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Santiago, el pastor 
Pasar tres años y medio con Jesús fue algo que cambió el resto de sus vidas. Bajo la instrucción del mayor Maestro que el mundo haya conocido, sus discípulos aprendieron de él cómo alentar a los agobiados y cómo ejercer la manifestación del poder divino en favor de los enfermos. De verdad, envidio no haber disfrutado tanto como ellos la compañía de Cristo. Aunque procedentes de distintos entornos y de caracteres muy variados, Cristo se propuso cumplir en ellos sus palabras: «El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará» (Juan 14: 12). No quiso decir que harían cosas más importantes que las que él había hecho, sino que la obra que ellos llevarían a cabo sería más amplia. Tal objetivo se alcanzó de manera prodigiosa al descender el Espíritu Santo sobre todos los que estuvimos aquella mañana de Pentecostés en el aposento alto. 
Ese poder nos capacitó para hacer milagros, pero también nos llenó de amor hacia aquellos por quienes él murió, permitiéndonos conmover así los corazones de quienes nos oían hablar de él. Lo que enseñábamos, las palabras con las que infundíamos valor y confianza, y hasta nuestra forma de orar y cantar, transmitían que nuestras acciones eran producto del poder de Cristo en nuestra vida, especialmente cuando empezamos a encontrar oposición. Pero en esos momentos otra promesa de Cristo venía a nuestra mente: «En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33). Así como Cristo no fracasó, ni se desalentó, sus seguidores entendimos que habíamos de manifestar una fe semejante y trabajar como él lo había hecho. 
Ya fuera trabajando por los incrédulos o por nuestros propios hermanos, teníamos que hacerlo con oración y entrega; algo que a menudo nos daba
136 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
satisfacciones muy reconfortantes, sobre todo cuando orábamos por los enfermos. De ahí que, cuando escribí que la oración de fe salvará [sanará] al enfermo (San. 5: 15), lo hice convencido por haber visto que sucedía en numerosas ocasiones. 
Conscientes de que ningún poder humano puede sanar al enfermo, pero seguros de que es posible por medio de la oración de fe, muchos de nosotros fuimos privilegiados al ver el cumplimiento de esta promesa en favor de los enfermos por los que orábamos. Créeme, he visto cómo el poder de Cristo es capaz de detener la enfermedad de una manera notable, pero incluso cuando la voluntad del Señor era que el enfermo "durmiera", nunca olvidé que el Señor esperaba que no nos cansáramos de orar. De orar, ni de trabajar por aquellos que aún no han aceptado a Jesús como Salvador, e incluso por los que, habiéndolo aceptado, hoy no están en la iglesia. Orar por ellos e ir por ellos. Ciertamente, creo que tendríamos que hacer esto mucho más frecuente y fervientemente de lo que lo hacemos. ¿No te parece? 
Oración y acción 
Tal como sucede en otras cartas del Nuevo Testamento, el final de la epístola de Santiago también aborda el tema de la oración. A diferencia de las cartas que en el mundo griego solían concluir con los deseos del autor de que los dioses velaran por la salud de su destinatario, Santiago hace algo mejor. Recuerda a sus lectores que Dios no solo ha hecho provisión para su sanidad, sino que también es el único que tiene el poder de hacer realidad esos deseos en respuesta a sus oraciones. 
No es que esta fuera una enseñanza nueva para ellos, pero parece que el acto de orar y la decisión de no dejar de hacerlo era una necesidad especial en la comunidad a la que nuestro autor se dirige. De ahí que, convencido de su utilidad, Santiago recomiende orar, especialmente en momentos de aflicción y enfermedad, recomendación que viene a ser la segunda respuesta al sufrimiento que, en este capítulo, propone a su audiencia:1 
¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? 
Cante alabanzas.2 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados (San. 5: 13-15).
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Orar y confiar en las promesas de Dios ha de ser algo tan constante en la vida cristiana como lo fue para Cristo: 
La madrugada le encontraba con frecuencia en algún lugar aislado, meditando, escudriñando las Escrituras, u orando. De estas horas de quietud, volvía a su casa para reanudar sus deberes y para dar un ejemplo de trabajo paciente.3 
Y es que el cristiano ha de aprender que en muchas ocasiones la respuesta a su oración no será que Dios lo libre de las pruebas, sino que lo fortalezca para enfrentarlas fielmente y vencerlas: «Y si hay momento alguno en que los hombres sientan necesidad de orar, es cuando la fuerza decae y la vida parece escapárseles».4 
Siendo este el caso, no es extraño que Santiago también aborde aquí el tema del ungimiento de los enfermos. Hacerlo refleja que de nuevo sigue lo aprendido de Cristo, ya que los discípulos practicaron el ungimiento en atención a las instrucciones recibidas por él mismo: «Y echaban fuera muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban» (Mar. 6: 13). Y aunque probablemente él mismo nunca ungió a ningún enfermo, la obra de Cristo siempre tuvo entre sus prioridades aliviar el sufrimiento de quienes lo rodeaban: 
Jesús sanaba el cuerpo tanto como el alma. Se interesaba en toda forma de sufrimiento que llegase a su conocimiento, y para todo doliente a quien aliviaba, sus palabras bondadosas eran como un bálsamo suavizador. Nadie podía decir que había realizado un milagro; pero una virtud—la fuerza sanadora del amor—emanaba de él hacia los enfermos y angustiados. Asi, en una forma discreta, obraba por la gente desde su misma niñez.5 
Sí, ¡acción y oración como la de Jesús! De eso habla esta sección de Santiago. 
«Llame a los ancianos» 
Puesto que Santiago esperaba que la oración y el ungimiento de los enfermos contribuyeran a traer alivio a la sufriente comunidad a la que escribía, lo que él tiene que decir respecto a este tema es tan importante que intentar abarcarlo aquí sería imposible.6 No obstante, veamos brevemente algunos de sus aspectos más sobresalientes.
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Una vez que ha determinado quien necesitaba o era candidato a recibir ese rito (el "enfermo"), nuestro autor procede a mencionar quién habrá de administrarlo: «Llame a los ancianos de la iglesia» (San. 5: 14). Aunque no es posible saber con exactitud el grado de organización de la iglesia en aquel tiempo, es evidente que Santiago tiene en mente un grupo de líderes locales que tenían el privilegio de llevar a cabo este rito; privilegio sagrado al que, a diferencia del deseo de convertirse en «maestros», sí era bueno aspirar (vea San. 3: 1): 
Si la vida de los que asisten al enfermo es tal que Cristo pueda acompañarlos junto a la cama del paciente, este llegará a la convicción de que el compasivo Salvador está presente, y de por si esta convicción contribuirá mucho a la curación del alma y del cuerpo.7 
Que el papel de quien visita a un enfermo es importante puede verse incluso en el Talmud, donde se especifica que cuando alguien hacía este tipo de visita no era para sentarse cómodamente en alguna silla de la habitación del enfermo y conversar con él, sino para que, una vez envuelto en su «manto de oración» (talit) y postrado en el suelo, invocara fervientemente la presencia divina sobre el enfermo.8 El papel de los ancianos, sin embargo, abarcaba mucho más que eso. 
Que siga fluyendo el aceite 
Aplicado como parte de una especie de «oración actuada» con el propósito de mostrar el poder sanador de Dios en respuesta a la oración, es evidente que el aceite que tenían que aplicar los ancianos cumple una función notoria en la ceremonia. Extraído del fruto del olivo, el aceite en aquellos días era ampliamente usado como medicamento (Luc. 10: 34; Isa. 1: 6, etc.) Galeno, el más famoso médico antiguo, por ejemplo, consideraba que el aceite era el mejor remedio contra la parálisis.9 Sin embargo, aunque se lo consideraba muy benéfico, esto no significa que el aceite fuera tenido por una especie de panacea, mucho menos en el ungimiento del que habla Santiago. 
Su valor es, más bien, de naturaleza simbólica y alude, entre otras cosas, al acto de poner al enfermo bajo la atención divina, esto es, bajo la intervención especial del Médico de médicos:
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Cristo es el mismo médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues «la oración de fe salvará al enfermo». [...] Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico.10 
En consecuencia, pese a que muchos lo crean hoy, el aceite no tiene «poder sacramental», ni poder en sí mismo para sanar a alguien.11 Muy al contrario, el énfasis de un rito como este se halla en el compromiso de confianza total en Dios que deciden hacer sus participantes. Y es en este punto que es preciso destacar qué dice Santiago sobre la fe de los ancianos: «Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo» (San. 5: 14, 15, la cursiva es nuestra). Notarlo es útil, sobre todo debido a nuestra tendencia a creer que, si alguien no sana, es porque le falta fe. Algo que, pese a que no se enseña en la Biblia, da pie a suposiciones que, como en el caso de los amigos de Job, no ayudan sino que perjudican aún más al enfermo. Pero si la enfermedad siempre fuera causada por el pecado, esto estaría en contradicción con la siguiente parte del versículo que alude al pecado del que va a ser ungido solo como una posibilidad: «y si ha cometido pecados, le serán perdonados» (San. 5: 15). 
En todo caso, sin embargo, a fin de que el poder de Dios pueda manifestarse libremente en la vida del que va a ser ungido, que este confiese sus pecados es un paso primordial tras atender con fe el consejo de llamar a los ancianos: 
A quienes solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados [se cita San. 5: 16]. Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente: «No podemos leer en el corazón, ni conocer los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber tuyo es confesarlos». El pecado de carácter privado debe confesarse a Cristo, único mediador entre Dios y el hombre. [...] Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse abiertamente. El mal hecho al prójimo debe subsanarse ofreciendo reparación al perjudicado. Si el que pide la salud es culpable de alguna calumnia, si ha sembrado la discordia en la familia, en el vecindario, o en la iglesia, si ha suscitado enemistades y disensiones, si
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mediante siniestras prácticas ha inducido a otros al pecado, ha de confesar todas estas cosas ante Dios y ante los que fueron perjudicados por ellas.12 
Trabajando como pastor, siempre procuré que las personas a las que iba a ungir hicieran dos cosas previas al día que se efectuaría la ceremonia. Les pedía que leyeran el capítulo «La oración por los enfermos», del libro El ministerio de curación, de Elena G. de White, y que hicieran todos los arreglos necesarios para que, al momento de ungirlos, tuvieran la certeza de estar en paz con Dios y sus prójimos. Saber que habían podido hacerlo siempre fue reconfortante, ya que difícilmente uno puede ver mayores ejemplos de alguien que está ante la presencia de Dios, seguro de su perdón y de su paz, momento más que propicio para proceder entonces a representar el toque sanador de Cristo sobre el enfermo mediante el símbolo del aceite. Sí, ¡dejemos que siga fluyendo! 
No basta con orar 
Ungir y orar por un enfermo es importante, pero no es suficiente. Dada la responsabilidad implícita en pedir la intervención de Dios en la recuperación de la salud de una persona, hay un trabajo más que es preciso realizar: 
Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables, y los hábitos de vida correctos.13 
Puesto que el concepto bíblico del ser humano es que somos una unidad indivisible, orar por un enfermo no se refiere solo a pedir por su salud física. Los milagros de sanidad realizados por Jesús siempre tuvieron también el propósito de restaurar espiritualmente a quienes curaba («Tu fe te ha salvado», Mat. 9:22; Luc. 17:19, etc.), razón por la que el verbo «salvar» (sódzo, en griego) en ocasiones es traducido también como «sanar». 
Teniendo en cuenta esto, que Santiago diga que la oración de fe «salvará/ sanará al enfermo» nos permite entender que, si la restauración física no se da en algún caso, esto no significa que la oración no haya sido contestada: 
Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos curan. A muchos se les
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deja dormir en Jesús. De esto se desprende que aunque haya quienes no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe.14 
Pero, ¿acaso no fue Cristo quien dijo: «Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mat. 21: 22)? Sí, lo dijo, pero sin contradecir su propia enseñanza respecto a orar de esta forma: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mat. 6: 10) que, pese a lo difícil que le resultó, él mismo practicó tiempo después en el Getsemaní: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26: 39). 
