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General Conference Daily Bulletin, 1893
El mensaje del tercer ángel
A.T. Jones
“Se me ha dado instrucción para que emplee esos discursos su-
yos impresos en los Boletines de la Asociación General de 1893 y
1897, que contienen poderosos argumentos en relación con la vali-
dez de los Testimonios, y que sustentan el don de la profecía entre
nosotros. Se me mostró que esos artículos serían de ayuda para
muchos, y especialmente para aquellos recién llegados a la fe que
no han estado familiarizados con nuestra historia como pueblo. Será
para usted una bendición el leer de nuevo esos argumentos a los
que dio forma el Espíritu Santo” (E. White, Carta 230, 1908)
nº 6 p. 2 nº 16 p. 76
nº 7 p. 11 nº 17 p. 82
nº 8 p. 18 nº 18 p. 90
nº 9 p. 25 nº 19 p. 98
nº 10 p. 34 nº 20 p. 103
nº 11 p. 42 nº 21 p. 110
nº 12 p. 47 nº 22 p. 120
nº 13 p. 57 nº 23 p. 128
nº 14 p. 64 nº 24 p. 138
nº 15 p. 70
2
nº 6
Es mi propósito en esta noche hacer una especie
de resumen de lo presentado la pasada semana, ex-
trayendo después una lección a partir de ello. La
primera noche –el martes-, tras haber informado
sobre esa audiencia que sirvió de base para todo
nuestro estudio posterior, dirigimos nuestra atención
a tres puntos en particular; la noche del miércoles a
otros tres, y anoche a un punto más. Recordaréis que
los tres puntos de la primera noche centraron nuestra
atención en la proclamación actual del mensaje del
tercer ángel, según lo presenta el pasaje: “Si alguno
adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en
su frente o en su mano, él también beberá del vino
de la ira de Dios” (Apoc. 14:9). Y eso muestra por sí
mismo que ha llegado el tiempo en que la imagen
está ahí y que se va a recibir su marca, puesto que la
advertencia es contra la adoración de la bestia y su
imagen, contra la recepción de la marca en la frente
o en la mano.
El primero de los tres puntos consistía en que nos
es imposible seguir realizando la obra tal como
habíamos venido haciendo, y con respecto a ese pre-
ciso mensaje, nos sentimos movidos a predicarlo al
pie de la letra. El segundo, que eso muestra que se
ha formado la imagen, lo que significa que todo el
poder de la tierra queda en manos del enemigo del
mensaje del tercer ángel y de la causa de Dios, quien
lo va a ejercer en contra del pueblo y la obra de
Dios. Por consiguiente, el que se ponga de parte de
Dios tiene que depender de un poder superior al de
todo el mundo junto. El punto tercero consistió en
que al citar el cuarto mandamiento en la legislación,
interpretándolo como siendo el primer día de la se-
mana o domingo, y por lo tanto poniendo el domin-
go en el lugar del sábado del cuarto mandamiento, es
tan literalmente cierto que las iglesias protestantes
de este país, mediante el poder de este gobierno, han
invalidado la ley de Dios en la medida en que el po-
der terrenal puede hacerlo, como lo fue en la aposta-
sía original del papado cuando se asoció al gobierno
con el mismo fin. Y habiendo sucedido así, Dios ha
puesto en nuestros labios las palabras: “Tiempo es
de actuar, Jehová, porque han invalidado tu Ley”
(Sal. 119:126). Eso nos lleva al siguiente pensamien-
to: dado que todo el poder de la tierra está orientado
contra Dios, contra su sábado y contra su pueblo que
lo guarda, su pueblo, a fin de poder hacerle frente,
ha de disponer de un poder que sea superior al que
reúne toda la tierra en su contra, y que nos lleva al
versículo citado: “Tiempo es de actuar, Jehová, por-
que han invalidado tu Ley”. Por consiguiente, nece-
sitamos el poder de Dios. Nuestra oración diaria es:
Señor, ha llegado el momento de que tú actúes; nada
hay que nosotros podamos hacer.
El siguiente punto en el estudio es: El mensaje se
da a la vista del hecho de que quienes lo rechazan,
habrán de recibir las plagas. “Si alguno adora a la
bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente o
en su mano, él también beberá del vino de la ira de
Dios”.
La primera plaga se derrama sobre aquellos que
reciben la marca de la bestia, y bajo la sexta plaga
los reyes de la tierra se reúnen para la batalla del
gran día del Dios Todopoderoso. En el tiempo de esa
batalla regresa el Señor, y tiene lugar el fin del mun-
do. “El séptimo ángel derramó su copa por el aire. Y
salió una gran voz del santuario del cielo, desde el
trono, que decía: ‘¡Ya está hecho!’ Entonces hubo
relámpagos, voces, truenos y un gran temblor de
tierra, un terremoto tan grande cual no lo hubo jamás
desde que los hombres existen sobre la tierra”
(Apoc. 16:17 y 18).
En la historia de las naciones que fueron en el pa-
sado, cuando una nación se negó a buscar al Señor,
cuando eligió dar la espalda a Dios levantándose en
rebeldía contra él, dejó de tener cabida en el mundo.
La ruina fue su final inevitable. Puesto que este go-
bierno ha hecho eso mismo, no puede haber otra
consecuencia que no sea su ruina.
Por cierto, esta tarde he estado leyendo “Special
Testimonies”, y hay un pasaje tan expresivo al
respecto de este punto, que os lo leeré aquí. Está en
la página 16 de “Special Testimony to Ministers and
Conference Committees”. Dice así:
“El mundo cristiano ha aceptado el hijo del pa-
pado, y lo ha acunado y alimentado, desafiando
así a Dios al quitar su monumento conmemorativo
y estableciendo un sábado rival” (Mensajes Selec-
tos, vol. III, p. 463 -traducción revisada-).
¿Cuándo ocurrió eso? Cuando quitó su monu-
mento conmemorativo; cuando desafió a Dios qui-
tando su memorial y estableciendo un sábado falsifi-
cado. Esta es la palabra que leímos el otro día:
“El memorial de Dios ha sido derribado, y en su
lugar se destaca ante el mundo un sábado falso”.
Pero las iglesias lo han hecho con la intención de
que el poder de este gobierno asegurase la efectivi-
dad de su obra. ¿A qué se ha dejado arrastrar, pues,
esta nación, por acción de las iglesias apóstatas que
3
alberga? A desafiar a Dios. Cuando Belsasar desafió
a Dios tomando las vasijas sagradas de la casa de
Dios, profanándolas con su adoración lasciva, ese
gobierno perdió su lugar en este mundo. Este go-
bierno ha llegado al mismo punto, y la ruina es lo
único que ha de seguir. Ahora bien, la ruina de esta
nación es la ruina del mundo, puesto que su influen-
cia afecta al mundo entero, y la ruina tiene lugar en
ocasión de la venida del Señor, momento en el que
se ha de librar la gran batalla. Nos encontramos a las
puertas de esos acontecimientos.
El siguiente punto consistió en que la iglesia judía
apóstata se unió a “César” a fin de deshacerse del
Señor. La iglesia apóstata romana había hecho lo
propio, uniéndose a César a fin de deshacerse del
sábado del Señor. Cuando se juntó con César, Dios
no tuvo más remedio que destruir a la iglesia judía
apóstata. Pero antes de destruirla, llamó de ella a
todos los que serían suyos. La iglesia judía era a la
vez iglesia y nación, de forma que al ser destruida, la
lección quedó desplegada ante el mundo a modo de
ejemplo, tanto para iglesias como para naciones. Se
trataba de la nación e iglesia judía, que había dado la
espalda a Dios. Cuando la iglesia judía desechó a
Dios, la nación judía estaba haciendo eso mismo. La
nación había de ser entonces destruida, y también la
iglesia. Así, el resultado de esa apostasía, tanto para
la iglesia como para la nación, había de ser sólo uno:
la ruina.
Cuando la iglesia de Roma siguió el mismo ca-
mino, significó la ruina para el imperio romano; y,
habiendo seguido esta nación el mismo camino, no
cabe esperar otra cosa que la ruina, y la ruina para la
nación es también la de la iglesia. Pero antes de esa
ruina inminente, se escucha el mensaje: “¡Salid de
ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus
pecados ni recibáis parte de sus plagas!” (Apoc.
18:4).
Por último, anoche vimos que la intención del
papado es reunir a todas las naciones bajo su in-
fluencia; y una vez logrado lo anterior, esa institu-
ción se felicita a sí misma diciendo: “Estoy sentada
como una reina, no soy viuda y no veré llanto” (vers.
7). ¿Qué viene después? -Las plagas.
A esta nación le ha de suceder lo mismo que su-
cedió a las precedentes, cuando volvieron a Dios la
espalda, y nos encontramos en la vorágine de los
eventos que provocarán todo eso. Lo mismo que
sucedió a las otras naciones que olvidaron a Dios, va
a suceder pronto aquí.
Hay siete puntos diferenciados, cada uno de los
cuales nos lleva a los eventos del mensaje del tercer
ángel, mensaje que ha de salvar a todo aquel que
vaya a ser salvo antes del fin del mundo. No se trata
de puntos “fabricados”. Cada uno de ellos es sim-
plemente la consecuencia de cosas que están ante la
vista de cualquiera en este mundo. Este es el texto
con el que comenzamos: “El pueblo que comprenda
ahora lo que está pronto a sobrevenirnos, en vista de
lo que está ocurriendo ante nuestros ojos, no confia-
rá ya más en invenciones humanas, y sentirá que es
necesario reconocer, recibir y presentar a la gente el
Espíritu Santo” (E.G.W., The Home Misionary, 1
noviembre 1893). Así, en las sucesivas lecciones he
procurado analizar lo que está ante nosotros en el
mundo, y ver lo que está a punto de ocurrir; no sim-
plemente lo que va a llegarnos, sino lo que va a lle-
garnos pronto, con todo lo que implica. No hay for-
ma de escapar a las cosas que todos pueden y deben
ver en el mundo, sea que tengan los ojos abiertos o
no. Sea que crean o no en lo que está a punto de ve-
nir, no pueden evitar ver lo que ven; no hay para
nadie escapatoria, de no ser mediante el mensaje del
tercer ángel.
Avancemos ahora un poco más en lo que eso
significa para nosotros. Hemos visto que todo el
poder de esta tierra está ahora bajo la influencia del
papado. Todos lo podéis ver. Pero ¿quién es el diri-
gente en el papado? ¿Quién está obrando contra la
iglesia de Dios? Satanás. ¿Mediante quién obró
mientras Cristo estuvo en la tierra? Mediante el
dragón. ¿Mediante quién obró cuando la iglesia
estuvo en el desierto? Mediante la bestia. ¿Mediante
quién obra contra la iglesia remanente? Mediante la
imagen. Mediante el dragón, la bestia y el falso
profeta –o imagen-. Esos son los tres instrumentos
mediante los cuales hace guerra contra la iglesia de
Dios, desde el nacimiento de Cristo hasta el fin del
mundo.
Todos los poderes de la tierra se encuentran,
pues, en las manos de Satanás, quien los empleará
contra la iglesia. ¿Cuánto tiempo creéis que va a
pasar antes de que se cumpla ese versículo que dice
que Satanás obra con todo el poder? ¿Acaso no lo
está haciendo ya? Todo el poder que conoce esta
tierra, todo el poder que hay en el reinado en donde
mora Satanás, está ahora en sus manos. Va a obrar
con todo el poder. “La aparición de ese inicuo es
obra de Satanás, con gran poder, señales y prodigios
mentirosos” (2 Tes. 2:9). ¿Para qué ha reunido ese
poder, si no es para usarlo? ¿Suponéis que va a estar
parado mucho tiempo, especialmente cuando el pue-
blo de Dios se esté encomendando y consagrando al
Señor? Eso es lo que enfurece a Satanás, que se
guarden los mandamientos de Dios y se manifieste
el testimonio de Jesús.
Así pues, todo ese poder está en sus manos, para
4
emplearlo contra la iglesia de Dios, contra Dios,
contra su sábado y contra aquellos que respetan al
Señor y a su sábado, puesto que esa es la señal de
lealtad al Señor.
Por lo tanto, repito que todo aquel que vaya a ser
fiel a Dios lo habrá de ser en contra de todo el poder
que hay en el mundo: todo el poder que este mundo
conoce, del tipo que sea. Así pues, hermanos, el
asunto que vosotros y yo hemos de decidir ahora, es
si vamos a avanzar o no. Hemos de decidir si vamos
a avanzar, o si nos paramos aquí. Tan ciertamente
como decidamos permanecer en la profesión que
hemos hecho, tan ciertamente como decidamos te-
nernos por la ley de Dios y la fidelidad a nuestra
profesión, habremos de hacerlo en contra de todo el
poder que este mundo conoce, estando Satanás en
posesión y uso de tal poder. Hemos de mantener
nuestra lealtad a Dios y a su ley, en contra de toda
consideración, soporte o protección humanas. ¿No
se va a tratar acaso del pueblo que se tiene por la ley
de Dios, que depende de Dios solamente, puesto que
nada hay debajo del sol de lo que pueda depender?
Debemos advertir a la gente del mundo acerca de
ese poder, debemos advertirlos contra sus maquina-
ciones, sacarlos de ahí y llevarlos a Dios. ¿Podré
hacer eso de alguna forma si conservo cualquier
conexión con el mundo o la mundanalidad? [Con-
gregación: “No”]. Si participo de un espíritu munda-
no y de una disposición mundana, ¿podéis decirme
cómo voy a ser capaz de advertir a la gente a que se
separe totalmente del mundo? ¿Qué fuerza tendrían
entonces mis palabras para que alguien siguiera ese
curso? ¿Alguien puede decirme cómo vais a poder
lograrlo en ese caso? Poco importa que seáis pastor
o no; que seáis un adventista del séptimo día, o sólo
un profeso adventista; no hace falta que seáis un
pastor: basta con que seáis un profeso adventista del
séptimo día, a efectos de responder esta pregunta.
Quiero saber cómo vais a mantener dignamente esa
profesión, o a tener el poder necesario para abordar
la gente de este mundo, si es que estáis conectados
con este mundo en espíritu, mente, pensamiento,
deseos o inclinaciones. No podréis ciertamente. Una
conexión con el mundo del espesor de un cabello os
privará del poder que ha de acompañar al llama-
miento que advertirá al mundo contra ese poder ini-
cuo y mundano, a fin de que se separen totalmente
de él.
Por lo tanto hermanos, si en adelante nuestro
mensaje ha de poseer poder, ¿qué debemos hacer?
Hemos de romper cualquier amarra con todo lo que
este mundo conoce. ¿Estáis dispuestos? No basta
con que os pregunte si estáis dispuestos: ¿Lo habéis
hecho ya? [Congregación: “Sí”].
La imagen que empleó el hermano Porter hace ya
algún tiempo es espléndida. El profeta buscaba a
quienes daban ese mensaje, pero miraba demasiado
bajo. El ángel le dijo: ‘Mira más arriba’. Gracias al
Señor, están por encima del mundo. Allí es donde
pertenecen, por encima del mundo, sobre un funda-
mento que Dios ha establecido para que lo transiten.
Y todos aquellos que estén en una posición tan baja
como para hacer necesario que se mire al mundo
para encontrarlos, no pueden dar el mensaje del ter-
cer ángel. Hemos de estar por encima del mundo.
Por lo tanto, cortad amarras, hermanos.
Ha llegado el momento como nunca antes en que
tiene que haber una separación del mundo. “Yo os
elegí del mundo”, dice Jesús (Juan 15:19). Dado que
nos ha escogido del mundo, busquémoslo cada día a
fin de que pueda comisionarnos. Cristo dijo a sus
discípulos: “Yo os elegí a vosotros y os he puesto
[comisionado u ordenado] para que...” (Juan 15:16).
Nos ha escogido; asegurémonos de que nos ha comi-
sionado para la obra que tiene para nosotros, que
consiste en llevar la palabra de Dios en contra de
todo el poder que este mundo conoce, a fin de sepa-
rar del mundo a un pueblo, tan separado para Dios
como para renunciar totalmente al poder de este
mundo y a toda conexión con él.
Lo anterior nos lleva una vez más a la consagra-
ción. Gracias al Señor porque sea así. Y no podemos
aferrarnos al mensaje del tercer ángel, no podemos
mantenernos en él ni tener su espíritu o realizar su
obra, sin una consagración plena.
Otro punto al respecto: Los que se tengan por la
ley de Dios no van a ser tenidos en alta considera-
ción por mucho tiempo. De ninguna manera. No van
a ser apreciados, loados ni cortejados. Al contrario.
Quizá sea mejor que lo leamos de “Great Contro-
versy”, vol. IV, p. 590:
“Y luego el gran engañador persuadirá a los
hombres de que son los que sirven a Dios los que
causan esos males. La parte de la humanidad que
haya provocado el desagrado de Dios lo cargará a
la cuenta de aquellos cuya obediencia a los
mandamientos divinos es una reconvención
perpetua para los transgresores. Se declarará que
los hombres ofenden a Dios al violar el descanso
del domingo; que este pecado ha atraído
calamidades que no concluirán hasta que la
observancia del domingo no sea estrictamente
obligatoria; y que los que proclaman la vigencia
del cuarto mandamiento, haciendo con ello que se
pierda el respeto debido al domingo y rechazando
el favor divino, turban al pueblo y alejan la
prosperidad temporal. Y así se repetirá la acu-
sación hecha antiguamente al siervo de Dios y por
motivos de la misma índole: ‘Y sucedió, luego que
5
‘Y sucedió, luego que Acab vio a Elías, que le dijo
Acab: ¿Estás tú aquí, perturbador de Israel? A lo
que respondió: No he perturbado yo a Israel, sino
tú y la casa de tu padre, por haber dejado los
mandamientos de Jehová, y haber seguido a los
Baales’ (1 Rey. 18:17 y 18). Cuando con falsos
cargos se haya despertado la ira del pueblo, éste
seguirá con los embajadores de Dios una conduc-
ta muy parecida a la que siguió el apóstata Israel
con Elías” (El conflicto de los siglos, p. 647 y 648).
Y en la página 590 leemos:
“Los que honren el sábado de la Biblia serán
denunciados como enemigos de la ley y del orden,
como quebrantadores de las restricciones morales
de la sociedad, y por lo tanto causantes de anar-
quía y corrupción que atraen sobre la tierra los al-
tos juicios de Dios. Sus escrúpulos de conciencia
serán presentados como obstinación, terquedad y
rebeldía contra la autoridad. Serán acusados de
deslealtad hacia el gobierno. Los ministros que
niegan la obligación de observar la ley divina pre-
dicarán desde el púlpito que hay que obedecer a
las autoridades civiles porque fueron instituidas
por Dios. En las asambleas legislativas y en los
tribunales se calumniará y condenará a los que
guardan los mandamientos. Se falsearán sus pa-
labras, y se atribuirán a sus móviles las peores in-
tenciones” (Id., p. 649).
En “Testimony” nº 32, p. 208, leo un testimonio
dado en 1885, hace ya siete años:
“Mientras los hombres están durmiendo, Sata-
nás arregla activamente los asuntos de tal manera
que el pueblo de Dios no obtenga ni misericordia
ni justicia” (Joyas de los Testimonios, vol. II, p.
152).
¿Cómo se podría esperar que obtuviéramos mise-
ricordia y justicia, siendo que todo el poder de los
gobiernos de la tierra está en las manos del papado,
y es Satanás quien lo dirige? ¿Y cómo podríais espe-
rar justicia cuando el propio Satanás ha dispuesto
todo el poder de esta tierra en contra del pueblo de
Dios? No hay ahí ninguna justicia: no la podemos
esperar. Eso nos lleva al punto de que hemos de es-
tar tan separados de este mundo como para no espe-
rar protección alguna del mismo, como para no espe-
rar ninguna misericordia ni justicia del mundo. Si las
obtenemos, se tratará sólo de misericordia de Dios,
manifestada en ellos a pesar suyo. Cuando estamos
en una posición en la que la única misericordia que
podemos esperar de la tierra es la que Dios arranque
de ellos, ¿dónde está nuestra única dependencia? En
Dios.
No nos van a tratar bien, ni gozaremos de una alta
consideración. Se fabricará y esparcirá toda clase de
reproches contra nosotros. Quisiera saber cómo po-
drá alguien permanecer fiel al mensaje del tercer
ángel, cumpliendo su obra, si está preocupado por lo
que los demás digan de él, importándole mucho su
reputación y siendo dependiente de ella. No podrá.
Pero gracias al Señor, Dios tiene algo mucho mejor
en que podemos confiar, que es el carácter. No olvi-
demos que Jesús, nuestro ejemplo en este mundo,
menospreció el oprobio y se despojó de su reputa-
ción (Heb. 12:2; Fil. 2:7).
Eso establece el hecho de que el pueblo que haya
de dar el mensaje del tercer ángel y tenerse en pie
fielmente por Dios, lo habrá de hacer considerando
exclusivamente el carácter, y habrá de desechar
todo cálculo relativo a la reputación. Nunca más
habrán de entrar ya en nuestros cálculos cuestiones
de reputación tales como ‘qué van a pensar o decir
los demás de nosotros’. La reputación no salvará a
nadie. Si ha de estar condicionado por aspectos de
imagen y reputación, si es que eso ha de tener la más
mínima importancia en su mente, es preferible que
claudique del todo, pues nunca podrá conservar su
reputación quien se atiene al mensaje del tercer án-
gel.
Por lo tanto, ahora mismo, hoy, es el momento de
abandonar todas esas profesiones, ya que haciendo
así aliviaréis a vuestros hermanos. Si es que habéis
de claudicar finalmente, hacedlo cuanto antes; pues-
to que cuanto más lejos vayáis -para claudicar des-
pués-, más difíciles pondréis las cosas a vuestros
hermanos. Por lo tanto, a menos que lo asumáis ple-
namente, mejor abandonadlo esta noche, tomad otro
camino y dejadlo del todo; permitid así que queden
en libertad los que vayan al frente. Hemos llegado a
la encrucijada de la decisión, en la que cada uno ha
de elegir teniendo en cuenta que no se podrá depen-
der de nada que haya en este mundo, que no habrá
de entrar en los cálculos ninguna de las considera-
ciones que este mundo pueda presentar. En particu-
lar, no ha de tener cabida ninguna consideración
relativa a la reputación o a qué van a pensar los
hombres. Cuando todo el poder del mundo esté en
contra de quienes se mantengan fieles a Dios, el ca-
rácter de Jesucristo valdrá diez mil veces diez mil
reputaciones que sea posible manufacturar.
La reputación es algo muy importante a los ojos
del mundo, pero para Dios no significa nada. Repu-
tación es todo lo que Satanás tiene para ofrecer. Es
su único fundamento, y la declaración que frecuen-
temente se cita es correcta, referida al hombre en
cuyos labios la coloca quien la escribió: “El tesoro
más preciado que la mortalidad puede conceder es
una reputación inmaculada”. Era adecuada para él,
pues la reputación es todo cuanto tenía. Con poste-
rioridad declaró haberla perdido, y quedó hundido
6
en el pesar, clamando: “¡Oh, mi reputación!... He
perdido mi reputación”. Y una vez que la hubo per-
dido, por supuesto no le quedaba nada en que apo-
yarse. Estaba totalmente desvalido. No tenía un ca-
rácter del que depender, sino sólo una reputación
perdida. Es muy propio que ese sentimiento proceda
de él, debido al “carácter” que poseía aquel en cuya
boca puso esas palabras quien lo escribió; pero se
trata de una mentira. El tesoro más preciado que la
mortalidad puede conceder no es la reputación in-
maculada: el tesoro más preciado que tanto la morta-
lidad como la inmortalidad conceden es un carácter
inmaculado; y el único carácter inmaculado que este
mundo ha conocido es el de Jesucristo. Y ese, su
carácter, nos lo da a ti y a mí, un don gratuito y ben-
dito de parte de Aquel que edificó dicho carácter en
sí mismo.
Por lo tanto, hermanos, dejad que el viento se lle-
ve toda cuestión relativa a la reputación. Ahí está su
lugar, pues la reputación es tan inestable como el
viento, mientras que el carácter es tan permanente
como la eternidad. Abandonad, pues, todo apego a la
reputación. Tengamos un carácter; tengamos ese
carácter que resistirá el juicio. Si es así, aunque Sa-
tanás con todo su poder logre atribuirnos la peor
reputación que quepa inventar, demos gracias a Dios
por haber obtenido un carácter que resistirá en el
juicio. Podemos permitirnos prescindir del mundo y
de la reputación: en Jesucristo tenemos algo muchí-
simo mejor.
