Más contenido relacionado
La actualidad más candente (19)
Similar a Notas de Elena - Lección 6 (20)
Notas de Elena - Lección 6
- 1. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
II Trimestre de 2014
Cristo y su Ley
Notas de Elena G. de White
Lección 6
10 de mayo 2014
La muerte de Cristo y la Ley:
Sábado 3 de mayo
Era imposible que el pecador guardara la ley de Dios, que era santa, justa
y buena; pero esta imposibilidad fue eliminada por la imputación de la jus-
ticia de Cristo al alma arrepentida y creyente. La vida y muerte de Cristo en
beneficio del hombre pecador tuvieron el propósito de restaurarlo al favor
de Dios, impartiéndole la justicia que satisfacía los requerimientos de la ley
y hallaría aceptación ante el Padre.
Pero siempre es el propósito de Satanás invalidar la ley de Dios y tergi-
versar el verdadero significado del plan de salvación. En consecuencia, ha
originado la falsedad de que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario
tenía el propósito de liberar a los hombres de la obligación de guardar los
mandamientos de Dios. Ha introducido en el mundo el engaño de que Dios
ha abolido su constitución, desechado su norma moral, y anulado su ley
santa y perfecta. Si él hubiera hecho esto, ¡qué terrible precio habría pagado
el Cielo! En vez de proclamar la abolición de la ley, la cruz del Calvario
proclama con sonido de trueno su inmutabilidad y carácter eterno. Si la ley
hubiera podido ser abolida, y mantenido el gobierno del cielo y la tierra y
los innumerables mundos de Dios, Cristo no habría necesitado morir. La
muerte de Cristo iba a resolver para siempre el interrogante acerca de la
validez de la ley de Jehová. Habiendo sufrido la completa penalidad por un
mundo culpable, Jesús se constituyó en el Mediador entre Dios y el hombre,
a fin de restaurar para el alma penitente el favor de Dios al proporcionarle la
gracia de guardar la ley del Altísimo. Cristo no vino a abrogar la ley o los
profetas, sino a cumplirlos hasta en la última letra. La expiación del Calva-
rio vindicó la ley de Dios como santa, justa y verdadera, no solamente ante
el mundo caído sino también ante el cielo y ante los mundos no caídos.
- 2. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
Cristo vino a magnificar la ley y engrandecerla (Fe y obras, pp. 121, 122).
Domingo 4 de mayo: Muertos a la Ley (Romanos 7:1-6)
El testimonio de Pablo es: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? [el
pecado está en el hombre, no en la ley]. En ninguna manera. Pero yo no
conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la
ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el man-
damiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está
muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el
pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para
vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por
el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (Romanos 7:7-11).
El pecado no mató a la ley, sino que mató la mente camal en Pablo.
“Ahora estamos libres de la ley —declara él— por haber muerto para aqué-
lla en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo
del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). “¿Luego
lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el
pecado para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que
es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobrema-
nera pecaminoso” (Romanos 7:13). “De manera que la ley a la verdad es
santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Pablo llama
la atención de sus oyentes a la ley quebrantada y les muestra en qué son
culpables. Los instruye como un maestro instruye a sus alumnos, y les
muestra el camino de retomo a su lealtad a Dios.
En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justificación.
El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz
con él mediante los méritos de Cristo, mientras continúe en pecado. Debe
cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel. Cuando el pecador examina el
gran espejo moral, ve sus defectos de carácter. Se ve a sí mismo tal como
es, manchado, contaminado y condenado. Pero sabe que la ley no puede, en
ninguna forma, quitar la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá.
La ley no es sino el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salva-
dor que lleva los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calva-
rio, muriendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu San-
to le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrepienten de sus
transgresiones. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna” (Juan 3:16) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 249-251).
En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de
- 3. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella
ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justi-
cia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el
juez se siente y se abran los libros. El vino para cumplir toda justicia y, co-
mo cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la
misma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de
Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento hu-
mano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la
perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nue-
vo pacto del evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El evangelio está cons-
tituido por las fragantes flores y los frutos que lleva.
Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la
ley, se efectúa un cambio en el corazón (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 248,
249).
Lunes 5 de mayo: La Ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:1-8)
Al presentar las demandas vigentes de la ley, muchos han dejado de des-
cribir el infinito amor de Cristo. Los que tienen verdades tan grandes, re-
formas tan decisivas que presentar a la gente, no han comprendido el valor
del sacrificio expiatorio como una expresión del gran amor de Dios al hom-
bre. El amor a Jesús y el amor de Jesús por los pecadores fueron eliminados
de la experiencia religiosa de los que han sido comisionados para predicar
el evangelio, y el yo ha sido exaltado en lugar del Redentor de la humani-
dad. La ley ha de ser presentada a sus transgresores no como algo apartado
de Dios, sino más bien como un exponente de su pensamiento y carácter.
