Ciudades inteligentes o cursilería interesada jordi borja 2014
1. 21 MAR 2014
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Ciudades inteligentes o cursilería interesada
Por Jordi Borja
PUBLICADO EN: COLUMNAS, Ciudades, Urbanismo , Smartcities
¿Hubo alguna vez ciudades tontas? ¿Habrían sobrevivido las ciudades, la construcción
humana más compleja, si no hubiera habido mucha inteligencia colectiva? Solamente la
distribución de las aguas blancas y negras, la iluminación y la energía, la eliminación de
residuos, la construcción en altura, el abastecimiento de alimentos, la organización del
transporte, etc, suponen tecnologías y modos de gestión de inteligencia acumulada y de
capacidad de innovación permanente. Ahora la moda es descubrir que las ciudades pueden
ser inteligentes. Si no lo fueran no existirían.
En realidad se trata de un reclamo publicitario. ¿De las ciudades? Aparentemente sí, pero la
fama dura poco. Ha habido tantas ciudades adjetivadas para llamar la atención que ninguna
ha arraigado. Por la sencilla razón de que todas más o menos se pueden aplicar el adjetivo
prometedor. Y además el dicho adjetivo casi nunca es el calificativo más definidor de la
ciudad. ¿Ciudades patrimonio de la humanidad? La Unesco ha encontrado un nicho
bastante lucrativo, se hace pagar el título. En todas partes encuentras dicho patrimonio.
¿Ciudades globales? Saskia Sassen primero seleccionó tres ciudades globales, pero otras
grandes ciudades protestaron. Amplió la lista pero entonces tuvo que establecer categorías.
Casi nadie quedó contento. Además si muchas eran globales se perdía el valor de la
2. distinción. Al final ella, como ya había hecho Castells, acabaron reconociendo que todas las
ciudades, unas más o menos, tenían una dimensión o unos elementos globalizados.
Otras ciudades se apoyan en rankings diversos que los favorecen. Ciudades de negocios,
atractivas para las inversiones, con zonas de prestigio para la localización de entidades
financieras y sedes de grandes empresas. Otras ciudades venden su calidad de vida, su
oferta cultural o de ocio, su imagen, su potencial innovador, o se autoproclaman “ecológicas”
o “sostenibles”. O sencillamente se legitiman por su historia. Otras ofrecen su posición que
favorece los intercambios, las conexiones globales, su inserción en una macroregión
económica. En fin todas las ciudades acaban vendiendo los mismos atributos, todas poseen
sus atractivos, todas se visten de seda y se ponen en venta.
Como decía Coco Chanel,”no hay mujeres feas, hay mujeres que no se saben vestir”. Pero
si los modelos exclusivos se convierten en “prêt porter” se pierde el encanto de la diferencia.
Solución: vender slogans y legitimar obras o comprar servicios que razonablemente no se
podrían justificar como de interés general. Algo que les atribuya un plus de distinción, algo
etéreo que les proporcione una aura que añada algo tan especial que les haga diferentes.
Después de mitificar la economía postindustrial y de embobarse con la filosofía
postmodernista emergieron nuevos conceptos-productos urbanos entre banales y confusos:
la ciudad informacional, la ciudad competitiva, la ciudad del conocimiento, las ciudades
creativas y ahora la moda es la ciudad inteligente.
¿La ciudad informacional? Seguramente la propuesta conceptual más seria y en
consecuencia la menos exitosa en el mercado de valores urbanos dominantes. Proponía un
modo de producción novedoso basado en las redes propiciadas por Internet. La ciudad
aglomerada ya no era resultado de las economías de aglomeración. Internet rompía las
barreras del espacio y del tiempo. Todo era posible “just time”. Pero tenía dos puntos
débiles. Separaba el modo de producción de las relaciones de producción y por lo tanto
prescindía de las contradicciones sociales. El modo de producción no depende de la
tecnología, es más bien al revés. La aparición y masificación del teléfono o del auto por
ejemplo han generado transformaciones sociales pero no han dado lugar a un modo de
producción. El otro punto discutible es que legitimaba la dispersión urbana con sus efectos
segregadores y excluyentes y sus costos ambientales que afectaban a amplios sectores de
la población. Los proletarios actuales son los que trabajan con las computadoras pero
tienden a perder su calidad de ciudadanos. El concepto optimista de ciudad informacional
que maiximiza las libertades de los individuos no es humo, es una cortina de humo que
enmascara las relativamente nuevas formas de explotación.
3. La ciudad competitiva es probablemente la más tramposa. En primer lugar es un concepto
absurdo, el territorio no es competitivo. Una ciudad puede ser más o menos atractiva para
los turistas, los congresistas, los emigrantes o las mafias. Su gobierno o sus elites pueden
competir para organizar un evento o ser sede de un organismo internacional. Pero nadie es
propietario del territorio o de la ciudad, lo son en todo caso las generaciones pasadas,
presentes y futuras. Pero este absurdo teórico es un concepto práctico que sirve para
legitimar las operaciones especulativas, los costes sociales debido a la reducción del salario
directo (monetario) e indirecto (los bienes y servicios que proporciona la ciudad a sus
habitantes). La ciudad competitiva, a su vez “sobrelegitimada” por la perversión de la cultura
estratégica es hoy un instrumento urbanicida pues sirve para generar enclaves en la ciudad
aglomerada y marginaciones en las zonas urbanizadas sin ciudad.
La ciudad del conocimiento es paradójicamente el concepto más tonto de todos. Como su
hermano, la economía del conocimiento. No hay ciudad sin conocimiento, es el capital social
e intelectual de sus habitantes, su organización política y urbana, sus actividades y sus
pautas de convivencia. La economía del conocimiento es un concepto vacuo, su uso solo se
explica por aquel adagio “díme de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Ciertamente
la “teoría económica” dominante no proporciona un conocimiento de la realidad social pero
si que legitima la disolución de la ciudad a favor de la especulación urbana.
Lamentablemente los expertos más representativos de la cultura urbana promocionada por
los grandes medios legitiman el urbanicidio actual. En el Smart City Expo World Congreso
celebrado recientemente en Barcelona (19-21 de noviembre 2013) fueron invitados 4
conferenciantes de gran prestigio y cuantiosos emolumentos. Uno de ellos trabaja para las
grandes empresas (como Coca Cola, Ford, etc) para mejorar su imagen ambiental. Otro
investiga modelos de automóvil que ocupen menos espacio (“plegables” por ejemplo) para
que cada persona tenga su su vehículo. Y un tercero es un experto del Banco Mundial,
organismo que en su Informe de finales del año 2009, cuando la crisis financiera-inmobiliaria
había explotado dos años antes, consideraban los kilometros cuadrados urbanizados en las
dispersas periferias como indicador de desarrollo económico. El resulta yo lo conocíamos,
bancos insolventes, millones de desahuciados, viviendas vacías y urbanización sin ciudad.
La tecnología viene sobredeterminada por las relaciones de poder en la sociedad.
Las ciudades creativas es un concepto cuya principal “virtud” es haber enriquecido al
cuarto conferenciante presentado como gran figura en el congreso de las Smart Cities ya
citado. Me refiero al señor Richard Florida, un embaucador, un vendedor de humo cuya
aportación más conocida es considerar como indicador de “creatividad” el porcentaje de
gays en la ciudad. Es cierto que la ciudad es un ámbito proclive a la creatividad. Es algo
4. muy conocido y la prueba es que las religiones monoteístas y los poderes políticos
autoritarios han sido siempre enemigos de la ciudad. Es el espacio que contiene el tiempo,
que acumula memorias colectivas y conocimientos diversos, es donde se mezclan de
personas y actividades, donde se producen los intercambios múltiples, programados o no
programados, donde aparecen las oportunidades generadas por el azar. Personas más
serias y discretas lo han explicado antes, mucho mejor y de forma más concisa. Fue el líder
del Distrito de la City de Londres que dijo en un acto público en Buenos Aires (1997) que el
mejor equipamiento económico de la ciudad era el “pub”, dónde gente distinta habla de todo
con todos. O las inteligentes reflexiones de Ascher sobre la “serendipity” que ofrece la
ciudad compacta y plural y su importancia para la innovación.
Y finalmente hemos llegado a la culminación de estos disparatados e interesados conceptos
con la moda de las Smart cities. Una operación publicitaria para que empresas o grupos
empresariales vendan sus “tecnologías” al papanatismo de gobiernos nacionales y locales,
mientras se pretende convencer a la ciudadanía de vivir en “ciudades verdaderamente
inteligentes”. La inteligencia urbana no es comprar los últimos productos de la tecnología
sino aquéllos que se combinan con las habilidades y comportamientos de la población, el
buen uso de los recursos y las prioridades sociales y las características morfológicas y el
funcionamiento del territorio. Jorge Hardoy me comentaba hace muchos años que visitando
la ciudad argentina de Salta, en zona subtropical, los responsables locales le mostraron
orgullosos dos fantásticas máquinas de sacar la nieve gracias a un programa de
cooperación con los países nórdicos europeos. El problema es que en Salta no ha nevado
nunca. Después del terremoto que afectó a Ciudad de México en 1985 participé en un
seminario organizado por el Gobierno de la Nación en el que tres expertos norteamericanos
y uno japonés pretendían vender cada uno un sistema para prever la llegada de un
terremoto. El japonés, el más agresivo y cuyo sistema era el más costoso tuvo que explicar
que solo se podía garantizar que la información llegara a la costa de México dos o tres
minutos antes de que el terremoto afectara a una gran parte del país.
Mi Universidad ocupa tres plantas de un edificio que se presenta como ejemplo de modelo
más avanzado de arquitectura ecológica gracias a las más modernas tecnologías. Se
denomina Mediatic y ha sido exaltado por la prensa más boba o debidamente pagada.
¿Sostenible consumir energía en un clima mediterráneo con 300 días de sol al año debido a
que no se permite ninguna apertura, el sol entra a penas y el aire nunca? Incluso para ir de
una planta a otra, que es constante, hay que tomar necesariamente el ascensor que te hace
esperar y debe subir y bajar varias plantas. El concepto de “ciudades inteligentes” es
simplemente una cursilería ridícula propia solo de publicitarios desvergonzados al servicio
5. de empresas poco escrupulosas y que se encuentran conclientes pasmados ante la
“tecnología” novedosa.
Las ciudades no se merecen estos calificativos interesados que oscurecen la visión de la
realidad, facilitan negocios a las empresas que presumen de tecnología y justifican
operaciones costosas de los responsables políticos. Mejor sería de ocuparse de las
ciudades y los sistemas de ciudades y no la urbanización ciega y desregulada, reducir las
desigualdades sociales y garantizar la calidad de vida de las poblaciones urbanas y
recuperar conceptos más claros como el derecho a la ciudad y el gobierno democrático del
territorio
Jordi Borja
Geógrafo y urbanista. Director del área de
Gestión de la Ciudad y Urbanismo de la
UOC.
Presidente del Observatorio DESC (derechos
económicos, sociales y culturales). Doctor en
Geografía e Historia por la Universidad de
Barcelona y Geógrafo urbanista por la
Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado
cargos directivos en el Ayuntamiento de
Barcelona y participado en la elaboración de
planes y proyectos de desarrollo urbano de
varias ciudades europeas y latinoamericanas.
(ciudad.blogs.uoc.edu)