Eso no es todo. Hay otra faceta. Está llegando el
momento en que todo el que se adhiera al mensaje
del tercer ángel y al sábado del Señor, manteniéndo-
se fiel, no podrá comprar o vender nada en este
mundo. Por lo tanto, todo el que profese ser adven-
tista del séptimo día, todo el que profese fidelidad al
mensaje del tercer ángel, tiene ahora que decidir si
va a seguir firme, en contra de toda consideración
relativa a la posesión y a la propiedad en este mun-
do.
Ni en nuestros cálculos ni en nuestra obra debiera
entrar consideración alguna relativa a la propiedad o
a los intereses comerciales mundanales. Ninguna
consideración de ese tipo debiera entrar en los cálcu-
los de ningún adventista del séptimo día a partir de
ahora. De lo contrario, haría mejor en detenerse aquí
mismo, ya que si voy a plantearme cuánto voy a
tener, cómo va a irme este o aquel negocio, o lo que
voy a ganar o perder de esta o de aquella forma, en
el caso de ser fiel al sábado; si voy a permitir que
esas cuestiones entren en mis cálculos, es mejor que
me entregue totalmente a los intereses propios y deje
lo otro. Ahora bien: ¿Cuál ha de ser el final de esas
ganancias, de esas propiedades que me hacen cues-
tionar y dudar? La más completa destrucción. Por lo
tanto, si hay alguna cuerda de simpatía que me ata
con lo terreno, cuando llegue el momento de su des-
trucción, ¿cuál será mi suerte? Evidentemente, la
misma. Supongamos que dicha cuerda tiene sola-
mente el calibre de un hilo. ¿Me arrastrará? Sin duda
lo hará. Por lo tanto, hermanos, ha llegado el mo-
mento de cortar toda atadura. Y una vez más hemos
llegado al momento decisivo.
Todo el que permanezca fiel al mensaje del tercer
ángel deberá afrontarlo, y lo hará al margen de toda
consideración relativa al provecho, al dinero, a la
propiedad o a cualquier cosa por el estilo. Nada de
eso tendrá el más mínimo peso para él, en cuanto a
su proceder en relación con el mensaje del tercer
ángel. Ahí está la declaración: “...y que ninguno
pudiera comprar ni vender, sino el que tuviera la
marca o el nombre de la bestia o el número de su
nombre” (Apoc. 13:17). “Si alguno adora a la bestia
y a su imagen y recibe la marca en su frente o en su
mano” (14:9). No es de ninguna forma necesario que
crea en ella. La ley dice: ‘Guarda el domingo’. Y si
lo guarda, ¿qué significa? Que ha entrado en un
compromiso con Satanás y que ha aceptado la marca
de Satanás, en lugar de la de Cristo. Ha puesto a
Satanás por encima de Cristo en su consideración, y
está obedeciendo al poder del mundo y no a las pa-
labras de Cristo. ¿De cuánto poder va a disponer
para su salvación del mundo, quien así proceda?
Aquel que se compromete con las leyes domini-
cales hasta el punto de dejar de trabajar y observar el
domingo porque así lo establece la ley, mientras
piensa que está guardando el sábado, puso a Satanás
por encima de Cristo. Está poniendo su dependencia
en el poder terrenal. Pero ¿en manos de quién está
ese poder? En las manos de Satanás. Por lo tanto, de
acuerdo con su profesión y sus actos, ¿acaso no está
dependiendo de Satanás, tanto como de Cristo?
¿Tienen uno y otro alguna concordia? Ninguna.
Bien, pues no permitamos a Satanás que participe,
hermanos. Nadie que se mantenga fiel al mensaje del
tercer ángel permitirá que Satanás tenga una partici-
pación como esa.
¿No es el sábado la señal de lo que Dios es para
el hombre? ¿No es la señal del Dios verdadero, y no
es Dios el que es? Siendo así, ¿no es la señal de lo
que Dios es, tanto como de que Dios es? Por consi-
guiente, ¿qué es? Es el Señor, el Señor Dios, Dios
fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y
grande en misericordia y verdad, que guarda miseri-
cordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebe-
lión y el pecado. Él es nuestra vida.
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El sábado es, pues, la señal de lo que Dios es para
aquel que cree en él. Pero ¿dónde encontramos a
Dios? ¿Dónde únicamente se lo puede encontrar? En
Jesucristo. “Nadie conoce... quién es el Padre, sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”
(Luc. 10:22). Así, para nosotros, Cristo es Dios. Para
este mundo y para todas las criaturas inteligentes,
Cristo es Dios. Por lo tanto, ¿no es el sábado la señal
de lo que Cristo es para el hombre? Al observarlo, es
la señal de lo que Cristo es para nosotros. Por lo
tanto, si observo el domingo debido a que la ley lo
establece así, eso significa que para mí el domingo
es tan importante como el sábado, pero eso es lo
mismo que decir que Satanás significa para mí tanto
como Cristo. Y cuando sucede eso, Cristo no signi-
fica mucho para mí. Cuando Cristo significa tan po-
co como para no importarme el tomar la señal del
poder del papado, que no es otra cosa que la señal
del poder de Satanás, poniéndolo al mismo nivel que
lo que Cristo es para mí, entonces Cristo no es nada
para mí. Si Cristo no lo es todo, ¿qué es entonces?
“Cristo es el todo y en todos” (Col. 3:11). Si Cristo
no lo es todo para mí, ¿qué es entonces? -¡Nada! Eso
nos lleva de nuevo al hecho de que hemos de resistir
esa señal en contra de toda consideración que el
mundo pueda hacer.
Eso no es todo. Hay aún otra idea en el versículo:
“Se le permitió infundir aliento a la imagen de la
bestia, para que la imagen hablara e hiciera matar a
todo el que no la adorara”.
Ha de llegar un momento en el que se pronuncie
sentencia de muerte sobre aquel que permanezca fiel
al mensaje del tercer ángel. Perderá su derecho a la
vida, según los poderes de esta tierra en cuyas ma-
nos está. Por lo tanto, ¿habrá de caber en nuestros
cálculos alguna consideración relativa a la vida?
¿Qué os parece, hermanos?
¿Podrá alguien considerar el valor de su vida aho-
ra, permitiendo que pese en sus cálculos relativos a
si va a permanecer fiel o no al mensaje del tercer
ángel? Haremos bien en meditar en esas cosas, dis-
cerniendo su significado. Si permito que la preserva-
ción de mi vida temporal tenga alguna influencia en
mi compromiso con el mensaje del tercer ángel, ¿de
qué sirve que siga pretendiendo ser fiel al mensaje?
¿No es preferible que lo abandone aquí y ahora? El
hecho, tal como hemos visto, es que permanecer de
parte del mensaje ha de significar la pérdida de esta
vida. Por lo tanto, si le concedemos la importancia
que sea en nuestra decisión, es mejor que nos deten-
gamos y abandonemos cuanto antes el asunto.
La pena de muerte está incluida en cada uno de
los pasos que configuran la persecución. Puede no
estar explicitada en palabras, pero está allí presente
desde el primer paso, ya que cuando el gobierno se
implica en leyes religiosas opresivas, lo hace siem-
pre con el objeto de preservarse a sí mismo. Así se
ha declarado de forma explícita en el caso de esta
ley dominical del Congreso. Los que desobedecen
las leyes dominicales son multados preceptivamente,
pero no pagan sus multas –no lo harán ciertamente
los guardadores del sábado. Entonces han de ser
encarcelados para pagar esa deuda. Al término de su
reclusión son devueltos a la libertad. Vuelven enton-
ces a trabajar en domingo, siendo ahora más elevada
la multa en razón de su reincidencia, lo que lleva a
su vez a una encarcelación más prolongada. Pero en
ningún caso se logra que dejen de trabajar en do-
mingo, tal como pretende esa ley. Por lo tanto, dado
que ninguna de las penas logra el objetivo de ese
precepto, tiene lugar una escalada punitiva que ter-
mina sólo al alcanzar la más dura de las penas: la
pena de muerte. Por consiguiente, la pena de muerte
está implícita en toda ley dominical que jamás se
haya promulgado en esta tierra, tan ciertamente co-
mo que toda ley ha de ser cumplida y aplicada. De-
bido a ello, el historiador Gibbon dijo al mundo hace
ya más de cien años:
“Corresponde a los autores de la persecución
el decidir previamente si están determinados a
sustentarla hasta su última consecuencia. Obran-
do así excitan la llama que se esfuerzan por as-
fixiar, y pronto se hace necesario castigar la con-
tumacia y crimen del ofensor. La multa impuesta,
que no quiere o no puede satisfacer, expone a esa
persona a la severidad de la ley, y la ineficacia de
las sanciones menores sugiere el recurso a la pe-
na capital”.
El historiador llamó así la atención de las nacio-
nes y de sus dirigentes en todo el mundo, a fin de
que antes de entrar en el camino de la persecución
consideren si están dispuestos a respaldarla con la
pena capital. Si no lo están, es mejor que desistan
antes de comenzar. Así es en los principios, y así se
ha de demostrar en la práctica.
¿No resulta, pues, claro que los que permanezcan
fieles al mensaje del tercer ángel, fieles a la ley de
Dios y a su sábado, lo habrán de hacer al margen de
toda consideración relativa a la preservación de su
vida? [Congregación: “Sí”].
Otro punto: Cuando hayan desaparecido todo
apoyo y protección de esta tierra; cuando se nos
haya desprovisto de la reputación que tanto valora el
mundo; cuando se hayan perdido toda propiedad o
medio de ganancia, e incluso cuando la propia vida
resulte amenazada, ¿qué quedará entonces?, ¿cuánto,
de los intereses y cosas de este mundo, ligará al que
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permanezca fiel? Aquel que, después de contar el
costo, dejó de lado toda consideración relativa al
apoyo y protección terrenales, a la misericordia y la
justicia que cabría esperar; aquel que desestimó lo
que van a pensar o decir los demás sobre eso, quien
asumió la pérdida de sus propiedades, su imposibili-
dad de comprar o vender, quien prescindió de todo
apego por la preservación de su propia vida, al que
así hizo, ¿cuánto le queda del mundo? [Congrega-
ción: “Nada”].
¿Acaso la Biblia, la Palabra de Dios, no emplaza
a todo adventista cara a cara con esas decisiones,
demandando de él una elección? [Congregación:
“Sí”]. Ha llegado, por lo tanto, el momento de reca-
pacitar seriamente. Es ciertamente tiempo de pensar
con mucha seriedad. Pero gracias al Señor, no tene-
mos motivo alguno para estar atemorizados ante
nuestro enemigo. El Señor nunca permitirá que sea-
mos llevados a un lugar del que no hayamos de salir
de forma mucho más gloriosa que si nunca hubiéra-
mos estado allí. El Señor nunca nos llama a seguir
un curso de acción que conduzca a la pérdida de
algo, si es que no nos da en lugar de lo que se perdió
algo de valor infinitamente superior. Cuando nos
llama a permanecer fieles a su verdad, siendo que
eso nos lleva a expulsar de nuestros cálculos toda
consideración de soporte o protección terrenales, nos
está diciendo simplemente: ‘Aquí está para ti todo el
poder del cielo y de la tierra’. “Toda potestad me es
dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18), y “Yo
estoy con vosotros”. Se trata de la protección del
Todopoderoso traída en favor nuestro. “El eterno
Dios es tu refugio y sus brazos eternos son tu apoyo”
(Deut. 33:27). “Mira que te mando que te esfuerces
y que seas valiente; no temas ni desmayes, porque
Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que va-
yas” (Jos. 1:9). ¿No es esa su palabra? Leámosla en
mayor extensión. En Isaías 51 encontramos una ora-
ción que el Señor quiere que elevemos a él:
“¡Despiértate, despiértate, vístete de poder, brazo
de Jehová! ¡Despiértate como en el tiempo antiguo,
en los siglos pasados! ¿No eres tú el que despedazó
a Rahab, el que hirió al dragón? ¿No eres tú el que
secó el mar, las aguas del gran abismo, el que trans-
formó en camino las profundidades del mar para que
pasaran los redimidos? Ciertamente volverán los
redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando y
gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas. Tendrán
gozo y alegría y huirán el dolor y el gemido” (vers.
9-11).
¿Cómo han de entrar en Sión? –Cantando. Co-
mencemos ya ahora. El Señor no desea que entremos
con las cabezas bajas y escondiéndonos, como si
temiéramos ser vistos y no tuviéramos sitio en el
mundo. “Erguíos y levantad vuestra cabeza, porque
vuestra redención está cerca”, dice Jesús (Luc.
21:28). Cada uno de nosotros pertenecemos a este
mundo hasta que Dios termine con nosotros, y ni el
mismo Satanás puede ocasionarnos daño alguno
hasta que el Señor termine con nosotros, y ni aún
entonces podrá hacernos daño alguno. Alegrémonos
de que sea así.
“Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú
para que tengas temor de los mortales y de los hijos
de los hombres, que son como el heno?” (Isa.
51:12).
¡Y profesamos creer en Dios! Nos aferramos a la
ley de Dios, tenemos el sábado del Señor, que nos
revela quién es Dios: nos dice que él es el verdadero
Dios, el Dios viviente y Rey eterno; la tierra tembla-
rá cuando se aire, su palabra es capaz de traer a los
mundos a la existencia, su misma palabra los des-
hace en pedazos; y hay aquí ciertos hombres que son
como el heno que se seca y se desvanece en un breve
tiempo, que te dicen que si haces tal cosa vas a ir a
la cárcel, y que si persistes en ella hasta el final serás
condenado a muerte. ¡Y eso nos atemoriza! ¿Acaso
no tiene razón Dios, al hacernos una pregunta como
esa? ‘¿Quién eres tú para que tengas temor de uno
que ha de morir?’ Eso es lo que quiere saber. ¿No es
una sabia pregunta? “Yo, yo soy vuestro consolador.
¿Quién eres tú para que tengas temor de los mortales
y de los hijos de los hombres, que son como el
heno?” ¿No veis que el que profesa creer en el Señor
lo insulta al temer de esa forma al hombre? El Señor
declara que si teme, no está dependiendo de él.
Leamos más. “¿Ya te has olvidado de Jehová, tu
Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra?
Todo el día, sin cesar, has temido el furor del que
aflige, cuando se dispone a destruir. ¿Pero dónde
está el furor del que aflige?” (vers. 13). Gracias al
Señor. Es justamente ahora cuando el furor del que
aflige está a punto de desatarse. ¿Por qué nos
habríamos de atemorizar ante él, como si fuese ca-
paz de destruir? ¿No fue Elías atacado y expulsado,
teniendo que huir por su vida? Tras haber efectuado
un largo viaje se sintió exhausto y se recostó para
descansar. Quedó entonces dormido y un ángel del
Señor se puso junto a él. El ángel lo tocó y le dijo:
‘Levántate, Elías, y come’. Encontró un pan cocido
en brasas y un jarro de agua junto a su cabecera.
Gracias al Señor.
¿No estaba Elías perfectamente a salvo? Herma-
nos, ¿no os parece que vale la pena ser expulsados, a
fin de tener un encuentro así con un ángel? ¿Preferís
acaso no ser expulsados y quedaros sin ese encuen-
9
tro? No temamos, pues. Elías se volvió a dormir
tranquilamente, tal como hizo también Pedro cuando
fue condenado a muerte. ¿Y por qué no habrían de
hacerlo? ¿De qué habría servido preocuparse? Elías
se quedó nuevamente dormido, y el ángel vino por
segunda vez a despertarlo y a ministrarle. Le dijo de
nuevo: ‘¡Levántate, Elías, y come, porque te espera
un largo viaje!’ Hermanos, Dios nos dará pan para el
viaje. Si el viaje es demasiado largo, nos dará una
doble ración antes de iniciarlo. Os digo, hermanos:
es tiempo de que aprendamos a confiar en el Señor.
Hagámoslo ya ahora. Él nos lo ordena. Leemos en
otro lugar: “Se le dará su pan y sus aguas tendrá se-
guras” (Isa. 33:16). Así es.
“El preso agobiado será libertado pronto; no mo-
rirá en la mazmorra ni le faltará su pan. Yo Jehová,
que agito el mar y hago rugir sus olas, soy tu Dios, y
mi nombre es Jehová de los ejércitos. En tu boca he
puesto mis palabras y con la sombra de mi mano te
cubrí, extendiendo los cielos, echando los cimientos
de la tierra y diciendo a Sión: ‘Pueblo mío eres tú’”
(Isa. 51:14-16).
Por lo tanto, hermanos, recibámoslo; entonces no
habremos de temer la opresión o las dificultades, o si
no vamos a poder comprar o vender absolutamente
nada, ya que el Señor tiene para nosotros algo mu-
chísimo mejor.
Con respecto a la reputación: Olvidadla. Él nos
da un carácter, un carácter que él mismo tejió desde
el pesebre hasta el sepulcro, un carácter completo en
todo respecto; y nos dice: ‘Tómalo y póntelo, y ven
a mi cena de bodas’. Ese es el carácter, y esas las
vestiduras que coloca sobre su pueblo, de forma que
las plagas no puedan afectarlo, y el poder del enemi-
go no pueda vencerlo ni contaminarlo. “En gran ma-
nera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi
Dios, porque me vistió con vestiduras de salvación,
me rodeó de manto de justicia, como a novio me
atavió y como a novia adornada con sus joyas” (Isa.
61:10). Gracias al Señor.
Con respecto a la vida: Cuando el Señor nos lla-
ma a tomar posición de lealtad hacia su ley, eso im-
plicará la amenaza de la pérdida de nuestras vidas.
¿Qué sucede entonces? Nos dice simplemente: ‘No
os preocupéis por esta vida: va a desvanecerse de
todas formas dentro de muy poco tiempo; aquí está
esta otra vida que perdurará por la eternidad’. Cuan-
do nos pide que seamos fieles a su ley, haciendo que
esta vida volátil y mortal resulte amenazada, nos
dice: ‘Aquí hay vida inmortal’. “El que cree en el
Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). “Este es el tes-
timonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta
vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11). ¿Nos la ha dado?
El que tiene al Hijo, ¿va a tener vida eterna en algún
momento en el futuro? “El que tiene al Hijo tiene la
vida” (vers. 12). ¿Cómo podríamos tener al Hijo sin
tener la vida? ¿Está acaso Cristo muerto? ¡No! ¡Vi-
ve! Así, cuando lo tenemos a él, tenemos la vida que
hay en él.
Ved a dónde nos lleva, cuando alguien que profe-
sa tener a Cristo no cree tener la vida que hay en
Cristo, que es vida eterna. ¿Qué clase de Cristo es
ese? ¿Un Cristo que no tiene vida en sí mismo? Im-
posible. Cristo no está muerto. ¿No es eso lo que ha
estado resonando en nuestros oídos una vez tras otra,
durante años, mediante la voz que ha estado hablan-
do de parte del Señor? “Hermanos, Cristo no está en
la tumba nueva de José, con su gran piedra sellando
la entrada del sepulcro. No: ¡Ha resucitado! ¡Vive!
¡Vive! Proclamadlo con la voz y con la pluma”.
Puesto que vive, y vive para siempre, cuando lo
tengo a él, tengo a un Salvador viviente. “El que
tiene al Hijo tiene la vida”. ¿Qué tipo de vida es la
que hay en él? Sólo vida eterna. Así, cuando lo ten-
go a él, tengo su vida, que es vida eterna, tal como él
mismo afirmó. Pero tal como nos ha enseñado el
hermano Haskell en sus presentaciones, no podemos
tener su vida a menos que entreguemos la nuestra.
Al hacer así, nos encontramos con Jesucristo. Esa es
hoy la enseñanza. Someted esta vida, y obtendréis a
cambio una que es infinitamente superior. Ahora es
el tiempo de hacerlo. Pero si me aferro a esta vida,
cuando se acabe, ¿qué me va a quedar? [Congrega-
ción: “Nada”].
Por lo tanto, aquel que dispone únicamente de es-
ta vida no debiera aventurarse en el mensaje del ter-
cer ángel, pues al llegar la prueba en la que se pon-
drá en juego la vida, se aferrará a ella. Ahí está el
peligro. Nadie puede andar el recorrido que ha de
hacer el mensaje del tercer ángel, solamente con esa
vida que tiene. Le será imposible. Dado que es todo
cuanto tiene, se aferrará a ella al sentirse amenazado.
Pero aquel que da su vida por perdida, no aferrándo-
se a ella, y toma esa vida que se mide con la vida de
Dios, esa vida que es la vida de Dios, poseerá una
vida que no puede resultar jamás amenazada. Estará
a salvo. Podrá ir allá donde el mensaje lo requiera,
puesto que Aquel que es la vida del mensaje, es
también la vida del que permanece fiel a dicho
mensaje.
Por lo tanto, “dondequiera que vamos, llevamos
siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestros
cuerpos, pues nosotros, que vivimos, siempre esta-
mos entregados a muerte” (2 Cor. 4:10 y 11). ¿No ha
de ser así, de ahora en adelante? ¿No es una verdad
10
viviente desde ahora, que aquellos que se ponen de
parte del mensaje del tercer ángel están siempre “en-
tregados a muerte” tan ciertamente como sucedió
con los apóstoles? Siempre estamos “entregados a
muerte”, y eso entra en cada uno de nuestros cálcu-
los. Vivimos cada momento conscientes de esa rea-
lidad.
Por lo tanto, hermanos, en lugar del poder de la
tierra del que no podemos depender, y que está deci-
didamente en nuestra contra, Dios nos da el poder de
Dios.
En lugar de reputación, Dios nos da un carácter.
En lugar de cosas terrenales –riquezas, casas, tie-
rras, propiedades, negocios o consideraciones de ese
tipo-, Dios nos da a Jesucristo, en quien están escon-
didos todos los tesoros de la sabiduría y el conoci-
miento, y “vosotros estáis completos en él” (Col.
2:10). Dios lo ha constituido heredero de todo, y
nosotros somos herederos de Dios, y coherederos
con Cristo si es que sufrimos con él, a fin de que
también seamos glorificados juntamente con él. Él
es heredero de todas las cosas y nosotros somos co-
herederos. Así ¿cuánto nos pertenece? [Congrega-
ción: “Todas las cosas”]. ¿Qué, pues, tenemos? To-
das las cosas que Dios tiene. ¿No somos acaso ricos?
En lugar de esta vida que los poderes de la tierra
nos quitarían, Dios nos da su vida. Cuando él nos
pide que tomemos una posición de lealtad a él y a su
causa, el Señor nos dice simplemente: ‘Aquí tienes
vida eterna’.
Por lo tanto, hermanos, ¿no nos ha equipado el
Señor completamente? Pongámonos pues ahora toda
la armadura de Dios. Esto es lo que se requiere: que
nos esforcemos en el Señor y en el poder de su forta-
leza. “Porque no tenemos lucha contra sangre y car-
ne, sino contra principados, contra potestades, contra
los gobernadores de las tinieblas de este mundo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes. Por lo tanto, tomad toda la armadura de
Dios, para que podáis resistir en el día malo y,
habiendo acabado todo, estar firmes” (Efe. 6:12 y
13).
Así es como el Señor quiere que estemos, y eso
es lo que quiere que hagamos. Y nos dice: “No te
desampararé ni te dejaré” (Heb. 13:5). En ese punto
es donde estamos. Hermanos, ¿qué vais a hacer?,
¿qué curso vais a seguir? “Escogeos hoy a quién
sirváis” (Jos. 24:15).
11
nº 7
El pasado viernes algunos se preguntaban si no
estaba exagerando las cosas. En vista de lo que el
hermano Porter leyó de los “Testimonios”, estaréis
de acuerdo conmigo en que no hubo ninguna
exageración. Hermanos, no quiero que penséis que
predico como lo hago, debido a que el auditorio sois
precisamente vosotros. Si hubiera estado predicando
desde el pasado lunes a personas que jamás hubiesen
oído a un Adventista del Séptimo Día, ni acerca del
mensaje del tercer ángel, lo habría hecho exactamen-
te de la misma forma en que lo he hecho entre voso-
tros. En este momento no sabría qué predicar, de no
ser el mensaje del tercer ángel. No sé cuál otro pu-
diera ser mi deber, si no es llevar a los oyentes al
reconocimiento de su necesidad del poder de Dios.
No os estoy predicando nada que no haya dicho ya a
todo el que me escuchó. Es posible que en los
próximos días os predique algo que no diría a otra
audiencia, puesto que quizá algunos de nosotros
hemos estado haciendo cosas que otros no hicieron,
pero no hay más razón que esa.
