Este documento discute el colapso del estado y la civilización mesopotámica antigua. Explica que aunque hubo muchos colapsos de sistemas políticos mesopotámicos centralizados antes del colapso final en el 75 d.C., la civilización mesopotámica persistió. Analiza varios de estos colapsos políticos tempranos, incluido el del estado Acadio Antiguo en el 2150 a.C., atribuyendo su caída a rebeliones ciudad-estado y la incapacidad de integrar su liderazgo
1. UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
CÁTEDRA DE HISTORIA ANTIGUA DE ORIENTE
PROFESORA PRO-TITULAR: LIC. ROXANA FLAMMINI
EL COLAPSO DE LOS ESTADOS Y CIVILIZACIÓN MESOPOTÁMICA ANTIGUA∗
NORMAN YOFFEE
Aunque los mesopotamistas han discutido sobre la fecha exacta del nacimiento del
estado en Mesopotamia, pocos se han aventurado a especificar una fecha para el origen de la
civilización mesopotámica. La distinción entre los términos estado y civilización no es sólo
semántica, ni se basa en la aparición de ciertos “indicadores” o de un cierto “estilo”. Por
civilización mesopotámica me refiero a un grupo de límites frágiles, pero reproducibles, que
rodean a una variedad de pueblos, sistemas políticos y sociales, y geografías identificadas
como mesopotámicas y que, de manera importante, incluye el ideal de un centro político.
Este concepto cultural es sin duda abstracto, especialmente en comparación con la muy
tajante definición de estado, aunque me ocuparé luego de indicar que esta definición cultural
es también bastante tangible. Ciertamente, la diferencia entre la civilización mesopotámica y
el estado mesopotámico es real y fácilmente aparente. En verdad, en el sentido político del
estado, historiadores y arqueólogos estan bien al tanto de que el término Mesopotamia no es
fácil de definir en ningún sentido, y que incluso tiene la desconcertante habilidad de
desmaterializarse enteramente, ya que “Mesopotamia” existió predominantemente como un
patrón celular de ciudades-estados que raramente actuaron en concierto político. Sin
embargo, en los milenios antes de la existencia del estado y cientos de años luego de él,
puede demostrarse un sentido cultural compartido muy específico de Mesopotamia, que es
independiente (dentro de los límites que se especificarán en este capítulo) de la presencia del
estado mesopotámico.
Al contrario de las cuestiones del origen, el colapso del estado mesopotámico y el
colapso de la civilización mesopotámica han sido discutidos y sus fechas se han descubierto.
Así, nadie podría afirmar, luego de la conquista de Babilonia por Ciro el Grande de Persia en
539 a.C., que un sistema político mesopotámico pudiera ser nuevamente autónomo y
dominante en el área, que los gobernantes de Mesopotamia pudieran pensarse a sí mismos
como mesopotámicos, o que Mesopotamia pudiera existir separadamente de un orden
institucional superior y no-mesopotámico en el cual estuviera firmemente incrustada.
Por otro lado, nadie sugeriría, al determinar el fin del estado mesopotámico, que la
civilización mesopotámica –literatura, costumbres, lenguas- llegó a una conclusión abrupta y
final. Está claro, sin embargo, que la civilización mesopotámica sí finalizó –el único ejemplo
en este volumen en el cual un sistema político característico colapsa, pero también la
∗
Traducción de N. Yoffee, “The Collapse of Ancient Mesopotamian States and Civilization”. En N.
Yoffee y G.L. Cowgill (eds.), The Collapse of Ancient States and Civilizations. 3ra ed. Tucson and
London, The University of Arizona Press, 1995, pp. 44-68. Traducción de Juan Manuel Tebes.
1
2. tradición cultural en el cual el estado estaba incrustado. Debemos asignar esta finalización la
fecha de 75 d.C., ya que este es el año en el cual fue datado el último documento cuneiforme
conocido. Esta asignación es, debemos reconocer, arbitraria, pero está basada en lo que
parece ser una particularmente apropiada manera mesopotámica de decidir la presencia o
ausencia de cultura mesopotámica. También, luego del 75 d.C., no puede determinarse que
haya persistido ningún vestigio de sistema económico o de creencia mesopotámico o
cualquier lengua mesopotámica, aunque, por supuesto, legados de estas instituciones
culturales se pueden trazar en otras civilizaciones. En este ensayo, en consecuencia, propongo
trazar las causas de estos dos diferentes, pero igualmente palpables, colapsos, e investigar las
relaciones entre ellos.
Antes del colapso político final del estado mesopotámico hubo muchos otros fallos
extraordinarios de sistemas políticos centralizados mesopotámicos. En ninguno de estos
colapsos, sin embargo, se excluía la posibilidad de que nuevas entidades políticas
mesopotámicas características emergieran de la descomposición de sus predecesoras. Se han
atribuido estos colapsos a una variedad de causas en ensayos analíticos contemporáneos y
modernos: pueblos no indígenas, desmanejo burocrático, disrupción de las rutas de comercio,
degradación económica, comportamiento divino (especialmente en relación al pecado
humano), y otros. A menudo, se han elegido tales razones para el colapso de acuerdo al sesgo
del autor, sea antiguo o moderno, y de acuerdo a la naturaleza de los datos –de archivos de
templo, palacio o colonias de comercio- que representan esos retazos del pasado que se
registraron, han podido sobrevivir a las eras, y se han recobrado fortuitamente (y publicado)
en el presente. Varios de estos colapsos políticos mesopotámicos se examinarán aquí. Al
filtrar, como se debe, los sesgos inherentes en fuentes de un área y tiempo particular, esta
amplia discusión tendrá como objetivo discernir qué patrones de comportamiento político, si
alguno, fueron básicos dentro de la civilización mesopotámica, así como considerar qué
podría ser específico de cualquier fase de su historia política.
Habiendo considerado estos colapsos, investigaré luego el colapso de la civilización
mesopotámica. Aunque las instituciones culturales no están, ciertamente, mecánicamente
relacionadas con las políticas, como algunos relatos sistémicos evolucionistas han asumido,
sería necio asumir que los dominios culturales y políticos se pueden separar sin
inconvenientes. En este caso afirmaré que no sólo fue la eliminación física del último sistema
político “mesopotámico” lo que llevó al fin de la civilización mesopotámica, sino que, aún
más importante, fue consecuencia de la desaparición del ideal peculiar de estado
mesopotámico.
RETRATOS DE LOS COLAPSOS DE LOS ESTADOS MESOPOTÁMICOS
El período Acadio Antiguo (ca. 2350-2150 a.C.)
Del mosaico de ciudades-estado competidoras que caracterizó el período Dinástico
Temprano de comienzos del tercer milenio a.C., Sargón forjó el primer estado pan-
mesopotámico. En su lucha por unir a las varias ciudades-estado mesopotámicas, Sargón
claramente tomó ventaja de las obras de sus predecesores. Específicamente, al conquistar la
confederación armada por Lugalzagesi de Umma, pudo de un plumazo unir la parte
meridional de Mesopotamia con su propio distrito central. Sargón, sin embargo, se apartó de
la práctica de todos sus predecesores al intentar legitimar sus obras como rey de toda
2
3. Mesopotamia, y no sólo como rey de una ciudad-estado dominante. Habiendo comenzado su
ascenso al poder desde la venerable ciudad de Kish, construyó una nueva capital en Agadé (o
Akkad). Esta nueva capital simbolizaba un cambio en la tradición política de Mesopotamia,
terminando, al menos por un tiempo, con las rivalidades internas y llevando las tradiciones
políticas locales en la ciudades-estado a una concepción más elevada de un sólo sistema
político mesopotámico.
