2. S.O.E.T. (SUPERMUS ORDRE QUESTER TEMPLI)
ORDEN DE LOS POBRES
SOLDADOS DE CRISTO
Los Caballeros Templarios II
EL NACIMIENTO
En el 1104, el conde Hugo de Champagne
llegó a Tierra Santa desde Troyes. Entre
sus vasallos se encontraba Hugo de Payns,
que servía como oficial en la casa del
conde. En el 1108 el conde de Champagne
regresó a Europa, pero Hugo de Payns se
quedó allí. Por aquel entonces Balduino de
Le Bourg había sucedido a su primo el rey
Balduino I; y Warmund de Picquigny al patriarca Daimbert. A
ellos, Hugo de Payns y un caballero llamado Godofredo de
Saint-Omer, le propuso la formación de una orden de
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caballeros que, siguiendo una regla de una comunidad
religiosa, se dedicara a la protección de los peregrinos.
La propuesta de Hugo fue
aceptada de buen grado por el
rey y el patriarca; y así el día de
Navidad de 1119, en la Iglesia
del Santo Sepulcro, Hugo de
Payns y otros ocho caballeros –
entre ellos Godofredo de Saint-
Omer, Archinbaud de Saint-
Aignan, Payen de Montdidier,
Geoffrey Bissot, Andres de
Montbard y otros dos de los
que solo se conoce el nombre
de Gondamero y Rossal o posiblemente Roland- hicieron ante
el patriarca, los votos de obediencia, pobreza y castidad. Se
llamaban a sí mismos “Pauperes Commilitones Chisti”, Los
Pobres Soldados de Cristo, y al principio no usaron ningún
hábito distintivo, sino que mantuvieron su vestimenta
secular.
Se le fueron concedidos
una serie de privilegios
tanto por el rey como por
el patriarca. Balduino II
además les proporcionó
un lugar donde vivir, la
antigua mezquita de Al-
Aqsa, en la ladera sur del
monte del Templo,
conocido por los cruzados como Templum Salomonis, el
Templo de Salomon. Por esa razón se les llamó sucesivamente
Pauperes Commilitones Chisti Templum Salomonis, <<Los
Pobres Soldados de Cristo del Templo de Salomon>>, <<Los
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Caballeros del Templo>>, <<Los Templarios>>, o sencillamente
<<El Temple>>.
Puede que la primera intención de Hugo y sus
compañeros fuese retirarse a un monasterio, o acaso crear
una hermandad similar a la del Hospital de san Juan para
atender a los peregrinos. Miguel de Siria, cronista de la época,
sugirió que Balduino II persuadió a Hugo y a sus hermanos a
conservar su condición de caballeros, ante la imposibilidad de
vigilar convenientemente el reino.
Esta idea tan atrayente en la época fue descrita por
otro cronista, Jaime de Vitry como la especial naturaleza dual
del compromiso templario: “Defender a lo peregrinos de
bandoleros y violadores” pero también observar “obediencia,
pobreza y castidad conforme a las reglas de los sacramentos
ordinarios”.
Debidas a las múltiples escaramuzas por parte de los
sarracenos contra los peregrinos en Tierra Santa, en enero de
1120, una asamblea de diligentes laicos y religiosos reunida
en Narblus acepto el proyecto de Hugo de Payns tanto por su
potencial espiritual como por su carácter practico.
Muchos nobles comenzaron a sentir atracción por esta
Orden de Caballeros-religiosos. El mismo Hugo de Champagne
volvió a Jerusalén en el 1125, tras ceder su condado a su
sobrino Teobaldo. Hugo renunció a toda su riqueza terrenal e
hizo votos de pobreza, obediencia y castidad como Pobre
Soldado de Cristo.
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Este no fue el más trascendental
de los actos penitenciarios del
conde Hugo de Champagne. Diez
años antes otorgó una gran
extensión de tierra agreste, cerca
de Troyes a un grupo de monjes
dirigidos por un joven noble
borgoñes, Bernardo de
Fontaines- les –Dijón. Esa
fundación de Clarvaux era una
filial della abadia de Citeaux. Tres
años después de su ingreso en
Citeaux, Bernardo llevó consigo
doce monjes para fundar un monasterio en el boscoso valle de
Ajenjo, donación del conde Hugo de Champagne. Cambiaron el
nombre por el de valle de la Luz Clarvaux (Claraval) que
pronto atrajo una fuerte afluencia de jóvenes fervorosos. Por
este hecho Bernardo de Fontaines – les – Dijón terminó
siendo conocido por San Bernardo de Claraval.
En 1127, Hugo de Payns y Guillermo de Burres
fueron enviados por el rey Balduino II en misión diplomática a
Europa occidental. Tres eran los cometidos de este viaje:
convencer al noble francés Foulques de Anjou para que
aceptase el matrimonio con Melisenda, hija del rey Balduino
convirtiéndose así en heredero al trono de Jerusalén, el
reclutar fuerzas para un proyectado ataque a Damasco y la
mas importante para Hugo, conseguir reclutas y la aprobación
papal para su Orden, Los Caballeros del Templo. El hecho de
que Balduino II eligiese al mismísimo Gran Maestre para esta
misión, y que se sintiera capaza de incorporar nuevos
miembros sugiere que la Orden ya había alcanzado cierto
prestigio en Outremer.
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El viaje de Hugo a Europa fue todo un éxito.
Foulques aceptó la propuesta del rey de
contraer nupcias con su hija. La incorporación
de nobles para el asalto a Damasco nos da a
entender que fue una figura más jerárquica de
lo que se pensó alguna vez. El primer sello
templario mostraba a dos caballeros sobre una misma
montura para simbolizar su pobreza; nada indica que Hugo
fuese de esta forma por Europa.
Más importante fue que
la iglesia sancionara la
nueva Orden. Para
obtener esa
aprobación, Hugo se
presentó en el concilio
de la Iglesia reunido en
la villa de Troyes en
enero de 1129. Presidia
el concilio el legado
papal, Mateo de Albano.
La mayoría de los
prelados asistentes eran franceses: dos arzobispos, de Reims
y Sens, diez obispos y siete abades, entre ellos Bernardo de
Claraval.
A pesar de la vida recluida que llevaba en Claraval,
Bernardo sabia de la fundación de la Orden de los Templarios,
a través de su amigo y patrocinador, el conde Hugo de
Champagne y desde el principio sintió especial interés por la
nueva Orden. En 1124, cuando el abad cisterciense de
Morimond propuso fundar un monasterio en Tierra Santa,
Bernardo se opuso a la idea aludiendo: “Las necesidades son
caballeros que peleen, no monjes que canten y giman”.
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Hugo de Payns había escrito a Bernardo
solicitándole ayuda desde Jerusalén para obtener la
“confirmación apostólica” y redactar una “Regla de vida”.
El Gran Maestre, acompañado por cinco miembros de
la Orden – Godofredo de Saint – Omer, Archambaud de Saint –
Armand, Geoffrey Bisot, Payen de Montdidier y un tal Roland
– describió la fundación de la Orden y presentó su regla.
Analizada y revisada por los padres del concilio, fue transcrita
por Jean Michel en un documento de setenta y tres clausulas.
La influencia cisterciense resulta a todas luces evidente. De las
setenta y tres clausulas de esta regla aprobadas en el concilio
de Troyes, para los Caballeros del Temple, unas treinta están
basadas en la regla de San Benito.
Existen algunas referencias a la profesión
militar de los hermanos en cuanto al
vestuario del caballero. Los padres del
concilio no parecían haber previsto que la
aplicación de la disciplina monástica a una
unidad militar daría como resultado un
cuerpo de caballería disciplinada y
uniformada que ocuparían el terreno sin
estar sujetos a lealtades personales volubles
ni a las incertidumbres de la leva feudal.
La aprobación de la Orden por parte de la Iglesia se
debió en gran medida al apoyo de Bernardo de Claraval,
apoyo que reforzó a su regreso a Clarvaux con el tratado “De
Laude Novae Militiae” (Elogio de la Nueva Milicia).
Hugo de Payns instó a Bernardo hasta lograr que
escribiera “De Laude”. En la mente de San Bernardo de
Claraval no había duda de que Tierra Santa era patrimonio de
Cristo, injustamente usurpado por los sarracenos. Los
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Templarios pisarían en su propio beneficio espiritual el
mismo suelo que pisó el Salvador. Y sobre todo, tropezar con
la realidad física del Santo Sepulcro le recuerda al cristiano
que aquí el también derrotará a la muerte.
"Avanzad con seguridad, Caballeros, y con el alma
impertérritas expulsad a los enemigos de la cruz de Cristo,
sabiendo que ni la muerte ni la vida pueden separaros del amor
de Dios que está en Cristo Jesús, repitiéndoos ante cada peligro:
Si vivimos o morimos somos del señor. ¡Qué gloriosos son los
vencedores que vuelven de la batalla! ¡Qué benditos son los
mártires que mueren en la batalla! Alegraos valientes atletas, si
vivís y vencéis en el Señor, pero regocijaros más si morís y os
unís al Señor. La vida es sin duda fructífera y la victoria
gloriosa, pero... la muerte es mejor que cualquiera de esas cosas.
Porque si son bendecidos aquellos que mueren en el Señor,
¿Cuanto mas bendecidos serán aquellos que mueren por él?"
De Laude
San Bernardo de Claraval a los Caballeros del Templo.
Fray b José Manuel López Claverías.
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