Este documento defiende el Estado de Israel. La autora ha visitado Israel en tres ocasiones y ha invitado a israelíes y palestinos por igual a eventos que ha coordinado. Aunque reconoce que Jerusalén es sagrada para tres religiones, defiende que es la capital de Israel. Argumenta que los medios europeos y españoles son injustos con Israel. Aunque prefiere un Estado binacional, cree que la solución más realista es la partición en dos Estados, uno para árabes y otro para judíos.
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Defensa del Estado de Israel como prioridad ética
1. EN DEFENSA DE ISRAEL
POR MARTA PESSARRODONA
Si me olvidase de ti, oh Jerusaléri, mi diestra sea olvidada
Salmos, 137; 5
1. INTRODUCCIÓN
En mi viejo (literalmente) ejemplar (1870) de la Biblia, en versión Cipriano de Valera, justamente la
página que contiene el salmo citado arriba está doblada, como muy usada, y no por mí. En general,
mi asiduidad bíblica, digamos, es catalana, y no precisamente por nacionalismo, aunque mi
recurrencia a Valera es constante, cuando deseo .impregnarme de un buen castellano, como
siempre recomendaba alguien tan poco sospechoso de nacionalismo catalán como el poeta José
Agustín Goytisolo, AEn cualquier caso, prefiero la versión catalana (Abadía de Montserrat) del
salmo en cuestión, que reza, en una traducción de otra traducción, «Si olvidara Jerusalén, que se
paralice mi mano derecha», si bien mantengo intacta mi admiración hacia Valera (¿un judío
converso en tiempos de Inquisición? No es aquí ni el lugar ni la hora para detenerse en ello).
Recordé el salmo, lo releí, mi última vez en Jerusalén, en noviembre del 2000, cuando
desgraciadamente tuve que observar la bella ciudad antigua desde lejos, desde el Mishkenot
Shaananim (la traducción sería «moradas apacibles»), por el ejército israelí me impidió el paso, por
temor a que me encontrara en un fuego cruzado. Meses antes, tiempo antes de la Segunda
Intifada (concepto y realidad revisables, a mi juicio), la agente de mi compañía de viajes, que
acompañaba a unos ejecutivos en viaje de negocios, aprovechó una tarde libre para dirigirse de Tel
Aviv a Jerusalén, donde también le interceptaron el paso, por el peligro que corría. Una anécdota que
siempre me ha impedido culpar a Sharon —por quien siento nula simpatía — de lo que se llama
«Segunda Intifada». Anécdotas, naturalmente, que refuerzan en versión microcósmica la opinión del
anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, según la cual la famosa visita del actual primer ministro,
Ariel (o Arik) Sharon a la explanada de las mezquitas, bajo las cuales, según los arqueólogos
expertos, se encuentra el templo de Salomón, aunque lo niegue repetidamente el líder de la
Autoridad Nacional Palestina (ANP, en adelante), fue una visita dirigida contra él, contra Barak, rival
político, que debe su fracaso en las urnas, precisamente, a Arafat (o, al revés, Sharon le debe su
triunfo). Por otra parte, entrando ya en el macrocosmos, existen hemerotecas (e Internet), y cual-
quiera — en especial quien lea la lengua árabe, que no es mi caso— puede acceder a las
publicaciones periódicas —diarios, revistas— anteriores a la supuesta Segunda Intifada y se
deleitará —o vomitará— con la incitación a la violencia en sus páginas, que podríamos resumir con
el conocido eslogan «los judíos al mar», es decir, la absoluta negación del Estado de Israel para
los judíos. En consecuencia, pongamos en stand-by, cuando menos, lo de «Segunda Intifada»
(«inti-fada», levantamiento popular espontáneo), y mejor hablemos de la «guerra de Oslo» o del
«conflicto de Al Aqsa», como sugiere alguien.
