Federico García Lorca Selección de Poemas// http://cuadernodelasletras.blogsp...
Lo demás es cuento1
1. Niño llorando al fondo. Cables cruzados. Libros, cuadros, libros de cuadros, cuadros con libros... La
cabeza dando vueltas entre los muros de la trastienda del artista, que sueña, que vuela, que imagina,
que piensa, que siente..., que busca la libertad en cada hueco de su alma.
Son los restos de anteriores batallas artísticas los que usa para inspirarse, para juntar con ellos un
ejército de palabras, de imágenes, de formas con las que atacar al fiero animal del tiempo.
La guerra no la ganaremos nunca, pero nos quedará al menos el orgullo de los guerreros antiguos: el
de haber ganado las pequeñas batallas de los instantes eternos.
Fotografía de Ramón Simón
La magia del arte
Hay imágenes que lo dicen todo y no necesitan comento porque todo está en su ser compendiado.
Ésta es una de ellas.
Podría escribir acerca de esta fotografía comparándola con famosos cuadros o describiendo la
técnica artística y la tecnología que la han hecho posible.
Pero no: hoy no quiero hablar de nada de eso. Tampoco de crisis seculares.
Hoy el alma, al contemplar la belleza de esta foto, me pide hablar de vida, de esperanza entre el
lodo y del milagro que consigue el artista con su genio y con su sabia mirada de las realidades del
mundo.
Aquí es el genio del fotógrafo el que, unido a su corazón, anuda el de los seres eternizados con el
del espectador, desconcertado por tanta belleza, e imprime en la cámara oscura del sentimiento
formas puras por ser hermosas e imborrables por ser eternas.
Ésa es la magia del Arte. La vida, con sus miserias y alumbramientos, es la madre que lo alimenta.
(Fotografía que me ha sido amablemente cedida por Heraclio R. Oliver, fotógrafo sevillano
especializado en Arquitectura y obras de Arte.)
Palabras de viento
En el caravasar, una lejana noche de hace siglos. Los viajeros devoran la escasa comida. El desierto
aúlla con lastimero quejido. Al fondo de la escena, beben con ansia los camellos.
De pronto, un recién llegado se pone en medio del círculo de hombres. Habla una lengua extraña
pero reconocible. Cuenta una historia, la de un hombre que, en la soledad de un extraño aposento,
escribe en una máquina unas palabras: "En el caravasar, una lejana noche de hace siglos..."
A lo lejos, el desierto aúlla con suspiros eternos. Confortan a todos, del polvo y del camino, bellas
palabras hechas de viento.
Despedida
En la calle, el chiar de los vencejos anuncia el nuevo día. Te asomas a la ventana y luego te sientas
2. en la silla con dificultad.
Es tu último día en aquella casa. Las maletas con los restos de toda una vida permanecen mudas en
el recibidor. Pronto vendrán de la residencia a buscarte. En apenas unos minutos aquellas paredes
dejarán de proteger tu corazón y te sentirás desvalida.
Ha llegado la hora del último saludo en aquel escenario. Te asomas por última vez a la ventana.
Llaman al telefonillo. Pasan los segundos pero no te mueves del sitio. Vuelve a sonar el timbre. Una
lágrima huidiza baja por tu rostro. Allá a lo lejos, en la otra orilla de la calle, un hombre te saluda
desde otra ventana. Crees ver en aquella luz, en aquel piar de los pájaros de abril, imágenes eternas
de mañanas felices.
Cuando cierras la puerta, las maletas apenas pesan.
Ojos encendidos
A veces erro por las calles meditabundo en medio del tráfico, la gente, la lluvia... Y me quedo
mirando a alguien sólo por ver si también me está viendo, por intentar saber si aún existo en el fluir
de la marea de la ciudad.
Pocos te miran, te conocen, te reconocen. Todos van de prisa, cargados con bolsas, con hijos, con
sus relojes aplastantes, con sus gestos de crispación, de enfado, de angustia.
Pero a veces, en medio de esas tardes de fango, unos ojos desde el fondo de una calle te taladran.
Hay entonces un encuentro de ojos crepitantes que se miran, se contemplan, se hallan. Es entonces
cuando pienso que los ojos son ventanas al mundo que convertimos, sin querer, en muros de
ladrillo.
Cuando llego a casa, mi hija termina con sus ojos chinescos de destrozar los restos de mi cuerpo
empapado de lluvia.
