4. SUMARIO
Prólogo (Gerard W. Hughes) 11
Introducción: La fuente de ensalada 13
Antes de comenzar 17
Os presento al guía 23
1. ¿Dónde estoy? ¿Cómo estoy? ¿Quién soy? 35
2. Once yuntas de bueyes 49
3. ¿Qué es lo que falla? 65
4. El giro copernicano 81
5. Ortigas y rosas 93
6. La brújula interior 113
7. El deseo más profundo 127
8. ¿Por qué no contestas a mis oraciones? 143
9. Adicciones y apegos 161
10. No te apegues a mí 175
11. Conocer al enemigo, confiar en el amigo 191
12. ¿Qué es la libertad? ¿Qué es la verdad? 207
13. Verte más claramente 227
14. Seguirte más de cerca 245
15. Amarte más ardientemente 263
16. Benedictus 285
9
5. PRÓLOGO
No conozco ninguna editorial que haya hecho la oferta de de-
volver su dinero a quien no quedara satisfecho después de haber
leído uno de sus libros. Creo que Mensajero podría hacer la pri-
mera oferta de esa índole con Viaje por la espiritualidad ignaciana.
Si se preguntase a la gente «¿cuál es el tema que más le inte-
resa a usted y en qué tema se considera usted más ignorante?», la
respuesta adecuada debería ser «yo». Si a algún lector no le con-
vence esta contestación, pregúntese a sí mismo: «¿aguzo mis oídos
si, al pasar junto a un grupo de personas, se menciona mi nom-
bre?» «¿He sentido ansiedad mientras esperaba el resultado de al-
gún examen, académico, médico o para conseguir empleo?»
«Cuando veo fotografías, en alguna de las cuales aparezco yo,
¿presto igual atención a todas?» «¿Dedico tanto tiempo a mirar a
otras personas como a contemplarme a mí mismo en el espejo?»
«¿Por qué ese interés desproporcionado en mí mismo si realmente
me conozco bien?»
Viaje por la espiritualidad ignaciana responde a las preguntas
más fundamentales que atañen y preocupan a todo ser humano,
de cualquier raza, cultura, religión o estado de vida. «¿Dónde es-
tás?» «¿Cómo estás y por qué?» «¿Quién eres?» San Ignacio de Lo-
yola, un vasco del siglo XVI, se adentró en estas cuestiones funda-
mentales en su libro Ejercicios Espirituales, que ofrece métodos
para que cada uno descubra por sí mismo la respuesta a esas pre-
guntas básicas. Un amigo de Ignacio, Jerónimo Nadal, al serle pre-
11
6. guntado para quién serían apropiados los Ejercicios Espirituales,
respondió: «Para los católicos, los protestantes y los paganos». La
misma respuesta serviría para Claves, es igualmente apropiado pa-
ra todos.
Conozco bien y estoy muy habituado a los Ejercicios Espiri-
tuales. Suelen decir que la cercanía y familiaridad acaba produ-
ciendo menosprecio. No me ha ocurrido eso a mí, pero sí que hay
no pocos libros sobre espiritualidad ignaciana bastante tediosos.
Sin embargo, nunca me aburrí al leer Viaje por la espiritualidad ig-
naciana, sino que fue un placer el seguir el camino de exploración INTRODUCCIÓN
de Margaret Silf, usando las claves que Ignacio ofreció hace más
de cuatrocientos años. Son hitos, jalones, indicadores que animan
La fuente de ensalada
a continuar, no pilares que sostienen un techo estable en el que
puedan encontrar refugio los lectores. El libro invita a seguir ex-
plorando y proporciona, al final de cada capítulo, una gran varie-
dad de ejercicios para que los lectores puedan ir descubriendo No hace mucho que fui invitada a la toma de posesión de
más por sí mismos. un nuevo párroco. Después de la celebración, nos encontramos
Viaje por la espiritualidad ignaciana está escrito con lucidez y ante unas mesas llenas de toda clase de aperitivos y dulces, pre-
sencillez, libre de jerga especializada, transmite esperanza y áni- parados por los feligreses. El salón rebosaba de vida y retumbaba
mo, e incluye ilustraciones llenas de imaginación, que ayudan en con el ruido de conversaciones y, como suele ocurrir en estas
gran manera. Ignacio escribió sus Ejercicios para ayudarnos a en- ocasiones, las mesas tan repletas hacía sólo diez minutos estaban
contrar la voluntad de Dios, algo que nos puede parecer a veces, ya casi vacías...