Consciente de esto, Santiago esperaba que sus lectores entendiéramos que la oración no funciona como una especie de talismán, ni mucho menos como una "lámpara maravillosa". Puesto que orar pidiendo que se cumpla la voluntad de Dios nos enseña a depender de él, recordando que sabe lo que más conviene en cada situación, hoy como ayer, hacer caso a otra declaración de Santiago sigue teniendo sentido: «Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (San. 4: 3). He aquí algo más al respecto: 
Todos deseamos respuestas Inmediatas y directas a nuestras oraciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación tarda, o cuando llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. Él quiere hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra voluntad, sino procurar comprender su propósito y realizarlo. [...] La fe se fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia perfeccione su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras para los que esperan en el Señor.15 
En efecto, el énfasis bíblico del ungimiento de los enfermos está en la oración, pero sobre todo en el encuentro confiado que ellos pueden tener con Dios en el momento de suplicar por su recuperación física y espiritual. Es así, ya que «por este medio se propicia la confirmación de su fe en Dios y la reafirmación de aceptar su voluntad».16 Sí, demostrar plena confianza en Dios y no solo sentirnos cerca de él, sino tener la certeza de estar ante su misma presencia, ¡de eso está hablando Santiago! 
Esto me hace recordar aquellas madrugadas en las que a menudo perdí el sueño preocupado por no tener el dinero suficiente para continuar mis estudios universitarios. Las recuerdo especialmente porque esos han sido algunos de los momentos que más cerca me he sentido de Dios. Tan grande era mi
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necesidad, que buscar a Dios fue algo lógico, pero inicialmente también algo un tanto egoísta de mi parte: «Si tú me trajiste aquí», oré varias veces, «demuéstrame tu poder dándome los recursos para seguir estudiando». 
Sin embargo, con el paso del tiempo, me percaté de que tal razonamiento, aunque comprensible, no era correcto. Entendí que el Creador de aquellas estrellas que muchas veces contemplaron mis lágrimas de desesperación, también podía, en el momento que así creyera conveniente, abrir las "puertas" necesarias para cumplir su voluntad para mi vida. 
Cierto, pedir que se haga la voluntad divina no es algo tan simple, ya que frecuentemente quisiéramos que se manifestara de manera portentosa y rápidamente; en fin, a nuestra manera. Pero confiar en que Dios quiere y sabe qué es lo mejor para cada uno, pese a no resultarnos lo más fácil, es lo único que nos permitirá experimentar en plenitud que, aunque andemos en «valle de sombra », no temeremos mal alguno, porque Dios estará con nosotros. Recuerde, por lo tanto, que Dios siempre ha sido y será capaz de devolver la salud física a sus hijos, pero si su plan es otro, que esto no nos lleve a soltarnos, sino a sujetarnos aún con más fuerza de él. 
Puesto que incluso Cristo oró sujetándose a la voluntad del Padre celestial, la oración de la que nos habla Santiago, además de persistente, ha de estar siempre sometida a la sabiduría divina. Sabiduría que, puesta en acción, ciertamente remplazará el «quejarse unos contra otros» (San. 5: 9) y el «murmurar los unos de los otros» (San. 4: 11), por el necesario y bendecido ideal: «confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros» (San. 5: 16). 
Santiago conocía bien a Elias 
Elias es el cuarto personaje del Antiguo Testamento que Santiago utiliza en su carta (los otros son Abrahan, Rahab y Job). Su mención aquí no solo funciona como un excelente ejemplo de oración ferviente y perseverante, sino también como incentivo para orar en tiempos de crisis, tal como lo hizo él. 
Cierto, orar en esas condiciones no es fácil, pero tampoco lo fue para Elias, un ser humano que, pese a tener emociones y altibajos espirituales como nosotros, pudo experimentar que el poder y la respuesta a la oración se halla en pedir de acuerdo con la voluntad divina: «Elias era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no
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llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses» (San. 5: 17, compare con Elena G. de White, Profetas y reyes, cap. 10, págs. 87-88). 
Pero, en la mente de Santiago, la figura de Elias seguramente implicaba mucho más que eso. Conocedor de las Escrituras, sabía que presentan a Elias como aquel que ha de reconciliar a las familias antes del regreso de Cristo: «Yo os envío al profeta Elias antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (Mal. 4: 5, 6). 
Era símbolo de una obra transcendental que debe suceder antes del regreso de Cristo, de mucha mayor importancia incluso que hacer descender fuego del cielo (1 Rey. 18). La mención de Elias aquí, por lo tanto, tiene más implicaciones de lo que a simple vista parece.17 
Puesto que la ruptura de las relaciones entre padres e hijos equivalía, en el Antiguo Testamento, a que las enseñanzas divinas no fueran transmitidas a las siguientes generaciones (Sal. 78: 5; Jue. 2: 10-12, etc.), la obra de Elias habría de remediar dicha situación, a fin de sanar también la relación entre Dios y su pueblo (Mal. 1: 6), cuya máxima evidencia, en ese mismo contexto, está representada por la obediencia a los mandamientos, los cuales, por cierto, también tienen muchísimo que ver con las relaciones. 
Teniendo en cuenta que Dios espera que nuestra forma de actuar y nuestra obediencia a sus mandamientos estén motivadas por el amor a él y al prójimo, la mención de Elias tiene sentido en la epístola de Santiago, pero también en el momento de comparar su obra con el mensaje del tercer ángel (Apo. 14: 9-12), dirigido a quienes vivimos durante el juicio previo al regreso de Jesús y cuyo contenido, además de advertirnos contra la adoración de «la bestia», también nos llama a tener la «paciencia [jupomoné] de los santos» y a guardar «los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (vers. 12). 
«Paciencia», «ley» y «fe», ¿recuerda haber visto estos temas en Santiago? Seguro que sí, ya que esta carta, el mensaje del tercer ángel y el mensaje de Elias no solo tienen el mismo origen, sino que también van en la misma dirección: que restauremos nuestras relaciones con los demás y especialmente con Dios. Que lo intentemos, pero que también lo manifestemos a través de una fe perseverante que no es un mero asentimiento intelectual, sino el motor de un estilo de vida caracterizado por el amor y la obediencia a Dios, así como por el amor y el servicio a los demás. 
Por lo tanto, siendo que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5: 5), y siendo que
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se espera que crezcamos en esta clase de amor, haríamos bien en reclamar la promesa incluida en las siguientes palabras del apóstol Pablo: «Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros» (1 Tes. 3: 12). Él puede y quiere hacerlo. ¿Permitiremos que lo haga? De eso trata la obra de Elias. 
Santiago, el pastor 
Consciente de que nuestra falta de amor por nuestros hermanos puede fragmentar la unidad de la iglesia y diluir nuestro testimonio de Cristo al mundo, Santiago no pudo concluir su libro de mejor manera: «Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad y alguno lo hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud de pecados» (San. 5: 19, 20). 
Aunque el texto no llama apóstatas a quienes se han «extraviado», es lógico suponer que las circunstancias fueron tan adversas en aquel tiempo que más de un cristiano buscó proteger su vida separándose de la iglesia. Sin embargo, Santiago parece referirse aquí a un grupo diferente de personas. Se refiere a aquellos que, sin abandonar la iglesia, practican el cristianismo, pero sin alcanzar el ideal de la religión auténtica descrito por Santiago a lo largo de toda su epístola.18 
Dado que sabe que, entre sus lectores, hay quienes practican la discriminación, la ira, la codicia, y también se hallan envueltos en contiendas y mun- danalidad, a la vez que son incapaces de controlar su lengua y preocuparse por los pobres, Santiago espera que estas personas sean restauradas por aquellos cuya conducta sí se destaca por la fe y la sabiduría que provienen del cielo: 
No hemos de condenar a los demás; tal no es nuestra obra, sino que debemos amamos unos a otros, y orar unos por otros. Cuando vemos a uno apartarse de la verdad, podemos llorar por él como Cristo lloró sobre Jerusalén. 
Veamos lo que dice nuestro Padre celestial en su Palabra acerca de los que yerran; «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gál. 6: 1). [...] ¡Cuán grande es esta obra misionera!15 
Dado que también es preciso demostrar amor atrayendo al extraviado tan gentilmente como sea posible a fin de que se arrepienta, semejante resul
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tado no solo ha de asegurar a la persona restaurada el perdón de sus pecados, 20 sino que también ha de ser una de las mayores evidencias de que estamos interesados en el bienestar espiritual de nuestros hermanos, ¡la evidencia de que los amamos como a nosotros mismos! 
Esto me lleva a confesarle mi admiración por los patos. Al menos por los que, en varias ocasiones, he visto cruzar la carretera en una ordenada fila, cerca del lugar en donde vivo. Compacta y comandada por la que creo es la "mamá pato", aquella fila más de una vez ha ocasionado que los automóviles detengan su marcha en plena carretera v se conviertan así en una especie de escolta de tan cadencioso cruce. 
Sí, admiro a esos patos porque, pese a que atraviesan un camino que a todas luces es peligroso para ellos, su preocupación no está en los riesgos que enfrentan, ni en las condiciones de la carretera o los vehículos que circulan por ella, sino en poder llegar, todos juntos, lo más pronto posible a su destino. ¿Puede ver la enseñanza? 
Pese a lo difícil que parezca restaurar al que se ha extraviado, los esfuerzos que hagamos por lograrlo pronto nos permitan llegar sanos y salvos, con él, "al otro lado del camino". ¡Es tiempo de poner en práctica todo lo que Santiago, el pastor, nos dice en el capítulo 5 de su libro! 
Referencias 
1. Note que, con excepción de los últimos dos, lodos los versículos de la sección final de Santiago mencionan algo sobre la oración (San. 5: 13-20). La primera 'respuesta' ante el sufrimiento mencionada en este capítulo es la paciencia (San. 5: 7-12), la segunda es la oración (San. 5: 13-18), pero ambas requieren fe. 
2. Aunque el énfasis de esta sección está en la oración, no podemos pasar por alto la referencia que Santiago hace a la importancia de la alabanza. Que esta sea la respuesta a «estar alegre» no significa que dependa de las emociones. La alegría a la que Santiago se refiere es más que una felicidad manifestada por emociones. Es una condición del corazón que, independiente de las condiciones adversas, lleva a cantar a quienes la poseen (Hech. 16: 25; 27: 22, 25), incluso al morir en una hoguera (como sucedió con Jan Huss). Alabar a Dios con el fin de expresar nuestro gozo es tan importante como volverse a él en tiempo de necesidad. 
3. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 9, pág. 72. 
4. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 171, 
5. Elena G. de White, £i Deseado de todas las gentes, cap. 9, pág. 73. 
6. Un buen punto de partida sería el libro de Juan José Andrade, Esperanza en la aflicción: El tema del ungimiento desde una perspectiva pastoral (México, D. F : Gema, 2005). 
7. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 172. 
8. Talmud babilónico Shabbat 12b. 
9. Clinton E. Arnold, ed. Zondervan ¡Hustrated Bibie Backgrounds Commentary, lomo 4 (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2002), pág. 116. Por su parte, el historiador judío, Flavio Josefo, relata que, cuando agonizaba, sus médicos sometieron a Herodes el Grande a un baño de aceite. 
10. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 173. 
11. Considerándolo como un sacramento, en el año 852 d. C., la iglesia romana decidió que este ritual solo podía ser oficiado por los sacerdotes. Aunque sigue siendo conocido desde entonces con el nombre de 'extremaunción', después del Concilio Vaticano II (1965), la misma dirigencia eclesiástica lo llamó
146 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
oficialmente 'unción de los enfermos*. Si desea profundizar en las implicaciones de que este rito sea considerado un sacramento vea http://www.formacioncatolica.org/doctrina/culto-y-oracion/extre- mauncion/ 1790-uncion-de-Ios-enfermos.html. Para un recuento histórico de su uso, vea James Adam- son, 77ie Epistle of James, New International Commentary on the NewTestament (Grand Rapids: Eerd- mans, 1976), págs. 204-205. 
12. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 174. 
13. ídem, pág. 173. 
14. ídem, pág. 176. 
15. Ibídem. 
16. Juan José Andrade, «El ungimiento de los enfermos» (Tesis doctoral, Universidad de Montemorelos, 
2002), pág. 110. 
17. En este punto sigo varias ideas del erudito adventista, Roy Gane, Who‘s Afraid of the ludgment? (Idaho: Pacific Press, 2006), págs. 126-129. 
18. Este es el momento propicio para repasar lo que aprendimos sobre Santiago 1: 16 en el capítulo 3 de este comentario, 
19. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, tomo 5, cap. 39, pág. 324. 
20. La expresión «cubrir multitud de pecados» también se usa en 1 Ped 4: 8 y parece ser una forma común en aquellos días para referirse a la certeza del perdón divino.

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Capitulo 12 | Libro Complementario | Santiago, el pastor | Escuela Sabática

  • 1. 12 Santiago, el pastor Pasar tres años y medio con Jesús fue algo que cambió el resto de sus vidas. Bajo la instrucción del mayor Maestro que el mundo haya conocido, sus discípulos aprendieron de él cómo alentar a los agobiados y cómo ejercer la manifestación del poder divino en favor de los enfermos. De verdad, envidio no haber disfrutado tanto como ellos la compañía de Cristo. Aunque procedentes de distintos entornos y de caracteres muy variados, Cristo se propuso cumplir en ellos sus palabras: «El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará» (Juan 14: 12). No quiso decir que harían cosas más importantes que las que él había hecho, sino que la obra que ellos llevarían a cabo sería más amplia. Tal objetivo se alcanzó de manera prodigiosa al descender el Espíritu Santo sobre todos los que estuvimos aquella mañana de Pentecostés en el aposento alto. Ese poder nos capacitó para hacer milagros, pero también nos llenó de amor hacia aquellos por quienes él murió, permitiéndonos conmover así los corazones de quienes nos oían hablar de él. Lo que enseñábamos, las palabras con las que infundíamos valor y confianza, y hasta nuestra forma de orar y cantar, transmitían que nuestras acciones eran producto del poder de Cristo en nuestra vida, especialmente cuando empezamos a encontrar oposición. Pero en esos momentos otra promesa de Cristo venía a nuestra mente: «En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33). Así como Cristo no fracasó, ni se desalentó, sus seguidores entendimos que habíamos de manifestar una fe semejante y trabajar como él lo había hecho. Ya fuera trabajando por los incrédulos o por nuestros propios hermanos, teníamos que hacerlo con oración y entrega; algo que a menudo nos daba
  • 2. 136 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe satisfacciones muy reconfortantes, sobre todo cuando orábamos por los enfermos. De ahí que, cuando escribí que la oración de fe salvará [sanará] al enfermo (San. 5: 15), lo hice convencido por haber visto que sucedía en numerosas ocasiones. Conscientes de que ningún poder humano puede sanar al enfermo, pero seguros de que es posible por medio de la oración de fe, muchos de nosotros fuimos privilegiados al ver el cumplimiento de esta promesa en favor de los enfermos por los que orábamos. Créeme, he visto cómo el poder de Cristo es capaz de detener la enfermedad de una manera notable, pero incluso cuando la voluntad del Señor era que el enfermo "durmiera", nunca olvidé que el Señor esperaba que no nos cansáramos de orar. De orar, ni de trabajar por aquellos que aún no han aceptado a Jesús como Salvador, e incluso por los que, habiéndolo aceptado, hoy no están en la iglesia. Orar por ellos e ir por ellos. Ciertamente, creo que tendríamos que hacer esto mucho más frecuente y fervientemente de lo que lo hacemos. ¿No te parece? Oración y acción Tal como sucede en otras cartas del Nuevo Testamento, el final de la epístola de Santiago también aborda el tema de la oración. A diferencia de las cartas que en el mundo griego solían concluir con los deseos del autor de que los dioses velaran por la salud de su destinatario, Santiago hace algo mejor. Recuerda a sus lectores que Dios no solo ha hecho provisión para su sanidad, sino que también es el único que tiene el poder de hacer realidad esos deseos en respuesta a sus oraciones. No es que esta fuera una enseñanza nueva para ellos, pero parece que el acto de orar y la decisión de no dejar de hacerlo era una necesidad especial en la comunidad a la que nuestro autor se dirige. De ahí que, convencido de su utilidad, Santiago recomiende orar, especialmente en momentos de aflicción y enfermedad, recomendación que viene a ser la segunda respuesta al sufrimiento que, en este capítulo, propone a su audiencia:1 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.2 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados (San. 5: 13-15).
  • 3. 12. Santiago, el pastor • 137 Orar y confiar en las promesas de Dios ha de ser algo tan constante en la vida cristiana como lo fue para Cristo: La madrugada le encontraba con frecuencia en algún lugar aislado, meditando, escudriñando las Escrituras, u orando. De estas horas de quietud, volvía a su casa para reanudar sus deberes y para dar un ejemplo de trabajo paciente.3 Y es que el cristiano ha de aprender que en muchas ocasiones la respuesta a su oración no será que Dios lo libre de las pruebas, sino que lo fortalezca para enfrentarlas fielmente y vencerlas: «Y si hay momento alguno en que los hombres sientan necesidad de orar, es cuando la fuerza decae y la vida parece escapárseles».4 Siendo este el caso, no es extraño que Santiago también aborde aquí el tema del ungimiento de los enfermos. Hacerlo refleja que de nuevo sigue lo aprendido de Cristo, ya que los discípulos practicaron el ungimiento en atención a las instrucciones recibidas por él mismo: «Y echaban fuera muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban» (Mar. 6: 13). Y aunque probablemente él mismo nunca ungió a ningún enfermo, la obra de Cristo siempre tuvo entre sus prioridades aliviar el sufrimiento de quienes lo rodeaban: Jesús sanaba el cuerpo tanto como el alma. Se interesaba en toda forma de sufrimiento que llegase a su conocimiento, y para todo doliente a quien aliviaba, sus palabras bondadosas eran como un bálsamo suavizador. Nadie podía decir que había realizado un milagro; pero una virtud—la fuerza sanadora del amor—emanaba de él hacia los enfermos y angustiados. Asi, en una forma discreta, obraba por la gente desde su misma niñez.5 Sí, ¡acción y oración como la de Jesús! De eso habla esta sección de Santiago. «Llame a los ancianos» Puesto que Santiago esperaba que la oración y el ungimiento de los enfermos contribuyeran a traer alivio a la sufriente comunidad a la que escribía, lo que él tiene que decir respecto a este tema es tan importante que intentar abarcarlo aquí sería imposible.6 No obstante, veamos brevemente algunos de sus aspectos más sobresalientes.
  • 4. 138 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe Una vez que ha determinado quien necesitaba o era candidato a recibir ese rito (el "enfermo"), nuestro autor procede a mencionar quién habrá de administrarlo: «Llame a los ancianos de la iglesia» (San. 5: 14). Aunque no es posible saber con exactitud el grado de organización de la iglesia en aquel tiempo, es evidente que Santiago tiene en mente un grupo de líderes locales que tenían el privilegio de llevar a cabo este rito; privilegio sagrado al que, a diferencia del deseo de convertirse en «maestros», sí era bueno aspirar (vea San. 3: 1): Si la vida de los que asisten al enfermo es tal que Cristo pueda acompañarlos junto a la cama del paciente, este llegará a la convicción de que el compasivo Salvador está presente, y de por si esta convicción contribuirá mucho a la curación del alma y del cuerpo.7 Que el papel de quien visita a un enfermo es importante puede verse incluso en el Talmud, donde se especifica que cuando alguien hacía este tipo de visita no era para sentarse cómodamente en alguna silla de la habitación del enfermo y conversar con él, sino para que, una vez envuelto en su «manto de oración» (talit) y postrado en el suelo, invocara fervientemente la presencia divina sobre el enfermo.8 El papel de los ancianos, sin embargo, abarcaba mucho más que eso. Que siga fluyendo el aceite Aplicado como parte de una especie de «oración actuada» con el propósito de mostrar el poder sanador de Dios en respuesta a la oración, es evidente que el aceite que tenían que aplicar los ancianos cumple una función notoria en la ceremonia. Extraído del fruto del olivo, el aceite en aquellos días era ampliamente usado como medicamento (Luc. 10: 34; Isa. 1: 6, etc.) Galeno, el más famoso médico antiguo, por ejemplo, consideraba que el aceite era el mejor remedio contra la parálisis.9 Sin embargo, aunque se lo consideraba muy benéfico, esto no significa que el aceite fuera tenido por una especie de panacea, mucho menos en el ungimiento del que habla Santiago. Su valor es, más bien, de naturaleza simbólica y alude, entre otras cosas, al acto de poner al enfermo bajo la atención divina, esto es, bajo la intervención especial del Médico de médicos:
  • 5. 12. Santiago, el pastor • 139 Cristo es el mismo médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues «la oración de fe salvará al enfermo». [...] Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico.10 En consecuencia, pese a que muchos lo crean hoy, el aceite no tiene «poder sacramental», ni poder en sí mismo para sanar a alguien.11 Muy al contrario, el énfasis de un rito como este se halla en el compromiso de confianza total en Dios que deciden hacer sus participantes. Y es en este punto que es preciso destacar qué dice Santiago sobre la fe de los ancianos: «Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo» (San. 5: 14, 15, la cursiva es nuestra). Notarlo es útil, sobre todo debido a nuestra tendencia a creer que, si alguien no sana, es porque le falta fe. Algo que, pese a que no se enseña en la Biblia, da pie a suposiciones que, como en el caso de los amigos de Job, no ayudan sino que perjudican aún más al enfermo. Pero si la enfermedad siempre fuera causada por el pecado, esto estaría en contradicción con la siguiente parte del versículo que alude al pecado del que va a ser ungido solo como una posibilidad: «y si ha cometido pecados, le serán perdonados» (San. 5: 15). En todo caso, sin embargo, a fin de que el poder de Dios pueda manifestarse libremente en la vida del que va a ser ungido, que este confiese sus pecados es un paso primordial tras atender con fe el consejo de llamar a los ancianos: A quienes solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados [se cita San. 5: 16]. Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente: «No podemos leer en el corazón, ni conocer los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber tuyo es confesarlos». El pecado de carácter privado debe confesarse a Cristo, único mediador entre Dios y el hombre. [...] Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse abiertamente. El mal hecho al prójimo debe subsanarse ofreciendo reparación al perjudicado. Si el que pide la salud es culpable de alguna calumnia, si ha sembrado la discordia en la familia, en el vecindario, o en la iglesia, si ha suscitado enemistades y disensiones, si
  • 6. 140 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe mediante siniestras prácticas ha inducido a otros al pecado, ha de confesar todas estas cosas ante Dios y ante los que fueron perjudicados por ellas.12 Trabajando como pastor, siempre procuré que las personas a las que iba a ungir hicieran dos cosas previas al día que se efectuaría la ceremonia. Les pedía que leyeran el capítulo «La oración por los enfermos», del libro El ministerio de curación, de Elena G. de White, y que hicieran todos los arreglos necesarios para que, al momento de ungirlos, tuvieran la certeza de estar en paz con Dios y sus prójimos. Saber que habían podido hacerlo siempre fue reconfortante, ya que difícilmente uno puede ver mayores ejemplos de alguien que está ante la presencia de Dios, seguro de su perdón y de su paz, momento más que propicio para proceder entonces a representar el toque sanador de Cristo sobre el enfermo mediante el símbolo del aceite. Sí, ¡dejemos que siga fluyendo! No basta con orar Ungir y orar por un enfermo es importante, pero no es suficiente. Dada la responsabilidad implícita en pedir la intervención de Dios en la recuperación de la salud de una persona, hay un trabajo más que es preciso realizar: Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables, y los hábitos de vida correctos.13 Puesto que el concepto bíblico del ser humano es que somos una unidad indivisible, orar por un enfermo no se refiere solo a pedir por su salud física. Los milagros de sanidad realizados por Jesús siempre tuvieron también el propósito de restaurar espiritualmente a quienes curaba («Tu fe te ha salvado», Mat. 9:22; Luc. 17:19, etc.), razón por la que el verbo «salvar» (sódzo, en griego) en ocasiones es traducido también como «sanar». Teniendo en cuenta esto, que Santiago diga que la oración de fe «salvará/ sanará al enfermo» nos permite entender que, si la restauración física no se da en algún caso, esto no significa que la oración no haya sido contestada: Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos curan. A muchos se les
  • 7. 12. Santiago, el pastor • 141 deja dormir en Jesús. De esto se desprende que aunque haya quienes no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe.14 Pero, ¿acaso no fue Cristo quien dijo: «Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mat. 21: 22)? Sí, lo dijo, pero sin contradecir su propia enseñanza respecto a orar de esta forma: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mat. 6: 10) que, pese a lo difícil que le resultó, él mismo practicó tiempo después en el Getsemaní: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26: 39). Consciente de esto, Santiago esperaba que sus lectores entendiéramos que la oración no funciona como una especie de talismán, ni mucho menos como una "lámpara maravillosa". Puesto que orar pidiendo que se cumpla la voluntad de Dios nos enseña a depender de él, recordando que sabe lo que más conviene en cada situación, hoy como ayer, hacer caso a otra declaración de Santiago sigue teniendo sentido: «Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (San. 4: 3). He aquí algo más al respecto: Todos deseamos respuestas Inmediatas y directas a nuestras oraciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación tarda, o cuando llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. Él quiere hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra voluntad, sino procurar comprender su propósito y realizarlo. [...] La fe se fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia perfeccione su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras para los que esperan en el Señor.15 En efecto, el énfasis bíblico del ungimiento de los enfermos está en la oración, pero sobre todo en el encuentro confiado que ellos pueden tener con Dios en el momento de suplicar por su recuperación física y espiritual. Es así, ya que «por este medio se propicia la confirmación de su fe en Dios y la reafirmación de aceptar su voluntad».16 Sí, demostrar plena confianza en Dios y no solo sentirnos cerca de él, sino tener la certeza de estar ante su misma presencia, ¡de eso está hablando Santiago! Esto me hace recordar aquellas madrugadas en las que a menudo perdí el sueño preocupado por no tener el dinero suficiente para continuar mis estudios universitarios. Las recuerdo especialmente porque esos han sido algunos de los momentos que más cerca me he sentido de Dios. Tan grande era mi
  • 8. 142 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe necesidad, que buscar a Dios fue algo lógico, pero inicialmente también algo un tanto egoísta de mi parte: «Si tú me trajiste aquí», oré varias veces, «demuéstrame tu poder dándome los recursos para seguir estudiando». Sin embargo, con el paso del tiempo, me percaté de que tal razonamiento, aunque comprensible, no era correcto. Entendí que el Creador de aquellas estrellas que muchas veces contemplaron mis lágrimas de desesperación, también podía, en el momento que así creyera conveniente, abrir las "puertas" necesarias para cumplir su voluntad para mi vida. Cierto, pedir que se haga la voluntad divina no es algo tan simple, ya que frecuentemente quisiéramos que se manifestara de manera portentosa y rápidamente; en fin, a nuestra manera. Pero confiar en que Dios quiere y sabe qué es lo mejor para cada uno, pese a no resultarnos lo más fácil, es lo único que nos permitirá experimentar en plenitud que, aunque andemos en «valle de sombra », no temeremos mal alguno, porque Dios estará con nosotros. Recuerde, por lo tanto, que Dios siempre ha sido y será capaz de devolver la salud física a sus hijos, pero si su plan es otro, que esto no nos lleve a soltarnos, sino a sujetarnos aún con más fuerza de él. Puesto que incluso Cristo oró sujetándose a la voluntad del Padre celestial, la oración de la que nos habla Santiago, además de persistente, ha de estar siempre sometida a la sabiduría divina. Sabiduría que, puesta en acción, ciertamente remplazará el «quejarse unos contra otros» (San. 5: 9) y el «murmurar los unos de los otros» (San. 4: 11), por el necesario y bendecido ideal: «confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros» (San. 5: 16). Santiago conocía bien a Elias Elias es el cuarto personaje del Antiguo Testamento que Santiago utiliza en su carta (los otros son Abrahan, Rahab y Job). Su mención aquí no solo funciona como un excelente ejemplo de oración ferviente y perseverante, sino también como incentivo para orar en tiempos de crisis, tal como lo hizo él. Cierto, orar en esas condiciones no es fácil, pero tampoco lo fue para Elias, un ser humano que, pese a tener emociones y altibajos espirituales como nosotros, pudo experimentar que el poder y la respuesta a la oración se halla en pedir de acuerdo con la voluntad divina: «Elias era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no
  • 9. 12. Santiago, el pastor • 143 llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses» (San. 5: 17, compare con Elena G. de White, Profetas y reyes, cap. 10, págs. 87-88). Pero, en la mente de Santiago, la figura de Elias seguramente implicaba mucho más que eso. Conocedor de las Escrituras, sabía que presentan a Elias como aquel que ha de reconciliar a las familias antes del regreso de Cristo: «Yo os envío al profeta Elias antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (Mal. 4: 5, 6). Era símbolo de una obra transcendental que debe suceder antes del regreso de Cristo, de mucha mayor importancia incluso que hacer descender fuego del cielo (1 Rey. 18). La mención de Elias aquí, por lo tanto, tiene más implicaciones de lo que a simple vista parece.17 Puesto que la ruptura de las relaciones entre padres e hijos equivalía, en el Antiguo Testamento, a que las enseñanzas divinas no fueran transmitidas a las siguientes generaciones (Sal. 78: 5; Jue. 2: 10-12, etc.), la obra de Elias habría de remediar dicha situación, a fin de sanar también la relación entre Dios y su pueblo (Mal. 1: 6), cuya máxima evidencia, en ese mismo contexto, está representada por la obediencia a los mandamientos, los cuales, por cierto, también tienen muchísimo que ver con las relaciones. Teniendo en cuenta que Dios espera que nuestra forma de actuar y nuestra obediencia a sus mandamientos estén motivadas por el amor a él y al prójimo, la mención de Elias tiene sentido en la epístola de Santiago, pero también en el momento de comparar su obra con el mensaje del tercer ángel (Apo. 14: 9-12), dirigido a quienes vivimos durante el juicio previo al regreso de Jesús y cuyo contenido, además de advertirnos contra la adoración de «la bestia», también nos llama a tener la «paciencia [jupomoné] de los santos» y a guardar «los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (vers. 12). «Paciencia», «ley» y «fe», ¿recuerda haber visto estos temas en Santiago? Seguro que sí, ya que esta carta, el mensaje del tercer ángel y el mensaje de Elias no solo tienen el mismo origen, sino que también van en la misma dirección: que restauremos nuestras relaciones con los demás y especialmente con Dios. Que lo intentemos, pero que también lo manifestemos a través de una fe perseverante que no es un mero asentimiento intelectual, sino el motor de un estilo de vida caracterizado por el amor y la obediencia a Dios, así como por el amor y el servicio a los demás. Por lo tanto, siendo que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5: 5), y siendo que
