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ÍNDICE

CAPÍTULO 1….……………………………………………………………………… 4

CAPÍTULO 2………………………………………………………………………… 23

CAPÍTULO 3………………………………………………………………………… 35

CAPÍTULO 4………………………………………………………………………… 55

CAPÍTULO 5………………………………………………………………………… 70

CAPÍTULO 6………………………………………………………………………… 89

CAPÍTULO 7………………………………………………………………………… 102

CAPÍTULO 8………………………………………………………………………… 107

CAPÍTULO 9………………………………………………………………………… 118

CAPÍTULO 10…………………………………………………………………………125

CAPÍTULO 11………………………………………………………………………… 134

CAPÍTULO 12………………………………………………………………………… 146

CAPÍTULO 13………………………………………………………………………… 156

CAPÍTULO 14………………………………………………………………………… 167

CAPÍTULO 15………………………………………………………………………… 177




                    -2-
JACOB
                                  (THE NIGHTWALKERS 1)

                               JAQUELYN FRANK

      Desde el comienzo de los tiempos, ha habido Nightwalkers, razas de la noche que viven en
las sombras de la luz de la luna. Enamorarse de los humanos está absolutamente prohibido, y un
         único hombre se asegura de que se cumpla esa antigua ley: Jacob, El Ejecutor…
                             Durante 700 años, él ha resistido la tentación.
                                          Pero no esta noche...
         Jacob conoce las excusas que su gente da cuando la locura los alcanza y caen presa de la
   lujuria con los humanos. Él los ha oído todos y aún así lleva a los que traspasan la línea a la
justicia. Inmune a los deseos prohibidos, a las incontrolables hambres, o a la maldición de la luna,
 su control es total... hasta el momento en que ve a Isabella en las sombras de las calles de Nueva
York. Salvarle la vida no estaba en sus planes. Como tampoco lo estaban los sentimientos que ella
despierta en él. Pero en el momento en que la sostiene en sus brazos y siente la suave explosión de
su cuerpo contra el suyo, todo cambia. Su atracción es innegable, volátil, completamente contra la
                                                 ley.
        De repente todo en lo que Jacob siempre ha creído es inflamado por el calor del deseo...




                                               -3-
CAPÍTULO 1



     Cuán ridículamente simple sería causarles daño.
       Desde muy arriba, miraba con inquebrantables ojos oscuros, cómo caminaban en la sombría
calle. El macho humano estaba tan absorto en su flirteo con la hembra, que no tendría oportunidad
de defenderla de algún daño si fueran sorprendidos por alguna amenaza. ¿Qué sería si se dejara
caer sobre ellos desde esa altura?
      Aunque en ese caso, “sorprendido” no sería la adecuada descripción. El defenderse también
sería inútil. ¿Un humano contra uno de su especie?
     Jacob, el Ejecutor dejó escapar una irónica carcajada.
      La mujer pelirroja había escogido mal, en su opinión. Ningún macho respetable habría
animado a su compañera a aventurarse hacia fuera en una noche de prohibición. Místicos augurios
aparte, la calle por la que caminaban era notoriamente de mala reputación. Sombras atemorizantes
cambiaban con desconocidas amenazas para los sentidos humanos como nubes desnatadas sobre
la luz voluble de la luna.
     La pareja caminó bajo él, ajena a su camuflada presencia.
     Sin mencionar la llegada del otro.
      Jacob ladeó su cabeza, tomando nota cuidadosamente de los distantes movimientos del otro.
Aunque los rasgos elaborados por el hombre en esa ciudad de cristal, en concreto nublaban los
privilegiados sentidos del Ejecutor, él aún podía seguir la llegada del experto fácilmente. El más
joven, pero menos experimentado Demon se estaba descuidando, su atención inmersa en su
objetivo.
     La hembra humana.
       Jacob reconoció el hambre del Demon más joven, sintiendo como se arremolinaba dentro de
él, opresivo y picante con el almizcle de la lujuria desenfrenada. El joven Demon, Kane por nombre
común, caminaba dentro y fuera de la sólida realidad mientras avanzaba hacia la pelirroja. La
fijación de Kane lo hacía atípicamente decidido. Él no tenía idea que el Ejecutor lo estaba cazando,
por eso estaba asentado, resuelto a esperarlo.
      Kane apareció abruptamente, abajo, en el pavimento, en una explosión de humo turbio y el
distintivo olor del azufre. Estaba a algunos metros de la desconocida pareja, su tele transportación
fue completamente inadvertida a pesar de la pantalla.
      Jacob esperó, la tensión estiraba sus nervios. Y a pesar de esta presión que lo instaba a
interferir, era su deber dejar que el Demon siguiera su curso. Sólo entonces tendría justificación
para llevar las leyes de su pueblo contra él. Durante todo el tiempo, rezó al Destino para que Kane
recuperara el control y se alejara.
      Al tiempo que Jacob daba al Demon una oportunidad de cambiar de opinión, se sentó
inmóvil como una piedra, viendo a Kane caminar por la reciente ruta que tomó la pareja. Cuando
pasó debajo de la escondida percha del Ejecutor en lo alto del poste de luz para agarrar a su presa,
Jacob se lanzó hacia arriba en el aire, con un ligero y espacioso salto de un farol al siguiente, varios
metros sobre la acera. No hubo el sonido de los pies tocando el frío metal, ni el roce de la ropa que
vestía cuando se acuclilló en perfecto balance. La única señal de su presencia fue el repentino
parpadeo de la luz. Sólo le tomó un momento compensar, haciendo que los otros bajo él


                                                  -4-
percibieran todo normal, aunque en realidad, la luz siguió destellando con crecientes espasmos de
protesta.
      Él también mantuvo sus pensamientos ocultos tras este proyectado camuflaje. Sabía que,
incluso en el agarre de estos bajos instintos, Kane lo sentiría si no lo hiciera. Y sin embargo, un
susurro detrás de su mente le rogaba al Ejecutor en su interior, que por una vez, sólo por esta vez,
cometiera un error. Un pequeño error, murmuró, y Kane, quien es tan querido para ti, sentirá tu
presencia y tus pensamientos. Dale la oportunidad que le has negado a muchos otros.
     Nadie nunca sabría lo que Jacob había sacrificado para negar ese insidioso susurro.
Independientemente del ruego de la voz, él no podía renunciar a su deber.
      En vez de eso, vio como Kane enviaba una orden a la vulnerable pareja. Abruptamente, el
hombre humano giró y caminó alejándose de la mujer, abandonándola si razón o conciencia de lo
que hacía. La pelirroja se dio la vuelta completamente, enfrentando al Demon que se aproximaba.
Ella era bastante hermosa, notó Jacob cuando se volvió hacia la luz, con un exuberante y largo
cuerpo, y unos rizos castaños que colgaban en extensas espirales por su espalda. Estaba claro por
qué había atraído a Kane. No fue el Ejecutor en Jacob quien permitió una pequeña y curvada
sonrisa que jugaba en la esquina de sus sombríos labios.
      Kane se paseó hasta donde estaba la mujer, confiando en el poder que tenía sobre ella y llegó
a tocar su cara. Jacob pudo ver la esclavitud en sus ojos, la manipulación de su mente que la hacía
suave y flexible, y la instaba a mover su mejilla hacia la afectuosa caricia.
      El afecto era una mentira. Lo que podía empezar tan gentilmente posiblemente no terminaría
así. Era la naturaleza de las criaturas que ellos eran, y era inevitable. Esto era por lo que no
concedería a Kane más avisos de los cientos… no… miles que antes ya le había dado.
     Jacob había visto suficiente.
      Saltó ligeramente en el aire, su largo cuerpo cayendo con elegancia en un temerario
lanzamiento hasta que llegó y aterrizó silenciosamente detrás de la mujer pelirroja. Descartó su
camuflaje tan rápidamente que Kane aspiró en un ruidoso y asustado aliento. Se congeló cuando
vio a Jacob. Y el Mayor fue fácilmente consciente de cómo debían ser los pensamientos del joven
Demon.
     El Ejecutor había llegado para castigarlo.
      Fue suficiente para que Kane tragara visiblemente con ansiedad. Su mano alejada de un tirón
de la mejilla de la pelirroja como si lo quemara y la concentración sobre ella se rompió. Ella
parpadeó, tomando conciencia de que estaba hecho un sándwich entre dos hombres extraños y
que no tenía ni idea de cómo habían llegado ahí.
     —Toma posesión de su mente, Kane. No lo hagas peor asustándola.
    Kane obedeció instantáneamente y la encantadora mujer se relajó, sonriendo suavemente
como si estuviera en compañía de viejos amigos, ahora completamente en paz.
     —¿Jacob, qué te ha traído afuera en una noche como ésta?
      Jacob no se ablandó ante el tono casual de Kane o su tentativa de salvar el pellejo
demostrando frivolidad. El Ejecutor sabía que el otro hombre no era malvado en el fondo. Kane
era relativamente inexperto, y considerando las condiciones de la noche, era fácil que se perdiera
por su propia baja naturaleza.
      Eso no cambiaba la cruda realidad del momento. Kane había sido, literalmente, atrapado con
las manos en la masa. Su acción refleja, lógicamente, fue negociar su salida de un castigo que él
sabía era inminente. Comenzaría con humor continuando con las otras armas de su arsenal.
     —Sabes por qué estoy aquí —dijo el Ejecutor, conjelando esas armas directamente en el
principio, con un frío y disciplinado tono, que advirtió a Kane de no poner a prueba su entereza.



                                                  -5-
—Tal vez lo sé —se aplacó Kane, bajando sus oscuros ojos azules mientras metía
profundamente las manos en los bolsillos. —No estaba haciendo nada. Sólo estaba… impaciente.
     —Ya veo. Entonces, ¿pretendías seducir a la mujer para apaciguar tu inquietud? —preguntó
Jacob sin rodeos, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Sus modales irradiaban la imagen de
un padre regañando a un hijo caprichoso. Podía ser un pensamiento divertido, considerando que
Kane recién estaba entrando en su segundo siglo de vida, pero el asunto era demasiado serio,
como mucho.
     —No iba a lastimarla —protestó Kane.
     Jacob se dio cuenta que en realidad Kane pensaba que era cierto.
     —¿No? —contrarrestó él. —¿Y qué era lo qué ibas a hacer? ¿Preguntar educadamente si
pudieras dar rienda suelta al salvajismo de tu presente naturaleza con ella? ¿Cómo funciona eso en
una cita, exactamente?
    Kane cayó en un obstinado silencio. Sabía que el Ejecutor había leído sus intenciones desde el
momento que decidió acosar a su presa. Argumentos y negaciones sólo empeorarían la situación.
Además, la incriminatoria evidencia estaba parada entre ellos.
      Durante un breve y apasionado momento, los pensamientos de Kane se llenaron de vívidas
imaginaciones mentales de lo que podría haber sido más incriminatorio. Suprimió un
estremecimiento por la pecaminosa respuesta, sus ojos cayeron codiciosamente en la mujer parada
tan bellamente serena ante él. Jacob había sido vagamente irritante en su juego perfecto y aparecer
en escena media hora después…
     —Kane, este es un tiempo difícil para nuestra gente. Y eres susceptible a estas bajas pasiones
como cualquier otro Demon —dijo el Ejecutor con implacable resolución. Era como si fuera Jacob
quien pudiera leer la mente de Kane, y no al revés. —Aún así, estás a menos de dos años de
convertirte en adulto. No puedo creer que me tengas persiguiéndote como si fueras un polluelo
inmaduro. Piensa en lo que podría estar haciendo si no estuviera aquí salvándote de ti mismo.
      Los endurecidos rasgos de Kane enrojecieron con la vergüenza que Jacob había depositado a
sus pies. Esto confortó al Ejecutor al ver la reacción. Y le dijo que la conciencia de Kane estaba otra
vez en funcionamiento, su usualmente ingenioso sentido de moralidad más cerca de la
restauración.
     —Lo siento, Jacob. Estoy realmente apenado —dijo al fin, esta vez con sinceridad y no como
una estratagema para tratar de desarmar al Ejecutor. Y Jacob podía asegurar que era sincero
porque finalmente dejó de mirar fijamente a la pelirroja como si ella fuera a ser servida en una
proverbial bandeja de plata.
     Y mientras la dinámica presencia del Ejecutor estabilizaba sus principios, Kane comprendía
que había puesto a Jacob en una insostenible situación, tal vez en una forma que pudiera arruinar
para siempre su relación filial. La garganta de Kane se cerró en una afilada sensación de
remordimiento que lo acuchilló atravesándole.
      Fue como un sobrecogimiento del temor que se estaba enterrando en él. Había traicionado la
santidad de sus leyes y había un castigo para eso, un castigo que hacía que una especie entera
contuviese el aliento y retrocediera cada vez que el Ejecutor entraba en la vecindad. Kane, de
repente, pudo sentir el peso de la posición de Jacob y esto agudizó su pesar al punto de sentir
dolor en el pecho.
      —Enviarás a esta mujer de regreso a salvo a casa, reuniéndola con su acompañante y te
asegurarás que no recordará nada de tu mal comportamiento —instruyó Jacob dócilmente,
mientras miraba el tumulto de emociones que cruzaban la cara de Kane. —Entonces irás a casa. Tu
castigo vendrá después.




                                                 -6-
—Pero si no hice nada —protestó Kane, un rápido aumento de ineludible temor inflamó la
objeción.
     —Lo tendrás, Kane. No hagas que sea peor por estar mintiendo sobre esto. Sólo te
convencerás a ti mismo que soy el villano en el que todos me han convertido. Y sólo nos causará
dolor a ambos.
      Kane comprendió esa verdad con otro aumento de culpa. Suspirando resueltamente, cerró
los ojos y se concentró en todo por un segundo. Momentos después, el acompañante de la pelirroja
regresó cruzando la calle con una sonrisa y llamándola.
        —¡Hey!, ¿Dónde te fuiste? Giré en la esquina y de repente no estabas ahí.
        —Lo siento. Estaba distraída por algo y no me di cuenta que te habías ido, Charlie.
        Charlie enlazó un brazo con su cita y, completamente ajenos a los dos Demons, se retiró con
ella.
     —Bien —elogió Jacob a Kane. Fue sencillo y al punto. El Demon más joven se estaba
volviendo bastante eficiente mientras maduraba.
        Kane suspiró, sonando gravemente pillado.
     —Ella es tan hermosa. ¿Viste su sonrisa? Todo lo que podía pensar era en lo mucho que
quería que sonriera cuando… —Kane se sonrojó cuando miró al Ejecutor. Jacob era muy consciente
que esa sonrisa no había sido su única motivación. —Nunca pensé que esto me pasaría mí, Jacob.
Tienes que creerlo.
      —Lo hago —Jacob vaciló por un momento, haciendo evidente por primera vez para Kane la
terrible lucha que le significó, sin importar que tan bien proyectaba otra cosa. —No te preocupes,
Kane. Yo sé quién eres realmente. Y sé que esta maldición es difícil de manejar para nosotros.
Ahora, —dijo con el tono de vuelta a los negocios, —por favor, regresa a casa. Encontrarás a
Abram esperando por ti.
     Esta vez, Kane se quitó la insondable ansiedad de su interior. Hizo eso por el bien de Jacob,
sabiendo que esto cortaba profundamente al Demon Mayor, aunque sus pensamientos eran
demasiado reservados de leer para Kane.
        —Cumples tu deber como lo harías con cualquiera. Lo entiendo, Jacob.
     Kane lanzó al Ejecutor un pequeño asentimiento. Después de una breve vistazo para
asegurarse que no eran observados, explotó en una ráfaga de humo y azufre que lo tele transportó.
      Jacob se quedó un largo momento en la acera, sus sentidos atentos hasta que estuvo seguro
que Kane verdaderamente regresó a casa. No era extraordinario que un Demon tratara de escapar
y esconderse del castigo inminente. Sin embargo, Kane estaba otra vez en el buen camino, en más
de una forma, una vez más.
       Jacob giró y echó un vistazo calle arriba en la dirección que había tomado la pareja humana.
Nunca había dejado de asombrarlo cuán carentes de instintos eran los humanos. Por toda la
civilización y avances tecnológicos, habían perdido algo verdaderamente valioso alejando sus
instintos animales. Esa mujer ignoraría siempre qué tan cerca estuvo del peligro. Encontrarse con
un Demon caprichoso era algo de lo que ningún humano quería ser parte.
     Jacob se liberó del agarre de la gravedad y se elevó en el aire, causando una brisa de
desplazamiento cuando lo hizo. Su largo y atlético cuerpo atravesó la noche como una lámina
maravillosamente afilada. Voló pasando rascacielos, algunas de las luces en las ventanas más
cercanas titilaron en protesta ante su paso. Él explotó en el claro cielo de la noche.
      Aquí, Jacob vaciló. Hizo una pausa para estudiar la brillante luna creciente con un ceño
fruncido que no pudo reprimir. Esta era la forma en que estaba las semanas antes y después de la
luna llena de Beltane en primavera y Samhain en otoño. Esas fiestas se celebraban santificadas por


                                                  -7-
los Demons, pero al mismo tiempo, estas eran el centro de su maldición. La agitación entre su
gente se volvería peor durante la próxima semana, y alcanzaría su punto máximo con la luna llena.
Ahí causaría más estragos entre los jóvenes y las generaciones adultas. Incluso los Mayores se
sentirían tentados de perder el control.
      Jacob había escogido ser Ejecutor por una razón. Poseía un control desmesurado. Incluso el
Demon monarca, era considerado más susceptible a ésta locura que él. Y eso era decir mucho,
teniendo en cuenta que en sus cuatrocientos años de Ejecutor, Jacob no había sido llamado para
incitar a Noah, el Rey Demon, a comprobarlo.
     Jacob estaba agradecido por eso. Los poderes de Noah, no eran algo que disfrutaría tener en
su contra. Su Rey no se había ganado el puesto por mero linaje de sangre como los humanos. Noah
se había ganado su lugar a base de liderazgo y superioridad de poder.
      Jacob voló hacia delante, sus pensamientos se tornaban filosóficos. ¿Era más difícil ser el
Ejecutor o ser el Rey que debía escoger al Ejecutor, como Noah había escogido a Jacob? Al hacer la
elección, Noah estaba obligado a reconocer que existía la posibilidad de encontrarse un día cara a
cara con el Ejecutor.
      Era un valiente líder que podría hacer la mejor elección aún a sabiendas que un día podría
vivir para lamentarlo.



      Noah levantó la mirada de su lectura, la energía arremolinada por el acercamiento de Jacob
lo alcanzó antes de la llegada misma del Ejecutor a través de la ventana en la forma de una suave
caída de polvo. El Rey Demon entendió que Jacob le había permitido ser consciente de su llegada,
como siempre hacía, por respeto. Si hubiera querido, el Ejecutor podría haber camuflado su
presencia hasta el momento en que el polvo se integrara en su forma normal y atlética, como lo
estaba haciendo ahora.
     Noah observó al otro Mayor, quien estaba flotando sobre el piso en una sólida forma. Jacob
volvió su conexión con la gravedad a la normalidad, aterrizando con una gracia fluida que estaba
siempre presente en sus movimientos naturales.
     El Rey se reclinó. Su impresionante constitución llenaba el marco de caoba de su silla de alto
respaldo. Donde Jacob fue creado para el rápido y ágil poder, Noah era audaz por su musculatura
y constitución. Esto se veía fácilmente en el cómodo ajuste de sus pantalones para montar de piel
de ante y la camisa de seda expresamente confeccionada a la amplitud de sus hombros. Aun así,
Noah tenía su propio estilo de elegancia y lo mostró cuando casualmente cruzó su tobillo calzado
de negro en la rodilla opuesta. Se sentó en silencio durante varios segundos, midiéndo al Ejecutor.
        —¿Debo suponer que encontraste a tu hermano menor a tiempo antes que causara algún
caos?
     —Por supuesto —replicó Jacob en tono despectivo, señalando al instante que la ejecución de
Kane estaba fuera de la lista de tópicos que estaba dispuesto a discutir en ese momento.
      Noah recibió el mensaje alto y claro aceptando graciosamente los términos. Observó a Jacob
moverse para servirse una bebida, hizo una pausa para oler el contenido del vaso y elevó una ceja
interrogante en dirección de Noah.
        —Leche —ofreció Noah.
        —Eso lo sé —dijo Jacob impaciente— ¿De dónde?
        —De una vaca. Pero importada de Canadá, no pasteurizada y sin procesar.
        —Hmmm, esperaba mejores cosas en tu mesa, Noah.




                                               -8-
—Los niños estuvieron aquí. Todo lo mejor hubiera sido demasiado para ellos. Se habrían
llenado como tanques, y te habrías encontrado persiguiendo a los seis pequeños alborotadores de
mi hermana. ¿Recuerdas lo problemática que era ella cuando tenía esa edad? —preguntó el Rey—.
Imagínate lo prendida que es su progenie.
     Jacob sonrió con ganas ante esto, llevó el vaso hasta sus labios y probó tentativamente el
contenido. Juzgando que la leche estaba suficientemente refrescante, se bebió la mitad del vaso.
     —Tu hermana Hanna —recordó él—, apenas respiraba antes de empezar a causar problemas.
Por ese motivo, no soy apto para darte la espalda en alguna de tus relaciones en algún momento
próximo. —Propuso hacia el Rey con una insolente inclinación de su vaso—. Estoy, por supuesto,
excluyendo a Legna del notorio lado de tu genética, —añadió Jacob generosamente.
     —Por supuesto —respondió secamente Noah.
      —Así que, ¿cómo están los niños, de todas maneras? Tu hermana debe estar volviéndose loca
tratando de mantenerlos bajo control, dadas las circunstancias, —remarcó Jacob. Miró hacia arriba
por hábito, señalando la luna que ninguno de los dos podía ver.
      —¿Por qué crees que Hanna los trajo aquí? Esperaba que la aprensiva presencia de su Real
tío ayudaría a controlarlos. —Noah se estiró para frotar un nudo de su cuello. —Podría haberte
usado como ayuda. Imaginas que tan bien se comportarían si un Ejecutor entrara por la puerta.
     Jacob sabía que Noah estaba bromeando con él, pero no había encontrado la gracia de ese
comentario. El Ejecutor, en el mundo Demon, era lo que usaban las madres para asustar a sus hijos
cuando se portaban mal. Era un mal necesario, considerando lo poderosamente traviesos que los
jóvenes Demons eran capaces de ser, pero eso no significaba que eso le sentara bien a Jacob. Estaba
hecho para una existencia bastante solitaria, en realidad. Esos niños Demon se convertirían en
adultos y los Mayores no les quitarían el miedo al Ejecutor.
      Una vez más, esto hacía su trabajo algo más fácil. Era un beneficio bastante agradable cuando
todos aceptaron que su apariencia encogía hasta el estómago más poderoso, haciendo menos
probable las batallas por el control. Estaba sorprendido de lo bien que había funcionado eso en su
hermano. Kane fue infame revoltoso que, habiendo sido promovido por el Ejecutor, no se sentía
para nada intimidado. Eso obviamente no era cierto y Jacob no estaba seguro de cómo se sentía al
respecto. ¿Agradecido porque no había tenido que enfrentar a su hermanito? Por supuesto. Pero,
¿Feliz porque su hermano se sintiera aterrorizado por él como lo estaban los otros? No, no
realmente.
      —Entonces, ¿Aprendiste alguna cosa útil? —señalando el gran y polvoriento tomo abierto a
la mitad en la mesa de Noah.
       —En realidad no —hizo una pausa, entrecerrando un par de ojos jade y gris sobre Jacob, su
iris tan pálido en contraste con su bronceada tez, que parecían brillar ante la luz del fuego. La
inspección de Noah hizo claro que no se había perdido el ingenioso cambio de tema. —Como
arcaicos tendemos a ser en cultura y costumbres, estos libros nos prueban cuan modernos somos
verdaderamente. Es como leer otro idioma.
      —El idioma es una cosa viviente. Como un estudioso, seguramente debes apreciar que
incluso un idioma tan antiguo como el nuestro puede evolucionar con el tiempo.
     —Bueno, eso no me ayuda mucho ahora. Estamos en medio de una intensa crisis y no estoy
más cerca de encontrar una solución de lo que estaba antes.
      —Entonces tenemos que mantenernos, como siempre lo hemos hecho —dijo Jacob
quietamente, su tono modulado tenía la intención de tranquilizar la irritante frustración de Noah.
El temperamento de Noah era diez veces más famoso que el de su hermana Hanna, aunque
usualmente exhibía diez veces más control sobre él. Noah creía firmemente que ningún individuo
podía regir sobre otros sino tenía control sobre sus emociones—. He enfrentado todo lo imaginable