Confesión de un gran pecador
Señor inspector Torquemada: he de confesarme de una vez por todas. Hace años que no lo hago con
ningún pastor. Sí, he pecado. Soy un desgraciado pecador. He hecho algo peor que matar a alguien.
Es algo terrible. No sé si decírselo.
Sí, he suspendido a un alumno. ¿Iré a un infierno hecho de papeles?
Virgen de la Victoria del tiempo
Jueves Santo. Sevilla. Año dos mil trece. Noche.
El programa de mano anuncia que en aquel instante pasa la cofradía de las Cigarreras por una calle
3. cercana al Alcázar, al lado de las piedras seculares de la Catedral.
Empiezan a llegar los nazarenos tras la Cruz de guía, un río de capirotes morados que desafía la
llovizna que empieza a caer.
La Virgen de la Victoria aparece en una esquina, llevándose prendidas las miradas y súplicas de los
fieles.
Nadie mira ya los relojes, nadie abre ningún paraguas.
El paso avanza lento, recreándose en la marcha que toca la banda que viene detrás, "La madrugá" de
Abel Moreno.
Así Sevilla "procesiona" a sus vírgenes, con la lentitud y parsimonia del trabajo bien hecho, con el
sudor y el esfuerzo de los costaleros transmutado en belleza, armonía y elegancia.
Cuando vuelvo a mi ser, contemplo asombrado que mi reloj de pulsera no funciona. El tiempo se ha
estancado definitivamente.
Las gotas de lluvia en mi chaqueta han desaparecido. El cielo tiene entonces sombras de primavera
oculta, matices de nubes antiguas que vieron partir galeones que llevaron a tierras américas la
antigua fe en Cristo.
Allá en la altura, la Giralda, torre fortísima, contempla un cielo de nubes nuevas, sudario que el
viento orea y que habrá de llevarse nuestros dolores, más allá de las tierras del ensueño, a donde el
tiempo, vencido, no habrá de incordiar más nuestras almas de fieles cristianos.
TAXI DRIVER
Hay días nefastos en los que apenas coge a ningún cliente. Son días en los que recorre la ciudad de
extremo a extremo una y otra vez sin conseguir apenas el dinero para la gasolina.
Los días peores son los de lluvia y frío, en los que a la crispación del personal se suma la desolación
de ver en las paradas de autobuses cómo la gente, empapada y apiñada, se queda mirando su luz
verde sin poder levantar la mano y gritar "¡Taxi!" como se hacía antes, cuando se podía.
"Es por culpa de la crisis", dicen en la radio.
Hace poco no pudo evitar llevar a su casa a una familia con dos hijos que se mojaba debajo de un
árbol sin hojas. Insistió en montarlos, a pesar de que ellos se negaban diciendo que no tenían dinero.
Cuando llegaron a su destino, el taxista no les pidió nada a cambio. Ya le habían pagado con aquel
ratito de conversación, de calor humano. Las palabras finales de la madre fueron la mejor propina
en mucho tiempo para aquel conductor, ángel de luz por las calles de la intemperie: "Que Dios se lo
pague".
LA BIBLIOTECARIA
4. No sabía apenas nadie del pueblo nada de ella. Había llegado una fría tarde de otoño de hacía unos
años desde la lejana estación.
Era hermosa, de una belleza misteriosa, casi celestial. Pasaba sus manos por los añosos libros con
un amor y una delicadeza maravillosos.
Los hombres tardaron en descubrirla, pues ella apenas se hacía notar. Muchos empezaron a
peregrinar hasta la colina de la biblioteca solitaria en busca de su mirada, pero la joven sólo parecía
tener ojos para aquellos volúmenes antiguos que nadie leía ya. La tildaron de loca, la olvidaron...
Pasaron los lustros. Ella envejeció. Un buen día, mientras leía con delectación un añoso poema de
amor, entró por la puerta un joven que se puso de rodillas y le recitó de memoria, como si las
palabras brotasen de su alma, los versos de la antigua declaración que ella aún tenía entre los dedos.
-Ven -dijo al terminar-, nos espera en la estación el tren...
El cielo guarda sus mejores galas para los mejores.
UN CUENTO MUY TONTO
Cuando murió, ella empezó a prestar más atención a los ruidos de la casa. Eran los ruidos de
siempre: el goteo de los grifos; el crujir de las vigas y de los muebles; el ímpetu del viento en las
persianas..., pero ahora adquirían sonoridades y sentidos que hasta entonces ella no había advertido.
Sin quererlo, poco a poco fue encontrando en aquellos ruidos mensajes ocultos del espíritu de su
marido. Estudió a fondo el alfabeto Morse y empezó a escribir secuencias de letras procedentes de
los ruidos: un punto, dos puntos que son raya, de nuevo dos puntos...
El resultado fue una confusa serie de signos sin sentido alguno (BJKSLAFS...). Continuó
rellenando cuadernos hacia el infinito con aquellas letras en un empeño titánico. Pero un buen día la
secuencia, sorprendentemente, empezó a tener sentido:
-RAZAAELAAAERESERESSSMUUUTOOONTAAAAAAA.
Sin duda era su marido quien le soltaba aquel piropo. Era una frase suya y, además, "Razaela" era el
nombre con que él la llamaba con su habla ceceante y tartajosa.
-Yo también te quiero, zopenco -dijo la tonta entre lágrimas.
Desde entonces, ella dejó de apuntar mensajes de ultratumba cargados de faltas de "horrorgrafía" y
se empeñó en cazar los dones del instante, dejando su cuidado en un cajón olvidado.
ZIN
5. EL AMERICANO, LA ALBAHACA Y UN SOÑADO COCIDO
(Con cariño, para mis compañeros y amigos Paco García Jiménez y Marisol)
En aquel tren primaveral con olor a pies, el americano buscaba en unos versos de San Juan de la
Cruz, metidos en la memoria de su lector electrónico de última generación, el Aleph, el punto donde
se halla el centro del antiguo universo.
A sus pies, una maceta de albahaca esparcía su verdor y frescura.
El muchacho se pegó a mí como un náufrago a una tabla de salvación. Le hablé de la poesía de San
Juan, de Santa Teresa, de la lírica erótico-mística en general, pero el tema se me agotaba, se me
hacía una cuesta arriba en aquella hora del sopor previo al cocido.
Quise cambiar de tema, pero él seguía erre que erre con su "maquinillo", intentando empaparse en
pocos minutos de todo mi disco duro de sufrido profesor de Lengua y Literatura Españolas.
Por fin vi mi tabla de salvación: a mi otro lado estaba un compañero de instituto. Le propuse que le
hablase al "ghiri" de escritores de cuentos, pero mi plan salió mal: me acorralaron los dos, uno a
cada lado, hablando sin respiro de Cortázar, Rulfo, Aldecoa, Fraile, Chejov, Bierce, Maupassant,
Faulkner, Darío, Borges...
Todo me daba vueltas. No veía la hora del cocido. El sol tocaba mi cabeza, olla de garbanzos
hirviendo.
Por fin se bajaron en la estación anterior a la mía. Salí al fin del mundo subterráneo y respiré
profundamente mientras contemplaba la belleza de las formas de una gentil damisela que se
montaba en un taxi con sensual pose. Sin embargo, para entonces los quejidos flamencos de mi
estómago reclamaban de mi cuerpo otro alimento...
*
Según me contó al día siguiente en el instituto mi compañero, en aquella estación en la que los dos
se habían bajado, el americano había copiado, a falta de libreta, en cada hoja de la mata de albahaca,
uno a uno, los nombres de quienes quisieron en las miles de palabras de miles de cuentos encerrar el
centro subatómico de la alquimia de las cosas.
¡Pobre albahaca, ensuciada de tinta!
EL REGENTE
Para mi compañera y amiga María Baleato.
La noble, leal, heroica, invicta y mariana ciudad dormía la siesta. El cálido viento sur llevaba de un
lado para otro la suciedad de las calles, formando remolinos de papelotes en las esquinas. El calor
de abril era asfixiante.
En medio de la digestión del cocido, media ciudad se iba a los toros.
6. Celedonio cerró la puerta de su casa despacio, para no molestar el sueño de su esposa.
Una hora más tarde, en la plaza, en medio de una soporífera faena, le entró el demonio de los celos.
Empezó a imaginar, a través de un imaginado catalejo, que a su casa llegaba en aquel momento otro
hombre, que era recibido en camisón por Ana, su mujer. Imaginaba que se desnudaban, que hacían
el amor furiosamente en su lecho conyugal. Quiso ponerle nombres al amante de su esposa (Álvaro,
Fermín...) y con ello empezó a irritarse, a tener fiebre, a descomponerse.
Pero justo cuando iba a irse del tendido para volver a su casa y matar a los amantes, un torero
empezó a hacer una faena sublime, imposible. Sus palmas echaban humo.
El tiempo, fiero animal, era vencido, dominado, desportillado por el matador con ayuda de los
vencejos, que daban vueltas a la plaza en el sentido contrario al de los relojes.
