1. LA PERSONA, PRINCIPIO Y FIN DE LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR
En todas las sociedades del mundo, son las personas quienes generan y
disponen el conocimiento y quienes, a través de sus interacciones y
comunicaciones y de las interacciones entre las organizaciones en las que
participan, generan riqueza y bienestar.
Y son a su vez las personas las destinatarias últimas del bienestar generado,
son el fin último.
En la actual sociedad del conocimiento, día a día se están produciendo en todo
el mundo cambios muy profundos y rápidos, tanto en el ámbito económico
como en el social, son cambios que a su vez generan efectos en todo el
mundo.
La sociedad del conocimiento se caracteriza cada vez más por el protagonismo
de las personas: la persona es el protagonista de las organizaciones del
conocimiento: el conocimiento reside en las personas y la innovación se
produce en la interacción entre las personas. La calidad de las interrelaciones y
de las comunicaciones entre las personas es una de las claves de toda
sociedad competitiva, de sus procesos de generación y distribución de riqueza,
en definitiva, de la sociedad del bienestar.
Y para que las personas nos sintamos protagonistas de nuestro devenir
personal y social, es necesario generar determinados contextos que faciliten,
favorezcan y promuevan determinadas competencias y habilidades técnicas,
pero muy especialmente, determinados valores y actitudes y habilidades
emocionales.
Contextos que promuevan, en primer lugar, el sentido de la iniciativa y
actitudes emprendedoras en diferentes ámbitos: en el sistema educativo, desde
la más tierna infancia, en los ciclos básico y medio, en los ciclos superiores, en
la universidad, trabajando con ejercicios prácticos los valores asociados al
emprendizaje y a la innovación, con un lenguaje adaptado a cada edad. Son
actitudes que se deben promocionar en todos los ámbitos: en el familiar, en el
laboral, tanto cuando estemos en activo como temporalmente en desempleo,
promoviendo el intraemprendizaje y la creación de nuevas empresas, así como
en todos los procesos de desarrollo tecnológico.
En segundo lugar, promoviendo el empoderamiento de la persona trabajadora,
mediante su cualificación, participación e implicación en diferentes proyectos
empresariales y organizacionales. Cualificación, con la adquisición de nuevas
competencias técnicas y habilidades manuales, directivas, organizacionales,
sociales y socio emocionales. Interiorizando nuevos valores y participando
activamente en la gestación, gestión, en los resultados y en la propiedad de
todo tipo de proyectos de todo tipo que le afecten.
2. En tercer lugar, desarrollando modelos organizativos de cuarta generación,
que vayan más allá de la innovación. Modelos organizativos eficientes e
innovadores, basados en la persona, en la corresponsabilidad y el compromiso,
con liderazgo compartido, ampliamente distribuído, que incluya la gestión
inteligente de las emociones, generando así los necesarios entornos de
confianza. Modelos organizativos colaborativos, capaces de adaptarse a
entornos complejos, rápidamente cambiantes, capaces de conciliar la vida
laboral y familiar. En definitiva, contextos que generen entornos de trabajo de
alta calidad organizativa, ambiental, emocional y tecnológica.
Y, finalmente, generando contextos que desarrollen al máximo la
responsabilidad social empresarial y el capital social, tanto en las relaciones
personales intraempresariales como en las relaciones interorganizacionales,
con los diferentes públicos con quienes nos relacionamos.
Todo lo anterior, que podemos calificar como procesos de innovación social
orientado a la empresa, genera efectos muy positivos en la generación de
riqueza de un territorio, al mismo tiempo que sube el nivel de satisfacción de
las personas de forma relevante al sentirse protagonistas de la construcción de
un futuro mejor. Lo tenemos a nuestro alcance, lo podemos empezar a
practicar mañana mismo, es necesario pero no suficiente para una
competitividad empresarial de cuarta generación.
La competitividad empresarial, como fuente de generación de riqueza y
bienestar, requiere, además, de entornos tecnológicos potentes, de un sistema
educativo de primer nivel mundial, desde las primeras etapas hasta la
universidad, pasando por la formación profesional, de las adecuadas
infraestructuras de todo tipo y de un entorno fiscal, laboral y financiero
adecuado. Competitividad empresarial que requiere, cómo no, en momentos
de crisis como el actual, de medidas transitorias específicas que pudiéramos
denominar “anticrisis”.
Y esta es la vía para generar riqueza, para generar desarrollo económico y
social, uno de los pilares básicos del bienestar social. Y una vez más, es
necesario pero no suficiente: si no lo completamos con las medidas adecuadas
de distribución de la riqueza generada y unas buenas dosis de generosidad,
poco habremos avanzado. Porque, en definitiva, ¿Cuál es el fin último del
bienestar social?. Son las mismas personas que con su protagonismo generan
el bienestar social.
Y no quiero terminar sin una reflexión final: ¿puede considerarse Gipuzkoa, o
Euskadi, o Europa, una Sociedad del Bienestar mientras existan países como
Sierra Leona, Nigeria, Malawi, Zambia, Botswana, Ruanda, Mali y Etiopía, con
esperanza de vida de, respectivamente 25,9 – 29,1 – 29,4 – 30,3 – 32,3 – 32,8
– 33,1 y 34, 0 años?. Mi respuesta es ROTUNDAMENTE NO. Y lo afirmo
porque considero que toda decisión sobre el futuro de Gipuzkoa,
fundamentada en valores como la ética, la generosidad, la solidaridad, la
cohesión social, con amplia participación e implicación social de las personas,
3. no puede obviar un compromiso serio de aportar nuestro “granito de arena”
territorial a lo que debe ser un cambio radical y comprometido del llamado
“primer mundo” en relación con tanta miseria que están sufriendo los países
pobres. Me comprometo a desarrollar este último párrafo en un próximo
artículo de opinión.
José Ramón Guridi.
Agosto 2010