  • 10. 144 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe se espera que crezcamos en esta clase de amor, haríamos bien en reclamar la promesa incluida en las siguientes palabras del apóstol Pablo: «Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros» (1 Tes. 3: 12). Él puede y quiere hacerlo. ¿Permitiremos que lo haga? De eso trata la obra de Elias. Santiago, el pastor Consciente de que nuestra falta de amor por nuestros hermanos puede fragmentar la unidad de la iglesia y diluir nuestro testimonio de Cristo al mundo, Santiago no pudo concluir su libro de mejor manera: «Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad y alguno lo hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud de pecados» (San. 5: 19, 20). Aunque el texto no llama apóstatas a quienes se han «extraviado», es lógico suponer que las circunstancias fueron tan adversas en aquel tiempo que más de un cristiano buscó proteger su vida separándose de la iglesia. Sin embargo, Santiago parece referirse aquí a un grupo diferente de personas. Se refiere a aquellos que, sin abandonar la iglesia, practican el cristianismo, pero sin alcanzar el ideal de la religión auténtica descrito por Santiago a lo largo de toda su epístola.18 Dado que sabe que, entre sus lectores, hay quienes practican la discriminación, la ira, la codicia, y también se hallan envueltos en contiendas y mun- danalidad, a la vez que son incapaces de controlar su lengua y preocuparse por los pobres, Santiago espera que estas personas sean restauradas por aquellos cuya conducta sí se destaca por la fe y la sabiduría que provienen del cielo: No hemos de condenar a los demás; tal no es nuestra obra, sino que debemos amamos unos a otros, y orar unos por otros. Cuando vemos a uno apartarse de la verdad, podemos llorar por él como Cristo lloró sobre Jerusalén. Veamos lo que dice nuestro Padre celestial en su Palabra acerca de los que yerran; «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gál. 6: 1). [...] ¡Cuán grande es esta obra misionera!15 Dado que también es preciso demostrar amor atrayendo al extraviado tan gentilmente como sea posible a fin de que se arrepienta, semejante resul
  • 11. 12. Santiago, el pastor • 145 tado no solo ha de asegurar a la persona restaurada el perdón de sus pecados, 20 sino que también ha de ser una de las mayores evidencias de que estamos interesados en el bienestar espiritual de nuestros hermanos, ¡la evidencia de que los amamos como a nosotros mismos! Esto me lleva a confesarle mi admiración por los patos. Al menos por los que, en varias ocasiones, he visto cruzar la carretera en una ordenada fila, cerca del lugar en donde vivo. Compacta y comandada por la que creo es la "mamá pato", aquella fila más de una vez ha ocasionado que los automóviles detengan su marcha en plena carretera v se conviertan así en una especie de escolta de tan cadencioso cruce. Sí, admiro a esos patos porque, pese a que atraviesan un camino que a todas luces es peligroso para ellos, su preocupación no está en los riesgos que enfrentan, ni en las condiciones de la carretera o los vehículos que circulan por ella, sino en poder llegar, todos juntos, lo más pronto posible a su destino. ¿Puede ver la enseñanza? Pese a lo difícil que parezca restaurar al que se ha extraviado, los esfuerzos que hagamos por lograrlo pronto nos permitan llegar sanos y salvos, con él, "al otro lado del camino". ¡Es tiempo de poner en práctica todo lo que Santiago, el pastor, nos dice en el capítulo 5 de su libro! Referencias 1. Note que, con excepción de los últimos dos, lodos los versículos de la sección final de Santiago mencionan algo sobre la oración (San. 5: 13-20). La primera 'respuesta' ante el sufrimiento mencionada en este capítulo es la paciencia (San. 5: 7-12), la segunda es la oración (San. 5: 13-18), pero ambas requieren fe. 2. Aunque el énfasis de esta sección está en la oración, no podemos pasar por alto la referencia que Santiago hace a la importancia de la alabanza. Que esta sea la respuesta a «estar alegre» no significa que dependa de las emociones. La alegría a la que Santiago se refiere es más que una felicidad manifestada por emociones. Es una condición del corazón que, independiente de las condiciones adversas, lleva a cantar a quienes la poseen (Hech. 16: 25; 27: 22, 25), incluso al morir en una hoguera (como sucedió con Jan Huss). Alabar a Dios con el fin de expresar nuestro gozo es tan importante como volverse a él en tiempo de necesidad. 3. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 9, pág. 72. 4. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 171, 5. Elena G. de White, £i Deseado de todas las gentes, cap. 9, pág. 73. 6. Un buen punto de partida sería el libro de Juan José Andrade, Esperanza en la aflicción: El tema del ungimiento desde una perspectiva pastoral (México, D. F : Gema, 2005). 7. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 172. 8. Talmud babilónico Shabbat 12b. 9. Clinton E. Arnold, ed. Zondervan ¡Hustrated Bibie Backgrounds Commentary, lomo 4 (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2002), pág. 116. Por su parte, el historiador judío, Flavio Josefo, relata que, cuando agonizaba, sus médicos sometieron a Herodes el Grande a un baño de aceite. 10. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 173. 11. Considerándolo como un sacramento, en el año 852 d. C., la iglesia romana decidió que este ritual solo podía ser oficiado por los sacerdotes. Aunque sigue siendo conocido desde entonces con el nombre de 'extremaunción', después del Concilio Vaticano II (1965), la misma dirigencia eclesiástica lo llamó
  • 12. 146 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe oficialmente 'unción de los enfermos*. Si desea profundizar en las implicaciones de que este rito sea considerado un sacramento vea http://www.formacioncatolica.org/doctrina/culto-y-oracion/extre- mauncion/ 1790-uncion-de-Ios-enfermos.html. Para un recuento histórico de su uso, vea James Adam- son, 77ie Epistle of James, New International Commentary on the NewTestament (Grand Rapids: Eerd- mans, 1976), págs. 204-205. 12. Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 174. 13. ídem, pág. 173. 14. ídem, pág. 176. 15. Ibídem. 16. Juan José Andrade, «El ungimiento de los enfermos» (Tesis doctoral, Universidad de Montemorelos, 2002), pág. 110. 17. En este punto sigo varias ideas del erudito adventista, Roy Gane, Who‘s Afraid of the ludgment? (Idaho: Pacific Press, 2006), págs. 126-129. 18. Este es el momento propicio para repasar lo que aprendimos sobre Santiago 1: 16 en el capítulo 3 de este comentario, 19. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, tomo 5, cap. 39, pág. 324. 20. La expresión «cubrir multitud de pecados» también se usa en 1 Ped 4: 8 y parece ser una forma común en aquellos días para referirse a la certeza del perdón divino.