en palabras de la autora, «lanzar dardos a una diana invisible». Es- ...casi, porque, en medio de la gran mesa, desierta ahora,
te libro nos enseña a descubrir -mirando a nuestro interior- lo que había una gran fuente de ensalada de arroz, que nadie había to-
Dios quiere de nosotros, que siempre se orienta no sólo a nuestro cado. Me dio un vuelco el corazón pensando en la persona que,
beneficio particular, sino también al bien de todos, incluyendo la probablemente, se había pasado horas preparando la ensalada y
creación. la había traído como un gesto de cariño y amor. Imaginé lo heri-
da y triste que estaría. Mi segundo pensamiento fue preguntarme
GERARD W. HUGHES
por qué no había comido nadie de aquella ensalada. ¡Parecía tan
apetitosa y tentadora!
Enseguida caí en la cuenta de cuál había sido la razón por la
que la ensalada había quedado intacta. No había cubiertos para
servirse. Aquella noche este sencillo detalle me golpeó como un
martillazo. Comprendí que aquella fuente de ensalada me estaba
diciendo algo sobre lo que pasa muchas veces en la Iglesia. Tam-
bién la Iglesia, como aquella fuente de ensalada, ofrece aquello
que todos ansian recibir, aquello de lo que todos están realmente
hambrientos. Pero ¿dónde están los cubiertos para servirse? ¿De-
12 13
7. berá permanecer ese tesoro en una exposición, la pieza central de el ministerio de acompañamiento espiritual seglar, por el que tan-
una mesa vacía, inaccesible e inalcanzable? ¿Puede servirse el to han hecho personalmente.
pueblo de Dios el alimento preparado para él, o se guarda envuel-
Mi reconocimiento así mismo para mi marido, Klaus, por su
to en el papel de aluminio de la doctrina y se almacena en el es-
apoyo y ánimo como compañero de camino, por su energía in-
tante más alto de la teología? ¿Y somos tan «bien educados» que
cansable en posibilitarme los días tranquilos en los que escribí es-
no mencionamos el problema?
te libro, y por su inapreciable experiencia técnica cuando se trata
Nadie puede conocer la mente de Dios. Pero seguro que él, de ordenadores y otras maquinarias misteriosas para mí. Y para mi
como nosotros, se siente herido y triste cuando sus hijos ham- hija, Kirstin, por guardar mi corazón en el cielo y mis pies firmes
brientos se quedan de pie, ante la mesa, porque «la Iglesia» no ha en la tierra.
puesto cubiertos para servirse la ensalada. No nos quejemos...
Gracias, Terry Biddington, por arrastrarme, contra mi prevención
más bien, recordemos que nosotros somos la Iglesia, y que depen-
y resistencia, al primer grupo de estudio ignaciano en Staffordshire, y
de de nosotros, su pueblo, el hacer que su banquete sea asequible
a todos. por guiarme en los caminos de la oración de imaginación.
Mi gratitud a Roy Lovatt por trasladar mis ideas a medio for-
Yo no puedo añadir nada a la ensalada. Me atrevo a ofrecer
mular a las ilustraciones tan hermosas que acompañan al texto, y
solamente una pequeña cuchara, y si puedo hacerlo es porque,
a cuantos han trabajado y hecho posible la edición de esta obra.
antes, otros han sido «cucharas» para mi hambre del pan de vida.
Han hecho posible que yo participe en el banquete. Quisiera agra- Ha habido muchísima gente que ha compartido conmigo su
decerles desde aquí ese servicio, ese ministerio sencillo y silencio- tesoro interior y, con ello, me han enriquecido más de lo que ellos
so, que quizás ellos mismos no se daban cuenta de que estaban mismos pueden imaginar. Muy especialmente, quisiera dar las gra-
ejerciendo. cias a los «patchworkers» de Stroke-on-Trent y al grupo «Land-
marks» de la capellanía de la Universidad de Keele y sus alrede-
Doy las gracias a mi primo, Ralph Wells, que, con su fe firme e
dores, y a Mervin Smith y Paul Davies por el apoyo a los
inflexible, tanto me influyó en mi niñez, mucho más de lo que él o
«patchworkers» de sus parroquias.
yo nos dimos cuenta. Doy las gracias a Michael Patón, que acompa-
ñó mi despertar adolescente e hizo más profunda mi fe, al preparar- Casi todos los ejemplos reseñados en el libro son de mi pro-
me para la Confirmación; y a Madeleine, mi amiga, que murió por pia oración personal. Sin embargo, quisiera reconocer mi deuda
entonces, a los quince años, y que era una candela encendida para de gratitud especialmente con Elizabeth McNulty, que nos abrió a
Dios que el tiempo no ha logrado apagar en mi corazón. Mi gratitud mí y a tantos otros a la comprensión de la naturaleza del tiempo,
también para mis padres, Irene y Bernard Ashton, que me dieron el de sabbath que aparece en el capítulo 1.°, y a Gerald O'Mahony,
regalo de crecer en una casa donde había amor. que nos demostró tan gráficamente los efectos de «volverse hacia
el sol» del capítulo 4.°
Gracias a Brian McCIorry, que me devolvió a casa cuando me
había extraviado de mi propia verdad, y que ha sido siempre un Finalmente mi agradecimiento para todos los que han cami-
compañero paciente, delicado y, a la vez, provocador durante los nado conmigo en Ejercicios y retiros y otros momentos significati-
años que llevan de la verdad a la libertad. Mi agradecimiento tam- vos de mi vida y han abierto mis ojos a la posibilidad de «vivir los
bién a Gerry Hughes por caminar conmigo a lo largo del camino Ejercicios», especialmente Helen Bamber, Renate Dülmann, Tere-
de los Ejercicios y, más aún, por la sabiduría de sus palabras y su sa Foster, los ya difuntos Arnold Freeman, Paul Glendinnning, Do-
comunión en el silencio... y por el mero regalo de su presencia. nald Nicholl, como también para Damián Jackson, John Marbaix,
Agradezco a Brian y Gerry la ayuda y ánimo que me prestaron du- Tom McGuinness, Tom Shufflebottom y, sobre todo, para Brian y
rante la evolución de este libro, su tremendo apoyo y el facilitarme Gerry. Os doy las gracias de todo corazón.
14 15
8. Antes de comenzar
Este libro es un compañero para tu viaje y peregrinación inte-
rior. Tómalo con paz y disfruta del paisaje mientras caminas. No te
precipites por él como un corredor alocado, resuelto a batir el ré-
cord de velocidad. Cuanto más saborees el viaje, tanto más te be-
neficiarás de él.
Algunas personas prefieren pasearse solas. Si estás haciendo
tu viaje a solas con este libro, no tengas prisas en el camino, pá-
rate siempre que sientas el deseo de hacerlo: toca y palpa la cor-
teza de los árboles, mete el dedo en el riachuelo, quédate miran-
do el atardecer hasta que te sientas satisfecho. Probablemente no
resulta conveniente leer más de un capítulo cada vez, e incluso va
mejor, a veces, tomar simplemente una sección pequeña. Elige
entre los ejercicios que sugiero al final de cada capítulo; quédate
con los que te gusten y deja los demás. Puedes fiarte de la reso-
nancia interna que te producen. Ese eco te indica lo que te va y lo
que no.
Es probable que descubras que el material de este libro
puede ofrecerte compañía espiritual a través de un largo itinera-
rio de oración en casa, dentro del contexto de tu vida diaria, o
en un retiro.
Sin embargo, un viaje en solitario puede degenerar en una so-
ledad no siempre agradable, en desánimo y hasta desorientación.
Podría ayudar el encontrar un compañero con quien compartir tus
experiencias de cuando en cuando - u n amigo en el que confíes,
17
9. que esté en tu misma «longitud de onda» o también alguien a cuando se abre el corazón a otras personas en un clima de total
quien no conoces todavía personalmente, pero que está dispuesto confianza, estamos entrando en terreno sagrado, donde no hay lu-
a caminar a tu lado para buscar juntos dónde os espera Dios a ca- gar a comentarios, críticas o correcciones, sino solamente a una
da uno en vuestra peregrinación interior. Encontrar un amigo se- respuesta de aceptación cordial. En ese terreno sagrado el Dios-en-
mejante puede parecer una tarea complicada. Mi consejo es que ti escucha al Dios-en-el-otro.
husmees en tu círculo de amigos o entre los creyentes de tu entor-
no y te fijes en quienes parecen dados a la oración (generalmente Los capítulos están divididos en secciones pequeñas, cada
se nota, si te pones a observar, y a veces es la gente que menos te una con su encabezamiento, para que puedan servir de guía. Si se
esperas). Acércate a esas personas y explícales con sencillez lo que va a utilizar el material para reuniones cortas de compartir en fe,
estás buscando. Casi seguro que estarán encantadas de poder ha- sería más conveniente hacer uso de solamente una o dos seccio-
cer el camino contigo o te recomendarán a otra persona que pue- nes cada vez. Ayudaría que cada participante tuviera la oportuni-
da ser el compañero idóneo para ti. dad de leer de antemano el material, e incluso usarlo como ora-
ción personal primero.
Otros prefieren caminar en grupo. Si usáis el libro como la
base para compartir la fe en grupos, cada capítulo puede daros el Antes de comenzar el programa, el monitor del grupo debería
material necesario para un día entero de reflexión, con tiempo pa- familiarizarse con todo el libro y hacerse la idea de su estructura y
ra seguir alguno de los ejercicios propuestos en una atmósfera de propósito, y así podría evaluar con anterioridad los ejercicios su-
oración y, opcionalmente, compartir vuestras reacciones y res- geridos para poder recomendar al grupo uno u otro según las ne-
puestas con otros miembros del grupo. El compartir de esa manera cesidades de los miembros. Una forma de proceder consiste en
-entre amigos de confianza- es quizás el ejercicio más valioso. El que el moderador presente con brevedad en cada reunión el ma-
moderador ha de asegurar que cada miembro del grupo tenga la terial que se va a utilizar en la siguiente, sección por sección y ca-
oportunidad de participar y compartir en la medida que lo desee, pítulo por capítulo, y entonces los participantes lo emplean para su
pero sin ninguna coacción. reflexión personal durante la semana y lo comparten al comienzo
de la siguiente reunión del grupo.
Y no hace falta decir que es imprescindible que haya una
confidencialidad absoluta: desde el principio ha de quedar claro Es importante que el material sea usado en el orden dado, ya
este requisito esencial. que sigue la dinámica de los Ejercicios Espirituales y cada capítulo
edifica sobre el conocimiento y familiaridad del lector con lo que
Cuando se comparten experiencias espirituales de esta mane-
ra, se ha de permitir que todos y cada uno aporten la suya, guar- ha precedido. Sin embargo no es un comentario de los Ejercicios
dando unos momentos de respetuoso silencio después de cada in- Espirituales, y mucho menos hacer los Ejercicios. Aunque es un he-
tervención. No ha de haber interrupciones ni discusiones, ni cho que un gran número de participantes en los dos programas pi-
tampoco intentos de «corregir» las ideas de nadie o de dar conse- loto han acabado haciendo enteros los Ejercicios en la vida ordi-
jos (ya que se trata de experiencias afectivas, no de un debate in- naria, con dirección personal, y han comprobado que Viaje por la
telectual). Hay que dar por sentado -para que este compartir en la espiritualidad ignaciana había sido una preparación valiosa.
fe sea posible- que la experiencia espiritual de cada persona es Existe una red nacional e internacional de grupos ignacianos
completamente válida y no debe cuestionarse. Es un regalo que y Comunidades de Vida Cristiana que pueden ayudar a los que
nos hace de su intimidad y confianza. quieren hacer este recorrido de un modo más profundo.