Así como la luz del sol no puede ser separada del sol, así la ley de Dios no
puede ser presentada adecuadamente al hombre separada de su Autor di-
vino. El mensajero debiera poder decir: “En la ley está la voluntad de Dios.
Venid, ved por vosotros mismos que la ley es lo que Pablo declaró: ‘santa,
justa y buena’”. Reprocha el pecado, condena al pecador, pero le muestra su
necesidad de Cristo, en el cual hay abundante misericordia, bondad y ver-
dad. Aunque la ley no puede remitir el castigo del pecado, sino cargar al
pecador con toda su deuda, Cristo ha prometido perdón abundante a todos
los que se arrepienten y creen en su misericordia. El amor de Dios se ex-
tiende en abundancia hacia el alma arrepentida y creyente. El sello del pe-
cado en el alma puede ser raído solamente por la sangre del sacrificio expia-
torio. No se requirió una ofrenda menor que el sacrificio de Aquel que era
igual al Padre. La obra de Cristo, su vida, humillación, muerte e intercesión
por el hombre perdido, magnifican la ley y la hacen honorable.
- 4. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
Han estado desprovistos de Cristo muchos sermones predicados acerca
de las demandas de la ley. Y esa falta ha hecho que la verdad fuera ineficaz
para convertir a las almas. Sin la gracia de Cristo, es imposible dar un paso
en obediencia a la ley de Dios. Por lo tanto, ¡cuán necesario es que el peca-
dor oiga del amor y poder de su Redentor y Amigo! Al paso que el embaja-
dor de Cristo debiera presentar claramente las demandas de la ley, debiera
también hacer comprender que nadie puede ser justificado sin el sacrificio
expiatorio de Cristo. Sin Cristo, no puede haber sino condenación y una
horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego y una separación final
de la presencia de Dios. Pero aquel cuyos ojos han sido abiertos para ver el
amor de Cristo, contemplará el carácter de Dios lleno de amor y compasión.
Dios no aparecerá como un ser tiránico e implacable sino como un Padre
que anhela recibir en sus brazos a su hijo arrepentido. El pecador clamará
con el salmista: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece
Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Toda desesperación es elimi-
nada del alma cuando se ve a Cristo en su verdadero carácter (Mensajes
selectos, tomo 1, pp. 435, 436).
“Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20);
pues “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Mediante la ley los
hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, ex-
puestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Sal-
vador. Satanás trabaja continuamente para disminuir en el concepto del
hombre el atroz carácter del pecado. Y los que pisotean la ley de Dios están
haciendo la obra del gran engañador, pues están rechazando la única regla
por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la concien-
cia del transgresor. La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos
que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livia-
namente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el
espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento
correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por
esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentirse de sus
pecados y buscar el perdón mediante Cristo. Al no hacer esto, muchos tra-
tan de romper el espejo que les revela sus defectos, para anular la ley que
señala las tachas de su vida y su carácter (Mensajes selectos, tomo 1, pp.
256, 257).
Martes 6 de mayo: El poder de la Ley
Pablo dice que “en cuanto a ley” —en lo que respecta a actos externos—
era “irreprensible”; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley,
- 5. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
cuando se miró en el santo espejo, se vio a sí mismo pecador. Juzgado por
una norma humana, se había abstenido de pecado; pero cuando miró dentro
de las profundidades de la ley de Dios, y se vio a sí mismo como Dios lo
veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa. No se apartó del espejo ni
se olvidó qué clase de hombre era, sino que experimentó verdadero arrepen-
timiento ante Dios y tuvo fe en nuestro Señor Jesucristo. Fue lavado, fue
limpiado. Dice: “Tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codi-
ciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí
toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía
en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”.
El pecado entonces apareció en su verdadero horror, y desapareció su
amor propio. Se volvió humilde. Ya no se atribuyó más bondad y mérito a
sí mismo. Dejó de tener más alto concepto de sí mismo que el que debía
tener, y atribuyó toda la gloria a Dios. No tuvo más ambición de grandezas.
Dejó de desear venganza, y no fue más sensible al reproche, al desdén o al
desprecio. No buscó más la unión con el mundo, posición social u honores.