La leyenda del nacimiento de Sargón, conocida sólo por textos del primer milenio (y
posiblemente hechas para reflejar las acciones del rey asirio Sargón II), intenta cubrir al
nuevo rey con un extraordinario pasado, quizás incluso insinuando que fue el hijo amado
producto del casamiento de un rey con un mortal en el “rito de casamiento sagrado” del Año
Nuevo. Aunque subió al poder como un usurpador en la línea de la sucesión de Kish, Sargón
no era aparentemente una extraño en la burocracia real de allí; se cree algunas veces que sus
obras destacan su transfondo semítico. En verdad, con la conquista de Sargón, la lengua
administrativa del reino se hizo predominantemente acadia, y no sumeria, que era la lengua
de casi todos los documentos mesopotámicos del período Dinástico Temprano. Luego del
colapso de Akkad, el sumerio fue nuevamente la lengua administrativa del área bajo el
siguiente estado mesopotámico unificado, la Tercera Dinastía de Ur. De hecho, durante el
período acadio, el sumerio continuó siendo escrito en Mesopotamia meridional mientras que,
incluso antes del ascenso de Sargón, los escribas acadios copiaban clásicos de la literatura
sumeria. Aunque los hablantes semíticos parecen haber predominado en las ciudades
centrales mesopotámicas, sumerios y acadios deben ser vistos como parte y parcela de la
amalgama de la sociedad mesopotámica en el tercer milenio. El uso de la lengua acadia en la
administración acadia no fue así una demostración étnica de orgullo semítico, aunque fue, en
alguna medida, una táctica política para privar de derechos a la vieja burocracia localizada en
las ciudades-estado y para crear una responsable al nuevo orden en la capital de Agadé. La
conclusión no es que los acadios fueron invasores en el área o que el acadio era una nueva
lengua en la escena mesopotámica. Más bien, cuando una burocracia administrativa adopta
una lengua oficial, aquellos que conocen la lengua se hallan con nuevos medios de movilidad
política y social. Las ciudades-estado “sumerias” del sur –en las cuales, sin embargo, no
cualquiera era estrictamente un hablante de sumerio- obviamente no eran favorecidas por esta
política. Sin embargo, se puede ver a la resistencia a la dinastía de Sargón como siendo
motivada por antagonismos políticos y sociales, no étnicos y lingüísticos.
De acuerdo a Glassner, no sólo fue el sistema político revolucionado por Sargón, sino
que también lo fueron aspectos importantes de los hechos económicos y sociales
mesopotámicos. A través de sus campañas, el ejército reorganizado de Sargón aseguró las
rutas de comercio del norte hacia Anatolia, del oeste hacia el Mediterráneo, y del este hacia
Irán. Un nuevo tipo de movilidad social se hizo posible para los mesopotámicos que se
unieron a estas tropas expedicionarias y que fueron reclutadas en la nueva burocracia
centralizada; esta movilidad, debemos admitir, había estado precedida por el reclutamiento de
tropas por Eanatum de Lagash, quien había establecido temporalmente un dominio sobre las
ciudades-estado rivales.
La caída de la casa de Sargón fue anticipada por las rebeliones de las ciudades-estado
que de manera regular seguían a la muerte de un rey y el ascenso de un nuevo gobernante
acadio. La más espectacular y mejor atestiguadas de estas revueltas ocurrió durante los
primeros años de Naram-Sin, el nieto de Sargón. Luego de derrotar a una coalición de
diecisiete reyes, Naram-Sin prosiguió para reasegurar las conquistas distantes de Sargón y
3
4. para mantener estos territorios distantes, como está indicado por sus fortificaciones de Tell
Brak en Siria y por sus monumentos erigidos en Anatolia y los Zagros. Como indicó Speiser
hace mucho, la caída de la dinastía acadia se debe atribuir en parte a las actividades de los
pueblos “tribales” (“bárbaros” en palabras de Bronson) que fueron forzosamente puestos en
contacto con el imperio acadio, pero que nunca fueron controlados efectivamente por la
distante burocracia centralizada mesopotámica.
El colapso se puede atribuir también al fracaso de Sargón y sus descendientes en
integrar el liderazgo tradicional de las ciudades-estado a la nueva aventura de la expansión
imperial. Quizás este experimento de unidad política mesopotámica habría sido exitoso si los
reyes acadios no hubiesen estado tan preocupados con las expediciones militares fuera de
Mesopotamia. La resultante carencia de atención a los problemas internos de centralización,
combinada con las demandas crecientes para destinar fondos a estas expediciones foráneas,
eventualmente incrementaron las tradicionales tendencias centrípetas entre las ciudades-
estado y también hicieron al imperio vulnerable en sus flancos. Víctima de estas
dislocaciones económicas y políticas e incapaz de dirigir el apoyo de las ciudades-estado, que
estaban determinadas a restablecer sus autonomías locales, la dinastía acadia colapsó y Agadé
misma se convirtió en un pequeño sitio rural, sólo vagamente recordado en leyendas
posteriores y aún sin identificación arqueológica. La ironía histórica, por supuesto, es que las
causas primarias del colapso de la dinastía de Sargón son aquellas obras –extensas conquistas
militares y la fundación de una nueva capital mesopotámica- que han capturado las mentes de
observadores mesopotámicos y modernos. El ideal de la unificación política de Mesopotamia
debe haber estado en la lógica del desarrollo evolutivo que precedió por mucho tiempo a
Sargón, pero fue aquel gran rey quien transformó esta lógica en un palpable paradigma
histórico. No puede ser accidente que la “Lista Real Sumeria” (ver abajo), la cual relata que
sólo una ciudad-estado a la vez dominó a las otras, fue compuesta mucho después del reinado
de Sargón.
La Tercera Dinastía de Ur (ca. 2100-2000 a.C.)
Luego de la caída de Akkad, sobrevino en Mesopotamia meridional un período de
descentralización cuando muchas ciudades-estado, tales como Lagash, fueron bastante
autónomas, mientras que otras, como Sippar, deben haber debido obediencia a los no-
mesopotámicos guti, “el escorpión de las montañas”. El héroe Utujegal de Uruk atacó
entonces a los guti, terminando con cualquier momentánea hegemonía que ellos parecen
haber adquirido. Luego de la muerte de Utujegal, Ur-Nammu, su hermano, quien había sido
designado gobernador en Ur, “dirigió sus pasos desde abajo hacia arriba” y se convirtió en
rey. Procedió a tomar control de las vecinas ciudades-estado meridionales e incluso intentó
expediciones al norte, a la manera de los reyes acadios. También reclamó los títulos reales a
esos reyes. El territorio de Ur no parece haber sido expandido en gran medida por Shulgi,
hijo de Ur-Nammu, aunque él realizó vigorosamente campañas hacia el este del Tigris. La
administración del estado, sin embargo, y su base económica fueron completamente
reorganizados por Shulgi. Estableciendo una vasta pirámide burocrática en el área para
recolectar impuestos y tributos, establecer decisiones legales, y restringir (pero no prevenir
completamente) la alienación privada de la tierra, los reyes de la Tercera Dinastía de Ur
controlaron de manera sistemática las economías locales y mantuvieron redes administrativas
que fueron responsables de la burocracia supercentralizada en Ur. En la punta de este edificio
4
5. estaba el rey, deificado (como Naram-Sin antes de él) y en efecto adorado en templos de las
provincias (e.g., en Eshnunna, donde se ha excavado un templo a Shu-Sin).
La dinastía calló precipitadamente. Los dos sucesores inmediatos de Shulgi reinaron
nueve años cada uno y estuvieron ocupados principalmente en defender las provincias
exteriores y en imponer impuestos a las economías locales para destinar fondos a estas
aventuras. Durante el reinado de veintidós años del último rey, Ibbi-Sin, el edificio
administrativo se desmoronó rápidamente. Las ciudades-estado locales comenzaron a afirmar
su independencia de Ur y un gobernador de Mari (en el Éufrates), Ishbi-Erra, se mudó para
consolidar el poder en la ciudad-estado meridional de Isin. La enorme jerarquía burocrática,
por sí misma improductiva, no podía ser mantenida ni alimentada por los recursos locales de
Ur. Finalmente, un invasor elamita tomó al último rey de la dinastía y su trono. Desde Isin,
Ishbi-Erra intentó reorganizar un estado reducido sobre la base del modelo del sistema
imperial de Ur, pero los formularios escribales de la administración real de Ur III eran sólo
vacías técnicas de biblioteca en la ausencia de un dominio real.
Se ha atribuido el colapso de la Tercera Dinastía de Ur, en narraciones
mesopotámicas y modernas, a actividades de grupos tribales, los amorreos, En el Mito de
Martu, por ejemplo, los amorreos son descriptos como no civilizados, porque ellos “no
conocen el grano..., comen comida no cocida”, y no entierran a sus muertos. Más aún, se
erigió una “muralla” (en realidad una serie de fortalezas) al noreste de Súmer para proteger el
reino contra grupos de amorreos. Ya que, luego del período Ur III, los amorreos lideraron
dinastías rivales en las ciudades-estado mesopotámicas, se han interpretado estas referencias
como un reflejo de un proceso de asimilación amorrea en la sociedad mesopotámica. Los
datos sobre el comportamiento amorreo, sin embargo, son más complejos que lo reflejado en
los estereotipos literarios y en las fórmulas de datación propias. Antes y durante el período Ur
III, los amorreos poseyeron comisiones reales, aparecieron en servicio militar para la corona,
y actuaron como litigantes en demandas. Los amorreos eran intérpretes, alcaldes, campesinos,
e hiladores. Aunque algunos puntos de vista sobre los amorreos sugieren que eran un pueblo
rudo y no agrícola, otros documentos los muestran como integrados pacíficamente dentro de
la sociedad mesopotámica. Más que aplicar un modelo de intrusión, conquista y asimilación
de foráneos amorreos en la sociedad mesopotámica, uno debería entender el rol de los
amorreos, y de otros grupos étnicos, dentro de un patrón más grande de cambio social y
político en Mesopotamia.