                                               -9-
y perseverado, Noah. Nadie será lastimado o se le permitirá hacer daño, mientras me quede
aliento.
      —Pero se está haciendo más difícil, ¿no es así? —Noah miró los penetrantes ojos de Jacob. —
Cada año veo cómo te vuelves más ocupado y descorazonado. Cada año veo cómo la mayoría de
los ancianos pierden el control como si estuvieran en sus primeros cien años. Dime si estoy
equivocado.
     —No puedo decirte eso —expresó Jacob, suspirando pesadamente, mientras recorría con sus
largos dedos por el grueso y oscuro cabello. —Noah, tuve que imponerme a Gideon hace una
década. Del puñado de Demons que pensé resistirían la locura, Gideon el Anciano era el que más
posibilidades tenía entre ellos. —¡Gideon! Jacob sacudió su cabeza, mudo ante las perturbadoras
emociones y los escalofriantes recuerdos de ese terrible encuentro.
        —Y aún se está lamiendo las heridas. Gideon no ha salido de su bastión en los últimos ocho
años.
     —Bueno, con certeza no saldrá mientras esto esté creciendo para peor. —Jacob frunció el
ceño severamente al tiempo que se hundía en una silla frente a Noah. —Su asiento en la mesa del
Consejo se llena de polvo y nos deja… incompletos.
      Noah era consciente de la angustia personal de Jacob sobre este hecho, pero se rehusaba a
dejarlo flaquear por ello.
     —Es lo mejor por el momento —remarcó Noah. —No creo que te regocije la idea de tener que
frenarlo otra vez.
     —No, a mí no. Pero creo que encerrarse a sí mismo lejos y solo, es la peor elección —elección,
que por lo bajo, nos llevará a Gideon y a mi a otro devastador conflicto.
     La amargura en la voz de Jacob no pasaba desapercibida para el Rey. Noah nunca había
conocido a otro hombre con el sentido de responsabilidad, lealtad y moralidad del Ejecutor. La
muerte era la única cosa que podía hacer que Jacob renunciara. Este Ejecutor nunca se retiraría
mientras respirara.
     Pero había algo que no estaba bien con Jacob desde un tiempo a esta parte. Año tras año era
forzado a inducir a los Mayores que el más respetaba a sobreponerse a esta locura que
momentáneamente caía sobre ellos. Y esto, claramente, lo estaba arrastrando en mente y espíritu.
       Noah suponía que lo peor había sido el enfrentamiento comentado con Gideon.
Anteriormente, Jacob era el único Demon que, en realidad, podía afirmar ser amigo del gran
Anciano. Y había sido así hasta que el Ejecutor se había visto forzado a elegir entre la amistad y la
preservación de la ley. Verdaderamente no hubo opción. No para Jacob. La ley era como su sangre
vital. Y un Ejecutor, con el nivel de dedicación y sentido de obligación de Jacob, podía destruirse
psicológicamente si desafiaba la ley.
      Noah era consciente de que si perdía el control de sus facultades durante una de las Sagradas
lunas llenas, Jacob estaría forzado a corregirlo como a un niño terco y sería difícil no enfadarse con
el Ejecutor por ello. Claro, sería por su propio bien, por el bien de toda la raza Demon y,
definitivamente, por el bien de los humanos indefensos con los que convivían. Pero los Ancianos
tenían un profundo orgullo y Noah no era la excepción. Ser víctimas de la debilidad ya era
suficientemente malo; el que Jacob fuera testigo lo hacía peor. Tener al Ejecutor castigándoles
brutalmente, como lo demandaba la ley, era insoportable.
        Noah no envidiaba en lo más mínimo la posición de Jacob.
     En aquel momento, el hombre que llenaba las preocupaciones de su mente, levantó la oscura
cabeza de la estudiada reverencia pasando de su semi relajada posición a tensarse rápidamente.
Noah sintió el vello de la nuca erizarse mientras los poderes extrasensoriales del otro hombre



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llenaban la habitación. Cada Demon tenía sus propias habilidades particulares donde sobresalía
del resto, y las percepciones cazadoras de Jacob estaban entre las más perspicaces.
     —Myrrh-Ann se acerca, —dijo Jacob, colocando el vaso en el escritorio de Noah y
poniéndose en pie— está excesivamente nerviosa.
     En aquel instante, las dos grandes puertas del extremo del salón se abrieron violentamente.
Un remolino de oscuro polvo y viento revoloteó en el cuarto, girando como un pequeño tornado
alcanzó a los dos hombres en un parpadeo. Abruptamente se paró en un giro final, con la figura de
una hermosa mujer de cabello blanco plateado y tan suave como las nubes. Sus habituales ojos
azules estaban oscurecidos tanto por la dilatación negra de sus pupilas, como por el miedo
indecible que centelleaba en ellos.
     —¡Noah! —jadeó ella, mientras avanzaba trastornada hacia el Rey causando una ola
estremecedora en el aire que comprimió cada llama de la habitación—¡Ha sido capturado! ¡Debes
ayudarme! ¡No puedo perderlo! ¡Es todo para mí!
     —Tranquilízate ya —susurró suavemente Noah, rodeando el escritorio para envolverla en un
abrazo consolador.
     —Cálmate, Myrrh-Ann —dijo serenamente— ¿Supongo que estás hablando de Saúl?
     —¡Fue horrible! —sollozó la joven belleza, agarrando el frente de la camisa de Noah— ¡Se
desintegró en mis propias manos! ¡Noah, debes ayudarnos!
     Noah y Jacob se quedaron inmóviles, sus ojos se encontraron por encima de la brillante
cabeza de Myrrh-Ann. No necesitaban hablar para saber los pensamientos del otro, para sentir el
rápido impulso de alarma en el otro.
     —¿A qué te refieres con que “se desintegró”? —preguntó Jacob cuidadosamente.
     —¡Quiero decir que ha sido Convocado! ¡Esclavizado! —chilló Myrrh-Ann, girándose en los
brazos de Noah para fulminar al Ejecutor con una mirada llena de terror e indignación.
      —En un primer momento estaba conmigo, tocándome, acunando a nuestro niño cuando se
movía dentro de mí —sus manos fueron inconscientemente hacia el redondeado vientre, como si
estuviera temerosa de que fuera lo próximo que le arrebatasen—Y al siguiente su rostro se
contorsionaba en un terrible dolor. ¡Amado y misericordioso Destino! Empezó a desvanecerse
partiendo de los pies, en un remolino del más horrendo y amargo humo que haya conocido.
     Se volvió hacia el Rey, agarrando la seda de su camisa con desesperación, sus uñas
clavándose en la tela.
     —¡Gritó! ¡Oh, Noah, como gritaba!
      —Myrrh-Ann, por favor, siéntate —dijo Noah, usando una suave y reconfortante voz para
tranquilizarla— Necesitas calmarte, antes de que des a luz a tu hijo demasiado pronto. Has hecho
lo correcto al acudir a nosotros. Jacob y yo llegaremos hasta el fondo del asunto.
     —Pero si es esclavizado… —Myrrh-Ann se estremeció violentamente de la cabeza a los
pies— ¿Noah, cómo es posible? ¿Por qué? ¿Por qué Saul?
     Myrrh-Ann bajó la voz hasta un rápido y desalentador susurro de pánico, balbuceando las
palabras. Los dos hombres en la sala apenas podían seguir todas las implicaciones de sus
devastadores pensamientos mientras ella caminaba sin rumbo.
      ¿Podía ser verdad? Durante casi un siglo no habían tenido noticia de una Convocatoria a un
Demon. Era posible que estuviera equivocada. En el pasado los Demons se habían visto
amenazados a la extinción, como consecuencia de la horrorosa esclavitud. Fue un truco
nigromante, brujería negra que se había desvanecido al mismo tiempo que el Cristianismo, la
ciencia y la tecnología habían comenzado su reinado. Con la desaparición de esas magias, había
llegado la paz.


                                              - 11 -
Los paréntesis en esa armonía, obviamente, eran los incontrolables períodos de locura que los
invadían durante las lunas Sagradas, huyendo de incansables cazadores humanos y ocasionales
encuentros con otras razas Nightwalker.
      Desde que el mundo fue creado, han existido Nightwalkers: razas de la noche que han
disfrutado del mejor aire del anochecer, se han vigorizado a la luz de la luna y han usado el sol
como orbe celestial designado para dormir. Demons, Vampiros, Licántropos y otros compartían
estas cualidades, aunque no siempre la misma moralidad y creencias.
     Así como han existido Nightwalkers, han existido también aquellos que han querido
cazarlos, humanos armados con ignorancia y mitos que fallaron en el intento de asesinarlos. Esos
humanos, temiendo lo que no podían comprender, eran fanáticos en la búsqueda para salvar al
mundo de las llamadas diabólicas criaturas. Y si bien el cazador humano corriente no perturbaba
demasiado a la raza Demon, los seres humanos mágicos llamados nigromantes, eran
completamente otro cantar. Sus hechizos entrañaban destinos peores que la muerte del Demon
capturado.
      Las acusaciones de Myrrh-Ann podrían significar una inquietante perturbación en la balanza
de su mundo. De algún modo, significaría que esta última amenaza mágica había renacido.
Algunos podrían decir que tal cosa sería inevitable debido a la reciente fascinación humana por
cultos y magia negra, que se habían intensificado, pero la especulación estaba más allá del
incidente real. ¿Un ser humano mágico? ¿Después de todo este tiempo? La historia de Myrrh-Ann
se volvía alarmantemente creíble.
     —Noah, cuida a Myrrh-Ann. Rastrearé a Saúl.
     —¡No! ¡Oh, por favor! —gritó Myrrh-Ann.
       Se abalanzó sobre Jacob, quién flotó fácilmente lejos y comenzó a elevarse lentamente en el
aire, con la intención de seguir adelante con su implacable deber. De repente sintió al viento
arremolinarse en un lugar del salón donde no debía sentirse nada, sentía la tempestuosa
indignación crecer, un reflejo de su temor.
     —Myrrh-Ann, no queda tiempo —dijo Jacob, la voz áspera resonaba contra el techo al que se
acercaba.
     La histeria dentro de su pecho se congeló. El aire se condensó y se mantuvo así mientras
obtenía su atención.
     —Si puedo encontrarlo a tiempo, trataré de salvarlo. Si no, sabes cual es mi deber. Créeme
cuando digo que prefiero traerlo de vuelta contigo y con el bebé.
     Con esas palabras, el Ejecutor desapareció dejando una estela de polvo.
     —¡Lo matará! ¡Asesinará a mi Saúl! —lloró Myrrh-Ann, los sollozos rasgando su cuerpo.
     —Si llega a eso —murmuró Noah suavemente— significará que el Saúl que amamos ha
desaparecido para siempre.



    Isabella se apartó de la ventana cuando escuchó en la puerta el sonido de las llaves de su
hermana.
     —Hey, Corr, ¿te divertiste? —saludó ella mientras regresaba a observar las estrellas.
     —Estuvo bien, —contestó su hermana, arrojando las llaves en la mesa y sacándose la
chaqueta— es un tipo agradable. Tal vez demasiado agradable.
     Isabella puso los ojos en blanco, buscando la orientación de las estrellas.
     —¿Cómo puede ser un hombre “demasiado agradable” en estos días y época?



                                                - 12 -
—Habló la gran experta en citas —replicó Corrine irónicamente. No podía recordar a Isabella
teniendo una cita, ni siquiera en secundaria. Corrine se encogió de hombros, claramente sin
entender la actitud antisocial de su hermana.
     Isabella la miró, abandonando su observación de la luna.
     —Entonces, explícame que significa “demasiado agradable”.
     —Bueno, vamos a ver… —Dijo Corrine, deteniéndose a su lado y uniéndose a la
contemplación de esa noche de Octubre— Es muy agradable, muy educado y muy predecible.
Creo que es eso lo que quiero decir. Es agradable pero nada excitante. Tal vez debieras salir con él.
     Isabella se rió, sus ojos se agrandaron con humor
     —¿Me acabas de insultar?
      —No, para nada—rió Corrine por lo bajo, mientras rodeaba con el brazo sus hombros y la
estrechaba fuertemente—. Es que me gustaría ver que conoces a un tipo agradable. Incluso si es
“demasiado agradable”. Aunque no creo que pudiera acostumbrarse fácilmente a los comentarios
que sueltas a veces. Oh, y quizás deba advertirle que aunque soy la hermana pelirroja, eres tú la
que tiene el temperamento desafiante.
     —¡Ja! No fui yo quién abrumó a mamá con la maldita rebeldía adolescente.
     Corrine rió.
     —Y no fuimos ninguna de las dos, quienes saturaron a papá con el genio de mamá.
     Las hermanas se rieron con complicidad. Cada una sabía perfectamente de dónde habían
heredado su franqueza y obstinación, genéticamente hablando.
     —Bueno, gracias por ofrecerme a tu novio de segunda mano —dijo Isabella con una
sonrisa— pero creo que pasaré.
       —Sírvete tú misma —contestó Corrine, levantando los hombros y alejándose de Isabella para
ir a la cocina. Echó una ojeada a la nevera.
      Isabella regresó a la ventana y observó la luna un poco más. Había algo en ello que siempre
la hacía sentir húmeda. Últimamente, estaba inquieta, ansiosa… algo. No sabía qué. Estar
enclaustrada en casa la estaba volviendo loca, pensó. Lo que realmente deseaba era salir fuera,
pasear por los alrededores. O correr.
     Sacudió la cabeza mentalmente. ¿Correr a medianoche por la peor zona del Bronx? Con
razón la gente pensaba que la luna llena volvía locas a las personas. Si alguien leyera sus
pensamientos ahora, no reconocerían a la calmada y culta Isabella a la que todos conocían y
amaban. Probablemente, la clavarían al suelo por su propia seguridad.
      De hecho, Isabella se preguntaba con frecuencia si la gente que conocía y amaba en realidad
la conocían del todo. ¿Cómo podían conocerla los demás, cuando ella misma empezaba a dudarlo?
      Tenía una vida confortable y apacible, aunque más bien era el patético estereotipo de una
bibliotecaria soltera. Incluso tenía el requerido par de gatos. Amaba los libros. Se podía obtener
tanta valiosa información, tanto que aprender, tantas historias que contar. Su apetito por todo eso
nunca había recaído desde el día en que aprendió a leer. Probablemente había olvidado más
información de lo que mucha gente leería jamás.
      Sin embargo, donde los libros habían sido la llave de su antigua alegría, Isabella ahora estaba
de alguna manera… insatisfecha.
      Isabella alcanzó la ventana y la abrió rápidamente, asomándose en el marco sin barandilla
hacia la noche fresca y brillante. Todo siempre parecía diferente cuando la luna brillaba tan
intensamente como el sol. A diferencia del sol con su brillo dorado, la luna lo volvía todo pálido o




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plata. Las sombras eran largas y misteriosas, el aburrido asfalto negro se convertía en una carretera
de incandescente gris.
     —Si te caes de cabeza, que te sirva de lección —remarcó Corrine sarcásticamente, detrás de
ella—. Pensé que volverías a poner la barandilla.
     —¿No dijiste que te ibas a la cama? —preguntó Isabella, sin molestarse en mirar atrás.
     Escuchó el chasquido de su hermana al hacerle burla con la lengua, la habitual respuesta de
Corr cuando no podía pensar lo bastante rápido en una respuesta.
      —Si, ya me voy a la cama. Asegúrate de cerrar la puerta antes de irte a dormir. Y no te
entretengas tanto mirando las estrellas, dijiste que mañana tenías que ir a trabajar temprano.
     —Lo sé. Buenas noches —dijo Isabella, despidiéndose sin darse la vuelta.
     No vio a Corrine poner los ojos en blanco antes de salir al pasillo hacia su habitación.
     Isabella se inclinó hacia el exterior de la ventana, abrazándose cruzando los brazos bajo el
pecho, mientras miraba cinco pisos abajo, a la acera. Su pelo se deslizó suavemente sobre el
hombro, como si fuera una sedosa serpiente negra que bajaba por el pecho hasta colgar
suspendida en el aire de la noche.
     Sus ojos vagaron hasta que observó a un hombre, vestido de negro y elegante, que se
acercaba a su edificio. Sus pisadas sonaban suavemente a través de la noche, su paso largo y
seguro. No sabía cómo, pero desde su posición podía asegurar que su andar casual era una pose.
Había algo en esa ágil figura masculina que se veía muy, muy en guardia y muy… despiadada.
      Calculó que era bastante alto, comparándolo con la altura de las puertas que acababa de
pasar. Su cabello era excepcionalmente oscuro a pesar de la brillante luz de la luna, probablemente
negro o marrón oscuro. No estaba segura, pero pensó que estaba sujeto en una coleta. Vestía un
largo abrigo gris, sin cinturón y desabrochado, con las manos metidas casualmente en los bolsillos.
Éste se desplazaba en torno a las piernas cuando se movía, abriéndose continuamente, revelando
una camisa gris azulada y pantalones negros. Caro, sofisticado y fascinante, aún en la distancia.
      Difícilmente este era un vecindario de lujo, y no se solía encontrar hombres elegantes y bien
vestidos con frecuencia. En estos barrios, era más bien una fuente de ingresos. En algún lugar en
los contenedores del próximo callejón, la campana de la cena sonaría.
      Apenas formular el pensamiento, el hombre se detuvo repentinamente. Vio destellar algo en
la oscuridad difuminado por la luna sobre su cara, y tuvo la extraña sensación de que había
sonreído. Estaba mirando alrededor, obviamente buscando algo.
     Entonces, miró hacia arriba.
      Inspiró suavemente mientras él mantenía su mirada fija, su corazón saltaba
inexplicablemente dentro del pecho. Esta vez le sonrió visiblemente, un repentino toque de blanco
entre luz y sombra. Dio un paso, echó un vistazo a ambos lados de la calle, y apoyándose de
manera casual en el poste del teléfono, volvió a mirarla.
     —Te vas a caer.
     Isabella parpadeó cuando esa voz sonora la alcanzó, envolviéndola. No estaba gritando. La
voz se había elevado cinco pisos y, sin esfuerzo, había llegado hasta su oído.
     —Pareces mi hermana.
     Tampoco gritó, como si supiera que no había ninguna necesidad. ¿Por qué no lo encontró
extraño? Bueno, en realidad lo encontró extraño. Simplemente no le molestó.
     —Entonces ya somos dos los que pensamos que no deberías asomarte así a la ventana.
     —Tomaré nota de tu preocupación —respondió secamente.




                                               - 14 -
Rió. El profundo, masculino y tentador sonido pareció concentrarse en torno suyo,
envolviéndola en su diversión. Esto la hizo sonreír y apretar los brazos a su alrededor más fuerte.
     —Además —continuó ella— mira quién habla. ¿Qué haces deambulando por esta zona en
mitad de la noche? ¿Tantas ganas tienes de morir?
     —Puedo cuidar de mí mismo. No me preocuparía.
     —Bien. Pero no respondiste a mi primera pregunta.
     —Lo haré —contestó él— si me dices porqué estás colgando de la ventana.
     —No estoy colgada. Estoy asomada. Y sólo estoy mirando.
     —¿Curioseando?
     —No. Si quieres saberlo, estaba mirando la luna.
     Observó cómo echaba una ojeaba al astro sobre su hombro, el vistazo fue tan rápido que
pensó que no le impresionaba tanto como a ella.
      —Y mientras observabas, ¿has notado algo extraño por aquí? —hizo la pregunta con un tono
indiferente, pero algo le advirtió a Isabella que su respuesta le preocupaba mucho más de lo que
demostraba.
     —Lo extraño es algo normal hoy en día. ¿Podrías especificar más?
     Lo sintió vacilar, sabía que se estaba debatiendo sobre algo. Soltó un corto y pesado suspiro.
     —Olvídalo, siento haberte molestado.
     —¡No, espera!
      Isabella se abalanzó, manteniendo la mano alzada en el aire. El movimiento desestabilizó su
precaria posición y, de repente, fue sacudida por la extraña sensación del desplazamiento y
propulsión de su cuerpo. Sus calcetines se deslizaron, el suelo de madera era un apoyo nulo, por lo
que sus pies se elevaron y la mayor parte de su peso corporal cayó sobre el alféizar. Un
estrangulado sonido de sorpresa escapó de sus labios mientras caía de cabeza en la noche negra y
plata. La sensación de caer le dio un vuelco al estómago y pensó que probablemente vomitaría si
no estuviera a punto de morir.
      Pero en vez de estrellarse en el duro hormigón, aterrizó contra algo sólido pero agradable.
Sintió un latigazo en el cuerpo cuando la velocidad cesó abruptamente, brillantes estrellas flotaban
tras los párpados firmemente cerrados.
      Isabella luchaba por respirar, la adrenalina la sobrecogió mientras se agarraba a cualquier
cosa sólida que tuviera a mano.
     —Está bien. Ya puedes abrir los ojos.
     Esa voz. Esa masculina, profunda, sexy, viva-y-no-aplastada-en-el-suelo, voz.
     Isabella abrió un ojo y miró sus manos posesivas. Estaban agarradas a la tela gris de las
solapas de su abrigo.
      —Santa mierda, —jadeó, sus ojos miraban boquiabiertos a la cara del hombre que al parecer
le había salvado de romperse el cráneo— santa… —Terminó de separarse, obteniendo una buena
perspectiva de los rasgos y haciendo que su sistema volviera a entrar en crisis.
     Era increíble e irresistiblemente hermoso.
      No había otra forma mejor de describirlo. Era mucho más que simplemente atractivo. Guapo
era un adjetivo masculino corriente que no alcanzaba a describirlo. Este hombre era francamente
hermoso. Los rasgos faciales eran tan elegantes, que llevaban el término regio al extremo. Cejas
oscuras como alargadas plumas sobre sus oscuros ojos, de un color indeterminado en las sombras
de la noche. Tan sobrecogedores, y a la vez, tan discordantes por la ridícula longitud infantil de las



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exuberantes pestañas. Esos magníficos ojos se avivaron con una suave y caliente llama de
diversión, mientras su boca sensual se arqueaba en una sonrisa que sólo podría describir como
pecadora.
      —¡Cómo hiciste… pero eso es… posiblemente no podrías! —balbuceó, las manos agarraban y
soltaban inconscientemente las solapas.
      —Lo hice. No lo es. Al parecer si podía —ahora sonreía ampliamente e Isabella tuvo la
certeza de que ella era la causa de ese invisible indicio de diversión.
     Lo miró furiosa, olvidando que acababa de salvarle el cuello. Literalmente.
     —¡Estoy tan contenta de que lo encuentres divertido!
     Jacob no pudo evitar sonreír. Estaba tan concentrada en él, que no se había dado cuenta que
aún estaban a unos buenos tres metros del suelo, flotando en el punto exacto donde la había
alcanzado tras su precipitada caída. Mejor, pensó, posándola en la acera mientras estaba distraída
enfadada por su diversión. Iba a tener bastantes problemas para explicar cómo había podido
atrapar a una mujer lanzada desde cinco pisos de altura hacia su muerte. Veamos… cinco pisos
multiplicados por… oh, cerca de cincuenta y siete kilos… gravedad multiplicada...
     —Yo no encuentro tu situación entretenida —dijo él honestamente, con mucho cuidado de
acaparar su atención cuando trajo su peso de nuevo a normas humanas. —Yo, en realidad, estoy
complacido de ver que no estás herida.
     Isabella pestañeó un par de veces, dándose cuenta de pronto de lo que este extraño había
hecho por ella.
      Jacob observó el cambio en su expresión, de la belleza juguetona, de la indignación
malhumorada a un profundo horror. Mentalmente se dio unas patadas, recordando su corta
llamada, aún cuando lógicamente no lo había evitado. Él observó como ella se mordió su labio
inferior para impedir que temblara. Esa simple vulnerabilidad envió una sensación desgarradora
por su pecho, dejándolo inexplicablemente sin aliento. La conciencia y la emoción explotaron a su
alrededor y Jacob se encontró mirando fijamente todos y cada uno de los matices de la mujer que
estaba sus brazos.
      Ella era una cosita compacta y curvilínea, y su menudo encuadre era suave y femenino en
todos los lugares en los que a los hombres les gustan abundantes. La luz de la luna realzaba una
impecable complexión, pálida como la transparencia de algunas de las Caminantes Nocturnas que
él había visto a lo largo de su extensa vida. Ella tenía un sinuoso cabello negro, ridículamente largo
y grueso, y podía sentir el peso de él cuando se arrimó a su pecho y se adhirió a sus bíceps. Sus
rasgos eran pequeños y delicados, su exuberante boca, sus ojos tan grandes como los de un
inocente niño. Un hada con ojos violeta, que se tornaron lavandas a la luz de la luna. Era
asombroso cómo la luz de la luna realzaba su belleza. Mientras la acunaba contra su pecho, él se
maravilló de cuan cálida era ella. No se había dado cuenta de lo atractivo que podía ser el calor
humano.
      Jacob se vio atrapado en el límite de un pensamiento ilícito y la realidad retornó en una
explosión de conmoción. Casi la dejó caer en su prisa por apartarla de él. Chasqueando una ácida
mirada a la luna sobre su hombro, enterró sus manos en los bolsillos de los pantalones para resistir
la bizarra urgencia de atraerla hacia sí.
      Encontrándose en sus pies otra vez, Isabella se sintió mareada y desconcertada. El hombre se
había puesto abruptamente a una distancia considerable, como si ella fuera la portadora de alguna
enfermedad. Por otra parte, la mayoría de los hombres se sentían incómodos cuando una mujer
mostraba cualquier signo de angustiosas emociones. Aún así, él se quedó lo bastante cerca para
llegar a ella si lo necesitara, pero sólo le tomó un respiro o dos para que ella volviera a estar clara y
firme otra vez.