No derribó a otros para ensalzarse él. Se volvió manso, condescendiente,
dócil y humilde de corazón, porque había aprendido su lección en la escuela
de Cristo. Hablaba de Jesús y su amor incomparable, y crecía más y más a
su imagen. Dedicaba todas sus energías a ganar almas para Cristo. Cuando
le sobrevenían pruebas debido a su abnegada labor por las almas, se incli-
naba en oración y aumentaba su amor por ellas. Su vida estaba escondida
con Cristo en Dios, y amaba a Jesús con todo el ardor de su alma. Amaba a
cada iglesia; se interesaba en cada miembro de iglesia, pues consideraba
que cada alma había sido comprada con la sangre de Cristo (Comentario
bíblico adventista, tomo 6, pp. 1075, 1076).
El apóstol reconoce los reclamos de la ley pero no se rebela contra ella
porque le revela su verdadera situación; tampoco le dice a la ley: “Límpia-
me, purifícame”. Lo que hace es mirar al Calvario, caer sobre la Roca, Cris-
to Jesús, y quebrantarse. Es el arrepentimiento del cual no hay que arrepen-
tirse. Sabe que “por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas
2:16), porque no está en la capacidad de la ley salvar, sino condenar; no
puede perdonar, sino convencer; no puede reducir el rigor de sus reclamos,
ni dejar de lado uno solo de sus requerimientos, puesto que al hacerlo, deja-
ría sin efecto los mandamientos restantes. La ley no puede salvar ni rescatar
al que perece. Hay una sola esperanza para el pecador. ¿Son las ceremonias
externas? ¿Es el cumplimiento riguroso de los deberes religiosos? ¿Son las
penitencias, las oraciones y la meditación? ¿Son las donaciones a los pobres
y las acciones meritorias? No; ninguna de estas cosas producirá la salvación
del alma... Nadie puede estar delante de Dios confiado en sus propios méri-
- 6. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
tos. Los que serán salvos lo serán porque Cristo pagó la deuda completa; y
el ser humano no puede hacer nada, absolutamente nada para merecer la
salvación. Cristo dice: “Porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan
15:5). Entonces, ¿de quién es el mérito? Todo pertenece a nuestro Reden-
tor...
Es la gracia de Cristo la que atrae al pecador hacia él, y solamente en él
hay esperanza de salvación. El ser humano es indigno de recibir cualquier
favor de Dios; pero cuando Cristo llega a ser su justicia, puede pedir y reci-
bir, porque lo hace en su nombre y mediante sus méritos. Cristo cargó con
la penalidad de la ley para que pudiéramos tener su gracia, pero esto no
significa que podemos prescindir de la ley. Pablo pregunta: “¿Luego por la
fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley
(Romanos 3:31) (Signs of the Times, 10 de noviembre de 1890).
Miércoles 7 de mayo: La Ley impotente
El pecador ve la espiritualidad de la ley de Dios y sus eternas obli-
gaciones. Ve el amor de Dios al proveer a un sustituto y una seguridad para
el hombre culpable, y ese sustituto es Alguien igual a Dios. Esta manifesta-
ción de gracia para con el mundo en el don de la salvación llena al pecador
de asombro. Este amor de Dios hacia el hombre derriba toda barrera. El
hombre viene a la cruz, que ha sido puesta a mitad de camino entre la divi-
nidad y la humanidad, y se arrepiente de sus pecados de transgresión, por-
que Cristo ha estado atrayéndolo hacia él.
Él no espera que la ley lo limpie de pecado, porque no existe ningún
elemento perdonador en la ley para salvar a los transgresores de ella. Él
mira el sacrificio expiatorio como su única esperanza, en virtud del arrepen-
timiento delante de Dios -porque las leyes de su gobierno han sido violadas-
y considera la fe en nuestro Señor Jesucristo como lo único que puede sal-
var al pecador y limpiarlo de toda transgresión.
La obra mediadora de Cristo comenzó en el mismo momento en que co-
menzó la culpabilidad, el sufrimiento y la miseria humana, tan pronto como
el hombre se convirtió en un transgresor. La ley no fue abolida para salvar
al hombre y para lograr su unión con Dios. Pero Cristo asumió el papel de
ser su garante y libertador al hacerse pecado por el hombre, a fin de que el
hombre viniera a ser la justicia de Dios en y por medio de Aquel que era [y
es] Uno con el Padre. Los pecadores pueden ser justificados por Dios úni-
camente cuando él perdona sus pecados, los libra del castigo que merecen, y
los trata como si fueran verdaderamente justos y como si no hubieran peca-
do, recibiéndolos en el favor divino y tratándolos como si fueran justos. Son
- 7. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
justificados únicamente por la justicia de Cristo que se acredita al pecador.
El Padre acepta al Hijo, y en virtud del sacrificio expiatorio de su Hijo,
acepta al pecador (Mensajes selectos, tomo 3, pp. 220, 221).
