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EL CUADRO MALDITO

Un   hombre     llamado   Pedro
decidió construir una casa para
poder vivir en ella durante todo
el año con su mujer Cloe y sus
ocho hijos. Hizo una enorme
mansión que envidiaba todo el
pueblo. La familia se trasladó allí tan pronto como acabó la
casa. Tres meses después, uno de sus hijos encontró, al
lado de una antigua casa abandonada, un cuadro. Lo
colgaron en el salón ya que no tenían casi ningún cuadro. El
              cuadro mostraba un payaso visto de cintura
              para arriba y las manos estiradas. Unos días
              después Cloe fue a despertar a una de sus
              hijas que dormía sola en una habitación.
              Cuando vio que estaba muerta Cloe dio un
chillido y asustada fue a llamar a su marido y le exigió que
debían abandonar la casa ya que ocurrían cosas extrañas.
Aunque nadie se dio cuenta, el payaso del cuadro había
bajado un dedo, por lo que solo quedaban nueve levantados.
El marido la tranquilizó diciéndole que aunque la muerte de
su hija no era esperada, no
tenía nada que ver con la casa y
siguieron viviendo en ella. Dos
días después un hijo se estrelló
con la moto y murió. La mujer
siguió exigiendo marcharse de la casa pero su esposo,
siguió diciéndole que todo había sido un cúmulo de
circunstancias y que había que seguir viviendo por el resto
de sus hijos.


Pasó el tiempo y murió otro hijo más, y Cloe seguía
observando que cada vez que uno de sus hijos fallecía el
payaso   del    cuadro   bajaba   un     dedo.   Creía   estar
volviéndose loca ya que desde que estaban en aquella casa
le habían muerto tres hijos pero Pedro pensaba que era
casualidad y se quedaron. Cloe decidió abandonar a su
marido y llevarse a sus hijos. Al día siguiente Pedro
encontró a Cloe muerta. Él se dio cuenta de que no podía
ser coincidencia y vio que el payaso, efectivamente, tenía
seis dedos levantados. Creyó que el payaso tenía diez
dedos levantados y decidió investigar.


   Al día siguiente dos de sus hijos, que eran gemelos, se
encontraron en la orilla del río, ahogados. Ese mismo día
también murió otra de sus hijas a causa de sobredosis de
drogas, según dijo el médico, pero él sabía que era obra del
payaso. Se juró a si mismo que cuidaría de sus dos últimos
hijos de cuatro y seis años. Cinco días después murió su
hijo menor y el payaso solo mostraba dos dedos. Una
semana después la casa empezó a arder sin motivo y
murieron. Solo quedó a salvo del incendio el cuadro.
Siete años después un     hombre llamado
Andrés Covadonga, que era el típico
soltero que se va de “juerga” todo el día
y se tira a las ofertas de cerveza del
súper, decide ir a una subasta. En ella el primer artículo
subastado era un antiguo piano, el segundo un valioso
manuscrito del siglo XVI y así hasta la séptima subasta, la
de un cuadro de un payaso que apareció en los años
ochenta en las ruinas de una casa. Compró el cuadro por el
valor de 20 euros. Lo primero que hizo fue colgarlo en su
casa de vacaciones que tendría alquilada una semana
después. La casa estaba cerca de la playa por lo que la
alquiló sin problema.

Pero dos meses después fue a cobrar el alquiler y se
encontró muerto a Homer Chimpson, el que había alquilado
la casa.

El cuadro ahora marcaba una expresión en la cara que
antes no tenía, era como si fuera el diablo mismo. Fue a
             pedirle una explicación al vendedor pero el le
             dijo que él no le había vendido ningún cuadro.
             Decidió dejarlo como estaba. Cuando quedaba
             tan solo una semana de verano decidió pasarlo
             en la casa de vacaciones junto con su cuadro
             “favorito”. Andrés desapareció y fue olvidado
junto con la casa en la que vivía ya que todo había
desaparecido menos el cuadro que fue puesto a la venta en
un todo a cien.

                        ¿FIN…?
                                    BRAYAN IGLESIAS PEREIRA-1º A
MORIR POR AMOR
En el amor unas veces se gana, otras se pierde, como le está pasando a
Sana.
Sana tiene veinte años. Vive en Marruecos, en Pest, con su madre, su
padre y su hermana.
Hace una semana, Sana y sus amigas Laura y Yaiza (que eran hermanas pero que se llevaban
como el perro y el gato) decidieron ir a hacer unos recados al mercado. Estuvieron paseando un
rato entre los puestos, deteniéndose de vez en cuando entre las multicolores mercancías
expuestas: telas, perfumes, frutas, especias...
En un momento dado, las dos hermanas se despistaron y Sana decidió alejarse de ellas. Prefería
ir por su lado, porque sabía que si seguía de compras con sus amigas, gastaría un dineral y
acabaría con dolor de cabeza.
Decidió entrar en una tienda donde vendían oro.

-Hola- dijo amablemente al entrar.
-Buenos días- le contestó un hombre, que al parecer también estaba interesado en el oro.
 Sana observó a aquel hombre y, aunque no sabría cómo explicarlo, se quedó fascinada, al igual
que él.
Decidió marcharse, porque aquel hombre al que acababa de ver la estaba, por decirlo de alguna
manera, hipnotizando, y salió de la tienda lo más rápido que pudo.
De repente, una mano suave le rozó la espalda. Cuando se dio la vuelta volvió a quedarse
asombrada ante aquella mirada.
-¿Estás escapando de mi?
-¿Qué?- contestó Sana sin dejar de mirarle a los ojos.
-Parecía como si estuvieses tratando de huir de mí... ¿Por qué?
-Siento mucho si te he dado esa impresión, pero no puedo hablar contigo.
-¿Por qué no? ¡Nadie nos lo prohíbe!
-En mi religión está prohibido hablar con hombres que no sean de la familia.
-¿Que tu religión te prohíbe...qué? ¿Qué clase de religión prohíbe eso? Es horrible.
-Es la religión musulmana y nuestro dios decide con que persona debemos hablar y con quien
no. Lo siento pero debo irme.
-¡¡¡Espera!!!- le dijo aquel hombre misterioso.
Sana lo dudó pero al final decidió responder:
-¿Qué quieres ahora?
- Quiero saber como te llamas. Yo soy Eric.
-Yo, Sana.
Y se marchó tan deprisa que al pobre Eric no le dio tiempo ni a decir adiós.
Había quedado asombrado con Sana. Era bellísima, era hermosa.

-¿Dónde demonios estabas? Pensábamos que te había pasado algo malo -le dijo Yaiza, cuando
al fin encontraron a su amiga.
-Gracias por preocuparte,Yaiza, pero no hace falta. Solo me despisté con los velos de ese
mercader.
-Está bien, pero la próxima vez avisa.- Le reprochó Laura.

Habían pasado los días y Sana pensaba más y más en el supuesto Eric.
Decidió contárselo a Yaiza, a Laura y a dos amigas más: Lara y Mela.
Ellas le advirtieron que se tenía que olvidar de aquel hombre, que los occidentales cambiaban
de mujer como cambiaban de chaqueta.
Sana sabía que era cierto pero no podía olvidar aquella cara, aquellos ojos, aquella dulce voz...
El móvil de Sana sonó en aquel momento sacándola de sus pensamientos.
-¿Si?
-Hola, soy Mela. ¿Qué te parece si quedamos para comprar maquillaje? Es que necesito renovar
mis pinturas, porque las que tengo están pasadas de moda. Son de hace dos meses y ya no se
llevan. ¿Quedamos?
-Está bien, Mela.
Fueron a la tienda de un mercader de pinturas a la moda.
Sana observaba como Mela luchaba con otras mujeres por tan solo un lápiz de ojos.
Cuando menos se lo esperaba, escuchó una voz susurrante. Era Eric. ¡Lo volvía a ver!
 Éste le dio una nota y se marchó sin decir una palabra.
Sana leyó:
“Desde que te he visto no he dejado de pensar en ti, y creo que a ti te ha pasado lo mismo.
Dentro de veinte minutos te esperaré en la colina. Si no llegas, te prometo que no me volverás a
ver.”

Sana se armó de valor y se encaminó hacia la colina.
Cuando Eric la vio llegar, hizo una sonrisa de oreja a oreja.
-Pensaba que no vendrías.
-¿Qué quieres? Sabes que si alguien se entera de esto me matan.
-Entonces... ¿Qué haces aquí?... ¿Por qué corres tal riesgo?
-Yo...yo...no...no sé...por qué...
-Te está pasando lo mismo que a mí.
-Y ¿qué te está pasando a ti, si se puede saber?
-Que...que...creo...que...
-¿Qué te está pasando?
-Que creo que me estoy enamorando de ti.
Sana, ante eso, no sabía qué decir. Comprendía que a ella le pasaba exactamente lo mismo.
-Eric, yo...creo que también me estoy enamorando de ti, pero, lo nuestro nunca podrá ser.
-Escapémonos. Vivamos juntos nuestro amor sin que nadie nos lo impida. Luchemos por él.
-Los occidentales siempre andáis de mujer en mujer ¿Qué pasaría si te aburrieras de mí? ¿Qué
haría yo?
-Te prometo que nunca te dejaré. Yo te amo, Sana. Ha sido amor a primera vista. Lo sé. Te
quiero.
-¡De acuerdo! Vivamos nuestro amor, pero... antes quiero despedirme de mis amigas.
-Está bien. ¿Qué te parece si quedamos hoy a las ocho en el aeropuerto?
-Allí estaré.
Se dieron un abrazo y Sana se marchó. El corazón le latía con fuerza. Se sentía entre asustada y
decidida.
Por la tarde, temprano, reunió a sus mejores amigas y les comunicó su decisión. A pesar de que
no estaban de acuerdo con ella, la apoyaron.

Eran las ocho menos cuarto. Sana estaba a punto de marcharse cuando su padre entró en su
recámara:
-¡¡¡Niña ingrata, te he dado comida, un techo donde dormir... y tú me lo agradeces así !!!
-Pe...pero... Pa...padre ¿qué ocurre?
-Mi amigo, el mercader del oro, me lo ha contado todo.
-Todo... ¿El qué?...
-Primero, la manera en la que te exhibiste en la plaza con aquel hombre, ese tal Eric, y segundo,
como en las colinas planeabais una fuga...
Sana no entendía como el dichoso mercader la había seguido. ¡No daba crédito!
-Esto lo pagaréis...tú y ese tal Eric.
-No, padre, a él no lo meta en esto... Máteme si es preciso pero a él... déjelo, se lo ruego.
-Ahora me vienes a rogar. ¡Serás ingrata!
En aquel instante, por la puerta aparecieron dos hombres agarrando a Eric que estaba sangrando
por la paliza que, a buen seguro, aquellos hombres le habían dado.
-¡Dios mío! Eric, mi amor... ¿te encuentras bien?
-Yo...yo...no sé...que...ha pasa...pasa...do...
-Tranquilo.
Entonces el padre de Sana informó a la autoridad de que su hija había decepcionado a su dios y
que merecía un castigo al igual que Eric.
Nada más enterarse, la policía encadenó a Sana y a Eric.
Estuvieron mucho tiempo encerrados, hasta que el juez decidió dar sentencia:
-Por confabular y traicionar a nuestro dios con un pecado de tal tamaño, yo, el juez Santos,
condeno a Sana y a Eric a mil latigazos. Esta es mi sentencia.

Los dos jóvenes lloraron y lloraron. La noche anterior a los latigazos, Eric le dijo a Sana:
-Sana, quiero que sepas que aunque nos vayamos a morir, yo siempre te voy a amar.
-No más que yo, Eric. Eres lo más importante en mi vida y te amo.
Y se dieron un beso. Estaban encadenados. Pero Eric hizo tal fuerza, que rompió las cadenas.
 Sana le dijo que corriese, que se escapase por la ventana, que huyera, que se salvara, que ya
solo quedaban veinte minutos para su muerte, que huyera.
Eric trató de ayudarla a quitarse las cadenas, pero no pudo. Las cadenas de Sana eran nuevas.
Las de Eric eran viejas y por el óxido y el esfuerzo las pudo romper, pero las de Sana, al ser
nuevas, no se podían romper.
-Eric, déjalo, sálvate. Apura, no queda mucho, vete, escapa...
-No, Sana. Si tú no puedes salvarte, yo tampoco. Vivir sin ti, no es vivir. Me iré al cielo
contigo. Por lo menos allí nadie impedirá nuestro amor...
-Eric... ¡no! No permitiré que pudiéndote salvar no lo hagas... Vete, hazlo por mí... Te lo
ruego...
-No, Sana, y no insistas...

En ese momento llegaron los guardias:
-Ha llegado vuestra hora, par de tortolitos- dijo un guardia llevándolos a una sala donde la gente
vería como les daban los latigazos.
-¡¡¡Sana, te queremos!!! -gritaron sus amigas.
Sonó un tambor, símbolo de que la masacre empezaría.
Sana y Eric se tumbaron boca abajo, en una mesa, y empezaron los latigazos.
Ya les habían dado unos doscientos golpes cuando Sana dijo:
-Eric, no aguanto más, quiero que sepas que te amo.
-Y yo Sana...
Y en su último aliento, los dos se dijeron:
-Te quiero.
Y murieron.




                                                           Alba Ledo -1º A
LA BICI MONSTRUO




Hace muy poco, un niño llamado José Ismael estaba dando una
vuelta con sus amigos por el monte, con las bicis y encontraron
una bicicleta vieja que estaba tirada.
La cogieron y se la llevaron a una cabaña que tenían. Allí la
prepararon toda, le pusieron discos de freno, doble suspensión,
suspensión hidráulica, ruedas de coche... La llamaron Bici
monstruo.
José Ismael la fue a probar al Monte Aloia. Cuando estaba
bajando, un hombre lo vio y le preguntó si quería apuntarse al
club de descenso.
-Tengo que hablarlo con mis padres.
-Vale. Toma mi número por si te interesa: 686335590.
Ismael se lo dijo a sus padres y le dejaron.
Llamó al tipo. Le preguntó cuándo tenía que competir.
Cuando iba a salir a correr se le pinchó una rueda y tuvo que
arreglarla.
Al final le dio tiempo a llegar a la meta y ganar.

                                  José Manuel Alonso-1º A
Superhéroes

Érase una vez un pobre campesino que vagaba por un desierto.
Un día, vio una cosa rara y pensó: ¿serán extraterrestres?, ¿vendrán a
invadirnos?
Entonces vio que brillaba algo en el cielo.
Como él no sabía qué era, asustado, echó a
correr.
De repente, se hizo de día y se dijo:
-Buscaré una tribu. Avisaré.
Pero mientras la buscaba, se iba haciendo de
noche otra vez.
La noche siguiente no ocurrió nada pero al cabo de tres días volvieron los
extraterrestres y empezaron a invadir la tierra.
Como era un vagabundo nadie lo creía.
Hasta que empezaron a invadirlo todo.
Un tiempo después vinieron unos superhéroes de otros planetas, se reunieron
y decidieron intentar salvar la tierra.
Luchaban y luchaban, pero nada. Eran muchos los extraterrestres y seguían
viniendo más y más.
Tras muchos años de lucha, los extraños seres se iban debilitando pero
mientras ellos se iban debilitando iban
llegando más superhéroes a la tierra, que, al
cabo de un tiempo, acabaron ganando la
guerra.

Desde entonces, para los humanos, fueron
como sus dioses porque los defendían de
todo lo malo.

Y así es como termina esta historia.




                        José Manuel Domínguez - 1ºA
Un día, a mis primos y a mí, se nos ocurrió la idea de ir a la supuesta 
casa encantada, donde se dice que, desde que murió la anciana que 
vivía dentro, se escuchan voces y golpes en las ventanas y se dice 
que la persona que entre tendrá una maldición eterna que afectará a 
toda su familia. 
Estaba claro que nosotros no creíamos en esas leyendas de las que 
hablaba la gente, así que fuimos a la casa de noche. Pretendíamos 
dormir allí. De lo único que teníamos miedo era de las ratas y demás 
bichos   que   podría   haber.   Las   primeras   horas   nos   hacíamos   los 
valientes pero al dar las doce todo cambió: empezaron los ruidos en 
aquel   viejo   salón;   las   ventanas   golpeaban   contra   los   marcos   y   se 
oían esas voces que salen en las películas y que empezaban a decir 
nuestros nombres.
Nosotros quedamos asombrados.
¿Cómo aquellas voces podían saber nuestros nombres?
Empezamos a correr hacia las habitaciones y con todas las prisas 
nos dejamos las linternas y lo más importante, olvidamos a nuestra 
prima   pequeña,   a   la   que   teníamos   que   cuidar.   Así   que,   pese   al 
miedo,  volvimos al  salón  y     cuando  llegamos  nos  la   encontramos 
dormida   en   el   sofá.   Gracias   a   ella   nos   dimos   cuenta   de   que   los 
fantasmas no existían porque   vimos un cable debajo del sofá. Así 
que   seguimos   el   cable   hasta   un   proyector   que   estaba   escondido 
detrás de un cuadro. Nos sorprendió mucho porque era el proyector 
de mi padre, y eso solo quería decir una cosa, que todo era un plan 
de   mi   padre   y   de   mi   tío   para   asustarnos   por   la   apuesta   que 
habíamos hecho mis primos y yo. Así que todo era mentira. Solo fue 
un   engaño.   Aquel   día   dormimos   tranquilos   y   ya   no   volvimos   a 
pensar en aquella maldición.
  




                                                        

                                                       José Manuel Rodríguez Silverio­1ºA
Miedo
Era una mañana fría y nublada aunque el verano ya había llegado.
Nair estaba muy aburrida, así que decidió llamar a Yaiza, a Alba,
a Andrea y a Sara.
Todas eran amigas y decidieron ir hacia el campo de maíz, del que
muchos decían que estaba encantado, pero a ellas les gustaba
aquel lugar verde y sereno.
Allí podían estar solas, tranquilas y hablar de aquella absurda
leyenda que solo conseguía atemorizar a la gente.
Por alguna razón, aquella tarde era distinta a las demás. Algo allí
no iba bien. Notaban algo extraño... pero ¿qué?
Alba y Yaiza, que eran dos hermanas muy unidas, no querían estar
allí más tiempo, pero las demás insistieron para averiguar qué
pasaba en aquel campo tan raro.
De pronto vieron una sombra y, atemorizadas, fueron a ver quién o
qué era aquello, pero allí no había nada.
-Es mejor que nos vayamos, esto no tiene buena pinta -suplicaba
Sara, al ver que Yaiza y Alba tenían razón.
-¡No! ¿Cómo nos vamos a ir? Primero tenemos que saber qué es
eso.
Entonces, con paso sigiloso, se acercaron a la gran sombra que se
ocultaba tras el montón de paja. De pronto, la sombra desapareció
y lo único que se vio fue un espantapájaros sin cabeza.
Las chicas, riéndose aún por el tremendo malentendido, se
quedaron de piedra al ver lo que había detrás de ellas. ¡Era un
hombre, cuya cabeza habían cortado, y levantaba una espada
montado en un enorme caballo negro!
Aterrorizadas, empezaron a correr pero el hombre sin cabeza era
más rápido que ellas.
Todas se refugiaron debajo de un viejo carro, temblando de miedo.
Pronto dejaron de oír los cascos del caballo que se había ido ya,
montado por aquel monstruo que había intentado matarlas hacía
solo unos minutos. Las cinco se levantaron y empezaron a llorar
desconsoladas por lo que acababan de vivir.
Todas juntas decidieron ir a casa de Alba y Yaiza para analizar y
comprender lo que acababa de ocurrir.
-Seguro que fue un bromista que nos quería dar un susto. Todas
sabemos que los fantasmas no existen.
-Bueno, ¿quién sabe? Nosotras lo hemos visto y a mí me pareció
muy real. ¿Y si es cierto, y si de verdad existe?
Todas se quedaron calladas, pero el silencio lo decía todo: aquello
no había sido una broma.
Se quedaron un rato en silencio, pensativas y asustadas por el
miedo que sentían al saber que se podrían encontrar de nuevo con
el hombre sin cabeza.
Oyeron que la puerta se abría y pensando que era el monstruo, se
pusieron detrás del sofá.
-Niñas, ¿qué hacéis ahí escondidas?
Era la madre de Yaiza y Alba.
Las cinco se pusieron de pie y rápidamente se lo contaron todo.
-¡Cómo va a ser el hombre sin cabeza! Seguro que ha sido un
bromista aburrido que decidió asustaros, nada más.
Las cinco se quedaron conformes. Habían oído lo que ellas
soñaban que les dijeran: que sólo había sido una broma.
Se fueron contentas a la heladería para poder olvidar aquel mal
trago.
Al salir de casa y emprender el camino hacia la heladería, notaron
que el viento había aumentado, pero eso a ellas le daba igual.
Para llegar rápidamente a la tienda de los helados, tenían que
pasar por una carretera que estaba al lado del campo de maíz
donde habían sido atacadas por el presunto monstruo.
Pasaron tranquilas por allí, riendo por lo que había sucedido, pero
una espesa niebla se abrió paso ante ellas y, de nuevo, una sombra
gigantesca apareció.
-Oh, no. Otra vez no -decía Sara aún cansada de la carrera que se
había pegado por haber sido perseguida por aquel inmundo ser.
Enseguida, como había previsto Sara, apareció aquel hombre con
su enorme caballo negro. Las chicas empezaron a correr y el
hombre sin cabeza las empezó a perseguir.
De pronto, las cinco se separaron en pequeños grupos: Yaiza y
Alba siguieron juntas, Nair y Andrea se fueron corriendo y Sara se
quedó sola, desorientada por el miedo y la angustia.
Un grito suplicante sonó y los dos grupos se pararon en seco. Se
reunieron en la carretera, pero algo no iba bien. ¡Faltaba Sara!
-¿Dónde está Sara? -preguntaba Nair preocupada.
-Seguro que está escondida en algún sitio -decía Andrea para
intentar calmar a las demás.
Siguieron buscando, pero no la encontraron.
Pasaron los días y no había rastro de Sara. Las chicas,
desconsoladas, fueron una vez más al campo de maíz para intentar
encontrar a su amiga.
Estuvieron horas buscándola, pero no encontraron nada.
Cada día, las chicas se fueron distanciando más y más hasta que,
pasado un mes, ya no se hablaban.
Nair, muy disgustada porque Sara aún no había aparecido, decidió
ir a dar una vuelta.
No pudo aguantar la tentación de acercarse hasta el campo de
maíz, así que emprendió el camino. Ella era la única de las chicas
que no había abandonado la esperanza de poder encontrar a su
amiga, dado que las otras ya la daban por muerta.
Siguió buscando, gritando su nombre con la esperanza de que con
tanto grito, ella la oyera y saliera de su escondite, pero no hubo
respuesta para sus llamadas.
Cansada, decidió retirarse.
Iba por el camino que daba a su casa cuando, de repente, vio un
bulto bajo un montón de hojas. Nair, tan curiosa como siempre,
sacó aquel cuerpo del montón de hierba, pero hasta que lo vio
detenidamente no se dio cuenta de que era Sara, y de que le habían
hecho un montón de cortes en su cara. Llorando, descubrió que
llevaba una nota pegada a su ropa. La leyó y vio que ponía:
´´Esta ha sido la primera, iré a por todas.´´

                                        ¿FIN?

                                     Laura Dauzón -1ºA
MI LOBO
Había tantas versiones de aquel terrible suceso que si
preguntabas a alguien qué había sucedido, podían decirte la
verdad, pero también podían hasta aparecer extraterrestres
en aquella versión. A mí, lo que me parecía era una
estupidez. Todos hablaban de la muerte de Jhon. Decían
que le habían devorado los lobos, que le habían devorado
unos monstruos, pero yo no me lo creía.
Los lobos nunca habían sido violentos, no era propio de
ellos matar a una persona; pero allí nadie hacía caso a
alguien que quisiera defender a los lobos.
Todos decían que, si de verdad había justicia en el mundo,
tendrían que cazar a los lobos.
Llegué a casa enfadada por los comentarios que habían
hecho de mis lobos, los llamaba así porque para mí eran
como mi segunda familia.
Me fui al patio trasero de mi casa, desde donde se podía
entrar al bosque con solo dar unos pasos. Me interné en él
en busca de mi lobo, deseosa de verle.
Como otras veces, me llevé de la nevera un trozo de carne
para dárselo de comer.
La humedad que había hacía que fuera más difícil caminar
por el bosque.
De pronto lo encontré, y observé cómo olfateaba el aire .
Le lancé lo que le traía, pero él hizo caso omiso de la
carne .
Nos quedamos un rato mirándonos, hasta que me fui por el
frío tan intenso que hacía.
Al día siguiente, el final de todo llegó: iban a darle caza a
los lobos.
Me fui corriendo al bosque en cuanto me enteré. Todo mi
cuerpo olía a preocupación. Yo no sabía qué hacer.
Cuando llegué allí, ya había muchos cazadores internados
en el bosque.
Por los alrededores había policías vigilando, pero no me
pude resistir, así que salté por encima de la pequeña valla y
me interné yo también en el frío y húmedo bosque.
Iba corriendo. Tenía miedo de llegar demasiado tarde. De
pronto me detuve. ¡Alguien había disparado!
Corrí en la dirección en que había oído el disparo
temblando de miedo, pero cuando llegué ya era demasiado
tarde.
¡Habían matado a mi lobo!


                           Laura Dauzón -1ºA
Las cosas hay que pensarlas

Un niño que se llamaba Javier y que siempre estaba haciendo estupideces,
un día quiso hacer un salto de más de diez metros desde un acantilado
pero, cuando cayó al suelo, se rompió una costilla, un hueso de la mano y
la rodilla.
Lo tuvieron que ingresar en el hospital para que se recuperase.
Los médicos que le atendieron no lo recuperaron bien, por lo que la madre
de Javier fue al juez para que hiciese justicia.
El juez falló a favor de la madre de Javier.
El juez y la madre de Javier se hicieron muy amigos y el juez le dio un
olivo de regalo.
Cuando Javier llegó a casa puso el olivo en el salón. Al cabo de un par de
días, el olivo empezó a crecer hasta que llegó a lo más alto del techo de la
casa. Javier y su madre empezaron a preocuparse.
Intentaron cortar un poco del olivo pero se resistía.
Javier y su madre empezaron a temblar al ver las proporciones del árbol,
pero al chico se le ocurrió una idea.

-¿Qué idea es esa? -preguntó la madre.
-Pues intentar sacar el olivo de la casa -respondió Javier.
Entonces empezaron a sacar el olivo por la puerta. Les costó, pero al fin lo
lograron.
Y Javier dijo:
-¡No vuelvo a meter jamás un olivo dentro de casa!



                                        Santiago Fernández- 1º A
EN BUSCA DE LOS EXTRATERRESTRES

Esto pasó un día en que tres amigos llamados Santi, Óscar y Brayan, querían
saber si, de verdad, existían los extraterrestres.
-¿Por qué no vamos al espacio y lo comprobamos nosotros mismos?
-Sí que queremos ir, pero es muy peligroso -dijeron Brayan y Santi.
-¿Qué es peligroso? -preguntó Óscar.
-Pues ir al espacio sin preparación -terminó diciendo Brayan.
Y a partir de entonces no hablaron más de ello, hasta que un día...

-Vamos a prepararnos para poder ir un día al espacio -decidieron los tres.
Fueron a una oficina donde ofrecían trabajo para ser piloto de cohete.
Ellos preguntaron si podían presentarse para ser pilotos.
-Pues claro -dijeron los de la oficina.
Entonces empezaron a prepararse, hasta que un día les dijeron que ya estaban
listos para pilotar un cohete e ir al espacio.
Al día siguiente se fueron al espacio, pero se encontraron con una especie
parecida a la humana. Eran bichos verdes, con la cabeza muy grande, con
muchos dedos en los pies y en las manos. Hacían sonidos muy raros, como si
fuesen delfines. Los tres amigos intentaron comunicarse con ellos, pero no
sabían hablar.

Entonces decidieron volver a sus casas junto a sus familias y comunicarles
que, de verdad, sí existían los extraterrestres.
No consiguieron comunicarse con ellos, pero consiguieron lo que en serio les
importaba: saber si los extraterrestres existían.

                                        Santiago Fernández – 1º A
Capítulo uno- El encuentro
Hoy es un día como otro cualquiera de verano. Estoy sentada en el banco que tengo en el jardín de
mi casa leyendo como de costumbre. De repente oigo unas voces en la casa que está al lado de la
mía. Me parece oír voces de niños de mi edad.
-Bien, ya han conseguido vender la casa. Tendré nuevos vecinos -pensé.
Asomé mi cabeza por encima de la valla que separaba mi casa de la de al lado y vi a una niña
pequeña. Debía tener la edad de mi hermano, siete años más o menos.
También vi a un chico bastante guapo. Era rubio, de ojos verdes y el pelo algo largo. Me miró y me
sonrió. Yo le devolví la sonrisa, pero me agaché; supongo que tenía vergüenza.
–Laura, ¿te vienes conmigo a hacer la compra al supermercado? -me dijo mi madre desde la
ventana.
–Eh... sí. Espera que me calzo y voy.
–Vale, te espero en el coche.
Me calcé rápido y salí corriendo. Entré en el coche y estuve todo el camino pensando en el chico de
la casa de al lado, y en por qué me habría sonreído. Al llegar al supermercado mi madre me dijo
que le fuera a coger el azúcar. Fui y en el mismo paquete de azúcar pusimos los dos nuestras manos.
–Lo siento. Toma, cógelo tú -dije un poco avergonzada.
–No, lo siento yo. Toma, yo cojo este otro.
Su voz era preciosa, era muy suave y dulce.
–Gracias -le contesté y sonreí.
–Tú vives al lado de mi casa, ¿no?
–Sí. Tú te acabas de mudar, ¿verdad?
–Sí, y veo que mis padres tenían razón.
En ese mismo momento mi madre me llamó y me tuve que ir.
–Lo siento -me quedé pensando en cómo se llamaría.
–Kevin, me llamo Kevin.
–Lo siento, Kevin, me tengo que ir.
–Vale, después seguimos hablando.
–Chao.
Me dijo adiós y me sonrió.
Estábamos en la caja y mi madre me preguntó quién era aquel chico con el que estaba hablando, y
le dije que era el nuevo vecino.
De camino a casa, estuve pensando en lo que me había dicho, lo de que sus padres tenían razón.
Cuando llegó a su casa seguido leyendo en el banco, y a los 15 minutos alguien le habló.
–Hola. Antes te dije mi nombre, pero tú no me dijiste el tuyo.
–Oh, lo siento. Me llamo Laura.
–Laura. Bonito nombre
–Gracias.
–Bueno mira, yo tengo que irme a desempaquetar mis cosas. ¿Qué te parece si hoy dejas que te
invite a cenar? No conozco mucho esto, pero sí sé de un sitio al que podemos ir.
–Vale -dije un poco sonrojada.
–Bueno. Pues a las nueve y media te recojo.
–De acuerdo.
–Chao -dijo él sonriendo.
Fui junto a mi madre y le conté lo que me acabada de pasar. No me lo podía creer. Solo nos
conocíamos de unas horas y ya me había invitado a cenar. Era mi primera cita y no iba a dejar que
nadie la estropease.
Capítulo dos- La cita
Ya eran las seis y media de la tarde y yo estaba impaciente. Seguía sin creerlo. Él aún no me
conocía, y no sé si quería que lo hiciera. Supongo que cuando lo hiciera ya no le caería muy bien.
Había pasado con algunas personas como mi amiga Marta, por ejemplo. Ella y yo éramos
inseparables, pero hubo una temporada en que yo estuve enferma y no fui a clase. Ella, al principio,
me llamaba a menudo para ver cómo estaba pero a los pocos días empezó a llamarme menos y el
día que estaba recuperada del todo, entré por la puerta del colegio. Ella me vio y pasó de mí. Me iba
a acercar a ella pero Rebeca se me adelantó. Rebeca era una de nuestras peores enemigas y no me
podía creer que me dejara de lado por ella. Pero al cabo del tiempo me empezó a dar igual. Ya me
estaba empezando a acostumbrar a estar sola, aunque ella seguía ahí, no la olvidaría nunca. Aún
tenía nuestras fotos pegadas en la pared y recuerdos de ella de los que nunca me separaría.
Me aburría un poco y decidí encender el ordenador. Entré en mi tuenti, pero no había nadie
interesante conectado, así que pensé en crear un blog tipo diario. Sobre lo primero que escribí fue
sobre él, sobre el chico que acababa de conocer. Al poco rato ya tenía varios visitantes, y algunos
seguidores, pero dejé de escribir. Ya era algo tarde, y tenía que empezar a prepararme. Me metí en la
ducha, pero antes puse un CD de música relajante. Cuando salí no sabía bien qué ponerme. Pensé en
ponerme algo bonito, un vestido tal vez, y escogí el azul marino a rayas blancas, a juego con los
tacones azul marino. Vi la hora y eran las nueve. Tenía que darme prisa con el pelo. Me encerré en
el baño y me lo planché en veinte minutos. Ya lo tenía bien peinado porque mi pelo no es muy rizo,
solo un poco ondulado, pero yo me lo aliso casi siempre, junto con mi flequillo recto.
Volví a ver la hora. Ya eran las nueve y cuarto. Así que aún me quedaban quince minutos. Mi madre
llamó a la puerta de mi habitación. Ella quería ver cómo iba a ir vestida y peinada.
–Laura, vas preciosa ¡En serio!- me dijo al verme.
–Gracias, mamá.
A los cinco minutos vino mi hermano pequeño, me vio y me echó la lengua. Yo le devolví el mismo
gesto.
Cogí el bolso azul de mi hermana, me iba a juego con el vestido y me senté a esperar.
No tuve que esperar mucho. Él llegó dos minutos después. Timbró y salí.
Me saludó con dos besos en la mejilla y después nos dirigimos al restaurante. Una vez allí nos
sentamos en una mesa. El mantel era bastante bonito, de color verde. Enseguida vino el camarero y
nos dio el menú. Los dos escogimos jamón asado con patas fritas.
Estuvimos hablando casi toda la cena. Resulta que tenemos gustos muy parecidos. Su color favorito
es el verde y el mío también. Los grupos de música que le gustan; a mí, también. Cada vez
encajábamos mejor, no habría imaginado que nos caeríamos tan bien.
–Bueno, ¿y que tal de novios?- me preguntó.
–Bueno, la verdad es que no sé... no muy bien. No es que conozca a muchos chicos. La verdad es
que solo tuve un novio, y me dejó por alguien más popular y con más glamour, del instituto. No sé.
Puede ser que ella esté destinada a quitármelo todo. También me quitó a mi mejor amiga.
–¿En serio que ese chico te dejó? Seguro que no sabía lo que se estaba perdiendo.
–Gracias -sonreí.
–¿Y eso de que te quitó también a tu mejor amiga?
Me dispuse a contarle lo que me había pasado con Marta.
Después estuvimos hablando de animales y de muchas más cosas. La verdad es que yo era tímida,
pero no sé, con él me sentía más libre, y me podía expresar mejor, con él me sentía diferente.
Al acabar de cenar nos levantamos, pagó la cena y nos fuimos.
  Pasamos por un bonito parque y, como ya era tarde, él prometió que me llevaría otro día que
quedáramos. Llegamos a nuestras casas, pero me acompañó hasta mi puerta. Era bastante
caballeroso. Nos despedimos con dos besos en la mejilla y entré.
Capítulo tres- La foto y el beso
Eran la once y media de la mañana cuando me desperté y me levanté a desayunar.
Yo estaba tomando mis tostadas con mi zumo de naranja, como de costumbre, cuando entró mi
madre por la puerta y me entregó un papel.
–Toma, esto estaba en el buzón, pone que es para ti- me dijo.
–¿Para mí?
–Sí para ti, eso pone.
-Cogí el papel y lo abrí. No era muy grande, tan solo era un nota en la que ponía:
“Soy Kevin, Este es mi correo electrónico: Kevin7@hotmail.com
Agrégame y si quieres hablamos. Un beso.
Postdata: Me encantó la cena de anoche.”
Al leer eso desayuné lo mas rápido que pude y me fui a encender el ordenador.
Me conecté al messenger y lo agregué. A los tres minutos él ya me aparecía conectado y estuvimos
hablando un rato.
–Hola. Gracias por la nota.
–No hay de qué. Solo tenía ganas de hablar contigo y se me ocurrió darte mi correo.
–Vale.
–Oye, estuve pensando. Sabes que ayer te prometí llevarte a ese parque por el que pasamos,
¿verdad?
–Sí, ¿por qué ?
–¿Te gustaría que fuéramos hoy?
–Sí, por mí no hay problema.
–Bueno. pues ahora me tengo que ir así que, ¿te vendría bien a las cinco?
–Claro.
–Bueno, pues a las cinco te timbro en tu casa.
–Vale. Chao.
–Chao, preciosa. Un beso.
Se desconectó, así que yo también lo hice.
Me puse a recoger bien mi cuarto y después me duché.
Comimos y vi un poco la televisión hasta las cuatro y media, después me puse a peinarme bien el
pelo y esperé hasta las cinco.
Escuché el timbre y me apresuré a abrir. Era él, así que ya salí.
Por el camino hablamos de muchas cosas. Al llegar nos sentamos en un banco. Me hizo reir toda la
tarde. Era muy divertido, cada vez me encantaba más.
Hubo un momento en el que empezamos a hablar de las fotos, porque él estaba empeñado en
hacerme una.
–A ver. Déjame sacarte una foto -intentaba convencerme.
–¡Que no! Salgo muy mal en las fotos.
–¿Sí? ¿En serio? Por eso en tu tuenti tienes superfotos tuyas, ¿no?
–¿Mi tuenti? ¿Cómo sabes tú mi tuenti?
–Amigos de amigos y tal -me dijo sonriendo.
–¡Bah!
–Por lo menos, sácate una foto conmigo. Los dos juntos.
–Bueno, vale -me acabó convenciendo.
Posó la cámara en el banco, puso el temporizador y nos pusimos los dos, cada uno al lado de un
árbol, pero cada vez él se acercaba más y... de repente me besó.
Me quedé impresionada pero supongo que me gustó. Cuando paramos de besarnos me di cuenta de
que nos estaban observando, a lo lejos, Marta y Rebeca, pero pasé de ellas e hice como si nada.
Nos volvimos a sentar y vimos la foto, salimos los dos besándonos. Nos miramos y sonreímos.
Capítulo cuatro- ¿Será una trampa o de verdad quiere
volver a ser mi amiga?
Volvimos a casa y nos despedimos.
–Quiero pedirte perdón. A lo mejor te molestó que te besara.
–No, al contrario, me encantó.
Sonrió y nos volvimos a besar.
Entré en casa y tenía un mensaje privado en el tuenti. Lo leí y ponía:
“Laura, soy Marta, ¿sabes qué día es hoy? Hoy hace dos años del regalo ese que te hice de la
pulsera de la amistad. Bueno, estuve pensando y... no sé, supongo que te echo de menos. Me
gustaría volver a quedar contigo algún día. Por favor responde.”
Sin pensármelo dos veces le contesté, aunque me parecía un poco raro.
“Claro que podemos quedar, solo di dónde y cuándo. Sabes que yo estoy encantada de volver a
hablar contigo.”
No tuve que esperar mucho para que me contestara:
“Cuanto antes mejor, tengo muchas ganas de verte.”
Le respondí enseguida:
“¿Que tal mañana por la mañana?”
Y ella me contestó:
“Genial, mañana por la mañana me paso por tu casa.”
Esperé un rato, no sabía qué contestarle y tampoco sabía qué podríamos hacer.
Comí un bocadillo y después le contesté.
“Vale, trae el biquini y nos metemos en mi piscina.”
Aquella noche dormí impaciente, pero también pensé un poco mal. ¿Por qué después de tanto
tiempo decidía hablarme? ¿Y si era una trampa? Me habían visto con Kevin. A lo mejor era un plan
de Rebeca para quitármelo a él también...
Al día siguiente me desperté temprano. Recogí bien mi cuarto. Al poco rato llegó Marta.
–Hola- le dije.
–Laura, tenía muchas ganas de verte -me dijo.
Se acercó a mi y me abrazó.
Nos dirigimos a mi cuarto y nos pusimos los biquinis. Después nos metimos en la piscina,
chapoteamos y jugamos al juego del tiburón, como solíamos hacer todos los veranos.
–Espera aquí, que voy a por un paquete de pipas -le dije.
–Vale.
 Mientras yo iba a por las pipas, ella escribió un mensaje.
“Rebe, soy Marta, Esto está funcionando. En cuanto coja más confianza con ella le pregunto por el
chico del otro día.”
–¿Qué haces, parva?-le pregunté al verla con el móvil.
–No, nada. Le estaba mandando un mensaje a mi
–¡Ah!
–Me he estado fijando en que no has quitado ninguna de nuestras fotos, dibujos y cartas, que tenías
pegadas en tu pared.
–No, aunque tú empezaras a andar con Rebeca, que no sé por qué, pero bueno da igual, nunca pensé
en quitarlas. Tú seguiste siendo mi mejor amiga, y como te dije una vez, eso nunca va a cambiar,
por nada del mundo.
Esas palabras impactaron a Marta. No se esperaba eso.
Estuvimos recordando mil cosas, y ella parecía que se iba quitando de la cabeza el plan de Rebeca.
La invité a comer a mi casa y ella aceptó. Estuvimos toda la tarde charlando. Y al final me confesó
lo del plan. Pero con todo lo que habíamos hecho y hablado durante aquellas horas, se daba cuenta
de que me echaba de menos. Realmente, ni siquiera ella sabía por qué había dejado de hablarme por
Rebeca. Finalmente decidimos quedar para el día siguiente. Supuse que seguiríamos quedando y
que nuestra amistad volvería a ser la misma de antes.
Capítulo cinco- La declaración
Aquel mismo día, una hora después de haberse ido Marta, ya había oscurecido. Estaba yo
recogiendo el jardín y todo lo que habíamos manchado cuando escuché una música lenta.
La música venía del jardín de Kevin. Me asomé y lo vi acostado en una tumbona. Me pareció algo
pensativo y me preocupé por él. La verdad es que empezaba a gustarme y por eso me preocupaba
tanto por él.
Abrí la puerta de la verja que separaba su casa de la mía y me senté a su lado.
–¿Te pasa algo? -le pregunté.
–Uf, es que es muy difícil de explicar.
–¿Sabes que me tienes aquí para todo? Puedes confiar en mí.
–Es que... tiene que ver contigo.
–¿Conmigo?
–Sí, a ver, me cuesta mucho decirte que conocerte, encontrarme contigo, me cambió la vida, y me la
cambió para mejor, vaya -me dijo.
–¿Y sabes qué me pasa a mí?
–¿Qué te pasa?
–Pues que yo siempre había estado sola, nunca había tenido a nadie, pero ahora sé que ya no.
Nos miramos fijamente, posé mi dedo índice sobre sus suaves labios y le besé...

                                         Yaiza Gómez -1º A
EL REINO PERDIDO

Un día de verano mi hermano Berto y yo fuimos al Valle de los Muertos.
Decían que allí había una maldición, pero no teníamos miedo.
Cuando llegamos, una niebla espesa ocupaba toda la zona. Nos adentramos y
escuchamos una voz tenebrosa.
Aquel lugar estaba repleto de tumbas y a lo lejos, se veía una lápida enorme que
decía: UN PASO MÁS Y NO RETROCERÁS.
Mi hermano y yo no sabíamos qué significaba. Dimos un paso y ¡puf!, una
trampilla se abrió y caímos. Caímos en un montón de paja. Estábamos como en
una casa abandonada. En la parte de abajo se oían ruidos. Yo tenía miedo pero
mi hermano estaba intrigado por ellos. Abrió la puerta despacio y avanzó. Le
seguí. Bajamos unas escaleras. Enfrente estaba la puerta para salir. A la de tres,
salimos por la puerta. Echamos a correr todo lo que podíamos. Nos escondimos
tras unos arbustos y nos recuperamos. Cuando nos tranquilizamos seguimos un
camino en silencio.
Yo me moría de hambre. De repente, encontramos una finca llena de frutales:
manzanos, cerezos, naranjos...
Me puse muy alegre, no podía parar de saltar. Al acabar de comer, reanudamos
el camino. Tras diez minutos andando, observamos que el camino acababa en
un lago. Estuvimos pensando en qué podíamos hacer. Mi hermano encontró
unos trajes de buceo y me mandó ponerme uno. Nos sumergimos y, bajo el
agua, divisamos una especie de palacio.
Yo tenía miedo. Pensaba que podía haber un pez o algo así que nos comería.
Mi hermano, con lo aventurero que es, nunca tenía miedo.
Entramos en el palacio, esperando encontrar a alguien. Buscamos por todas
partes y nada, pero nos quedaba una habitación sin explorar. La abrimos con la
esperanza de encontrar algo de interés pero nada, estaba vacía.
De repente, un duende salió de la nada. Y nos dijo:
–Si estáis buscando la salida de este mundo, tenéis que ir a la casa abandonada,
entrar en todas las habitaciones y dejar todas las puertas abiertas.
Confiamos en él y nos pusimos en marcha. Al llegar, yo tenía mucho miedo,
pero entramos en la casa. Parecía que ahora ya no se escuchaban aquellos
ruidos. Abrimos todas las puertas. De pronto, algo así como un tornado nos
elevó hasta el cielo y en un abrir y cerrar de ojos aparecimos de nuevo en el
Valle de los Muertos.


                                                  Óscar Rodríguez - 1ºA

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  • 1. EL CUADRO MALDITO Un hombre llamado Pedro decidió construir una casa para poder vivir en ella durante todo el año con su mujer Cloe y sus ocho hijos. Hizo una enorme mansión que envidiaba todo el pueblo. La familia se trasladó allí tan pronto como acabó la casa. Tres meses después, uno de sus hijos encontró, al lado de una antigua casa abandonada, un cuadro. Lo colgaron en el salón ya que no tenían casi ningún cuadro. El cuadro mostraba un payaso visto de cintura para arriba y las manos estiradas. Unos días después Cloe fue a despertar a una de sus hijas que dormía sola en una habitación. Cuando vio que estaba muerta Cloe dio un chillido y asustada fue a llamar a su marido y le exigió que debían abandonar la casa ya que ocurrían cosas extrañas. Aunque nadie se dio cuenta, el payaso del cuadro había bajado un dedo, por lo que solo quedaban nueve levantados. El marido la tranquilizó diciéndole que aunque la muerte de su hija no era esperada, no tenía nada que ver con la casa y siguieron viviendo en ella. Dos días después un hijo se estrelló con la moto y murió. La mujer siguió exigiendo marcharse de la casa pero su esposo, siguió diciéndole que todo había sido un cúmulo de
  • 2. circunstancias y que había que seguir viviendo por el resto de sus hijos. Pasó el tiempo y murió otro hijo más, y Cloe seguía observando que cada vez que uno de sus hijos fallecía el payaso del cuadro bajaba un dedo. Creía estar volviéndose loca ya que desde que estaban en aquella casa le habían muerto tres hijos pero Pedro pensaba que era casualidad y se quedaron. Cloe decidió abandonar a su marido y llevarse a sus hijos. Al día siguiente Pedro encontró a Cloe muerta. Él se dio cuenta de que no podía ser coincidencia y vio que el payaso, efectivamente, tenía seis dedos levantados. Creyó que el payaso tenía diez dedos levantados y decidió investigar. Al día siguiente dos de sus hijos, que eran gemelos, se encontraron en la orilla del río, ahogados. Ese mismo día también murió otra de sus hijas a causa de sobredosis de drogas, según dijo el médico, pero él sabía que era obra del payaso. Se juró a si mismo que cuidaría de sus dos últimos hijos de cuatro y seis años. Cinco días después murió su hijo menor y el payaso solo mostraba dos dedos. Una semana después la casa empezó a arder sin motivo y murieron. Solo quedó a salvo del incendio el cuadro. Siete años después un hombre llamado Andrés Covadonga, que era el típico soltero que se va de “juerga” todo el día y se tira a las ofertas de cerveza del
  • 3. súper, decide ir a una subasta. En ella el primer artículo subastado era un antiguo piano, el segundo un valioso manuscrito del siglo XVI y así hasta la séptima subasta, la de un cuadro de un payaso que apareció en los años ochenta en las ruinas de una casa. Compró el cuadro por el valor de 20 euros. Lo primero que hizo fue colgarlo en su casa de vacaciones que tendría alquilada una semana después. La casa estaba cerca de la playa por lo que la alquiló sin problema. Pero dos meses después fue a cobrar el alquiler y se encontró muerto a Homer Chimpson, el que había alquilado la casa. El cuadro ahora marcaba una expresión en la cara que antes no tenía, era como si fuera el diablo mismo. Fue a pedirle una explicación al vendedor pero el le dijo que él no le había vendido ningún cuadro. Decidió dejarlo como estaba. Cuando quedaba tan solo una semana de verano decidió pasarlo en la casa de vacaciones junto con su cuadro “favorito”. Andrés desapareció y fue olvidado junto con la casa en la que vivía ya que todo había desaparecido menos el cuadro que fue puesto a la venta en un todo a cien. ¿FIN…? BRAYAN IGLESIAS PEREIRA-1º A
  • 4. MORIR POR AMOR En el amor unas veces se gana, otras se pierde, como le está pasando a Sana. Sana tiene veinte años. Vive en Marruecos, en Pest, con su madre, su padre y su hermana. Hace una semana, Sana y sus amigas Laura y Yaiza (que eran hermanas pero que se llevaban como el perro y el gato) decidieron ir a hacer unos recados al mercado. Estuvieron paseando un rato entre los puestos, deteniéndose de vez en cuando entre las multicolores mercancías expuestas: telas, perfumes, frutas, especias... En un momento dado, las dos hermanas se despistaron y Sana decidió alejarse de ellas. Prefería ir por su lado, porque sabía que si seguía de compras con sus amigas, gastaría un dineral y acabaría con dolor de cabeza. Decidió entrar en una tienda donde vendían oro. -Hola- dijo amablemente al entrar. -Buenos días- le contestó un hombre, que al parecer también estaba interesado en el oro. Sana observó a aquel hombre y, aunque no sabría cómo explicarlo, se quedó fascinada, al igual que él. Decidió marcharse, porque aquel hombre al que acababa de ver la estaba, por decirlo de alguna manera, hipnotizando, y salió de la tienda lo más rápido que pudo. De repente, una mano suave le rozó la espalda. Cuando se dio la vuelta volvió a quedarse asombrada ante aquella mirada. -¿Estás escapando de mi? -¿Qué?- contestó Sana sin dejar de mirarle a los ojos. -Parecía como si estuvieses tratando de huir de mí... ¿Por qué? -Siento mucho si te he dado esa impresión, pero no puedo hablar contigo. -¿Por qué no? ¡Nadie nos lo prohíbe! -En mi religión está prohibido hablar con hombres que no sean de la familia. -¿Que tu religión te prohíbe...qué? ¿Qué clase de religión prohíbe eso? Es horrible. -Es la religión musulmana y nuestro dios decide con que persona debemos hablar y con quien no. Lo siento pero debo irme. -¡¡¡Espera!!!- le dijo aquel hombre misterioso. Sana lo dudó pero al final decidió responder: -¿Qué quieres ahora? - Quiero saber como te llamas. Yo soy Eric. -Yo, Sana. Y se marchó tan deprisa que al pobre Eric no le dio tiempo ni a decir adiós. Había quedado asombrado con Sana. Era bellísima, era hermosa. -¿Dónde demonios estabas? Pensábamos que te había pasado algo malo -le dijo Yaiza, cuando al fin encontraron a su amiga. -Gracias por preocuparte,Yaiza, pero no hace falta. Solo me despisté con los velos de ese mercader. -Está bien, pero la próxima vez avisa.- Le reprochó Laura. Habían pasado los días y Sana pensaba más y más en el supuesto Eric. Decidió contárselo a Yaiza, a Laura y a dos amigas más: Lara y Mela. Ellas le advirtieron que se tenía que olvidar de aquel hombre, que los occidentales cambiaban de mujer como cambiaban de chaqueta. Sana sabía que era cierto pero no podía olvidar aquella cara, aquellos ojos, aquella dulce voz...
  • 5. El móvil de Sana sonó en aquel momento sacándola de sus pensamientos. -¿Si? -Hola, soy Mela. ¿Qué te parece si quedamos para comprar maquillaje? Es que necesito renovar mis pinturas, porque las que tengo están pasadas de moda. Son de hace dos meses y ya no se llevan. ¿Quedamos? -Está bien, Mela. Fueron a la tienda de un mercader de pinturas a la moda. Sana observaba como Mela luchaba con otras mujeres por tan solo un lápiz de ojos. Cuando menos se lo esperaba, escuchó una voz susurrante. Era Eric. ¡Lo volvía a ver! Éste le dio una nota y se marchó sin decir una palabra. Sana leyó: “Desde que te he visto no he dejado de pensar en ti, y creo que a ti te ha pasado lo mismo. Dentro de veinte minutos te esperaré en la colina. Si no llegas, te prometo que no me volverás a ver.” Sana se armó de valor y se encaminó hacia la colina. Cuando Eric la vio llegar, hizo una sonrisa de oreja a oreja. -Pensaba que no vendrías. -¿Qué quieres? Sabes que si alguien se entera de esto me matan. -Entonces... ¿Qué haces aquí?... ¿Por qué corres tal riesgo? -Yo...yo...no...no sé...por qué... -Te está pasando lo mismo que a mí. -Y ¿qué te está pasando a ti, si se puede saber? -Que...que...creo...que... -¿Qué te está pasando? -Que creo que me estoy enamorando de ti. Sana, ante eso, no sabía qué decir. Comprendía que a ella le pasaba exactamente lo mismo. -Eric, yo...creo que también me estoy enamorando de ti, pero, lo nuestro nunca podrá ser. -Escapémonos. Vivamos juntos nuestro amor sin que nadie nos lo impida. Luchemos por él. -Los occidentales siempre andáis de mujer en mujer ¿Qué pasaría si te aburrieras de mí? ¿Qué haría yo? -Te prometo que nunca te dejaré. Yo te amo, Sana. Ha sido amor a primera vista. Lo sé. Te quiero. -¡De acuerdo! Vivamos nuestro amor, pero... antes quiero despedirme de mis amigas. -Está bien. ¿Qué te parece si quedamos hoy a las ocho en el aeropuerto? -Allí estaré. Se dieron un abrazo y Sana se marchó. El corazón le latía con fuerza. Se sentía entre asustada y decidida. Por la tarde, temprano, reunió a sus mejores amigas y les comunicó su decisión. A pesar de que no estaban de acuerdo con ella, la apoyaron. Eran las ocho menos cuarto. Sana estaba a punto de marcharse cuando su padre entró en su recámara: -¡¡¡Niña ingrata, te he dado comida, un techo donde dormir... y tú me lo agradeces así !!! -Pe...pero... Pa...padre ¿qué ocurre? -Mi amigo, el mercader del oro, me lo ha contado todo. -Todo... ¿El qué?... -Primero, la manera en la que te exhibiste en la plaza con aquel hombre, ese tal Eric, y segundo, como en las colinas planeabais una fuga... Sana no entendía como el dichoso mercader la había seguido. ¡No daba crédito! -Esto lo pagaréis...tú y ese tal Eric.