Hagamos ahora un breve resumen de lo presenta-
do hasta aquí. Vimos que en este tiempo, fuera del
poder de Dios, no hay nada que pueda mantenernos.
Vimos que nada que no sea el carácter de Dios nos
puede bastar. En lo que concierne a los medios y
recursos de este mundo, no podemos depender más
de ellos, sino solamente de lo que Dios provee. En lo
que toca a la propia vida, vimos que no podemos
seguir contando con ella; lo único que satisfará, lo
único de que podemos depender, lo único que col-
mará nuestra necesidad –la necesidad de los que
ahora se pongan de parte del Señor-, es esa vida me-
jor que la presente, la vida eterna, la vida de Dios.
Únicamente el poder de Dios nos sostendrá.
¿Dónde encontramos ese poder de Dios? En Jesu-
cristo. “Cristo es poder y sabiduría de Dios” (1 Cor.
1:24). Eso es Cristo. ¿Dónde encontramos el carác-
ter de Dios? En Cristo. ¿Dónde lo encontramos todo,
las grandes cosas de Dios? En Cristo. ¿Dónde en-
contramos una vida mejor que esta? En la vida de
Dios, en Cristo.
Siendo así, ¿qué otra cosa habríamos de predicar
al mundo, sino a Cristo? ¿De qué hemos de depen-
der, sino de Cristo? ¿Qué es el mensaje del tercer
ángel, sino Cristo? Cristo es el poder de Dios, las
riquezas insondables de Dios, la justicia de Dios, la
vida de Dios, ¡Cristo es Dios! Tal es el mensaje que
hemos de dar ahora al mundo. ¿Qué es lo que el
mundo necesita? A Cristo. ¿Necesita algo más? No.
¿Hay algo más? No. “En él habita corporalmente
toda la plenitud de la divinidad, y vosotros estáis
completos en él” (Col. 2:9 y 10).
Como ya he dicho, si hubiera estado predicando a
personas que nunca hubiesen oído nada sobre el
mensaje del tercer ángel, si les hubiera estado diri-
giendo la palabra desde el lunes de tarde, les habría
predicado como lo he hecho con vosotros, y los
habría emplazado cara a cara ante Jesucristo tal co-
mo he hecho aquí. Por cierto, muy cerca hay una
congregación no creyente que quiere invitarme al-
gún día a que les hable, y pienso predicarles preci-
samente lo mismo que a vosotros. Hay una congre-
gación de no creyentes a la que por tres veces he
tenido la ocasión de predicar, y les he presentado
estas cosas tal como son, sin ambages. Ya me han
hecho la pregunta: “¿Qué haremos”? Uno de ellos
declaró: “Bien, nos ha dicho todas esas cosas, y es-
tán muy claras; pero todavía no nos ha dicho qué
tenemos que hacer ahora...” Le respondí: “¡Dadme
la oportunidad, y os lo diré!” Respondieron: “Así lo
haremos”. Y así lo espero.
Cuando llegue ese momento, es mi propósito de-
cirles justamente lo que tienen que hacer. Quiero
presentar ante ellos lo que he presentado ante voso-
tros: que si desean oponerse a ese movimiento de
unión iglesia-estado, tienen que renunciar a sus ideas
de dependencia de lo terreno, tienen que desterrar
todo pensamiento de riquezas, posesiones o cual-
quier cosa parecida, así como las ideas y conceptos
comunes sobre la vida. Y podrán comprenderlo. Les
diré entonces que no pueden desprenderse de esas
cosas a menos que posean algo mejor, y eso mejor es
Jesucristo. Han de tenerlo a él, o de lo contrario no
van a poder subsistir en modo alguno. Hermanos, el
mundo está dispuesto a escuchar el mensaje, cuando
poseemos el mensaje; están deseosos de escucharlo,
y lo escucharán.
Así pues, Cristo es el poder y la sabiduría de
Dios, es las riquezas insondables y la vida de Dios.
Eso es lo que hemos de predicar. ¿Qué lo expresa en
una sola palabra? El evangelio. ¿En qué consiste
predicar el evangelio? En predicar el misterio de
Dios, que es Cristo en el hombre, la esperanza de
gloria (ver Col. 1:27). ¿Qué nos ha dado Dios para
llevar al mundo, si no es “el evangelio eterno para
predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación,
tribu, lengua y pueblo”? (Apoc. 14:6). ¿Acaso no
comienza así el mensaje? Cuando los hombres no
reciben el evangelio eterno, ni adoran a Aquel que
hizo los cielos y la tierra, el mar y las fuentes de las
aguas, ¿a quién adoran entonces? A la bestia y a su
12
imagen. “Ha caído, ha caído Babilonia” {dice el
segundo ángel}, y entonces el tercero afirma que
adorarán a la bestia y a su imagen. Así sucede ya.
Los hombres adoran a la bestia y a su imagen, o bien
adoran a Dios. No hay otra opción. De acuerdo con
la naturaleza del mensaje y del tiempo en que vivi-
mos, lo único que las personas pueden adorar es: a
Aquel que hizo los cielos y la tierra, el mar y las
fuentes de las aguas; o bien a la bestia y a su imagen.
No existen posturas intermedias. Los tres mensajes
son sencillamente un mensaje en tres etapas. En
“Special Testimonies” hay un testimonio dirigido “A
los hermanos en posiciones de responsabilidad”.
Leemos en la página 15:
“Mientras os aferráis firmemente a la bandera
de la verdad proclamando la ley de Dios, recuerde
toda alma que la fe de Jesús está relacionada con
los mandamientos de Dios. Se representa al tercer
ángel como volando por en medio del cielo, simbo-
lizando la obra de quienes proclamaron los
mensajes del primer, segundo y tercer ángeles;
están todos relacionados”.
Así pues, lo que introduce y abarca la totalidad de
esos mensajes es el evangelio eterno.
Nos hemos referido en una o dos ocasiones a la
iglesia judía, como ilustración de la situación en la
que nos encontramos. Vimos que dicha iglesia le dio
a Dios la espalda, y se unió a “César” {el poder ci-
vil} a fin de dejar fuera a Cristo y ejecutar sus pro-
pios deseos con respecto a él. El Señor llamó enton-
ces de aquella iglesia y nación a todos quienes le
obedecerían y servirían, antes que la nación resultara
destruida, y lo efectuó mediante aquellos pocos dis-
cípulos que creyeron en Jesús cuando ascendía al
cielo. Habían estado con Jesús tres años y medio.
Habían predicado. Incluso habían realizado milagros
en su nombre. El Señor los había enviado a predicar,
diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado”
(Mat. 10:7). Y tal era la trascendencia de su mensa-
je, que de no ser recibidos en el lugar en que predi-
caban, debían sacudirse el polvo de sus zapatos antes
de irse.
Sin embargo, antes de que pudieran predicar el
evangelio tal como les había encomendado, Jesús les
dijo en ocasión de su ascensión al cielo: “Quedaos
vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis
investidos de poder desde lo alto”. ¿No cabría pensar
que tras haber pasado tres años y medio junto a Cris-
to, oyéndole, amándole, estudiándolo a él y con él,
habiendo sido enseñados por él todo aquel tiempo,
incluso habiendo predicado, no os parece que habría
que deducir que estaban capacitados para llevar el
evangelio al mundo? No ciertamente. Les dijo: ‘Es-
perad en Jerusalén’. “Quedaos vosotros en la ciudad
de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder des-
de lo alto” (Luc. 24:49).
¿Cuánto poder había convocado contra ellos y
contra el mensaje que debían predicar? Todo el po-
der del mundo, ya que la iglesia de Dios, la profesa
iglesia de Dios, toda la nación, se había unido a Cé-
sar, cuyo poder dominaba el mundo. Todo el poder
del mundo estaba aliado en su contra. La profesa
iglesia y nación de Dios se habían concitado con el
poder, y se habían dispuesto contra Dios y contra el
nombre de Cristo. Sin embargo, ese Cristo al que
habían crucificado, y contra el que habían hecho
todo lo posible por expulsar del mundo y de las
mentes de las personas, ese era precisamente el
nombre y la persona que los discípulos tenían que
predicar, declarando que únicamente la fe en él po-
dría salvarlos. Y tenían que predicar eso en contra de
todo el poder que el mundo conocía.
No mucho tiempo antes, entre doce y catorce días
antes de que Jesús les dijera eso, Pedro se había
puesto a temblar ante una criada, y había negado
conocer a Cristo. La joven le dijo: ‘Te vi con el
Galileo’. –‘No; no me viste; no lo conozco’. Pedro
se acercó al fuego y la joven pudo observarlo mejor:
‘¡Eres uno de ellos!’ –‘No; no lo soy. Nunca lo co-
nocí’. Y para demostrarlo, maldijo y juró. ¿Estaba
preparado para enfrentarse a todo el poder del mun-
do? No. Antes de poder enfrentarse al mundo necesi-
taba conocer un tipo de experiencia, estar aferrado a
algo que no lo dejara expuesto al pánico ante la
acometida de una simple criada. Jesús les había di-
cho: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta
noche”. –‘No; no lo haremos’, le respondieron, y
Pedro añadió: “Aunque todos se escandalicen de ti,
yo nunca me escandalizaré”. Jesús le respondió: “De
cierto te digo que esta noche, antes que el gallo can-
te, me negarás tres veces”. Pedro replicó: “Aunque
tenga que morir contigo, no te negaré”. “Y todos los
discípulos dijeron lo mismo” (Mat. 26:31-35). Sin
embargo, lo negaron.
Vemos por lo tanto, que en lo referente a ellos
mismos y a su obra, así como en lo relativo al poder
al que tenían que hacer frente, estamos hoy exacta-
mente en la misma situación en que estaban ellos
cuando Jesús ascendió al cielo. Estamos en esa si-
tuación en la que todos los poderes de la tierra están
coligados en contra del mensaje que hemos de llevar
al mundo, por lo tanto necesitamos -tanto como
ellos- ser investidos con poder de lo alto. Es, pues,
un hecho objetivo que estamos exactamente en la
situación en que estaban ellos cuando Jesús ascendió
al cielo y les mandó esperar hasta haber recibido
aquel poder.
13
Al ascender Jesús, les dijo (Hech. 1:8): “Recibi-
réis poder cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo”. Por lo tanto, ¿qué estaban esperan-
do? El Espíritu Santo. ¿Qué les traería? El poder.
¿Quién los dotaría de poder? El Espíritu Santo. No
hace falta que os lea ahora las referencias de “Spe-
cial Testimonies”, ni de “Obreros Evangélicos” que
el hermano Prescott leyó ya, relativas a eso mismo.
Ahora que las palabras del Señor nos dicen lo que
dijeron a los discípulos, se espera que hagamos lo
que ellos hacían al escucharlas: se reunieron en
compañías orando por el Espíritu Santo, y necesita-
ron diez días de búsqueda de Dios, a fin de alcanzar
la condición para elevar oraciones eficaces, y para
recibir aquello que estaban pidiendo, puesto que lo
pedían con esa fe perdurable que recibe lo solicitado.
Tampoco es necesario que repita esos pasajes que
leí de los Testimonios en manuscrito, según los cua-
les, cuando el pueblo de Dios busque individualmen-
te el Espíritu Santo de todo corazón, labios humanos
pronunciarán el testimonio que cumple la palabra:
“Vi otro ángel que descendía del cielo con gran po-
der, y la tierra fue alumbrada con su gloria” (Apoc.
18:1), y “diariamente ascienden oraciones para el
cumplimiento de esa promesa” de ser dotados de
poder. Así, tenemos la palabra del Señor confirman-
do que cada día ascienden oraciones. ¿Están las
vuestras entre ellas? ¿Están las mías? Ha de llegar el
día en que ascienda la última oración requerida para
recibir esa bendición. ¿Qué sucederá entonces?
Vendrá. Se producirá la efusión y será derramado el
Espíritu Santo como en el día de Pentecostés. Ob-
servad: La palabra asegura que mientras las “oracio-
nes están ascendiendo diariamente a Dios” recla-
mando su promesa, “no se pierde ni una sola de esas
oraciones elevadas con fe”. Ahí está la bendición de
esa promesa. Cuando Dios nos dice que oremos por
alguna cosa, eso nos abre las puertas de par en par
para que podamos orar en la perfecta confianza de
que la recibiremos. Nada hay que pueda impedir que
esa oración encuentre allí acogida. ¿Qué significa
para nosotros su palabra? No se pierde ni una sola de
esas oraciones elevadas con fe.
Uno de estos días se habrá elevado la última de
esas oraciones necesarias, y será derramada la ben-
dición. ¿Quiénes la recibirán? Aquellos que elevaron
sus oraciones a Dios al propósito. Poco importa si
quien oró se encuentra por entonces en el centro de
África y el derramamiento ocurre en Battle Creek: la
recibirá, puesto que nuestras oraciones abren una
comunicación entre nosotros y la fuente de la bendi-
ción, y si mantenemos ese canal abierto mediante
nuestras oraciones, cuando sea derramado el Espíritu
alcanzará el lugar desde el que fueron elevadas.
¿Podríamos tener más motivos de ánimo para
orar, a la vista de los acontecimientos que nos ro-
dean? ¿Podríamos tener mayor motivación para orar
de todo corazón y en perfecta confianza?
Os quiero leer unas palabras de “Gospel Wor-
kers” que abordan directamente esta cuestión. Están
en la página 370 y 371 {de la edición de 1892}. En
referencia a los apóstoles, leemos:
“Estaban esperando en la expectación del
cumplimiento de su promesa, y oraban con fervor
especial. Ese es el mismo curso que debieran se-
guir los que participan en la obra de proclamar la
venida del Señor en las nubes del cielo; puesto
que hay un pueblo que ha de estar preparado para
permanecer en pie en el gran día de Dios. Aunque
Cristo había dado a sus discípulos la promesa de
que recibirían el Espíritu Santo, eso no eliminó la
necesidad de la oración”.
Por supuesto que no. Al contrario: abrió el cami-
no para la oración. Si Dios no ha prometido deter-
minada cosa, ¿puedo sentirme libre de orar por ella?
No, puesto que hemos de orar conforme a su volun-
tad. Pero si Dios la ha prometido, ¿puedo hacer al-
guna cosa que no sea orar? Ahí está la bendición.
“Oraron con el máximo fervor; continuaron
unánimes en oración. Los que están hoy implica-
dos en la obra solemne de preparar un pueblo pa-
ra la venida del Señor, deben persistir igualmente
en la oración. Los primeros discípulos estaban
unánimes. No tenían especulaciones ni avanzaban
teorías curiosas con respecto a la forma en que
vendría la bendición”.
Lo que quiero destacar es esto: “No tenían espe-
culaciones ni avanzaban teorías curiosas con respec-
to a la forma en que vendría la bendición”. Está es-
crito para nosotros. No hemos de albergar teorías
curiosas relativas a cómo ha de venir. Si alguien
comienza a decir: ‘Oh, va a venir como en el día de
Pentecostés; se oirá un fuerte viento, tal como suce-
dió entonces; se aparecerán lenguas de fuego, etc’, y
sentencia el asunto diciendo: ‘Así es como va a ve-
nir, y en ello sabré cuándo llega’... el que ve las co-
sas de esa forma jamás recibirá la bendición. Lo que
necesitaban era poner sus corazones en armonía con
Dios, y de modo alguno era su labor preocuparse de
la forma en que el Señor cumpliría su promesa. Eso
es también exactamente lo que nosotros necesita-
mos, y para nada nos concierne la forma en que el
Señor cumplirá su promesa. No es su propósito que
le dictemos cómo ha de proceder, diciendo: ‘El Espí-
ritu Santo ha de venir de determinada manera; en
caso contrario, no se tratará del Espíritu Santo’. Por
lo tanto, si habíais albergado alguna teoría al respec-
to, desterradla esta noche, y dejad de lado por siem-
pre vuestras teorías. No tenemos derecho a fijar en
14
nuestras mentes la forma en que el Señor ha de pro-
ceder. La situación de los primeros discípulos es la
nuestra, y tan ciertamente como se cumplió para
ellos la promesa, se cumplirá también ahora para
quienes están orando por eso mismo. No sabemos
cuánto ha de tardar.
Otro punto: Tenían que predicar. ¿Qué habían de
predicar? El evangelio. Pablo define el evangelio
una y otra vez en términos del misterio de Dios que
había estado oculto desde los siglos y edades, mani-
festado ahora a sus santos. Predicaron ese evangelio,
ese misterio de Dios. ¿En qué consiste? –“Cristo en
vosotros, esperanza de gloria” (Col. 1:26 y 27);
“Cristo... poder y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24);
“Las insondables riquezas de Cristo” (Efe. 3:8); “Je-
sucristo, y... este crucificado” (1 Cor. 2:2). En eso es
en lo que consistía, y en nada más que eso.
Recordaréis que Pablo se caracterizó en 2 Cor.
6:10 con las palabras: “Como no teniendo nada, pero
poseyéndolo todo”. ¿Habéis observado la triste con-
dición del pobre que se aferra a lo que tiene en las
manos en este mundo? ¿Observáis la misma condi-
ción en aquel adventista del séptimo día que se afe-
rre ahora a lo que tiene en este mundo? Ha de tener
mucho más que eso, o de lo contrario no subsistirá
en el tiempo de angustia. Pero cuando nos despren-
demos de todo y nos consideramos “como no te-
niendo nada”, ¿qué poseeremos entonces? “Todo”.
En esa situación nadie podrá quitarnos nada; cuando
estamos en esa condición es imposible que se nos
desposea de nada. ¿Estáis de acuerdo? [Congrega-
ción: “Sí”]. No pueden quitarnos el poder. No nos
pueden quitar el carácter. No nos pueden desposeer
de las riquezas insondables. No pueden quitarnos
nuestra vida, pues nuestra vida es Cristo, y nadie nos
lo puede quitar. Por lo tanto, en esa condición tene-
mos la victoria sobre el mundo y su poder.
Considerad otra frase del mismo versículo: “Co-
mo pobres, pero enriqueciendo a muchos”. Esa es
nuestra obra en el mundo: enriquecer a las personas.
De igual forma en que Jesús se hizo pobre para que
nosotros pudiéramos ser enriquecidos, también no-
sotros nos hacemos pobres para permitir que muchos
otros resulten enriquecidos. Cuando tenemos a Cris-
to, a él solamente, cuando poseemos las insondables
riquezas de Cristo, podemos enriquecer a todo aquel
que tome el don gratuito de esas riquezas.
Los apóstoles predicaron el misterio de Dios:
“Cristo en vosotros, esperanza de gloria”. Pero se
suscitó otro misterio, que hizo su aparición mientras
ellos predicaban. Aquel misterio que tenían que pre-
dicar “había estado oculto desde los siglos y edades”
(Col. 1:26), manifestándose ahora como nunca antes
en el mundo. Pero mientras lo predicaban, apareció
la obra de otro misterio, el de la iniquidad, que se
levantó y ocultó de nuevo el misterio de Dios. Des-
pués que los apóstoles murieron, ese misterio de
iniquidad creció y se difundió por todo el mundo,
ocultando nuevamente el misterio de Dios por “si-
glos y edades”. Pero al llegar al capítulo 10 de Apo-
calipsis aparece un ángel en pie, pisando el mar y la
tierra, clamando a gran voz, “y juró por el que vive
por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las
cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están
en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el
tiempo no sería más, sino que en los días de la voz
del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la
trompeta, el misterio de Dios se consumará” (vers. 6
y 7).
Últimamente me he preguntado si {la versión
King James de la Biblia} no traduce intencionada-
mente “el misterio de Dios debiera ser consumado”,
puesto que hace ya mucho tiempo que debiera
haberlo sido. Así nos lo declaran los “Testimonios”.
Debido a nuestra lentitud, negligencia, a nuestra
renuencia en creer a Dios, no ha sido aún consuma-
do. Pero debiera haberlo sido. Demos, no obstante,
gracias a Dios porque vaya a ser consumado. Si
hablara ahora, por supuesto, diría: ‘va a ser consu-
mado’. Pero el caso es que cuando comience a oírse
la voz del séptimo ángel, el misterio de Dios se des-
plegará ante el mundo. ¿En qué consiste? “Cristo en
vosotros, esperanza de gloria”. Es el evangelio eter-
no, el mensaje del tercer ángel. Dios ha dispuesto
que el mensaje del tercer ángel, el misterio de Dios,
triunfe sobre el misterio de iniquidad; y tan cierta-
mente como que el misterio de iniquidad ha centrado
la atención del mundo, ha atraído la mirada de las
naciones y la admiración de los hombres, con esa
misma certeza el misterio de Dios ha de atraer la
atención de las naciones y la admiración de los
hombres. Lo hará.
Vayamos ahora al libro de Joel y leamos de nue-
vo en su capítulo dos. Hay cosas que queremos estu-
diar. Recordaréis que hasta el versículo doce (sin
incluirlo) se trata de una descripción de la venida del
Señor. Si vais a ese Testimonio (Vol. 1, p. 180) que
se refiere al “zarandeo”, observaréis que el Espíritu
del Señor establece ese capítulo como base para la
idea. Se aplica al tiempo del zarandeo, y el zarandeo
prepara para el fuerte pregón.
“Tocad la trompeta en Sión y dad la alarma en mi
santo monte. Tiemblen todos cuantos moran en la
tierra, porque viene el día de Jehová, porque está
cercano: día de tinieblas y de oscuridad, día de nube
y de sombra. Como sobre los montes se extiende el
15
alba, así vendrá un pueblo grande y fuerte; semejan-
te a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en
los años de muchas generaciones. Delante de él con-
sumirá el fuego; detrás de él abrasará la llama. Co-
mo el huerto del Edén será la tierra delante de él, y
detrás de él como desierto asolado; nadie habrá que
de él escape. Su aspecto, como aspecto de caballos,
y como gente de a caballo correrán. Como estruendo
de carros saltarán sobre las cumbres de los montes;
como sonido de llama de fuego que consume hoja-
rascas, como pueblo fuerte dispuesto para la batalla.
Delante de él temerán los pueblos; se pondrán páli-
dos todos los semblantes. Como valientes correrán,
como hombres de guerra escalarán el muro; cada
cual marchará por su camino y no torcerá su rumbo.
Nadie empujará a su compañero, cada uno irá por su
carrera; y aun cayendo sobre la espada no se herirán.
Irán por la ciudad, correrán por el muro, subirán por
las casas, entrarán por las ventanas a manera de la-
drones. Delante de él temblará la tierra y se estreme-
cerán los cielos; el sol y la luna se oscurecerán, y las
estrellas perderán su resplandor. Y Jehová dará su
orden delante de su ejército, porque muy grande es
su campamento y fuerte es el que ejecuta su orden;
porque grande es el día de Jehová y muy terrible.
¿Quién podrá soportarlo?” (1-11). El texto paralelo
es Apocalipsis 19:11-18.
“Ahora, pues, dice Jehová, convertios ahora a mí
con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y la-
mento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vesti-
dos, y convertios a Jehová, vuestro Dios; porque es
misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande
en misericordia, y se duele del castigo. ¡Quién sabe
si volverá, se arrepentirá y dejará bendición tras sí;
esto es, ofrenda y libación para Jehová, vuestro
Dios!” (12-14).
¿Quién duda aquí que al buscar al Señor de todo
corazón recibirá de él la bendición? Si sabemos que
es así, vayamos en su búsqueda. No podría haber
mayores motivos de ánimo: si estamos seguros de
que él va a bendecirnos, no podrá haber nada que
impida que lo busquemos de todo corazón.
“¡Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno,
convocad asamblea, reunid al pueblo, santificad la
reunión, juntad a los ancianos, congregad a los ni-
ños, aun a los que maman, y salga de la alcoba el
novio y de su lecho nupcial la novia!” (vers. 15 y
16).
¿A cuantos incluye, de entre los moradores de
Sión? A la asamblea, al pueblo, a la reunión, a los
ancianos, niños y bebés, a los recién casados, etc. ¿A
cuántos está llamando? [Congregación: “A todos”].
Así es. ¿A qué nos llama? A buscar al Señor de todo
corazón. Busquémoslo, pues. Estamos aún a tiempo.
“Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes
ministros de Jehová, y digan: ‘Perdona, Jehová, a tu
pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad para
que no la dominen las naciones’. ¿Por qué han de
decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?” (vers.
17).
¿No han tomado en sus manos las cosas los paga-
nos, con el propósito de dominarnos? Su objetivo es
borrar el sábado del Señor y tomar el control del
mundo.
Tengo aquí algo que quizá debiera leeros: En la
página 17 del testimonio que lleva por título “A los
hermanos en puestos de responsabilidad” dice: “Este
falso sábado se hará obligatorio por una ley opresi-
va. Satanás y sus ángeles están plenamente despier-
tos e intensamente activos, trabajando con energía y
perseverancia por medio de instrumentos humanos
para llevar a cabo su propósito de borrar el conoci-
miento de Dios”.
¿De qué es señal el sábado? De que él es el Señor
nuestro Dios, y de que es el Señor que santifica a su
pueblo. Cuando se elimina esa señal por la que Dios
se da a conocer a las personas, lo que se hace es pri-
var a las personas del conocimiento de Dios. Ese es
el propósito buscado. Y ya ha ocurrido. Leo con
anterioridad: “Se ha derribado el memorial de Dios,
y en su lugar se destaca ante el mundo un falso sá-
bado”. Todo el poder de la tierra está ahora convo-
cado a ese fin. Se proponen barrer del mundo el co-
nocimiento de Dios. Por lo tanto estamos en necesi-
dad de buscar al Señor de todo corazón, a fin de que
los paganos no nos dominen. Veamos ahora lo que
va a hacer el Señor:
“Y Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su
pueblo. Responderá Jehová y dirá a su pueblo: Yo os
envío pan, mosto y aceite, y seréis saciados de ellos”
(vers. 18 y 19).
¿Qué es lo que va a enviar? ¿Qué es el “aceite”?
“Aceite de gozo en lugar de luto” (Isa. 61:3), “gozo
en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17). ¿Qué es el “vi-
no”? Como dijo Jotam, el “vino... alegra a Dios y a
los hombres” (Jue. 9:13), por lo tanto, Dios dará
alegría. ¿Qué es el “pan”? Es el sustento de nuestra
vida, lo que nos da fuerza. Por lo tanto nos dará
fuerza. Demos, pues, gracias al Señor. Nos dará
fuerza, gozo y alegría.
¿A quién los dará? ¿Cuándo? Cuando el pueblo
esté reunido, cuando la asamblea esté unida, cuando
esté congregada, incluyendo a niños y bebés, ancia-
nos, novios, novias y pastores. Cuando estemos uná-
nimes juntos, como dice el testimonio, “en compañí-
16
as”, buscando de todo corazón a Dios. Es entonces
cuando el Señor hará lo que ha anunciado. Procuré-
moslo como nunca antes. Es maravilloso saber que
el Señor va a saciarnos con aquello que nos enviará.
Va más allá de nuestra medida. ¿Qué satisfará a
Dios darnos, a fin de que seamos saciados? Nada
menos que todo cuanto tiene, pues eso es precisa-
mente lo que nos dio en Jesucristo, y ciertamente no
es su voluntad que tengamos menos que todo lo que
él tiene. Tal como ha leído esta mañana el hermano
Haskell en ese bendito testimonio, cuando acudimos
como peticionarios, sin atribuirnos mérito alguno,
entonces todo es nuestro en un don eterno.
“Nunca más os pondré en oprobio entre las na-
ciones. Haré alejar de vosotros al del norte, y lo
echaré en tierra seca y desierta: su faz hacia el mar
oriental, y su final hacia el mar occidental. Exhalará
su hedor y subirá su pudrición, porque hizo grandes
cosas” (vers. 19 y 20).
¿Quién es ese que se engrandeció, haciendo gran-
des cosas? ¿Quién tiene el poder del mundo en sus
manos? Satanás. Es él quien piensa hacer grandes
cosas. Veamos ahora lo que va a hacer el Señor,
precisamente entonces:
“Tierra, no temas; alégrate y gózate, porque Je-
hová hará grandes cosas” (vers. 20).
Debiéramos ser el pueblo más feliz en el mundo
por saber que Satanás tiene que hacer grandes cosas,
puesto que eso significa inevitablemente que el Se-
ñor va a hacer cosas de tal magnitud, que Satanás
tendrá que emplearse a fondo para procurar salvar su
credibilidad. Pero aunque se ha jactado ante el mun-
do y las naciones de disponer de todo el poder, su
caso se volverá finalmente tan desesperado que no
habrá manera de salvar su credibilidad. Podemos
estar más gozosos que nunca, pues entonces vendrá
el propio Jesús. ¿Cuándo va a obrar esas grandes
cosas el Señor? Cuando Satanás se haya procurado
engrandecer haciendo grandes cosas.
“Animales del campo, no temáis, porque los pas-
tos del desierto reverdecerán y los árboles llevarán
su fruto; la higuera y la vid darán sus frutos. Voso-
tros también, hijos de Sión, alegraos y gozaos en
Jehová, vuestro Dios” (vers. 22 y 23).
¿Por qué habríamos de desanimarnos? ¿De qué
serviría? ¿Qué justificación tendríamos? Jesús dijo:
“Erguíos y levantad vuestra cabeza” (Luc. 21:28), lo
que equivale a decir: “Alegraos y gozaos”. “Ale-
graos y gozaos en Jehová, vuestro Dios”. Hagámoslo
así. Hermanos, os digo que no sé qué otra cosa
podríamos hacer, excepto gozarnos, siendo que es el
Señor quien nos lo ordena, y se trata tan ciertamente
de su palabra, como con cualquier otra de sus partes.
En su palabra se encuentra el poder creador de Dios
para producir ese gozo, el gozo del Señor.
“Porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo,
y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y
tardía, como al principio” (vers. 23).
En Pentecostés dio la primera lluvia a su tiempo,
pero en la lluvia tardía va a hacerlo en una doble
medida, y difícilmente llegamos a imaginar lo que
fue entonces. ¿Qué suponéis, pues, que ha de signi-
ficar la lluvia que esperamos? Permitidme que os lea
un fragmento del Vol. IV, p. 611:
“El movimiento adventista de 1840 a 1844 fue
una manifestación gloriosa del poder divino; el
mensaje del primer ángel fue llevado a todas las
estaciones misioneras de la tierra, y en algunos
países se distinguió por el mayor interés religioso
que se haya visto en país cualquiera desde el
tiempo de la Reforma del siglo XVI; pero todo esto
será superado por el poderoso movimiento que ha
de desarrollarse bajo la proclamación de la última
amonestación del tercer ángel” (El conflicto de los
siglos, p. 669).
Otro testimonio no impreso afirma que va a venir
de forma tan súbita como lo hizo en 1844, y con
“diez veces más poder” (Spalding and Magan Coll.,
Washington, N.H., setiembre 1852).
Acerca del Pentecostés, leo en la misma página:
“Las profecías que se cumplieron en tiempo de
la efusión de la lluvia temprana, al principio del mi-
nisterio evangélico, deben volverse a cumplir en
tiempo de la lluvia tardía, al fin de dicho ministerio”
(El conflicto de los siglos, p. 670).
Hay profecías que se refieren solamente a la llu-
via tardía; pero aquellas que pertenecen a la lluvia
temprana también han de cumplirse cuando se de-
rrame la tardía. Podéis comprobar que se trata de
una doble medida.
“Estos son los ‘tiempos de refrigerio’ en que
pensaba el apóstol Pedro cuando dijo: ‘Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados
vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos
del refrigerio de la presencia del Señor, y enviará a
Jesucristo’ (Hech. 3:19 y 20)” (Id.)
¿Significa eso que nosotros hemos de arrepentir-
nos y convertirnos? Alguno dirá: ‘Ya me convertí
hace unos veinte años’. –Bien; conviértete también
ahora. Yo me convertí hace unos diecinueve años,
pero eso no significa nada si no estoy ahora conver-
tido. De poco sirve evocar el pasado. Alguien pro-
testará: ‘¿Quiere decir que no me convertí enton-
ces?’ –De ninguna manera; no quiero decir eso. Pero
si te apoyas solamente en aquella conversión, care-
17
ces de apoyo firme. Si ya no sabes cómo arrepentir-
te, recibe a Jesucristo y lo sabrás. Todo aquel que lo
recibe viene a ser hecho una nueva criatura.
“Las eras se llenarán de trigo y los lagares rebosa-
rán de vino y aceite. Yo os restituiré los años que
comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta,
mi gran ejército que envié contra vosotros. Comeréis
hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová,
vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y
nunca jamás será mi pueblo avergonzado” (vers. 24-
26).
Alabad, pues, a Dios. Nos harán reproches; nos
denigrarán; nos tratarán como a la basura de la tie-
rra, y como a los despreciables de entre los despre-
ciados; pero Dios ha dicho: “Nunca jamás será mi
pueblo avergonzado”. Y significa precisamente eso.
Pero no se detiene ahí. Lo recalca de esta forma:
“Conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y
que yo soy Jehová, vuestro Dios, y no hay otro; y mi
pueblo nunca jamás será avergonzado” (vers. 27).
Os pregunto: ¿Veis en este capítulo alguna cosa
que el Señor no haya incluido para nosotros? ¡Cuán-
to ánimo, cuánta bendición y qué promesas! Y cuan-
do insiste por dos veces en que jamás seremos aver-
gonzados, es porque el propósito de todo lo que hay
en la tierra será el de avergonzarnos. Pero Dios ha
empeñado su palabra de que no lo van a lograr, de
que jamás seremos avergonzados.
“Después de esto derramaré mi espíritu sobre to-
do ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vues-
tras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vues-
tros jóvenes verán visiones” (vers. 28)
Gracias al Señor. ¡No se va a contentar por mu-
cho tiempo más con un solo profeta! Tendrá mu-
chos. Ha hecho una maravillosa obra con uno, ¿qué
no va a lograr cuando disponga de muchos?
“También sobre los siervos y las siervas derrama-
ré mi espíritu en aquellos días. Haré prodigios en el
cielo y en la tierra, sangre, fuego y columnas de
humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en
sangre, antes que venga el día grande y espantoso de
Jehová. Y todo aquel que invoque el nombre de Je-
hová, será salvo; porque en el Monte de Sión y en
Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y
entre el resto al cual él habrá llamado” (vers. 29-
32).
¿Dónde habrá salvación? En “el resto al cual él
habrá llamado”. Ahora bien, ¿contra quién está Sa-
tanás precisamente guerreando? Contra ese resto.
¿Contra quién ha concitado todos los poderes de la
tierra? Contra el resto, o remanente. Contra él ha
dirigido toda fuerza y poder. Y es justamente en ese
remanente en donde hay salvación. Hermanos, el
mejor sitio en el que se puede estar es aquel contra el
que Satanás dirige sus ataques, pues es en él donde
está la salvación. Allí están la gracia y el poder de
Jesucristo, y a pesar de que el diablo ha juntado to-
das sus huestes contra él, es el mejor sitio para estar,
de entre todos los de la tierra, puesto que Cristo mo-
ra allí, Dios mora allí, y “mi pueblo nunca jamás
será avergonzado”.
Hermanos, estas cosas me producen un gozo
indescriptible. No cabe más gozo, en vista de lo que
el Señor nos dice en este capítulo. Podéis ver que se
trata de verdad actual. Cada versículo es para el
tiempo presente, y está cargado de maravilloso sig-
nificado. ¡Va a obrar tan grandes maravillas! Y todo
cuanto pide de nosotros es que lo busquemos de todo
corazón, a fin de que lo obtengamos todo. Si lo bus-
camos con corazón dividido, nunca lo alcanzaremos.
Queremos buscarlo de todo corazón, a fin de tener
todo lo suyo. Hagamos como el Señor nos dice:
“Hijos de Sión, alegraos y gozaos en Jehová, vuestro
Dios”, “porque Jehová hará grandes cosas”, “y mi
pueblo nunca jamás será avergonzado”. Habrá sal-
vación en el remanente contra el que Satanás está
guerreando con todas sus fuerzas.
18
nº 8
Se nos han dado una vez tras otra las evidencias
de que estamos en la presencia misma de los eventos
que marcan el fin del mundo. Se han presentado
repetidas evidencias a partir de la Biblia y de decla-
raciones directas del Señor, mediante el testimonio,
de que ahora es el tiempo en el que hemos de tener
el único poder gracias al cual puede darse al mundo
el mensaje a fin de salvar todo lo que haya de ser
salvado de la ruina que acompañará a los eventos
que se ciernen sobre nosotros. Hermanos, los peli-
gros que nos amenazan a la vista del final del mun-
do, persecuciones, y las cosas del exterior, son, y los
son siempre, muy pequeños al compararlos con los
peligros que acosan a cada persona en su experiencia
individual. [Voces en la audiencia: “Así es”]
El mayor peligro para esta congregación, y para
nuestro pueblo en todo lugar, es el no ver las cosas
que conciernen a cada uno individualmente, sino
más bien las cosas que están fuera. Mirarán las cosas
exteriores y sus evidencias, antes que mirar si sus
propios corazones están en armonía con Dios. Mira-
rán a esas cosas como a una especie de teoría, más
bien que poseer en su interior al Cristo viviente, a fin
de que todas esas cosas puedan ser realidades vi-
vientes exteriores, y a fin de que podamos estar pre-
parados para afrontarlas en el temor y salvación de
Dios. Como ya he dicho, ese es el mayor peligro
para esta congregación aquí presente, y más allá de
esta congregación podemos hacerlo extensivo a
cualquier profeso guardador del sábado en el mundo.
Llegamos ahora, en el estudio de este tema, a la
consideración de aquello que nos afecta directamen-
te a vosotros y a mí como individuos, aquello que
vosotros y yo necesitamos hacer, y las cosas que
necesitamos de Dios; prestarles atención y actuar en
consecuencia, a la vista de la salvación de Dios im-
plicada en esas cosas, para vosotros y para mí. Para
mí, y hasta donde sé, esta lección y la próxima son
las más terribles de todo cuanto he conocido hasta
aquí. No las he escogido, y las temo. Pero hermanos,
tal como el hermano Prescott presentó ante nosotros
la noche pasada, es vano todo intento de minimizar
alguna cosa; de nada sirve el que las falseemos; de
nada sirve que las consideremos con ligereza; nada
ganamos caminando en estos días con los ojos ce-
rrados, y desconociendo cuál es nuestra situación.
De nada sirve que la verdad de Dios nos abra expec-
tativas, tal como hace en el hombre, y esperemos las
cosas que han de suceder, siendo que problemas en
nuestros propios corazones y vidas impiden que esas
cosas nos hagan el más mínimo bien cuando lleguen.
De nada sirve, ¿no os parece?
Insisto en que estas lecciones a las que he llegado,
y que de ninguna forma podremos evitar, son para
mí las más espantosas, en las realidades de aquello
que denuncian, por la situación en la que nos colo-
can a mí y a cualquiera con quien haya tenido rela-
ción hasta ahora en mi enseñanza personal. Así,
puedo afirmar nuevamente que las temo. Las temo
por algunas de las consecuencias que podrán tener,
al no ser recibidas como debieran –con mente y co-
razón sumisos a Dios, preguntándole sólo a él si esas
cosas son así. Algunas cosas pueden no ser agrada-
bles de oír para algunos, como no lo son para mí de
referir. ¡Se nos aplican de una forma tan personal
como individuos! Pero hermanos, en el lugar y la
situación en la que estamos, y en el temor de Dios,
hemos de avanzar en ello.
Y dado que lo hemos de abordar, os pido, para
comenzar, que no me consideréis como a alguien
separado de vosotros, como quien está por encima,
como si os hablara desde un nivel superior, como
excluyéndome a mí mismo de las cosas que puedan
ser presentadas. Estoy con vosotros en todas estas
cosas. Yo, de igual forma que vosotros, y tanto co-
mo vosotros, necesito estar dispuesto a recibir lo que
Dios nos tiene que dar, como el que más en la tierra.
Así pues, os ruego que no me separéis de vosotros
en esto. Y si veis faltas que habéis cometido, yo
también veré faltas que cometí, y por favor, no me
culpéis si presento aquello que exponga faltas que
hayáis cometido; no me culpéis como si os estuviera
juzgando, o buscando faltas en vosotros. Presentaré
simplemente los hechos, y vosotros que tenéis parte
en ellos sabréis cada uno por sí mismo que es un
hecho; de igual forma en que al concernirme a mí
sabré que es un hecho en lo que a mí respecta. Lo
que procuro, hermanos, es buscar a Dios junto a
vosotros, de todo corazón [Congregación: “Amén”]
y despejar el camino de todo obstáculo, a fin de que
Dios pueda darnos todo lo que tiene para nosotros.
No voy a procurar –y no debéis esperar que lo
haga– ir muy deprisa; más bien iré tan despacio co-
mo sea posible, a fin de que consideremos todas
estas cosas detenidamente. En estas lecciones pre-
sentaré aquello que está en mi mente. Estudiémoslas,
pues, juntos.
Comenzaré en el punto en que nos detuvimos
anoche. Se expuso ante nosotros el pensamiento de
que ha llegado el tiempo en el que Dios ha prometi-
do dar la lluvia temprana y la tardía. Ha llegado el
tiempo en el que debemos pedirla y esperarla. Y
podemos tener in mente la lección y el testimonio
19
que sobre el mismo tema nos presentó la otra noche
el hermano Prescott.
Leo ahora ese pasaje al que me refería anoche, si
bien no tenía entonces el libro ante mí. Está en la
página 9 de “El ministerio de Pedro y la conversión
de Saulo”. Después de hablar sobre el derramamien-
to del Espíritu Santo y el día de Pentecostés, y de sus
resultados en la conversión de almas, etc, dice:
“Este testimonio referente al establecimiento de
la iglesia cristiana se nos da, no sólo como una
parte importante de la historia sagrada, sino tam-
bién como una lección. Todos los que profesan el
nombre de Cristo deben estar esperando, velando
y orando con un solo corazón. Debe ser desecha-
da toda diferencia, y la unidad y el tierno amor de
cada uno hacia el otro han de impregnar el todo.
Entonces podrán ascender juntas nuestras oracio-
nes a nuestro Padre celestial con poderosa y fer-
viente fe. Entonces podemos aguardar con pa-
ciencia y esperanza el cumplimiento de la prome-
sa”.
¿Cuándo llega ese “Entonces”? –Cuando estamos
esperando, velando y orando de un solo corazón,
habiendo desterrado todas las diferencias, y cuando
la unidad y el tierno amor de cada uno hacia el otro
impregnan el todo.
Por lo tanto, hermanos, si hay alguna diferencia
entre vosotros y cualquier habitante de esta tierra –
sea que esté o no en este instituto–, ha llegado para
mí y para vosotros el tiempo para que las apartemos
del camino. Si no está aquí la persona, de forma que
no podéis ir y hablarle, escribidle y se lo hacéis sa-
ber, le explicáis vuestra posición y lo que estáis
haciendo. No tenéis mayor responsabilidad para con
él, sea que lo reciba o que no lo haga. Habéis actua-
do en el temor de Dios en lo que él os dice a voso-
tros que hagáis. [Alguien pregunta en la audiencia:
“¿Quiere decir personas del mundo, cualquiera?”]
Sí, en efecto, puesto que si hay pecados entre mí y
personas de afuera, ellos lo saben, y esas diferencias
impedirán que nos aproximemos a ellas cuando va-
yamos con el mensaje, aun si Dios nos diera el Espí-
ritu Santo en el derramamiento de la lluvia tardía.
Toda diferencia, toda enemistad, todo asunto de esa
índole que exista entre mí y cualquiera sea en el
mundo ¿no comprendéis que me impedirá aproxi-
marme a él con el mensaje?
Si hemos engañado a personas y no hemos sido
sinceros en nuestro trato con ellas, si no hemos sido
honestos en nuestras transacciones ante el mundo,
por el bien de nuestras almas, hermanos, corrijámos-
lo. Y aquí en Battle Creek quizá haya quien tenga
que resolver asuntos de ese tipo con personas de esta
ciudad. Nuestras reuniones están teniendo lugar en
esta ciudad para la gente de esta ciudad, y se nos
dijo aquí en el instituto que hemos de esperar que
cuando la bendición del Señor venga sobre esta reu-
nión, habrá de ser llevada a la gente de esta ciudad, y
habrán de participar con nosotros de esto. Por lo
tanto, diría a los Adventistas del Séptimo Día en esta
ciudad: Enderezad las sendas, allanad los caminos,
por el bien de vuestra alma, y por el bien de las al-
mas a quienes Dios quiere salvar en esta ciudad. Si
habéis defraudado a alguien, id y confesádselo, y
reparad aquello en lo que defraudasteis. Si en vues-
tras transacciones comerciales no habéis sido rectos,
si habéis obtenido algo de forma fraudulenta, repa-
rad el daño. Sed rectos ante Dios.
Nos llega la palabra:
“Debe ser desechada toda diferencia, y la uni-
dad y el tierno amor de cada uno hacia el otro han
de impregnar el todo”.
Eso es lo que los discípulos estaban haciendo
cuando buscaron al Señor durante aquellos diez días.
Pusieron a un lado toda diferencia. ¿No os parece
que en esos diez días, los discípulos a quienes tanto
había disgustado la petición de la madre de Santiago
y Juan al efecto de que sus dos hijos pudieran sen-
tarse a uno y otro lado del Salvador en el reino de
los cielos; no creéis que desecharon todo eso, lo con-
fesaron, hablaron de ello unos con otros, de lo mez-
quino que fue?
El Salvador tomó aquel niñito y dijo: El que sea el
mayor en el reino de los cielos vendrá a ser como
este niñito, y vendrá a ser servidor de todos. Los
discípulos estaban desechando todas esas cosas, esas
diferencias y esas envidias, por temor a que el querer
ser alguien mayor que otro en el reino de los cielos
significara que no entrase ninguno de ellos. Y tene-
mos aquí la palabra de que todas esas cosas están
entre nosotros: la ambición por el lugar, los celos
por el puesto y la envidia por la situación. Esas cosas
están entre nosotros. Ha llegado ahora el tiempo de
que las desechemos. Ha llegado ya el tiempo de que
procuremos cuán bajo podemos descender a los pies
de Cristo, y no cuán alto en la Asociación o en la
estimación de los hombres, o en el Comité de la
Asamblea, o en el Comité de la Asociación General.
La cuestión no es esa en absoluto.
“Debe ser desechada toda diferencia, y la uni-
dad y el tierno amor de cada uno hacia el otro han
de impregnar el todo”.
Puesto que eso nos afecta particularmente a noso-
tros como hermanos y hermanas en la iglesia, a no-
sotros toca, si sabemos de alguna diferencia entre
nosotros y cualquier otro en este mundo, el quitarla
de en medio. Sin importar lo que cueste. No puede
costarnos la vida si lo hacemos, pero nos costará la
vida si dejamos de hacerlo, eso es seguro. Y una vez
lo hemos hecho, “entonces podrán ascender juntas
20
nuestras oraciones a nuestro Padre celestial con po-
derosa y ferviente fe”. Es así. Cuando sabes que es-
tás sin reproche ante la vista de Dios, por haber
hecho todo lo que está en tu mano para desechar
toda diferencia entre ti y tus hermanos, y por haber
confesado a Dios todo aquello que él mostró; cuando
nos presentamos ante él como los errantes, desvali-
dos y perdidos pecadores que somos, y vemos nues-
tra necesidad de lo que él tiene para dar, ENTON-
CES están ahí todas sus promesas, y son para noso-
tros; sabemos que son nuestras. ENTONCES pode-
mos depender de ellas y “ENTONCES podrán as-
cender juntas nuestras oraciones a nuestro Padre
celestial con poderosa y ferviente fe. Entonces po-
demos aguardar con paciencia y esperanza el cum-
plimiento de la promesa”.
Eso es lo que ahora hay que hacer. Cuando se lo
cumple, cuando resultan eliminadas todas esas dife-
rencias, y prevalece la unidad, y cada uno está pro-
curando la unidad de corazón y mente, entonces
Dios ha prometido que veremos a cara descubierta.
Ha llegado el tiempo. Cumplámoslo.
Vuelvo a leer en la página 9:
“La respuesta puede venir con imprevista cele-
ridad y poder sobrecogedor; o bien ser retardada
por días y semanas, poniendo a prueba nuestra fe.
Pero Dios sabe cómo y cuándo responder a nues-
tra oración. Es nuestra parte de la obra el conec-
tarnos con el conducto divino. Dios es responsable
por su parte de la obra”.
Tal como estuvimos considerando anoche, cuando
el camino queda despejado y nuestras oraciones as-
cienden tal como se ha descrito, el conducto queda
abierto, y al derramarse el Espíritu Santo, alcanzará
a la plenitud del conducto que se despejó.
“Es nuestra parte de la obra el conectarnos con
el conducto divino. Dios es responsable por su
parte de la obra. Fiel es el que prometió. El gran e
importante asunto para nosotros es ser de una
mente y corazón, desechar toda envidia y malicia
y, como humildes suplicantes, esperar y velar. Je-
sús, nuestro Representante y Cabeza, está dis-
puesto a hacer por nosotros lo que hizo por quie-
nes estaban velando y orando en el día de Pente-
costés”.
He aquí otro pensamiento digno de nuestra más
atenta consideración:
“Jesús está deseoso de impartir ánimo y gracia
a sus seguidores hoy, tal como lo hizo con sus
discípulos en la iglesia temprana. Nadie debiera
invitar intempestivamente la ocasión de contender
con los principados y potestades de las tinieblas”.
Necesitamos ser cautos en esto. Se requiere re-
flexión. Hemos de estar seguros, y no entrar en esa
contienda hasta que sepamos que Dios está con no-
sotros, obteniendo ánimo y fuerza del poder y gracia
de Dios, a fin de enfrentar a esos poderes con los
que nos las hemos de ver. La batalla que se presenta
ante nosotros no es un asunto menor.
“Cuando Dios les ordene entrar en el conflicto,
habrá sobrada ocasión para ello; él dará entonces
valentía y vehemencia al débil y dubitativo, más
allá de la que se pudiera imaginar o esperar”.
Así, lo que el Señor quiere de nosotros es que lo
busquemos, y entonces, cuando nos envíe, iremos
solamente con su poder y gracia. Leo en la página
11:
“Los discípulos y apóstoles de Cristo tenían un
profundo sentido de su propia ineficiencia, y con
humillación y oración unieron su debilidad a la
fortaleza de él, su propia ignorancia a la sabiduría
de él, su indignidad a la justicia de él, su pobreza a
las inagotables riquezas de él. Fortalecidos y
equipados de ese modo, no dudaron en el servicio
por su Maestro”.
¡Vaya un equipo! Pensad en él: ¡fortaleza, sabidu-
ría, justicia y riquezas! Tales son las cosas que nece-
sitamos, en vista de todo lo que está en contra nues-
tra, dado que no nos es dado hacer cálculo alguno
sobre los poderes en la tierra o en el cielo, como
tampoco de la reputación que pueda originarse en el
hombre, o de la riqueza que este mundo pueda ofre-
cer, o cualquier otra consideración relativa al mismo,
o a la vida. Encontramos aquí enumeradas casi las
mismas cosas que consideramos en una de las lec-
ciones previas.
Pero ¿cómo hicieron para obtener fuerzas? –
Reconociendo su debilidad; confesándola. ¿Cómo
obtuvieron sabiduría? –Confesando su ignorancia.
¿Cómo obtuvieron justicia? –Confesando su injusti-
cia. ¿Cómo obtuvieron inagotable riqueza? –
Confesando su pobreza.
Así pues, esa es la situación en la que hemos de
estar: ineficientes, ignorantes, pobres, indignos y
ciegos. ¿Acaso no es precisamente ese el mensaje a
los Laodicenses; que somos desgraciados, misera-
bles, pobres, ciegos y desnudos, y que lo descono-
cemos? Alguien estaba leyendo esto el otro día, y al
llegar a la palabra “ciegos” mi mente se dirigió in-
mediatamente al capítulo 9 de Juan en su último
versículo. Lo podéis buscar en vuestras Biblias (Juan
9:41). Está al final del relato de la sanación de aquel
ciego, de la restauración de la vista de aquel que
había nacido ciego. ¿Qué dice el versículo?
“Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no ten-
dríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”,
vuestro pecado permanece”
Cuando Jesús nos dice a vosotros y a mí que so-
mos ciegos, lo que hemos de hacer es reconocer:
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Conferencia 1893

  • 1. General Conference Daily Bulletin, 1893 El mensaje del tercer ángel A.T. Jones “Se me ha dado instrucción para que emplee esos discursos su- yos impresos en los Boletines de la Asociación General de 1893 y 1897, que contienen poderosos argumentos en relación con la vali- dez de los Testimonios, y que sustentan el don de la profecía entre nosotros. Se me mostró que esos artículos serían de ayuda para muchos, y especialmente para aquellos recién llegados a la fe que no han estado familiarizados con nuestra historia como pueblo. Será para usted una bendición el leer de nuevo esos argumentos a los que dio forma el Espíritu Santo” (E. White, Carta 230, 1908) nº 6 p. 2 nº 16 p. 76 nº 7 p. 11 nº 17 p. 82 nº 8 p. 18 nº 18 p. 90 nº 9 p. 25 nº 19 p. 98 nº 10 p. 34 nº 20 p. 103 nº 11 p. 42 nº 21 p. 110 nº 12 p. 47 nº 22 p. 120 nº 13 p. 57 nº 23 p. 128 nº 14 p. 64 nº 24 p. 138 nº 15 p. 70
  • 2. 2 nº 6 Es mi propósito en esta noche hacer una especie de resumen de lo presentado la pasada semana, ex- trayendo después una lección a partir de ello. La primera noche –el martes-, tras haber informado sobre esa audiencia que sirvió de base para todo nuestro estudio posterior, dirigimos nuestra atención a tres puntos en particular; la noche del miércoles a otros tres, y anoche a un punto más. Recordaréis que los tres puntos de la primera noche centraron nuestra atención en la proclamación actual del mensaje del tercer ángel, según lo presenta el pasaje: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios” (Apoc. 14:9). Y eso muestra por sí mismo que ha llegado el tiempo en que la imagen está ahí y que se va a recibir su marca, puesto que la advertencia es contra la adoración de la bestia y su imagen, contra la recepción de la marca en la frente o en la mano. El primero de los tres puntos consistía en que nos es imposible seguir realizando la obra tal como habíamos venido haciendo, y con respecto a ese pre- ciso mensaje, nos sentimos movidos a predicarlo al pie de la letra. El segundo, que eso muestra que se ha formado la imagen, lo que significa que todo el poder de la tierra queda en manos del enemigo del mensaje del tercer ángel y de la causa de Dios, quien lo va a ejercer en contra del pueblo y la obra de Dios. Por consiguiente, el que se ponga de parte de Dios tiene que depender de un poder superior al de todo el mundo junto. El punto tercero consistió en que al citar el cuarto mandamiento en la legislación, interpretándolo como siendo el primer día de la se- mana o domingo, y por lo tanto poniendo el domin- go en el lugar del sábado del cuarto mandamiento, es tan literalmente cierto que las iglesias protestantes de este país, mediante el poder de este gobierno, han invalidado la ley de Dios en la medida en que el po- der terrenal puede hacerlo, como lo fue en la aposta- sía original del papado cuando se asoció al gobierno con el mismo fin. Y habiendo sucedido así, Dios ha puesto en nuestros labios las palabras: “Tiempo es de actuar, Jehová, porque han invalidado tu Ley” (Sal. 119:126). Eso nos lleva al siguiente pensamien- to: dado que todo el poder de la tierra está orientado contra Dios, contra su sábado y contra su pueblo que lo guarda, su pueblo, a fin de poder hacerle frente, ha de disponer de un poder que sea superior al que reúne toda la tierra en su contra, y que nos lleva al versículo citado: “Tiempo es de actuar, Jehová, por- que han invalidado tu Ley”. Por consiguiente, nece- sitamos el poder de Dios. Nuestra oración diaria es: Señor, ha llegado el momento de que tú actúes; nada hay que nosotros podamos hacer. El siguiente punto en el estudio es: El mensaje se da a la vista del hecho de que quienes lo rechazan, habrán de recibir las plagas. “Si alguno adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios”. La primera plaga se derrama sobre aquellos que reciben la marca de la bestia, y bajo la sexta plaga los reyes de la tierra se reúnen para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso. En el tiempo de esa batalla regresa el Señor, y tiene lugar el fin del mun- do. “El séptimo ángel derramó su copa por el aire. Y salió una gran voz del santuario del cielo, desde el trono, que decía: ‘¡Ya está hecho!’ Entonces hubo relámpagos, voces, truenos y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande cual no lo hubo jamás desde que los hombres existen sobre la tierra” (Apoc. 16:17 y 18). En la historia de las naciones que fueron en el pa- sado, cuando una nación se negó a buscar al Señor, cuando eligió dar la espalda a Dios levantándose en rebeldía contra él, dejó de tener cabida en el mundo. La ruina fue su final inevitable. Puesto que este go- bierno ha hecho eso mismo, no puede haber otra consecuencia que no sea su ruina. Por cierto, esta tarde he estado leyendo “Special Testimonies”, y hay un pasaje tan expresivo al respecto de este punto, que os lo leeré aquí. Está en la página 16 de “Special Testimony to Ministers and Conference Committees”. Dice así: “El mundo cristiano ha aceptado el hijo del pa- pado, y lo ha acunado y alimentado, desafiando así a Dios al quitar su monumento conmemorativo y estableciendo un sábado rival” (Mensajes Selec- tos, vol. III, p. 463 -traducción revisada-). ¿Cuándo ocurrió eso? Cuando quitó su monu- mento conmemorativo; cuando desafió a Dios qui- tando su memorial y estableciendo un sábado falsifi- cado. Esta es la palabra que leímos el otro día: “El memorial de Dios ha sido derribado, y en su lugar se destaca ante el mundo un sábado falso”. Pero las iglesias lo han hecho con la intención de que el poder de este gobierno asegurase la efectivi- dad de su obra. ¿A qué se ha dejado arrastrar, pues, esta nación, por acción de las iglesias apóstatas que
  • 3. 3 alberga? A desafiar a Dios. Cuando Belsasar desafió a Dios tomando las vasijas sagradas de la casa de Dios, profanándolas con su adoración lasciva, ese gobierno perdió su lugar en este mundo. Este go- bierno ha llegado al mismo punto, y la ruina es lo único que ha de seguir. Ahora bien, la ruina de esta nación es la ruina del mundo, puesto que su influen- cia afecta al mundo entero, y la ruina tiene lugar en ocasión de la venida del Señor, momento en el que se ha de librar la gran batalla. Nos encontramos a las puertas de esos acontecimientos. El siguiente punto consistió en que la iglesia judía apóstata se unió a “César” a fin de deshacerse del Señor. La iglesia apóstata romana había hecho lo propio, uniéndose a César a fin de deshacerse del sábado del Señor. Cuando se juntó con César, Dios no tuvo más remedio que destruir a la iglesia judía apóstata. Pero antes de destruirla, llamó de ella a todos los que serían suyos. La iglesia judía era a la vez iglesia y nación, de forma que al ser destruida, la lección quedó desplegada ante el mundo a modo de ejemplo, tanto para iglesias como para naciones. Se trataba de la nación e iglesia judía, que había dado la espalda a Dios. Cuando la iglesia judía desechó a Dios, la nación judía estaba haciendo eso mismo. La nación había de ser entonces destruida, y también la iglesia. Así, el resultado de esa apostasía, tanto para la iglesia como para la nación, había de ser sólo uno: la ruina. Cuando la iglesia de Roma siguió el mismo ca- mino, significó la ruina para el imperio romano; y, habiendo seguido esta nación el mismo camino, no cabe esperar otra cosa que la ruina, y la ruina para la nación es también la de la iglesia. Pero antes de esa ruina inminente, se escucha el mensaje: “¡Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!” (Apoc. 18:4). Por último, anoche vimos que la intención del papado es reunir a todas las naciones bajo su in- fluencia; y una vez logrado lo anterior, esa institu- ción se felicita a sí misma diciendo: “Estoy sentada como una reina, no soy viuda y no veré llanto” (vers. 7). ¿Qué viene después? -Las plagas. A esta nación le ha de suceder lo mismo que su- cedió a las precedentes, cuando volvieron a Dios la espalda, y nos encontramos en la vorágine de los eventos que provocarán todo eso. Lo mismo que sucedió a las otras naciones que olvidaron a Dios, va a suceder pronto aquí. Hay siete puntos diferenciados, cada uno de los cuales nos lleva a los eventos del mensaje del tercer ángel, mensaje que ha de salvar a todo aquel que vaya a ser salvo antes del fin del mundo. No se trata de puntos “fabricados”. Cada uno de ellos es sim- plemente la consecuencia de cosas que están ante la vista de cualquiera en este mundo. Este es el texto con el que comenzamos: “El pueblo que comprenda ahora lo que está pronto a sobrevenirnos, en vista de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos, no confia- rá ya más en invenciones humanas, y sentirá que es necesario reconocer, recibir y presentar a la gente el Espíritu Santo” (E.G.W., The Home Misionary, 1 noviembre 1893). Así, en las sucesivas lecciones he procurado analizar lo que está ante nosotros en el mundo, y ver lo que está a punto de ocurrir; no sim- plemente lo que va a llegarnos, sino lo que va a lle- garnos pronto, con todo lo que implica. No hay for- ma de escapar a las cosas que todos pueden y deben ver en el mundo, sea que tengan los ojos abiertos o no. Sea que crean o no en lo que está a punto de ve- nir, no pueden evitar ver lo que ven; no hay para nadie escapatoria, de no ser mediante el mensaje del tercer ángel. Avancemos ahora un poco más en lo que eso significa para nosotros. Hemos visto que todo el poder de esta tierra está ahora bajo la influencia del papado. Todos lo podéis ver. Pero ¿quién es el diri- gente en el papado? ¿Quién está obrando contra la iglesia de Dios? Satanás. ¿Mediante quién obró mientras Cristo estuvo en la tierra? Mediante el dragón. ¿Mediante quién obró cuando la iglesia estuvo en el desierto? Mediante la bestia. ¿Mediante quién obra contra la iglesia remanente? Mediante la imagen. Mediante el dragón, la bestia y el falso profeta –o imagen-. Esos son los tres instrumentos mediante los cuales hace guerra contra la iglesia de Dios, desde el nacimiento de Cristo hasta el fin del mundo. Todos los poderes de la tierra se encuentran, pues, en las manos de Satanás, quien los empleará contra la iglesia. ¿Cuánto tiempo creéis que va a pasar antes de que se cumpla ese versículo que dice que Satanás obra con todo el poder? ¿Acaso no lo está haciendo ya? Todo el poder que conoce esta tierra, todo el poder que hay en el reinado en donde mora Satanás, está ahora en sus manos. Va a obrar con todo el poder. “La aparición de ese inicuo es obra de Satanás, con gran poder, señales y prodigios mentirosos” (2 Tes. 2:9). ¿Para qué ha reunido ese poder, si no es para usarlo? ¿Suponéis que va a estar parado mucho tiempo, especialmente cuando el pue- blo de Dios se esté encomendando y consagrando al Señor? Eso es lo que enfurece a Satanás, que se guarden los mandamientos de Dios y se manifieste el testimonio de Jesús. Así pues, todo ese poder está en sus manos, para
  • 4. 4 emplearlo contra la iglesia de Dios, contra Dios, contra su sábado y contra aquellos que respetan al Señor y a su sábado, puesto que esa es la señal de lealtad al Señor. Por lo tanto, repito que todo aquel que vaya a ser fiel a Dios lo habrá de ser en contra de todo el poder que hay en el mundo: todo el poder que este mundo conoce, del tipo que sea. Así pues, hermanos, el asunto que vosotros y yo hemos de decidir ahora, es si vamos a avanzar o no. Hemos de decidir si vamos a avanzar, o si nos paramos aquí. Tan ciertamente como decidamos permanecer en la profesión que hemos hecho, tan ciertamente como decidamos te- nernos por la ley de Dios y la fidelidad a nuestra profesión, habremos de hacerlo en contra de todo el poder que este mundo conoce, estando Satanás en posesión y uso de tal poder. Hemos de mantener nuestra lealtad a Dios y a su ley, en contra de toda consideración, soporte o protección humanas. ¿No se va a tratar acaso del pueblo que se tiene por la ley de Dios, que depende de Dios solamente, puesto que nada hay debajo del sol de lo que pueda depender? Debemos advertir a la gente del mundo acerca de ese poder, debemos advertirlos contra sus maquina- ciones, sacarlos de ahí y llevarlos a Dios. ¿Podré hacer eso de alguna forma si conservo cualquier conexión con el mundo o la mundanalidad? [Con- gregación: “No”]. Si participo de un espíritu munda- no y de una disposición mundana, ¿podéis decirme cómo voy a ser capaz de advertir a la gente a que se separe totalmente del mundo? ¿Qué fuerza tendrían entonces mis palabras para que alguien siguiera ese curso? ¿Alguien puede decirme cómo vais a poder lograrlo en ese caso? Poco importa que seáis pastor o no; que seáis un adventista del séptimo día, o sólo un profeso adventista; no hace falta que seáis un pastor: basta con que seáis un profeso adventista del séptimo día, a efectos de responder esta pregunta. Quiero saber cómo vais a mantener dignamente esa profesión, o a tener el poder necesario para abordar la gente de este mundo, si es que estáis conectados con este mundo en espíritu, mente, pensamiento, deseos o inclinaciones. No podréis ciertamente. Una conexión con el mundo del espesor de un cabello os privará del poder que ha de acompañar al llama- miento que advertirá al mundo contra ese poder ini- cuo y mundano, a fin de que se separen totalmente de él. Por lo tanto hermanos, si en adelante nuestro mensaje ha de poseer poder, ¿qué debemos hacer? Hemos de romper cualquier amarra con todo lo que este mundo conoce. ¿Estáis dispuestos? No basta con que os pregunte si estáis dispuestos: ¿Lo habéis hecho ya? [Congregación: “Sí”]. La imagen que empleó el hermano Porter hace ya algún tiempo es espléndida. El profeta buscaba a quienes daban ese mensaje, pero miraba demasiado bajo. El ángel le dijo: ‘Mira más arriba’. Gracias al Señor, están por encima del mundo. Allí es donde pertenecen, por encima del mundo, sobre un funda- mento que Dios ha establecido para que lo transiten. Y todos aquellos que estén en una posición tan baja como para hacer necesario que se mire al mundo para encontrarlos, no pueden dar el mensaje del ter- cer ángel. Hemos de estar por encima del mundo. Por lo tanto, cortad amarras, hermanos. Ha llegado el momento como nunca antes en que tiene que haber una separación del mundo. “Yo os elegí del mundo”, dice Jesús (Juan 15:19). Dado que nos ha escogido del mundo, busquémoslo cada día a fin de que pueda comisionarnos. Cristo dijo a sus discípulos: “Yo os elegí a vosotros y os he puesto [comisionado u ordenado] para que...” (Juan 15:16). Nos ha escogido; asegurémonos de que nos ha comi- sionado para la obra que tiene para nosotros, que consiste en llevar la palabra de Dios en contra de todo el poder que este mundo conoce, a fin de sepa- rar del mundo a un pueblo, tan separado para Dios como para renunciar totalmente al poder de este mundo y a toda conexión con él. Lo anterior nos lleva una vez más a la consagra- ción. Gracias al Señor porque sea así. Y no podemos aferrarnos al mensaje del tercer ángel, no podemos mantenernos en él ni tener su espíritu o realizar su obra, sin una consagración plena. Otro punto al respecto: Los que se tengan por la ley de Dios no van a ser tenidos en alta considera- ción por mucho tiempo. De ninguna manera. No van a ser apreciados, loados ni cortejados. Al contrario. Quizá sea mejor que lo leamos de “Great Contro- versy”, vol. IV, p. 590: “Y luego el gran engañador persuadirá a los hombres de que son los que sirven a Dios los que causan esos males. La parte de la humanidad que haya provocado el desagrado de Dios lo cargará a la cuenta de aquellos cuya obediencia a los mandamientos divinos es una reconvención perpetua para los transgresores. Se declarará que los hombres ofenden a Dios al violar el descanso del domingo; que este pecado ha atraído calamidades que no concluirán hasta que la observancia del domingo no sea estrictamente obligatoria; y que los que proclaman la vigencia del cuarto mandamiento, haciendo con ello que se pierda el respeto debido al domingo y rechazando el favor divino, turban al pueblo y alejan la prosperidad temporal. Y así se repetirá la acu- sación hecha antiguamente al siervo de Dios y por motivos de la misma índole: ‘Y sucedió, luego que
  • 5. 5 ‘Y sucedió, luego que Acab vio a Elías, que le dijo Acab: ¿Estás tú aquí, perturbador de Israel? A lo que respondió: No he perturbado yo a Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber dejado los mandamientos de Jehová, y haber seguido a los Baales’ (1 Rey. 18:17 y 18). Cuando con falsos cargos se haya despertado la ira del pueblo, éste seguirá con los embajadores de Dios una conduc- ta muy parecida a la que siguió el apóstata Israel con Elías” (El conflicto de los siglos, p. 647 y 648). Y en la página 590 leemos: “Los que honren el sábado de la Biblia serán denunciados como enemigos de la ley y del orden, como quebrantadores de las restricciones morales de la sociedad, y por lo tanto causantes de anar- quía y corrupción que atraen sobre la tierra los al- tos juicios de Dios. Sus escrúpulos de conciencia serán presentados como obstinación, terquedad y rebeldía contra la autoridad. Serán acusados de deslealtad hacia el gobierno. Los ministros que niegan la obligación de observar la ley divina pre- dicarán desde el púlpito que hay que obedecer a las autoridades civiles porque fueron instituidas por Dios. En las asambleas legislativas y en los tribunales se calumniará y condenará a los que guardan los mandamientos. Se falsearán sus pa- labras, y se atribuirán a sus móviles las peores in- tenciones” (Id., p. 649). En “Testimony” nº 32, p. 208, leo un testimonio dado en 1885, hace ya siete años: “Mientras los hombres están durmiendo, Sata- nás arregla activamente los asuntos de tal manera que el pueblo de Dios no obtenga ni misericordia ni justicia” (Joyas de los Testimonios, vol. II, p. 152). ¿Cómo se podría esperar que obtuviéramos mise- ricordia y justicia, siendo que todo el poder de los gobiernos de la tierra está en las manos del papado, y es Satanás quien lo dirige? ¿Y cómo podríais espe- rar justicia cuando el propio Satanás ha dispuesto todo el poder de esta tierra en contra del pueblo de Dios? No hay ahí ninguna justicia: no la podemos esperar. Eso nos lleva al punto de que hemos de es- tar tan separados de este mundo como para no espe- rar protección alguna del mismo, como para no espe- rar ninguna misericordia ni justicia del mundo. Si las obtenemos, se tratará sólo de misericordia de Dios, manifestada en ellos a pesar suyo. Cuando estamos en una posición en la que la única misericordia que podemos esperar de la tierra es la que Dios arranque de ellos, ¿dónde está nuestra única dependencia? En Dios. No nos van a tratar bien, ni gozaremos de una alta consideración. Se fabricará y esparcirá toda clase de reproches contra nosotros. Quisiera saber cómo po- drá alguien permanecer fiel al mensaje del tercer ángel, cumpliendo su obra, si está preocupado por lo que los demás digan de él, importándole mucho su reputación y siendo dependiente de ella. No podrá. Pero gracias al Señor, Dios tiene algo mucho mejor en que podemos confiar, que es el carácter. No olvi- demos que Jesús, nuestro ejemplo en este mundo, menospreció el oprobio y se despojó de su reputa- ción (Heb. 12:2; Fil. 2:7). Eso establece el hecho de que el pueblo que haya de dar el mensaje del tercer ángel y tenerse en pie fielmente por Dios, lo habrá de hacer considerando exclusivamente el carácter, y habrá de desechar todo cálculo relativo a la reputación. Nunca más habrán de entrar ya en nuestros cálculos cuestiones de reputación tales como ‘qué van a pensar o decir los demás de nosotros’. La reputación no salvará a nadie. Si ha de estar condicionado por aspectos de imagen y reputación, si es que eso ha de tener la más mínima importancia en su mente, es preferible que claudique del todo, pues nunca podrá conservar su reputación quien se atiene al mensaje del tercer án- gel. Por lo tanto, ahora mismo, hoy, es el momento de abandonar todas esas profesiones, ya que haciendo así aliviaréis a vuestros hermanos. Si es que habéis de claudicar finalmente, hacedlo cuanto antes; pues- to que cuanto más lejos vayáis -para claudicar des- pués-, más difíciles pondréis las cosas a vuestros hermanos. Por lo tanto, a menos que lo asumáis ple- namente, mejor abandonadlo esta noche, tomad otro camino y dejadlo del todo; permitid así que queden en libertad los que vayan al frente. Hemos llegado a la encrucijada de la decisión, en la que cada uno ha de elegir teniendo en cuenta que no se podrá depen- der de nada que haya en este mundo, que no habrá de entrar en los cálculos ninguna de las considera- ciones que este mundo pueda presentar. En particu- lar, no ha de tener cabida ninguna consideración relativa a la reputación o a qué van a pensar los hombres. Cuando todo el poder del mundo esté en contra de quienes se mantengan fieles a Dios, el ca- rácter de Jesucristo valdrá diez mil veces diez mil reputaciones que sea posible manufacturar. La reputación es algo muy importante a los ojos del mundo, pero para Dios no significa nada. Repu- tación es todo lo que Satanás tiene para ofrecer. Es su único fundamento, y la declaración que frecuen- temente se cita es correcta, referida al hombre en cuyos labios la coloca quien la escribió: “El tesoro más preciado que la mortalidad puede conceder es una reputación inmaculada”. Era adecuada para él, pues la reputación es todo cuanto tenía. Con poste- rioridad declaró haberla perdido, y quedó hundido
  • 6. 6 en el pesar, clamando: “¡Oh, mi reputación!... He perdido mi reputación”. Y una vez que la hubo per- dido, por supuesto no le quedaba nada en que apo- yarse. Estaba totalmente desvalido. No tenía un ca- rácter del que depender, sino sólo una reputación perdida. Es muy propio que ese sentimiento proceda de él, debido al “carácter” que poseía aquel en cuya boca puso esas palabras quien lo escribió; pero se trata de una mentira. El tesoro más preciado que la mortalidad puede conceder no es la reputación in- maculada: el tesoro más preciado que tanto la morta- lidad como la inmortalidad conceden es un carácter inmaculado; y el único carácter inmaculado que este mundo ha conocido es el de Jesucristo. Y ese, su carácter, nos lo da a ti y a mí, un don gratuito y ben- dito de parte de Aquel que edificó dicho carácter en sí mismo. Por lo tanto, hermanos, dejad que el viento se lle- ve toda cuestión relativa a la reputación. Ahí está su lugar, pues la reputación es tan inestable como el viento, mientras que el carácter es tan permanente como la eternidad. Abandonad, pues, todo apego a la reputación. Tengamos un carácter; tengamos ese carácter que resistirá el juicio. Si es así, aunque Sa- tanás con todo su poder logre atribuirnos la peor reputación que quepa inventar, demos gracias a Dios por haber obtenido un carácter que resistirá en el juicio. Podemos permitirnos prescindir del mundo y de la reputación: en Jesucristo tenemos algo muchí- simo mejor. Eso no es todo. Hay otra faceta. Está llegando el momento en que todo el que se adhiera al mensaje del tercer ángel y al sábado del Señor, manteniéndo- se fiel, no podrá comprar o vender nada en este mundo. Por lo tanto, todo el que profese ser adven- tista del séptimo día, todo el que profese fidelidad al mensaje del tercer ángel, tiene ahora que decidir si va a seguir firme, en contra de toda consideración relativa a la posesión y a la propiedad en este mun- do. Ni en nuestros cálculos ni en nuestra obra debiera entrar consideración alguna relativa a la propiedad o a los intereses comerciales mundanales. Ninguna consideración de ese tipo debiera entrar en los cálcu- los de ningún adventista del séptimo día a partir de ahora. De lo contrario, haría mejor en detenerse aquí mismo, ya que si voy a plantearme cuánto voy a tener, cómo va a irme este o aquel negocio, o lo que voy a ganar o perder de esta o de aquella forma, en el caso de ser fiel al sábado; si voy a permitir que esas cuestiones entren en mis cálculos, es mejor que me entregue totalmente a los intereses propios y deje lo otro. Ahora bien: ¿Cuál ha de ser el final de esas ganancias, de esas propiedades que me hacen cues- tionar y dudar? La más completa destrucción. Por lo tanto, si hay alguna cuerda de simpatía que me ata con lo terreno, cuando llegue el momento de su des- trucción, ¿cuál será mi suerte? Evidentemente, la misma. Supongamos que dicha cuerda tiene sola- mente el calibre de un hilo. ¿Me arrastrará? Sin duda lo hará. Por lo tanto, hermanos, ha llegado el mo- mento de cortar toda atadura. Y una vez más hemos llegado al momento decisivo. Todo el que permanezca fiel al mensaje del tercer ángel deberá afrontarlo, y lo hará al margen de toda consideración relativa al provecho, al dinero, a la propiedad o a cualquier cosa por el estilo. Nada de eso tendrá el más mínimo peso para él, en cuanto a su proceder en relación con el mensaje del tercer ángel. Ahí está la declaración: “...y que ninguno pudiera comprar ni vender, sino el que tuviera la marca o el nombre de la bestia o el número de su nombre” (Apoc. 13:17). “Si alguno adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente o en su mano” (14:9). No es de ninguna forma necesario que crea en ella. La ley dice: ‘Guarda el domingo’. Y si lo guarda, ¿qué significa? Que ha entrado en un compromiso con Satanás y que ha aceptado la marca de Satanás, en lugar de la de Cristo. Ha puesto a Satanás por encima de Cristo en su consideración, y está obedeciendo al poder del mundo y no a las pa- labras de Cristo. ¿De cuánto poder va a disponer para su salvación del mundo, quien así proceda? Aquel que se compromete con las leyes domini- cales hasta el punto de dejar de trabajar y observar el domingo porque así lo establece la ley, mientras piensa que está guardando el sábado, puso a Satanás por encima de Cristo. Está poniendo su dependencia en el poder terrenal. Pero ¿en manos de quién está ese poder? En las manos de Satanás. Por lo tanto, de acuerdo con su profesión y sus actos, ¿acaso no está dependiendo de Satanás, tanto como de Cristo? ¿Tienen uno y otro alguna concordia? Ninguna. Bien, pues no permitamos a Satanás que participe, hermanos. Nadie que se mantenga fiel al mensaje del tercer ángel permitirá que Satanás tenga una partici- pación como esa. ¿No es el sábado la señal de lo que Dios es para el hombre? ¿No es la señal del Dios verdadero, y no es Dios el que es? Siendo así, ¿no es la señal de lo que Dios es, tanto como de que Dios es? Por consi- guiente, ¿qué es? Es el Señor, el Señor Dios, Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda miseri- cordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebe- lión y el pecado. Él es nuestra vida.
  • 7. 7 El sábado es, pues, la señal de lo que Dios es para aquel que cree en él. Pero ¿dónde encontramos a Dios? ¿Dónde únicamente se lo puede encontrar? En Jesucristo. “Nadie conoce... quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Luc. 10:22). Así, para nosotros, Cristo es Dios. Para este mundo y para todas las criaturas inteligentes, Cristo es Dios. Por lo tanto, ¿no es el sábado la señal de lo que Cristo es para el hombre? Al observarlo, es la señal de lo que Cristo es para nosotros. Por lo tanto, si observo el domingo debido a que la ley lo establece así, eso significa que para mí el domingo es tan importante como el sábado, pero eso es lo mismo que decir que Satanás significa para mí tanto como Cristo. Y cuando sucede eso, Cristo no signi- fica mucho para mí. Cuando Cristo significa tan po- co como para no importarme el tomar la señal del poder del papado, que no es otra cosa que la señal del poder de Satanás, poniéndolo al mismo nivel que lo que Cristo es para mí, entonces Cristo no es nada para mí. Si Cristo no lo es todo, ¿qué es entonces? “Cristo es el todo y en todos” (Col. 3:11). Si Cristo no lo es todo para mí, ¿qué es entonces? -¡Nada! Eso nos lleva de nuevo al hecho de que hemos de resistir esa señal en contra de toda consideración que el mundo pueda hacer. Eso no es todo. Hay aún otra idea en el versículo: “Se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablara e hiciera matar a todo el que no la adorara”. Ha de llegar un momento en el que se pronuncie sentencia de muerte sobre aquel que permanezca fiel al mensaje del tercer ángel. Perderá su derecho a la vida, según los poderes de esta tierra en cuyas ma- nos está. Por lo tanto, ¿habrá de caber en nuestros cálculos alguna consideración relativa a la vida? ¿Qué os parece, hermanos? ¿Podrá alguien considerar el valor de su vida aho- ra, permitiendo que pese en sus cálculos relativos a si va a permanecer fiel o no al mensaje del tercer ángel? Haremos bien en meditar en esas cosas, dis- cerniendo su significado. Si permito que la preserva- ción de mi vida temporal tenga alguna influencia en mi compromiso con el mensaje del tercer ángel, ¿de qué sirve que siga pretendiendo ser fiel al mensaje? ¿No es preferible que lo abandone aquí y ahora? El hecho, tal como hemos visto, es que permanecer de parte del mensaje ha de significar la pérdida de esta vida. Por lo tanto, si le concedemos la importancia que sea en nuestra decisión, es mejor que nos deten- gamos y abandonemos cuanto antes el asunto. La pena de muerte está incluida en cada uno de los pasos que configuran la persecución. Puede no estar explicitada en palabras, pero está allí presente desde el primer paso, ya que cuando el gobierno se implica en leyes religiosas opresivas, lo hace siem- pre con el objeto de preservarse a sí mismo. Así se ha declarado de forma explícita en el caso de esta ley dominical del Congreso. Los que desobedecen las leyes dominicales son multados preceptivamente, pero no pagan sus multas –no lo harán ciertamente los guardadores del sábado. Entonces han de ser encarcelados para pagar esa deuda. Al término de su reclusión son devueltos a la libertad. Vuelven enton- ces a trabajar en domingo, siendo ahora más elevada la multa en razón de su reincidencia, lo que lleva a su vez a una encarcelación más prolongada. Pero en ningún caso se logra que dejen de trabajar en do- mingo, tal como pretende esa ley. Por lo tanto, dado que ninguna de las penas logra el objetivo de ese precepto, tiene lugar una escalada punitiva que ter- mina sólo al alcanzar la más dura de las penas: la pena de muerte. Por consiguiente, la pena de muerte está implícita en toda ley dominical que jamás se haya promulgado en esta tierra, tan ciertamente co- mo que toda ley ha de ser cumplida y aplicada. De- bido a ello, el historiador Gibbon dijo al mundo hace ya más de cien años: “Corresponde a los autores de la persecución el decidir previamente si están determinados a sustentarla hasta su última consecuencia. Obran- do así excitan la llama que se esfuerzan por as- fixiar, y pronto se hace necesario castigar la con- tumacia y crimen del ofensor. La multa impuesta, que no quiere o no puede satisfacer, expone a esa persona a la severidad de la ley, y la ineficacia de las sanciones menores sugiere el recurso a la pe- na capital”. El historiador llamó así la atención de las nacio- nes y de sus dirigentes en todo el mundo, a fin de que antes de entrar en el camino de la persecución consideren si están dispuestos a respaldarla con la pena capital. Si no lo están, es mejor que desistan antes de comenzar. Así es en los principios, y así se ha de demostrar en la práctica. ¿No resulta, pues, claro que los que permanezcan fieles al mensaje del tercer ángel, fieles a la ley de Dios y a su sábado, lo habrán de hacer al margen de toda consideración relativa a la preservación de su vida? [Congregación: “Sí”]. Otro punto: Cuando hayan desaparecido todo apoyo y protección de esta tierra; cuando se nos haya desprovisto de la reputación que tanto valora el mundo; cuando se hayan perdido toda propiedad o medio de ganancia, e incluso cuando la propia vida resulte amenazada, ¿qué quedará entonces?, ¿cuánto, de los intereses y cosas de este mundo, ligará al que
  • 8. 8 permanezca fiel? Aquel que, después de contar el costo, dejó de lado toda consideración relativa al apoyo y protección terrenales, a la misericordia y la justicia que cabría esperar; aquel que desestimó lo que van a pensar o decir los demás sobre eso, quien asumió la pérdida de sus propiedades, su imposibili- dad de comprar o vender, quien prescindió de todo apego por la preservación de su propia vida, al que así hizo, ¿cuánto le queda del mundo? [Congrega- ción: “Nada”]. ¿Acaso la Biblia, la Palabra de Dios, no emplaza a todo adventista cara a cara con esas decisiones, demandando de él una elección? [Congregación: “Sí”]. Ha llegado, por lo tanto, el momento de reca- pacitar seriamente. Es ciertamente tiempo de pensar con mucha seriedad. Pero gracias al Señor, no tene- mos motivo alguno para estar atemorizados ante nuestro enemigo. El Señor nunca permitirá que sea- mos llevados a un lugar del que no hayamos de salir de forma mucho más gloriosa que si nunca hubiéra- mos estado allí. El Señor nunca nos llama a seguir un curso de acción que conduzca a la pérdida de algo, si es que no nos da en lugar de lo que se perdió algo de valor infinitamente superior. Cuando nos llama a permanecer fieles a su verdad, siendo que eso nos lleva a expulsar de nuestros cálculos toda consideración de soporte o protección terrenales, nos está diciendo simplemente: ‘Aquí está para ti todo el poder del cielo y de la tierra’. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18), y “Yo estoy con vosotros”. Se trata de la protección del Todopoderoso traída en favor nuestro. “El eterno Dios es tu refugio y sus brazos eternos son tu apoyo” (Deut. 33:27). “Mira que te mando que te esfuerces y que seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que va- yas” (Jos. 1:9). ¿No es esa su palabra? Leámosla en mayor extensión. En Isaías 51 encontramos una ora- ción que el Señor quiere que elevemos a él: “¡Despiértate, despiértate, vístete de poder, brazo de Jehová! ¡Despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados! ¿No eres tú el que despedazó a Rahab, el que hirió al dragón? ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo, el que trans- formó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos? Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas. Tendrán gozo y alegría y huirán el dolor y el gemido” (vers. 9-11). ¿Cómo han de entrar en Sión? –Cantando. Co- mencemos ya ahora. El Señor no desea que entremos con las cabezas bajas y escondiéndonos, como si temiéramos ser vistos y no tuviéramos sitio en el mundo. “Erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”, dice Jesús (Luc. 21:28). Cada uno de nosotros pertenecemos a este mundo hasta que Dios termine con nosotros, y ni el mismo Satanás puede ocasionarnos daño alguno hasta que el Señor termine con nosotros, y ni aún entonces podrá hacernos daño alguno. Alegrémonos de que sea así. “Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor de los mortales y de los hijos de los hombres, que son como el heno?” (Isa. 51:12). ¡Y profesamos creer en Dios! Nos aferramos a la ley de Dios, tenemos el sábado del Señor, que nos revela quién es Dios: nos dice que él es el verdadero Dios, el Dios viviente y Rey eterno; la tierra tembla- rá cuando se aire, su palabra es capaz de traer a los mundos a la existencia, su misma palabra los des- hace en pedazos; y hay aquí ciertos hombres que son como el heno que se seca y se desvanece en un breve tiempo, que te dicen que si haces tal cosa vas a ir a la cárcel, y que si persistes en ella hasta el final serás condenado a muerte. ¡Y eso nos atemoriza! ¿Acaso no tiene razón Dios, al hacernos una pregunta como esa? ‘¿Quién eres tú para que tengas temor de uno que ha de morir?’ Eso es lo que quiere saber. ¿No es una sabia pregunta? “Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor de los mortales y de los hijos de los hombres, que son como el heno?” ¿No veis que el que profesa creer en el Señor lo insulta al temer de esa forma al hombre? El Señor declara que si teme, no está dependiendo de él. Leamos más. “¿Ya te has olvidado de Jehová, tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra? Todo el día, sin cesar, has temido el furor del que aflige, cuando se dispone a destruir. ¿Pero dónde está el furor del que aflige?” (vers. 13). Gracias al Señor. Es justamente ahora cuando el furor del que aflige está a punto de desatarse. ¿Por qué nos habríamos de atemorizar ante él, como si fuese ca- paz de destruir? ¿No fue Elías atacado y expulsado, teniendo que huir por su vida? Tras haber efectuado un largo viaje se sintió exhausto y se recostó para descansar. Quedó entonces dormido y un ángel del Señor se puso junto a él. El ángel lo tocó y le dijo: ‘Levántate, Elías, y come’. Encontró un pan cocido en brasas y un jarro de agua junto a su cabecera. Gracias al Señor. ¿No estaba Elías perfectamente a salvo? Herma- nos, ¿no os parece que vale la pena ser expulsados, a fin de tener un encuentro así con un ángel? ¿Preferís acaso no ser expulsados y quedaros sin ese encuen-
  • 9. 9 tro? No temamos, pues. Elías se volvió a dormir tranquilamente, tal como hizo también Pedro cuando fue condenado a muerte. ¿Y por qué no habrían de hacerlo? ¿De qué habría servido preocuparse? Elías se quedó nuevamente dormido, y el ángel vino por segunda vez a despertarlo y a ministrarle. Le dijo de nuevo: ‘¡Levántate, Elías, y come, porque te espera un largo viaje!’ Hermanos, Dios nos dará pan para el viaje. Si el viaje es demasiado largo, nos dará una doble ración antes de iniciarlo. Os digo, hermanos: es tiempo de que aprendamos a confiar en el Señor. Hagámoslo ya ahora. Él nos lo ordena. Leemos en otro lugar: “Se le dará su pan y sus aguas tendrá se- guras” (Isa. 33:16). Así es. “El preso agobiado será libertado pronto; no mo- rirá en la mazmorra ni le faltará su pan. Yo Jehová, que agito el mar y hago rugir sus olas, soy tu Dios, y mi nombre es Jehová de los ejércitos. En tu boca he puesto mis palabras y con la sombra de mi mano te cubrí, extendiendo los cielos, echando los cimientos de la tierra y diciendo a Sión: ‘Pueblo mío eres tú’” (Isa. 51:14-16). Por lo tanto, hermanos, recibámoslo; entonces no habremos de temer la opresión o las dificultades, o si no vamos a poder comprar o vender absolutamente nada, ya que el Señor tiene para nosotros algo mu- chísimo mejor. Con respecto a la reputación: Olvidadla. Él nos da un carácter, un carácter que él mismo tejió desde el pesebre hasta el sepulcro, un carácter completo en todo respecto; y nos dice: ‘Tómalo y póntelo, y ven a mi cena de bodas’. Ese es el carácter, y esas las vestiduras que coloca sobre su pueblo, de forma que las plagas no puedan afectarlo, y el poder del enemi- go no pueda vencerlo ni contaminarlo. “En gran ma- nera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios, porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió y como a novia adornada con sus joyas” (Isa. 61:10). Gracias al Señor. Con respecto a la vida: Cuando el Señor nos lla- ma a tomar posición de lealtad hacia su ley, eso im- plicará la amenaza de la pérdida de nuestras vidas. ¿Qué sucede entonces? Nos dice simplemente: ‘No os preocupéis por esta vida: va a desvanecerse de todas formas dentro de muy poco tiempo; aquí está esta otra vida que perdurará por la eternidad’. Cuan- do nos pide que seamos fieles a su ley, haciendo que esta vida volátil y mortal resulte amenazada, nos dice: ‘Aquí hay vida inmortal’. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). “Este es el tes- timonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11). ¿Nos la ha dado? El que tiene al Hijo, ¿va a tener vida eterna en algún momento en el futuro? “El que tiene al Hijo tiene la vida” (vers. 12). ¿Cómo podríamos tener al Hijo sin tener la vida? ¿Está acaso Cristo muerto? ¡No! ¡Vi- ve! Así, cuando lo tenemos a él, tenemos la vida que hay en él. Ved a dónde nos lleva, cuando alguien que profe- sa tener a Cristo no cree tener la vida que hay en Cristo, que es vida eterna. ¿Qué clase de Cristo es ese? ¿Un Cristo que no tiene vida en sí mismo? Im- posible. Cristo no está muerto. ¿No es eso lo que ha estado resonando en nuestros oídos una vez tras otra, durante años, mediante la voz que ha estado hablan- do de parte del Señor? “Hermanos, Cristo no está en la tumba nueva de José, con su gran piedra sellando la entrada del sepulcro. No: ¡Ha resucitado! ¡Vive! ¡Vive! Proclamadlo con la voz y con la pluma”. Puesto que vive, y vive para siempre, cuando lo tengo a él, tengo a un Salvador viviente. “El que tiene al Hijo tiene la vida”. ¿Qué tipo de vida es la que hay en él? Sólo vida eterna. Así, cuando lo ten- go a él, tengo su vida, que es vida eterna, tal como él mismo afirmó. Pero tal como nos ha enseñado el hermano Haskell en sus presentaciones, no podemos tener su vida a menos que entreguemos la nuestra. Al hacer así, nos encontramos con Jesucristo. Esa es hoy la enseñanza. Someted esta vida, y obtendréis a cambio una que es infinitamente superior. Ahora es el tiempo de hacerlo. Pero si me aferro a esta vida, cuando se acabe, ¿qué me va a quedar? [Congrega- ción: “Nada”]. Por lo tanto, aquel que dispone únicamente de es- ta vida no debiera aventurarse en el mensaje del ter- cer ángel, pues al llegar la prueba en la que se pon- drá en juego la vida, se aferrará a ella. Ahí está el peligro. Nadie puede andar el recorrido que ha de hacer el mensaje del tercer ángel, solamente con esa vida que tiene. Le será imposible. Dado que es todo cuanto tiene, se aferrará a ella al sentirse amenazado. Pero aquel que da su vida por perdida, no aferrándo- se a ella, y toma esa vida que se mide con la vida de Dios, esa vida que es la vida de Dios, poseerá una vida que no puede resultar jamás amenazada. Estará a salvo. Podrá ir allá donde el mensaje lo requiera, puesto que Aquel que es la vida del mensaje, es también la vida del que permanece fiel a dicho mensaje. Por lo tanto, “dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos, pues nosotros, que vivimos, siempre esta- mos entregados a muerte” (2 Cor. 4:10 y 11). ¿No ha de ser así, de ahora en adelante? ¿No es una verdad
  • 10. 10 viviente desde ahora, que aquellos que se ponen de parte del mensaje del tercer ángel están siempre “en- tregados a muerte” tan ciertamente como sucedió con los apóstoles? Siempre estamos “entregados a muerte”, y eso entra en cada uno de nuestros cálcu- los. Vivimos cada momento conscientes de esa rea- lidad. Por lo tanto, hermanos, en lugar del poder de la tierra del que no podemos depender, y que está deci- didamente en nuestra contra, Dios nos da el poder de Dios. En lugar de reputación, Dios nos da un carácter. En lugar de cosas terrenales –riquezas, casas, tie- rras, propiedades, negocios o consideraciones de ese tipo-, Dios nos da a Jesucristo, en quien están escon- didos todos los tesoros de la sabiduría y el conoci- miento, y “vosotros estáis completos en él” (Col. 2:10). Dios lo ha constituido heredero de todo, y nosotros somos herederos de Dios, y coherederos con Cristo si es que sufrimos con él, a fin de que también seamos glorificados juntamente con él. Él es heredero de todas las cosas y nosotros somos co- herederos. Así ¿cuánto nos pertenece? [Congrega- ción: “Todas las cosas”]. ¿Qué, pues, tenemos? To- das las cosas que Dios tiene. ¿No somos acaso ricos? En lugar de esta vida que los poderes de la tierra nos quitarían, Dios nos da su vida. Cuando él nos pide que tomemos una posición de lealtad a él y a su causa, el Señor nos dice simplemente: ‘Aquí tienes vida eterna’. Por lo tanto, hermanos, ¿no nos ha equipado el Señor completamente? Pongámonos pues ahora toda la armadura de Dios. Esto es lo que se requiere: que nos esforcemos en el Señor y en el poder de su forta- leza. “Porque no tenemos lucha contra sangre y car- ne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por lo tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes” (Efe. 6:12 y 13). Así es como el Señor quiere que estemos, y eso es lo que quiere que hagamos. Y nos dice: “No te desampararé ni te dejaré” (Heb. 13:5). En ese punto es donde estamos. Hermanos, ¿qué vais a hacer?, ¿qué curso vais a seguir? “Escogeos hoy a quién sirváis” (Jos. 24:15).