Al llegar a su casa, Ana, con una belleza inmarcesible, le abrió la puerta de su corazón, herido de
belleza.
LITERATURA PARA MOMENTOS DE APURO
Decidió un buen día, harto de leer ingredientes de geles y cremas, colocar en el armarito del baño,
entre fármacos que iban a retrasar su cita con la Parca, una antología de microrrelatos.
Así, cuando tuviese que ir al váter para evacuar sus aguas mayores, podría recrearse, en medio de la
acción escatológica, con la belleza y la poesía de aquellos cuentos minúsculos.
El problema surgió cuando terminó de leer aquellas piezas breves. Entonces se propuso leer una
extensa novela decimonona, pero aquel esfuerzo (añadido al de los apretones propios del sitio) le
terminó provocando una obstrucción intestinal de la que terminó muriendo.
Y es que la literatura, en el caso de algunos lectores, debe ser consumida únicamente en pequeñas
dosis.
El exceso de tinta obstruye sus canales interiores.
DE FANTASMAS, ESPEJOS Y OTROS AZARES DE AMOR Y HORROR
A ella la veía siempre en la cocina de aquel primer piso cuando se dirigía muy temprano, aún
envuelto por la neblina del sueño, a su trabajo.
Ella, envuelta en una bata acolchada rosa, preparaba el desayuno de su familia, o bien iniciaba el
rito diario de procurar la comida, o bien ordenaba en su mente el día que se le avecinaba mientras
realizaba todo tipo de actividades rutinarias e inconsistentes.
Apenas podía ver su rostro, a pesar de que no había cortinas en aquella ventana, pero se lo
imaginaba sereno, apacible, dulce, hermosísimo.
Empezó a enamorarse de aquel fantasma poco a poco.
Sin embargo, un buen día dejó de presenciar aquella rutina íntima de la cocina. La persiana había
caído dejándole el interrogante de qué había sucedido con aquella hermosa aparición de sugerentes
7. curvas...
(...)
A él lo veía en la acera de enfrente a aquella hora tan temprana, con sus ojos hundidos por el sueño,
observándola.
Aquel hombre llevaba siempre, incluso en invierno, una chaqueta primaveral y deportiva de otra
época y un maletín de cuero gastado que seguramente guardaría no sabía qué propaganda de su
trabajo de agente comercial (ésa era la labor a la que ella creía que él se dedicaba).
Su expresión le parecía torcida, lasciva, encanallada.
Empezó a odiar a aquel espectro con todas sus fuerzas.
No obstante, un buen día él dejó de pararse delante de su casa. Ella se quedó con la intriga de no
poder saber qué fue de aquella sombra que se desvanecía cada día al salir el sol...
(...)
Por la noche, cuando los espejos que parecen ventanas saltan hechos añicos, cuando el río del
tiempo deja de ser un muro entre las dos orillas, alguien (un escritor) los sueña a ambos una y otra
vez en el mismo lugar, en aquella cocina, sobre aquella acera, recreando el encuentro de las dos
apariciones, la mano que se posa en el hombro ajeno, el gesto de horror o de amor, el miedo al otro,
el cariño del otro.
Algún día, sin embargo, cuando el sol abrase, el escritor habrá de convertir ese sueño en palabras.
La tinta inútilmente reflejará fragmentos de aquellas historias pasadas, como el reflejo grotesco de
un empañado y deforme espejo.
Descubrirá entonces, cuando quiera convertir en palabras sus sueños, que él es en verdad una
sombra, una aparición, un espectro, un fantasma más soñado por otro que sueña, quien a su vez es
soñado por otro que sueña...
PRINCIPIOS DE NOVELAS PARA ESCRIBIDORES CON BLOQUEO
I
Al salir de aquella farmacia, situada en un barrio por el que jamás transitaba, A. reparó más que
nunca en el hecho de que a veces no somos conscientes de cuándo nos sucede algo por última vez
en nuestra vida.
La última vez que pisas un bar, que hablas con una persona amiga, que te llaman al teléfono de
casa, que saboreas una cerveza, que escribes unas torpes líneas en un papel simulando encontrar en
ellas el orden perdido del Universo...
Al salir de la farmacia, anotó en su memoria aquel pensamiento con idea de reflejarlo por escrito
cuando llegara a casa.
Sin embargo, al volver la primera esquina olvidó de todo punto aquella idea.
Todos olvidamos pronto, hasta lo que somos...