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José L. Caravias sj.
EL DIOS
DE JESÚS
ÍNDICE
Presentación
Introducción
I. LA FE DE JESÚS
1. La ciencia de Jesús
2. La fe de Jesús
3. Búsqueda constante de Dios y de su Reino
4. Jesús se siente enviado del Padre
5. Al Padre lo conoce sólo el Hijo
II. JESÚS SIENTE A DIOS COMO ABBA QUERIDO
1. Una nueva experiencia de Dios
2. Actitud filial de Jesús ante Dios
3. Para Jesús Dios es Abbá
III. JESÚS ES IMAGEN DE LA BONDAD DEL PADRE
1. El que me conoce a mí, conoce al Padre
2. Jesucristo, sacramento del encuentro con Dios
3. Un corazón bondadoso y compasivo
4. Servidor de todos
5. La alegría de un Dios que sabe perdonar
6. Jesús es el sello de la fidelidad de Dios
IV. ESTA BUENA NOTICIA DE JESÚS ES PARA LOS POBRES
1. Los mal vistos en la sociedad en que vivió Jesús
2. Jesús se solidariza con estos marginados
3. Jesús anuncia a los marginados la Buena Noticia de Dios
4. El gozo de que así lo quiere el Padre
5. Jesús explica a los escandalizados el por qué de esta actitud suya
V. JESÚS ENSEÑA UNA NUEVA MANERA DE ORAR
1. La oración de Jesús
2. Las enseñanzas de Jesús sobre la oración
3. Originalidad de la oración cristiana
VI. PADRE NUESTRO
1. Jesús enseña a sus discípulos a invocar a Dios como Abbá querido
2. No todos son hijos de Dios
3. El don de ser hijos de Dios
4. La fe en el mismo Padre nos hace hermanos
VII. VENGA A NOSOTROS TU REINADO
1. El Dios del Reino
2. Significado del Reino de Dios
a. El Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres
b. Para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar de vida
c. El Reino de Dios va construyendo una nueva sociedad
3. El Reino de Dios no es anunciado a todos
4. Lo que no es el Reino
5. Construir el presente desde el futuro
6. Una Iglesia para el Reino
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VIII. JESÚS DESENMASCARA LAS FALSAS DIVINIDADES
1. El Dios de Jesús es conflictivo
2. Jesús fue condenado por blasfemo
3. Jesús fue ajusticiado como rebelde político
4. ¿Un Dios diferente?
5. Jesús lucha contra las divinidades de la muerte
IX. EL SUFRIMIENTO COMO MODO DE SER DE DIOS
1. ¿Puede sufrir Dios?
2. El escándalo de un Dios crucificado
3. En la cruz Dios revela la forma más sublime del amor
4. La espiritualidad de la cruz en el seguimiento de Jesús
5. La cercanía de la cruz hace creíble el poder del Resucitado
X. LA VICTORIA DE DIOS EN JESÚS
1. Dios resucitó a Jesús de entre los muertos
2. El hecho de la resurrección
3. La resurrección confirma la verdad del Dios de Jesús
4. El que resucita es el Crucificado
5. Vivir hoy la resurrección de Cristo
6. El Mesías ha resucitado como primer fruto de los que duermen
7. Jesús resucitado sigue viviendo una esperanza
XI. CREEMOS QUE JESÚS ES DIOS
1. Cómo ven las primeras comunidades a Jesús resucitado
2. Jesús es el Mesías esperado
3. Jesús es el Hijo de Dios
a. El testimonio de Pablo
b. El testimonio de Juan
4. Conocer a Dios desde Jesús
5. Verdadero Dios y verdadero hombre
6. Desde Jesús, Dios es Padre, Hijo y Espíritu
XII. APOCALIPSIS: EL TRIUNFO DEFINITIVO DE DIOS EN LA HISTORIA
Salmo al Dios Enteramente Bueno
Ediciones de este libro:
Paulinas, Bogotá
Don Bosco, Quito
Vozes, Petrópolis
Paulinas, Buenos Aires
EDICAY, Cuenca, Ecuador
CEPAG, Asunción
Tierra Nueva, Quito
© José L. Caravias sj.
jlcaravias@terra.com
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Presentación
Cerca del pensamiento de un hermano es fácil encontrarse unidos en Aquel que es el argumento de
ese pensamiento: Cristo. Hace mucho tiempo caminamos juntos, llevando a las comunidades,
especialmente campesinas, la palabra de Dios, fundamento de su consistencia solidaria. En esa
palabra de Dios hay un problema humano que se presenta apenas se comienza a sentir su energía
viva, su fuerza comunicadora y su constante incitación maravillosa a la libertad.
El problema del hombre que escucha y vive la palabra de Dios es llegar a comprender qué es lo
que la Palabra pensaba de Dios, es decir, cómo se realizaba la constante y cada vez más honda
comunión de la Palabra encarnada con el Padre, que determinó su encarnación y con el Espíritu,
que alentó esa historia. Los hombres, comprometidos en escribir lo que el Espíritu sugiere a sus
mentes, mientras su corazón se hace comunitario, nos han escrito mucho del Dios de Jesús.
Hacía falta que alguien uniera todos esos pensamientos sobre un solo lienzo, en el que se marcara
la huella de sangre del rostro de Cristo. Mi hermano José Luis Caravias s.j. lo ha conseguido,
mientras formaba comunidades, mientras recibía de ellas testimonios vivos de la presencia de
Cristo, mientras entregaba sus cruces a la inacabada obra del Señor. Todo lo que vamos a leer y,
estoy seguro que también a releer, en "el Dios de Jesús" es lo vivido por muchos, lo escrito por
algunos, lo esperado por todos.
Desde mi rincón humano, en el cual respondo por la pastoral de la Arquidiócesis de Cuenca en el
Ecuador, apruebo esta obra y bendigo a quien la escribió y a todos los que la inspiraron.
Cuenca del Ecuador, 15 de agosto de 1985
Fr. Luis Alberto Luna Tobar ocd.
Arzobispo de Cuenca
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Introducción
Yo no soy teólogo, ni hijo de teólogo. En mis años "oficiales" de teología fui mal estudiante.
No tengo ninguna clase de títulos. Acabé los estudios trampeando lo antes que pude. Mi único ideal
era ser sacerdote campesino. Por ello, de vuelta al Paraguay, junto con otros compañeros, compartí
la vida campesina. Queríamos convertirnos en campesinos "auténticos". Trabajábamos con nuestras
manos la tierra. Pero aquellos campesinos pacientemente nos fueron convenciendo de que lo que
ellos querían de nosotros era ante todo que les ayudáramos a fortalecer su organización naciente:
las Ligas Agrarias. Y así, a instancias de ellos, llegué a dedicarme completamente a cursillos de
formación.
Al comienzo los cursos eran de corte socioeconómico. Pero poco a poco fue saliendo a
superficie una realidad de hondas raíces: la fe campesina. Medellín explotó en Paraguay como
cohete alegre de fiesta. Los campesinos comenzaron a pedir que les ayudáramos a caminar por un
nuevo sendero que descubrían con gozo: la Biblia. Y así, suavemente, ellos me forzaron a volver a
los libros de teología. Pero esta vez con el corazón asentado en un pueblo oprimido, pero creyente y
en marcha.
Después de años de compartir con ellos el despertar de la fe, puedo llegar a afirmar que
jamás he quedado defraudado en un curso bíblico con campesinos. Todavía sigo con capacidad de
admiración frente a la fe creciente de este campesinado latinoamericano. En su fidelidad creativa
siempre hay algo que me sorprende con gozo. Vivo, cada vez más profundamente, aquella alegría
gratificante de Jesús ante el hecho de la revelación del Padre "a la gente sencilla; sí, Padre, bendito
seas por haberte parecido eso bien" (Mt 11,26).
En los últimos años se va notando en Latinoamérica un acontecimiento nuevo: ciertos grupos
campesinos piden cada vez más formación en la fe, de un modo sistemático y constante, de acuerdo
a su cultura y a sus necesidades. ¡La Buena Nueva de Jesús en nuestro continente está siendo jalada
desde abajo, por este pueblo creyente y oprimido! La unión de su fe y de su realidad con la Biblia
ha sido el detonante que les ha despertado y les ha puesto en marcha.
A partir de este despertar bíblico, el pueblo va imponiendo respeto a su fe y a su religiosidad,
a su cultura, a sus comunidades y a su organización. Es más, en muchos casos este pueblo va
imponiendo su ritmo a sacerdotes y a teólogos. Ellos están comenzando a señalar los temas a
investigar y a marcar el ritmo a seguir.
Según mi parecer, tres son los temas bíblicos principales en los que se centra el despertar
campesino: la hermandad, la tierra y Jesús. El primer impacto es el descubrimiento de la hermandad
como exigencia de la fe. En segundo lugar, con frecuencia reciben un ánimo profundo muy gozoso
cuando descubren que la Biblia tiene mucho que decirles sobre su realidad campesina. Sobre esta
doble plataforma resulta mucho más profundo el encuentro personal y comunitario con Jesús.
Conocer y seguir a Jesús es su meta. Se trata de un encuentro sencillo, gozoso, cuestionante, entre
viejos amigos por largo tiempo distanciados. A partir de estas experiencias se va construyendo un
nuevo modo de ser Iglesia y una nueva espiritualidad.
Acompañando este caminar a lo largo de los años me he visto forzado por ellos a devolverles
sistematizado lo mucho que voy aprendiendo de ellos. Su deseo de hermandad me llevó a escribir
"Vivir como Hermanos". La exigencia de respeto de su religiosidad me obligó a investigar y
escribir "Religiosidad campesina y Liberación". El gozo de encontrar su realidad campesina en la
Biblia produjo "Luchar por la Tierra". El descubrimiento de un Dios distinto se plasmó en "Dios es
bueno". El encuentro con Jesús se ha ido jalonando en tres pasos: "Cristo es Esperanza", "Cristo
Compañero" y ahora "El Dios de Jesús". Todos son libros salidos e inspirados en la fe campesina.
Los problemas y el espíritu que todo este despertar suscita en los agentes de pastoral intento
llevarlo a la oración en "Consagrados a Cristo en los Pobres". Por último, he sentido también la
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necesidad de historiar parte de este proceso; así han nacido "Liberación Campesina: Las Ligas
Agrarias del Paraguay" y "En busca de la Tierra sin Mal: Movimientos campesinos en el
Paraguay, 1960-1980".
Pero este libro que presento, "El Dios de Jesús", tiene un nacimiento distinto. Ahora no parto
tanto de la base, sino de los teólogos. Queriendo ayudar a este deseo creciente de encuentro entre
Jesús y su pueblo, se me ocurrió organizar una "minga" de teólogos. Las dos grandes culturas
sudamericanas, la quichua y la guaraní, saben organizar mingas para resolver sus problemas. Se
trata de trabajos comunitarios, en los que todos juntan su fuerza, con alegría, gratis, al servicio de la
comunidad. Algo así he querido hacer con los teólogos.
En los veinte últimos años se ha escrito mucho y muy lindo sobre Jesucristo. La mayoría de
estos teólogos tienen sus ojos puestos en los pobres, pero su lenguaje no es el de los pobres. Por eso
muchos de sus hermosos y caros libros no les sirven a los pobres, aunque cada vez los necesitan
más. Fue así como se me ocurrió servir de puente entre la buena voluntad de unos y el hambre de
los otros. Hacer como de traductor. Y para ello me he puesto a leer, resumir, simplificar, coordinar
las muchas ideas lindas de tantos hermanos teólogos. Los he puesto a trabajar juntos, con la alegre
libertad de las mingas.
El presente libro, pues, no tiene nada de original. Todo está copiado. Es puro plagio, con el
mayor descaro. Se unen y se entremezclan unas citas con otras; se cambian sin empacho las
palabras complicadas; otras veces se copia al pie de la letra. No se respetan los derechos de autor.
Es que se trata de una minga de teólogos: todos juntos, trabajando gratis, alegremente, al servicio
de la fe de este pueblo, de lo mejor de este pueblo: los animadores bíblicos de las Comunidades
Cristianas. ¡Gracias, hermanos!
En estos nueve años el presente libro ha sido editado en diversos países. He recibido muchos
agradecimientos porque estas páginas han ayudado a muchas personas a conocer, amar y seguir
más de cerca a Jesús. Mucho le doy gracias a Dios por ello. Ahora presento una nueva edición
popular paraguaya, en la que he suprimido las notas. Las personas que quieran consultarlas las
pueden encontrar con facilidad en las otras ediciones: Paulinas de Colombia y Argentina, EDICAY
de Ecuador, CRT de México y VOZES del Brasil.
JOSÉ L. CARAVIAS
Asunción, marzo de 1993
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La fe de Jesús
Acabo de afirmar en la introducción que creo con todo mi ser que Jesús es Dios, y que esta es la fe
de nuestro pueblo latinoamericano. Si Jesús no fuera Dios, perdería sentido todo lo que vamos a
decir de él. Su vida, su predicación y su testimonio nos serviría de muy poco. Pero creyendo
firmemente en su divinidad, toma una fuerza muy especial toda su humanidad. Este quiere ser el
sentido de este primer capítulo sobre la conciencia y la fe de Jesús. A través de lo humano de Jesús
llegar hasta Dios.
1. LA CIENCIA DE JESÚS
Hasta no hace muchos años pensaban los teólogos que Jesús durante su vida terrena lo sabía
todo, lo pasado, lo presente y lo futuro; conocía todas las ciencias, todas las técnicas, todos los
inventos que se iban a realizar a través de la historia. Conocía personalmente a todas las personas
del mundo, sus problemas y sus pensamientos. Decían que Jesús no ignoraba nada y que cuando
durante su vida demostraba no saber algo era solamente porque él disimulaba para poder así
enseñarnos.
Pero en estos últimos tiempos, en los que tanta gente se ha dedicado a estudiar en serio la
Biblia, hemos sabido aceptar en su profundidad la realidad que muestran los Evangelios: que Jesús
fue un hombre completo, y que, como todo hombre, él no lo conocía todo, y, por consiguiente,
estuvo siempre en actitud de búsqueda y de aprendizaje, y tuvo dudas en su caminar, crisis y
tentaciones.
Esto no dice nada en contra de su divinidad. Justamente el que Dios quisiera hacerse hombre
completo, con todas sus consecuencias, es una de las asombrosas maravillas de su amor hacia
nosotros.
La humanidad de Jesús no pudo ser una comedia o una farsa. Y ello sería así si Jesús lo
hubiera conocido absolutamente todo. Jesús, como hombre, tenía que poder crecer en sabiduría y
tenía que tomar sus propias opciones con libertad y dolor. El tomó sobre sí todas las consecuencias
de su encarnación, como, por ejemplo, la ley de la maduración humana; y todas las consecuencias
de nuestro pecado, como la ignorancia y las tentaciones; sólo que él jamás pecó (Heb 4,15). Si no
fuera así, su pasión y su muerte no hubieran sido verdaderas.
Pero Jesús vivió una humanidad con mucha más profundidad que cualquiera de nosotros. Y
en su humanidad encontró como lo más íntimo de sí mismo al propio Dios. Jesús se sabe unido al
Padre con una intimidad total y desconocida para nosotros. En su vida y en su conducta no hay otra
razón de ser que el Padre. Hablaremos de ello largamente a través de todo el libro, y más
concretamente, en seguida, sobre su actitud constante de búsqueda de Dios.
Fijémonos por el momento en cómo los evangelistas presentan a Jesús compartiendo el saber
cultural de sus contemporáneos. No tienen miedo en afirmar que "Jesús iba creciendo en saber,
estatura y en el favor de Dios y de los hombres" (Lc 2,52). Jesús pregunta con frecuencia para
enterarse de lo que no sabe; ignora el día del juicio; sufre tentaciones; duda del camino a seguir;
cambia de modo de proceder; pide que la muerte se aleje de él. Nada de ello se presenta como
fingiendo, sino totalmente real. No hay razón alguna para negar que aprendió realmente de sus
padres, de su pueblo, de su cultura. Aunque él transformará y dará una profundidad insospechable a
toda la gran riqueza de su pueblo.
Según lo presentan los Evangelios, Jesús aprende continuamente nuevas cosas y hace nuevas
experiencias que le sorprenden, siempre a partir de las ideas de la cultura de su pueblo. Sin duda
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alguna él pasó por un proceso histórico de aprendizaje.
Tiene además, a veces, como todo humano, crisis de identificación: dudas de quién es él y
qué debe hacer; aunque todo ello envuelto en una profunda fe en la voluntad providente del Padre.
Hasta tuvo que reconocer que el Reino de Dios, por causa de la dureza del corazón de sus
oyentes, no llegaría tan rápidamente como él había pensado al principio de su predicación.
Todo esto se explica algo dentro del misterio sabiendo que Jesús tenía una conciencia
humana distinta a la conciencia del Verbo de Dios. Si las dos conciencias fueran la misma, el Verbo
estaría dirigiendo siempre la realidad humana de Jesús, que se convertiría entonces en algo
meramente pasivo. La conciencia humana de Jesús no era como un doble de la conciencia divina.
En realidad su autoconciencia humana se relacionaba con Dios en una distancia de criatura, con
libertad, obediencia y adoración, lo mismo que cualquier otra criatura humana, aunque con una
profunda conciencia de cercanía radical respecto a Dios.
Creer que el Jesús histórico conocía todo, sería confundir su vida terrena con su vida gloriosa
de resucitado. No se pueden atribuir al Cristo terreno cualidades que son sólo del Cristo glorioso.
Pero sí podemos afirmar que Jesús tuvo durante su vida momentos de particular claridad y
experiencias de profundidad inaudita y de una apertura única al misterio de la creación y la vida. El
recibió como regalo de Dios el conocimiento profético necesario para llevar a cabo su misión.
Como revelador, tuvo un conocimiento totalmente único del misterio de Dios y de su plan de
salvación. Jesús hombre, vivía con Dios en una proximidad y una amistad insospechadas hasta
entonces.
Resumiendo: Cristo en su experiencia terrena tenía dos clases de ciencia: Un saber adquirido
en relación con la cultura de su época, y un conocimiento profético, como don de Dios, que le
capacitaba para cumplir a la perfección su misión de revelador del Padre. El campo del
conocimiento profético estaba delimitado por el de esta misión suya.
2. LA FE DE JESÚS
¿Tuvo fe Jesús? A algunos les cuesta admitir que Jesús tuviera fe, porque piensan que él veía
siempre a Dios, como los bienaventurados del cielo. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta nos
va a llevar a un conocimiento más profundo del mismo Señor Jesús, y al mismo tiempo nos va a
enseñar el valor de nuestra propia fe.
Vamos a ver cómo Jesús es el auténtico creyente en Dios, que promueve entre los hombres
una nueva fe. Es el hombre total porque ha sido el creyente total.
Aunque en el Nuevo Testamento no se habla expresamente de la fe de Jesús, no hay duda de
que en numerosos pasajes se le atribuye una actitud de fe.
Dice la carta a los hebreos: "Corramos con constancia en la competición que se nos
presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de la fe, Jesús" (Heb 12,2). Según este texto
genial, Jesús es presentado como el modelo perfecto de los creyentes, el que ha llevado la fe a la
plenitud de la perfección, experimentándola en su propia vida, en una situación humanamente muy
dura, al tener que elegir entre el gozo y la cruz, pasando por encima de la ofensa y el desprecio.
Jesús es el modelo perfecto de la fe perseverante: él ha tenido que luchar hasta el final para dar toda
su perfección a su actitud de creyente.
Jesús es el primero de los creyentes, "el pionero", en cuanto que los demás hemos de recorrer
su mismo camino en la misma actitud. El recorrió nuestro camino de fe como modelo y precursor.
Y lo recorrió como nosotros en la oscuridad de la tierra; y desde ella practicó la esperanza y la
obediencia en medio de la contradicción y de súplicas y lágrimas. Pero su hastío y su miedo fueron
superados por la fe y transformados en amor. Por eso él es el primero de los creyentes.
Así como Pablo considera a Cristo como el primero de los resucitados, el hermano mayor en
la gloria, Hebreos lo considera como el primero que ha vivido ya como resucitado en la historia por
haber vivido plenamente la fe.
De este modo, creer en Jesús es fundamentalmente creer en lo que él creyó y esperar la
liberación que él esperó y alcanzó. La fe de Jesús enfrenta al hombre con la realidad "Dios" en la
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que creyó y con los dioses oficiales a los que se opuso tenazmente. Por su humanidad Jesús es el
camino para llevar a los hombres a creer en Dios como él creyó y a ser de Dios como lo fue él.
Cuenta San Marcos que en cierta ocasión en la que los discípulos no habían podido curar a
un niño epiléptico, Jesús protesta diciendo: "¡Gente sin fe! ¿hasta cuándo tendré que estar con
ustedes?, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?". Y ante la petición del padre que le dice: "Si algo
puedes, ten lástima de nosotros", Jesús le replicó: "¡Qué es eso de 'si puedes'! Todo es posible para
el que tiene fe" (Mc 9,19.22-23). Y en seguida curó al niño.
Jesús, pues, fundamenta su "poder" en la fe que le anima. El es el que cree con fe ilimitada.
Por eso puede curar al niño, porque "todo es posible para el que tiene fe". La fuerza con la que él
actúa es la fuerza de Dios, que anida en todo hombre que tiene fe en él.
Fe aparece aquí en el sentido bíblico de confianza en Dios. Y en esta línea es la que podemos
afirmar que Jesús tuvo fe, verdadera fe, la fe plena en el sentido total de la Biblia.
En efecto, en los Evangelios sinópticos aparece la fe como confianza absoluta en la
omnipotencia de Dios en situaciones humanamente desesperadas (Mt 9,1-8; Mc 5,21-43; 10,46-52;
7,24-30; Mt 9,27-31; Lc 17,11-19; etc.). Para San Juan la fe es una entrega total confiada en la
persona de Jesús. Según San Pablo la fe está íntimamente ligada a la actitud de obediencia (Rm
6,16-17; 15,18) y a la confianza (Rm 6,8; 2 Cor 4,18; 1 Tes 4,14). En la carta a los Hebreos (c.11)
la fe es la certeza de una realidad que no se ve, a la que va ligada la firme confianza en la promesa
de Dios y la obediencia fiel del hombre a Dios.
Esta actitud fundamental, que en la Biblia se llama fe, es ciertamente la actitud fundamental
que define lo más íntimo, lo más personal y típico de Jesús. El se entrega incondicionalmente a su
Padre Dios y acepta sus planes en absoluta docilidad, confianza y abandono, aun en los momentos
de mayor obscuridad. Jesús superó siempre toda tentación de apoyarse en sí mismo o en los demás
por medio de su fe-confianza, por su abandono total en el Padre.
De esta manera Jesús es el jefe de fila, el creador y consumador de nuestra fe. Nuestra
condición de creyentes tiene que estar calcada de la suya. La fe de cualquier persona, como la de él,
se tiene que realizar en la confianza, en el abandono en manos de Dios y muchas veces en la
oscuridad y en la soledad de la cruz.
Creer es lo mismo que aceptar a Jesús, pero no de cualquier manera, sino precisamente en su
actitud de creyente en medio del dolor.
3. BÚSQUEDA CONSTANTE DE DIOS Y DE SU REINO
Parece que Jesús no tuvo desde el comienzo una idea del todo clara acerca de la voluntad de
Dios sobre él. No comenzaría sabiéndolo todo sobre Dios. Jesús pasó por un proceso de
"conversión", no como elección entre el bien y el mal, sino como un ir descubriendo cada vez más
cerca a Dios y cada vez más clara su voluntad.
En todo momento tuvo Jesús una actitud muy sincera de búsqueda de Dios. Poco a poco,
desde sus más tiernos años, a partir de una actitud constante de oración, fue comprendiendo, cada
vez más profundamente, quién era Dios para él y qué quería Dios de él. Desde las raíces culturales
de su pueblo, desde la meditación constante del Antiguo Testamento, desde la observación de la
realidad de la vida, iluminadas siempre por una fe sincerísima y profunda, Jesús fue comprendiendo
cada vez mejor al Dios de Israel; se fue haciendo más transparente su actitud de hijo que se siente
querido, hijo débil, agradecido y obediente a "su" Padre.
Toda la vida de Jesús estuvo centrada en Dios como Padre. Hablaremos de ello largamente
en los próximos capítulos.
Intentemos por el momento, ahondar un poco más en su actitud de búsqueda constante de
Dios. Esta búsqueda sincera es expresión profunda de su fe. La perfección histórica de esa
búsqueda de Dios la va consiguiendo Jesús, por contraste, a partir de dos realidades profundamente
humanas: la tentación y la ignorancia.
En los Evangelios sinópticos la escena de las tentaciones está centrada a nivel de la fe en lo
más profundo de la actividad y la personalidad de Jesús: su relación con el Padre y su misión al
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servicio del Reino. Sus tentaciones nos dan la clave para comprender la fe de Jesús en su doble
vertiente de confianza en el Padre y obediencia a la misión del Reino: El poder que controla la
historia desde fuera o el poder que se sumerge dentro de la historia; el poder de disponer sobre los
hombres o el poder de entregarse a los hombres. A Jesús se le presentan las dos posibilidades de
afianzar su personalidad concreta a través del verdadero o el falso mesianismo.
En el huerto, la noche anterior a su muerte, Jesús parece sentir con fuerza la tentación del uso
del poder, pues era lo único que parecía poder salvarle. La agonía del huerto no es sino la crisis
absoluta de la idea del Reino que tuvo Jesús al comienzo de su predicación. Es la "hora en la que
mandan las tinieblas " (Lc 22,53). Y supera la tentación no huyendo del conflicto, sino metiéndose
en él y dejándose afectar por el poder del pecado.
En la pasión, la tentación toca más que nunca a la fe en Dios. Parece que el Dios que se
acerca en gracia ha abandonado a Jesús (Mc 15,34). La fe de Jesús entra en una tentación radical:
quién es ese Dios que se aleja y exige un total abandono en sus manos en medio de una absoluta
obscuridad. Jesús supera la tentación con la misma actitud de siempre: "No se haga lo que yo
quiero, sino lo que quieres tú " (Mc 14,36). Que la fe sea total entrega de sí mismo y que el amor
liberador sea amor en el sufrimiento es una novedad para Jesús, novedad que acepta al vencer la
tentación.
Jesús supera, pues, sus tentaciones históricas y con ello va madurando cada vez más su fe en
el Padre y en el Reino.
Unas páginas atrás decíamos que Jesús no lo sabía todo. Pues bien, sus ignorancias se
convierten desde el punto de vista de la fe en componentes de la perfección de esta fe.
A la fe le pertenece dejar a Dios ser Dios. Esto es lo que en el Antiguo Testamento se conoce
como trascendencia o santidad de Dios. En Jesús aparece la absoluta familiaridad con Dios, su
entrega absoluta al Padre, pero siempre en el contexto fundamental de dejar a Dios ser Dios. Por
eso está dispuesto a hacer su voluntad hasta el fin, incluso en la agonía del huerto. Y por esto
también no quiere saber el día de Yavé: es un secreto que le pertenece a Dios. Jesús respeta la
trascendencia de Dios, y de ahí que sus ignorancias no son ninguna imperfección, sino la expresión
de sentirse criatura de Dios, hijo de Dios; son la expresión de un mesianismo que vive del Padre y
no de su propia iniciativa.
La limitación del saber de Jesús es la condición histórica de hacer real la búsqueda y la
entrega al Padre, en igualdad de condiciones y solidaridad con todos los hombres. Sólo así podía
entregar Jesús su persona al futuro del Padre.
La fe de Jesús, o sea, su confianza y obediencia al Padre, para poder expresarse y crecer,
necesitaban de situaciones históricas de conflictividad, de tentaciones y de ignorancias. Dejar a
Dios ser Dios no es cuestión sólo de ideas, sino de actitudes históricas realizadas dentro de la
historia. Por ello en el "no saber" sobre el día de Yavé, Jesús "sabía" del Padre, precisamente
porque le dejaba ser Padre, es decir, el misterio absoluto de la historia.
4. JESÚS SE SIENTE ENVIADO DEL PADRE
La actitud que tuvo Jesús desde sus primeros años de continua búsqueda de Dios y sumisión
a él, fue cuajando en una conciencia cada vez más clara de que Dios le había mandado al mundo
con una misión muy especial.
En sus años de predicación pública esta conciencia de enviado se manifiesta de continuo. "Yo
no estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente uno que me ha enviado" (Jn 7,28).
El "Enviado" puede ser un nombre muy propio para Jesús. "Esta es la vida eterna,
reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús" (Jn 17,3). "Tú me enviaste al
mundo", dice Jesús al Padre (Jn 17,18).
Los discípulos lo reconocen en el momento en que llegan a saber que él fue enviado: "Estos
reconocieron que tú me enviaste" (Jn 17,25). Y el testimonio de su predicación y su unión será
"para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21).
Refiriéndose al Padre, Jesús casi siempre dice: "el Padre que me envió" (Jn 5,23.37). Otras
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veces no cita el nombre del Padre, sino simplemente dice: "el que me envió" (Jn 5,14.30; 6,38.39),
o "su enviado" (Jn 5,38; 6,29).
Jesús no es simplemente un mensajero del Padre que trae un mensaje de parte de él: Jesús
mismo es el mensaje. El Padre no decidió enviar regalos a los hombres por medio de Jesús: envía a
su propio Hijo.
Jesús se identifica plenamente con su misión. No pretende ser nada en sí mismo. Toda su
realidad consiste en desempeñar la función de intermediario, transmisor, comunicación entre el
Padre y el mundo. El es en su totalidad, contacto, mediación, canal por el cual Dios se comunica
con el mundo. Por él pasa el movimiento de comunicación. Jamás se encierra en sí mismo: es
apertura al Padre y apertura al mundo. No tiene otra personalidad que el servicio del Padre y de los
hermanos: ponerlos a los dos en contacto. Este es su modo de ser "misionero".
Jesús no tiene vida privada, no se concentra en sí mismo: siempre habla o escucha. O habla
con los hombres sobre Dios o habla con Dios sobre los hombres; o escucha la voz de Dios en el
mundo o escucha lo que dice Dios sobre el mundo.
Jesús es aquel que oye y ve, aquel que vive recibiendo y dando. Todo lo que tiene es
recibido. "Las palabras que tú me diste, yo se las entregué a ellos" (Jn 17,8). El recuerda a sus
discípulos: "Les he comunicado todo lo que le he oído a mi Padre" (Jn 15.15). "Yo no he hablado
en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir y que
hablar... Por eso, lo que yo hable, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre" (Jn 12,49-50).
Jesús es todo lo contrario a un ser egoísta, encerrado en sí mismo. "Yo no puedo hacer nada
de por mí; yo juzgo como me dice el Padre" (Jn 5,30). "Un hijo no puede hacer nada de por sí;
primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el Padre haga, eso lo hace también el hijo" (Jn
5,19). Su punto de referencia, su eje, siempre es el Padre.
La palabra de Jesús está dotada de una autoridad radical, justamente porque no procede de él,
sino del Padre. Su ser misionero es la transparencia de la autoridad del Padre, la transmisión al
mundo de la autoridad, de la fuerza, del amor del Padre. Jesús no tiene nada en sí, pero por él pasa
todo.
La sumisión total de Jesús al Padre no es algo pasivo o cuadriculado. El encuentra en la
Biblia las instrucciones y las órdenes de Dios, pero sabe ir más allá de la letra de las Escrituras. El
sabe interpretar el espíritu de los textos bíblicos, nunca por insubordinación, sino por una
subordinación mayor al Espíritu de Dios. Su obediencia es activa y creadora. El encarna en su vida
las líneas maestras del plan de su Padre Dios. Va descubriendo qué caminar concreto es la tradición
más fiel del ideal trazado en la Biblia.
5. AL PADRE LO CONOCE SOLO EL HIJO
Jesús se sintió enviado del Padre, y en esta su experiencia de hijo, fue conociendo cada vez
más perfectamente a "su" Padre Dios. En ese sentirse amado y enviado, recibe el conocimiento de
Dios. Se trata de un conocimiento vivido en el movimiento de su propia misión de hijo.
Dice el mismo Jesús: "Mi Padre me lo ha enseñado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y
al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Es como si
dijera: lo mismo que un padre es el único que conoce de veras a su hijo, también el hijo es el único
que conoce de veras a su padre. "Igual que mi Padre me conoce, yo conozco también al Padre" (Jn
10,15). Puesto que sólo un hijo conoce de veras a su padre, es él el único capaz de transmitir a otros
ese conocimiento.
En San Juan hay otra afirmación de Jesús muy parecida: "Pues sí, se lo aseguro: un hijo no
puede hacer nada de por sí, primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el padre haga, eso
lo hace también el hijo, porque el padre quiere a su hijo y le enseña todo lo que él hace" (Jn 5,19-
20). Jesús quiere decir, con una comparación familiar, que Dios le ha dado el conocimiento de sí
mismo, y por eso él es el único que puede comunicar a los demás el verdadero conocimiento de
Dios.
Estas afirmaciones de Jesús son de suma importancia para entender su misión y su fe. Esta
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conciencia de ser el enviado del Padre, aquel que de una forma única recibe y transmite el
conocimiento de Dios, la encontramos también en otros muchos pasajes del Evangelio (Mc 4,11;
Mt 11,25; Lc 10,23-24; Mt 5,17; Lc 15,1-32).
¿Cuándo y dónde ha recibido Jesús esta revelación, en la que Dios le ha concedido el
conocimiento pleno de sí mismo, lo mismo que cuando un padre se da a conocer a su hijo? Los
Evangelios no lo dicen, pero quizás fue en alguna experiencia concreta sucedida en algún
acontecimiento especial. Así parecen sugerirlo algunos textos.
En este hecho de que Dios le ha abierto su propia intimidad, lo mismo que un padre a su
hijo, se apoya precisamente la autoridad y el poder de Jesús.
Apoyados en este conocimiento de Dios que tiene Jesús, adentrémonos, a través de los
próximos capítulos, a conocer también nosotros, siquiera un poco, la realidad del Dios de Jesús.
Bibliografía
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-12-
2
Jesús siente a Dios como Abbá querido
Para entender el mensaje y la práctica de Jesús es necesario partir de una singular vivencia de Dios.
1. UNA NUEVA EXPERIENCIA DE DIOS
Como acabamos de ver, Jesús hereda toda la rica tradición de la fe de Israel. Para el judaísmo
antiguo, Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima de nosotros, el Todopoderoso.
Para Israel, Yavé es el único y verdadero Dios. Jesús tiene fe en todo ello. El es un verdadero
israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios que toma características totalmente
nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen de Dios mucho más clara y concisa.
El respeto a Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús, pero no
es su centro. Para él Dios es ante todo Padre.
Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre, pero con Jesús esta paternidad recibe
acentos nuevos. La experiencia de Jesús ante Dios es totalmente original. Cuando Jesús habla de
Dios quedan superadas todas las creencias del Antiguo Testamento.
La vida de Jesús, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal
manera por la realidad "Dios", que adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes
para los que tratan con él: "¿quién es éste?" (Lc 8,25). Es imposible comprender a Jesús y su
mensaje sin conocer al Dios en el que creyó y del que se dejó penetrar hasta las últimas
consecuencias.
Para Jesús lo principal no es la palabra "Dios", sino los hechos que hacen presente al hombre la
realidad "Dios". El nunca se enreda en "palabrerías" teológicas, ni en oraciones vacías de sentido
(Mt 6,5-8). Jesús nunca se sirvió de teorías sobre "Dios" para adoctrinar a sus oyentes, sino que se
refería a él en situaciones concretas, buscando siempre descubrir los signos de su presencia en el
mundo.
No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a
Dios como Padre en circunstancias nuevas. Lo que hay de nuevo en el caso de Jesús es que invoca
a Dios como Padre metido en medio de una acción liberadora. El designa a Dios como el que
rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa: actuando él de este modo proféticamente, como
destructor de toda opresión, es como se atreve a llamarlo Padre.
Porque siente así a Dios como padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a
ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre.
Por ello su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del Dios
oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del
templo y de la ley.
Jesús no ve a Dios encerrado dentro del templo, o sometido al cumplimiento exacto de los ritos del
culto, o midiendo el cumplimiento detallado de todas las normas de las complicadas leyes judías. El
abre nuevas ventanas, nuevos horizontes por los cuales descubrir la presencia de Dios.
El no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano), ni al Dios de los
sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al
que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo
que sea amor verdadero, fraternidad. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. El Dios que
prefiere estar entre los marginados de este mundo, y rechaza a los que ocupan los primeros puestos
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en esta vida. Jesús ofrece un Dios sin los intermediarios de la ley, el culto, las normas, los
sacerdotes, el templo...
El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la
fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor.
Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres,
especialmente para con los ingratos y malos, los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de
la ley que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y
perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo
acoge en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que
con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. El se siente tan amado de Dios,
que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. El se siente de tal manera
aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos.
Jesús encarna el amor y el perdón del Padre, siendo él mismo bueno y misericordioso para con
todos, particularmente para con los desechados religiosamente y desacreditados socialmente. Así
concreta él el amor del Padre dentro de su vida.
2. ACTITUD FILIAL DE JESÚS ANTE DIOS
La experiencia que Jesús tiene de Dios se concreta en el nuevo sentido que da a su relación con
"su" padre. La actitud filial de Jesús ante Dios Padre es fundamental. Es una relación única, no
compartida en su profundidad por ningún otro hombre.
Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y la comunica llamándole "Padre". Siente que
a "su" Padre le debe afecto y obediencia. Que lo que es del Padre es también suyo. Que el Padre le
va entregando, sobre todo, su enseñanza.
Cumplir la voluntad del Padre se convierte en el núcleo central de la vida de Jesús. Su Padre le ha
dado una misión, y él tiene que llevarla a cabo. Jesús se siente hijo de Dios metiéndose en la
marcha de la historia, allá donde él ve que está presente la acción de su Padre. Se siente hijo
ocupándose de lleno en la construcción del Reinado de su Padre. Ve que la soberanía liberadora de
Dios debe realizarse ya en la historia, tal como él mismo lo experimenta en su propia vida.
Jesús tiene una vivencia muy especial de Dios como Padre que se preocupa de dar un futuro a sus
hijos; vivencia de un Dios Padre que da esperanza al que humanamente tiene ya todas las puertas
cerradas.
Predica la esperanza al mundo a partir de su experiencia de Dios como Padre; un padre que abre un
futuro de esperanza a la humanidad; un padre que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el
hombre; un padre que quiere liberar a la historia del dolor humano. Su experiencia de la paternidad
divina es una vivencia de Dios como potencia que libera y ama al hombre.
Jesús durante su vida terrena invitó incesantemente de palabra y de obra, a creer en este Dios, para
el que "todo es posible" (Mc 10,27). Basado en la experiencia de su Padre presenta y ofrece a los
hombres una esperanza segura.
Si prescindimos de la vivencia que Jesús tiene del Padre Dios, su imagen histórica quedaría
mutilada, su mensaje debilitado y su práctica concreta privada del sentido que él mismo le dio.
3. PARA JESÚS DIOS ES ABBA
En tiempo de Jesús se había oscurecido bastante la imagen de Dios. La gente no se atrevía a
pronunciar su nombre. Dios era "el Innombrable". Los contemporáneos de Jesús se dirigían
normalmente a Dios en tono solemne, acentuando siempre la distancia entre él y los hombres.
Como acabamos de ver, Jesús supera y clarifica definitivamente la imagen de Dios. Esta
superación alcanza su máximo punto en el hecho de que Jesús se dirige a Dios llamándole "Abbá".
En su oración, Jesús no llama "Dios" a aquel a quien se dirige, a no ser que citara palabras
textuales del Antiguo Testamento, como en Mc 15,34. El siempre llama a Dios como Padre. Y,
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según parece, lo hacía usando la palabra aramea "abbá".
Algunas veces en el Antiguo Testamento aparece la palabra "Padre" referida a Dios. Pero
muy pocas veces. Y cuando los judíos la usaron, fue siempre en un clima de sumo respeto y
majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos.
Además, en estos casos, cuando a Dios se le llamaba Padre, se referían siempre a la
paternidad divina sobre todo el pueblo de Israel (Jer 31,9; Is 63,16). Pero no tenemos pruebas de la
invocación a Dios como Padre de ninguna persona en concreto.
De ahí que la originalidad de la costumbre de Jesús es doble: Es la primera vez que
encontramos una invocación al Padre hecha por una persona concreta en el ambiente palestino, y es
también la primera vez que un judío al dirigirse a Dios lo invoca con el nombre de "Abbá". Este es
un hecho de suma importancia. Mientras que en las oraciones judías no se nombra ni una sola vez a
Dios con el nombre de Abbá, Jesús lo llamó siempre así.
Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres. Más
o menos corresponde al "papito" castellano o al "yaya" quichua.
Invocar a Dios como Abbá constituye una de las características más seguras del Jesús
histórico. Abbá pertenece al lenguaje infantil y doméstico, un diminutivo de cariño, utilizado
también por los adultos con sus padres o con los ancianos respetables. A nadie se le podía ocurrir
usar con Dios esta expresión familiar; sería como una falta de respeto a Yavé. Y sin embargo,
Jesús, en las oraciones llegadas hasta nosotros, se dirige siempre a Dios con esta invocación: Papito
querido (Abbá). Nada menos que 170 veces ponen los Evangelios esta expresión en labios de Jesús.
La palabra "Abbá", así, en arameo, sólo aparece en los Evangelios en Marcos 14,36. Pero
según los estudiosos creen, siempre que los evangelistas ponen en griego en labios de Jesús la
palabra griega "pater", no están sino traduciendo la palabra aramea "abbá", pues está demostrado
que esa era la costumbre constante de Jesús.
El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (abbá) para subrayar el hecho insólito del
atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Gál 4,6-7). La familiaridad de Jesús con su Padre quedó tan
grabada en el corazón de los discípulos, que la invocación "Abbá" se extendió rápidamente en el
cristianismo primitivo. Los primeros cristianos adoptaron ellos mismos esta forma de orar de Jesús.
Abbá encierra el secreto de la relación íntima de Jesús con su Dios y de su misión en nombre
de Dios. Jesús se dirigía a Dios como una criaturita a su padre, con la misma sencillez íntima, con
el mismo abandono confiado.
Evidentemente Jesús conoce también los otros nombres dados a Dios por la tradición de su
pueblo. No le asusta la seriedad, como muy bien puede verse en muchas de sus parábolas, donde
Dios aparece como rey, señor, juez, vengador...; pero manteniéndose siempre bajo el gran arco iris
de la inconmensurable bondad y ternura de Dios como Padre querido. Todos los demás nombres se
le aplican a Dios. Abbá es su nombre propio.
A los contemporáneos de Jesús les resultaría inconcebible dirigirse a Dios con esta palabra
tan popular, tan familiar. Era para ellos algo irrespetuoso. El que Jesús se atreviera a dar este paso,
hiriendo la sensibilidad de su ambiente, significa algo nuevo e inaudito. El habló a Dios como un
niño con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad, lleno de confianza,
y al mismo tiempo de respeto y obediencia. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela el corazón
de su relación con él; sus anhelos más íntimos. Esta invocación expresa el meollo mismo de la
relación de Jesús con Dios. El uso de esta palabra es la mejor prueba de la total familiaridad de
Jesús con Dios.
La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús.
Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Esta palabra resume también todo lo que Jesús
quería decir.
Veamos algunos casos concretos en los que se manifiesta el gozo y la confianza que Jesús
deposita en su Padre.
Digna es de destacar la escena en la que Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al
Padre porque se ha "revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, Bendito seas, por haberte parecido eso
bien" (Lc 10,21).
-15-
Otra escena que mueve a Jesús a decir "Abbá" es la acción de gracias por la resurrección de
Lázaro, milagro debido a su súplica: "Gracias, Padre, por haberme escuchado. Yo sé que siempre
me escuchas" (Jn 11,42).
Llenos de confianza están los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión: "Padre,
ha llegado la hora... Ahora, Padre, glorifícame tú a tu lado... Yo voy a reunirme contigo. Padre
santo, protege tú mismo a los que me has confiado... Que sean todos uno, como Tú, Padre, estás
conmigo y yo contigo... Padre, tú me los confiaste; quiero que... contemplen esa gloria mía que tú
me has dado... Padre justo..., yo te conocí, y también éstos conocieron que tú me enviaste... Que el
amor que tú me has tenido esté con ellos" (Jn 17,1.5.11.21.24-26).
Especial mención merece la oración del huerto; la cuentan todos los evangelistas (Mt
26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,27-29). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma
palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago,
pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). En este momento la confianza de
Jesús en su Padre llega a su cumbre. Aquí no hay nada de un optimismo ideologizado. En esta hora
dramática, el Padre es el supremo y definitivo refugio de Jesús: llamarle "Abbá" en medio de la
amargura de su angustia es algo verdaderamente inaudito y audaz. Jesús se atreve a pedirle verse
libre del trance de la pasión, a pesar de haber visto antes que estos sufrimientos eran parte
integrante del plan divino (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad
del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Esta audacia, que consiste
en pedir que el Padre cambie su plan, se basa en su inmensa confianza en él. Jesús tiene tanta
familiaridad con Dios que aun en la angustia y en el peligro permanece al mismo nivel. Le pide que
cambie sus planes; pero acepta la negación de su petición, sin perder por ello su actitud de
confianza.
Ya en el suplicio sabe pedir con sinceridad el perdón de sus verdugos: "Padre, perdónalos,
que no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Y encomienda su espíritu en manos de su Abbá (Lc 23,46),
pero no por ello sin dejar de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34).
En los capítulos siguientes seguiremos profundizando en la visión que tuvo Jesús sobre su
Padre Dios.
Bibliografía
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-16-
paternal de Dios.
-17-
3
Jesús es imagen de la bondad del Padre
1. EL QUE ME CONOCE A MI, CONOCE AL PADRE
"A Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18). Dios en sí es "invisible" (1 Tim 1,17). Pero para
nosotros, sus criaturas, en un cierto modo, "lo invisible de Dios... resulta visible a través de sus
obras" (Rm 1,20).
Desde que el mundo es mundo Dios se da a conocer a través de la creación. Además Dios se
manifiesta también en los acontecimientos que ocurren a través de la historia en medio de los
hombres. Y precisamente el acontecimiento más significativo de la historia humana es el paso de
Jesús de Nazaret por los caminos de Palestina. Sabemos por la fe que este hombre Jesús es Dios.
Ello no quiere decir que él tuviera una apariencia de Dios. Pero en él la divinidad ha manifestado
plenamente su presencia a través de signos humanos.
En Jesús, Dios en cuanto tal no se hizo visible. Sin embargo, mostró el único camino que nos
puede llevar con seguridad a él. El mensaje de Jesús consiste en afirmar que nada se adelanta en
querer conocer a Dios en sí mismo, directamente. La única manera de saber algo con respecto de él,
es a través de Jesús. Quien está en el camino de los discípulos aprende a conocer a Dios.