Aunque los amorreos no estaban ordenados colectivamente en hordas contra los
mesopotámicos al final del período Ur III, ser amorreo tenía su beneficio, especialmente en la
arena política. Los líderes amorreos disputaron con todo el mundo luego de la caída de Ur,
especialmente con otros amorreos, por la hegemonía entre las ciudades-estado rivales. La
apelación a la solidaridad étnica entre los varios grupos amorreos era importante en esta
lucha. Amorreos amnanum en Babilonia y Uruk se prometieron apoyo mutuo, como escribe
el rey de Uruk, con el fin de movilizar a la gente de ambas ciudades-estado, pues los líderes
era de “una casa”, presumiblemente de un linaje. La denotación étnica de los amorreos parece
justificada, pues ser amorreo tiene poco que ver con un patrón de subsistencia común
(pastores vs. agricultores), o un patrón residencial común (nómadas vs. habitantes de las
ciudades), o cualquier status socioeconómico. El término tribu u organización tribal no
parece del todo apropiado para describir el comportamiento amorreo, ya que tribu denota una
organización social sin unidades independientes de autoridad y en la cual se desalienta la
producción de excedentes y almacenamiento a través de mecanismos de igualación de
5
6. riqueza y poder. El término grupo étnico, sin embargo, que permite la existencia de más de
un tipo de organización social y económica dentro de una misma unidad limitada, parece
caracterizar bien el alcance de las actividades amorreas.
Los líderes amorreos más exitosos construyeron genealogías que unían a grupos de
amorreos con otros, en la búsqueda de legitimar sus demandas de poder regional (e.g., en la
“Lista Real Asiria” y en la “Genealogía de Hammurabi”). Entonces, los amorreos vinieron al
poder en el período Babilónico Antiguo no como extranjeros incultos tomando el poder de
habitantes urbanos vencidos, sino como fuerzas relativamente bien organizadas cuyos líderes
eran completamente urbanos (Ishbi-Erra era él mismo un amorreo) y capaces de tomar
ventaja de la fluidez en el liderazgo político luego del colapso de Ur III. Al utilizar fuertes
lazos tradicionales más allá de los límites de las ciudades-estado particulares, los amorreos
fueron capaces de ganar una ventaja sobre sus competidores políticos.
La dinastía Ur III caracteriza el apogeo de la centralización entre los estados
mesopotámicos tempranos y es, de la misma manera, el ejemplo supremo de un intento no
exitoso y de corta duración de una unidad política pan-mesopotámica. Al breve período de
tiempo, desde el último tercio del reinado de Shulgi de cuarenta y ocho años, hasta el primer
tercio de los aciagos años de Ibbi-Sin –cerca de cuarenta años en total-, debemos cientos de
miles de documentos económicos, ahora encontrados en las colecciones de museos o en
manos privadas en todo el mundo. Estos numerosos datos dejados por la enorme burocracia
en Ur y sus ciudades-estado sometidas están formando la base de nuevas aproximaciones a la
historia económica mesopotámica. De manera similar, la corte real de Ur III comisionó
magníficos himnos a sus reyes, que fueron fielmente copiados en las academias escribales de
períodos posteriores como clásicos de la literatura sumeria. La cantidad y calidad de estas
fuentes de la casa real de Ur motivan hoy la investigación en proporción más o menos inversa
a la estabilidad y carácter normativo del estado Ur III.
El período Babilónico Antiguo (ca. 1900-1600 a.C.)
Emergiendo de este período de rivalidades políticas entre ciudades-estado
individuales luego del colapso de Ur, se empezaron a formar nuevas coaliciones,
eventualmente resultando en un núcleo septentrional liderado por Babilonia y el sexto rey de
su “Primera Dinastía”, Hammurabi, y un núcleo meridional liderado por Rim-Sin de Larsa.
El triunfo de Hammurabi en territorios al oeste y el este de Babilonia culminó, en su
trigésimo primer año, en una victoria decisiva sobre Rim-Sin y en la posterior unificación de
“Babilonia” desde el Golfo hasta Bagdad. Conquistas adicionales eliminaron los
competidores a la soberanía de Hammurabi que quedaban en las periferias de su reino.
Aunque muchos documentos administrativos, cartas, y material legal atestiguan el vigor de la
administración real en Babilonia, el imperio de Hammurabi, formado durante la última
década de su reinado, se encontró con una seria rebelión en el sur durante el noveno año de su
hijo y sucesor, y, de hecho, no sobrevivió al reinado del hijo. La “Primera Dinastía” continuó
manteniendo el control en su viejo núcleo septentrional por otras cuatro generaciones, tiempo
luego del cual fue llevada a su fin por un raid de un rey heteo desde Anatolia. El poder se
transfirió a un grupo “no-mesopotámico” de kasitas, los cuales habían previamente estado en
6
7. control de tierras a lo largo del Éufrates medio, pero quienes también residían en ciudades
mesopotámicas.
Evidencia de documentos escritos económicos y administrativos del tiempo de los
últimos reyes de esta dinastía, refuta el punto de vista de que la casa real cayó como si fuera
golpeada por “un rayo del cielo”, específicamente un ataque de un enemigo saqueador heteo
e infiltración de kasitas. En verdad, el gobierno impuesto por Hammurabi en los territorios
conquistados fue resistido desde el principio. A pesar de las proclamas en el llamado código
de ley de Hammurabi, de que todas las ciudades sometidas prosperarían bajo su justo reino, la
administración provincial sistemáticamente evitó a las autoridades locales y funcionó
principalmente por el enriquecimiento de la distante capital en Babilonia.
Él explotó los territorios conquistados no sólo al remover la autoridad local, sino
también al anular los sistemas tradicionales de tenencia de la tierra en favor de la propiedad
final de la tierra para la Corona de Babilonia. Grandemente enriquecido por el éxito inicial
del sistema, Hammurabi y su sucesor Samsuiluna idearon grandes hazañas de irrigación de
canal, para abrir tierra agrícola y transportar bienes más fácilmente. Glorificaron la capital al
erigir templos y adornarlos ricamente. La pérdida de ingresos que acompañó a la rebelión de
los territorios conquistados, sin embargo, no trajo consigo un cambio en estas fundaciones
reales. Aún se emprendían proyectos de construcción e hidráulicos, y grandes grupos de
mano de obra tenían que ser movilizados sobre una base regular.
Con el fin de proveer fondos para estas operaciones, la Corona debía manejar los
menores recursos de manera más prudente que antes. En vez de mantener escuadrones de
trabajadores bajo su mando durante todo el año, la Corona ahora contrataba mano de obra
estacionalmente. “Capataces” presenciaban estos contratos salariales, e inclusive actuaban
intermediarios al proveer trabajadores de cosecha. A fines del período Babilónico Antiguo, la
Corona parece haber creado nuevos oficiales para negociar estas transacciones con las
autoridades locales. Más aún, la Corona se convirtió en una institución crediticia, prestando
sus suministros de lana y grano sobre una base de corto plazo, quizás con el fin de pagar a
estos trabajadores y nuevos oficiales, para los cuales sus propias propiedades eran incapaces
de proveerlos de manera suficiente. En estos contratos de préstamo, a veces se insertaba una
cláusula para que la Corona pudiera requerir el reembolso en cualquier momento que
quisiera. Si, sin embargo, ella ejercía esta opción antes del plazo del préstamo, perdía
cualquier interés que pudiera haberse originado.
La situación agrícola en Mesopotamia, en la que la salinización era una amenaza
siempre presente para la productividad, se exacerbó luego de la centralización de los
dominios por Hammurabi. En el período de los últimos reyes de su dinastía, los precios de los
productos agrícolas se elevaron y las raciones de siembra por unidad de tierra se
incrementaron (lo mismo ocurrió en Ur III). Seguramente hubo una decisión de abandonar o
acortar el período de barbecho en las tierras que controlaba la Corona, de esa manera dando
alivio fiscal de corto plazo, ya que las tierras inicialmente habrían provisto más grano,
aunque en último término habría resultado en una pérdida de productividad. Aunque no se
puede observar este proceso directamente desde las fuentes disponibles, sí podemos ver
precios inflados, y una presión incrementada para asegurar almacenamientos de grano que las
propiedades de la Corona estaban produciendo de manera insuficiente.
