Este documento describe las experiencias del autor con las matemáticas cuando era niño, en comparación con su maestra Gloria Ojeda. El autor aprendió las matemáticas de manera más práctica, dividiendo objetos como gusanos y naranjas, mientras que la maestra enfatizaba enfoques más abstractos. El autor aprendió conceptos matemáticos como fracciones a través de experiencias lúdicas con sus amigos, y no disfrutaba del estilo de enseñanza punitivo de la maestra.
1. El oficio de maestro (cuentos)
Mi profesora Gloria Ojeda.
Enrique Araújoviedo
Admiré a mis maestros y quise ser como ellos. Después no. Como en todo
enamoramiento la etapa de encantamiento pasa y se comienzan a ver los defectos.
¿Por qué Gloria Ojeda tenía que golpearme contra el tablero por no saber distinguir
entre un cuarto y tres cuartos si a mí me gustaban las matemáticas? Por qué nunca
escuchó mi manera de hacer fracciones? Yo prefería partir los gusanos en partes y ver
mover cada una de ellas. Si me hubiera dicho que un cuarto era cada una de las
cuatro partes en qué partí al gusano que trajo López de su jardín me hubiera
resultado más fácil; además ya lo sabía. Sabía que habían varias maneras de formar
tres cuartos con las partes del gusano de López. Las partes en qué partimos al
gusanito aquel no eran iguales, pero cada una era una parte de cuatro. ¿Por qué todas
las partes debían ser iguales? Era la pregunta que me hacía mientras ella me inquiría
que le dijera "cuáles formaban tres cuartos" de un circulo partido en cuatro al que
ella llamaba "torta". Ese día me dije que quería ser maestro, crecer para no ser como
Gloria Ojeda: sería un maestro distinto. Enseñaría las matemáticas de manera
distinta para que los niños la disfrutaran y exploraran con la Naturaleza, con las
ideas. Eso hacía con mis gusanitos, con las dunas de arena (de la vecina que estaba
construyendo su casa) donde hacía túneles con mi hermano para que nuestros carros
se estrellaran dentro de ellos. Soñaba distintas formas de túneles y entrecruzamientos
y niveles entre los túneles. Cuando la casa de doña Matilde se terminó, con los
escombros hicimos puentes; cuando se llevaron los escombros nos quedó la calle y
dibujamos sobre la calzada rutas para jugar a la vuelta a Colombia con tapas de
gaseosa reforzadas con cáscaras de naranja y los más avanzados tecnológicamente
habían vertido cera derretida que al enfriarse les daba más estabilidad en las curvas.
El mundo era matemático y hermosamente bello; no sólo contábamos lo dividíamos y
lo mediamos. A nadie se le ocurría dibujar un círculo en el piso para señalar tres
cuartos (buenos a las niñas sí, pero para jugar al "lejano país" -esta es otra historia-;
nos preguntábamos cuáles partes formaban tres cuartos y si esas partes no era
seguidas ¿también formaban tres cuartos? Preferíamos las naranjas. Las partíamos en
partes iguales (esas sí) y a cada uno le dábamos su "casco" (proveniente posiblemente
de la palabra cáscara; de ahí surgieron términos como el “cascarazo” como el efecto de
golpear a otro con la cáscara desnuda de una parte de la naranja; se degeneró más
tarde en la expresión "le cascaron" cuando alguien era golpeado por otro y la intención
de reprender a alguien que estaba molestándolo a uno era: "le casco!". Todo
proveniente del hecho de partir una simple naranja en partes iguales para su
distribución entre un grupo de niños....hacíamos hasta "evolucionar" el idioma.).
2. Conocimos también la injusticia a partir de los cascos de naranja: los más grandes
como mi hermano o Ernesto siempre se cogían dos o tres cascos. Todos sabíamos que
si partíamos la naranja en cuatro partes (cuatro cascos) y mi hermano tomaba dos, se
llevaba media naranja. Gloria Ojeda nunca nos dijo que dos cascos formaban media
naranja (creo que no tenía ni idea que media naranja formaba un círculo partido en
dos) o sea que "dos cuartos" eran una mitad. Ernesto, más grande que mi hermano,
siempre cogía tres cascos, uno más que mi hermano; pero no los cogía de la misma
naranja sino que a cada uno nos quitaba un casco. Cómo tres cascos de distintas
naranjas podían forman tres cuartos lo sabíamos por la experiencia directa. Pero
nunca nos preguntaron de esa manera: "Si Ernesto a tres niños les quita un casco de
naranja, cada una de las cuáles ha sido partida en cuatro partes y a cada uno le
quedan tres cascos, ¿cuántos cascos tiene Ernesto con los propios, si además éste le ha
dado una mitad a mi hermano? Esa pregunta era fácil de responder
independientemente del número de naranjas o de niños; siempre se repetía igual (la
situación), así que nosotros ya sabíamos qué era una constante, una variable y
también qué un invariante: la situación nunca variaba: los grandes se aprovechaban
de los pequeños (el invariante); el número de niños y de naranjas podían cambiar: ser
más o ser menos o igual que la vez anterior (la variable); además podían haber más
naranjas que muchachos o menos que ellos (la relación). La constante de
proporcionalidad era "ser mayor", así que gracias a esa cantidad indeterminada, pero
claramente definida, el número de cascos siempre iba ser mayor para ellos que para
nosotros: "como yo soy mayor que tú, me corresponden...". Era una matemática
hermosamente triste que nos invitaba a crecer para disminuir las desigualdades. No
importaba que la diferencia entre edades se mantuviera, lo que sabíamos era que si
crecíamos, nos hacíamos fuertes y ya no podrían abusar de nosotros.
Lamentablemente ni "el chinche" ni "platanito" crecieron; pero "platanito" "no se la
dejó montar" mientras que "el chinche" siempre fue débil. Nos volvimos adolescentes y
aprendimos las matemáticas del Colegio. Aprendimos que una "equis" era una
variable, que "efe de equis" era la imagen de equis por efe y que efe era una relación o
también podía ser una función si a efe de equis le correspondía una y solo una equis...
se había acabado la magia. ¿Cómo podríamos saber cuántas naranjas había comprado
la mamá de Santos si mi hermano se había comido la mitad de los cascos que se había
comido Ernesto que le había quitado tres cascos de más a "platanito" y cinco cascos
más a "el chinche"? Y como todos los demás no habíamos crecido todavía, sólo nos
habían quitado uno a cada uno cada uno de ellos. A propósito: Gloria Ojeda jamás supo
cuántos éramos.