Quien ve y contempla con ojos limpios a Jesús, entenderá todo lo que se puede entender de
Dios en este mundo. "El es imagen de Dios invisible" (Col 1,15); el único que con toda verdad
puede darlo a conocer (Jn 1,18).
La atrevida petición de Felipe: "Señor, preséntanos al Padre; con eso nos basta" (Jn 14,8),
expresa la más profunda aspiración de la humanidad en busca de Dios. Y la respuesta de Jesús
asegura que esta aspiración ya puede ser colmada: "Quien me ve a mí, está viendo al Padre" (Jn
14,9). Este es el único "camino" para poder conocer y llegar a Dios. Esta es la "verdad" de Jesús:
"Nadie se acerca al Padre sino por mí; si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi
Padre" (Jn 14,7). Esta es justamente la "vida" que él viene a darnos. El hombre Jesús es la imagen
pura y fiel del Dios invisible. Toda su existencia humana tiende a hacer ver al Padre.
En Jesús se da a los hombres la manifestación plena e irrepetible de Dios. Si todo hombre es
imagen de Dios, Jesús es de modo único la imagen de Dios. Por su medio Dios se ha hecho
presente entre nosotros de un modo nuevo y único.
Jesús no es un hombre en quien se da una presencia de Dios distinta a él, como si estuviese
poseído por Dios, sino que el mismo hombre Jesús es la presencia y revelación de Dios. En todas
sus palabras y acciones tomamos conciencia de lo que Dios es para nosotros: amor y perdón,
denuncia y exigencia, donación y presencia, elección y envío, compromiso y fuerza.
2. JESUCRISTO, SACRAMENTO DEL ENCUENTRO CON DIOS
Cristo es considerado con todo derecho como el sacramento primero de Dios, pues él es Dios
de una manera humana y es hombre de una manera divina. Ver a Jesús es ver a Dios; oír y palpar a
Jesús es oír y palpar a Dios (1 Jn 1,1); experimentar a Jesús es experimentar a Dios mismo. Por eso
Jesús puede ser considerado verdaderamente como el sacramento por excelencia, puesto que él es la
realidad única que puede expresar con verdad lo que es Dios y porque sólo él puede asumir
totalmente lo que en el hombre hay o puede haber de experiencia de Dios.
En Jesús de Nazaret muerto y resucitado, Dios y el hombre se encuentran en unidad
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profunda, sin división y sin confusión: por el hombre-Jesús se va a Dios y por el Dios-Jesús se va al
hombre; Jesucristo es el camino.
Jesús es el sacramento vivo de Dios, que contiene, significa y comunica el amor de Dios para
con todos. Sus gestos, sus acciones, sus palabras, son sacramentos que concretizan el misterio de la
divinidad. Jesús hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su renuncia a toda
voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos los marginados del orden de este
mundo.
El hombre Jesús es además el sacramento original porque fue destinado por Dios a ser el
único camino por el que el hombre puede llegar a la realidad sorprendente de la salvación. "Porque
no hay más que un Dios y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, un hombre, el
Mesías Jesús" (1 Tim 2,5). Si los sacramentos son camino y encuentro de los hombres con Dios, es
lógico concluir que Cristo, el Hijo de Dios, es el sacramento original, la fuente, la raíz misma de
todo sacramento. Y cada sacramento tiene que ser revelación de Dios, el Dios que se nos ha
revelado en Jesús. Por consiguiente, la celebración de un sacramento tiene que ser siempre
manifestación de la presencia y la cercanía de Jesús a los hombres, porque sólo a través de él
sabemos quién es Dios y cómo es Dios.
En Jesús se nos ha comunicado de tal manera la presencia amorosa y perdonadora de Dios,
que hemos experimentado en él de una manera nueva y definitiva la concreta cercanía de Dios.
3. UN CORAZÓN BONDADOSO Y COMPASIVO
Poco a poco Dios se fue mostrando a los hombres a lo largo del Antiguo Testamento. La
experiencia humana de ese Dios tuvo tres aspectos sucesivos:
a) Dios es un poder y una fuerza que está presente en el hombre, a la par que es Señor de
todas las cosas (el Dios de los patriarcas). b) Su presencia y cercanía interpela continuamente al
hombre en su existencia (Yavé). c) Su conocimiento tiene lugar en la práctica del derecho y de la
justicia, en especial con el hombre marginado (Dios de los profetas).
¿Aporta algo nuevo Jesús de Nazaret al enriquecimiento de esta experiencia de Dios? Sí. En
Jesucristo el Dios de Israel se reveló como Dios de todos los hombres, como Dios que ante todo
sabe amar y perdonar; se manifiesta en todo acto de amor y perdón: el Dios que es Padre.
Jesús experimenta en su vida la cercanía de ese amor de Dios y lo comunica con toda
sencillez. El no multiplica sus palabras e ideas sobre Dios, sino que lo vive y lo da a conocer con
sus actitudes concretas de amor y de perdón. Su experiencia es un continuo permanecer en el amor
del Padre (Jn 15,10). Jesús recibe del Padre una participación plena de su vida, de su conocimiento
y de sus obras (Jn 1,18; 5,19-20).
El se convierte en el portador del amor y perdón de Dios a todos los hombres. El hombre
Jesús es la presencia amorosa y perdonadora de Dios en medio de nosotros. En su obrar podemos
experimentar la concreta cercanía de Dios; por su medio el amor radical de Dios se modeló
humanamente.
Con Jesús de Nazaret "se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres" (Tit
3,4). El mostró con su vida que Dios es ternura y solidaridad para con todos.
Entre los rasgos más característicos de Jesús está su compasión para con las miserias
humanas. Al hacerse semejante a los hombres, como ya vimos en el capítulo primero, él se
solidariza con sus debilidades. Los numerosos milagros de Jesús son resultado de una compasión
que tiende a aliviar eficazmente los sufrimientos, reflejo de una actitud de compasión del Padre
hacia los sufrimientos humanos. Son expresión de un amor que se acerca lo más que puede a los
seres queridos, y desea participar en sus sufrimientos y remediarlos.
El Dios que se revela en Jesús es un Dios que se conmueve con la miseria de los hombres. La
imagen inolvidable del Padre que nos ha dejado Jesús en la parábola del hijo pródigo lleva consigo
este rasgo: con la vista de su hijo que vuelve a casa, el padre siente que se le enternecen las entrañas
y que se apodera de él la compasión (Lc 15,20).
El Dios de Jesús no es insensible ante los dolores humanos. El ha querido libremente ser en
-19-
realidad misericordioso y compasivo. Dios, por amor, participa del sufrimiento humano, sin perder
nada por ello de su dignidad divina. Todo lo contrario. La enseñanza insistente de Jesús sobre la
compasión divina hacia los hombres muestra que, en su omnipotencia, Dios tiene poder para
exponerse libremente por amor a experimentar en sí un eco vivo del sufrimiento del otro. ¿Por qué
motivo podríamos negarle este poder, estando como está en la línea del amor más grande y puro?
Hablaremos más largamente de ello en el capítulo noveno.
Veamos algunos ejemplos de cómo Jesús sentía en su corazón las necesidades ajenas, y
veámoslos sin perder la visión de que su comportamiento es reflejo del proceder del Padre.
Jesús se siente conmovido ante el entierro del hijo único de una viuda, y se acerca a
consolarla de una manera muy eficaz (Lc 7,12-15).
Se compadece de los ciegos (Mt 20,34). Le duele el hambre de los que le seguían por los
caminos (Mt 15,32), o el desamparo en que vivían: "Viendo al gentío, tuvo compasión de ellos,
porque andaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor" (Mt 9,36).
Le llegan al alma las muchas enfermedades de su pueblo. "Vio Jesús mucha gente, tuvo
compasión de ellos y se puso a curar a los enfermos" (Mt 14,14).
Siente profundamente el dolor de los amigos, hasta derramar lágrimas, como en el caso de la
muerte de Lázaro: "Al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, Jesús se conmovió
hasta el alma... Se echó a llorar... Y conmovido interiormente, se acercó al sepulcro" (Jn
11,33.35.38).
Lloró también ante el porvenir obscuro y la ruina de su patria: "Al ver la ciudad, le dijo
llorando: ¡Si también tú comprendieras en este día lo que lleva a la paz! Pero no, no tienes ojos
para verlo" (Lc 19,41-42).
Se siente entristecido por los pueblos de Galilea que no aceptan la salvación que él les ofrece
(Mt 11,20-24).
Jesús tiene un corazón sensible a todo dolor humano. Ante la miseria de sus hermanos no se
hacía el fuerte, como si fuera alguien superior, a quien no llegan las pequeñeces diarias de los
humanos. El nunca se presenta haciendo gala de superioridad ni humillando con su postura a nadie.
Conoce y penetra con simpatía todos los corazones, especialmente los que sufren, los que se sienten
pequeños o fracasados en la vida. Su corazón siempre tiende a mirar la mejor parte, a disculpar, a
perdonar, a compartir. Mientras otros encuentran razones para condenar, él las encuentra para
salvar.
Por eso todos los que sufren se sienten acogidos por él y las multitudes se le acercan
confiadas. Los pobres, los niños, los pecadores ven en él un amigo que les entiende.
¡En verdad que en este hombre se manifestó la bondad y la compasión de nuestro Dios!.
4. SERVIDOR DE TODOS
Veamos algunos aspectos más concretos de la imagen de amor divino que nos ha dejado
Jesús.
Fijémonos en primer lugar en su espíritu de servicio.
Jesús es el hombre-de-Dios constituido en el "Hombre-para-los-demás" por la fuerza y el
poder de Dios que habita en él de un modo nuevo.
Parece claro que Jesús experimenta la convicción de que vivir es vivir para los otros, servir a
otros. De esta manera corresponde a la realidad de su noción de Dios. Este servicio histórico a los
otros aparece a lo largo de todos los Evangelios y está resumido en la frase "pasó haciendo el bien".
La vida de Jesús nunca está centrada en sí mismo, sino en su Padre. Y justamente su vivencia
del Padre Dios es la que le convierte en servidor incondicional de los hijos del Padre, sus hermanos.
Ese ser para otros y la convicción de que en eso se corresponde a Dios es la experiencia
fundamental de Jesús. Su vida está configurada por la decisión de servir a los otros y corresponder
así al Dios del amor.
Jesús sirve al Padre sirviendo a sus hermanos. Por ello su actitud es muy clara: "Este Hombre
no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20-28). "Yo
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estoy entre ustedes como quien sirve" (Lc 22,27).
Jesús es un hombre abierto a todos. No conoce lo que es el rencor, la hipocresía o las
segundas intenciones. A nadie cierra su corazón. Pero a algunos se lo abre especialmente: los
marginados de su época, los despreciados, social o religiosamente.
Jesús se deja comer por sus hermanos, hasta el punto de que a veces no le queda tiempo para
el descanso (Mc 6,31-33), ni aun para comer él mismo (Mc 3,20).
Recibe y escucha a la gente tal como se presenta, ya sean mujeres o niños, prostitutas o
teólogos, guerrilleros o gente piadosa, ricos o pobres. En contra de la costumbre de la época, él no
tiene problemas en comer con los pecadores (Lc 15,2; Mt 9,10-11). Anda con gente prohibida y
acepta en su compañía a personas sospechosas. No rechaza a los despreciados samaritanos (Lc
10,29-37; Jn 4,4-42); ni a la prostituta, que se acerca arrepentida (Lc 7,36-40). Acepta los convites
de sus enemigos, los fariseos, pero no por eso deja de decirles la verdad bien clara (Mt 23,13-37).
Sabe invitarse a comer a casa de un rico, Zaqueo, pero de manera que éste se sienta conmovido
hasta el punto que reparte la mitad de los bienes a los pobres y paga el cuádruplo a todo el que
hubiera estafado (Lc 19,1-10). Procura ayudar a cada uno a partir de su realidad. Comprende al
pecador, pero sin condescender con el mal. A cada uno sabe decirle lo necesario para levantarlo de
su miseria. Sabe usar palabras duras, cuando hay que usarlas, y alabar, cuando hay que alabar; pero
siempre con el fin de ayudar.
Todo esto tiene una fuerza muy especial, si pensamos que el que está sirviendo así es el
mismo Dios. Es Dios que se vuelca en los hombres, sirviéndoles en todas sus necesidades.
Jesús no es nada para sí, sino todo para los otros. El es la verdadera semilla de trigo que se
entierra y muere para dar la vida a los demás. Pasa entre nosotros haciendo el bien. Se mezcla sin
miedo entre los marginados y los despreciados de su tiempo: enfermos de toda clase, ciegos,
paralíticos, leprosos, ignorantes. Y se desvive por atenderles y cuidarles.
Esta actitud de servicio total de Cristo a los hombres está maravillosamente caracterizada en
el hecho de ponerse de rodillas delante de sus discípulos para lavarles los pies. La trascendencia de
este hecho es enorme; pues el pasaje evangélico subraya su divinidad:
"Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todo en su mano, y sabiendo que había venido
de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una toalla; echó agua en
un recipiente y se puso a lavarles los pies a los discípulos, secándoles con la toalla que llevaba
ceñida" (Jn 13,3-5).
Para sus propios amigos aquello era un escándalo. Pero es la imagen de Dios hecho hombre
por amor a los hombres. Y es imagen también de lo que debemos hacer todos los que queramos
seguir sus huellas. Así lo dijo él mismo:
"Pues si Yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los
pies unos a otros" (Jn 13,14).
A ejemplo de Jesús, seremos más hermanos sólo en la medida en que sepamos servir y ser
útiles al prójimo. En la medida en que nos vaciemos del egoísmo y dejemos sitio en el corazón para
todo el que necesite de nosotros.
Solamente cuando se ha tenido una experiencia muy honda de Dios, como Jesús, sólo
entonces el hombre es capaz de salir de su propio aislamiento de egoísmo, para abrirse, como él,
hacia los otros.
5. LA ALEGRÍA DE UN DIOS QUE SABE PERDONAR
Jesús ha venido para conducir a la casa del Padre a los hijos descarriados de Dios. El invita a
su mesa a los publicanos, a los pecadores, a los marginados, a los reprobados; él llama al gran
banquete a las gentes de los caminos y las lindes (Lc 14,16-24). Incansablemente no cesa de repetir,
precisamente a los devotos, que su propia justicia les separa de Dios.
A nosotros, a quienes nos es familiar el Evangelio desde la infancia, nos es imposible
imaginar la revolución religiosa que representaba para los contemporáneos de Jesús la predicación
de un Dios que quería tener trato con los pecadores. Cada página del Evangelio nos habla del
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escándalo, de la agitación, de la inversión de los valores que Jesús provoca llamando a la salvación
precisamente a los pecadores. Continuamente se le pidieron las razones de esta actitud
incomprensible, y continuamente, sobre todo por medio de sus parábolas, Jesús dio la misma
respuesta: Dios es así.
Dios es el Padre que abre la puerta de la casa al hijo pródigo; Dios es el pastor que se llena
de alegría cuando encuentra la oveja perdida; es el rey que invita a su mesa a los pobres y
mendigos. Dios experimenta más alegría por un pecador que hace penitencia, que por noventa y
nueve justos. Es el Dios de los pequeños y de los desesperados. Su bondad y misericordia no tienen
límites. Así es Dios.
Y Jesús añade: cuando se ha comprendido este mensaje, cuando los hombres construyan su
salvación no sobre lo que ellos han hecho por Dios, sino exclusivamente sobre la gracia que viene
de él, cuando vuelvan los descarriados sin esperanza, cuando comprendan que el amor del Padre
sale al encuentro de los hijos perdidos, entonces la salvación dejará de ser una meta lejana que el
hombre debe conseguir por sus propios medios, entonces, aquí y ahora se realiza el Reino de Dios...
Y esta es la fuente de la alegría. Alegría de los invitados a las bodas, alegría del que ha encontrado
la perla preciosa, el gran tesoro. Esta es la alegría de ser hijo, la alegría mesiánica, la unción con el
aceite de la alegría. La alegría es tan grande que Dios mismo participa de ella: "De la misma
manera Dios se alegra por un pecador que hace penitencia" (Lc 15,7; cf. 15,10). Junto a esta
alegría por haber llegado el tiempo de la salvación en el mensaje de Jesús está además el amor:
amor a los pobres, amor a los descarriados y a los que están cargados de culpas, amor incluso a los
enemigos...
Jesús anuncia a los pobres, a los miserables, a los mendigos de Yavé el amor incomprensible,
infinito, de Dios; anuncia que ya está próxima la aurora del tiempo de la alegría donde los ciegos
ven, los paralíticos caminan y los pobres son evangelizados.
Veamos algunos pasajes concretos referentes a este Jesús que vino a ofrecernos tan
abiertamente el perdón de Dios. El mismo es el perdón visible de Dios, el cordero que
voluntariamente murió para borrar nuestros pecados (Jn 1,29) y sanarnos con sus llagas (1Pe 2,24).
"Cuando aún nosotros estábamos sin fuerzas, entonces, en su momento, Jesús el Mesías
murió por los culpables. Cierto, con dificultad uno se dejaría matar por una causa justa; con todo,
por una buena persona quizá afrontaría uno la muerte. Pero el Mesías murió por nosotros cuando
éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene" (Rm 5,6-8).
Con diversas parábolas se esfuerza Jesús para convencernos de que el Padre Dios goza con
perdonar. Nada mejor para ello que la parábola del "Padre bueno" que tiene un hijo derrochador (Lc
15,11-32) o las de la oveja perdida y la moneda perdida (Lc 15,1-10).
Jesús presenta en estas parábolas una nueva imagen de Dios que contrasta con la ofrecida por
la religión oficial judía.
En las tres comparaciones destaca Jesús la alegría por haber encontrado lo perdido: la oveja,
la moneda, el hijo.
Así es Dios. Quiere la salvación de los perdidos, pues le pertenecen; su andar errante le ha
dolido y él se alegra del retorno al rebaño.
La alegría y la generosidad del "padre bueno" son la alegría y generosidad del Padre Dios
para con los pecadores que vuelven al hogar. Un padre primeramente preocupado por el hijo que
vive lejos en la desgracia y que da rienda suelta a su gozo y emoción al recuperar al hijo perdido. El
encuentra más que justificadas sus expresiones de júbilo: "porque este hijo mío se había muerto y
ha vuelto a vivir; se había perdido y se le ha encontrado" (Lc 15,24).
Así presenta Jesús el comportamiento de Dios hacia los pecadores que, oyendo su llamada,
se encuentran a sí mismos y encuentran el camino para volver a él. Según Jesús el arrepentimiento
parte de la fe en la bondad del Padre. Arrepentirse es escuchar la voz bondadosa del Padre dentro
del propio corazón destrozado. Es encontrar en uno mismo a Dios. Es el retorno confiado a la
propia casa, que es la casa del Padre.
En el caso del hijo mayor de la parábola Jesús intenta hacernos comprender el modo de
pensar de Dios y el de los hombres. Los "justos" siempre temen que la gracia de Dios pueda
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destruir el "orden" que los hombres nos hemos establecido. Dios, por el contrario, es y actúa de un
modo totalmente distinto.
El Dios de Jesús es como un padre inconsecuente en su conducta, que abraza y perdona al
hijo bandido que vuelve a casa después de haber malgastado la fortuna familiar, sin exigirle ni
siquiera unas promesas de arrepentimiento y corrección. Es el Dios "loco" que perdona a la mujer
adúltera sin exigirle primero mil penitencias y promesas de enmienda. Es el Dios contrario a la
religión oficial, pues no acepta al fariseo que llena su vida con piedades, limosnas y rezos, pero en
cambio declara salvado al desgraciado publicano que, lleno de vergüenzas y pecados, a distancia se
atrevía a repetir ante Dios la lista de sus propias miserias. Todo ello sólo se entiende si aceptamos
que el Dios de Jesús es el Dios del amor. El sabe que con el perdón comienza a hacer germinar una
nueva vida en sus hijos.
El perdón es la auténtica fuerza represiva del mal en el mundo. El perdón es el antídoto que
impide que el mal se siga reproduciendo; es el cortocircuito del mal, que elimina su presencia
destructora y que ofrece un nuevo espacio donde hacer germinar una nueva relación.
Jesús no sólo habló del perdón de Dios. El mismo supo dar ejemplo de perdón.
En primer lugar él confesó con toda claridad que no había "venido a invitar a justos, sino a
pecadores, a que se arrepientan" (Lc 5,32).
Jesús perdonó los pecados de toda persona de corazón arrepentido que encontró a su paso;
como a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,11), a un pobre paralítico que le llevaron para que lo
curara (Mc 2,5-11), o a una pecadora pública (Lc 8,48).
A la hora de su muerte excusó y perdonó a los que tan injustamente le estaban torturando:
"Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
Jesús concedió el perdón no sólo de palabra, sino también por medio de acciones. Entre estas
acciones la que más impresionó a los hombres de aquella época fue el hecho de compartir la mesa
con los pecadores. "Este acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc 15,2). Ciertamente Jesús
comía tranquilamente con ellos (Mc 2,15-16). Y los fariseos se lo echan en cara y lo desprecian por
ello (Mt 11,19).
Para saber medir exactamente qué es lo que hizo Jesús al comer con los "pecadores"
debemos saber que en su época el compartir una comida con alguien significaba una oferta de paz,
de perdón, de confianza y fraternidad. La comunión de la mesa quería expresar comunión de vida.
Y Jesús no solamente comía con gente mal vista, sino que además se hospedaba a veces en sus
casas (Lc, 19,5).
Su perdón no fue sólo de palabras y de hechos. Llegó al máximo: Conscientemente derramó
su sangre como signo evidente del perdón del Padre: "Esta es la sangre de la alianza mía, que se
derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). La muerte de Jesucristo es, por
consiguiente, el sello del pacto definitivo de paz entre Dios y los hombres. "Dios nos reconcilió
consigo a través del Mesías" (2 Cor 5,18). "Por su medio reconcilió consigo el universo, lo
terrestre y lo celeste, después de hacer la paz con su sangre derramada en la cruz" (Col 1,20).
Desde entonces Cristo Jesús es esperanza para todos los que nos sentimos infieles al amor de
Dios. Así lo entendió Juan, el amigo íntimo de Jesús: "Hijos míos, les escribo esto para que no
pequen; pero, en caso de que uno peque, tenemos un defensor ante el Padre, Jesús, el Mesías justo,
que expía nuestros pecados, y no sólo los nuestros, sino también los del mundo entero" (1 Jn 2,1-
2).
6. JESÚS ES EL SELLO DE LA FIDELIDAD DE DIOS
Como estamos viendo, Jesucristo es el sello definitivo de la fidelidad de Dios, tan largamente
proclamada por los profetas en el Antiguo Testamento. El es el Siervo Fiel del "Dios que no
miente" (Tit 1,2). Por él son mantenidas y llevadas a la práctica todas las antiguas promesas de
Dios: "Quiero decir con esto que el Mesías se hizo servidor de los judíos para demostrar la
fidelidad de Dios" (Rm 15,8).
"En él ha habido únicamente un sí" (2 Cor 1,20), "porque juzgó digno de fe al que se lo
-23-
prometía" (Heb 11,11).
Por medio de Jesús ha llegado a la cumbre la fidelidad de Dios:
"Y la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria: gloria de
Hijo único del Padre lleno de amor y fidelidad... Porque de su plenitud todos nosotros recibimos,
ante todo un amor que responde a su amor.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la fidelidad se hicieron realidad en
Jesús el Mesías" (Jn 1,14.16-17).
Afortunadamente, como ya habían repetido tantas veces los profetas en el Antiguo
Testamento, la fidelidad de Dios no depende de que nosotros le seamos fieles a él. "¿Qué importa
que algunos hayan sido infieles? ¿Es que la infidelidad de éstos va a anular la fidelidad de Dios?
De ninguna manera; hay que dar por descontado que Dios es fiel y que los hombres por su parte
son todos infieles" (Rm 3,3-4).
"Si le somos infieles, él permanece fiel, porque negarse a sí mismo no puede" (2 Tim 2,13).
La fidelidad de Dios en el amor es el fundamento del optimismo a toda prueba que debe
disfrutar el que tiene fe en Cristo. La fe en un Dios que nos quiere a todos los hombres por igual y
nunca nos va a fallar, es la mayor fuerza que puede entrar en nuestro corazón para comprometernos
en la empresa de construir la verdadera hermandad. Por muchos fracasos que haya de por medio,
apoyados en su palabra, podemos reanudar siempre de nuevo el camino de la justicia, la unidad y la
paz verdaderas. Si creemos en Cristo Jesús, él nos dará fuerzas para amar y triunfar con él:
"El por su parte los mantendrá firmes hasta el fin... Fiel es Dios, y él los llamó a ser
solidarios de su Hijo, Jesús el Mesías, Señor nuestro" (1 Cor 1,8-9).
"Aferrémonos a la firme esperanza que profesamos, pues fiel es quien hizo la promesa" (Heb
10,23).
Bibliografía
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J. GALOT, Hacia una Nueva Cristología, Mensajero, Bilbao 1972, pgs. 104-106: La revelación del Padre en Cristo.
J. COMBLIN, Jesús de Nazaret, pgs. 67-68: Conocer al Padre.
JUAN MATEOS, El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid 1982, pgs. 632-635: Jesús, uno con el Padre.
J. SOBRINO, Cristología desde América Latina, pgs. 284-287: Sobre las "palabras" y los "hechos" de Jesús.
J. ASIAIN, Hemos creído en el Amor, pgs. 39-46: Jesús es el amor del Padre entre nosotros.
2. L. BOFF, Los Sacramentos de la Vida y Vida de los Sacramentos, Indo-Américan, Bogotá 1975, pgs. 41-42: Jesús
de Nazaret, el sacramento fontal de Dios.
J. M. CASTILLO, Símbolos de Libertad, Sígueme, Salamanca 1981, pgs. 431-435: Cristo, sacramento original.
DICCIONARIO DE ESPIRITUALIDAD, III, pgs. 84-86: Padre celestial: Jesús revelador del Padre.
3. J. R. GUERRERO, Experiencia de Dios y Catequesis, PPC, Madrid 1979, pgs. 234-255: El Dios de Jesucristo.
J. GALOT, Hacia una Nueva Cristología, pgs. 110-113: Un Dios compasivo.
J. L. CARAVIAS, Cristo es Esperanza, Latinoamérica Libros, Buenos Aires 1984, pgs. 30-31: Jesús siente las
necesidades ajenas.
J. JEREMIAS, Las Parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1981, pgs. 179-196: La gran confianza.
EDUARD LOHSE, Teología del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1978, pgs. 56-60: La misericordia de Dios.
DONALD GRAY, Jesús, Camino de Libertad, Sal Terrae, Santander 1984, pgs. 51-59: Liberados para la compasión: el
camino del amor.
HANS URS VON BALTHASAR, ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?, Herder, Barcelona 1982, pgs. 106-124: Jesús,
exegeta de Dios.
4. J. M. CASTILLO, Oración y Existencia Cristiana, pgs. 181-192: Una existencia para los otros.
J. SOBRINO, Jesús en América Latina, pgs. 200-202.
J.L. CARAVIAS, Cristo es Esperanza, pgs. 22-23: El servidor de los pobres.
5. J. JEREMIAS, Abbá, pgs. 335-336.
J.L. CARAVIAS, Cristo..., pgs. 50-54: El amor sabe perdonar.
ALBERT NOLAN, ,Quién es este Hombre?, pgs. 63-71: El perdón.
-24-
6. J. L. CARAVIAS, Cristo..., pgs. 54-56: Jesús es el sello de la fidelidad de Dios.
-25-
4
Esta buena noticia
de Jesús
es para los pobres
Este capítulo está íntimamente unido al anterior. No es sino una amplificación de este
punto especial.
1. LOS "MAL VISTOS" EN LA SOCIEDAD EN QUE VIVIÓ JESÚS
Cada cultura crea sus inadaptados, gente a la que se mira con malos ojos, se le desprecia y
se le margina.
La sociedad judía de los años 30 tiene también sus "mal vistos". En los Evangelios, en
griego, se les llama en general "los pobres". Pero esta palabra seguramente es traducción de la
palabra aramea "ama’arez" que en castellano traducido al pie de la letra significa "el-pueblo-de-la-
tierra", o sea, "el pueblo común". Esta sería la palabra que usaría Jesús al traducir los evangelistas la
palabra "pobres".
Palestina en tiempos de Jesús era una teocracia, lo cual significa que todas las normas
sociales estaban dirigidas por ideas religiosas y los mismos gobernantes eran personas religiosas. La
división de "clases" o grupos sociales dependían de la actitud religiosa de cada uno. Pero sólo una
minoría conocía la Ley (religiosa) y la cumplía, por lo menos en sus exigencias externas. La
"pureza" o "impureza" legales cumplían la función ideológica que en otras sociedades se atribuyen
al prestigio, al dinero o al poder.
Por ello se llamaba despreciativamente "ama’arez" a la gente que no conocía ni practicaba
con detalle todas las normas religiosas de la Ley, en contraposición a la sabiduría y a las prácticas
de escribas y fariseos.
En tiempo de Jesús "el-pueblo-de-la-tierra", está constituido por los despreciados de la
sociedad en la que el prestigio depende no del dinero o del poder político que se tenga, sino según
criterios religiosos. Se despreciaba a toda esa multitud marginada en la que generalmente se
combinaba pobreza económica y reprobación moral, pues no guardaban el sábado, ni cumplían las
normas de pureza ritual. Son pecadores todos los que no pueden cumplir la Ley por la sencilla razón
de desconocerla o no poderla cumplir. Son unos desgraciados ignorantes, pues en la sociedad judía
el hecho de cumplir la Ley lo es todo. El que no la cumple "no es nada", es un desgraciado para el
que no existe ninguna esperanza, porque no es digno de pertenecer al Pueblo Elegido.
Entre estos despreciados estaban los que practicaban ciertas profesiones cuyo trabajo les
hacía difícil cumplir las minucias rituales de la Ley. Entre estos oficios infamantes se encontraban
los pastores, los recaudadores de impuestos, usureros, rameras, curtidores de pieles, sastres y
tejedores, médicos, barberos y carniceros, y toda clase de obreros asalariados. En aquel tiempo la
lista de los malos oficios es tan larga, que no queda mucho sitio para los oficios "decentes". Todos
los trabajadores con pocos ingresos eran despreciados como incultos pecadores por la casta de los
escribas y los fariseos. Para ellos sólo cuenta el estudio de la Ley.
A la lista de trabajadores pobres hay que añadir una multitud de mendigos, ladrones y
esclavos. Ellos eran doblemente despreciados. Entre los mendigos habían bastantes personas con
defectos físicos, como ciegos, sordos y paralíticos, o enfermos, especialmente los que tenían alguna
enfermedad de la piel, considerados como impuros.
Muchos de ellos, como los recaudadores y pastores, no podían tener ningún cargo, ni ser
testigos en un juicio, pues ya de entrada se les consideraba mentirosos y ladrones.
-26-
El desprecio de la "gente bien" de entonces hacia los "ama’arez" era muy grande. En
aquella sociedad teocrática lo civil y lo religioso habían llegado a ser una misma cosa. Por ello los
escribas, los fariseos y los sacerdotes pensaban que aquellos desgraciados eran también mal vistos
por Dios. El "pueblo-de-la-tierra" era marginado tanto en lo civil como en lo religioso: en todo eran
"pecadores".
En los Evangelios se refleja esta mentalidad cuando se les llama "descreídos y
recaudadores" (Mc 2,16), "recaudadores y prostitutas" (Mt 21,32), o sencillamente "pecadores".
Los fariseos los miraban como "ladrones, injustos y adúlteros" (Lc 18,11). Los sacerdotes del
templo lo inculcan de manera muy clara a su policía: "Esa gente, que no entiende la Ley, está
maldita" (Jn 7,49). Están empecatados de arriba abajo (Jn 9,34).
Decían así algunas normas de los fariseos: "Un fariseo no se quedará nunca como huésped
en la casa de esa gente, así como tampoco la recibirá en la suya". Otra lista de normas añade: "Está
prohibido apiadarse de quien no tiene formación".
Los monjes esenios, los más observantes y piadosos de Palestina, tenían, entre otros, este
compromiso: "No me apiadaré de los que se apartan del camino". Y así oraban acerca de los
pecadores: "Maldito seas, que nadie tenga misericordia de ti: tus obras son tinieblas. Que seas
condenado a la oscuridad del fuego eterno".
Los pobres con algún defecto físico eran considerados pecadores castigados por Dios (Jn
9,2). Por eso los piadosos esenios decían: "Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los
menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad". "Ninguna persona afectada
por cualquier impureza humana puede entrar en la asamblea de Dios... Aquel que tiene dañada su
carne, que está tullido de pies y manos, que es cojo o ciego o sordo o mudo, aquel cuya carne está
marcada por una tara visible, el viejo débil, incapaz de tenerse en pie en la asamblea, no puede
entrar para tomar parte en el seno de la comunidad..."
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2. JESÚS SE SOLIDARIZA CON ESTOS MARGINADOS
Una vez entendida la actitud que tenía la gente piadosa hacia los pobres y pecadores,
resaltará mucho más la actitud que toma Jesús hacia ellos.
En primer lugar, él mismo "se hizo pobre" (2Cor 8,9). Vivió una vida normal de artesano.
Y nació y murió en la miseria. Durante su predicación a veces no tuvo ni "dónde reclinar la
cabeza" (Mt 8,20).
Pero Jesús no fue un asceta aislado. El quiso tener una cercanía especial respecto a las
clases sociales oprimidas y desprivilegiadas, aunque no por eso dejó de tratar con todos.
La imagen global de Jesús en los Evangelios dibuja su especial amistad hacia
recaudadores, prostitutas, samaritanos (considerados como herejes), leprosos (expulsados por la Ley
de la sociedad), viudas, niños, ignorantes, paganos, enfermos en sábado...
El busca y se mezcla con el "pueblo-de-la-tierra", los pobres-pecadores: Está con ellos y
los llama: a la gente con corazón roto, a los encorvados con el peso de sus culpas, a los tristes, a los
desanimados; a los últimos, los simples, los enfermos, los perdidos. A todos los mal vistos. Con
ellos se le ve comer. De ellos se rodea. Hacia ellos se inclina.
Jesús rompe con las convenciones sociales de su época. No respeta la división de clases.
Habla con todos. Jamás teme a contraer "impurezas legales" por estar, tocar o comer con un pobre.
Conversa y se deja tocar por una prostituta (Lc 7,37-38), acoge gentiles (Mc 7,24-30), come con un
gran ladrón, Zaqueo (Lc 19,1-10). Llama a un cobrador de impuestos, Mateo (Lc 5,27-32). Acepta
que las mujeres le acompañen en sus viajes, cosa inaudita en su tiempo.
No cabe duda, Jesús estuvo de parte de los pobres, los que lloran, los que pasan hambre,
los que no tienen éxito, los insignificantes... Se preocupa de los enfermos, los tullidos, los leprosos
y posesos. Y lo que es más, se mezcla con los moralmente fracasados, con los descreídos e
inmorales públicos.
Recorre los lugares donde se encuentra la gente pobre, anunciándoles que Dios los quiere
más que a los fariseos. Renuncia a ocuparse de aquellos cuyas cosas van bien y se une a los que han
perdido todo (Lc 15,4-7). Son los enfermos y no los sanos, los pecadores y no los justos los que le
necesitan (Mc 2,17). Por eso va hacia ellos, los cura, les dice que Dios los ama hasta perdonarlos y
hasta querer ser su rey. Así, con su propia vida, Jesús encarna una línea de fuerza importante del
Antiguo Testamento, da rostro a Dios y lo revela.
Tan importante es esta opción de Jesús por los pobres, que hace de esta actitud suya el
distintivo de su misión. A la pregunta por el valor de la esperanza en él, Jesús señala su acción entre
ciegos, rengos, sordos y leprosos y el hecho de que los pobres están recibiendo la Buena Noticia
(Mt 11,4).
Destaquemos dos casos especiales: los leprosos y los samaritanos.
Los leprosos eran los más marginados entre los marginados, hasta el punto que no podían
ni conversar con el resto de la gente; ni siquiera podían entrar en las ciudades. Pues bien, sabemos
que Jesús curó a varios leprosos (Lc 5,12-14; 17,11-19), reintegrando así a la convivencia a los que
se tenían por totalmente marginados. A los discípulos de Juan les hace ver como señal mesiánica
cómo ante él los "leprosos quedan limpios" (Mt 11,5). Es más, sabemos también que dio a sus
discípulos la orden de curar leprosos (Mt 10,8). Y él mismo no tuvo ningún inconveniente en
alojarse en casa de uno que había sido leproso (Mt 26,6).
Los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. Las tensiones entre ellos
eran tan fuertes que con frecuencia llegaban a enfrentamientos sangrientos. Cuando Jesús atraviesa
Samaría, no encuentra acogida (Lc 9,52-53) y hasta se le niega el agua para beber (Jn 4,9). Pero a
pesar de todo eso, Jesús pone a un samaritano como ejemplo a imitar, por encima del sacerdote y
del levita (Lc 10,33-37), alaba especialmente al leproso samaritano (Lc 17,11) y se queda a pasar
dos días en un pueblo de samaritanos (Jn 4,39-42). Por eso no tiene nada de particular cuando
insultan a Jesús llamándole "samaritano" (Jn 8,48).
Algo parecido se puede decir del trato que da Jesús a otros dos grupos humanos
despreciados en su época: las mujeres y los niños.
-28-
El Reino que viene Jesús a predicar ciertamente no tolera en modo alguno la marginación
de nadie. Todo lo contrario: los marginados por los hombres son los primeros en el corazón de
Jesús.
Jesús es la plenitud de la irrupción de Dios entre los pobres. La entrada de Dios entre los
pobres y de éstos en la vida de Dios se convierte para Jesús en el camino de su fe, de su conciencia
de Hijo, de su fidelidad al Padre, de su vida espiritual. Al interior de este dinamismo Jesús aprende
a orar, a contemplar y a cumplir la voluntad de su Padre, a gozarse en que el Padre sea así. El
mismo Jesús como pobre recorrió ese camino y experimentó cuánto el amor de su Padre había
penetrado en su vida y cuánto Dios se deja conocer, amar y revelar por los pobres.
3. JESÚS ANUNCIA A LOS MARGINADOS LA BUENA NOTICIA DE DIOS
Acabamos de ver que los seguidores de Jesús eran principalmente los pobres, los incultos,
a quienes su ignorancia religiosa y su comportamiento moral les cerraba, según la creencia de la
época, la puerta de entrada a la salvación. Pero Jesús contempla con infinita misericordia a estos
mendigos ante Dios. El los ve "rendidos y abrumados" (Mt 11,28) por el peso doblemente
agobiador del desprecio público y de la desesperanza de no poder hallar jamás salvación en Dios.
Jesús se da cuenta que su Padre Dios muestra su paternidad hacia todos los hombres
precisamente siendo parcial hacia los despreciados. Dios es amor porque ama a aquellos a quienes
nadie ama, porque se preocupa de los que nadie se preocupa. Así entiende Jesús que Dios es amor.
Por eso dice Jesús a los pobres que ellos tienen una participación especial en el Reino de
Dios (Lc 6,20). El les da esta Buena Noticia: los despreciados pecadores están especialmente
invitados al banquete de Dios.
Es el conocimiento que Jesús tiene de su Dios el que le hace elegir a quiénes va a hablar de
este Dios. Y elige a los marginados, a los enfermos, a los pecadores, a los que nadie quiere, para
anunciarles que Dios los ama. La elección no tiene nada que ver con el valor moral o espiritual de
los pobres pecadores. Está basada en el horror que Dios siente por el estado actual del mundo y en
la decisión divina de venir a restablecer la situación en favor de aquellos para quienes la vida es más
difícil. Con ello vemos que Jesús había penetrado muy hondo en el "corazón" de Dios, en el
misterio de su voluntad sobre la tierra.
De aquí que Jesús anuncie el Reino de Dios a los marginados de toda esperanza humana y
divina; los que no pueden caminar según la ley; los que no eran dignos de escuchar la palabra
esperanzadora de la Alianza de Yavé; los que la sociedad y la sinagoga consideraban muertos en
vida, inútiles ante el mundo y ante Dios. A estos, más que a nadie, va dirigida la Buena Noticia;
estos son los preferentemente invitados a participar del Reino.
Así resulta que los últimos se convierten en primeros. Los pobres de la calle entran en el
banquete para ocupar el lugar de los que no comprendieron el corazón de Dios y prefirieron las
falsas seguridades (Mt 20,1-16).
Jesús no opta por los pobres por demagogia. Nada más lejos que eso. Sino por fe viva en el
amor del Padre. Porque todos somos sus hijos por igual, gratis, ninguno es un "desgraciado". Si una
sola oveja se pierde o es despreciada, el corazón del pastor se inquieta, a pesar de tener muchas más
(Lc 15,1-7). Por eso el regreso de un solo hijo perdido es motivo de fiesta y de banquete (Lc 15,32).
Si los "justos" de Israel quieren excluir a alguien, Dios comienza por buscar y escoger a los que los
hombres habían excluido. Todo hombre tiene derecho a la acogida gratuita y maravillosa del amor y
de la bondad del Padre Dios ¡Dios es así! ¡Esta es su bondad de corazón de Padre!
Desde el comienzo de su vida Jesús había tenido esta misión. Así lo anunció un ángel a los
más despreciados de Israel, los pastores: "Les traigo una Buena Noticia, una gran alegría, que lo
será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador" (Lc 2,10-11). Los
pastores están representando a la gente despreciada y marginada por la sociedad; ellos son los
elegidos para recibir la "gran alegría" de la "Buena Noticia" que trae Jesús. Así lo reconocería años
-29-
más tarde el mismo Jesús cuando en la sinagoga de su pueblo se declaró a sí mismo enviado a dar
"la Buena Noticia a los pobres", Buena Noticia que es luz y libertad del Padre Dios (Lc 4,18).
Jesús actúa así porque sabe cómo es Dios: desbordante con los débiles, indefensos,
desesperados, con los que quieren y no pueden, y con los que ni siquiera son conscientes de que
quieren. El refleja en su propia humanidad la actitud de Dios para con los hombres.
La experiencia de conocer a Dios como el Dios de los sencillos y reconocer en la vida de
los pobres a Dios como Padre, constituye, pues, la vivencia espiritual más original de Jesús; ahí
conoce a Dios como Padre de bondad, de ternura, pronto al perdón, rico en misericordia; un Dios
que convoca a todos a la fraternidad destruida por nuestros pecados.
La conversión a Jesús y su seguimiento pasa irremediablemente por hacer de la irrupción
de Dios en la vida de los desposeídos, y de la vocación de éstos al Reino, el camino diario de
fidelidad evangélica.
4. EL GOZO DE QUE ASÍ LO QUIERE EL PADRE
Según la tradición evangélica, una sola vez Jesús dirige al Padre una oración de alabanza.
La fórmula es breve y sencilla: "Bendito seas, Padre, Señor de cielos y tierra, porque, si has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre,
bendito seas, por haberte parecido eso bien" (Mt 11,25-26).
Esta admiración de Jesús fue provocada por la nueva experiencia que estaba viviendo: los
secretos de Dios estaban siendo entendidos por los ignorantes y los incultos, mientras permanecían
escondidos a los sabios y doctores. El hecho fue tan novedoso para la gente, que mereció ser
destacado como algo insólito. Esta era la obra de Dios más imprevista y notable, aunque ya estaba
predicha en el Antiguo Testamento.
La oración de Jesús destaca que revelar los misterios a los sencillos es una obra
plenamente de Dios. Más aún, el Padre revela en ella su "personalidad". Jesús conoce ahí el estilo
del Padre. Un hecho de este tipo revela la mano de su autor. Sólo el Padre podía haber inventado
aquello.
Jesús admira la "originalidad" del Padre, opuesta al sentido común humano. Los hombres
intentamos casi siempre hacer lo contrario, aun en el caso de la preparación que hace la Iglesia a los
que se sienten llamados a seguir las huellas de Jesús.
San Pablo se dio cuenta en Corinto de la renovación del hecho que tanto gozo dio a Jesús:
los pobres artesanos recibieron la revelación de Dios, que los sabios de Atenas habían despreciado.
"La locura de Dios es más sabia que los hombres... Lo necio del mundo se lo escogió Dios
para humillar a los sabios..." (1Cor 1,25.27).
Santiago pregunta también con admiración: "¿No fue Dios quien escogió a los que son
pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del Reino?" (Sant 2,5).
En toda la historia de la Iglesia el retorno al espíritu evangélico ha partido siempre de los
pobres, los marginados o los despreciados. Caso muy destacado fue el de Francisco de Asís.
En nuestra época, en las Comunidades Eclesiales de Base, de nuevo se puede ver la
maravilla anunciada con gozo por Jesús. La Palabra de vida está encontrando eco en el corazón de
los marginados. El Evangelio está renaciendo entre los hombres y mujeres que la sociedad rechaza
y desprecia.
La alegría de Jesús por este hecho sigue siendo un desafío abierto y público. Para la gente
de buen corazón, es una llamada a adoptar su mismo punto de vista.
Cada vez que Dios es comprendido por los pobres, el corazón de Jesús salta de
entusiasmo. Jesús se alegra de que los suyos sean reconocidos y promovidos. A los ojos de Jesús, el
comportamiento del Padre hace resplandecer de nuevo la justicia. Es justo que los que siempre salen
perjudicados, cuyos méritos nunca son reconocidos, sean salvados de la marginación y se les
ofrezca un papel destacado en las obras de Dios. Esta obra de Justicia del Padre revela la grandeza
de su corazón y brilla infinitamente más que todas las estrellas del cielo.
José Luis Caravias, sj. El Dios de Jesús
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José Luis Caravias, sj. El Dios de Jesús

  • 1. -1- José L. Caravias sj. EL DIOS DE JESÚS ÍNDICE Presentación Introducción I. LA FE DE JESÚS 1. La ciencia de Jesús 2. La fe de Jesús 3. Búsqueda constante de Dios y de su Reino 4. Jesús se siente enviado del Padre 5. Al Padre lo conoce sólo el Hijo II. JESÚS SIENTE A DIOS COMO ABBA QUERIDO 1. Una nueva experiencia de Dios 2. Actitud filial de Jesús ante Dios 3. Para Jesús Dios es Abbá III. JESÚS ES IMAGEN DE LA BONDAD DEL PADRE 1. El que me conoce a mí, conoce al Padre 2. Jesucristo, sacramento del encuentro con Dios 3. Un corazón bondadoso y compasivo 4. Servidor de todos 5. La alegría de un Dios que sabe perdonar 6. Jesús es el sello de la fidelidad de Dios IV. ESTA BUENA NOTICIA DE JESÚS ES PARA LOS POBRES 1. Los mal vistos en la sociedad en que vivió Jesús 2. Jesús se solidariza con estos marginados 3. Jesús anuncia a los marginados la Buena Noticia de Dios 4. El gozo de que así lo quiere el Padre 5. Jesús explica a los escandalizados el por qué de esta actitud suya V. JESÚS ENSEÑA UNA NUEVA MANERA DE ORAR 1. La oración de Jesús 2. Las enseñanzas de Jesús sobre la oración 3. Originalidad de la oración cristiana VI. PADRE NUESTRO 1. Jesús enseña a sus discípulos a invocar a Dios como Abbá querido 2. No todos son hijos de Dios 3. El don de ser hijos de Dios 4. La fe en el mismo Padre nos hace hermanos VII. VENGA A NOSOTROS TU REINADO 1. El Dios del Reino 2. Significado del Reino de Dios a. El Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres b. Para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar de vida c. El Reino de Dios va construyendo una nueva sociedad 3. El Reino de Dios no es anunciado a todos 4. Lo que no es el Reino 5. Construir el presente desde el futuro 6. Una Iglesia para el Reino
  • 2. -2- VIII. JESÚS DESENMASCARA LAS FALSAS DIVINIDADES 1. El Dios de Jesús es conflictivo 2. Jesús fue condenado por blasfemo 3. Jesús fue ajusticiado como rebelde político 4. ¿Un Dios diferente? 5. Jesús lucha contra las divinidades de la muerte IX. EL SUFRIMIENTO COMO MODO DE SER DE DIOS 1. ¿Puede sufrir Dios? 2. El escándalo de un Dios crucificado 3. En la cruz Dios revela la forma más sublime del amor 4. La espiritualidad de la cruz en el seguimiento de Jesús 5. La cercanía de la cruz hace creíble el poder del Resucitado X. LA VICTORIA DE DIOS EN JESÚS 1. Dios resucitó a Jesús de entre los muertos 2. El hecho de la resurrección 3. La resurrección confirma la verdad del Dios de Jesús 4. El que resucita es el Crucificado 5. Vivir hoy la resurrección de Cristo 6. El Mesías ha resucitado como primer fruto de los que duermen 7. Jesús resucitado sigue viviendo una esperanza XI. CREEMOS QUE JESÚS ES DIOS 1. Cómo ven las primeras comunidades a Jesús resucitado 2. Jesús es el Mesías esperado 3. Jesús es el Hijo de Dios a. El testimonio de Pablo b. El testimonio de Juan 4. Conocer a Dios desde Jesús 5. Verdadero Dios y verdadero hombre 6. Desde Jesús, Dios es Padre, Hijo y Espíritu XII. APOCALIPSIS: EL TRIUNFO DEFINITIVO DE DIOS EN LA HISTORIA Salmo al Dios Enteramente Bueno Ediciones de este libro: Paulinas, Bogotá Don Bosco, Quito Vozes, Petrópolis Paulinas, Buenos Aires EDICAY, Cuenca, Ecuador CEPAG, Asunción Tierra Nueva, Quito © José L. Caravias sj. jlcaravias@terra.com
  • 3. -3- Presentación Cerca del pensamiento de un hermano es fácil encontrarse unidos en Aquel que es el argumento de ese pensamiento: Cristo. Hace mucho tiempo caminamos juntos, llevando a las comunidades, especialmente campesinas, la palabra de Dios, fundamento de su consistencia solidaria. En esa palabra de Dios hay un problema humano que se presenta apenas se comienza a sentir su energía viva, su fuerza comunicadora y su constante incitación maravillosa a la libertad. El problema del hombre que escucha y vive la palabra de Dios es llegar a comprender qué es lo que la Palabra pensaba de Dios, es decir, cómo se realizaba la constante y cada vez más honda comunión de la Palabra encarnada con el Padre, que determinó su encarnación y con el Espíritu, que alentó esa historia. Los hombres, comprometidos en escribir lo que el Espíritu sugiere a sus mentes, mientras su corazón se hace comunitario, nos han escrito mucho del Dios de Jesús. Hacía falta que alguien uniera todos esos pensamientos sobre un solo lienzo, en el que se marcara la huella de sangre del rostro de Cristo. Mi hermano José Luis Caravias s.j. lo ha conseguido, mientras formaba comunidades, mientras recibía de ellas testimonios vivos de la presencia de Cristo, mientras entregaba sus cruces a la inacabada obra del Señor. Todo lo que vamos a leer y, estoy seguro que también a releer, en "el Dios de Jesús" es lo vivido por muchos, lo escrito por algunos, lo esperado por todos. Desde mi rincón humano, en el cual respondo por la pastoral de la Arquidiócesis de Cuenca en el Ecuador, apruebo esta obra y bendigo a quien la escribió y a todos los que la inspiraron. Cuenca del Ecuador, 15 de agosto de 1985 Fr. Luis Alberto Luna Tobar ocd. Arzobispo de Cuenca
  • 4. -4- Introducción Yo no soy teólogo, ni hijo de teólogo. En mis años "oficiales" de teología fui mal estudiante. No tengo ninguna clase de títulos. Acabé los estudios trampeando lo antes que pude. Mi único ideal era ser sacerdote campesino. Por ello, de vuelta al Paraguay, junto con otros compañeros, compartí la vida campesina. Queríamos convertirnos en campesinos "auténticos". Trabajábamos con nuestras manos la tierra. Pero aquellos campesinos pacientemente nos fueron convenciendo de que lo que ellos querían de nosotros era ante todo que les ayudáramos a fortalecer su organización naciente: las Ligas Agrarias. Y así, a instancias de ellos, llegué a dedicarme completamente a cursillos de formación. Al comienzo los cursos eran de corte socioeconómico. Pero poco a poco fue saliendo a superficie una realidad de hondas raíces: la fe campesina. Medellín explotó en Paraguay como cohete alegre de fiesta. Los campesinos comenzaron a pedir que les ayudáramos a caminar por un nuevo sendero que descubrían con gozo: la Biblia. Y así, suavemente, ellos me forzaron a volver a los libros de teología. Pero esta vez con el corazón asentado en un pueblo oprimido, pero creyente y en marcha. Después de años de compartir con ellos el despertar de la fe, puedo llegar a afirmar que jamás he quedado defraudado en un curso bíblico con campesinos. Todavía sigo con capacidad de admiración frente a la fe creciente de este campesinado latinoamericano. En su fidelidad creativa siempre hay algo que me sorprende con gozo. Vivo, cada vez más profundamente, aquella alegría gratificante de Jesús ante el hecho de la revelación del Padre "a la gente sencilla; sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien" (Mt 11,26). En los últimos años se va notando en Latinoamérica un acontecimiento nuevo: ciertos grupos campesinos piden cada vez más formación en la fe, de un modo sistemático y constante, de acuerdo a su cultura y a sus necesidades. ¡La Buena Nueva de Jesús en nuestro continente está siendo jalada desde abajo, por este pueblo creyente y oprimido! La unión de su fe y de su realidad con la Biblia ha sido el detonante que les ha despertado y les ha puesto en marcha. A partir de este despertar bíblico, el pueblo va imponiendo respeto a su fe y a su religiosidad, a su cultura, a sus comunidades y a su organización. Es más, en muchos casos este pueblo va imponiendo su ritmo a sacerdotes y a teólogos. Ellos están comenzando a señalar los temas a investigar y a marcar el ritmo a seguir. Según mi parecer, tres son los temas bíblicos principales en los que se centra el despertar campesino: la hermandad, la tierra y Jesús. El primer impacto es el descubrimiento de la hermandad como exigencia de la fe. En segundo lugar, con frecuencia reciben un ánimo profundo muy gozoso cuando descubren que la Biblia tiene mucho que decirles sobre su realidad campesina. Sobre esta doble plataforma resulta mucho más profundo el encuentro personal y comunitario con Jesús. Conocer y seguir a Jesús es su meta. Se trata de un encuentro sencillo, gozoso, cuestionante, entre viejos amigos por largo tiempo distanciados. A partir de estas experiencias se va construyendo un nuevo modo de ser Iglesia y una nueva espiritualidad. Acompañando este caminar a lo largo de los años me he visto forzado por ellos a devolverles sistematizado lo mucho que voy aprendiendo de ellos. Su deseo de hermandad me llevó a escribir "Vivir como Hermanos". La exigencia de respeto de su religiosidad me obligó a investigar y escribir "Religiosidad campesina y Liberación". El gozo de encontrar su realidad campesina en la Biblia produjo "Luchar por la Tierra". El descubrimiento de un Dios distinto se plasmó en "Dios es bueno". El encuentro con Jesús se ha ido jalonando en tres pasos: "Cristo es Esperanza", "Cristo Compañero" y ahora "El Dios de Jesús". Todos son libros salidos e inspirados en la fe campesina. Los problemas y el espíritu que todo este despertar suscita en los agentes de pastoral intento llevarlo a la oración en "Consagrados a Cristo en los Pobres". Por último, he sentido también la
  • 5. -5- necesidad de historiar parte de este proceso; así han nacido "Liberación Campesina: Las Ligas Agrarias del Paraguay" y "En busca de la Tierra sin Mal: Movimientos campesinos en el Paraguay, 1960-1980". Pero este libro que presento, "El Dios de Jesús", tiene un nacimiento distinto. Ahora no parto tanto de la base, sino de los teólogos. Queriendo ayudar a este deseo creciente de encuentro entre Jesús y su pueblo, se me ocurrió organizar una "minga" de teólogos. Las dos grandes culturas sudamericanas, la quichua y la guaraní, saben organizar mingas para resolver sus problemas. Se trata de trabajos comunitarios, en los que todos juntan su fuerza, con alegría, gratis, al servicio de la comunidad. Algo así he querido hacer con los teólogos. En los veinte últimos años se ha escrito mucho y muy lindo sobre Jesucristo. La mayoría de estos teólogos tienen sus ojos puestos en los pobres, pero su lenguaje no es el de los pobres. Por eso muchos de sus hermosos y caros libros no les sirven a los pobres, aunque cada vez los necesitan más. Fue así como se me ocurrió servir de puente entre la buena voluntad de unos y el hambre de los otros. Hacer como de traductor. Y para ello me he puesto a leer, resumir, simplificar, coordinar las muchas ideas lindas de tantos hermanos teólogos. Los he puesto a trabajar juntos, con la alegre libertad de las mingas. El presente libro, pues, no tiene nada de original. Todo está copiado. Es puro plagio, con el mayor descaro. Se unen y se entremezclan unas citas con otras; se cambian sin empacho las palabras complicadas; otras veces se copia al pie de la letra. No se respetan los derechos de autor. Es que se trata de una minga de teólogos: todos juntos, trabajando gratis, alegremente, al servicio de la fe de este pueblo, de lo mejor de este pueblo: los animadores bíblicos de las Comunidades Cristianas. ¡Gracias, hermanos! En estos nueve años el presente libro ha sido editado en diversos países. He recibido muchos agradecimientos porque estas páginas han ayudado a muchas personas a conocer, amar y seguir más de cerca a Jesús. Mucho le doy gracias a Dios por ello. Ahora presento una nueva edición popular paraguaya, en la que he suprimido las notas. Las personas que quieran consultarlas las pueden encontrar con facilidad en las otras ediciones: Paulinas de Colombia y Argentina, EDICAY de Ecuador, CRT de México y VOZES del Brasil. JOSÉ L. CARAVIAS Asunción, marzo de 1993
  • 6. -6- 1 La fe de Jesús Acabo de afirmar en la introducción que creo con todo mi ser que Jesús es Dios, y que esta es la fe de nuestro pueblo latinoamericano. Si Jesús no fuera Dios, perdería sentido todo lo que vamos a decir de él. Su vida, su predicación y su testimonio nos serviría de muy poco. Pero creyendo firmemente en su divinidad, toma una fuerza muy especial toda su humanidad. Este quiere ser el sentido de este primer capítulo sobre la conciencia y la fe de Jesús. A través de lo humano de Jesús llegar hasta Dios. 1. LA CIENCIA DE JESÚS Hasta no hace muchos años pensaban los teólogos que Jesús durante su vida terrena lo sabía todo, lo pasado, lo presente y lo futuro; conocía todas las ciencias, todas las técnicas, todos los inventos que se iban a realizar a través de la historia. Conocía personalmente a todas las personas del mundo, sus problemas y sus pensamientos. Decían que Jesús no ignoraba nada y que cuando durante su vida demostraba no saber algo era solamente porque él disimulaba para poder así enseñarnos. Pero en estos últimos tiempos, en los que tanta gente se ha dedicado a estudiar en serio la Biblia, hemos sabido aceptar en su profundidad la realidad que muestran los Evangelios: que Jesús fue un hombre completo, y que, como todo hombre, él no lo conocía todo, y, por consiguiente, estuvo siempre en actitud de búsqueda y de aprendizaje, y tuvo dudas en su caminar, crisis y tentaciones. Esto no dice nada en contra de su divinidad. Justamente el que Dios quisiera hacerse hombre completo, con todas sus consecuencias, es una de las asombrosas maravillas de su amor hacia nosotros. La humanidad de Jesús no pudo ser una comedia o una farsa. Y ello sería así si Jesús lo hubiera conocido absolutamente todo. Jesús, como hombre, tenía que poder crecer en sabiduría y tenía que tomar sus propias opciones con libertad y dolor. El tomó sobre sí todas las consecuencias de su encarnación, como, por ejemplo, la ley de la maduración humana; y todas las consecuencias de nuestro pecado, como la ignorancia y las tentaciones; sólo que él jamás pecó (Heb 4,15). Si no fuera así, su pasión y su muerte no hubieran sido verdaderas. Pero Jesús vivió una humanidad con mucha más profundidad que cualquiera de nosotros. Y en su humanidad encontró como lo más íntimo de sí mismo al propio Dios. Jesús se sabe unido al Padre con una intimidad total y desconocida para nosotros. En su vida y en su conducta no hay otra razón de ser que el Padre. Hablaremos de ello largamente a través de todo el libro, y más concretamente, en seguida, sobre su actitud constante de búsqueda de Dios. Fijémonos por el momento en cómo los evangelistas presentan a Jesús compartiendo el saber cultural de sus contemporáneos. No tienen miedo en afirmar que "Jesús iba creciendo en saber, estatura y en el favor de Dios y de los hombres" (Lc 2,52). Jesús pregunta con frecuencia para enterarse de lo que no sabe; ignora el día del juicio; sufre tentaciones; duda del camino a seguir; cambia de modo de proceder; pide que la muerte se aleje de él. Nada de ello se presenta como fingiendo, sino totalmente real. No hay razón alguna para negar que aprendió realmente de sus padres, de su pueblo, de su cultura. Aunque él transformará y dará una profundidad insospechable a toda la gran riqueza de su pueblo. Según lo presentan los Evangelios, Jesús aprende continuamente nuevas cosas y hace nuevas experiencias que le sorprenden, siempre a partir de las ideas de la cultura de su pueblo. Sin duda
  • 7. -7- alguna él pasó por un proceso histórico de aprendizaje. Tiene además, a veces, como todo humano, crisis de identificación: dudas de quién es él y qué debe hacer; aunque todo ello envuelto en una profunda fe en la voluntad providente del Padre. Hasta tuvo que reconocer que el Reino de Dios, por causa de la dureza del corazón de sus oyentes, no llegaría tan rápidamente como él había pensado al principio de su predicación. Todo esto se explica algo dentro del misterio sabiendo que Jesús tenía una conciencia humana distinta a la conciencia del Verbo de Dios. Si las dos conciencias fueran la misma, el Verbo estaría dirigiendo siempre la realidad humana de Jesús, que se convertiría entonces en algo meramente pasivo. La conciencia humana de Jesús no era como un doble de la conciencia divina. En realidad su autoconciencia humana se relacionaba con Dios en una distancia de criatura, con libertad, obediencia y adoración, lo mismo que cualquier otra criatura humana, aunque con una profunda conciencia de cercanía radical respecto a Dios. Creer que el Jesús histórico conocía todo, sería confundir su vida terrena con su vida gloriosa de resucitado. No se pueden atribuir al Cristo terreno cualidades que son sólo del Cristo glorioso. Pero sí podemos afirmar que Jesús tuvo durante su vida momentos de particular claridad y experiencias de profundidad inaudita y de una apertura única al misterio de la creación y la vida. El recibió como regalo de Dios el conocimiento profético necesario para llevar a cabo su misión. Como revelador, tuvo un conocimiento totalmente único del misterio de Dios y de su plan de salvación. Jesús hombre, vivía con Dios en una proximidad y una amistad insospechadas hasta entonces. Resumiendo: Cristo en su experiencia terrena tenía dos clases de ciencia: Un saber adquirido en relación con la cultura de su época, y un conocimiento profético, como don de Dios, que le capacitaba para cumplir a la perfección su misión de revelador del Padre. El campo del conocimiento profético estaba delimitado por el de esta misión suya. 2. LA FE DE JESÚS ¿Tuvo fe Jesús? A algunos les cuesta admitir que Jesús tuviera fe, porque piensan que él veía siempre a Dios, como los bienaventurados del cielo. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta nos va a llevar a un conocimiento más profundo del mismo Señor Jesús, y al mismo tiempo nos va a enseñar el valor de nuestra propia fe. Vamos a ver cómo Jesús es el auténtico creyente en Dios, que promueve entre los hombres una nueva fe. Es el hombre total porque ha sido el creyente total. Aunque en el Nuevo Testamento no se habla expresamente de la fe de Jesús, no hay duda de que en numerosos pasajes se le atribuye una actitud de fe. Dice la carta a los hebreos: "Corramos con constancia en la competición que se nos presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de la fe, Jesús" (Heb 12,2). Según este texto genial, Jesús es presentado como el modelo perfecto de los creyentes, el que ha llevado la fe a la plenitud de la perfección, experimentándola en su propia vida, en una situación humanamente muy dura, al tener que elegir entre el gozo y la cruz, pasando por encima de la ofensa y el desprecio. Jesús es el modelo perfecto de la fe perseverante: él ha tenido que luchar hasta el final para dar toda su perfección a su actitud de creyente. Jesús es el primero de los creyentes, "el pionero", en cuanto que los demás hemos de recorrer su mismo camino en la misma actitud. El recorrió nuestro camino de fe como modelo y precursor. Y lo recorrió como nosotros en la oscuridad de la tierra; y desde ella practicó la esperanza y la obediencia en medio de la contradicción y de súplicas y lágrimas. Pero su hastío y su miedo fueron superados por la fe y transformados en amor. Por eso él es el primero de los creyentes. Así como Pablo considera a Cristo como el primero de los resucitados, el hermano mayor en la gloria, Hebreos lo considera como el primero que ha vivido ya como resucitado en la historia por haber vivido plenamente la fe. De este modo, creer en Jesús es fundamentalmente creer en lo que él creyó y esperar la liberación que él esperó y alcanzó. La fe de Jesús enfrenta al hombre con la realidad "Dios" en la
  • 8. -8- que creyó y con los dioses oficiales a los que se opuso tenazmente. Por su humanidad Jesús es el camino para llevar a los hombres a creer en Dios como él creyó y a ser de Dios como lo fue él. Cuenta San Marcos que en cierta ocasión en la que los discípulos no habían podido curar a un niño epiléptico, Jesús protesta diciendo: "¡Gente sin fe! ¿hasta cuándo tendré que estar con ustedes?, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?". Y ante la petición del padre que le dice: "Si algo puedes, ten lástima de nosotros", Jesús le replicó: "¡Qué es eso de 'si puedes'! Todo es posible para el que tiene fe" (Mc 9,19.22-23). Y en seguida curó al niño. Jesús, pues, fundamenta su "poder" en la fe que le anima. El es el que cree con fe ilimitada. Por eso puede curar al niño, porque "todo es posible para el que tiene fe". La fuerza con la que él actúa es la fuerza de Dios, que anida en todo hombre que tiene fe en él. Fe aparece aquí en el sentido bíblico de confianza en Dios. Y en esta línea es la que podemos afirmar que Jesús tuvo fe, verdadera fe, la fe plena en el sentido total de la Biblia. En efecto, en los Evangelios sinópticos aparece la fe como confianza absoluta en la omnipotencia de Dios en situaciones humanamente desesperadas (Mt 9,1-8; Mc 5,21-43; 10,46-52; 7,24-30; Mt 9,27-31; Lc 17,11-19; etc.). Para San Juan la fe es una entrega total confiada en la persona de Jesús. Según San Pablo la fe está íntimamente ligada a la actitud de obediencia (Rm 6,16-17; 15,18) y a la confianza (Rm 6,8; 2 Cor 4,18; 1 Tes 4,14). En la carta a los Hebreos (c.11) la fe es la certeza de una realidad que no se ve, a la que va ligada la firme confianza en la promesa de Dios y la obediencia fiel del hombre a Dios. Esta actitud fundamental, que en la Biblia se llama fe, es ciertamente la actitud fundamental que define lo más íntimo, lo más personal y típico de Jesús. El se entrega incondicionalmente a su Padre Dios y acepta sus planes en absoluta docilidad, confianza y abandono, aun en los momentos de mayor obscuridad. Jesús superó siempre toda tentación de apoyarse en sí mismo o en los demás por medio de su fe-confianza, por su abandono total en el Padre. De esta manera Jesús es el jefe de fila, el creador y consumador de nuestra fe. Nuestra condición de creyentes tiene que estar calcada de la suya. La fe de cualquier persona, como la de él, se tiene que realizar en la confianza, en el abandono en manos de Dios y muchas veces en la oscuridad y en la soledad de la cruz. Creer es lo mismo que aceptar a Jesús, pero no de cualquier manera, sino precisamente en su actitud de creyente en medio del dolor. 3. BÚSQUEDA CONSTANTE DE DIOS Y DE SU REINO Parece que Jesús no tuvo desde el comienzo una idea del todo clara acerca de la voluntad de Dios sobre él. No comenzaría sabiéndolo todo sobre Dios. Jesús pasó por un proceso de "conversión", no como elección entre el bien y el mal, sino como un ir descubriendo cada vez más cerca a Dios y cada vez más clara su voluntad. En todo momento tuvo Jesús una actitud muy sincera de búsqueda de Dios. Poco a poco, desde sus más tiernos años, a partir de una actitud constante de oración, fue comprendiendo, cada vez más profundamente, quién era Dios para él y qué quería Dios de él. Desde las raíces culturales de su pueblo, desde la meditación constante del Antiguo Testamento, desde la observación de la realidad de la vida, iluminadas siempre por una fe sincerísima y profunda, Jesús fue comprendiendo cada vez mejor al Dios de Israel; se fue haciendo más transparente su actitud de hijo que se siente querido, hijo débil, agradecido y obediente a "su" Padre. Toda la vida de Jesús estuvo centrada en Dios como Padre. Hablaremos de ello largamente en los próximos capítulos. Intentemos por el momento, ahondar un poco más en su actitud de búsqueda constante de Dios. Esta búsqueda sincera es expresión profunda de su fe. La perfección histórica de esa búsqueda de Dios la va consiguiendo Jesús, por contraste, a partir de dos realidades profundamente humanas: la tentación y la ignorancia. En los Evangelios sinópticos la escena de las tentaciones está centrada a nivel de la fe en lo más profundo de la actividad y la personalidad de Jesús: su relación con el Padre y su misión al