Las exploraciones de reconocimientos arqueológico de Robert Adams han mostrado
una tendencia progresiva, a fines del período Babilónico Antiguo, de los patrones de
asentamiento nucleados a dispersarse en comunidades más pequeñas, más uniformemente
7
8. espaciadas a lo largo de los cursos de agua. Esta configuración de asentamiento es un
resultado predecible de la confianza de la Corona en las autoridades tradicionales locales para
la mano de obra, y en la disolución de vastos dominios de la Corona localizados en la
proximidad de los centros urbanos. También, hacia el fin del período Babilónico Antiguo,
muchos préstamos fueron dados por los templos, una situación que contrasta marcadamente
con el tiempo de Hammurabi, cuando ciertas prerrogativas de los templos, especialmente las
judiciales, fueron “secularizadas” por la Corona. En tiempos de obvia inseguridad fiscal y
política, el templo parece haber provisto una refugio para ciudadanos desafortunados de
Babilonia –y también se las arreglaron, por supuesto, para sacar un provecho de sus píos
deudores.
Cipolla ha afirmado que
en la fase temprana de una declinación...el problema no parece haber sido tanto el de las
crecientes entradas visibles –capital o trabajo- como el de las formas cambiantes de hacer las cosas y
de mejorar la productividad. La supervivencia del sistema político demanda tal cambio básico. Pero es
típico de los imperios maduros dar una respuesta negativa a este desafío...ya que el cambio hiere a los
intereses creados.
En estos términos, el sistema político Babilónico Antiguo podría haber cambiado
para satisfacer las nuevas condiciones de la pérdida de las conquistas de Hammurabi, pero, de
manera típica, no buscó hacerlo. Los resultados fueron la degradación ambiental, el colapso
del sistema político centralizado, y la desintegración de la autoridad en unidades locales
organizadas tradicionalmente y en sus elites. Al carácter de la estructura de poder kasita
subsiguiente se la ha denominado “tribal”, porque no estaba altamente centralizada y porque
la burocracia habría estado compuesta en gran medida de clientes personales de los nuevos
líderes. Así ocurrió el colapso, no primariamente como resultado de presiones aplicadas
externamente, sino más bien como una culminación de debilidades provocadas centralmente
que fueron fácilmente explotadas por invasores extranjeros y bloques de poder locales
organizados tradicionalmente.
El período Asirio Antiguo (ca. 1920-1780 a.C.)
En la parte septentrional de Mesopotamia, surgió y cayó un estado asirio mientras
Babilonia estaba adquiriendo poder en el sur. Situada en una región de agricultura de secano,
y así no dependiente de la irrigación para la productividad agrícola, Asiria no era una tierra
de muchas ciudades, y su historia no estuvo determinada por relaciones interurbanas, como sí
ocurrió en el caso de Babilonia. En el período formativo del estado asirio antiguo, el príncipe
de la ciudad de Assur, Ilsuhuma, relata su expedición militar a Babilonia con el fin de
“liberar” a los ciudadanos de varias ciudades babilónicas. Como plausiblemente interpretó
Larsen, esta campaña probablemente se refiere al objetivo de Ilushuma de abrir rutas de
comercio en el sur para los mercaderes asirios. En verdad, la mayoría de las fuentes del
período Asirio Antiguo estaban interesadas en las actividades mercantiles asirias. De manera
preponderante, estas fuentes no vienen de Asiria misma, sino de una colonia comercial asiria,
Kanesh, localizada en el centro de Anatolia, 470 millas al noroeste de Assur.
Los mesopotámicos estuvieron claramente familiarizados con los recursos anatólicos
por milenios –obsidiana, cobre, metales preciosos-. La actividad sargónida, en algunos relatos
emprendida en favor de mercaderes en Anatolia, es aparente en monumentos de reyes acadios
8
9. encontrados en Turquía meridional. Durante el período Asirio Antiguo este comercio no se
basaba en el control político asirio de recursos o territorios estratégicos. Más bien, el
comercio atestiguado en miles de documentos y cartas económicas era claramente
empresarial. Firmas familiares asirias transportaban los textiles, algunos obtenidos en
Babilonia, y el estaño (cuyo origen es aún obscuro), desde Assur hasta Anatolia por medio de
caravanas de mulas. Allí los mercaderes asirios cambiaban estos bienes por plata y oro, los
que transportaban a Assur. El beneficio se obtenía sólo sobre la base de la habilidad
organizacional, los asirios transportando los bienes desde donde eran abundantes hasta donde
eran escasos. Por ejemplo, en Assur, donde la plata era escasa, la relación plata-estaño era de
cerca 1:15, mientras que en Anatolia, donde la plata era comparativamente abundante, la
relación era de cerca de 1:7. Si quince unidades de estaño podían ser transportadas de manera
económica desde Assur hasta Anatolia, se podían obtener dos unidades de plata. Estas dos
unidades de plata podían entonces ser traídas a Assur y ser convertidas en treinta unidades de
estaño. Asumiendo una demanda constante, el conocimiento de dónde y cómo obtener estaño,
y la tecnología de cómo transportar el estaño a Anatolia, se podían obtener, y se obtuvieron,
grandes beneficios por parte de los mercaderes asirios. Los contratos de negocio de largo
plazo eran negociados donde fuera que el capital conjunto pudiera ser amasado y se asegurara
la continuidad de las relaciones de negocio por décadas. En uno de tales documentos, un
oficial estatal asirio sanciona las transacciones, atestiguando así el interés del gobierno asirio
en el comercio. En verdad, de acuerdo a Larsen, las familias mercantiles líderes de Assur
poseían altos rangos de gobierno en los consejos asirios. Es en este sentido que Ilushuma
parece haber realizado campañas para abrir y/o mantener mercados para que este sistema de
comercio de aventura internacional funcione en uno de estos nodos importantes.
¿Porqué colapsó este lucrativo sistema mercantil que apoyaba las actividades del
estado asirio? Debe notarse que este comercio continuó con las vicisitudes del cambio
político asirio, muy visible en la toma de poder en Assur por Shamshi-Adad, un líder amorreo
del área del Éufrates cerca de Mari. Aunque los problemas con la sucesión de los hijos de
Shamshi-Adad y las actividades militares de estos reyes deben haber afectado la viabilidad
del comercio, otras razones para su fracaso parecen ser importantes. El comercio asirio
antiguo floreció durante aquél período cuando en Babilonia no había ningún poder político
único en el área. De manera similar, en Anatolia, los gobiernos se componían de príncipes
locales, aunque los mercaderes asirios estaban obligados a obedecer las leyes del área y a
remitir los impuestos al palacio local. De manera menos clara, parece que ningún poder
restringió el acceso asirio al cobre y el estaño. Para principios del siglo XVIII a.C., sin
embargo, la situación entera había cambiado. Babilonia fue unida por Hammurabi, y Anatolia
estaba yendo hacia el control de una nuevo poder heteo. El comercio asirio antiguo, debido a
su inmensa prosperidad, era extremadamente frágil. Las colonias mercantiles asirias y el
sistema político asirio que floreció con los beneficios del comercio eran dependientes del
pasaje relativamente irrestricto de comerciantes y bienes a través de largas distancias. Cuando
se impusieron tensiones a este pasaje, a través del ascenso de fuerte gobiernos centralizados
que intentaron controlar la producción y el intercambio, el comercio extranjero y el sistema
político que se había construido colapsó. El sistema político y económico asirio antiguo
parece haberse reducido al campo esencialmente rural que fue su base original. Sólo como
una respuesta a las presiones militares quinientos años más tarde, un nuevo estado
centralizado surgió en Asiria.
9
10. El fin del ciclo de los estados mesopotámicos
Philip Kohl ha propuesto la tesis de un “sistema-mundo” asiático occidental en el
tercer milenio a.C., en el cual la centralidad mesopotámica en la producción económica
influenció los desarrollos locales, desde Siria a las tierras fronterizas indo-iranias. Para el fin
del segundo milenio a.C., esta preeminencia mesopotámica se había frustrado
considerablemente; luego del 539 a.C. Mesopotamia no fue más una unidad política
autónoma. Las breves observaciones que siguen trazan el curso de este desarrollo.
