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Niño llorando al fondo. Cables cruzados. Libros, cuadros, libros de cuadros, cuadros con libros... La 
cabeza dando vueltas entre los muros de la trastienda del artista, que sueña, que vuela, que imagina, 
que piensa, que siente..., que busca la libertad en cada hueco de su alma. 
Son los restos de anteriores batallas artísticas los que usa para inspirarse, para juntar con ellos un 
ejército de palabras, de imágenes, de formas con las que atacar al fiero animal del tiempo. 
La guerra no la ganaremos nunca, pero nos quedará al menos el orgullo de los guerreros antiguos: el 
de haber ganado las pequeñas batallas de los instantes eternos. 
Fotografía de Ramón Simón 
La magia del arte 
Hay imágenes que lo dicen todo y no necesitan comento porque todo está en su ser compendiado. 
Ésta es una de ellas. 
Podría escribir acerca de esta fotografía comparándola con famosos cuadros o describiendo la 
técnica artística y la tecnología que la han hecho posible. 
Pero no: hoy no quiero hablar de nada de eso. Tampoco de crisis seculares. 
Hoy el alma, al contemplar la belleza de esta foto, me pide hablar de vida, de esperanza entre el 
lodo y del milagro que consigue el artista con su genio y con su sabia mirada de las realidades del 
mundo. 
Aquí es el genio del fotógrafo el que, unido a su corazón, anuda el de los seres eternizados con el 
del espectador, desconcertado por tanta belleza, e imprime en la cámara oscura del sentimiento 
formas puras por ser hermosas e imborrables por ser eternas. 
Ésa es la magia del Arte. La vida, con sus miserias y alumbramientos, es la madre que lo alimenta. 
(Fotografía que me ha sido amablemente cedida por Heraclio R. Oliver, fotógrafo sevillano 
especializado en Arquitectura y obras de Arte.) 
Palabras de viento 
En el caravasar, una lejana noche de hace siglos. Los viajeros devoran la escasa comida. El desierto 
aúlla con lastimero quejido. Al fondo de la escena, beben con ansia los camellos. 
De pronto, un recién llegado se pone en medio del círculo de hombres. Habla una lengua extraña 
pero reconocible. Cuenta una historia, la de un hombre que, en la soledad de un extraño aposento, 
escribe en una máquina unas palabras: "En el caravasar, una lejana noche de hace siglos..." 
A lo lejos, el desierto aúlla con suspiros eternos. Confortan a todos, del polvo y del camino, bellas 
palabras hechas de viento. 
Despedida 
En la calle, el chiar de los vencejos anuncia el nuevo día. Te asomas a la ventana y luego te sientas
en la silla con dificultad. 
Es tu último día en aquella casa. Las maletas con los restos de toda una vida permanecen mudas en 
el recibidor. Pronto vendrán de la residencia a buscarte. En apenas unos minutos aquellas paredes 
dejarán de proteger tu corazón y te sentirás desvalida. 
Ha llegado la hora del último saludo en aquel escenario. Te asomas por última vez a la ventana. 
Llaman al telefonillo. Pasan los segundos pero no te mueves del sitio. Vuelve a sonar el timbre. Una 
lágrima huidiza baja por tu rostro. Allá a lo lejos, en la otra orilla de la calle, un hombre te saluda 
desde otra ventana. Crees ver en aquella luz, en aquel piar de los pájaros de abril, imágenes eternas 
de mañanas felices. 
Cuando cierras la puerta, las maletas apenas pesan. 
Ojos encendidos 
A veces erro por las calles meditabundo en medio del tráfico, la gente, la lluvia... Y me quedo 
mirando a alguien sólo por ver si también me está viendo, por intentar saber si aún existo en el fluir 
de la marea de la ciudad. 
Pocos te miran, te conocen, te reconocen. Todos van de prisa, cargados con bolsas, con hijos, con 
sus relojes aplastantes, con sus gestos de crispación, de enfado, de angustia. 
Pero a veces, en medio de esas tardes de fango, unos ojos desde el fondo de una calle te taladran. 
Hay entonces un encuentro de ojos crepitantes que se miran, se contemplan, se hallan. Es entonces 
cuando pienso que los ojos son ventanas al mundo que convertimos, sin querer, en muros de 
ladrillo. 
Cuando llego a casa, mi hija termina con sus ojos chinescos de destrozar los restos de mi cuerpo 
empapado de lluvia. 