  • 9. -9- servicio del Reino. Sus tentaciones nos dan la clave para comprender la fe de Jesús en su doble vertiente de confianza en el Padre y obediencia a la misión del Reino: El poder que controla la historia desde fuera o el poder que se sumerge dentro de la historia; el poder de disponer sobre los hombres o el poder de entregarse a los hombres. A Jesús se le presentan las dos posibilidades de afianzar su personalidad concreta a través del verdadero o el falso mesianismo. En el huerto, la noche anterior a su muerte, Jesús parece sentir con fuerza la tentación del uso del poder, pues era lo único que parecía poder salvarle. La agonía del huerto no es sino la crisis absoluta de la idea del Reino que tuvo Jesús al comienzo de su predicación. Es la "hora en la que mandan las tinieblas " (Lc 22,53). Y supera la tentación no huyendo del conflicto, sino metiéndose en él y dejándose afectar por el poder del pecado. En la pasión, la tentación toca más que nunca a la fe en Dios. Parece que el Dios que se acerca en gracia ha abandonado a Jesús (Mc 15,34). La fe de Jesús entra en una tentación radical: quién es ese Dios que se aleja y exige un total abandono en sus manos en medio de una absoluta obscuridad. Jesús supera la tentación con la misma actitud de siempre: "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú " (Mc 14,36). Que la fe sea total entrega de sí mismo y que el amor liberador sea amor en el sufrimiento es una novedad para Jesús, novedad que acepta al vencer la tentación. Jesús supera, pues, sus tentaciones históricas y con ello va madurando cada vez más su fe en el Padre y en el Reino. Unas páginas atrás decíamos que Jesús no lo sabía todo. Pues bien, sus ignorancias se convierten desde el punto de vista de la fe en componentes de la perfección de esta fe. A la fe le pertenece dejar a Dios ser Dios. Esto es lo que en el Antiguo Testamento se conoce como trascendencia o santidad de Dios. En Jesús aparece la absoluta familiaridad con Dios, su entrega absoluta al Padre, pero siempre en el contexto fundamental de dejar a Dios ser Dios. Por eso está dispuesto a hacer su voluntad hasta el fin, incluso en la agonía del huerto. Y por esto también no quiere saber el día de Yavé: es un secreto que le pertenece a Dios. Jesús respeta la trascendencia de Dios, y de ahí que sus ignorancias no son ninguna imperfección, sino la expresión de sentirse criatura de Dios, hijo de Dios; son la expresión de un mesianismo que vive del Padre y no de su propia iniciativa. La limitación del saber de Jesús es la condición histórica de hacer real la búsqueda y la entrega al Padre, en igualdad de condiciones y solidaridad con todos los hombres. Sólo así podía entregar Jesús su persona al futuro del Padre. La fe de Jesús, o sea, su confianza y obediencia al Padre, para poder expresarse y crecer, necesitaban de situaciones históricas de conflictividad, de tentaciones y de ignorancias. Dejar a Dios ser Dios no es cuestión sólo de ideas, sino de actitudes históricas realizadas dentro de la historia. Por ello en el "no saber" sobre el día de Yavé, Jesús "sabía" del Padre, precisamente porque le dejaba ser Padre, es decir, el misterio absoluto de la historia. 4. JESÚS SE SIENTE ENVIADO DEL PADRE La actitud que tuvo Jesús desde sus primeros años de continua búsqueda de Dios y sumisión a él, fue cuajando en una conciencia cada vez más clara de que Dios le había mandado al mundo con una misión muy especial. En sus años de predicación pública esta conciencia de enviado se manifiesta de continuo. "Yo no estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente uno que me ha enviado" (Jn 7,28). El "Enviado" puede ser un nombre muy propio para Jesús. "Esta es la vida eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús" (Jn 17,3). "Tú me enviaste al mundo", dice Jesús al Padre (Jn 17,18). Los discípulos lo reconocen en el momento en que llegan a saber que él fue enviado: "Estos reconocieron que tú me enviaste" (Jn 17,25). Y el testimonio de su predicación y su unión será "para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21). Refiriéndose al Padre, Jesús casi siempre dice: "el Padre que me envió" (Jn 5,23.37). Otras
  • 10. -10- veces no cita el nombre del Padre, sino simplemente dice: "el que me envió" (Jn 5,14.30; 6,38.39), o "su enviado" (Jn 5,38; 6,29). Jesús no es simplemente un mensajero del Padre que trae un mensaje de parte de él: Jesús mismo es el mensaje. El Padre no decidió enviar regalos a los hombres por medio de Jesús: envía a su propio Hijo. Jesús se identifica plenamente con su misión. No pretende ser nada en sí mismo. Toda su realidad consiste en desempeñar la función de intermediario, transmisor, comunicación entre el Padre y el mundo. El es en su totalidad, contacto, mediación, canal por el cual Dios se comunica con el mundo. Por él pasa el movimiento de comunicación. Jamás se encierra en sí mismo: es apertura al Padre y apertura al mundo. No tiene otra personalidad que el servicio del Padre y de los hermanos: ponerlos a los dos en contacto. Este es su modo de ser "misionero". Jesús no tiene vida privada, no se concentra en sí mismo: siempre habla o escucha. O habla con los hombres sobre Dios o habla con Dios sobre los hombres; o escucha la voz de Dios en el mundo o escucha lo que dice Dios sobre el mundo. Jesús es aquel que oye y ve, aquel que vive recibiendo y dando. Todo lo que tiene es recibido. "Las palabras que tú me diste, yo se las entregué a ellos" (Jn 17,8). El recuerda a sus discípulos: "Les he comunicado todo lo que le he oído a mi Padre" (Jn 15.15). "Yo no he hablado en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir y que hablar... Por eso, lo que yo hable, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre" (Jn 12,49-50). Jesús es todo lo contrario a un ser egoísta, encerrado en sí mismo. "Yo no puedo hacer nada de por mí; yo juzgo como me dice el Padre" (Jn 5,30). "Un hijo no puede hacer nada de por sí; primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el Padre haga, eso lo hace también el hijo" (Jn 5,19). Su punto de referencia, su eje, siempre es el Padre. La palabra de Jesús está dotada de una autoridad radical, justamente porque no procede de él, sino del Padre. Su ser misionero es la transparencia de la autoridad del Padre, la transmisión al mundo de la autoridad, de la fuerza, del amor del Padre. Jesús no tiene nada en sí, pero por él pasa todo. La sumisión total de Jesús al Padre no es algo pasivo o cuadriculado. El encuentra en la Biblia las instrucciones y las órdenes de Dios, pero sabe ir más allá de la letra de las Escrituras. El sabe interpretar el espíritu de los textos bíblicos, nunca por insubordinación, sino por una subordinación mayor al Espíritu de Dios. Su obediencia es activa y creadora. El encarna en su vida las líneas maestras del plan de su Padre Dios. Va descubriendo qué caminar concreto es la tradición más fiel del ideal trazado en la Biblia. 5. AL PADRE LO CONOCE SOLO EL HIJO Jesús se sintió enviado del Padre, y en esta su experiencia de hijo, fue conociendo cada vez más perfectamente a "su" Padre Dios. En ese sentirse amado y enviado, recibe el conocimiento de Dios. Se trata de un conocimiento vivido en el movimiento de su propia misión de hijo. Dice el mismo Jesús: "Mi Padre me lo ha enseñado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Es como si dijera: lo mismo que un padre es el único que conoce de veras a su hijo, también el hijo es el único que conoce de veras a su padre. "Igual que mi Padre me conoce, yo conozco también al Padre" (Jn 10,15). Puesto que sólo un hijo conoce de veras a su padre, es él el único capaz de transmitir a otros ese conocimiento. En San Juan hay otra afirmación de Jesús muy parecida: "Pues sí, se lo aseguro: un hijo no puede hacer nada de por sí, primero tiene que vérselo hacer a su padre. Lo que el padre haga, eso lo hace también el hijo, porque el padre quiere a su hijo y le enseña todo lo que él hace" (Jn 5,19- 20). Jesús quiere decir, con una comparación familiar, que Dios le ha dado el conocimiento de sí mismo, y por eso él es el único que puede comunicar a los demás el verdadero conocimiento de Dios. Estas afirmaciones de Jesús son de suma importancia para entender su misión y su fe. Esta
  • 11. -11- conciencia de ser el enviado del Padre, aquel que de una forma única recibe y transmite el conocimiento de Dios, la encontramos también en otros muchos pasajes del Evangelio (Mc 4,11; Mt 11,25; Lc 10,23-24; Mt 5,17; Lc 15,1-32). ¿Cuándo y dónde ha recibido Jesús esta revelación, en la que Dios le ha concedido el conocimiento pleno de sí mismo, lo mismo que cuando un padre se da a conocer a su hijo? Los Evangelios no lo dicen, pero quizás fue en alguna experiencia concreta sucedida en algún acontecimiento especial. Así parecen sugerirlo algunos textos. En este hecho de que Dios le ha abierto su propia intimidad, lo mismo que un padre a su hijo, se apoya precisamente la autoridad y el poder de Jesús. Apoyados en este conocimiento de Dios que tiene Jesús, adentrémonos, a través de los próximos capítulos, a conocer también nosotros, siquiera un poco, la realidad del Dios de Jesús. Bibliografía 1. JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, la Humanidad Nueva II, Razón y Fe, Madrid 1979, pgs. 598-603: El problema de la Ciencia de Cristo. KARL RAHNER, Curso Fundamental sobre la Fe, Herder, Barcelona 1979, pgs. 294-300: La autoconciencia fundamental del Jesús prepascual. CHRISTIAN DUQUOC, Cristología, Sígueme, Salamanca 1978, pgs. 226-244: Problemas de la ciencia y de la conciencia de Jesús. JON SOBRINO, Cristología desde América Latina, CRT, México 1976, pgs. 290-294: La conciencia de Jesús. LEONARDO BOFF, Pasión de Cristo, Pasión del Mundo, Sal Terrae, Santander 1980, pgs. 110-118: Indicios de una toma de conciencia progresiva. ANTONIO SALAS, Biblia y Catequesis III, Biblia y Fe, Madrid 1982, pgs. 384-405: Jesús ante sí mismo. JOSÉ MARÍA CASTILLO, El Discernimiento Cristiano, Sígueme, Salamanca 1984, pgs. 127-131: Un Jesús plenamente humano. ALBERT NOLAN, ¿Quién es este Hombre?, Sal Terrae, Santander 1981, pgs. 203-204. BRUNO FORTE, Jesús de Nazaret, Paulinas, Madrid 1983, pgs. 192-211: La conciencia que tiene Jesús de su historia. 2. J. M. CASTILLO, Oración y Existencia Cristiana, Sígueme, Salamanca 1983, pgs. 119-133: La Fe de Jesús. JOSÉ RAMÓN GUERRERO, El Otro Jesús, Sígueme, Salamanca 1978, pgs. 163-168: La fe de Jesús; 315-316. J. SOBRINO, Cristología desde América Latina, pgs. 88-91: La expresión "fe de Jesús" en el NT. J. GALOT, La Conciencia de Jesús, Mensajero, Bilbao 1977. CLAUDE TRESMONTANT, La Doctrina de Yeshúa de Nazaret, Herder, Barcelona 1973, pgs. 203-218: La fe. 3. J. SOBRINO, Cristología... pgs. 95-102: La condición humana de la fe de Jesús. J. M. CASTILLO, El Discernimiento..., pgs. 137-141: El discernimiento de Jesús. B. FORTE, Jesús de Nazaret, pgs. 222-227: La opción fundamental de Jesús. 4. JOSÉ COMBLIN, El Enviado del Padre, Sal Terrae, Santander 1977, pgs. 9-22: Que el mundo crea que tú me enviaste. J. COMBLIN, Jesús de Nazaret, Santander 1977, pgs. 69-71: El Hijo. 5. JOACHIM JEREMIAS, Abbá, El Mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1983, pgs. 59-62. J. SOBRINO, Jesús en América Latina, Sal Terrae, Santander 1982, pgs. 158-162.
  • 12. -12- 2 Jesús siente a Dios como Abbá querido Para entender el mensaje y la práctica de Jesús es necesario partir de una singular vivencia de Dios. 1. UNA NUEVA EXPERIENCIA DE DIOS Como acabamos de ver, Jesús hereda toda la rica tradición de la fe de Israel. Para el judaísmo antiguo, Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima de nosotros, el Todopoderoso. Para Israel, Yavé es el único y verdadero Dios. Jesús tiene fe en todo ello. El es un verdadero israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios que toma características totalmente nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen de Dios mucho más clara y concisa. El respeto a Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús, pero no es su centro. Para él Dios es ante todo Padre. Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre, pero con Jesús esta paternidad recibe acentos nuevos. La experiencia de Jesús ante Dios es totalmente original. Cuando Jesús habla de Dios quedan superadas todas las creencias del Antiguo Testamento. La vida de Jesús, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal manera por la realidad "Dios", que adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes para los que tratan con él: "¿quién es éste?" (Lc 8,25). Es imposible comprender a Jesús y su mensaje sin conocer al Dios en el que creyó y del que se dejó penetrar hasta las últimas consecuencias. Para Jesús lo principal no es la palabra "Dios", sino los hechos que hacen presente al hombre la realidad "Dios". El nunca se enreda en "palabrerías" teológicas, ni en oraciones vacías de sentido (Mt 6,5-8). Jesús nunca se sirvió de teorías sobre "Dios" para adoctrinar a sus oyentes, sino que se refería a él en situaciones concretas, buscando siempre descubrir los signos de su presencia en el mundo. No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a Dios como Padre en circunstancias nuevas. Lo que hay de nuevo en el caso de Jesús es que invoca a Dios como Padre metido en medio de una acción liberadora. El designa a Dios como el que rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa: actuando él de este modo proféticamente, como destructor de toda opresión, es como se atreve a llamarlo Padre. Porque siente así a Dios como padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre. Por ello su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del Dios oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del templo y de la ley. Jesús no ve a Dios encerrado dentro del templo, o sometido al cumplimiento exacto de los ritos del culto, o midiendo el cumplimiento detallado de todas las normas de las complicadas leyes judías. El abre nuevas ventanas, nuevos horizontes por los cuales descubrir la presencia de Dios. El no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano), ni al Dios de los sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero, fraternidad. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. El Dios que prefiere estar entre los marginados de este mundo, y rechaza a los que ocupan los primeros puestos
  • 13. -13- en esta vida. Jesús ofrece un Dios sin los intermediarios de la ley, el culto, las normas, los sacerdotes, el templo... El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor. Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los ingratos y malos, los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de la ley que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo acoge en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. El se siente tan amado de Dios, que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. El se siente de tal manera aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos. Jesús encarna el amor y el perdón del Padre, siendo él mismo bueno y misericordioso para con todos, particularmente para con los desechados religiosamente y desacreditados socialmente. Así concreta él el amor del Padre dentro de su vida. 2. ACTITUD FILIAL DE JESÚS ANTE DIOS La experiencia que Jesús tiene de Dios se concreta en el nuevo sentido que da a su relación con "su" padre. La actitud filial de Jesús ante Dios Padre es fundamental. Es una relación única, no compartida en su profundidad por ningún otro hombre. Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y la comunica llamándole "Padre". Siente que a "su" Padre le debe afecto y obediencia. Que lo que es del Padre es también suyo. Que el Padre le va entregando, sobre todo, su enseñanza. Cumplir la voluntad del Padre se convierte en el núcleo central de la vida de Jesús. Su Padre le ha dado una misión, y él tiene que llevarla a cabo. Jesús se siente hijo de Dios metiéndose en la marcha de la historia, allá donde él ve que está presente la acción de su Padre. Se siente hijo ocupándose de lleno en la construcción del Reinado de su Padre. Ve que la soberanía liberadora de Dios debe realizarse ya en la historia, tal como él mismo lo experimenta en su propia vida. Jesús tiene una vivencia muy especial de Dios como Padre que se preocupa de dar un futuro a sus hijos; vivencia de un Dios Padre que da esperanza al que humanamente tiene ya todas las puertas cerradas. Predica la esperanza al mundo a partir de su experiencia de Dios como Padre; un padre que abre un futuro de esperanza a la humanidad; un padre que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el hombre; un padre que quiere liberar a la historia del dolor humano. Su experiencia de la paternidad divina es una vivencia de Dios como potencia que libera y ama al hombre. Jesús durante su vida terrena invitó incesantemente de palabra y de obra, a creer en este Dios, para el que "todo es posible" (Mc 10,27). Basado en la experiencia de su Padre presenta y ofrece a los hombres una esperanza segura. Si prescindimos de la vivencia que Jesús tiene del Padre Dios, su imagen histórica quedaría mutilada, su mensaje debilitado y su práctica concreta privada del sentido que él mismo le dio. 3. PARA JESÚS DIOS ES ABBA En tiempo de Jesús se había oscurecido bastante la imagen de Dios. La gente no se atrevía a pronunciar su nombre. Dios era "el Innombrable". Los contemporáneos de Jesús se dirigían normalmente a Dios en tono solemne, acentuando siempre la distancia entre él y los hombres. Como acabamos de ver, Jesús supera y clarifica definitivamente la imagen de Dios. Esta superación alcanza su máximo punto en el hecho de que Jesús se dirige a Dios llamándole "Abbá". En su oración, Jesús no llama "Dios" a aquel a quien se dirige, a no ser que citara palabras textuales del Antiguo Testamento, como en Mc 15,34. El siempre llama a Dios como Padre. Y,
  • 14. -14- según parece, lo hacía usando la palabra aramea "abbá". Algunas veces en el Antiguo Testamento aparece la palabra "Padre" referida a Dios. Pero muy pocas veces. Y cuando los judíos la usaron, fue siempre en un clima de sumo respeto y majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos. Además, en estos casos, cuando a Dios se le llamaba Padre, se referían siempre a la paternidad divina sobre todo el pueblo de Israel (Jer 31,9; Is 63,16). Pero no tenemos pruebas de la invocación a Dios como Padre de ninguna persona en concreto. De ahí que la originalidad de la costumbre de Jesús es doble: Es la primera vez que encontramos una invocación al Padre hecha por una persona concreta en el ambiente palestino, y es también la primera vez que un judío al dirigirse a Dios lo invoca con el nombre de "Abbá". Este es un hecho de suma importancia. Mientras que en las oraciones judías no se nombra ni una sola vez a Dios con el nombre de Abbá, Jesús lo llamó siempre así. Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres. Más o menos corresponde al "papito" castellano o al "yaya" quichua. Invocar a Dios como Abbá constituye una de las características más seguras del Jesús histórico. Abbá pertenece al lenguaje infantil y doméstico, un diminutivo de cariño, utilizado también por los adultos con sus padres o con los ancianos respetables. A nadie se le podía ocurrir usar con Dios esta expresión familiar; sería como una falta de respeto a Yavé. Y sin embargo, Jesús, en las oraciones llegadas hasta nosotros, se dirige siempre a Dios con esta invocación: Papito querido (Abbá). Nada menos que 170 veces ponen los Evangelios esta expresión en labios de Jesús. La palabra "Abbá", así, en arameo, sólo aparece en los Evangelios en Marcos 14,36. Pero según los estudiosos creen, siempre que los evangelistas ponen en griego en labios de Jesús la palabra griega "pater", no están sino traduciendo la palabra aramea "abbá", pues está demostrado que esa era la costumbre constante de Jesús. El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (abbá) para subrayar el hecho insólito del atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Gál 4,6-7). La familiaridad de Jesús con su Padre quedó tan grabada en el corazón de los discípulos, que la invocación "Abbá" se extendió rápidamente en el cristianismo primitivo. Los primeros cristianos adoptaron ellos mismos esta forma de orar de Jesús. Abbá encierra el secreto de la relación íntima de Jesús con su Dios y de su misión en nombre de Dios. Jesús se dirigía a Dios como una criaturita a su padre, con la misma sencillez íntima, con el mismo abandono confiado. Evidentemente Jesús conoce también los otros nombres dados a Dios por la tradición de su pueblo. No le asusta la seriedad, como muy bien puede verse en muchas de sus parábolas, donde Dios aparece como rey, señor, juez, vengador...; pero manteniéndose siempre bajo el gran arco iris de la inconmensurable bondad y ternura de Dios como Padre querido. Todos los demás nombres se le aplican a Dios. Abbá es su nombre propio. A los contemporáneos de Jesús les resultaría inconcebible dirigirse a Dios con esta palabra tan popular, tan familiar. Era para ellos algo irrespetuoso. El que Jesús se atreviera a dar este paso, hiriendo la sensibilidad de su ambiente, significa algo nuevo e inaudito. El habló a Dios como un niño con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad, lleno de confianza, y al mismo tiempo de respeto y obediencia. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela el corazón de su relación con él; sus anhelos más íntimos. Esta invocación expresa el meollo mismo de la relación de Jesús con Dios. El uso de esta palabra es la mejor prueba de la total familiaridad de Jesús con Dios. La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús. Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Esta palabra resume también todo lo que Jesús quería decir. Veamos algunos casos concretos en los que se manifiesta el gozo y la confianza que Jesús deposita en su Padre. Digna es de destacar la escena en la que Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al Padre porque se ha "revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, Bendito seas, por haberte parecido eso bien" (Lc 10,21).
  • 15. -15- Otra escena que mueve a Jesús a decir "Abbá" es la acción de gracias por la resurrección de Lázaro, milagro debido a su súplica: "Gracias, Padre, por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas" (Jn 11,42). Llenos de confianza están los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión: "Padre, ha llegado la hora... Ahora, Padre, glorifícame tú a tu lado... Yo voy a reunirme contigo. Padre santo, protege tú mismo a los que me has confiado... Que sean todos uno, como Tú, Padre, estás conmigo y yo contigo... Padre, tú me los confiaste; quiero que... contemplen esa gloria mía que tú me has dado... Padre justo..., yo te conocí, y también éstos conocieron que tú me enviaste... Que el amor que tú me has tenido esté con ellos" (Jn 17,1.5.11.21.24-26). Especial mención merece la oración del huerto; la cuentan todos los evangelistas (Mt 26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,27-29). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). En este momento la confianza de Jesús en su Padre llega a su cumbre. Aquí no hay nada de un optimismo ideologizado. En esta hora dramática, el Padre es el supremo y definitivo refugio de Jesús: llamarle "Abbá" en medio de la amargura de su angustia es algo verdaderamente inaudito y audaz. Jesús se atreve a pedirle verse libre del trance de la pasión, a pesar de haber visto antes que estos sufrimientos eran parte integrante del plan divino (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Esta audacia, que consiste en pedir que el Padre cambie su plan, se basa en su inmensa confianza en él. Jesús tiene tanta familiaridad con Dios que aun en la angustia y en el peligro permanece al mismo nivel. Le pide que cambie sus planes; pero acepta la negación de su petición, sin perder por ello su actitud de confianza. Ya en el suplicio sabe pedir con sinceridad el perdón de sus verdugos: "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Y encomienda su espíritu en manos de su Abbá (Lc 23,46), pero no por ello sin dejar de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34). En los capítulos siguientes seguiremos profundizando en la visión que tuvo Jesús sobre su Padre Dios. Bibliografía 1. L. BOFF, Teología desde el Cautiverio, Indo-American, Bogotá 1975, pgs. 162-163: La experiencia del Padre de bondad. J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1980, pgs. 211-212. J. R. GUERRERO, El Otro Jesús, pgs. 169-170: El Dios de Jesús. C. DUQUOC, Dios Diferente, Sígueme, Salamanca 1978, pg. 50. PEDRO TRIGO, Salmos del Dios enteramente Bueno, Gumilla, Caracas 1983. 2..J. R. GUERRERO, El Otro Jesús, pgs. 176-177: El Dios de Jesús es Padre. EDWUARD SCHILLEBEECKX, Jesús la Historia de un Viviente, Cristiandad, Madrid 1983, pgs. 235-244: La experiencia de Dios en Jesús. MONTSERRAT CAMPS I GASET, El Dios de Jesucristo, Barcelona 1980, pg. 41: La relación filial de Jesús con el Padre. J. SOBRINO, La Oración de Jesús y del Cristiano, Paulinas, Bogotá 1981, pg. 44: Dios es amor y es Padre. NUEVO DICCIONARIO DE TEOLOGIA, Cristiandad, Madrid 1982, pgs. 812-814: Rostro filial de la persona de Jesús. 3. J. JEREMIAS, Abbá, pgs. 62-70: La invocación de Dios como Padre en las oraciones de Jesús. - Teología del NT., pgs. 80-87: Abbá como invocación para dirigirse a Dios. L. BOFF, El Padre Nuestro, Paulinas, Madrid 1982, pgs. 41-42: La originalidad de la experiencia de Jesús. J. GALOT, La Conciencia de Jesús, Mensajero, Bilbao 1977, pgs. 97-105: Valor del vocablo "Abbá". JOSEPH DONDERS, Jesús el Ignorado, Lohlé, Buenos Aires 1982, pgs. 39-43: Abbá y amén. JUSTO ASIAN, Hemos creído en el Amor, Lohlé, Buenos Aires 1981, pgs. 25-27: El Padre ama a su Hijo. SANTOS SABUGAL, El Padrenuestro en la Interpretación Catequética Antigua y Moderna, Sígueme, Salamanca 1982, pgs. 57-118: Padre nuestro que estás en los cielos. NUEVO DICCIONARIO DE TEOLOGÍA, pgs. 1.258-1.261 Dios Padre en el Evangelio del Reino. ERMANNO ANCILLI, Diccionario de Espiritualidad, Herder, Barcelona 1983, pgs. 18-21: Abbá. WOLFHART PANNENBERG, Fundamentos de Cristología, Sígueme, Salamanca 1974, pgs. 284-288: La bondad
  • 17. -17- 3 Jesús es imagen de la bondad del Padre 1. EL QUE ME CONOCE A MI, CONOCE AL PADRE "A Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18). Dios en sí es "invisible" (1 Tim 1,17). Pero para nosotros, sus criaturas, en un cierto modo, "lo invisible de Dios... resulta visible a través de sus obras" (Rm 1,20). Desde que el mundo es mundo Dios se da a conocer a través de la creación. Además Dios se manifiesta también en los acontecimientos que ocurren a través de la historia en medio de los hombres. Y precisamente el acontecimiento más significativo de la historia humana es el paso de Jesús de Nazaret por los caminos de Palestina. Sabemos por la fe que este hombre Jesús es Dios. Ello no quiere decir que él tuviera una apariencia de Dios. Pero en él la divinidad ha manifestado plenamente su presencia a través de signos humanos. En Jesús, Dios en cuanto tal no se hizo visible. Sin embargo, mostró el único camino que nos puede llevar con seguridad a él. El mensaje de Jesús consiste en afirmar que nada se adelanta en querer conocer a Dios en sí mismo, directamente. La única manera de saber algo con respecto de él, es a través de Jesús. Quien está en el camino de los discípulos aprende a conocer a Dios. Quien ve y contempla con ojos limpios a Jesús, entenderá todo lo que se puede entender de Dios en este mundo. "El es imagen de Dios invisible" (Col 1,15); el único que con toda verdad puede darlo a conocer (Jn 1,18). La atrevida petición de Felipe: "Señor, preséntanos al Padre; con eso nos basta" (Jn 14,8), expresa la más profunda aspiración de la humanidad en busca de Dios. Y la respuesta de Jesús asegura que esta aspiración ya puede ser colmada: "Quien me ve a mí, está viendo al Padre" (Jn 14,9). Este es el único "camino" para poder conocer y llegar a Dios. Esta es la "verdad" de Jesús: "Nadie se acerca al Padre sino por mí; si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi Padre" (Jn 14,7). Esta es justamente la "vida" que él viene a darnos. El hombre Jesús es la imagen pura y fiel del Dios invisible. Toda su existencia humana tiende a hacer ver al Padre. En Jesús se da a los hombres la manifestación plena e irrepetible de Dios. Si todo hombre es imagen de Dios, Jesús es de modo único la imagen de Dios. Por su medio Dios se ha hecho presente entre nosotros de un modo nuevo y único. Jesús no es un hombre en quien se da una presencia de Dios distinta a él, como si estuviese poseído por Dios, sino que el mismo hombre Jesús es la presencia y revelación de Dios. En todas sus palabras y acciones tomamos conciencia de lo que Dios es para nosotros: amor y perdón, denuncia y exigencia, donación y presencia, elección y envío, compromiso y fuerza. 2. JESUCRISTO, SACRAMENTO DEL ENCUENTRO CON DIOS Cristo es considerado con todo derecho como el sacramento primero de Dios, pues él es Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina. Ver a Jesús es ver a Dios; oír y palpar a Jesús es oír y palpar a Dios (1 Jn 1,1); experimentar a Jesús es experimentar a Dios mismo. Por eso Jesús puede ser considerado verdaderamente como el sacramento por excelencia, puesto que él es la realidad única que puede expresar con verdad lo que es Dios y porque sólo él puede asumir totalmente lo que en el hombre hay o puede haber de experiencia de Dios. En Jesús de Nazaret muerto y resucitado, Dios y el hombre se encuentran en unidad
  • 18. -18- profunda, sin división y sin confusión: por el hombre-Jesús se va a Dios y por el Dios-Jesús se va al hombre; Jesucristo es el camino. Jesús es el sacramento vivo de Dios, que contiene, significa y comunica el amor de Dios para con todos. Sus gestos, sus acciones, sus palabras, son sacramentos que concretizan el misterio de la divinidad. Jesús hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos los marginados del orden de este mundo. El hombre Jesús es además el sacramento original porque fue destinado por Dios a ser el único camino por el que el hombre puede llegar a la realidad sorprendente de la salvación. "Porque no hay más que un Dios y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, un hombre, el Mesías Jesús" (1 Tim 2,5). Si los sacramentos son camino y encuentro de los hombres con Dios, es lógico concluir que Cristo, el Hijo de Dios, es el sacramento original, la fuente, la raíz misma de todo sacramento. Y cada sacramento tiene que ser revelación de Dios, el Dios que se nos ha revelado en Jesús. Por consiguiente, la celebración de un sacramento tiene que ser siempre manifestación de la presencia y la cercanía de Jesús a los hombres, porque sólo a través de él sabemos quién es Dios y cómo es Dios. En Jesús se nos ha comunicado de tal manera la presencia amorosa y perdonadora de Dios, que hemos experimentado en él de una manera nueva y definitiva la concreta cercanía de Dios. 3. UN CORAZÓN BONDADOSO Y COMPASIVO Poco a poco Dios se fue mostrando a los hombres a lo largo del Antiguo Testamento. La experiencia humana de ese Dios tuvo tres aspectos sucesivos: a) Dios es un poder y una fuerza que está presente en el hombre, a la par que es Señor de todas las cosas (el Dios de los patriarcas). b) Su presencia y cercanía interpela continuamente al hombre en su existencia (Yavé). c) Su conocimiento tiene lugar en la práctica del derecho y de la justicia, en especial con el hombre marginado (Dios de los profetas). ¿Aporta algo nuevo Jesús de Nazaret al enriquecimiento de esta experiencia de Dios? Sí. En Jesucristo el Dios de Israel se reveló como Dios de todos los hombres, como Dios que ante todo sabe amar y perdonar; se manifiesta en todo acto de amor y perdón: el Dios que es Padre. Jesús experimenta en su vida la cercanía de ese amor de Dios y lo comunica con toda sencillez. El no multiplica sus palabras e ideas sobre Dios, sino que lo vive y lo da a conocer con sus actitudes concretas de amor y de perdón. Su experiencia es un continuo permanecer en el amor del Padre (Jn 15,10). Jesús recibe del Padre una participación plena de su vida, de su conocimiento y de sus obras (Jn 1,18; 5,19-20). El se convierte en el portador del amor y perdón de Dios a todos los hombres. El hombre Jesús es la presencia amorosa y perdonadora de Dios en medio de nosotros. En su obrar podemos experimentar la concreta cercanía de Dios; por su medio el amor radical de Dios se modeló humanamente. Con Jesús de Nazaret "se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres" (Tit 3,4). El mostró con su vida que Dios es ternura y solidaridad para con todos. Entre los rasgos más característicos de Jesús está su compasión para con las miserias humanas. Al hacerse semejante a los hombres, como ya vimos en el capítulo primero, él se solidariza con sus debilidades. Los numerosos milagros de Jesús son resultado de una compasión que tiende a aliviar eficazmente los sufrimientos, reflejo de una actitud de compasión del Padre hacia los sufrimientos humanos. Son expresión de un amor que se acerca lo más que puede a los seres queridos, y desea participar en sus sufrimientos y remediarlos. El Dios que se revela en Jesús es un Dios que se conmueve con la miseria de los hombres. La imagen inolvidable del Padre que nos ha dejado Jesús en la parábola del hijo pródigo lleva consigo este rasgo: con la vista de su hijo que vuelve a casa, el padre siente que se le enternecen las entrañas y que se apodera de él la compasión (Lc 15,20). El Dios de Jesús no es insensible ante los dolores humanos. El ha querido libremente ser en
  • 19. -19- realidad misericordioso y compasivo. Dios, por amor, participa del sufrimiento humano, sin perder nada por ello de su dignidad divina. Todo lo contrario. La enseñanza insistente de Jesús sobre la compasión divina hacia los hombres muestra que, en su omnipotencia, Dios tiene poder para exponerse libremente por amor a experimentar en sí un eco vivo del sufrimiento del otro. ¿Por qué motivo podríamos negarle este poder, estando como está en la línea del amor más grande y puro? Hablaremos más largamente de ello en el capítulo noveno. Veamos algunos ejemplos de cómo Jesús sentía en su corazón las necesidades ajenas, y veámoslos sin perder la visión de que su comportamiento es reflejo del proceder del Padre. Jesús se siente conmovido ante el entierro del hijo único de una viuda, y se acerca a consolarla de una manera muy eficaz (Lc 7,12-15). Se compadece de los ciegos (Mt 20,34). Le duele el hambre de los que le seguían por los caminos (Mt 15,32), o el desamparo en que vivían: "Viendo al gentío, tuvo compasión de ellos, porque andaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor" (Mt 9,36). Le llegan al alma las muchas enfermedades de su pueblo. "Vio Jesús mucha gente, tuvo compasión de ellos y se puso a curar a los enfermos" (Mt 14,14). Siente profundamente el dolor de los amigos, hasta derramar lágrimas, como en el caso de la muerte de Lázaro: "Al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, Jesús se conmovió hasta el alma... Se echó a llorar... Y conmovido interiormente, se acercó al sepulcro" (Jn 11,33.35.38). Lloró también ante el porvenir obscuro y la ruina de su patria: "Al ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si también tú comprendieras en este día lo que lleva a la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo" (Lc 19,41-42). Se siente entristecido por los pueblos de Galilea que no aceptan la salvación que él les ofrece (Mt 11,20-24). Jesús tiene un corazón sensible a todo dolor humano. Ante la miseria de sus hermanos no se hacía el fuerte, como si fuera alguien superior, a quien no llegan las pequeñeces diarias de los humanos. El nunca se presenta haciendo gala de superioridad ni humillando con su postura a nadie. Conoce y penetra con simpatía todos los corazones, especialmente los que sufren, los que se sienten pequeños o fracasados en la vida. Su corazón siempre tiende a mirar la mejor parte, a disculpar, a perdonar, a compartir. Mientras otros encuentran razones para condenar, él las encuentra para salvar. Por eso todos los que sufren se sienten acogidos por él y las multitudes se le acercan confiadas. Los pobres, los niños, los pecadores ven en él un amigo que les entiende. ¡En verdad que en este hombre se manifestó la bondad y la compasión de nuestro Dios!. 4. SERVIDOR DE TODOS Veamos algunos aspectos más concretos de la imagen de amor divino que nos ha dejado Jesús. Fijémonos en primer lugar en su espíritu de servicio. Jesús es el hombre-de-Dios constituido en el "Hombre-para-los-demás" por la fuerza y el poder de Dios que habita en él de un modo nuevo. Parece claro que Jesús experimenta la convicción de que vivir es vivir para los otros, servir a otros. De esta manera corresponde a la realidad de su noción de Dios. Este servicio histórico a los otros aparece a lo largo de todos los Evangelios y está resumido en la frase "pasó haciendo el bien". La vida de Jesús nunca está centrada en sí mismo, sino en su Padre. Y justamente su vivencia del Padre Dios es la que le convierte en servidor incondicional de los hijos del Padre, sus hermanos. Ese ser para otros y la convicción de que en eso se corresponde a Dios es la experiencia fundamental de Jesús. Su vida está configurada por la decisión de servir a los otros y corresponder así al Dios del amor. Jesús sirve al Padre sirviendo a sus hermanos. Por ello su actitud es muy clara: "Este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20-28). "Yo
  • 20. -20- estoy entre ustedes como quien sirve" (Lc 22,27). Jesús es un hombre abierto a todos. No conoce lo que es el rencor, la hipocresía o las segundas intenciones. A nadie cierra su corazón. Pero a algunos se lo abre especialmente: los marginados de su época, los despreciados, social o religiosamente. Jesús se deja comer por sus hermanos, hasta el punto de que a veces no le queda tiempo para el descanso (Mc 6,31-33), ni aun para comer él mismo (Mc 3,20). Recibe y escucha a la gente tal como se presenta, ya sean mujeres o niños, prostitutas o teólogos, guerrilleros o gente piadosa, ricos o pobres. En contra de la costumbre de la época, él no tiene problemas en comer con los pecadores (Lc 15,2; Mt 9,10-11). Anda con gente prohibida y acepta en su compañía a personas sospechosas. No rechaza a los despreciados samaritanos (Lc 10,29-37; Jn 4,4-42); ni a la prostituta, que se acerca arrepentida (Lc 7,36-40). Acepta los convites de sus enemigos, los fariseos, pero no por eso deja de decirles la verdad bien clara (Mt 23,13-37). Sabe invitarse a comer a casa de un rico, Zaqueo, pero de manera que éste se sienta conmovido hasta el punto que reparte la mitad de los bienes a los pobres y paga el cuádruplo a todo el que hubiera estafado (Lc 19,1-10). Procura ayudar a cada uno a partir de su realidad. Comprende al pecador, pero sin condescender con el mal. A cada uno sabe decirle lo necesario para levantarlo de su miseria. Sabe usar palabras duras, cuando hay que usarlas, y alabar, cuando hay que alabar; pero siempre con el fin de ayudar. Todo esto tiene una fuerza muy especial, si pensamos que el que está sirviendo así es el mismo Dios. Es Dios que se vuelca en los hombres, sirviéndoles en todas sus necesidades. Jesús no es nada para sí, sino todo para los otros. El es la verdadera semilla de trigo que se entierra y muere para dar la vida a los demás. Pasa entre nosotros haciendo el bien. Se mezcla sin miedo entre los marginados y los despreciados de su tiempo: enfermos de toda clase, ciegos, paralíticos, leprosos, ignorantes. Y se desvive por atenderles y cuidarles. Esta actitud de servicio total de Cristo a los hombres está maravillosamente caracterizada en el hecho de ponerse de rodillas delante de sus discípulos para lavarles los pies. La trascendencia de este hecho es enorme; pues el pasaje evangélico subraya su divinidad: "Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todo en su mano, y sabiendo que había venido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una toalla; echó agua en un recipiente y se puso a lavarles los pies a los discípulos, secándoles con la toalla que llevaba ceñida" (Jn 13,3-5). Para sus propios amigos aquello era un escándalo. Pero es la imagen de Dios hecho hombre por amor a los hombres. Y es imagen también de lo que debemos hacer todos los que queramos seguir sus huellas. Así lo dijo él mismo: "Pues si Yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros" (Jn 13,14). A ejemplo de Jesús, seremos más hermanos sólo en la medida en que sepamos servir y ser útiles al prójimo. En la medida en que nos vaciemos del egoísmo y dejemos sitio en el corazón para todo el que necesite de nosotros. Solamente cuando se ha tenido una experiencia muy honda de Dios, como Jesús, sólo entonces el hombre es capaz de salir de su propio aislamiento de egoísmo, para abrirse, como él, hacia los otros. 5. LA ALEGRÍA DE UN DIOS QUE SABE PERDONAR Jesús ha venido para conducir a la casa del Padre a los hijos descarriados de Dios. El invita a su mesa a los publicanos, a los pecadores, a los marginados, a los reprobados; él llama al gran banquete a las gentes de los caminos y las lindes (Lc 14,16-24). Incansablemente no cesa de repetir, precisamente a los devotos, que su propia justicia les separa de Dios. A nosotros, a quienes nos es familiar el Evangelio desde la infancia, nos es imposible imaginar la revolución religiosa que representaba para los contemporáneos de Jesús la predicación de un Dios que quería tener trato con los pecadores. Cada página del Evangelio nos habla del
  • 21. -21- escándalo, de la agitación, de la inversión de los valores que Jesús provoca llamando a la salvación precisamente a los pecadores. Continuamente se le pidieron las razones de esta actitud incomprensible, y continuamente, sobre todo por medio de sus parábolas, Jesús dio la misma respuesta: Dios es así. Dios es el Padre que abre la puerta de la casa al hijo pródigo; Dios es el pastor que se llena de alegría cuando encuentra la oveja perdida; es el rey que invita a su mesa a los pobres y mendigos. Dios experimenta más alegría por un pecador que hace penitencia, que por noventa y nueve justos. Es el Dios de los pequeños y de los desesperados. Su bondad y misericordia no tienen límites. Así es Dios. Y Jesús añade: cuando se ha comprendido este mensaje, cuando los hombres construyan su salvación no sobre lo que ellos han hecho por Dios, sino exclusivamente sobre la gracia que viene de él, cuando vuelvan los descarriados sin esperanza, cuando comprendan que el amor del Padre sale al encuentro de los hijos perdidos, entonces la salvación dejará de ser una meta lejana que el hombre debe conseguir por sus propios medios, entonces, aquí y ahora se realiza el Reino de Dios... Y esta es la fuente de la alegría. Alegría de los invitados a las bodas, alegría del que ha encontrado la perla preciosa, el gran tesoro. Esta es la alegría de ser hijo, la alegría mesiánica, la unción con el aceite de la alegría. La alegría es tan grande que Dios mismo participa de ella: "De la misma manera Dios se alegra por un pecador que hace penitencia" (Lc 15,7; cf. 15,10). Junto a esta alegría por haber llegado el tiempo de la salvación en el mensaje de Jesús está además el amor: amor a los pobres, amor a los descarriados y a los que están cargados de culpas, amor incluso a los enemigos... Jesús anuncia a los pobres, a los miserables, a los mendigos de Yavé el amor incomprensible, infinito, de Dios; anuncia que ya está próxima la aurora del tiempo de la alegría donde los ciegos ven, los paralíticos caminan y los pobres son evangelizados. Veamos algunos pasajes concretos referentes a este Jesús que vino a ofrecernos tan abiertamente el perdón de Dios. El mismo es el perdón visible de Dios, el cordero que voluntariamente murió para borrar nuestros pecados (Jn 1,29) y sanarnos con sus llagas (1Pe 2,24). "Cuando aún nosotros estábamos sin fuerzas, entonces, en su momento, Jesús el Mesías murió por los culpables. Cierto, con dificultad uno se dejaría matar por una causa justa; con todo, por una buena persona quizá afrontaría uno la muerte. Pero el Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene" (Rm 5,6-8). Con diversas parábolas se esfuerza Jesús para convencernos de que el Padre Dios goza con perdonar. Nada mejor para ello que la parábola del "Padre bueno" que tiene un hijo derrochador (Lc 15,11-32) o las de la oveja perdida y la moneda perdida (Lc 15,1-10). Jesús presenta en estas parábolas una nueva imagen de Dios que contrasta con la ofrecida por la religión oficial judía. En las tres comparaciones destaca Jesús la alegría por haber encontrado lo perdido: la oveja, la moneda, el hijo. Así es Dios. Quiere la salvación de los perdidos, pues le pertenecen; su andar errante le ha dolido y él se alegra del retorno al rebaño. La alegría y la generosidad del "padre bueno" son la alegría y generosidad del Padre Dios para con los pecadores que vuelven al hogar. Un padre primeramente preocupado por el hijo que vive lejos en la desgracia y que da rienda suelta a su gozo y emoción al recuperar al hijo perdido. El encuentra más que justificadas sus expresiones de júbilo: "porque este hijo mío se había muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y se le ha encontrado" (Lc 15,24). Así presenta Jesús el comportamiento de Dios hacia los pecadores que, oyendo su llamada, se encuentran a sí mismos y encuentran el camino para volver a él. Según Jesús el arrepentimiento parte de la fe en la bondad del Padre. Arrepentirse es escuchar la voz bondadosa del Padre dentro del propio corazón destrozado. Es encontrar en uno mismo a Dios. Es el retorno confiado a la propia casa, que es la casa del Padre. En el caso del hijo mayor de la parábola Jesús intenta hacernos comprender el modo de pensar de Dios y el de los hombres. Los "justos" siempre temen que la gracia de Dios pueda
  • 22. -22- destruir el "orden" que los hombres nos hemos establecido. Dios, por el contrario, es y actúa de un modo totalmente distinto. El Dios de Jesús es como un padre inconsecuente en su conducta, que abraza y perdona al hijo bandido que vuelve a casa después de haber malgastado la fortuna familiar, sin exigirle ni siquiera unas promesas de arrepentimiento y corrección. Es el Dios "loco" que perdona a la mujer adúltera sin exigirle primero mil penitencias y promesas de enmienda. Es el Dios contrario a la religión oficial, pues no acepta al fariseo que llena su vida con piedades, limosnas y rezos, pero en cambio declara salvado al desgraciado publicano que, lleno de vergüenzas y pecados, a distancia se atrevía a repetir ante Dios la lista de sus propias miserias. Todo ello sólo se entiende si aceptamos que el Dios de Jesús es el Dios del amor. El sabe que con el perdón comienza a hacer germinar una nueva vida en sus hijos. El perdón es la auténtica fuerza represiva del mal en el mundo. El perdón es el antídoto que impide que el mal se siga reproduciendo; es el cortocircuito del mal, que elimina su presencia destructora y que ofrece un nuevo espacio donde hacer germinar una nueva relación. Jesús no sólo habló del perdón de Dios. El mismo supo dar ejemplo de perdón. En primer lugar él confesó con toda claridad que no había "venido a invitar a justos, sino a pecadores, a que se arrepientan" (Lc 5,32). Jesús perdonó los pecados de toda persona de corazón arrepentido que encontró a su paso; como a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,11), a un pobre paralítico que le llevaron para que lo curara (Mc 2,5-11), o a una pecadora pública (Lc 8,48). A la hora de su muerte excusó y perdonó a los que tan injustamente le estaban torturando: "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Jesús concedió el perdón no sólo de palabra, sino también por medio de acciones. Entre estas acciones la que más impresionó a los hombres de aquella época fue el hecho de compartir la mesa con los pecadores. "Este acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc 15,2). Ciertamente Jesús comía tranquilamente con ellos (Mc 2,15-16). Y los fariseos se lo echan en cara y lo desprecian por ello (Mt 11,19). Para saber medir exactamente qué es lo que hizo Jesús al comer con los "pecadores" debemos saber que en su época el compartir una comida con alguien significaba una oferta de paz, de perdón, de confianza y fraternidad. La comunión de la mesa quería expresar comunión de vida. Y Jesús no solamente comía con gente mal vista, sino que además se hospedaba a veces en sus casas (Lc, 19,5). Su perdón no fue sólo de palabras y de hechos. Llegó al máximo: Conscientemente derramó su sangre como signo evidente del perdón del Padre: "Esta es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). La muerte de Jesucristo es, por consiguiente, el sello del pacto definitivo de paz entre Dios y los hombres. "Dios nos reconcilió consigo a través del Mesías" (2 Cor 5,18). "Por su medio reconcilió consigo el universo, lo terrestre y lo celeste, después de hacer la paz con su sangre derramada en la cruz" (Col 1,20). Desde entonces Cristo Jesús es esperanza para todos los que nos sentimos infieles al amor de Dios. Así lo entendió Juan, el amigo íntimo de Jesús: "Hijos míos, les escribo esto para que no pequen; pero, en caso de que uno peque, tenemos un defensor ante el Padre, Jesús, el Mesías justo, que expía nuestros pecados, y no sólo los nuestros, sino también los del mundo entero" (1 Jn 2,1- 2). 6. JESÚS ES EL SELLO DE LA FIDELIDAD DE DIOS Como estamos viendo, Jesucristo es el sello definitivo de la fidelidad de Dios, tan largamente proclamada por los profetas en el Antiguo Testamento. El es el Siervo Fiel del "Dios que no miente" (Tit 1,2). Por él son mantenidas y llevadas a la práctica todas las antiguas promesas de Dios: "Quiero decir con esto que el Mesías se hizo servidor de los judíos para demostrar la fidelidad de Dios" (Rm 15,8). "En él ha habido únicamente un sí" (2 Cor 1,20), "porque juzgó digno de fe al que se lo
  • 23. -23- prometía" (Heb 11,11). Por medio de Jesús ha llegado a la cumbre la fidelidad de Dios: "Y la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria: gloria de Hijo único del Padre lleno de amor y fidelidad... Porque de su plenitud todos nosotros recibimos, ante todo un amor que responde a su amor. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la fidelidad se hicieron realidad en Jesús el Mesías" (Jn 1,14.16-17). Afortunadamente, como ya habían repetido tantas veces los profetas en el Antiguo Testamento, la fidelidad de Dios no depende de que nosotros le seamos fieles a él. "¿Qué importa que algunos hayan sido infieles? ¿Es que la infidelidad de éstos va a anular la fidelidad de Dios? De ninguna manera; hay que dar por descontado que Dios es fiel y que los hombres por su parte son todos infieles" (Rm 3,3-4). "Si le somos infieles, él permanece fiel, porque negarse a sí mismo no puede" (2 Tim 2,13). La fidelidad de Dios en el amor es el fundamento del optimismo a toda prueba que debe disfrutar el que tiene fe en Cristo. La fe en un Dios que nos quiere a todos los hombres por igual y nunca nos va a fallar, es la mayor fuerza que puede entrar en nuestro corazón para comprometernos en la empresa de construir la verdadera hermandad. Por muchos fracasos que haya de por medio, apoyados en su palabra, podemos reanudar siempre de nuevo el camino de la justicia, la unidad y la paz verdaderas. Si creemos en Cristo Jesús, él nos dará fuerzas para amar y triunfar con él: "El por su parte los mantendrá firmes hasta el fin... Fiel es Dios, y él los llamó a ser solidarios de su Hijo, Jesús el Mesías, Señor nuestro" (1 Cor 1,8-9). "Aferrémonos a la firme esperanza que profesamos, pues fiel es quien hizo la promesa" (Heb 10,23). Bibliografía 1. J. R. GUERRERO, El Otro Jesús, pgs. 275-277: Jesús manifiesta a Dios. J. GALOT, Hacia una Nueva Cristología, Mensajero, Bilbao 1972, pgs. 104-106: La revelación del Padre en Cristo. J. COMBLIN, Jesús de Nazaret, pgs. 67-68: Conocer al Padre. JUAN MATEOS, El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid 1982, pgs. 632-635: Jesús, uno con el Padre. J. SOBRINO, Cristología desde América Latina, pgs. 284-287: Sobre las "palabras" y los "hechos" de Jesús. J. ASIAIN, Hemos creído en el Amor, pgs. 39-46: Jesús es el amor del Padre entre nosotros. 2. L. BOFF, Los Sacramentos de la Vida y Vida de los Sacramentos, Indo-Américan, Bogotá 1975, pgs. 41-42: Jesús de Nazaret, el sacramento fontal de Dios. J. M. CASTILLO, Símbolos de Libertad, Sígueme, Salamanca 1981, pgs. 431-435: Cristo, sacramento original. DICCIONARIO DE ESPIRITUALIDAD, III, pgs. 84-86: Padre celestial: Jesús revelador del Padre. 3. J. R. GUERRERO, Experiencia de Dios y Catequesis, PPC, Madrid 1979, pgs. 234-255: El Dios de Jesucristo. J. GALOT, Hacia una Nueva Cristología, pgs. 110-113: Un Dios compasivo. J. L. CARAVIAS, Cristo es Esperanza, Latinoamérica Libros, Buenos Aires 1984, pgs. 30-31: Jesús siente las necesidades ajenas. J. JEREMIAS, Las Parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1981, pgs. 179-196: La gran confianza. EDUARD LOHSE, Teología del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1978, pgs. 56-60: La misericordia de Dios. DONALD GRAY, Jesús, Camino de Libertad, Sal Terrae, Santander 1984, pgs. 51-59: Liberados para la compasión: el camino del amor. HANS URS VON BALTHASAR, ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?, Herder, Barcelona 1982, pgs. 106-124: Jesús, exegeta de Dios. 4. J. M. CASTILLO, Oración y Existencia Cristiana, pgs. 181-192: Una existencia para los otros. J. SOBRINO, Jesús en América Latina, pgs. 200-202. J.L. CARAVIAS, Cristo es Esperanza, pgs. 22-23: El servidor de los pobres. 5. J. JEREMIAS, Abbá, pgs. 335-336. J.L. CARAVIAS, Cristo..., pgs. 50-54: El amor sabe perdonar. ALBERT NOLAN, ,Quién es este Hombre?, pgs. 63-71: El perdón.
  • 24. -24- 6. J. L. CARAVIAS, Cristo..., pgs. 54-56: Jesús es el sello de la fidelidad de Dios.
  • 25. -25- 4 Esta buena noticia de Jesús es para los pobres Este capítulo está íntimamente unido al anterior. No es sino una amplificación de este punto especial. 1. LOS "MAL VISTOS" EN LA SOCIEDAD EN QUE VIVIÓ JESÚS Cada cultura crea sus inadaptados, gente a la que se mira con malos ojos, se le desprecia y se le margina. La sociedad judía de los años 30 tiene también sus "mal vistos". En los Evangelios, en griego, se les llama en general "los pobres". Pero esta palabra seguramente es traducción de la palabra aramea "ama’arez" que en castellano traducido al pie de la letra significa "el-pueblo-de-la- tierra", o sea, "el pueblo común". Esta sería la palabra que usaría Jesús al traducir los evangelistas la palabra "pobres". Palestina en tiempos de Jesús era una teocracia, lo cual significa que todas las normas sociales estaban dirigidas por ideas religiosas y los mismos gobernantes eran personas religiosas. La división de "clases" o grupos sociales dependían de la actitud religiosa de cada uno. Pero sólo una minoría conocía la Ley (religiosa) y la cumplía, por lo menos en sus exigencias externas. La "pureza" o "impureza" legales cumplían la función ideológica que en otras sociedades se atribuyen al prestigio, al dinero o al poder. Por ello se llamaba despreciativamente "ama’arez" a la gente que no conocía ni practicaba con detalle todas las normas religiosas de la Ley, en contraposición a la sabiduría y a las prácticas de escribas y fariseos. En tiempo de Jesús "el-pueblo-de-la-tierra", está constituido por los despreciados de la sociedad en la que el prestigio depende no del dinero o del poder político que se tenga, sino según criterios religiosos. Se despreciaba a toda esa multitud marginada en la que generalmente se combinaba pobreza económica y reprobación moral, pues no guardaban el sábado, ni cumplían las normas de pureza ritual. Son pecadores todos los que no pueden cumplir la Ley por la sencilla razón de desconocerla o no poderla cumplir. Son unos desgraciados ignorantes, pues en la sociedad judía el hecho de cumplir la Ley lo es todo. El que no la cumple "no es nada", es un desgraciado para el que no existe ninguna esperanza, porque no es digno de pertenecer al Pueblo Elegido. Entre estos despreciados estaban los que practicaban ciertas profesiones cuyo trabajo les hacía difícil cumplir las minucias rituales de la Ley. Entre estos oficios infamantes se encontraban los pastores, los recaudadores de impuestos, usureros, rameras, curtidores de pieles, sastres y tejedores, médicos, barberos y carniceros, y toda clase de obreros asalariados. En aquel tiempo la lista de los malos oficios es tan larga, que no queda mucho sitio para los oficios "decentes". Todos los trabajadores con pocos ingresos eran despreciados como incultos pecadores por la casta de los escribas y los fariseos. Para ellos sólo cuenta el estudio de la Ley. A la lista de trabajadores pobres hay que añadir una multitud de mendigos, ladrones y esclavos. Ellos eran doblemente despreciados. Entre los mendigos habían bastantes personas con defectos físicos, como ciegos, sordos y paralíticos, o enfermos, especialmente los que tenían alguna enfermedad de la piel, considerados como impuros. Muchos de ellos, como los recaudadores y pastores, no podían tener ningún cargo, ni ser testigos en un juicio, pues ya de entrada se les consideraba mentirosos y ladrones.
  • 26. -26- El desprecio de la "gente bien" de entonces hacia los "ama’arez" era muy grande. En aquella sociedad teocrática lo civil y lo religioso habían llegado a ser una misma cosa. Por ello los escribas, los fariseos y los sacerdotes pensaban que aquellos desgraciados eran también mal vistos por Dios. El "pueblo-de-la-tierra" era marginado tanto en lo civil como en lo religioso: en todo eran "pecadores". En los Evangelios se refleja esta mentalidad cuando se les llama "descreídos y recaudadores" (Mc 2,16), "recaudadores y prostitutas" (Mt 21,32), o sencillamente "pecadores". Los fariseos los miraban como "ladrones, injustos y adúlteros" (Lc 18,11). Los sacerdotes del templo lo inculcan de manera muy clara a su policía: "Esa gente, que no entiende la Ley, está maldita" (Jn 7,49). Están empecatados de arriba abajo (Jn 9,34). Decían así algunas normas de los fariseos: "Un fariseo no se quedará nunca como huésped en la casa de esa gente, así como tampoco la recibirá en la suya". Otra lista de normas añade: "Está prohibido apiadarse de quien no tiene formación". Los monjes esenios, los más observantes y piadosos de Palestina, tenían, entre otros, este compromiso: "No me apiadaré de los que se apartan del camino". Y así oraban acerca de los pecadores: "Maldito seas, que nadie tenga misericordia de ti: tus obras son tinieblas. Que seas condenado a la oscuridad del fuego eterno". Los pobres con algún defecto físico eran considerados pecadores castigados por Dios (Jn 9,2). Por eso los piadosos esenios decían: "Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad". "Ninguna persona afectada por cualquier impureza humana puede entrar en la asamblea de Dios... Aquel que tiene dañada su carne, que está tullido de pies y manos, que es cojo o ciego o sordo o mudo, aquel cuya carne está marcada por una tara visible, el viejo débil, incapaz de tenerse en pie en la asamblea, no puede entrar para tomar parte en el seno de la comunidad..."
  • 27. -27- 2. JESÚS SE SOLIDARIZA CON ESTOS MARGINADOS Una vez entendida la actitud que tenía la gente piadosa hacia los pobres y pecadores, resaltará mucho más la actitud que toma Jesús hacia ellos. En primer lugar, él mismo "se hizo pobre" (2Cor 8,9). Vivió una vida normal de artesano. Y nació y murió en la miseria. Durante su predicación a veces no tuvo ni "dónde reclinar la cabeza" (Mt 8,20). Pero Jesús no fue un asceta aislado. El quiso tener una cercanía especial respecto a las clases sociales oprimidas y desprivilegiadas, aunque no por eso dejó de tratar con todos. La imagen global de Jesús en los Evangelios dibuja su especial amistad hacia recaudadores, prostitutas, samaritanos (considerados como herejes), leprosos (expulsados por la Ley de la sociedad), viudas, niños, ignorantes, paganos, enfermos en sábado... El busca y se mezcla con el "pueblo-de-la-tierra", los pobres-pecadores: Está con ellos y los llama: a la gente con corazón roto, a los encorvados con el peso de sus culpas, a los tristes, a los desanimados; a los últimos, los simples, los enfermos, los perdidos. A todos los mal vistos. Con ellos se le ve comer. De ellos se rodea. Hacia ellos se inclina. Jesús rompe con las convenciones sociales de su época. No respeta la división de clases. Habla con todos. Jamás teme a contraer "impurezas legales" por estar, tocar o comer con un pobre. Conversa y se deja tocar por una prostituta (Lc 7,37-38), acoge gentiles (Mc 7,24-30), come con un gran ladrón, Zaqueo (Lc 19,1-10). Llama a un cobrador de impuestos, Mateo (Lc 5,27-32). Acepta que las mujeres le acompañen en sus viajes, cosa inaudita en su tiempo. No cabe duda, Jesús estuvo de parte de los pobres, los que lloran, los que pasan hambre, los que no tienen éxito, los insignificantes... Se preocupa de los enfermos, los tullidos, los leprosos y posesos. Y lo que es más, se mezcla con los moralmente fracasados, con los descreídos e inmorales públicos. Recorre los lugares donde se encuentra la gente pobre, anunciándoles que Dios los quiere más que a los fariseos. Renuncia a ocuparse de aquellos cuyas cosas van bien y se une a los que han perdido todo (Lc 15,4-7). Son los enfermos y no los sanos, los pecadores y no los justos los que le necesitan (Mc 2,17). Por eso va hacia ellos, los cura, les dice que Dios los ama hasta perdonarlos y hasta querer ser su rey. Así, con su propia vida, Jesús encarna una línea de fuerza importante del Antiguo Testamento, da rostro a Dios y lo revela. Tan importante es esta opción de Jesús por los pobres, que hace de esta actitud suya el distintivo de su misión. A la pregunta por el valor de la esperanza en él, Jesús señala su acción entre ciegos, rengos, sordos y leprosos y el hecho de que los pobres están recibiendo la Buena Noticia (Mt 11,4). Destaquemos dos casos especiales: los leprosos y los samaritanos. Los leprosos eran los más marginados entre los marginados, hasta el punto que no podían ni conversar con el resto de la gente; ni siquiera podían entrar en las ciudades. Pues bien, sabemos que Jesús curó a varios leprosos (Lc 5,12-14; 17,11-19), reintegrando así a la convivencia a los que se tenían por totalmente marginados. A los discípulos de Juan les hace ver como señal mesiánica cómo ante él los "leprosos quedan limpios" (Mt 11,5). Es más, sabemos también que dio a sus discípulos la orden de curar leprosos (Mt 10,8). Y él mismo no tuvo ningún inconveniente en alojarse en casa de uno que había sido leproso (Mt 26,6). Los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. Las tensiones entre ellos eran tan fuertes que con frecuencia llegaban a enfrentamientos sangrientos. Cuando Jesús atraviesa Samaría, no encuentra acogida (Lc 9,52-53) y hasta se le niega el agua para beber (Jn 4,9). Pero a pesar de todo eso, Jesús pone a un samaritano como ejemplo a imitar, por encima del sacerdote y del levita (Lc 10,33-37), alaba especialmente al leproso samaritano (Lc 17,11) y se queda a pasar dos días en un pueblo de samaritanos (Jn 4,39-42). Por eso no tiene nada de particular cuando insultan a Jesús llamándole "samaritano" (Jn 8,48). Algo parecido se puede decir del trato que da Jesús a otros dos grupos humanos despreciados en su época: las mujeres y los niños.
  • 28. -28- El Reino que viene Jesús a predicar ciertamente no tolera en modo alguno la marginación de nadie. Todo lo contrario: los marginados por los hombres son los primeros en el corazón de Jesús. Jesús es la plenitud de la irrupción de Dios entre los pobres. La entrada de Dios entre los pobres y de éstos en la vida de Dios se convierte para Jesús en el camino de su fe, de su conciencia de Hijo, de su fidelidad al Padre, de su vida espiritual. Al interior de este dinamismo Jesús aprende a orar, a contemplar y a cumplir la voluntad de su Padre, a gozarse en que el Padre sea así. El mismo Jesús como pobre recorrió ese camino y experimentó cuánto el amor de su Padre había penetrado en su vida y cuánto Dios se deja conocer, amar y revelar por los pobres. 3. JESÚS ANUNCIA A LOS MARGINADOS LA BUENA NOTICIA DE DIOS Acabamos de ver que los seguidores de Jesús eran principalmente los pobres, los incultos, a quienes su ignorancia religiosa y su comportamiento moral les cerraba, según la creencia de la época, la puerta de entrada a la salvación. Pero Jesús contempla con infinita misericordia a estos mendigos ante Dios. El los ve "rendidos y abrumados" (Mt 11,28) por el peso doblemente agobiador del desprecio público y de la desesperanza de no poder hallar jamás salvación en Dios. Jesús se da cuenta que su Padre Dios muestra su paternidad hacia todos los hombres precisamente siendo parcial hacia los despreciados. Dios es amor porque ama a aquellos a quienes nadie ama, porque se preocupa de los que nadie se preocupa. Así entiende Jesús que Dios es amor. Por eso dice Jesús a los pobres que ellos tienen una participación especial en el Reino de Dios (Lc 6,20). El les da esta Buena Noticia: los despreciados pecadores están especialmente invitados al banquete de Dios. Es el conocimiento que Jesús tiene de su Dios el que le hace elegir a quiénes va a hablar de este Dios. Y elige a los marginados, a los enfermos, a los pecadores, a los que nadie quiere, para anunciarles que Dios los ama. La elección no tiene nada que ver con el valor moral o espiritual de los pobres pecadores. Está basada en el horror que Dios siente por el estado actual del mundo y en la decisión divina de venir a restablecer la situación en favor de aquellos para quienes la vida es más difícil. Con ello vemos que Jesús había penetrado muy hondo en el "corazón" de Dios, en el misterio de su voluntad sobre la tierra. De aquí que Jesús anuncie el Reino de Dios a los marginados de toda esperanza humana y divina; los que no pueden caminar según la ley; los que no eran dignos de escuchar la palabra esperanzadora de la Alianza de Yavé; los que la sociedad y la sinagoga consideraban muertos en vida, inútiles ante el mundo y ante Dios. A estos, más que a nadie, va dirigida la Buena Noticia; estos son los preferentemente invitados a participar del Reino. Así resulta que los últimos se convierten en primeros. Los pobres de la calle entran en el banquete para ocupar el lugar de los que no comprendieron el corazón de Dios y prefirieron las falsas seguridades (Mt 20,1-16). Jesús no opta por los pobres por demagogia. Nada más lejos que eso. Sino por fe viva en el amor del Padre. Porque todos somos sus hijos por igual, gratis, ninguno es un "desgraciado". Si una sola oveja se pierde o es despreciada, el corazón del pastor se inquieta, a pesar de tener muchas más (Lc 15,1-7). Por eso el regreso de un solo hijo perdido es motivo de fiesta y de banquete (Lc 15,32). Si los "justos" de Israel quieren excluir a alguien, Dios comienza por buscar y escoger a los que los hombres habían excluido. Todo hombre tiene derecho a la acogida gratuita y maravillosa del amor y de la bondad del Padre Dios ¡Dios es así! ¡Esta es su bondad de corazón de Padre! Desde el comienzo de su vida Jesús había tenido esta misión. Así lo anunció un ángel a los más despreciados de Israel, los pastores: "Les traigo una Buena Noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador" (Lc 2,10-11). Los pastores están representando a la gente despreciada y marginada por la sociedad; ellos son los elegidos para recibir la "gran alegría" de la "Buena Noticia" que trae Jesús. Así lo reconocería años
  • 29. -29- más tarde el mismo Jesús cuando en la sinagoga de su pueblo se declaró a sí mismo enviado a dar "la Buena Noticia a los pobres", Buena Noticia que es luz y libertad del Padre Dios (Lc 4,18). Jesús actúa así porque sabe cómo es Dios: desbordante con los débiles, indefensos, desesperados, con los que quieren y no pueden, y con los que ni siquiera son conscientes de que quieren. El refleja en su propia humanidad la actitud de Dios para con los hombres. La experiencia de conocer a Dios como el Dios de los sencillos y reconocer en la vida de los pobres a Dios como Padre, constituye, pues, la vivencia espiritual más original de Jesús; ahí conoce a Dios como Padre de bondad, de ternura, pronto al perdón, rico en misericordia; un Dios que convoca a todos a la fraternidad destruida por nuestros pecados. La conversión a Jesús y su seguimiento pasa irremediablemente por hacer de la irrupción de Dios en la vida de los desposeídos, y de la vocación de éstos al Reino, el camino diario de fidelidad evangélica. 4. EL GOZO DE QUE ASÍ LO QUIERE EL PADRE Según la tradición evangélica, una sola vez Jesús dirige al Padre una oración de alabanza. La fórmula es breve y sencilla: "Bendito seas, Padre, Señor de cielos y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien" (Mt 11,25-26). Esta admiración de Jesús fue provocada por la nueva experiencia que estaba viviendo: los secretos de Dios estaban siendo entendidos por los ignorantes y los incultos, mientras permanecían escondidos a los sabios y doctores. El hecho fue tan novedoso para la gente, que mereció ser destacado como algo insólito. Esta era la obra de Dios más imprevista y notable, aunque ya estaba predicha en el Antiguo Testamento. La oración de Jesús destaca que revelar los misterios a los sencillos es una obra plenamente de Dios. Más aún, el Padre revela en ella su "personalidad". Jesús conoce ahí el estilo del Padre. Un hecho de este tipo revela la mano de su autor. Sólo el Padre podía haber inventado aquello. Jesús admira la "originalidad" del Padre, opuesta al sentido común humano. Los hombres intentamos casi siempre hacer lo contrario, aun en el caso de la preparación que hace la Iglesia a los que se sienten llamados a seguir las huellas de Jesús. San Pablo se dio cuenta en Corinto de la renovación del hecho que tanto gozo dio a Jesús: los pobres artesanos recibieron la revelación de Dios, que los sabios de Atenas habían despreciado. "La locura de Dios es más sabia que los hombres... Lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios..." (1Cor 1,25.27). Santiago pregunta también con admiración: "¿No fue Dios quien escogió a los que son pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del Reino?" (Sant 2,5). En toda la historia de la Iglesia el retorno al espíritu evangélico ha partido siempre de los pobres, los marginados o los despreciados. Caso muy destacado fue el de Francisco de Asís. En nuestra época, en las Comunidades Eclesiales de Base, de nuevo se puede ver la maravilla anunciada con gozo por Jesús. La Palabra de vida está encontrando eco en el corazón de los marginados. El Evangelio está renaciendo entre los hombres y mujeres que la sociedad rechaza y desprecia. La alegría de Jesús por este hecho sigue siendo un desafío abierto y público. Para la gente de buen corazón, es una llamada a adoptar su mismo punto de vista. Cada vez que Dios es comprendido por los pobres, el corazón de Jesús salta de entusiasmo. Jesús se alegra de que los suyos sean reconocidos y promovidos. A los ojos de Jesús, el comportamiento del Padre hace resplandecer de nuevo la justicia. Es justo que los que siempre salen perjudicados, cuyos méritos nunca son reconocidos, sean salvados de la marginación y se les ofrezca un papel destacado en las obras de Dios. Esta obra de Justicia del Padre revela la grandeza de su corazón y brilla infinitamente más que todas las estrellas del cielo.