  • 6. -No, padre, a él no lo meta en esto... Máteme si es preciso pero a él... déjelo, se lo ruego. -Ahora me vienes a rogar. ¡Serás ingrata! En aquel instante, por la puerta aparecieron dos hombres agarrando a Eric que estaba sangrando por la paliza que, a buen seguro, aquellos hombres le habían dado. -¡Dios mío! Eric, mi amor... ¿te encuentras bien? -Yo...yo...no sé...que...ha pasa...pasa...do... -Tranquilo. Entonces el padre de Sana informó a la autoridad de que su hija había decepcionado a su dios y que merecía un castigo al igual que Eric. Nada más enterarse, la policía encadenó a Sana y a Eric. Estuvieron mucho tiempo encerrados, hasta que el juez decidió dar sentencia: -Por confabular y traicionar a nuestro dios con un pecado de tal tamaño, yo, el juez Santos, condeno a Sana y a Eric a mil latigazos. Esta es mi sentencia. Los dos jóvenes lloraron y lloraron. La noche anterior a los latigazos, Eric le dijo a Sana: -Sana, quiero que sepas que aunque nos vayamos a morir, yo siempre te voy a amar. -No más que yo, Eric. Eres lo más importante en mi vida y te amo. Y se dieron un beso. Estaban encadenados. Pero Eric hizo tal fuerza, que rompió las cadenas. Sana le dijo que corriese, que se escapase por la ventana, que huyera, que se salvara, que ya solo quedaban veinte minutos para su muerte, que huyera. Eric trató de ayudarla a quitarse las cadenas, pero no pudo. Las cadenas de Sana eran nuevas. Las de Eric eran viejas y por el óxido y el esfuerzo las pudo romper, pero las de Sana, al ser nuevas, no se podían romper. -Eric, déjalo, sálvate. Apura, no queda mucho, vete, escapa... -No, Sana. Si tú no puedes salvarte, yo tampoco. Vivir sin ti, no es vivir. Me iré al cielo contigo. Por lo menos allí nadie impedirá nuestro amor... -Eric... ¡no! No permitiré que pudiéndote salvar no lo hagas... Vete, hazlo por mí... Te lo ruego... -No, Sana, y no insistas... En ese momento llegaron los guardias: -Ha llegado vuestra hora, par de tortolitos- dijo un guardia llevándolos a una sala donde la gente vería como les daban los latigazos. -¡¡¡Sana, te queremos!!! -gritaron sus amigas. Sonó un tambor, símbolo de que la masacre empezaría. Sana y Eric se tumbaron boca abajo, en una mesa, y empezaron los latigazos. Ya les habían dado unos doscientos golpes cuando Sana dijo: -Eric, no aguanto más, quiero que sepas que te amo. -Y yo Sana... Y en su último aliento, los dos se dijeron: -Te quiero. Y murieron. Alba Ledo -1º A
  • 7. LA BICI MONSTRUO Hace muy poco, un niño llamado José Ismael estaba dando una vuelta con sus amigos por el monte, con las bicis y encontraron una bicicleta vieja que estaba tirada. La cogieron y se la llevaron a una cabaña que tenían. Allí la prepararon toda, le pusieron discos de freno, doble suspensión, suspensión hidráulica, ruedas de coche... La llamaron Bici monstruo. José Ismael la fue a probar al Monte Aloia. Cuando estaba bajando, un hombre lo vio y le preguntó si quería apuntarse al club de descenso. -Tengo que hablarlo con mis padres. -Vale. Toma mi número por si te interesa: 686335590. Ismael se lo dijo a sus padres y le dejaron. Llamó al tipo. Le preguntó cuándo tenía que competir. Cuando iba a salir a correr se le pinchó una rueda y tuvo que arreglarla. Al final le dio tiempo a llegar a la meta y ganar. José Manuel Alonso-1º A
  • 8. Superhéroes Érase una vez un pobre campesino que vagaba por un desierto. Un día, vio una cosa rara y pensó: ¿serán extraterrestres?, ¿vendrán a invadirnos? Entonces vio que brillaba algo en el cielo. Como él no sabía qué era, asustado, echó a correr. De repente, se hizo de día y se dijo: -Buscaré una tribu. Avisaré. Pero mientras la buscaba, se iba haciendo de noche otra vez. La noche siguiente no ocurrió nada pero al cabo de tres días volvieron los extraterrestres y empezaron a invadir la tierra. Como era un vagabundo nadie lo creía. Hasta que empezaron a invadirlo todo. Un tiempo después vinieron unos superhéroes de otros planetas, se reunieron y decidieron intentar salvar la tierra. Luchaban y luchaban, pero nada. Eran muchos los extraterrestres y seguían viniendo más y más. Tras muchos años de lucha, los extraños seres se iban debilitando pero mientras ellos se iban debilitando iban llegando más superhéroes a la tierra, que, al cabo de un tiempo, acabaron ganando la guerra. Desde entonces, para los humanos, fueron como sus dioses porque los defendían de todo lo malo. Y así es como termina esta historia. José Manuel Domínguez - 1ºA
  • 9. Un día, a mis primos y a mí, se nos ocurrió la idea de ir a la supuesta  casa encantada, donde se dice que, desde que murió la anciana que  vivía dentro, se escuchan voces y golpes en las ventanas y se dice  que la persona que entre tendrá una maldición eterna que afectará a  toda su familia.  Estaba claro que nosotros no creíamos en esas leyendas de las que  hablaba la gente, así que fuimos a la casa de noche. Pretendíamos  dormir allí. De lo único que teníamos miedo era de las ratas y demás  bichos   que   podría   haber.   Las   primeras   horas   nos   hacíamos   los  valientes pero al dar las doce todo cambió: empezaron los ruidos en  aquel   viejo   salón;   las   ventanas   golpeaban   contra   los   marcos   y   se  oían esas voces que salen en las películas y que empezaban a decir  nuestros nombres. Nosotros quedamos asombrados. ¿Cómo aquellas voces podían saber nuestros nombres? Empezamos a correr hacia las habitaciones y con todas las prisas  nos dejamos las linternas y lo más importante, olvidamos a nuestra  prima   pequeña,   a   la   que   teníamos   que   cuidar.   Así   que,   pese   al  miedo,  volvimos al  salón  y     cuando  llegamos  nos  la   encontramos  dormida   en   el   sofá.   Gracias   a   ella   nos   dimos   cuenta   de   que   los  fantasmas no existían porque   vimos un cable debajo del sofá. Así  que   seguimos   el   cable   hasta   un   proyector   que   estaba   escondido  detrás de un cuadro. Nos sorprendió mucho porque era el proyector  de mi padre, y eso solo quería decir una cosa, que todo era un plan  de   mi   padre   y   de   mi   tío   para   asustarnos   por   la   apuesta   que  habíamos hecho mis primos y yo. Así que todo era mentira. Solo fue  un   engaño.   Aquel   día   dormimos   tranquilos   y   ya   no   volvimos   a  pensar en aquella maldición.                                                                                                                    José Manuel Rodríguez Silverio­1ºA
  • 10. Miedo Era una mañana fría y nublada aunque el verano ya había llegado. Nair estaba muy aburrida, así que decidió llamar a Yaiza, a Alba, a Andrea y a Sara. Todas eran amigas y decidieron ir hacia el campo de maíz, del que muchos decían que estaba encantado, pero a ellas les gustaba aquel lugar verde y sereno. Allí podían estar solas, tranquilas y hablar de aquella absurda leyenda que solo conseguía atemorizar a la gente. Por alguna razón, aquella tarde era distinta a las demás. Algo allí no iba bien. Notaban algo extraño... pero ¿qué? Alba y Yaiza, que eran dos hermanas muy unidas, no querían estar allí más tiempo, pero las demás insistieron para averiguar qué pasaba en aquel campo tan raro. De pronto vieron una sombra y, atemorizadas, fueron a ver quién o qué era aquello, pero allí no había nada. -Es mejor que nos vayamos, esto no tiene buena pinta -suplicaba Sara, al ver que Yaiza y Alba tenían razón. -¡No! ¿Cómo nos vamos a ir? Primero tenemos que saber qué es eso. Entonces, con paso sigiloso, se acercaron a la gran sombra que se ocultaba tras el montón de paja. De pronto, la sombra desapareció y lo único que se vio fue un espantapájaros sin cabeza. Las chicas, riéndose aún por el tremendo malentendido, se quedaron de piedra al ver lo que había detrás de ellas. ¡Era un hombre, cuya cabeza habían cortado, y levantaba una espada montado en un enorme caballo negro! Aterrorizadas, empezaron a correr pero el hombre sin cabeza era más rápido que ellas. Todas se refugiaron debajo de un viejo carro, temblando de miedo. Pronto dejaron de oír los cascos del caballo que se había ido ya, montado por aquel monstruo que había intentado matarlas hacía solo unos minutos. Las cinco se levantaron y empezaron a llorar desconsoladas por lo que acababan de vivir. Todas juntas decidieron ir a casa de Alba y Yaiza para analizar y comprender lo que acababa de ocurrir.
  • 11. -Seguro que fue un bromista que nos quería dar un susto. Todas sabemos que los fantasmas no existen. -Bueno, ¿quién sabe? Nosotras lo hemos visto y a mí me pareció muy real. ¿Y si es cierto, y si de verdad existe? Todas se quedaron calladas, pero el silencio lo decía todo: aquello no había sido una broma. Se quedaron un rato en silencio, pensativas y asustadas por el miedo que sentían al saber que se podrían encontrar de nuevo con el hombre sin cabeza. Oyeron que la puerta se abría y pensando que era el monstruo, se pusieron detrás del sofá. -Niñas, ¿qué hacéis ahí escondidas? Era la madre de Yaiza y Alba. Las cinco se pusieron de pie y rápidamente se lo contaron todo. -¡Cómo va a ser el hombre sin cabeza! Seguro que ha sido un bromista aburrido que decidió asustaros, nada más. Las cinco se quedaron conformes. Habían oído lo que ellas soñaban que les dijeran: que sólo había sido una broma. Se fueron contentas a la heladería para poder olvidar aquel mal trago. Al salir de casa y emprender el camino hacia la heladería, notaron que el viento había aumentado, pero eso a ellas le daba igual. Para llegar rápidamente a la tienda de los helados, tenían que pasar por una carretera que estaba al lado del campo de maíz donde habían sido atacadas por el presunto monstruo. Pasaron tranquilas por allí, riendo por lo que había sucedido, pero una espesa niebla se abrió paso ante ellas y, de nuevo, una sombra gigantesca apareció. -Oh, no. Otra vez no -decía Sara aún cansada de la carrera que se había pegado por haber sido perseguida por aquel inmundo ser. Enseguida, como había previsto Sara, apareció aquel hombre con su enorme caballo negro. Las chicas empezaron a correr y el hombre sin cabeza las empezó a perseguir. De pronto, las cinco se separaron en pequeños grupos: Yaiza y Alba siguieron juntas, Nair y Andrea se fueron corriendo y Sara se quedó sola, desorientada por el miedo y la angustia.
  • 12. Un grito suplicante sonó y los dos grupos se pararon en seco. Se reunieron en la carretera, pero algo no iba bien. ¡Faltaba Sara! -¿Dónde está Sara? -preguntaba Nair preocupada. -Seguro que está escondida en algún sitio -decía Andrea para intentar calmar a las demás. Siguieron buscando, pero no la encontraron. Pasaron los días y no había rastro de Sara. Las chicas, desconsoladas, fueron una vez más al campo de maíz para intentar encontrar a su amiga. Estuvieron horas buscándola, pero no encontraron nada. Cada día, las chicas se fueron distanciando más y más hasta que, pasado un mes, ya no se hablaban. Nair, muy disgustada porque Sara aún no había aparecido, decidió ir a dar una vuelta. No pudo aguantar la tentación de acercarse hasta el campo de maíz, así que emprendió el camino. Ella era la única de las chicas que no había abandonado la esperanza de poder encontrar a su amiga, dado que las otras ya la daban por muerta. Siguió buscando, gritando su nombre con la esperanza de que con tanto grito, ella la oyera y saliera de su escondite, pero no hubo respuesta para sus llamadas. Cansada, decidió retirarse. Iba por el camino que daba a su casa cuando, de repente, vio un bulto bajo un montón de hojas. Nair, tan curiosa como siempre, sacó aquel cuerpo del montón de hierba, pero hasta que lo vio detenidamente no se dio cuenta de que era Sara, y de que le habían hecho un montón de cortes en su cara. Llorando, descubrió que llevaba una nota pegada a su ropa. La leyó y vio que ponía: ´´Esta ha sido la primera, iré a por todas.´´ ¿FIN? Laura Dauzón -1ºA
  • 13. MI LOBO Había tantas versiones de aquel terrible suceso que si preguntabas a alguien qué había sucedido, podían decirte la verdad, pero también podían hasta aparecer extraterrestres en aquella versión. A mí, lo que me parecía era una estupidez. Todos hablaban de la muerte de Jhon. Decían que le habían devorado los lobos, que le habían devorado unos monstruos, pero yo no me lo creía. Los lobos nunca habían sido violentos, no era propio de ellos matar a una persona; pero allí nadie hacía caso a alguien que quisiera defender a los lobos. Todos decían que, si de verdad había justicia en el mundo, tendrían que cazar a los lobos. Llegué a casa enfadada por los comentarios que habían hecho de mis lobos, los llamaba así porque para mí eran como mi segunda familia. Me fui al patio trasero de mi casa, desde donde se podía entrar al bosque con solo dar unos pasos. Me interné en él en busca de mi lobo, deseosa de verle. Como otras veces, me llevé de la nevera un trozo de carne para dárselo de comer. La humedad que había hacía que fuera más difícil caminar por el bosque. De pronto lo encontré, y observé cómo olfateaba el aire . Le lancé lo que le traía, pero él hizo caso omiso de la carne . Nos quedamos un rato mirándonos, hasta que me fui por el frío tan intenso que hacía. Al día siguiente, el final de todo llegó: iban a darle caza a los lobos.
  • 14. Me fui corriendo al bosque en cuanto me enteré. Todo mi cuerpo olía a preocupación. Yo no sabía qué hacer. Cuando llegué allí, ya había muchos cazadores internados en el bosque. Por los alrededores había policías vigilando, pero no me pude resistir, así que salté por encima de la pequeña valla y me interné yo también en el frío y húmedo bosque. Iba corriendo. Tenía miedo de llegar demasiado tarde. De pronto me detuve. ¡Alguien había disparado! Corrí en la dirección en que había oído el disparo temblando de miedo, pero cuando llegué ya era demasiado tarde. ¡Habían matado a mi lobo! Laura Dauzón -1ºA
  • 15. Las cosas hay que pensarlas Un niño que se llamaba Javier y que siempre estaba haciendo estupideces, un día quiso hacer un salto de más de diez metros desde un acantilado pero, cuando cayó al suelo, se rompió una costilla, un hueso de la mano y la rodilla. Lo tuvieron que ingresar en el hospital para que se recuperase. Los médicos que le atendieron no lo recuperaron bien, por lo que la madre de Javier fue al juez para que hiciese justicia. El juez falló a favor de la madre de Javier. El juez y la madre de Javier se hicieron muy amigos y el juez le dio un olivo de regalo. Cuando Javier llegó a casa puso el olivo en el salón. Al cabo de un par de días, el olivo empezó a crecer hasta que llegó a lo más alto del techo de la casa. Javier y su madre empezaron a preocuparse. Intentaron cortar un poco del olivo pero se resistía. Javier y su madre empezaron a temblar al ver las proporciones del árbol, pero al chico se le ocurrió una idea. -¿Qué idea es esa? -preguntó la madre. -Pues intentar sacar el olivo de la casa -respondió Javier. Entonces empezaron a sacar el olivo por la puerta. Les costó, pero al fin lo lograron. Y Javier dijo: -¡No vuelvo a meter jamás un olivo dentro de casa! Santiago Fernández- 1º A
  • 16. EN BUSCA DE LOS EXTRATERRESTRES Esto pasó un día en que tres amigos llamados Santi, Óscar y Brayan, querían saber si, de verdad, existían los extraterrestres. -¿Por qué no vamos al espacio y lo comprobamos nosotros mismos? -Sí que queremos ir, pero es muy peligroso -dijeron Brayan y Santi. -¿Qué es peligroso? -preguntó Óscar. -Pues ir al espacio sin preparación -terminó diciendo Brayan. Y a partir de entonces no hablaron más de ello, hasta que un día... -Vamos a prepararnos para poder ir un día al espacio -decidieron los tres. Fueron a una oficina donde ofrecían trabajo para ser piloto de cohete. Ellos preguntaron si podían presentarse para ser pilotos. -Pues claro -dijeron los de la oficina. Entonces empezaron a prepararse, hasta que un día les dijeron que ya estaban listos para pilotar un cohete e ir al espacio. Al día siguiente se fueron al espacio, pero se encontraron con una especie parecida a la humana. Eran bichos verdes, con la cabeza muy grande, con muchos dedos en los pies y en las manos. Hacían sonidos muy raros, como si fuesen delfines. Los tres amigos intentaron comunicarse con ellos, pero no sabían hablar. Entonces decidieron volver a sus casas junto a sus familias y comunicarles que, de verdad, sí existían los extraterrestres. No consiguieron comunicarse con ellos, pero consiguieron lo que en serio les importaba: saber si los extraterrestres existían. Santiago Fernández – 1º A
  • 17. Capítulo uno- El encuentro Hoy es un día como otro cualquiera de verano. Estoy sentada en el banco que tengo en el jardín de mi casa leyendo como de costumbre. De repente oigo unas voces en la casa que está al lado de la mía. Me parece oír voces de niños de mi edad. -Bien, ya han conseguido vender la casa. Tendré nuevos vecinos -pensé. Asomé mi cabeza por encima de la valla que separaba mi casa de la de al lado y vi a una niña pequeña. Debía tener la edad de mi hermano, siete años más o menos. También vi a un chico bastante guapo. Era rubio, de ojos verdes y el pelo algo largo. Me miró y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa, pero me agaché; supongo que tenía vergüenza. –Laura, ¿te vienes conmigo a hacer la compra al supermercado? -me dijo mi madre desde la ventana. –Eh... sí. Espera que me calzo y voy. –Vale, te espero en el coche. Me calcé rápido y salí corriendo. Entré en el coche y estuve todo el camino pensando en el chico de la casa de al lado, y en por qué me habría sonreído. Al llegar al supermercado mi madre me dijo que le fuera a coger el azúcar. Fui y en el mismo paquete de azúcar pusimos los dos nuestras manos. –Lo siento. Toma, cógelo tú -dije un poco avergonzada. –No, lo siento yo. Toma, yo cojo este otro. Su voz era preciosa, era muy suave y dulce. –Gracias -le contesté y sonreí. –Tú vives al lado de mi casa, ¿no? –Sí. Tú te acabas de mudar, ¿verdad? –Sí, y veo que mis padres tenían razón. En ese mismo momento mi madre me llamó y me tuve que ir. –Lo siento -me quedé pensando en cómo se llamaría. –Kevin, me llamo Kevin. –Lo siento, Kevin, me tengo que ir. –Vale, después seguimos hablando. –Chao. Me dijo adiós y me sonrió. Estábamos en la caja y mi madre me preguntó quién era aquel chico con el que estaba hablando, y le dije que era el nuevo vecino. De camino a casa, estuve pensando en lo que me había dicho, lo de que sus padres tenían razón. Cuando llegó a su casa seguido leyendo en el banco, y a los 15 minutos alguien le habló. –Hola. Antes te dije mi nombre, pero tú no me dijiste el tuyo. –Oh, lo siento. Me llamo Laura. –Laura. Bonito nombre –Gracias. –Bueno mira, yo tengo que irme a desempaquetar mis cosas. ¿Qué te parece si hoy dejas que te invite a cenar? No conozco mucho esto, pero sí sé de un sitio al que podemos ir. –Vale -dije un poco sonrojada. –Bueno. Pues a las nueve y media te recojo. –De acuerdo. –Chao -dijo él sonriendo. Fui junto a mi madre y le conté lo que me acabada de pasar. No me lo podía creer. Solo nos conocíamos de unas horas y ya me había invitado a cenar. Era mi primera cita y no iba a dejar que nadie la estropease.
  • 18. Capítulo dos- La cita Ya eran las seis y media de la tarde y yo estaba impaciente. Seguía sin creerlo. Él aún no me conocía, y no sé si quería que lo hiciera. Supongo que cuando lo hiciera ya no le caería muy bien. Había pasado con algunas personas como mi amiga Marta, por ejemplo. Ella y yo éramos inseparables, pero hubo una temporada en que yo estuve enferma y no fui a clase. Ella, al principio, me llamaba a menudo para ver cómo estaba pero a los pocos días empezó a llamarme menos y el día que estaba recuperada del todo, entré por la puerta del colegio. Ella me vio y pasó de mí. Me iba a acercar a ella pero Rebeca se me adelantó. Rebeca era una de nuestras peores enemigas y no me podía creer que me dejara de lado por ella. Pero al cabo del tiempo me empezó a dar igual. Ya me estaba empezando a acostumbrar a estar sola, aunque ella seguía ahí, no la olvidaría nunca. Aún tenía nuestras fotos pegadas en la pared y recuerdos de ella de los que nunca me separaría. Me aburría un poco y decidí encender el ordenador. Entré en mi tuenti, pero no había nadie interesante conectado, así que pensé en crear un blog tipo diario. Sobre lo primero que escribí fue sobre él, sobre el chico que acababa de conocer. Al poco rato ya tenía varios visitantes, y algunos seguidores, pero dejé de escribir. Ya era algo tarde, y tenía que empezar a prepararme. Me metí en la ducha, pero antes puse un CD de música relajante. Cuando salí no sabía bien qué ponerme. Pensé en ponerme algo bonito, un vestido tal vez, y escogí el azul marino a rayas blancas, a juego con los tacones azul marino. Vi la hora y eran las nueve. Tenía que darme prisa con el pelo. Me encerré en el baño y me lo planché en veinte minutos. Ya lo tenía bien peinado porque mi pelo no es muy rizo, solo un poco ondulado, pero yo me lo aliso casi siempre, junto con mi flequillo recto. Volví a ver la hora. Ya eran las nueve y cuarto. Así que aún me quedaban quince minutos. Mi madre llamó a la puerta de mi habitación. Ella quería ver cómo iba a ir vestida y peinada. –Laura, vas preciosa ¡En serio!- me dijo al verme. –Gracias, mamá. A los cinco minutos vino mi hermano pequeño, me vio y me echó la lengua. Yo le devolví el mismo gesto. Cogí el bolso azul de mi hermana, me iba a juego con el vestido y me senté a esperar. No tuve que esperar mucho. Él llegó dos minutos después. Timbró y salí. Me saludó con dos besos en la mejilla y después nos dirigimos al restaurante. Una vez allí nos sentamos en una mesa. El mantel era bastante bonito, de color verde. Enseguida vino el camarero y nos dio el menú. Los dos escogimos jamón asado con patas fritas. Estuvimos hablando casi toda la cena. Resulta que tenemos gustos muy parecidos. Su color favorito es el verde y el mío también. Los grupos de música que le gustan; a mí, también. Cada vez encajábamos mejor, no habría imaginado que nos caeríamos tan bien. –Bueno, ¿y que tal de novios?- me preguntó. –Bueno, la verdad es que no sé... no muy bien. No es que conozca a muchos chicos. La verdad es que solo tuve un novio, y me dejó por alguien más popular y con más glamour, del instituto. No sé. Puede ser que ella esté destinada a quitármelo todo. También me quitó a mi mejor amiga. –¿En serio que ese chico te dejó? Seguro que no sabía lo que se estaba perdiendo. –Gracias -sonreí. –¿Y eso de que te quitó también a tu mejor amiga? Me dispuse a contarle lo que me había pasado con Marta. Después estuvimos hablando de animales y de muchas más cosas. La verdad es que yo era tímida, pero no sé, con él me sentía más libre, y me podía expresar mejor, con él me sentía diferente. Al acabar de cenar nos levantamos, pagó la cena y nos fuimos. Pasamos por un bonito parque y, como ya era tarde, él prometió que me llevaría otro día que quedáramos. Llegamos a nuestras casas, pero me acompañó hasta mi puerta. Era bastante caballeroso. Nos despedimos con dos besos en la mejilla y entré.
  • 19. Capítulo tres- La foto y el beso Eran la once y media de la mañana cuando me desperté y me levanté a desayunar. Yo estaba tomando mis tostadas con mi zumo de naranja, como de costumbre, cuando entró mi madre por la puerta y me entregó un papel. –Toma, esto estaba en el buzón, pone que es para ti- me dijo. –¿Para mí? –Sí para ti, eso pone. -Cogí el papel y lo abrí. No era muy grande, tan solo era un nota en la que ponía: “Soy Kevin, Este es mi correo electrónico: Kevin7@hotmail.com Agrégame y si quieres hablamos. Un beso. Postdata: Me encantó la cena de anoche.” Al leer eso desayuné lo mas rápido que pude y me fui a encender el ordenador. Me conecté al messenger y lo agregué. A los tres minutos él ya me aparecía conectado y estuvimos hablando un rato. –Hola. Gracias por la nota. –No hay de qué. Solo tenía ganas de hablar contigo y se me ocurrió darte mi correo. –Vale. –Oye, estuve pensando. Sabes que ayer te prometí llevarte a ese parque por el que pasamos, ¿verdad? –Sí, ¿por qué ? –¿Te gustaría que fuéramos hoy? –Sí, por mí no hay problema. –Bueno. pues ahora me tengo que ir así que, ¿te vendría bien a las cinco? –Claro. –Bueno, pues a las cinco te timbro en tu casa. –Vale. Chao. –Chao, preciosa. Un beso. Se desconectó, así que yo también lo hice. Me puse a recoger bien mi cuarto y después me duché. Comimos y vi un poco la televisión hasta las cuatro y media, después me puse a peinarme bien el pelo y esperé hasta las cinco. Escuché el timbre y me apresuré a abrir. Era él, así que ya salí. Por el camino hablamos de muchas cosas. Al llegar nos sentamos en un banco. Me hizo reir toda la tarde. Era muy divertido, cada vez me encantaba más. Hubo un momento en el que empezamos a hablar de las fotos, porque él estaba empeñado en hacerme una. –A ver. Déjame sacarte una foto -intentaba convencerme. –¡Que no! Salgo muy mal en las fotos. –¿Sí? ¿En serio? Por eso en tu tuenti tienes superfotos tuyas, ¿no? –¿Mi tuenti? ¿Cómo sabes tú mi tuenti? –Amigos de amigos y tal -me dijo sonriendo. –¡Bah! –Por lo menos, sácate una foto conmigo. Los dos juntos. –Bueno, vale -me acabó convenciendo. Posó la cámara en el banco, puso el temporizador y nos pusimos los dos, cada uno al lado de un árbol, pero cada vez él se acercaba más y... de repente me besó. Me quedé impresionada pero supongo que me gustó. Cuando paramos de besarnos me di cuenta de que nos estaban observando, a lo lejos, Marta y Rebeca, pero pasé de ellas e hice como si nada. Nos volvimos a sentar y vimos la foto, salimos los dos besándonos. Nos miramos y sonreímos.
  • 20. Capítulo cuatro- ¿Será una trampa o de verdad quiere volver a ser mi amiga? Volvimos a casa y nos despedimos. –Quiero pedirte perdón. A lo mejor te molestó que te besara. –No, al contrario, me encantó. Sonrió y nos volvimos a besar. Entré en casa y tenía un mensaje privado en el tuenti. Lo leí y ponía: “Laura, soy Marta, ¿sabes qué día es hoy? Hoy hace dos años del regalo ese que te hice de la pulsera de la amistad. Bueno, estuve pensando y... no sé, supongo que te echo de menos. Me gustaría volver a quedar contigo algún día. Por favor responde.” Sin pensármelo dos veces le contesté, aunque me parecía un poco raro. “Claro que podemos quedar, solo di dónde y cuándo. Sabes que yo estoy encantada de volver a hablar contigo.” No tuve que esperar mucho para que me contestara: “Cuanto antes mejor, tengo muchas ganas de verte.” Le respondí enseguida: “¿Que tal mañana por la mañana?” Y ella me contestó: “Genial, mañana por la mañana me paso por tu casa.” Esperé un rato, no sabía qué contestarle y tampoco sabía qué podríamos hacer. Comí un bocadillo y después le contesté. “Vale, trae el biquini y nos metemos en mi piscina.” Aquella noche dormí impaciente, pero también pensé un poco mal. ¿Por qué después de tanto tiempo decidía hablarme? ¿Y si era una trampa? Me habían visto con Kevin. A lo mejor era un plan de Rebeca para quitármelo a él también... Al día siguiente me desperté temprano. Recogí bien mi cuarto. Al poco rato llegó Marta. –Hola- le dije. –Laura, tenía muchas ganas de verte -me dijo. Se acercó a mi y me abrazó. Nos dirigimos a mi cuarto y nos pusimos los biquinis. Después nos metimos en la piscina, chapoteamos y jugamos al juego del tiburón, como solíamos hacer todos los veranos. –Espera aquí, que voy a por un paquete de pipas -le dije. –Vale. Mientras yo iba a por las pipas, ella escribió un mensaje. “Rebe, soy Marta, Esto está funcionando. En cuanto coja más confianza con ella le pregunto por el chico del otro día.” –¿Qué haces, parva?-le pregunté al verla con el móvil. –No, nada. Le estaba mandando un mensaje a mi –¡Ah! –Me he estado fijando en que no has quitado ninguna de nuestras fotos, dibujos y cartas, que tenías pegadas en tu pared. –No, aunque tú empezaras a andar con Rebeca, que no sé por qué, pero bueno da igual, nunca pensé en quitarlas. Tú seguiste siendo mi mejor amiga, y como te dije una vez, eso nunca va a cambiar, por nada del mundo. Esas palabras impactaron a Marta. No se esperaba eso. Estuvimos recordando mil cosas, y ella parecía que se iba quitando de la cabeza el plan de Rebeca. La invité a comer a mi casa y ella aceptó. Estuvimos toda la tarde charlando. Y al final me confesó lo del plan. Pero con todo lo que habíamos hecho y hablado durante aquellas horas, se daba cuenta de que me echaba de menos. Realmente, ni siquiera ella sabía por qué había dejado de hablarme por Rebeca. Finalmente decidimos quedar para el día siguiente. Supuse que seguiríamos quedando y que nuestra amistad volvería a ser la misma de antes.
  • 21. Capítulo cinco- La declaración Aquel mismo día, una hora después de haberse ido Marta, ya había oscurecido. Estaba yo recogiendo el jardín y todo lo que habíamos manchado cuando escuché una música lenta. La música venía del jardín de Kevin. Me asomé y lo vi acostado en una tumbona. Me pareció algo pensativo y me preocupé por él. La verdad es que empezaba a gustarme y por eso me preocupaba tanto por él. Abrí la puerta de la verja que separaba su casa de la mía y me senté a su lado. –¿Te pasa algo? -le pregunté. –Uf, es que es muy difícil de explicar. –¿Sabes que me tienes aquí para todo? Puedes confiar en mí. –Es que... tiene que ver contigo. –¿Conmigo? –Sí, a ver, me cuesta mucho decirte que conocerte, encontrarme contigo, me cambió la vida, y me la cambió para mejor, vaya -me dijo. –¿Y sabes qué me pasa a mí? –¿Qué te pasa? –Pues que yo siempre había estado sola, nunca había tenido a nadie, pero ahora sé que ya no. Nos miramos fijamente, posé mi dedo índice sobre sus suaves labios y le besé... Yaiza Gómez -1º A
  • 22. EL REINO PERDIDO Un día de verano mi hermano Berto y yo fuimos al Valle de los Muertos. Decían que allí había una maldición, pero no teníamos miedo. Cuando llegamos, una niebla espesa ocupaba toda la zona. Nos adentramos y escuchamos una voz tenebrosa. Aquel lugar estaba repleto de tumbas y a lo lejos, se veía una lápida enorme que decía: UN PASO MÁS Y NO RETROCERÁS. Mi hermano y yo no sabíamos qué significaba. Dimos un paso y ¡puf!, una trampilla se abrió y caímos. Caímos en un montón de paja. Estábamos como en una casa abandonada. En la parte de abajo se oían ruidos. Yo tenía miedo pero mi hermano estaba intrigado por ellos. Abrió la puerta despacio y avanzó. Le seguí. Bajamos unas escaleras. Enfrente estaba la puerta para salir. A la de tres, salimos por la puerta. Echamos a correr todo lo que podíamos. Nos escondimos tras unos arbustos y nos recuperamos. Cuando nos tranquilizamos seguimos un camino en silencio. Yo me moría de hambre. De repente, encontramos una finca llena de frutales: manzanos, cerezos, naranjos... Me puse muy alegre, no podía parar de saltar. Al acabar de comer, reanudamos el camino. Tras diez minutos andando, observamos que el camino acababa en un lago. Estuvimos pensando en qué podíamos hacer. Mi hermano encontró unos trajes de buceo y me mandó ponerme uno. Nos sumergimos y, bajo el agua, divisamos una especie de palacio. Yo tenía miedo. Pensaba que podía haber un pez o algo así que nos comería. Mi hermano, con lo aventurero que es, nunca tenía miedo. Entramos en el palacio, esperando encontrar a alguien. Buscamos por todas partes y nada, pero nos quedaba una habitación sin explorar. La abrimos con la esperanza de encontrar algo de interés pero nada, estaba vacía. De repente, un duende salió de la nada. Y nos dijo: –Si estáis buscando la salida de este mundo, tenéis que ir a la casa abandonada, entrar en todas las habitaciones y dejar todas las puertas abiertas. Confiamos en él y nos pusimos en marcha. Al llegar, yo tenía mucho miedo, pero entramos en la casa. Parecía que ahora ya no se escuchaban aquellos ruidos. Abrimos todas las puertas. De pronto, algo así como un tornado nos elevó hasta el cielo y en un abrir y cerrar de ojos aparecimos de nuevo en el Valle de los Muertos. Óscar Rodríguez - 1ºA