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Jacob la observó suspicazmente mientras ella enroscaba un gran mechón de sus cabellos tras
la oreja, lugar no lo suficientemente grande para mantenerlo fijo. La espesa y sedosa nube regresó
adelante en el momento en que ella lo soltó. Se encontró abrumado por la necesidad de
colocárselo por ella, sólo porque así descubriría la textura de él. Tragó pesadamente,
maldiciéndose en su propio lenguaje, su mandíbula apretada rígidamente.
     —No sé cómo agradecerle, señor… uh…
     —Jacob —completó él. Su tono de gruñido la hizo empezar a retroceder.
     —Señor Jacob —dijo ella inquietamente.
     —No, sólo Jacob —corrigió él, forzándose a hablar más uniformemente, odiando la idea de
que ella también le temiera como los demás. Era humana. No tenía ninguna razón para temerle.
     —Bueno, Jacob —dijo ella, sus ojos lavanda lo estudiaban cautelosamente. Sin embargo, un
momento después, se mostró audaz—. Yo soy Isabella Russ, y te estoy extremadamente
agradecida por… por lo que hiciste. No puedo creer que no te rompieras el cuello.
     —Soy mucho más fuerte de lo que se ve —ofreció él como explicación.
      Bella encontró eso difícil de creer. Él se mostraba cada centímetro poderoso como debía ser
para haberla atrapado como lo hizo. No estaba brutalmente constituido, pero tenía un torso
agradablemente amplio, anchos hombros, y definitivamente, sus ropas no escondían nada de su
estado físico. Era delgado, atlético, tenso y apretado en los lugares precisos de lo poco que podía
ver y había sentido por debajo de su abrigo gris. Pero más allá de su oscura buena apariencia, gran
cuerpo y su coleta de pirata, Jacob tenía un aire de poder como ella no había encontrado en ningún
otro. Si, él era, definitivamente, más fuerte de lo que se veía y no sólo físicamente.
      Fue suficiente para hacer temblar, incluso, a una impasible bibliotecaria. Un paquete total,
completado con un acento europeo tan rico y elegante, como el resto de él, húngaro o croata,
quizás. Él estaba calmado, elegante y controlado, exhalando una confianza en sí mismo que
perforaba y una subyacente peligrosidad que enviaba esos temblores a través de su espina.
Ciertamente, un total y atractivo paquete.
     Uno que probablemente estuviera casado y con seis hijos.
      Isabella suspiró cuando se reencontró con la realidad, la liberación de su aliento removió el
pelo sobre su frente. —Bueno, de todos modos, gracias, por… bien… ya sabes. —Ella señaló con
descuido hacia la ventana de donde había caído. Sus cejas se juntaron con perplejidad por un
momento. ¿Cómo, exactamente, había podido él atraparla sin romperse la espalda? Parecía
imposible.
     Repentinamente, Isabella sintió los vellos de su nuca erizarse.
      Jacob observó la pequeña cabeza del hada girar alrededor bruscamente, sus bonitos ojos se
entrecerraron con cautela. Fue suficiente para activar sus propios instintos y sintió, en la noche, lo
que fuera que la había perturbado. Para su asombro, ella había apuntado hacia la misma cosa que
él había estado buscando.
      Malevolencia. Terror. El terror absoluto de Saúl. Jacob pudo oler su miedo. Podía saborear la
marca acre de la magia negra. Estaba cerca, justo como Jacob había sospechado que estaría cuando
su rastro se había terminado en esa área. Lo que sea que había tirado a Saúl pateando y gritando
hacia la misma oscuridad, una vez más estaba invocando, envenenando y torturando al Demon
encarcelado.
      Aún así, los sentidos cazadores de Jacob no atrapaban ningún rastro, no encontraban
dirección.
     Perplejo, giró la cabeza alrededor y fijó su mirada en la pequeña mujer humana, quien seguía
parada con su cabeza dirigida hacia el desconocido más allá. ¿Sería posible? ¿Podía esa mujer



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haber retenido aquellos instintos que, un par de horas antes, él había acusado a su raza de haber
perdido, sintiendo incluso aquello que él no podía ver, para llegar a una solución? Él nunca había
escuchado tal cosa.
     Pero Jacob sentía su perturbación, oliendo el cambio en su química corporal mientras su
adrenalina se armaba en una reacción de vuelo o lucha clásica. Oh, si, ella definitivamente tenía la
sensación del mal que se acercaba.
     —Sería mejor si nos quitamos de la calle —dijo ella rápidamente, alcanzándolo para tomar su
brazo.
         —¿Por qué? —contrarrestándole, asentándose donde estaba contra su arrastre.
     —Porque no es seguro —dijo ella, como si se explicara a un niño de dos años—. Ahora deja
de hacerte el macho y haz lo que yo digo.
     ¿Hacer lo que ella dice? ¿Está esta mujer diminuta tratando de protegerme? El concepto lo
impresionó.
      —No me estoy haciendo el macho —replicó él, siendo deliberadamente obtuso ahora que
veía cómo su ansiedad y reacciones crecían como una ola. Fue hipnotizante observar cómo ella se
ruborizaba, su pulso recorrer como loco por su delicada garganta y sus pechos llenos hincharse
con su creciente respiración.
         —¡Oy! —Isabella puso en blanco sus ojos— ¡Está bien! Como quieras. Sólo salgamos de la
calle.
         —¿Por qué? —insistió.
      Él observó fascinado como una vez más hizo volar hacia atrás su cabello con un exasperado
suspiro y plantar sus puños alrededor de sus redondeadas caderas, sus pies reforzados y
obstinadamente separados.
     —¡Mira, hay algunos lugares donde no es una buena idea estar parado en medio de la calle
discutiendo, y éste es uno de ellos! Si estás empeñado en quedarte aquí, bien. Yo voy…
      Ella se detuvo con grito agudo de asombro, su mano voló hasta su garganta y un gorjeo débil
parecido a un burbujeo. Jacob instintivamente la alcanzó para ayudarla, no gustándole la amplia y
salvaje mirada de sus atribulados ojos lavanda.
         —¿Isabella? ¿Qué es? —demandó él, tirando de ella para protegerla en su abrazo.
         —Alguien… ¡Oh, Dios! ¿Es que no puedes olerlo?
      Podía. Estaba a su alrededor, débil pero inconfundible. El olor de la carne ardiendo. Azufre
también. Pero él había perfeccionado los sentidos cazadores de cada especie predadora que el
quisiera, y no era ninguno de esos sentidos el que le trajo el olor hasta él. No había rastro, ni
huella. Se ocultaba de él. Estaba perplejo, pero sólo pasó un momento así. Ahí estaba esta humana
que no tenía tales habilidades como las suyas, jadeando por respirar, comportándose como si
tuviera respirando espesas nubes de humo y azufre cuando claramente no lo estaba. No
físicamente.
         Era alguien más.
         Saúl.
      Un tipo de claridad ardió detrás del cerebro de Jacob, aunque estaba más desconcertado que
nunca. El Ejecutor no hizo una pausa para reflexionar los por qué, los cómo o las complicaciones
de lo que estaba pasando. Él sólo quería saber una cosa.
         —¿Dónde? ¿Puedes decírmelo, Isabella? ¿Dónde está?




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—¡Cerca! ¡Dentro de mí! —sus manos agarraron la tela de su blusa sobre su pecho como si
quisiera quitarse esa presencia. Sus ojos lagrimearon, gruesas gotas fluyeron por su rostro tratando
de lavar el humo que ni siquiera estaba ahí.
      —No. Escúchame —él tomó su rostro entre sus manos, percatándose de lo pequeña que era
entre ellos, y delicadamente, elevó su rostro hasta el suyo. —Esta cerca, pero no dentro. ¿Dónde?
¡Mira y dime dónde!
     Isabella se zafó de su agarre y empezó a correr, tosiendo y ahogándose en el humo fantasma
mientras se agitaba y escapaba. Jacob fue rápidamente tras ella y dieron la vuelta a la esquina y
cruzaron la calle. Ella tomó una esquina más y se chocó de frente con unas imponentes puertas
oxidadas de acero corrugado.
      Un depósito. Por mucho tiempo abandonado, y sin embargo, en una ventana superior se veía
el violento parpadear de unas luces. Una antinatural y fría luz que Jacob tontamente pensó que
nunca volvería a ver en su vida. Agarró a su pequeña guía por los hombros, apoyando su espalda
contra su cuerpo al tiempo que se inclinaba sobre su oído. A pesar de la disparidad de alturas, ella
encajó contra él impecablemente.
      —Escucha —murmuró él suavemente, mientras ella continuaba luchando por respirar. —
Esta no es tu agonía, Bella. No la hagas tuya —él echó un vistazo hacia arriba, al siniestro brillo en
la ventana, su corazón palpitando con fuerza por la presión de actuar, pero no podía dejarla allí
sofocándose. Si su mente asumía lo suficiente como para reaccionar con lágrimas y una voz ronca,
entonces ella podía considerar que se estaba asfixiando.— Puedes ver que no hay humo. ¿Me estás
escuchando, Isabella?
     Ella lo hacía. Aunque no podía hablar, lo expresó en su primera clara y profunda aspiración,
que se sintió como años para ambos.
      —Bien —susurró él, su cálido aliento rozó su sensible cuello.— Ahora quédate aquí, fuera de
vista, y sólo respira.
     Jacob llegó hasta el empalme de las puertas y tiró de ellas, abriéndolas, como si estuviera
rasgando papel y no enormes libras de acero, camuflando el sonido como un asunto de segunda
naturaleza. Alguien dentro lo percibiría simplemente como el metal crujiendo por el viento.
      Instintivamente, Isabella lo siguió dentro de esa oscuridad, más allá de las puertas, sin hacer
caso de sus instrucciones. Temía lo que estaba pasando, pero tenía más miedo de quedarse sola.
Ella se arrastró tras él, sus manos se agarraban a su ondeante abrigo mientras cruzaba de un tranco
a través del terreno y la sombra. Hubo como bengalas de luz y luego oscuridad, esa combinación la
encegueció dolorosamente. Jacob caminó sin vacilación, como si estuviera a plena luz del día,
moviéndose hacia esa luz con un sentido de amenaza que era palpable para ella. Inesperadamente,
lo sintió elevarse ante ella, aparentemente subiendo una escalera. Él se soltó de su agarre y ella se
quedó buscando la escalera por su cuenta.
      No pudo encontrarla. No importaba lo mucho que hubiera buscado alrededor, no pudo
encontrar el medio que él utilizó para llegar al nivel superior del depósito. Todo lo que pudo hacer
fue girar hacia la luz que ahora iluminaba su figura, mientras él, lenta y furtivamente se acercaba a
la fuente de ello. Su áspera respiración parecía hacer demasiado ruido mientras ella luchaba por
oxígeno. Jacob se movió más y más cerca.
     De repente, él saltó.
     Realmente saltó.
      Isabella podía haber visto cosas en medio de esa neblina y penumbra, pero podía haber
jurado que el hombre realizó un ágil salto de casi ocho metros desde donde estaba parado hasta la
refriega con lo que fuera que estuviera allí arriba.
     El infierno, sin demora, se desató.


                                                - 19 -
Sin advertencia, el humo que ella había olido se agitó en la luz enfermiza, se derramó como
una cascada de agua verde, óxido y negras nubes. Luego hubo una enorme explosión, desechos y
cuerpos cayeron del desván como misiles, forzando a Isabella a esquivarlos y cubrirse, sus ojos
ardieron con las bengalas de luz.
     Increíblemente, llovían hombres.
      Jacob se estrelló en el suelo a casi 3 metros a la izquierda de Isabella, con un sordo y
discordante sonido de huesos que levantó una enorme nube de polvo. Otro cuerpo cayó entre unas
cajas no muy lejos. Un tercero golpeó el suelo cerca de las puertas abiertas, de hecho, aterrizando a
sus pies. El hombre absorbió el choque de su aterrizaje como un gato. Entonces, con un remolino
de la tela de su abrigo, ¿o era una capa?, giró y corrió hacia las puertas abiertas.
      Ignorando todo lo demás, Isabella agarró por los amplios hombros al hombre que se
esforzaba pesadamente por respirar, en el suelo.
     —¡Jacob!
      —¡Isabella, sal de aquí! —Jacob rugió la orden mientras se sacudía torpemente a sus pies,
agarrándola y empujándola hacia atrás y lejos de él, con tal fuerza que ella cayó embarazosamente
y aterrizó sobre su trasero. Chisporroteó durante un momento, maldiciendo sin elegancia y con
marcado dolor, con toda la intención de decirle al Sr. Jacob Macho que se fuera al infierno.
      Las palabras se le congelaron en la garganta cuando el hombre que había caído entre las
cajas, se elevó rápidamente encima de ellos.
     Literalmente, se elevó.
     Flotando directamente en el aire.
      Isabella jadeó cuando fue testigo de eso y entonces se dio cuenta de varias cosas sumamente
importantes. El hombre que se cernía sobre ella y Jacob, no era en absoluto un hombre. Aunque
bípedo y relativamente humanoide, era en realidad alguna clase de enorme criatura con infernales
ojos verdes que brillaban con ferocidad fuera de su deforme cabeza. Tenía largas y enormes orejas
que empujaban hacia delante y arriba, abanicando como si fueran bandas o aletas en lugar de
orejas.
     Tenía colmillos.
     Oh, y alas muy, muy grandes.
     Isabella tuvo una extraña e histérica necesidad de reírse.
     Está bien. ¿Cuándo exactamente, se preguntó, me quedé dormida? Por supuesto, la gente no
atrapa a personas que caen por la ventana. Ella nunca habría seguido a un extraño hasta un
depósito abandonado. Y no existían tales cosas como acolmilladas criaturas con cara de
murciélago, volando sobre el Bronx.
     Entonces la criatura se dirigió directamente hacia ella.
     Muy bien, es tiempo de despertar, pensó mientras el pánico crecía en su garganta.
     La cosa alada empezó a hacer un salto hacia ella.
      Como un intermitente relámpago, Jacob voló del suelo en un increíble salto, enlazando con el
monstruo en el aire. La colisión fue un enfermizo sonido de carne y huesos impactándose, que hizo
que Isabella se estremeciera. El ímpetu de Jacob envío la madeja de cuerpos, lanzándolos a través
del cuarto hacia otras cajas.
     Frenéticamente, Isabella exploró a su alrededor en busca de alguna clase de protección. Lo
primero que encontró fue una pesada barra, la herrumbre se descascaraba en sus manos, arañando
sus palmas cuando la recogió. La golpeó en los pies, sosteniéndola como un boxeador de
Louiseville, agitándola amenazadoramente en caso de que Jacob no pudiera terminar el trabajo.



                                               - 20 -
No lo hizo.
     De repente los dos cuerpos en lucha saltaron de entre las cajas en una ráfaga de cartones
voladores. Esta vez, la viscosa criatura tenía una mano levantada, sus enormes alas aumentaron la
velocidad, lanzando a Jacob vulnerablemente hacia arriba, golpeándolo de lleno y enviándolo al
techo. El sonido de las grandes placas de metal colapsó a través de las sombras e Isabella observó
con horror como Jacob caía a plomo a la tierra igual que una pesada piedra.
      Él se golpeó en una velocidad atronadora, el atroz impacto levantó otra nube de polvo.
Isabella se ahogó, horrorizada, cuando vio un charco negro que salía de atrás de la hermosa y
oscura cabeza de su intrépido salvador.
      Se detuvo, congelada en su lugar, mientras la criatura le sobrevolaba encima una vez, dos
veces, y luego volvía sobre ella como si fuera un depredador anticipado hasta que sutilmente
aterrizó descansando en las almohadillas con garras de sus pies. Le lanzó una buena mirada,
admirando su viscosa piel rojiza, su protuberante pecho y el cóncavo abdomen. Sus labios eran
finos y se abrieron para mostrar dos hileras de colmillos, así como los dos caninos que se alargaron
en una terrible medida. Las manos eran lo peor, terminadas en unas verdosas garras de 15
centímetros de longitud, goteando un líquido negro sospechosamente parecido al charco que se
formaba bajo Jacob.
     —Bonita —siseó eso.
     Muy bien, entonces la voz es peor que las manos, rectificó Isabella mentalmente.
     —Si, bueno, podrías hacerte una limpieza facial o algo así —Isabella se cubrió la boca con
una mano llena de óxido. Oh, grandioso, Bella, fastidia a la gran criatura malvada, ¿por qué no?
     —Bonita carne —procesó la espeluznante cosa.
     Bueno, eso no sonó muy bien que se diga, determinó ella.
     —Um… sabes, he escuchado que ser vegetariano es la moda en estos días —exclamó, con
una chillona voz mientras la bestia avanzaba hacia ella un paso, forzándola a retroceder.
      —Carne tibia. Carne caliente —entonces la cosa hizo una cruda especulación acerca de cierta
parte de su anatomía femenina.
      —¡Hey…. Cuida tu boca, amigo! Y quédate donde estás o…. o —Isabella levantó la barra de
modo amenazador, tratando de pensar en la mejor manera de intimidar a una gárgola.— O serás
tú el que se verá golpeado en su carne.
     Bueno, era un hombre después de todo, y hay cosas que deben ser universales.
     Por otra parte, pensó ella con una malvada sonrisa, extendiéndose para acariciarse entre las
piernas, puede que no. La mirada que recibió de la criatura era de pura lascivia, sus ojos se
pusieron en blanco, la baba goteaba por su barbilla.
     Ahora, si eso no era universal, ella no sabía lo que era.
     Repentinamente, la cosa se cansó de jugar con ella y saltó hacia delante. Isabella chilló
alarmada, instintivamente se tiró al suelo, rodando hacia fuera del área de objetivo de la criatura.
Se puso en pie más fácilmente de lo que hubiera pensado que una comelibros como ella podría ser
capaz. Giró, su corazón palpitaba violentamente, justo a tiempo para ver a la cosa recuperarse y
arremeter con ira hacia ella una vez más. Esta vez, lo único que podía hacer era batear con la vara
en sus manos, rogando hacer contacto lo suficientemente fuerte.
     No lo logró.
     En vez de eso, hizo un giro de 360 grados. Sin demora, se cayó de espaldas.
    Todo esto al tiempo que la criatura caía sobre ella, riendo y babeando con regocijo en un
minuto y gritando terriblemente de dolor, al siguiente, mientras se clavaba en la vara que ella aún



                                                - 21 -
sostenía, enterrándose en su pecho. Isabella parpadeó, sorprendiéndose de cuan fácil parecía
deslizarse dentro de la criatura, sin ninguna presión o contrafuerza necesaria de sus manos.
Enseguida fue consciente de que potentes manos la sacaron de debajo del retorcido monstruo justo
a tiempo para salvarla de incendiarse cuando la criatura irrumpió en una conflagración de llamas.
      Después de una salvaje y caliente llamarada, la criatura se desintegró en un soplo de humo y
cenizas. El sobrecogedor hedor de azufre provocó arcadas en Isabella, aún cuando se protegió en
un ahora familiar abrigo, siendo sacada rápidamente de allí. Una vez más, aspiró varias veces aire
fresco y pudo secarse las lágrimas que caían por su rostro, miró hacia aquellos oscuros y
preocupados ojos, que ya empezaba a conocer.
     —¡Jacob! ¡Pensé que habías muerto!
    —Difícilmente —le aseguró, apartando la suciedad y las lágrimas que manchaban sin
compasión sus mejillas.— Sólo fue el viento que me noqueó.
     —¡Ya lo creo que si! ¡Estás sangrando!
      Ella trató de revisarle la herida de la cabeza, pero él atrapó su muñeca con una mano firme
antes de que pudiera tocarlo.
    —Estoy bien —insistió él.— Soy yo quien debería estar preocupado por ti. ¿Cómo lograste
mantenerlo alejado de ti?
     —No lo sé. Sólo agarré lo primera cosa que pude.
      Ella abrió la mano, dándose cuenta de que aún tenía la oxidada vara fuertemente sostenida.
Estaba cubierta por una pegajosa sustancia que no estaba segura de identificar. La sostuvo hacia
Jacob, quien saltó hacia atrás como si le fuera a prender fuego. Le agarró la muñeca, la giró
alejándola de él, y le dio unas pequeñas sacudidas hasta que la vara ofensiva cayó golpeando el
suelo.
     —Hierro —dijo él, con sosegado tono claramente perplejo.— ¿Cómo diablos sabías que
debías usar hierro?
     —No lo sabía. Era lo único que había ahí. Fue suerte, supongo.
     De alguna manera, Jacob lo dudó. Pero se guardó su opinión. Evidentemente, este oportuno
encuentro se estaba convirtiendo en algo más complejo.
     —Jacob, ¿qué era esa cosa? Quiero decir, ¿era real? Espera. No contestes a eso. Por supuesto
que era real. ¿Pero cómo? ¿Era alguna clase de experimento que salió mal? Nunca había visto nada
como eso.
     —Eso… —Jacob vaciló, suspirando una vez.— Eso solía ser uno de mis amigos.




                                               - 22 -
CAPÍTULO 2


      Jacob se paseaba de un lado a otro del salón, pasándose los dedos de ambas manos por el
pelo que ya tenía marcas de pasadas anteriores. Aunque no le había gustado mucho decirle a
Myrrh-Ann que su marido había muerto, Jacob había cumplido con su deber. Ella había entendido
las implicaciones de la captura de Saul y Noah había intentado prepararla para lo peor, pero
Myrrh-Ann había reaccionado compresiblemente con una mezcla de pena y furia. Había atacado a
Jacob con su poder y con el contacto más personal de sus puños.
      No había tenido ocasión de hacerle daño físico. Noah había tendido la mano para tocarla,
drenando la energía de su cuerpo violento y sacudido. Se había desmayado en los brazos del
Ejecutor. Jacob había sido incapaz de sujetarla. Mientras su peso reposaba contra él había podido
sentir el susurro de una nueva vida contra él a través de su hinchado abdomen. Había sentido
como si fuera una traición tener esa clase de intimidad cuando la madre nunca lo hubiera
permitido si hubiera tenido la oportunidad.
     Myrrh-Ann no necesitaba saber que un humano había matado a Saul. Era preferible que
maldijera a Jacob, que odiara a aquel que, por las leyes, se encargaba de entregar tales sentencias a
que odiara a una mujer vulnerable que casi no sabía lo que había hecho. Noah había notado que
estaba reteniendo información. El Ejecutor era consciente de las percepciones de su monarca pero
aún no había podido explicarse. Antes necesitaba tiempo para pensar. Necesitaba arreglar las
implicaciones de esta noche antes de que alguien más supiera lo que había pasado realmente en
aquel almacén.
      Primero y principalmente estaba la prueba de la existencia de un auténtico necromántico,
uno nacido con poder y destreza suficientes en las artes oscuras para convocar a un Demon. Lo
había visto con sus propios ojos aunque le avergonzaba y le enfurecía admitirlo, porque entonces
también tendría que admitir que había permitido que ese manchado ser escapara por el mundo
desenfrenado. La súbita aparición de un mago no era de buen agüero para la raza de Jacob. En
realidad no era de buen agüero para ninguno de los clanes de Nightwalker. Donde había uno
seguro que habría otros y los Demons no eran sus únicas víctimas.
     Y también estaba…
     Paró sus paseos alzando la mirada, al techo, donde ahora dormía Isabella en una habitación
por encima de él. Le había roto una cápsula de hierbas bajo la nariz; la composición la indujo al
sueño, permitiéndole largarse con ella a su casa en Inglaterra pasando desapercibidos.
     La mujer había hecho lo imposible. Había matado a un Demon. Incluso más imposible, antes
de matarlo lo había percibido, había empatizado con él y le había seguido el rastro. Una humana
capaz de matar a un Demon era algo inaudito. A menos que la humana fuera una necromántica.
      Isabella no era un mago. Jacob lo hubiera sabido instantáneamente. Había un aura
antinatural, un hedor infame pegado a los magos. El cabrón que había capturado a Saul lo había
esparcido por todo el desván. La putrefacción todavía chamuscaba la sensitiva nariz de Jacob. El
olor de Isabella era suave, limpio y deliciosamente puro. Incluso bajo toda la suciedad de aquel
almacén, Jacob todavía era capaz de oler la seductora sustancia de su olor. Ni perfume ni loción ni
hábitos disolutos, ni siquiera el almizcle territorial de un macho estropeaban su aroma.
      Tampoco era alguno de los otros inmortales que vagaban en la noche. Los Nightwalker que
elegían moverse entre los humanos eran casi indistinguibles entre ellos. De cualquier forma las



                                                - 23 -
razas podían identificarse unas a otras por las pequeñas diferencias que daban aunque se alejaran.
En la mente de Jacob no había duda de que Isabella era humana.
      Pero, ¿una humana que podría matar a un Demon? Incluso los Demons lo tenían difícil para
matarse entre ellos. Por eso ser el Ejecutor era un trabajo letal. Sólo los más ancianos de su raza
eran lo suficientemente poderosos para causar daño mortal y sólo Jacob estaba autorizado sin
reservas para hacerlo. La pena capital era terriblemente rara y no era tarea fácil cumplir tal
sentencia.
     Como se había probado esta noche.
      Isabella simplemente había cogido una barra de hierro y la había hundido en el corazón de
Saul. Jacob no podía hacerlo. Ningún Demon podía soportar tocar el hierro El contacto era como
de ácido violento contra la piel. Si la herida era profunda, la agonía era atroz. Si penetraba en el
corazón o el cerebro significaba la muerte. Jacob se miró las manos; sus pulgares estaban
ligeramente quemados por el óxido que se había mezclado con las lágrimas de Isabella. No se
había dado cuenta del contacto hasta que empezó a irritársele la piel.
      A pesar de todo el esqueleto de un Demon era como el acero, casi inmune. ¿Cómo había
podido hundir la barra entre las costillas y el esternón hasta alcanzar el corazón una cosita como
ella? Además, al contrario que la vulnerabilidad de los licántropos a la plata, ampliamente
conocida por la ficción, la debilidad de un Demon ante el hierro no estaba en la vanguardia del
conocimiento humano. ¿De alguna manera había sabido ella este oscuro detalle? Suponiendo que
podría asumirse que ella sabía lo que era Saul aunque, después de transformarse, Saul había
parecido el epítome del ideal humano de un Demon. ¿O, como parecía, todo había sido una
afortunada casualidad?
      Jacob recordaba haber vuelto en si encontrándose en el suelo del almacén, sacudiéndose de
los ojos la sangre y el cabello. Justo en el momento en que vio al monstruoso Saul echándose
encima de la pequeña mujer y dándose cuenta de que no podría alcanzarla a tiempo. Le estaba
zumbando la cabeza de tan mala manera que ni siquiera podía concentrarse para usar su poder.
Nunca antes había tenido tal sentimiento de frustración o desamparo. Cometió errores
imperdonables en el encuentro y casi les había costado la vida. La providencia no tendría que
haber entrado en la situación. Con o sin cien años entre encuentros debería haber recordado como
era vérselas con un Transformado.
      Jacob debería saber dónde se enfocaba la loca mente y el cuerpo de Saul cuando avanzaba
sobre la pequeña y llamativa mujer. Un Demon tan adelantado como estaba Saul en ese momento,
sólo tenía dos necesidades básicas y urgentes. La primera era la autoconservación. Por eso era una
ventaja formidable tener un Demon esclavizado. Una vez que se eliminaba su civilización
mediante los hechizos ácidos que lo encadenaban, la criatura capturada haría cualquier cosa por su
amo si se le prometía la vida o la libertad, incluso usar sus poderes elementales.
      Una vez que la autoconservación estaba satisfecha, el siguiente pensamiento del Demon
Transformado era, por supuesto, satisfacer su desenfrenada lujuria, un estado que se magnificaba
especialmente en la luna llena de Samhain. Era parecido a lo que Jacob imponía y por lo que
castigaba a sus hermanos. Era lo que la mujer pelirroja hubiera experimentado si él no hubiera
tenido vigilado a Kane. Pero el tratamiento de Kane para esa mujer palidecía en comparación con
la forma en que Saul hubiera violado a Isabella, transformado y pervertido como estaba. El sólo
pensamiento hacía que la repugnancia reptara cuello abajo haciendo que su corazón tartamudeara
con un palpitar rápido y doloroso. Jacob había visto el falo dilatado de Saul mientras se colocaba
encima de Isabella. Cerró los ojos contra las viles imágenes de su imaginación, cerrando las manos
en puños feroces mientras desechaba las imágenes.
     Estaba prohibido a un Demon dañar a un humano inocente de cualquier forma. Era su regla
de oro y era la ley que Jacob había jurado defender por encima de todo. Por encima incluso de los



                                                - 24 -
deseos de Noah si iban en contra. Era particularmente tabú intentar aparearse con un humano.
Eran demasiado frágiles para tal volátil suplicio. Jacob pensó una vez más en Isabella, tan delicada
y tan pequeña, mucho más pequeña que los de su especie. Hacer el amor con un Demon llevaba
consigo una ferocidad elemental que a menudo sobrepasaba las agresiones excesivas. Isabella se
partiría como una frágil ramita ante la avalancha de una pasión como esa.
      Esto no significaba que Kane o Gideon o tantos otros a los que Jacob había aplicado la ley
durante siglos, fueran pervertidos de la peor especie. Eran meramente víctimas de la maldición de
su raza. Los Demons pasaban la totalidad de los cuartos creciente y menguante de la luna de los
Sagrados Samhain y Beltane luchando por mantener el control. Cada minuto de esas potentes
festividades eran un ejercicio de tortura mientras sus cuerpos y sus espíritus gritaban a la luna
enloquecedora. En alguna parte de sus códigos genéticos estaba escrito que, durante esas fases de
la luna, la necesidad de aparearse sobrepasaba todo lo demás. Como un animal en celo, sufrían el
impulso irrefrenable que, incluso los más refinados y civilizados de su especie, tenían que luchar
para controlar. Normalmente, los Demons se satisfacían entre ellos; pero viviendo entre humanos
como vivían, era demasiado fácil mal orientar el instinto de aparearse.
     Cada año se encontraba cazando a los más respetados de los Ancianos que habían caído
presa de esta condición. Le apenaba terriblemente ver la locura en esas caras que estimaba. O, en el
caso de Kane, que amaba.
      Jacob nunca había sido víctima de la locura. Ni incluso de novato se había debilitado hasta el
punto de desear a una hembra humana. Pero había sido novato hacia cientos de años y entonces
no había seis billones de humanos en el planeta. Incluso así, siempre había tenido dificultad en
imaginarse cómo sería esa atracción. Aunque parecían iguales, los Demons y los humanos eran
muy diferentes química, mental e intelectualmente. Aún así, preguntarle a un Demon la razón por
la que se sentía atraído por un ser más débil cuando estaban en la agonía del impulso, era inútil. Y
si tenía que ser completamente honesto consigo mismo, antes había habido un momento en que
incluso sintió el poderoso tirón de un cuerpo suave y cálido y de unos ojos hermosos color lavanda
de luna.
      Jacob juró suavemente, pasándose la mano por el cabello otra vez mientras iba a servirse un
trago. No era el alcohol de los mortales lo que buscaba sino leche animal, a temperatura corporal
preferiblemente, aunque también serviría a temperatura ambiente. La leche de cabra, de oveja e
incluso otras clases de leche más exóticas que se elaboraban para niños procedentes de los más
inusuales animales, eran intoxicantes para los Demons, de forma parecida a lo que el alcohol
producía en los mortales; la leche común pasteurizada y homogeneizada que se vendía en los
supermercados tenía un efecto tan potente como una copa de vino y por ejemplo la leche de jirafa
podría ser el equivalente a un brandy fuerte y exótico. El resto eran más o menos fuertes
dependiendo del animal y de dónde se hubiera criado, de la misma forma en que un vinatero o un
cultivador de viñedos elaboraría un producto específico.
      Jacob se sirvió un vaso de leche de cabra del Himalaya y se hundió en las profundidades del
sillón. Giró la cabeza intentando aliviar los nudos del cuello, dándole vueltas a los mismos
pensamientos otra vez y sabiendo que pronto, le encontrara o no sentido al asunto, iba a tener que
hablar con Noah.
     —¿Hola?
     Jacob se sobresaltó ante el suave saludo inseguro y se puso en pie volviéndose bruscamente
para mirar a Isabella que se restregaba los somnolientos ojos mientras bajaba pesadamente un
peldaño tras otro.
     ¡Imposible!




                                               - 25 -
Él no era capaz como Kane de inducir a la mente de una persona al sueño, ni podía forzar al
sueño drenando la energía como hacía Noah, pero coño, sí que sabía mezclar hierbas lo
suficientemente potentes para que sirvieran. ¡Ella debería haber dormido durante horas!
     —Hola —dijo sonriéndole con aire somnoliento cuando le pilló mirándola desde abajo. —
Jacob, ¿verdad?
     —Sí —contestó sin poder hacer otra cosa que responder.
       Sus ojos se deslizaron sobre ella mientras se devanaba los sesos para encontrar una solución
pero sólo pudo recordarse a sí mismo la figura fabulosa y deliciosa que tenía ella. Se había
manchado la ropa en el almacén, así que la había desnudado de sus vaqueros, camiseta y calcetines
y le había puesto una de sus camisas. De alguna forma, verla con ella, respirando, despierta y vital
fue un atractivo estímulo visual. Se movía como un gatito, despacio y vulnerable e
irresistiblemente provocadora. El sedoso cabello largo y negro pendía a ambos lados de su cuello
extendiéndose sobre los hombros. La profunda “v” de la camisa bajo el cuello causada por la prisa
al abrocharle los botones, dejaba sitio para que un mechón de pelo negro se deslizara por el
esternón en el incitante valle entre sus pechos. Su figura quita el aliento, ostentosas y amplias
curvas para tan delicado armazón. Pechos llenos y maravillosos, la cintura estrecha y las curvas a
los lados permitían poner ambas manos sobre ella con los dedos extendidos sobre el suave vientre
o las tentadoras caderas o…
      Jacob sintió surgir su sangre en una caliente respuesta a su imaginación, su cuerpo se
endureció tan inesperada y rápidamente que le quitó el aliento. Volvió la cabeza deprisa
arrancando los ojos de ella y murmurando entre dientes un fiero improperio. Tiro el vaso sobre la
mesa y apretó las manos sobre la superficie, como si sentir la madera pudiera de alguna forma
anclarle al suelo. Sus oídos, siempre sensibles, captaron el sonido de su cuerpo y su ropa al
terminar de bajar hasta el salón. Podía olerla aunque estaba a la mitad de la habitación. Esa
fragancia limpia se había alterado, calentada por el sueño y perfumada por las sábanas recién
lavadas de la habitación de invitados. Le recordaba a una bochornosa noche de verano, llena de
flores todavía calientes de luz de sol, hierba limpia y húmeda y el olor almizclado, dulce y
delicado, de un ser claramente del sexo opuesto.
     Fresco, puro, calidamente tentador.
     Y acercándose con cada paso.
     —Deberías estar durmiendo —dijo abruptamente sintiéndola sobresaltarse cuando rompió el
pesado silencio de la habitación.
     —Me desperté.
      La oyó encogerse de hombros. Tenía todo el sentido para ella, pero ninguno para él. Dio otro
paso, y otro. De repente, Jacob estaba abrumado por la urgencia de llamar a Noah. Era un impulso
tan absurdo que casi se echó a reír. Tales convocatorias no tenían precedente y probablemente el
Rey caería sobre ellos con dos proverbiales cañones lanzando fuego puesto que Jacob no era del
tipo de los que necesitan ayuda y nunca la pedía. Pero ¿quién —se preguntó en un momento de
pánico cuando el calor de ella le asalto—, vigila al Ejecutor?
      ¡No! ¡Maldita sea! Eres más fuerte como para un descuido con una hembra humana! ¡Y ella ni
siquiera está haciendo nada! Jacob no iba a permitir que la locura de la maldita luna le arrebatara
lo mejor de sí. Nunca en su vida había perdido el control y no iba a empezar ahora. Había sido un
serio ejemplo durante cuatrocientos años y no iba a empañar su superlativa reputación, no cuando
los Demon como Kane necesitaban desesperadamente su guía y su censura.
     Con la mandíbula fruncida, se volvió para enfrentarla.
      —¿Qué estoy haciendo aquí? —preguntó ella. Sus largos dedos tocaron una de las muchas
baratijas antiguas que estaban sobre la mesa, trazando su contorno suavemente, explorando su



                                               - 26 -
textura y la artesanía con que estaba hecha hasta que sonrió con una delicia que hizo que sus ojos
se encendieran de violeta eléctrico. Cogió otra baratija, una de sus favoritas de la extensa colección
de toda una vida. Los impacientes dedos se deslizaron con fascinación y un toque preciso que le
cautivaron. —¿Supongo que esta es tu casa?
     —Sí.
     —No recuerdo haber llegado aquí. Es encantadora —le felicitó con los enormes ojos
abarcando la extensa habitación y sus ricos recuerdos. —Veo que tienes predilección por las
antigüedades.
      Asintió sabiendo con certeza que lo que ella llamaba antigüedades habían sido nuevas
cuando las compró hacía tantos años. Por supuesto, no tenía sentido decírselo así que se quedó
callado.
      —No hablas mucho, ¿verdad? —preguntó despreocupadamente mientras cogía una pequeña
figura de madera de la que nunca se figuraría que había sido esculpida por una mujer de una tribu
africana extinta desde hacía cientos de años, lustrada y suavizada por la saliva de la mujer y
concienzudamente frotada. —Aunque después de lo que pasó antes, comprendo que no te sientas
especialmente hablador.
      Isabella dejó la figura de madera y acarició con su toque ligero y acariciante la siguiente
figura y la siguiente, devorando con su curiosidad sensorial todas las curvas y texturas de sus
pertenencias. Sus dedos gentiles rozaron la mesa acercándose a su mano izquierda que reposaba
sobre ella ligeramente encorvada.
      Jacob se apartó incómodo, toda su gracia habitual se evaporó cuando retrocedió un paso
torpemente para escapar de su cercanía. Mierda —pensó vehemente— esta mujer debería tener el
sentido común suficiente para no acercarse tanto a un hombre que casi no conoce. Especialmente
una mujer humana. No tenía poderes ni cualidades innatas para protegerse a sí misma y aquí
estaba, deambulando confiadamente a su alcance.
     Y aún así acababa de matar a uno de los de su especie hacía sólo unas horas.
     —No quiero parecer antipático —dijo con cortesía a pesar de sus desordenados
pensamientos—. No estoy acostumbrado a la compañía de otros, eso es todo.
     Bueno, al menos eso era verdad…
      Isabella inclinó la cabeza, lo que ocasionó que más pelo negro como ala de cuervo cayera
hacia delante como seda negra contra su pecho mientras le miraba de arriba abajo. El toque de sus
ojos era como un contacto físico. El exquisito brillo violeta de curiosidad empezó como una danza
ligera por la cara de Jacob, se deslizó suavemente por sus hombros y lentamente siguió el camino
de su amplio pecho. Allá donde caía su mirada, Jacob sentía arder la piel, abultarse los músculos
tensos, la insignificancia de sus ropas baja su inspección visual. Flexionó su abdomen; los nervios
de los muslos se sacudían insoportablemente mientras ella le inspeccionaba implacable. De
ninguna forma podría no notar lo empalmado que estaba.
     El músculo de la mandíbula se le apretó al sentir el profundo escrutinio como una marca. ¿Se
daba cuenta de cómo le estaba mirando?¿Es que nadie la había advertido que el barrido de las
espesas pestañas que enmarcaban sus ojos no era más que sensualidad natural de lo más potente?
      —Un solitario —dijo por fin. Era un hecho y asintió para sí misma. —Me imagino que no
tienes seis críos corriendo por ahí con todo el valioso material al alcance de la mano. Por cierto —le
miró a los ojos directamente a los ojos y Jacob sintió que se quedaba sin aliento —¿Me has
desnudado?
     En ese momento Jacob se convenció de que no podía ser humana. Ninguna hembra humana
podía poner tanta inflexión en una simple pregunta. Ninguna mujer mortal cuerda se hubiera



                                                - 27 -
atrevido a preguntar tal cosa mientras estaba desnuda a escasos centímetros de un macho
desconocido y evidentemente excitado.
      Isabella ni siquiera le vio moverse. En un momento estaba de pie alejado y al siguiente sus
manos estaban sobre ella. El dominante apretón rodeaba sus brazos, la levantó y la apretó contra el
pecho. Dejó escapar un sonido de sorpresa cuando se le aceleró el aliento. Ante de que pudiera
respirar la boca de él había tomado la suya con una ferocidad apenas controlada.
      Subió las manos reflexivamente agarrando la pechera de su camisa para estabilizarse y para
iniciar una protesta. Protesta que apenas germinó cuando su psique atlética quemó, con fuerza
masculina, la suya más suave y flexible. Estaba totalmente en forma, los músculos encajando
perfectamente y le sentía absolutamente vibrante de vida. Macho y poderoso, estaba en todas
partes. Sus manos eran llamativas y seguras al acercarla más a su poderoso cuerpo.
      La boca de Jacob quemaba contra la suya con una astuta sensualidad que era en parte arte y
en parte talento natural. No era como los besos torpes que había dado en el pasado y no había
nada platónico o remotamente risible en la sensación que le provocaba, tanto si le había alentado o
no. La besaba agresivamente, su boca caliente y el latigazo de su lengua tocando sus labios, ambos
persuadiendo y exigiendo todo, como si él supiera algo de ella que nunca había descubierto. Era
vértigo y oleadas de calor y los pulsos palpitantes de la sangre. Los pechos le hormigueaban hasta
que se sonrojó. Sintió un subidón de adrenalina y después una estela de deseo sensual que nunca
hubiera creído que existiera. Relajó los labios contra los suyos con el corazón palpitándole como un
pájaro salvaje atrapado en una trampa inesperada.
      Jacob sintió intensamente la inherente invitación. Había estado esperándolo. Lo aceptó un
roce invasor de su lengua, entrando profundamente más allá de sus labios, buscando la
momentánea negación que ella escondía tímidamente. Era lo único que tenía en la cabeza, hacer
contacto, saborearla de una forma específica, rastrear su sabor a dimensiones lo suficientemente
ricas como para volver loco a un santo. Todos los demás pensamientos estaban enfocados al puerto
de un beso caliente y dulce. No había nada más.


      Isabella era consciente de la ola de calor que estallaba en lo profundo del centro de su cuerpo,
salpicando y rezumando en cada vena y cada vaso. La sensación era extraordinaria. Hasta que no
lo había sentido por sí misma no se había dado cuenta de su efecto sobre él. Ahora la calidez se
deslizaba como fuego líquido por su piel y se preguntaba si él sentiría lo mismo. Su lengua tocó la
de él como si tuviera voluntad propia. Se volvió más valiente e innegablemente curiosa.
      La boca de él hizo estragos en la de ella con una desesperación y una necesidad primitiva que
ella no esperaba poder entender en su ingenuidad. Era como si fuera la última mujer en el mundo,
la única mujer a la que merecía la pena besar. Sintió el brumoso calor del aliento de Jacob cuando
se precipitó sobre su cara y su boca. Sus dedos acariciaron la pronunciada curva de la parte baja de
su columna.
     Jacob soltó un gruñido bajo cuando su boca le dio la bienvenida. Sabía dulce, increíblemente
dulce, como la delicada pesadez de un caramelo prohibido. La temperatura de su piel estaba
subiendo exponencialmente, en nada parecida a la piel fresca de una hembra Demon y podía sentir
cada grado como un toque burlón. Incluso su piel, naturalmente fresca, era arrojada a unos
extremos de calor para nada normales en su especie. Una cacofonía de deseos le invadía, tantos
que se le nublaba la cabeza. El instinto tomó las riendas cuando sus manos rozaron las curvas de
aquella piel increíblemente caliente, desde el hombro hasta la curva de su cintura y más abajo
sobre la redondez de su tentador trasero.
      Ella era excesivamente suave, adecuándose a su tacto con exquisita perfección. Sus dedos
flexionados firmemente en su culo, tirando de ella poniéndola de puntillas y profundizando en la
curva de su cuerpo.


                                                - 28 -
El liberó su boca de repente, su respiración se volvió tan dura que se estremecían al ritmo de
ella cuando se enredaron juntos. Sus ojos buscaron sin descanso su rostro, estudiándola como si
fuera alguna clase de complejo rompecabezas. Isabella poco más podía hacer que aferrarse a él,
atrapada como estaba en su exigente y dominante cuerpo. Ella observó como las ventanas de su
nariz se ensanchaba mientras tomaba un profundo aliento, como si estuviera absorbiendo su
fragancia a pesar de no usar perfume. Entonces él se inclinó y acicateó su cuello desnudo,
inhalando contra su piel. Se trataba de un acto erótico e Isabella sintió su vientre contraerse en
respuesta. Su lengua la acarició el pulso, sus dientes raspando la sensible zona, haciéndola temblar
ante la estimulación.
      Jacob sintió como su cuerpo temblaba y un profundo sonido de apreciación salió de su
garganta mientras buscaba su boca una vez más, marcándola con su sabor, dejando su propia
esencia en su fragante cuerpo. Ella hizo un pequeño, suave y sexy ruido que quemó sus crudos
sentidos.
      Sus derretidos cuerpos se sacudieron cuando el brazo de él pasó barriendo la parte superior
de la mesa justo por detrás de Isabella, enviando una cascada de baratijas desparramándose por el
suelo. Ella se levantó y su trasero contactó con la madera de la mesa bajo la dirección de sus
urgentes manos, sentándose en la posición natural mientras acariciaba sus muslos. Sus rodillas
abrazaron sus caderas, sus tobillos se engancharon alrededor de sus piernas como si lo hubiera
hecho cientos de veces antes. Ella no le dio importancia al pensamiento de que no lo había hecho.
Sentía el golpe atronador del corazón contra sus pechos, la vibración que palpitaba directamente a
través de todo su cuerpo. Las palmas de Jacob acunaron su cabeza, sus dedos enredándose en las
finas hebras de su melena. Ésta era pesada y flexible seda, llena de la fragancia de un champú
floral. El calor que corría por la piel era divino.
      Él actuaba puramente por impulso, cada salvaje giro de su boca contra la suya era un reflejo
de esa despreocupada necesidad de satisfacción. Las manos de Jacob cayeron, sus dedos largos y
ansiosos se envolvieron alrededor de sus caderas y la arrastraron hacia delante al mismo borde de
la mesa, sosteniéndola justo allí mientras él se hundía en la unión de sus muslos. Ella jadeó ante la
fuerza con la que él dirigía su flexible cuerpo, y entonces gimió bajo sus exigentes labios cuando se
dio cuenta que podía sentir su impresionante despertar contra el mismo centro de si misma. Su
cuerpo estaba duro, caliente, las sensaciones se filtraban a través de la barrera de la ropa
sintiéndolas muy hondas. Ella hizo un abandonado sonido de placer, serpenteando hacia su
agresivo marco instintivamente. Deslizo las manos bajando por su espalda, sobre su pecho y sobre
sus tensas nalgas, donde podía sentir cada músculo tensándose hacia ella.
     Jacob gimió con completa satisfacción ante su impaciente respuesta. Hizo un salvaje uso de
su boca, besándola hasta magullarla, jadeando por aire y prácticamente cantando un sonido de
estímulo que arañó sobre sus ya crudos sentidos. Su perfume natural lo bombardeó, su despertar
sexual, y su sangre mientras que se reunía y calentaba sus zonas erógenas. La mezcla era
embriagadora, y se sentía como si estuviese nadando en ella.
       Isabella se estaba ahogando en su feroz pasión, hipnotizada por la roca de su cuerpo, cuando
él utilizaba su boca con traviesa habilidad. Se movió contra ella como si necesitara urgentemente
acariciarla toda de inmediato. Entonces sintió los dedos empujando hambrientos bajo la camisa
que usaba, volviendo a quemar sobre sus caderas y vientre hasta que él tomó sus pechos en sus
impacientes palmas. Su tacto era dolorosamente hábil, una confiada manipulación que moldeaba
su flexible peso mientras frotaba sus palmas contra ella. Entonces condujo un ya enarbolado pezón
entre su pulgar e índice y lo retorció hábilmente dentro del sujetador. Isabella jadeó, su torso
inclinándose hacia él. Gimió cuando él jugó con el pecho opuesto de una manera similar,
derritiendo el líquido que bajaba desde el centro de su cuerpo hasta estar empapada por él.
     Fue consciente de su personal esencia, almizclada y oscuramente especiada, y se arrancó de
su boca de modo que pudiese enterrar la cara en su cuello y arrastrarle profundamente a sus


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The Nightwalkers 01 Jacob

  • 1. -1-
  • 2. ÍNDICE CAPÍTULO 1….……………………………………………………………………… 4 CAPÍTULO 2………………………………………………………………………… 23 CAPÍTULO 3………………………………………………………………………… 35 CAPÍTULO 4………………………………………………………………………… 55 CAPÍTULO 5………………………………………………………………………… 70 CAPÍTULO 6………………………………………………………………………… 89 CAPÍTULO 7………………………………………………………………………… 102 CAPÍTULO 8………………………………………………………………………… 107 CAPÍTULO 9………………………………………………………………………… 118 CAPÍTULO 10…………………………………………………………………………125 CAPÍTULO 11………………………………………………………………………… 134 CAPÍTULO 12………………………………………………………………………… 146 CAPÍTULO 13………………………………………………………………………… 156 CAPÍTULO 14………………………………………………………………………… 167 CAPÍTULO 15………………………………………………………………………… 177 -2-
  • 3. JACOB (THE NIGHTWALKERS 1) JAQUELYN FRANK Desde el comienzo de los tiempos, ha habido Nightwalkers, razas de la noche que viven en las sombras de la luz de la luna. Enamorarse de los humanos está absolutamente prohibido, y un único hombre se asegura de que se cumpla esa antigua ley: Jacob, El Ejecutor… Durante 700 años, él ha resistido la tentación. Pero no esta noche... Jacob conoce las excusas que su gente da cuando la locura los alcanza y caen presa de la lujuria con los humanos. Él los ha oído todos y aún así lleva a los que traspasan la línea a la justicia. Inmune a los deseos prohibidos, a las incontrolables hambres, o a la maldición de la luna, su control es total... hasta el momento en que ve a Isabella en las sombras de las calles de Nueva York. Salvarle la vida no estaba en sus planes. Como tampoco lo estaban los sentimientos que ella despierta en él. Pero en el momento en que la sostiene en sus brazos y siente la suave explosión de su cuerpo contra el suyo, todo cambia. Su atracción es innegable, volátil, completamente contra la ley. De repente todo en lo que Jacob siempre ha creído es inflamado por el calor del deseo... -3-
  • 4. CAPÍTULO 1 Cuán ridículamente simple sería causarles daño. Desde muy arriba, miraba con inquebrantables ojos oscuros, cómo caminaban en la sombría calle. El macho humano estaba tan absorto en su flirteo con la hembra, que no tendría oportunidad de defenderla de algún daño si fueran sorprendidos por alguna amenaza. ¿Qué sería si se dejara caer sobre ellos desde esa altura? Aunque en ese caso, “sorprendido” no sería la adecuada descripción. El defenderse también sería inútil. ¿Un humano contra uno de su especie? Jacob, el Ejecutor dejó escapar una irónica carcajada. La mujer pelirroja había escogido mal, en su opinión. Ningún macho respetable habría animado a su compañera a aventurarse hacia fuera en una noche de prohibición. Místicos augurios aparte, la calle por la que caminaban era notoriamente de mala reputación. Sombras atemorizantes cambiaban con desconocidas amenazas para los sentidos humanos como nubes desnatadas sobre la luz voluble de la luna. La pareja caminó bajo él, ajena a su camuflada presencia. Sin mencionar la llegada del otro. Jacob ladeó su cabeza, tomando nota cuidadosamente de los distantes movimientos del otro. Aunque los rasgos elaborados por el hombre en esa ciudad de cristal, en concreto nublaban los privilegiados sentidos del Ejecutor, él aún podía seguir la llegada del experto fácilmente. El más joven, pero menos experimentado Demon se estaba descuidando, su atención inmersa en su objetivo. La hembra humana. Jacob reconoció el hambre del Demon más joven, sintiendo como se arremolinaba dentro de él, opresivo y picante con el almizcle de la lujuria desenfrenada. El joven Demon, Kane por nombre común, caminaba dentro y fuera de la sólida realidad mientras avanzaba hacia la pelirroja. La fijación de Kane lo hacía atípicamente decidido. Él no tenía idea que el Ejecutor lo estaba cazando, por eso estaba asentado, resuelto a esperarlo. Kane apareció abruptamente, abajo, en el pavimento, en una explosión de humo turbio y el distintivo olor del azufre. Estaba a algunos metros de la desconocida pareja, su tele transportación fue completamente inadvertida a pesar de la pantalla. Jacob esperó, la tensión estiraba sus nervios. Y a pesar de esta presión que lo instaba a interferir, era su deber dejar que el Demon siguiera su curso. Sólo entonces tendría justificación para llevar las leyes de su pueblo contra él. Durante todo el tiempo, rezó al Destino para que Kane recuperara el control y se alejara. Al tiempo que Jacob daba al Demon una oportunidad de cambiar de opinión, se sentó inmóvil como una piedra, viendo a Kane caminar por la reciente ruta que tomó la pareja. Cuando pasó debajo de la escondida percha del Ejecutor en lo alto del poste de luz para agarrar a su presa, Jacob se lanzó hacia arriba en el aire, con un ligero y espacioso salto de un farol al siguiente, varios metros sobre la acera. No hubo el sonido de los pies tocando el frío metal, ni el roce de la ropa que vestía cuando se acuclilló en perfecto balance. La única señal de su presencia fue el repentino parpadeo de la luz. Sólo le tomó un momento compensar, haciendo que los otros bajo él -4-
  • 5. percibieran todo normal, aunque en realidad, la luz siguió destellando con crecientes espasmos de protesta. Él también mantuvo sus pensamientos ocultos tras este proyectado camuflaje. Sabía que, incluso en el agarre de estos bajos instintos, Kane lo sentiría si no lo hiciera. Y sin embargo, un susurro detrás de su mente le rogaba al Ejecutor en su interior, que por una vez, sólo por esta vez, cometiera un error. Un pequeño error, murmuró, y Kane, quien es tan querido para ti, sentirá tu presencia y tus pensamientos. Dale la oportunidad que le has negado a muchos otros. Nadie nunca sabría lo que Jacob había sacrificado para negar ese insidioso susurro. Independientemente del ruego de la voz, él no podía renunciar a su deber. En vez de eso, vio como Kane enviaba una orden a la vulnerable pareja. Abruptamente, el hombre humano giró y caminó alejándose de la mujer, abandonándola si razón o conciencia de lo que hacía. La pelirroja se dio la vuelta completamente, enfrentando al Demon que se aproximaba. Ella era bastante hermosa, notó Jacob cuando se volvió hacia la luz, con un exuberante y largo cuerpo, y unos rizos castaños que colgaban en extensas espirales por su espalda. Estaba claro por qué había atraído a Kane. No fue el Ejecutor en Jacob quien permitió una pequeña y curvada sonrisa que jugaba en la esquina de sus sombríos labios. Kane se paseó hasta donde estaba la mujer, confiando en el poder que tenía sobre ella y llegó a tocar su cara. Jacob pudo ver la esclavitud en sus ojos, la manipulación de su mente que la hacía suave y flexible, y la instaba a mover su mejilla hacia la afectuosa caricia. El afecto era una mentira. Lo que podía empezar tan gentilmente posiblemente no terminaría así. Era la naturaleza de las criaturas que ellos eran, y era inevitable. Esto era por lo que no concedería a Kane más avisos de los cientos… no… miles que antes ya le había dado. Jacob había visto suficiente. Saltó ligeramente en el aire, su largo cuerpo cayendo con elegancia en un temerario lanzamiento hasta que llegó y aterrizó silenciosamente detrás de la mujer pelirroja. Descartó su camuflaje tan rápidamente que Kane aspiró en un ruidoso y asustado aliento. Se congeló cuando vio a Jacob. Y el Mayor fue fácilmente consciente de cómo debían ser los pensamientos del joven Demon. El Ejecutor había llegado para castigarlo. Fue suficiente para que Kane tragara visiblemente con ansiedad. Su mano alejada de un tirón de la mejilla de la pelirroja como si lo quemara y la concentración sobre ella se rompió. Ella parpadeó, tomando conciencia de que estaba hecho un sándwich entre dos hombres extraños y que no tenía ni idea de cómo habían llegado ahí. —Toma posesión de su mente, Kane. No lo hagas peor asustándola. Kane obedeció instantáneamente y la encantadora mujer se relajó, sonriendo suavemente como si estuviera en compañía de viejos amigos, ahora completamente en paz. —¿Jacob, qué te ha traído afuera en una noche como ésta? Jacob no se ablandó ante el tono casual de Kane o su tentativa de salvar el pellejo demostrando frivolidad. El Ejecutor sabía que el otro hombre no era malvado en el fondo. Kane era relativamente inexperto, y considerando las condiciones de la noche, era fácil que se perdiera por su propia baja naturaleza. Eso no cambiaba la cruda realidad del momento. Kane había sido, literalmente, atrapado con las manos en la masa. Su acción refleja, lógicamente, fue negociar su salida de un castigo que él sabía era inminente. Comenzaría con humor continuando con las otras armas de su arsenal. —Sabes por qué estoy aquí —dijo el Ejecutor, conjelando esas armas directamente en el principio, con un frío y disciplinado tono, que advirtió a Kane de no poner a prueba su entereza. -5-
  • 6. —Tal vez lo sé —se aplacó Kane, bajando sus oscuros ojos azules mientras metía profundamente las manos en los bolsillos. —No estaba haciendo nada. Sólo estaba… impaciente. —Ya veo. Entonces, ¿pretendías seducir a la mujer para apaciguar tu inquietud? —preguntó Jacob sin rodeos, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Sus modales irradiaban la imagen de un padre regañando a un hijo caprichoso. Podía ser un pensamiento divertido, considerando que Kane recién estaba entrando en su segundo siglo de vida, pero el asunto era demasiado serio, como mucho. —No iba a lastimarla —protestó Kane. Jacob se dio cuenta que en realidad Kane pensaba que era cierto. —¿No? —contrarrestó él. —¿Y qué era lo qué ibas a hacer? ¿Preguntar educadamente si pudieras dar rienda suelta al salvajismo de tu presente naturaleza con ella? ¿Cómo funciona eso en una cita, exactamente? Kane cayó en un obstinado silencio. Sabía que el Ejecutor había leído sus intenciones desde el momento que decidió acosar a su presa. Argumentos y negaciones sólo empeorarían la situación. Además, la incriminatoria evidencia estaba parada entre ellos. Durante un breve y apasionado momento, los pensamientos de Kane se llenaron de vívidas imaginaciones mentales de lo que podría haber sido más incriminatorio. Suprimió un estremecimiento por la pecaminosa respuesta, sus ojos cayeron codiciosamente en la mujer parada tan bellamente serena ante él. Jacob había sido vagamente irritante en su juego perfecto y aparecer en escena media hora después… —Kane, este es un tiempo difícil para nuestra gente. Y eres susceptible a estas bajas pasiones como cualquier otro Demon —dijo el Ejecutor con implacable resolución. Era como si fuera Jacob quien pudiera leer la mente de Kane, y no al revés. —Aún así, estás a menos de dos años de convertirte en adulto. No puedo creer que me tengas persiguiéndote como si fueras un polluelo inmaduro. Piensa en lo que podría estar haciendo si no estuviera aquí salvándote de ti mismo. Los endurecidos rasgos de Kane enrojecieron con la vergüenza que Jacob había depositado a sus pies. Esto confortó al Ejecutor al ver la reacción. Y le dijo que la conciencia de Kane estaba otra vez en funcionamiento, su usualmente ingenioso sentido de moralidad más cerca de la restauración. —Lo siento, Jacob. Estoy realmente apenado —dijo al fin, esta vez con sinceridad y no como una estratagema para tratar de desarmar al Ejecutor. Y Jacob podía asegurar que era sincero porque finalmente dejó de mirar fijamente a la pelirroja como si ella fuera a ser servida en una proverbial bandeja de plata. Y mientras la dinámica presencia del Ejecutor estabilizaba sus principios, Kane comprendía que había puesto a Jacob en una insostenible situación, tal vez en una forma que pudiera arruinar para siempre su relación filial. La garganta de Kane se cerró en una afilada sensación de remordimiento que lo acuchilló atravesándole. Fue como un sobrecogimiento del temor que se estaba enterrando en él. Había traicionado la santidad de sus leyes y había un castigo para eso, un castigo que hacía que una especie entera contuviese el aliento y retrocediera cada vez que el Ejecutor entraba en la vecindad. Kane, de repente, pudo sentir el peso de la posición de Jacob y esto agudizó su pesar al punto de sentir dolor en el pecho. —Enviarás a esta mujer de regreso a salvo a casa, reuniéndola con su acompañante y te asegurarás que no recordará nada de tu mal comportamiento —instruyó Jacob dócilmente, mientras miraba el tumulto de emociones que cruzaban la cara de Kane. —Entonces irás a casa. Tu castigo vendrá después. -6-
  • 7. —Pero si no hice nada —protestó Kane, un rápido aumento de ineludible temor inflamó la objeción. —Lo tendrás, Kane. No hagas que sea peor por estar mintiendo sobre esto. Sólo te convencerás a ti mismo que soy el villano en el que todos me han convertido. Y sólo nos causará dolor a ambos. Kane comprendió esa verdad con otro aumento de culpa. Suspirando resueltamente, cerró los ojos y se concentró en todo por un segundo. Momentos después, el acompañante de la pelirroja regresó cruzando la calle con una sonrisa y llamándola. —¡Hey!, ¿Dónde te fuiste? Giré en la esquina y de repente no estabas ahí. —Lo siento. Estaba distraída por algo y no me di cuenta que te habías ido, Charlie. Charlie enlazó un brazo con su cita y, completamente ajenos a los dos Demons, se retiró con ella. —Bien —elogió Jacob a Kane. Fue sencillo y al punto. El Demon más joven se estaba volviendo bastante eficiente mientras maduraba. Kane suspiró, sonando gravemente pillado. —Ella es tan hermosa. ¿Viste su sonrisa? Todo lo que podía pensar era en lo mucho que quería que sonriera cuando… —Kane se sonrojó cuando miró al Ejecutor. Jacob era muy consciente que esa sonrisa no había sido su única motivación. —Nunca pensé que esto me pasaría mí, Jacob. Tienes que creerlo. —Lo hago —Jacob vaciló por un momento, haciendo evidente por primera vez para Kane la terrible lucha que le significó, sin importar que tan bien proyectaba otra cosa. —No te preocupes, Kane. Yo sé quién eres realmente. Y sé que esta maldición es difícil de manejar para nosotros. Ahora, —dijo con el tono de vuelta a los negocios, —por favor, regresa a casa. Encontrarás a Abram esperando por ti. Esta vez, Kane se quitó la insondable ansiedad de su interior. Hizo eso por el bien de Jacob, sabiendo que esto cortaba profundamente al Demon Mayor, aunque sus pensamientos eran demasiado reservados de leer para Kane. —Cumples tu deber como lo harías con cualquiera. Lo entiendo, Jacob. Kane lanzó al Ejecutor un pequeño asentimiento. Después de una breve vistazo para asegurarse que no eran observados, explotó en una ráfaga de humo y azufre que lo tele transportó. Jacob se quedó un largo momento en la acera, sus sentidos atentos hasta que estuvo seguro que Kane verdaderamente regresó a casa. No era extraordinario que un Demon tratara de escapar y esconderse del castigo inminente. Sin embargo, Kane estaba otra vez en el buen camino, en más de una forma, una vez más. Jacob giró y echó un vistazo calle arriba en la dirección que había tomado la pareja humana. Nunca había dejado de asombrarlo cuán carentes de instintos eran los humanos. Por toda la civilización y avances tecnológicos, habían perdido algo verdaderamente valioso alejando sus instintos animales. Esa mujer ignoraría siempre qué tan cerca estuvo del peligro. Encontrarse con un Demon caprichoso era algo de lo que ningún humano quería ser parte. Jacob se liberó del agarre de la gravedad y se elevó en el aire, causando una brisa de desplazamiento cuando lo hizo. Su largo y atlético cuerpo atravesó la noche como una lámina maravillosamente afilada. Voló pasando rascacielos, algunas de las luces en las ventanas más cercanas titilaron en protesta ante su paso. Él explotó en el claro cielo de la noche. Aquí, Jacob vaciló. Hizo una pausa para estudiar la brillante luna creciente con un ceño fruncido que no pudo reprimir. Esta era la forma en que estaba las semanas antes y después de la luna llena de Beltane en primavera y Samhain en otoño. Esas fiestas se celebraban santificadas por -7-
  • 8. los Demons, pero al mismo tiempo, estas eran el centro de su maldición. La agitación entre su gente se volvería peor durante la próxima semana, y alcanzaría su punto máximo con la luna llena. Ahí causaría más estragos entre los jóvenes y las generaciones adultas. Incluso los Mayores se sentirían tentados de perder el control. Jacob había escogido ser Ejecutor por una razón. Poseía un control desmesurado. Incluso el Demon monarca, era considerado más susceptible a ésta locura que él. Y eso era decir mucho, teniendo en cuenta que en sus cuatrocientos años de Ejecutor, Jacob no había sido llamado para incitar a Noah, el Rey Demon, a comprobarlo. Jacob estaba agradecido por eso. Los poderes de Noah, no eran algo que disfrutaría tener en su contra. Su Rey no se había ganado el puesto por mero linaje de sangre como los humanos. Noah se había ganado su lugar a base de liderazgo y superioridad de poder. Jacob voló hacia delante, sus pensamientos se tornaban filosóficos. ¿Era más difícil ser el Ejecutor o ser el Rey que debía escoger al Ejecutor, como Noah había escogido a Jacob? Al hacer la elección, Noah estaba obligado a reconocer que existía la posibilidad de encontrarse un día cara a cara con el Ejecutor. Era un valiente líder que podría hacer la mejor elección aún a sabiendas que un día podría vivir para lamentarlo. Noah levantó la mirada de su lectura, la energía arremolinada por el acercamiento de Jacob lo alcanzó antes de la llegada misma del Ejecutor a través de la ventana en la forma de una suave caída de polvo. El Rey Demon entendió que Jacob le había permitido ser consciente de su llegada, como siempre hacía, por respeto. Si hubiera querido, el Ejecutor podría haber camuflado su presencia hasta el momento en que el polvo se integrara en su forma normal y atlética, como lo estaba haciendo ahora. Noah observó al otro Mayor, quien estaba flotando sobre el piso en una sólida forma. Jacob volvió su conexión con la gravedad a la normalidad, aterrizando con una gracia fluida que estaba siempre presente en sus movimientos naturales. El Rey se reclinó. Su impresionante constitución llenaba el marco de caoba de su silla de alto respaldo. Donde Jacob fue creado para el rápido y ágil poder, Noah era audaz por su musculatura y constitución. Esto se veía fácilmente en el cómodo ajuste de sus pantalones para montar de piel de ante y la camisa de seda expresamente confeccionada a la amplitud de sus hombros. Aun así, Noah tenía su propio estilo de elegancia y lo mostró cuando casualmente cruzó su tobillo calzado de negro en la rodilla opuesta. Se sentó en silencio durante varios segundos, midiéndo al Ejecutor. —¿Debo suponer que encontraste a tu hermano menor a tiempo antes que causara algún caos? —Por supuesto —replicó Jacob en tono despectivo, señalando al instante que la ejecución de Kane estaba fuera de la lista de tópicos que estaba dispuesto a discutir en ese momento. Noah recibió el mensaje alto y claro aceptando graciosamente los términos. Observó a Jacob moverse para servirse una bebida, hizo una pausa para oler el contenido del vaso y elevó una ceja interrogante en dirección de Noah. —Leche —ofreció Noah. —Eso lo sé —dijo Jacob impaciente— ¿De dónde? —De una vaca. Pero importada de Canadá, no pasteurizada y sin procesar. —Hmmm, esperaba mejores cosas en tu mesa, Noah. -8-
  • 9. —Los niños estuvieron aquí. Todo lo mejor hubiera sido demasiado para ellos. Se habrían llenado como tanques, y te habrías encontrado persiguiendo a los seis pequeños alborotadores de mi hermana. ¿Recuerdas lo problemática que era ella cuando tenía esa edad? —preguntó el Rey—. Imagínate lo prendida que es su progenie. Jacob sonrió con ganas ante esto, llevó el vaso hasta sus labios y probó tentativamente el contenido. Juzgando que la leche estaba suficientemente refrescante, se bebió la mitad del vaso. —Tu hermana Hanna —recordó él—, apenas respiraba antes de empezar a causar problemas. Por ese motivo, no soy apto para darte la espalda en alguna de tus relaciones en algún momento próximo. —Propuso hacia el Rey con una insolente inclinación de su vaso—. Estoy, por supuesto, excluyendo a Legna del notorio lado de tu genética, —añadió Jacob generosamente. —Por supuesto —respondió secamente Noah. —Así que, ¿cómo están los niños, de todas maneras? Tu hermana debe estar volviéndose loca tratando de mantenerlos bajo control, dadas las circunstancias, —remarcó Jacob. Miró hacia arriba por hábito, señalando la luna que ninguno de los dos podía ver. —¿Por qué crees que Hanna los trajo aquí? Esperaba que la aprensiva presencia de su Real tío ayudaría a controlarlos. —Noah se estiró para frotar un nudo de su cuello. —Podría haberte usado como ayuda. Imaginas que tan bien se comportarían si un Ejecutor entrara por la puerta. Jacob sabía que Noah estaba bromeando con él, pero no había encontrado la gracia de ese comentario. El Ejecutor, en el mundo Demon, era lo que usaban las madres para asustar a sus hijos cuando se portaban mal. Era un mal necesario, considerando lo poderosamente traviesos que los jóvenes Demons eran capaces de ser, pero eso no significaba que eso le sentara bien a Jacob. Estaba hecho para una existencia bastante solitaria, en realidad. Esos niños Demon se convertirían en adultos y los Mayores no les quitarían el miedo al Ejecutor. Una vez más, esto hacía su trabajo algo más fácil. Era un beneficio bastante agradable cuando todos aceptaron que su apariencia encogía hasta el estómago más poderoso, haciendo menos probable las batallas por el control. Estaba sorprendido de lo bien que había funcionado eso en su hermano. Kane fue infame revoltoso que, habiendo sido promovido por el Ejecutor, no se sentía para nada intimidado. Eso obviamente no era cierto y Jacob no estaba seguro de cómo se sentía al respecto. ¿Agradecido porque no había tenido que enfrentar a su hermanito? Por supuesto. Pero, ¿Feliz porque su hermano se sintiera aterrorizado por él como lo estaban los otros? No, no realmente. —Entonces, ¿Aprendiste alguna cosa útil? —señalando el gran y polvoriento tomo abierto a la mitad en la mesa de Noah. —En realidad no —hizo una pausa, entrecerrando un par de ojos jade y gris sobre Jacob, su iris tan pálido en contraste con su bronceada tez, que parecían brillar ante la luz del fuego. La inspección de Noah hizo claro que no se había perdido el ingenioso cambio de tema. —Como arcaicos tendemos a ser en cultura y costumbres, estos libros nos prueban cuan modernos somos verdaderamente. Es como leer otro idioma. —El idioma es una cosa viviente. Como un estudioso, seguramente debes apreciar que incluso un idioma tan antiguo como el nuestro puede evolucionar con el tiempo. —Bueno, eso no me ayuda mucho ahora. Estamos en medio de una intensa crisis y no estoy más cerca de encontrar una solución de lo que estaba antes. —Entonces tenemos que mantenernos, como siempre lo hemos hecho —dijo Jacob quietamente, su tono modulado tenía la intención de tranquilizar la irritante frustración de Noah. El temperamento de Noah era diez veces más famoso que el de su hermana Hanna, aunque usualmente exhibía diez veces más control sobre él. Noah creía firmemente que ningún individuo podía regir sobre otros sino tenía control sobre sus emociones—. He enfrentado todo lo imaginable -9-
  • 10. y perseverado, Noah. Nadie será lastimado o se le permitirá hacer daño, mientras me quede aliento. —Pero se está haciendo más difícil, ¿no es así? —Noah miró los penetrantes ojos de Jacob. — Cada año veo cómo te vuelves más ocupado y descorazonado. Cada año veo cómo la mayoría de los ancianos pierden el control como si estuvieran en sus primeros cien años. Dime si estoy equivocado. —No puedo decirte eso —expresó Jacob, suspirando pesadamente, mientras recorría con sus largos dedos por el grueso y oscuro cabello. —Noah, tuve que imponerme a Gideon hace una década. Del puñado de Demons que pensé resistirían la locura, Gideon el Anciano era el que más posibilidades tenía entre ellos. —¡Gideon! Jacob sacudió su cabeza, mudo ante las perturbadoras emociones y los escalofriantes recuerdos de ese terrible encuentro. —Y aún se está lamiendo las heridas. Gideon no ha salido de su bastión en los últimos ocho años. —Bueno, con certeza no saldrá mientras esto esté creciendo para peor. —Jacob frunció el ceño severamente al tiempo que se hundía en una silla frente a Noah. —Su asiento en la mesa del Consejo se llena de polvo y nos deja… incompletos. Noah era consciente de la angustia personal de Jacob sobre este hecho, pero se rehusaba a dejarlo flaquear por ello. —Es lo mejor por el momento —remarcó Noah. —No creo que te regocije la idea de tener que frenarlo otra vez. —No, a mí no. Pero creo que encerrarse a sí mismo lejos y solo, es la peor elección —elección, que por lo bajo, nos llevará a Gideon y a mi a otro devastador conflicto. La amargura en la voz de Jacob no pasaba desapercibida para el Rey. Noah nunca había conocido a otro hombre con el sentido de responsabilidad, lealtad y moralidad del Ejecutor. La muerte era la única cosa que podía hacer que Jacob renunciara. Este Ejecutor nunca se retiraría mientras respirara. Pero había algo que no estaba bien con Jacob desde un tiempo a esta parte. Año tras año era forzado a inducir a los Mayores que el más respetaba a sobreponerse a esta locura que momentáneamente caía sobre ellos. Y esto, claramente, lo estaba arrastrando en mente y espíritu. Noah suponía que lo peor había sido el enfrentamiento comentado con Gideon. Anteriormente, Jacob era el único Demon que, en realidad, podía afirmar ser amigo del gran Anciano. Y había sido así hasta que el Ejecutor se había visto forzado a elegir entre la amistad y la preservación de la ley. Verdaderamente no hubo opción. No para Jacob. La ley era como su sangre vital. Y un Ejecutor, con el nivel de dedicación y sentido de obligación de Jacob, podía destruirse psicológicamente si desafiaba la ley. Noah era consciente de que si perdía el control de sus facultades durante una de las Sagradas lunas llenas, Jacob estaría forzado a corregirlo como a un niño terco y sería difícil no enfadarse con el Ejecutor por ello. Claro, sería por su propio bien, por el bien de toda la raza Demon y, definitivamente, por el bien de los humanos indefensos con los que convivían. Pero los Ancianos tenían un profundo orgullo y Noah no era la excepción. Ser víctimas de la debilidad ya era suficientemente malo; el que Jacob fuera testigo lo hacía peor. Tener al Ejecutor castigándoles brutalmente, como lo demandaba la ley, era insoportable. Noah no envidiaba en lo más mínimo la posición de Jacob. En aquel momento, el hombre que llenaba las preocupaciones de su mente, levantó la oscura cabeza de la estudiada reverencia pasando de su semi relajada posición a tensarse rápidamente. Noah sintió el vello de la nuca erizarse mientras los poderes extrasensoriales del otro hombre - 10 -
  • 11. llenaban la habitación. Cada Demon tenía sus propias habilidades particulares donde sobresalía del resto, y las percepciones cazadoras de Jacob estaban entre las más perspicaces. —Myrrh-Ann se acerca, —dijo Jacob, colocando el vaso en el escritorio de Noah y poniéndose en pie— está excesivamente nerviosa. En aquel instante, las dos grandes puertas del extremo del salón se abrieron violentamente. Un remolino de oscuro polvo y viento revoloteó en el cuarto, girando como un pequeño tornado alcanzó a los dos hombres en un parpadeo. Abruptamente se paró en un giro final, con la figura de una hermosa mujer de cabello blanco plateado y tan suave como las nubes. Sus habituales ojos azules estaban oscurecidos tanto por la dilatación negra de sus pupilas, como por el miedo indecible que centelleaba en ellos. —¡Noah! —jadeó ella, mientras avanzaba trastornada hacia el Rey causando una ola estremecedora en el aire que comprimió cada llama de la habitación—¡Ha sido capturado! ¡Debes ayudarme! ¡No puedo perderlo! ¡Es todo para mí! —Tranquilízate ya —susurró suavemente Noah, rodeando el escritorio para envolverla en un abrazo consolador. —Cálmate, Myrrh-Ann —dijo serenamente— ¿Supongo que estás hablando de Saúl? —¡Fue horrible! —sollozó la joven belleza, agarrando el frente de la camisa de Noah— ¡Se desintegró en mis propias manos! ¡Noah, debes ayudarnos! Noah y Jacob se quedaron inmóviles, sus ojos se encontraron por encima de la brillante cabeza de Myrrh-Ann. No necesitaban hablar para saber los pensamientos del otro, para sentir el rápido impulso de alarma en el otro. —¿A qué te refieres con que “se desintegró”? —preguntó Jacob cuidadosamente. —¡Quiero decir que ha sido Convocado! ¡Esclavizado! —chilló Myrrh-Ann, girándose en los brazos de Noah para fulminar al Ejecutor con una mirada llena de terror e indignación. —En un primer momento estaba conmigo, tocándome, acunando a nuestro niño cuando se movía dentro de mí —sus manos fueron inconscientemente hacia el redondeado vientre, como si estuviera temerosa de que fuera lo próximo que le arrebatasen—Y al siguiente su rostro se contorsionaba en un terrible dolor. ¡Amado y misericordioso Destino! Empezó a desvanecerse partiendo de los pies, en un remolino del más horrendo y amargo humo que haya conocido. Se volvió hacia el Rey, agarrando la seda de su camisa con desesperación, sus uñas clavándose en la tela. —¡Gritó! ¡Oh, Noah, como gritaba! —Myrrh-Ann, por favor, siéntate —dijo Noah, usando una suave y reconfortante voz para tranquilizarla— Necesitas calmarte, antes de que des a luz a tu hijo demasiado pronto. Has hecho lo correcto al acudir a nosotros. Jacob y yo llegaremos hasta el fondo del asunto. —Pero si es esclavizado… —Myrrh-Ann se estremeció violentamente de la cabeza a los pies— ¿Noah, cómo es posible? ¿Por qué? ¿Por qué Saul? Myrrh-Ann bajó la voz hasta un rápido y desalentador susurro de pánico, balbuceando las palabras. Los dos hombres en la sala apenas podían seguir todas las implicaciones de sus devastadores pensamientos mientras ella caminaba sin rumbo. ¿Podía ser verdad? Durante casi un siglo no habían tenido noticia de una Convocatoria a un Demon. Era posible que estuviera equivocada. En el pasado los Demons se habían visto amenazados a la extinción, como consecuencia de la horrorosa esclavitud. Fue un truco nigromante, brujería negra que se había desvanecido al mismo tiempo que el Cristianismo, la ciencia y la tecnología habían comenzado su reinado. Con la desaparición de esas magias, había llegado la paz. - 11 -
  • 12. Los paréntesis en esa armonía, obviamente, eran los incontrolables períodos de locura que los invadían durante las lunas Sagradas, huyendo de incansables cazadores humanos y ocasionales encuentros con otras razas Nightwalker. Desde que el mundo fue creado, han existido Nightwalkers: razas de la noche que han disfrutado del mejor aire del anochecer, se han vigorizado a la luz de la luna y han usado el sol como orbe celestial designado para dormir. Demons, Vampiros, Licántropos y otros compartían estas cualidades, aunque no siempre la misma moralidad y creencias. Así como han existido Nightwalkers, han existido también aquellos que han querido cazarlos, humanos armados con ignorancia y mitos que fallaron en el intento de asesinarlos. Esos humanos, temiendo lo que no podían comprender, eran fanáticos en la búsqueda para salvar al mundo de las llamadas diabólicas criaturas. Y si bien el cazador humano corriente no perturbaba demasiado a la raza Demon, los seres humanos mágicos llamados nigromantes, eran completamente otro cantar. Sus hechizos entrañaban destinos peores que la muerte del Demon capturado. Las acusaciones de Myrrh-Ann podrían significar una inquietante perturbación en la balanza de su mundo. De algún modo, significaría que esta última amenaza mágica había renacido. Algunos podrían decir que tal cosa sería inevitable debido a la reciente fascinación humana por cultos y magia negra, que se habían intensificado, pero la especulación estaba más allá del incidente real. ¿Un ser humano mágico? ¿Después de todo este tiempo? La historia de Myrrh-Ann se volvía alarmantemente creíble. —Noah, cuida a Myrrh-Ann. Rastrearé a Saúl. —¡No! ¡Oh, por favor! —gritó Myrrh-Ann. Se abalanzó sobre Jacob, quién flotó fácilmente lejos y comenzó a elevarse lentamente en el aire, con la intención de seguir adelante con su implacable deber. De repente sintió al viento arremolinarse en un lugar del salón donde no debía sentirse nada, sentía la tempestuosa indignación crecer, un reflejo de su temor. —Myrrh-Ann, no queda tiempo —dijo Jacob, la voz áspera resonaba contra el techo al que se acercaba. La histeria dentro de su pecho se congeló. El aire se condensó y se mantuvo así mientras obtenía su atención. —Si puedo encontrarlo a tiempo, trataré de salvarlo. Si no, sabes cual es mi deber. Créeme cuando digo que prefiero traerlo de vuelta contigo y con el bebé. Con esas palabras, el Ejecutor desapareció dejando una estela de polvo. —¡Lo matará! ¡Asesinará a mi Saúl! —lloró Myrrh-Ann, los sollozos rasgando su cuerpo. —Si llega a eso —murmuró Noah suavemente— significará que el Saúl que amamos ha desaparecido para siempre. Isabella se apartó de la ventana cuando escuchó en la puerta el sonido de las llaves de su hermana. —Hey, Corr, ¿te divertiste? —saludó ella mientras regresaba a observar las estrellas. —Estuvo bien, —contestó su hermana, arrojando las llaves en la mesa y sacándose la chaqueta— es un tipo agradable. Tal vez demasiado agradable. Isabella puso los ojos en blanco, buscando la orientación de las estrellas. —¿Cómo puede ser un hombre “demasiado agradable” en estos días y época? - 12 -
  • 13. —Habló la gran experta en citas —replicó Corrine irónicamente. No podía recordar a Isabella teniendo una cita, ni siquiera en secundaria. Corrine se encogió de hombros, claramente sin entender la actitud antisocial de su hermana. Isabella la miró, abandonando su observación de la luna. —Entonces, explícame que significa “demasiado agradable”. —Bueno, vamos a ver… —Dijo Corrine, deteniéndose a su lado y uniéndose a la contemplación de esa noche de Octubre— Es muy agradable, muy educado y muy predecible. Creo que es eso lo que quiero decir. Es agradable pero nada excitante. Tal vez debieras salir con él. Isabella se rió, sus ojos se agrandaron con humor —¿Me acabas de insultar? —No, para nada—rió Corrine por lo bajo, mientras rodeaba con el brazo sus hombros y la estrechaba fuertemente—. Es que me gustaría ver que conoces a un tipo agradable. Incluso si es “demasiado agradable”. Aunque no creo que pudiera acostumbrarse fácilmente a los comentarios que sueltas a veces. Oh, y quizás deba advertirle que aunque soy la hermana pelirroja, eres tú la que tiene el temperamento desafiante. —¡Ja! No fui yo quién abrumó a mamá con la maldita rebeldía adolescente. Corrine rió. —Y no fuimos ninguna de las dos, quienes saturaron a papá con el genio de mamá. Las hermanas se rieron con complicidad. Cada una sabía perfectamente de dónde habían heredado su franqueza y obstinación, genéticamente hablando. —Bueno, gracias por ofrecerme a tu novio de segunda mano —dijo Isabella con una sonrisa— pero creo que pasaré. —Sírvete tú misma —contestó Corrine, levantando los hombros y alejándose de Isabella para ir a la cocina. Echó una ojeada a la nevera. Isabella regresó a la ventana y observó la luna un poco más. Había algo en ello que siempre la hacía sentir húmeda. Últimamente, estaba inquieta, ansiosa… algo. No sabía qué. Estar enclaustrada en casa la estaba volviendo loca, pensó. Lo que realmente deseaba era salir fuera, pasear por los alrededores. O correr. Sacudió la cabeza mentalmente. ¿Correr a medianoche por la peor zona del Bronx? Con razón la gente pensaba que la luna llena volvía locas a las personas. Si alguien leyera sus pensamientos ahora, no reconocerían a la calmada y culta Isabella a la que todos conocían y amaban. Probablemente, la clavarían al suelo por su propia seguridad. De hecho, Isabella se preguntaba con frecuencia si la gente que conocía y amaba en realidad la conocían del todo. ¿Cómo podían conocerla los demás, cuando ella misma empezaba a dudarlo? Tenía una vida confortable y apacible, aunque más bien era el patético estereotipo de una bibliotecaria soltera. Incluso tenía el requerido par de gatos. Amaba los libros. Se podía obtener tanta valiosa información, tanto que aprender, tantas historias que contar. Su apetito por todo eso nunca había recaído desde el día en que aprendió a leer. Probablemente había olvidado más información de lo que mucha gente leería jamás. Sin embargo, donde los libros habían sido la llave de su antigua alegría, Isabella ahora estaba de alguna manera… insatisfecha. Isabella alcanzó la ventana y la abrió rápidamente, asomándose en el marco sin barandilla hacia la noche fresca y brillante. Todo siempre parecía diferente cuando la luna brillaba tan intensamente como el sol. A diferencia del sol con su brillo dorado, la luna lo volvía todo pálido o - 13 -
  • 14. plata. Las sombras eran largas y misteriosas, el aburrido asfalto negro se convertía en una carretera de incandescente gris. —Si te caes de cabeza, que te sirva de lección —remarcó Corrine sarcásticamente, detrás de ella—. Pensé que volverías a poner la barandilla. —¿No dijiste que te ibas a la cama? —preguntó Isabella, sin molestarse en mirar atrás. Escuchó el chasquido de su hermana al hacerle burla con la lengua, la habitual respuesta de Corr cuando no podía pensar lo bastante rápido en una respuesta. —Si, ya me voy a la cama. Asegúrate de cerrar la puerta antes de irte a dormir. Y no te entretengas tanto mirando las estrellas, dijiste que mañana tenías que ir a trabajar temprano. —Lo sé. Buenas noches —dijo Isabella, despidiéndose sin darse la vuelta. No vio a Corrine poner los ojos en blanco antes de salir al pasillo hacia su habitación. Isabella se inclinó hacia el exterior de la ventana, abrazándose cruzando los brazos bajo el pecho, mientras miraba cinco pisos abajo, a la acera. Su pelo se deslizó suavemente sobre el hombro, como si fuera una sedosa serpiente negra que bajaba por el pecho hasta colgar suspendida en el aire de la noche. Sus ojos vagaron hasta que observó a un hombre, vestido de negro y elegante, que se acercaba a su edificio. Sus pisadas sonaban suavemente a través de la noche, su paso largo y seguro. No sabía cómo, pero desde su posición podía asegurar que su andar casual era una pose. Había algo en esa ágil figura masculina que se veía muy, muy en guardia y muy… despiadada. Calculó que era bastante alto, comparándolo con la altura de las puertas que acababa de pasar. Su cabello era excepcionalmente oscuro a pesar de la brillante luz de la luna, probablemente negro o marrón oscuro. No estaba segura, pero pensó que estaba sujeto en una coleta. Vestía un largo abrigo gris, sin cinturón y desabrochado, con las manos metidas casualmente en los bolsillos. Éste se desplazaba en torno a las piernas cuando se movía, abriéndose continuamente, revelando una camisa gris azulada y pantalones negros. Caro, sofisticado y fascinante, aún en la distancia. Difícilmente este era un vecindario de lujo, y no se solía encontrar hombres elegantes y bien vestidos con frecuencia. En estos barrios, era más bien una fuente de ingresos. En algún lugar en los contenedores del próximo callejón, la campana de la cena sonaría. Apenas formular el pensamiento, el hombre se detuvo repentinamente. Vio destellar algo en la oscuridad difuminado por la luna sobre su cara, y tuvo la extraña sensación de que había sonreído. Estaba mirando alrededor, obviamente buscando algo. Entonces, miró hacia arriba. Inspiró suavemente mientras él mantenía su mirada fija, su corazón saltaba inexplicablemente dentro del pecho. Esta vez le sonrió visiblemente, un repentino toque de blanco entre luz y sombra. Dio un paso, echó un vistazo a ambos lados de la calle, y apoyándose de manera casual en el poste del teléfono, volvió a mirarla. —Te vas a caer. Isabella parpadeó cuando esa voz sonora la alcanzó, envolviéndola. No estaba gritando. La voz se había elevado cinco pisos y, sin esfuerzo, había llegado hasta su oído. —Pareces mi hermana. Tampoco gritó, como si supiera que no había ninguna necesidad. ¿Por qué no lo encontró extraño? Bueno, en realidad lo encontró extraño. Simplemente no le molestó. —Entonces ya somos dos los que pensamos que no deberías asomarte así a la ventana. —Tomaré nota de tu preocupación —respondió secamente. - 14 -
  • 15. Rió. El profundo, masculino y tentador sonido pareció concentrarse en torno suyo, envolviéndola en su diversión. Esto la hizo sonreír y apretar los brazos a su alrededor más fuerte. —Además —continuó ella— mira quién habla. ¿Qué haces deambulando por esta zona en mitad de la noche? ¿Tantas ganas tienes de morir? —Puedo cuidar de mí mismo. No me preocuparía. —Bien. Pero no respondiste a mi primera pregunta. —Lo haré —contestó él— si me dices porqué estás colgando de la ventana. —No estoy colgada. Estoy asomada. Y sólo estoy mirando. —¿Curioseando? —No. Si quieres saberlo, estaba mirando la luna. Observó cómo echaba una ojeaba al astro sobre su hombro, el vistazo fue tan rápido que pensó que no le impresionaba tanto como a ella. —Y mientras observabas, ¿has notado algo extraño por aquí? —hizo la pregunta con un tono indiferente, pero algo le advirtió a Isabella que su respuesta le preocupaba mucho más de lo que demostraba. —Lo extraño es algo normal hoy en día. ¿Podrías especificar más? Lo sintió vacilar, sabía que se estaba debatiendo sobre algo. Soltó un corto y pesado suspiro. —Olvídalo, siento haberte molestado. —¡No, espera! Isabella se abalanzó, manteniendo la mano alzada en el aire. El movimiento desestabilizó su precaria posición y, de repente, fue sacudida por la extraña sensación del desplazamiento y propulsión de su cuerpo. Sus calcetines se deslizaron, el suelo de madera era un apoyo nulo, por lo que sus pies se elevaron y la mayor parte de su peso corporal cayó sobre el alféizar. Un estrangulado sonido de sorpresa escapó de sus labios mientras caía de cabeza en la noche negra y plata. La sensación de caer le dio un vuelco al estómago y pensó que probablemente vomitaría si no estuviera a punto de morir. Pero en vez de estrellarse en el duro hormigón, aterrizó contra algo sólido pero agradable. Sintió un latigazo en el cuerpo cuando la velocidad cesó abruptamente, brillantes estrellas flotaban tras los párpados firmemente cerrados. Isabella luchaba por respirar, la adrenalina la sobrecogió mientras se agarraba a cualquier cosa sólida que tuviera a mano. —Está bien. Ya puedes abrir los ojos. Esa voz. Esa masculina, profunda, sexy, viva-y-no-aplastada-en-el-suelo, voz. Isabella abrió un ojo y miró sus manos posesivas. Estaban agarradas a la tela gris de las solapas de su abrigo. —Santa mierda, —jadeó, sus ojos miraban boquiabiertos a la cara del hombre que al parecer le había salvado de romperse el cráneo— santa… —Terminó de separarse, obteniendo una buena perspectiva de los rasgos y haciendo que su sistema volviera a entrar en crisis. Era increíble e irresistiblemente hermoso. No había otra forma mejor de describirlo. Era mucho más que simplemente atractivo. Guapo era un adjetivo masculino corriente que no alcanzaba a describirlo. Este hombre era francamente hermoso. Los rasgos faciales eran tan elegantes, que llevaban el término regio al extremo. Cejas oscuras como alargadas plumas sobre sus oscuros ojos, de un color indeterminado en las sombras de la noche. Tan sobrecogedores, y a la vez, tan discordantes por la ridícula longitud infantil de las - 15 -
  • 16. exuberantes pestañas. Esos magníficos ojos se avivaron con una suave y caliente llama de diversión, mientras su boca sensual se arqueaba en una sonrisa que sólo podría describir como pecadora. —¡Cómo hiciste… pero eso es… posiblemente no podrías! —balbuceó, las manos agarraban y soltaban inconscientemente las solapas. —Lo hice. No lo es. Al parecer si podía —ahora sonreía ampliamente e Isabella tuvo la certeza de que ella era la causa de ese invisible indicio de diversión. Lo miró furiosa, olvidando que acababa de salvarle el cuello. Literalmente. —¡Estoy tan contenta de que lo encuentres divertido! Jacob no pudo evitar sonreír. Estaba tan concentrada en él, que no se había dado cuenta que aún estaban a unos buenos tres metros del suelo, flotando en el punto exacto donde la había alcanzado tras su precipitada caída. Mejor, pensó, posándola en la acera mientras estaba distraída enfadada por su diversión. Iba a tener bastantes problemas para explicar cómo había podido atrapar a una mujer lanzada desde cinco pisos de altura hacia su muerte. Veamos… cinco pisos multiplicados por… oh, cerca de cincuenta y siete kilos… gravedad multiplicada... —Yo no encuentro tu situación entretenida —dijo él honestamente, con mucho cuidado de acaparar su atención cuando trajo su peso de nuevo a normas humanas. —Yo, en realidad, estoy complacido de ver que no estás herida. Isabella pestañeó un par de veces, dándose cuenta de pronto de lo que este extraño había hecho por ella. Jacob observó el cambio en su expresión, de la belleza juguetona, de la indignación malhumorada a un profundo horror. Mentalmente se dio unas patadas, recordando su corta llamada, aún cuando lógicamente no lo había evitado. Él observó como ella se mordió su labio inferior para impedir que temblara. Esa simple vulnerabilidad envió una sensación desgarradora por su pecho, dejándolo inexplicablemente sin aliento. La conciencia y la emoción explotaron a su alrededor y Jacob se encontró mirando fijamente todos y cada uno de los matices de la mujer que estaba sus brazos. Ella era una cosita compacta y curvilínea, y su menudo encuadre era suave y femenino en todos los lugares en los que a los hombres les gustan abundantes. La luz de la luna realzaba una impecable complexión, pálida como la transparencia de algunas de las Caminantes Nocturnas que él había visto a lo largo de su extensa vida. Ella tenía un sinuoso cabello negro, ridículamente largo y grueso, y podía sentir el peso de él cuando se arrimó a su pecho y se adhirió a sus bíceps. Sus rasgos eran pequeños y delicados, su exuberante boca, sus ojos tan grandes como los de un inocente niño. Un hada con ojos violeta, que se tornaron lavandas a la luz de la luna. Era asombroso cómo la luz de la luna realzaba su belleza. Mientras la acunaba contra su pecho, él se maravilló de cuan cálida era ella. No se había dado cuenta de lo atractivo que podía ser el calor humano. Jacob se vio atrapado en el límite de un pensamiento ilícito y la realidad retornó en una explosión de conmoción. Casi la dejó caer en su prisa por apartarla de él. Chasqueando una ácida mirada a la luna sobre su hombro, enterró sus manos en los bolsillos de los pantalones para resistir la bizarra urgencia de atraerla hacia sí. Encontrándose en sus pies otra vez, Isabella se sintió mareada y desconcertada. El hombre se había puesto abruptamente a una distancia considerable, como si ella fuera la portadora de alguna enfermedad. Por otra parte, la mayoría de los hombres se sentían incómodos cuando una mujer mostraba cualquier signo de angustiosas emociones. Aún así, él se quedó lo bastante cerca para llegar a ella si lo necesitara, pero sólo le tomó un respiro o dos para que ella volviera a estar clara y firme otra vez. - 16 -
  • 17. Jacob la observó suspicazmente mientras ella enroscaba un gran mechón de sus cabellos tras la oreja, lugar no lo suficientemente grande para mantenerlo fijo. La espesa y sedosa nube regresó adelante en el momento en que ella lo soltó. Se encontró abrumado por la necesidad de colocárselo por ella, sólo porque así descubriría la textura de él. Tragó pesadamente, maldiciéndose en su propio lenguaje, su mandíbula apretada rígidamente. —No sé cómo agradecerle, señor… uh… —Jacob —completó él. Su tono de gruñido la hizo empezar a retroceder. —Señor Jacob —dijo ella inquietamente. —No, sólo Jacob —corrigió él, forzándose a hablar más uniformemente, odiando la idea de que ella también le temiera como los demás. Era humana. No tenía ninguna razón para temerle. —Bueno, Jacob —dijo ella, sus ojos lavanda lo estudiaban cautelosamente. Sin embargo, un momento después, se mostró audaz—. Yo soy Isabella Russ, y te estoy extremadamente agradecida por… por lo que hiciste. No puedo creer que no te rompieras el cuello. —Soy mucho más fuerte de lo que se ve —ofreció él como explicación. Bella encontró eso difícil de creer. Él se mostraba cada centímetro poderoso como debía ser para haberla atrapado como lo hizo. No estaba brutalmente constituido, pero tenía un torso agradablemente amplio, anchos hombros, y definitivamente, sus ropas no escondían nada de su estado físico. Era delgado, atlético, tenso y apretado en los lugares precisos de lo poco que podía ver y había sentido por debajo de su abrigo gris. Pero más allá de su oscura buena apariencia, gran cuerpo y su coleta de pirata, Jacob tenía un aire de poder como ella no había encontrado en ningún otro. Si, él era, definitivamente, más fuerte de lo que se veía y no sólo físicamente. Fue suficiente para hacer temblar, incluso, a una impasible bibliotecaria. Un paquete total, completado con un acento europeo tan rico y elegante, como el resto de él, húngaro o croata, quizás. Él estaba calmado, elegante y controlado, exhalando una confianza en sí mismo que perforaba y una subyacente peligrosidad que enviaba esos temblores a través de su espina. Ciertamente, un total y atractivo paquete. Uno que probablemente estuviera casado y con seis hijos. Isabella suspiró cuando se reencontró con la realidad, la liberación de su aliento removió el pelo sobre su frente. —Bueno, de todos modos, gracias, por… bien… ya sabes. —Ella señaló con descuido hacia la ventana de donde había caído. Sus cejas se juntaron con perplejidad por un momento. ¿Cómo, exactamente, había podido él atraparla sin romperse la espalda? Parecía imposible. Repentinamente, Isabella sintió los vellos de su nuca erizarse. Jacob observó la pequeña cabeza del hada girar alrededor bruscamente, sus bonitos ojos se entrecerraron con cautela. Fue suficiente para activar sus propios instintos y sintió, en la noche, lo que fuera que la había perturbado. Para su asombro, ella había apuntado hacia la misma cosa que él había estado buscando. Malevolencia. Terror. El terror absoluto de Saúl. Jacob pudo oler su miedo. Podía saborear la marca acre de la magia negra. Estaba cerca, justo como Jacob había sospechado que estaría cuando su rastro se había terminado en esa área. Lo que sea que había tirado a Saúl pateando y gritando hacia la misma oscuridad, una vez más estaba invocando, envenenando y torturando al Demon encarcelado. Aún así, los sentidos cazadores de Jacob no atrapaban ningún rastro, no encontraban dirección. Perplejo, giró la cabeza alrededor y fijó su mirada en la pequeña mujer humana, quien seguía parada con su cabeza dirigida hacia el desconocido más allá. ¿Sería posible? ¿Podía esa mujer - 17 -
  • 18. haber retenido aquellos instintos que, un par de horas antes, él había acusado a su raza de haber perdido, sintiendo incluso aquello que él no podía ver, para llegar a una solución? Él nunca había escuchado tal cosa. Pero Jacob sentía su perturbación, oliendo el cambio en su química corporal mientras su adrenalina se armaba en una reacción de vuelo o lucha clásica. Oh, si, ella definitivamente tenía la sensación del mal que se acercaba. —Sería mejor si nos quitamos de la calle —dijo ella rápidamente, alcanzándolo para tomar su brazo. —¿Por qué? —contrarrestándole, asentándose donde estaba contra su arrastre. —Porque no es seguro —dijo ella, como si se explicara a un niño de dos años—. Ahora deja de hacerte el macho y haz lo que yo digo. ¿Hacer lo que ella dice? ¿Está esta mujer diminuta tratando de protegerme? El concepto lo impresionó. —No me estoy haciendo el macho —replicó él, siendo deliberadamente obtuso ahora que veía cómo su ansiedad y reacciones crecían como una ola. Fue hipnotizante observar cómo ella se ruborizaba, su pulso recorrer como loco por su delicada garganta y sus pechos llenos hincharse con su creciente respiración. —¡Oy! —Isabella puso en blanco sus ojos— ¡Está bien! Como quieras. Sólo salgamos de la calle. —¿Por qué? —insistió. Él observó fascinado como una vez más hizo volar hacia atrás su cabello con un exasperado suspiro y plantar sus puños alrededor de sus redondeadas caderas, sus pies reforzados y obstinadamente separados. —¡Mira, hay algunos lugares donde no es una buena idea estar parado en medio de la calle discutiendo, y éste es uno de ellos! Si estás empeñado en quedarte aquí, bien. Yo voy… Ella se detuvo con grito agudo de asombro, su mano voló hasta su garganta y un gorjeo débil parecido a un burbujeo. Jacob instintivamente la alcanzó para ayudarla, no gustándole la amplia y salvaje mirada de sus atribulados ojos lavanda. —¿Isabella? ¿Qué es? —demandó él, tirando de ella para protegerla en su abrazo. —Alguien… ¡Oh, Dios! ¿Es que no puedes olerlo? Podía. Estaba a su alrededor, débil pero inconfundible. El olor de la carne ardiendo. Azufre también. Pero él había perfeccionado los sentidos cazadores de cada especie predadora que el quisiera, y no era ninguno de esos sentidos el que le trajo el olor hasta él. No había rastro, ni huella. Se ocultaba de él. Estaba perplejo, pero sólo pasó un momento así. Ahí estaba esta humana que no tenía tales habilidades como las suyas, jadeando por respirar, comportándose como si tuviera respirando espesas nubes de humo y azufre cuando claramente no lo estaba. No físicamente. Era alguien más. Saúl. Un tipo de claridad ardió detrás del cerebro de Jacob, aunque estaba más desconcertado que nunca. El Ejecutor no hizo una pausa para reflexionar los por qué, los cómo o las complicaciones de lo que estaba pasando. Él sólo quería saber una cosa. —¿Dónde? ¿Puedes decírmelo, Isabella? ¿Dónde está? - 18 -
  • 19. —¡Cerca! ¡Dentro de mí! —sus manos agarraron la tela de su blusa sobre su pecho como si quisiera quitarse esa presencia. Sus ojos lagrimearon, gruesas gotas fluyeron por su rostro tratando de lavar el humo que ni siquiera estaba ahí. —No. Escúchame —él tomó su rostro entre sus manos, percatándose de lo pequeña que era entre ellos, y delicadamente, elevó su rostro hasta el suyo. —Esta cerca, pero no dentro. ¿Dónde? ¡Mira y dime dónde! Isabella se zafó de su agarre y empezó a correr, tosiendo y ahogándose en el humo fantasma mientras se agitaba y escapaba. Jacob fue rápidamente tras ella y dieron la vuelta a la esquina y cruzaron la calle. Ella tomó una esquina más y se chocó de frente con unas imponentes puertas oxidadas de acero corrugado. Un depósito. Por mucho tiempo abandonado, y sin embargo, en una ventana superior se veía el violento parpadear de unas luces. Una antinatural y fría luz que Jacob tontamente pensó que nunca volvería a ver en su vida. Agarró a su pequeña guía por los hombros, apoyando su espalda contra su cuerpo al tiempo que se inclinaba sobre su oído. A pesar de la disparidad de alturas, ella encajó contra él impecablemente. —Escucha —murmuró él suavemente, mientras ella continuaba luchando por respirar. — Esta no es tu agonía, Bella. No la hagas tuya —él echó un vistazo hacia arriba, al siniestro brillo en la ventana, su corazón palpitando con fuerza por la presión de actuar, pero no podía dejarla allí sofocándose. Si su mente asumía lo suficiente como para reaccionar con lágrimas y una voz ronca, entonces ella podía considerar que se estaba asfixiando.— Puedes ver que no hay humo. ¿Me estás escuchando, Isabella? Ella lo hacía. Aunque no podía hablar, lo expresó en su primera clara y profunda aspiración, que se sintió como años para ambos. —Bien —susurró él, su cálido aliento rozó su sensible cuello.— Ahora quédate aquí, fuera de vista, y sólo respira. Jacob llegó hasta el empalme de las puertas y tiró de ellas, abriéndolas, como si estuviera rasgando papel y no enormes libras de acero, camuflando el sonido como un asunto de segunda naturaleza. Alguien dentro lo percibiría simplemente como el metal crujiendo por el viento. Instintivamente, Isabella lo siguió dentro de esa oscuridad, más allá de las puertas, sin hacer caso de sus instrucciones. Temía lo que estaba pasando, pero tenía más miedo de quedarse sola. Ella se arrastró tras él, sus manos se agarraban a su ondeante abrigo mientras cruzaba de un tranco a través del terreno y la sombra. Hubo como bengalas de luz y luego oscuridad, esa combinación la encegueció dolorosamente. Jacob caminó sin vacilación, como si estuviera a plena luz del día, moviéndose hacia esa luz con un sentido de amenaza que era palpable para ella. Inesperadamente, lo sintió elevarse ante ella, aparentemente subiendo una escalera. Él se soltó de su agarre y ella se quedó buscando la escalera por su cuenta. No pudo encontrarla. No importaba lo mucho que hubiera buscado alrededor, no pudo encontrar el medio que él utilizó para llegar al nivel superior del depósito. Todo lo que pudo hacer fue girar hacia la luz que ahora iluminaba su figura, mientras él, lenta y furtivamente se acercaba a la fuente de ello. Su áspera respiración parecía hacer demasiado ruido mientras ella luchaba por oxígeno. Jacob se movió más y más cerca. De repente, él saltó. Realmente saltó. Isabella podía haber visto cosas en medio de esa neblina y penumbra, pero podía haber jurado que el hombre realizó un ágil salto de casi ocho metros desde donde estaba parado hasta la refriega con lo que fuera que estuviera allí arriba. El infierno, sin demora, se desató. - 19 -
  • 20. Sin advertencia, el humo que ella había olido se agitó en la luz enfermiza, se derramó como una cascada de agua verde, óxido y negras nubes. Luego hubo una enorme explosión, desechos y cuerpos cayeron del desván como misiles, forzando a Isabella a esquivarlos y cubrirse, sus ojos ardieron con las bengalas de luz. Increíblemente, llovían hombres. Jacob se estrelló en el suelo a casi 3 metros a la izquierda de Isabella, con un sordo y discordante sonido de huesos que levantó una enorme nube de polvo. Otro cuerpo cayó entre unas cajas no muy lejos. Un tercero golpeó el suelo cerca de las puertas abiertas, de hecho, aterrizando a sus pies. El hombre absorbió el choque de su aterrizaje como un gato. Entonces, con un remolino de la tela de su abrigo, ¿o era una capa?, giró y corrió hacia las puertas abiertas. Ignorando todo lo demás, Isabella agarró por los amplios hombros al hombre que se esforzaba pesadamente por respirar, en el suelo. —¡Jacob! —¡Isabella, sal de aquí! —Jacob rugió la orden mientras se sacudía torpemente a sus pies, agarrándola y empujándola hacia atrás y lejos de él, con tal fuerza que ella cayó embarazosamente y aterrizó sobre su trasero. Chisporroteó durante un momento, maldiciendo sin elegancia y con marcado dolor, con toda la intención de decirle al Sr. Jacob Macho que se fuera al infierno. Las palabras se le congelaron en la garganta cuando el hombre que había caído entre las cajas, se elevó rápidamente encima de ellos. Literalmente, se elevó. Flotando directamente en el aire. Isabella jadeó cuando fue testigo de eso y entonces se dio cuenta de varias cosas sumamente importantes. El hombre que se cernía sobre ella y Jacob, no era en absoluto un hombre. Aunque bípedo y relativamente humanoide, era en realidad alguna clase de enorme criatura con infernales ojos verdes que brillaban con ferocidad fuera de su deforme cabeza. Tenía largas y enormes orejas que empujaban hacia delante y arriba, abanicando como si fueran bandas o aletas en lugar de orejas. Tenía colmillos. Oh, y alas muy, muy grandes. Isabella tuvo una extraña e histérica necesidad de reírse. Está bien. ¿Cuándo exactamente, se preguntó, me quedé dormida? Por supuesto, la gente no atrapa a personas que caen por la ventana. Ella nunca habría seguido a un extraño hasta un depósito abandonado. Y no existían tales cosas como acolmilladas criaturas con cara de murciélago, volando sobre el Bronx. Entonces la criatura se dirigió directamente hacia ella. Muy bien, es tiempo de despertar, pensó mientras el pánico crecía en su garganta. La cosa alada empezó a hacer un salto hacia ella. Como un intermitente relámpago, Jacob voló del suelo en un increíble salto, enlazando con el monstruo en el aire. La colisión fue un enfermizo sonido de carne y huesos impactándose, que hizo que Isabella se estremeciera. El ímpetu de Jacob envío la madeja de cuerpos, lanzándolos a través del cuarto hacia otras cajas. Frenéticamente, Isabella exploró a su alrededor en busca de alguna clase de protección. Lo primero que encontró fue una pesada barra, la herrumbre se descascaraba en sus manos, arañando sus palmas cuando la recogió. La golpeó en los pies, sosteniéndola como un boxeador de Louiseville, agitándola amenazadoramente en caso de que Jacob no pudiera terminar el trabajo. - 20 -
  • 21. No lo hizo. De repente los dos cuerpos en lucha saltaron de entre las cajas en una ráfaga de cartones voladores. Esta vez, la viscosa criatura tenía una mano levantada, sus enormes alas aumentaron la velocidad, lanzando a Jacob vulnerablemente hacia arriba, golpeándolo de lleno y enviándolo al techo. El sonido de las grandes placas de metal colapsó a través de las sombras e Isabella observó con horror como Jacob caía a plomo a la tierra igual que una pesada piedra. Él se golpeó en una velocidad atronadora, el atroz impacto levantó otra nube de polvo. Isabella se ahogó, horrorizada, cuando vio un charco negro que salía de atrás de la hermosa y oscura cabeza de su intrépido salvador. Se detuvo, congelada en su lugar, mientras la criatura le sobrevolaba encima una vez, dos veces, y luego volvía sobre ella como si fuera un depredador anticipado hasta que sutilmente aterrizó descansando en las almohadillas con garras de sus pies. Le lanzó una buena mirada, admirando su viscosa piel rojiza, su protuberante pecho y el cóncavo abdomen. Sus labios eran finos y se abrieron para mostrar dos hileras de colmillos, así como los dos caninos que se alargaron en una terrible medida. Las manos eran lo peor, terminadas en unas verdosas garras de 15 centímetros de longitud, goteando un líquido negro sospechosamente parecido al charco que se formaba bajo Jacob. —Bonita —siseó eso. Muy bien, entonces la voz es peor que las manos, rectificó Isabella mentalmente. —Si, bueno, podrías hacerte una limpieza facial o algo así —Isabella se cubrió la boca con una mano llena de óxido. Oh, grandioso, Bella, fastidia a la gran criatura malvada, ¿por qué no? —Bonita carne —procesó la espeluznante cosa. Bueno, eso no sonó muy bien que se diga, determinó ella. —Um… sabes, he escuchado que ser vegetariano es la moda en estos días —exclamó, con una chillona voz mientras la bestia avanzaba hacia ella un paso, forzándola a retroceder. —Carne tibia. Carne caliente —entonces la cosa hizo una cruda especulación acerca de cierta parte de su anatomía femenina. —¡Hey…. Cuida tu boca, amigo! Y quédate donde estás o…. o —Isabella levantó la barra de modo amenazador, tratando de pensar en la mejor manera de intimidar a una gárgola.— O serás tú el que se verá golpeado en su carne. Bueno, era un hombre después de todo, y hay cosas que deben ser universales. Por otra parte, pensó ella con una malvada sonrisa, extendiéndose para acariciarse entre las piernas, puede que no. La mirada que recibió de la criatura era de pura lascivia, sus ojos se pusieron en blanco, la baba goteaba por su barbilla. Ahora, si eso no era universal, ella no sabía lo que era. Repentinamente, la cosa se cansó de jugar con ella y saltó hacia delante. Isabella chilló alarmada, instintivamente se tiró al suelo, rodando hacia fuera del área de objetivo de la criatura. Se puso en pie más fácilmente de lo que hubiera pensado que una comelibros como ella podría ser capaz. Giró, su corazón palpitaba violentamente, justo a tiempo para ver a la cosa recuperarse y arremeter con ira hacia ella una vez más. Esta vez, lo único que podía hacer era batear con la vara en sus manos, rogando hacer contacto lo suficientemente fuerte. No lo logró. En vez de eso, hizo un giro de 360 grados. Sin demora, se cayó de espaldas. Todo esto al tiempo que la criatura caía sobre ella, riendo y babeando con regocijo en un minuto y gritando terriblemente de dolor, al siguiente, mientras se clavaba en la vara que ella aún - 21 -
  • 22. sostenía, enterrándose en su pecho. Isabella parpadeó, sorprendiéndose de cuan fácil parecía deslizarse dentro de la criatura, sin ninguna presión o contrafuerza necesaria de sus manos. Enseguida fue consciente de que potentes manos la sacaron de debajo del retorcido monstruo justo a tiempo para salvarla de incendiarse cuando la criatura irrumpió en una conflagración de llamas. Después de una salvaje y caliente llamarada, la criatura se desintegró en un soplo de humo y cenizas. El sobrecogedor hedor de azufre provocó arcadas en Isabella, aún cuando se protegió en un ahora familiar abrigo, siendo sacada rápidamente de allí. Una vez más, aspiró varias veces aire fresco y pudo secarse las lágrimas que caían por su rostro, miró hacia aquellos oscuros y preocupados ojos, que ya empezaba a conocer. —¡Jacob! ¡Pensé que habías muerto! —Difícilmente —le aseguró, apartando la suciedad y las lágrimas que manchaban sin compasión sus mejillas.— Sólo fue el viento que me noqueó. —¡Ya lo creo que si! ¡Estás sangrando! Ella trató de revisarle la herida de la cabeza, pero él atrapó su muñeca con una mano firme antes de que pudiera tocarlo. —Estoy bien —insistió él.— Soy yo quien debería estar preocupado por ti. ¿Cómo lograste mantenerlo alejado de ti? —No lo sé. Sólo agarré lo primera cosa que pude. Ella abrió la mano, dándose cuenta de que aún tenía la oxidada vara fuertemente sostenida. Estaba cubierta por una pegajosa sustancia que no estaba segura de identificar. La sostuvo hacia Jacob, quien saltó hacia atrás como si le fuera a prender fuego. Le agarró la muñeca, la giró alejándola de él, y le dio unas pequeñas sacudidas hasta que la vara ofensiva cayó golpeando el suelo. —Hierro —dijo él, con sosegado tono claramente perplejo.— ¿Cómo diablos sabías que debías usar hierro? —No lo sabía. Era lo único que había ahí. Fue suerte, supongo. De alguna manera, Jacob lo dudó. Pero se guardó su opinión. Evidentemente, este oportuno encuentro se estaba convirtiendo en algo más complejo. —Jacob, ¿qué era esa cosa? Quiero decir, ¿era real? Espera. No contestes a eso. Por supuesto que era real. ¿Pero cómo? ¿Era alguna clase de experimento que salió mal? Nunca había visto nada como eso. —Eso… —Jacob vaciló, suspirando una vez.— Eso solía ser uno de mis amigos. - 22 -
  • 23. CAPÍTULO 2 Jacob se paseaba de un lado a otro del salón, pasándose los dedos de ambas manos por el pelo que ya tenía marcas de pasadas anteriores. Aunque no le había gustado mucho decirle a Myrrh-Ann que su marido había muerto, Jacob había cumplido con su deber. Ella había entendido las implicaciones de la captura de Saul y Noah había intentado prepararla para lo peor, pero Myrrh-Ann había reaccionado compresiblemente con una mezcla de pena y furia. Había atacado a Jacob con su poder y con el contacto más personal de sus puños. No había tenido ocasión de hacerle daño físico. Noah había tendido la mano para tocarla, drenando la energía de su cuerpo violento y sacudido. Se había desmayado en los brazos del Ejecutor. Jacob había sido incapaz de sujetarla. Mientras su peso reposaba contra él había podido sentir el susurro de una nueva vida contra él a través de su hinchado abdomen. Había sentido como si fuera una traición tener esa clase de intimidad cuando la madre nunca lo hubiera permitido si hubiera tenido la oportunidad. Myrrh-Ann no necesitaba saber que un humano había matado a Saul. Era preferible que maldijera a Jacob, que odiara a aquel que, por las leyes, se encargaba de entregar tales sentencias a que odiara a una mujer vulnerable que casi no sabía lo que había hecho. Noah había notado que estaba reteniendo información. El Ejecutor era consciente de las percepciones de su monarca pero aún no había podido explicarse. Antes necesitaba tiempo para pensar. Necesitaba arreglar las implicaciones de esta noche antes de que alguien más supiera lo que había pasado realmente en aquel almacén. Primero y principalmente estaba la prueba de la existencia de un auténtico necromántico, uno nacido con poder y destreza suficientes en las artes oscuras para convocar a un Demon. Lo había visto con sus propios ojos aunque le avergonzaba y le enfurecía admitirlo, porque entonces también tendría que admitir que había permitido que ese manchado ser escapara por el mundo desenfrenado. La súbita aparición de un mago no era de buen agüero para la raza de Jacob. En realidad no era de buen agüero para ninguno de los clanes de Nightwalker. Donde había uno seguro que habría otros y los Demons no eran sus únicas víctimas. Y también estaba… Paró sus paseos alzando la mirada, al techo, donde ahora dormía Isabella en una habitación por encima de él. Le había roto una cápsula de hierbas bajo la nariz; la composición la indujo al sueño, permitiéndole largarse con ella a su casa en Inglaterra pasando desapercibidos. La mujer había hecho lo imposible. Había matado a un Demon. Incluso más imposible, antes de matarlo lo había percibido, había empatizado con él y le había seguido el rastro. Una humana capaz de matar a un Demon era algo inaudito. A menos que la humana fuera una necromántica. Isabella no era un mago. Jacob lo hubiera sabido instantáneamente. Había un aura antinatural, un hedor infame pegado a los magos. El cabrón que había capturado a Saul lo había esparcido por todo el desván. La putrefacción todavía chamuscaba la sensitiva nariz de Jacob. El olor de Isabella era suave, limpio y deliciosamente puro. Incluso bajo toda la suciedad de aquel almacén, Jacob todavía era capaz de oler la seductora sustancia de su olor. Ni perfume ni loción ni hábitos disolutos, ni siquiera el almizcle territorial de un macho estropeaban su aroma. Tampoco era alguno de los otros inmortales que vagaban en la noche. Los Nightwalker que elegían moverse entre los humanos eran casi indistinguibles entre ellos. De cualquier forma las - 23 -
  • 24. razas podían identificarse unas a otras por las pequeñas diferencias que daban aunque se alejaran. En la mente de Jacob no había duda de que Isabella era humana. Pero, ¿una humana que podría matar a un Demon? Incluso los Demons lo tenían difícil para matarse entre ellos. Por eso ser el Ejecutor era un trabajo letal. Sólo los más ancianos de su raza eran lo suficientemente poderosos para causar daño mortal y sólo Jacob estaba autorizado sin reservas para hacerlo. La pena capital era terriblemente rara y no era tarea fácil cumplir tal sentencia. Como se había probado esta noche. Isabella simplemente había cogido una barra de hierro y la había hundido en el corazón de Saul. Jacob no podía hacerlo. Ningún Demon podía soportar tocar el hierro El contacto era como de ácido violento contra la piel. Si la herida era profunda, la agonía era atroz. Si penetraba en el corazón o el cerebro significaba la muerte. Jacob se miró las manos; sus pulgares estaban ligeramente quemados por el óxido que se había mezclado con las lágrimas de Isabella. No se había dado cuenta del contacto hasta que empezó a irritársele la piel. A pesar de todo el esqueleto de un Demon era como el acero, casi inmune. ¿Cómo había podido hundir la barra entre las costillas y el esternón hasta alcanzar el corazón una cosita como ella? Además, al contrario que la vulnerabilidad de los licántropos a la plata, ampliamente conocida por la ficción, la debilidad de un Demon ante el hierro no estaba en la vanguardia del conocimiento humano. ¿De alguna manera había sabido ella este oscuro detalle? Suponiendo que podría asumirse que ella sabía lo que era Saul aunque, después de transformarse, Saul había parecido el epítome del ideal humano de un Demon. ¿O, como parecía, todo había sido una afortunada casualidad? Jacob recordaba haber vuelto en si encontrándose en el suelo del almacén, sacudiéndose de los ojos la sangre y el cabello. Justo en el momento en que vio al monstruoso Saul echándose encima de la pequeña mujer y dándose cuenta de que no podría alcanzarla a tiempo. Le estaba zumbando la cabeza de tan mala manera que ni siquiera podía concentrarse para usar su poder. Nunca antes había tenido tal sentimiento de frustración o desamparo. Cometió errores imperdonables en el encuentro y casi les había costado la vida. La providencia no tendría que haber entrado en la situación. Con o sin cien años entre encuentros debería haber recordado como era vérselas con un Transformado. Jacob debería saber dónde se enfocaba la loca mente y el cuerpo de Saul cuando avanzaba sobre la pequeña y llamativa mujer. Un Demon tan adelantado como estaba Saul en ese momento, sólo tenía dos necesidades básicas y urgentes. La primera era la autoconservación. Por eso era una ventaja formidable tener un Demon esclavizado. Una vez que se eliminaba su civilización mediante los hechizos ácidos que lo encadenaban, la criatura capturada haría cualquier cosa por su amo si se le prometía la vida o la libertad, incluso usar sus poderes elementales. Una vez que la autoconservación estaba satisfecha, el siguiente pensamiento del Demon Transformado era, por supuesto, satisfacer su desenfrenada lujuria, un estado que se magnificaba especialmente en la luna llena de Samhain. Era parecido a lo que Jacob imponía y por lo que castigaba a sus hermanos. Era lo que la mujer pelirroja hubiera experimentado si él no hubiera tenido vigilado a Kane. Pero el tratamiento de Kane para esa mujer palidecía en comparación con la forma en que Saul hubiera violado a Isabella, transformado y pervertido como estaba. El sólo pensamiento hacía que la repugnancia reptara cuello abajo haciendo que su corazón tartamudeara con un palpitar rápido y doloroso. Jacob había visto el falo dilatado de Saul mientras se colocaba encima de Isabella. Cerró los ojos contra las viles imágenes de su imaginación, cerrando las manos en puños feroces mientras desechaba las imágenes. Estaba prohibido a un Demon dañar a un humano inocente de cualquier forma. Era su regla de oro y era la ley que Jacob había jurado defender por encima de todo. Por encima incluso de los - 24 -
  • 25. deseos de Noah si iban en contra. Era particularmente tabú intentar aparearse con un humano. Eran demasiado frágiles para tal volátil suplicio. Jacob pensó una vez más en Isabella, tan delicada y tan pequeña, mucho más pequeña que los de su especie. Hacer el amor con un Demon llevaba consigo una ferocidad elemental que a menudo sobrepasaba las agresiones excesivas. Isabella se partiría como una frágil ramita ante la avalancha de una pasión como esa. Esto no significaba que Kane o Gideon o tantos otros a los que Jacob había aplicado la ley durante siglos, fueran pervertidos de la peor especie. Eran meramente víctimas de la maldición de su raza. Los Demons pasaban la totalidad de los cuartos creciente y menguante de la luna de los Sagrados Samhain y Beltane luchando por mantener el control. Cada minuto de esas potentes festividades eran un ejercicio de tortura mientras sus cuerpos y sus espíritus gritaban a la luna enloquecedora. En alguna parte de sus códigos genéticos estaba escrito que, durante esas fases de la luna, la necesidad de aparearse sobrepasaba todo lo demás. Como un animal en celo, sufrían el impulso irrefrenable que, incluso los más refinados y civilizados de su especie, tenían que luchar para controlar. Normalmente, los Demons se satisfacían entre ellos; pero viviendo entre humanos como vivían, era demasiado fácil mal orientar el instinto de aparearse. Cada año se encontraba cazando a los más respetados de los Ancianos que habían caído presa de esta condición. Le apenaba terriblemente ver la locura en esas caras que estimaba. O, en el caso de Kane, que amaba. Jacob nunca había sido víctima de la locura. Ni incluso de novato se había debilitado hasta el punto de desear a una hembra humana. Pero había sido novato hacia cientos de años y entonces no había seis billones de humanos en el planeta. Incluso así, siempre había tenido dificultad en imaginarse cómo sería esa atracción. Aunque parecían iguales, los Demons y los humanos eran muy diferentes química, mental e intelectualmente. Aún así, preguntarle a un Demon la razón por la que se sentía atraído por un ser más débil cuando estaban en la agonía del impulso, era inútil. Y si tenía que ser completamente honesto consigo mismo, antes había habido un momento en que incluso sintió el poderoso tirón de un cuerpo suave y cálido y de unos ojos hermosos color lavanda de luna. Jacob juró suavemente, pasándose la mano por el cabello otra vez mientras iba a servirse un trago. No era el alcohol de los mortales lo que buscaba sino leche animal, a temperatura corporal preferiblemente, aunque también serviría a temperatura ambiente. La leche de cabra, de oveja e incluso otras clases de leche más exóticas que se elaboraban para niños procedentes de los más inusuales animales, eran intoxicantes para los Demons, de forma parecida a lo que el alcohol producía en los mortales; la leche común pasteurizada y homogeneizada que se vendía en los supermercados tenía un efecto tan potente como una copa de vino y por ejemplo la leche de jirafa podría ser el equivalente a un brandy fuerte y exótico. El resto eran más o menos fuertes dependiendo del animal y de dónde se hubiera criado, de la misma forma en que un vinatero o un cultivador de viñedos elaboraría un producto específico. Jacob se sirvió un vaso de leche de cabra del Himalaya y se hundió en las profundidades del sillón. Giró la cabeza intentando aliviar los nudos del cuello, dándole vueltas a los mismos pensamientos otra vez y sabiendo que pronto, le encontrara o no sentido al asunto, iba a tener que hablar con Noah. —¿Hola? Jacob se sobresaltó ante el suave saludo inseguro y se puso en pie volviéndose bruscamente para mirar a Isabella que se restregaba los somnolientos ojos mientras bajaba pesadamente un peldaño tras otro. ¡Imposible! - 25 -
  • 26. Él no era capaz como Kane de inducir a la mente de una persona al sueño, ni podía forzar al sueño drenando la energía como hacía Noah, pero coño, sí que sabía mezclar hierbas lo suficientemente potentes para que sirvieran. ¡Ella debería haber dormido durante horas! —Hola —dijo sonriéndole con aire somnoliento cuando le pilló mirándola desde abajo. — Jacob, ¿verdad? —Sí —contestó sin poder hacer otra cosa que responder. Sus ojos se deslizaron sobre ella mientras se devanaba los sesos para encontrar una solución pero sólo pudo recordarse a sí mismo la figura fabulosa y deliciosa que tenía ella. Se había manchado la ropa en el almacén, así que la había desnudado de sus vaqueros, camiseta y calcetines y le había puesto una de sus camisas. De alguna forma, verla con ella, respirando, despierta y vital fue un atractivo estímulo visual. Se movía como un gatito, despacio y vulnerable e irresistiblemente provocadora. El sedoso cabello largo y negro pendía a ambos lados de su cuello extendiéndose sobre los hombros. La profunda “v” de la camisa bajo el cuello causada por la prisa al abrocharle los botones, dejaba sitio para que un mechón de pelo negro se deslizara por el esternón en el incitante valle entre sus pechos. Su figura quita el aliento, ostentosas y amplias curvas para tan delicado armazón. Pechos llenos y maravillosos, la cintura estrecha y las curvas a los lados permitían poner ambas manos sobre ella con los dedos extendidos sobre el suave vientre o las tentadoras caderas o… Jacob sintió surgir su sangre en una caliente respuesta a su imaginación, su cuerpo se endureció tan inesperada y rápidamente que le quitó el aliento. Volvió la cabeza deprisa arrancando los ojos de ella y murmurando entre dientes un fiero improperio. Tiro el vaso sobre la mesa y apretó las manos sobre la superficie, como si sentir la madera pudiera de alguna forma anclarle al suelo. Sus oídos, siempre sensibles, captaron el sonido de su cuerpo y su ropa al terminar de bajar hasta el salón. Podía olerla aunque estaba a la mitad de la habitación. Esa fragancia limpia se había alterado, calentada por el sueño y perfumada por las sábanas recién lavadas de la habitación de invitados. Le recordaba a una bochornosa noche de verano, llena de flores todavía calientes de luz de sol, hierba limpia y húmeda y el olor almizclado, dulce y delicado, de un ser claramente del sexo opuesto. Fresco, puro, calidamente tentador. Y acercándose con cada paso. —Deberías estar durmiendo —dijo abruptamente sintiéndola sobresaltarse cuando rompió el pesado silencio de la habitación. —Me desperté. La oyó encogerse de hombros. Tenía todo el sentido para ella, pero ninguno para él. Dio otro paso, y otro. De repente, Jacob estaba abrumado por la urgencia de llamar a Noah. Era un impulso tan absurdo que casi se echó a reír. Tales convocatorias no tenían precedente y probablemente el Rey caería sobre ellos con dos proverbiales cañones lanzando fuego puesto que Jacob no era del tipo de los que necesitan ayuda y nunca la pedía. Pero ¿quién —se preguntó en un momento de pánico cuando el calor de ella le asalto—, vigila al Ejecutor? ¡No! ¡Maldita sea! Eres más fuerte como para un descuido con una hembra humana! ¡Y ella ni siquiera está haciendo nada! Jacob no iba a permitir que la locura de la maldita luna le arrebatara lo mejor de sí. Nunca en su vida había perdido el control y no iba a empezar ahora. Había sido un serio ejemplo durante cuatrocientos años y no iba a empañar su superlativa reputación, no cuando los Demon como Kane necesitaban desesperadamente su guía y su censura. Con la mandíbula fruncida, se volvió para enfrentarla. —¿Qué estoy haciendo aquí? —preguntó ella. Sus largos dedos tocaron una de las muchas baratijas antiguas que estaban sobre la mesa, trazando su contorno suavemente, explorando su - 26 -
  • 27. textura y la artesanía con que estaba hecha hasta que sonrió con una delicia que hizo que sus ojos se encendieran de violeta eléctrico. Cogió otra baratija, una de sus favoritas de la extensa colección de toda una vida. Los impacientes dedos se deslizaron con fascinación y un toque preciso que le cautivaron. —¿Supongo que esta es tu casa? —Sí. —No recuerdo haber llegado aquí. Es encantadora —le felicitó con los enormes ojos abarcando la extensa habitación y sus ricos recuerdos. —Veo que tienes predilección por las antigüedades. Asintió sabiendo con certeza que lo que ella llamaba antigüedades habían sido nuevas cuando las compró hacía tantos años. Por supuesto, no tenía sentido decírselo así que se quedó callado. —No hablas mucho, ¿verdad? —preguntó despreocupadamente mientras cogía una pequeña figura de madera de la que nunca se figuraría que había sido esculpida por una mujer de una tribu africana extinta desde hacía cientos de años, lustrada y suavizada por la saliva de la mujer y concienzudamente frotada. —Aunque después de lo que pasó antes, comprendo que no te sientas especialmente hablador. Isabella dejó la figura de madera y acarició con su toque ligero y acariciante la siguiente figura y la siguiente, devorando con su curiosidad sensorial todas las curvas y texturas de sus pertenencias. Sus dedos gentiles rozaron la mesa acercándose a su mano izquierda que reposaba sobre ella ligeramente encorvada. Jacob se apartó incómodo, toda su gracia habitual se evaporó cuando retrocedió un paso torpemente para escapar de su cercanía. Mierda —pensó vehemente— esta mujer debería tener el sentido común suficiente para no acercarse tanto a un hombre que casi no conoce. Especialmente una mujer humana. No tenía poderes ni cualidades innatas para protegerse a sí misma y aquí estaba, deambulando confiadamente a su alcance. Y aún así acababa de matar a uno de los de su especie hacía sólo unas horas. —No quiero parecer antipático —dijo con cortesía a pesar de sus desordenados pensamientos—. No estoy acostumbrado a la compañía de otros, eso es todo. Bueno, al menos eso era verdad… Isabella inclinó la cabeza, lo que ocasionó que más pelo negro como ala de cuervo cayera hacia delante como seda negra contra su pecho mientras le miraba de arriba abajo. El toque de sus ojos era como un contacto físico. El exquisito brillo violeta de curiosidad empezó como una danza ligera por la cara de Jacob, se deslizó suavemente por sus hombros y lentamente siguió el camino de su amplio pecho. Allá donde caía su mirada, Jacob sentía arder la piel, abultarse los músculos tensos, la insignificancia de sus ropas baja su inspección visual. Flexionó su abdomen; los nervios de los muslos se sacudían insoportablemente mientras ella le inspeccionaba implacable. De ninguna forma podría no notar lo empalmado que estaba. El músculo de la mandíbula se le apretó al sentir el profundo escrutinio como una marca. ¿Se daba cuenta de cómo le estaba mirando?¿Es que nadie la había advertido que el barrido de las espesas pestañas que enmarcaban sus ojos no era más que sensualidad natural de lo más potente? —Un solitario —dijo por fin. Era un hecho y asintió para sí misma. —Me imagino que no tienes seis críos corriendo por ahí con todo el valioso material al alcance de la mano. Por cierto —le miró a los ojos directamente a los ojos y Jacob sintió que se quedaba sin aliento —¿Me has desnudado? En ese momento Jacob se convenció de que no podía ser humana. Ninguna hembra humana podía poner tanta inflexión en una simple pregunta. Ninguna mujer mortal cuerda se hubiera - 27 -
  • 28. atrevido a preguntar tal cosa mientras estaba desnuda a escasos centímetros de un macho desconocido y evidentemente excitado. Isabella ni siquiera le vio moverse. En un momento estaba de pie alejado y al siguiente sus manos estaban sobre ella. El dominante apretón rodeaba sus brazos, la levantó y la apretó contra el pecho. Dejó escapar un sonido de sorpresa cuando se le aceleró el aliento. Ante de que pudiera respirar la boca de él había tomado la suya con una ferocidad apenas controlada. Subió las manos reflexivamente agarrando la pechera de su camisa para estabilizarse y para iniciar una protesta. Protesta que apenas germinó cuando su psique atlética quemó, con fuerza masculina, la suya más suave y flexible. Estaba totalmente en forma, los músculos encajando perfectamente y le sentía absolutamente vibrante de vida. Macho y poderoso, estaba en todas partes. Sus manos eran llamativas y seguras al acercarla más a su poderoso cuerpo. La boca de Jacob quemaba contra la suya con una astuta sensualidad que era en parte arte y en parte talento natural. No era como los besos torpes que había dado en el pasado y no había nada platónico o remotamente risible en la sensación que le provocaba, tanto si le había alentado o no. La besaba agresivamente, su boca caliente y el latigazo de su lengua tocando sus labios, ambos persuadiendo y exigiendo todo, como si él supiera algo de ella que nunca había descubierto. Era vértigo y oleadas de calor y los pulsos palpitantes de la sangre. Los pechos le hormigueaban hasta que se sonrojó. Sintió un subidón de adrenalina y después una estela de deseo sensual que nunca hubiera creído que existiera. Relajó los labios contra los suyos con el corazón palpitándole como un pájaro salvaje atrapado en una trampa inesperada. Jacob sintió intensamente la inherente invitación. Había estado esperándolo. Lo aceptó un roce invasor de su lengua, entrando profundamente más allá de sus labios, buscando la momentánea negación que ella escondía tímidamente. Era lo único que tenía en la cabeza, hacer contacto, saborearla de una forma específica, rastrear su sabor a dimensiones lo suficientemente ricas como para volver loco a un santo. Todos los demás pensamientos estaban enfocados al puerto de un beso caliente y dulce. No había nada más. Isabella era consciente de la ola de calor que estallaba en lo profundo del centro de su cuerpo, salpicando y rezumando en cada vena y cada vaso. La sensación era extraordinaria. Hasta que no lo había sentido por sí misma no se había dado cuenta de su efecto sobre él. Ahora la calidez se deslizaba como fuego líquido por su piel y se preguntaba si él sentiría lo mismo. Su lengua tocó la de él como si tuviera voluntad propia. Se volvió más valiente e innegablemente curiosa. La boca de él hizo estragos en la de ella con una desesperación y una necesidad primitiva que ella no esperaba poder entender en su ingenuidad. Era como si fuera la última mujer en el mundo, la única mujer a la que merecía la pena besar. Sintió el brumoso calor del aliento de Jacob cuando se precipitó sobre su cara y su boca. Sus dedos acariciaron la pronunciada curva de la parte baja de su columna. Jacob soltó un gruñido bajo cuando su boca le dio la bienvenida. Sabía dulce, increíblemente dulce, como la delicada pesadez de un caramelo prohibido. La temperatura de su piel estaba subiendo exponencialmente, en nada parecida a la piel fresca de una hembra Demon y podía sentir cada grado como un toque burlón. Incluso su piel, naturalmente fresca, era arrojada a unos extremos de calor para nada normales en su especie. Una cacofonía de deseos le invadía, tantos que se le nublaba la cabeza. El instinto tomó las riendas cuando sus manos rozaron las curvas de aquella piel increíblemente caliente, desde el hombro hasta la curva de su cintura y más abajo sobre la redondez de su tentador trasero. Ella era excesivamente suave, adecuándose a su tacto con exquisita perfección. Sus dedos flexionados firmemente en su culo, tirando de ella poniéndola de puntillas y profundizando en la curva de su cuerpo. - 28 -
  • 29. El liberó su boca de repente, su respiración se volvió tan dura que se estremecían al ritmo de ella cuando se enredaron juntos. Sus ojos buscaron sin descanso su rostro, estudiándola como si fuera alguna clase de complejo rompecabezas. Isabella poco más podía hacer que aferrarse a él, atrapada como estaba en su exigente y dominante cuerpo. Ella observó como las ventanas de su nariz se ensanchaba mientras tomaba un profundo aliento, como si estuviera absorbiendo su fragancia a pesar de no usar perfume. Entonces él se inclinó y acicateó su cuello desnudo, inhalando contra su piel. Se trataba de un acto erótico e Isabella sintió su vientre contraerse en respuesta. Su lengua la acarició el pulso, sus dientes raspando la sensible zona, haciéndola temblar ante la estimulación. Jacob sintió como su cuerpo temblaba y un profundo sonido de apreciación salió de su garganta mientras buscaba su boca una vez más, marcándola con su sabor, dejando su propia esencia en su fragante cuerpo. Ella hizo un pequeño, suave y sexy ruido que quemó sus crudos sentidos. Sus derretidos cuerpos se sacudieron cuando el brazo de él pasó barriendo la parte superior de la mesa justo por detrás de Isabella, enviando una cascada de baratijas desparramándose por el suelo. Ella se levantó y su trasero contactó con la madera de la mesa bajo la dirección de sus urgentes manos, sentándose en la posición natural mientras acariciaba sus muslos. Sus rodillas abrazaron sus caderas, sus tobillos se engancharon alrededor de sus piernas como si lo hubiera hecho cientos de veces antes. Ella no le dio importancia al pensamiento de que no lo había hecho. Sentía el golpe atronador del corazón contra sus pechos, la vibración que palpitaba directamente a través de todo su cuerpo. Las palmas de Jacob acunaron su cabeza, sus dedos enredándose en las finas hebras de su melena. Ésta era pesada y flexible seda, llena de la fragancia de un champú floral. El calor que corría por la piel era divino. Él actuaba puramente por impulso, cada salvaje giro de su boca contra la suya era un reflejo de esa despreocupada necesidad de satisfacción. Las manos de Jacob cayeron, sus dedos largos y ansiosos se envolvieron alrededor de sus caderas y la arrastraron hacia delante al mismo borde de la mesa, sosteniéndola justo allí mientras él se hundía en la unión de sus muslos. Ella jadeó ante la fuerza con la que él dirigía su flexible cuerpo, y entonces gimió bajo sus exigentes labios cuando se dio cuenta que podía sentir su impresionante despertar contra el mismo centro de si misma. Su cuerpo estaba duro, caliente, las sensaciones se filtraban a través de la barrera de la ropa sintiéndolas muy hondas. Ella hizo un abandonado sonido de placer, serpenteando hacia su agresivo marco instintivamente. Deslizo las manos bajando por su espalda, sobre su pecho y sobre sus tensas nalgas, donde podía sentir cada músculo tensándose hacia ella. Jacob gimió con completa satisfacción ante su impaciente respuesta. Hizo un salvaje uso de su boca, besándola hasta magullarla, jadeando por aire y prácticamente cantando un sonido de estímulo que arañó sobre sus ya crudos sentidos. Su perfume natural lo bombardeó, su despertar sexual, y su sangre mientras que se reunía y calentaba sus zonas erógenas. La mezcla era embriagadora, y se sentía como si estuviese nadando en ella. Isabella se estaba ahogando en su feroz pasión, hipnotizada por la roca de su cuerpo, cuando él utilizaba su boca con traviesa habilidad. Se movió contra ella como si necesitara urgentemente acariciarla toda de inmediato. Entonces sintió los dedos empujando hambrientos bajo la camisa que usaba, volviendo a quemar sobre sus caderas y vientre hasta que él tomó sus pechos en sus impacientes palmas. Su tacto era dolorosamente hábil, una confiada manipulación que moldeaba su flexible peso mientras frotaba sus palmas contra ella. Entonces condujo un ya enarbolado pezón entre su pulgar e índice y lo retorció hábilmente dentro del sujetador. Isabella jadeó, su torso inclinándose hacia él. Gimió cuando él jugó con el pecho opuesto de una manera similar, derritiendo el líquido que bajaba desde el centro de su cuerpo hasta estar empapada por él. Fue consciente de su personal esencia, almizclada y oscuramente especiada, y se arrancó de su boca de modo que pudiese enterrar la cara en su cuello y arrastrarle profundamente a sus - 29 -