Confesión de un gran pecador 
Señor inspector Torquemada: he de confesarme de una vez por todas. Hace años que no lo hago con 
ningún pastor. Sí, he pecado. Soy un desgraciado pecador. He hecho algo peor que matar a alguien. 
Es algo terrible. No sé si decírselo. 
Sí, he suspendido a un alumno. ¿Iré a un infierno hecho de papeles? 
Virgen de la Victoria del tiempo 
Jueves Santo. Sevilla. Año dos mil trece. Noche. 
El programa de mano anuncia que en aquel instante pasa la cofradía de las Cigarreras por una calle
cercana al Alcázar, al lado de las piedras seculares de la Catedral. 
Empiezan a llegar los nazarenos tras la Cruz de guía, un río de capirotes morados que desafía la 
llovizna que empieza a caer. 
La Virgen de la Victoria aparece en una esquina, llevándose prendidas las miradas y súplicas de los 
fieles. 
Nadie mira ya los relojes, nadie abre ningún paraguas. 
El paso avanza lento, recreándose en la marcha que toca la banda que viene detrás, "La madrugá" de 
Abel Moreno. 
Así Sevilla "procesiona" a sus vírgenes, con la lentitud y parsimonia del trabajo bien hecho, con el 
sudor y el esfuerzo de los costaleros transmutado en belleza, armonía y elegancia. 
Cuando vuelvo a mi ser, contemplo asombrado que mi reloj de pulsera no funciona. El tiempo se ha 
estancado definitivamente. 
Las gotas de lluvia en mi chaqueta han desaparecido. El cielo tiene entonces sombras de primavera 
oculta, matices de nubes antiguas que vieron partir galeones que llevaron a tierras américas la 
antigua fe en Cristo. 
Allá en la altura, la Giralda, torre fortísima, contempla un cielo de nubes nuevas, sudario que el 
viento orea y que habrá de llevarse nuestros dolores, más allá de las tierras del ensueño, a donde el 
tiempo, vencido, no habrá de incordiar más nuestras almas de fieles cristianos. 
TAXI DRIVER 
Hay días nefastos en los que apenas coge a ningún cliente. Son días en los que recorre la ciudad de 
extremo a extremo una y otra vez sin conseguir apenas el dinero para la gasolina. 
Los días peores son los de lluvia y frío, en los que a la crispación del personal se suma la desolación 
de ver en las paradas de autobuses cómo la gente, empapada y apiñada, se queda mirando su luz 
verde sin poder levantar la mano y gritar "¡Taxi!" como se hacía antes, cuando se podía. 
"Es por culpa de la crisis", dicen en la radio. 
Hace poco no pudo evitar llevar a su casa a una familia con dos hijos que se mojaba debajo de un 
árbol sin hojas. Insistió en montarlos, a pesar de que ellos se negaban diciendo que no tenían dinero. 
Cuando llegaron a su destino, el taxista no les pidió nada a cambio. Ya le habían pagado con aquel 
ratito de conversación, de calor humano. Las palabras finales de la madre fueron la mejor propina 
en mucho tiempo para aquel conductor, ángel de luz por las calles de la intemperie: "Que Dios se lo 
pague". 
LA BIBLIOTECARIA
No sabía apenas nadie del pueblo nada de ella. Había llegado una fría tarde de otoño de hacía unos 
años desde la lejana estación. 
Era hermosa, de una belleza misteriosa, casi celestial. Pasaba sus manos por los añosos libros con 
un amor y una delicadeza maravillosos. 
Los hombres tardaron en descubrirla, pues ella apenas se hacía notar. Muchos empezaron a 
peregrinar hasta la colina de la biblioteca solitaria en busca de su mirada, pero la joven sólo parecía 
tener ojos para aquellos volúmenes antiguos que nadie leía ya. La tildaron de loca, la olvidaron... 
Pasaron los lustros. Ella envejeció. Un buen día, mientras leía con delectación un añoso poema de 
amor, entró por la puerta un joven que se puso de rodillas y le recitó de memoria, como si las 
palabras brotasen de su alma, los versos de la antigua declaración que ella aún tenía entre los dedos. 
-Ven -dijo al terminar-, nos espera en la estación el tren... 
El cielo guarda sus mejores galas para los mejores. 
UN CUENTO MUY TONTO 
Cuando murió, ella empezó a prestar más atención a los ruidos de la casa. Eran los ruidos de 
siempre: el goteo de los grifos; el crujir de las vigas y de los muebles; el ímpetu del viento en las 
persianas..., pero ahora adquirían sonoridades y sentidos que hasta entonces ella no había advertido. 
Sin quererlo, poco a poco fue encontrando en aquellos ruidos mensajes ocultos del espíritu de su 
marido. Estudió a fondo el alfabeto Morse y empezó a escribir secuencias de letras procedentes de 
los ruidos: un punto, dos puntos que son raya, de nuevo dos puntos... 
El resultado fue una confusa serie de signos sin sentido alguno (BJKSLAFS...). Continuó 
rellenando cuadernos hacia el infinito con aquellas letras en un empeño titánico. Pero un buen día la 
secuencia, sorprendentemente, empezó a tener sentido: 
-RAZAAELAAAERESERESSSMUUUTOOONTAAAAAAA. 
Sin duda era su marido quien le soltaba aquel piropo. Era una frase suya y, además, "Razaela" era el 
nombre con que él la llamaba con su habla ceceante y tartajosa. 
-Yo también te quiero, zopenco -dijo la tonta entre lágrimas. 
Desde entonces, ella dejó de apuntar mensajes de ultratumba cargados de faltas de "horrorgrafía" y 
se empeñó en cazar los dones del instante, dejando su cuidado en un cajón olvidado. 
ZIN
EL AMERICANO, LA ALBAHACA Y UN SOÑADO COCIDO 
(Con cariño, para mis compañeros y amigos Paco García Jiménez y Marisol) 
En aquel tren primaveral con olor a pies, el americano buscaba en unos versos de San Juan de la 
Cruz, metidos en la memoria de su lector electrónico de última generación, el Aleph, el punto donde 
se halla el centro del antiguo universo. 
A sus pies, una maceta de albahaca esparcía su verdor y frescura. 
El muchacho se pegó a mí como un náufrago a una tabla de salvación. Le hablé de la poesía de San 
Juan, de Santa Teresa, de la lírica erótico-mística en general, pero el tema se me agotaba, se me 
hacía una cuesta arriba en aquella hora del sopor previo al cocido. 
Quise cambiar de tema, pero él seguía erre que erre con su "maquinillo", intentando empaparse en 
pocos minutos de todo mi disco duro de sufrido profesor de Lengua y Literatura Españolas. 
Por fin vi mi tabla de salvación: a mi otro lado estaba un compañero de instituto. Le propuse que le 
hablase al "ghiri" de escritores de cuentos, pero mi plan salió mal: me acorralaron los dos, uno a 
cada lado, hablando sin respiro de Cortázar, Rulfo, Aldecoa, Fraile, Chejov, Bierce, Maupassant, 
Faulkner, Darío, Borges... 
Todo me daba vueltas. No veía la hora del cocido. El sol tocaba mi cabeza, olla de garbanzos 
hirviendo. 
Por fin se bajaron en la estación anterior a la mía. Salí al fin del mundo subterráneo y respiré 
profundamente mientras contemplaba la belleza de las formas de una gentil damisela que se 
montaba en un taxi con sensual pose. Sin embargo, para entonces los quejidos flamencos de mi 
estómago reclamaban de mi cuerpo otro alimento... 
* 
Según me contó al día siguiente en el instituto mi compañero, en aquella estación en la que los dos 
se habían bajado, el americano había copiado, a falta de libreta, en cada hoja de la mata de albahaca, 
uno a uno, los nombres de quienes quisieron en las miles de palabras de miles de cuentos encerrar el 
centro subatómico de la alquimia de las cosas. 
¡Pobre albahaca, ensuciada de tinta! 
EL REGENTE 
Para mi compañera y amiga María Baleato. 
La noble, leal, heroica, invicta y mariana ciudad dormía la siesta. El cálido viento sur llevaba de un 
lado para otro la suciedad de las calles, formando remolinos de papelotes en las esquinas. El calor 
de abril era asfixiante. 
En medio de la digestión del cocido, media ciudad se iba a los toros.
Celedonio cerró la puerta de su casa despacio, para no molestar el sueño de su esposa. 
Una hora más tarde, en la plaza, en medio de una soporífera faena, le entró el demonio de los celos. 
Empezó a imaginar, a través de un imaginado catalejo, que a su casa llegaba en aquel momento otro 
hombre, que era recibido en camisón por Ana, su mujer. Imaginaba que se desnudaban, que hacían 
el amor furiosamente en su lecho conyugal. Quiso ponerle nombres al amante de su esposa (Álvaro, 
Fermín...) y con ello empezó a irritarse, a tener fiebre, a descomponerse. 
Pero justo cuando iba a irse del tendido para volver a su casa y matar a los amantes, un torero 
empezó a hacer una faena sublime, imposible. Sus palmas echaban humo. 
El tiempo, fiero animal, era vencido, dominado, desportillado por el matador con ayuda de los 
vencejos, que daban vueltas a la plaza en el sentido contrario al de los relojes. 
Al llegar a su casa, Ana, con una belleza inmarcesible, le abrió la puerta de su corazón, herido de 
belleza. 
LITERATURA PARA MOMENTOS DE APURO 
Decidió un buen día, harto de leer ingredientes de geles y cremas, colocar en el armarito del baño, 
entre fármacos que iban a retrasar su cita con la Parca, una antología de microrrelatos. 
Así, cuando tuviese que ir al váter para evacuar sus aguas mayores, podría recrearse, en medio de la 
acción escatológica, con la belleza y la poesía de aquellos cuentos minúsculos. 
El problema surgió cuando terminó de leer aquellas piezas breves. Entonces se propuso leer una 
extensa novela decimonona, pero aquel esfuerzo (añadido al de los apretones propios del sitio) le 
terminó provocando una obstrucción intestinal de la que terminó muriendo. 
Y es que la literatura, en el caso de algunos lectores, debe ser consumida únicamente en pequeñas 
dosis. 
El exceso de tinta obstruye sus canales interiores. 
DE FANTASMAS, ESPEJOS Y OTROS AZARES DE AMOR Y HORROR 
A ella la veía siempre en la cocina de aquel primer piso cuando se dirigía muy temprano, aún 
envuelto por la neblina del sueño, a su trabajo. 
Ella, envuelta en una bata acolchada rosa, preparaba el desayuno de su familia, o bien iniciaba el 
rito diario de procurar la comida, o bien ordenaba en su mente el día que se le avecinaba mientras 
realizaba todo tipo de actividades rutinarias e inconsistentes. 
Apenas podía ver su rostro, a pesar de que no había cortinas en aquella ventana, pero se lo 
imaginaba sereno, apacible, dulce, hermosísimo. 
Empezó a enamorarse de aquel fantasma poco a poco. 
Sin embargo, un buen día dejó de presenciar aquella rutina íntima de la cocina. La persiana había 
caído dejándole el interrogante de qué había sucedido con aquella hermosa aparición de sugerentes
curvas... 
(...) 
A él lo veía en la acera de enfrente a aquella hora tan temprana, con sus ojos hundidos por el sueño, 
observándola. 
Aquel hombre llevaba siempre, incluso en invierno, una chaqueta primaveral y deportiva de otra 
época y un maletín de cuero gastado que seguramente guardaría no sabía qué propaganda de su 
trabajo de agente comercial (ésa era la labor a la que ella creía que él se dedicaba). 
Su expresión le parecía torcida, lasciva, encanallada. 
Empezó a odiar a aquel espectro con todas sus fuerzas. 
No obstante, un buen día él dejó de pararse delante de su casa. Ella se quedó con la intriga de no 
poder saber qué fue de aquella sombra que se desvanecía cada día al salir el sol... 
(...) 
Por la noche, cuando los espejos que parecen ventanas saltan hechos añicos, cuando el río del 
tiempo deja de ser un muro entre las dos orillas, alguien (un escritor) los sueña a ambos una y otra 
vez en el mismo lugar, en aquella cocina, sobre aquella acera, recreando el encuentro de las dos 
apariciones, la mano que se posa en el hombro ajeno, el gesto de horror o de amor, el miedo al otro, 
el cariño del otro. 
Algún día, sin embargo, cuando el sol abrase, el escritor habrá de convertir ese sueño en palabras. 
La tinta inútilmente reflejará fragmentos de aquellas historias pasadas, como el reflejo grotesco de 
un empañado y deforme espejo. 
Descubrirá entonces, cuando quiera convertir en palabras sus sueños, que él es en verdad una 
sombra, una aparición, un espectro, un fantasma más soñado por otro que sueña, quien a su vez es 
soñado por otro que sueña... 
PRINCIPIOS DE NOVELAS PARA ESCRIBIDORES CON BLOQUEO 
I 
Al salir de aquella farmacia, situada en un barrio por el que jamás transitaba, A. reparó más que 
nunca en el hecho de que a veces no somos conscientes de cuándo nos sucede algo por última vez 
en nuestra vida. 
La última vez que pisas un bar, que hablas con una persona amiga, que te llaman al teléfono de 
casa, que saboreas una cerveza, que escribes unas torpes líneas en un papel simulando encontrar en 
ellas el orden perdido del Universo... 
Al salir de la farmacia, anotó en su memoria aquel pensamiento con idea de reflejarlo por escrito 
cuando llegara a casa. 
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Lo demás es cuento1

  • 1. Niño llorando al fondo. Cables cruzados. Libros, cuadros, libros de cuadros, cuadros con libros... La cabeza dando vueltas entre los muros de la trastienda del artista, que sueña, que vuela, que imagina, que piensa, que siente..., que busca la libertad en cada hueco de su alma. Son los restos de anteriores batallas artísticas los que usa para inspirarse, para juntar con ellos un ejército de palabras, de imágenes, de formas con las que atacar al fiero animal del tiempo. La guerra no la ganaremos nunca, pero nos quedará al menos el orgullo de los guerreros antiguos: el de haber ganado las pequeñas batallas de los instantes eternos. Fotografía de Ramón Simón La magia del arte Hay imágenes que lo dicen todo y no necesitan comento porque todo está en su ser compendiado. Ésta es una de ellas. Podría escribir acerca de esta fotografía comparándola con famosos cuadros o describiendo la técnica artística y la tecnología que la han hecho posible. Pero no: hoy no quiero hablar de nada de eso. Tampoco de crisis seculares. Hoy el alma, al contemplar la belleza de esta foto, me pide hablar de vida, de esperanza entre el lodo y del milagro que consigue el artista con su genio y con su sabia mirada de las realidades del mundo. Aquí es el genio del fotógrafo el que, unido a su corazón, anuda el de los seres eternizados con el del espectador, desconcertado por tanta belleza, e imprime en la cámara oscura del sentimiento formas puras por ser hermosas e imborrables por ser eternas. Ésa es la magia del Arte. La vida, con sus miserias y alumbramientos, es la madre que lo alimenta. (Fotografía que me ha sido amablemente cedida por Heraclio R. Oliver, fotógrafo sevillano especializado en Arquitectura y obras de Arte.) Palabras de viento En el caravasar, una lejana noche de hace siglos. Los viajeros devoran la escasa comida. El desierto aúlla con lastimero quejido. Al fondo de la escena, beben con ansia los camellos. De pronto, un recién llegado se pone en medio del círculo de hombres. Habla una lengua extraña pero reconocible. Cuenta una historia, la de un hombre que, en la soledad de un extraño aposento, escribe en una máquina unas palabras: "En el caravasar, una lejana noche de hace siglos..." A lo lejos, el desierto aúlla con suspiros eternos. Confortan a todos, del polvo y del camino, bellas palabras hechas de viento. Despedida En la calle, el chiar de los vencejos anuncia el nuevo día. Te asomas a la ventana y luego te sientas
  • 2. en la silla con dificultad. Es tu último día en aquella casa. Las maletas con los restos de toda una vida permanecen mudas en el recibidor. Pronto vendrán de la residencia a buscarte. En apenas unos minutos aquellas paredes dejarán de proteger tu corazón y te sentirás desvalida. Ha llegado la hora del último saludo en aquel escenario. Te asomas por última vez a la ventana. Llaman al telefonillo. Pasan los segundos pero no te mueves del sitio. Vuelve a sonar el timbre. Una lágrima huidiza baja por tu rostro. Allá a lo lejos, en la otra orilla de la calle, un hombre te saluda desde otra ventana. Crees ver en aquella luz, en aquel piar de los pájaros de abril, imágenes eternas de mañanas felices. Cuando cierras la puerta, las maletas apenas pesan. Ojos encendidos A veces erro por las calles meditabundo en medio del tráfico, la gente, la lluvia... Y me quedo mirando a alguien sólo por ver si también me está viendo, por intentar saber si aún existo en el fluir de la marea de la ciudad. Pocos te miran, te conocen, te reconocen. Todos van de prisa, cargados con bolsas, con hijos, con sus relojes aplastantes, con sus gestos de crispación, de enfado, de angustia. Pero a veces, en medio de esas tardes de fango, unos ojos desde el fondo de una calle te taladran. Hay entonces un encuentro de ojos crepitantes que se miran, se contemplan, se hallan. Es entonces cuando pienso que los ojos son ventanas al mundo que convertimos, sin querer, en muros de ladrillo. Cuando llego a casa, mi hija termina con sus ojos chinescos de destrozar los restos de mi cuerpo empapado de lluvia. Confesión de un gran pecador Señor inspector Torquemada: he de confesarme de una vez por todas. Hace años que no lo hago con ningún pastor. Sí, he pecado. Soy un desgraciado pecador. He hecho algo peor que matar a alguien. Es algo terrible. No sé si decírselo. Sí, he suspendido a un alumno. ¿Iré a un infierno hecho de papeles? Virgen de la Victoria del tiempo Jueves Santo. Sevilla. Año dos mil trece. Noche. El programa de mano anuncia que en aquel instante pasa la cofradía de las Cigarreras por una calle
  • 3. cercana al Alcázar, al lado de las piedras seculares de la Catedral. Empiezan a llegar los nazarenos tras la Cruz de guía, un río de capirotes morados que desafía la llovizna que empieza a caer. La Virgen de la Victoria aparece en una esquina, llevándose prendidas las miradas y súplicas de los fieles. Nadie mira ya los relojes, nadie abre ningún paraguas. El paso avanza lento, recreándose en la marcha que toca la banda que viene detrás, "La madrugá" de Abel Moreno. Así Sevilla "procesiona" a sus vírgenes, con la lentitud y parsimonia del trabajo bien hecho, con el sudor y el esfuerzo de los costaleros transmutado en belleza, armonía y elegancia. Cuando vuelvo a mi ser, contemplo asombrado que mi reloj de pulsera no funciona. El tiempo se ha estancado definitivamente. Las gotas de lluvia en mi chaqueta han desaparecido. El cielo tiene entonces sombras de primavera oculta, matices de nubes antiguas que vieron partir galeones que llevaron a tierras américas la antigua fe en Cristo. Allá en la altura, la Giralda, torre fortísima, contempla un cielo de nubes nuevas, sudario que el viento orea y que habrá de llevarse nuestros dolores, más allá de las tierras del ensueño, a donde el tiempo, vencido, no habrá de incordiar más nuestras almas de fieles cristianos. TAXI DRIVER Hay días nefastos en los que apenas coge a ningún cliente. Son días en los que recorre la ciudad de extremo a extremo una y otra vez sin conseguir apenas el dinero para la gasolina. Los días peores son los de lluvia y frío, en los que a la crispación del personal se suma la desolación de ver en las paradas de autobuses cómo la gente, empapada y apiñada, se queda mirando su luz verde sin poder levantar la mano y gritar "¡Taxi!" como se hacía antes, cuando se podía. "Es por culpa de la crisis", dicen en la radio. Hace poco no pudo evitar llevar a su casa a una familia con dos hijos que se mojaba debajo de un árbol sin hojas. Insistió en montarlos, a pesar de que ellos se negaban diciendo que no tenían dinero. Cuando llegaron a su destino, el taxista no les pidió nada a cambio. Ya le habían pagado con aquel ratito de conversación, de calor humano. Las palabras finales de la madre fueron la mejor propina en mucho tiempo para aquel conductor, ángel de luz por las calles de la intemperie: "Que Dios se lo pague". LA BIBLIOTECARIA
  • 4. No sabía apenas nadie del pueblo nada de ella. Había llegado una fría tarde de otoño de hacía unos años desde la lejana estación. Era hermosa, de una belleza misteriosa, casi celestial. Pasaba sus manos por los añosos libros con un amor y una delicadeza maravillosos. Los hombres tardaron en descubrirla, pues ella apenas se hacía notar. Muchos empezaron a peregrinar hasta la colina de la biblioteca solitaria en busca de su mirada, pero la joven sólo parecía tener ojos para aquellos volúmenes antiguos que nadie leía ya. La tildaron de loca, la olvidaron... Pasaron los lustros. Ella envejeció. Un buen día, mientras leía con delectación