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Colegio Terraustral del Sol.
Depto. de Historia, Geog. y Cs. Soc.
Nivel II Medio.
Nombre: _____________________________________ II °:______
INSTRUCCIÓN PARA EL CONTROL DE LECTURA.
 Al presentarte al control deberás elaborar un vocabulario (trabajado en clases) de todas aquellas palabras que te
generen dificultad para desarrollar una buena comprensión del texto, vocabulario con el cual te podrás presentar a
rendir el control. La utilización de este vocabulario será parte de la evaluación en un ítem separado.
Texto sobre el pensamiento político de Diego Portales y
la construcción del Estado en Chile
El perfil historiográfico y mítico.
Fuera del Portales público y privado, existe también el Portales histórico o historiográfico si se
quiere, quizás el más real y ubicuo de todos los Portales de que disponemos. Los datos que nos proporciona
su vida son en verdad magros a la luz de todo lo que se ha escrito sobre el personaje. Si además tenemos en
cuenta la brevísima duración de su actuación pública, resulta incomprensible tanta atención historiográfica, a
menos que reconozcamos que en ella hay una dimensión enteramente diferente, en la que vida fáctica o
corporal hombre fuerte, algo que nunca termina por convencerlo. En el poder, Portales se transforma y
asume con originalidad, individualidad y extrema seriedad del papel autoasignado, aun cuando se nota que le
incomoda sobremanera. De ahí esa mezcla de frialdad apasionada que parece caracterizarlo. Célebre en su
comentario: ''Si mi padre conspirara, a mi padre fusilaría''. Para Portales, el poder es ante todo una obligación
autoinferida.
Esta misma actitud se observa en su actividad empresarial. Portales demuestra una atracción natural
por emprender negocios y llevarlos a cabo. Sin embargo, no se revela como un hombre especialmente atraído
por el dinero; en verdad, nunca tuvo mucho éxito en ese ámbito. Tampoco parece haber detrás de su
actividad empresarial un proyecto u objetivos claros que guíen su actuar. De la correspondencia se deduce
una actividad comercial orientada por la oferta u oportunidad casuística, lo que lo lleva de un negocio va otro
sin que exista una lógica empresarial global. Pareciera que lo que atrae es más bien el deseo inagotable de
ejercer el mando, de dar vuelo a su fuerte personalidad. En efecto, Portales siempre revela una predisposición
y un posesionamiento de su rol circunstancial. La ocasión dicta el papel a desempeñar, y en cada caso la
ocasión en lo más profundo, sirve de excusa para dar cauce a un individualismo y un agudo sentido de
superioridad que no admite contrapesos; según su peculiar manera de ver, si las circunstancias lo llevaran a
ser “gañán”, entonces -dice él- “empuñaría la azada como si fuera un cetro” (I, 463). La literatura crítica, que
suele verlo como un mandón, en el fondo no se equivoca.
Algo similar a lo que hemos estado insinuando tanto con respecto al poder como respecto a su
actividad empresarial se observa en su vida familiar. No cabe duda de que ésta fue azarosa. No volvió a
casarse tras haber enviudado. Su leyenda de ''chinero'' resulta creíble. Con todo, mantuvo una larga y
tormentosa relación con una aristócrata peruano-polaca, Constanza de Nordenflycht y Cortés y Azúa, quien
se enamoró perdidamente de él a los catorce o quince años, lo siguió hasta Chile, le dio tres hijos
-legitimados póstumamente por decreto de gobierno-, y no pudo sobrevivirle sino nueve días tras la llegada
de sus restos mortales a Santiago luego de su asesinato, al embargarle una pena profunda que la llevaría
también a la tumba.
En este ámbito íntimo, Portales revela un gran desparpajo, un marcado desapego a formalismos
convencionales; a Mercedes, su hermana quien se hace eco de chismes acerca de su vida, le manda decir:
“que estoy ya viejo y muy aporreado para estar pendiente de hablillas y hacer juicio de los que digan cuatro
mentecatos a que ella da el nombre de público” (III, 432), Portales es vanidoso, apasionado, iracundo, pero
curiosamente frío; por lo menos así lo retratan sus comentarios sobre mujeres (''¿Sabe usted que la maldita
ausencia de las señoras aún no me deja comer ni dormir a gusto? Examino mi conciencia, con más
prodigalidad que lo hacía cuando tomaba los ejercicios espirituales de San Ignacio, y encuentro que las
quiero del mismo se traduce -siguiendo a Manlio Brusatin- en ''imagen'', y ésta en ''destino'' y mito.
La fascinación por el personaje comienza inmediatamente después de la muerte. Desde esa misma
época esta fascinación, cabe señalar, se concibe en términos valoricos, no obstante expresarse a veces de
manera ambigua. El juez instructor a cargo de la investigación por el asesinato nos brinda, por ejemplo, de
un testimonio patético-trágico:
“ Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras,
hubiera dado mi vida por resucitar a este hombre tan grande, que nos prestó servicios eminentes, digno de
mejor suerte; pero, como chileno, bendigo la mano de la Providencia infames y de un ministro que
amenazaba nuestras libertades.”
La poetisa Mercedes Marín del Solar prefiere el tono épico-elegíaco: “Un eco triste repite por
doquier 'Murió Portales'/ Y todo es miedo, indignación y susto, y todo anuncio de futuros males... ¿Son estos
restos fríos/en esta imagen insensible y muda/ lo que nos ha quedado de Portales?''. En efecto, la muerte de
Portales plantea interrogantes, que de un modo u otro son respondidos por una retórica figurativa de
extraordinaria variedad y riqueza, aunque un tanto reiterativa.
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El primero en asumir plenamente el desafío hermenéutico planteado por Portales fue el publicista
liberal José Victorino Lastarria en Don Diego Portales. Juicio Histórico (1861). Según Lastarria, Portales no
fue más que un ''déspota'' apasionado por el ''gobierno absoluto'' inspirado en el odio por todo lo que fuera
liberal. Portales habría sentado las bases de un sistema restrictivo y arbitrario, anteponiendo a todo los
intereses privados ''retrógrados y egoístas'', haciendo enseñorear en Chile una ''reacción colonial'', la que
vedaría por tanto la senda progresista recientemente introducida por la Independencia, la que juicio había que
rescatar.
Le sigue Benjamín Vicuña Mackenna, quien en Introducción a la historia de los diez años de la
Administración Montt. Don Diego Portales (1863) revisa parcialmente el ''juicio histórico'' anterior. Es
Vicuña Mackenna quien alude por primera vez al ''genio'' de Portales. Figura histórica ''colosal'', Portales
-según este autor- está por encima de los grupos. ''Portales, cargando sobre sus hombros el peso de todos los
poderes, sujeta, con una mano la cerviz de la reacción, que viene tras sus pasos, ciega, rencorosa, haciendo la
noche del oscurantismo en su derredor, y con la otra, para los golpes de la idea vencida que se ha levantado
de la sangre, pidiendo otra vez la luz de sus derechos. '' Este publicista lo figura más bien como ''el gran
revolucionario de los hechos...el ejecutor práctico y tenaz de todo aquello que en el gobierno de sus
antecesores había sido una bella teoría o un turbulento ensayo; en una palabra, él hizo la revolución
administrativa... Después que los liberales habían hecho en su pubertad la revolución política''. Aun así, para
Vicuña, Portales habría sido ''más bien que un grande hombre...un hombre a todas luces extraordinario, pero
imperfecto'', no ''un verdadero hombre de Estado'''. Su sistema político ''exclusivamente personal'' habría
confundido la ''arbitrariedad'' con la ''autoridad''; por tanto, habría dominado, no gobernado. De ahí su
eventual fracaso.
Autores posteriores, de un modo u otro, se harán eco de estas dos interpretaciones, con pequeñas
pero importantes variaciones, las que van extremándose hasta configurar una visión de conjunto claramente
mítica. Es así como Ramón Sotomayor Valdés, en 1875,diría que ''el carácter de Portales fue.. Todo un
sistema en la época que le cupo figurar'' (el énfasis es mío); Portales habría legado '' a toda la República su
organización''. En Portales se está en presencia según Sotomayor, del ''severo guardián del orden público, el
honradísimo servidor de los intereses de la nación, el impertérrito sacerdote de la justicia [quien] parece
colocado allí para repetir en todos los momentos a los gobernantes: respetad las leyes''.
Isidoro Errázuriz en su Historia de la Administración Errázuriz (1877) lo presenta a su vez como un
gran artífice prometeico. Portales, ''hombre de...hechos'', ''doblegó [al país] bajo su mano como una masa de
cera blanda y dócil, y conservó por mucho tiempo impreso indeleblemente el sello de algunas de sus bellas
cualidades y de muchos de sus más graves defectos''- Su alma dominadora y tempestuosa'', presidiría una
''reacción oligárquica''. ''La obra de Portales consistió en quebrantar en el país todos los resortes de la
máquina popular-representativa y en substituir a ellos, como único elemento de Gobierno, lo que se ha
llamado el principio de la autoridad, que no es, en buenos términos, sino el sometimiento ciego de la Nación
a la voluntad del Jefe del Ejecutivo.'' Fue gracias a su influjo como la Constitución de 1833 se mantuvo y
afianzó. Portales fundó la ''religión del Ejecutivo omnipotente'', y en torno a ella ''se formó, creció y adquirió
prestigio una casta sacerdotal, educada, a imagen y semejanza del fundador, en la escuela del desprecio a la
opinión pública, del terror a la libertad y de la ciega veneración a la autoridad y a sus representantes''. En
Portales, por tanto, hallamos el germen, según Errázuriz, de las luchas culminarán en el conflicto entre el
Ejecutivo y Parlamento en 1891.
Carlos Walker Martínez, en Portales (1879), repite más o menos los mismos argumentos añadiendo
otros nuevos. Portales, ''para realizar su levantado propósito necesitaba revestirse de una energía
incontrastable, y no respetar nada, ni transigir con nadie: destruirlo todo para reedificarlo todo, he ahí lo
único que le correspondía hacer, y eso fue lo que hizo'', curiosa idea si se tiene en cuenta la orientación
conservadora del autor. A juicio de Walker, Portales fue un tirano, pero ''de la ley, de la virtud y de la
conciencia''. En Portales lo que hay es ''desprecio noble por la vil populachería y alto respeto por el
cumplimiento del deber severo, imparcial y tranquilo''. ''Portales era uno de aquellos seres privilegiados de la
naturaleza, que, exentos de todos los pequeños defectos que apocan el espíritu, están dotados de todas las
grandes cualidades que constituyen a esos hombres extraordinarios que, de vez en cuando, aparecen en el
camino de la humanidad para conducirla en medio de las tempestades de los siglos.” Visto así, Portales se
transforma en una mezcla de Licurgo y Solón con ribetes virtuosos públicos -paradoja de paradojas- caros a
ultramontano radical.
En la obra de Alberto Edwards Vives, La fronda aristocrática (1928) Portales alcanza su imagen
historiográfica más acabada, conocida y difundida en nuestros días, aun cuando en realidad esta no es más
que una reformulación extraordinariamente lúcida de las visiones antedichas, pasadas por el filtro ideológico
organicista spengleriano, visión que tendría enorme repercusión a lo largo de este siglo en círculos
conservadores, nacionalistas, democristianos y militares. Edwards parte señalando en Portales se confirma la
idea de Carlyle ''de que la humanidad sólo ha marchado al impulso de unos pocos hombres superiores''.
Antes de él Chile habría sido otro país, el que después de él se transformaría ''no sólo en la forma material de
las instituciones y de los acontecimientos, sino también en el alma misma de la sociedad''. Edwards va aun
más lejos. Para este autor es nada menos que el ''espíritu de Portales'' el que se ha ''convertido como por un
milagro en el espíritu de la nación entera'', y su ''concepción política y social'', de ser ''suya y exclusivamente
suya'', habría de volverse posteriormente en ''el fundamento de la grandeza ulterior de la patria''. ''La obra de
Portales fue la restauración de un hecho y un sentimiento que habían servido de base al orden público
durante la paz octaviana de los tres siglos de la colonia; el hecho, era la existencia de un poder fuerte y
duradero, superior al prestigio de un caudillo o a la fuerza de una facción; el sentimiento, era el respeto
tradicional por la autoridad en abstracto, por el poder legítimamente establecido con independencia de
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quienes lo ejercían. '' En el fondo, ''lo que hizo fue restaurar material y moralmente la monarquía''. Según La
fronda aristocrática, ''en este sentido, lo que se ha llamado 'reacción colonial' en la obra de Portales no fue
sólo, como ya alguien ha dicho, lo más hábil y honroso de su sistema, sino su sistema mismo''. Portales
habría sido capaz de organizar un poder duradero y ''en forma'' basado en una ''fuerza espiritual orgánica'': ''el
sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno legítimamente establecido'', domando a la elite frondista
tradicional y consagrando '' un gobierno impersonal'' centrado en la autoridad legalmente constituida.
En realidad, Edwards es un apóstata liberal; retoma las interpretaciones originalmente liberales y
críticas, modifica valóricamente su signo y erige positivamente a Portales en el constructor del orden
institucionalizado.
Si en Edwards el ''Estado en forma'' era producto del choque entre el alma de Portales y la tradición
espiritual de la nación, en el Portales (1934) de Francisco Antonio Encina el ''Estado en forma'' deviene el
''Estado Portaliano'', es decir, en la sola creación del ''genio'' de Portales. Portales, para Encina, es una figura
dotada de poderes superracionales. El encarna la historia. Dice este autor: ''para comprender el período
histórico de 1830-1891; para presentir el que se abre en esta última fecha, hay necesidad de reconstruir la
génesis del primero... Y esa tarea es imposible, sin comprender ante la personalidad real de Portales y su
influencia sobre el devenir histórico. Es la llave de la historia de la República. Sin poseerla, el espíritu más
agudo, sólo percibirá la sucesión ininterrumpida de un azar absurdo, rebelde a toda comprensión. '' Portales
es un aislado, un extraño en su raza'', un ''apóstol''; ''nunca en el terreno político un alma individual se
encarno más perfectamente en el alma nacional''. Concluye Encina: ''En Portales no hubo invención
elaborada'', ''prejuicios ideológicos o afectivos'', ''todo lo que realizó'' fue '' una revelación igual a la de los
grandes intuitivos de la mística''.
Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora y Bernardino Bravo Lira han continuado predicando el mismo
credo conservador-liberal antes esbozado, con pequeños matices. Los dos primeros, en efecto, cuestionan el
carácter ''impersonal'' del régimen portaliano, y lo vinculan más con un positivismo decimonónico; sin
perjuicio de lo anterior, insiste en que Portales es un ''restaurador''. Bravo Lira niega a su vez el ''régimen
portaliano'', considerándolo únicamente ''una nueva versión actualizada, del régimen y del Estado indiano''.
Estas ideas serán retomadas por el régimen cívico militar que rige desde 1973 hasta nuestros días, en un
comienzo se definió en diversos documentos y ceremoniales públicos como autoritario y portaliano. Líneas
críticas de corte más liberal, democrático o bien de izquierda no aportarán diferencias mayores a la imagen
paradigmática antedicha. A pesar del alarde revisionista que hace Sergio Villalobos Rivera, en su Portales,
una falsificación histórica (1989), este autor no hace otra cosa que repetir los argumentos anteriores.
Villalobos Rivera califica a Portales de ''déspota ilustrado'' y líder de una ''reacción aristocrática'', no obstante
visualizarlo como figura insignificante dentro de los grandes procesos estructurales de mayor y mas hondo
efecto, tesis contradictoria esta última que hace dudar de la necesidad y utilidad de dedicar otro tomo más a
la ya larga tradición comentarista sobre el tema. Ello demuestra cuán incapaz ha sido la historiografía
reciente de encarar el tema y proporcionar interpretaciones novedosas al respecto. En un sentido análogo
resulta sorprendente que un autor efectivamente revisionista ---pero esta vez más a la izquierda--- como
Gabriel Salazar, en Violencia política popular en las ''grandes Alamedas'' (1990), siga insistiendo en ordenar
la historia moderna de Chile en tres grandes períodos (''autoritarismo portaliano 1830-1891'', el
''parlamentarismo post-portaliano 1891-1925'' y la ''democracia neo-portaliana 1925-1973'') todos ellos
compartiendo el mismo eje: el supuesto régimen portaliano ya tantas veces majaderamente aludido.
Creemos entender por qué ocurre esto. A fin de cuentas resulta ideológicamente estructural la
historia del país alrededor de la figura de Portales. Tanto la historiografía ''progresista'' como la
''tradicionalista'' se sienten cómodas explicando el devenir histórico chileno en función de una dialéctica
excluyente entre el cambio y la continuidad. Dialéctica que pareciera encontrar en Portales un hito crucial, la
más de las veces por su también supuesta claridad la que sin embargo es desmentida por las oposiciones
(aunque meramente valóricas) que suscita su lectura hermenéutica. Para los ''progresistas'', Portales -un
Portales autoritarios, reaccionario y oligarquizante- no es más que un escollo que la modernidad utópica,
iniciada durante la época de la independencia, debe recorrer y superar, prefigurando a su vez el mismo tipo
de obstáculo que se presentará durante el período parlamentarista (1891-1925) y nuevamente, el posterior a
1973, a su vez, para los ''tradicionalistas'', Portales --un Portales también autoritario pero conservador--- es el
mentís que proporciona la historia, entendida ésta como tradición, la que afortunadamente se resiste a ser
abatida por la modernidad; este mentís proporciona a su vez el modelo paradigmático, utópico retroactivo, de
cuanta reversión se pueda dar históricamente a fin de reencausar al país en su senda, ya aprobada, política y
socialmente factible.
De más está decirlo, pero ambas historiografías concuerdan con el diagnóstico histórico según éstas,
el país en lo más profundo de su ser, es autoritario. La historia de Chile es la historia de su autoritarismo
institucional. Chile no tiene otra historia que la de su Estado, sea éste ''portaliano'' o ''antiportaliano''. De ahí
que Portales sea el demiurgo de ambas posiciones encontradas, y de ahí también su fantasmal ubicuidad.
Una interpretación alternativa
Las explicaciones que se han formulado acerca de Portales, aun con toda su riqueza conceptual e
interpretativa, se quedan cortas, eluden o no logran captar en plenitud al personaje. Evidentemente, son una
excusa para dar sentido y aclarar la evolución de la historia nacional. Fallan, sin embargo, en mi opinión,
porque no toman debidamente en cuenta el complejo sustrato psicológico del individuo, magnifican una
actuación, que fue a lo más coyuntural, y descontextualizan al personaje.
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El sustrato psicológico es tomado en cuenta, pero la mayoría de las veces, como en Edwards y
Encina se tiende a considerarlo como una excepcionalidad genial, lo que en el fondo delata una incapacidad
de explicarlo, ensalzándolo a niveles míticos que caricaturizan o emblematizan al personaje. El Portales
mítico no explica nada, salvo quizás la obsesión de los historiadores chilenos ---y por ende de la sociedad---
por el problema del orden y del estado.
Pero quizás lo más grave es la tentación de proyectar suprahistóricamente a Portales, de asignarle un
rol futurista que difícilmente puede inferirse de una actuación demasiado somera, por muy extraordinaria y a
veces acertada que haya sido. A la anterior simplificación se añade entonces su ahistorización.
La descontextualización tiene que ver con la caracterización que se hace de él. Es así como se lo ve
liderando una reacción colonial, como un déspota ilustrado o bien como un visionario fuera de su tiempo que
lega el país una forma o visión permanente de cómo ejercer el poder.
Pienso que estas coordenadas no son persuasivas. Denominar el período en que le tocó actuar a
Portales, y el inmediatamente posterior (1829-1860), como una ''reacción colonial'' o ''aristocrática'', o bien
una ''restauración'' de la tradición resulta inverosímil. Estas hipótesis no explican el escepticismo agudo que
manifiesta Portales por su grupo social, o su cosmovisión eminentemente republicano-liberal, al igual que la
de toda la clase dirigente chilena a partir de la Independencia. Como varios han argumentado, en el Chile
decimonónico no hay atisbos de un conservatismo tradicionalista, y Portales no es una excepción.
Decir, a su vez, que Portales fue un ''déspota ilustrado'' simplemente confunde. Desde luego,
anacroniza su labor, la que por ubicación temporal es propia del siglo XIX y no del XVIII. Portales es
demasiado personalista y antirracionalista como para asociarlo a un régimen eminentemente de gabinete y
proyectual como lo fue el despótico ilustrado. La restauración del orden no pareciera constituir un proyecto
en si; de hecho, la búsqueda del orden no define ningún sistema político en particular, es un propósito común
a todos. Más aún queda pendiente la incógnita: fuera del orden ¿Cuál es el objetivo proyectual del
despotismo ilustrado de Portales? A mayor abundamiento, no se puede sostener simultáneamente que el
régimen de Portales sea despótico ilustrado y que sirve de los intereses de la aristocracia; esta falacia, en la
que cae Villalobos Rivera, ignora lo que ha sido históricamente el absolutismo.
En el fondo, estas dos grandes hipótesis no aquilatan de modo suficiente el carácter complejo de la
relación entre modernidad y tradición. En diversas publicaciones he sostenido que esta relación no es
dialéctica. De hecho, en Chile, desde el reformismo borbónico ambas se complementaron. En el XVIII, la
elite criolla, no obstante erigirse sobre una base social y económica tradicional, aceptó fuertes grados de
modernidad a fin de continuar ejerciendo el poder; básicamente, aceptó la modernización política
institucional proporcionada por un estado dirigista capaz de controlar el cambio. La independencia agudizó
aun más esta estrategia; la elite dirigente no dudó en aceptar orden legitimante -potencialmente
revolucionario- como el republicano, porque lo podía matizar mediantes mecanismos electorales censitarios.
En adelante aceptó la apertura de sus mercados e incluso impulsó comparativamente hablando -para los
estándares latinoamericanos- importantes dosis de industrialización. En efecto, ésta es una elite que no
''reacciona'' ni ''restaura''; no necesita hacerlo. Tampoco tiene que ser ''despótica ilustrada''; ya lo había sido
en el XVIII, pero a estas alturas su afán cooptador bien podía hacerla encarar nuevos desafíos,
fundamentalmente el republicano-liberal, sin que por ello dejara de ser eminentemente tradicional, es decir
basada en una economía agrícola y en un orden social señorial. Este y no otro contexto histórico-ideológico
en que hay que situar a Portales.
Por último, hacer de Portales un visionario, un adelantado a su tiempo, configurando un supuesto
régimen o ''Estado'' portaliano, confirma una vez más lo que historiográficamente es muy sabido: las miradas
retrospectivas siempre pueden leer proyectos en el pasado, pero ello no niega lo fundamental: a menudo los
sujetos hacen su historia, pero no saben a ciencia cierta qué historia hacen. Los historiadores omniscientes
pretenden que sí.
¿Qué fue Portales entonces? Desde luego, Portales fue un personaje menos protagónico de lo que
suele pensar, no por ello menos fascinante y paradigmático. Compartió su actuación con otros, actuación
fuertemente enraizada en su tiempo. A mi juicio, Portales fue políticamente un dictador en un sentido
clásico, como se define en la tipología formulada por Carl Schmitt, no un caudillo al estilo latinoamericano.
Por último, fue también un personaje extraordinario, definible por su sensibilidad prerromántica.
El Ministro se introduce en la historia política chilena para resolver un problema coyuntural: el
problema de la autoridad. Este propósito no lo hace representativo de ningún grupo político social en
especial; carece también de carácter carismático que suele tipificar a los caudillos. Su origen es obviamente
aristocrático, pero no se inserta en la política chilena para resguardar los intereses de esta clase, pues esos
intereses ya estaban definidos y, en buena medida, resguardados. Más aún, obtiene el apoyo casi unánime de
los grupos políticos de su época, aunque quizás va perdiendo paulatinamente esta base de apoyo en la
medida en que se va consolidando el principio de autoridad y se torna innecesaria la dictadura.
De aceptar la tesis de que el gobierno de Portales es una dictadura, se deduce que de ella no surge
ningún sistema, orden o régimen que se proyecte más allá de sus alcances inmediatos. En efecto, el sistema
portaliano no existe. Estamos frente a una situación coyuntural y no proyectual. Pero el hecho de que
Portales sea un dictador no significa que ideológicamente esté en contra de la doctrina o ideología imperante,
que no es otra que la liberal. Puede igualmente participar de un ideario republicano-liberal (que por lo demás
está salpicado en todo el Epistolario) a la vez que estar auspiciando una solución autoritaria temporal. Su
mentalidad es liberal, pero los objetivos que persigue desde el gobierno son autoritarios. La naturaleza del
régimen dictatorial hace aparecer como más neutra su orientación ideológica, pero eso no significa que ésta
no exista.
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Las razones que se pueden formular para justificar esta hipótesis son múltiples: lo transitorio que fue
su paso por el poder; su desapego al mando; su insistencia en situarse por sobre los grupos en pugna; su
inobservancia del derecho, no obstante estar preocupado de crear todo un aparataje jurídico de emergencia
para hacer más efectivo el gobierno (v. gr. tribunales de guerra, normativa sobre intendentes, limitaciones al
derecho de imprenta, etc.); su desinterés por la Constitución de 1833 y por cualquier otro ordenamiento con
carácter más permanente; su constante invocación de la razón de estado; su anhelo del poder total; y, por
último, la utilización de la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana como un elemento más para
justificar una situación de crisis. También se explica esta hipotética dictadura por el hecho de que, una vez
muerto Portales, se logra un consenso político bastante sólido y se superan los problemas que aquejaban al
país a fines de la década de 1820.
¿Cuál es, entonces, el motivo de esta dictadura? Ciertamente tienen razón todos los diagnósticos, el
de Portales inclusive, que aseveran que el período inmediatamente anterior, es decir la década del 20, fue
inestable ---aun cuando no anárquica, a mi juicio---. Desde 1823, año en que la elite logra derrocar el
régimen autócrata de O'Higgins, se establece un condominio oligárquico-militar en el que participan
activamente las únicas dos fuerzas políticas de ese entonces. Este régimen compartido, no obstante haberse
tratado de institucionalizar en tres cuerpos legales diferentes (Constitución de 1823, Leyes Federales y
Constitución de 1828), tuvo caracteres marcadamente arbitrales de facto, en buena medida porque todos
estos ordenamientos estaban inspirados en un prejuicio anti Ejecutivo. En otras palabras, los militares
ejercieron periódicamente ''dictaduras'' de hecho aun cuando dicho ejercicio nunca estuvo respaldado
legalmente.
Este equilibrio cívico-militar se quebraría sin embargo en 1829, cuando el Ejecutivo, personificando
en el militar de más alto rango, Francisco Antonio Pinto, optó por abstenerse en la contienda producida entre
Congreso y oposición respecto a la selección de su sucesor. En realidad, en dicha crisis política, Pinto no
ejerció el papel de árbitro que de facto habían ejercido los militares hasta entonces, prefiriendo dar lugar a
los mecanismos jurídico-legales establecidos, los que favorecían al Congreso, compuesto por miembros
elegidos gracias a una fuerte intervención electoral fraguada por la misma administración que pretendía
sucederse en el Poder Ejecutivo. Ello motivó al alzamiento exitoso de las fuerzas militares del sur y la
consolidación de una sólida alianza multipartidaria plenamente representativa de toda la elite ---salvo el
sector derrocado, asociando a la administración y el Congreso---, capitaneada en parte por Portales.
En otras palabras, el triunfo de la elite opositora junto con las fuerzas militares alzadas en 1829
pretendió, y logró, reestablecer el equilibrio cívico-militar que hasta entonces había gobernado exitosamente
el país. Dicho equilibrio quedaría plenamente consagrado, y, esta vez sí, amparado en el ordenamiento
institucional, con la Constitución de 1833, que incluyó una serie de facultades extraordinarias otorgadas al
Ejecutivo y que habría de institucionalizar los mecanismos dictatoriales arbitrales, de facto hasta la fecha.
Mientras la Constitución de 1833 no tuvo vigencia, y mientras no se consolidó, Portales asumió el rol
dictatorial antedicho.
A un nivel más profundo, sin embargo, se puede decir que Portales asumió la dictadura en buena
medida para evitar que a través de meros medios constitucionales, el estado ---y más propiamente el
Ejecutivo--- definiera quién debía gobernar. En otras palabras, Portales se volvió dictador para evitar que el
estado generara su propia elite administrativa, a espaldas de las dos fuerzas políticas efectivas en ese
momento: elite social y fuerza militar, deviniendo autosuficiente.
Ello entrañaba además otro riesgo: que al sobrepasarse a la elite se resquebrajara el orden social. Por
tanto, pienso que se equivoca toda la historiografía tradicional cuando explica a Portales en función de un
propósito de orden desde el estado. Portales fue sobre todo un hombre de la sociedad civil, la que en esta
época se confunde con la elite y el orden señorial tradicional; era un comerciante que gozaba de plena
libertad, quien sólo entró a participar en el gobierno cuando vio que el desorden y la omnipotencia de las
autoridades gubernamentales atentaban en contra de ella.
No hay que confundirse en esto. Portales, repito, nunca creyó en el orden institucional legal, fue más
bien un escéptico de este poder constructivista, y aludió a una especie de autoritarismo social, más que
estatal, como base del orden político y social. En un pasaje notable, lo dice:
“...el orden social se mantiene en chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles,
hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad
pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con
medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles (II, 228)”
Lo último no era posible porque el país estaba ''en estado de barbarie''. Portales reconoce al estado en
cuanto el poder, pero no su autonomía vis-á-vis la elite; concibe al estado únicamente como garante de la paz
social. Ve en él un medio, no un fin, encargado de mantener el equilibrio social. Este autoritarismo social (en
otras palabras, el orden señorial) habría de servir, según Portales ---y he aquí la paradoja más crucial e
interesante--- como contrapeso para evitar que el estado y la institucionalidad autoritaria se engendraran a sí
mismos, además de erigir su lógica meramente jurídico-legal como monopólica, bastándose por sí sola como
único medio de gobierno. De ahí también su insistencia en la necesidad de un ''sistema de oposición que no
sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno... En fin, queremos
aproximarnos a la Inglaterra en cuanto sea posible en el modo de hacer oposición'' (I, 472)
En mi opinión, el punto anterior es crucial y refleja lo paradigmática que es la dictadura de Portales.
La elite dirigente, dije anteriormente, desde el siglo XVIII en adelante aceptó al estado como concesión, pero
ello sin perjuicio de que dicha aceptación fue a la vez escéptica, de la misma manera que lo sería durante
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todo el siglo XIX por lo demás. La elite chilena aceptó al estado mientras no alterara el orden social y
político establecido. De ahí su fuerte rechazo a cualquier tipo de autogeneración de dicho estado. De ahí
también su preferencia ulterior por el parlamentarismo, régimen que erigió al Congreso como puente entre la
sociedad tradicional y el estado administrativo potencialmente absolutista. De ahí también su repudio a
Balmaceda en 1891 y, más recientemente, su rechazo a los gobiernos planificadores de los años sesenta y
setenta del siglo XX apelando a la intervención y apoyo de las fuerzas militares, entidades contempladas en
la institucionalidad pero en el fondo corporaciones propias de la sociedad civil.
De modo que Portales inició una lógica que se volvería permanente en la elite tradicional, esto es,
tomarse el estado a fin de que éste no termine por negar a la sociedad civil. En suma, en Portales se
comprueba una ya tradicional sospecha frente al estado, no obstante reconocerle su poder.
Si bien este rasgo de la elite constituye una constante histórica, en Portales se puede explicar -a mi
juicio- fundamentalmente por su trasfondo romántico, o para ser más exacto, prerromántico. En efecto, a
Portales hay que entenderlo dentro de un contexto de cambio de sensibilidad o temperamento, y no de
pensamiento. Una serie de aspectos ya mencionados en Portales apuntan a esta transformación romántica.
Desde luego, su fuerte escepticismo frente a cualquiera pretensión racionalista constructivista, su hedonismo,
su egocentrismo, su preferencia por la acción voluntariosa y enérgica, su distanciamiento irónico deísta
tardío , su desinhibida autenticidad, sus permanentes desasosiego y extrañeza frente al mundo; ciertos
fatalismo y misantropía (''Cuando tocan a sufrir, es preciso sufrir y conformarse'' I, 435); incluso alguna
proclividad o potencialidad mística, la que se habría verificado durante un breve plazo después de la muerte
de su primer mujer. La personalidad de Portales entraña un individualismo indomable, que busca su propio
desenvolvimiento subjetivo en constante rebeldía ante toda norma. En efecto, su personalidad concuerda con
la tipificada por Alfredo De Paz a propósito del prerromanticismo: la de él es la de ''un sujeto libre que no
quiere ser limitado por ninguna condición, [y] que no se reconoce plenamente en ninguna situación
concreta''.
El período en que le toca actuar a Portales calza también con la ubicación histórica del
prerromanticismo, habida cuenta de la distancia temporal de los fenómenos latinoamericanos en relación con
los europeos. Este período está enmarcado por la llamada ''crisis del racionalismo'' en la Europa de los años
1780-1790, el impacto de la Revolución Francesa y de Napoleón. La suya es una época que lentamente se
perfila como de reconstrucción, o de ''equilibrio en movimiento'', siguiendo a Jacques Barzun ---quien
también se ha referido al romanticismo---, en que una vez enterrado el pasado se pretende algo aún no
enteramente definido. La apelación que hace Portales a algo latente, no obstante amenazado con perderse
---un espíritu social tradicional---. Reafirma este trasfondo prerromántico. Más aún, en Portales pareciera
confirmarse lo dicho por Benedetto Croce a propósito del romanticismo: se está antes una ''crisis de fe'', en
que las creencias hereditarias ceden el paso a una nueva fe filosófica y liberal aún imperfecta y sólo
parcialmente digerida.
Portales es una figura de transición, inmersa en el eclecticismo agudo de su tiempo, todavía ligada al
iluminismo dieciochesco ---de ahí su aparente vinculación con el despotismo ilustrado---, pero que no
rechaza el moralismo republicano-liberal, no obstante su apego a estructuras tradicionales que ya no logran
legitimarse por sí mismas. Portales no restaura nada; a lo más pela a que ciertos fenómenos no perezcan, no
desaparezcan, no sean avasallados. Portales preserva, no restaura; no innova, pero tampoco reacciona.
En Portales se ratifica también lo postulado por Arnold Hauser: el ''romanticismo fue la ideología de
una nueva sociedad y la expresión de una cosmovisión de una generación que ya no creía en valores
absolutos, que ya no podía seguir creyendo en cualquier valor sin pensar en su relatividad, en sus
limitaciones históricas. Miraba todo vinculado a presuposiciones históricas, porque había experimentado,
como parte de su destino personal, la caída de lo antiguo y el ascenso de una nueva cultura”.
Portales, en el fondo, confirma su propio destino romántico, paradigmático también de su clase
social. A pesar de todo su afán enérgico y su acomodo con los tiempos, cree en muy poco, lo que lo lleva a
un cierto inconformismo anómico, impotente, compensado por un extraordinario esfuerzo vital y heroico por
controlar el destino, esfuerzo que no lo libra sin embargo de la fatalidad trágica y destructora que traerá tarde
o temprano la modernidad democratizante, descontrolada y avasalladora.
Este es, a mi juicio, el Portales histórico. Con todo, Portales, en el fondo y a estas alturas, más que un
personaje histórico es un problema histórico, no tan diferentes de Rosas para el caso argentino, aunque por
razones distintas. Es un problema histórico que pone de relieve posiciones encontradas, pero a estas alturas
posiciones o explicaciones que no satisface. El personaje real de Portales es, y seguirá siendo, no más que
una excusa para formular hipótesis, algunas veces más abarcadoras y omnicomprensivas; a veces
explicaciones, como la actual que se ha formulado, menos ambiciosas, más relacionadas con el período
concreto que le tocó vivir.
De una u otra forma, sin embargo, Portales es un enigma, un material que se complejiza cada vez que
se vuelve a él, pero no termina de ofrecer una textura abierta a nuevas y revisionistas lecturas interpretativas.
Portales es la figura histórica por excelencia. Es precisamente el tipo de material que hace que la historia no
tenga fin.
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Capítulo IV: “El peso de la noche” la otra cara del orden portaliano
Llama la atención que los dos aspectos probablemente más significativos de la historia política
chilena moderna sean a la vez los menos analizados y discutidos. Aludo a la mantención prolongada de la
sociedad señorial, por una parte, la que bien podría argumentarse que dura hasta la Reforma Agraria, es
decir, los años 60 y 70 de este siglo, y por la otra la aceptación o acomodo de la elite tradicional chilena al
orden liberal clásico a partir de la Independencia hasta llegar al año 1973, por ponerle una fecha que término,
ya que después del golpe militar es posible que estemos sumidos en un orden distinto. Efectivamente, llama
la atención que no se repare en estos dos fenómenos de larga duración. La coexistencia paralela de ambos
aspectos nos dice, desde luego, mucho acerca de la supuesta estabilidad chilena a lo largo del XIX y buena
parte del XX, a la vez que puede iluminarnos acerca del colapso traumático de lo que alguna vez se creyó y
pregonó sin atisbo de duda, como una estabilidad formidable y sólida.
De un tiempo a esta parte solemos ser más cautos en nuestros juicios históricos ---nos hemos llevado
algunas sorpresas---; de ahí que resulte razonable examinar con detenimiento cuál fue realmente el orden que
imperó por tanto tiempo. Más aún cuando esta doble pervivencia ---la de un orden tradicional a la par con
una aceptación del cambio moderno por parte de quienes se presumiría lo contrario: la elite tradicional---,
proporciona tal vez una clave explicativa acerca del tipo de orden que imperó en Chile por más de ciento
cincuenta años.
Orden que pareciera ser, ante todo, equilibrio entre estos dos aspectos -como vamos a argumentar
aquí- y, por consiguiente, algo sumamente frágil y precario. Cuestión que las interpretaciones ya clásicas,
centradas en la idea de un estado consolidado y fuerte a partir de Portales y los decenios conservadores
(1830-1870), suelen subestimar. No es el caso hoy, en cambio, en que sospechamos de todo lo que alguna
vez se pensó inexpugnable: el estado, los proyectos iluministas, el curso sostenido y progresivo de la
historia; y si no de ellos, de los supuestos que lo hacían aparentemente invencibles. En efecto, hemos
reparado en que todo lo sólido bien puede desvanecerse en el aire - efectivamente, nos hemos llevado
algunas sorpresas-, a la vez que nos hemos ido sensibilizando ante su corolario: que todo lo frágil bien puede
ser infinitamente más estable, duradero y, ¿por qué no?, sólido; infinitamente más sólido incluso de lo que se
pudiera pensar.
Por de pronto el orden social, al que se alude cuando se hace hincapié en la pervivencia de la orden
señorial; orden que por un lado parece omnipotente e incólume, pero que si lo examinamos en el contexto
latinoamericano post-Independencia, sabemos que, inicialmente al menos, se temió seriamente que pudiera
colapsa. Y, a su vez, el orden discursivo liberal, que, a pesar de resultarnos un hecho casi obvio, inicialmente
---también en el contexto inmediatamente posterior a la Independencia--- fue bastante novedoso, poco
arraigado, apropiado de otras experiencias distintas de las nuestras; en fin, un orden aparentemente
insustancial, por lo mismo que reciente y extraño. Dicho de otra forma, dos fenómenos de por sí no
consolidados en sus inicios, en combinación, sin embargo, resultaron ser altamente exitosos al a hora de
asegurar orden en Chile hasta que todo colapsara en la década de 1970.
Por consiguiente, he elegido como punto de partida de esta discusión un famoso pasaje de una de las
cartas del Epistolario de Diego Portales, en que alude explícitamente al orden en Chile.
Dice el texto al que estoy haciendo referencia:
“El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles,
hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad
pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con
medidas dictadoras por razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles, pero, entre tanto...”
''El peso de la noche” o lo que resta del día.
¿Qué quiso decir Portales al referirse tan gráficamente al ''peso de la noche''? Lo primero que llama
la atención del pasaje citado es que se trate de una afirmación, una constatación: no una propuesta, sino un
mero reconocimiento de un hecho. Portales no dice que éste sea el orden al cual hay que inspirar. En efecto,
esto es sorprendente, toda vez que lo usual es que la idea de orden, como bien dice Georges Duby, sirva de
justificación para los que gobiernan; justificación que si nos atenemos a la literalidad del texto al menos, ha
sido desechada en esta ocasión. Para todos los efectos, el orden al que alude Portales es independiente de los
gobernantes; de hecho, no conozco del corpus de escritos de Portales ninguna expresión que dé luces
respecto al orden social que debe ser. La ausencia de una perspectiva axiológica imperativa, el no hacer del
orden un presupuesto normativo, confirma lo que muchas veces se ha dicho del Ministro: que no le
interesaba teorizar, que era un pragmático, un intuitivo no cerebral, en fin, un escéptico de cualquier poder
afincado en constructivismos racionalistas. El orden social simplemente es, a diferencia de otros órdenes que
se postulan como un desideratum.
Lo anterior es clave porque Portales bien pudo invocar otras órdenes posibles, capaces asimismo de
generar tranquilidad. Desde luego, las variantes de orden por todos conocidas, ya sean el estatal o bien el
institucional-legal o, por último, si se hubiera querido, un orden fundado en la cultura: el modelo
republicano-liberal clásico, lo que Baron, Pocock y otros han llamado tradición cívica humanista. Portales,
en cambio, se remite claramente a un orden social, pero, insisto, a un orden factico, antitético incluso a estos
otros órdenes disponibles. Precisamente porque no tenemos "hombres sutiles, hábiles y cosquillosos"
disponemos de un orden social eficaz, el que si por el contrario no existiera, aconsejaría ---sigo aquí con el
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texto de Portales--- tener que recurrir a medidas dictadas por la razón o que la experiencia ha enseñado a ser
útiles''. De lo cual se desprende que el concepto de orden que Portales maneja es negativo: se trata a lo más
de un orden derivado, que se origina precisamente del hecho de que no están operando los otros ordenes
disponibles que han sido o puedan ser pensados como tales.
Ahora bien, un orden pensado en términos negativos no alcanza a ser un orden pleno, en un sentido
ontológico. El orden (social) al que alude Portales es, si se me perdona la licencia, una especie de cuasi-
orden. Desde luego, porque es un orden incompleto que se remite referencialmente a otros órdenes a fin de
poder constatar su existencia. Y, curiosamente ---ésta es una de las sorpresas que depara el texto que
comentamos---, el orden completo y pleno al que por vía de oposición se está remitiendo no pareciera ser
otro que el liberal-ilustrado. Lo cual confirma que la definición de orden social que maneja Portales es, por
decir lo menos, extraordinariamente sutil. El orden social, entendido como peso de la noche opera porque el
orden propiamente tal, el liberal, no existe o carece de ''hombres'' que lo puedan hacer posible. De más está
decirlo, pero pienso que en el pasaje citado está siendo personificado en individuos que se plantean
críticamente (''hombres sutiles, hábiles y cosquillosos") y aludido implícitamente en la afirmación de que, en
caso de no existir tranquilidad pública, habría que depender de "medidas dictadas por la razón".
Entendido así, el peso de la noche -la tendencia de la masa al reposo- no es otra cosa que la
constatación de la ineficacia del orden sistémico-institucional ilustrado. Portales, ya lo hemos dicho, se
plantea siempre en función de la eficacia o utilidad política. Por lo mismo, el orden -para él- resulta de una
confrontación de fuerzas relativas, una de las cuales terminará por imponerse. Ya sea el orden propiamente
tal ---la disposición de las cosas, en el sentido de disposición diseñada por la razón--- o bien el orden mínimo
resultante: el que, en defecto de la eficacia del otro, arrojan las circunstancias dadas. Por consiguiente, la
eficacia del peso de la noche es directamente proporcional a la ineficacia de las propuestas alternativas y
diseñadas de orden; concretamente, la liberal e ilustrada.
Que el peso de la noche permita anular el efecto del orden diseñado y racional revela su utilidad; es
el peso de la noche lo que hace mantener el orden social. A su vez, en la medida en que arroja un orden
resultante, un cuasi-orden, este mismo peso de la noche deja entrever que el orden social es meramente un
orden residual.
Vuelvo a insistir en algo que dije anteriormente: Portales no ofrece una propuesta de orden
normativo; a lo sumo invoca un residuo, un saldo de orden, a falta de una noción acabada de orden que, de
haber existido, se habría postulado como propuesta normativa. El peso de la noche, por tanto, permite revelar
lo que queda del orden, ya sea lo que alguna vez imperó por sí solo (pero que ahora requiere del peso de la
noche) o bien, el nuevo orden, diseñado, que podría imponerse de no mediar precisamente este mismo peso
de la noche que ha logrado neutralizar su eficacia.
No es extraño, por lo mismo, que la imagen a la que Portales recurre para formular su noción de
orden (social) sea la de reposo: el reposo de la masa; pero en el fondo, también, el reposo mismo del orden
resultante o residual. Reposo entendido aquí como descanso, como aquello que pudiendo actuar no actúa,
cesa, calma o bien se calma.
Lo último confirma el acierto de quienes han entendido el peso de la noche como inercia. Sabemos
que la inercia es la falta de actividad o energía, la propiedad que poseen los cuerpos que permanecer en el
estado de reposo o de movimiento hasta que los saque de él una causa extraña; en otras palabras, propiedad
de la materia que consiste en no poder modificar por sí misma su estado de reposo o de movimiento. Dicho
de otro modo: no habiendo fuerza externa actuando sobre un cuerpo inerte, éste seguirá en reposo o bien
continuará moviéndose en forma rectilínea y uniforme. En realidad la física, desde Galileo a Newton -y por
ende, hemos de suponer que la física que maneja Portales- no concibe los objetos en reposo absoluto; un
cuerpo en reposo no es más que un caso particular de los cuerpos que se mueven a velocidad constante. Por
consiguiente, el peso de la noche de que nos habla Portales es lo que permite el orden social siga moviéndose
de no verse afectado por agentes externos del cambio. En ningún caso, él esta aludiendo a un orden residual
estático, sino más bien a un orden quieto. No estamos, pues, frente a una potencial regresión, sino al hecho
de que las cosas que han comenzado a moverse siguen moviéndose y las quietas permanecen en igual estado.
Insisto: Portales no postula un orden, menos uno alternativo; lo que constata son los mismos componentes
del orden -lo que queda del orden- pero sin su dinámica de aceleración, sin su potencialidad de alterar la
tranquilidad.
Con todo, se deduce de lo que hemos dicho que este orden residual e inerte es débil. Portales se
refiere a un orden sumido en un frágil equilibrio que depende del peso de la noche, y que en cualquier
instante -de mediar fuerzas externas eficaces- podrían hacerlo desvanecer. Su precariedad, por tanto, reside
en la ausencia temporal de desorden, el cual, igual sigue siendo potencial aunque inactivo, y por ende capaz
de romper la inercia. En efecto, toda la concepción de orden en Portales se erige sobre la base de la
precariedad relativa de los posibles órdenes en contención. El peso de la noche sirve para constatar que el
orden liberal e ilustrado, el orden planteado como propuesta normativa, es frágil, a la vez que el cuasi-orden
residual resultante al operar la inercia es también frágil, aunque así y todo proporciona poder. Me referiré a
este último aspecto más adelante.
Ahora bien, buena parte de la fragilidad de este cuasi-orden resulta de algo ya dicho: no es un orden
propiamente tal. Para que estemos frente a una idea de orden ésta necesariamente debe verbalizarse,
proponerse en términos axiológico-imperativos, como ley. En efecto, la alternativa frente al desorden es
normalmente la ley, su amenaza correlativa de coerción o la fuerza pura. Aquí, en cambio, se está invocando
un orden fáctico, no discursivo, ni retórico ni coercitivo. En el fondo, está invocando un orden, mejor dicho
cuasi-orden, no necesariamente legítimo en strictu sensu. De hecho, ustedes ya habrán reparado en que
Portales no hace alusión alguna, en el texto que comentamos a un acervo inmemorial o tradicional. Lo de él
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es un orden mínimo, el orden que aún no se ha visto afectado por trastornos externos potenciales o reales:
otras alternativas de orden. Orden mínimo ante el cual no se tiene optimismo o pesimismo; orden que es y
que, por lo mismo, no pretende convencer o que se le entienda.
Decíamos que Portales es un escéptico. Esto se debe a que no tiene criterios ideológicos definidos; es
un pragmático. Incide también el que haya en Portales una suerte de fatalismo cosmológico de corte clásico.
Portales es extremadamente vital, hedonista, voluntarioso, renuente a conformarse con formalismos
convencionales, particularmente normas morales. Pero a la vez es un personaje desprendido -así como ejerce
el poder, lo deja-; la suya es una frialdad apasionada pero frialdad igual. Y son precisamente esa frialdad y
ese escepticismo los que parecieran llevarlo a concebir y aceptar el orden a los resabios de orden, tal cual se
dan en la realidad, con todos sus vaivenes, cualesquiera que sean las circunstancias condicionantes. El orden
en Portales es la otra cara del desenfreno: es el curso de las cosas en estado de equilibrio o empate. No hay
detrás de esta idea de orden una visión utópica, eudemónica o de felicidad, o sus contrarios: tristeza,
arrepentimiento, nostalgia. Portales se resigna al orden que se dé o el que resulte. De ahí que no sea del todo
extraña su alusión al peso al hablar de orden social. La pesantez es también, según Portales, una
condicionante de dicho orden social. Este, al igual que cualquier otro cuerpo, se verá afectado por la acción
de la gravedad: fuerza centrípeta que atrae a todos los cuerpos a un punto dado. El peso de la noche es, por
tanto, la gravedad hecha visible y a la que fatalmente hay que atenerse.
Quizás por lo mismo el texto de Portales no hace alusión alguna al estado y se concentra únicamente
en el orden social. El orden residual es independiente del estado, entendido éste como agente activo
moldeador de la realidad social o monopolizador de la fuerza. De hecho, Portales no menciona la fuerza sino
la inercia, lo que es algo enteramente distinto. En efecto, lo que le interesa son las personas y la autoridad.
En su correspondencia, al plantear por qué se decidió a actuar y gobernar, Portales señala que se volvió
dictador para que lo dejaran trabajar como comerciante, en paz; "...si un día me agarré los fundillos y tomé
un palo para dar tranquilidad al país -dice- fue sólo para que los j... Y las p.... De Santiago me dejaran
trabajar en paz.
La autoridad es lo que él echa de menos. Una autoridad que no es posible comprobar en los círculos
del poder institucional, según su peculiar diagnóstico. De ahí que recurra a la única alternativa de poder
restante: la del orden social señorial. Y está, lo sabemos por el texto que comentamos, se basa en la pasividad
de la masa en reposo.
Sabemos también que su escepticismo abarca a las leyes y a toda pretensión racionalista legal. Dice
Portales:
“...en Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción,
el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad (...)la ley la hace uno procediendo con honradez
y sin espíritu de favor.”
Por lo mismo, lo que encontramos en Portales es una apuesta en favor de un autoritarismo social,
ante todo, más que un autoritarismo estatal.
No obstante lo anterior, Portales se desconoce el poder del estado. Les recuerdo lo que hemos dicho
una y otra vez acerca del Ministro. El funciona bajo las mismas coordenadas del orden normativo, que es
liberal, pero su acento está puesto más en la eficacia relativa del poder institucional. Acepta que el estado sea
garante de la paz social, pero otra cosa es que efectivamente lo sea. No titubea en usar todas las disposiciones
legales en su favor cuando gobierna, pero eso no significa que no desconfíe de las constituciones y de los
cuerpos legales. Incluso participa plenamente de un cierto moralismo agnóstico ---el gobierno basado en la
virtud pública---, pero lamenta que no estemos preparados suficientemente en este sentido y falten hombres
virtuosos.
De este modo, el Ministro ve en el estado y en la política en sentido clásico —res pública— un
medio, no un fin. Con lo cual puede servir a los hombres "buenos", como también a los que él denomina
"malos". Do hecho, el principal motivo que lo llevó a tomarse el poder, fraguar una coalición altamente
representativa de la élite en contra del gobierno establecido, fue la pretensión del aparataje estatal —
mediante recursos constitucionales, electorales y el control del Congreso— de querer definir quién debía
gobernar. Por consiguiente, el peligro de que el estado se vuelva autosuficiente, se autogenere a espaldas de
las dos fuerzas políticas de la época —élite tradicional y militares—, es lo que motiva su decisión en favor
de la dictadura y de volver el eje autoritario a la sociedad: lo cual da más garantías de tranquilidad pública.
De esta forma, el autoritarismo social —el peso de la noche— se erige, en la visión de Portales, en un
contrapeso del estado y de sus pretensiones monopólicas.
Hay en todo esto una tendencia a ver al estado desde un prisma meramente administrativo, que se
remonta, por cierto, al mundo imperial español, en cuyo seno Portales se crió —su padre fue un
administrador, el superintendente de La Casa de Moneda—, pero que a estas alturas va acompañado de una
conciencia cada vez mayor de que el orden estatal puede erigirse en un poder autónomo, independiente de la
base social que lo sustenta. En la medida en que el poder estatal brinda mecanismos administrativos útiles
paro quien ejerza el poder real, éstos deben utilizarse. Aun así, ello en ningún caso asegura éxito, y puede
desequilibrar el orden social, de por sí precario. El estado, en manos de "hombres sutiles, hábiles y
cosquillosos", es una amenaza; el estado en manos de "hombres de orden", "de juicio y que piensan", "de
conocido juicio, de notorio amor al país y de las mejores intenciones" —si los llega a haber— es una
necesidad, que las circunstancias harán posible o no.
El tono maquiavélico —en su sentido propio— lo notamos también en la similitud que parece
hermanar la idea del peso de la noche con la de razón de estado, lo cual confirma lo que hemos estado
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diciendo: que Portales no os enteramente ajeno a contemplar al menos el poder del estado, aun cuando
admita salvedades al respecto. Portales no siente una "necesidad política'' —me estoy sirviendo de Friedrich
Meinecke— de proteger al estado sino a la sociedad, a través, precisamente, de los mecanismos de fuerza
que el mismo estado proporciona. "La fe en un poder superior" de que habla Meinecke, en el caso específico
de Portales no se cifra en el estado sino en la sociedad.
Sabemos por Meinecke quo el problema que a veces aqueja al estado es que, pudiendo ser el garante
del derecho, "no puede en la práctica observar la vigencia incondicionada del derecho". Ergo, la razón de
estado: el reconocimiento de que la institucionalidad legal no tiene la razón, o es ineficaz en su capacidad de
persuasión, aun cuando ello no signifique renunciar a su fuerza. Por lo mismo, ésta no es más que una
técnica útil, aplicable a algunos casos y en ciertas circunstancias límite, a fin de compensar las debilidades
del orden normativo, moral y jurídico. Dicho de otra forma: quien tiene el poder que la institucionalidad
otorga puede llegar a reconocer, en determinados momentos, que no dispone de poder suficiente. En este
sentido, la razón de estado es, paradójicamente, un medio hecho a la medida del que se reconoce débil. Es
una constatación consciente de que —pudiendo plantearse en términos ético-públicos— a lo más ejerce un
poder desnudo, positivo, desprovisto de aparataje legitimante y de pretensiones teóricas o valóricas eficaces;
con lo cual se autocondena a ser meramente brutal.
El paralelo con Portales no puede ser más evidente, salvo que en el caso del Ministro la utilidad del
recurso calculado que implica la razón de estado, insisto, está puesto al servicio de la sociedad. El matiz se
debe a que no sólo ve la ineficacia del estado, sino también la ineficacia o debilidad del poder social. De ahí
que opte por la fórmula el peso de la noche, a medio camino entre las dos ineficacias. Si la razón de estado
es el reconocimiento de que el estado no tiene la razón aunque dispone de fuerza, el peso de la noche es la
admisión, la constatación de que el orden social no posee gravedad suficiente como para imponerse, aunque
sí mantiene grados no insignificantes de poder: el reposo de la masa, la inercia que aún arroja el orden social.
A estas alturas va quedando claro, espero, que lo que le interesa a Portales no es el orden sino el
poder. En efecto, la otra cara del orden portaliano es básicamente el poder, careta que, mediante un
argumento aparentemente en favor del orden, enmascara, lisa y llanamente, un apego desmesurado al poder.
De Portales se puede decir, parafraseando parcialmente a Spranger, que la política fue para él un medio para
su propia salvación, no obstante reconocerse igualmente condenado. De ahí el tono escéptico que acompaña
a esta atracción fatal por el poder y que le permite auscultar no sólo las debilidades ajenas, sino también las
propias. Hemos visto que Portales es especialmente escéptico de la eficacia, al menos, tanto del orden
normativo institucional como del orden social. Su fina sensibilidad política le permite comprobar las
distintas fuerzas en contención, y en particular sus debilidades. Así y todo, el acierto más lúcido de Portales,
a mi juicio, es saber que la suma de debilidades do los distintos órdenes en contención arroja, sin embargo,
una no despreciable capacidad de poder real, con lo cual se asegura un mínimo necesario, un residuo de
orden posible. Con los distintos remanentes de poder derivados de órdenes débiles —fundamentalmente el
orden señorial y la visión moralista republicana— Portales erigirá su sombra de orden.
Por último, ya que he dado a entender que el orden portaliano no es más que un eco, la sombro de un
poder que alguna vez fue o bien que aún no emerge, quisiera referirme a la alusión que hace Portales a la
"noche". Dicha invocación termina por resumir buena parte de lo que hemos estado diciendo.
Invocar la noche no sólo es pertinente sino gráficamente un acierto. En la noche, desde luego, no
gobiernan ni el estado ni la sociedad; a lo más impera la quietud, que es a lo único a que Portales alude
paralelamente en el texto: noche y reposo. Nada o nadie gobierna la noche, salvo el paréntesis que
proporciona la inercia. La noche es, además, ese espacio de tiempo durante el cual el sol está debajo del
horizonte. La noche, por tanto, es la obscuridad que reina entre dos tiempos de luz, el interludio espeso en
que desaparece momentáneamente la luz, el momento en que todavía no amanece. La alusión de Portales,
por tanto, subraya el carácter pendiente del orden. A su vez, la metáfora lumínica constata cuán entroncada
sigue estando su visión con los paradigmas ilustrados. Portales no aboga por las tinieblas ni por el
oscurantismo; no celebra el poder de la noche. Simplemente, comprueba su peso. De ahí que reine, en el
intertanto, la quietud, el sosiego: lo que resta del día.
Antes que anochezca o los orígenes del orden portaliano.
La idea del peso de la noche es, desde luego, original a Portales. Incluso más: no se conocen
antecedentes de la figura e imagen que invoca, que, como hemos visto, es sumamente sutil. Nace pues con
Portales. Pero hay en ella un sustrato histórico, historicísta incluso, en el sentido que le da Maurice
Mandelbaum al término, siguiendo en esto a Troelsch, Meinecke y otros: "la tendencia a ver toda la realidad,
y todos los logros humanos en términos de la categoría de desarrollo". Hemos visto que Portales no niega la
evolución liberal-ilustrada; a lo más, el peso de la noche la posterga o la desacelera. El trasfondo implícito de
la visión de Portales es, por tanto, histórico; admite un ayer, un hoy y un mañana. Y esto es eminentemente
decimonónico. Por consiguiente, de contextualizar la idea que acuña Portales debemos ubicarla
necesariamente en el siglo XIX, el chileno y europeo. Y así, no caer en anacronismos.
El primer antecedente que de alguna manera explica esta idea es el quiebre, el colapso accidental del
orden imperial español en América. En efecto, Portales postula su visión de orden en un contexto mediado y
condicionado por dicho quiebre. Ahora bien, este quiebre fue muy complejo, al punto que todavía estamos
tratando de entenderlo.
Hasta hace poco yo tendía a verlo fundamentalmente como un quiebre político —los órdenes
económico y social continuaron relativamente igual, al menos en Chile—, quiebre que se traduciría en un
cambio del orden de legitimación. A fin de justificar el poder que accidentalmente había caído en manos de
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la élite dirigente tradicional, se aceptó el orden republicano-liberal, con una serie de salvaguardas que dicen
relación con la naturaleza abierta del discurso y con restricciones censitarias que habrían de dejar las cosas
más o menos como estaban. En otras palabras, seguiría presidiendo la sociedad y el orden público una élite
terrateniente-comercial que dominaba desde Santiago. En cierto sentido, este cambio de orden de
legitimación fue relativo, por cuanto ya se había impuesto la concepción iluminista dieciochesca que nana
del estado, inicialmente borbónico y luego liberal, un eje de cambio y canalizador de la modernidad. Esto es
en forma muy abreviada como yo, al menos, y siguiendo a muchos otros por lo demás entendí y me
explicaba hasta hace poco el quiebre del orden colonial.
Sigo pensando más o menos en los mismos términos, con una que otra salvedad. Tiendo a pensar hoy
que el quiebre fue mayor. La línea de análisis previa acentuaba, muy conscientemente la continuidad.
Incluso, la tesis tendía a enfatizar cómo la continuidad había hecho posible los cambios, en el contexto de
una sociedad tradicional que apostaba a favor y se acomodaba a la modernidad a fin de consolidar su poder y
seguir liderando los procesos históricos. Hoy pienso que hay que matizar esta idea, que aún encuentro
convincente en lo sustancial.
El quiebre fue un tanto mayor porque, desde luego, se vivió como un trastorno, leve si se lo compara
con Francia o Venezuela y otros lugares, pero un trastorno de todos modos. Juan Egaña, ya en 1307, señala
al respecto:
“La convulsión general de la tierra ha tocado hasta sus extremidades, y esta bella porción del
globo, que era la mansión de la paz y del sosiego [nótese el lenguaje], se ve igualmente agitada con las
turbaciones de Europa.”
Volviendo atrás, al período que nos interesa, cabe señalar que en el contexto chileno especifico, el
problema del gobierno termina por zanjarse relativamente temprano. Desde la caída de O'Higgins en 1823 se
impone un equilibrio cívico-militar que fuerzas políticas de la época: la élite tradicional y los militares.
Tiendo a pensar, por tanto, que en Chile no se dio una anarquía. Si bien parte de la historiografía insistente
en que la hubo, y en que muy luego Portales le pondría fin desde 1829 en adelante, tengo la impresión de que
el argumento suele exagerarse. Desde luego, el equilibrio cívico-militar se mantendrá durante los próximos
tres decenios amparado sí por un refortalecimiento de las facultades extraordinarias, que equilibrarán a un
Ejecutivo hasta entonces débil y que había ocasionado la crisis de 1829.
Este es matices más matices menos, el contexto en que hay que situar el planteamiento de Portales.
Dicho contexto, a pesar de sus notorias continuidades, evidencia un cambio: la rearticulación del orden
político como posibilidad, el que vayan surgiendo otros sujetos que compitan con la élite tradicional y que
exijan participación e incluso exclusividad. Por de pronto los militares, y también a nueva élite, basada en el
mérito, la ilustración y a virtud. Y agregaría una subdivisión de esta altana: la burocracia administrativa, que
tiene como parangón a Manuel Montt, quien presidirá el decenio 1850-1860.
Me parece que la rearticulación posible de este orden político, en efecto, pasaba por la participación
activa o bien por el veto de la élite tradicional. A ello se añade el hecho de que estos nuevos sujetos, sin el
apoyo de la élite, no habrían sido capaces de sobrevivir y ejercer el poder. La extraordinaria capacidad de
cooptación de esta élite es un rasgo remontable ya al siglo XVIII, que durante el XIX ella simplemente
perfeccionará.
El punto clave, en todo caso, es que es necesario hacer sopesar el poder de la élite en el orden
político, en un contexto —insisto— en que se corre el riesgo de que cada uno de los nuevos sujetos políticos
invoque exclusividad. Y es precisamente aquí donde Portales irrumpe. Su fórmula, ya la hemos visto, es muy
clara; ni las propuestas de razón por si solas, ni la pura fuerza — les recuerdo que el aboga por la inercia del
orden social, el peso de la noche, es decir el movimiento continuo, sin intervención de factores o fuerzas
externas—, esto es, ni la razón ni la fuerza, por sí mismas, aseguran la tranquilidad pública. Con todo,
Portales no está dispuesto a desprenderse ni de la una ni de la otra. A lo más constata sus ineficacias
relativas. Sigue pensando en términos republicano-liberales, sigue siendo un ilustrado; lego, pero ilustrado al
fin. Sigue siendo, por cierto, un miembro destacado y conspicuo do la élite. Un tanto sui generis si se quiere;
se mofa de ella, transgrede permanentemente sus normas más tradicionales —las morales—, en fin, admite
sus falencias también, pero sigue siendo un miembro de la élite.
Ahora bien, pienso que Portales suspende el problema del gobierno" quién ha de dirigir el orden
público. Por eso opta por la dictadura, la que es asumida con la misma facilidad con que la deja. Y, aunque
suspende la resolución del dilema producido por el trastorno que trae consigo la Independencia, no se
paralogiza. Todo lo contrario. Admite las circunstancias dadas, el estado de la situación. Más aún, al optar
por un esquema agregativo admite todas las falencias de los distintos grupos y órdenes en contención.
Militares, hasta cierto punto: que presidan el gobierno pero con la elite detrás. Militares profesionales, ni
tanto, pero sí una guardia cívica manejada por terratenientes, hombres de probado juicio. Hombres de luces,
también. Juristas, como Mariano Egaña y Andrés Bello, publicistas como Gandarillas, técnicos como
Rengifo, aristócratas conservadores como Tocornal. Pero "al carajo" con todos ellos —cito a Portales
refiriéndose a Egaña— si las circunstancias lo requieren. En otras palabras, una fórmula que toma un poco de
aquí y un poco de allá: estado, legalidad, culto a las luces, fuerza, tradición rural-terrateniente, etc. Suma de
debilidades y fortalezas, bien pueden sortear el dilema que ha engendrado el quiebre del orden imperial
colonial.
En suma, Portales echa mano de lo que encuentra. Del Big-Bang que fue la Independencia, Portales
reconstituye un orden residual con la chatarra desperdigada, el débris arrojado por el estallido inicial y que
conserva algo de energía. El orden de Portales, por tanto, es un orden parcialmente colapsado, tullido,
11
trizado, al menos descompuesto, pero aún no aniquilado. Un orden perdido pero en permanente evolución:
no con frenos sino en desaceleración. Es un orden desordenado, valga la paradoja, que él ensambla y
rearticula con las piezas y remanentes dispersos a su disposición: el Antiguo Régimen, lo que resta del
antiguo orden que ha sobrevivido a la descomposición iniciada con la Independencia.
De este modo, Portales no preside ninguna restauración o una recuperación del poder perdido, sino
más bien conserva lo que aún no se ha dañado. A falta de orden, poder —poder en ausencia de orden—;
poder a partir de todas las instancias de poder aún disponibles; poderes en equilibrio casi simétrico y fruto
del cálculo político, hasta con algo de moderación (desde luego no es un dogmático, tampoco un nostálgico);
poder fundado en sus respectivas debilidades. En efecto, Portales no rescata nada; tan sólo recurre a residuos.
He ahí el orden, el único posible, políticamente necesario. Y, nótese que uso el término "necesario" en su
acepción filosófica, no valórica.
Me he referido al contexto chileno en que aparece la idea formulada por Portales. Hay también un
amplio contexto europeo con el que se guardan algunos parámetros de comparación y diferencias. Aludo a lo
que Isaiah Berlin ha sintetizado como reacción a la Revolución Francesa, esa sensibilidad ampliamente
compartida que expresa un alto grado de frustración porque la Revolución no produjo los efectos deseados,
previstos o anunciados. Gente que en su momento creyó en lo mismo y participó del espíritu de renovación
pero que de súbito se desengaña. En ningún caso reaccionarios en un sentido estrecho, dice Berlin; no se
oponen porque se oponen, no están a destiempo. Al contrario, gente muy de su época. Una o mejor dicho
varias generaciones de pensamiento (por cierto no coherente) que revaloró la tradición: Constant, Royer
Collard, Cousin, Guizot, De Tocqueville, Bonald, De Maistre, Alcalá Galiano, Donoso Cortés, Cánovas del
Castillo... Pensamiento que de un tiempo a esta parte ha recobrado enorme interés y que ha permitido
repensar la tradición, ya no como obstáculo, o lo opuesto y antitético a la modernidad —sólo algunos de
estos pensadores se oponen derechamente a ella—, sino como transmisión, en el sentido más puro de lo que
se entiende por tradición, transmisión desgarrada del pasado. Tradición como reposo parcial, no total, de un
mundo que se está apagando. No como mera nostalgia, en el sentido de Panofsky, de algo que se mira desde
lejos, en perspectiva, de algo que ha desaparecido y a lo que se le quiere devolver su existencia a través del
afecto, la memoria o el recuerdo. Al contrario: como pasados y presentes que conviven dificultosamente,
desfasadamente en el tiempo: los tiempos modernos.
Pienso que la postura de Portales comparte esta misma sensibilidad. Hablo de sensibilidad porque en
el fondo tratan el mismo problema —los comienzos del colapso del orden tradicional—, aunque,
definitivamente, no las mismas doctrinas o ideas. Portales no era un pensador, sí un espíritu
extraordinariamente sensible a sus circunstancias, y además habita esta misma "área rara" entre dos tiempos.
Apuntan a lo mismo que Portales estos pensadores cuando desconfían de la razón, no do la razón
entendida romo iluminación sino de la razón como constructivismo ingenieril. Apuestan a lo mismo cuando
reparan en órdenes que existen desde siempre y que se intuyen capaces de dar estabilidad, "la masa oscura de
medio-conscientes memorias, recuerdos y tradiciones y lealtades, junto con fuerzas incluso más oscuras más
abajo de los niveles de conciencia", como lo expresa Isaiah Berlin. También cuando se matriculan con el
poder, el poder como última ratio o valor, a fin de asegurar obediencia. Otro punto de confluencia entre esta
sensibilidad y Portales es la revaloración del sentido común como fuente de percepción y orientación segura,
opuesta al sensualismo ideológico: el sustrato razonable implícito en la experiencia y las convenciones, en
vez de argumentaciones y disquisiciones exquisitas. Por cierto, hay mucho de eclecticismo en Portales, lo
que es propio del prerromanticismo; "crisis de fe" lo denomina Benedetto Croce al referirse a la época;
aceptación de nuevas creencias todavía no digeridas del todo; relativismo creativo que rara vez innova pero
que acumula referencias y las yuxtapone. En suma, sensibilidad que se autosensibiliza a la historia, a la
sensación de que se transita hacia algo que no se conoce, pero se intuye desbordante, y que viene de algo que
resulta cada vez más nebuloso aunque todavía vital. Sensibilidad trastocada, ya no tan optimista como en una
primera época, sino desengañada, en el fondo escéptica aunque todavía critica, no necesaria mente
desilusionada; más bien discretamente encantada por el desengaño.
Donde evidentemente Portales se distancia de algunos de los pensadores con que comparte esta
sensibilidad es en el hecho de que él no es un nostálgico. No pretende rescatar lo que se perdió; tampoco
pretende cambiar nada de lo que se ha ido imponiendo o lo que se avecina. Portales es demasiado corajudo
como para ser temeroso. No frena nada, a lo más desacelera. Su resignación escéptica es casi total, aunque
no lo inhabilita para seguir actuando en defensa de sus intereses. Portales, ciertamente invoca un orden
colapsado, pero un orden aún no aniquilado o derrotado; un orden descompuesto pero que aún destella
energías. Además, Portales es un agnóstico, de modo que su capacidad de creencia es baja o nula.
Claroscuro o lo que va quedando de la idea.
La proyección en el contexto chileno de la idea del orden portaliano, del peso de la noche, acompaña
todo el trayecto de la sociedad tradicional, la sociedad señorial, hacia su lenta desaparición. Siendo desde un
comienzo la constatación de la ineficacia de los órdenes liberal-ilustrado y social señorial, se constituirá en la
estrategia política por excelencia de una élite tradicional que tío niega el cambio, pero que tampoco quiere
perder sus prerrogativas, desconfiando de todos los ultrismos, sean éstos tradicionalistas o progresistas
radicales. La vemos, pues, actuando una y otra vez a lo largo de los siglos XIX y XX.
Está presento en toda la práctica política de la elite tradicional, la que a mi juicio gira alrededor de
semiprincipios rara vez verbalizados aunque fácticos: que no se altere el orden jerárquico patronal, que el
orden rural esté relativamente al margen de los cambios, que ni la Iglesia ni los militares sean demasiado
poderosos, que el estado deba ser cooptado, también los nuevos grupos ascendentes; que lo que años atrás se
12
denigró como "liberalismo formal" da garantías de tolerancia y confianza mutua; un dejo de desconfianza
antiintelectual arraigada pero que no rechaza los valores culturales, aunque sí los posterga hasta que se
consagren o bien ya no constituyan una amenaza; que siempre hay que sumar, rara vez restar —es signo de
debilidad—; sumar a favor de los cambios, a fin de neutralizarlos o volverlos propios; sumar a fin de adquirir
y acumular poder, poder ante todo: en ausencia de orden, siempre el poder... En fin, hay innumerables otros
aspectos que definen esta estrategia, fácilmente deducibles.
A pesar de todo lo exitosa que ha sido esta estrategia, en algunos momentos históricos se ha visto
parcialmente desplazada por posturas intrínsecamente opuestas. Brevemente, cabria señalar ciertos hitos.
Desde luego, la llamada "generación de 1842", grupo intelectual que comienza a plantear lo social como
problemático, patológico, como algo que hay que diagnosticar y para lo cual diseñar remedios. Generación
que debe mucho a la impronta de los exiliados argentinos y al espíritu de regeneración de Echeverría, en
parte socialista utópica y en parte protopositivista, o positivista avant-la-lettre, que se plantea, como en el
caso de Sarmiento, a partir de antinomias, siendo la principal de ellas la de civilización y barbarie.
El otro hito crucial, a mi juicio, es la crisis de autoconfianza que se produce en la década de 1870.
Aquí el cambio está dado por una urbanización creciente, acompañada de una prosperidad acumulada que
viene desde la década de los 30, pero que sufre desequilibrios por crisis económicas internacionales y que
arroja uno también creciente masa marginal a la par de un enriquecido aburguesamiento de la élite, creando
así la dicotomía entre civilización y barbarie. Ya en 1850 se dice que no son los rotos el temor, sino el "que
salgan de sus guaridas". Crisis que se plantea inicialmente como caos potencial, como agitación social,
eventualmente, cuestión social; desenfreno bárbaro que hay que circunscribir, acorralar, deslindar
sistemáticamente y siempre auscultar vía diagnóstico y, por último, a fines y a la vuelta del siglo, reprimir
manu militari. Posturas que se apartan muy claramente de la idea del peso de la noche, ya sea porque
denotan temor o porque no conciben el orden en términos de reposo pasivo.
La consecuencia política más decisiva de esta crisis de autoconfianza es el asentamiento y atractivo
que brindarán el positivismo y el tradicionalismo ultramontano. El primero, porque se plantea en términos
cientificistas, pretende saber detectar leyes, con lo cual supuestamente se está a medio camino de resolver los
problemas, todos los problemas, y así lograr orden y progreso. El segundo, porque se atrinchera en la fe y en
la Iglesia. Ambos, porque son fuertemente normativos y apológicos, ortodoxos, se autoestiman edificantes y
correctivos en oposición a la creciente abulia, disolvencia e ineficacia conciliatoria y moderada del orden
establecido. Ambos, también, porque son totalizantes, holísticos, y están comprometidos en una cruzada —
laica o religiosa—, pero cruzada igual. Posturas ambas que ocultan su carácter defensivo detrás de una
fachada agresiva, optimista o pesimista, pero ya no escéptica.
Tanto el positivismo como el tradicionalismo fecundarán las posturas cientificistas y fideístas del
siglo XX. Y en la medida que se contraponen derechamente a la idea de orden planteada por Portales, harán
de ésta el recurso permanente al que tendrá que recurrir la élite tradicional para protegerse. Insisto, la idea
portaliana tiene como propósito asentar el poder sobre una base neutralizadora de otros órdenes, haciendo de
la debilidad relativa de todos los órdenes, una fortaleza no insignificante. No es raro que la sensibilidad que
detectamos en Portales y en su idea de orden mínimo —y que, repito, se constituye en una estrategia
permanente de la élite tradicional—, se contraponga a este prurito asentado en leyes, cientificidad, creencia,
ortodoxia, razón modelística, progresismo, tradicionalismo, etcétera.
Rescato un par de elementos de esta ya tradicional visión del orden. Por cierto, el que no haya
descartado de plano el orden liberal y todo lo que ello implica, el que desconfiara del poder, incluso del
propio, y, por último, su sensibilidad histórica: que entendiera que el orden es fruto del cambio y de la
permanencia, en equilibrio difícil pero no imposible. En suma, luz y sombra, luz en medio de la sombra.
Fuente: Jocelyn-Holt, Alfredo; “El peso de la noche”. Nuestra frágil fortaleza histórica.
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Control lectura el peso de la noche

  • 1. Colegio Terraustral del Sol. Depto. de Historia, Geog. y Cs. Soc. Nivel II Medio. Nombre: _____________________________________ II °:______ INSTRUCCIÓN PARA EL CONTROL DE LECTURA.  Al presentarte al control deberás elaborar un vocabulario (trabajado en clases) de todas aquellas palabras que te generen dificultad para desarrollar una buena comprensión del texto, vocabulario con el cual te podrás presentar a rendir el control. La utilización de este vocabulario será parte de la evaluación en un ítem separado. Texto sobre el pensamiento político de Diego Portales y la construcción del Estado en Chile El perfil historiográfico y mítico. Fuera del Portales público y privado, existe también el Portales histórico o historiográfico si se quiere, quizás el más real y ubicuo de todos los Portales de que disponemos. Los datos que nos proporciona su vida son en verdad magros a la luz de todo lo que se ha escrito sobre el personaje. Si además tenemos en cuenta la brevísima duración de su actuación pública, resulta incomprensible tanta atención historiográfica, a menos que reconozcamos que en ella hay una dimensión enteramente diferente, en la que vida fáctica o corporal hombre fuerte, algo que nunca termina por convencerlo. En el poder, Portales se transforma y asume con originalidad, individualidad y extrema seriedad del papel autoasignado, aun cuando se nota que le incomoda sobremanera. De ahí esa mezcla de frialdad apasionada que parece caracterizarlo. Célebre en su comentario: ''Si mi padre conspirara, a mi padre fusilaría''. Para Portales, el poder es ante todo una obligación autoinferida. Esta misma actitud se observa en su actividad empresarial. Portales demuestra una atracción natural por emprender negocios y llevarlos a cabo. Sin embargo, no se revela como un hombre especialmente atraído por el dinero; en verdad, nunca tuvo mucho éxito en ese ámbito. Tampoco parece haber detrás de su actividad empresarial un proyecto u objetivos claros que guíen su actuar. De la correspondencia se deduce una actividad comercial orientada por la oferta u oportunidad casuística, lo que lo lleva de un negocio va otro sin que exista una lógica empresarial global. Pareciera que lo que atrae es más bien el deseo inagotable de ejercer el mando, de dar vuelo a su fuerte personalidad. En efecto, Portales siempre revela una predisposición y un posesionamiento de su rol circunstancial. La ocasión dicta el papel a desempeñar, y en cada caso la ocasión en lo más profundo, sirve de excusa para dar cauce a un individualismo y un agudo sentido de superioridad que no admite contrapesos; según su peculiar manera de ver, si las circunstancias lo llevaran a ser “gañán”, entonces -dice él- “empuñaría la azada como si fuera un cetro” (I, 463). La literatura crítica, que suele verlo como un mandón, en el fondo no se equivoca. Algo similar a lo que hemos estado insinuando tanto con respecto al poder como respecto a su actividad empresarial se observa en su vida familiar. No cabe duda de que ésta fue azarosa. No volvió a casarse tras haber enviudado. Su leyenda de ''chinero'' resulta creíble. Con todo, mantuvo una larga y tormentosa relación con una aristócrata peruano-polaca, Constanza de Nordenflycht y Cortés y Azúa, quien se enamoró perdidamente de él a los catorce o quince años, lo siguió hasta Chile, le dio tres hijos -legitimados póstumamente por decreto de gobierno-, y no pudo sobrevivirle sino nueve días tras la llegada de sus restos mortales a Santiago luego de su asesinato, al embargarle una pena profunda que la llevaría también a la tumba. En este ámbito íntimo, Portales revela un gran desparpajo, un marcado desapego a formalismos convencionales; a Mercedes, su hermana quien se hace eco de chismes acerca de su vida, le manda decir: “que estoy ya viejo y muy aporreado para estar pendiente de hablillas y hacer juicio de los que digan cuatro mentecatos a que ella da el nombre de público” (III, 432), Portales es vanidoso, apasionado, iracundo, pero curiosamente frío; por lo menos así lo retratan sus comentarios sobre mujeres (''¿Sabe usted que la maldita ausencia de las señoras aún no me deja comer ni dormir a gusto? Examino mi conciencia, con más prodigalidad que lo hacía cuando tomaba los ejercicios espirituales de San Ignacio, y encuentro que las quiero del mismo se traduce -siguiendo a Manlio Brusatin- en ''imagen'', y ésta en ''destino'' y mito. La fascinación por el personaje comienza inmediatamente después de la muerte. Desde esa misma época esta fascinación, cabe señalar, se concibe en términos valoricos, no obstante expresarse a veces de manera ambigua. El juez instructor a cargo de la investigación por el asesinato nos brinda, por ejemplo, de un testimonio patético-trágico: “ Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras, hubiera dado mi vida por resucitar a este hombre tan grande, que nos prestó servicios eminentes, digno de mejor suerte; pero, como chileno, bendigo la mano de la Providencia infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades.” La poetisa Mercedes Marín del Solar prefiere el tono épico-elegíaco: “Un eco triste repite por doquier 'Murió Portales'/ Y todo es miedo, indignación y susto, y todo anuncio de futuros males... ¿Son estos restos fríos/en esta imagen insensible y muda/ lo que nos ha quedado de Portales?''. En efecto, la muerte de Portales plantea interrogantes, que de un modo u otro son respondidos por una retórica figurativa de extraordinaria variedad y riqueza, aunque un tanto reiterativa. 1
  • 2. El primero en asumir plenamente el desafío hermenéutico planteado por Portales fue el publicista liberal José Victorino Lastarria en Don Diego Portales. Juicio Histórico (1861). Según Lastarria, Portales no fue más que un ''déspota'' apasionado por el ''gobierno absoluto'' inspirado en el odio por todo lo que fuera liberal. Portales habría sentado las bases de un sistema restrictivo y arbitrario, anteponiendo a todo los intereses privados ''retrógrados y egoístas'', haciendo enseñorear en Chile una ''reacción colonial'', la que vedaría por tanto la senda progresista recientemente introducida por la Independencia, la que juicio había que rescatar. Le sigue Benjamín Vicuña Mackenna, quien en Introducción a la historia de los diez años de la Administración Montt. Don Diego Portales (1863) revisa parcialmente el ''juicio histórico'' anterior. Es Vicuña Mackenna quien alude por primera vez al ''genio'' de Portales. Figura histórica ''colosal'', Portales -según este autor- está por encima de los grupos. ''Portales, cargando sobre sus hombros el peso de todos los poderes, sujeta, con una mano la cerviz de la reacción, que viene tras sus pasos, ciega, rencorosa, haciendo la noche del oscurantismo en su derredor, y con la otra, para los golpes de la idea vencida que se ha levantado de la sangre, pidiendo otra vez la luz de sus derechos. '' Este publicista lo figura más bien como ''el gran revolucionario de los hechos...el ejecutor práctico y tenaz de todo aquello que en el gobierno de sus antecesores había sido una bella teoría o un turbulento ensayo; en una palabra, él hizo la revolución administrativa... Después que los liberales habían hecho en su pubertad la revolución política''. Aun así, para Vicuña, Portales habría sido ''más bien que un grande hombre...un hombre a todas luces extraordinario, pero imperfecto'', no ''un verdadero hombre de Estado'''. Su sistema político ''exclusivamente personal'' habría confundido la ''arbitrariedad'' con la ''autoridad''; por tanto, habría dominado, no gobernado. De ahí su eventual fracaso. Autores posteriores, de un modo u otro, se harán eco de estas dos interpretaciones, con pequeñas pero importantes variaciones, las que van extremándose hasta configurar una visión de conjunto claramente mítica. Es así como Ramón Sotomayor Valdés, en 1875,diría que ''el carácter de Portales fue.. Todo un sistema en la época que le cupo figurar'' (el énfasis es mío); Portales habría legado '' a toda la República su organización''. En Portales se está en presencia según Sotomayor, del ''severo guardián del orden público, el honradísimo servidor de los intereses de la nación, el impertérrito sacerdote de la justicia [quien] parece colocado allí para repetir en todos los momentos a los gobernantes: respetad las leyes''. Isidoro Errázuriz en su Historia de la Administración Errázuriz (1877) lo presenta a su vez como un gran artífice prometeico. Portales, ''hombre de...hechos'', ''doblegó [al país] bajo su mano como una masa de cera blanda y dócil, y conservó por mucho tiempo impreso indeleblemente el sello de algunas de sus bellas cualidades y de muchos de sus más graves defectos''- Su alma dominadora y tempestuosa'', presidiría una ''reacción oligárquica''. ''La obra de Portales consistió en quebrantar en el país todos los resortes de la máquina popular-representativa y en substituir a ellos, como único elemento de Gobierno, lo que se ha llamado el principio de la autoridad, que no es, en buenos términos, sino el sometimiento ciego de la Nación a la voluntad del Jefe del Ejecutivo.'' Fue gracias a su influjo como la Constitución de 1833 se mantuvo y afianzó. Portales fundó la ''religión del Ejecutivo omnipotente'', y en torno a ella ''se formó, creció y adquirió prestigio una casta sacerdotal, educada, a imagen y semejanza del fundador, en la escuela del desprecio a la opinión pública, del terror a la libertad y de la ciega veneración a la autoridad y a sus representantes''. En Portales, por tanto, hallamos el germen, según Errázuriz, de las luchas culminarán en el conflicto entre el Ejecutivo y Parlamento en 1891. Carlos Walker Martínez, en Portales (1879), repite más o menos los mismos argumentos añadiendo otros nuevos. Portales, ''para realizar su levantado propósito necesitaba revestirse de una energía incontrastable, y no respetar nada, ni transigir con nadie: destruirlo todo para reedificarlo todo, he ahí lo único que le correspondía hacer, y eso fue lo que hizo'', curiosa idea si se tiene en cuenta la orientación conservadora del autor. A juicio de Walker, Portales fue un tirano, pero ''de la ley, de la virtud y de la conciencia''. En Portales lo que hay es ''desprecio noble por la vil populachería y alto respeto por el cumplimiento del deber severo, imparcial y tranquilo''. ''Portales era uno de aquellos seres privilegiados de la naturaleza, que, exentos de todos los pequeños defectos que apocan el espíritu, están dotados de todas las grandes cualidades que constituyen a esos hombres extraordinarios que, de vez en cuando, aparecen en el camino de la humanidad para conducirla en medio de las tempestades de los siglos.” Visto así, Portales se transforma en una mezcla de Licurgo y Solón con ribetes virtuosos públicos -paradoja de paradojas- caros a ultramontano radical. En la obra de Alberto Edwards Vives, La fronda aristocrática (1928) Portales alcanza su imagen historiográfica más acabada, conocida y difundida en nuestros días, aun cuando en realidad esta no es más que una reformulación extraordinariamente lúcida de las visiones antedichas, pasadas por el filtro ideológico organicista spengleriano, visión que tendría enorme repercusión a lo largo de este siglo en círculos conservadores, nacionalistas, democristianos y militares. Edwards parte señalando en Portales se confirma la idea de Carlyle ''de que la humanidad sólo ha marchado al impulso de unos pocos hombres superiores''. Antes de él Chile habría sido otro país, el que después de él se transformaría ''no sólo en la forma material de las instituciones y de los acontecimientos, sino también en el alma misma de la sociedad''. Edwards va aun más lejos. Para este autor es nada menos que el ''espíritu de Portales'' el que se ha ''convertido como por un milagro en el espíritu de la nación entera'', y su ''concepción política y social'', de ser ''suya y exclusivamente suya'', habría de volverse posteriormente en ''el fundamento de la grandeza ulterior de la patria''. ''La obra de Portales fue la restauración de un hecho y un sentimiento que habían servido de base al orden público durante la paz octaviana de los tres siglos de la colonia; el hecho, era la existencia de un poder fuerte y duradero, superior al prestigio de un caudillo o a la fuerza de una facción; el sentimiento, era el respeto tradicional por la autoridad en abstracto, por el poder legítimamente establecido con independencia de 2
  • 3. quienes lo ejercían. '' En el fondo, ''lo que hizo fue restaurar material y moralmente la monarquía''. Según La fronda aristocrática, ''en este sentido, lo que se ha llamado 'reacción colonial' en la obra de Portales no fue sólo, como ya alguien ha dicho, lo más hábil y honroso de su sistema, sino su sistema mismo''. Portales habría sido capaz de organizar un poder duradero y ''en forma'' basado en una ''fuerza espiritual orgánica'': ''el sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno legítimamente establecido'', domando a la elite frondista tradicional y consagrando '' un gobierno impersonal'' centrado en la autoridad legalmente constituida. En realidad, Edwards es un apóstata liberal; retoma las interpretaciones originalmente liberales y críticas, modifica valóricamente su signo y erige positivamente a Portales en el constructor del orden institucionalizado. Si en Edwards el ''Estado en forma'' era producto del choque entre el alma de Portales y la tradición espiritual de la nación, en el Portales (1934) de Francisco Antonio Encina el ''Estado en forma'' deviene el ''Estado Portaliano'', es decir, en la sola creación del ''genio'' de Portales. Portales, para Encina, es una figura dotada de poderes superracionales. El encarna la historia. Dice este autor: ''para comprender el período histórico de 1830-1891; para presentir el que se abre en esta última fecha, hay necesidad de reconstruir la génesis del primero... Y esa tarea es imposible, sin comprender ante la personalidad real de Portales y su influencia sobre el devenir histórico. Es la llave de la historia de la República. Sin poseerla, el espíritu más agudo, sólo percibirá la sucesión ininterrumpida de un azar absurdo, rebelde a toda comprensión. '' Portales es un aislado, un extraño en su raza'', un ''apóstol''; ''nunca en el terreno político un alma individual se encarno más perfectamente en el alma nacional''. Concluye Encina: ''En Portales no hubo invención elaborada'', ''prejuicios ideológicos o afectivos'', ''todo lo que realizó'' fue '' una revelación igual a la de los grandes intuitivos de la mística''. Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora y Bernardino Bravo Lira han continuado predicando el mismo credo conservador-liberal antes esbozado, con pequeños matices. Los dos primeros, en efecto, cuestionan el carácter ''impersonal'' del régimen portaliano, y lo vinculan más con un positivismo decimonónico; sin perjuicio de lo anterior, insiste en que Portales es un ''restaurador''. Bravo Lira niega a su vez el ''régimen portaliano'', considerándolo únicamente ''una nueva versión actualizada, del régimen y del Estado indiano''. Estas ideas serán retomadas por el régimen cívico militar que rige desde 1973 hasta nuestros días, en un comienzo se definió en diversos documentos y ceremoniales públicos como autoritario y portaliano. Líneas críticas de corte más liberal, democrático o bien de izquierda no aportarán diferencias mayores a la imagen paradigmática antedicha. A pesar del alarde revisionista que hace Sergio Villalobos Rivera, en su Portales, una falsificación histórica (1989), este autor no hace otra cosa que repetir los argumentos anteriores. Villalobos Rivera califica a Portales de ''déspota ilustrado'' y líder de una ''reacción aristocrática'', no obstante visualizarlo como figura insignificante dentro de los grandes procesos estructurales de mayor y mas hondo efecto, tesis contradictoria esta última que hace dudar de la necesidad y utilidad de dedicar otro tomo más a la ya larga tradición comentarista sobre el tema. Ello demuestra cuán incapaz ha sido la historiografía reciente de encarar el tema y proporcionar interpretaciones novedosas al respecto. En un sentido análogo resulta sorprendente que un autor efectivamente revisionista ---pero esta vez más a la izquierda--- como Gabriel Salazar, en Violencia política popular en las ''grandes Alamedas'' (1990), siga insistiendo en ordenar la historia moderna de Chile en tres grandes períodos (''autoritarismo portaliano 1830-1891'', el ''parlamentarismo post-portaliano 1891-1925'' y la ''democracia neo-portaliana 1925-1973'') todos ellos compartiendo el mismo eje: el supuesto régimen portaliano ya tantas veces majaderamente aludido. Creemos entender por qué ocurre esto. A fin de cuentas resulta ideológicamente estructural la historia del país alrededor de la figura de Portales. Tanto la historiografía ''progresista'' como la ''tradicionalista'' se sienten cómodas explicando el devenir histórico chileno en función de una dialéctica excluyente entre el cambio y la continuidad. Dialéctica que pareciera encontrar en Portales un hito crucial, la más de las veces por su también supuesta claridad la que sin embargo es desmentida por las oposiciones (aunque meramente valóricas) que suscita su lectura hermenéutica. Para los ''progresistas'', Portales -un Portales autoritarios, reaccionario y oligarquizante- no es más que un escollo que la modernidad utópica, iniciada durante la época de la independencia, debe recorrer y superar, prefigurando a su vez el mismo tipo de obstáculo que se presentará durante el período parlamentarista (1891-1925) y nuevamente, el posterior a 1973, a su vez, para los ''tradicionalistas'', Portales --un Portales también autoritario pero conservador--- es el mentís que proporciona la historia, entendida ésta como tradición, la que afortunadamente se resiste a ser abatida por la modernidad; este mentís proporciona a su vez el modelo paradigmático, utópico retroactivo, de cuanta reversión se pueda dar históricamente a fin de reencausar al país en su senda, ya aprobada, política y socialmente factible. De más está decirlo, pero ambas historiografías concuerdan con el diagnóstico histórico según éstas, el país en lo más profundo de su ser, es autoritario. La historia de Chile es la historia de su autoritarismo institucional. Chile no tiene otra historia que la de su Estado, sea éste ''portaliano'' o ''antiportaliano''. De ahí que Portales sea el demiurgo de ambas posiciones encontradas, y de ahí también su fantasmal ubicuidad. Una interpretación alternativa Las explicaciones que se han formulado acerca de Portales, aun con toda su riqueza conceptual e interpretativa, se quedan cortas, eluden o no logran captar en plenitud al personaje. Evidentemente, son una excusa para dar sentido y aclarar la evolución de la historia nacional. Fallan, sin embargo, en mi opinión, porque no toman debidamente en cuenta el complejo sustrato psicológico del individuo, magnifican una actuación, que fue a lo más coyuntural, y descontextualizan al personaje. 3
  • 4. El sustrato psicológico es tomado en cuenta, pero la mayoría de las veces, como en Edwards y Encina se tiende a considerarlo como una excepcionalidad genial, lo que en el fondo delata una incapacidad de explicarlo, ensalzándolo a niveles míticos que caricaturizan o emblematizan al personaje. El Portales mítico no explica nada, salvo quizás la obsesión de los historiadores chilenos ---y por ende de la sociedad--- por el problema del orden y del estado. Pero quizás lo más grave es la tentación de proyectar suprahistóricamente a Portales, de asignarle un rol futurista que difícilmente puede inferirse de una actuación demasiado somera, por muy extraordinaria y a veces acertada que haya sido. A la anterior simplificación se añade entonces su ahistorización. La descontextualización tiene que ver con la caracterización que se hace de él. Es así como se lo ve liderando una reacción colonial, como un déspota ilustrado o bien como un visionario fuera de su tiempo que lega el país una forma o visión permanente de cómo ejercer el poder. Pienso que estas coordenadas no son persuasivas. Denominar el período en que le tocó actuar a Portales, y el inmediatamente posterior (1829-1860), como una ''reacción colonial'' o ''aristocrática'', o bien una ''restauración'' de la tradición resulta inverosímil. Estas hipótesis no explican el escepticismo agudo que manifiesta Portales por su grupo social, o su cosmovisión eminentemente republicano-liberal, al igual que la de toda la clase dirigente chilena a partir de la Independencia. Como varios han argumentado, en el Chile decimonónico no hay atisbos de un conservatismo tradicionalista, y Portales no es una excepción. Decir, a su vez, que Portales fue un ''déspota ilustrado'' simplemente confunde. Desde luego, anacroniza su labor, la que por ubicación temporal es propia del siglo XIX y no del XVIII. Portales es demasiado personalista y antirracionalista como para asociarlo a un régimen eminentemente de gabinete y proyectual como lo fue el despótico ilustrado. La restauración del orden no pareciera constituir un proyecto en si; de hecho, la búsqueda del orden no define ningún sistema político en particular, es un propósito común a todos. Más aún queda pendiente la incógnita: fuera del orden ¿Cuál es el objetivo proyectual del despotismo ilustrado de Portales? A mayor abundamiento, no se puede sostener simultáneamente que el régimen de Portales sea despótico ilustrado y que sirve de los intereses de la aristocracia; esta falacia, en la que cae Villalobos Rivera, ignora lo que ha sido históricamente el absolutismo. En el fondo, estas dos grandes hipótesis no aquilatan de modo suficiente el carácter complejo de la relación entre modernidad y tradición. En diversas publicaciones he sostenido que esta relación no es dialéctica. De hecho, en Chile, desde el reformismo borbónico ambas se complementaron. En el XVIII, la elite criolla, no obstante erigirse sobre una base social y económica tradicional, aceptó fuertes grados de modernidad a fin de continuar ejerciendo el poder; básicamente, aceptó la modernización política institucional proporcionada por un estado dirigista capaz de controlar el cambio. La independencia agudizó aun más esta estrategia; la elite dirigente no dudó en aceptar orden legitimante -potencialmente revolucionario- como el republicano, porque lo podía matizar mediantes mecanismos electorales censitarios. En adelante aceptó la apertura de sus mercados e incluso impulsó comparativamente hablando -para los estándares latinoamericanos- importantes dosis de industrialización. En efecto, ésta es una elite que no ''reacciona'' ni ''restaura''; no necesita hacerlo. Tampoco tiene que ser ''despótica ilustrada''; ya lo había sido en el XVIII, pero a estas alturas su afán cooptador bien podía hacerla encarar nuevos desafíos, fundamentalmente el republicano-liberal, sin que por ello dejara de ser eminentemente tradicional, es decir basada en una economía agrícola y en un orden social señorial. Este y no otro contexto histórico-ideológico en que hay que situar a Portales. Por último, hacer de Portales un visionario, un adelantado a su tiempo, configurando un supuesto régimen o ''Estado'' portaliano, confirma una vez más lo que historiográficamente es muy sabido: las miradas retrospectivas siempre pueden leer proyectos en el pasado, pero ello no niega lo fundamental: a menudo los sujetos hacen su historia, pero no saben a ciencia cierta qué historia hacen. Los historiadores omniscientes pretenden que sí. ¿Qué fue Portales entonces? Desde luego, Portales fue un personaje menos protagónico de lo que suele pensar, no por ello menos fascinante y paradigmático. Compartió su actuación con otros, actuación fuertemente enraizada en su tiempo. A mi juicio, Portales fue políticamente un dictador en un sentido clásico, como se define en la tipología formulada por Carl Schmitt, no un caudillo al estilo latinoamericano. Por último, fue también un personaje extraordinario, definible por su sensibilidad prerromántica. El Ministro se introduce en la historia política chilena para resolver un problema coyuntural: el problema de la autoridad. Este propósito no lo hace representativo de ningún grupo político social en especial; carece también de carácter carismático que suele tipificar a los caudillos. Su origen es obviamente aristocrático, pero no se inserta en la política chilena para resguardar los intereses de esta clase, pues esos intereses ya estaban definidos y, en buena medida, resguardados. Más aún, obtiene el apoyo casi unánime de los grupos políticos de su época, aunque quizás va perdiendo paulatinamente esta base de apoyo en la medida en que se va consolidando el principio de autoridad y se torna innecesaria la dictadura. De aceptar la tesis de que el gobierno de Portales es una dictadura, se deduce que de ella no surge ningún sistema, orden o régimen que se proyecte más allá de sus alcances inmediatos. En efecto, el sistema portaliano no existe. Estamos frente a una situación coyuntural y no proyectual. Pero el hecho de que Portales sea un dictador no significa que ideológicamente esté en contra de la doctrina o ideología imperante, que no es otra que la liberal. Puede igualmente participar de un ideario republicano-liberal (que por lo demás está salpicado en todo el Epistolario) a la vez que estar auspiciando una solución autoritaria temporal. Su mentalidad es liberal, pero los objetivos que persigue desde el gobierno son autoritarios. La naturaleza del régimen dictatorial hace aparecer como más neutra su orientación ideológica, pero eso no significa que ésta no exista. 4
  • 5. Las razones que se pueden formular para justificar esta hipótesis son múltiples: lo transitorio que fue su paso por el poder; su desapego al mando; su insistencia en situarse por sobre los grupos en pugna; su inobservancia del derecho, no obstante estar preocupado de crear todo un aparataje jurídico de emergencia para hacer más efectivo el gobierno (v. gr. tribunales de guerra, normativa sobre intendentes, limitaciones al derecho de imprenta, etc.); su desinterés por la Constitución de 1833 y por cualquier otro ordenamiento con carácter más permanente; su constante invocación de la razón de estado; su anhelo del poder total; y, por último, la utilización de la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana como un elemento más para justificar una situación de crisis. También se explica esta hipotética dictadura por el hecho de que, una vez muerto Portales, se logra un consenso político bastante sólido y se superan los problemas que aquejaban al país a fines de la década de 1820. ¿Cuál es, entonces, el motivo de esta dictadura? Ciertamente tienen razón todos los diagnósticos, el de Portales inclusive, que aseveran que el período inmediatamente anterior, es decir la década del 20, fue inestable ---aun cuando no anárquica, a mi juicio---. Desde 1823, año en que la elite logra derrocar el régimen autócrata de O'Higgins, se establece un condominio oligárquico-militar en el que participan activamente las únicas dos fuerzas políticas de ese entonces. Este régimen compartido, no obstante haberse tratado de institucionalizar en tres cuerpos legales diferentes (Constitución de 1823, Leyes Federales y Constitución de 1828), tuvo caracteres marcadamente arbitrales de facto, en buena medida porque todos estos ordenamientos estaban inspirados en un prejuicio anti Ejecutivo. En otras palabras, los militares ejercieron periódicamente ''dictaduras'' de hecho aun cuando dicho ejercicio nunca estuvo respaldado legalmente. Este equilibrio cívico-militar se quebraría sin embargo en 1829, cuando el Ejecutivo, personificando en el militar de más alto rango, Francisco Antonio Pinto, optó por abstenerse en la contienda producida entre Congreso y oposición respecto a la selección de su sucesor. En realidad, en dicha crisis política, Pinto no ejerció el papel de árbitro que de facto habían ejercido los militares hasta entonces, prefiriendo dar lugar a los mecanismos jurídico-legales establecidos, los que favorecían al Congreso, compuesto por miembros elegidos gracias a una fuerte intervención electoral fraguada por la misma administración que pretendía sucederse en el Poder Ejecutivo. Ello motivó al alzamiento exitoso de las fuerzas militares del sur y la consolidación de una sólida alianza multipartidaria plenamente representativa de toda la elite ---salvo el sector derrocado, asociando a la administración y el Congreso---, capitaneada en parte por Portales. En otras palabras, el triunfo de la elite opositora junto con las fuerzas militares alzadas en 1829 pretendió, y logró, reestablecer el equilibrio cívico-militar que hasta entonces había gobernado exitosamente el país. Dicho equilibrio quedaría plenamente consagrado, y, esta vez sí, amparado en el ordenamiento institucional, con la Constitución de 1833, que incluyó una serie de facultades extraordinarias otorgadas al Ejecutivo y que habría de institucionalizar los mecanismos dictatoriales arbitrales, de facto hasta la fecha. Mientras la Constitución de 1833 no tuvo vigencia, y mientras no se consolidó, Portales asumió el rol dictatorial antedicho. A un nivel más profundo, sin embargo, se puede decir que Portales asumió la dictadura en buena medida para evitar que a través de meros medios constitucionales, el estado ---y más propiamente el Ejecutivo--- definiera quién debía gobernar. En otras palabras, Portales se volvió dictador para evitar que el estado generara su propia elite administrativa, a espaldas de las dos fuerzas políticas efectivas en ese momento: elite social y fuerza militar, deviniendo autosuficiente. Ello entrañaba además otro riesgo: que al sobrepasarse a la elite se resquebrajara el orden social. Por tanto, pienso que se equivoca toda la historiografía tradicional cuando explica a Portales en función de un propósito de orden desde el estado. Portales fue sobre todo un hombre de la sociedad civil, la que en esta época se confunde con la elite y el orden señorial tradicional; era un comerciante que gozaba de plena libertad, quien sólo entró a participar en el gobierno cuando vio que el desorden y la omnipotencia de las autoridades gubernamentales atentaban en contra de ella. No hay que confundirse en esto. Portales, repito, nunca creyó en el orden institucional legal, fue más bien un escéptico de este poder constructivista, y aludió a una especie de autoritarismo social, más que estatal, como base del orden político y social. En un pasaje notable, lo dice: “...el orden social se mantiene en chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles (II, 228)” Lo último no era posible porque el país estaba ''en estado de barbarie''. Portales reconoce al estado en cuanto el poder, pero no su autonomía vis-á-vis la elite; concibe al estado únicamente como garante de la paz social. Ve en él un medio, no un fin, encargado de mantener el equilibrio social. Este autoritarismo social (en otras palabras, el orden señorial) habría de servir, según Portales ---y he aquí la paradoja más crucial e interesante--- como contrapeso para evitar que el estado y la institucionalidad autoritaria se engendraran a sí mismos, además de erigir su lógica meramente jurídico-legal como monopólica, bastándose por sí sola como único medio de gobierno. De ahí también su insistencia en la necesidad de un ''sistema de oposición que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno... En fin, queremos aproximarnos a la Inglaterra en cuanto sea posible en el modo de hacer oposición'' (I, 472) En mi opinión, el punto anterior es crucial y refleja lo paradigmática que es la dictadura de Portales. La elite dirigente, dije anteriormente, desde el siglo XVIII en adelante aceptó al estado como concesión, pero ello sin perjuicio de que dicha aceptación fue a la vez escéptica, de la misma manera que lo sería durante 5
  • 6. todo el siglo XIX por lo demás. La elite chilena aceptó al estado mientras no alterara el orden social y político establecido. De ahí su fuerte rechazo a cualquier tipo de autogeneración de dicho estado. De ahí también su preferencia ulterior por el parlamentarismo, régimen que erigió al Congreso como puente entre la sociedad tradicional y el estado administrativo potencialmente absolutista. De ahí también su repudio a Balmaceda en 1891 y, más recientemente, su rechazo a los gobiernos planificadores de los años sesenta y setenta del siglo XX apelando a la intervención y apoyo de las fuerzas militares, entidades contempladas en la institucionalidad pero en el fondo corporaciones propias de la sociedad civil. De modo que Portales inició una lógica que se volvería permanente en la elite tradicional, esto es, tomarse el estado a fin de que éste no termine por negar a la sociedad civil. En suma, en Portales se comprueba una ya tradicional sospecha frente al estado, no obstante reconocerle su poder. Si bien este rasgo de la elite constituye una constante histórica, en Portales se puede explicar -a mi juicio- fundamentalmente por su trasfondo romántico, o para ser más exacto, prerromántico. En efecto, a Portales hay que entenderlo dentro de un contexto de cambio de sensibilidad o temperamento, y no de pensamiento. Una serie de aspectos ya mencionados en Portales apuntan a esta transformación romántica. Desde luego, su fuerte escepticismo frente a cualquiera pretensión racionalista constructivista, su hedonismo, su egocentrismo, su preferencia por la acción voluntariosa y enérgica, su distanciamiento irónico deísta tardío , su desinhibida autenticidad, sus permanentes desasosiego y extrañeza frente al mundo; ciertos fatalismo y misantropía (''Cuando tocan a sufrir, es preciso sufrir y conformarse'' I, 435); incluso alguna proclividad o potencialidad mística, la que se habría verificado durante un breve plazo después de la muerte de su primer mujer. La personalidad de Portales entraña un individualismo indomable, que busca su propio desenvolvimiento subjetivo en constante rebeldía ante toda norma. En efecto, su personalidad concuerda con la tipificada por Alfredo De Paz a propósito del prerromanticismo: la de él es la de ''un sujeto libre que no quiere ser limitado por ninguna condición, [y] que no se reconoce plenamente en ninguna situación concreta''. El período en que le toca actuar a Portales calza también con la ubicación histórica del prerromanticismo, habida cuenta de la distancia temporal de los fenómenos latinoamericanos en relación con los europeos. Este período está enmarcado por la llamada ''crisis del racionalismo'' en la Europa de los años 1780-1790, el impacto de la Revolución Francesa y de Napoleón. La suya es una época que lentamente se perfila como de reconstrucción, o de ''equilibrio en movimiento'', siguiendo a Jacques Barzun ---quien también se ha referido al romanticismo---, en que una vez enterrado el pasado se pretende algo aún no enteramente definido. La apelación que hace Portales a algo latente, no obstante amenazado con perderse ---un espíritu social tradicional---. Reafirma este trasfondo prerromántico. Más aún, en Portales pareciera confirmarse lo dicho por Benedetto Croce a propósito del romanticismo: se está antes una ''crisis de fe'', en que las creencias hereditarias ceden el paso a una nueva fe filosófica y liberal aún imperfecta y sólo parcialmente digerida. Portales es una figura de transición, inmersa en el eclecticismo agudo de su tiempo, todavía ligada al iluminismo dieciochesco ---de ahí su aparente vinculación con el despotismo ilustrado---, pero que no rechaza el moralismo republicano-liberal, no obstante su apego a estructuras tradicionales que ya no logran legitimarse por sí mismas. Portales no restaura nada; a lo más pela a que ciertos fenómenos no perezcan, no desaparezcan, no sean avasallados. Portales preserva, no restaura; no innova, pero tampoco reacciona. En Portales se ratifica también lo postulado por Arnold Hauser: el ''romanticismo fue la ideología de una nueva sociedad y la expresión de una cosmovisión de una generación que ya no creía en valores absolutos, que ya no podía seguir creyendo en cualquier valor sin pensar en su relatividad, en sus limitaciones históricas. Miraba todo vinculado a presuposiciones históricas, porque había experimentado, como parte de su destino personal, la caída de lo antiguo y el ascenso de una nueva cultura”. Portales, en el fondo, confirma su propio destino romántico, paradigmático también de su clase social. A pesar de todo su afán enérgico y su acomodo con los tiempos, cree en muy poco, lo que lo lleva a un cierto inconformismo anómico, impotente, compensado por un extraordinario esfuerzo vital y heroico por controlar el destino, esfuerzo que no lo libra sin embargo de la fatalidad trágica y destructora que traerá tarde o temprano la modernidad democratizante, descontrolada y avasalladora. Este es, a mi juicio, el Portales histórico. Con todo, Portales, en el fondo y a estas alturas, más que un personaje histórico es un problema histórico, no tan diferentes de Rosas para el caso argentino, aunque por razones distintas. Es un problema histórico que pone de relieve posiciones encontradas, pero a estas alturas posiciones o explicaciones que no satisface. El personaje real de Portales es, y seguirá siendo, no más que una excusa para formular hipótesis, algunas veces más abarcadoras y omnicomprensivas; a veces explicaciones, como la actual que se ha formulado, menos ambiciosas, más relacionadas con el período concreto que le tocó vivir. De una u otra forma, sin embargo, Portales es un enigma, un material que se complejiza cada vez que se vuelve a él, pero no termina de ofrecer una textura abierta a nuevas y revisionistas lecturas interpretativas. Portales es la figura histórica por excelencia. Es precisamente el tipo de material que hace que la historia no tenga fin. 6
  • 7. Capítulo IV: “El peso de la noche” la otra cara del orden portaliano Llama la atención que los dos aspectos probablemente más significativos de la historia política chilena moderna sean a la vez los menos analizados y discutidos. Aludo a la mantención prolongada de la sociedad señorial, por una parte, la que bien podría argumentarse que dura hasta la Reforma Agraria, es decir, los años 60 y 70 de este siglo, y por la otra la aceptación o acomodo de la elite tradicional chilena al orden liberal clásico a partir de la Independencia hasta llegar al año 1973, por ponerle una fecha que término, ya que después del golpe militar es posible que estemos sumidos en un orden distinto. Efectivamente, llama la atención que no se repare en estos dos fenómenos de larga duración. La coexistencia paralela de ambos aspectos nos dice, desde luego, mucho acerca de la supuesta estabilidad chilena a lo largo del XIX y buena parte del XX, a la vez que puede iluminarnos acerca del colapso traumático de lo que alguna vez se creyó y pregonó sin atisbo de duda, como una estabilidad formidable y sólida. De un tiempo a esta parte solemos ser más cautos en nuestros juicios históricos ---nos hemos llevado algunas sorpresas---; de ahí que resulte razonable examinar con detenimiento cuál fue realmente el orden que imperó por tanto tiempo. Más aún cuando esta doble pervivencia ---la de un orden tradicional a la par con una aceptación del cambio moderno por parte de quienes se presumiría lo contrario: la elite tradicional---, proporciona tal vez una clave explicativa acerca del tipo de orden que imperó en Chile por más de ciento cincuenta años. Orden que pareciera ser, ante todo, equilibrio entre estos dos aspectos -como vamos a argumentar aquí- y, por consiguiente, algo sumamente frágil y precario. Cuestión que las interpretaciones ya clásicas, centradas en la idea de un estado consolidado y fuerte a partir de Portales y los decenios conservadores (1830-1870), suelen subestimar. No es el caso hoy, en cambio, en que sospechamos de todo lo que alguna vez se pensó inexpugnable: el estado, los proyectos iluministas, el curso sostenido y progresivo de la historia; y si no de ellos, de los supuestos que lo hacían aparentemente invencibles. En efecto, hemos reparado en que todo lo sólido bien puede desvanecerse en el aire - efectivamente, nos hemos llevado algunas sorpresas-, a la vez que nos hemos ido sensibilizando ante su corolario: que todo lo frágil bien puede ser infinitamente más estable, duradero y, ¿por qué no?, sólido; infinitamente más sólido incluso de lo que se pudiera pensar. Por de pronto el orden social, al que se alude cuando se hace hincapié en la pervivencia de la orden señorial; orden que por un lado parece omnipotente e incólume, pero que si lo examinamos en el contexto latinoamericano post-Independencia, sabemos que, inicialmente al menos, se temió seriamente que pudiera colapsa. Y, a su vez, el orden discursivo liberal, que, a pesar de resultarnos un hecho casi obvio, inicialmente ---también en el contexto inmediatamente posterior a la Independencia--- fue bastante novedoso, poco arraigado, apropiado de otras experiencias distintas de las nuestras; en fin, un orden aparentemente insustancial, por lo mismo que reciente y extraño. Dicho de otra forma, dos fenómenos de por sí no consolidados en sus inicios, en combinación, sin embargo, resultaron ser altamente exitosos al a hora de asegurar orden en Chile hasta que todo colapsara en la década de 1970. Por consiguiente, he elegido como punto de partida de esta discusión un famoso pasaje de una de las cartas del Epistolario de Diego Portales, en que alude explícitamente al orden en Chile. Dice el texto al que estoy haciendo referencia: “El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadoras por razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles, pero, entre tanto...” ''El peso de la noche” o lo que resta del día. ¿Qué quiso decir Portales al referirse tan gráficamente al ''peso de la noche''? Lo primero que llama la atención del pasaje citado es que se trate de una afirmación, una constatación: no una propuesta, sino un mero reconocimiento de un hecho. Portales no dice que éste sea el orden al cual hay que inspirar. En efecto, esto es sorprendente, toda vez que lo usual es que la idea de orden, como bien dice Georges Duby, sirva de justificación para los que gobiernan; justificación que si nos atenemos a la literalidad del texto al menos, ha sido desechada en esta ocasión. Para todos los efectos, el orden al que alude Portales es independiente de los gobernantes; de hecho, no conozco del corpus de escritos de Portales ninguna expresión que dé luces respecto al orden social que debe ser. La ausencia de una perspectiva axiológica imperativa, el no hacer del orden un presupuesto normativo, confirma lo que muchas veces se ha dicho del Ministro: que no le interesaba teorizar, que era un pragmático, un intuitivo no cerebral, en fin, un escéptico de cualquier poder afincado en constructivismos racionalistas. El orden social simplemente es, a diferencia de otros órdenes que se postulan como un desideratum. Lo anterior es clave porque Portales bien pudo invocar otras órdenes posibles, capaces asimismo de generar tranquilidad. Desde luego, las variantes de orden por todos conocidas, ya sean el estatal o bien el institucional-legal o, por último, si se hubiera querido, un orden fundado en la cultura: el modelo republicano-liberal clásico, lo que Baron, Pocock y otros han llamado tradición cívica humanista. Portales, en cambio, se remite claramente a un orden social, pero, insisto, a un orden factico, antitético incluso a estos otros órdenes disponibles. Precisamente porque no tenemos "hombres sutiles, hábiles y cosquillosos" disponemos de un orden social eficaz, el que si por el contrario no existiera, aconsejaría ---sigo aquí con el 7
  • 8. texto de Portales--- tener que recurrir a medidas dictadas por la razón o que la experiencia ha enseñado a ser útiles''. De lo cual se desprende que el concepto de orden que Portales maneja es negativo: se trata a lo más de un orden derivado, que se origina precisamente del hecho de que no están operando los otros ordenes disponibles que han sido o puedan ser pensados como tales. Ahora bien, un orden pensado en términos negativos no alcanza a ser un orden pleno, en un sentido ontológico. El orden (social) al que alude Portales es, si se me perdona la licencia, una especie de cuasi- orden. Desde luego, porque es un orden incompleto que se remite referencialmente a otros órdenes a fin de poder constatar su existencia. Y, curiosamente ---ésta es una de las sorpresas que depara el texto que comentamos---, el orden completo y pleno al que por vía de oposición se está remitiendo no pareciera ser otro que el liberal-ilustrado. Lo cual confirma que la definición de orden social que maneja Portales es, por decir lo menos, extraordinariamente sutil. El orden social, entendido como peso de la noche opera porque el orden propiamente tal, el liberal, no existe o carece de ''hombres'' que lo puedan hacer posible. De más está decirlo, pero pienso que en el pasaje citado está siendo personificado en individuos que se plantean críticamente (''hombres sutiles, hábiles y cosquillosos") y aludido implícitamente en la afirmación de que, en caso de no existir tranquilidad pública, habría que depender de "medidas dictadas por la razón". Entendido así, el peso de la noche -la tendencia de la masa al reposo- no es otra cosa que la constatación de la ineficacia del orden sistémico-institucional ilustrado. Portales, ya lo hemos dicho, se plantea siempre en función de la eficacia o utilidad política. Por lo mismo, el orden -para él- resulta de una confrontación de fuerzas relativas, una de las cuales terminará por imponerse. Ya sea el orden propiamente tal ---la disposición de las cosas, en el sentido de disposición diseñada por la razón--- o bien el orden mínimo resultante: el que, en defecto de la eficacia del otro, arrojan las circunstancias dadas. Por consiguiente, la eficacia del peso de la noche es directamente proporcional a la ineficacia de las propuestas alternativas y diseñadas de orden; concretamente, la liberal e ilustrada. Que el peso de la noche permita anular el efecto del orden diseñado y racional revela su utilidad; es el peso de la noche lo que hace mantener el orden social. A su vez, en la medida en que arroja un orden resultante, un cuasi-orden, este mismo peso de la noche deja entrever que el orden social es meramente un orden residual. Vuelvo a insistir en algo que dije anteriormente: Portales no ofrece una propuesta de orden normativo; a lo sumo invoca un residuo, un saldo de orden, a falta de una noción acabada de orden que, de haber existido, se habría postulado como propuesta normativa. El peso de la noche, por tanto, permite revelar lo que queda del orden, ya sea lo que alguna vez imperó por sí solo (pero que ahora requiere del peso de la noche) o bien, el nuevo orden, diseñado, que podría imponerse de no mediar precisamente este mismo peso de la noche que ha logrado neutralizar su eficacia. No es extraño, por lo mismo, que la imagen a la que Portales recurre para formular su noción de orden (social) sea la de reposo: el reposo de la masa; pero en el fondo, también, el reposo mismo del orden resultante o residual. Reposo entendido aquí como descanso, como aquello que pudiendo actuar no actúa, cesa, calma o bien se calma. Lo último confirma el acierto de quienes han entendido el peso de la noche como inercia. Sabemos que la inercia es la falta de actividad o energía, la propiedad que poseen los cuerpos que permanecer en el estado de reposo o de movimiento hasta que los saque de él una causa extraña; en otras palabras, propiedad de la materia que consiste en no poder modificar por sí misma su estado de reposo o de movimiento. Dicho de otro modo: no habiendo fuerza externa actuando sobre un cuerpo inerte, éste seguirá en reposo o bien continuará moviéndose en forma rectilínea y uniforme. En realidad la física, desde Galileo a Newton -y por ende, hemos de suponer que la física que maneja Portales- no concibe los objetos en reposo absoluto; un cuerpo en reposo no es más que un caso particular de los cuerpos que se mueven a velocidad constante. Por consiguiente, el peso de la noche de que nos habla Portales es lo que permite el orden social siga moviéndose de no verse afectado por agentes externos del cambio. En ningún caso, él esta aludiendo a un orden residual estático, sino más bien a un orden quieto. No estamos, pues, frente a una potencial regresión, sino al hecho de que las cosas que han comenzado a moverse siguen moviéndose y las quietas permanecen en igual estado. Insisto: Portales no postula un orden, menos uno alternativo; lo que constata son los mismos componentes del orden -lo que queda del orden- pero sin su dinámica de aceleración, sin su potencialidad de alterar la tranquilidad. Con todo, se deduce de lo que hemos dicho que este orden residual e inerte es débil. Portales se refiere a un orden sumido en un frágil equilibrio que depende del peso de la noche, y que en cualquier instante -de mediar fuerzas externas eficaces- podrían hacerlo desvanecer. Su precariedad, por tanto, reside en la ausencia temporal de desorden, el cual, igual sigue siendo potencial aunque inactivo, y por ende capaz de romper la inercia. En efecto, toda la concepción de orden en Portales se erige sobre la base de la precariedad relativa de los posibles órdenes en contención. El peso de la noche sirve para constatar que el orden liberal e ilustrado, el orden planteado como propuesta normativa, es frágil, a la vez que el cuasi-orden residual resultante al operar la inercia es también frágil, aunque así y todo proporciona poder. Me referiré a este último aspecto más adelante. Ahora bien, buena parte de la fragilidad de este cuasi-orden resulta de algo ya dicho: no es un orden propiamente tal. Para que estemos frente a una idea de orden ésta necesariamente debe verbalizarse, proponerse en términos axiológico-imperativos, como ley. En efecto, la alternativa frente al desorden es normalmente la ley, su amenaza correlativa de coerción o la fuerza pura. Aquí, en cambio, se está invocando un orden fáctico, no discursivo, ni retórico ni coercitivo. En el fondo, está invocando un orden, mejor dicho cuasi-orden, no necesariamente legítimo en strictu sensu. De hecho, ustedes ya habrán reparado en que Portales no hace alusión alguna, en el texto que comentamos a un acervo inmemorial o tradicional. Lo de él 8
  • 9. es un orden mínimo, el orden que aún no se ha visto afectado por trastornos externos potenciales o reales: otras alternativas de orden. Orden mínimo ante el cual no se tiene optimismo o pesimismo; orden que es y que, por lo mismo, no pretende convencer o que se le entienda. Decíamos que Portales es un escéptico. Esto se debe a que no tiene criterios ideológicos definidos; es un pragmático. Incide también el que haya en Portales una suerte de fatalismo cosmológico de corte clásico. Portales es extremadamente vital, hedonista, voluntarioso, renuente a conformarse con formalismos convencionales, particularmente normas morales. Pero a la vez es un personaje desprendido -así como ejerce el poder, lo deja-; la suya es una frialdad apasionada pero frialdad igual. Y son precisamente esa frialdad y ese escepticismo los que parecieran llevarlo a concebir y aceptar el orden a los resabios de orden, tal cual se dan en la realidad, con todos sus vaivenes, cualesquiera que sean las circunstancias condicionantes. El orden en Portales es la otra cara del desenfreno: es el curso de las cosas en estado de equilibrio o empate. No hay detrás de esta idea de orden una visión utópica, eudemónica o de felicidad, o sus contrarios: tristeza, arrepentimiento, nostalgia. Portales se resigna al orden que se dé o el que resulte. De ahí que no sea del todo extraña su alusión al peso al hablar de orden social. La pesantez es también, según Portales, una condicionante de dicho orden social. Este, al igual que cualquier otro cuerpo, se verá afectado por la acción de la gravedad: fuerza centrípeta que atrae a todos los cuerpos a un punto dado. El peso de la noche es, por tanto, la gravedad hecha visible y a la que fatalmente hay que atenerse. Quizás por lo mismo el texto de Portales no hace alusión alguna al estado y se concentra únicamente en el orden social. El orden residual es independiente del estado, entendido éste como agente activo moldeador de la realidad social o monopolizador de la fuerza. De hecho, Portales no menciona la fuerza sino la inercia, lo que es algo enteramente distinto. En efecto, lo que le interesa son las personas y la autoridad. En su correspondencia, al plantear por qué se decidió a actuar y gobernar, Portales señala que se volvió dictador para que lo dejaran trabajar como comerciante, en paz; "...si un día me agarré los fundillos y tomé un palo para dar tranquilidad al país -dice- fue sólo para que los j... Y las p.... De Santiago me dejaran trabajar en paz. La autoridad es lo que él echa de menos. Una autoridad que no es posible comprobar en los círculos del poder institucional, según su peculiar diagnóstico. De ahí que recurra a la única alternativa de poder restante: la del orden social señorial. Y está, lo sabemos por el texto que comentamos, se basa en la pasividad de la masa en reposo. Sabemos también que su escepticismo abarca a las leyes y a toda pretensión racionalista legal. Dice Portales: “...en Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad (...)la ley la hace uno procediendo con honradez y sin espíritu de favor.” Por lo mismo, lo que encontramos en Portales es una apuesta en favor de un autoritarismo social, ante todo, más que un autoritarismo estatal. No obstante lo anterior, Portales se desconoce el poder del estado. Les recuerdo lo que hemos dicho una y otra vez acerca del Ministro. El funciona bajo las mismas coordenadas del orden normativo, que es liberal, pero su acento está puesto más en la eficacia relativa del poder institucional. Acepta que el estado sea garante de la paz social, pero otra cosa es que efectivamente lo sea. No titubea en usar todas las disposiciones legales en su favor cuando gobierna, pero eso no significa que no desconfíe de las constituciones y de los cuerpos legales. Incluso participa plenamente de un cierto moralismo agnóstico ---el gobierno basado en la virtud pública---, pero lamenta que no estemos preparados suficientemente en este sentido y falten hombres virtuosos. De este modo, el Ministro ve en el estado y en la política en sentido clásico —res pública— un medio, no un fin. Con lo cual puede servir a los hombres "buenos", como también a los que él denomina "malos". Do hecho, el principal motivo que lo llevó a tomarse el poder, fraguar una coalición altamente representativa de la élite en contra del gobierno establecido, fue la pretensión del aparataje estatal — mediante recursos constitucionales, electorales y el control del Congreso— de querer definir quién debía gobernar. Por consiguiente, el peligro de que el estado se vuelva autosuficiente, se autogenere a espaldas de las dos fuerzas políticas de la época —élite tradicional y militares—, es lo que motiva su decisión en favor de la dictadura y de volver el eje autoritario a la sociedad: lo cual da más garantías de tranquilidad pública. De esta forma, el autoritarismo social —el peso de la noche— se erige, en la visión de Portales, en un contrapeso del estado y de sus pretensiones monopólicas. Hay en todo esto una tendencia a ver al estado desde un prisma meramente administrativo, que se remonta, por cierto, al mundo imperial español, en cuyo seno Portales se crió —su padre fue un administrador, el superintendente de La Casa de Moneda—, pero que a estas alturas va acompañado de una conciencia cada vez mayor de que el orden estatal puede erigirse en un poder autónomo, independiente de la base social que lo sustenta. En la medida en que el poder estatal brinda mecanismos administrativos útiles paro quien ejerza el poder real, éstos deben utilizarse. Aun así, ello en ningún caso asegura éxito, y puede desequilibrar el orden social, de por sí precario. El estado, en manos de "hombres sutiles, hábiles y cosquillosos", es una amenaza; el estado en manos de "hombres de orden", "de juicio y que piensan", "de conocido juicio, de notorio amor al país y de las mejores intenciones" —si los llega a haber— es una necesidad, que las circunstancias harán posible o no. El tono maquiavélico —en su sentido propio— lo notamos también en la similitud que parece hermanar la idea del peso de la noche con la de razón de estado, lo cual confirma lo que hemos estado 9
  • 10. diciendo: que Portales no os enteramente ajeno a contemplar al menos el poder del estado, aun cuando admita salvedades al respecto. Portales no siente una "necesidad política'' —me estoy sirviendo de Friedrich Meinecke— de proteger al estado sino a la sociedad, a través, precisamente, de los mecanismos de fuerza que el mismo estado proporciona. "La fe en un poder superior" de que habla Meinecke, en el caso específico de Portales no se cifra en el estado sino en la sociedad. Sabemos por Meinecke quo el problema que a veces aqueja al estado es que, pudiendo ser el garante del derecho, "no puede en la práctica observar la vigencia incondicionada del derecho". Ergo, la razón de estado: el reconocimiento de que la institucionalidad legal no tiene la razón, o es ineficaz en su capacidad de persuasión, aun cuando ello no signifique renunciar a su fuerza. Por lo mismo, ésta no es más que una técnica útil, aplicable a algunos casos y en ciertas circunstancias límite, a fin de compensar las debilidades del orden normativo, moral y jurídico. Dicho de otra forma: quien tiene el poder que la institucionalidad otorga puede llegar a reconocer, en determinados momentos, que no dispone de poder suficiente. En este sentido, la razón de estado es, paradójicamente, un medio hecho a la medida del que se reconoce débil. Es una constatación consciente de que —pudiendo plantearse en términos ético-públicos— a lo más ejerce un poder desnudo, positivo, desprovisto de aparataje legitimante y de pretensiones teóricas o valóricas eficaces; con lo cual se autocondena a ser meramente brutal. El paralelo con Portales no puede ser más evidente, salvo que en el caso del Ministro la utilidad del recurso calculado que implica la razón de estado, insisto, está puesto al servicio de la sociedad. El matiz se debe a que no sólo ve la ineficacia del estado, sino también la ineficacia o debilidad del poder social. De ahí que opte por la fórmula el peso de la noche, a medio camino entre las dos ineficacias. Si la razón de estado es el reconocimiento de que el estado no tiene la razón aunque dispone de fuerza, el peso de la noche es la admisión, la constatación de que el orden social no posee gravedad suficiente como para imponerse, aunque sí mantiene grados no insignificantes de poder: el reposo de la masa, la inercia que aún arroja el orden social. A estas alturas va quedando claro, espero, que lo que le interesa a Portales no es el orden sino el poder. En efecto, la otra cara del orden portaliano es básicamente el poder, careta que, mediante un argumento aparentemente en favor del orden, enmascara, lisa y llanamente, un apego desmesurado al poder. De Portales se puede decir, parafraseando parcialmente a Spranger, que la política fue para él un medio para su propia salvación, no obstante reconocerse igualmente condenado. De ahí el tono escéptico que acompaña a esta atracción fatal por el poder y que le permite auscultar no sólo las debilidades ajenas, sino también las propias. Hemos visto que Portales es especialmente escéptico de la eficacia, al menos, tanto del orden normativo institucional como del orden social. Su fina sensibilidad política le permite comprobar las distintas fuerzas en contención, y en particular sus debilidades. Así y todo, el acierto más lúcido de Portales, a mi juicio, es saber que la suma de debilidades do los distintos órdenes en contención arroja, sin embargo, una no despreciable capacidad de poder real, con lo cual se asegura un mínimo necesario, un residuo de orden posible. Con los distintos remanentes de poder derivados de órdenes débiles —fundamentalmente el orden señorial y la visión moralista republicana— Portales erigirá su sombra de orden. Por último, ya que he dado a entender que el orden portaliano no es más que un eco, la sombro de un poder que alguna vez fue o bien que aún no emerge, quisiera referirme a la alusión que hace Portales a la "noche". Dicha invocación termina por resumir buena parte de lo que hemos estado diciendo. Invocar la noche no sólo es pertinente sino gráficamente un acierto. En la noche, desde luego, no gobiernan ni el estado ni la sociedad; a lo más impera la quietud, que es a lo único a que Portales alude paralelamente en el texto: noche y reposo. Nada o nadie gobierna la noche, salvo el paréntesis que proporciona la inercia. La noche es, además, ese espacio de tiempo durante el cual el sol está debajo del horizonte. La noche, por tanto, es la obscuridad que reina entre dos tiempos de luz, el interludio espeso en que desaparece momentáneamente la luz, el momento en que todavía no amanece. La alusión de Portales, por tanto, subraya el carácter pendiente del orden. A su vez, la metáfora lumínica constata cuán entroncada sigue estando su visión con los paradigmas ilustrados. Portales no aboga por las tinieblas ni por el oscurantismo; no celebra el poder de la noche. Simplemente, comprueba su peso. De ahí que reine, en el intertanto, la quietud, el sosiego: lo que resta del día. Antes que anochezca o los orígenes del orden portaliano. La idea del peso de la noche es, desde luego, original a Portales. Incluso más: no se conocen antecedentes de la figura e imagen que invoca, que, como hemos visto, es sumamente sutil. Nace pues con Portales. Pero hay en ella un sustrato histórico, historicísta incluso, en el sentido que le da Maurice Mandelbaum al término, siguiendo en esto a Troelsch, Meinecke y otros: "la tendencia a ver toda la realidad, y todos los logros humanos en términos de la categoría de desarrollo". Hemos visto que Portales no niega la evolución liberal-ilustrada; a lo más, el peso de la noche la posterga o la desacelera. El trasfondo implícito de la visión de Portales es, por tanto, histórico; admite un ayer, un hoy y un mañana. Y esto es eminentemente decimonónico. Por consiguiente, de contextualizar la idea que acuña Portales debemos ubicarla necesariamente en el siglo XIX, el chileno y europeo. Y así, no caer en anacronismos. El primer antecedente que de alguna manera explica esta idea es el quiebre, el colapso accidental del orden imperial español en América. En efecto, Portales postula su visión de orden en un contexto mediado y condicionado por dicho quiebre. Ahora bien, este quiebre fue muy complejo, al punto que todavía estamos tratando de entenderlo. Hasta hace poco yo tendía a verlo fundamentalmente como un quiebre político —los órdenes económico y social continuaron relativamente igual, al menos en Chile—, quiebre que se traduciría en un cambio del orden de legitimación. A fin de justificar el poder que accidentalmente había caído en manos de 10
  • 11. la élite dirigente tradicional, se aceptó el orden republicano-liberal, con una serie de salvaguardas que dicen relación con la naturaleza abierta del discurso y con restricciones censitarias que habrían de dejar las cosas más o menos como estaban. En otras palabras, seguiría presidiendo la sociedad y el orden público una élite terrateniente-comercial que dominaba desde Santiago. En cierto sentido, este cambio de orden de legitimación fue relativo, por cuanto ya se había impuesto la concepción iluminista dieciochesca que nana del estado, inicialmente borbónico y luego liberal, un eje de cambio y canalizador de la modernidad. Esto es en forma muy abreviada como yo, al menos, y siguiendo a muchos otros por lo demás entendí y me explicaba hasta hace poco el quiebre del orden colonial. Sigo pensando más o menos en los mismos términos, con una que otra salvedad. Tiendo a pensar hoy que el quiebre fue mayor. La línea de análisis previa acentuaba, muy conscientemente la continuidad. Incluso, la tesis tendía a enfatizar cómo la continuidad había hecho posible los cambios, en el contexto de una sociedad tradicional que apostaba a favor y se acomodaba a la modernidad a fin de consolidar su poder y seguir liderando los procesos históricos. Hoy pienso que hay que matizar esta idea, que aún encuentro convincente en lo sustancial. El quiebre fue un tanto mayor porque, desde luego, se vivió como un trastorno, leve si se lo compara con Francia o Venezuela y otros lugares, pero un trastorno de todos modos. Juan Egaña, ya en 1307, señala al respecto: “La convulsión general de la tierra ha tocado hasta sus extremidades, y esta bella porción del globo, que era la mansión de la paz y del sosiego [nótese el lenguaje], se ve igualmente agitada con las turbaciones de Europa.” Volviendo atrás, al período que nos interesa, cabe señalar que en el contexto chileno especifico, el problema del gobierno termina por zanjarse relativamente temprano. Desde la caída de O'Higgins en 1823 se impone un equilibrio cívico-militar que fuerzas políticas de la época: la élite tradicional y los militares. Tiendo a pensar, por tanto, que en Chile no se dio una anarquía. Si bien parte de la historiografía insistente en que la hubo, y en que muy luego Portales le pondría fin desde 1829 en adelante, tengo la impresión de que el argumento suele exagerarse. Desde luego, el equilibrio cívico-militar se mantendrá durante los próximos tres decenios amparado sí por un refortalecimiento de las facultades extraordinarias, que equilibrarán a un Ejecutivo hasta entonces débil y que había ocasionado la crisis de 1829. Este es matices más matices menos, el contexto en que hay que situar el planteamiento de Portales. Dicho contexto, a pesar de sus notorias continuidades, evidencia un cambio: la rearticulación del orden político como posibilidad, el que vayan surgiendo otros sujetos que compitan con la élite tradicional y que exijan participación e incluso exclusividad. Por de pronto los militares, y también a nueva élite, basada en el mérito, la ilustración y a virtud. Y agregaría una subdivisión de esta altana: la burocracia administrativa, que tiene como parangón a Manuel Montt, quien presidirá el decenio 1850-1860. Me parece que la rearticulación posible de este orden político, en efecto, pasaba por la participación activa o bien por el veto de la élite tradicional. A ello se añade el hecho de que estos nuevos sujetos, sin el apoyo de la élite, no habrían sido capaces de sobrevivir y ejercer el poder. La extraordinaria capacidad de cooptación de esta élite es un rasgo remontable ya al siglo XVIII, que durante el XIX ella simplemente perfeccionará. El punto clave, en todo caso, es que es necesario hacer sopesar el poder de la élite en el orden político, en un contexto —insisto— en que se corre el riesgo de que cada uno de los nuevos sujetos políticos invoque exclusividad. Y es precisamente aquí donde Portales irrumpe. Su fórmula, ya la hemos visto, es muy clara; ni las propuestas de razón por si solas, ni la pura fuerza — les recuerdo que el aboga por la inercia del orden social, el peso de la noche, es decir el movimiento continuo, sin intervención de factores o fuerzas externas—, esto es, ni la razón ni la fuerza, por sí mismas, aseguran la tranquilidad pública. Con todo, Portales no está dispuesto a desprenderse ni de la una ni de la otra. A lo más constata sus ineficacias relativas. Sigue pensando en términos republicano-liberales, sigue siendo un ilustrado; lego, pero ilustrado al fin. Sigue siendo, por cierto, un miembro destacado y conspicuo do la élite. Un tanto sui generis si se quiere; se mofa de ella, transgrede permanentemente sus normas más tradicionales —las morales—, en fin, admite sus falencias también, pero sigue siendo un miembro de la élite. Ahora bien, pienso que Portales suspende el problema del gobierno" quién ha de dirigir el orden público. Por eso opta por la dictadura, la que es asumida con la misma facilidad con que la deja. Y, aunque suspende la resolución del dilema producido por el trastorno que trae consigo la Independencia, no se paralogiza. Todo lo contrario. Admite las circunstancias dadas, el estado de la situación. Más aún, al optar por un esquema agregativo admite todas las falencias de los distintos grupos y órdenes en contención. Militares, hasta cierto punto: que presidan el gobierno pero con la elite detrás. Militares profesionales, ni tanto, pero sí una guardia cívica manejada por terratenientes, hombres de probado juicio. Hombres de luces, también. Juristas, como Mariano Egaña y Andrés Bello, publicistas como Gandarillas, técnicos como Rengifo, aristócratas conservadores como Tocornal. Pero "al carajo" con todos ellos —cito a Portales refiriéndose a Egaña— si las circunstancias lo requieren. En otras palabras, una fórmula que toma un poco de aquí y un poco de allá: estado, legalidad, culto a las luces, fuerza, tradición rural-terrateniente, etc. Suma de debilidades y fortalezas, bien pueden sortear el dilema que ha engendrado el quiebre del orden imperial colonial. En suma, Portales echa mano de lo que encuentra. Del Big-Bang que fue la Independencia, Portales reconstituye un orden residual con la chatarra desperdigada, el débris arrojado por el estallido inicial y que conserva algo de energía. El orden de Portales, por tanto, es un orden parcialmente colapsado, tullido, 11
  • 12. trizado, al menos descompuesto, pero aún no aniquilado. Un orden perdido pero en permanente evolución: no con frenos sino en desaceleración. Es un orden desordenado, valga la paradoja, que él ensambla y rearticula con las piezas y remanentes dispersos a su disposición: el Antiguo Régimen, lo que resta del antiguo orden que ha sobrevivido a la descomposición iniciada con la Independencia. De este modo, Portales no preside ninguna restauración o una recuperación del poder perdido, sino más bien conserva lo que aún no se ha dañado. A falta de orden, poder —poder en ausencia de orden—; poder a partir de todas las instancias de poder aún disponibles; poderes en equilibrio casi simétrico y fruto del cálculo político, hasta con algo de moderación (desde luego no es un dogmático, tampoco un nostálgico); poder fundado en sus respectivas debilidades. En efecto, Portales no rescata nada; tan sólo recurre a residuos. He ahí el orden, el único posible, políticamente necesario. Y, nótese que uso el término "necesario" en su acepción filosófica, no valórica. Me he referido al contexto chileno en que aparece la idea formulada por Portales. Hay también un amplio contexto europeo con el que se guardan algunos parámetros de comparación y diferencias. Aludo a lo que Isaiah Berlin ha sintetizado como reacción a la Revolución Francesa, esa sensibilidad ampliamente compartida que expresa un alto grado de frustración porque la Revolución no produjo los efectos deseados, previstos o anunciados. Gente que en su momento creyó en lo mismo y participó del espíritu de renovación pero que de súbito se desengaña. En ningún caso reaccionarios en un sentido estrecho, dice Berlin; no se oponen porque se oponen, no están a destiempo. Al contrario, gente muy de su época. Una o mejor dicho varias generaciones de pensamiento (por cierto no coherente) que revaloró la tradición: Constant, Royer Collard, Cousin, Guizot, De Tocqueville, Bonald, De Maistre, Alcalá Galiano, Donoso Cortés, Cánovas del Castillo... Pensamiento que de un tiempo a esta parte ha recobrado enorme interés y que ha permitido repensar la tradición, ya no como obstáculo, o lo opuesto y antitético a la modernidad —sólo algunos de estos pensadores se oponen derechamente a ella—, sino como transmisión, en el sentido más puro de lo que se entiende por tradición, transmisión desgarrada del pasado. Tradición como reposo parcial, no total, de un mundo que se está apagando. No como mera nostalgia, en el sentido de Panofsky, de algo que se mira desde lejos, en perspectiva, de algo que ha desaparecido y a lo que se le quiere devolver su existencia a través del afecto, la memoria o el recuerdo. Al contrario: como pasados y presentes que conviven dificultosamente, desfasadamente en el tiempo: los tiempos modernos. Pienso que la postura de Portales comparte esta misma sensibilidad. Hablo de sensibilidad porque en el fondo tratan el mismo problema —los comienzos del colapso del orden tradicional—, aunque, definitivamente, no las mismas doctrinas o ideas. Portales no era un pensador, sí un espíritu extraordinariamente sensible a sus circunstancias, y además habita esta misma "área rara" entre dos tiempos. Apuntan a lo mismo que Portales estos pensadores cuando desconfían de la razón, no do la razón entendida romo iluminación sino de la razón como constructivismo ingenieril. Apuestan a lo mismo cuando reparan en órdenes que existen desde siempre y que se intuyen capaces de dar estabilidad, "la masa oscura de medio-conscientes memorias, recuerdos y tradiciones y lealtades, junto con fuerzas incluso más oscuras más abajo de los niveles de conciencia", como lo expresa Isaiah Berlin. También cuando se matriculan con el poder, el poder como última ratio o valor, a fin de asegurar obediencia. Otro punto de confluencia entre esta sensibilidad y Portales es la revaloración del sentido común como fuente de percepción y orientación segura, opuesta al sensualismo ideológico: el sustrato razonable implícito en la experiencia y las convenciones, en vez de argumentaciones y disquisiciones exquisitas. Por cierto, hay mucho de eclecticismo en Portales, lo que es propio del prerromanticismo; "crisis de fe" lo denomina Benedetto Croce al referirse a la época; aceptación de nuevas creencias todavía no digeridas del todo; relativismo creativo que rara vez innova pero que acumula referencias y las yuxtapone. En suma, sensibilidad que se autosensibiliza a la historia, a la sensación de que se transita hacia algo que no se conoce, pero se intuye desbordante, y que viene de algo que resulta cada vez más nebuloso aunque todavía vital. Sensibilidad trastocada, ya no tan optimista como en una primera época, sino desengañada, en el fondo escéptica aunque todavía critica, no necesaria mente desilusionada; más bien discretamente encantada por el desengaño. Donde evidentemente Portales se distancia de algunos de los pensadores con que comparte esta sensibilidad es en el hecho de que él no es un nostálgico. No pretende rescatar lo que se perdió; tampoco pretende cambiar nada de lo que se ha ido imponiendo o lo que se avecina. Portales es demasiado corajudo como para ser temeroso. No frena nada, a lo más desacelera. Su resignación escéptica es casi total, aunque no lo inhabilita para seguir actuando en defensa de sus intereses. Portales, ciertamente invoca un orden colapsado, pero un orden aún no aniquilado o derrotado; un orden descompuesto pero que aún destella energías. Además, Portales es un agnóstico, de modo que su capacidad de creencia es baja o nula. Claroscuro o lo que va quedando de la idea. La proyección en el contexto chileno de la idea del orden portaliano, del peso de la noche, acompaña todo el trayecto de la sociedad tradicional, la sociedad señorial, hacia su lenta desaparición. Siendo desde un comienzo la constatación de la ineficacia de los órdenes liberal-ilustrado y social señorial, se constituirá en la estrategia política por excelencia de una élite tradicional que tío niega el cambio, pero que tampoco quiere perder sus prerrogativas, desconfiando de todos los ultrismos, sean éstos tradicionalistas o progresistas radicales. La vemos, pues, actuando una y otra vez a lo largo de los siglos XIX y XX. Está presento en toda la práctica política de la elite tradicional, la que a mi juicio gira alrededor de semiprincipios rara vez verbalizados aunque fácticos: que no se altere el orden jerárquico patronal, que el orden rural esté relativamente al margen de los cambios, que ni la Iglesia ni los militares sean demasiado poderosos, que el estado deba ser cooptado, también los nuevos grupos ascendentes; que lo que años atrás se 12
  • 13. denigró como "liberalismo formal" da garantías de tolerancia y confianza mutua; un dejo de desconfianza antiintelectual arraigada pero que no rechaza los valores culturales, aunque sí los posterga hasta que se consagren o bien ya no constituyan una amenaza; que siempre hay que sumar, rara vez restar —es signo de debilidad—; sumar a favor de los cambios, a fin de neutralizarlos o volverlos propios; sumar a fin de adquirir y acumular poder, poder ante todo: en ausencia de orden, siempre el poder... En fin, hay innumerables otros aspectos que definen esta estrategia, fácilmente deducibles. A pesar de todo lo exitosa que ha sido esta estrategia, en algunos momentos históricos se ha visto parcialmente desplazada por posturas intrínsecamente opuestas. Brevemente, cabria señalar ciertos hitos. Desde luego, la llamada "generación de 1842", grupo intelectual que comienza a plantear lo social como problemático, patológico, como algo que hay que diagnosticar y para lo cual diseñar remedios. Generación que debe mucho a la impronta de los exiliados argentinos y al espíritu de regeneración de Echeverría, en parte socialista utópica y en parte protopositivista, o positivista avant-la-lettre, que se plantea, como en el caso de Sarmiento, a partir de antinomias, siendo la principal de ellas la de civilización y barbarie. El otro hito crucial, a mi juicio, es la crisis de autoconfianza que se produce en la década de 1870. Aquí el cambio está dado por una urbanización creciente, acompañada de una prosperidad acumulada que viene desde la década de los 30, pero que sufre desequilibrios por crisis económicas internacionales y que arroja uno también creciente masa marginal a la par de un enriquecido aburguesamiento de la élite, creando así la dicotomía entre civilización y barbarie. Ya en 1850 se dice que no son los rotos el temor, sino el "que salgan de sus guaridas". Crisis que se plantea inicialmente como caos potencial, como agitación social, eventualmente, cuestión social; desenfreno bárbaro que hay que circunscribir, acorralar, deslindar sistemáticamente y siempre auscultar vía diagnóstico y, por último, a fines y a la vuelta del siglo, reprimir manu militari. Posturas que se apartan muy claramente de la idea del peso de la noche, ya sea porque denotan temor o porque no conciben el orden en términos de reposo pasivo. La consecuencia política más decisiva de esta crisis de autoconfianza es el asentamiento y atractivo que brindarán el positivismo y el tradicionalismo ultramontano. El primero, porque se plantea en términos cientificistas, pretende saber detectar leyes, con lo cual supuestamente se está a medio camino de resolver los problemas, todos los problemas, y así lograr orden y progreso. El segundo, porque se atrinchera en la fe y en la Iglesia. Ambos, porque son fuertemente normativos y apológicos, ortodoxos, se autoestiman edificantes y correctivos en oposición a la creciente abulia, disolvencia e ineficacia conciliatoria y moderada del orden establecido. Ambos, también, porque son totalizantes, holísticos, y están comprometidos en una cruzada — laica o religiosa—, pero cruzada igual. Posturas ambas que ocultan su carácter defensivo detrás de una fachada agresiva, optimista o pesimista, pero ya no escéptica. Tanto el positivismo como el tradicionalismo fecundarán las posturas cientificistas y fideístas del siglo XX. Y en la medida que se contraponen derechamente a la idea de orden planteada por Portales, harán de ésta el recurso permanente al que tendrá que recurrir la élite tradicional para protegerse. Insisto, la idea portaliana tiene como propósito asentar el poder sobre una base neutralizadora de otros órdenes, haciendo de la debilidad relativa de todos los órdenes, una fortaleza no insignificante. No es raro que la sensibilidad que detectamos en Portales y en su idea de orden mínimo —y que, repito, se constituye en una estrategia permanente de la élite tradicional—, se contraponga a este prurito asentado en leyes, cientificidad, creencia, ortodoxia, razón modelística, progresismo, tradicionalismo, etcétera. Rescato un par de elementos de esta ya tradicional visión del orden. Por cierto, el que no haya descartado de plano el orden liberal y todo lo que ello implica, el que desconfiara del poder, incluso del propio, y, por último, su sensibilidad histórica: que entendiera que el orden es fruto del cambio y de la permanencia, en equilibrio difícil pero no imposible. En suma, luz y sombra, luz en medio de la sombra. Fuente: Jocelyn-Holt, Alfredo; “El peso de la noche”. Nuestra frágil fortaleza histórica. 13