrando luces. Pero su mérito mayor es la concepción de la unidad y
de la revolución latinoamericanas. Desde 1781 fue avanzando en su
definición de una patria que debía llamarse Colombia -en homenaje al
descubridor-, cuyo límite septentrional sería el río Misisipí para
concluir en el Cabo de Hornos. En el proyecto mirandino de la libertad
para esa patria inmensa que hoy se llama América Latina (vasta suma de
tres porciones: Hispano-América, más Brasil y el Caribe), él implicaba


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LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




a Europa -con tal fin gestiona ayuda en Francia, Rusia e Inglaterra-,
quiere la cooperación de los Estados Unidos, y en su programa alude al
Asia y al Africa (cipayos de la India, bases en las islas Madeira,
Mauricio y Reunión. . .) visualizando nuestro proceso dentro del
contorno global.
     Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), del Perú, diseña un
proyecto de amplitud, igualmente válido para toda América, en su
célebre “Carta a los españoles americanos” que escrita en 1792 empezó
a ser conocida en 1801. Su requisitoria contra las sustantivas injusticias
del coloniaje es de una exactitud conmovedora. Sus críticas a la
esclavitud y al aislacionismo, a la explotación humillante que se sufre en
favor de una metrópoli desconsiderada son definitivamente convincen-
tes.
     José Joaquim da Silva Xavier (1748-1792), el valeroso Tiradentes,
paga con su vida, en el Brasil, la osadía de concebir un sistema justo
para nuestros pueblos. Una república soberana, sin esclavitud, con
escuelas para todos, comercio libre, protección social, autarquía econó-
mica, era el tema plural de su apostolado. Vive en el alma de su pueblo.
     En tierras ecuatorianas, el adelantado es Francisco Eugenio de
Santa Cruz y Espejo (1747-1795). Mestizo de tres sangres. Culto en
grado de excepción, también actúa y muere para la causa americana. Su
noble bandera: la emancipación en paz, sin desgarramiento de los nexos
hispánicos. En su horizonte ideológico hay un plan de convivencia
entre los dos mundos, en términos de equidad.
     Antonio Nariño (1765-1823) es el heraldo de estas mismas aspira-
ciones, en las comarcas de la actual Colombia, entonces Virreinato de
Santa Fe o Nueva Granada. Dueño de vasta cultura, tradujo el texto
francés de los Derechos del Hombre. Castigado con severidad, alcanzó
sin embargo a ver triunfante el movimiento de la independencia que
decididamente él animara en su embrión.
     Con todos ellos se cruzan en la historia, los nombres de adalides
valientes a los cuales no arredraron las amenazas, ni la persecución, ni
los peligros ni la muerte. Atahualpa, Cuauhtémoc, Guaicaipuro, Lau-
taro, Hatuey, Andrea de Ledesma, Túpac Amaru, Chirinos, Picornell,
España, Gual, Galán. . .
     Para el liderazgo vencedor falta la personalidad-síntesis. Cuando
despunta el siglo XIX aún no ha surgido el hombre de acción y el
intelectual, en una sola pieza. Para entonces América está madura, el
reto vuelve a ser, esta vez más imperioso y necesario: edificar un
mundo nuevo, efectiva y sinceramente, en el nuevo mundo.




                                    23
SIMÓ N    BOLíVAR




               LOS BOLÍVAR EN VENEZUELA

La familia Bolívar se establece en Venezuela desde 1589; oriunda de
Vizcaya, llega a tierra firme desde la isla de Santo Domingo. En
doscientos años, estos vascos de Iberia se hacen americanos, llegando a
la larga a coincidir, en la identificación, con el medio que compone
material y psicológicamente al indígena: la luz, la tierra, sus sales, el
agua, los frutos, los alimentos.
     Una dama de incomún belleza morena (doña María Josefa Marín
de Narváez) trae la aportación del Africa a la esencia humana de Simón
José Antonio de la Santísima Trinidad de Bolívar y Palacios (Simón
Bolívar), quien nace en Caracas el 24 de julio de 1783.
     El es fiel expresión de la suma de pueblos que es el pueblo suyo.
Aplicará su inteligencia en la indagación de nuestra identidad, y habrá
de anotar: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre
los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en
suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos
los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que
mantenernos en él contra la oposición de los invasores; así nos hallamos
en el caso más extraordinario y complicado” [13]. La perplejidad y el
desconcierto al respecto son explicables: “La mayor parte del indígena
se ha aniquilado, y el europeo se ha mezclado con el americano y con el
africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo” [24]. La
obvia conclusión: “Es imposible asignar con propiedad a qué familia
humana pertenecemos” [24].
     Con exactitud y con justicia, Bolívar valoriza la presencia del
Africa en el ser americano, donde ella se encuentra doblemente: “Nues-
tro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, más bien es un
compuesto de Africa y de América que una emanación de la Europa,
pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre
africana, por sus instituciones y por su carácter” [24].
     Adviértase que en todo caso, para el pensamiento bolivariano, lo
real, positivo y promisorio es la mezcla abierta hacia una justa verdad
mejor. “Yo considero a la América en crisálida; habrá una metamorfo-
sis en la existencia fisica de sus habitantes; al fin habrá una nueva casta
de todas las castas, que producirá la homogeneidad del pueblo.”
      El carácter de Bolívar se templó en la adversidad. La muerte y la
suerte lo golpearon con dureza. A los dos años y medio perdió a su
padre; a los nueve murió la madre. En la orfandad, pasó a depender de
tutores y familiares que quisieron, no siempre con éxito, aliviar su
infortunio.
      El primer testimonio escrito que existe de palabras de Bolívar data


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LA    ESPERANZA      DEL    UNIVERSO




de los doce años. Es curioso que ellas versen sobre lo que habrán de ser,
por siempre, sus temas favoritos: el desinterés y la libertad. Dijo el
niño: “Que los tribunales bien podrían disponer de sus bienes, y hacer
de ellos lo que quisiesen mas no de su persona; y que si los esclavos
tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía
negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado.”
      Sobre esto, el tutor -como hablando por el viejo régimen-
adelantó un comentario que resulta de patética clarividencia. En lo
 dicho por el pupilo ve “la gravedad y altanería de unas producciones
 que hacen estremecer [. . .] ideas las más impolíticas y erróneas [. . .]
 máxima es ésta que, si tomase cuerpo y se hiciese persuasible, trastor-
naría nuestra monarquía y causaría en ella los más funestos estragos”.
      Don Simón Rodríguez fue, de sus maestros, el más trascendente y
 el más amado. Rodríguez prepara en Bolívar un alma independiente, le
inculca los sentimientos de su excelencia heroica. Bolívar lo reconocerá
 de modo expreso: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la
justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que
 usted me señaló” [56].
      Tenía dieciséis años el mozo Bolívar cuando hizo su primer viaje
 fuera de Venezuela. Iba rumbo a España; el navío dio un largo rodeo
 por el Caribe. Fondeó en Veracruz; hubo tiempo holgado para que el
 adolescente caraqueño pudiera visitar la monumental ciudad de México.
 Ahí, por sus vinculaciones sociales, tuvo acceso a las tertulias de la
 corte local. Cierto día, el virrey don Miguel José de Azanza inquirió
 noticias sobre los sucesos de Venezuela, donde poco antes había sido
 debelada una conspiración. Simón Bolívar ratificó al instante su convic-
 ción libertadora en agraz; sin inmutarse manifestó su simpatía hacia los
 heroicos complotados y censuró acremente al régimen absolutista que
 los inmolaba. De esta ocurrencia, a Bolívar le complacería evocar años
 más tarde: “Yo he olvidado completamente las palabras, pero recuerdo
 que defendí sin desconcertarme los derechos de la independencia de
 América. ”


                     LA FORJA DEL ESPÍRITU

La personalidad intelectual de Simón Bolívar se elaboró en Madrid. Allí
residió tres anos y medio. Estudió matemáticas en la Academia de San
Fernando. Cursó, bajo la dirección del sabio marqués de Uztáriz,
idiomas modernos (llegaría a hablar francés e italiano, y a comprender
bastante bien el inglés). Dentro de los círculos distinguidos de aquella
capital hizo vida social activa.
     En su trienio europeo, Bolívar se convirtió en ávido lector. La
pasión por la lectura lo acompañaría la vida entera. En cuanto a su


                                    25
SIMÓ N    BOLíVAR




formación, él habría de subrayar que mucho había estudiado a “Locke,
Condillac, Buffon, D’    Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filan-
gieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos
de la antigüedad, así filosofos, historiadores, oradores y poetas, y todos
los clásicos modernos de España, Francia, Italia, y gran parte de los
ingleses”.
      Respecto a su carácter intelectual, él mismo da una síntesis: “No
soy difuso. Soy precipitado, descuidado e impaciente. Multiplico las
ideas en muy pocas palabras.”
      Del Bolívar adulto se dice que tenía una excesiva movilidad del
cuerpo. Por rareza se mantenía dos minutos en la misma posición. Al
hablar miraba al suelo o inclinaba los ojos; cuando el asunto le
interesaba ponía fija la vista en su interlocutor. Su cuerpo era el de un
hombre enjuto; medía un metro y sesentisiete centímetros de estatura.
Su voz era aguda. Su complexión fuerte. Era muy ágil. Poseía una gran
resistencia a la fatiga.
      Todavía sin cumplir diecinueve años, contrajo matrimonio en
Madrid con una gentil prima suya, María Teresa Rodríguez del Toro,
de veinte años. Los flamantes esposos emprendieron el regreso a
Venezuela. En la hacienda de San Mateo la grácil madrileña enfermó de
paludismo y murió luego en Caracas. Ocho meses duró la felicidad
conyugal.
      Para distraerse y olvidar el cataclismo que constituye esta muerte,
Bolívar se embarca hacia Europa. Su fortuna de varios millones le
permite un dispendio en esta gira que es como el deambular de un
peregrino aturdido.
      No hay ninguna duda de que la viudez lo marca. Será éste el gran
acontecimiento de su vida personal, El hablará en 1828, a Luis Peru de
Lacroix, sobre la trascendencia de esta pena: “Si no hubiera enviudado,
quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el
Libertador, aunque convengo que mi genio no era para ser alcalde de
San Mateo [. . .] Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mi
segundo viaje a Europa [. . .] La muerte de mi mujer me puso muy
temprano sobre el camino de la política; me hizo seguir después el carro
de Marte en lugar de seguir el arado de Ceres; vean, pues, si ha influido
o no sobre mi suerte.”
      En medio de su desastre sentimental, Bolívar se reencuentra en
París con su maestro don Simón Rodríguez. Al frustrado aristócrata de
Caracas, su preceptor le devuelve la fe de vivir. Juntos emprenden un
viaje sin programa estricto. Francia, Suiza, Italia. Principalmente a pie,
recorren caminos y ciudades. Paseantes de la campiña francesa, cruzan
los Alpes, Piamonte, Lombardía, Toscana, Umbría, en una continua y
nómada aula sabia. Nunca como en esta excursión se había compene-
trado tan afirmativa y hondamente este binomio existencial: el maestro,


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LA   ESPERANZA       DEL   UNIVERSO




que muy poco ignora, tiene sintonía perfecta con su joven contertulio
tan despierto.



                  ELECCIÓ N DEL DESTINO


Veintiún años tenía Simón Bolívar. En París escogió el rumbo de su
vida. Dos encuentros diferentes -más el que tiene con Rodríguez-,
uno cordialmente próximo y otro a forzosa pero cálida distancia, dejan
huella imborrable en su resolución. Fue el primero con el barón
Alejandro de Humboldt recién venido de América. Hablan de todas las
cosas. Abordan el tema político. Humboldt, que no sólo ha visto y
examinado “la naturaleza” del nuevo continente sino la sociedad que lo
habita, está convencido de que un cambio puede ocurrir pronto en ella.
Bolívar inquiere la opinión del sabio germano sobre la independencia:
éste la siente próxima, pero confiesa que no divisa al hombre capaz de
realizarla. La conversación con Humboldt estimula al joven americano,
y prende en él un germen que no tarda en definirse de manera
inequívoca.
      A cielo abierto y en el contagio multitudinario, es el otro encuen-
tro: con Napoleón. El corso está en el ápice del poder y de la fama.
Bolívar presencia la coronación, el hecho en sí le impresiona poco, al
fondo de su alma lo impacta la aclamación jubilosa que recibe Bona-
parte de la inmensa y delirante muchedumbre. “Aquel acto o función
magnífica me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos
de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella
efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo
movimiento popular excitado por las glorias, las heroicas hazañas de
Napoleón, vitoreado, en aquel momento, por más de un millón de
individuos, me pareció ser, para el que obtenía aquellos sentimientos, el
último grado de aspiración, el último deseo como la última ambición
del hombre. La corona que se puso Napoleón en la cabeza la miré como
una cosa miserable y de estilo gótico: lo que me pareció grande fue la
aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo
confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que
cabría al que lo libertase.”
      Bolívar sale de París ya motivado sobre su destino. Rodríguez le
apuntala su convicción y lo alienta en la perseverancia sobre la resolu-
ción tomada.
      En Italia culmina, al año siguiente, el viaje de los Simones. En
Roma se da otro paso de enorme alcance para esta carrera prodigiosa.
Una sofocante tarde de agosto salen en procura del aire fresco de las
vecindades; van el discípulo, su preceptor y el amigo Fernando Toro;
SIMÓ N    B O L ÍV A R




suben a una suave colina. Es el Monte Aventino. La inspiración se
desata en Bolívar, todo bulle y se agita en su espíritu inquieto: los
episodios de Caracas y México, los alegatos ingenuos sobre la libertad
que el niño suponía en los esclavos, la balbuciente solidaridad con los
mártires de la intentona revolucionaria caraqueña, la constante palabra
iluminada de Rodríguez, el espectáculo de París en una sola y múltiple
ovación en tomo a su líder, el acicate de Humboldt. El incitante juego
de contrastes de la historia de Roma, desfila en su evocación. Todo
de repente cuaja en una promesa solemne: ‘    Juro delante de usted; juro
por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por
mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta
que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español” [l).
     Durante su regreso a Venezuela, permanece Bolívar por varios
meses en los Estados Unidos. Cuál su impresión? El contesta: “Por
primera vez en mi vida vi la libertad racional.” Otro motivo y un
argumento poderoso para afirmar la resolución tomada.
     A medida que el personaje se define y madura, la escena caraqueña
también cambia. Los señores de la capital venezolana adelantan maqui-
naciones separatistas para tomar el poder político, único que les falta
-pues ya tienen el económico, social y cultural- para el predominio
completo. El desquiciamiento de la Corona de España que se origina
con Napoleón va a convertirse en detonante de la explosión revolucio-
naria. Un rey como Carlos IV no era precisamente el hombre para
enfrentar la honda crisis que se avecinaba. El cetro se desplaza hacia
Fernando VII, y los malabarismos políticos concluyen con José Bona-
parte monarca de España.
     La “ Cuadra Bolívar” -casa de recreo de los hermanos Juan
Vicente y Simón- sirve para los conciliábulos conspirativos a favor de
una junta o congreso criollo que eventualmente substituya a las autori-
dades coloniales. Lo que en otro tiempo hubiera bastado para una
condena ejemplarizante, y hasta para la pena máxima, ahora recibe
apenas una leve sanción disciplinaria de confinamiento lejos de la ciudad.


                    EMPIEZA EL PROCESO

El jueves santo 19 de abril de 1810, por acatamiento a la medida
policial, Bolívar no estaba en Caracas. Ese día revienta la revolución.
Los venezolanos suben, por fin, al mando ejecutivo. El Cabildo de
Caracas motoriza el acontecimiento: son depuestos el gobernador y
capitán general, el intendente de ejército y real hacienda, el auditor de
guerra, asesor general de gobierno y teniente gobernador, el presidente
y los miembros de la Audiencia. Para no alarmar a las masas que siguen


                                    28
LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




fieles al rey -éste preferible para ellas en vez de los presuntuosos
caballeros de la oligarquía local-el gobierno que se instala ese día
adopta una denominación complaciente y eufemística: “Junta Suprema
Conservadora de los Derechos de Fernando VII”.
     El objetivo final es la independencia, pero la prudencia recomienda
evitar los escollos de otras veces cuando se actuó con ligera franqueza.
En esta ocasión el ardid cauteloso da resultado. Los criollos ascienden al
poder con el apoyo de los sectores populares, éstos consecuentes
promonarquistas.
      Cuatro misiones diplomáticas envía la Junta Suprema al exterior:
Juan Vicente Bolívar y Telésforo de Orea van a los Estados Unidos.
Para Londres salen Simón Bolívar -flamante coronel- y Luis López
Méndez, los acompaña Andrés Bello. A las Antillas los competentes
Vicente Salias y Mariano Montilla. A Nueva Granada marchará José
Cortés Madariaga.
     En la capital británica tiene lugar el encuentro de los tres hijos
principales de Caracas, los cuales habrán de ser también los tres
personajes cumbres de América: Miranda, Bolívar y Bello. De este
viaje queda, en Londres, la publicación por primera vez del pensa-
miento integracionista de Bolívar: la idea de la unidad americana
aprendida en Miranda. Aparece en el Morning Chronicle el 5 de septiem-
bre de 1810. Tres días después, el mismo Bolívar suscribe un franco
pronunciamiento revolucionario, incitando a la Junta Suprema de
Caracas a romper con la Corona hispana: “Estamos comprometidos a
presencia del universo, y sin desacreditarnos para siempre, no podemos
desviamos un punto del sendero glorioso que hemos abierto a la
América [. . .] Nos empeñamos en producir la emancipación general.
Nuestras medidas llevadas adelante con tesón y firmeza, deben apresu-
rarla infaliblemente” [2].
      De entonces hay otro testimonio muy revelador sobre la naciente
personalidad bolivariana; es el que brinda Joseph Lancaster -presti-
gioso pedagogo inglés- quien en 1824 recordará que “en la casa del
general Miranda, en Grafton Street, Piccadilly, Londres, hacia el 26 o
27 de septiembre de 1810”, mostró Bolívar “un interés tan vivo y
poderoso” por la educación. Igualmente, de ese paso por la Gran
Bretaña, está documentado un contacto con los inventores de un nuevo
sistema de guerra y fortificación: los señores Holmes y Atkins.
      De ese modo quedan datadas, con fechas ciertas, su política de
unidad y política de cultura, su política de paz y política de guerra.
Conducido expertamente por Miranda -precursor, maestro sexagena-
rio- en la hora oportuna y el ambiente favorable, el joven Bolívar de
veintisiete años nace a la historia en grande, a las macro-perspectivas
del mundo.
      Bolívar vuelve a Caracas y, en seguida, lo hace también Miranda.


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SIMÓ N    B O L ÍV A R




Este regresa a tiempo para ser elegido diputado al Primer Congreso de
Venezuela, que el 5 de julio de 1811 declara con solemnidad la
independencia. A Bolívar no le interesó la tarea parlamentaria [3].
Miranda, marginado en principio, asciende al primer plano cuando,
frente a la crisis por la reacción armada contra el nuevo gobierno, se le
otorgan desesperadamente poderes como “dictador”. La desorganiza-
ción y el desconcierto cunden. Nada pudo hacer el afamado prócer, la
República se derrumba.
     Dificultosamente consiguió Bolívar escapar al extranjero. Tras una
breve escala en Curazao, emprende el doloroso curso de su primer
exilio. En éste va a demostrar el temple de su personalidad. Es el
derrotado invencible, indoblegable, recio y tenaz. Nunca pasa por su
mente abandonar el combate, cualesquiera sean las circunstancias.


                   DE NUEVO A LA CARGA

 Desde Cartagena, en “Manifiesto” [4] denso y razonado, él explica los
 infaustos sucesos de Caracas. El denodado combatiente se muestra
 ahora como agudo observador político, analista de situaciones comple-
jas que pocos alcanzan a penetrar con la clarividencia suya.
      Ratificando su convicción integracionista, siempre a favor de la
 unión, invita a los neogranadinos a no ser indiferentes a la suerte de sus
 hermanos de Venezuela.
      Logra su propósito, y entrando a su patria por el occidente, de
 triunfo en triunfo -en la Campaña Admirable- llega el otrora fugi-
 tivo de Caracas a su ciudad que lo aclama. Trae consigo la fresca gloria
 de su título: Libertador. Así lo bautizó Mérida, y luego, por Venezuela
 entera, lo confirma Caracas.
      Gracias a los éxitos militares de esta serie victoriosa se instaura la
 Segunda República.
      En su camino, al pasar por Trujillo, tuvo Bolívar la inspiración de
 una tremenda decisión: proclamar la guerra a muerte [5]. Él buscaba
 definir claramente los bandos, y que supieran los enemigos de la
 libertad que su suerte entre los patriotas sería igual a la que ellos les
 daban [7]. En su furor, él promete el exterminio incluso a los indife-
 rentes españoles y canarios, y asegura la vida a los americanos así fueran
 culpables. En el deseo de los grupos dirigentes de la clase social superior
 del país (“criollos”) no hay, en verdad, otra meta que la ruptura de la
 sumisión política a la metrópoli; sobre esto fue elocuente la experiencia
 de 1810-1812. La revolución no entraba más allá de la superficialidad
 política. Nada concreto a favor del pueblo, nada tangible contra la
 esclavitud ni respecto a la distribución de las tierras. Todo se reducía a
 declaraciones sobre la libertad y la justicia. Así los criollos perfeccio-


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LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




narían su prepotencia alcanzando el derecho a gobernarse y, más aún, a
gobernar, facultad para hacer la ley, acceso a las magistraturas supe-
riores del naciente Estado.
      Fue un error la guerra a muerte, en cuanto los resultados no
correspondieron a la expectativa. Las filas del rey continuaron nutridas
por gente del país. Los sectores más pobres y humildes de la sociedad,
especialmente los “llaneros”, acaudillados por José Tomás Boves,
darían pronto otro golpe mortal a la revolución. Una vez más, el terror
demostró ser infecundo. El rey o su nombre -con el apoyo de la
Iglesia, a él sometida en virtud del derecho de patronato eclesiástico-
gozaba de una excelente imagen muy contrastante con las antipatías
que suscitaban los oligarcas locales. El pueblo no era lerdo, escogía
a sabiendas, lo guiaban su instinto y la razón de su conveniencia:
en el rey encontraba más comprensión y amparo, lo sentía más
benévolo.
      Por huir de Boves, dueño de la situación, desde Caracas sale un día
una romería despavorida. Bolívar marcha con ellos. Es la “Emigración
a Oriente”. Van regando cadáveres en jornadas agotadoras y por rutas
penosas e intransitables. Es el fin, otra vez.
      Bolívar llega al puerto de Carúpano, de donde irá para su segundo
exilio. Todo parece aniquilarse, pero hay una fe que no muere. El signo
de este líder es, precisamente, el de ser persistente en la lucha. El se
crece en la derrota. Justo en Carúpano forja uno de sus lemas: “Dios
concede la victoria a la constancia” [ll].
      Cuando se salva en esta oportunidad, Bolívar hace una comproba-
ción, ahora nítida en su pensamiento como nunca antes. La opinión
pública está ganada por los realistas: el pueblo -caudal y masas
decisivas- no siente suya la revolución, no la defiende ni le interesa. La
combate. La lucha que se libra es “civil” en cuanto que la contienda es
entre hermanos; la fuerza “extranjera” (española peninsular) es mínima
en Venezuela. Todavía no llega de Europa el “ejército” propiamente
digno de tal nombre que de España irá el año siguiente con el general
Pablo Morillo.
      En el Manifiesto de Carúpano resalta un compromiso -es la voz
de la tenacidad convencida-: “Yo os juro, amados compatriotas, que
este augusto título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a
arrancar las cadenas, no será vano. Yo os juro que libertador o muerto,
mereceré siempre el honor que me habéis hecho; sin que haya potestad
humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir
hasta volver segundamente a libertaros” [ll].
      La existencia del desterrado indomable transcurre desdichada por
las Antillas. Sólo por una casualidad no cayó, en Jamaica, a manos de
un asesino pagado. Parecieran cerrarse todas las puertas. Pero en esa
inacción, aprovecha para meditar. Bolívar reflexiona sobre el porvenir
SIMÓ N    B O L ÍV A R




y sobre América. Así surge otro de sus documentos fundamentales: la
Carta de Jamaica [13].
      Fue la respuesta a un caballero inglés, Henry Cullen, que pide al
Libertador sus impresiones sobre la circunstancia contemporánea. Otra
vez el genio globaliza -basado en buena parte sobre informes, estudios
e intuiciones, pues le falta aún la vivencia directa que pronto tendría-
sobre el complejo y unitario mundo latinoamericano. Bolívar se atreve
a juicios y a predicciones cuya exactitud la posteridad certifica con
admiración y asombro.
      Firme y nítida resplandece en la Carta de Jamaica la concepción
continental. Señálame allí los motivos de la unión: la lengua en primer
rango, la religión, las costumbres, la historia, los sufrimientos y
esperanzas. Allí se apuntan los obstáculos: distancias enormes, carac-
teres variados, intereses localistas.
      En la evaluación de unos y otros, lo afirmativo vence, y el
sentimiento americano gana en el balance.
      Allí pensó Bolívar en la más grande nación -sobre treinta mi-
llones de kilómetros cuadrados-, que alguna vez podría formar la
América Latina. Relámpago de Miranda. Recuérdese que los Estados
Unidos eran entonces una faja noratlántica de trece colonias que en su
designio expansivo ya alcanzaban al río Misisipí indicado por el Precur-
sor como frontera septentrional de “Colombia” -como éste llamaba a
la otra y mayor América-. El Canadá era a la sazón un gélido vacío de
bosques y lagos. Sobre la demarcación de ese ámbito precisado por
Miranda, discurre el pensamiento de Bolívar: “Yo deseo más que otro
alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos
por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria” [13]. Queda
allí la indicación textual que apunta a la historia -libertad y gloria-
como base de la grandeza. No era la superficie lo que importaba. Era el
nuevo pensamiento, la posibilidad concreta de igualdad y justicia, la
solidaridad que confiere fortaleza, la moral y la cultura que elevan a las
sociedades, los valores supremos de la educación, las ciencias, las artes
y las letras.. .
      En su meditar de Jamaica -plasmado en más de un escrito esencial
[14, 15]- consiguió Bolívar, al fin, una explicación real y constructiva,
breve y exacta, sobre los vanos esfuerzos desplegados en pro de
incorporar al pueblo a la causa nueva. Y su diagnóstico fue: “Los
independientes no habían ofrecido la libertad absoluta, como lo hicie-
ron las guerrillas españolas.” De ahí, él se hizo una resolución: la
próxima vez será distinto!




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LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




         TERCERA Y DEFINITIVA ACOMETIDA

Haití se convierte a finales de 1815, cuando en las posesiones inglesas se
cierran las posibilidades de ayuda a la revolución, en la postrera
esperanza. No se equivocó el Libertador.
      En el magnánimo Alejandro Petion, presidente de la acogedora
nación caribeña, consiguió Bolívar comprensión y afecto [16]. Con el
apoyo total -personal y económico- del almirante Luis Brion y del
espléndido hombre de negocios Robert Sutherland, reconstruye el
héroe de Caracas su maquinaria para la libertad.
      El gobierno haitiano es pobre, pero la ayuda es generosa: ocho
goletas, armamento bastante, recursos de la más diversa índole, y sobre
todo aliento moral para la perseverancia en la causa del bien. Bolívar
sale de Los Cayos de San Luis con su expedición redentora. Tan pronto
llega a Margarita -isla aguerrida del oriente venezolano- anuncia su
nueva política de apertura hacia los horizontes que interesan al pueblo:
terminará la esclavitud.
      En Carúpano, de cuya rada saliera a la odisea de este segundo
exilio que ahora concluye, Bolívar decreta la sustancial reforma: “la
libertad absoluta de los esclavos que han gemido bajo el yugo español
en los tres siglos pasados” [17]. “De aquí en adelante sólo habrá en
Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos.”
      Otro colapso sobreviene luego inesperadamente. Cuando él se
aprestaba a anunciar los pasos complementarios del nuevo esquema de
la revolución, ocurre en julio de 1816 el desastre de Ocumare. Será el
exilio tercero. Se iba a dar un pistoletazo, resuelto a no dejarse
capturar, cuando el haitiano Juan Bautista Bideau lo rescata de la playa.
A dónde ir? A cualquier parte -“        hasta el polo” donde pueda
                                                        -
conseguir los medios para reemprender la lucha.
      De nuevo en Haití, no se atreve Bolívar a pedir más a quien con
tanta largueza lo auxilió hace poco. Apenas se atrevería a implorar el
mínimo auxilio para trasladarse a otros sitios con más holgados recur-
sos, para gestionar en ellos lo que necesita.
      Petion se sublima en la grandeza de su bondad hacia el infeliz
 combatiente, y así le dice: “Si la fortuna se ha reído de usted por dos
 veces, quizá le sonría en la tercera oportunidad. Yo, por lo menos,
 tengo ese presentimiento, y si algo puedo hacer para mitigar su pesar y
 su dolor, cuente con todo lo que esté al alcance de mis posibilidades.
 Dése prisa y venga a esta ciudad. Deliberaremos juntos.” Gracias al
 acuerdo de Puerto Príncipe, zarpará de Jacmel la expedición definitiva.
 Bolívar enaltece a Petion ante los siglos: “Mi reconocimiento no tiene
 límites. En el fondo de mi corazón, digo que V.E. es el primero de los



                                    33
SIMÓ N    BOLíVAR




bienhechores de la tierra! Un día la América proclamará a V.E. su
libertador. ”
      El igualitarismo es ratificado por Bolívar al arribar a Venezuela. La
esclavitud debe ser abolida. Ya el pueblo comienza a entender y querer
la revolución. Ya no será sólo abstracciones ni fórmulas jurídicas que
el común de las gentes no logra comprender: constitución, estado,
poderes, leyes, república. Ahora, el tema palpitante es la igualdad:
todos hermanos e iguales. Y a semejante proyección social no tarda en
sumarse la revolución económica, que el propio pueblo ha determi-
nado: tierras, y justicia en el disfrute de los bienes nacionales.
     José Antonio Páez, un caudillo enérgico, ha conseguido en estos
años adversos, atraerse a las mismas masas llaneras que acompañaron a
Boves, el azote de los patriotas. El cambio se opera porque Páez, que es
uno de los llaneros y los conoce bien, les ofrece la entrega de las fincas y
la garantía de libre pastoreo en las sabanas.
      Fue así como el peso de los llanos se tomó a favor de la causa
republicana. El ofrecimiento de las tierras fue la única condición que
Páez puso a Bolívar para acatar su autoridad. El Libertador aceptó, y
desde entonces incorpora la idea de la justicia agraria a las prioridades
de su revolucionarismo integral.
      Ya están definidos los elementos del programa revolucionario. El
viejo orden que se formó en trescientos años era pleno y armónico,
dentro de su carácter obsoleto: En lo político su base era el absolutismo
de la monarquía borbónica, el sistema colonial, dependiente y opresivo,
sin libertad, sin derechos ni garantías. En lo social, la desigualdad era la
regla: esclavitud y privilegios; clases, estamentos y castas, y diferencias
múltiples. En lo económico: injusticia en la distribución de los bienes; un
pequeño sector prepotente, y la mayoría desprovista de lo elemental.
En lo jurídico: un panorama de muchas circunscripciones y separaciones
en América, el aislamiento, la desconfianza y los recelos como norma
en pro de individualismos egoístas. En lo cultural: atraso y más atraso;
el espíritu encadenado.


       REVOLUCIÓ N ORGÁNICA Y COHERENTE

Simón Bolívar no inventó stricto sensu uno por uno los elementos que
ensambló en su vasta estructura de cambios y progreso con el cual se
substituiría el viejo orden. Produjo parte considerable de los mismos, a
la vez que recogió una herencia rica y llena de sustancia histórica. Hasta
él llegaba una robusta tradición, definida en centurias de sueños poster-
gados.
      Su acierto y su valor residen en dar organicidad a todo eso, dentro
de un orden vivo, sincero y funcional. Don Simón Rodríguez puntuali-



                                     34
LA   ESPERANZA       DEL    UNIVERSO




zaba, con tino, que Bolívar “dio a la América muchas ideas suyas; y de
las ajenas propagó las más propias para hacer pueblos libres, con los
elementos de la esclavitud”.
       Para Venezuela -con destino a América y al mundo- ya en 1819
está claro el orgánico y coherente programa de la revolución. Es una
empresa que opera en cinco campos por la felicidad sustancial de
nuestra América. En lo político procura la independencia, la emancipa-
 ción o autonomía; establecer una democracia, república constitucional,
 representativa, alternativa y popular. La libertad será el valor cumbre:
 “único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres” [12, 9, 49).
En lo social se tiende al imperio de la igualdad absoluta -“ley de las
leyes”-, abolición de la esclavitud [17, 31, 39), derogatoria de los
 privilegios, eliminación de toda suerte de barreras y divisiones entre los
 ciudadanos. En lo económico, la meta es clara: justicia en el reparto de
 os bienes nacionales [20, 77), p rimordialmente tierras, además, nacio-
 nalización de la riqueza minera [96]. En lo jurídico -señaladamente
 dentro de la esfera del derecho internacional- todo se cifra en la unidad
 de América Latina; unión efectiva y auténtica de nuestras patrias en un
 haz vigoroso, fuerte y triunfal [62]. Desde una patria así vertebrada se
 miraba al universo en términos de equilibrio y de justicia para todos los
 continentes. Es la idea central de la integración sirviendo a la paz del
 mundo. “La esperanza del universo.” En lo cultural, ese programa
 plural culmina en un empeño magno por la educación. Moral y luces, a
juicio de Bolívar, son “nuestras primeras necesidades” [24]. Piensa que
 “el primer deber del gobierno es dar educación al pueblo” [76].
       En 1817, la toma de Guayana, al sur del Orinoco, proporcionó a la
 república, que nacía por tercera vez, la plataforma práctica que se
 requería. La ciudad de Angostura fue la sede del gobierno. En esta
 ocasión, con más éxito que en los años de 1810, 1813 e incluso 1816, se
 plantaría para siempre el árbol perenne de la libertad sudamericana
 -hoy, latinoamericana-. El hecho debía repercutir en gloria y ven-
 tura para la humanidad, porque si de la libertad de América estaba
 pendiente el mundo, de la libertad de Venezuela dependía la suerte de la
 revolución en el hemisferio.
       El alumbramiento de la patria definitiva tiene lugar a orillas del
 Orinoco; nace ya veterana en vicisitudes, consciente, experta y diáfana
 en sus objetivos. El río sirve de valla protectora a la capital. La
 provincia guayanesa que, hasta entonces, permaneció a salvo de la
 destrucción, contiene todos los recursos: gente, ganado, oro, abasteci-
 miento, frutos exportables, posibilidades de comercio.
       El Poder Ejecutivo se radica en Angostura: la Presidencia de la
 República con las secretarías, entre ellas la muy importante de las
 relaciones exteriores. También se instala allí la Corte de Justicia, cabeza
 del Poder Judicial, y un Consejo de Estado que llenará interinamente la


                                     35
SIMÓ N    BOLíVAR




función legislativa. Por si fuera poco, para redondear el genuino estado
de derecho y de cultura, Bolívar funda el periódico de la patria
redimida: el Correo del Orinoco.
     Hacia el Río de la Plata sale, desde Angostura, la nota hermosa,
fraterna y cordial: “   Cuando el triunfo de la armas de Venezuela
complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favora-
bles nos permitan comunicaciones más frecuentes, y relaciones más
estrechas, nosotros nos apresuraremos, con el más vivo interés, a
entablar, por nuestra parte, el pacto americano, que, formando de
todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al
mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las
naciones antiguas. La América así unida, si el cielo nos concede este
deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones, y la madre de las
repúblicas. Una sola debe ser la patria de todos los americanos” [22]. La
línea está tendida entre los extremos sudamericanos: una misma causa,
un mismo sentimiento, una sola actitud.
     El anhelo bolivariano de la estabilidad y de la superación política se
colma, en febrero de 1819, con la apertura del Congreso. Bolívar
pronuncia ante ese cuerpo su discurso, la pieza más importante, y más
extensa, de todas las producidas por su inteligencia [24]. Saluda a la
representación nacional que confiere legitimidad a su mando y a todas
las instituciones. Entrega como guía un proyecto de Constitución;
glosa el esquema jurídico-político que propone; exhibe su cultura,
demuestra su madurez y sagacidad. Y finalmente, para articular el
pasado con el presente y el futuro, ofrece una especie de memoria de lo
actuado, con especial insistencia sobre aquello que del pretérito reciente
debe ser salvado para lo venidero.
     Bolívar es enfático sobre el reparto de tierras, que suplica como
premio a sus servicios, y sobre la abolición de la esclavitud, que él
ímplora, como imploraría su vida y la vida de la república. Además,
recuerda el compromiso de Venezuela con sus benefactores: la deuda
nacional; instituye la Orden de los Libertadores; reafirma la decisión de
patria o muerte, como una irrevocable toma de conciencia. El discurso
de Angostura es el más trascendental, profundo, denso y bien escrito,
de los documentos bolivarianos.
     Prosiguiendo su deber, Bolívar cruza los Andes. Cuando no lo
esperaban, y por el sitio donde nadie hubiera imaginado que él lo haría,
atraviesa con sus soldados del llano caliente las heladas cumbres. El
fruto de tamaña osadía es la libertad de la Nueva Granada por la batalla
de Boyacá.




                                    36
LA   ESPERANZA       DEL   UNIVERSO




               PROYECCIÓ N          CONTINENTAL

El triunfo neogranadino robustece el propósito de Simón Bolívar de
empezar la materialización de la unidad. Al Congreso de Angostura
pide la ley constitutiva de Colombia [28], Venezuela se asocia a Nueva
Granada bajo un nombre nuevo: un nombre de “justicia y gratitud”, no
de azar. Honra al descubridor, padre y creador del nuevo mundo:
Colón.
     El Libertador concebía a Colombia como núcleo de la unidad,
motor para impulsar la integración [29]. Del prestigio de esta república
es buen índice que pronto logre las incorporaciones de Quito, Panamá
y Guayaquil. Y que a corto plazo se manifieste una disposición de igual
afinidad, y de entusiasta solidaridad, en Santo Domingo y Costa Rica.
Los dominicanos y costarricenses exteriorizaron el voto de sumarse a la
empresa política bolivariana -la Gran Colombia- a través de dos
líderes: José Núñez de Cáceres y Rafael Francisco Osejo, respectiva-
mente, pedagogos y paradigmas ambos de una conciencia americanista
de dilatadas miras.
     Otros dos países de la comunidad hispanoamericana, Cuba y
Puerto Rico, figurarían en la previsión del Libertador. “No son america-
nos estos insulares? NO son vejados.? NO desean su bienestar?” [13]
había preguntado él en la Carta de Jamaica. Planes concretos serían
hechos para la liberación de estas islas que a la postre completarían la
decena de pueblos que ya en vísperas del siglo XXI deben estimarse
incuestionablemente bolivarianos: Bolivia, Colombia, Costa Rica,
Cuba, Ecuador, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana y
Venezuela.
     Quería el Libertador que su Colombia fuera -y en cierto modo lo
fue- la primera nación de su hora. La más avanzada. La primera en un
orden categórico de calidad política. La primera en la posesión del más
fornido y compacto conjunto de metas para la dignificación del hom-
bre, para la efectivación de la justicia, la igualdad, la libertad y la
democracia. Ni en Europa ni en otros continentes existía una nación
que, en tales aspectos, aventajara a Colombia. Los Estados Unidos
abocados a su soberbio desarrollo industrial, y disfrutando un alto
grado de estabilidad y de libertad civil, padecían, sin embargo, el
cáncer de la esclavitud y de los odios raciales. Sólo Colombia ofrecía en
aquella época, conjuntamente, libertad, democracia, justicia, igualdad,
unidad y cultura. Era al fin y en síntesis, el triunfo de la mente lógica
que, fundada en la formación matemática de su mocedad madrileña, se
hizo esclarecida y jerarquizada en Simón Bolívar.
     El Libertador sabía lo que decía al afirmar que la revolución de


                                   37
SIMÓ N    BOLíVAR




América era “la esperanza del universo” [59]. Para la humanidad
llegaba, precisamente empezando en América, el tiempo cabal de la
justicia social.
       Debía materializar Colombia las aspiraciones del ser americano,
 aspiraciones ancestrales del hombre universal que por doquier ha
 sufrido de humillante opresión y cruel injusticia.
       Mientras en Europa se afinca el individualismo liberal, Bolívar
 busca implantar en América la justicia y la equidad efectivas, promueve
 la igualdad verdadera y atiende a la ‘     auténtica reivindicación de los
 oprimidos. Cuando Gran Bretaña aplica la “libertad de contratos”
 (establecida desde 1813 y 1814), dejando sin protección a los económica-
 mente débiles y renunciando el Estado a intervenir en la comunidad,
 Bolívar lucha por dar al movimiento revolucionario latinoamericano su
 dimensión colectiva: habla de “suprema Libertad social”, de “seguridad
 social”, de “garantías sociales” y de “derechos sociales”. La supresión
 de las corporaciones en Europa desde 1791, y el castigo a todo intento
 de restaurarlas, hacía que para principios del siglo XIX no se aplicara en
 cuanto a condiciones de trabajo, ninguna regla, ni legal ni corporativa,
 ni convencional. Cuando allá la situación del incipiente proletariado
 industrial era, por ello, peor que la de los esclavos romanos y los
 siervos del medioevo, situación inaguantable por los años en torno a
 1825, Bolívar estaba legislando en América para el trabajo de los indios
 con normas claramente intervencionistas y protectoras, las cuales no
 eran simples ni aisladas expresiones de humanitarismo, sino parte
 calificada de una temática consecuente de dignificación cultural y
 política. Cuando en Europa la meta era la ilusoria libertad individual, y
 se consideraba que la sociedad entera, o cualquiera forma de asociación,
 restringía el albedrío personal y negaba los Derechos del Hombre y del
 Ciudadano, cuando allá se pensaba que el Estado debía esfumarse como
 arcaica realidad despótica, con lo cual se retrocedía a una especie de
 etapa presocial, donde iba a reaparecer el horno homini lupus y el fuerte se
 impondría, Bolívar -partiendo justamente de la base de que “nada es
 tan peligroso con respecto al pueblo, como la debilidad del Ejecu-
 tivo”- trabajaba por un régimen republicano activo, centralista, demo-
 crático y civil, un “sistema vigoroso que pueda comunicar su aliento a
 toda la sociedad”.
       A tanto llega el celo de Bolívar en sus decretos a favor de los
 trabajadores indígenas, que en ellos incluye algunas veces una cláusula
 inusitada: “El presente decreto no sólo se publicará del modo acostum-
 brado, sino que los jueces políticos instruirán de su contenido a los
 naturales, instándolos a que representen sus derechos aunque sea contra
 los mismos jueces y a que reclamen cualquiera infracción.”




                                     38
LA   ESPERANZA        DEL    UNIVERSO




  LAS TRES VERTIENTES DE SU MINUCIOSIDAD

Bolívar se impuso como el personaje clave para los tres momentos o
fases de la construcción americana: el ser, el hacer y el persistir.
Liberación, fortalecimiento y relación. El sentido de la acción boliva-
riana es, primero, el de romper los hierros de la servidumbre, luego el
de dar estructura, identidad y permanencia a la nacionalidad, y, final-
mente, el ligar y comunicar ese producto al contexto del universo. De
allí que tres temas capitalizaran su atención de modo preferente: la
guerra, la educación, la diplomacia. El debió atender a todo lo que
concernía al existir de América, pero su celo minucioso y su cuidado
hubo de distribuirse, en forma simultánea y hasta sus mínimas deriva-
ciones, en esos tres frentes de la política, la andragogía y la comunidad
internacional.
      Bolívar es campeón de la paz. Llegó a la guerra como necesidad,
continuación forzosa e inexcusable del propósito de paz evidenciado
hasta la saciedad en la primera etapa de la revolución. A él le tocó, a
contrapelo de sus genuinos sentimientos, ser hombre de guerra: vivir y
protagonizar la coyuntura trágica de una confrontación sangrienta muy
larga (su Venezuela perdió el 30% de la población en los doce años de la
guerra de liberación americana). Sobra repetir que su ideal de fraterni-
dad y de creación exige el ambiente de la paz, como el propio y único
adecuado para los esfuerzos constructivos de los pueblos.
      En el oficio bélico adquirió maestría. Sus campañas de Venezuela y
Nueva Granada, y las subsiguientes del sur, con las batallas estelares:
Carabobo, Boyacá, Bomboná, y Pichincha, Junín y Ayacucho, son el
pedestal de su gloria militar. Hasta el Potosí, en las vecindades de
Argentina -y tras una marcha de quince años- llega en 1825 con las
banderas de América libre [75]. Pasto, Quito, Guayaquil, Perú y el
Alto Perú conocieron de su desvelo y su aptitud para vencer y
convencer, para demoler la resistencia trisecular que oponía el coloniaje
absolutista e imperialista a la libertad y al derecho de los nuevos pueblos.
      Hacer mucho con muy poco era la rutina cotidiana de Bolívar.
Levantarse desde lo más hondo a lo más alto era un ejercicio habitual
para su personalidad férrea. Duro, aguerrido, impávido ante la adversi-
dad; luchando contra todos los factores opuestos coaligados, la cima de
su ejemplo es difícil de alcanzar. El se autodenominó “el hombre de las
dificultades”. Desde antes de 1819 hay testimonios seguros de sus
conocimientos tácticos. Al general Bermúdez escribió: “Regla general:
si no hay obstáculos invencibles en el campo de batalla, o si nosotros no
ocupamos posiciones ventajosísimas, debemos observar al enemigo
constantemente, y desde muy lejos, para atacarlo en la misma forma-



                                     39
SIMÓ N    BOLíVAR




ción en que venga marchando; mas siempre prontos a seguir sus
movimientos con la última celeridad, procurando muy cuidadosamente
oponerle un frente igual, o poco mayor, aunque nuestro fondo sea un
poco menos que el del enemigo, una ala sobresaliente tiene mucho
adelantado para flanquear al enemigo. Hará usted que las primeras
compañías sean de hombres selectos, para ponerlas siempre al frente,
porque las tres primeras filas deciden regularmente de la suerte de la
columna y aun de la victoria. El resto de la columna sigue el impulso de
su cabeza. ” En su concepción general de la campaña continental de
liberación, como en sus previsiones ante la posibilidad de un ataque
masivo revanchista por las fuerzas sumadas de la Santa Alianza, brilla el
talentoso estratega.
     Su minuciosidad va también a los mil problemas de la logística:
alimentación y cuido de las tropas, atención a los caballos, el arma-
mento, los pertrechos, los buques, los voluntarios extranjeros, los
clavos para las herraduras, el papel, los uniformes, el transporte, las
comunicaciones, la celeridad y seguridad del correo, la salud, la moral
talentoso estratega.

                    EDUCACIÓ N N, CIENCIA
                        Y CULTURA

La obra de civilización que se realiza en América guiada por el gran hijo
de Caracas no tiene precedentes ni similares. Para su desvelada activi-
dad hay un orden lógico: la guerra fue imprescindible para que América
pudiera ser “posible”. La educación era absolutamente fundamental
para la identidad del mundo nuevo.
      Desde 1810, inquiere en Londres con avidez cuanto atañe al
sistema de las escuelas mutuas creado por Joseph Lancaster (65, 63). En
1814 se interesa por una biblioteca pública en la Caracas recién liberada,
y encarga a sus agentes diplomáticos reclutar en la Gran Bretaña
“artistas hábiles en los ramos de industria que necesita Venezuela, y
dirigirnos las máquinas e instrumentos de que con notable prejuicio
carecemos”.
     La historia de sus actos administrativos es por demás ilustrativa
sobre la diversidad de asuntos considerados, facetas mil y distintas de la
misma preocupación central.
     En Santa Fe crea en 1819 un colegio para la educación de huérfa-
nos, expósitos y pobres [26]. En mayo de 1820 legisla sobre la
enseñanza de los párvulos indígenas, e incluye en el currículum “los
derechos y deberes del hombre y del ciudadano en Colombia, con-
forme a las leyes” [32].
     En Guayaquil crea en 1823 una escuela náutica [50]; ya en Carta-
gena había sido establecido otro plantel similar. Colombia, con dos
LA   ESPERANZA        DEL   UNIVERSO




océanos, tenía una vocación más que marinera, reiterada en su nombre
proveniente del más famoso de los almirantes.
      En Trujillo (Perú) erige la universidad en mayo de 1824 [58]. Para
diciembre convierte al Colegio de Santa Rosa de Ocopa en colegio de
enseñanza pública. En el Perú, el 5 de mayo de 1825, ratifica la
obligatoriedad de la instrucción primaria para los jóvenes. La educación
femenina fue objeto de varios de sus decretos [70].
      Por la pluralidad de sus disposiciones, es importante el decreto del
 11 de diciembre de 1825 en Chuquisaca, fundado sobre el convenci-
miento de que “el primer deber del gobierno es dar educación al
pueblo” [76]. Allí dispone: obligaciones y facultades del director gene-
ral de enseñanza pública, resoluciones para establecer una escuela
primaria graduada en cada capital de departamento, una escuela militar
en la capital de la República, un colegio de ciencias y artes en Chuqui-
saca, y el compromiso de destinar a la educación todos los ahorros que
puedan hacerse en el arreglo de otros ramos de la administración
pública.
      El mismo día insiste en su antigua preocupación de la adopción de
huérfanos de guerra por el Estado. La educación militar -en sus
 diferentes niveles- mereció su atención, también reglamentó la
 enseñanza religiosa.
      Bolívar fue un adelantado en sus concepciones educativas [35, 67).
 No compartía la idea triste y represiva de entonces sobre la enseñanza,
 cuando al colegio se lo miraba como un correccional, severo al extremo
 y de disciplina exageradamente rigurosa. El insistía en el carácter social
 de la educación, que no puede ser la misma para todas las colectividades
 ni para todas las épocas. Tampoco puede ser idéntica para todos los
 niños, “debe ser siempre adecuada a su edad, inclinaciones, genio y
 temperamento” [79]. Los institutos docentes no deben ser -a su
juicio- nada más que para aprender a leer y escribir; son muchos los
 cometidos que él asigna a la escuela. Junto a la formación intelectual,
 moral y cívica, él señala: “La primera máxima que ha de inculcarse a los
 niños es la del aseo. Si se examina bien la trascendencia que tiene en la
 sociedad la observancia de este principio, se convencerá de su importan-
 cia” [79]. También quiere el Libertador que los niños practiquen, desde
 la infancia, el ejercicio democrático. Sobre la enseñanza de idiomas,
 sobre el esparcimiento y el asueto, el modo de enseñar a leer, la
 metodología para el estudio de la historia, el aprendizaje de la geografia
 y la cosmografia, las matemáticas y el derecho romano, el cultivo de la
 memoria y de la comprensión, etc., hay en sus textos observaciones de
 incuestionable significación.
      Consciente de la integración cultural de la humanidad, Bolívar
 esperaba de la comunicación con los sabios y estudiosos del mundo
 grandes resultados para América. Bien sabía que el desarrollo de
SIMÓ N    B O L ÍV A R




nuestro acervo espiritual no podía confiarse al mero crecimiento vegeta-
tivo. Jamás incurrió en el error de imaginar siquiera un estatus pedante
de aislamiento ni de autosuficiencia.
      El ámbito de Bolívar es el de la universalidad, donde todos los
pueblos aportan lo mejor de sí al patrimonio espiritual común. El
asunto de las traducciones y la confianza en el valor difusor del libro
ocupan parte de su atención. La Cámara de Educación --en su proyecto
del Poder Moral [25]- cuidaría de publicar en nuestro idioma libros
extranjeros sobre educación, ello con las observaciones y ajustes perti-
nentes; estimularía también a escritores y editores a producir y difundir
“obras originales sobre lo mismo, conforme a nuestros usos, costum-
bres y gobierno”. La propia Cámara compondrá y divulgará algún
volumen que sirva a la vez de estímulo para que se ocupen otros de este
trabajo tan útil y para ilustración de todos.
      En la primera prioridad bolivariana está la metodología pedagó-
gica, la didáctica y lo que a ambas concierne. El insiste en que la
Cámara “no perdonará medio ni ahorrará gasto ni sacrificio que pueda
proporcionarle estos conocimientos. Al efecto de adquirirlos comisio-
nará hombres celosos, instruidos y despreocupados que viajen, inquie-
ran por todo el mundo y atesoren toda especie de conocimientos sobre
la materia” [25].
      Respecto a las traducciones, en la reforma a la Universidad de
Caracas [88] introduce Bolívar una halagadora compensación en años
para el escalafón: el catedrático que traduzca obras extranjeras gana dos
años, y ocho el autor de un libro de texto original. “         Un mismo
catedrático podrá obtener estos dos premios una sola vez. ”
      Los científicos son -para el Libertador- los verdaderos descubri-
dores de la realidad física nacional, el gobierno debe incentivarlos [41,
53). En la ciencia mira una de las cuatro potencias del alma del mundo
corporal, junto con el valor, la riqueza y las virtudes. A los europeos
los convida para que vengan a América trayendo sus ciencias para la
construcción del nuevo mundo [23].
      La gestión administrativa bolivariana coloca a la ciencia en sitio de
urgencia primordial. Establecimientos universitarios, facultades y cáte-
dras, colegios e institutos de ciencias reclaman su celo [67, 71, 89, 91).
Y el sembrador de luces que él era, prodigaba a todo su cuidado
esmerado. Él araba con igual entusiasmo todos los campos. En una
declaración de humanitarismo y de cultura, escribió desde Lima al
rector de la Universidad de Caracas, que “después de aliviar a los que
aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propaga-
ción de las ciencias”.
      Su emoción de intelectual sensible ante las jerarquías del estudio,
 crece al declarar al claustro de doctores de San Marcos en Lima
-prestigiosa universidad americana, de las más antiguas junto a las de
LA   ESPERANZA       DEL   UNIVERSO




Santo Domingo y México-: “Yo marcaré para siempre este día tan
honroso de mi vida. Yo no olvidaré jamás que pertenezco a la sabia
Academia de San Marcos. Yo procuraré acercarme a sus dignos miem-
bros, y cuantos momentos me pertenezcan después de llenar los
deberes a que estoy contraído por ahora, los emplearé en hacer esfuer-
zos por llegar si no a la cumbre de las ciencias en que vosotros os
halláis, al menos en imitaros” [SS].
     Sobre el saber científico, el convencimiento de Simón Bolívar,
manifestado incluso en medio de las muy difíciles circunstancias de
1815, es aleccionador, elocuente y terminante: “Las ciencias han inmor-
talizado siempre a los países donde han florecido.”


          EL QUEHACER DE LA DIPLOMACIA

Tampoco en los afanes diplomáticos hubo nada que resultara extraño a
Bolívar. Más todavía, estuvo a punto de suceder que la diplomacia
fuera el alfa y omega de su servicio público: en 1810 se inició, en
efecto, con su misión a Londres. Era un encargo difícil por lo ambiguo
de las posiciones; buscaba el apoyo para una independencia que no
debía descubrirse precipitadamente como tal, sino disimularse como un
movimiento “conservador” del estatus contra el cual se insurgía con
cauta firmeza. Para 1830, en el ocaso de su vida y de veinte años de
carrera, la diplomacia vuelve a su encuentro por medio del gesto del
general Andrés Santa Cruz, presidente de Bolivia, quien lo nombra
embajador de esa república ante la Santa Sede. La muerte llegó al
Libertador antes que la noticia de este homenaje, con el que su
trayectoria existencial se cierra casi en el mismo menester de su aurora.
     Temprano consigue la diplomacia venezolana, bajo su inspiración,
un memorable .hito: son los tratados de Trujillo (de 1820) que, como
otros desempeños de máxima relevancia, tienen a Antonio José de
Sucre de realizador insuperable, intérprete fiel de los designios y del
ideal bolivarianos. El Tratado de Regularización de la contienda cancela
el ciclo de la guerra a muerte. Es de los primeros convenios en el
mundo que intentan humanizar, hasta donde se puede, a la violencia
aniquiladora. Bolívar lo califica de “el más bello monumento de la
piedad aplicada a la guerra”. En la ocasión, se aproxima el Libertador a
su encarnizado oponente -el jefe de las fuerzas españolas- general
Pablo Morillo, y en los hechos obtiene para Colombia el primer
reconocimiento de la ex-metrópoli. El 27 de noviembre de 1820, con
Morillo, brinda Bolívar: “A la heroica firmeza de los combatientes de
uno y otro ejército: a su constancia, sufrimiento y valor sin ejemplo. A
los hombres dignos, que al través de males horrorosos, sostienen y
defienden su libertad. A los que han muerto gloriosamente en defensa


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SIMÓ N    B O L ÍV A R




de su patria o de su gobierno. A los heridos de ambos ejércitos, que han
manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter. Odio eterno a los
que deseen sangre y la derramen injustamente.”
     Desde Angostura, él había adelantado su palabra de verdadero
afecto hacia la nación rioplatense, testimonio que pronto ratificaría:
“Puedo asegurar al Gobierno argentino mi cordial adhesión hacia esa
República hermana que debe ser por siempre una de las partes más
interesantes del todo americano” [74].
     En 1824 extiende la convocatoria al Congreso anfictiónico de
Panamá. 1825, 1826 y 1827, son años de particular actividad en el área
de las relaciones internacionales.
     Bolívar captaba las sutilezas del oficio. Su recomendación al
general Heres encierra una lección: “En los asuntos diplomáticos daré a
usted una buena máxima: calma, calma, calma; retardo, retardo,
retardo; cumplimientos; palabras vagas; consultas; exámenes; retor-
siones de argumentos y de demandas; referencias al nuevo congreso;
divagaciones sobre la naturaleza de la cuestión y de los documentos. . .
y siempre mucha cachaza, y mucho laconismo para no dar prenda al
contrario. Excúsese usted con que es militar; que no conoce la natura-
leza de los negocios de que lo han encargado (verbalmente); que usted
es interino y que los negocios del Perú son muy delicados, Sobre todo,
téngase usted siempre firme en los buenos principios y en la justicia
universal. . . Tengamos una conducta recta y dejemos al tiempo hacer
prodigios.” Otra muestra de la misma perspicacia brilla en las instruc-
ciones para Sucre y su no fácil misión al Ecuador: “El general Sucre
añadirá a todas estas razones, todas las que su prudencia y talentos y las
circunstancias particulares del país a donde va y la opinión general de él
le dicten, reforzándolas y sosteniéndolas con todo el interés que se
promete la República de su celo; pero con moderación, prudencia y
circunspección para que no produzca alarma o disgustos, que en
negocios de esta naturaleza es muy fácil sembrar por una sola expresión
o gesto.”
     Por virtud de Bolívar se convirtió Colombia en hogar para la
democracia. El sostén de la esperanza para los liberales del mundo.
Desde Colombia fue Bolívar articulando con paciencia y conciencia una
red de vinculaciones diplomáticas con vistas al gran día de la América.
      Contando con la cooperación de ilustres mentalidades de su
tiempo, reclutadas sin prejuicios donde fuera menester: Caracas,
Popayán, México, Tucumán. . . , él estructuró ese aparato diplomático
que oportunamente funcionaría para la integración. Con el Libertador
y su canciller don Pedro Gual, y el eficiente José Rafael Revenga, se
desenvuelven las misiones de Joaquín Mosquera, Miguel Santa María y
Bernardo Monteagudo. En los tratados bilaterales que suscribe Colom-
bia con Perú, Chile y México se estipula que: “Ambas partes se obligan



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LA   ESPERANZA        DEL    UNIVERSO




a interponer sus buenos oficios con los Gobiernos de los demás Estados
de la América antes española, para entrar en este pacto de unión, liga y
confederación perpetua. ”


                   AMPLITUD SUSTANTIVA

El Libertador tiene potencia y calidad de imán para atraer, de la
vastedad latinoamericana, a figuras representativas de sectores y
conexiones que en su torno componen la plenitud del ser continental.
De Venezuela son Sucre, Páez, Urdaneta, Mariño, Arismendi, Bermú-
dez, Anzoátegui. . . De Nueva Granada, los Nariño, Santander, Mos-
queras, Arboledas, Restrepos.. . De México, el congresista. y pleni-
potenciaro Santamaría. De Panamá es José Domingo Espinar. Del
Ecuador, el poeta y diplomático Olmedo. Del Perú, Unánue, Sánchez
Carrión, Vidaurre. . . De Bolivia, Santa Cruz. De Chile, el ínclito
O’ Higgins, y de Argentina, los inmortales San Martín, Pueyrredón,
Monteagudo, Alvear. . . De Cuba, el comandante Rafael de las Heras.
Petion, de Haití. Brion, de Curazao. José Félix Bogado, del Paraguay.
El culto José Ignacio de Abreu y Lima viene del Brasil.. No son pocos
los que del Canadá, Norteamérica, Europa (Escocia, España, Francia,
Inglaterra, Irlanda, Italia, Polonia, Prusia. . .) son cautivos de su fama.
Su voluntad era de una muchedumbre. Presencias innumerables concur-
ren a la verdad de su nombre.
      El diseño programático suyo para el Congreso de Panamá es el
primero en los anales del mundo, y hasta ahora el único, en contemplar
una dinámica y efectiva unión solidaria de naciones iguales, autónomas
y democráticas, invitadas a deliberar sin presión hegemónica alguna, y
a resolver libremente sobre las mutuas conveniencias generales. “La
fuerza de todos concurriría al auxilio del que sufriese por parte del
enemigo externo o de las facciones anárquicas [. . .] Ninguno sería
débil con respecto a otro; ninguno sería más fuerte” [86].
      Quería Bolívar que en Panamá se debatieran los grandes asuntos
del nuevo mundo, que se formularan las leyes supranacionales y se
 orientaran todos los esfuerzos en pos de metas acordadas con la
participación de todos. Para el futuro, allí Latinoamérica advertiría su
unidad esencial; allí debía cumplirse su voto de 1822: “El gran día de la
América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las
 tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas: mas
 todavía nos falta poner el fundamento del pacto social, que debe formar
 de este mundo una nación de Repúblicas. ”
      Bolívar llega hasta concebir que América, tierra del hombre
 bueno, suelo de la libertad y del amor, pueda comunicar su aliento de
justicia revolucionaria al Africa y al Asia, para destruir el yugo esclavi-


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SIMÓ N    B O L ÍV A R




zante que a la sazón impone Europa al mundo: “Yo llamo a esto el
equilibrio del universo, y debe entrar en los cálculos de la política
americana” [8]. El Libertador tiende a una liga ecuménica más positiva
y real que las efímeras y débiles asociaciones de Estado que hasta
entonces han existido. Prevé hasta la federación mundial donde los
principios que dan vida a nuestra América tengan total vigencia. “En la
marcha de los siglos, podría encontrarse, quizá, una sola nación
cubriendo el universo: la federal” [86].
     De su humana amplitud dan prueba sus ideas de fomento a la
inmigración, donde él no indica ninguna preferencia racial. Jamás se
declararon abiertas las puertas de un país, tan absolutamente sin
limitaciones, como lo hizo él llamando a radicarse aquí “a los extranje-
ros de cualquiera nación y profesión que sean”. Al inmigrante sólo
exige probidad. Bolívar tenía conciencia de los beneficiosos efectos del
mestizaje. El ser americano se levanta sobre aportaciones disímiles:
todos los grupos humanos están presentes en su alumbramiento.
Vamos hacia la “nueva casta de todas las castas, que producirá la
homogeneidad del pueblo”. En Angostura es entusiasta su consigna:
“La sangre de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para
unirla” [24].
     En este mismo orden de su amplitud universa1ista se inscriben los
conceptos geopolíticos de Bolívar. Otra vez América al servicio de la
humanidad. Piensa en los estados del istmo centroamericano, cuya
“magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el
tiempo el emporio del universo, sus canales acortarán las distancias del
mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia;
traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo.
Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra como
pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio”
[13]. La alusión a los canales interoceánicos vuelve a su pluma, en
referencia a su Colombia donde el istmo de Panamá esta ubicado. A esa
gran república de su creación, la ve “en el corazón del universo,
extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos, que la
naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados
y anchurosos canales” [24].


       EL PERIÓ DICO, COMUNICADOR SOCIAL

Durante su breve pero fecunda estadía en Inglaterra, pudo Bolívar
apreciar cuánto vale la prensa como vehículo de ideas. Las conexiones
de Miranda con revistas y periódicos de Londres preparó un clima de
opinión favorable a la misión que -con López Méndez y Bello- le
correspondía desempeñar. El 5 de septiembre de 1810 publicó Bolívar


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Simon Bolivar

  • 1.
  • 2. Simón Bolívar LA ESPERANZA DEL UNIVERSO Introducción, selección, notas y cronología de J. M. SALCEDO BASTARDO Prólogo de ARTURO USLAR PIETRI UNESCO
  • 3. Publicado en 1983 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura 7 Place de Fontenoy, 75700 Paris Composición: Coupé S.A., Sautron (Francia) Impresión: Imprimerie de la Manutention, Mayenne (Francia) ISBN 92-3-302103-3 Unesco 1983
  • 4. Entre las figuras señeras de la historia universal que pueden considerarse como precursoras del sistema de las Naciones Unidas, Simón Bolívar ocupa un puesto de primera fila. Desde los albores del siglo pasado, en efecto, Bolívar pensaba en el porvenir de toda la humanidad. No sólo fue el héroe de un país o de un grupo de naciones a las que ayudó a liberarse del yugo colonial, ni el héroe del solo continente americano, pues con la amplitud universal de su pensamiento quiso ser el intérprete de las esperanzas de todos los pueblos del mundo. El homenaje excepcional que se rinde a Bolívar al celebrarse el bicentenario de su nacimiento incita a evaluar los esfuerzos que desde el siglo XIX ha realizado la comunidad internacional al transitar el camino que él le abrió con el fin de lograr más libertad, más justicia y una mayor solidaridad. Amadou Mahtar M’ Bow 19 de enero de 1983
  • 5. ÍN D I C E Prólogo . . . . . . . . 11 Introducción . . . . . . . . 19 Explicación bibliográfica . . . . . . . . 61 Antología . . . . . . . . 63 Cronología . . . . . . . . 293 Glosario geográfico . . . . . . . . 301 Glosario de personajes históricos . . . . . . . . 303 Indice de la antología . . . . . . . . 305
  • 6. PRÓ LOGO de Arturo Uslar Pietri* A los doscientos años de su nacimiento, Bolívar, con inobjetables títulos, forma parte del puñado exiguo y deslumbrante de las grandes figuras tutelares de la humanidad. Desde su muerte, en 1830, se ha ido descubriendo de un modo continuo y conmovedor la gigantesca dimen- sión de su presencia. Para sus contemporáneos era el adalid incompara- ble de la lucha por la independencia política de la América Latina, aquel ser fascinante que, casi sin medios, dirigió y sostuvo contra todos los obstáculos y adversidades la larga y difícil guerra de quince años que puso fin al imperio español en América. Su tenacidad sin desmayos, su convicción de que la independencia podía y debía alcanzarse en su tiempo, y su visión grandiosa del porvenir del nuevo mundo lo destacaron y señalaron entre tantos y tan excepcionales jefes como produjo la guerra de emancipación de la América Latina. Para el mundo occidental se convirtió muy pronto en el símbolo de la lucha contra el despotismo y las viejas monarquías. Su nombre sonaba a libertad. Los revolucionarios de 1830 y de 1848, los “carbona- rios”, los liberales, la juventud romántica invocaban su nombre y su ejemplo. Era el héroe que había enfrentado trescientos años de antiguo régimen en la América hispana y había logrado ponerle fin para proclamar un nuevo orden de democracia y libertad. La admiración pasaba de los jóvenes inquietos, que enarbolaban como una bandera el “chapeau Bolívar” en el París de los Borbones, hasta los estudiosos de la política mundial, hasta Byron que le puso el nombre de Bolívar al barco en que soñaba la hazaña de libertar a Grecia. Bolívar se había convertido para siempre en “el Libertador”, el hombre que había encarnado la voluntad de ser libre de un continente y que se había esforzado por crear un orden político de justicia y derechos humanos. *Renombrado escritor venezolano, ex embajador de su país en la Unesco, es autor de numerosos cuentos, ensayos y novelas. Destacan entre sus obras Las lanzas coloradas, EI canino de Eldorado, Treinta hombres y sus sombras y Oficio de difuntos. II
  • 7. SIMÓ N BOLíVAR Fue, ciertamente, un jefe militar que logró las más difíciles. y trascendentales victorias; como un sembrador de destino, de sus bata- llas nacieron naciones y se afianzó la libertad de una vasta porción de humanidad y de geografía. En 1825, cuando el triunfo de Ayacucho pone fin al imperio español y lo convierte en el árbitro del destino de la América Latina, concibe e intenta realizar el grandioso propósito de integrar su América, para hacer posible un nuevo tiempo de equilibrio y justicia para la humanidad. La raíz del desacuerdo con sus antiguos seguidores y de las dificultades crecientes con las que va a tropezar reside precisamente en su visión del futuro. Para él, la independencia no era un fin sino una etapa necesaria para alcanzar una realización más difícil y grandiosa. Lo que se había propuesto no era una mera substitución de hombres para poner en el lugar de los virreyes y gobernadores españoles a los caudillos criollos, para mantener sin alteración las estructuras políticas y sociales hereda- das del pasado colonial, sino algo diametralmente distinto, que era la verdadera creación de un nuevo mundo, poderoso, libre, ejemplar en sus instituciones, celoso de la justicia en todas sus formas y que sirviera de base a un nuevo orden mundial, a lo que él llamaba un “nuevo equilibrio del universo”. Desde el primer momento de su acción se distinguió por la claridad y la audacia de su pensamiento. Si no hubiera hecho otra cosa que escribir las ideas y apreciaciones que nos dejó sobre el mundo americano figuraría, sin duda, entre los más originales pensadores de su tiempo. Tenía además un don excepcional de escritor. La prosa de sus cartas y discursos está entre las mejores que se escribieron en su hora. Nadie tuvo como él el don de la expresión enérgica, penetrante y significativa. Su lenguaje refleja como un espejo fiel su temperamento y sus angustias. Se expresa con síntesis y contrastes fulgurantes. No valen menos sus palabras que sus grandes hechos. Pocas veces en la historia se ha dado en un personaje semejante combinación de dones y atributos de hombre de acción y de hombre de pensamiento, de conductor de pueblos y de visionario del porvenir, de político hábil y de creador de un proyecto de superación de las circunstancias de su tiempo. El drama de su vida consistió en la imposibilidad de lograr que su visión del futuro se convirtiera en realidad. No podía resignarse con la obra extraordinaria que había realizado porque para él esa obra no era sino la parte previa y necesaria para lograr la nueva organización política de la América Latina y un nuevo equilibrio mundial. Sólo para un ser de su condición esa segunda parte podía ser más importante que la primera. La figura de Bolívar es de una riqueza inagotable. Reducirlo a las proporciones de jefe de una insurrección triunfante es mutilar su personalidad e ignorar algunas de las facetas más ricas y admirables de 12
  • 8. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO su obra. No fue nunca un mero hombre de acción, dispuesto a proseguir una lucha muchas veces desesperada, ni tampoco un ideólogo que aplica mecánicamente doctrinas y ejemplos aprendidos de otros países y de otras circunstancias históricas, ni un político limitado al presente inmediato. A todo lo largo de su empresa nos sorprende por la abundancia deslumbrante de sus dones tan diversos. Ante sus ojos están vivos el pasado y el presente de los pueblos americanos, siente con profunda identificación la condición histórica y cultural de sus gentes, pero al mismo tiempo mira hacia el futuro deseable y anhela una transformación profunda de la sociedad y de sus fines, no lo ciegan las brillantes teorías políticas de su tiempo. Ha reflexionado sobre Rous- seau y Montesquieu a la luz de la experiencia de la lucha y de las lecciones del pasado americano, y se persuade que el camino de esos pueblos hacia el futuro no puede reducirse a una simple imitación o adaptación de ideas e instituciones de otras naciones surgidas de otras circunstancias históricas y culturales, sino que hay que partir de las difíciles realidades para poder intentar con esfuerzo y tino esa ardua transformación para la cual el pasado colonial no los había preparado. Lo que en el lenguaje internacional de hoy llamaríamos las limita- ciones culturales del desarrollo y la dificultad de adaptar modelos extraños es un tema fundamental de sus preocupaciones de creador de naciones. Alerta insistentemente a los legisladores, deslumbrados con los precedentes de las instituciones surgidas de las revoluciones de los Estados Unidos y de Francia, sobre la necesidad de tomar en cuenta las peculiaridades de usos, tradiciones y experiencia del pasado que caracte- I rizan a los pueblos hispanoamericanos. El deseó resueltamente la libertad, la justicia y la democracia, pero sin perder de vista las realidades sociales y políticas que trescientos años de vida colonial habían creado en su América. Tampoco pierde nunca de vista el horizonte de la situación interna- cional. La independencia de la América Latina no puede ser concebida y realizada como un hecho aislado y local, sino como un gran aconteci- miento que inicia nuevas situaciones y nuevas relaciones en escala mundial. La irrupción de una América libre y soberana no puede alcanzarse sin ocasionar una modificación significativa de las relaciones políticas en escala mundial. Es dentro de esos parámetros y dimen- siones excepcionales que Bolívar actúa y piensa, y es esto, precisa- mente, lo que le da su significación y validez como guía y encarnación del espíritu de los pueblos americanos. Ese carácter y esos rasgos aparecen a lo largo de su vida en todos sus documentos. Su visión de la independencia es continental desde el primer momento. En esto coincide plenamente con su ilustre antecesor Miranda. No se trataba para ellos de obtener la independencia para algunas porciones del imperio español, sino de lograr que todo él tome 13
  • 9. SIMÓ N B O L ÍV A R conciencia de su identidad y su destino y asuma una soberanía global. Esto implica, desde luego, una forma de organización política y de metas de futuro que abarque todo el nuevo mundo. Desde la primera hora habla en nombre de América y no de Venezuela, y esboza con atrevimiento las formas de la integración política. Como lo dijo más de una vez “para nosotros la patria es la América”. Cabría preguntarse ahora cuál América y en qué forma? Era la suya una concepción que no excluía ninguna porción significativa de la América sojuzgada por las potencias europeas. Partía de lo inmediato que eran los pueblos que iban a integrar a Colombia: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, pero luego incluía, en muchas formas sucesivas de colaboración, todas las porciones del imperio. Cuando en 1825, tras la victoria final y definitiva de Ayacucho, llega a aquel centro mágico de poder y riqueza que era Potosí y acompañado por los representantes de Argentina, del Perú y de Chile sube al cerro de Plata, que fue el símbolo del poder colonial, y se asoma literalmente al panorama de la masa continental, siente y expresa aquella voluntad de integración que era la única que podía asegurar el futuro para tan vasta porción de humanidad y de tierra que por sus ojos vislumbraba el escenario de la historia universal. Es la hora en que convoca el Congreso que iba a reunir en Panamá a los representantes de toda la América para estable- cer las formas prácticas de su política, su defensa y su acción común ante el mundo. Basta hojear los documentos principales en los que está recogido su pensamiento para advertir la continuidad de su concepción de la comunidad de destino de la América Latina. Desde 1812, en Cartagena, apenas salido de la ruina del primer ensayo de república independiente en Venezuela, lanza un audaz manifiesto que no tiene otro objeto que alertar contra la engañosa creencia de que alguna porción del territorio americano pudiera lograr y conservar aisladamente su independencia. Mientras Venezuela no sea liberada, la independencia de la Nueva Granada estará amenazada, porque una fuerza organizada desde allí puede penetrar “desde las provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la América meridional”. Esa acción que él vislum- bra en tan vasta escala de parte de los enemigos de la libertad es precisamente la que él habrá de realizar en los largos y duros años de su acción política y guerrera. Desde entonces para él el teatro es uno solo: la América Latina, el objetivo igualmente uno: la independencia, y el instrumento privilegiado e insubstituible: la integración de esos pueblos en un cuerpo que garantice su unidad de presencia y acción ante el mundo. En aquel deslumbrador documento que es la carta que escribe en Jamaica, en 1815, “a un caballero de esta isla”, traza el cuadro más completo y audaz de su visión del destino americano. Su tema no es
  • 10. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO Venezuela sino ‘ país tan inmenso, variado y desconocido como el ún Nuevo Mundo”. Lo mira como una realidad de la geografía y de la historia, y se pregunta con impaciencia: “¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa?” Más adelante precisa: “Este cuadro representa una escala militar de 2 000 leguas de longitud y 900 de latitud en su mayor extensión, en que 16 000 000 de america- nos defienden sus derechos o están oprimidos.” Para él, es una necesidad histórica ineluctable que ha llegado y que está llamada a tener las mayores consecuencias en el futuro del mundo. Allí expresa el fondo de su pensamiento: el proyecto de la independen- cia americana es necesario, “porque el equilibrio del mundo así lo exige”. Allí está dicha la concepción fundamental. Ha llegado la hora de un nuevo equilibrio universal. La estructura imperial de dominaciones no puede continuar. Un nuevo orden, con las palabras mismas que usó Virgilio en su égloga profética, va a surgir. Es necesario que termine el imperio español para que surja un nuevo mundo real a dialogar en términos de equidad y derecho con los otros poderes de la tierra. Para Bolívar la denominación de “nuevo mundo” no tenía la significación restringida que le habían dado los viejos historiadores. No lo concebía como la parte más recientemente incorporada a un viejo mundo y a un viejo orden, sino como la ocasión providencial de realizar una nueva sociedad, que no repitiera los errores del viejo mundo y que iniciara una nueva era en las relaciones entre todas las naciones. Bolívar se convierte así no sólo en el profeta del nuevo mundo sino en el de un nuevo orden mundial. Ha sentido y expresado desde entonces que había llegado la hora no sólo de que surgieran nuevas naciones independientes sino de que su existencia misma determinara la creación de un nuevo sistema de relaciones. Con palabras que parecen brotadas de la lucha actual de las nuevas naciones de América Latina, Asia y Africa por alcanzar un nuevo orden de relaciones, en ese dramático diálogo entre el Norte y el Sur, en el gran proceso del surgimiento del tercer mundo, llegó a decir: “Hay otro equilibrio, el que nos importa a nosotros, el equilibrio del universo. Esta lucha no puede ser parcial de ningún modo, porque en ella se cruzan intereses inmensos esparcidos en todo el mundo. ” Con qué tono de actualidad viviente resuena en nuestros oídos esta voz. Su tema es la gran cuestión central que se debate con angustia en los grandes foros internacionales. A los dos siglos de su nacimiento, Simón Bolívar está en la primera fila del combate por la creación de un nuevo orden internacional. Así lo reconoció solemnemente la Unesco cuando en 1978, al través de sus organismos supremos de dirección, aprobó la creación del Premio Internacional Simón Bolívar “destinado
  • 11. SIMÓ N B O L ÍV A R a recompensar, cada dos años, a partir del 24 de julio de 1983, fecha del bicentenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, a la persona o personas que se hayan destacado mediante su acción, su obra de creación o una actividad particularmente meritoria en beneficio de la libertad, la independencia y la dignidad de los pueblos y el fortaleci- miento de la solidaridad entre las naciones, favoreciendo el desarrollo y facilitando el advenimiento de un nuevo orden económico internacio- nal, social y cultural”. Queda así plenamente justificada la publicación de estas páginas que recogen lo esencial del pensamiento del Libertador reconociendo, como lo expresó en la resolución correspondiente la Conferencia General de la Unesco, “en Simón Bolívar, por su obra, una gran figura mundial, precursora e inspiradora de los afanes de las nuevas naciones para asumir la plenitud de sus derechos”. Caracas, septiembre de 1982. 16
  • 12. “La libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del universo” BOLíVAR 1824
  • 13. José Luis Salcedo-Bastardo, venezolano nacido en 1926. Doctor en ciencias políticas de la Universidad Central de Venezuela; rector y profesor de sociología; senador (1959-1964); embajador en Ecuador, Brasil y Francia; presidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (1965-1966). Pertenece a las Academias de la Historia y de la Lengua. Fue ministro de la Secretaría de la Presidencia de la República (1976-1977) ; ministro de Estado para la Ciencia, la Tecnología y la Cultura (1976-1979). Autor, entre numerosos libros, de Visión y revisión de Bolívar (13 ediciones); Historia fundamental de Venezuela (9 ediciones); Bolívar, un continente y un destino (Premio Continental de la OEA, Premio Nacional de Literatura de Venezuela, 13 ediciones: francés, inglés, vasco, alemán y sueco); Un hombre diáfano-Vida de Simón Bolívar para los nuevos americanos; Andrés Bello americano; Crisol del americanismo; Bolívar hombre-cumbre. Es presidente del Comité Ejecu- tivo del Bicentenario de Simón Bolívar. Viajero por más de sesenta países, ha dictado conferencias en treinta naciones de cuatro continentes.
  • 14. INTRODUCCIÓ N José Luis Salcedo-Bastardo LA CONVERGENCIA ORIGINAL Comenzó desde el Asia, en épocas remotas, la migración matriz de los aborígenes del continente que será “América”. Cuando los primeros asiáticos atravesaron los hielos del estrecho de Behring, o franquearon el rosario de las Islas Aleutianas, regándose por las vacías soledades que a su paso se allanaban invitantes, estaban inaugurando el fascinante proceso de la creación de un mundo en el cual todos los pueblos y todas las culturas, a la postre, debían participar. Empezaba el hilo de un destino: un hogar para la familia del hombre. Una comunidad mestiza integral para servir a la esperanza. La posibilidad de un sueño de real y fraterna humanidad. La convivencia para la justicia, el trabajo, el amor y la vida, en la igualdad y la libertad. En este escenario pudo hallarse, y podrá quizá encontrarse alguna vez en el futuro, la más grande nación del mundo, más por la calidad espiritual intrínseca que por sus atributos materiales, y en cuyos hijos se encarna la efectiva sustancia histórica que Simón Bolívar, en 1815, resume definiendo: “Nosotros somos un pequeño género humano” [13)*. Pero, bien fuera por la radicación y adaptación de los vástagos del Asia en su nueva heredad, que los convierte en producto del hemisferio por ellos ganado, y hasta admitiendo la hipótesis sobre el autoctonismo del hombre “americano”, las similitudes somáticas y culturales con los asiáticos dan base para pensar que un primer mestizaje -cuando para Europa es el fin de la Edad Media- reuniría en el poblador indígena la presencia de dos continentes: Asia y América. Por lo demás, razones hay -incluso certificadas con la experiencia reciente de la balsa Kon- Tiki- por las cuales se puede aceptar que también Oceanía estuvo instalada en el ser americano. Si desde el Perú, aprovechando la *Los números entre corchetes corresponden a las piezas de esta antología. 19
  • 15. SIMÓ N BOLíVAR corriente de Humboldt, se consiguió llegar a la Polinesia, bien pudo hacerse el recorrido inverso. Habría, pues, en el indio “americano” la síntesis posible de Asia, América y Oceanía. Correspondió en 1492, a Cristóbal Colón, genio de la audacia, la gloria de completar e integrar el orbe. Acercó, a lo conocido, el hemisferio que permanecía en la penumbra de su aislamiento. El insigne navegante genovés, aunque no se equivocó sobre la redondez de la tierra, la creyó más pequeña. Emprendió la búsqueda de una ruta a Oriente, hacia la India, China, Japón.. . y, al tropezar con esta porción inesperada y desconocida del globo, dio pábulo al error de suponer “indios” a los habitantes del incógnito suelo. Para la Europa del siglo xv agotada en el estéril enquistamiento del feudalismo, el encuentro -o “ descubrimiento” de América - significó una formidable posibilidad de realización. Su obra mejor será el nuevo mundo, donde se siembra el antiguo gracias al esfuerzo y la presencia múltiple de España. Es precisamente Iberia la expresión máxima del mestizaje -confluencia y combinación, de cuerpo y espíritu- de las diferentes variedades del complejo euro-afro-asiático, Así, España aporta en su ser: íberos, ligures, celtas, romanos, vascos, griegos, germanos, visigodos, suevos, alanos. En ella viene, además, el Asia Menor: fenicios, judíos, musulmanes de Arabia; y el Africa: cartaginenses, pueblos de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, del Congo y el Níger, todos confundidos en el torrente mahometano derramado sobre la península para la estancia de ocho siglos. Por su parte, también el África, propiamente, ha de asistir a la gran convergen- cia transatlántica representada por sus vástagos bantús, sudaneses y yurubas, arrancados de su país por la ignominia de la esclavitud. Todas las razas, todos los continentes, todas las culturas confluye- ron a encontrarse, cruzarse y fundirse sobre la bella tierra que Colón saca a luz. La España emergente de la “reconquista” aceptó el súbito hallazgo de un universo nuevo donde imponer sus valores cristianos, como un reto magnífico a la altura de su optimismo, su coraje y sus ilusiones. Con la pujanza de su sangre múltiple y con el soberbio vigor y el empuje de un pueblo idealista en grado superlativo, España se consagró a hacer de la vasta heredad recién hallada otra Iberia, una Nueva España, una Castilla del Oro, nuevas Granada, León, Andalucía, Valencia, Extremadura, Barcelona, vale decir, otros yo. El sueño, acoplado a urgentes y prosaicas apetencias de riqueza, hasta vislum- braba un reino mítico y mágico de felicidad suprema: “El Dorado”. España dio todo lo que pudo para recrearse aquí. Trajo cuanto de bueno y positivo ella tenía, junto con lo de malo y negativo que también poseía: altos valores de una sociedad entonces de vanguardia, estrenando el potente instrumento político que era allá el absolutismo
  • 16. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO integrador sobre la obsoleta dispersión medieval, pero al lado de una promisoria cultura especulativa -presente en la lozana literatura caste- llana- también acarreó prejuicios y cerrazones fanáticas. TRES SIGLOS DE COLONIAJE España trasladó a la América sus esquemas institucionales en lo polí- tico, jurídico, económico, social y cultural, e inició su enorme faena. El 15 de noviembre de 1533, al clavar Francisco de Pizarro su pendón en el Templo del Sol, en el Cuzco -la ciudad santa de los incas en los Andes peruanos-, cerraba España la fulminante y cruenta empresa que en tres decenios completaba la conquista americana y abría la etapa de la colonización. Para “hacer” la América bastaron a la Madre Patria tres siglos. Alguna vez se “ hizo” más con tan poco y en más corto plazo? Es preciso entender que ni el territorio ni la población aborigen eran por si solos y propiamente América. No existía siquiera el “nombre”, ni tampoco había -para la aurora del siglo XVI- el “ hombre” El. nombre es fruto de un azar europeo: Florencia, por virtud de un hijo distinguido, Amerigo Vespucio, brinda el apelativo. Y el hombre americano surge de la fusión a la cual no es ajena ninguna de las partes del planeta. Asia, América, Oceanía, Europa, África, todas convergen a la síntesis que engendra al producto nuevo. Mas, si en un principio el sistema de la potencia conquistadora fue novedoso, el transcurrir de los tiempos sin la debida renovación lo fosiliza, y al fin de la centuria decimoctava es franca e irremediable- mente anacrónico. Trescientos años después del encuentro o “descubrimiento”, se torna inaceptable ese régimen que descansa sobre la negación de la libertad, sostenido y mantenido con medios y doctrina de opresión, que no conoce ni reconoce derechos ni garantías, en cuyo substrato campea la esclavitud y rigen hondas desigualdades, que predica y practica el aislamiento de las entidades coloniales componentes del imperio, y que esgrime temores y terrores para frenar la imaginación y contener las audacias del espíritu. No podía la América del siglo XVIII admitir pasivamente la pró- rroga de las viejas estructuras y del estilo superado, ya seco y reacciona- rio, que sin embargo -y es justo reconocerlo hoy- consiguió en el ayer logros que por su magnitud asombran. No es imputable a los titanes -fundadores y pioneros- del siglo XVI americano el que, con el decurso de los años, desgaste y anquilosis, semejante organismo al perder su savia se petrificara. 21
  • 17. SIMÓ N BOLíVAR Como sistema americano, para los umbrales del siglo XIX, el coloniaje estaba irremisiblemente agotado. La verdad fue que, desde un principio y en forma generalizada, el rechazo a la conquista se hizo patente en el hemisferio colombino. El aborigen opuso resistencia al hecho de fuerza que le cercenaba su albedrío y lo despojaba brutalmente del señorío de sus propias cosas. La incorporación de gente africana, traída contra su voluntad y dentro de la ignominia esclavista, añadió otro explosivo para el estallo, más adelante, de las bases del orden que los Borbones pretenderían perpetuo e inmutable. A la postre, el presentido “nuevo mundo” del principio no fue tal sino un mundo arcaico, insuficiente, retrógrado, opresivo e injusto. Los mestizos, y peor todavía los indios y negros, factores subalternos de la combinación, se hallaban preteridos, discriminados y marginados, en la tierra que los procreaba. Así, los individuos directamente genui- nos de América eran relegados por causa de una perspectiva inadmisible a la categoría de “parias” en su país propio y natural. La resistencia contra el despotismo absolutista se mantuvo, aunque los sistemas vernáculos de dominación sirvieron suicidamente para facilitar la instalación del dominio ibero. Contra tal fatalidad, todos los pueblos de América derramaron sangre generosa por la libertad. Esa es la historia. Sacrificios infinitos hubo, en todas partes, por la justicia y la igualdad. VANGUARDIA DEL CAMBIO Fue de precursores el siglo XVIII. El caraqueño Francisco de Miranda (1750-1816) es el primero. Fue el primer criollo universal; nunca antes un hombre nacido en este lado del Atlántico tuvo semejante y efectiva celebridad mundial: el Africa, donde se inició combatiendo contra el sultán de Marruecos, conoció su valor. Europa supo de sus hazañas: fue general divisionario de la revolución francesa, protagoniza brillantes acciones militares, recorre hasta las estepas caucásicas, memorable su paso por el Mediterráneo, Asia Menor, Escandinavia, Gran Bretaña. En la independencia de los Estados Unidos participa con honor. Por el Caribe: Cuba, las Bahamas, se desplaza en servicio responsable y sembrando luces. Pero su mérito mayor es la concepción de la unidad y de la revolución latinoamericanas. Desde 1781 fue avanzando en su definición de una patria que debía llamarse Colombia -en homenaje al descubridor-, cuyo límite septentrional sería el río Misisipí para concluir en el Cabo de Hornos. En el proyecto mirandino de la libertad para esa patria inmensa que hoy se llama América Latina (vasta suma de tres porciones: Hispano-América, más Brasil y el Caribe), él implicaba 22
  • 18. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO a Europa -con tal fin gestiona ayuda en Francia, Rusia e Inglaterra-, quiere la cooperación de los Estados Unidos, y en su programa alude al Asia y al Africa (cipayos de la India, bases en las islas Madeira, Mauricio y Reunión. . .) visualizando nuestro proceso dentro del contorno global. Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), del Perú, diseña un proyecto de amplitud, igualmente válido para toda América, en su célebre “Carta a los españoles americanos” que escrita en 1792 empezó a ser conocida en 1801. Su requisitoria contra las sustantivas injusticias del coloniaje es de una exactitud conmovedora. Sus críticas a la esclavitud y al aislacionismo, a la explotación humillante que se sufre en favor de una metrópoli desconsiderada son definitivamente convincen- tes. José Joaquim da Silva Xavier (1748-1792), el valeroso Tiradentes, paga con su vida, en el Brasil, la osadía de concebir un sistema justo para nuestros pueblos. Una república soberana, sin esclavitud, con escuelas para todos, comercio libre, protección social, autarquía econó- mica, era el tema plural de su apostolado. Vive en el alma de su pueblo. En tierras ecuatorianas, el adelantado es Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795). Mestizo de tres sangres. Culto en grado de excepción, también actúa y muere para la causa americana. Su noble bandera: la emancipación en paz, sin desgarramiento de los nexos hispánicos. En su horizonte ideológico hay un plan de convivencia entre los dos mundos, en términos de equidad. Antonio Nariño (1765-1823) es el heraldo de estas mismas aspira- ciones, en las comarcas de la actual Colombia, entonces Virreinato de Santa Fe o Nueva Granada. Dueño de vasta cultura, tradujo el texto francés de los Derechos del Hombre. Castigado con severidad, alcanzó sin embargo a ver triunfante el movimiento de la independencia que decididamente él animara en su embrión. Con todos ellos se cruzan en la historia, los nombres de adalides valientes a los cuales no arredraron las amenazas, ni la persecución, ni los peligros ni la muerte. Atahualpa, Cuauhtémoc, Guaicaipuro, Lau- taro, Hatuey, Andrea de Ledesma, Túpac Amaru, Chirinos, Picornell, España, Gual, Galán. . . Para el liderazgo vencedor falta la personalidad-síntesis. Cuando despunta el siglo XIX aún no ha surgido el hombre de acción y el intelectual, en una sola pieza. Para entonces América está madura, el reto vuelve a ser, esta vez más imperioso y necesario: edificar un mundo nuevo, efectiva y sinceramente, en el nuevo mundo. 23
  • 19. SIMÓ N BOLíVAR LOS BOLÍVAR EN VENEZUELA La familia Bolívar se establece en Venezuela desde 1589; oriunda de Vizcaya, llega a tierra firme desde la isla de Santo Domingo. En doscientos años, estos vascos de Iberia se hacen americanos, llegando a la larga a coincidir, en la identificación, con el medio que compone material y psicológicamente al indígena: la luz, la tierra, sus sales, el agua, los frutos, los alimentos. Una dama de incomún belleza morena (doña María Josefa Marín de Narváez) trae la aportación del Africa a la esencia humana de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad de Bolívar y Palacios (Simón Bolívar), quien nace en Caracas el 24 de julio de 1783. El es fiel expresión de la suma de pueblos que es el pueblo suyo. Aplicará su inteligencia en la indagación de nuestra identidad, y habrá de anotar: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la oposición de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado” [13]. La perplejidad y el desconcierto al respecto son explicables: “La mayor parte del indígena se ha aniquilado, y el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo” [24]. La obvia conclusión: “Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos” [24]. Con exactitud y con justicia, Bolívar valoriza la presencia del Africa en el ser americano, donde ella se encuentra doblemente: “Nues- tro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, más bien es un compuesto de Africa y de América que una emanación de la Europa, pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter” [24]. Adviértase que en todo caso, para el pensamiento bolivariano, lo real, positivo y promisorio es la mezcla abierta hacia una justa verdad mejor. “Yo considero a la América en crisálida; habrá una metamorfo- sis en la existencia fisica de sus habitantes; al fin habrá una nueva casta de todas las castas, que producirá la homogeneidad del pueblo.” El carácter de Bolívar se templó en la adversidad. La muerte y la suerte lo golpearon con dureza. A los dos años y medio perdió a su padre; a los nueve murió la madre. En la orfandad, pasó a depender de tutores y familiares que quisieron, no siempre con éxito, aliviar su infortunio. El primer testimonio escrito que existe de palabras de Bolívar data 24
  • 20. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO de los doce años. Es curioso que ellas versen sobre lo que habrán de ser, por siempre, sus temas favoritos: el desinterés y la libertad. Dijo el niño: “Que los tribunales bien podrían disponer de sus bienes, y hacer de ellos lo que quisiesen mas no de su persona; y que si los esclavos tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado.” Sobre esto, el tutor -como hablando por el viejo régimen- adelantó un comentario que resulta de patética clarividencia. En lo dicho por el pupilo ve “la gravedad y altanería de unas producciones que hacen estremecer [. . .] ideas las más impolíticas y erróneas [. . .] máxima es ésta que, si tomase cuerpo y se hiciese persuasible, trastor- naría nuestra monarquía y causaría en ella los más funestos estragos”. Don Simón Rodríguez fue, de sus maestros, el más trascendente y el más amado. Rodríguez prepara en Bolívar un alma independiente, le inculca los sentimientos de su excelencia heroica. Bolívar lo reconocerá de modo expreso: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló” [56]. Tenía dieciséis años el mozo Bolívar cuando hizo su primer viaje fuera de Venezuela. Iba rumbo a España; el navío dio un largo rodeo por el Caribe. Fondeó en Veracruz; hubo tiempo holgado para que el adolescente caraqueño pudiera visitar la monumental ciudad de México. Ahí, por sus vinculaciones sociales, tuvo acceso a las tertulias de la corte local. Cierto día, el virrey don Miguel José de Azanza inquirió noticias sobre los sucesos de Venezuela, donde poco antes había sido debelada una conspiración. Simón Bolívar ratificó al instante su convic- ción libertadora en agraz; sin inmutarse manifestó su simpatía hacia los heroicos complotados y censuró acremente al régimen absolutista que los inmolaba. De esta ocurrencia, a Bolívar le complacería evocar años más tarde: “Yo he olvidado completamente las palabras, pero recuerdo que defendí sin desconcertarme los derechos de la independencia de América. ” LA FORJA DEL ESPÍRITU La personalidad intelectual de Simón Bolívar se elaboró en Madrid. Allí residió tres anos y medio. Estudió matemáticas en la Academia de San Fernando. Cursó, bajo la dirección del sabio marqués de Uztáriz, idiomas modernos (llegaría a hablar francés e italiano, y a comprender bastante bien el inglés). Dentro de los círculos distinguidos de aquella capital hizo vida social activa. En su trienio europeo, Bolívar se convirtió en ávido lector. La pasión por la lectura lo acompañaría la vida entera. En cuanto a su 25
  • 21. SIMÓ N BOLíVAR formación, él habría de subrayar que mucho había estudiado a “Locke, Condillac, Buffon, D’ Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filan- gieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así filosofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia, y gran parte de los ingleses”. Respecto a su carácter intelectual, él mismo da una síntesis: “No soy difuso. Soy precipitado, descuidado e impaciente. Multiplico las ideas en muy pocas palabras.” Del Bolívar adulto se dice que tenía una excesiva movilidad del cuerpo. Por rareza se mantenía dos minutos en la misma posición. Al hablar miraba al suelo o inclinaba los ojos; cuando el asunto le interesaba ponía fija la vista en su interlocutor. Su cuerpo era el de un hombre enjuto; medía un metro y sesentisiete centímetros de estatura. Su voz era aguda. Su complexión fuerte. Era muy ágil. Poseía una gran resistencia a la fatiga. Todavía sin cumplir diecinueve años, contrajo matrimonio en Madrid con una gentil prima suya, María Teresa Rodríguez del Toro, de veinte años. Los flamantes esposos emprendieron el regreso a Venezuela. En la hacienda de San Mateo la grácil madrileña enfermó de paludismo y murió luego en Caracas. Ocho meses duró la felicidad conyugal. Para distraerse y olvidar el cataclismo que constituye esta muerte, Bolívar se embarca hacia Europa. Su fortuna de varios millones le permite un dispendio en esta gira que es como el deambular de un peregrino aturdido. No hay ninguna duda de que la viudez lo marca. Será éste el gran acontecimiento de su vida personal, El hablará en 1828, a Luis Peru de Lacroix, sobre la trascendencia de esta pena: “Si no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo [. . .] Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa [. . .] La muerte de mi mujer me puso muy temprano sobre el camino de la política; me hizo seguir después el carro de Marte en lugar de seguir el arado de Ceres; vean, pues, si ha influido o no sobre mi suerte.” En medio de su desastre sentimental, Bolívar se reencuentra en París con su maestro don Simón Rodríguez. Al frustrado aristócrata de Caracas, su preceptor le devuelve la fe de vivir. Juntos emprenden un viaje sin programa estricto. Francia, Suiza, Italia. Principalmente a pie, recorren caminos y ciudades. Paseantes de la campiña francesa, cruzan los Alpes, Piamonte, Lombardía, Toscana, Umbría, en una continua y nómada aula sabia. Nunca como en esta excursión se había compene- trado tan afirmativa y hondamente este binomio existencial: el maestro, 26
  • 22. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO que muy poco ignora, tiene sintonía perfecta con su joven contertulio tan despierto. ELECCIÓ N DEL DESTINO Veintiún años tenía Simón Bolívar. En París escogió el rumbo de su vida. Dos encuentros diferentes -más el que tiene con Rodríguez-, uno cordialmente próximo y otro a forzosa pero cálida distancia, dejan huella imborrable en su resolución. Fue el primero con el barón Alejandro de Humboldt recién venido de América. Hablan de todas las cosas. Abordan el tema político. Humboldt, que no sólo ha visto y examinado “la naturaleza” del nuevo continente sino la sociedad que lo habita, está convencido de que un cambio puede ocurrir pronto en ella. Bolívar inquiere la opinión del sabio germano sobre la independencia: éste la siente próxima, pero confiesa que no divisa al hombre capaz de realizarla. La conversación con Humboldt estimula al joven americano, y prende en él un germen que no tarda en definirse de manera inequívoca. A cielo abierto y en el contagio multitudinario, es el otro encuen- tro: con Napoleón. El corso está en el ápice del poder y de la fama. Bolívar presencia la coronación, el hecho en sí le impresiona poco, al fondo de su alma lo impacta la aclamación jubilosa que recibe Bona- parte de la inmensa y delirante muchedumbre. “Aquel acto o función magnífica me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular excitado por las glorias, las heroicas hazañas de Napoleón, vitoreado, en aquel momento, por más de un millón de individuos, me pareció ser, para el que obtenía aquellos sentimientos, el último grado de aspiración, el último deseo como la última ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón en la cabeza la miré como una cosa miserable y de estilo gótico: lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que cabría al que lo libertase.” Bolívar sale de París ya motivado sobre su destino. Rodríguez le apuntala su convicción y lo alienta en la perseverancia sobre la resolu- ción tomada. En Italia culmina, al año siguiente, el viaje de los Simones. En Roma se da otro paso de enorme alcance para esta carrera prodigiosa. Una sofocante tarde de agosto salen en procura del aire fresco de las vecindades; van el discípulo, su preceptor y el amigo Fernando Toro;
  • 23. SIMÓ N B O L ÍV A R suben a una suave colina. Es el Monte Aventino. La inspiración se desata en Bolívar, todo bulle y se agita en su espíritu inquieto: los episodios de Caracas y México, los alegatos ingenuos sobre la libertad que el niño suponía en los esclavos, la balbuciente solidaridad con los mártires de la intentona revolucionaria caraqueña, la constante palabra iluminada de Rodríguez, el espectáculo de París en una sola y múltiple ovación en tomo a su líder, el acicate de Humboldt. El incitante juego de contrastes de la historia de Roma, desfila en su evocación. Todo de repente cuaja en una promesa solemne: ‘ Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español” [l). Durante su regreso a Venezuela, permanece Bolívar por varios meses en los Estados Unidos. Cuál su impresión? El contesta: “Por primera vez en mi vida vi la libertad racional.” Otro motivo y un argumento poderoso para afirmar la resolución tomada. A medida que el personaje se define y madura, la escena caraqueña también cambia. Los señores de la capital venezolana adelantan maqui- naciones separatistas para tomar el poder político, único que les falta -pues ya tienen el económico, social y cultural- para el predominio completo. El desquiciamiento de la Corona de España que se origina con Napoleón va a convertirse en detonante de la explosión revolucio- naria. Un rey como Carlos IV no era precisamente el hombre para enfrentar la honda crisis que se avecinaba. El cetro se desplaza hacia Fernando VII, y los malabarismos políticos concluyen con José Bona- parte monarca de España. La “ Cuadra Bolívar” -casa de recreo de los hermanos Juan Vicente y Simón- sirve para los conciliábulos conspirativos a favor de una junta o congreso criollo que eventualmente substituya a las autori- dades coloniales. Lo que en otro tiempo hubiera bastado para una condena ejemplarizante, y hasta para la pena máxima, ahora recibe apenas una leve sanción disciplinaria de confinamiento lejos de la ciudad. EMPIEZA EL PROCESO El jueves santo 19 de abril de 1810, por acatamiento a la medida policial, Bolívar no estaba en Caracas. Ese día revienta la revolución. Los venezolanos suben, por fin, al mando ejecutivo. El Cabildo de Caracas motoriza el acontecimiento: son depuestos el gobernador y capitán general, el intendente de ejército y real hacienda, el auditor de guerra, asesor general de gobierno y teniente gobernador, el presidente y los miembros de la Audiencia. Para no alarmar a las masas que siguen 28
  • 24. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO fieles al rey -éste preferible para ellas en vez de los presuntuosos caballeros de la oligarquía local-el gobierno que se instala ese día adopta una denominación complaciente y eufemística: “Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII”. El objetivo final es la independencia, pero la prudencia recomienda evitar los escollos de otras veces cuando se actuó con ligera franqueza. En esta ocasión el ardid cauteloso da resultado. Los criollos ascienden al poder con el apoyo de los sectores populares, éstos consecuentes promonarquistas. Cuatro misiones diplomáticas envía la Junta Suprema al exterior: Juan Vicente Bolívar y Telésforo de Orea van a los Estados Unidos. Para Londres salen Simón Bolívar -flamante coronel- y Luis López Méndez, los acompaña Andrés Bello. A las Antillas los competentes Vicente Salias y Mariano Montilla. A Nueva Granada marchará José Cortés Madariaga. En la capital británica tiene lugar el encuentro de los tres hijos principales de Caracas, los cuales habrán de ser también los tres personajes cumbres de América: Miranda, Bolívar y Bello. De este viaje queda, en Londres, la publicación por primera vez del pensa- miento integracionista de Bolívar: la idea de la unidad americana aprendida en Miranda. Aparece en el Morning Chronicle el 5 de septiem- bre de 1810. Tres días después, el mismo Bolívar suscribe un franco pronunciamiento revolucionario, incitando a la Junta Suprema de Caracas a romper con la Corona hispana: “Estamos comprometidos a presencia del universo, y sin desacreditarnos para siempre, no podemos desviamos un punto del sendero glorioso que hemos abierto a la América [. . .] Nos empeñamos en producir la emancipación general. Nuestras medidas llevadas adelante con tesón y firmeza, deben apresu- rarla infaliblemente” [2]. De entonces hay otro testimonio muy revelador sobre la naciente personalidad bolivariana; es el que brinda Joseph Lancaster -presti- gioso pedagogo inglés- quien en 1824 recordará que “en la casa del general Miranda, en Grafton Street, Piccadilly, Londres, hacia el 26 o 27 de septiembre de 1810”, mostró Bolívar “un interés tan vivo y poderoso” por la educación. Igualmente, de ese paso por la Gran Bretaña, está documentado un contacto con los inventores de un nuevo sistema de guerra y fortificación: los señores Holmes y Atkins. De ese modo quedan datadas, con fechas ciertas, su política de unidad y política de cultura, su política de paz y política de guerra. Conducido expertamente por Miranda -precursor, maestro sexagena- rio- en la hora oportuna y el ambiente favorable, el joven Bolívar de veintisiete años nace a la historia en grande, a las macro-perspectivas del mundo. Bolívar vuelve a Caracas y, en seguida, lo hace también Miranda. 29
  • 25. SIMÓ N B O L ÍV A R Este regresa a tiempo para ser elegido diputado al Primer Congreso de Venezuela, que el 5 de julio de 1811 declara con solemnidad la independencia. A Bolívar no le interesó la tarea parlamentaria [3]. Miranda, marginado en principio, asciende al primer plano cuando, frente a la crisis por la reacción armada contra el nuevo gobierno, se le otorgan desesperadamente poderes como “dictador”. La desorganiza- ción y el desconcierto cunden. Nada pudo hacer el afamado prócer, la República se derrumba. Dificultosamente consiguió Bolívar escapar al extranjero. Tras una breve escala en Curazao, emprende el doloroso curso de su primer exilio. En éste va a demostrar el temple de su personalidad. Es el derrotado invencible, indoblegable, recio y tenaz. Nunca pasa por su mente abandonar el combate, cualesquiera sean las circunstancias. DE NUEVO A LA CARGA Desde Cartagena, en “Manifiesto” [4] denso y razonado, él explica los infaustos sucesos de Caracas. El denodado combatiente se muestra ahora como agudo observador político, analista de situaciones comple- jas que pocos alcanzan a penetrar con la clarividencia suya. Ratificando su convicción integracionista, siempre a favor de la unión, invita a los neogranadinos a no ser indiferentes a la suerte de sus hermanos de Venezuela. Logra su propósito, y entrando a su patria por el occidente, de triunfo en triunfo -en la Campaña Admirable- llega el otrora fugi- tivo de Caracas a su ciudad que lo aclama. Trae consigo la fresca gloria de su título: Libertador. Así lo bautizó Mérida, y luego, por Venezuela entera, lo confirma Caracas. Gracias a los éxitos militares de esta serie victoriosa se instaura la Segunda República. En su camino, al pasar por Trujillo, tuvo Bolívar la inspiración de una tremenda decisión: proclamar la guerra a muerte [5]. Él buscaba definir claramente los bandos, y que supieran los enemigos de la libertad que su suerte entre los patriotas sería igual a la que ellos les daban [7]. En su furor, él promete el exterminio incluso a los indife- rentes españoles y canarios, y asegura la vida a los americanos así fueran culpables. En el deseo de los grupos dirigentes de la clase social superior del país (“criollos”) no hay, en verdad, otra meta que la ruptura de la sumisión política a la metrópoli; sobre esto fue elocuente la experiencia de 1810-1812. La revolución no entraba más allá de la superficialidad política. Nada concreto a favor del pueblo, nada tangible contra la esclavitud ni respecto a la distribución de las tierras. Todo se reducía a declaraciones sobre la libertad y la justicia. Así los criollos perfeccio- 30
  • 26. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO narían su prepotencia alcanzando el derecho a gobernarse y, más aún, a gobernar, facultad para hacer la ley, acceso a las magistraturas supe- riores del naciente Estado. Fue un error la guerra a muerte, en cuanto los resultados no correspondieron a la expectativa. Las filas del rey continuaron nutridas por gente del país. Los sectores más pobres y humildes de la sociedad, especialmente los “llaneros”, acaudillados por José Tomás Boves, darían pronto otro golpe mortal a la revolución. Una vez más, el terror demostró ser infecundo. El rey o su nombre -con el apoyo de la Iglesia, a él sometida en virtud del derecho de patronato eclesiástico- gozaba de una excelente imagen muy contrastante con las antipatías que suscitaban los oligarcas locales. El pueblo no era lerdo, escogía a sabiendas, lo guiaban su instinto y la razón de su conveniencia: en el rey encontraba más comprensión y amparo, lo sentía más benévolo. Por huir de Boves, dueño de la situación, desde Caracas sale un día una romería despavorida. Bolívar marcha con ellos. Es la “Emigración a Oriente”. Van regando cadáveres en jornadas agotadoras y por rutas penosas e intransitables. Es el fin, otra vez. Bolívar llega al puerto de Carúpano, de donde irá para su segundo exilio. Todo parece aniquilarse, pero hay una fe que no muere. El signo de este líder es, precisamente, el de ser persistente en la lucha. El se crece en la derrota. Justo en Carúpano forja uno de sus lemas: “Dios concede la victoria a la constancia” [ll]. Cuando se salva en esta oportunidad, Bolívar hace una comproba- ción, ahora nítida en su pensamiento como nunca antes. La opinión pública está ganada por los realistas: el pueblo -caudal y masas decisivas- no siente suya la revolución, no la defiende ni le interesa. La combate. La lucha que se libra es “civil” en cuanto que la contienda es entre hermanos; la fuerza “extranjera” (española peninsular) es mínima en Venezuela. Todavía no llega de Europa el “ejército” propiamente digno de tal nombre que de España irá el año siguiente con el general Pablo Morillo. En el Manifiesto de Carúpano resalta un compromiso -es la voz de la tenacidad convencida-: “Yo os juro, amados compatriotas, que este augusto título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a arrancar las cadenas, no será vano. Yo os juro que libertador o muerto, mereceré siempre el honor que me habéis hecho; sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir hasta volver segundamente a libertaros” [ll]. La existencia del desterrado indomable transcurre desdichada por las Antillas. Sólo por una casualidad no cayó, en Jamaica, a manos de un asesino pagado. Parecieran cerrarse todas las puertas. Pero en esa inacción, aprovecha para meditar. Bolívar reflexiona sobre el porvenir
  • 27. SIMÓ N B O L ÍV A R y sobre América. Así surge otro de sus documentos fundamentales: la Carta de Jamaica [13]. Fue la respuesta a un caballero inglés, Henry Cullen, que pide al Libertador sus impresiones sobre la circunstancia contemporánea. Otra vez el genio globaliza -basado en buena parte sobre informes, estudios e intuiciones, pues le falta aún la vivencia directa que pronto tendría- sobre el complejo y unitario mundo latinoamericano. Bolívar se atreve a juicios y a predicciones cuya exactitud la posteridad certifica con admiración y asombro. Firme y nítida resplandece en la Carta de Jamaica la concepción continental. Señálame allí los motivos de la unión: la lengua en primer rango, la religión, las costumbres, la historia, los sufrimientos y esperanzas. Allí se apuntan los obstáculos: distancias enormes, carac- teres variados, intereses localistas. En la evaluación de unos y otros, lo afirmativo vence, y el sentimiento americano gana en el balance. Allí pensó Bolívar en la más grande nación -sobre treinta mi- llones de kilómetros cuadrados-, que alguna vez podría formar la América Latina. Relámpago de Miranda. Recuérdese que los Estados Unidos eran entonces una faja noratlántica de trece colonias que en su designio expansivo ya alcanzaban al río Misisipí indicado por el Precur- sor como frontera septentrional de “Colombia” -como éste llamaba a la otra y mayor América-. El Canadá era a la sazón un gélido vacío de bosques y lagos. Sobre la demarcación de ese ámbito precisado por Miranda, discurre el pensamiento de Bolívar: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria” [13]. Queda allí la indicación textual que apunta a la historia -libertad y gloria- como base de la grandeza. No era la superficie lo que importaba. Era el nuevo pensamiento, la posibilidad concreta de igualdad y justicia, la solidaridad que confiere fortaleza, la moral y la cultura que elevan a las sociedades, los valores supremos de la educación, las ciencias, las artes y las letras.. . En su meditar de Jamaica -plasmado en más de un escrito esencial [14, 15]- consiguió Bolívar, al fin, una explicación real y constructiva, breve y exacta, sobre los vanos esfuerzos desplegados en pro de incorporar al pueblo a la causa nueva. Y su diagnóstico fue: “Los independientes no habían ofrecido la libertad absoluta, como lo hicie- ron las guerrillas españolas.” De ahí, él se hizo una resolución: la próxima vez será distinto! 32
  • 28. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO TERCERA Y DEFINITIVA ACOMETIDA Haití se convierte a finales de 1815, cuando en las posesiones inglesas se cierran las posibilidades de ayuda a la revolución, en la postrera esperanza. No se equivocó el Libertador. En el magnánimo Alejandro Petion, presidente de la acogedora nación caribeña, consiguió Bolívar comprensión y afecto [16]. Con el apoyo total -personal y económico- del almirante Luis Brion y del espléndido hombre de negocios Robert Sutherland, reconstruye el héroe de Caracas su maquinaria para la libertad. El gobierno haitiano es pobre, pero la ayuda es generosa: ocho goletas, armamento bastante, recursos de la más diversa índole, y sobre todo aliento moral para la perseverancia en la causa del bien. Bolívar sale de Los Cayos de San Luis con su expedición redentora. Tan pronto llega a Margarita -isla aguerrida del oriente venezolano- anuncia su nueva política de apertura hacia los horizontes que interesan al pueblo: terminará la esclavitud. En Carúpano, de cuya rada saliera a la odisea de este segundo exilio que ahora concluye, Bolívar decreta la sustancial reforma: “la libertad absoluta de los esclavos que han gemido bajo el yugo español en los tres siglos pasados” [17]. “De aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos.” Otro colapso sobreviene luego inesperadamente. Cuando él se aprestaba a anunciar los pasos complementarios del nuevo esquema de la revolución, ocurre en julio de 1816 el desastre de Ocumare. Será el exilio tercero. Se iba a dar un pistoletazo, resuelto a no dejarse capturar, cuando el haitiano Juan Bautista Bideau lo rescata de la playa. A dónde ir? A cualquier parte -“ hasta el polo” donde pueda - conseguir los medios para reemprender la lucha. De nuevo en Haití, no se atreve Bolívar a pedir más a quien con tanta largueza lo auxilió hace poco. Apenas se atrevería a implorar el mínimo auxilio para trasladarse a otros sitios con más holgados recur- sos, para gestionar en ellos lo que necesita. Petion se sublima en la grandeza de su bondad hacia el infeliz combatiente, y así le dice: “Si la fortuna se ha reído de usted por dos veces, quizá le sonría en la tercera oportunidad. Yo, por lo menos, tengo ese presentimiento, y si algo puedo hacer para mitigar su pesar y su dolor, cuente con todo lo que esté al alcance de mis posibilidades. Dése prisa y venga a esta ciudad. Deliberaremos juntos.” Gracias al acuerdo de Puerto Príncipe, zarpará de Jacmel la expedición definitiva. Bolívar enaltece a Petion ante los siglos: “Mi reconocimiento no tiene límites. En el fondo de mi corazón, digo que V.E. es el primero de los 33
  • 29. SIMÓ N BOLíVAR bienhechores de la tierra! Un día la América proclamará a V.E. su libertador. ” El igualitarismo es ratificado por Bolívar al arribar a Venezuela. La esclavitud debe ser abolida. Ya el pueblo comienza a entender y querer la revolución. Ya no será sólo abstracciones ni fórmulas jurídicas que el común de las gentes no logra comprender: constitución, estado, poderes, leyes, república. Ahora, el tema palpitante es la igualdad: todos hermanos e iguales. Y a semejante proyección social no tarda en sumarse la revolución económica, que el propio pueblo ha determi- nado: tierras, y justicia en el disfrute de los bienes nacionales. José Antonio Páez, un caudillo enérgico, ha conseguido en estos años adversos, atraerse a las mismas masas llaneras que acompañaron a Boves, el azote de los patriotas. El cambio se opera porque Páez, que es uno de los llaneros y los conoce bien, les ofrece la entrega de las fincas y la garantía de libre pastoreo en las sabanas. Fue así como el peso de los llanos se tomó a favor de la causa republicana. El ofrecimiento de las tierras fue la única condición que Páez puso a Bolívar para acatar su autoridad. El Libertador aceptó, y desde entonces incorpora la idea de la justicia agraria a las prioridades de su revolucionarismo integral. Ya están definidos los elementos del programa revolucionario. El viejo orden que se formó en trescientos años era pleno y armónico, dentro de su carácter obsoleto: En lo político su base era el absolutismo de la monarquía borbónica, el sistema colonial, dependiente y opresivo, sin libertad, sin derechos ni garantías. En lo social, la desigualdad era la regla: esclavitud y privilegios; clases, estamentos y castas, y diferencias múltiples. En lo económico: injusticia en la distribución de los bienes; un pequeño sector prepotente, y la mayoría desprovista de lo elemental. En lo jurídico: un panorama de muchas circunscripciones y separaciones en América, el aislamiento, la desconfianza y los recelos como norma en pro de individualismos egoístas. En lo cultural: atraso y más atraso; el espíritu encadenado. REVOLUCIÓ N ORGÁNICA Y COHERENTE Simón Bolívar no inventó stricto sensu uno por uno los elementos que ensambló en su vasta estructura de cambios y progreso con el cual se substituiría el viejo orden. Produjo parte considerable de los mismos, a la vez que recogió una herencia rica y llena de sustancia histórica. Hasta él llegaba una robusta tradición, definida en centurias de sueños poster- gados. Su acierto y su valor residen en dar organicidad a todo eso, dentro de un orden vivo, sincero y funcional. Don Simón Rodríguez puntuali- 34
  • 30. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO zaba, con tino, que Bolívar “dio a la América muchas ideas suyas; y de las ajenas propagó las más propias para hacer pueblos libres, con los elementos de la esclavitud”. Para Venezuela -con destino a América y al mundo- ya en 1819 está claro el orgánico y coherente programa de la revolución. Es una empresa que opera en cinco campos por la felicidad sustancial de nuestra América. En lo político procura la independencia, la emancipa- ción o autonomía; establecer una democracia, república constitucional, representativa, alternativa y popular. La libertad será el valor cumbre: “único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres” [12, 9, 49). En lo social se tiende al imperio de la igualdad absoluta -“ley de las leyes”-, abolición de la esclavitud [17, 31, 39), derogatoria de los privilegios, eliminación de toda suerte de barreras y divisiones entre los ciudadanos. En lo económico, la meta es clara: justicia en el reparto de os bienes nacionales [20, 77), p rimordialmente tierras, además, nacio- nalización de la riqueza minera [96]. En lo jurídico -señaladamente dentro de la esfera del derecho internacional- todo se cifra en la unidad de América Latina; unión efectiva y auténtica de nuestras patrias en un haz vigoroso, fuerte y triunfal [62]. Desde una patria así vertebrada se miraba al universo en términos de equilibrio y de justicia para todos los continentes. Es la idea central de la integración sirviendo a la paz del mundo. “La esperanza del universo.” En lo cultural, ese programa plural culmina en un empeño magno por la educación. Moral y luces, a juicio de Bolívar, son “nuestras primeras necesidades” [24]. Piensa que “el primer deber del gobierno es dar educación al pueblo” [76]. En 1817, la toma de Guayana, al sur del Orinoco, proporcionó a la república, que nacía por tercera vez, la plataforma práctica que se requería. La ciudad de Angostura fue la sede del gobierno. En esta ocasión, con más éxito que en los años de 1810, 1813 e incluso 1816, se plantaría para siempre el árbol perenne de la libertad sudamericana -hoy, latinoamericana-. El hecho debía repercutir en gloria y ven- tura para la humanidad, porque si de la libertad de América estaba pendiente el mundo, de la libertad de Venezuela dependía la suerte de la revolución en el hemisferio. El alumbramiento de la patria definitiva tiene lugar a orillas del Orinoco; nace ya veterana en vicisitudes, consciente, experta y diáfana en sus objetivos. El río sirve de valla protectora a la capital. La provincia guayanesa que, hasta entonces, permaneció a salvo de la destrucción, contiene todos los recursos: gente, ganado, oro, abasteci- miento, frutos exportables, posibilidades de comercio. El Poder Ejecutivo se radica en Angostura: la Presidencia de la República con las secretarías, entre ellas la muy importante de las relaciones exteriores. También se instala allí la Corte de Justicia, cabeza del Poder Judicial, y un Consejo de Estado que llenará interinamente la 35
  • 31. SIMÓ N BOLíVAR función legislativa. Por si fuera poco, para redondear el genuino estado de derecho y de cultura, Bolívar funda el periódico de la patria redimida: el Correo del Orinoco. Hacia el Río de la Plata sale, desde Angostura, la nota hermosa, fraterna y cordial: “ Cuando el triunfo de la armas de Venezuela complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favora- bles nos permitan comunicaciones más frecuentes, y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos, con el más vivo interés, a entablar, por nuestra parte, el pacto americano, que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas. La América así unida, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones, y la madre de las repúblicas. Una sola debe ser la patria de todos los americanos” [22]. La línea está tendida entre los extremos sudamericanos: una misma causa, un mismo sentimiento, una sola actitud. El anhelo bolivariano de la estabilidad y de la superación política se colma, en febrero de 1819, con la apertura del Congreso. Bolívar pronuncia ante ese cuerpo su discurso, la pieza más importante, y más extensa, de todas las producidas por su inteligencia [24]. Saluda a la representación nacional que confiere legitimidad a su mando y a todas las instituciones. Entrega como guía un proyecto de Constitución; glosa el esquema jurídico-político que propone; exhibe su cultura, demuestra su madurez y sagacidad. Y finalmente, para articular el pasado con el presente y el futuro, ofrece una especie de memoria de lo actuado, con especial insistencia sobre aquello que del pretérito reciente debe ser salvado para lo venidero. Bolívar es enfático sobre el reparto de tierras, que suplica como premio a sus servicios, y sobre la abolición de la esclavitud, que él ímplora, como imploraría su vida y la vida de la república. Además, recuerda el compromiso de Venezuela con sus benefactores: la deuda nacional; instituye la Orden de los Libertadores; reafirma la decisión de patria o muerte, como una irrevocable toma de conciencia. El discurso de Angostura es el más trascendental, profundo, denso y bien escrito, de los documentos bolivarianos. Prosiguiendo su deber, Bolívar cruza los Andes. Cuando no lo esperaban, y por el sitio donde nadie hubiera imaginado que él lo haría, atraviesa con sus soldados del llano caliente las heladas cumbres. El fruto de tamaña osadía es la libertad de la Nueva Granada por la batalla de Boyacá. 36
  • 32. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO PROYECCIÓ N CONTINENTAL El triunfo neogranadino robustece el propósito de Simón Bolívar de empezar la materialización de la unidad. Al Congreso de Angostura pide la ley constitutiva de Colombia [28], Venezuela se asocia a Nueva Granada bajo un nombre nuevo: un nombre de “justicia y gratitud”, no de azar. Honra al descubridor, padre y creador del nuevo mundo: Colón. El Libertador concebía a Colombia como núcleo de la unidad, motor para impulsar la integración [29]. Del prestigio de esta república es buen índice que pronto logre las incorporaciones de Quito, Panamá y Guayaquil. Y que a corto plazo se manifieste una disposición de igual afinidad, y de entusiasta solidaridad, en Santo Domingo y Costa Rica. Los dominicanos y costarricenses exteriorizaron el voto de sumarse a la empresa política bolivariana -la Gran Colombia- a través de dos líderes: José Núñez de Cáceres y Rafael Francisco Osejo, respectiva- mente, pedagogos y paradigmas ambos de una conciencia americanista de dilatadas miras. Otros dos países de la comunidad hispanoamericana, Cuba y Puerto Rico, figurarían en la previsión del Libertador. “No son america- nos estos insulares? NO son vejados.? NO desean su bienestar?” [13] había preguntado él en la Carta de Jamaica. Planes concretos serían hechos para la liberación de estas islas que a la postre completarían la decena de pueblos que ya en vísperas del siglo XXI deben estimarse incuestionablemente bolivarianos: Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela. Quería el Libertador que su Colombia fuera -y en cierto modo lo fue- la primera nación de su hora. La más avanzada. La primera en un orden categórico de calidad política. La primera en la posesión del más fornido y compacto conjunto de metas para la dignificación del hom- bre, para la efectivación de la justicia, la igualdad, la libertad y la democracia. Ni en Europa ni en otros continentes existía una nación que, en tales aspectos, aventajara a Colombia. Los Estados Unidos abocados a su soberbio desarrollo industrial, y disfrutando un alto grado de estabilidad y de libertad civil, padecían, sin embargo, el cáncer de la esclavitud y de los odios raciales. Sólo Colombia ofrecía en aquella época, conjuntamente, libertad, democracia, justicia, igualdad, unidad y cultura. Era al fin y en síntesis, el triunfo de la mente lógica que, fundada en la formación matemática de su mocedad madrileña, se hizo esclarecida y jerarquizada en Simón Bolívar. El Libertador sabía lo que decía al afirmar que la revolución de 37
  • 33. SIMÓ N BOLíVAR América era “la esperanza del universo” [59]. Para la humanidad llegaba, precisamente empezando en América, el tiempo cabal de la justicia social. Debía materializar Colombia las aspiraciones del ser americano, aspiraciones ancestrales del hombre universal que por doquier ha sufrido de humillante opresión y cruel injusticia. Mientras en Europa se afinca el individualismo liberal, Bolívar busca implantar en América la justicia y la equidad efectivas, promueve la igualdad verdadera y atiende a la ‘ auténtica reivindicación de los oprimidos. Cuando Gran Bretaña aplica la “libertad de contratos” (establecida desde 1813 y 1814), dejando sin protección a los económica- mente débiles y renunciando el Estado a intervenir en la comunidad, Bolívar lucha por dar al movimiento revolucionario latinoamericano su dimensión colectiva: habla de “suprema Libertad social”, de “seguridad social”, de “garantías sociales” y de “derechos sociales”. La supresión de las corporaciones en Europa desde 1791, y el castigo a todo intento de restaurarlas, hacía que para principios del siglo XIX no se aplicara en cuanto a condiciones de trabajo, ninguna regla, ni legal ni corporativa, ni convencional. Cuando allá la situación del incipiente proletariado industrial era, por ello, peor que la de los esclavos romanos y los siervos del medioevo, situación inaguantable por los años en torno a 1825, Bolívar estaba legislando en América para el trabajo de los indios con normas claramente intervencionistas y protectoras, las cuales no eran simples ni aisladas expresiones de humanitarismo, sino parte calificada de una temática consecuente de dignificación cultural y política. Cuando en Europa la meta era la ilusoria libertad individual, y se consideraba que la sociedad entera, o cualquiera forma de asociación, restringía el albedrío personal y negaba los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuando allá se pensaba que el Estado debía esfumarse como arcaica realidad despótica, con lo cual se retrocedía a una especie de etapa presocial, donde iba a reaparecer el horno homini lupus y el fuerte se impondría, Bolívar -partiendo justamente de la base de que “nada es tan peligroso con respecto al pueblo, como la debilidad del Ejecu- tivo”- trabajaba por un régimen republicano activo, centralista, demo- crático y civil, un “sistema vigoroso que pueda comunicar su aliento a toda la sociedad”. A tanto llega el celo de Bolívar en sus decretos a favor de los trabajadores indígenas, que en ellos incluye algunas veces una cláusula inusitada: “El presente decreto no sólo se publicará del modo acostum- brado, sino que los jueces políticos instruirán de su contenido a los naturales, instándolos a que representen sus derechos aunque sea contra los mismos jueces y a que reclamen cualquiera infracción.” 38
  • 34. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO LAS TRES VERTIENTES DE SU MINUCIOSIDAD Bolívar se impuso como el personaje clave para los tres momentos o fases de la construcción americana: el ser, el hacer y el persistir. Liberación, fortalecimiento y relación. El sentido de la acción boliva- riana es, primero, el de romper los hierros de la servidumbre, luego el de dar estructura, identidad y permanencia a la nacionalidad, y, final- mente, el ligar y comunicar ese producto al contexto del universo. De allí que tres temas capitalizaran su atención de modo preferente: la guerra, la educación, la diplomacia. El debió atender a todo lo que concernía al existir de América, pero su celo minucioso y su cuidado hubo de distribuirse, en forma simultánea y hasta sus mínimas deriva- ciones, en esos tres frentes de la política, la andragogía y la comunidad internacional. Bolívar es campeón de la paz. Llegó a la guerra como necesidad, continuación forzosa e inexcusable del propósito de paz evidenciado hasta la saciedad en la primera etapa de la revolución. A él le tocó, a contrapelo de sus genuinos sentimientos, ser hombre de guerra: vivir y protagonizar la coyuntura trágica de una confrontación sangrienta muy larga (su Venezuela perdió el 30% de la población en los doce años de la guerra de liberación americana). Sobra repetir que su ideal de fraterni- dad y de creación exige el ambiente de la paz, como el propio y único adecuado para los esfuerzos constructivos de los pueblos. En el oficio bélico adquirió maestría. Sus campañas de Venezuela y Nueva Granada, y las subsiguientes del sur, con las batallas estelares: Carabobo, Boyacá, Bomboná, y Pichincha, Junín y Ayacucho, son el pedestal de su gloria militar. Hasta el Potosí, en las vecindades de Argentina -y tras una marcha de quince años- llega en 1825 con las banderas de América libre [75]. Pasto, Quito, Guayaquil, Perú y el Alto Perú conocieron de su desvelo y su aptitud para vencer y convencer, para demoler la resistencia trisecular que oponía el coloniaje absolutista e imperialista a la libertad y al derecho de los nuevos pueblos. Hacer mucho con muy poco era la rutina cotidiana de Bolívar. Levantarse desde lo más hondo a lo más alto era un ejercicio habitual para su personalidad férrea. Duro, aguerrido, impávido ante la adversi- dad; luchando contra todos los factores opuestos coaligados, la cima de su ejemplo es difícil de alcanzar. El se autodenominó “el hombre de las dificultades”. Desde antes de 1819 hay testimonios seguros de sus conocimientos tácticos. Al general Bermúdez escribió: “Regla general: si no hay obstáculos invencibles en el campo de batalla, o si nosotros no ocupamos posiciones ventajosísimas, debemos observar al enemigo constantemente, y desde muy lejos, para atacarlo en la misma forma- 39
  • 35. SIMÓ N BOLíVAR ción en que venga marchando; mas siempre prontos a seguir sus movimientos con la última celeridad, procurando muy cuidadosamente oponerle un frente igual, o poco mayor, aunque nuestro fondo sea un poco menos que el del enemigo, una ala sobresaliente tiene mucho adelantado para flanquear al enemigo. Hará usted que las primeras compañías sean de hombres selectos, para ponerlas siempre al frente, porque las tres primeras filas deciden regularmente de la suerte de la columna y aun de la victoria. El resto de la columna sigue el impulso de su cabeza. ” En su concepción general de la campaña continental de liberación, como en sus previsiones ante la posibilidad de un ataque masivo revanchista por las fuerzas sumadas de la Santa Alianza, brilla el talentoso estratega. Su minuciosidad va también a los mil problemas de la logística: alimentación y cuido de las tropas, atención a los caballos, el arma- mento, los pertrechos, los buques, los voluntarios extranjeros, los clavos para las herraduras, el papel, los uniformes, el transporte, las comunicaciones, la celeridad y seguridad del correo, la salud, la moral talentoso estratega. EDUCACIÓ N N, CIENCIA Y CULTURA La obra de civilización que se realiza en América guiada por el gran hijo de Caracas no tiene precedentes ni similares. Para su desvelada activi- dad hay un orden lógico: la guerra fue imprescindible para que América pudiera ser “posible”. La educación era absolutamente fundamental para la identidad del mundo nuevo. Desde 1810, inquiere en Londres con avidez cuanto atañe al sistema de las escuelas mutuas creado por Joseph Lancaster (65, 63). En 1814 se interesa por una biblioteca pública en la Caracas recién liberada, y encarga a sus agentes diplomáticos reclutar en la Gran Bretaña “artistas hábiles en los ramos de industria que necesita Venezuela, y dirigirnos las máquinas e instrumentos de que con notable prejuicio carecemos”. La historia de sus actos administrativos es por demás ilustrativa sobre la diversidad de asuntos considerados, facetas mil y distintas de la misma preocupación central. En Santa Fe crea en 1819 un colegio para la educación de huérfa- nos, expósitos y pobres [26]. En mayo de 1820 legisla sobre la enseñanza de los párvulos indígenas, e incluye en el currículum “los derechos y deberes del hombre y del ciudadano en Colombia, con- forme a las leyes” [32]. En Guayaquil crea en 1823 una escuela náutica [50]; ya en Carta- gena había sido establecido otro plantel similar. Colombia, con dos
  • 36. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO océanos, tenía una vocación más que marinera, reiterada en su nombre proveniente del más famoso de los almirantes. En Trujillo (Perú) erige la universidad en mayo de 1824 [58]. Para diciembre convierte al Colegio de Santa Rosa de Ocopa en colegio de enseñanza pública. En el Perú, el 5 de mayo de 1825, ratifica la obligatoriedad de la instrucción primaria para los jóvenes. La educación femenina fue objeto de varios de sus decretos [70]. Por la pluralidad de sus disposiciones, es importante el decreto del 11 de diciembre de 1825 en Chuquisaca, fundado sobre el convenci- miento de que “el primer deber del gobierno es dar educación al pueblo” [76]. Allí dispone: obligaciones y facultades del director gene- ral de enseñanza pública, resoluciones para establecer una escuela primaria graduada en cada capital de departamento, una escuela militar en la capital de la República, un colegio de ciencias y artes en Chuqui- saca, y el compromiso de destinar a la educación todos los ahorros que puedan hacerse en el arreglo de otros ramos de la administración pública. El mismo día insiste en su antigua preocupación de la adopción de huérfanos de guerra por el Estado. La educación militar -en sus diferentes niveles- mereció su atención, también reglamentó la enseñanza religiosa. Bolívar fue un adelantado en sus concepciones educativas [35, 67). No compartía la idea triste y represiva de entonces sobre la enseñanza, cuando al colegio se lo miraba como un correccional, severo al extremo y de disciplina exageradamente rigurosa. El insistía en el carácter social de la educación, que no puede ser la misma para todas las colectividades ni para todas las épocas. Tampoco puede ser idéntica para todos los niños, “debe ser siempre adecuada a su edad, inclinaciones, genio y temperamento” [79]. Los institutos docentes no deben ser -a su juicio- nada más que para aprender a leer y escribir; son muchos los cometidos que él asigna a la escuela. Junto a la formación intelectual, moral y cívica, él señala: “La primera máxima que ha de inculcarse a los niños es la del aseo. Si se examina bien la trascendencia que tiene en la sociedad la observancia de este principio, se convencerá de su importan- cia” [79]. También quiere el Libertador que los niños practiquen, desde la infancia, el ejercicio democrático. Sobre la enseñanza de idiomas, sobre el esparcimiento y el asueto, el modo de enseñar a leer, la metodología para el estudio de la historia, el aprendizaje de la geografia y la cosmografia, las matemáticas y el derecho romano, el cultivo de la memoria y de la comprensión, etc., hay en sus textos observaciones de incuestionable significación. Consciente de la integración cultural de la humanidad, Bolívar esperaba de la comunicación con los sabios y estudiosos del mundo grandes resultados para América. Bien sabía que el desarrollo de
  • 37. SIMÓ N B O L ÍV A R nuestro acervo espiritual no podía confiarse al mero crecimiento vegeta- tivo. Jamás incurrió en el error de imaginar siquiera un estatus pedante de aislamiento ni de autosuficiencia. El ámbito de Bolívar es el de la universalidad, donde todos los pueblos aportan lo mejor de sí al patrimonio espiritual común. El asunto de las traducciones y la confianza en el valor difusor del libro ocupan parte de su atención. La Cámara de Educación --en su proyecto del Poder Moral [25]- cuidaría de publicar en nuestro idioma libros extranjeros sobre educación, ello con las observaciones y ajustes perti- nentes; estimularía también a escritores y editores a producir y difundir “obras originales sobre lo mismo, conforme a nuestros usos, costum- bres y gobierno”. La propia Cámara compondrá y divulgará algún volumen que sirva a la vez de estímulo para que se ocupen otros de este trabajo tan útil y para ilustración de todos. En la primera prioridad bolivariana está la metodología pedagó- gica, la didáctica y lo que a ambas concierne. El insiste en que la Cámara “no perdonará medio ni ahorrará gasto ni sacrificio que pueda proporcionarle estos conocimientos. Al efecto de adquirirlos comisio- nará hombres celosos, instruidos y despreocupados que viajen, inquie- ran por todo el mundo y atesoren toda especie de conocimientos sobre la materia” [25]. Respecto a las traducciones, en la reforma a la Universidad de Caracas [88] introduce Bolívar una halagadora compensación en años para el escalafón: el catedrático que traduzca obras extranjeras gana dos años, y ocho el autor de un libro de texto original. “ Un mismo catedrático podrá obtener estos dos premios una sola vez. ” Los científicos son -para el Libertador- los verdaderos descubri- dores de la realidad física nacional, el gobierno debe incentivarlos [41, 53). En la ciencia mira una de las cuatro potencias del alma del mundo corporal, junto con el valor, la riqueza y las virtudes. A los europeos los convida para que vengan a América trayendo sus ciencias para la construcción del nuevo mundo [23]. La gestión administrativa bolivariana coloca a la ciencia en sitio de urgencia primordial. Establecimientos universitarios, facultades y cáte- dras, colegios e institutos de ciencias reclaman su celo [67, 71, 89, 91). Y el sembrador de luces que él era, prodigaba a todo su cuidado esmerado. Él araba con igual entusiasmo todos los campos. En una declaración de humanitarismo y de cultura, escribió desde Lima al rector de la Universidad de Caracas, que “después de aliviar a los que aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propaga- ción de las ciencias”. Su emoción de intelectual sensible ante las jerarquías del estudio, crece al declarar al claustro de doctores de San Marcos en Lima -prestigiosa universidad americana, de las más antiguas junto a las de
  • 38. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO Santo Domingo y México-: “Yo marcaré para siempre este día tan honroso de mi vida. Yo no olvidaré jamás que pertenezco a la sabia Academia de San Marcos. Yo procuraré acercarme a sus dignos miem- bros, y cuantos momentos me pertenezcan después de llenar los deberes a que estoy contraído por ahora, los emplearé en hacer esfuer- zos por llegar si no a la cumbre de las ciencias en que vosotros os halláis, al menos en imitaros” [SS]. Sobre el saber científico, el convencimiento de Simón Bolívar, manifestado incluso en medio de las muy difíciles circunstancias de 1815, es aleccionador, elocuente y terminante: “Las ciencias han inmor- talizado siempre a los países donde han florecido.” EL QUEHACER DE LA DIPLOMACIA Tampoco en los afanes diplomáticos hubo nada que resultara extraño a Bolívar. Más todavía, estuvo a punto de suceder que la diplomacia fuera el alfa y omega de su servicio público: en 1810 se inició, en efecto, con su misión a Londres. Era un encargo difícil por lo ambiguo de las posiciones; buscaba el apoyo para una independencia que no debía descubrirse precipitadamente como tal, sino disimularse como un movimiento “conservador” del estatus contra el cual se insurgía con cauta firmeza. Para 1830, en el ocaso de su vida y de veinte años de carrera, la diplomacia vuelve a su encuentro por medio del gesto del general Andrés Santa Cruz, presidente de Bolivia, quien lo nombra embajador de esa república ante la Santa Sede. La muerte llegó al Libertador antes que la noticia de este homenaje, con el que su trayectoria existencial se cierra casi en el mismo menester de su aurora. Temprano consigue la diplomacia venezolana, bajo su inspiración, un memorable .hito: son los tratados de Trujillo (de 1820) que, como otros desempeños de máxima relevancia, tienen a Antonio José de Sucre de realizador insuperable, intérprete fiel de los designios y del ideal bolivarianos. El Tratado de Regularización de la contienda cancela el ciclo de la guerra a muerte. Es de los primeros convenios en el mundo que intentan humanizar, hasta donde se puede, a la violencia aniquiladora. Bolívar lo califica de “el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra”. En la ocasión, se aproxima el Libertador a su encarnizado oponente -el jefe de las fuerzas españolas- general Pablo Morillo, y en los hechos obtiene para Colombia el primer reconocimiento de la ex-metrópoli. El 27 de noviembre de 1820, con Morillo, brinda Bolívar: “A la heroica firmeza de los combatientes de uno y otro ejército: a su constancia, sufrimiento y valor sin ejemplo. A los hombres dignos, que al través de males horrorosos, sostienen y defienden su libertad. A los que han muerto gloriosamente en defensa 43
  • 39. SIMÓ N B O L ÍV A R de su patria o de su gobierno. A los heridos de ambos ejércitos, que han manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter. Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente.” Desde Angostura, él había adelantado su palabra de verdadero afecto hacia la nación rioplatense, testimonio que pronto ratificaría: “Puedo asegurar al Gobierno argentino mi cordial adhesión hacia esa República hermana que debe ser por siempre una de las partes más interesantes del todo americano” [74]. En 1824 extiende la convocatoria al Congreso anfictiónico de Panamá. 1825, 1826 y 1827, son años de particular actividad en el área de las relaciones internacionales. Bolívar captaba las sutilezas del oficio. Su recomendación al general Heres encierra una lección: “En los asuntos diplomáticos daré a usted una buena máxima: calma, calma, calma; retardo, retardo, retardo; cumplimientos; palabras vagas; consultas; exámenes; retor- siones de argumentos y de demandas; referencias al nuevo congreso; divagaciones sobre la naturaleza de la cuestión y de los documentos. . . y siempre mucha cachaza, y mucho laconismo para no dar prenda al contrario. Excúsese usted con que es militar; que no conoce la natura- leza de los negocios de que lo han encargado (verbalmente); que usted es interino y que los negocios del Perú son muy delicados, Sobre todo, téngase usted siempre firme en los buenos principios y en la justicia universal. . . Tengamos una conducta recta y dejemos al tiempo hacer prodigios.” Otra muestra de la misma perspicacia brilla en las instruc- ciones para Sucre y su no fácil misión al Ecuador: “El general Sucre añadirá a todas estas razones, todas las que su prudencia y talentos y las circunstancias particulares del país a donde va y la opinión general de él le dicten, reforzándolas y sosteniéndolas con todo el interés que se promete la República de su celo; pero con moderación, prudencia y circunspección para que no produzca alarma o disgustos, que en negocios de esta naturaleza es muy fácil sembrar por una sola expresión o gesto.” Por virtud de Bolívar se convirtió Colombia en hogar para la democracia. El sostén de la esperanza para los liberales del mundo. Desde Colombia fue Bolívar articulando con paciencia y conciencia una red de vinculaciones diplomáticas con vistas al gran día de la América. Contando con la cooperación de ilustres mentalidades de su tiempo, reclutadas sin prejuicios donde fuera menester: Caracas, Popayán, México, Tucumán. . . , él estructuró ese aparato diplomático que oportunamente funcionaría para la integración. Con el Libertador y su canciller don Pedro Gual, y el eficiente José Rafael Revenga, se desenvuelven las misiones de Joaquín Mosquera, Miguel Santa María y Bernardo Monteagudo. En los tratados bilaterales que suscribe Colom- bia con Perú, Chile y México se estipula que: “Ambas partes se obligan 44
  • 40. LA ESPERANZA DEL UNIVERSO a interponer sus buenos oficios con los Gobiernos de los demás Estados de la América antes española, para entrar en este pacto de unión, liga y confederación perpetua. ” AMPLITUD SUSTANTIVA El Libertador tiene potencia y calidad de imán para atraer, de la vastedad latinoamericana, a figuras representativas de sectores y conexiones que en su torno componen la plenitud del ser continental. De Venezuela son Sucre, Páez, Urdaneta, Mariño, Arismendi, Bermú- dez, Anzoátegui. . . De Nueva Granada, los Nariño, Santander, Mos- queras, Arboledas, Restrepos.. . De México, el congresista. y pleni- potenciaro Santamaría. De Panamá es José Domingo Espinar. Del Ecuador, el poeta y diplomático Olmedo. Del Perú, Unánue, Sánchez Carrión, Vidaurre. . . De Bolivia, Santa Cruz. De Chile, el ínclito O’ Higgins, y de Argentina, los inmortales San Martín, Pueyrredón, Monteagudo, Alvear. . . De Cuba, el comandante Rafael de las Heras. Petion, de Haití. Brion, de Curazao. José Félix Bogado, del Paraguay. El culto José Ignacio de Abreu y Lima viene del Brasil.. No son pocos los que del Canadá, Norteamérica, Europa (Escocia, España, Francia, Inglaterra, Irlanda, Italia, Polonia, Prusia. . .) son cautivos de su fama. Su voluntad era de una muchedumbre. Presencias innumerables concur- ren a la verdad de su nombre. El diseño programático suyo para el Congreso de Panamá es el primero en los anales del mundo, y hasta ahora el único, en contemplar una dinámica y efectiva unión solidaria de naciones iguales, autónomas y democráticas, invitadas a deliberar sin presión hegemónica alguna, y a resolver libremente sobre las mutuas conveniencias generales. “La fuerza de todos concurriría al auxilio del que sufriese por parte del enemigo externo o de las facciones anárquicas [. . .] Ninguno sería débil con respecto a otro; ninguno sería más fuerte” [86]. Quería Bolívar que en Panamá se debatieran los grandes asuntos del nuevo mundo, que se formularan las leyes supranacionales y se orientaran todos los esfuerzos en pos de metas acordadas con la participación de todos. Para el futuro, allí Latinoamérica advertiría su unidad esencial; allí debía cumplirse su voto de 1822: “El gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas: mas todavía nos falta poner el fundamento del pacto social, que debe formar de este mundo una nación de Repúblicas. ” Bolívar llega hasta concebir que América, tierra del hombre bueno, suelo de la libertad y del amor, pueda comunicar su aliento de justicia revolucionaria al Africa y al Asia, para destruir el yugo esclavi- 45
  • 41. SIMÓ N B O L ÍV A R zante que a la sazón impone Europa al mundo: “Yo llamo a esto el equilibrio del universo, y debe entrar en los cálculos de la política americana” [8]. El Libertador tiende a una liga ecuménica más positiva y real que las efímeras y débiles asociaciones de Estado que hasta entonces han existido. Prevé hasta la federación mundial donde los principios que dan vida a nuestra América tengan total vigencia. “En la marcha de los siglos, podría encontrarse, quizá, una sola nación cubriendo el universo: la federal” [86]. De su humana amplitud dan prueba sus ideas de fomento a la inmigración, donde él no indica ninguna preferencia racial. Jamás se declararon abiertas las puertas de un país, tan absolutamente sin limitaciones, como lo hizo él llamando a radicarse aquí “a los extranje- ros de cualquiera nación y profesión que sean”. Al inmigrante sólo exige probidad. Bolívar tenía conciencia de los beneficiosos efectos del mestizaje. El ser americano se levanta sobre aportaciones disímiles: todos los grupos humanos están presentes en su alumbramiento. Vamos hacia la “nueva casta de todas las castas, que producirá la homogeneidad del pueblo”. En Angostura es entusiasta su consigna: “La sangre de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla” [24]. En este mismo orden de su amplitud universa1ista se inscriben los conceptos geopolíticos de Bolívar. Otra vez América al servicio de la humanidad. Piensa en los estados del istmo centroamericano, cuya “magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo, sus canales acortarán las distancias del mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio” [13]. La alusión a los canales interoceánicos vuelve a su pluma, en referencia a su Colombia donde el istmo de Panamá esta ubicado. A esa gran república de su creación, la ve “en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos, que la naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados y anchurosos canales” [24]. EL PERIÓ DICO, COMUNICADOR SOCIAL Durante su breve pero fecunda estadía en Inglaterra, pudo Bolívar apreciar cuánto vale la prensa como vehículo de ideas. Las conexiones de Miranda con revistas y periódicos de Londres preparó un clima de opinión favorable a la misión que -con López Méndez y Bello- le correspondía desempeñar. El 5 de septiembre de 1810 publicó Bolívar 46