  • 11. 11 nº 7 El pasado viernes algunos se preguntaban si no estaba exagerando las cosas. En vista de lo que el hermano Porter leyó de los “Testimonios”, estaréis de acuerdo conmigo en que no hubo ninguna exageración. Hermanos, no quiero que penséis que predico como lo hago, debido a que el auditorio sois precisamente vosotros. Si hubiera estado predicando desde el pasado lunes a personas que jamás hubiesen oído a un Adventista del Séptimo Día, ni acerca del mensaje del tercer ángel, lo habría hecho exactamen- te de la misma forma en que lo he hecho entre voso- tros. En este momento no sabría qué predicar, de no ser el mensaje del tercer ángel. No sé cuál otro pu- diera ser mi deber, si no es llevar a los oyentes al reconocimiento de su necesidad del poder de Dios. No os estoy predicando nada que no haya dicho ya a todo el que me escuchó. Es posible que en los próximos días os predique algo que no diría a otra audiencia, puesto que quizá algunos de nosotros hemos estado haciendo cosas que otros no hicieron, pero no hay más razón que esa. Hagamos ahora un breve resumen de lo presenta- do hasta aquí. Vimos que en este tiempo, fuera del poder de Dios, no hay nada que pueda mantenernos. Vimos que nada que no sea el carácter de Dios nos puede bastar. En lo que concierne a los medios y recursos de este mundo, no podemos depender más de ellos, sino solamente de lo que Dios provee. En lo que toca a la propia vida, vimos que no podemos seguir contando con ella; lo único que satisfará, lo único de que podemos depender, lo único que col- mará nuestra necesidad –la necesidad de los que ahora se pongan de parte del Señor-, es esa vida me- jor que la presente, la vida eterna, la vida de Dios. Únicamente el poder de Dios nos sostendrá. ¿Dónde encontramos ese poder de Dios? En Jesu- cristo. “Cristo es poder y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24). Eso es Cristo. ¿Dónde encontramos el carác- ter de Dios? En Cristo. ¿Dónde lo encontramos todo, las grandes cosas de Dios? En Cristo. ¿Dónde en- contramos una vida mejor que esta? En la vida de Dios, en Cristo. Siendo así, ¿qué otra cosa habríamos de predicar al mundo, sino a Cristo? ¿De qué hemos de depen- der, sino de Cristo? ¿Qué es el mensaje del tercer ángel, sino Cristo? Cristo es el poder de Dios, las riquezas insondables de Dios, la justicia de Dios, la vida de Dios, ¡Cristo es Dios! Tal es el mensaje que hemos de dar ahora al mundo. ¿Qué es lo que el mundo necesita? A Cristo. ¿Necesita algo más? No. ¿Hay algo más? No. “En él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y vosotros estáis completos en él” (Col. 2:9 y 10). Como ya he dicho, si hubiera estado predicando a personas que nunca hubiesen oído nada sobre el mensaje del tercer ángel, si les hubiera estado diri- giendo la palabra desde el lunes de tarde, les habría predicado como lo he hecho con vosotros, y los habría emplazado cara a cara ante Jesucristo tal co- mo he hecho aquí. Por cierto, muy cerca hay una congregación no creyente que quiere invitarme al- gún día a que les hable, y pienso predicarles preci- samente lo mismo que a vosotros. Hay una congre- gación de no creyentes a la que por tres veces he tenido la ocasión de predicar, y les he presentado estas cosas tal como son, sin ambages. Ya me han hecho la pregunta: “¿Qué haremos”? Uno de ellos declaró: “Bien, nos ha dicho todas esas cosas, y es- tán muy claras; pero todavía no nos ha dicho qué tenemos que hacer ahora...” Le respondí: “¡Dadme la oportunidad, y os lo diré!” Respondieron: “Así lo haremos”. Y así lo espero. Cuando llegue ese momento, es mi propósito de- cirles justamente lo que tienen que hacer. Quiero presentar ante ellos lo que he presentado ante voso- tros: que si desean oponerse a ese movimiento de unión iglesia-estado, tienen que renunciar a sus ideas de dependencia de lo terreno, tienen que desterrar todo pensamiento de riquezas, posesiones o cual- quier cosa parecida, así como las ideas y conceptos comunes sobre la vida. Y podrán comprenderlo. Les diré entonces que no pueden desprenderse de esas cosas a menos que posean algo mejor, y eso mejor es Jesucristo. Han de tenerlo a él, o de lo contrario no van a poder subsistir en modo alguno. Hermanos, el mundo está dispuesto a escuchar el mensaje, cuando poseemos el mensaje; están deseosos de escucharlo, y lo escucharán. Así pues, Cristo es el poder y la sabiduría de Dios, es las riquezas insondables y la vida de Dios. Eso es lo que hemos de predicar. ¿Qué lo expresa en una sola palabra? El evangelio. ¿En qué consiste predicar el evangelio? En predicar el misterio de Dios, que es Cristo en el hombre, la esperanza de gloria (ver Col. 1:27). ¿Qué nos ha dado Dios para llevar al mundo, si no es “el evangelio eterno para predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”? (Apoc. 14:6). ¿Acaso no comienza así el mensaje? Cuando los hombres no reciben el evangelio eterno, ni adoran a Aquel que hizo los cielos y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas, ¿a quién adoran entonces? A la bestia y a su
  • 12. 12 imagen. “Ha caído, ha caído Babilonia” {dice el segundo ángel}, y entonces el tercero afirma que adorarán a la bestia y a su imagen. Así sucede ya. Los hombres adoran a la bestia y a su imagen, o bien adoran a Dios. No hay otra opción. De acuerdo con la naturaleza del mensaje y del tiempo en que vivi- mos, lo único que las personas pueden adorar es: a Aquel que hizo los cielos y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas; o bien a la bestia y a su imagen. No existen posturas intermedias. Los tres mensajes son sencillamente un mensaje en tres etapas. En “Special Testimonies” hay un testimonio dirigido “A los hermanos en posiciones de responsabilidad”. Leemos en la página 15: “Mientras os aferráis firmemente a la bandera de la verdad proclamando la ley de Dios, recuerde toda alma que la fe de Jesús está relacionada con los mandamientos de Dios. Se representa al tercer ángel como volando por en medio del cielo, simbo- lizando la obra de quienes proclamaron los mensajes del primer, segundo y tercer ángeles; están todos relacionados”. Así pues, lo que introduce y abarca la totalidad de esos mensajes es el evangelio eterno. Nos hemos referido en una o dos ocasiones a la iglesia judía, como ilustración de la situación en la que nos encontramos. Vimos que dicha iglesia le dio a Dios la espalda, y se unió a “César” {el poder ci- vil} a fin de dejar fuera a Cristo y ejecutar sus pro- pios deseos con respecto a él. El Señor llamó enton- ces de aquella iglesia y nación a todos quienes le obedecerían y servirían, antes que la nación resultara destruida, y lo efectuó mediante aquellos pocos dis- cípulos que creyeron en Jesús cuando ascendía al cielo. Habían estado con Jesús tres años y medio. Habían predicado. Incluso habían realizado milagros en su nombre. El Señor los había enviado a predicar, diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 10:7). Y tal era la trascendencia de su mensa- je, que de no ser recibidos en el lugar en que predi- caban, debían sacudirse el polvo de sus zapatos antes de irse. Sin embargo, antes de que pudieran predicar el evangelio tal como les había encomendado, Jesús les dijo en ocasión de su ascensión al cielo: “Quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. ¿No cabría pensar que tras haber pasado tres años y medio junto a Cris- to, oyéndole, amándole, estudiándolo a él y con él, habiendo sido enseñados por él todo aquel tiempo, incluso habiendo predicado, no os parece que habría que deducir que estaban capacitados para llevar el evangelio al mundo? No ciertamente. Les dijo: ‘Es- perad en Jerusalén’. “Quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder des- de lo alto” (Luc. 24:49). ¿Cuánto poder había convocado contra ellos y contra el mensaje que debían predicar? Todo el po- der del mundo, ya que la iglesia de Dios, la profesa iglesia de Dios, toda la nación, se había unido a Cé- sar, cuyo poder dominaba el mundo. Todo el poder del mundo estaba aliado en su contra. La profesa iglesia y nación de Dios se habían concitado con el poder, y se habían dispuesto contra Dios y contra el nombre de Cristo. Sin embargo, ese Cristo al que habían crucificado, y contra el que habían hecho todo lo posible por expulsar del mundo y de las mentes de las personas, ese era precisamente el nombre y la persona que los discípulos tenían que predicar, declarando que únicamente la fe en él po- dría salvarlos. Y tenían que predicar eso en contra de todo el poder que el mundo conocía. No mucho tiempo antes, entre doce y catorce días antes de que Jesús les dijera eso, Pedro se había puesto a temblar ante una criada, y había negado conocer a Cristo. La joven le dijo: ‘Te vi con el Galileo’. –‘No; no me viste; no lo conozco’. Pedro se acercó al fuego y la joven pudo observarlo mejor: ‘¡Eres uno de ellos!’ –‘No; no lo soy. Nunca lo co- nocí’. Y para demostrarlo, maldijo y juró. ¿Estaba preparado para enfrentarse a todo el poder del mun- do? No. Antes de poder enfrentarse al mundo necesi- taba conocer un tipo de experiencia, estar aferrado a algo que no lo dejara expuesto al pánico ante la acometida de una simple criada. Jesús les había di- cho: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche”. –‘No; no lo haremos’, le respondieron, y Pedro añadió: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. Jesús le respondió: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo can- te, me negarás tres veces”. Pedro replicó: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. “Y todos los discípulos dijeron lo mismo” (Mat. 26:31-35). Sin embargo, lo negaron. Vemos por lo tanto, que en lo referente a ellos mismos y a su obra, así como en lo relativo al poder al que tenían que hacer frente, estamos hoy exacta- mente en la misma situación en que estaban ellos cuando Jesús ascendió al cielo. Estamos en esa si- tuación en la que todos los poderes de la tierra están coligados en contra del mensaje que hemos de llevar al mundo, por lo tanto necesitamos -tanto como ellos- ser investidos con poder de lo alto. Es, pues, un hecho objetivo que estamos exactamente en la situación en que estaban ellos cuando Jesús ascendió al cielo y les mandó esperar hasta haber recibido aquel poder.
  • 13. 13 Al ascender Jesús, les dijo (Hech. 1:8): “Recibi- réis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”. Por lo tanto, ¿qué estaban esperan- do? El Espíritu Santo. ¿Qué les traería? El poder. ¿Quién los dotaría de poder? El Espíritu Santo. No hace falta que os lea ahora las referencias de “Spe- cial Testimonies”, ni de “Obreros Evangélicos” que el hermano Prescott leyó ya, relativas a eso mismo. Ahora que las palabras del Señor nos dicen lo que dijeron a los discípulos, se espera que hagamos lo que ellos hacían al escucharlas: se reunieron en compañías orando por el Espíritu Santo, y necesita- ron diez días de búsqueda de Dios, a fin de alcanzar la condición para elevar oraciones eficaces, y para recibir aquello que estaban pidiendo, puesto que lo pedían con esa fe perdurable que recibe lo solicitado. Tampoco es necesario que repita esos pasajes que leí de los Testimonios en manuscrito, según los cua- les, cuando el pueblo de Dios busque individualmen- te el Espíritu Santo de todo corazón, labios humanos pronunciarán el testimonio que cumple la palabra: “Vi otro ángel que descendía del cielo con gran po- der, y la tierra fue alumbrada con su gloria” (Apoc. 18:1), y “diariamente ascienden oraciones para el cumplimiento de esa promesa” de ser dotados de poder. Así, tenemos la palabra del Señor confirman- do que cada día ascienden oraciones. ¿Están las vuestras entre ellas? ¿Están las mías? Ha de llegar el día en que ascienda la última oración requerida para recibir esa bendición. ¿Qué sucederá entonces? Vendrá. Se producirá la efusión y será derramado el Espíritu Santo como en el día de Pentecostés. Ob- servad: La palabra asegura que mientras las “oracio- nes están ascendiendo diariamente a Dios” recla- mando su promesa, “no se pierde ni una sola de esas oraciones elevadas con fe”. Ahí está la bendición de esa promesa. Cuando Dios nos dice que oremos por alguna cosa, eso nos abre las puertas de par en par para que podamos orar en la perfecta confianza de que la recibiremos. Nada hay que pueda impedir que esa oración encuentre allí acogida. ¿Qué significa para nosotros su palabra? No se pierde ni una sola de esas oraciones elevadas con fe. Uno de estos días se habrá elevado la última de esas oraciones necesarias, y será derramada la ben- dición. ¿Quiénes la recibirán? Aquellos que elevaron sus oraciones a Dios al propósito. Poco importa si quien oró se encuentra por entonces en el centro de África y el derramamiento ocurre en Battle Creek: la recibirá, puesto que nuestras oraciones abren una comunicación entre nosotros y la fuente de la bendi- ción, y si mantenemos ese canal abierto mediante nuestras oraciones, cuando sea derramado el Espíritu alcanzará el lugar desde el que fueron elevadas. ¿Podríamos tener más motivos de ánimo para orar, a la vista de los acontecimientos que nos ro- dean? ¿Podríamos tener mayor motivación para orar de todo corazón y en perfecta confianza? Os quiero leer unas palabras de “Gospel Wor- kers” que abordan directamente esta cuestión. Están en la página 370 y 371 {de la edición de 1892}. En referencia a los apóstoles, leemos: “Estaban esperando en la expectación del cumplimiento de su promesa, y oraban con fervor especial. Ese es el mismo curso que debieran se- guir los que participan en la obra de proclamar la venida del Señor en las nubes del cielo; puesto que hay un pueblo que ha de estar preparado para permanecer en pie en el gran día de Dios. Aunque Cristo había dado a sus discípulos la promesa de que recibirían el Espíritu Santo, eso no eliminó la necesidad de la oración”. Por supuesto que no. Al contrario: abrió el cami- no para la oración. Si Dios no ha prometido deter- minada cosa, ¿puedo sentirme libre de orar por ella? No, puesto que hemos de orar conforme a su volun- tad. Pero si Dios la ha prometido, ¿puedo hacer al- guna cosa que no sea orar? Ahí está la bendición. “Oraron con el máximo fervor; continuaron unánimes en oración. Los que están hoy implica- dos en la obra solemne de preparar un pueblo pa- ra la venida del Señor, deben persistir igualmente en la oración. Los primeros discípulos estaban unánimes. No tenían especulaciones ni avanzaban teorías curiosas con respecto a la forma en que vendría la bendición”. Lo que quiero destacar es esto: “No tenían espe- culaciones ni avanzaban teorías curiosas con respec- to a la forma en que vendría la bendición”. Está es- crito para nosotros. No hemos de albergar teorías curiosas relativas a cómo ha de venir. Si alguien comienza a decir: ‘Oh, va a venir como en el día de Pentecostés; se oirá un fuerte viento, tal como suce- dió entonces; se aparecerán lenguas de fuego, etc’, y sentencia el asunto diciendo: ‘Así es como va a ve- nir, y en ello sabré cuándo llega’... el que ve las co- sas de esa forma jamás recibirá la bendición. Lo que necesitaban era poner sus corazones en armonía con Dios, y de modo alguno era su labor preocuparse de la forma en que el Señor cumpliría su promesa. Eso es también exactamente lo que nosotros necesita- mos, y para nada nos concierne la forma en que el Señor cumplirá su promesa. No es su propósito que le dictemos cómo ha de proceder, diciendo: ‘El Espí- ritu Santo ha de venir de determinada manera; en caso contrario, no se tratará del Espíritu Santo’. Por lo tanto, si habíais albergado alguna teoría al respec- to, desterradla esta noche, y dejad de lado por siem- pre vuestras teorías. No tenemos derecho a fijar en
  • 14. 14 nuestras mentes la forma en que el Señor ha de pro- ceder. La situación de los primeros discípulos es la nuestra, y tan ciertamente como se cumplió para ellos la promesa, se cumplirá también ahora para quienes están orando por eso mismo. No sabemos cuánto ha de tardar. Otro punto: Tenían que predicar. ¿Qué habían de predicar? El evangelio. Pablo define el evangelio una y otra vez en términos del misterio de Dios que había estado oculto desde los siglos y edades, mani- festado ahora a sus santos. Predicaron ese evangelio, ese misterio de Dios. ¿En qué consiste? –“Cristo en vosotros, esperanza de gloria” (Col. 1:26 y 27); “Cristo... poder y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24); “Las insondables riquezas de Cristo” (Efe. 3:8); “Je- sucristo, y... este crucificado” (1 Cor. 2:2). En eso es en lo que consistía, y en nada más que eso. Recordaréis que Pablo se caracterizó en 2 Cor. 6:10 con las palabras: “Como no teniendo nada, pero poseyéndolo todo”. ¿Habéis observado la triste con- dición del pobre que se aferra a lo que tiene en las manos en este mundo? ¿Observáis la misma condi- ción en aquel adventista del séptimo día que se afe- rre ahora a lo que tiene en este mundo? Ha de tener mucho más que eso, o de lo contrario no subsistirá en el tiempo de angustia. Pero cuando nos despren- demos de todo y nos consideramos “como no te- niendo nada”, ¿qué poseeremos entonces? “Todo”. En esa situación nadie podrá quitarnos nada; cuando estamos en esa condición es imposible que se nos desposea de nada. ¿Estáis de acuerdo? [Congrega- ción: “Sí”]. No pueden quitarnos el poder. No nos pueden quitar el carácter. No nos pueden desposeer de las riquezas insondables. No pueden quitarnos nuestra vida, pues nuestra vida es Cristo, y nadie nos lo puede quitar. Por lo tanto, en esa condición tene- mos la victoria sobre el mundo y su poder. Considerad otra frase del mismo versículo: “Co- mo pobres, pero enriqueciendo a muchos”. Esa es nuestra obra en el mundo: enriquecer a las personas. De igual forma en que Jesús se hizo pobre para que nosotros pudiéramos ser enriquecidos, también no- sotros nos hacemos pobres para permitir que muchos otros resulten enriquecidos. Cuando tenemos a Cris- to, a él solamente, cuando poseemos las insondables riquezas de Cristo, podemos enriquecer a todo aquel que tome el don gratuito de esas riquezas. Los apóstoles predicaron el misterio de Dios: “Cristo en vosotros, esperanza de gloria”. Pero se suscitó otro misterio, que hizo su aparición mientras ellos predicaban. Aquel misterio que tenían que pre- dicar “había estado oculto desde los siglos y edades” (Col. 1:26), manifestándose ahora como nunca antes en el mundo. Pero mientras lo predicaban, apareció la obra de otro misterio, el de la iniquidad, que se levantó y ocultó de nuevo el misterio de Dios. Des- pués que los apóstoles murieron, ese misterio de iniquidad creció y se difundió por todo el mundo, ocultando nuevamente el misterio de Dios por “si- glos y edades”. Pero al llegar al capítulo 10 de Apo- calipsis aparece un ángel en pie, pisando el mar y la tierra, clamando a gran voz, “y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará” (vers. 6 y 7). Últimamente me he preguntado si {la versión King James de la Biblia} no traduce intencionada- mente “el misterio de Dios debiera ser consumado”, puesto que hace ya mucho tiempo que debiera haberlo sido. Así nos lo declaran los “Testimonios”. Debido a nuestra lentitud, negligencia, a nuestra renuencia en creer a Dios, no ha sido aún consuma- do. Pero debiera haberlo sido. Demos, no obstante, gracias a Dios porque vaya a ser consumado. Si hablara ahora, por supuesto, diría: ‘va a ser consu- mado’. Pero el caso es que cuando comience a oírse la voz del séptimo ángel, el misterio de Dios se des- plegará ante el mundo. ¿En qué consiste? “Cristo en vosotros, esperanza de gloria”. Es el evangelio eter- no, el mensaje del tercer ángel. Dios ha dispuesto que el mensaje del tercer ángel, el misterio de Dios, triunfe sobre el misterio de iniquidad; y tan cierta- mente como que el misterio de iniquidad ha centrado la atención del mundo, ha atraído la mirada de las naciones y la admiración de los hombres, con esa misma certeza el misterio de Dios ha de atraer la atención de las naciones y la admiración de los hombres. Lo hará. Vayamos ahora al libro de Joel y leamos de nue- vo en su capítulo dos. Hay cosas que queremos estu- diar. Recordaréis que hasta el versículo doce (sin incluirlo) se trata de una descripción de la venida del Señor. Si vais a ese Testimonio (Vol. 1, p. 180) que se refiere al “zarandeo”, observaréis que el Espíritu del Señor establece ese capítulo como base para la idea. Se aplica al tiempo del zarandeo, y el zarandeo prepara para el fuerte pregón. “Tocad la trompeta en Sión y dad la alarma en mi santo monte. Tiemblen todos cuantos moran en la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano: día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra. Como sobre los montes se extiende el
  • 15. 15 alba, así vendrá un pueblo grande y fuerte; semejan- te a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en los años de muchas generaciones. Delante de él con- sumirá el fuego; detrás de él abrasará la llama. Co- mo el huerto del Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como desierto asolado; nadie habrá que de él escape. Su aspecto, como aspecto de caballos, y como gente de a caballo correrán. Como estruendo de carros saltarán sobre las cumbres de los montes; como sonido de llama de fuego que consume hoja- rascas, como pueblo fuerte dispuesto para la batalla. Delante de él temerán los pueblos; se pondrán páli- dos todos los semblantes. Como valientes correrán, como hombres de guerra escalarán el muro; cada cual marchará por su camino y no torcerá su rumbo. Nadie empujará a su compañero, cada uno irá por su carrera; y aun cayendo sobre la espada no se herirán. Irán por la ciudad, correrán por el muro, subirán por las casas, entrarán por las ventanas a manera de la- drones. Delante de él temblará la tierra y se estreme- cerán los cielos; el sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas perderán su resplandor. Y Jehová dará su orden delante de su ejército, porque muy grande es su campamento y fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día de Jehová y muy terrible. ¿Quién podrá soportarlo?” (1-11). El texto paralelo es Apocalipsis 19:11-18. “Ahora, pues, dice Jehová, convertios ahora a mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y la- mento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vesti- dos, y convertios a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo. ¡Quién sabe si volverá, se arrepentirá y dejará bendición tras sí; esto es, ofrenda y libación para Jehová, vuestro Dios!” (12-14). ¿Quién duda aquí que al buscar al Señor de todo corazón recibirá de él la bendición? Si sabemos que es así, vayamos en su búsqueda. No podría haber mayores motivos de ánimo: si estamos seguros de que él va a bendecirnos, no podrá haber nada que impida que lo busquemos de todo corazón. “¡Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea, reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los ni- ños, aun a los que maman, y salga de la alcoba el novio y de su lecho nupcial la novia!” (vers. 15 y 16). ¿A cuantos incluye, de entre los moradores de Sión? A la asamblea, al pueblo, a la reunión, a los ancianos, niños y bebés, a los recién casados, etc. ¿A cuántos está llamando? [Congregación: “A todos”]. Así es. ¿A qué nos llama? A buscar al Señor de todo corazón. Busquémoslo, pues. Estamos aún a tiempo. “Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: ‘Perdona, Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad para que no la dominen las naciones’. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?” (vers. 17). ¿No han tomado en sus manos las cosas los paga- nos, con el propósito de dominarnos? Su objetivo es borrar el sábado del Señor y tomar el control del mundo. Tengo aquí algo que quizá debiera leeros: En la página 17 del testimonio que lleva por título “A los hermanos en puestos de responsabilidad” dice: “Este falso sábado se hará obligatorio por una ley opresi- va. Satanás y sus ángeles están plenamente despier- tos e intensamente activos, trabajando con energía y perseverancia por medio de instrumentos humanos para llevar a cabo su propósito de borrar el conoci- miento de Dios”. ¿De qué es señal el sábado? De que él es el Señor nuestro Dios, y de que es el Señor que santifica a su pueblo. Cuando se elimina esa señal por la que Dios se da a conocer a las personas, lo que se hace es pri- var a las personas del conocimiento de Dios. Ese es el propósito buscado. Y ya ha ocurrido. Leo con anterioridad: “Se ha derribado el memorial de Dios, y en su lugar se destaca ante el mundo un falso sá- bado”. Todo el poder de la tierra está ahora convo- cado a ese fin. Se proponen barrer del mundo el co- nocimiento de Dios. Por lo tanto estamos en necesi- dad de buscar al Señor de todo corazón, a fin de que los paganos no nos dominen. Veamos ahora lo que va a hacer el Señor: “Y Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su pueblo. Responderá Jehová y dirá a su pueblo: Yo os envío pan, mosto y aceite, y seréis saciados de ellos” (vers. 18 y 19). ¿Qué es lo que va a enviar? ¿Qué es el “aceite”? “Aceite de gozo en lugar de luto” (Isa. 61:3), “gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17). ¿Qué es el “vi- no”? Como dijo Jotam, el “vino... alegra a Dios y a los hombres” (Jue. 9:13), por lo tanto, Dios dará alegría. ¿Qué es el “pan”? Es el sustento de nuestra vida, lo que nos da fuerza. Por lo tanto nos dará fuerza. Demos, pues, gracias al Señor. Nos dará fuerza, gozo y alegría. ¿A quién los dará? ¿Cuándo? Cuando el pueblo esté reunido, cuando la asamblea esté unida, cuando esté congregada, incluyendo a niños y bebés, ancia- nos, novios, novias y pastores. Cuando estemos uná- nimes juntos, como dice el testimonio, “en compañí-
  • 16. 16 as”, buscando de todo corazón a Dios. Es entonces cuando el Señor hará lo que ha anunciado. Procuré- moslo como nunca antes. Es maravilloso saber que el Señor va a saciarnos con aquello que nos enviará. Va más allá de nuestra medida. ¿Qué satisfará a Dios darnos, a fin de que seamos saciados? Nada menos que todo cuanto tiene, pues eso es precisa- mente lo que nos dio en Jesucristo, y ciertamente no es su voluntad que tengamos menos que todo lo que él tiene. Tal como ha leído esta mañana el hermano Haskell en ese bendito testimonio, cuando acudimos como peticionarios, sin atribuirnos mérito alguno, entonces todo es nuestro en un don eterno. “Nunca más os pondré en oprobio entre las na- ciones. Haré alejar de vosotros al del norte, y lo echaré en tierra seca y desierta: su faz hacia el mar oriental, y su final hacia el mar occidental. Exhalará su hedor y subirá su pudrición, porque hizo grandes cosas” (vers. 19 y 20). ¿Quién es ese que se engrandeció, haciendo gran- des cosas? ¿Quién tiene el poder del mundo en sus manos? Satanás. Es él quien piensa hacer grandes cosas. Veamos ahora lo que va a hacer el Señor, precisamente entonces: “Tierra, no temas; alégrate y gózate, porque Je- hová hará grandes cosas” (vers. 20). Debiéramos ser el pueblo más feliz en el mundo por saber que Satanás tiene que hacer grandes cosas, puesto que eso significa inevitablemente que el Se- ñor va a hacer cosas de tal magnitud, que Satanás tendrá que emplearse a fondo para procurar salvar su credibilidad. Pero aunque se ha jactado ante el mun- do y las naciones de disponer de todo el poder, su caso se volverá finalmente tan desesperado que no habrá manera de salvar su credibilidad. Podemos estar más gozosos que nunca, pues entonces vendrá el propio Jesús. ¿Cuándo va a obrar esas grandes cosas el Señor? Cuando Satanás se haya procurado engrandecer haciendo grandes cosas. “Animales del campo, no temáis, porque los pas- tos del desierto reverdecerán y los árboles llevarán su fruto; la higuera y la vid darán sus frutos. Voso- tros también, hijos de Sión, alegraos y gozaos en Jehová, vuestro Dios” (vers. 22 y 23). ¿Por qué habríamos de desanimarnos? ¿De qué serviría? ¿Qué justificación tendríamos? Jesús dijo: “Erguíos y levantad vuestra cabeza” (Luc. 21:28), lo que equivale a decir: “Alegraos y gozaos”. “Ale- graos y gozaos en Jehová, vuestro Dios”. Hagámoslo así. Hermanos, os digo que no sé qué otra cosa podríamos hacer, excepto gozarnos, siendo que es el Señor quien nos lo ordena, y se trata tan ciertamente de su palabra, como con cualquier otra de sus partes. En su palabra se encuentra el poder creador de Dios para producir ese gozo, el gozo del Señor. “Porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía, como al principio” (vers. 23). En Pentecostés dio la primera lluvia a su tiempo, pero en la lluvia tardía va a hacerlo en una doble medida, y difícilmente llegamos a imaginar lo que fue entonces. ¿Qué suponéis, pues, que ha de signi- ficar la lluvia que esperamos? Permitidme que os lea un fragmento del Vol. IV, p. 611: “El movimiento adventista de 1840 a 1844 fue una manifestación gloriosa del poder divino; el mensaje del primer ángel fue llevado a todas las estaciones misioneras de la tierra, y en algunos países se distinguió por el mayor interés religioso que se haya visto en país cualquiera desde el tiempo de la Reforma del siglo XVI; pero todo esto será superado por el poderoso movimiento que ha de desarrollarse bajo la proclamación de la última amonestación del tercer ángel” (El conflicto de los siglos, p. 669). Otro testimonio no impreso afirma que va a venir de forma tan súbita como lo hizo en 1844, y con “diez veces más poder” (Spalding and Magan Coll., Washington, N.H., setiembre 1852). Acerca del Pentecostés, leo en la misma página: “Las profecías que se cumplieron en tiempo de la efusión de la lluvia temprana, al principio del mi- nisterio evangélico, deben volverse a cumplir en tiempo de la lluvia tardía, al fin de dicho ministerio” (El conflicto de los siglos, p. 670). Hay profecías que se refieren solamente a la llu- via tardía; pero aquellas que pertenecen a la lluvia temprana también han de cumplirse cuando se de- rrame la tardía. Podéis comprobar que se trata de una doble medida. “Estos son los ‘tiempos de refrigerio’ en que pensaba el apóstol Pedro cuando dijo: ‘Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y enviará a Jesucristo’ (Hech. 3:19 y 20)” (Id.) ¿Significa eso que nosotros hemos de arrepentir- nos y convertirnos? Alguno dirá: ‘Ya me convertí hace unos veinte años’. –Bien; conviértete también ahora. Yo me convertí hace unos diecinueve años, pero eso no significa nada si no estoy ahora conver- tido. De poco sirve evocar el pasado. Alguien pro- testará: ‘¿Quiere decir que no me convertí enton- ces?’ –De ninguna manera; no quiero decir eso. Pero si te apoyas solamente en aquella conversión, care-
  • 17. 17 ces de apoyo firme. Si ya no sabes cómo arrepentir- te, recibe a Jesucristo y lo sabrás. Todo aquel que lo recibe viene a ser hecho una nueva criatura. “Las eras se llenarán de trigo y los lagares rebosa- rán de vino y aceite. Yo os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros. Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová, vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado” (vers. 24- 26). Alabad, pues, a Dios. Nos harán reproches; nos denigrarán; nos tratarán como a la basura de la tie- rra, y como a los despreciables de entre los despre- ciados; pero Dios ha dicho: “Nunca jamás será mi pueblo avergonzado”. Y significa precisamente eso. Pero no se detiene ahí. Lo recalca de esta forma: “Conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová, vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado” (vers. 27). Os pregunto: ¿Veis en este capítulo alguna cosa que el Señor no haya incluido para nosotros? ¡Cuán- to ánimo, cuánta bendición y qué promesas! Y cuan- do insiste por dos veces en que jamás seremos aver- gonzados, es porque el propósito de todo lo que hay en la tierra será el de avergonzarnos. Pero Dios ha empeñado su palabra de que no lo van a lograr, de que jamás seremos avergonzados. “Después de esto derramaré mi espíritu sobre to- do ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vues- tras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vues- tros jóvenes verán visiones” (vers. 28) Gracias al Señor. ¡No se va a contentar por mu- cho tiempo más con un solo profeta! Tendrá mu- chos. Ha hecho una maravillosa obra con uno, ¿qué no va a lograr cuando disponga de muchos? “También sobre los siervos y las siervas derrama- ré mi espíritu en aquellos días. Haré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invoque el nombre de Je- hová, será salvo; porque en el Monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el resto al cual él habrá llamado” (vers. 29- 32). ¿Dónde habrá salvación? En “el resto al cual él habrá llamado”. Ahora bien, ¿contra quién está Sa- tanás precisamente guerreando? Contra ese resto. ¿Contra quién ha concitado todos los poderes de la tierra? Contra el resto, o remanente. Contra él ha dirigido toda fuerza y poder. Y es justamente en ese remanente en donde hay salvación. Hermanos, el mejor sitio en el que se puede estar es aquel contra el que Satanás dirige sus ataques, pues es en él donde está la salvación. Allí están la gracia y el poder de Jesucristo, y a pesar de que el diablo ha juntado to- das sus huestes contra él, es el mejor sitio para estar, de entre todos los de la tierra, puesto que Cristo mo- ra allí, Dios mora allí, y “mi pueblo nunca jamás será avergonzado”. Hermanos, estas cosas me producen un gozo indescriptible. No cabe más gozo, en vista de lo que el Señor nos dice en este capítulo. Podéis ver que se trata de verdad actual. Cada versículo es para el tiempo presente, y está cargado de maravilloso sig- nificado. ¡Va a obrar tan grandes maravillas! Y todo cuanto pide de nosotros es que lo busquemos de todo corazón, a fin de que lo obtengamos todo. Si lo bus- camos con corazón dividido, nunca lo alcanzaremos. Queremos buscarlo de todo corazón, a fin de tener todo lo suyo. Hagamos como el Señor nos dice: “Hijos de Sión, alegraos y gozaos en Jehová, vuestro Dios”, “porque Jehová hará grandes cosas”, “y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”. Habrá sal- vación en el remanente contra el que Satanás está guerreando con todas sus fuerzas.
  • 18. 18 nº 8 Se nos han dado una vez tras otra las evidencias de que estamos en la presencia misma de los eventos que marcan el fin del mundo. Se han presentado repetidas evidencias a partir de la Biblia y de decla- raciones directas del Señor, mediante el testimonio, de que ahora es el tiempo en el que hemos de tener el único poder gracias al cual puede darse al mundo el mensaje a fin de salvar todo lo que haya de ser salvado de la ruina que acompañará a los eventos que se ciernen sobre nosotros. Hermanos, los peli- gros que nos amenazan a la vista del final del mun- do, persecuciones, y las cosas del exterior, son, y los son siempre, muy pequeños al compararlos con los peligros que acosan a cada persona en su experiencia individual. [Voces en la audiencia: “Así es”] El mayor peligro para esta congregación, y para nuestro pueblo en todo lugar, es el no ver las cosas que conciernen a cada uno individualmente, sino más bien las cosas que están fuera. Mirarán las cosas exteriores y sus evidencias, antes que mirar si sus propios corazones están en armonía con Dios. Mira- rán a esas cosas como a una especie de teoría, más bien que poseer en su interior al Cristo viviente, a fin de que todas esas cosas puedan ser realidades vi- vientes exteriores, y a fin de que podamos estar pre- parados para afrontarlas en el temor y salvación de Dios. Como ya he dicho, ese es el mayor peligro para esta congregación aquí presente, y más allá de esta congregación podemos hacerlo extensivo a cualquier profeso guardador del sábado en el mundo. Llegamos ahora, en el estudio de este tema, a la consideración de aquello que nos afecta directamen- te a vosotros y a mí como individuos, aquello que vosotros y yo necesitamos hacer, y las cosas que necesitamos de Dios; prestarles atención y actuar en consecuencia, a la vista de la salvación de Dios im- plicada en esas cosas, para vosotros y para mí. Para mí, y hasta donde sé, esta lección y la próxima son las más terribles de todo cuanto he conocido hasta aquí. No las he escogido, y las temo. Pero hermanos, tal como el hermano Prescott presentó ante nosotros la noche pasada, es vano todo intento de minimizar alguna cosa; de nada sirve el que las falseemos; de nada sirve que las consideremos con ligereza; nada ganamos caminando en estos días con los ojos ce- rrados, y desconociendo cuál es nuestra situación. De nada sirve que la verdad de Dios nos abra expec- tativas, tal como hace en el hombre, y esperemos las cosas que han de suceder, siendo que problemas en nuestros propios corazones y vidas impiden que esas cosas nos hagan el más mínimo bien cuando lleguen. De nada sirve, ¿no os parece? Insisto en que estas lecciones a las que he llegado, y que de ninguna forma podremos evitar, son para mí las más espantosas, en las realidades de aquello que denuncian, por la situación en la que nos colo- can a mí y a cualquiera con quien haya tenido rela- ción hasta ahora en mi enseñanza personal. Así, puedo afirmar nuevamente que las temo. Las temo por algunas de las consecuencias que podrán tener, al no ser recibidas como debieran –con mente y co- razón sumisos a Dios, preguntándole sólo a él si esas cosas son así. Algunas cosas pueden no ser agrada- bles de oír para algunos, como no lo son para mí de referir. ¡Se nos aplican de una forma tan personal como individuos! Pero hermanos, en el lugar y la situación en la que estamos, y en el temor de Dios, hemos de avanzar en ello. Y dado que lo hemos de abordar, os pido, para comenzar, que no me consideréis como a alguien separado de vosotros, como quien está por encima, como si os hablara desde un nivel superior, como excluyéndome a mí mismo de las cosas que puedan ser presentadas. Estoy con vosotros en todas estas cosas. Yo, de igual forma que vosotros, y tanto co- mo vosotros, necesito estar dispuesto a recibir lo que Dios nos tiene que dar, como el que más en la tierra. Así pues, os ruego que no me separéis de vosotros en esto. Y si veis faltas que habéis cometido, yo también veré faltas que cometí, y por favor, no me culpéis si presento aquello que exponga faltas que hayáis cometido; no me culpéis como si os estuviera juzgando, o buscando faltas en vosotros. Presentaré simplemente los hechos, y vosotros que tenéis parte en ellos sabréis cada uno por sí mismo que es un hecho; de igual forma en que al concernirme a mí sabré que es un hecho en lo que a mí respecta. Lo que procuro, hermanos, es buscar a Dios junto a vosotros, de todo corazón [Congregación: “Amén”] y despejar el camino de todo obstáculo, a fin de que Dios pueda darnos todo lo que tiene para nosotros. No voy a procurar –y no debéis esperar que lo haga– ir muy deprisa; más bien iré tan despacio co- mo sea posible, a fin de que consideremos todas estas cosas detenidamente. En estas lecciones pre- sentaré aquello que está en mi mente. Estudiémoslas, pues, juntos. Comenzaré en el punto en que nos detuvimos anoche. Se expuso ante nosotros el pensamiento de que ha llegado el tiempo en el que Dios ha prometi- do dar la lluvia temprana y la tardía. Ha llegado el tiempo en el que debemos pedirla y esperarla. Y podemos tener in mente la lección y el testimonio
  • 19. 19 que sobre el mismo tema nos presentó la otra noche el hermano Prescott. Leo ahora ese pasaje al que me refería anoche, si bien no tenía entonces el libro ante mí. Está en la página 9 de “El ministerio de Pedro y la conversión de Saulo”. Después de hablar sobre el derramamien- to del Espíritu Santo y el día de Pentecostés, y de sus resultados en la conversión de almas, etc, dice: “Este testimonio referente al establecimiento de la iglesia cristiana se nos da, no sólo como una parte importante de la historia sagrada, sino tam- bién como una lección. Todos los que profesan el nombre de Cristo deben estar esperando, velando y orando con un solo corazón. Debe ser desecha- da toda diferencia, y la unidad y el tierno amor de cada uno hacia el otro han de impregnar el todo. Entonces podrán ascender juntas nuestras oracio- nes a nuestro Padre celestial con poderosa y fer- viente fe. Entonces podemos aguardar con pa- ciencia y esperanza el cumplimiento de la prome- sa”. ¿Cuándo llega ese “Entonces”? –Cuando estamos esperando, velando y orando de un solo corazón, habiendo desterrado todas las diferencias, y cuando la unidad y el tierno amor de cada uno hacia el otro impregnan el todo. Por lo tanto, hermanos, si hay alguna diferencia entre vosotros y cualquier habitante de esta tierra – sea que esté o no en este instituto–, ha llegado para mí y para vosotros el tiempo para que las apartemos del camino. Si no está aquí la persona, de forma que no podéis ir y hablarle, escribidle y se lo hacéis sa- ber, le explicáis vuestra posición y lo que estáis haciendo. No tenéis mayor responsabilidad para con él, sea que lo reciba o que no lo haga. Habéis actua- do en el temor de Dios en lo que él os dice a voso- tros que hagáis. [Alguien pregunta en la audiencia: “¿Quiere decir personas del mundo, cualquiera?”] Sí, en efecto, puesto que si hay pecados entre mí y personas de afuera, ellos lo saben, y esas diferencias impedirán que nos aproximemos a ellas cuando va- yamos con el mensaje, aun si Dios nos diera el Espí- ritu Santo en el derramamiento de la lluvia tardía. Toda diferencia, toda enemistad, todo asunto de esa índole que exista entre mí y cualquiera sea en el mundo ¿no comprendéis que me impedirá aproxi- marme a él con el mensaje? Si hemos engañado a personas y no hemos sido sinceros en nuestro trato con ellas, si no hemos sido honestos en nuestras transacciones ante el mundo, por el bien de nuestras almas, hermanos, corrijámos- lo. Y aquí en Battle Creek quizá haya quien tenga que resolver asuntos de ese tipo con personas de esta ciudad. Nuestras reuniones están teniendo lugar en esta ciudad para la gente de esta ciudad, y se nos dijo aquí en el instituto que hemos de esperar que cuando la bendición del Señor venga sobre esta reu- nión, habrá de ser llevada a la gente de esta ciudad, y habrán de participar con nosotros de esto. Por lo tanto, diría a los Adventistas del Séptimo Día en esta ciudad: Enderezad las sendas, allanad los caminos, por el bien de vuestra alma, y por el bien de las al- mas a quienes Dios quiere salvar en esta ciudad. Si habéis defraudado a alguien, id y confesádselo, y reparad aquello en lo que defraudasteis. Si en vues- tras transacciones comerciales no habéis sido rectos, si habéis obtenido algo de forma fraudulenta, repa- rad el daño. Sed rectos ante Dios. Nos llega la palabra: “Debe ser desechada toda diferencia, y la uni- dad y el tierno amor de cada uno hacia el otro han de impregnar el todo”. Eso es lo que los discípulos estaban haciendo cuando buscaron al Señor durante aquellos diez días. Pusieron a un lado toda diferencia. ¿No os parece que en esos diez días, los discípulos a quienes tanto había disgustado la petición de la madre de Santiago y Juan al efecto de que sus dos hijos pudieran sen- tarse a uno y otro lado del Salvador en el reino de los cielos; no creéis que desecharon todo eso, lo con- fesaron, hablaron de ello unos con otros, de lo mez- quino que fue? El Salvador tomó aquel niñito y dijo: El que sea el mayor en el reino de los cielos vendrá a ser como este niñito, y vendrá a ser servidor de todos. Los discípulos estaban desechando todas esas cosas, esas diferencias y esas envidias, por temor a que el querer ser alguien mayor que otro en el reino de los cielos significara que no entrase ninguno de ellos. Y tene- mos aquí la palabra de que todas esas cosas están entre nosotros: la ambición por el lugar, los celos por el puesto y la envidia por la situación. Esas cosas están entre nosotros. Ha llegado ahora el tiempo de que las desechemos. Ha llegado ya el tiempo de que procuremos cuán bajo podemos descender a los pies de Cristo, y no cuán alto en la Asociación o en la estimación de los hombres, o en el Comité de la Asamblea, o en el Comité de la Asociación General. La cuestión no es esa en absoluto. “Debe ser desechada toda diferencia, y la uni- dad y el tierno amor de cada uno hacia el otro han de impregnar el todo”. Puesto que eso nos afecta particularmente a noso- tros como hermanos y hermanas en la iglesia, a no- sotros toca, si sabemos de alguna diferencia entre nosotros y cualquier otro en este mundo, el quitarla de en medio. Sin importar lo que cueste. No puede costarnos la vida si lo hacemos, pero nos costará la vida si dejamos de hacerlo, eso es seguro. Y una vez lo hemos hecho, “entonces podrán ascender juntas
  • 20. 20 nuestras oraciones a nuestro Padre celestial con po- derosa y ferviente fe”. Es así. Cuando sabes que es- tás sin reproche ante la vista de Dios, por haber hecho todo lo que está en tu mano para desechar toda diferencia entre ti y tus hermanos, y por haber confesado a Dios todo aquello que él mostró; cuando nos presentamos ante él como los errantes, desvali- dos y perdidos pecadores que somos, y vemos nues- tra necesidad de lo que él tiene para dar, ENTON- CES están ahí todas sus promesas, y son para noso- tros; sabemos que son nuestras. ENTONCES pode- mos depender de ellas y “ENTONCES podrán as- cender juntas nuestras oraciones a nuestro Padre celestial con poderosa y ferviente fe. Entonces po- demos aguardar con paciencia y esperanza el cum- plimiento de la promesa”. Eso es lo que ahora hay que hacer. Cuando se lo cumple, cuando resultan eliminadas todas esas dife- rencias, y prevalece la unidad, y cada uno está pro- curando la unidad de corazón y mente, entonces Dios ha prometido que veremos a cara descubierta. Ha llegado el tiempo. Cumplámoslo. Vuelvo a leer en la página 9: “La respuesta puede venir con imprevista cele- ridad y poder sobrecogedor; o bien ser retardada por días y semanas, poniendo a prueba nuestra fe. Pero Dios sabe cómo y cuándo responder a nues- tra oración. Es nuestra parte de la obra el conec- tarnos con el conducto divino. Dios es responsable por su parte de la obra”. Tal como estuvimos considerando anoche, cuando el camino queda despejado y nuestras oraciones as- cienden tal como se ha descrito, el conducto queda abierto, y al derramarse el Espíritu Santo, alcanzará a la plenitud del conducto que se despejó. “Es nuestra parte de la obra el conectarnos con el conducto divino. Dios es responsable por su parte de la obra. Fiel es el que prometió. El gran e importante asunto para nosotros es ser de una mente y corazón, desechar toda envidia y malicia y, como humildes suplicantes, esperar y velar. Je- sús, nuestro Representante y Cabeza, está dis- puesto a hacer por nosotros lo que hizo por quie- nes estaban velando y orando en el día de Pente- costés”. He aquí otro pensamiento digno de nuestra más atenta consideración: “Jesús está deseoso de impartir ánimo y gracia a sus seguidores hoy, tal como lo hizo con sus discípulos en la iglesia temprana. Nadie debiera invitar intempestivamente la ocasión de contender con los principados y potestades de las tinieblas”. Necesitamos ser cautos en esto. Se requiere re- flexión. Hemos de estar seguros, y no entrar en esa contienda hasta que sepamos que Dios está con no- sotros, obteniendo ánimo y fuerza del poder y gracia de Dios, a fin de enfrentar a esos poderes con los que nos las hemos de ver. La batalla que se presenta ante nosotros no es un asunto menor. “Cuando Dios les ordene entrar en el conflicto, habrá sobrada ocasión para ello; él dará entonces valentía y vehemencia al débil y dubitativo, más allá de la que se pudiera imaginar o esperar”. Así, lo que el Señor quiere de nosotros es que lo busquemos, y entonces, cuando nos envíe, iremos solamente con su poder y gracia. Leo en la página 11: “Los discípulos y apóstoles de Cristo tenían un profundo sentido de su propia ineficiencia, y con humillación y oración unieron su debilidad a la fortaleza de él, su propia ignorancia a la sabiduría de él, su indignidad a la justicia de él, su pobreza a las inagotables riquezas de él. Fortalecidos y equipados de ese modo, no dudaron en el servicio por su Maestro”. ¡Vaya un equipo! Pensad en él: ¡fortaleza, sabidu- ría, justicia y riquezas! Tales son las cosas que nece- sitamos, en vista de todo lo que está en contra nues- tra, dado que no nos es dado hacer cálculo alguno sobre los poderes en la tierra o en el cielo, como tampoco de la reputación que pueda originarse en el hombre, o de la riqueza que este mundo pueda ofre- cer, o cualquier otra consideración relativa al mismo, o a la vida. Encontramos aquí enumeradas casi las mismas cosas que consideramos en una de las lec- ciones previas. Pero ¿cómo hicieron para obtener fuerzas? – Reconociendo su debilidad; confesándola. ¿Cómo obtuvieron sabiduría? –Confesando su ignorancia. ¿Cómo obtuvieron justicia? –Confesando su injusti- cia. ¿Cómo obtuvieron inagotable riqueza? – Confesando su pobreza. Así pues, esa es la situación en la que hemos de estar: ineficientes, ignorantes, pobres, indignos y ciegos. ¿Acaso no es precisamente ese el mensaje a los Laodicenses; que somos desgraciados, misera- bles, pobres, ciegos y desnudos, y que lo descono- cemos? Alguien estaba leyendo esto el otro día, y al llegar a la palabra “ciegos” mi mente se dirigió in- mediatamente al capítulo 9 de Juan en su último versículo. Lo podéis buscar en vuestras Biblias (Juan 9:41). Está al final del relato de la sanación de aquel ciego, de la restauración de la vista de aquel que había nacido ciego. ¿Qué dice el versículo? “Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no ten- dríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece” Cuando Jesús nos dice a vosotros y a mí que so- mos ciegos, lo que hemos de hacer es reconocer: