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EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA MARIE-HÉLÈNE DELVAL / SERGE BLOCH
Ésta no es en absoluto una historia como las demás. Nació del encuentro entre la asociación francesa Vencer la Mucoviscidosis, deseosa de proporcionar al público infantil algunas claves para comprender las implicaciones de esta enfermedad en la vida de los niños afectados, y una autora, Marie-Helénè Delval, que a menudo ha dado forma de cuento a los pequeños o grandes problemas de la vida cotidiana. A través del universo imaginario de los simpáticos taplús, a los que el ilustrador SergeBloch ha conferido un aspecto cómico y tierno a la vez, los jóvenes lectores podrán conocer los trastornos debidos a esta enfermedad, pero también descubrirán que no es obstáculo para vivir al máximo de sus posibilidades… ¡y quizás más allá! EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA
El Pequeño Rey no es alto, eso no. Y tampoco está precisamente gordo. Pero es listo, eso sí, ¡más listo que cualquiera! Y por eso los taplús decidieron que fuese su rey. El Pequeño Rey está contento de ser rey. Pero, por desgracia, eso no impide que siga tosiendo.
Cuando nació el Pequeño Rey, sus padres estaban locos de alegría. ¡Era un «taplusito» tan encantador! Pero he aquí que los médicos taplús enseguida se dieron cuenta de que había nacido con una enfermedad que le impedía respirar bien y le hacía toser a menudo. Era una enfermedad que no sabían cómo curar, aunque eso no impidió que el pequeño taplú creciera y se hiciera muy listo, tan listo que ahora es el rey de los taplús.
Sí, el Pequeño Rey creció bien, a pesar de que era más bajito que los demás taplús y estaba más delgaducho. Su enfermedad no le dejaba respirar bien, ni tampoco digerir bien. A veces, el vientre del Pequeño Rey andaba revuelto, y tenía que ir corriendo al baño, aunque estuviera muy ocupado. Y eso era una molestia.
El Pequeño Rey ha de comer mucho, incluso cuando no tiene demasiada hambre. Por suerte, suele tener buen apetito. Y lo que más le gusta son las hermosas truchas del río. Una mañana, el pescador taplú, que había salido a pescar muy temprano, regresó muy alterado. Decía: «¡En el río no hay agua, ni una gota de agua! ¡Y si no hay agua, tampoco hay peces!». Los taplús comen mucho pescado. Y al Pequeño Rey le encantan las truchas. ¿Qué hacer?
El Pequeño Rey convocó a sus ministros. El médico taplú corrió tras él: – Majestad, ¿no os habréis olvidado de tomar las tres cápsulas de granulados? El Pequeño Rey contestó enfadado: – Pues claro, claro que las he tomado. ¡Sabéis muy bien que nunca me olvido de tomarlas! A causa de su enfermedad, el Pequeño Rey no debe olvidar nunca tomar su medicación antes de comer.
Entonces entraron el ministro de las Escuelas  y el de los Bonitos Trajes, el ministro de la Farmacia y el de las Cuadras. Y luego entró el ministro  de la Camorra, refunfuñando como siempre.  Por mucho que le repitan que la enfermedad del Pequeño Rey no es contagiosa, ¡NO ES CONTAGIOSA!, siempre tiene miedo de atraparla. Por eso se sienta lo más lejos posible y se tapa la nariz con un pañuelo. Eso no le deja hablar, pero los taplús  no tienen intención de pelearse con nadie. ¡Que el ministro de la Camorra se quede calladito!
Cuando los ministros están sentados, el Pequeño Rey suspira: –¿Qué podemos hacer? –¿Qué podemos hacer, sí, qué podemos hacer? –suspiran tras él todos los ministros. A continuación se hace un gran silencio, porque nadie sabe cómo conseguir que vuelvan el agua y los peces al río. Y entonces el Pequeño Rey se pone a toser. Claro que esto le ocurre a menudo, pero ahora tose y tose, ¡no puede parar! Llega el médico taplú y manda llamar al  Fisioterapeuta taplú.
Normalmente, el fisioterapeuta taplú le visita dos veces al día, por la mañana temprano, antes del desayuno, y por la noche, a la hora de acostarse. Debido a su enfermedad, los pulmones del Pequeño Rey se llenan de flemas que le hacen toser. Lo que el fisioterapeuta taplú le hace para que expulse estas flemas le alivia, el Pequeño Rey lo sabe. ¡Pero es tan fastidioso! Entonces, el Pequeño Rey se pone a gritar: –¡No y no! ¡Nada de fisioterapeuta taplú! ¡Qué enfadado está! Y enfadarse aún le hace toser más. Pero el médico taplú no cede y hace venir al fisioterapeuta taplú.
Mientras el fi ioterapeuta taplú le está presionando el pecho para que expulse las flemas, el Pequeño Rey tiene una idea. Tose, escupe y grita: –¡Que ensillen mi tagada! Voy a subir hasta la fuente del río. Seguro que se ha taponado algo, ¡como mis pulmones cuando están llenos de esas flemas! Lo desembozaré y el agua correrá de nuevo. ¡Seré el fisioterapeuta taplú del río! Los ministros exclamaron: –¡Ah, Pequeño Rey, sois verdaderamente el más astuto de los taplús!
Sobre la espalda del tagada ataron unas bolsas llenas de provisiones, pues así lo había decidido el médico taplú: –Pequeño Rey, tenéis que llevaros un pequeño picnic. Requesón, asado frío, un poco de arroz con plátanos, remolacha, huevos de codorniz y unas frutas. Ah, sí, y además una fiambrera con macarrones. Sin olvidar vuestras cápsulas de granulados… El Pequeño Rey promete: –Estaré de vuelta al atardecer, ¡y al atardecer habrá agua en el río!
El Pequeño Rey cabalga toda la mañana. A mediodía, como tiene mucha hambre, se detiene para almorzar a la sombra de un grosellero y no se olvida de tomar sus tres cápsulas de granulados. Después reemprende la marcha, porque la fuente del río quizá todavía esté lejos, y el Pequeño Rey quiere estar de vuelta para la cena.
De pronto, el Pequeño Rey no se encuentra demasiado bien. Siente ruidos en el vientre, como si tuviera burbujas y nudos en el interior. Y eso duele, ¡ay, ay! El Pequeño Rey se ve obligado a bajar del tagada y encontrar deprisa un rinconcito para hacer sus necesidades. Y lo que expulsa huele horriblemente mal. El Pequeño Rey se dice: «¡Al menos aquí sólo molestará a las lombrices!». Y se imagina a las lombrices arrastrándose sin poder taparse la nariz, porque no tienen patas, las pobres… Y esta idea le hace reír.
El Pequeño Rey se siente mucho mejor. Pero, para cuando por fin llega ante una gran roca, donde se detiene el lecho del río, ya anochece. El Pequeño Rey piensa: –No estaré de vuelta para la cena. ¡Mis ministros se preocuparán! De todos modos, la fuente del río está ahí, y esa gran roca la ha tapado. El Pequeño Rey se acerca para ver mejor.
Entonces, siente a sus espaldas una especie de viento cálido. Se da la vuelta y se encuentra cara a cara con un animal gigantesco. –¿Quién… quién eres? –balbucea el Pequeño Rey. El enorme animal resopla por sus enormes narices, y el Pequeño Rey está a punto de rodar por el suelo.
El animal muge: –Soy el yacka-yacku. Vivo cerca del prado y estoy muy enfadado. El Pequeño Rey le pregunta: –¿Por qué estás tan enfadado? –¡Por culpa de esta roca! Esta mañana se ha movido, ha rodado y se ha caído. Y lo ha tapado todo. El agua de la fuente ya no corre, ¡y yo me muero de sed! El Pequeño Rey dice: –¡Es muy sencillo, hay que empujar la roca, y entonces el agua volverá a correr!