El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pe-
cado. “El pecado es transgresión de la ley.” “Por la ley es el conocimiento
del pecado” (1 Juan 3:4; Romanos 3:20). Para reconocer su culpabilidad, el
pecador debe medir su carácter por la gran norma de justicia que Dios dio al
hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un carácter perfecto y
justo, y le permite discernir los defectos de su propio carácter.
La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio.
Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le
toca al transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librarle de la conde-
nación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley
transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene
“remisión de los pecados cometidos anteriormente”, y se hace partícipe de
la naturaleza divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el espíritu de
adopción, por el cual exclama: “¡Abba, Padre!” (El conflicto de los siglos,
p. 521).
Jueves 8 de mayo: La maldición de la Ley (Gálatas 3:10-14)
Los símbolos y las sombras del servicio ceremonial más las profecías,
daban a los israelitas una visión velada y borrosa de la misericordia y de la
gracia que serían traídas al mundo mediante la revelación de Cristo. A Moi-
sés se le reveló el significado de los símbolos y de las sombras que señalan
a Cristo; él vio el fin de lo que iba a desaparecer cuando, a la muerte de
Cristo, el símbolo se encontró con la realidad simbolizada [“tipo” y “antiti-
po”]. Él vio que únicamente por medio de Cristo el hombre puede guardar
la ley moral. Por la transgresión de esta ley el hombre introdujo el pecado
en el mundo, y con el pecado vino la muerte. Cristo se convirtió en la pro-
piciación por el pecado del hombre. El brindó su perfección de carácter en
lugar de la pecaminosidad del hombre. Tomó sobre sí la maldición de la
desobediencia. Los sacrificios y las ofrendas anunciaban de antemano el
sacrificio que él iba a hacer. El cordero sacrificado simbolizaba al Cordero
que debía quitar el pecado del mundo.
Lo que iluminó el rostro de Moisés fue que vio el propósito de lo que iba
a desaparecer, que contempló a Cristo como revelado en la ley. El ministe-
rio de la ley, escrito y grabado en piedra, era un ministerio de muerte; sin
Cristo, el transgresor era dejado bajo la maldición de la ley, sin esperanza
de perdón. Dicho ministerio no tenía gloria en sí mismo; pero el Salvador
- 8. www.EscuelaSabatica.es - Ministerio Jesús Padilla ©
prometido, revelado en los símbolos y las sombras de la ley ceremonial,
hacía gloriosa la ley moral.
Cristo llevó la maldición de la ley, sufriendo su castigo; llevando a su
término el plan por el cual el hombre había de ser puesto en condiciones de
poder guardar la ley de Dios y ser aceptado por medio de los méritos del
Redentor; y mediante su sacrificio se proyectó gloria sobre la ley. Entonces,
la gloria de lo que no iba a perecer —la ley de Dios, de los Diez Manda-
mientos, su norma de justicia— fue vista claramente por todos los que con-
templaron el fin de lo que iba a perecer.
“Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria
del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor”. Cristo es el Abogado del pecador. Los que
aceptan su evangelio lo contemplan a cara descubierta; ven la relación de la
misión de él con la ley, y reconocen la sabiduría de Dios y su gloria como
reveladas por el Salvador. La gloria de Cristo se revela en la ley, la cual es
una representación de su carácter, y la eficacia transformadora de él se sien-
te en el alma hasta que los hombres llegan a ser transformados a su seme-
janza. Son hechos participantes de la naturaleza divina, y crecen más y más
a semejanza de su Salvador, avanzando paso tras paso en conformidad con
la voluntad de Dios, hasta que alcanzan la perfección.
La ley y el evangelio están en perfecta armonía. El uno sostiene al otro.
La ley se enfrenta con toda su majestad a la conciencia, haciendo que el
pecador sienta su necesidad de Cristo como la propiciación por el pecado.
El evangelio reconoce el poder y la inmutabilidad de la ley. “Yo no conocí
el pecado sino por la ley”, declara Pablo. El significado del pecado, incul-
cado por la ley, impulsa al pecador hacia el Salvador; y el hombre, en su
necesidad, puede presentar los poderosos argumentos proporcionados por la
cruz del Calvario; puede reclamar la justicia de Cristo, pues es impartida a
cada pecador arrepentido (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1096).
Viernes 9 de mayo: Para estudiar y meditar
El Deseado de todas las gentes, pp. 706-713.
Material facilitado por MINISTERIO JESÚS PADILLA ©
http://escuelasabatica.es/
https://www.facebook.com/jespadill.channel
Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática