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Gálatas
                 Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
                                     Carl P. Cosaert



                                        CAPÍTULO 5


                             Fe en Cristo

E
        l mundo evangélico sintió un estremecimiento el 5 de mayo del
        2007 ante la noticia de que Francis Beckwith, presidente de So-
        ciedad Teológica Evangélica, dimitió de su cargo, repudió todos
sus vínculos con el protestantismo y se unió formalmente a la Iglesia
Católica Romana. Es probable que la mayoría de la gente no percibiera
como significativa la decisión de Beckwith. En Estados Unidos, siempre
hay gente que se cambia de iglesia; entonces, ¿qué hace que este caso re-
sulte de tanto interés periodístico? Cualquiera familiarizado con la his-
toria de Martín Lutero y el surgimiento del protestantismo se percata de
que la decisión de Beckwith de hacerse católico romano no era tan sim-
ple como que una persona se pase de una iglesia bautista a una metodis-
ta. Aunque los protestantes y los católicos compartimos algunas creen-
cias comunes, nos separan muchas diferencias teológicas significativas;
por ejemplo, la veneración católica romana por María, la inclusión de
escritos de los apócrifos como parte de la Biblia, la creencia en el purga-
torio, las oraciones por los difuntos y la doctrina de la infalibilidad pa-
pal. Sin embargo, lo que hizo que la separación de Beckwith del protes-
tantismo resultase tan inquietante para los cristianos evangélicos fue la
razón que dio para su decisión.
En una entrevista en la revista Chrístianity Today, Beckwith afirmó que
el factor fundamental que lo llevó a convertirse al catolicismo romano
fue que ya no estaba de acuerdo con la doctrina medular del protestan-
tismo: la creencia en que la justificación es solamente por fe. 1 Luchó

1 En las últimas tres décadas eruditos católicos romanos vienen dialogando con protestantes para intentar
corregir prejuicios y falsos estereotipos, y para promover la unidad en temas morales comunes. Uno de los
asuntos abordados ha sido la cuestión divisiva de la justificación por la fe. Un encuentro entre el Consejo
Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial propició la
publicación de un documento en 1999 titulado Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. En
dicho documento, luteranos y católicos acordaban la siguiente definición de «justificación»: «Juntos confe-
samos: Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos
                                   © Recursos Escuela Sabática
con la idea de que la fe, y solo la fe, era cuanto se requería para que una
persona esté en buenas relaciones con Dios. Beckwith expresó que en-
contraba más atractivo el catolicismo, porque «encuadra la vida cristia-
na como una vida en la que hay que ejercer la virtud. [...] Como evangé-
lico, incluso cuando hablaba de la santificación y quería practicarla, pa-
recía que no tenía un incentivo lo bastante bueno como para hacerlo». 2
Desde su perspectiva, la creencia en que la fe sola reconcilie a los seres
humanos con el Padre da demasiada importancia a la fe y no pone sufi-
ciente énfasis en la necesidad de la obediencia.
Beckwith no es la primera persona que se ha sentido incómoda con la
forma en que la enseñanza de la justificación por la fe ha llevado a algu-
nos evangélicos a quitar importancia a la obediencia en la vida del cre-
yente. Dado que no todas las confesiones del cristianismo protestante
minimizan la observancia de la ley de Dios, solo cabe suponer que la de-
cisión de Beckwith de apartarse del protestantismo fue, en último
término una reacción a un punto de vista distorsionado de la justifica-
ción por la fe. Como Beckwith era hasta entonces bautista, parece lógico
concluir que reaccionó a la típica creencia bautista del «una vez salvo,
salvo para siempre». Aunque recalca la seguridad en Cristo solo, este
concepto también presenta de una forma sesgada la enseñanza bíblica
de la perseverancia de los santos y a menudo ha fascinado a algunos a
llegar a la peligrosa conclusión de que la obediencia a Dios es opcional.
Parece que la decisión de Beckwith lo ha llevado de un error doctrinal a
otro.



aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y
llamándonos a buenas obras»
(http://www.vatican.va/roman_curia/pontificalcouncils/chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_31101999_c
ath-luth-joint-<ieclaration_sp.html).
El Consejo Metodista Mundial también adoptó la declaración en 2006. Aunque el documento, ciertamente,
ha promovido mayor comprensión mutua, no ha resuelto la diferencia histórica de opinión sobre la justifica-
ción, en contra de algunas afirmaciones, entre el protestantismo tradicional y el catolicismo romano. Aun-
que no hay nada objetable en lo que afirma la DCDJ, la dificultad reside en lo que no dice.
La creencia en la gracia sola y la fe en Cristo nunca han sido tema de desacuerdo entre protestantes y
católicos. El asunto divisorio ha sido si la fe «sola» es suficiente. El catolicismo romano sigue proclamando
que, aunque la fe es importante, no es suficiente por sí misma para la justificación. Antes bien, las buenas
obras, habilitadas por el Espíritu, son un prerrequisito necesario para la justificación. En la teología católica
romana, la salvación está arraigada en la fe más las obras, no en la fe sola.
Aunque los protestantes y los católicos, ciertamente, tenemos muchas cosas en común y debemos seguir
dialogando y trabajando juntos en áreas en las que hay acuerdo mutuo, como Pablo en Gálatas debemos
continuar señalando la plena suficiencia de la fe sola en Cristo como único prerrequisito para la salvación.
2 David Neff, «Q&A: Francis Beckwith» [Preguntas y respuestas: Francis Beckwith], Christianity Today. Ci-

tado el 29 de mayo de 2009 de Internet:
http://www.christianitytoday.com/ct/2007/mayweb-only/119-33.0.html
                                     © Recursos Escuela Sabática
Aunque su perspectiva es una crítica válida de la situación real de algu-
nas confesiones del cristianismo evangélico contemporáneo (cf. Santiago
2:14-26), no es, desde luego, una presentación correcta de la enseñanza
de Pablo sobre la justificación por la fe. La salvación es por la fe sola en
Cristo, pero la fe siempre conduce a la obediencia, no porque el creyente
tenga que obedecer para ser salvo, sino porque ya ha sido salvado. Como
muchos cristianos de la actualidad, los adversarios del apóstol en Gala-
cia se habían confundido sobre ese extremo. Creían equivocadamente
que recalcaba demasiado el papel de la fe en la salvación, y que no hacía
suficiente hincapié en la necesidad de la obediencia en la vida del cre-
yente (cf. Gálatas 2:17,18; Romanos 2:8; 3:31; 6:1).
Hasta este punto de Gálatas, Pablo ha defendido el origen divino de su
evangelio y ha demostrado que hasta los apóstoles respaldan su mensa-
je. Después de haber explicado que la justificación es por la fe y no por
las obras de la ley (Gálatas 2:15-21), el apóstol sabe que sus adversarios
comenzarán de inmediato a presentar objeciones en cuanto a la plena
suficiencia de la fe. Por ello, en previsión de su protesta, demuestra en
Gálatas 2:1-14 por qué la fe sola es el único medio fiable de obtener el
favor de Dios. Pablo intenta hacerlo de dos maneras. En primer lugar,
aborda el tema desde la perspectiva de la experiencia personarla expe-
riencia personal de los gálatas, y luego la experiencia de Abraham, an-
cestro de la raza israelita (Gálatas 3:1-9). Por último, Pablo dirige la
atención de sus lectores al testimonio de las Escrituras sobre el asunto
(versículos 10-14).

La experiencia de los gálatas (Gálatas 3:1-6)
Sus palabras iniciales de Gálatas 3 ilustran lo preocupado (y completa-
mente desconcertado) que estaba Pablo por el cambio radical de postura
de los gálatas con respecto al evangelio. Varias traducciones modernas
han intentado captar el sentido de sus palabras del versículo 1, pero nin-
guna iguala la absoluta sorpresa transmitida en la de J. B. Phillips:
«Queridos idiotas de Galacia». Aunque puede que nos sintamos un tan-
to incómodos con la franqueza de la traducción de Phillips, en realidad
refleja muy bien la terminología original de Pablo. La palabra griega que
usó es anóetoi, que, literalmente, significa «descerebrados». ¿En qué es-
taban pensando los gálatas cuando se les ocurrió hacer depender la sal-
vación de su propia conducta? El problema, según lo veía el apóstol, era
que ni pensaban. De hecho, se estaban comportando con tanta insensa-
tez que se preguntó si alguien los habría hechizado. Tan contundente
terminología por parte de Pablo respondía, sin duda, a un intento de
despertar a los gálatas de su embotamiento espiritual.

                         © Recursos Escuela Sabática
Esperando lograr que los gálatas entraran en razón, Pablo les recordó en
el versículo 2 la forma en que habían llegado a entender y aceptar el
evangelio: «¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley [es decir, obe-
deciendo la ley de Dios para ganar su favor] o por el escuchar con fe [es
decir, creyendo el evangelio]?». Pablo no se acercó a ellos con una espe-
cie de fórmula complicada para la salvación. Su mensaje había sido sen-
cillo y directo. «En nuestra predicación hemos mostrado ante sus pro-
pios ojos a Jesucristo crucificado» (versículo 1, DHH). La palabra tradu-
cida «mostrado» significa literalmente «señalizado» o «pintado», y se
usaba para describir todas las proclamaciones públicas. ¿Cómo podían
haberlo olvidado? La cruz formaba una parte tan medular de la presen-
tación evangélica de Pablo que los gálatas habían visto, en efecto, a Cris-
to crucificado (1 Corintios 1:23; 2:2). El mensaje del apóstol se había
centrado no en algo que los gálatas tuvieran que hacer para ganarse el
favor de Dios, sino en simplemente aceptar por la fe lo que Cristo ya
había hecho por ellos en el Calvario.
Acto seguido, el apóstol formuló una serie de preguntas pensadas para
lograr que los gálatas contrapusieran su experiencia actual con la senci-
llez de cómo llegaron en sus comienzos a la fe en Cristo. «¿Tan insensa-
tos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿ahora vais a acabar por
la carne? [...] Aquel, pues, que os el Espíritu y hace maravillas entre vo-
sotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?» (Gálatas 3:3-
5).
La respuesta a cada pregunta es la misma: ningún aspecto concreto de la
experiencia cristiana de los gálatas se basaba en alguna cosa que tuvie-
ran que hacer para ganar la salvación. Su salvación era completamente
una iniciativa divina. Pablo había llegado a Galacia predicando el evan-
gelio del Mesías crucificado, y resucitado. Los gálatas habían aceptado el
mensaje del apóstol, habían puesto su confianza en Cristo y habían reci-
bido el prometido Espíritu de Dios. Todo esto era el don que recibían de
Dios. No habían hecho nada para ganarlo. Tampoco Pablo había reque-
rido de ellos que primero se circuncidaran ni que observaran la ley de
Dios. Habían acudido a Cristo tal como eran, y el Señor los había acep-
tado, no porque lo merecieran, sino por el gran amor que les tenía (Efe-
sios 2:4). Y ni siquiera los milagros que habían presenciado en su vida
de cristianos eran obra de ellos; también eran únicamente obra del
Espíritu de Dios, que se les había dado como don (Hechos 2:38). Así, de
principio a fin, todo lo que habían experimentado como cristianos era
un don de Dios. ¿Qué podía hacerles pensar que ahora tenían que de-
pender de su propia conducta?



                         © Recursos Escuela Sabática
Parece que parte del problema radicaba en que los gálatas no habían lo-
grado mantener la distinción entre justificación y santificación. Como
hemos visto previamente, la justificación se refiere al acto mediante el
cual Dios pronuncia legalmente que un pecador es justo o recto ante su
vista por lo que el Señor ya ha hecho por él en Cristo. La justificación es
nuestro título al cielo. Sin embargo, la santificación se refiere al poder
habilitador del Espíritu de Dios, que empieza a actuar en nosotros en el
mismo momento en que somos justificados. Así, la santificación no es el
medio por el cual nos ganamos el derecho a entrar en el cielo, sino la
forma en que Dios nos capacita para vivir en el cielo. Es el proceso me-
diante el cual Dios hace real en nuestra experiencia lo que ya es verda-
dero en nosotros por la fe en Cristo.
Aunque ambos aspectos de la salvación deberían estar presentes en la
vida del creyente, han de producirse en la correcta secuencia y jamás
debe confundirse uno con el otro. La vida cristiana comienza con la jus-
tificación por la fe: creer que Dios nos acepta no porque seamos dignos,
sino porque Cristo, nuestro sustituto, lo es. Lo que Jesús hizo por noso-
tros en su vida, su muerte y su resurrección es la única base de nuestra
salvación. No precisa superación, ni esta sería posible. Después, una vez
que hemos aceptado el don divino de la salvación por la fe, el Espíritu de
Dios comienza a obrar en nuestra vida, capacitándonos a fin de que
seamos cada vez más semejantes a Cristo. Sin embargo, la santificación
en nuestra vida no aporta ni un ápice a nuestra salvación. Meramente
demuestra que hemos rendido nuestra vida a Cristo.
Pese a que se escribió hace casi dos mil años, el consejo de Pablo a los
gálatas contiene una verdad fundamental sobre la vida cristiana que
haríamos bien en no olvidar nunca. Con independencia de la forma en
que el Espíritu de Dios pueda transformar nuestra vida, sin importar de
cómo podamos desarrollarnos en conocimiento o capacidad espiritua-
les, la base de nuestra aceptación ante Cristo no cambia nunca: es la fe
en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

La experiencia de Abraham (Gálatas 3:7-9)
La atención de Pablo pasa ahora, de la experiencia personal de los gála-
tas, a la de Abraham. El patriarca era una figura central del judaísmo.
No solo era el padre de la raza judía, sino que, además, los judíos de los
días de Pablo lo consideraban el prototipo de lo que significa ser un jud-
ío genuino. ¿Cuál fue la naturaleza de la experiencia personal de Abra-
ham con Dios?
Sin duda, los adversarios de Pablo en Galacia creían que la característica
definitoria de la experiencia de Abraham con Dios había sido su obe-
                         © Recursos Escuela Sabática
diencia. ¿No había abandonado Abraham su tierra y a su familia, y había
consentido incluso en sacrificar a su hijo en obediencia a la orden de
Dios? Además, como seguramente estaban más de contentos de recalcar
los adversarios de Pablo, Abraham hasta se había sometido voluntaria-
mente en obediencia al rito de la circuncisión.
Un antiguo libro judío titulado Jubileos es una interesante confirmación
de que los judíos que vivieron en los primeros siglos anteriores y poste-
riores a Cristo consideraban con admiración a Abraham como un ejem-
plo ideal de una vida de obediencia. Escrito originalmente en hebreo
hacia mediados del siglo II a. C., Jubileos pretende ser una narración
contada por un ángel a Moisés durante los cuarenta días que pasó en el
monte Sinaí (ver Éxodo 24:18). Moisés aprendió la historia de los hijos
de Israel desde la creación hasta el éxodo, y prestó especial atención a
Abraham. Aunque la mayoría de los relatos de Jubileos proceden de la
Biblia, reciben a menudo un giro inesperado. En el caso de Abraham, el
autor también introduce varios cuentos apócrifos sobre lo ferviente y
obediente que era Abraham desde niño. Parecen ilustrar que Dios lo es-
cogió porque era obediente. El autor se toma la molestia de encubrir al-
gunos de los episodios más sórdidos de la vida de Abraham. Por ejem-
plo, en el incidente en el que el faraón tomó a Sara, esposa de Abraham,
el autor, convenientemente, omite la parte en la que Abraham miente
sobre que Sara sea su mujer. En este caso, la conducta de Abraham ne-
cesitaba algo de ayuda.
El libro de Jubileos también presenta una perspectiva adicional sobre la
importancia que algunos judíos daban a la circuncisión. En ella, el ángel
dice a Moisés que en el futuro los hijos de Israel se apartarán de la obe-
diencia de la ley de la circuncisión. En consecuencia, «se desatará una
gran ira del Señor sobre los hijos de Israel» «porque se han vuelto como
los gentiles. [...] Por lo tanto, no hay perdón para ellos por el que pudie-
ran ser indultados y perdonados de todos los pecados de este error eter-
no». 3 El pasaje tiene los ecos de aquello con lo que habrían coincidido
los propios adversarios de Pablo.
Sin embargo, el apóstol devuelve la pelota a sus adversarios apelando a
Abraham no meramente como un ejemplo de la plena suficiencia de la
fe, sino como la base fundamental de todo su evangelio. La experiencia
de Abraham es tan imprescindible para la interpretación paulina del pa-
pel de la fe en la vida del creyente que lo menciona no menos de nueve
veces en Gálatas.

3 Jubileos 15:33, en James H. Charlesworth, ed., The Old Testament Pseudepigrapha [Los libros pseudoe-

pigráficos del Antiguo Testamento], Anchor Bible Reference Library (Nueva York: Doubleday, 1985), volu-
men 2, p. 87.
                                  © Recursos Escuela Sabática
En primer lugar, Pablo introduce a Abraham como parte de una cita de
Génesis 15:6. Abraham «creyó a Jehová y le fue contado por justicia».
Es importante que recordemos en este contexto que la palabra «fe» y el
verbo «creer» provienen de la misma raíz en griego. Dios contó o consi-
deró a Abraham recto por la fe de este. La palabra «contado» o «consi-
derado» es una metáfora extraída del mundo de los negocios. Significa
«anotar en el haber» o «poner algo en la cuenta de una persona». Pablo
no solo la usa para Abraham en Gálatas 3:6, sino otras once veces en re-
lación con el patriarca en el capítulo cuatro de Romanos (ver Romanos
4:3, 4, 5, 6, 8, 9, 10, 11, 22, 23, 24).
Según la metáfora de Pablo, Dios anota en nuestro haber la justicia, lo
mismísimo de lo que carecemos. ¿En qué se basa para considerarnos
justos? Seguramente, no puede ser en nuestra obediencia, como afirma-
ban los adversarios de Pablo, porque, independientemente de lo que
pueda decirse sobre la obediencia de Abraham, las Escrituras dicen que
Dios lo contó entre los justos por su fe. Las Escrituras lo expresan con
claridad. La obediencia de Abraham no fue el fundamento de su justifi-
cación, sino el resultado de esta. Además, ¡Dios lo había contado justo
unos quince años antes de tan siquiera circuncidarse!
De hecho, la promesa hecha por Dios a Abraham en Génesis 12:3 deja
meridianamente claro que, desde el mismísimo comienzo, el Señor no se
proponía que su pacto fuese exclusivamente para los judíos. «Serán
benditas en ti todas las familias de la tierra» (Génesis 12:3). Y para ase-
gurarse de que Abraham y sus descendientes no olvidaran que habían de
llevar el plan divino de la salvación al resto del mundo, el libro de Géne-
sis repite la misma promesa cuatro veces más (Génesis 18:18; 22:18;
26:4; 28:14).
El fundamento del pacto de Dios con Abraham se centraba en la prome-
sa divina dada al patriarca. En tan solo tres breves versículos, en Géne-
sis 12:1-3, Dios anuncia a Abraham cuatro cosas que realizará por él: 1)
«Te mostraré una tierra», 2) «haré de ti una gran nación», 3) «te ben-
deciré» y, por último, 4) «bendeciré a los que te bendigan». Las prome-
sas divinas a Abraham son asombrosas, porque son completamente uni-
laterales. Observemos cómo el Señor realiza todas las promesas y no re-
quiere que Abraham prometa nada como contrapartida. Es lo contrario
de la forma en que muchos intentan relacionarse con Dios. Normalmen-
te prometemos a Dios que le serviremos si hace algo por nosotros en
contrapartida. Pero eso es legalismo. Dios no pidió que Abraham pro-
metiera nada. En vez de ello, el Señor le pide que acepte sus promesas
por fe. Por supuesto, no era tarea fácil. Abraham tuvo que aprender a


                         © Recursos Escuela Sabática
confiar por completo en Dios y no en sí mismo, algo que es contrario a
toda la sabiduría humana.
La fe fue la marca definitoria de la vida de Abraham. Y aunque se hiciese
preguntas y vacilase de vez en cuando, ¡qué fe tan maravillosa tuvo en
las promesas de Dios! Su fe en la promesa divina lo llevó a dejar las co-
modidades y el bienestar de Ur de los caldeos y vagar por el mundo
hacia una tierra que nunca había visto. Y aunque tanto Sara como él ya
habían superado con creces los años de la fertilidad, seguía creyendo
que Dios podía hacer lo que era médicamente imposible: darles su pro-
pio hijo biológico (Romanos 4:19-21; Hebreos 11:11, 12). Cuando pareció
que la promesa de Dios se demoraba, Abraham siguió creyendo, año
tras año, que el Señor cumpliría su promesa a pesar de todo. E incluso
cuando Dios le ordenó que sacrificase a Isaac, su hijo prometido, Abra-
ham estaba convencido de que, sin duda, Dios lo devolvería a la vida,
porque el Señor jamás quebrantaría su promesa (Hebreos 11:17-19).
Abraham fue obediente, pero su relación con Dios no se basaba en su
propia obediencia. Si lo hubiese hecho, los errores que cometió en su vi-
da no habrían tardado en inhabilitarlo. La obediencia del patriarca fue
únicamente un producto secundario de su fe. Encontró favor a la vista
de Dios porque estuvo dispuesto a confiar por completo en las promesas
de Dios y no en su propia capacidad o en su conducta. Por esta razón, la
experiencia de Abraham contiene la esencia de todo lo que de verdad es
el evangelio: completa fe en que la promesa divina haría por Abraham y
sus descendientes o que no podían hacer por sí mismos.

El testimonio de las Escrituras (Gálatas 3:10-14)
Aunque la experiencia de los gálatas y del propio Abraham implica que
la fe es suficiente para la salvación, Pablo prosigue argumentando que
las propias Escrituras hebreas enseñan explícitamente que la obediencia
humana a la ley de Dios jamás será suficiente como para merecer la sal-
vación. El apóstol lo demuestra aludiendo a varios versículos de los li-
bros de Deuteronomio y Levítico.
  • «Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en
     el libro de la ley, para cumplirlas» (Gálatas 3:10; Deuteronomio
     27:26).
  • «El justo por la fe vivirá» (Gálatas 3:11; Habacuc 2:4).
  • «El que haga estas cosas vivirá por ellas» (Gálatas 3:12; Levítico
     18:5).



                        © Recursos Escuela Sabática
• «Maldito todo el que es colgado en un madero» (Gálatas 3:13;
        Deuteronomio 21:22, 23).
A primera vista, la lógica que siguió Pablo en su colección de versículos
del Antiguo Testamento y su rápida presentación de la misma en Gála-
tas 3:10-14 pueden parecer más bien oscuras. De hecho, hay quienes in-
cluso podrían sentirse tentados a acusarlo de un uso desatinado del
«método» de los textos probatorios, es decir, juntar pasajes dispares cu-
yos contextos originales no comparten ninguna conexión genuina. Pero
aunque no sea culpable de incurrir en semejante «metodología», ¿cómo
indican que la obediencia humana no es un prerrequisito para la salva-
ción? 4 En todo caso, parecen recalcar que la obediencia sí es necesaria.
¿Qué dice Pablo exactamente?
Aunque el «método» de los textos probatorios es, a menudo, un ejerci-
cio hermenéutico ilegítimo, cuesta acusar a Pablo de un uso descuidado
o irresponsable de las Escrituras. Como rabino judío, conocía las Escri-
turas hebreas; las conocía bien. Un análisis meticuloso de sus citas indi-
ca incluso que estaba familiarizado con ellas tanto en hebreo como en la
traducción griega denominada Septuaginta (abreviada LXX). Aunque es
difícil saber exactamente cuántos cientos de veces el apóstol cita o alude
a las Escrituras, encontramos referencias a las mismas dispersas por to-
das sus Cartas, con la única excepción de Tito y Filemón, sus dos Epísto-
las más breves.
En el caso de las citas encontradas en Gálatas 3:10-14, Pablo conoce las
Escrituras lo bastante como para no tener que amontonar un puñado de
textos dispares sin conexión lógica alguna. Al contrario, su argumento
es bastante lógico y las citas que usa para desarrollarlo están enlazadas
por una serie de paralelos verbales. Los dos pasajes de Deuteronomio
contienen cada uno la palabra «maldito», y el pasaje de Levítico y Haba-
cuc comparten «vivirá». Además, Levítico 18:5 y Deuteronomio 27:26
también emplean la palabra traducida al español como «hacer» y
«cumplir», respectivamente. Tales paralelos verbales le permiten inter-
pretar cada pasaje de las Escrituras por su relación mutua. 5 Y la lógica
que encuentra en estos pasajes parece desarrollarse siguiendo estas
líneas:
    • La ley se basa en el principio de hacer, no en el de creer (Gálatas
        3:12)

4 David K. Huttat, Galatians: The Gospel According to Paul [Gálatas: El evangelio según Pablo], (Christian
Publications, 2001), p. 83
5 Frank Matera, Galatians [Gálatas], Colección Sacra Página (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press,

1992), volumen 9, p. 121.
                                   © Recursos Escuela Sabática
• La ley requiere perfecta obediencia a todos sus preceptos conti-
           nuamente (versículo 10)
       • El no cumplimiento de toda la ley todo el tiempo pone a la persona
           bajo la maldición de la ley (versículo 10)
       • Conclusión: Nadie puede justificarse ante Dios por la ley, porque
           nadie (excepto Jesús) ha cumplido nunca toda la ley. Por lo tanto,
           todos estamos bajo la maldición de la ley. 6
No cabe duda de que las audaces palabras de Pablo en Gálatas 3:10
habrán dejado pasmados a sus adversarios. Desde luego, no podían
imaginarse que estaban bajo una maldición: en todo caso, contaban con
estar bendecidos por su obediencia.
Aunque el cuadro que pinta el apóstol es más bien lóbrego, no todo está
perdido. Dos faros de esperanza alumbran el oscuro cielo. El primer ra-
yo de esperanza aparece en una cita de Habacuc 2:4 que el apóstol inser-
ta en medio de los versículos que cita para demostrar que ningún ser
humano puede encontrar la vida guardando la ley. Habacuc, profeta de
Dios que vivió durante una época en que parecía haber poca esperanza
de supervivencia para Israel, proclamó que el único camino hacia la vida
era la fe. «El justo por su fe vivirá» (Habacuc 2:4). Este pasaje, también
citado por Pablo en Romanos 1:17, contempla la fe tanto como el camino
hacia la justicia como el camino hacia la vida. Como tal, distingue la re-
lación de una persona con Dios de principio a fin.
El segundo rayo de esperanza se presenta como un remedio de la maldi-
ción de la ley anunciada en el versículo. Pablo afirma que «Cristo nos
redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros
(pues está escrito: "Maldito todo el que es colgado en un madero")»
(Gálatas 3:13). Aquí el apóstol nos presenta una nueva metáfora para
explicar lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. «Cristo nos redi-
mió».
Hoy la palabra «redimir» es, en gran medida, una palabra religiosa. Pe-
ro no era así en los días de Pablo. En su tiempo, el uso dominante de la
palabra era secular. Literalmente significaba «rescatar». Los antiguos la
usaban para el precio de rescate pagado para conseguir la liberación de
personas retenidas como rehenes, o para el monto requerido para libe-
rar a una persona de la esclavitud. Basándose probablemente en el uso
que el propio Jesús hizo de la palabra en relación con su ministerio
(Marcos 10:45; Mateo 20:28), Pablo emplea la misma metáfora para ex-
plicar lo que Cristo ha hecho por nosotros. Puesto que la paga del peca-

6   Huttat, p. 83.
                              © Recursos Escuela Sabática
do es la muerte (Romanos 6:23), la maldición de la ley era, en último
término, una sentencia de muerte. Jesús pago el castigo de nuestro pe-
cado convirtiéndose en quien cargó con él (1 Corintios 6:20; 7:23). De
forma voluntaria, tomó nuestra maldición sobre sí y sufrió en nuestro
nombre la paga íntegra del pecado (2 Corintios 5:21).
Pablo cita Deuteronomio 21:23 como prueba bíblica de lo que acaba de
decir en cuanto a la cruz. La costumbre judía consideraba que una per-
sona estaba bajo la maldición de Dios si, tras su ejecución, su cuerpo
quedaba colgado de un árbol. Muchos vieron la muerte de Jesús en la
cruz como un ejemplo precisamente de eso (Hechos 5:30; 1 Pedro 2:24),
por esta razón la cruz era piedra de tropiezo para tantos judíos. No pod-
ían comprender la idea de que el Mesías estuviese bajo la maldición de
Dios. Sin embargo, ese era exactamente el plan divino. La maldición que
Cristo llevó no era suya, sino nuestra.
Cristo ha hecho por nosotros lo que jamás podríamos haber logrado por
nosotros mismos. No importa cuán sinceros y fieles hayamos decidido
ser en la vida, todos distamos de dar la talla en muchos sentidos. ¡Qué
maravillosa noticia es contemplar que nuestra salvación no se basa en lo
que hemos hecho, ni en lo que tenemos que hacer, sino que lo hace en lo
que Dios ya ha logrado! Según lo expresó en una ocasión el arzobispo
William Temple: «Lo único mío que aporto a mi redención es el pecado
del que necesito ser redimido». 7 Aunque la ley dice «Haz» y luego nos
condena por no dar la talla, el evangelio dice «Hecho» y luego nos da el
poder para vivir una vida de santidad. Por ello, todo lo que tenemos lo
hemos recibido de Cristo. Solo él merece toda nuestra alabanza.
    «¡Cuán vastos los beneficios divinos que en Cristo poseemos!
    Somos redimidos de la culpa y la vergüenza y llamados a la santidad.
    Mas, no por obras que hayamos hecho o hayamos de hacer, ha decre-
    tado Dios a pecadores la salvación otorgar.
    La gloria, Señor, de principio a fin, a ti solo debemos;
    Nada para nosotros osamos tomar, ni arrebatarte tu corona». 8