El yacka-yacku se ríe a carcajadas: –¿Qué? ¿Quieres mover esta roca? ¡Pero es ENORME! ¡Y tú eres tan pequeño! ¡Ja, ja, ja! El Pequeño Rey replica: –¡No digo que yo vaya a mover esta roca! Pero tú puedes hacerlo, ¿no? –¿Yo? ¿Qué yo puedo? Hay que decir que, aunque el yacka-yacku es hermoso, fuerte y grande, no es muy astuto. El Pequeño Rey le dice: –Pon las patas delanteras aquí, agacha la cabeza y empuja con la frente. ¡Venga, empuja! ¡Empuja, vamos!
¡La roca se mueve, vacila y rueda! El agua fluye de la fuente y desciende en cascada sobre el musgo y las piedras. El yacka-yacku muge: –¡A beber, por fin ! Bebe y bebe, y cuando ya ha bebido bastante, regresa al prado, olvidándose por completo del Pequeño Rey.
Ha caído la noche. El Pequeño Rey cabalga con calma. Pero muy pronto ya no ve nada. ¿Dónde está el camino? ¿Dónde está el río? Si sigue avanzando, se perderá. Entonces decide detenerse allí y esperar que llegue la mañana. Se acurruca contra el costado del tagada para dormir. Pero el frío de la noche le hace temblar. Y el Pequeño Rey empieza a toser.
En el reino de los taplús, los ministros están inquietos, porque su Pequeño Rey no ha regresado aún. Antes de ponerse el sol, el agua empieza de nuevo a correr en el río, pero el Pequeño Rey no vuelve. Los ministros deciden entonces remontar el río. ¡Hay que encontrarle! Se ponen todos en camino, hasta el ministro de la Camorra, con su pañuelo en el bolsillo. El fisioterapeuta taplú les acompaña, porque, si encuentran al Pequeño Rey, ¡seguramente le necesitará!
Acurrucado contra su tagada, el Pequeño Rey se siente muy desgraciado. Tiene frío y tose. ¡Oh, cómo tose! Y piensa: «El fisioterapeuta taplú ya me lo había dicho. ¡Tendría que aprender a hacer yo solo los ejercicios necesarios para expulsar las flemas!». Y continúa tosiendo y tosiendo. En el camino, el ministro de la Camorra, que tiene el oído muy fi no, dice de repente: –¡Escuchad, se oye toser! ¡Es nuestro Pequeño Rey! ¡Viene de allí! Y todos parten al galope. El ministro de la Camorra, por prudencia, se tapa la nariz con un pañuelo.
El sol está alto en el cielo cuando dejan al Pequeño Rey en casa. Como ha pasado mucho frío, ahora tiene fiebre. El médico taplú se acerca: –Lo siento mucho, Majestad, pero debo poneros una inyección. Habéis cogido frío y… El Pequeño Rey refunfuña: –Lo sé, lo sé. Ponedme la inyección. Después dadme mis granulados y decidle al fisioterapeuta taplú que hoy venga tres veces. ¡Me parece que voy a necesitarlo!
Los ministros también se acercan y le dicen: –Majestad, ¡sois el más valiente de los taplús! Gracias a vos, el río vuelve a tener agua. ¡Y podréis comer truchas! El ministro de la Camorra añade: –¡Por suerte os hemos oído toser, Majestad! Y todo el mundo puede ver su sonrisa, porque, por primera vez, el ministro de la Camorra no se ha tapado la nariz con el pañuelo.
EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA El Pequeño Rey nació con una enfermedad que le impedía respirar bien y le hacía toser mucho. Esto no le impidió crecer y convertirse en el taplú más listo. Cada día, debía acudir al médico y al fisioterapeuta taplús y tomarse sus medicinas..., pero a menudo, el Pequeño Rey se cansaba de su situación.  He aquí que una mañana, el río apareció seco. ¡No había agua, no había peces! Y los taplús comen mucho pescado. ¿Cómo podía salvar esta situación el Pequeño Rey enfermo?
Con cariño  para las pequeñas princesas y príncipes  que seguro se convertirán en grandes Reyes. Tu respiras sin pensar,  yo solo pienso en respirar Jose 2010

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El pequeño rey

  • 1. EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA MARIE-HÉLÈNE DELVAL / SERGE BLOCH
  • 2. Ésta no es en absoluto una historia como las demás. Nació del encuentro entre la asociación francesa Vencer la Mucoviscidosis, deseosa de proporcionar al público infantil algunas claves para comprender las implicaciones de esta enfermedad en la vida de los niños afectados, y una autora, Marie-Helénè Delval, que a menudo ha dado forma de cuento a los pequeños o grandes problemas de la vida cotidiana. A través del universo imaginario de los simpáticos taplús, a los que el ilustrador SergeBloch ha conferido un aspecto cómico y tierno a la vez, los jóvenes lectores podrán conocer los trastornos debidos a esta enfermedad, pero también descubrirán que no es obstáculo para vivir al máximo de sus posibilidades… ¡y quizás más allá! EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA
  • 3. El Pequeño Rey no es alto, eso no. Y tampoco está precisamente gordo. Pero es listo, eso sí, ¡más listo que cualquiera! Y por eso los taplús decidieron que fuese su rey. El Pequeño Rey está contento de ser rey. Pero, por desgracia, eso no impide que siga tosiendo.
  • 4. Cuando nació el Pequeño Rey, sus padres estaban locos de alegría. ¡Era un «taplusito» tan encantador! Pero he aquí que los médicos taplús enseguida se dieron cuenta de que había nacido con una enfermedad que le impedía respirar bien y le hacía toser a menudo. Era una enfermedad que no sabían cómo curar, aunque eso no impidió que el pequeño taplú creciera y se hiciera muy listo, tan listo que ahora es el rey de los taplús.
  • 5. Sí, el Pequeño Rey creció bien, a pesar de que era más bajito que los demás taplús y estaba más delgaducho. Su enfermedad no le dejaba respirar bien, ni tampoco digerir bien. A veces, el vientre del Pequeño Rey andaba revuelto, y tenía que ir corriendo al baño, aunque estuviera muy ocupado. Y eso era una molestia.
  • 6. El Pequeño Rey ha de comer mucho, incluso cuando no tiene demasiada hambre. Por suerte, suele tener buen apetito. Y lo que más le gusta son las hermosas truchas del río. Una mañana, el pescador taplú, que había salido a pescar muy temprano, regresó muy alterado. Decía: «¡En el río no hay agua, ni una gota de agua! ¡Y si no hay agua, tampoco hay peces!». Los taplús comen mucho pescado. Y al Pequeño Rey le encantan las truchas. ¿Qué hacer?
  • 7. El Pequeño Rey convocó a sus ministros. El médico taplú corrió tras él: – Majestad, ¿no os habréis olvidado de tomar las tres cápsulas de granulados? El Pequeño Rey contestó enfadado: – Pues claro, claro que las he tomado. ¡Sabéis muy bien que nunca me olvido de tomarlas! A causa de su enfermedad, el Pequeño Rey no debe olvidar nunca tomar su medicación antes de comer.
  • 8. Entonces entraron el ministro de las Escuelas y el de los Bonitos Trajes, el ministro de la Farmacia y el de las Cuadras. Y luego entró el ministro de la Camorra, refunfuñando como siempre. Por mucho que le repitan que la enfermedad del Pequeño Rey no es contagiosa, ¡NO ES CONTAGIOSA!, siempre tiene miedo de atraparla. Por eso se sienta lo más lejos posible y se tapa la nariz con un pañuelo. Eso no le deja hablar, pero los taplús no tienen intención de pelearse con nadie. ¡Que el ministro de la Camorra se quede calladito!
  • 9. Cuando los ministros están sentados, el Pequeño Rey suspira: –¿Qué podemos hacer? –¿Qué podemos hacer, sí, qué podemos hacer? –suspiran tras él todos los ministros. A continuación se hace un gran silencio, porque nadie sabe cómo conseguir que vuelvan el agua y los peces al río. Y entonces el Pequeño Rey se pone a toser. Claro que esto le ocurre a menudo, pero ahora tose y tose, ¡no puede parar! Llega el médico taplú y manda llamar al Fisioterapeuta taplú.
  • 10. Normalmente, el fisioterapeuta taplú le visita dos veces al día, por la mañana temprano, antes del desayuno, y por la noche, a la hora de acostarse. Debido a su enfermedad, los pulmones del Pequeño Rey se llenan de flemas que le hacen toser. Lo que el fisioterapeuta taplú le hace para que expulse estas flemas le alivia, el Pequeño Rey lo sabe. ¡Pero es tan fastidioso! Entonces, el Pequeño Rey se pone a gritar: –¡No y no! ¡Nada de fisioterapeuta taplú! ¡Qué enfadado está! Y enfadarse aún le hace toser más. Pero el médico taplú no cede y hace venir al fisioterapeuta taplú.
  • 11. Mientras el fi ioterapeuta taplú le está presionando el pecho para que expulse las flemas, el Pequeño Rey tiene una idea. Tose, escupe y grita: –¡Que ensillen mi tagada! Voy a subir hasta la fuente del río. Seguro que se ha taponado algo, ¡como mis pulmones cuando están llenos de esas flemas! Lo desembozaré y el agua correrá de nuevo. ¡Seré el fisioterapeuta taplú del río! Los ministros exclamaron: –¡Ah, Pequeño Rey, sois verdaderamente el más astuto de los taplús!
  • 12. Sobre la espalda del tagada ataron unas bolsas llenas de provisiones, pues así lo había decidido el médico taplú: –Pequeño Rey, tenéis que llevaros un pequeño picnic. Requesón, asado frío, un poco de arroz con plátanos, remolacha, huevos de codorniz y unas frutas. Ah, sí, y además una fiambrera con macarrones. Sin olvidar vuestras cápsulas de granulados… El Pequeño Rey promete: –Estaré de vuelta al atardecer, ¡y al atardecer habrá agua en el río!
  • 13. El Pequeño Rey cabalga toda la mañana. A mediodía, como tiene mucha hambre, se detiene para almorzar a la sombra de un grosellero y no se olvida de tomar sus tres cápsulas de granulados. Después reemprende la marcha, porque la fuente del río quizá todavía esté lejos, y el Pequeño Rey quiere estar de vuelta para la cena.
  • 14. De pronto, el Pequeño Rey no se encuentra demasiado bien. Siente ruidos en el vientre, como si tuviera burbujas y nudos en el interior. Y eso duele, ¡ay, ay! El Pequeño Rey se ve obligado a bajar del tagada y encontrar deprisa un rinconcito para hacer sus necesidades. Y lo que expulsa huele horriblemente mal. El Pequeño Rey se dice: «¡Al menos aquí sólo molestará a las lombrices!». Y se imagina a las lombrices arrastrándose sin poder taparse la nariz, porque no tienen patas, las pobres… Y esta idea le hace reír.
  • 15. El Pequeño Rey se siente mucho mejor. Pero, para cuando por fin llega ante una gran roca, donde se detiene el lecho del río, ya anochece. El Pequeño Rey piensa: –No estaré de vuelta para la cena. ¡Mis ministros se preocuparán! De todos modos, la fuente del río está ahí, y esa gran roca la ha tapado. El Pequeño Rey se acerca para ver mejor.
  • 16. Entonces, siente a sus espaldas una especie de viento cálido. Se da la vuelta y se encuentra cara a cara con un animal gigantesco. –¿Quién… quién eres? –balbucea el Pequeño Rey. El enorme animal resopla por sus enormes narices, y el Pequeño Rey está a punto de rodar por el suelo.
  • 17. El animal muge: –Soy el yacka-yacku. Vivo cerca del prado y estoy muy enfadado. El Pequeño Rey le pregunta: –¿Por qué estás tan enfadado? –¡Por culpa de esta roca! Esta mañana se ha movido, ha rodado y se ha caído. Y lo ha tapado todo. El agua de la fuente ya no corre, ¡y yo me muero de sed! El Pequeño Rey dice: –¡Es muy sencillo, hay que empujar la roca, y entonces el agua volverá a correr!
  • 18. El yacka-yacku se ríe a carcajadas: –¿Qué? ¿Quieres mover esta roca? ¡Pero es ENORME! ¡Y tú eres tan pequeño! ¡Ja, ja, ja! El Pequeño Rey replica: –¡No digo que yo vaya a mover esta roca! Pero tú puedes hacerlo, ¿no? –¿Yo? ¿Qué yo puedo? Hay que decir que, aunque el yacka-yacku es hermoso, fuerte y grande, no es muy astuto. El Pequeño Rey le dice: –Pon las patas delanteras aquí, agacha la cabeza y empuja con la frente. ¡Venga, empuja! ¡Empuja, vamos!
  • 19. ¡La roca se mueve, vacila y rueda! El agua fluye de la fuente y desciende en cascada sobre el musgo y las piedras. El yacka-yacku muge: –¡A beber, por fin ! Bebe y bebe, y cuando ya ha bebido bastante, regresa al prado, olvidándose por completo del Pequeño Rey.
  • 20. Ha caído la noche. El Pequeño Rey cabalga con calma. Pero muy pronto ya no ve nada. ¿Dónde está el camino? ¿Dónde está el río? Si sigue avanzando, se perderá. Entonces decide detenerse allí y esperar que llegue la mañana. Se acurruca contra el costado del tagada para dormir. Pero el frío de la noche le hace temblar. Y el Pequeño Rey empieza a toser.
  • 21. En el reino de los taplús, los ministros están inquietos, porque su Pequeño Rey no ha regresado aún. Antes de ponerse el sol, el agua empieza de nuevo a correr en el río, pero el Pequeño Rey no vuelve. Los ministros deciden entonces remontar el río. ¡Hay que encontrarle! Se ponen todos en camino, hasta el ministro de la Camorra, con su pañuelo en el bolsillo. El fisioterapeuta taplú les acompaña, porque, si encuentran al Pequeño Rey, ¡seguramente le necesitará!
  • 22. Acurrucado contra su tagada, el Pequeño Rey se siente muy desgraciado. Tiene frío y tose. ¡Oh, cómo tose! Y piensa: «El fisioterapeuta taplú ya me lo había dicho. ¡Tendría que aprender a hacer yo solo los ejercicios necesarios para expulsar las flemas!». Y continúa tosiendo y tosiendo. En el camino, el ministro de la Camorra, que tiene el oído muy fi no, dice de repente: –¡Escuchad, se oye toser! ¡Es nuestro Pequeño Rey! ¡Viene de allí! Y todos parten al galope. El ministro de la Camorra, por prudencia, se tapa la nariz con un pañuelo.
  • 23. El sol está alto en el cielo cuando dejan al Pequeño Rey en casa. Como ha pasado mucho frío, ahora tiene fiebre. El médico taplú se acerca: –Lo siento mucho, Majestad, pero debo poneros una inyección. Habéis cogido frío y… El Pequeño Rey refunfuña: –Lo sé, lo sé. Ponedme la inyección. Después dadme mis granulados y decidle al fisioterapeuta taplú que hoy venga tres veces. ¡Me parece que voy a necesitarlo!
  • 24. Los ministros también se acercan y le dicen: –Majestad, ¡sois el más valiente de los taplús! Gracias a vos, el río vuelve a tener agua. ¡Y podréis comer truchas! El ministro de la Camorra añade: –¡Por suerte os hemos oído toser, Majestad! Y todo el mundo puede ver su sonrisa, porque, por primera vez, el ministro de la Camorra no se ha tapado la nariz con el pañuelo.
  • 25. EL PEQUEÑO REY QUE SIEMPRE TOSÍA El Pequeño Rey nació con una enfermedad que le impedía respirar bien y le hacía toser mucho. Esto no le impidió crecer y convertirse en el taplú más listo. Cada día, debía acudir al médico y al fisioterapeuta taplús y tomarse sus medicinas..., pero a menudo, el Pequeño Rey se cansaba de su situación. He aquí que una mañana, el río apareció seco. ¡No había agua, no había peces! Y los taplús comen mucho pescado. ¿Cómo podía salvar esta situación el Pequeño Rey enfermo?
  • 26. Con cariño para las pequeñas princesas y príncipes que seguro se convertirán en grandes Reyes. Tu respiras sin pensar, yo solo pienso en respirar Jose 2010