En el siglo XIV a.C., Asiria experimentó un renacimiento político, en especial en
respuesta a fuerzas no-mesopotámicas, especialmente heteos y mitanios, que la estaban
amenazando. Al crear una efectivo régimen militar para combatir a estos enemigos –y
también para usarlo contra los gobernantes kasitas del sur-, los reyes asirios comenzaron a
centralizar sistemáticamente su poder en el estado asirio antiguo. Luego de un éxito inicial,
comenzó un período de retiro y consolidación local hacia fines del siglo XIII a.C. y, aparte
del breve acceso al exterior (bajo Tiglatpileser I), continuó por otros doscientos cincuenta
años, bajo la presión de ataques, especialmente de arameos desde el oeste. La lucha constante
con los arameos, sin embargo, eventualmente creó una duro núcleo en el ejército asirio, y
hacia fines del siglo X, bajo el liderazgo de varios monarcas vigorosos, este núcleo se
convirtió en la base de un nuevo expansionismo militar inspirado en el modelo anterior. El
clímax de esta expansión llegó a principios del siglo VII, con la hegemonía sobre Egipto, el
Levante, y Mesopotamia meridional. El clímax, sin embargo, fue seguido rápidamente por la
pérdida de estas dependencias. El ejército asirio fue derrotado en 614 a.C. por los medos y
poco después por una coalición de medos y babilonios. De acuerdo a todos los indicadores,
las instituciones políticas y sociales asirias dejaron de existir. Las razones de este colapso son
importantes.
Las reformas de Tiglatpileser III en el siglo VIII marcaron el punto máximo del
proceso por el cual la nobleza de la tierra fue subordinada a la hace poco centralizada
administración real. También en este momento, la política de gobernar vastas extensiones de
territorio incluía las deportaciones en masa (como último recurso contra provincias
recalcitrantes) a Asiria u otros lugares del imperio. Estos deportados proveyeron importante
trabajo en la fundación de espléndidas nuevas capitales reales para marcar los cambios
administrativos y dinásticos, y también para servir en las unidades militares.
Una de las facetas más interesantes de la política asiria se refiere al “problema
babilónico”. Esta Kulturkampf, ya detectable en el segundo milenio a.C., preocupaba a los
asuntos asirios del siglo VII. Para los asirios, Babilonia parece haber sido el territorio madre
de la cultura mesopotámica aunque, a los ojos asirios, fue también caótica políticamente e
incluso decadente. Cuando una Babilonia crecientemente anti-asiria fue derrotada por
Senaquerib en 689, la carnicería fue considerada una impiedad para la misma Asiria y, luego
del asesinato de Senaquerib, su sucesor Asarhadon reconstruyó Babilonia y restauró su
prosperidad. Entonces un príncipe asirio, Shamash-shum-ukin-, fue instalado como rey de
Babilonia, teóricamente a la par (en la intención testamentaria de Asarhadon) de su hermano
más joven (aunque más hábil) Assurbanipal, quien tomó el trono de Asiria. En poco tiempo
Shamsh-sum-ukin lideró una revuelta contra Asiria que duró cuatro años y terminó con una
total victoria asiria. Los problemas debilitantes con Babilonia y especialmente la guerra civil
desviaron de manera severa mano de obra y riqueza desde otras apremiantes necesidades de
política exterior de Asiria. Se podía allanar, por el momento, la pérdida temporaria de
10
11. impuestos y tributo del oeste, pero la oportunidad proporcionada a los territorios subyugados
para consolidar sus fuerzas y resolución, significó que la guerra civil mesopotámica fue en
gran medida una victoria pírrica para los asirios.
El crecimiento del nuevo establishment militar en Asiria en el primer milenio a.C.
implica un interés tan grande en asegurar productos foráneos como el que caracterizó al
régimen asirio antiguo. En el primer milenio, sin embargo, los reyes asirios no se basaron en
la estabilidad internacional para el flujo de bienes, sino que más bien intentaron tomar los
recursos más importantes y demandar bienes como tributo. Con la derrota del ejército asirio,
por lo tanto, el suministro de bienes hacia Asiria desapareció rápidamente. Mientras tanto, la
base agrícola para la economía asiria también se había visto severamente minada al tener que
proveer a las aventuras expedicionarias del ejército y abastecer a las nuevas capitales de la
administración imperial. Las antiguas propiedades rurales, ahora trabajadas por cantidades
substanciales de trabajo no-libre y no-asirio, eran cada vez más otorgadas a generales y
burócratas por sus servicios al reino.
Claramente, el mantenimiento del estado asirio estaba relacionado al éxito de su
maquinaria militar. Mientras el ejército pudo sostener las demandas reales, los bienes
fluyeron desde las provincias subyugadas al centro agrícola de Asiria. Las nuevas capitales y
los caros monumentos dependían de la continua efectividad de los generales. El ejército, sin
embargo, no pudo establecer un sistema imperial en funcionamiento para integrar los
territorios conquistados. Cuando los enemigos dieron un golpe mortal a una debilitada Asiria,
no sólo el imperio se disolvió, sino que el mismo centro asirio fue reducido a su misma base
de subsistencia agrícola. La población de Asiria no era más predominantemente asiria, y la
nobleza tradicional hacía tiempo que había sido removida de manera sistemática como un
obstáculo a la centralización real y la eficiencia militar.
Ninguna reformulación desde ese colapso era posible. La mayoría de la gente en el
campo y en lo que quedaba de las ciudades asirias eran arameos y otros que se habían
incorporado dentro del imperio, muchos importados forzosamente. Estas gentes no pensaban
de sí mismas o de su cultura como mesopotámicos, como está indicado por el uso creciente
del arameo junto con el acadio, al que eventualmente excedió, en Asiria. Una razón para el
abierto despliegue de “mesopotamidad” por parte de los reyes guerreros asirios –por ejemplo,
al acopiar clásicos de la literatura mesopotámica en grandes bibliotecas- bien debe haber sido
el intento de acentuar los lazos tradicionales con el pasado que ellos mismos estaban
socavando, pero que los separaba de la población subyugada que había compartido esas
tradiciones sólo parcialmente. Más aún, tales despliegues de “mesopotamidad” deben haber
jugado roles importantes en las luchas de poder internas dentro de la elite gobernante asiria.
Luego del colapso de Asiria, sólo unos pocos vestigios de cultura asiria permanecieron en
Babilonia, magros recuerdos de la orgullosa historia de la tierra imperial.
Mientras las fortunas asirias menguaban, las de Babilonia brillaban efímeramente.
Desde las tribus caldeas, que habían consolidado su poder en Babilonia, en parte en respuesta
a la intervención asiria en el siglo VII, poderosos reyes gobernaron el sur luego del colapso
asirio. De éstos, Nabucodonosor parece haber seguido la estrategia asiria de realizar
campañas en el exterior y de deportar grandes segmentos de poblaciones rebeldes a su patria.
El fin de Babilonia, también, le siguió de cerca a sus éxitos imperiales más grandes. La
extraña carrera del último rey babilónico, Nabonido, quien pasó su última década en el oasis
de Tema en Arabia occidental, fue rápidamente llevada a su fin por Ciro el Grande de Persia,
aparentemente para el alivio de elementos importantes de la población babilónica. Una vez el
11
12. centro del universo asiático occidental, Mesopotamia se convirtió ahora en solamente una
provincia, aunque una importante, en una completamente nueva forma de sistema imperial.
Luego de la caída de la Primera Dinastía de Babilonia, el rol de Mesopotamia en el
teatro de la historia asiática occidental cambió inexorablemente. Antes de alrededor del 1600
a.C., se puede decir que la cultura mesopotámica, sino sus sistemas económicos y políticos,
eran dominantes en esta arena. El método de escritura, la literatura y el currículum escolar, e
incluso los elementos básicos de creencia mesopotámicos, eran exportados desde el núcleo
mesopotámico. Sin embargo, de manera gradual luego del 1600, y de manera más obvia
luego del 1200, las situaciones externas comenzaron a influir a (más que ser influidas por) las
condiciones de Mesopotamia. Un efecto de este cambio fue convertir diferencias existentes
entre Babilonia y Asiria en puntos fijos de referencia. Aunque la alta cultura asiria parece
haberse hecho siempre más babilónica durante el primer milenio, esta tendencia debe haber
sólo exacerbado el sentido asirio de distintividad dentro de la más amplia cultura
mesopotámica y, si acaso, galvanizó programas de acción militares contra Babilonia.
Fuera de Mesopotamia, nuevos actores, tales como los indoeuropeos, entraron en la
escena asiática occidental, nuevas ideologías compitieron por el favor político contra los
venerables dioses de Mesopotamia, e incluso un nuevo método de escritura (el alfabeto)
erosionó el dominio que los escribas mesopotámicos habían mantenido sobre lo sagrado y lo
profano. Mucho después de la conquista persa, los sacerdotes babilónicos continuaron
manejando sus academias litúrgicas (las cuales también poseían tierras), y algunas elites no
persianizadas o no helenizadas realizaban aún sus negocios con la escritura cuneiforme. Las
fortunas políticas de Mesopotamia, sin embargo, estaban ahora en manos de los aqueménidas,
seléucidas, partos, sasánidas y árabes. Las antiguas ciudades mesopotámicas del sur fueron
progresivamente abandonadas, mientras los nuevos líderes construían nuevas capitales.
Finalmente, hacia fines del primer milenio d.C., la región fue devastada ambientalmente, el
resultado de demandas centralizadores y tecnologías que no tenían precedente y que eran
inimaginables en los antiguos regímenes mesopotámicos.
CONCEPTOS MESOPOTÁMICOS DE UNIDAD Y COLAPSO
Ideales de unidad política y cultural
La tradición historiográfica nativa de Mesopotamia expresa muy claramente un ideal
de unidad política. La “Lista Real Sumeria”, compuesta poco después del 2000 a.C. pero
basada en fuentes más antiguas, presenta a los períodos más antiguos de la historia
mesopotámica como ejemplificando este ideal. En el principio, “la realeza descendió del
cielo” hacia cinco ciudades. Dinastías de reyes de cada una de estas ciudades gobernaron una
después de otra, la realeza siendo pasada de una ciudad a otra a lo largo de la lista. Los varios
reyes gobernaron por largos períodos de tiempo, en algunos casos por miles de años,
indicando así un registro del pasado mesopotámico más distante. Luego de que la realeza
hubiera pasado a la quinta ciudad, vino el Diluvio. Luego, la realeza descendió de nuevo
hacia otras ciudades en la misma sucesión ordenada. Los reyes ahora gobernaban, sin
embargo, por números de años en gran medida creíbles, y algunos de ellos pueden ser
identificados en textos contemporáneos de comienzos del tercer milenio.
Se puede demostrar fácilmente que este paso ordenado de ciudades dominantes
gobernando toda Mesopotamia no es un reflejo fiel de los eventos históricos. Las
12
13. inscripciones muestran que algunas de las dinastías mencionadas secuencialmente eran de
hecho contemporáneas, y que algunas ciudades poderosas fueron, simplemente, omitidas de
la lista de manera completa. En una de estas ciudades, Lagash, los escribas compusieron su
propia lista real, que es interpretada por su editor moderno como un comentario satírico de lo
espurio de la versión “canónica” que la había menospreciado.
Algunos observadores han pensado que la Lista Real Sumeria no sólo representa un
ideal de unificación política mesopotámica, sino que refleja realmente la existencia de una
confederación antigua. Jacobsen postula que funcionaba una “Liga kengir [sumeria]” como
una anfictionía en los períodos históricos más antiguos, una confederación unida por la
adoración común de la divinidad suprema Enlil en la sede de su culto, Nippur. Aunque
Nippur fue un importante asentamiento antiguo en Mesopotamia, mucho del carácter
“anfictiónico” de la ciudad se deriva de su rol posterior como el centro para el cual los reyes
de Ur III demandaban obligaciones. También, durante comienzos del período Babilónico
Antiguo, Nippur simbolizaba la hegemonía sobre toda Mesopotamia meridional y así se
convirtió en objeto de disputa para los príncipes competidores de las ciudades-estado.
Jacobsen nota también que el título “rey de Kish” era poseído por algunos gobernantes
dinásticos antiguos que no eran en realidad reyes nativos de Kish. El uso de este título,
entonces, implica que hubo en período cuando los reyes de Kish eran soberanos sobre toda
Mesopotamia, el título luego siendo reclamado por reyes de otras ciudades que pretendían
este poder. Finalmente, Jacobsen considera que ciertos “sellos de ciudad”, sellos de cilindro
encontrados principalmente en Ur en tiempos del Dinástico Antiguo I/II que eran grabados
con los nombres de varias ciudades mesopotámicas, apuntan a la existencia de una liga
sumeria.
En todos estos argumentos, sin embargo, es inverosímil la realidad de un centro
político en la antigua Mesopotamia. En verdad, la naturaleza del conflicto entre ciudades-
estado en el período Dinástico Temprano hace inverosímil la existencia precisa de un único
estado mesopotámico antes del tiempo de Sargón. Más bien, el convincente análisis de
Jacobsen indica una concepción muy fuerte y multifacética de una unidad cultural
mesopotámica, más que política. Esta identidad cultural mesopotámica se presenta también
en la estandarización de la escritura, los sistemas numéricos y matemáticos, los sistemas de
creencia, y la literatura “canónica” en las ciudades-estado mesopotámicas. La formación de
tales instituciones culturales uniformes era lo más importante precisamente porque estas
ciudades-estado no se mantenían juntas en una confederación política. La ausencia de tal
entidad política pan-mesopotámica, sin embargo, no excluye el concepto de que debía haber
un dominio político para igualar y concretar el ideal cultural de una única Mesopotamia. En
los escritos historiográficos, por lo tanto, era natural y propio convenir aquel ideal, de que un
sólo rey, de una ciudad-estado prominente, debió gobernar en Mesopotamia en cada período.
El hecho de la conquista y unión real de Sargón de las ciudades-estado mesopotámicas, junto
con la breve hegemonía de la Tercera Dinastía de Ur (así llamada porque es el tercer
momento que la ciudad de Ur está registrada en la Lista Real Sumeria), es una confirmación
del potencial de este ideal.
Una variedad de fuentes posteriores muestran la preocupación continua por delimitar
y/o simbolizar una única entidad política mesopotámica. Por ejemplo, Sargón de Akkad
instaló a su hija Enheduanna como entu (“sumo sacerdotisa”) del dios lunar, que era venerado
especialmente en Ur. El puesto de esta importante mujer, quien es identificada como el
primer autor atribuido del mundo, continuó funcionando desde este período hasta principios
13
14. del período Babilónico Antiguo, convirtiéndose así en uno de esos símbolos de unidad
política mesopotámica. Sólo un gobernante –esto es, uno que gobierna en Ur- tenía el
derecho de instalar una sacerdotisa entu cuando ocurría una vacante, y los reyes a menudo
conmemoraban este importante evento en el nombre oficial de ese año de reinado. Como un
juez de la Suprema Corte, una vez en el puesto, esta entu no podía ser remplazadas
sumariamente, incluso si su patrón original hubiera sido destronado y hubiera subido al poder
un nuevo señor de Ur.
En el período Babilónico Antiguo, el control de Nippur también simbolizaba un
amplio reclamo de señorío sobre toda Mesopotamia. Así, esta gran academia escribal en
Nippur compuso aparentemente un himno real en honor de cada nuevo patrón, aunque el
dominio sobre Nippur a veces fluctuaba anualmente entre los rivales de principios del
Babilónico Antiguo. Presumiblemente, los profesores antiguos estaban bien apoyados por los
príncipes competidores de las ciudades.
Las expresiones de los límites culturales de Mesopotamia fueron naturalmente
reestructuradas en el tiempo y a través de desarrollos regionales cambiantes. De manera
típica, sin embargo, tales ideales de lo que era la cultura mesopotámica nunca se
manifestaron directamente. Sin embargo, la evolución de una lengua literaria “Estándar
Babilónica”; las varias sistematizaciones de las listas de dioses; las épicas en las cuales el
dios nacional asirio, Assur, fue superimpuesto al modelo babilónico; y “la preservación,
transmisión, y revisión de amplios cuerpos de textos –o lo que Oppenheim llamó la “corriente
de la tradición”- que fueron reunidos de todas partes de Mesopotamia durante muchos
siglos”, demuestran la existencia de tales límites culturales.
Explicaciones mesopotámicas del colapso político
En la literatura mesopotámica hay un número de textos literarios y pseudo-históricos
que presentan el colapso de la dinastía acadia antigua y de Ur III. Éstas parecen haberse
convertido en explicaciones paradigmáticas del fracaso de los sistemas políticos
mesopotámicos.
La Maldición de Agadé cuenta cómo Sargón subió al poder con la ayuda de la diosa
Inanna y el dios Enlil. La capital de Agadé floreció con este favor divino hasta el momento
que Naram-Sin fue reacio a aceptar las ordenanzas prescriptas y saqueó Nippur, ciudad santa
de Enlil (cuyos escribas probablemente escribieron esta narración). En revancha, Enlil reunió
el ejército de Gutium, gente “con instintos humanos, pero [de] inteligencia canina y de
características de monos”, desde su hogar en los montes Zagros, para devastar Agadé. Para
pacificar a Enlil, el resto de los dioses pronunciaron una poderosa maldición sobre Agadé.
Los materiales históricos contemporáneos contradicen esta versión teológica. Naram-
Sin comenzó su carrera, como hemos visto, al sofocar una rebelión contra el nuevo gobierno
centralizado. Entonces realizó campañas al norte y este de Mesopotamia y se proclamó a sí
mismo, justificadamente, con los nuevos títulos de “Rey de Súmer y Akkad, Rey de las
Cuatro Partes del Mundo”. Al describir el período inmediatamente posterior a su gobierno,
sin embargo, la Lista Real Sumeria inserta en su letanía de nombres reales, de manera
remarcable, la frase “¿quién era rey, quién no era rey?” Esta glosa indica presumiblemente
que predominó la anarquía, pero en vista del sesgo del documento, la “anarquía” debe
significar aquí sólo que no había ninguna ciudad y ningún rey en el período que pudiera
incluso clamar ser el supremo gobernante del área. Luego de esta frase, el texto describe una
14
15. serie de epígonos acadios, acerca de los cuales se conoce poco excepto que gobernaron en
Agadé. La lista entonces pasa a una dinastía en Uruk y sólo entonces a un período de dominio
guti. Las autoridades locales, sin embargo, gobernaron en sus ciudades-estado, y en la
mayoría del área, los guti, cuyos monumentos son conspicuos por sus ausencia, nunca fueron
una fuerza seriamente disruptiva.
Los lamentos por la destrucción de Súmer y Ur, y por la destrucción de Ur (dos
textos diferentes), continúan la perspectiva teológica del colapso. En estos textos, sin
embargo, no se menciona la impiedad del soberano como la causa del disfavor divino. Los
motivos de los dioses, quienes nunca otorgaron realeza eterna a una ciudad, no pueden ser
desentrañados por los humanos. En los relatos del primer milenio que presentan estos
colapsos políticos, sin embargo, el comportamiento de los dioses al retirar el apoyo a una
dinastía, se explica consistentemente como el resultado de los obras impiadosas de los reyes
(La Crónica Weidner y La Crónica de los Reyes Antiguos).
En la tradición nativa, entonces, una sucesión de estados antiguos mesopotámicos, no
sólo un cúmulo de ciudades-estado competidoras, se asume como la condición normal y
apropiada del territorio. Las dinastías gobiernan con la aprobación de los dioses, y caen
porque sus reyes caen en comportamiento impiadoso o, a veces, porque los dioses cambian
de parecer. Los extranjeros son entonces traídos por los dioses para ser agentes de
destrucción de los estados mesopotámicos.
Hemos visto, sin embargo, que los estados regionales mesopotámicos estaban lejos
de ser entidades típicas en el curso de los eventos políticos mesopotámicos. Más bien, eran
acontecimientos raros, incapaces de establecer un método legítimo e institucionalizado de
gobierno sobre las varias ciudades-estado que guardaban sus autonomías locales. Más aún, el
rol de los grupos étnicos en el colapso de los estados mesopotámicos, al que se le da tal
preeminencia en los escritos historiográficos nativos, es espurio. En verdad, la gran
continuidad de la cultura mesopotámica y la flexibilidad del concepto de un estado
mesopotámico debe haber dependido de la participación de estos grupos étnicos como
“portadores” de la idea de la civilización mesopotámica tradicional.
Extranjeros dentro de Mesopotamia
La naturaleza de los grupos étnicos y de su participación en la civilización
mesopotámica es un tema vasto que se está haciendo todavía más vasto. En un artículo, por
ejemplo, Klengel nota que los “extranjeros” en el período Babilónico Antiguo –esto es, gente
que eran designados explícitamente con rótulos étnicos, tales como suteos o turukkeos- a
menudo tenían nombres personales acadios. Los contextos en los cuales aparecen los
diferencian poco de sus vecinos, y no habrían sido reconocidos como extranjeros si no
hubieran sido identificados en textos como lu2.sutû o lu2.turukkû. Más aún, para el segundo
milenio, Dosch, Deller y Maidman han discutido la presencia de kasitas en la Nuzi hurreo-
babilónica, y Brinkman ha seguido las carreras de los hurreos en la Babilonia kasita. Para el
primer milenio, Zadok ha demostrado la presencia de asirios en Babilonia luego del colapso
de Asiria y también de judíos, egipcios, e iranios en las ciudades-estado de Mesopotamia
meridional. La evidencia muestra que persistieron ciertas categorías étnicas distintivamente
marcadas, y eran importantes dentro de Mesopotamia; pero al mismo tiempo, lejos de los
estereotipos literarios, tales categorías no denotaban en sí mismas ocupaciones específicas
no-mesopotámicas o status sociales no-mesopotámicos.
15
16. En verdad, la civilización mesopotámica, desde la primera evidencia importante a
fines del cuarto y principios del tercer milenio a.C., fue una amalgama de muchos grupos
étnicos y lingüísticos interactuando. A fines de los períodos prehistóricos, aproximadamente
en el área entre los dos ríos, emergió de la cercana asociación entre estos varios grupos, con
el fin de facilitar un abastecimiento seguro y regular de recursos importantes entre ellos, una
grupo común de tradiciones culturales que llamamos civilización mesopotámica. El límite
cultural fue reforzado de manera importante por el desarrollo de un sistema de escritura, a
través del cual las tradiciones pudieron ser estandarizadas y duplicadas en el tiempo y
espacio. Aquellos responsables de preservar y trasmitir estas formas literarias
mesopotámicas, principalmente escribas, nunca formaron una elite autónoma aparte del
templo local, elite real o nobles de la comunidad en cada ciudad-estado que los empleaba. Ya
que los escribas no era autónomos, sino sirvientes de las elites gobernantes, los ideales de
unidad espacial y explicaciones de colapso político (de los que los escribas eran
“portadores”) nunca podrían funcionar como formas de explicación independientes del
establishment gobernante. Así, al relacionar la autoridad temporal a un orden cósmico, esos
ideales políticos apenas obligaron a los gobernantes mesopotámicos, como sí fue, por
ejemplo, precisamente la situación en la China Han. Esto no significa, sin embargo, que los
símbolos políticos establecidos por una generación de gobernantes no podían servir de
modelos para generaciones siguientes, como muestran los títulos de los reyes del Acadio
Antiguo y la institución entu. En la ausencia de tal ideología política, los gobernantes
mesopotámicos quedaron como poco más que señores victoriosos, representantes de una
ciudad-estado que ejerció dominio brevemente sobre sus pares.
Complicando más el problema de la resultante unidad política en Mesopotamia,
estaba el proceso por el cual la amalgama de diversidad étnica y lingüística en Mesopotamia
se hizo más heterogénea (y no menos) con el tiempo. En verdad, podría pensarse que el
desarrollo de una ideología política de unidad mesopotámica estaba en contradicción con la
creciente heterogeneidad étnica en el área. Sin embargo, es a menudo difícil de detectar esta
creciente heterogeneidad cultural, salvo en los nombres personales de gente, incluyendo
personajes reales. Aunque se han hecho intentos para armonizar esta o tal cantidad de cultura
material, o institución literaria, religiosa o legal, con uno u otro de estos grupos étnicos, la
tarea no ha sido fácil. A la fecha, aunque la presencia de amorreos y kasitas en la historia
mesopotámica es importante e innegable, no se ha encontrado ni un sólo texto en lengua
amorrea o kasita. Las gramáticas de ambas lenguas se han escrito exclusivamente en base a
los análisis de los nombres personales.
En el registro histórico, de dos mil quinientos años, la cultura mesopotámica, por
supuesto, no fue cerrada ni estática, pero como cualquier otra cultura tenía que ser aprendida
y transmitida, y ser socialmente importante para sus miembros. Es importante comprender
cómo esta cultura se preservó tanto, en algunos casos casi en una forma osificada (los últimos
textos mesopotámicos fueron escritos parcialmente en sumerio, una lengua no hablada en el
área por al menos dos mil años antes de extinguirse como lengua escrita), en tan diversas
orientaciones sociales y en esferas de interacción de ciudades-estado y regionales. Sólo al
entender esto podemos apreciar las condiciones bajo las cuales la cultura mesopotámica no se
transmitió más, y así investigar las razones del colapso de la civilización mesopotámica.
Yo afirmo que la situación culturalmente heterodoxa de Mesopotamia no puede, por
sí misma, explicar la caída de la civilización mesopotámica. Más bien, fueron precisamente
esos grupos étnicos, ya que no estaban unidos dentro de ciudades-estado o regiones
16
17. particulares, y cuyos líderes habían ganado algo de control político porque sus bases de poder
no eran localizadas, los que estaban en una posición de mantener y transmitir instituciones
culturales característicamente mesopotámicas. La multiplicidad de estos grupos, entonces, no
fraccionó la civilización mesopotámica dominante, especialmente ante la ausencia de una
entidad política real que correspondiera a tal límite cultural. Más bien, ellos sirvieron para
estabilizar los valores mesopotámicos y así retardar el desarrollo de una ideología política
nueva y autónoma. Amorreos y kasitas, por ejemplo, habiendo tomado el poder político,
adoptaron venerables instituciones culturales mesopotámicas –en verdad, las preservaron
conservativamente- precisamente porque al hacerlo podían legitimar su participación en la
sociedad, especialmente en la arena de la lucha política. Mientras se adherían a principios de
sus propias distinctividades étnica (y aquí son claras las diferencias tanto como las
similitudes entre los amorreos y kasitas), los miembros de estos grupos eran, o se
convirtieron, en mesopotámicos. Estos grupos étnicos, entonces, no fueron tanto asimilados
en la sociedad mesopotámica como que se convirtieron realmente en portadores, guardianes
de las tradiciones culturales mesopotámicas.
La posición de los grupos étnicos como inmigrantes en Mesopotamia, sin embargo,
cambió drásticamente con el tiempo. En el primer milenio, las políticas neo-asirias y neo-
babilónicas de masivas incorporaciones forzosas de grupos étnicos en Mesopotamia eran
obvia y completamente diferentes de aquellos procesos de interacción a principios del
segundo milenio. Sistemáticamente separados de la participación en las políticas
mesopotámicas, los miembros de estos grupos étnicos vieron el poco provecho de convertirse
en mesopotámicos.
Con la conquista de Babilonia por Ciro, las varias orientaciones sociales locales de
Mesopotamia (y de sus otros territorios dominados) parecen haber sido reconocidas igual y
explícitamente por los nuevos gobernantes, mientras no entraran en conflicto con la ideología
imperial persa. Aunque Ciro aparentemente compuso sus inscripciones en base a
antecedentes asirio-babilónicos, era imposible una posterior reformulación de un patrón de
gobierno mesopotámico, en el cual los gobernantes intentaran promover su mesopotamidad.
Así, luego de la conquista de Ciro, el significado de los varios grupos étnicos de
Mesopotamia, como una avenida para la legitimación de los roles de los varios grupos étnicos
de Mesopotamia, se vio inmediatamente reducida. La cultura mesopotámica se convirtió en
sólo una de varias orientaciones disponibles, y una que probó ser útil sólo en contextos cada
vez más restrictos. Eventualmente, los documentos mesopotámicos trataron sólo con el
atrofiado culto mesopotámico y sus posesiones de tierra.
Así, aunque la civilización mesopotámica no colapsó al unísono de la caída del
estado en Mesopotamia, la caída del sistema político mesopotámico significó que la
suscripción a normas culturales mesopotámicas no dió nunca más ventajas selectivas en las
esferas de la vida oficial o en actividades económicas, que estaban ahora en manos de las
administraciones persas, seléucidas y partas. La cultura mesopotámica había sido degradada,
en efecto, a una de entre varias orientaciones sociales. Progresivamente, bajo las
administraciones seléucidas y las posteriores, las instituciones tradicionales mesopotámicas
se convirtieron en sólo tenues reflejos de un pasado antiguo, especialmente para los
miembros de los varios grupos étnicos recientemente incorporados que veían pocas razones
para identificarse con, y mucho menos preservar y transmitir activamente, la herencia
mesopotámica. Las lenguas antiguas sobrevivieron, aunque en contextos cada vez más
17
18. restrictos, y la percepción de la historia mesopotámica fue cada vez más falseada bajo los
regímenes seléucidas y los posteriores.
CONCLUSIÓN
Al considerar la naturaleza y el significado del colapso mesopotámico, necesitamos
enfocarnos agudamente en el elemento o los elementos específicos que estaban padeciendo el
colapso, para percibir que el colapso no es un fenómeno holístico, y para investigar las
interrelaciones, si hubo alguna, entre los elementos en colapso. En este capítulo, se han
pasado por arriba muchos detalles, y algunas opiniones, indudablemente, se han expresado
como conclusiones, en un intento de delinear las varias trayectorias del colapso en
Mesopotamia, la misma precocidad de la que le hizo objeto, como Adams nota, del “castigo
de tomar la delantera” (Veblen).
En el largo curso prehistórico e histórico de la civilización mesopotámica, uno apenas
puede hablar de una sola Mesopotamia en términos políticos. Más bien, uno puede delinear
sólo un grupo de instituciones culturales mesopotámicas continuas e ideales de acción social
y política. En la evolución de la civilización mesopotámica, las ciudades-estado eran el foco
primario de fuerzas integradoras en las cuales estaban confinados los aspectos principales de
la lucha política. Por supuesto, la competición entre ciudades-estado por el acceso a los
recursos y por lo tanto al liderazgo político sí promovió el cambio social dentro de las
ciudades-estado y una tendencia hacia la unificación espacial. Esta unidad espacial fue
realizada de hecho por Sargón, pero probó ser efímera. Las instituciones políticas de una
amplia Mesopotamia no podían ser legimitadas en las varias ciudades-estado previamente
autónomas y en los diversos grupos étnicos y lingüísticos del área. La lucha política continuó
siendo jugada en esas ciudades-estado, y luego en las diferencias regionales norte-sur que se
vieron exacerbadas en diferencias cuasi “nacionales” dentro de Mesopotamia.
Los estados mesopotámicos tempranos siempre fueron lo que Simon llama “casi
descomponibles”. Esto es, la formación de los estados mesopotámicos zonales se hizo posible
por fuerzas en las cuales subgrupos de ciudades-estado eran reunidos en confederaciones que
entonces se convertían en estados regionales. En el colapso de tales sistemas, los productos
de la disolución no caerían a nivel cero, sino en una u otra de las capas de los subgrupos que
constituían el todo más grande. Usualmente esto significaba el nivel de la ciudad-estado
misma. La naturaleza del colapso de tales jerarquías políticas en tiempos antiguos implicaba,
por lo tanto, que era predecible la reformulación de los subgrupos y también lo era la
aparición de nuevos estados y nuevos colapsos. Sin embargo, en el caso de Asiria en el
primer milenio, cuando el estado había erradicado sistemáticamente su propia infraestructura,
el colapso continuó al nivel del campo rural.
Cuando los estados “nacionales” militarísticos asirios y babilónicos, ellos mismos
siendo respuestas creativas a las cambiantes circunstancias en Asia occidental, fueron
derrotados en los siglos VII y VI a.C., nunca más fue posible una reformulación política
mesopotámica. En Babilonia, Ciro derrotó un liderazgo débil e incierto, y los sacerdotes de
Babilonia parecen –de manera sensata- haber dado la bienvenida al nuevo conquistador. La
ideología imperial persa, diseñada por Ciro precisamente para gobernar a una escala
internacional, reconoció explícitamente todas las diversas orientaciones culturales como
legítimas, en tanto y cuanto no estuvieran en conflicto con el gobierno persa. Esta ideología
contrasta fuertemente con el patrón mesopotámico tradicional, en el cual el progreso y
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19. legitimación, especialmente para los líderes étnicos, significó cubrir su propia identidad de
grupo social con una suscripción a normas culturales mesopotámicas y convertirse en
gobernantes mesopotámicos. Aunque el ideal de la unificación espacial en Mesopotamia rara
vez se llevó a cabo de hecho, su misma existencia proveyó la justificación para la acción
política bajo la cual podían ser subsumidos sistemas culturales diferentes y competidores. Al
eliminar el ciclo de las dinastías mesopotámicas, por lo tanto, las civilización mesopotámica
se hizo en sí misma una opción menos viable para los habitantes de Mesopotamia, y estuvo
así condenada a una muerte lenta pero inexorable.
En Mesopotamia, en suma, cada uno de los varios colapsos políticos históricos
contuvo las posibilidades de regeneración hasta el momento cuando no sólo fue roto el manto
vacío de los ideales políticos mesopotámicos, sino también la una vez vital civilización fue
reducida a un arte recóndito y moribundo. Finalmente, incluso la memoria de Mesopotamia
apenas se mantuvo viva, menos por los pueblos que habían capturado Mesopotamia e incluso
por aquellos que vivieron en ella, que por los pueblos a los que los mesopotámicos habían
capturado una vez. Sólo con el importante descubrimiento de textos y cultura material
mesopotámicos en el siglo XIX d.C. el legado de Mesopotamia ha provisto de nuevo un ideal
político y una fuente de orgullo para esos pueblos quienes, a través de milenios de tiempo,
diferencias de lengua, cultura, e incluso material genético, viven hoy en Mesopotamia.
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