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7 Citado en John Stott, Through the Biblie Throug the Year [La Biblia en un año] (Grand Rapids, Baker

Books, 2006), p. 349.
8 Augustus M. Toplady, «How Vast the Benefits Divine» [¡Cuán vastos los beneficios divinos!], Gospel Ma-

gazine, 1774. Citado el 29 de mayo de 2009 de Internet:
 http://nethimnal.org/htm/h/v/hvasttbd.htm
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Informe misionero adultos 27/07/2013
 

2011 04-05 complementario

  • 1. Gálatas Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas Carl P. Cosaert CAPÍTULO 5 Fe en Cristo E l mundo evangélico sintió un estremecimiento el 5 de mayo del 2007 ante la noticia de que Francis Beckwith, presidente de So- ciedad Teológica Evangélica, dimitió de su cargo, repudió todos sus vínculos con el protestantismo y se unió formalmente a la Iglesia Católica Romana. Es probable que la mayoría de la gente no percibiera como significativa la decisión de Beckwith. En Estados Unidos, siempre hay gente que se cambia de iglesia; entonces, ¿qué hace que este caso re- sulte de tanto interés periodístico? Cualquiera familiarizado con la his- toria de Martín Lutero y el surgimiento del protestantismo se percata de que la decisión de Beckwith de hacerse católico romano no era tan sim- ple como que una persona se pase de una iglesia bautista a una metodis- ta. Aunque los protestantes y los católicos compartimos algunas creen- cias comunes, nos separan muchas diferencias teológicas significativas; por ejemplo, la veneración católica romana por María, la inclusión de escritos de los apócrifos como parte de la Biblia, la creencia en el purga- torio, las oraciones por los difuntos y la doctrina de la infalibilidad pa- pal. Sin embargo, lo que hizo que la separación de Beckwith del protes- tantismo resultase tan inquietante para los cristianos evangélicos fue la razón que dio para su decisión. En una entrevista en la revista Chrístianity Today, Beckwith afirmó que el factor fundamental que lo llevó a convertirse al catolicismo romano fue que ya no estaba de acuerdo con la doctrina medular del protestan- tismo: la creencia en que la justificación es solamente por fe. 1 Luchó 1 En las últimas tres décadas eruditos católicos romanos vienen dialogando con protestantes para intentar corregir prejuicios y falsos estereotipos, y para promover la unidad en temas morales comunes. Uno de los asuntos abordados ha sido la cuestión divisiva de la justificación por la fe. Un encuentro entre el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial propició la publicación de un documento en 1999 titulado Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. En dicho documento, luteranos y católicos acordaban la siguiente definición de «justificación»: «Juntos confe- samos: Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos © Recursos Escuela Sabática
  • 2. con la idea de que la fe, y solo la fe, era cuanto se requería para que una persona esté en buenas relaciones con Dios. Beckwith expresó que en- contraba más atractivo el catolicismo, porque «encuadra la vida cristia- na como una vida en la que hay que ejercer la virtud. [...] Como evangé- lico, incluso cuando hablaba de la santificación y quería practicarla, pa- recía que no tenía un incentivo lo bastante bueno como para hacerlo». 2 Desde su perspectiva, la creencia en que la fe sola reconcilie a los seres humanos con el Padre da demasiada importancia a la fe y no pone sufi- ciente énfasis en la necesidad de la obediencia. Beckwith no es la primera persona que se ha sentido incómoda con la forma en que la enseñanza de la justificación por la fe ha llevado a algu- nos evangélicos a quitar importancia a la obediencia en la vida del cre- yente. Dado que no todas las confesiones del cristianismo protestante minimizan la observancia de la ley de Dios, solo cabe suponer que la de- cisión de Beckwith de apartarse del protestantismo fue, en último término una reacción a un punto de vista distorsionado de la justifica- ción por la fe. Como Beckwith era hasta entonces bautista, parece lógico concluir que reaccionó a la típica creencia bautista del «una vez salvo, salvo para siempre». Aunque recalca la seguridad en Cristo solo, este concepto también presenta de una forma sesgada la enseñanza bíblica de la perseverancia de los santos y a menudo ha fascinado a algunos a llegar a la peligrosa conclusión de que la obediencia a Dios es opcional. Parece que la decisión de Beckwith lo ha llevado de un error doctrinal a otro. aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras» (http://www.vatican.va/roman_curia/pontificalcouncils/chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_31101999_c ath-luth-joint-<ieclaration_sp.html). El Consejo Metodista Mundial también adoptó la declaración en 2006. Aunque el documento, ciertamente, ha promovido mayor comprensión mutua, no ha resuelto la diferencia histórica de opinión sobre la justifica- ción, en contra de algunas afirmaciones, entre el protestantismo tradicional y el catolicismo romano. Aun- que no hay nada objetable en lo que afirma la DCDJ, la dificultad reside en lo que no dice. La creencia en la gracia sola y la fe en Cristo nunca han sido tema de desacuerdo entre protestantes y católicos. El asunto divisorio ha sido si la fe «sola» es suficiente. El catolicismo romano sigue proclamando que, aunque la fe es importante, no es suficiente por sí misma para la justificación. Antes bien, las buenas obras, habilitadas por el Espíritu, son un prerrequisito necesario para la justificación. En la teología católica romana, la salvación está arraigada en la fe más las obras, no en la fe sola. Aunque los protestantes y los católicos, ciertamente, tenemos muchas cosas en común y debemos seguir dialogando y trabajando juntos en áreas en las que hay acuerdo mutuo, como Pablo en Gálatas debemos continuar señalando la plena suficiencia de la fe sola en Cristo como único prerrequisito para la salvación. 2 David Neff, «Q&A: Francis Beckwith» [Preguntas y respuestas: Francis Beckwith], Christianity Today. Ci- tado el 29 de mayo de 2009 de Internet: http://www.christianitytoday.com/ct/2007/mayweb-only/119-33.0.html © Recursos Escuela Sabática
  • 3. Aunque su perspectiva es una crítica válida de la situación real de algu- nas confesiones del cristianismo evangélico contemporáneo (cf. Santiago 2:14-26), no es, desde luego, una presentación correcta de la enseñanza de Pablo sobre la justificación por la fe. La salvación es por la fe sola en Cristo, pero la fe siempre conduce a la obediencia, no porque el creyente tenga que obedecer para ser salvo, sino porque ya ha sido salvado. Como muchos cristianos de la actualidad, los adversarios del apóstol en Gala- cia se habían confundido sobre ese extremo. Creían equivocadamente que recalcaba demasiado el papel de la fe en la salvación, y que no hacía suficiente hincapié en la necesidad de la obediencia en la vida del cre- yente (cf. Gálatas 2:17,18; Romanos 2:8; 3:31; 6:1). Hasta este punto de Gálatas, Pablo ha defendido el origen divino de su evangelio y ha demostrado que hasta los apóstoles respaldan su mensa- je. Después de haber explicado que la justificación es por la fe y no por las obras de la ley (Gálatas 2:15-21), el apóstol sabe que sus adversarios comenzarán de inmediato a presentar objeciones en cuanto a la plena suficiencia de la fe. Por ello, en previsión de su protesta, demuestra en Gálatas 2:1-14 por qué la fe sola es el único medio fiable de obtener el favor de Dios. Pablo intenta hacerlo de dos maneras. En primer lugar, aborda el tema desde la perspectiva de la experiencia personarla expe- riencia personal de los gálatas, y luego la experiencia de Abraham, an- cestro de la raza israelita (Gálatas 3:1-9). Por último, Pablo dirige la atención de sus lectores al testimonio de las Escrituras sobre el asunto (versículos 10-14). La experiencia de los gálatas (Gálatas 3:1-6) Sus palabras iniciales de Gálatas 3 ilustran lo preocupado (y completa- mente desconcertado) que estaba Pablo por el cambio radical de postura de los gálatas con respecto al evangelio. Varias traducciones modernas han intentado captar el sentido de sus palabras del versículo 1, pero nin- guna iguala la absoluta sorpresa transmitida en la de J. B. Phillips: «Queridos idiotas de Galacia». Aunque puede que nos sintamos un tan- to incómodos con la franqueza de la traducción de Phillips, en realidad refleja muy bien la terminología original de Pablo. La palabra griega que usó es anóetoi, que, literalmente, significa «descerebrados». ¿En qué es- taban pensando los gálatas cuando se les ocurrió hacer depender la sal- vación de su propia conducta? El problema, según lo veía el apóstol, era que ni pensaban. De hecho, se estaban comportando con tanta insensa- tez que se preguntó si alguien los habría hechizado. Tan contundente terminología por parte de Pablo respondía, sin duda, a un intento de despertar a los gálatas de su embotamiento espiritual. © Recursos Escuela Sabática
  • 4. Esperando lograr que los gálatas entraran en razón, Pablo les recordó en el versículo 2 la forma en que habían llegado a entender y aceptar el evangelio: «¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley [es decir, obe- deciendo la ley de Dios para ganar su favor] o por el escuchar con fe [es decir, creyendo el evangelio]?». Pablo no se acercó a ellos con una espe- cie de fórmula complicada para la salvación. Su mensaje había sido sen- cillo y directo. «En nuestra predicación hemos mostrado ante sus pro- pios ojos a Jesucristo crucificado» (versículo 1, DHH). La palabra tradu- cida «mostrado» significa literalmente «señalizado» o «pintado», y se usaba para describir todas las proclamaciones públicas. ¿Cómo podían haberlo olvidado? La cruz formaba una parte tan medular de la presen- tación evangélica de Pablo que los gálatas habían visto, en efecto, a Cris- to crucificado (1 Corintios 1:23; 2:2). El mensaje del apóstol se había centrado no en algo que los gálatas tuvieran que hacer para ganarse el favor de Dios, sino en simplemente aceptar por la fe lo que Cristo ya había hecho por ellos en el Calvario. Acto seguido, el apóstol formuló una serie de preguntas pensadas para lograr que los gálatas contrapusieran su experiencia actual con la senci- llez de cómo llegaron en sus comienzos a la fe en Cristo. «¿Tan insensa- tos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿ahora vais a acabar por la carne? [...] Aquel, pues, que os el Espíritu y hace maravillas entre vo- sotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?» (Gálatas 3:3- 5). La respuesta a cada pregunta es la misma: ningún aspecto concreto de la experiencia cristiana de los gálatas se basaba en alguna cosa que tuvie- ran que hacer para ganar la salvación. Su salvación era completamente una iniciativa divina. Pablo había llegado a Galacia predicando el evan- gelio del Mesías crucificado, y resucitado. Los gálatas habían aceptado el mensaje del apóstol, habían puesto su confianza en Cristo y habían reci- bido el prometido Espíritu de Dios. Todo esto era el don que recibían de Dios. No habían hecho nada para ganarlo. Tampoco Pablo había reque- rido de ellos que primero se circuncidaran ni que observaran la ley de Dios. Habían acudido a Cristo tal como eran, y el Señor los había acep- tado, no porque lo merecieran, sino por el gran amor que les tenía (Efe- sios 2:4). Y ni siquiera los milagros que habían presenciado en su vida de cristianos eran obra de ellos; también eran únicamente obra del Espíritu de Dios, que se les había dado como don (Hechos 2:38). Así, de principio a fin, todo lo que habían experimentado como cristianos era un don de Dios. ¿Qué podía hacerles pensar que ahora tenían que de- pender de su propia conducta? © Recursos Escuela Sabática
  • 5. Parece que parte del problema radicaba en que los gálatas no habían lo- grado mantener la distinción entre justificación y santificación. Como hemos visto previamente, la justificación se refiere al acto mediante el cual Dios pronuncia legalmente que un pecador es justo o recto ante su vista por lo que el Señor ya ha hecho por él en Cristo. La justificación es nuestro título al cielo. Sin embargo, la santificación se refiere al poder habilitador del Espíritu de Dios, que empieza a actuar en nosotros en el mismo momento en que somos justificados. Así, la santificación no es el medio por el cual nos ganamos el derecho a entrar en el cielo, sino la forma en que Dios nos capacita para vivir en el cielo. Es el proceso me- diante el cual Dios hace real en nuestra experiencia lo que ya es verda- dero en nosotros por la fe en Cristo. Aunque ambos aspectos de la salvación deberían estar presentes en la vida del creyente, han de producirse en la correcta secuencia y jamás debe confundirse uno con el otro. La vida cristiana comienza con la jus- tificación por la fe: creer que Dios nos acepta no porque seamos dignos, sino porque Cristo, nuestro sustituto, lo es. Lo que Jesús hizo por noso- tros en su vida, su muerte y su resurrección es la única base de nuestra salvación. No precisa superación, ni esta sería posible. Después, una vez que hemos aceptado el don divino de la salvación por la fe, el Espíritu de Dios comienza a obrar en nuestra vida, capacitándonos a fin de que seamos cada vez más semejantes a Cristo. Sin embargo, la santificación en nuestra vida no aporta ni un ápice a nuestra salvación. Meramente demuestra que hemos rendido nuestra vida a Cristo. Pese a que se escribió hace casi dos mil años, el consejo de Pablo a los gálatas contiene una verdad fundamental sobre la vida cristiana que haríamos bien en no olvidar nunca. Con independencia de la forma en que el Espíritu de Dios pueda transformar nuestra vida, sin importar de cómo podamos desarrollarnos en conocimiento o capacidad espiritua- les, la base de nuestra aceptación ante Cristo no cambia nunca: es la fe en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. La experiencia de Abraham (Gálatas 3:7-9) La atención de Pablo pasa ahora, de la experiencia personal de los gála- tas, a la de Abraham. El patriarca era una figura central del judaísmo. No solo era el padre de la raza judía, sino que, además, los judíos de los días de Pablo lo consideraban el prototipo de lo que significa ser un jud- ío genuino. ¿Cuál fue la naturaleza de la experiencia personal de Abra- ham con Dios? Sin duda, los adversarios de Pablo en Galacia creían que la característica definitoria de la experiencia de Abraham con Dios había sido su obe- © Recursos Escuela Sabática