No obstante, y a pesar de mi debilidad bíblica, focalizar el Estado de Israel en Jerusalén sería
un error, que admito plenamente. Es la capital del Estado de Israel, la sede de su parlamento,
Kneset; es, además, la capital de todo cristiano —practicante o agnóstico, aunque suene a
paradoja—, pero
también, como sabemos muy bien, es una de las ciudades sagradas para la tercera religión
monoteísta, la musulmana. Y es, como dice Shosh Avigal, ex concejal de la municipalidad de Tel
Aviv, una ciudad fanática, Jerusalén, un museo, y concluye: «La gente no suele vivir dentro de los
museos.» Gracias a Arafat, todo Israel es hoy un museo en el que la gente no puede vivir, como
desgraciadamente comprobamos día a día. Además, la conocida frase «el año próximo en
2. Jerusalén», que creo era un grito de los judíos desde el asedio en Masada, ha pasado a ser un
eslogan muy práctico para el paradigma de político corrupto y autocrático, el terrorista — que en
versión de la izquierda europea se reconvierte en activista— palestino Yasir Arafat, de quien se dice
que, cuando sea mayor, quiere ser Saladino y, por tanto, reconvertir el Estado de Israel
democrático en una especie de Imperio Otomano, con las consecuencias que todos los
occidentales mínimamente leídos conocemos, y que no nos impiden hacer una dura crítica de las
cruzadas cristianas del pasado. Pero Jerusalén, capital del Estado de Israel, insisto, con permiso
del ex ministro de asuntos exteriores británico, Robín Cook, de la Gran Bretaña de Tony Blair, es
—o se dice— también la capital del futuro Estado Palestino, democrático o no. (Por cierto, Cook,
quintaesencia del «progre» europeo de los años sesenta, no reciclado, en un viaje oficial a Israel,
al bajar la escalerilla del avión en el aeropuerto Ben Gurión, declaró, más o menos, que llegaba «a
Jerusalén, capital del Estado palestino». Sin duda ni tan siquiera se había informado de que el
aeropuerto en cuestión no se encuentra en Jerusalén propiamente. Obviamente, el primer ministro
israelí no lo recibió.)
2. DEFENSA DEt ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD ÍNTIMA
Defiendo la existencia y pervivencia del Estado de Israel por un mínimo sentido de ecuanimidad y
sin exhibir ningún título. No voy a escribir si soy políticamente de centro, derecha, o izquierda, de la
misma manera que no voy a manifestar
si soy heterosexual u homosexual, rubia o morena, o si creo tener antepasados judíos (algo muy
probable en la Cataluña de Isaac el Ciego de Gerona), pongamos por caso. Lo único que quiero
manifestar es que, desde siempre, he seguido el camino para intentar —y no sé si lograr— ser
una intelectual. Es decir, alguien que emplea el intelecto para entender el mundo que le rodea,
con el añadido de que, en la medida de lo posible, habla sólo de lo que conoce en el grado que le
ha sido posible conocerlo. Mi maestra en ello —sin siquiera pedirle yo permiso— es la escritora
Susan Sontag, quien dice, por ejemplo, que si habla de guerras es porque ha sido testigo presencial
de cinco guerras.
He visitado el Estado de Israel (laboralmente, diría, si se recuerda que soy una escritora) en tres
ocasiones: en 1995 (a los pocos días del asesinato de Isaac Rabin), en 1997 y, finalmente, en
noviembre del 2000, es decir cuando el «conflicto de Al Aqsa», que tan tranquilamente la prensa
española denomina «segunda intifada», ya presentaba gran virulencia. Por otra parte, en las
actividades relacionadas con mi condición de intelectual, he invitado repetidamente a eventos que
coordinaba a ciudadanos israelíes en igual proporción, es decir, árabes y judíos, así como a
palestinos de los dichos territorios, así como a judíos norteamericanos y de otras nacionalidades.
Asimismo, desde 1997 hasta la muerte de Pere Duran Farell, en el 2000, patrón en ese entonces
de la Fundación Catalana de Gas que él creó, ideé y coordiné junto a la marroquí Aziza Benani,
Grumedd, un grupo de reflexión de mujeres españolas y marroquíes. Una iniciativa que recibió total
estímulo y apoyo del ya mencionado —y querido en el recuerdo— Pere Duran Farell, en un tiempo
presidente de Gas Natural.
Muy anecdóticamente, podría hablar de unas vacaciones, en 1993, en Túnez, concretamente en
un Sidi Bou Said donde me aparté repetidamente para que pasara el cortejo automovilístico lujoso de
Arafat. O de mis dos cursos de lengua árabe en la Universidad de Barcelona o de lengua hebrea en la
actualidad... Pero son anécdotas personales y carentes de interés.
Insisto, quiero defender el Estado de Israel por ecuanimidad ante la injusticia mediática
europea, con especial énfasis en la española y, también, en la catalana, lo que me resulta aún
más incomprensible. Quiero defender el Estado de Israel, en especial después de las tres horas
de conversación con el alcalde palestino de Nazaret (18 de noviembre del 2000), conversación en
la que quedó muy claro que él, el alcalde, y los ciudadanos cuyos destinos regía, también pa-
lestinos en su mayoría, querían seguir siendo palestinos pero dependientes del Estado de Israel,
3. no de la ANP. Una conversación en la que, no obstante, vertió graves acusaciones contra algunos
soldados del ejército israelí.
Quiero defender, en la medida de lo posible, un Estado de Israel de árabes y judíos, aunque
estoy resignada, como van las cosas, a 1947, a una antigua Palestina divida en dos Estados: uno
para árabes y otro para judíos.
Dos anécdotas como colofón a este apartado. Una de ellas la de una compañera de congreso, en
1997, en Tel Aviv, que me recordó que pertenecía ya a una tercera generación de palestinos de Tel
Aviv. La otra, la de un compañero magrebí, concretamente argelino, exiliado en Francia, donde recibió
un primer apoyo, precisamente^ de un judío francés, en mi primer contacto con el Estado de Israel
(1995). Este compañero, en una de las sesiones, en Bet Gabriel, dirigiéndose a los israelíes judíos,
entre los que se contaba el admirado poeta Yehuda Amichai, dijo, más o menos: «Amigos judíos,
hagan ricos a los palestinos y se acabarán los problemas de convivencia.» Es algo que recuerdo a
menudo, que he comentado, discutido con amigos judíos del país. Siempre con el deseo de tender
puentes de comprensión, de paz.
3. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD EUROPEA PERSONAL
Como catalana nacida en 1941, muy pronto en la vida decidí haber llegado al mundo, que se dice,
durante la guerra (la Segunda Guerra Mundial), porque mi deseo de ser europea
era superior, muy superior, al de ser la española de pasaporte que soy. Europa, en la mitología
clásica, profusamente pintada, es una señora a lomos del minotauro que la rapta (en algunos
cuadros, parece muy feliz por el rapto). En la realidad que he visitado es Auschwitz, Birkenau,
Sachsenhausen y tantos otros campos de exterminio que he pateado, por lo que la primera vez que
visité en Jerusalén el Yad Vashem casi no me impresioné, o sí. De ahí que cambiara mi nacimiento
de la posguerra (Civil Española, 1936-1939) a tiempos de guerra (Segunda Guerra Mundial, 1939-
1945). Con el tiempo, he añadido otro factor: mi incondicional admiración hacia el pensador Walther
Benjamin y su suicidio en Portbou en 1940 (nació en el seno de una familia de judíos asimilados en
Charlottenburg, Berlín, en 1892). Muy someramente recordaré que, huyendo de la Gestapo,
atravesó a pie los Pirineos, a pesar de su dolencia cardíaca, junto con un reducido grupo guiado por
Lisa Fittko (véase de esta autora Mi travesía de los Pirineos. Evocaciones 1940-41, Muchnik Editores,
1988), con el propósito de cruzar la España de posguerra hasta Portugal, y allí embarcarse hacia
Estados Unidos, desoyendo la sugerencia de su gran amigo Gershom (o Gerhard) Scholem de que se
trasladara a la Palestina de entonces, o, mejor, al protectorado británico allí establecido. El alcalde
franquista de Portbou exigió al grupo de Fittko, en el que figuraba Benjamin, una elevada suma
bajo amenaza de deportarlos a la Francia ya señoreada por la Gestapo hasta el sur. Walter
Benjamin se suicidó aquella noche, y el alcalde franquista, impresionado, dejó pasar al resto del
grupo. El cadáver de Walther Benjamin no fue reclamado por nadie. Quien podía reclamarlo estaba en
un campo de exterminio. Su cuerpo fue a dar a la fosa común del cementerio de Portbou (como el de
Mozart en la de Viena en el pasado). Por fortuna, hoy, la obra de Dani Karavan, Pasajes,
conmemorándolo in situ, si no salda la injusticia, cuando menos le confiere el reconocimiento que puede
otorgar el talento artístico. Además, sería bueno que todos los catalanes -y por extensión todos los
españoles— recordáramos que,
cuando en 1994 se inauguró el mencionado memorial, obra de Karavan, la obra había sido
costeada en tres partes iguales: todos los Lünder alemanes, la Generalitat de Catalunya y el Estado
de Israel. Consecuentemente, la inauguración corrió a cargo del presidente del Lana Baden-
Würtenberg, el presidente de la Generalitat catalana y el entonces embajador de Israel en España.
En cualquier caso, si alguien quiere insistir en la falacia de que España y su gobierno (Franco)
no participaron en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la entrevista de Hendaya entre dos de los
fascistas de turno —Franco y Hitler—, que viaje hasta Port Bou, lea a Walther Benjamín y medite.
No será un viaje en balde. En palabras del presidente catalán del momento, Jordi Pujol: «El
4. monumento a Walter Benjamín, situado junto al cementerio de Portbou y cara al mar, quiere ser
para todo el mundo un motivo de reflexión y de toma de conciencia.» Palabras que se ha llevado el
viento para muchos catalanes, incluso para supuestos amigos míos.
No obstante, y a pesar de Adorno y su Mínima Morulla en la que pone en tela de juicio que,
después de Auschwitz, sea posible la poesía (y soy poeta), sólo puedo explicarme el vergonzoso,
en general, comportamiento europeo respecto al Estado de Israel, con especial mención a España,
como una fuga de la culpabilidad para arriba, con el agravante, como tan acertadamente ha escrito
Carlos Semprún Maura, de que ahora el antisemitismo es tanto de derechas como de izquierdas
(personalmente, diría que es casi exclusivamente de izquierdas), a diferencia de lo que ocurría en
aquel 1933 en que Hitler subió al poder en Alemania. La derecha española, en el poder mientras
escribo este texto, se limita a comportamientos tan sorprendentes como organizar una cumbre
europea en marzo, cuando España ejercía la presidencia de la Unión, en un hotel de Barcelona de
capital mayoritario de la monarquía Saudí, regentado por un palestino nacido en Jerusalén, en
principio, como buen director de hotel, un hombre muy educado, modales que no le impiden en
periódicas
colaboraciones en la prensa catalana tergiversar totalmente la historia por lo que se refiere al
Estado de Israel. Llegados a este punto, mi pregunta es: ¿qué titulares habrían figurado en la
prensa española (y en emisoras de radio y televisión), caso de que la cumbre europea del señor
Aznar se hubiera celebrado en un hotel de capital judío dirigido por otro israelí judío? Sin
comentarios.
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4. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD BERLINESA TAMBIÉN ÍNTIMA
A principios de febrero de 1987, en un invierno insólitamente frío (en Berlín vivimos varios días a -
25° centígrados), Karl Mund, director cinematográfico de documentales de la extinta (por suerte)
República Democrática de Alemania (RDA), y su mujer, la pintora de origen catalán Nuria Quevedo,
me inyitaron a visitar el cementerio judío de Weissensee, situado en el este de la ciudad, y por tanto
en lo que entonces era la RDA. Creo que es el mayor cementerio judío de Alemania, porque en
1939, en Berlín sólo, vivían más de cien mil judíos. Como en tantos otros cementerios alemanes (y
localidades varias del país), en la entrada figuran los nombres de todos los campos de exterminio y
la admirable frase ritual: «Vesgess es niel» (No lo olvides). En las tumbas de Weissensee, en los
cuarenta, en los años finales de la guerra, se refugiaron varias familias judías que habían
escapado a la deportación, a partir de la lógica de que allí ni a la Gestapo se le ocurriría ir a
buscarlos. En la nieve de aquel helado febrero de 1987 y ante las lápidas en las que, debajo de
los nombres de los difuntos, suele aparecer Berlín, fecha, Auschwitz (o Birkenau o Sachsenhausen o
Ravensbruck, etc.), 1940 y algo, personalmente eché en falta la lápida de Walther Benjamín, para
mí un judío berlinés indudable. Como digo en un poema de mi libro Homenatge a Walter Benjamín
(1988; existe versión castellana del 2002), empecé a preguntar al Mediterráneo...
Un Mediterráneo, mar ensangrentado, que incluye a esta España entera (el concepto de
«mediterráneo», según historiografía válida, se extiende hasta donde llegaron los romanos; por
tanto, Segovia, pongamos por caso, también es una ciudad mediterránea), actualmente amnésico
cuando se enfrenta al Estado de Israel y permite, entre muchos otros permisos, que un palestino
encabece una manifestación en Madrid y manifieste impunemente, al término del encuentro, ante
las cámaras de televisión, que, en definitiva, ellos, los palestinos, quieren echar al mar a los judíos,
como ya hizo en el pasado Europa (!). Sin comentarios.
Un Mediterráneo donde se cobija a los terroristas que profanaron —a ojos cristianos— la basílica
de Belén al entrar armados en ella, y cuyo castigo consiste en unas vacaciones pagadas en nuestra
geografía ibérica (paradero desconocido, eso sí), mientras juzgamos a los terroristas etarras y los
encerramos dentro de la lógica de un Estado democrático. Una democracia que no aplicamos —o
sería mejor decir •«aplican»— los/las comentaristas que reducen al terrorista palestino a
5. «activista» — , subvirtiendo toda regla lógica, por no hablar del respeto a la ecuanimidad.
5. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: NO A SHARAFAT TAMBIÉN
ÍNTIMO
Mi defensa de Israel parte en parte, valga la redundancia, de un casi antiguo texto del admirado
escritor israelojudío Amos Oz, publicado en The New York Review of Books (4 de abril, 1996),
titulado «Carta a un amigo palestino», que principia así: «Israel es mi patria; Palestina es la vuestra.
Cualquier persona que se niegue a vivir con estas dos afirmaciones o está ciego o tiene mala fe.»
Este texto fue escrito a tres años de los Acuerdos de Oslo. Por cierto, también Amos Oz es, según
mi información, quien acuñó el término «Sharafat», porque, como mucha gente, entre la que me
incluyo, no cree que Sharon sea la solución ni mucho menos Arafat. Ciñéndome, no obstante, al
párrafo citado, defiendo al Estado de Israel y reclamo un Estado palestino que, en el momento de
pergeñar este texto, ya existiría si Arafat hubiera antepuesto el amor por sus subditos a su codicia
personal y sed enfermiza de poder. Si la izquierda europea en general no le hubiera aplaudido sin
criterio (a Arafat) y sin control. Si los media occidentales en general no hubieran tergiversado la
realidad, tergiversación que deja entrever una judeofobia no ya latente sino activa. Si algunos
escritores occidentales, el paradigma de los cuales es un «payaso» laureado, que recorrió el mundo
buscando apoyo hasta conseguir el preciado laurel, no hubiera cometido la infamia (¿o acaso es
analfabetismo?) de comparar la acción de Yenín con Auschwitz. Poco se podía esperar de alguien
que en ficción proponía desgajar de Europa toda la península Ibérica porque, según su ficción, los
ibéricos sólo hemos recibido desplantes de Europa (!), una ficción que hubiera encantado al
«defuntiño» español y sus secuaces, hoy redivivos, que nos machacaron con aquello de
«españolizar Europa». Diría, en la línea de Oz, que este autor no está ciego sino que tiene mala fe.
En definitiva, defiendo al Estado de Israel porque él pueblo judío por fin, en 1948, después de
siglos de expulsiones, persecuciones y genocidios, que no pueden negar ni los ciegos ni los de
mala fe, consiguió un Estado precisamente donde le correspondía. Una consecución que no me
impide ser absolutamente crítica con acciones de dicho estado, el de Israel. En este orden de
cosas, a pesar del mérito indudable de Sharon, que mantiene en su gobierno a elementos dispares y
en puestos clave (me refiero, claro, a Peres y Ben Eliezer), que conforman la realidad de la
ciudadanía israelí, si alguna solución puedo entrever es un cierto túnel del tiempo que me lleva a
Camp David y Taba, a Ehud Barak, cuya caída, gracias a Arafat, me hizo pronosticar (y no me siento
sibila) que, en unos diez años, sus tesis triunfarían, aunque la comprensión entre árabes y judíos
suponga la comprensión entre la Edad
Media y el siglo xxi. Mientras, no obstante, muertes y más muertes de inocentes, judeofobia en
alza, caos...
6. COLOFÓN: INTIMIDAD CASI OBSCENA
Si Internet y su correo electrónico no existieran, desde septiembre del 2000, por lo que a mí respecta,
tendría que inventarse. Las respuestas de mis amigos israelíes a mi requerimiento, durante
semanas a diario, de noticias sobre su situación (naturalmente, ante la acción de un «shajid», cuya
familia recibe la debida remuneración, distinta si tiene éxito, es decir, si mata a inocentes ciudadanos
israelíes, y no siempre exclusivamente judíos, o si sólo muere él o, desgraciadamente, ella) me
han procurado una correspondencia en ocasiones inverosímil, como la de la amiga palestina, una
novelista, que me cuenta de los orines de los soldados judíos en los vasos de plástico para el café
de máquina en una escuela. Digo inverosímil porque conozco, quizá, a una veintena de soldados
de ambos sexos, hijos de amigos míos, que cumplen su servicio militar porque su país, desde su
creación, necesita defensa. ¿O no? Son tan militares como mi padre fue teniente de la República
española. Mi padre era hijo de ganaderos, que debían matar de madrugada al ganado que les
sustentaba, para que el niño pequeño, mi padre, no berreara.
6. Otro tipo de correspondencia es conmovedora y siempre judía. Transcribo (sin pedirle permiso)
un fragmento de un mensaje de correo electrónico de una amiga mía de origen español y actual
jerusalemita, Aldina Quintana. Lo recibí después del atentado de la Universidad Hebrea del 31 de
julio de 2002, y era respuesta a mi pregunta, desgraciadamente ritual, «¿estás bien?». Entre otras
cosas me decía:
Dentro de la tristeza que siento por todo lo que está pasando, te aseguro que estoy bien.
Aquí aprende uno de todo, hasta mantener la calma en los momentos más crueles. Pero, no
hay otro remedio. Yo me convertí al judaismo en un momento de paz relativa. Nunca olvidaré
cuando los rabinos me dijeron: «pero sabes que somos un
pueblo con una historia terrible. ¿Crees que podrás con ello?» Contesté que sí y ahora
compruebo que estaba realmente convencida de ello. Por eso estoy aquí y continúo estando
aquí. Digan lo que digan, si en el mundo que nos toca vivir todavía existe un poco de moral,
entre los judíos existe. Lo que este pueblo tolera, ninguno más podría hacerlo. Lo que este
pueblo soporta, ningún otro tendría fuerza para soportarlo. Y el que está con este pueblo, sea
o no judío, es porque todavía tiene moral, es tolerante y posee un espíritu fuerte. ¿O no lo pones
tú de manifiesto cada vez que escribes todo lo que escribes? Podemos dar gracias a Dios de
contarnos entre los que aún poseen estas cualidades. Por lo demás, procuro escribir mi tesis
todos los días, tener buenas relaciones con todas las personas que conozco y estar contenta.
Ahora es cuando más hay que pensar en el amor a los padres, a los amigos, a los vecinos y a
Dios, para que esta guerra no nos devore. Todos los días leo Salmos por unos minutos. ¡Es
algo maravilloso! Espero haberte convencido de que estoy realmente bien, aunque triste, lo cual
también es normal.
También yo estoy triste al escribir este texto y pido a no sé quién que me dé fuerzas para seguir el
ejemplo de mi amiga Aldina. Releo los Salmos, veo en la imaginación la ciudad que discute
eternidad —según Jorge Luis Borges— con mi muy amada Santiago de Compostela (en catalán la
llamamos «Sant Jaume de Galicia») y, en versión Valera, entono: «Si me olvidase de ti, oh Jerusalén,
mi diestra sea olvidada.»