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93
¿Locura, épica o tragicomedia?
Las historias de la contraofensiva montonera
en la era de la democracia consolidada1
Esteban Campos2
Abstract
In this paper we investigate the literary,
journalistic and testimonial productions on
the Montonero’s Counteroffensive, trying
to remove its narrative strategies. In
Argentina, the latest military campaigns of the
armed organization Montoneros constitute
a traumatic event for the public memory and
historical research, consolidating a stereotype
of the Counteroffensive as a reverse of
democratic political reason restored in 1983.
Where does the tendency to judge as
madness, tragedy or epic the last battle of the
argentine guerrilla? To answer this question,
we incorporate as theoretical framework and
auxiliary discipline the cultural anthropology
Marvin Harris, including emic and etic
categories, which will be used to understand
the attitudes of the fieldworker. So we can
understand the various forms of «empathy»
and «antipathy» toward the armed
movements, understanding these reactions as
a take away or a narrow attachment on native
categories of subject matter. We will take three
books on the Montonero’s counteroffensive:
El tren de la victoria. Una saga familiar, from
Cristina Zuker (2003), Lo que mata de las
balas es la velocidad, from Eduardo Astiz
(2005) and Fuimos soldados. Historia secreta
Resumen
En este artículo se indagan las producciones
literarias, testimoniales y periodísticas sobre la
Contraofensiva montonera de 1979-1980,
tratando de desmontar sus estrategias narrati-
vas. En la Argentina, las últimas campañas mi-
litares de la organización armada Montone-
ros constituyen un episodio traumático para
la memoria pública y la investigación históri-
ca, consolidándose un estereotipo de la Con-
traofensiva como contratara de la razón polí-
tica democrática restaurada en 1983. ¿De
donde proviene la tendencia a juzgar como
locura, tragedia o épica a la última batalla de la
guerrilla argentina? Para responder ésta pre-
gunta, incorporaremos como marco teórico y
disciplina auxiliar a la Antropología cultural
de Marvin Harris, en particular las categorías
emic y etic, que se emplearán para compren-
der las actitudes del investigador de campo.
Así podremos comprender las diversas formas
de «empatía» y «antipatía» hacia los movi-
mientos armados, entendiendo estas reaccio-
nes como una toma de distancia o un apego
estrecho respecto de las categorías nativas del
objeto de estudio. Tomaremos tres libros so-
bre la Contraofensiva montonera: El tren de
la victoria. Una saga familiar, de Cristina
Zuker (2003), Lo que mata de las balas es la
1
Trabajo recibido el 30/03/2013. Aprobado el 15/06/2013
2
Doctor en Historia, Universidad de Buenos Aires. Becario posdoctoral de CONICET. Con-
tacto: estebancampos1977@gmail.com
ESTUDIOS - N° 29 -ISSN 0328-185X (Enero-Junio 2013) 93-110
94
Introducción
«Somos oradores sin fieles, ideólogos sin discípulos, predicadores en el
desierto. No hay nada detrás de nosotros; nada, debajo de nosotros,
que nos sostenga. Revolucionarios sin revolución: eso somos. Para de-
cirlo todo: muertos con permiso. Aun así, elijamos las palabras que el
desierto recibirá: no hay revolución sin revolucionarios»
Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno
El objetivo de este trabajo es desentrañar los nudos de sentido y puntos
de vista en tres historias sobre la Contraofensiva montonera que incluyen
géneros muy diversos, como el periodismo de investigación, la narración tes-
timonial y la novela: El tren de la victoria. Una saga familiar, de Cristina
Zuker (2003), Lo que mata de las balas es la velocidad, de Eduardo Astiz
(2005) y Fuimos soldados. Historia secreta de la Contraofensiva montonera,
de Marcelo Larraquy (2006). A partir de la transición democrática que se
inició en la Argentina hacia 1983, los conflictivos años 60 y 70 se volvieron
un objeto caliente, marcando una profunda sutura entre el pasado y el pre-
sente. Un recodo temporal ante el cual todavía hoy parece imposible resistir
la tentación de emitir una prescripción moral, ya sea porque quienes escriben
sobre historia reciente pertenecen a la generación que cobijo a la nueva iz-
quierda, o bien porque los jóvenes investigadores que no vivieron aquella
época siguen sus huellas. Esta tendencia se manifiesta de manera frecuente
como empatía o antipatía frente a los movimientos armados que actuaron
entre 1959 y 1989, un tema que para la historiografía académica, así como
para buena parte de la sociedad, sigue siendo el hecho maldito de un pasado
que se resiste a ser olvidado3. La empatía se manifiesta en la imposibilidad de
velocidad, de Eduardo Astiz (2005) y Fui-
mos soldados. Historia secreta de la Contrao-
fensiva montonera, de Marcelo Larraquy
(2006).
Palabras clave: Montoneros – emic – etic –
historia reciente – Contraofensiva
de la Contraofensiva montonera, from Marcelo
Larraquy (2006).
Keywords: Montoneros – emic – etic– Recent
History – Counteroffensive
3
Para Omar Acha, en los 80 el peronismo dejó de ser motivo de crispación para el campo
académico, y fue presentado como un capítulo de la modernización argentina. De esta manera
lo monstruoso, la alteridad radical incapaz de ser comprendida por la historiografía pasó a ser la
violencia política de los 70 y el terrorismo de Estado, v. ACHA (2012): 124.
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
95
apartarse de la perspectiva de los actores de aquel pasado que se quiere anali-
zar o evocar, algo comprensible cuando leemos narraciones testimoniales
que hablan en primera persona desde el lugar de verdad del «yo-lo-viví». Un
buen ejemplo de esta corriente son los libros de Miguel Bonasso, Daniel de
Santis, Roberto Perdía y Ernesto Jauretche, en una clave narrativa más o
menos épica y, según el caso, más o menos documentados4
. La antipatía, por
el contrario, resulta del extrañamiento cultural de aquello que se percibe como
la «locura» y el «mesianismo» guerrilleros, tópicos que vuelven irracional e
ininteligible la experiencia de lucha armada en la Argentina. Es difícil sepa-
rar ésta toma de distancia de la crítica generacional a la opción por las armas,
que conduce desde los 80 un conjunto de intelectuales vinculados a las insti-
tuciones universitarias. Entre los miembros más ilustres de esta camada se
encuentran Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Hugo Vezzetti5
.
¿De dónde proviene este modo de percepción que, en cierta medida,
contribuyó a fundar el campo de la joven Historia reciente? En la década del
80, revistas como Controversia y Punto de Vista expresaron la toma de dis-
tancia como una autocrítica de la militancia setentista, en medio del naufra-
gio político provocado por el terrorismo de Estado. El proyecto de refunda-
ción democrática inaugurado por el presidente Raúl Alfonsín, en cambio,
incluyó la crítica de la violencia política como un argumento para la defensa
de las instituciones liberales, síntoma de un cambio de época que aún no se
adivinaba como algo perdurable. La imagen de una guerrilla enajenada de la
sociedad se erigió como uno de los soportes de la teoría de los dos demonios,
formalizada en el prólogo del informe de la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas (CONADEP)6. En la segunda mitad de los años
90, el incremento de las luchas sociales coincidió con un avance de las orga-
nizaciones de derechos humanos. Los movimientos sociales que aglutinaban
a trabajadores desocupados, familiares de desaparecidos y asambleístas ba-
rriales tendieron un puente simbólico hacia los 70, explicando la parábola
histórica del neoliberalismo como resultado del golpe militar de 1976. Las
organizaciones de Derechos Humanos reivindicaron al militante político que
4
MANZANO (2007); DE SANTIS (1998); PERDÍA (1997), LEVENSON y JAURETCHE
(1998).
5
ACHA (2012): 167-193; SARLO (2003); VEZZETTI, Sobre la violencia revolucionaria
(2009), ALTAMIRANO (2001).
6
CONADEP (1985). Según la teoría de los dos demonios, el terrorismo de ultraderecha y
ultraizquierda cayó sobre una sociedad paralizada por el miedo, exculpando a la sociedad civil,
a la clase política y a las Fuerzas Armadas como institución del Estado de derecho.
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
96
había detrás de cada víctima del terrorismo de Estado, desplazamiento que
contribuyó a volver más inteligible al objeto de la guerrilla. En ese sentido, la
publicación de La Voluntad en 1997, de Eduardo Anguita y Martín Capa-
rrós, reflejó el intento de sistematizar los testimonios de la experiencia mili-
tante y de repolitizar a las víctimas, como una forma de resistencia frente a la
cultura neoliberal7
. Lo significativo de La Voluntad no fue su novedad en la
manera de narrar los 70, sino el éxito editorial, que alimentó una industria
cultural en permanente crecimiento gracias al desarrollo del género de la no-
ficción. En este nuevo contexto, la toma de distancia excesiva parece un
anacronismo: el peligro sería un apego apasionado al objeto (la incapacidad
de lograr un mínimo de distancia crítica), pero también la antipatía de tratar
a los guerrilleros como si fueran una alteridad radical, el gran Otro de la
virtud democrática.
El problema de la aproximación al pasado caliente de los 60/70 no se
agota en el binomio empatía/antipatía, ni es únicamente de orden historio-
gráfico. Si el «objeto» de la historia reciente está lleno de personas que aún
viven y son capaces de imponer una narrativa sobre aquella experiencia, nuestra
perspectiva no puede ser únicamente la del investigador de archivo. Hay que
incorporar las herramientas del antropólogo que realiza su trabajo de campo
entre los nativos. Para analizar los modos en que funciona una cultura, Mar-
vin Harris plantea una división esquemática entre pensamiento/materia y
actitudes mentales/conductuales. El método para observar estos pares es a
través las descripciones emic y etic, categorías que el antropólogo norteame-
ricano toma del linguista Kenneth Pike. Pike divide el lenguaje humano en
phonemics (la fonémica, es decir la lengua como sistema de significados) y
phonetics (la fonética, es decir, el soporte material y corporal del habla co-
rriente). Aplicando estos conceptos al análisis social, Marvin Harris identifi-
ca la descripción emic como el punto de vista del nativo, y la aproximación
etic como el punto de vista del investigador:
Resta el hecho de que los pensamientos y la conducta de los participantes
pueden enfocarse desde dos perspectivas distintas: desde la de los propios
participantes y desde la de los observadores. Es posible, en ambos casos,
la descripción científica -esto es, objetiva- de los campos mental y con-
ductual. Pero en el primero, los conceptos y distinciones empleados por
los observadores son significativos y apropiados para los participantes,
mientras que en el segundo, lo son para los observadores8
7
ANGUITA y CAPARRÓS (1997).
8
HARRIS (1985): 46.
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
97
La descripción emic se integra con los enunciados que el nativo estima
reales. Gracias a la recolección de esta valiosa información, el investigador
aprende categorías útiles para pensar y actuar como un nativo (por ejemplo,
el aforismo de John William Cooke acerca del peronismo como hecho mal-
dito del país burgués, la consigna maoísta «el poder brota de la boca del
fusil», etc.). La descripción etic, en cambio, se alimenta de la capacidad que
tiene el investigador para generar teorías científicas. Por eso se usan catego-
rías externas al objeto de estudio (por ejemplo, la «pulsión de muerte», el
«mesianismo» y las «alucinaciones revolucionarias»). En la mirada emic, el
informante es el juez del análisis realizado por el investigador, que depende
de él para decodificar el lenguaje y los hábitos de los nativos. En la perspec-
tiva etic, por el contrario, el propio investigador es el juez de las categorías y
conceptos empleados en el análisis. Va de suyo que para Marvin Harris no
hay que elegir entre uno u otro punto de vista, sino que el abordaje científico
de una cultura depende de ambos. Si echamos una mirada panorámica sobre
las diferentes aproximaciones al pasado reciente, todo el campo aparece es-
cindido: memorias y ensayos que comparten el punto de vista del nativo,
investigaciones académicas que producen efectos teóricos sobre la configu-
ración de ese mismo pasado. Para complicar el asunto, los propios observa-
dores parecen estar presos de las categorías nativas forjadas en la transición
democrática, por ejemplo cuando se mide el carácter «antidemocrático» y
«autoritario» de las organizaciones armadas con el rasero de 1983.
La Contraofensiva montonera
Como parte de nuestro proyecto posdoctoral en torno a la revistaEvita
Montonera, medio de prensa militante publicado entre 1974 y 1979, interesa
en particular indagar la producción historiográfica, periodística y testimonial
sobre los últimos años de Montoneros, que englobamos bajo la abarcadora
categoría de «narrativa histórica». En la historiografía académica, este perío-
do no ha sido desarrollado aún de manera específica, salvo dos capítulos del
ya clásico libro de Richard Gillespie9
Allí se plantea la tesis de la militariza-
ción como punto de inflexión en la historia de la organización armada: Mon-
9
GILLESPIE (1998): 205-328. En el libro del historiador británico, la Contraofensiva mon-
tonera ocupa solo dos páginas, ya que la tesis doctoral donde incluye su estudio sobre Monto-
neros fue defendida en 1979, cuando se inició la campaña guerrillera.
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
98
toneros pasaría de una época jalonada por la actividad política de masas entre
1973 y 1974, donde impulsó agrupaciones como la Juventud Peronista, la
Juventud Trabajadora Peronista, la Unión de Estudiantes Secundarios, la
Juventud Universitaria Peronista y la Agrupación Evita, a un momento de
repliegue, reorganización y creciente aislamiento entre 1975 y 1976. La de-
rrota de Montoneros habría sido facilitada por decisiones políticas como el
regreso a la clandestinidad y la militarización de los activistas sociales, al
igual que la persecución sufrida durante el gobierno de Isabel Perón. La tra-
yectoria de Montoneros desde el golpe militar de 1976 hasta su disolución en
los años 80 es vista por varios analistas como una «edad oscura», donde se
confirmarían las hipótesis sobre el militarismo, el vanguardismo, el mesianis-
mo y el terrorismo en el que habría caído ésta organización armada10
. Estos
trabajos tienen el mérito de advertir la continuidad entre la cultura política
de los años 60 y el desarrollo de las grandes organizaciones político-militares
en la década del 70, contribuyendo a desplazar el foco de atención del mili-
tante al combatiente. Pero también cabe señalar que los acercamientos más
novedosos a la última etapa de Montoneros no han sido realizados desde la
historiografía académica, sino a través de las narraciones testimoniales, el
periodismo de investigación y la novela histórica. El denominador común de
estas aproximaciones ha sido la evaluación política y moral del accionar mon-
tonero, o la fascinación literaria por la situación límite del enfrentamiento
entre la guerrilla peronista y la dictadura militar.
En 1978, la dictadura militar conducida por Jorge Rafael Videla em-
pezó a mostrar sus primeras resquebrajaduras, debido al aumento de la con-
flictividad sindical y las huelgas obreras. La Conducción Nacional de Monto-
neros decidió entonces que era hora de pasar de la «defensiva estratégica» a
una Contraofensiva popular. La previsión de los dirigentes montoneros era
que, en un ambiente caldeado por las movilizaciones obreras, una serie de
acciones militares de propaganda armada iban a colocar a la guerrilla pero-
nista a la cabeza de la movilización, recuperando presencia en las calles y
acelerando la descomposición del régimen militar. En última instancia, si
tenemos en cuenta las categorías nativas de los propios actores, era el método
que les había dado tan buenos resultados entre 1970 y 1973, cuando el asesi-
nato del general Aramburu les otorgó un capital político suficiente como
para conducir un movimiento de masas y convertirse en un actor político de
peso.
10
A los trabajos de Carlos Altamirano y Hugo Vezzetti ya citados se pueden añadir los de
CALVEIRO (2005).
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
99
La Contraofensiva de 1979 fue protagonizada por un centenar de mi-
litantes, que integraban las Tropas Especiales de Infantería (TEI) y las Tro-
pas Especiales de Agitación (TEA), ambos destacamentos del Ejército Mon-
tonero. Los voluntarios se reclutaron en México y España, los principales
núcleos del exilio montonero, pero los efectivos de las TEI se entrenaron en
el Líbano, gracias a los acuerdos entre Montoneros y la Organización para la
Liberación de Palestina (OLP)11
. La misión de las TEA era ponerse en con-
tacto con dirigentes gremiales combativos y realizar transmisiones clandesti-
nas de Radio Liberación TV, interfiriendo las señales de televisión en los
barrios obreros para difundir comunicados del comandante Mario Firmeni-
ch. Mientras se desarrollaban las tareas de agitación y propaganda, las TEI
debían atentar contra altos funcionarios del Ministerio de Economía, consi-
derados como objetivos militares de alto valor simbólico por su responsabili-
dad en la implementación de políticas económicas impopulares. Los Monto-
neros deseaban así recrear, en condiciones de laboratorio, una movilización
popular que tuviera la envergadura del Rodrigazo, pero con un factor que
había brillado por su ausencia en 1975: el apoyo militar de las organizaciones
armadas12
.
En la mañana del 27 de septiembre de 1979, la casa de Guillermo
Walter Klein, Secretario de Estado de Programación y Coordinación Econó-
mica, fue dinamitada por un pelotón de las TEI, con toda su familia adentro.
A pesar de que la residencia quedó reducida a escombros, el funcionario, su
esposa y sus cuatro hijos sobrevivieron con heridas menores. El 7 de noviem-
bre los Montoneros atacaron el automóvil del Secretario de Hacienda Juan
Alemann, mientras viajaba por el barrio de Belgrano. A pesar del alto poder
de fuego de los pelotones montoneros, el funcionario de la dictadura salió
ileso del atentado. Unos días antes, un comando montonero había asesinado
al empresario Francisco Soldati y a un miembro de su custodia, en pleno
centro de la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, los servicios de inteli-
gencia de la dictadura militar hacían estragos entre las células de combatien-
tes, mediante el secuestro, la tortura y la delación de sus integrantes, método
que ya había demostrado su eficacia durante los primeros años del golpe de
1976. A pesar de las bajas, la Conducción Nacional de Montoneros lanzó una
segunda Contraofensiva en 1980, con idénticos resultados. La derrota de la
Contraofensiva precipitó la disolución de los Montoneros, golpeados por las
caídas, las deserciones y las fracturas internas. Es llamativo que aunque este
11
LARRAQUY (2006): 135.
12
GILLESPIE, 1998: 317-321.
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
100
tema no ha sido aún desarrollado por la historiografía académica, ya ha sido
visitado en varias ocasiones por la literatura y el cine.
Desde finales de la década de 1990, se nota un auge de la narrativa
histórica sobre los 70, que se ha convertido en un boom editorial. Se trata de
la emergencia de un conjunto de historias donde se hace difícil delimitar una
frontera estable entre el periodismo de investigación, la novela histórica, la
memoria militante y la historiografía académica, aunque todas contribuyen
a edificar un sentido común histórico. Tras la insurrección popular del 20 de
diciembre de 2001, esta peculiar «sed» de historia circuló más allá del ámbi-
to privado del libro, siendo apropiado por los nuevos movimientos sociales
que surgieron al calor de la protesta en los primeros meses de 2002. La re-
composición de la clase política argentina a partir de 2003 y el declive de la
movilización popular inauguraron un nuevo escenario, donde banderas his-
tóricas de las organizaciones de derechos humanos -el juicio y castigo a los
represores y la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida-
se convirtieron en políticas de Estado. De ese modo, una parte de la memoria
subalterna fue incorporada al discurso del kirchnerismo, junto a la verdad y la
justicia como palabras claves. En este contexto, los combates por la memoria
se pusieron de moda, difundidos por el marketing editorial y apropiados por
el discurso oficial.
Las narrativas de la Contraofensiva
El libro de Cristina Zuker, El tren de la victoria. Una saga familiar, se
publicó en noviembre del año 2003, cuatro meses después de que el juez
argentino Claudio Bonadío ordenara el arresto de Mario Firmenich, Roberto
Perdía y Fernando Vaca Narvaja, ex miembros de la Conducción Nacional
de Montoneros. La acusación les atribuía responsabilidades por la desapari-
ción de quince militantes durante la Segunda Contraofensiva de 1980, entre
los que se encontraba Ricardo Zuker, hijo del actor Marcos Zuker y herma-
no de la autora. Por lo tanto, la obra apareció en los escaparates de las libre-
rías justo cuando el episodio de la Contraofensiva había adquirido de súbito
una fugaz actualidad, en el marco de la nueva política de Derechos Huma-
nos impulsada por el presidente Néstor Kirchner. El tren de la victoria es una
prosopografía construida a través de testimonios de primera mano, en la que
Cristina Zuker realiza un ajuste de cuentas con el pasado familiar, y al mismo
tiempo investiga por qué su hermano Ricardo decidió enrolarse en la Contra-
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
101
ofensiva montonera. Como el libro cumple con el propósito de narrar una
saga (o mejor dicho, una tragedia) familiar, la autora no se preocupa por
elaborar formalmente una hipótesis para responder aquel traumático por qué.