  • 6. diencia. ¿No había abandonado Abraham su tierra y a su familia, y había consentido incluso en sacrificar a su hijo en obediencia a la orden de Dios? Además, como seguramente estaban más de contentos de recalcar los adversarios de Pablo, Abraham hasta se había sometido voluntaria- mente en obediencia al rito de la circuncisión. Un antiguo libro judío titulado Jubileos es una interesante confirmación de que los judíos que vivieron en los primeros siglos anteriores y poste- riores a Cristo consideraban con admiración a Abraham como un ejem- plo ideal de una vida de obediencia. Escrito originalmente en hebreo hacia mediados del siglo II a. C., Jubileos pretende ser una narración contada por un ángel a Moisés durante los cuarenta días que pasó en el monte Sinaí (ver Éxodo 24:18). Moisés aprendió la historia de los hijos de Israel desde la creación hasta el éxodo, y prestó especial atención a Abraham. Aunque la mayoría de los relatos de Jubileos proceden de la Biblia, reciben a menudo un giro inesperado. En el caso de Abraham, el autor también introduce varios cuentos apócrifos sobre lo ferviente y obediente que era Abraham desde niño. Parecen ilustrar que Dios lo es- cogió porque era obediente. El autor se toma la molestia de encubrir al- gunos de los episodios más sórdidos de la vida de Abraham. Por ejem- plo, en el incidente en el que el faraón tomó a Sara, esposa de Abraham, el autor, convenientemente, omite la parte en la que Abraham miente sobre que Sara sea su mujer. En este caso, la conducta de Abraham ne- cesitaba algo de ayuda. El libro de Jubileos también presenta una perspectiva adicional sobre la importancia que algunos judíos daban a la circuncisión. En ella, el ángel dice a Moisés que en el futuro los hijos de Israel se apartarán de la obe- diencia de la ley de la circuncisión. En consecuencia, «se desatará una gran ira del Señor sobre los hijos de Israel» «porque se han vuelto como los gentiles. [...] Por lo tanto, no hay perdón para ellos por el que pudie- ran ser indultados y perdonados de todos los pecados de este error eter- no». 3 El pasaje tiene los ecos de aquello con lo que habrían coincidido los propios adversarios de Pablo. Sin embargo, el apóstol devuelve la pelota a sus adversarios apelando a Abraham no meramente como un ejemplo de la plena suficiencia de la fe, sino como la base fundamental de todo su evangelio. La experiencia de Abraham es tan imprescindible para la interpretación paulina del pa- pel de la fe en la vida del creyente que lo menciona no menos de nueve veces en Gálatas. 3 Jubileos 15:33, en James H. Charlesworth, ed., The Old Testament Pseudepigrapha [Los libros pseudoe- pigráficos del Antiguo Testamento], Anchor Bible Reference Library (Nueva York: Doubleday, 1985), volu- men 2, p. 87. © Recursos Escuela Sabática
  • 7. En primer lugar, Pablo introduce a Abraham como parte de una cita de Génesis 15:6. Abraham «creyó a Jehová y le fue contado por justicia». Es importante que recordemos en este contexto que la palabra «fe» y el verbo «creer» provienen de la misma raíz en griego. Dios contó o consi- deró a Abraham recto por la fe de este. La palabra «contado» o «consi- derado» es una metáfora extraída del mundo de los negocios. Significa «anotar en el haber» o «poner algo en la cuenta de una persona». Pablo no solo la usa para Abraham en Gálatas 3:6, sino otras once veces en re- lación con el patriarca en el capítulo cuatro de Romanos (ver Romanos 4:3, 4, 5, 6, 8, 9, 10, 11, 22, 23, 24). Según la metáfora de Pablo, Dios anota en nuestro haber la justicia, lo mismísimo de lo que carecemos. ¿En qué se basa para considerarnos justos? Seguramente, no puede ser en nuestra obediencia, como afirma- ban los adversarios de Pablo, porque, independientemente de lo que pueda decirse sobre la obediencia de Abraham, las Escrituras dicen que Dios lo contó entre los justos por su fe. Las Escrituras lo expresan con claridad. La obediencia de Abraham no fue el fundamento de su justifi- cación, sino el resultado de esta. Además, ¡Dios lo había contado justo unos quince años antes de tan siquiera circuncidarse! De hecho, la promesa hecha por Dios a Abraham en Génesis 12:3 deja meridianamente claro que, desde el mismísimo comienzo, el Señor no se proponía que su pacto fuese exclusivamente para los judíos. «Serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Génesis 12:3). Y para ase- gurarse de que Abraham y sus descendientes no olvidaran que habían de llevar el plan divino de la salvación al resto del mundo, el libro de Géne- sis repite la misma promesa cuatro veces más (Génesis 18:18; 22:18; 26:4; 28:14). El fundamento del pacto de Dios con Abraham se centraba en la prome- sa divina dada al patriarca. En tan solo tres breves versículos, en Géne- sis 12:1-3, Dios anuncia a Abraham cuatro cosas que realizará por él: 1) «Te mostraré una tierra», 2) «haré de ti una gran nación», 3) «te ben- deciré» y, por último, 4) «bendeciré a los que te bendigan». Las prome- sas divinas a Abraham son asombrosas, porque son completamente uni- laterales. Observemos cómo el Señor realiza todas las promesas y no re- quiere que Abraham prometa nada como contrapartida. Es lo contrario de la forma en que muchos intentan relacionarse con Dios. Normalmen- te prometemos a Dios que le serviremos si hace algo por nosotros en contrapartida. Pero eso es legalismo. Dios no pidió que Abraham pro- metiera nada. En vez de ello, el Señor le pide que acepte sus promesas por fe. Por supuesto, no era tarea fácil. Abraham tuvo que aprender a © Recursos Escuela Sabática
  • 8. confiar por completo en Dios y no en sí mismo, algo que es contrario a toda la sabiduría humana. La fe fue la marca definitoria de la vida de Abraham. Y aunque se hiciese preguntas y vacilase de vez en cuando, ¡qué fe tan maravillosa tuvo en las promesas de Dios! Su fe en la promesa divina lo llevó a dejar las co- modidades y el bienestar de Ur de los caldeos y vagar por el mundo hacia una tierra que nunca había visto. Y aunque tanto Sara como él ya habían superado con creces los años de la fertilidad, seguía creyendo que Dios podía hacer lo que era médicamente imposible: darles su pro- pio hijo biológico (Romanos 4:19-21; Hebreos 11:11, 12). Cuando pareció que la promesa de Dios se demoraba, Abraham siguió creyendo, año tras año, que el Señor cumpliría su promesa a pesar de todo. E incluso cuando Dios le ordenó que sacrificase a Isaac, su hijo prometido, Abra- ham estaba convencido de que, sin duda, Dios lo devolvería a la vida, porque el Señor jamás quebrantaría su promesa (Hebreos 11:17-19). Abraham fue obediente, pero su relación con Dios no se basaba en su propia obediencia. Si lo hubiese hecho, los errores que cometió en su vi- da no habrían tardado en inhabilitarlo. La obediencia del patriarca fue únicamente un producto secundario de su fe. Encontró favor a la vista de Dios porque estuvo dispuesto a confiar por completo en las promesas de Dios y no en su propia capacidad o en su conducta. Por esta razón, la experiencia de Abraham contiene la esencia de todo lo que de verdad es el evangelio: completa fe en que la promesa divina haría por Abraham y sus descendientes o que no podían hacer por sí mismos. El testimonio de las Escrituras (Gálatas 3:10-14) Aunque la experiencia de los gálatas y del propio Abraham implica que la fe es suficiente para la salvación, Pablo prosigue argumentando que las propias Escrituras hebreas enseñan explícitamente que la obediencia humana a la ley de Dios jamás será suficiente como para merecer la sal- vación. El apóstol lo demuestra aludiendo a varios versículos de los li- bros de Deuteronomio y Levítico. • «Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para cumplirlas» (Gálatas 3:10; Deuteronomio 27:26). • «El justo por la fe vivirá» (Gálatas 3:11; Habacuc 2:4). • «El que haga estas cosas vivirá por ellas» (Gálatas 3:12; Levítico 18:5). © Recursos Escuela Sabática
  • 9. • «Maldito todo el que es colgado en un madero» (Gálatas 3:13; Deuteronomio 21:22, 23). A primera vista, la lógica que siguió Pablo en su colección de versículos del Antiguo Testamento y su rápida presentación de la misma en Gála- tas 3:10-14 pueden parecer más bien oscuras. De hecho, hay quienes in- cluso podrían sentirse tentados a acusarlo de un uso desatinado del «método» de los textos probatorios, es decir, juntar pasajes dispares cu- yos contextos originales no comparten ninguna conexión genuina. Pero aunque no sea culpable de incurrir en semejante «metodología», ¿cómo indican que la obediencia humana no es un prerrequisito para la salva- ción? 4 En todo caso, parecen recalcar que la obediencia sí es necesaria. ¿Qué dice Pablo exactamente? Aunque el «método» de los textos probatorios es, a menudo, un ejerci- cio hermenéutico ilegítimo, cuesta acusar a Pablo de un uso descuidado o irresponsable de las Escrituras. Como rabino judío, conocía las Escri- turas hebreas; las conocía bien. Un análisis meticuloso de sus citas indi- ca incluso que estaba familiarizado con ellas tanto en hebreo como en la traducción griega denominada Septuaginta (abreviada LXX). Aunque es difícil saber exactamente cuántos cientos de veces el apóstol cita o alude a las Escrituras, encontramos referencias a las mismas dispersas por to- das sus Cartas, con la única excepción de Tito y Filemón, sus dos Epísto- las más breves. En el caso de las citas encontradas en Gálatas 3:10-14, Pablo conoce las Escrituras lo bastante como para no tener que amontonar un puñado de textos dispares sin conexión lógica alguna. Al contrario, su argumento es bastante lógico y las citas que usa para desarrollarlo están enlazadas por una serie de paralelos verbales. Los dos pasajes de Deuteronomio contienen cada uno la palabra «maldito», y el pasaje de Levítico y Haba- cuc comparten «vivirá». Además, Levítico 18:5 y Deuteronomio 27:26 también emplean la palabra traducida al español como «hacer» y «cumplir», respectivamente. Tales paralelos verbales le permiten inter- pretar cada pasaje de las Escrituras por su relación mutua. 5 Y la lógica que encuentra en estos pasajes parece desarrollarse siguiendo estas líneas: • La ley se basa en el principio de hacer, no en el de creer (Gálatas 3:12) 4 David K. Huttat, Galatians: The Gospel According to Paul [Gálatas: El evangelio según Pablo], (Christian Publications, 2001), p. 83 5 Frank Matera, Galatians [Gálatas], Colección Sacra Página (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 1992), volumen 9, p. 121. © Recursos Escuela Sabática
  • 10. • La ley requiere perfecta obediencia a todos sus preceptos conti- nuamente (versículo 10) • El no cumplimiento de toda la ley todo el tiempo pone a la persona bajo la maldición de la ley (versículo 10) • Conclusión: Nadie puede justificarse ante Dios por la ley, porque nadie (excepto Jesús) ha cumplido nunca toda la ley. Por lo tanto, todos estamos bajo la maldición de la ley. 6 No cabe duda de que las audaces palabras de Pablo en Gálatas 3:10 habrán dejado pasmados a sus adversarios. Desde luego, no podían imaginarse que estaban bajo una maldición: en todo caso, contaban con estar bendecidos por su obediencia. Aunque el cuadro que pinta el apóstol es más bien lóbrego, no todo está perdido. Dos faros de esperanza alumbran el oscuro cielo. El primer ra- yo de esperanza aparece en una cita de Habacuc 2:4 que el apóstol inser- ta en medio de los versículos que cita para demostrar que ningún ser humano puede encontrar la vida guardando la ley. Habacuc, profeta de Dios que vivió durante una época en que parecía haber poca esperanza de supervivencia para Israel, proclamó que el único camino hacia la vida era la fe. «El justo por su fe vivirá» (Habacuc 2:4). Este pasaje, también citado por Pablo en Romanos 1:17, contempla la fe tanto como el camino hacia la justicia como el camino hacia la vida. Como tal, distingue la re- lación de una persona con Dios de principio a fin. El segundo rayo de esperanza se presenta como un remedio de la maldi- ción de la ley anunciada en el versículo. Pablo afirma que «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: "Maldito todo el que es colgado en un madero")» (Gálatas 3:13). Aquí el apóstol nos presenta una nueva metáfora para explicar lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. «Cristo nos redi- mió». Hoy la palabra «redimir» es, en gran medida, una palabra religiosa. Pe- ro no era así en los días de Pablo. En su tiempo, el uso dominante de la palabra era secular. Literalmente significaba «rescatar». Los antiguos la usaban para el precio de rescate pagado para conseguir la liberación de personas retenidas como rehenes, o para el monto requerido para libe- rar a una persona de la esclavitud. Basándose probablemente en el uso que el propio Jesús hizo de la palabra en relación con su ministerio (Marcos 10:45; Mateo 20:28), Pablo emplea la misma metáfora para ex- plicar lo que Cristo ha hecho por nosotros. Puesto que la paga del peca- 6 Huttat, p. 83. © Recursos Escuela Sabática
  • 11. do es la muerte (Romanos 6:23), la maldición de la ley era, en último término, una sentencia de muerte. Jesús pago el castigo de nuestro pe- cado convirtiéndose en quien cargó con él (1 Corintios 6:20; 7:23). De forma voluntaria, tomó nuestra maldición sobre sí y sufrió en nuestro nombre la paga íntegra del pecado (2 Corintios 5:21). Pablo cita Deuteronomio 21:23 como prueba bíblica de lo que acaba de decir en cuanto a la cruz. La costumbre judía consideraba que una per- sona estaba bajo la maldición de Dios si, tras su ejecución, su cuerpo quedaba colgado de un árbol. Muchos vieron la muerte de Jesús en la cruz como un ejemplo precisamente de eso (Hechos 5:30; 1 Pedro 2:24), por esta razón la cruz era piedra de tropiezo para tantos judíos. No pod- ían comprender la idea de que el Mesías estuviese bajo la maldición de Dios. Sin embargo, ese era exactamente el plan divino. La maldición que Cristo llevó no era suya, sino nuestra. Cristo ha hecho por nosotros lo que jamás podríamos haber logrado por nosotros mismos. No importa cuán sinceros y fieles hayamos decidido ser en la vida, todos distamos de dar la talla en muchos sentidos. ¡Qué maravillosa noticia es contemplar que nuestra salvación no se basa en lo que hemos hecho, ni en lo que tenemos que hacer, sino que lo hace en lo que Dios ya ha logrado! Según lo expresó en una ocasión el arzobispo William Temple: «Lo único mío que aporto a mi redención es el pecado del que necesito ser redimido». 7 Aunque la ley dice «Haz» y luego nos condena por no dar la talla, el evangelio dice «Hecho» y luego nos da el poder para vivir una vida de santidad. Por ello, todo lo que tenemos lo hemos recibido de Cristo. Solo él merece toda nuestra alabanza. «¡Cuán vastos los beneficios divinos que en Cristo poseemos! Somos redimidos de la culpa y la vergüenza y llamados a la santidad. Mas, no por obras que hayamos hecho o hayamos de hacer, ha decre- tado Dios a pecadores la salvación otorgar. La gloria, Señor, de principio a fin, a ti solo debemos; Nada para nosotros osamos tomar, ni arrebatarte tu corona». 8 Material provisto por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática 7 Citado en John Stott, Through the Biblie Throug the Year [La Biblia en un año] (Grand Rapids, Baker Books, 2006), p. 349. 8 Augustus M. Toplady, «How Vast the Benefits Divine» [¡Cuán vastos los beneficios divinos!], Gospel Ma- gazine, 1774. Citado el 29 de mayo de 2009 de Internet: http://nethimnal.org/htm/h/v/hvasttbd.htm © Recursos Escuela Sabática