un añoso poema de amor, entró por la puerta un joven que se puso de rodillas y le recitó de memoria, como si las palabras brotasen de su alma, los versos de la antigua declaración que ella aún tenía entre los dedos. -Ven -dijo al terminar-, nos espera en la estación el tren... El cielo guarda sus mejores galas para los mejores. UN CUENTO MUY TONTO Cuando murió, ella empezó a prestar más atención a los ruidos de la casa. Eran los ruidos de siempre: el goteo de los grifos; el crujir de las vigas y de los muebles; el ímpetu del viento en las persianas..., pero ahora adquirían sonoridades y sentidos que hasta entonces ella no había advertido. Sin quererlo, poco a poco fue encontrando en aquellos ruidos mensajes ocultos del espíritu de su marido. Estudió a fondo el alfabeto Morse y empezó a escribir secuencias de letras procedentes de los ruidos: un punto, dos puntos que son raya, de nuevo dos puntos... El resultado fue una confusa serie de signos sin sentido alguno (BJKSLAFS...). Continuó rellenando cuadernos hacia el infinito con aquellas letras en un empeño titánico. Pero un buen día la secuencia, sorprendentemente, empezó a tener sentido: -RAZAAELAAAERESERESSSMUUUTOOONTAAAAAAA. Sin duda era su marido quien le soltaba aquel piropo. Era una frase suya y, además, "Razaela" era el nombre con que él la llamaba con su habla ceceante y tartajosa. -Yo también te quiero, zopenco -dijo la tonta entre lágrimas. Desde entonces, ella dejó de apuntar mensajes de ultratumba cargados de faltas de "horrorgrafía" y se empeñó en cazar los dones del instante, dejando su cuidado en un cajón olvidado. ZIN
  • 5. EL AMERICANO, LA ALBAHACA Y UN SOÑADO COCIDO (Con cariño, para mis compañeros y amigos Paco García Jiménez y Marisol) En aquel tren primaveral con olor a pies, el americano buscaba en unos versos de San Juan de la Cruz, metidos en la memoria de su lector electrónico de última generación, el Aleph, el punto donde se halla el centro del antiguo universo. A sus pies, una maceta de albahaca esparcía su verdor y frescura. El muchacho se pegó a mí como un náufrago a una tabla de salvación. Le hablé de la poesía de San Juan, de Santa Teresa, de la lírica erótico-mística en general, pero el tema se me agotaba, se me hacía una cuesta arriba en aquella hora del sopor previo al cocido. Quise cambiar de tema, pero él seguía erre que erre con su "maquinillo", intentando empaparse en pocos minutos de todo mi disco duro de sufrido profesor de Lengua y Literatura Españolas. Por fin vi mi tabla de salvación: a mi otro lado estaba un compañero de instituto. Le propuse que le hablase al "ghiri" de escritores de cuentos, pero mi plan salió mal: me acorralaron los dos, uno a cada lado, hablando sin respiro de Cortázar, Rulfo, Aldecoa, Fraile, Chejov, Bierce, Maupassant, Faulkner, Darío, Borges... Todo me daba vueltas. No veía la hora del cocido. El sol tocaba mi cabeza, olla de garbanzos hirviendo. Por fin se bajaron en la estación anterior a la mía. Salí al fin del mundo subterráneo y respiré profundamente mientras contemplaba la belleza de las formas de una gentil damisela que se montaba en un taxi con sensual pose. Sin embargo, para entonces los quejidos flamencos de mi estómago reclamaban de mi cuerpo otro alimento... * Según me contó al día siguiente en el instituto mi compañero, en aquella estación en la que los dos se habían bajado, el americano había copiado, a falta de libreta, en cada hoja de la mata de albahaca, uno a uno, los nombres de quienes quisieron en las miles de palabras de miles de cuentos encerrar el centro subatómico de la alquimia de las cosas. ¡Pobre albahaca, ensuciada de tinta! EL REGENTE Para mi compañera y amiga María Baleato. La noble, leal, heroica, invicta y mariana ciudad dormía la siesta. El cálido viento sur llevaba de un lado para otro la suciedad de las calles, formando remolinos de papelotes en las esquinas. El calor de abril era asfixiante. En medio de la digestión del cocido, media ciudad se iba a los toros.
  • 6. Celedonio cerró la puerta de su casa despacio, para no molestar el sueño de su esposa. Una hora más tarde, en la plaza, en medio de una soporífera faena, le entró el demonio de los celos. Empezó a imaginar, a través de un imaginado catalejo, que a su casa llegaba en aquel momento otro hombre, que era recibido en camisón por Ana, su mujer. Imaginaba que se desnudaban, que hacían el amor furiosamente en su lecho conyugal. Quiso ponerle nombres al amante de su esposa (Álvaro, Fermín...) y con ello empezó a irritarse, a tener fiebre, a descomponerse. Pero justo cuando iba a irse del tendido para volver a su casa y matar a los amantes, un torero empezó a hacer una faena sublime, imposible. Sus palmas echaban humo. El tiempo, fiero animal, era vencido, dominado, desportillado por el matador con ayuda de los vencejos, que daban vueltas a la plaza en el sentido contrario al de los relojes. Al llegar a su casa, Ana, con una belleza inmarcesible, le abrió la puerta de su corazón, herido de belleza. LITERATURA PARA MOMENTOS DE APURO Decidió un buen día, harto de leer ingredientes de geles y cremas, colocar en el armarito del baño, entre fármacos que iban a retrasar su cita con la Parca, una antología de microrrelatos. Así, cuando tuviese que ir al váter para evacuar sus aguas mayores, podría recrearse, en medio de la acción escatológica, con la belleza y la poesía de aquellos cuentos minúsculos. El problema surgió cuando terminó de leer aquellas piezas breves. Entonces se propuso leer una extensa novela decimonona, pero aquel esfuerzo (añadido al de los apretones propios del sitio) le terminó provocando una obstrucción intestinal de la que terminó muriendo. Y es que la literatura, en el caso de algunos lectores, debe ser consumida únicamente en pequeñas dosis. El exceso de tinta obstruye sus canales interiores. DE FANTASMAS, ESPEJOS Y OTROS AZARES DE AMOR Y HORROR A ella la veía siempre en la cocina de aquel primer piso cuando se dirigía muy temprano, aún envuelto por la neblina del sueño, a su trabajo. Ella, envuelta en una bata acolchada rosa, preparaba el desayuno de su familia, o bien iniciaba el rito diario de procurar la comida, o bien ordenaba en su mente el día que se le avecinaba mientras realizaba todo tipo de actividades rutinarias e inconsistentes. Apenas podía ver su rostro, a pesar de que no había cortinas en aquella ventana, pero se lo imaginaba sereno, apacible, dulce, hermosísimo. Empezó a enamorarse de aquel fantasma poco a poco. Sin embargo, un buen día dejó de presenciar aquella rutina íntima de la cocina. La persiana había caído dejándole el interrogante de qué había sucedido con aquella hermosa aparición de sugerentes
  • 7. curvas... (...) A él lo veía en la acera de enfrente a aquella hora tan temprana, con sus ojos hundidos por el sueño, observándola. Aquel hombre llevaba siempre, incluso en invierno, una chaqueta primaveral y deportiva de otra época y un maletín de cuero gastado que seguramente guardaría no sabía qué propaganda de su trabajo de agente comercial (ésa era la labor a la que ella creía que él se dedicaba). Su expresión le parecía torcida, lasciva, encanallada. Empezó a odiar a aquel espectro con todas sus fuerzas. No obstante, un buen día él dejó de pararse delante de su casa. Ella se quedó con la intriga de no poder saber qué fue de aquella sombra que se desvanecía cada día al salir el sol... (...) Por la noche, cuando los espejos que parecen ventanas saltan hechos añicos, cuando el río del tiempo deja de ser un muro entre las dos orillas, alguien (un escritor) los sueña a ambos una y otra vez en el mismo lugar, en aquella cocina, sobre aquella acera, recreando el encuentro de las dos apariciones, la mano que se posa en el hombro ajeno, el gesto de horror o de amor, el miedo al otro, el cariño del otro. Algún día, sin embargo, cuando el sol abrase, el escritor habrá de convertir ese sueño en palabras. La tinta inútilmente reflejará fragmentos de aquellas historias pasadas, como el reflejo grotesco de un empañado y deforme espejo. Descubrirá entonces, cuando quiera convertir en palabras sus sueños, que él es en verdad una sombra, una aparición, un espectro, un fantasma más soñado por otro que sueña, quien a su vez es soñado por otro que sueña... PRINCIPIOS DE NOVELAS PARA ESCRIBIDORES CON BLOQUEO I Al salir de aquella farmacia, situada en un barrio por el que jamás transitaba, A. reparó más que nunca en el hecho de que a veces no somos conscientes de cuándo nos sucede algo por última vez en nuestra vida. La última vez que pisas un bar, que hablas con una persona amiga, que te llaman al teléfono de casa, que saboreas una cerveza, que escribes unas torpes líneas en un papel simulando encontrar en ellas el orden perdido del Universo... Al salir de la farmacia, anotó en su memoria aquel pensamiento con idea de reflejarlo por escrito cuando llegara a casa. Sin embargo, al volver la primera esquina olvidó de todo punto aquella idea. Todos olvidamos pronto, hasta lo que somos...