Sin embargo, en varios pasajes de El tren de la victoria se advierte una teoría
implícita, que trata de explicar las motivaciones del hermano perdido ape-
lando al recurso del psicologismo. Es lo que se deduce a partir de los testimo-
nios de Betty, Dani y Eduardo Epzteyn:
«No estaban bien psicológicamente, tenían una inestabilidad muy fuer-
te», y los incluye entre quienes «no pudieron hacer de su vida ninguna
otra cosa, que no pudieron salir de lo que supuso ese fracaso, la derrota,
las pérdidas (…) Fue muy difícil irse, perder todo nuestro mundo. El
Pato nunca consiguió salir de la melancolía, de la nostalgia. Para el no
existía otra cosa que no fuera Buenos Aires, la hinchada, la política13
Va de suyo que aquí no pretendemos minimizar el trauma del exilio,
que impactó de diversas maneras sobre la emigración política argentina14
.
Solamente queremos destacar el sesgo interpretativo que predomina a lo lar-
go de toda la obra, apoyado en una reelaboración de los recuerdos familiares
y del entorno de los protagonistas. La trayectoria del «Pato» Ricardo Zuker
es singular y a la vez común a todo un sector de la militancia política de los
años 70. Comenzó su carrera política en la Unión de Estudiantes Secunda-
rios, y más tarde en la Juventud Universitaria Peronista, ambas agrupaciones
vinculadas a los Montoneros. Sin embargo, hacia 1975 abandonó la militan-
cia orgánica, lo que no impidió que dos años después, durante la dictadura de
Jorge Rafael Videla, una patota militar lo secuestrara. Gracias a las gestiones
de la familia Zuker con altos oficiales de las Fuerzas Armadas como Guiller-
mo Suárez Mason y Roberto Viola, Ricardo fue liberado cuarenta y seis días
después, con evidentes signos de tortura. El 17 de mayo de 1977 partió al
exilio en Brasil, y más tarde se radicó en España, donde se vincularía a la
Contraofensiva montonera. Es en este punto donde el relato de Cristina Zuker
adquiere sus trazos más vividos, evocando la depresión del exilio, las reunio-
nes «necrológicas» donde se recordaba a los compañeros caídos, el senti-
miento de culpa por haber sobrevivido, en resumen, la crisis de sentido de
toda una subjetividad política.
13
ZUKER (2003).
14
FRANCO (2008).
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
102
Otra constante en la narración de Cristina Zuker es la ridiculización de
los militantes montoneros, operación que implica una toma de distancia y
provoca un efecto de aislamiento e incomprensión respecto de la política
armada en general. Por ejemplo, cuando se describe el entrenamiento de los
grupos TEI en el Líbano, la gravedad de la situación es destronada por una
situación cómica15
:
Primero lo hacíamos sin armas, como si fuera un ensayo de ballet o de
teatro. Íbamos haciendo «ta,ta,tatata» como si de verdad estuviéramos
disparando. Había que ir zigzagueando, reptando, que es más o menos lo
que te enseñan en la colimba. También ensayaban, primero desarmados,
como graduar el gatillo para no quedarse sin balas, tratando de darle un
ritmo casi musical al «ta, ta, tatata» del ejercicio. La diferencia apareció
cuando tuvieron la ametralladora en las manos. -En medio de un tiroteo
infernal contra un objetivo móvil, a una compañera se le trabó el arma.
Entre el fuego, los casquillos de balas y el humo, lo único que se le
ocurrió fue seguir adelante, haciendo «ta,ta, tatata», como si estuviera
disparando16
Para el Diccionario de la Real Academia Española, lo ridículo es algo
que «por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa». Rareza y
extravagancia que dota a la militancia montonera de una atmósfera artificial
carente de sentido, convirtiendo a la Contraofensiva en un mero simulacro.
Bien podríamos pensar entonces que en El tren de la victoria, los militantes
sobrevuelan la realidad como si fueran personajes de un cuento borgeano, a
la manera de aquel Herbert Ashe de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius que «en vida
padeció de irrealidad, como tantos ingleses»17
. Para Cristina Zuker todo el
episodio de la Contraofensiva parece reducirse a un pseudo-acontecimiento
que se llevó la vida del hermano Esta mirada no es emic y ni etic: por un lado,
no comparte las categorías nativas porque es ajena a una militancia que se le
15
La comicidad como estrategia para destronar o subvertir la seriedad y gravedad de una forma
cultural dominante es una idea de BAJTIN (1994).
16
ZUKER (2003): 170-171. Esa percepción se refuerza con otros testimonios: «Los encuen-
tros con los compañeros eran más furtivos. Había que hacer cosas ridículas como vendarnos y dar
vueltas para ir a la casa de alguien, así no se sabía donde vivía, y no se podía cantar el lugar» (pág.
76). En otros pasajes, el roce entre la rígida disciplina militante y el proceso de modernización
cultural de la década de 1960 origina situaciones que son caracterizadas por la autora como
«tragicómicas» (pp. 72, 74-75, 156).
17
BORGES (1965): 13-34.
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
103
aparece como algo extraño. Sin embargo, tampoco es completamente exte-
rior a los acontecimientos, ni tiene una teoría sistemática para explicarlas.
Hacia 2005, cuando el interés por el pasado reciente de la Argentina ya
se había convertido en un auténtico boom editorial, apareció Lo que mata de
las balas es la velocidad. Un historia de la contraofensiva montonera del 79,
de Eduardo Astiz. Se trata del único ejemplo en la muestra que hemos selec-
cionado de un relato narrado a partir de la perspectiva emic, es decir, desde el
«punto de vista del nativo»: el autor participó en la campaña militar de 1979
y formalizó su ruptura con Montoneros en 1980, siguiendo los pasos de Mi-
guel Bonasso, Pedro Orgambide y Ernesto Jauretche, fundadores de la agru-
pación disidente Montoneros 17 de octubre. Ésta marca tan personal en el
cuerpo del texto no se termina de resolver a lo largo de la trama, donde se
observa un llamativo desdoblamiento de la personalidad del autor. Sintomá-
ticamente, Eduardo Astiz emplea la primera y la tercera persona del singular
para referirse al actor protagónico de su historia, lo suficiente como para que
quede bien claro que «el pelado Carlos», «el pelado José» o simplemente «el
Pelado» es él mismo. Entonces, nos encontramos ante un relato híbrido, a
mitad de camino entre la novela (que proyecta la imagen de un otro original
y excepcional) y el testimonio (que narra una mismidad desde la primera
persona)18. Eduardo Astiz escribe una historia ambigua, donde se reconstru-
ye de manera brillante las vicisitudes para transmitir los comunicados de Ra-
dio Liberación TV y la fatal encerrona provocada por el cerco de la represión
ilegal, pero al mismo tiempo es incapaz de ir más allá de las categorías men-
tales predominantes en los años 70. Por ejemplo, en las primeras páginas del
libro, cuando se realiza una digresión sobre el centro clandestino de deten-
ción ubicado en la ESMA, aparecen dos tópicos fuertes que sirven para mar-
car los límites simbólicos del relato:
Por esta terrible cámara del terror pasaron 6.000 compañeras y compa-
ñeros y solo algunos pocos lograron salvar la vida. Unos cuantos median-
te la traición y la colaboración con el enemigo, «marcando» por la calle a
compañeros o torturando y colaborando en «inteligencia». Otros colabo-
raron en este proyecto aún sin haber traicionado pero los compañeros
que merecen una mención especial son los que se mantuvieron íntegros,
ya que no sólo salvaron la vida sino que la dignificaron. Esos compañeros
son los que no se quebraron, siguiendo siendo montoneros, revoluciona-
rios, aguantaron la tortura, no entregaron nada ni a nadie y mantuvieron
18
SARLO (2007): 19.
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
104
la lucha en las entrañas mismas de las mazmorras hechas para la destruc-
ción del ser humano19
Los dos polos de esta definición son el heroísmo (los militantes «que
no se quebraron, siguiendo siendo montoneros, revolucionarios») y la trai-
ción. De hecho, para Astiz la ESMA no parece haber sido tan solo un infier-
no, sino un purgatorio, ya que algunos compañeros tuvieron que colaborar
con la dictadura en tareas de inteligencia «aún sin haber traicionado». Pero
lo más importante, el campo de concentración también podía ser una escale-
ra al cielo, ya que unos pocos militantes «no solo salvaron la vida sino que la
dignificaron». En este sentido, Lo que mata de las balas es la velocidad com-
parte la misma axiología binaria del tipo heroísmo/traición de Recuerdo de
la muerte, el libro de Miguel Bonasso20
. Ésta dificultad para tomar distancia
respecto de las categorías del pasado reciente se advierte por la seriedad con
la que se relata el entrenamiento militar en México, como primer paso hacia
la Contraofensiva:
María, una compañera de unos 35 años, enfundada en un jean muy ajus-
tado y calzada con botas, daba órdenes a los miembros de su pelotón y
todos avanzaban agazapados hacia una serie de blancos móviles instala-
dos en una gran zanja. Ramón corrió entre los árboles, se tiró cuerpo a
tierra, rodó hacia la derecha y comenzó a disparar la metralleta. Apoyada
por su fuego, María corrió hacia unos matorrales, al llegar se dio vuelta y
ordenó con señas a otro compañero que avanzara mientras Chaco lo
cubría en su carrera lanzando una granada. Desde su posición, maría
empezó a disparar tiro a tiro, mientras Ramón, joven y muy ágil, cubría
una gran distancia moviéndose en cuatro patas. El ejercicio continuó unos
minutos más21
Al revés de lo que pasaba con El tren de la victoria, donde las armas, los
uniformes y las maniobras militares acentuaban la atmósfera de irrealidad
que habría rodeado a la militancia montonera, en el libro de Eduardo Astiz
los mismos elementos sirven para fundar la realidad, como ocurre en las pe-
lículas de acción. No hay combatientes sin armas, y por eso el relato comien-
za con una descripción del entrenamiento en el exilio arraigada en el realis-
19
ASTIZ (2005): 10.
20
BONASSO (2010) y ASTIZ (2005): 82, 262, 264 y 267. Para la antinomia heroísmo/
traición v. LONGONI (2007).
21
ASTIZ (2005): 7.
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
105
mo bélico. Esto no significa que Lo que mata de las balas es la velocidad esté
desprovisto de humor, sarcasmo e ironía. Por el contrario, la comicidad se
incluye en todo momento, como para reforzar el «rostro humano» de la
militancia montonera, tan desfigurado por las críticas a la Contraofensiva. El
esfuerzo por humanizar a los combatientes, por otra parte, parece apuntar a
una justificación post-facto de sus prácticas:
En el territorio quedaban pocos compañeros aguantando el temporal.
Pronto las TEA 2 terminarían su actividad y podría considerarse exitosa
pero insuficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Yäger
conducía las Tropas Especiales de Infantería y el increíble esfuerzo y
valentía de estos compañeros que, equivocados o no, eran compa-
ñeros revolucionarios que jugaban mucho más que su vida en el
intento. ¿Lograrían ellos torcer el rumbo y convertir esta derrota en un
empate, por lo menos? No, esto no se emparda en poco tiempo sino con
otra política22
Más allá de las críticas que se realizan en este pasaje y en el conjunto
del libro a la Conducción Nacional de Montoneros, aquí no se pondrían en
juego las principales categorías de la cultura política guerrillera. Dicho en
otras palabras, los errores no hacen mella en la verdad de la política armada,
signada por el heroísmo y el compromiso vital. Como dijera Carlos Brocato,
«la praxis del coraje no admite cuestionamientos»23.
En el año 2006, el periodista e historiador Marcelo Larraquy publicó
Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofensiva montonera. El libro se
divide en dos partes bien definidas: en la primera, «Fuimos soldados», se
narra la Contraofensiva montonera a través del testimonio de un militante
cuya identidad se protege bajo el nombre imaginario de Lazarte. La segunda
parte, «Operación masacre», describe los operativos de la Contraofensiva en
la Argentina, y cómo fue cayendo cada grupo en manos de las Fuerzas Arma-
das. En el libro la toma de distancia no es tanto una operación, como se
puede ver en la literatura testimonial y ensayística sobre los 70 de la transi-
ción democrática, sino más bien un simple efecto del paso del tiempo. El
autor pertenece a una generación distinta a la que protagonizó los hechos
armados, y trata de comprender la Contraofensiva desde unas categorías na-
tivas que con el filósofo esloveno Slavoj Zizek podríamos denominar «post-
políticas» y «post-ideológicas», ya que proyectan la negación posmoderna
22
ASTIZ (2005): 297. El subrayado en negrita es mío.
23
BROCATO (1985): 21-22
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
106
de lo político y lo ideológico al pasado reciente24
. Esto se nota por la impor-
tancia que le da Larraquy al testimonio de Lazarte y sus motivaciones para
volver a la Argentina en 1979:
Lazarte tampoco creía en el plan de Galimberti. La Conducción no iba a
ceder jamás el poder por presiones políticas. La única solución, para él,
era eliminar a la Conducción en México. Eliminarla físicamente, se en-
tiende. Es decir, dar un golpe de estado para tomar el control interno. A
Galimberti le pareció una locura. A Lazarte no. El plan requería una
planificación metódica. Mucha elaboración, mucha paciencia. Desde en-
tonces, dirigió cada paso hacia ese objetivo. Lo primero que debía lograr
Lazarte era que la Organización confiara en él y lo reincorporara como
soldado montonero25
Aquí la Contraofensiva pierde toda connotación política, despojando
de sentido a la experiencia de Lazarte hasta reducirla prácticamente a un
acto de venganza personal. Si nos detenemos aquí, podríamos pensar que
desde este punto de vista, que bien podríamos definir como etic, no hay mu-
cha diferencia entre un montonero y un psicópata. Sin embargo, Larraquy
evita caer en el lugar común de que la Contraofensiva fue una «locura», una
simplificación repetida hasta el cansancio incluso por especialistas en la his-
toria de Montoneros:
¿Cómo entenderlos? Dos montoneros a punto de matarse entre ellos en
un jardín público, con vecinas que se alejaban frente al temor de quedar
involucradas en un ajuste de cuentas de ladrones, en el momento más
salvaje y eficiente del aniquilamiento, cuando Henry Kissinger autorizaba
a los militares argentinos a aplicar la represión mas implacable, siempre
que lo hiciesen rápido. Pasaban estas cosas. Y creo que pasaban no por-
que estuvieran locos, sino porque se sentían soldados, soldados nacidos
en los Altos de San Isidro y en la villa La Cava, soldados que incluso
después del golpe de Estado, ante la caída de un oficial, realizaban una
formación en la calle, designaban a su reemplazante y se arengaban a
continuar la lucha revolucionaria hasta el final26
24
Para Zizek, «La post-política subraya la necesidad de abandonar las viejas divisiones ideoló-
gicas y de resolver las nuevas problemáticas con ayuda de la necesaria competencia del experto
y deliberando libremente tomando en cuenta las peticiones y exigencias puntuales de la gen-
te», v. ZIZEK (2007): 231.
25
LARRAQUY (2006): 26.
26
LARRAQUY (2006): 21.
ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
107
Un soldado no es un loco, pero tampoco es un militante político. La
escena que describe Larraquy, donde Lazarte, como responsable de la Co-
lumna Norte montonera entabla una discusión política mientras encañona a
un representante de la Conducción Nacional, es verosímil no porque fueran
soldados, sino precisamente por lo contrario. Fuimos soldados parece enton-
ces una investigación histórica, donde los objetivos y parte de las técnicas son
de orden literario. Dicho en otras palabras, la trama descansa en la fascina-
ción estética por la situación límite de la guerrilla acorralada, antes que en el
rigor de la pesquisa histórica. Los recursos narrativos puestos en primer pla-
no, entonces, relajan la necesidad de rigor y evidencia: la versión de Lazarte,
aunque es chequeada con otros testimonios, se erige como verdad histórica27
.
Más que una historia documentada de la Contraofensiva montonera, el libro
es una novela histórica apoyada en el género de la no-ficción.
Conclusiones
Hemos pasado revista a la narrativa histórica sobre la Contraofensiva
montonera de 1979-1980, comprobando que para escribir sobre este período
predominan los trabajos de corte periodístico y testimonial, con un formato
literario cuyas figuras, técnicas y recursos estéticos son capaces de producir
efectos sobre el sentido común histórico. Hemos intentado desmenuzar esta
trama intelectual a través de una investigación emic, entendiendo junto a la
antropóloga Mary Black que el objeto de estudio de este tipo de pesquisas es
la estructura de los sistemas de creencias28 . Los conflictos que se presentan
ante los enfoques emic y etic son múltiples: se pueden llegar a deducir hechos
de categorías nativas que forman parte de un sistema de creencias, como
ocurre con los argumentos psicologistas en Cristina Zuker en El tren de la
victoria. Por otra parte, también es posible derivar ideas y pensamientos de
una teoría científica que no se corresponde con las categorías nativas: es lo
que ocurre cuando reducimos la Contraofensiva a una simple «locura», a un
sinsentido histórico, dejando de lado qué significó ese episodio para sus pro-
tagonistas29
. Desde ya, los enfoques de este género no ofrecen solamente
27
Esto también ocurre, aunque en menor medida por la densidad de la investigación, con otro
libro de Marcelo Larraquy, la biografía del dirigente montonero Rodolfo Galimberti que
escribió junto a Roberto Caballero, v. LARRAQUY y CABALLERO (2000).
28
HARRIS (1985): 52.
29
GILLESPIE (2008).
Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
108
confusiones: las categorías nativas se pueden corresponder con la realidad y
no solo con un sistema de creencias, mientras que las teorías etic pueden
iluminar aspectos del punto de vista del nativo ignoradas por aquel.
En la narrativa testimonial de El tren de la victoria, el absurdo es el
lenguaje de la retrospectiva. Las situaciones cómicas patentizan el desen-
cuentro entre la militancia montonera y una «realidad» que se reduce al en-
torno familiar y al pequeño universo de los exiliados. De esta manera, la
Contraofensiva se convierte en un simulacro trágico, cuyo único sentido es la
desintegración de la familia Zuker por la acción combinada del terrorismo
de Estado, el exilio y la conducción montonera. Si el contenido del libro de
Cristina Zuker está marcado por la tragedia, Lo que mata de las balas es la
velocidad es por el contrario una narración épica, donde es posible apreciar la
disociación entre una Conducción Nacional autoritaria y mesiánica de los
militantes que operaban en el territorio, heroicos a pesar de sus equivocacio-
nes. Para Pablo Pozzi, esta disección es artificial y simplificadora, ya que
entonces «habría que explicar porqué tantos excelentes militantes obedecie-
ron a direcciones poco idóneas»30
. Las categorías mentales de Eduardo Astiz
siguen siendo las mismas de «el Pelado», aquel lúcido y audaz combatiente
de la Contraofensiva. Por último, en Fuimos soldados la historia se deja caer
en brazos del sensacionalismo, dejando asomar una fascinación morbosa por
las traiciones y la venganza. Los hechos se subordinan al interés por el «lado
oscuro» de la militancia, y son narrados en un formato literario. El relato en
primera persona del autor, que ha sido empleado por historiadores como
Carlo Ginzburg para mostrar la cocina de la investigación histórica, en Fui-
mos soldados se vuelve un puro ejercicio de narcisismo, ya que no aclara los
problemas que presenta el apoyar buena parte del libro en un solo testimo-
nio31
. Ni locura, ni épica ni tragicomedia, la Historia documentada de la
Contraofensiva montonera todavía está por escribirse.
