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Nació en París en 1798, con los últimos
jadeos de la Revolución Francesa, arribó al
mundo en el coro de una iglesia en la que su
padre había instalado una imprenta durante el
período revolucionario conocido como "el
Terror". En su primera infancia, el pequeño
Jules pasó grandes desgracias derivadas de
la pobreza en que había quedado hundida su
familia a raíz de la llegada al poder de
Napoleón (1769-1821), cuyo despótico gobierno había limitado y censurado el
mercado editorial, con el subsiguiente perjuicio para el gremio de impresores.
Su vida académica.
A pesar que su padre lucho por sacar adelante su pequeña empresa, tuvo que
renunciar a este negocio y aceptó un mediocre empleo como contable, con el que
ganó lo suficiente para enviar al pequeño Jules al prestigioso Collège
Charlemagne de París; los profesores Villemain y Leclerc indicaron con prontitud
las asombrosas dotes intelectuales de su joven alumno, quien sobresalió en el
estudio de las disciplinas humanísticas y, particularmente, de la literatura y la
retórica. En 1819, a los veinte años de edad, Jules Michelet ya había obtenido el
grado de doctor en Letras, título al que accedió tras la lectura su tesis, que daba
cuenta de su constante interés por la Antigüedad clásica greco-latina, estaba
centrada en las Vidas paralelas del biógrafo griego Plutarco.
Al abrir la Escuela Preparatoria (que venía a ocupar el vacío dejado por la
desaparición de la antigua Escuela Normal), Jules Michelet concurrió a las
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cátedras de filosofía e historia de esta institución y, durante dos años, estuvo
impartiendo ambas materias; pero se le aconsejó que renunciara a la cátedra de
filosofía para que pudiera consagrarse de lleno a la enseñanza de historia antigua,
asignatura en la que ya era considerado una autoridad mundial. Volcado, así, en
esta disciplina, a comienzos de los años treinta dio a la imprenta la primera parte
de su magnífica Histoire romaine (Historia romana, 1831), centrada en el período
republicano de la Roma Antigua. A su regreso a Francia tras dicho recorrido por
Italia, coincidiendo con la Revolución liberal de 1830 y la reorganización de la
Escuela Normal, Jules Michelet fue nombrado en este centro de enseñanza
catedrático de historia medieval y moderna.
¿Quién fue Michelet para un estudiante de historia?
Uno de los historiadores franceses más reconocidos. Fue el primero que intenta
realizar una narrativa de la Revolución Francesa, que es aún texto canónico para
quien quiera adentrarse en el conocimiento del país galo. No se centró solo en
sujetos y hechos de la revolución sino que busco la explicación en la Edad Media,
perspectivo de analizar y describir los fenómenos acercase a la religión y a la
mística para acercarse a la Edad Media. El historiador trató ese periodo oscuro
como una edad en donde la ignorancia y la barbarie reinaban. Para él (como para
muchos), el mundo occidental no comenzó su avance sino hasta que llegó el
renacimiento. Pone en primer lugar en su narración a la multitud revolucionaria y el
campesinado. Escribe para la multitud, le escribía a la multitud para que la
herencia de la revolución callera en ella.
Trabaja con temas folclóricos, las mujeres gracias a él aparecen por primera vez
en los relatos históricos (“Las mujeres de la Revolución”), su narración es solo
política. Lo cierto es que la obra en general de Jules Michelet perpetúa la idea de
que toda la Edad Media (476-1450), fue un agujero negro en la historia de
occidente, una época llena de hachazos, inquisidores locos, derechos de pernada,
barbacoas brujeriles, señores feudales sanguinarios, cruzadas, mujeres objeto,
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potros, calabozos, catacumbas y monjes perversos y lujuriosos. Un ejemplo de
ello es su obra La Bruja
De este legado es que los franceses son especialistas en historia medieval.
Michelet, de unos años para acá, ha sido duramente criticado por otros
medievalistas por sus métodos poco rigurosos de investigación: generalmente
hacía sus estudios de memoria, citando y mencionando libros y documentos que
había consultado años atrás.
Se puede afirmar que el define el campo de estudio del historiador, la importancia
del archivo, como archivista del archivo general de la nación, tuvo acceso a
muchos documentos que nadie había accedido. Debido a esto podemos decir que
con Michelet se forma y reforman las historias nacionales.
Introduce una dimensión muy importante no sé habla de devenir humano sin
hablar de espacio geográfico, donde ocurren los hechos. Es el comienzo del
determinismo geográfico.
Tuvo una vida prolongada y sinuosa, es expulsado cuando toma el poder Luis
Bonaparte, Napoleón III.
En última etapa de vida comienza a escribir sobre libros sobre la naturaleza., de
esta etapa de madurez , imprimió un novedoso giro a su escritura y dio a la
imprenta algunas obras tan bellas y emotivas como L'oiseau (El pájaro, 1856),
L'insecte (El insecto, 1859), La mer (El mar, 1861) y La montagne (La montaña,
1868), en las que su descripción de seres y fenómenos naturales alcanza altas
cotas de refinamiento lírico, al tiempo que deja entrever la sensibilidad de un
espíritu libre y sutil, pero traspasado por el sentimiento religioso. Dicha dimensión
espiritual de su trabajo se aprecia también, bien es verdad que algo más
atenuada, en otras obras suyas como L'amour (El amor, 1858), La femme (La
mujer, 1859) y Nos fils (Nuestros hijos, 1869), en las que, siempre bajo el acicate
del amor de Athanaïs, se reveló como un agudo y solvente filósofo moralista,
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seguidor de las ideas ilustradas de Rousseau (1712-1778) y de las propuestas
educativas del pedagogo suizo Pestalozzi (1746-1827).
A pesar de esta entrega permanente a su vocación de estudioso e investigador,
desde la pérdida de Alsacia y Lorena Jules Michelet había dejado de ser ese
intelectual animoso y combativo, capaz de afrontar los proyectos más laboriosos y
de mostrar en ellos abiertamente todo el alcance liberal y democrático de su
ideología. Francamente abatido por los acontecimientos que le amargaban la
vejez, se retiró en busca de sosiego y aislamiento a la tranquila localidad
provenzal de Hyères, en la que perdió la vida a comienzos de 1874.
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“La bruja”
Michelet comienza a escribir su obra en el invierno de 1861, inspirado por las
enseñanzas de su esposa. Años antes, en el invierno de 1853, el historiador se
encontraba en una profunda depresión consecuencia del fracaso de la segunda
república francesa, y sólo la sensibilidad de su mujer, Athenaïs, lo salva. Junto a
ella lee el libro de la naturaleza: los pájaros, los insectos, el campo y la armonía
natural del mundo, además de que le devela los secretos del bosque y del mar.
Michelet, entusiasmado, deja la elaboración de su magna obra, y se consagra al
estudio de la hechicería medieval. La “historia de una tragedia, cuya heroína era
una mujer a la vez reverenciada y perseguida: la bruja”, realizando un estudio de
las supersticiones en la Edad Media, un libro que cabalga entre la elaboración
literaria y el dato histórico.
La obra, fue recibida, al parecer con mucho interés, se vendió rápidamente, sería
por la época en la que salió, al lado de obras como “Los miserables” de Lacroix y
cuando se dio la compra de los derechos de “Las flores del mal” de Baudelaire. El
éxito de “La bruja” es de escándalo. El método, la filosofía de este libro,
verdaderamente sin precedentes, sorprende a los lectores, incluso a los mejor
dispuestos de la época.
Esta frase de Michelet resume la como el autor se expresa de las mujeres en la
obra “La mujer es el milagro de las contradicciones divinas”. Para el autor la bruja
ya sean real o el residuo de su exaltación por lo femenino, son quizás las más
encantadoras de las letras francesas. En su obra las vemos como madres y
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curanderas, como pilares de una comunidad que las contiene y odia; que necesita
de ellas ávidamente. Sus violencias son tan femeninas, tan desmesuradas y
sentimentales, que dejan la impresión de ser vehículos de la furia insensata de los
elementos. Para Michelet, las brujas son como las tormentas: benéficas y a la vez
terribles. Su espíritu puede entenderse pero sus fines permanecen ocultos.
La obra está dividida en dos partes.
En el primera parte, Michelet deja el rigor del estudioso y narra, con las
herramientas propias del prosista, la historia de la bruja, la hechicera prototípica.
Al parecer el demonio siempre ha habitado el mundo, sólo que con diferentes
nombres, representaciones. Antiguamente era un dios, o eran dioses, porque se
habla de demonios en plural. Pero al llegar un dios único y poderoso que se
impone a todo lo que había existido anteriormente, y al momento de que los
creyentes de ese nuevo dios ridiculizan, persiguen, castigan, tratan de exterminar
todo lo que tenga que ver con otros ritos y cultos. Los antiguos dioses huyen, se
esconden se encojen tratando de salvarse a sí mismos y a su tarea entre la
naturaleza y el humano. Encuentra protección en la mujer, que antiguamente
jugaba un papel importante en las religiones politeístas-precristianas y antiguas.
Lo acoge en su hogar, el cual está lejos de los centros de actividad urbana, en el
bosque, lugar donde se puede guardar la relación entre demonio, naturaleza y
dioses paganos. Se encuentra una especie de dignificación del pueblo, todo
cuanto sucede, ocurre por, de y para él. A partir de él se hacen las cosas, hay una
caracterización del pueblo como original y sin tiempo, y se compara con la
monotonía del culto religioso cristiano. El pueblo y su rito guardaban relación entre
la naturaleza, vegetal y animal, además de tener una identificación con ciertas
bestias, el más representativo es el burro. Este animal tenía su propia
conmemoración, que se convirtió a su vez en la de los locos y la de los niños. Pero
por qué el burro, y no otro animal. La respuesta está en sus características,
trabajador, noble, terco, el hombre no es muy diferente del burro. La sociedad y la
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familia tienen una base que es la mujer, la cual va jugando varios papeles y role
Mientras que la Virgen, la mujer ideal, se iba elevando de siglo en siglo, la mujer
real iba contando muy poco, cada vez menos, para estas masas rústicas, esta
mezcla de hombres y rebaños. Miserable fatalidad, que no cambió hasta que llegó
la desaparición de las casas, hasta que se tuvo valor para vivir aparte, en
caseríos, o para ir a cultivar las tierras fértiles un poco más lejos y para construir
chozas en los claros del bosque. El hogar aislado creó la verdadera familia. El nido
hizo al pájaro. Desde entonces ya no fueron cosas, sino almas. Había nacido la
mujer como centro de su familia.
Ella en un inicio es la mujer campesina, noble e inocente, casada con el siervo que
obedece al gran señor, y se enfrenta a las difíciles condiciones de la vida en la
época: la enfermedad, la muerte prematura, la indefensión ante el amo del feudo y
los poderosos, eclesiásticos incluidos.
Ella recrea las creencias de la religión natural, que durante los primeros tiempos
del medievo conviven amigablemente con los preceptos de la religión católica.
Para La bruja, cada fuente, cada pozo, cada árbol del bosque tiene un espíritu
particular, un daemon en el más puro sentido griego, a los cuales ora y venera al
igual que a los santos católicos.
Dichos espíritus no son sino los dioses antiguos, la brava Diana, la tenebrosa
Hécate, el cornado Cerunnos, quienes han decidido ocultarse en la floresta ante la
expansión de la religión de la cruz. Pero, para ella, siguen presentes. Ninguna
noche falta un pocillo con leche o miel para que se alimenten, ni una brasa en el
hogar para que no sufran por el frío. Ellos, los espíritus, las hadas, las praxis, los
elfos, los gnomos la escuchan, son su compañía. A ellos los siente, los percibe en
la naturaleza. A diferencia de los santos católicos, son cercanos. No están en el
cielo, sino a su alrededor.
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La vida para ella y su esposo es más difícil día con día. El señor feudal y su corte
se vuelven cada día más agresivos, prepotentes y crueles. Cada mes el impuesto
crece para costear las guerras y un ejército cada vez más abultado. La pobreza,
ya antes invitada en casa, llama a su pariente la miseria. A ello, se aúnan las
prerrogativas cada vez más grandes del amo. La tierra es de él, y por lo mismo, un
día decide que la mujer del siervo es una extensión de su propiedad. Ella sufre los
ultrajes, y desesperada, se refugia en sus espíritus. Uno de ellos en particular se
le revela. Es el príncipe del mundo. Le enseña las lenguas antiguas, los
mecanismos de la naturaleza y la manipulación de los mismos. Ella se vuelve
poderosa, y se puede defender, puede proteger a su esposo y a su casa. Pero
todo tiene un costo: la antes inocente mujer se corrompe, ahora es orgullosa,
impúdica y arrogante. Ya no es la dulce aldeana que el esposo conoce y ama, y
por lo mismo, un día él la abandona.
Ahora el antiguo espíritu piadoso no lo es más, se rebela y obliga a la mujer a
firmar un pacto. Se convierte en el amo, y ella, en su consorte. Ella obtiene más
poder, pero es repudiada. Los demás aldeanos la miran con temor, le preguntan
acerca de maleficios, le piden favores especiales, pero en el fondo la tratan como
la proscrita que decidió ser. Llega el tiempo de los aquelarres, de la fusión de los
cultos antiguos con la nueva religión demoniaca, y ella se convierte en la oficiante,
en la papisa de la iglesia nocturna.
La segunda parte de La Bruja, el libro segundo, se acerca más al estudio histórico.
En él, Michelet da cuenta de la creación del Santo Oficio, de la edición del infame
Maellus Malleficarium (El martillo de las brujas), y las circunstancias históricas de
la caza y exterminio de las hechiceras. Ella ahora tiene una perfecta contraparte
en el Inquisidor, hombre religioso, casi siempre dominico, bienintencionado y por
lo mismo, terrible. Para él, la tortura que sufre la bruja sirve para purgar su alma; el
fuego de la pira, para limpiarla. Así, destrozarla en la rueda o quemarla viva no
son para el eclesiásticos sino actos de piedad. Es el tiempo de las denuncias. Los
villanos, aterrados, comienzan a denunciar a sus conocidos antes de ser
denunciados ellos mismos. Los juicios absurdos, las declaraciones y acusaciones
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que rayan en el delirio, el exterminio sistemático de regiones enteras se vuelven la
norma.
El historiador galo concluye su obra con la narración de algunos de los procesos
más célebres de brujería: Gauffridi (1610), Loudon y Urbano Grandier (1632-
1634), Louviers (1633-1647), y el proceso de la Cadière (1730-1731), famosos por
sus absurdos, sus contradicciones y sus -casi siempre-, trágicos desenlaces.
En conclusión, La Bruja no es una obra rigurosa de historia, pero como obra
literaria es un agrado, ya que no cumple con las rigurosidades. La Bruja no puede
ser considerada un libro de historia aunque esté basado en documentos de la
época. Para escribirlo Michelet deja a un lado la objetividad y se vuelve parte de
su texto. Asume un narrador en tercera persona que está presente con sus juicios
y sus opiniones en lo que está estudiando. Cuando el lector se adentra en La
bruja, ahí está Michelet interpretando los datos, adelantando juicios,
escandalizándose por lo que debería de estudiar más sobriamente. Me llamó la
atención las menciones frecuentes que se hacen a Navarra, Castilla y Toledo,
además del país Vasco, como lugares donde la figura de la bruja era importante,
además por la relación que había con la inquisición española.
La forma y el estilo de Michelet son increíblemente audaces, la obra es una
historia realizada de forma de una narración, a lo que me refiero es que Jules hace
parecer que conoce todo lo referente al tema, que el mismo lo es, como se decía
en las primeras líneas de este trabajo, en el apartado biográfico, es devorador de
historia, mientras la va recorriendo la traga, se convierte en ella.
Según Michelet, La bruja, es su texto menos atacable, tanto por la información en
la que se basa, como por el argumento.
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