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110
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  • 1. 93 ¿Locura, épica o tragicomedia? Las historias de la contraofensiva montonera en la era de la democracia consolidada1 Esteban Campos2 Abstract In this paper we investigate the literary, journalistic and testimonial productions on the Montonero’s Counteroffensive, trying to remove its narrative strategies. In Argentina, the latest military campaigns of the armed organization Montoneros constitute a traumatic event for the public memory and historical research, consolidating a stereotype of the Counteroffensive as a reverse of democratic political reason restored in 1983. Where does the tendency to judge as madness, tragedy or epic the last battle of the argentine guerrilla? To answer this question, we incorporate as theoretical framework and auxiliary discipline the cultural anthropology Marvin Harris, including emic and etic categories, which will be used to understand the attitudes of the fieldworker. So we can understand the various forms of «empathy» and «antipathy» toward the armed movements, understanding these reactions as a take away or a narrow attachment on native categories of subject matter. We will take three books on the Montonero’s counteroffensive: El tren de la victoria. Una saga familiar, from Cristina Zuker (2003), Lo que mata de las balas es la velocidad, from Eduardo Astiz (2005) and Fuimos soldados. Historia secreta Resumen En este artículo se indagan las producciones literarias, testimoniales y periodísticas sobre la Contraofensiva montonera de 1979-1980, tratando de desmontar sus estrategias narrati- vas. En la Argentina, las últimas campañas mi- litares de la organización armada Montone- ros constituyen un episodio traumático para la memoria pública y la investigación históri- ca, consolidándose un estereotipo de la Con- traofensiva como contratara de la razón polí- tica democrática restaurada en 1983. ¿De donde proviene la tendencia a juzgar como locura, tragedia o épica a la última batalla de la guerrilla argentina? Para responder ésta pre- gunta, incorporaremos como marco teórico y disciplina auxiliar a la Antropología cultural de Marvin Harris, en particular las categorías emic y etic, que se emplearán para compren- der las actitudes del investigador de campo. Así podremos comprender las diversas formas de «empatía» y «antipatía» hacia los movi- mientos armados, entendiendo estas reaccio- nes como una toma de distancia o un apego estrecho respecto de las categorías nativas del objeto de estudio. Tomaremos tres libros so- bre la Contraofensiva montonera: El tren de la victoria. Una saga familiar, de Cristina Zuker (2003), Lo que mata de las balas es la 1 Trabajo recibido el 30/03/2013. Aprobado el 15/06/2013 2 Doctor en Historia, Universidad de Buenos Aires. Becario posdoctoral de CONICET. Con- tacto: estebancampos1977@gmail.com ESTUDIOS - N° 29 -ISSN 0328-185X (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 2. 94 Introducción «Somos oradores sin fieles, ideólogos sin discípulos, predicadores en el desierto. No hay nada detrás de nosotros; nada, debajo de nosotros, que nos sostenga. Revolucionarios sin revolución: eso somos. Para de- cirlo todo: muertos con permiso. Aun así, elijamos las palabras que el desierto recibirá: no hay revolución sin revolucionarios» Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno El objetivo de este trabajo es desentrañar los nudos de sentido y puntos de vista en tres historias sobre la Contraofensiva montonera que incluyen géneros muy diversos, como el periodismo de investigación, la narración tes- timonial y la novela: El tren de la victoria. Una saga familiar, de Cristina Zuker (2003), Lo que mata de las balas es la velocidad, de Eduardo Astiz (2005) y Fuimos soldados. Historia secreta de la Contraofensiva montonera, de Marcelo Larraquy (2006). A partir de la transición democrática que se inició en la Argentina hacia 1983, los conflictivos años 60 y 70 se volvieron un objeto caliente, marcando una profunda sutura entre el pasado y el pre- sente. Un recodo temporal ante el cual todavía hoy parece imposible resistir la tentación de emitir una prescripción moral, ya sea porque quienes escriben sobre historia reciente pertenecen a la generación que cobijo a la nueva iz- quierda, o bien porque los jóvenes investigadores que no vivieron aquella época siguen sus huellas. Esta tendencia se manifiesta de manera frecuente como empatía o antipatía frente a los movimientos armados que actuaron entre 1959 y 1989, un tema que para la historiografía académica, así como para buena parte de la sociedad, sigue siendo el hecho maldito de un pasado que se resiste a ser olvidado3. La empatía se manifiesta en la imposibilidad de velocidad, de Eduardo Astiz (2005) y Fui- mos soldados. Historia secreta de la Contrao- fensiva montonera, de Marcelo Larraquy (2006). Palabras clave: Montoneros – emic – etic – historia reciente – Contraofensiva de la Contraofensiva montonera, from Marcelo Larraquy (2006). Keywords: Montoneros – emic – etic– Recent History – Counteroffensive 3 Para Omar Acha, en los 80 el peronismo dejó de ser motivo de crispación para el campo académico, y fue presentado como un capítulo de la modernización argentina. De esta manera lo monstruoso, la alteridad radical incapaz de ser comprendida por la historiografía pasó a ser la violencia política de los 70 y el terrorismo de Estado, v. ACHA (2012): 124. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 3. 95 apartarse de la perspectiva de los actores de aquel pasado que se quiere anali- zar o evocar, algo comprensible cuando leemos narraciones testimoniales que hablan en primera persona desde el lugar de verdad del «yo-lo-viví». Un buen ejemplo de esta corriente son los libros de Miguel Bonasso, Daniel de Santis, Roberto Perdía y Ernesto Jauretche, en una clave narrativa más o menos épica y, según el caso, más o menos documentados4 . La antipatía, por el contrario, resulta del extrañamiento cultural de aquello que se percibe como la «locura» y el «mesianismo» guerrilleros, tópicos que vuelven irracional e ininteligible la experiencia de lucha armada en la Argentina. Es difícil sepa- rar ésta toma de distancia de la crítica generacional a la opción por las armas, que conduce desde los 80 un conjunto de intelectuales vinculados a las insti- tuciones universitarias. Entre los miembros más ilustres de esta camada se encuentran Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Hugo Vezzetti5 . ¿De dónde proviene este modo de percepción que, en cierta medida, contribuyó a fundar el campo de la joven Historia reciente? En la década del 80, revistas como Controversia y Punto de Vista expresaron la toma de dis- tancia como una autocrítica de la militancia setentista, en medio del naufra- gio político provocado por el terrorismo de Estado. El proyecto de refunda- ción democrática inaugurado por el presidente Raúl Alfonsín, en cambio, incluyó la crítica de la violencia política como un argumento para la defensa de las instituciones liberales, síntoma de un cambio de época que aún no se adivinaba como algo perdurable. La imagen de una guerrilla enajenada de la sociedad se erigió como uno de los soportes de la teoría de los dos demonios, formalizada en el prólogo del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP)6. En la segunda mitad de los años 90, el incremento de las luchas sociales coincidió con un avance de las orga- nizaciones de derechos humanos. Los movimientos sociales que aglutinaban a trabajadores desocupados, familiares de desaparecidos y asambleístas ba- rriales tendieron un puente simbólico hacia los 70, explicando la parábola histórica del neoliberalismo como resultado del golpe militar de 1976. Las organizaciones de Derechos Humanos reivindicaron al militante político que 4 MANZANO (2007); DE SANTIS (1998); PERDÍA (1997), LEVENSON y JAURETCHE (1998). 5 ACHA (2012): 167-193; SARLO (2003); VEZZETTI, Sobre la violencia revolucionaria (2009), ALTAMIRANO (2001). 6 CONADEP (1985). Según la teoría de los dos demonios, el terrorismo de ultraderecha y ultraizquierda cayó sobre una sociedad paralizada por el miedo, exculpando a la sociedad civil, a la clase política y a las Fuerzas Armadas como institución del Estado de derecho. Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 4. 96 había detrás de cada víctima del terrorismo de Estado, desplazamiento que contribuyó a volver más inteligible al objeto de la guerrilla. En ese sentido, la publicación de La Voluntad en 1997, de Eduardo Anguita y Martín Capa- rrós, reflejó el intento de sistematizar los testimonios de la experiencia mili- tante y de repolitizar a las víctimas, como una forma de resistencia frente a la cultura neoliberal7 . Lo significativo de La Voluntad no fue su novedad en la manera de narrar los 70, sino el éxito editorial, que alimentó una industria cultural en permanente crecimiento gracias al desarrollo del género de la no- ficción. En este nuevo contexto, la toma de distancia excesiva parece un anacronismo: el peligro sería un apego apasionado al objeto (la incapacidad de lograr un mínimo de distancia crítica), pero también la antipatía de tratar a los guerrilleros como si fueran una alteridad radical, el gran Otro de la virtud democrática. El problema de la aproximación al pasado caliente de los 60/70 no se agota en el binomio empatía/antipatía, ni es únicamente de orden historio- gráfico. Si el «objeto» de la historia reciente está lleno de personas que aún viven y son capaces de imponer una narrativa sobre aquella experiencia, nuestra perspectiva no puede ser únicamente la del investigador de archivo. Hay que incorporar las herramientas del antropólogo que realiza su trabajo de campo entre los nativos. Para analizar los modos en que funciona una cultura, Mar- vin Harris plantea una división esquemática entre pensamiento/materia y actitudes mentales/conductuales. El método para observar estos pares es a través las descripciones emic y etic, categorías que el antropólogo norteame- ricano toma del linguista Kenneth Pike. Pike divide el lenguaje humano en phonemics (la fonémica, es decir la lengua como sistema de significados) y phonetics (la fonética, es decir, el soporte material y corporal del habla co- rriente). Aplicando estos conceptos al análisis social, Marvin Harris identifi- ca la descripción emic como el punto de vista del nativo, y la aproximación etic como el punto de vista del investigador: Resta el hecho de que los pensamientos y la conducta de los participantes pueden enfocarse desde dos perspectivas distintas: desde la de los propios participantes y desde la de los observadores. Es posible, en ambos casos, la descripción científica -esto es, objetiva- de los campos mental y con- ductual. Pero en el primero, los conceptos y distinciones empleados por los observadores son significativos y apropiados para los participantes, mientras que en el segundo, lo son para los observadores8 7 ANGUITA y CAPARRÓS (1997). 8 HARRIS (1985): 46. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 5. 97 La descripción emic se integra con los enunciados que el nativo estima reales. Gracias a la recolección de esta valiosa información, el investigador aprende categorías útiles para pensar y actuar como un nativo (por ejemplo, el aforismo de John William Cooke acerca del peronismo como hecho mal- dito del país burgués, la consigna maoísta «el poder brota de la boca del fusil», etc.). La descripción etic, en cambio, se alimenta de la capacidad que tiene el investigador para generar teorías científicas. Por eso se usan catego- rías externas al objeto de estudio (por ejemplo, la «pulsión de muerte», el «mesianismo» y las «alucinaciones revolucionarias»). En la mirada emic, el informante es el juez del análisis realizado por el investigador, que depende de él para decodificar el lenguaje y los hábitos de los nativos. En la perspec- tiva etic, por el contrario, el propio investigador es el juez de las categorías y conceptos empleados en el análisis. Va de suyo que para Marvin Harris no hay que elegir entre uno u otro punto de vista, sino que el abordaje científico de una cultura depende de ambos. Si echamos una mirada panorámica sobre las diferentes aproximaciones al pasado reciente, todo el campo aparece es- cindido: memorias y ensayos que comparten el punto de vista del nativo, investigaciones académicas que producen efectos teóricos sobre la configu- ración de ese mismo pasado. Para complicar el asunto, los propios observa- dores parecen estar presos de las categorías nativas forjadas en la transición democrática, por ejemplo cuando se mide el carácter «antidemocrático» y «autoritario» de las organizaciones armadas con el rasero de 1983. La Contraofensiva montonera Como parte de nuestro proyecto posdoctoral en torno a la revistaEvita Montonera, medio de prensa militante publicado entre 1974 y 1979, interesa en particular indagar la producción historiográfica, periodística y testimonial sobre los últimos años de Montoneros, que englobamos bajo la abarcadora categoría de «narrativa histórica». En la historiografía académica, este perío- do no ha sido desarrollado aún de manera específica, salvo dos capítulos del ya clásico libro de Richard Gillespie9 Allí se plantea la tesis de la militariza- ción como punto de inflexión en la historia de la organización armada: Mon- 9 GILLESPIE (1998): 205-328. En el libro del historiador británico, la Contraofensiva mon- tonera ocupa solo dos páginas, ya que la tesis doctoral donde incluye su estudio sobre Monto- neros fue defendida en 1979, cuando se inició la campaña guerrillera. Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 6. 98 toneros pasaría de una época jalonada por la actividad política de masas entre 1973 y 1974, donde impulsó agrupaciones como la Juventud Peronista, la Juventud Trabajadora Peronista, la Unión de Estudiantes Secundarios, la Juventud Universitaria Peronista y la Agrupación Evita, a un momento de repliegue, reorganización y creciente aislamiento entre 1975 y 1976. La de- rrota de Montoneros habría sido facilitada por decisiones políticas como el regreso a la clandestinidad y la militarización de los activistas sociales, al igual que la persecución sufrida durante el gobierno de Isabel Perón. La tra- yectoria de Montoneros desde el golpe militar de 1976 hasta su disolución en los años 80 es vista por varios analistas como una «edad oscura», donde se confirmarían las hipótesis sobre el militarismo, el vanguardismo, el mesianis- mo y el terrorismo en el que habría caído ésta organización armada10 . Estos trabajos tienen el mérito de advertir la continuidad entre la cultura política de los años 60 y el desarrollo de las grandes organizaciones político-militares en la década del 70, contribuyendo a desplazar el foco de atención del mili- tante al combatiente. Pero también cabe señalar que los acercamientos más novedosos a la última etapa de Montoneros no han sido realizados desde la historiografía académica, sino a través de las narraciones testimoniales, el periodismo de investigación y la novela histórica. El denominador común de estas aproximaciones ha sido la evaluación política y moral del accionar mon- tonero, o la fascinación literaria por la situación límite del enfrentamiento entre la guerrilla peronista y la dictadura militar. En 1978, la dictadura militar conducida por Jorge Rafael Videla em- pezó a mostrar sus primeras resquebrajaduras, debido al aumento de la con- flictividad sindical y las huelgas obreras. La Conducción Nacional de Monto- neros decidió entonces que era hora de pasar de la «defensiva estratégica» a una Contraofensiva popular. La previsión de los dirigentes montoneros era que, en un ambiente caldeado por las movilizaciones obreras, una serie de acciones militares de propaganda armada iban a colocar a la guerrilla pero- nista a la cabeza de la movilización, recuperando presencia en las calles y acelerando la descomposición del régimen militar. En última instancia, si tenemos en cuenta las categorías nativas de los propios actores, era el método que les había dado tan buenos resultados entre 1970 y 1973, cuando el asesi- nato del general Aramburu les otorgó un capital político suficiente como para conducir un movimiento de masas y convertirse en un actor político de peso. 10 A los trabajos de Carlos Altamirano y Hugo Vezzetti ya citados se pueden añadir los de CALVEIRO (2005). ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 7. 99 La Contraofensiva de 1979 fue protagonizada por un centenar de mi- litantes, que integraban las Tropas Especiales de Infantería (TEI) y las Tro- pas Especiales de Agitación (TEA), ambos destacamentos del Ejército Mon- tonero. Los voluntarios se reclutaron en México y España, los principales núcleos del exilio montonero, pero los efectivos de las TEI se entrenaron en el Líbano, gracias a los acuerdos entre Montoneros y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)11 . La misión de las TEA era ponerse en con- tacto con dirigentes gremiales combativos y realizar transmisiones clandesti- nas de Radio Liberación TV, interfiriendo las señales de televisión en los barrios obreros para difundir comunicados del comandante Mario Firmeni- ch. Mientras se desarrollaban las tareas de agitación y propaganda, las TEI debían atentar contra altos funcionarios del Ministerio de Economía, consi- derados como objetivos militares de alto valor simbólico por su responsabili- dad en la implementación de políticas económicas impopulares. Los Monto- neros deseaban así recrear, en condiciones de laboratorio, una movilización popular que tuviera la envergadura del Rodrigazo, pero con un factor que había brillado por su ausencia en 1975: el apoyo militar de las organizaciones armadas12 . En la mañana del 27 de septiembre de 1979, la casa de Guillermo Walter Klein, Secretario de Estado de Programación y Coordinación Econó- mica, fue dinamitada por un pelotón de las TEI, con toda su familia adentro. A pesar de que la residencia quedó reducida a escombros, el funcionario, su esposa y sus cuatro hijos sobrevivieron con heridas menores. El 7 de noviem- bre los Montoneros atacaron el automóvil del Secretario de Hacienda Juan Alemann, mientras viajaba por el barrio de Belgrano. A pesar del alto poder de fuego de los pelotones montoneros, el funcionario de la dictadura salió ileso del atentado. Unos días antes, un comando montonero había asesinado al empresario Francisco Soldati y a un miembro de su custodia, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, los servicios de inteli- gencia de la dictadura militar hacían estragos entre las células de combatien- tes, mediante el secuestro, la tortura y la delación de sus integrantes, método que ya había demostrado su eficacia durante los primeros años del golpe de 1976. A pesar de las bajas, la Conducción Nacional de Montoneros lanzó una segunda Contraofensiva en 1980, con idénticos resultados. La derrota de la Contraofensiva precipitó la disolución de los Montoneros, golpeados por las caídas, las deserciones y las fracturas internas. Es llamativo que aunque este 11 LARRAQUY (2006): 135. 12 GILLESPIE, 1998: 317-321. Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 8. 100 tema no ha sido aún desarrollado por la historiografía académica, ya ha sido visitado en varias ocasiones por la literatura y el cine. Desde finales de la década de 1990, se nota un auge de la narrativa histórica sobre los 70, que se ha convertido en un boom editorial. Se trata de la emergencia de un conjunto de historias donde se hace difícil delimitar una frontera estable entre el periodismo de investigación, la novela histórica, la memoria militante y la historiografía académica, aunque todas contribuyen a edificar un sentido común histórico. Tras la insurrección popular del 20 de diciembre de 2001, esta peculiar «sed» de historia circuló más allá del ámbi- to privado del libro, siendo apropiado por los nuevos movimientos sociales que surgieron al calor de la protesta en los primeros meses de 2002. La re- composición de la clase política argentina a partir de 2003 y el declive de la movilización popular inauguraron un nuevo escenario, donde banderas his- tóricas de las organizaciones de derechos humanos -el juicio y castigo a los represores y la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida- se convirtieron en políticas de Estado. De ese modo, una parte de la memoria subalterna fue incorporada al discurso del kirchnerismo, junto a la verdad y la justicia como palabras claves. En este contexto, los combates por la memoria se pusieron de moda, difundidos por el marketing editorial y apropiados por el discurso oficial. Las narrativas de la Contraofensiva El libro de Cristina Zuker, El tren de la victoria. Una saga familiar, se publicó en noviembre del año 2003, cuatro meses después de que el juez argentino Claudio Bonadío ordenara el arresto de Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, ex miembros de la Conducción Nacional de Montoneros. La acusación les atribuía responsabilidades por la desapari- ción de quince militantes durante la Segunda Contraofensiva de 1980, entre los que se encontraba Ricardo Zuker, hijo del actor Marcos Zuker y herma- no de la autora. Por lo tanto, la obra apareció en los escaparates de las libre- rías justo cuando el episodio de la Contraofensiva había adquirido de súbito una fugaz actualidad, en el marco de la nueva política de Derechos Huma- nos impulsada por el presidente Néstor Kirchner. El tren de la victoria es una prosopografía construida a través de testimonios de primera mano, en la que Cristina Zuker realiza un ajuste de cuentas con el pasado familiar, y al mismo tiempo investiga por qué su hermano Ricardo decidió enrolarse en la Contra- ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 9. 101 ofensiva montonera. Como el libro cumple con el propósito de narrar una saga (o mejor dicho, una tragedia) familiar, la autora no se preocupa por elaborar formalmente una hipótesis para responder aquel traumático por qué. Sin embargo, en varios pasajes de El tren de la victoria se advierte una teoría implícita, que trata de explicar las motivaciones del hermano perdido ape- lando al recurso del psicologismo. Es lo que se deduce a partir de los testimo- nios de Betty, Dani y Eduardo Epzteyn: «No estaban bien psicológicamente, tenían una inestabilidad muy fuer- te», y los incluye entre quienes «no pudieron hacer de su vida ninguna otra cosa, que no pudieron salir de lo que supuso ese fracaso, la derrota, las pérdidas (…) Fue muy difícil irse, perder todo nuestro mundo. El Pato nunca consiguió salir de la melancolía, de la nostalgia. Para el no existía otra cosa que no fuera Buenos Aires, la hinchada, la política13 Va de suyo que aquí no pretendemos minimizar el trauma del exilio, que impactó de diversas maneras sobre la emigración política argentina14 . Solamente queremos destacar el sesgo interpretativo que predomina a lo lar- go de toda la obra, apoyado en una reelaboración de los recuerdos familiares y del entorno de los protagonistas. La trayectoria del «Pato» Ricardo Zuker es singular y a la vez común a todo un sector de la militancia política de los años 70. Comenzó su carrera política en la Unión de Estudiantes Secunda- rios, y más tarde en la Juventud Universitaria Peronista, ambas agrupaciones vinculadas a los Montoneros. Sin embargo, hacia 1975 abandonó la militan- cia orgánica, lo que no impidió que dos años después, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla, una patota militar lo secuestrara. Gracias a las gestiones de la familia Zuker con altos oficiales de las Fuerzas Armadas como Guiller- mo Suárez Mason y Roberto Viola, Ricardo fue liberado cuarenta y seis días después, con evidentes signos de tortura. El 17 de mayo de 1977 partió al exilio en Brasil, y más tarde se radicó en España, donde se vincularía a la Contraofensiva montonera. Es en este punto donde el relato de Cristina Zuker adquiere sus trazos más vividos, evocando la depresión del exilio, las reunio- nes «necrológicas» donde se recordaba a los compañeros caídos, el senti- miento de culpa por haber sobrevivido, en resumen, la crisis de sentido de toda una subjetividad política. 13 ZUKER (2003). 14 FRANCO (2008). Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 10. 102 Otra constante en la narración de Cristina Zuker es la ridiculización de los militantes montoneros, operación que implica una toma de distancia y provoca un efecto de aislamiento e incomprensión respecto de la política armada en general. Por ejemplo, cuando se describe el entrenamiento de los grupos TEI en el Líbano, la gravedad de la situación es destronada por una situación cómica15 : Primero lo hacíamos sin armas, como si fuera un ensayo de ballet o de teatro. Íbamos haciendo «ta,ta,tatata» como si de verdad estuviéramos disparando. Había que ir zigzagueando, reptando, que es más o menos lo que te enseñan en la colimba. También ensayaban, primero desarmados, como graduar el gatillo para no quedarse sin balas, tratando de darle un ritmo casi musical al «ta, ta, tatata» del ejercicio. La diferencia apareció cuando tuvieron la ametralladora en las manos. -En medio de un tiroteo infernal contra un objetivo móvil, a una compañera se le trabó el arma. Entre el fuego, los casquillos de balas y el humo, lo único que se le ocurrió fue seguir adelante, haciendo «ta,ta, tatata», como si estuviera disparando16 Para el Diccionario de la Real Academia Española, lo ridículo es algo que «por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa». Rareza y extravagancia que dota a la militancia montonera de una atmósfera artificial carente de sentido, convirtiendo a la Contraofensiva en un mero simulacro. Bien podríamos pensar entonces que en El tren de la victoria, los militantes sobrevuelan la realidad como si fueran personajes de un cuento borgeano, a la manera de aquel Herbert Ashe de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius que «en vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses»17 . Para Cristina Zuker todo el episodio de la Contraofensiva parece reducirse a un pseudo-acontecimiento que se llevó la vida del hermano Esta mirada no es emic y ni etic: por un lado, no comparte las categorías nativas porque es ajena a una militancia que se le 15 La comicidad como estrategia para destronar o subvertir la seriedad y gravedad de una forma cultural dominante es una idea de BAJTIN (1994). 16 ZUKER (2003): 170-171. Esa percepción se refuerza con otros testimonios: «Los encuen- tros con los compañeros eran más furtivos. Había que hacer cosas ridículas como vendarnos y dar vueltas para ir a la casa de alguien, así no se sabía donde vivía, y no se podía cantar el lugar» (pág. 76). En otros pasajes, el roce entre la rígida disciplina militante y el proceso de modernización cultural de la década de 1960 origina situaciones que son caracterizadas por la autora como «tragicómicas» (pp. 72, 74-75, 156). 17 BORGES (1965): 13-34. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 11. 103 aparece como algo extraño. Sin embargo, tampoco es completamente exte- rior a los acontecimientos, ni tiene una teoría sistemática para explicarlas. Hacia 2005, cuando el interés por el pasado reciente de la Argentina ya se había convertido en un auténtico boom editorial, apareció Lo que mata de las balas es la velocidad. Un historia de la contraofensiva montonera del 79, de Eduardo Astiz. Se trata del único ejemplo en la muestra que hemos selec- cionado de un relato narrado a partir de la perspectiva emic, es decir, desde el «punto de vista del nativo»: el autor participó en la campaña militar de 1979 y formalizó su ruptura con Montoneros en 1980, siguiendo los pasos de Mi- guel Bonasso, Pedro Orgambide y Ernesto Jauretche, fundadores de la agru- pación disidente Montoneros 17 de octubre. Ésta marca tan personal en el cuerpo del texto no se termina de resolver a lo largo de la trama, donde se observa un llamativo desdoblamiento de la personalidad del autor. Sintomá- ticamente, Eduardo Astiz emplea la primera y la tercera persona del singular para referirse al actor protagónico de su historia, lo suficiente como para que quede bien claro que «el pelado Carlos», «el pelado José» o simplemente «el Pelado» es él mismo. Entonces, nos encontramos ante un relato híbrido, a mitad de camino entre la novela (que proyecta la imagen de un otro original y excepcional) y el testimonio (que narra una mismidad desde la primera persona)18. Eduardo Astiz escribe una historia ambigua, donde se reconstru- ye de manera brillante las vicisitudes para transmitir los comunicados de Ra- dio Liberación TV y la fatal encerrona provocada por el cerco de la represión ilegal, pero al mismo tiempo es incapaz de ir más allá de las categorías men- tales predominantes en los años 70. Por ejemplo, en las primeras páginas del libro, cuando se realiza una digresión sobre el centro clandestino de deten- ción ubicado en la ESMA, aparecen dos tópicos fuertes que sirven para mar- car los límites simbólicos del relato: Por esta terrible cámara del terror pasaron 6.000 compañeras y compa- ñeros y solo algunos pocos lograron salvar la vida. Unos cuantos median- te la traición y la colaboración con el enemigo, «marcando» por la calle a compañeros o torturando y colaborando en «inteligencia». Otros colabo- raron en este proyecto aún sin haber traicionado pero los compañeros que merecen una mención especial son los que se mantuvieron íntegros, ya que no sólo salvaron la vida sino que la dignificaron. Esos compañeros son los que no se quebraron, siguiendo siendo montoneros, revoluciona- rios, aguantaron la tortura, no entregaron nada ni a nadie y mantuvieron 18 SARLO (2007): 19. Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 12. 104 la lucha en las entrañas mismas de las mazmorras hechas para la destruc- ción del ser humano19 Los dos polos de esta definición son el heroísmo (los militantes «que no se quebraron, siguiendo siendo montoneros, revolucionarios») y la trai- ción. De hecho, para Astiz la ESMA no parece haber sido tan solo un infier- no, sino un purgatorio, ya que algunos compañeros tuvieron que colaborar con la dictadura en tareas de inteligencia «aún sin haber traicionado». Pero lo más importante, el campo de concentración también podía ser una escale- ra al cielo, ya que unos pocos militantes «no solo salvaron la vida sino que la dignificaron». En este sentido, Lo que mata de las balas es la velocidad com- parte la misma axiología binaria del tipo heroísmo/traición de Recuerdo de la muerte, el libro de Miguel Bonasso20 . Ésta dificultad para tomar distancia respecto de las categorías del pasado reciente se advierte por la seriedad con la que se relata el entrenamiento militar en México, como primer paso hacia la Contraofensiva: María, una compañera de unos 35 años, enfundada en un jean muy ajus- tado y calzada con botas, daba órdenes a los miembros de su pelotón y todos avanzaban agazapados hacia una serie de blancos móviles instala- dos en una gran zanja. Ramón corrió entre los árboles, se tiró cuerpo a tierra, rodó hacia la derecha y comenzó a disparar la metralleta. Apoyada por su fuego, María corrió hacia unos matorrales, al llegar se dio vuelta y ordenó con señas a otro compañero que avanzara mientras Chaco lo cubría en su carrera lanzando una granada. Desde su posición, maría empezó a disparar tiro a tiro, mientras Ramón, joven y muy ágil, cubría una gran distancia moviéndose en cuatro patas. El ejercicio continuó unos minutos más21 Al revés de lo que pasaba con El tren de la victoria, donde las armas, los uniformes y las maniobras militares acentuaban la atmósfera de irrealidad que habría rodeado a la militancia montonera, en el libro de Eduardo Astiz los mismos elementos sirven para fundar la realidad, como ocurre en las pe- lículas de acción. No hay combatientes sin armas, y por eso el relato comien- za con una descripción del entrenamiento en el exilio arraigada en el realis- 19 ASTIZ (2005): 10. 20 BONASSO (2010) y ASTIZ (2005): 82, 262, 264 y 267. Para la antinomia heroísmo/ traición v. LONGONI (2007). 21 ASTIZ (2005): 7. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 13. 105 mo bélico. Esto no significa que Lo que mata de las balas es la velocidad esté desprovisto de humor, sarcasmo e ironía. Por el contrario, la comicidad se incluye en todo momento, como para reforzar el «rostro humano» de la militancia montonera, tan desfigurado por las críticas a la Contraofensiva. El esfuerzo por humanizar a los combatientes, por otra parte, parece apuntar a una justificación post-facto de sus prácticas: En el territorio quedaban pocos compañeros aguantando el temporal. Pronto las TEA 2 terminarían su actividad y podría considerarse exitosa pero insuficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Yäger conducía las Tropas Especiales de Infantería y el increíble esfuerzo y valentía de estos compañeros que, equivocados o no, eran compa- ñeros revolucionarios que jugaban mucho más que su vida en el intento. ¿Lograrían ellos torcer el rumbo y convertir esta derrota en un empate, por lo menos? No, esto no se emparda en poco tiempo sino con otra política22 Más allá de las críticas que se realizan en este pasaje y en el conjunto del libro a la Conducción Nacional de Montoneros, aquí no se pondrían en juego las principales categorías de la cultura política guerrillera. Dicho en otras palabras, los errores no hacen mella en la verdad de la política armada, signada por el heroísmo y el compromiso vital. Como dijera Carlos Brocato, «la praxis del coraje no admite cuestionamientos»23. En el año 2006, el periodista e historiador Marcelo Larraquy publicó Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofensiva montonera. El libro se divide en dos partes bien definidas: en la primera, «Fuimos soldados», se narra la Contraofensiva montonera a través del testimonio de un militante cuya identidad se protege bajo el nombre imaginario de Lazarte. La segunda parte, «Operación masacre», describe los operativos de la Contraofensiva en la Argentina, y cómo fue cayendo cada grupo en manos de las Fuerzas Arma- das. En el libro la toma de distancia no es tanto una operación, como se puede ver en la literatura testimonial y ensayística sobre los 70 de la transi- ción democrática, sino más bien un simple efecto del paso del tiempo. El autor pertenece a una generación distinta a la que protagonizó los hechos armados, y trata de comprender la Contraofensiva desde unas categorías na- tivas que con el filósofo esloveno Slavoj Zizek podríamos denominar «post- políticas» y «post-ideológicas», ya que proyectan la negación posmoderna 22 ASTIZ (2005): 297. El subrayado en negrita es mío. 23 BROCATO (1985): 21-22 Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 14. 106 de lo político y lo ideológico al pasado reciente24 . Esto se nota por la impor- tancia que le da Larraquy al testimonio de Lazarte y sus motivaciones para volver a la Argentina en 1979: Lazarte tampoco creía en el plan de Galimberti. La Conducción no iba a ceder jamás el poder por presiones políticas. La única solución, para él, era eliminar a la Conducción en México. Eliminarla físicamente, se en- tiende. Es decir, dar un golpe de estado para tomar el control interno. A Galimberti le pareció una locura. A Lazarte no. El plan requería una planificación metódica. Mucha elaboración, mucha paciencia. Desde en- tonces, dirigió cada paso hacia ese objetivo. Lo primero que debía lograr Lazarte era que la Organización confiara en él y lo reincorporara como soldado montonero25 Aquí la Contraofensiva pierde toda connotación política, despojando de sentido a la experiencia de Lazarte hasta reducirla prácticamente a un acto de venganza personal. Si nos detenemos aquí, podríamos pensar que desde este punto de vista, que bien podríamos definir como etic, no hay mu- cha diferencia entre un montonero y un psicópata. Sin embargo, Larraquy evita caer en el lugar común de que la Contraofensiva fue una «locura», una simplificación repetida hasta el cansancio incluso por especialistas en la his- toria de Montoneros: ¿Cómo entenderlos? Dos montoneros a punto de matarse entre ellos en un jardín público, con vecinas que se alejaban frente al temor de quedar involucradas en un ajuste de cuentas de ladrones, en el momento más salvaje y eficiente del aniquilamiento, cuando Henry Kissinger autorizaba a los militares argentinos a aplicar la represión mas implacable, siempre que lo hiciesen rápido. Pasaban estas cosas. Y creo que pasaban no por- que estuvieran locos, sino porque se sentían soldados, soldados nacidos en los Altos de San Isidro y en la villa La Cava, soldados que incluso después del golpe de Estado, ante la caída de un oficial, realizaban una formación en la calle, designaban a su reemplazante y se arengaban a continuar la lucha revolucionaria hasta el final26 24 Para Zizek, «La post-política subraya la necesidad de abandonar las viejas divisiones ideoló- gicas y de resolver las nuevas problemáticas con ayuda de la necesaria competencia del experto y deliberando libremente tomando en cuenta las peticiones y exigencias puntuales de la gen- te», v. ZIZEK (2007): 231. 25 LARRAQUY (2006): 26. 26 LARRAQUY (2006): 21. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 15. 107 Un soldado no es un loco, pero tampoco es un militante político. La escena que describe Larraquy, donde Lazarte, como responsable de la Co- lumna Norte montonera entabla una discusión política mientras encañona a un representante de la Conducción Nacional, es verosímil no porque fueran soldados, sino precisamente por lo contrario. Fuimos soldados parece enton- ces una investigación histórica, donde los objetivos y parte de las técnicas son de orden literario. Dicho en otras palabras, la trama descansa en la fascina- ción estética por la situación límite de la guerrilla acorralada, antes que en el rigor de la pesquisa histórica. Los recursos narrativos puestos en primer pla- no, entonces, relajan la necesidad de rigor y evidencia: la versión de Lazarte, aunque es chequeada con otros testimonios, se erige como verdad histórica27 . Más que una historia documentada de la Contraofensiva montonera, el libro es una novela histórica apoyada en el género de la no-ficción. Conclusiones Hemos pasado revista a la narrativa histórica sobre la Contraofensiva montonera de 1979-1980, comprobando que para escribir sobre este período predominan los trabajos de corte periodístico y testimonial, con un formato literario cuyas figuras, técnicas y recursos estéticos son capaces de producir efectos sobre el sentido común histórico. Hemos intentado desmenuzar esta trama intelectual a través de una investigación emic, entendiendo junto a la antropóloga Mary Black que el objeto de estudio de este tipo de pesquisas es la estructura de los sistemas de creencias28 . Los conflictos que se presentan ante los enfoques emic y etic son múltiples: se pueden llegar a deducir hechos de categorías nativas que forman parte de un sistema de creencias, como ocurre con los argumentos psicologistas en Cristina Zuker en El tren de la victoria. Por otra parte, también es posible derivar ideas y pensamientos de una teoría científica que no se corresponde con las categorías nativas: es lo que ocurre cuando reducimos la Contraofensiva a una simple «locura», a un sinsentido histórico, dejando de lado qué significó ese episodio para sus pro- tagonistas29 . Desde ya, los enfoques de este género no ofrecen solamente 27 Esto también ocurre, aunque en menor medida por la densidad de la investigación, con otro libro de Marcelo Larraquy, la biografía del dirigente montonero Rodolfo Galimberti que escribió junto a Roberto Caballero, v. LARRAQUY y CABALLERO (2000). 28 HARRIS (1985): 52. 29 GILLESPIE (2008). Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 16. 108 confusiones: las categorías nativas se pueden corresponder con la realidad y no solo con un sistema de creencias, mientras que las teorías etic pueden iluminar aspectos del punto de vista del nativo ignoradas por aquel. En la narrativa testimonial de El tren de la victoria, el absurdo es el lenguaje de la retrospectiva. Las situaciones cómicas patentizan el desen- cuentro entre la militancia montonera y una «realidad» que se reduce al en- torno familiar y al pequeño universo de los exiliados. De esta manera, la Contraofensiva se convierte en un simulacro trágico, cuyo único sentido es la desintegración de la familia Zuker por la acción combinada del terrorismo de Estado, el exilio y la conducción montonera. Si el contenido del libro de Cristina Zuker está marcado por la tragedia, Lo que mata de las balas es la velocidad es por el contrario una narración épica, donde es posible apreciar la disociación entre una Conducción Nacional autoritaria y mesiánica de los militantes que operaban en el territorio, heroicos a pesar de sus equivocacio- nes. Para Pablo Pozzi, esta disección es artificial y simplificadora, ya que entonces «habría que explicar porqué tantos excelentes militantes obedecie- ron a direcciones poco idóneas»30 . Las categorías mentales de Eduardo Astiz siguen siendo las mismas de «el Pelado», aquel lúcido y audaz combatiente de la Contraofensiva. Por último, en Fuimos soldados la historia se deja caer en brazos del sensacionalismo, dejando asomar una fascinación morbosa por las traiciones y la venganza. Los hechos se subordinan al interés por el «lado oscuro» de la militancia, y son narrados en un formato literario. El relato en primera persona del autor, que ha sido empleado por historiadores como Carlo Ginzburg para mostrar la cocina de la investigación histórica, en Fui- mos soldados se vuelve un puro ejercicio de narcisismo, ya que no aclara los problemas que presenta el apoyar buena parte del libro en un solo testimo- nio31 . Ni locura, ni épica ni tragicomedia, la Historia documentada de la Contraofensiva montonera todavía está por escribirse. Bibliografía: ACHA, Omar (2012), Un revisionismo histórico de izquierda. Buenos Aires: Herramienta. ALTAMIRANO, Carlos (2001), Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires: Temas. 30 POZZI (2006): 44-53. 31 GINZBURG (1999). ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110
  • 17. 109 ANGUITA, Eduardo y CAPARRÓS, Martín (1998), La Voluntad. Una his- toria de la militancia revolucionaria en la Argentina. Buenos Aires: Norma. ASTIZ, Eduardo (2005), Lo que mata de las balas es la velocidad. Una histo- ria de la contraofensiva montonera del 79. Buenos Aires: De la campa- na. BAJTIN, Mijail (1994), La cultura popular en la Edad Media y el Renaci- miento. El contexto de Francois Rabelais. Buenos Aires: Alianza. BONASSO, Miguel (2010), Recuerdo de la muerte. Buenos Aires: Planeta. BORGES, Jorge Luis (1965), Ficciones. Buenos Aires: EMECE. BROCATO, Carlos (1985), La Argentina que quisieron. Después de la des- trucción estatal y foquista, ¿qué moral civil es posible reconstruir? Bue- nos Aires: Sudamericana-Planeta. CALVEIRO, Pilar (2005), Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla setentista, Buenos Aires: Norma CONADEP (1985), Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Buenos Aires: EUDEBA. DE SANTIS, Daniel, (1998) A vencer o morir. PRT-ERP Documentos, vol. 1, Buenos Aires: EUDEBA. HARRIS, Marvin (1985), El materialismo cultural. Madrid: Alianza. FRANCO, Marina (2008), El exilio. Argentinos en Francia durante la dic- tadura. Buenos Aires: Siglo XXI. GILLESPIE, Richard (1998), Soldados de Perón. Los Montoneros. Buenos Aires: Grijalbo, 1998. GILLESPIE, Richard (2008), «La contraofensiva fue una locura de los co- mandantes montoneros». Diario La Nación, 05/07/08. Disponible en URL: http://www.lanacion.com.ar/1026392-la-contraofensiva- fue-una-locura-de-los-comandantes-montoneros GINZBURG, Carlo (1999), El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI. Buenos Aires: Muchnik. LARRAQUY, Marcelo (2006), Fuimos soldados. Historia secreta de la con- traofensiva montonera. Buenos Aires: Aguilar. LARRAQUY, Marcelo y CABALLERO, Roberto (2000), Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA. Buenos Aires: Norma. LEVENSON, Gregorio y JAURETCHE, (1998), Ernesto, Héroes. Histo- Esteban Campos / ¿Locura, épica o tragicomedia?
  • 18. 110 rias de la Argentina revolucionaria. Buenos Aires: Colihue. LONGONI, Ana (2007), Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión. Buenos Aires: Norma. MANZANO, Valeria (2007), «Betrayal, loyalty, the Peronist People and the forgotten archives: Miguel Bonasso’s narrative and the Peronist Left’s political culture, 1984-2003", Journal of Latin American Studies, vol. 16, Issue 2. PERDÍA Roberto, (1997), La otra historia. Testimonio de un jefe montone- ro. Buenos Aires, Agora: 1997. POZZI, Pablo (2006) «Para continuar la polémica sobre la lucha armada», en revista Lucha armada en la Argentina n. 5, pp. 44-53. SARLO, Beatriz, (2003), La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu, Buenos Aires: Siglo XXI. SARLO, Beatriz (2007), Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subje- tivo. Una discusión. Buenos Aires: Siglo XXI. VEZZETTI, Hugo, (2009), Sobre la violencia revolucionaria. Memorias y olvidos. Buenos Aires: Siglo XXI. ZIZEK, Slavoj (2007), En defensa de la intolerancia, Madrid: Sequitur. ZUKER, Cristina (2003), El tren de la victoria. Una saga familiar. Buenos Aires: Sudamericana. ESTUDIOS - N° 29 (Enero-Junio 2013) 93-110