El objetivo debería ser que todos salgamos del encuentro con- Una música apropiada podría ayudar a esas reuniones de ora-
firmados en la propia experiencia y con un sentido más hondo de ción compartida. Naturalmente, vosotros mismos podéis usar lo
su propio valor ante Dios y sus camaradas. Hay que recordar que, que os guste. También hay otros libros que pueden ayudar.
18
I1)
10. Si es posible, animad al grupo a que sea ecuménico. Si no lo Los dos grupos piloto originales (ecuménicos) siguen todavía
habéis descubierto ya, veréis que cuando se comienza a com- reuniéndose con regularidad en Staffordshire para compartir su
partir juntos el alcance más hondo del corazón, las divisiones camino y también para ayudar a otros. Los patchworkcrs de Stro-
confesionales caen por sí mismas, sin que ello suponga menos- ke-on-Tent y el grupo de Landmarks en Keele se unen a mis ora-
cabo o compromiso de la riqueza y variedad genuina de las dife- ciones pidiendo toda clase de bendiciones para vuestro trayecto
rentes tradiciones. La verdad une, y éste es un viaje hacia la ver- espiritual.
dad. Descubriréis esto más plenamente si vuestro grupo no es
confesional y está abierto a gente que no pertenece a ninguna
iglesia o tradición establecida.
¿Cuántos miembros constituyen un grupo? Bueno, donde dos
o tres están reunidos hay un grupo, y Dios está en medio de ellos.
Por otra parte, si encontráis que el número pasa de veinte, sería
prudente dividirlo en dos o más grupos pequeños. Como el com-
partir algo tan íntimo como la fe es central en estas reuniones, un
máximo de unos seis miembros parece lo más apropiado.
¿Dónde reunirse? Procurad encontrar un lugar apropiado y
agradable. A menudo, cuando el número lo permita, es bueno jun-
tarse en las casas de los diferentes miembros del grupo. Los salo-
nes parroquiales y aulas de colegios no suelen resultar adecuados
y tienden a estar cargados de vestigios confesionales o traen malos
recuerdos. En Stroke-on-Trent hemos tenido la suerte de gozar de
la hospitalidad de la comunidad de franciscanos para uno de los
grupos. El otro grupo se reunía en casas de sus miembros. Casi se-
guro que si existe una comunidad religiosa local os recibirá con
gusto.
Finalmente, en el lado práctico, tratad de que los costes sean
mínimos. Este compartir en fe y caminar en el espíritu es precisa-
mente para hacer asequible la experiencia a todos aquéllos que no
pueden permitirse el tiempo, o el dinero, o la libertad de circuns-
tancias para hacer unos Ejercicios formales. Se os ha ciado de balde,
dad tan gratis como sea posible. Días tranquilos de silencio, o sim-
plemente horas, pueden tenerse en las casas sin más gastos que un
café o una taza de té. Animadles a que traigan su aportación a una
comida o cena en común, y os sorprenderá comprobar qué menú
tan rico resulta: ¡mucho mejor que si cada uno trae sus propios bo-
cadillos! Si usáis de locales ajenos o invitáis a algún experto, pedid
sencillamente una pequeña contribución para tener un gesto con los
dueños del sitio o para pagar los gastos de viaje del invitado.
20 21
11. Os presento al guía
Cuando escribía este libro, trabajaba profesionalmente en
programas informáticos. ¿Cómo casa eso con las intuiciones de un
hombre que nació hace 500 años en un valle vasco, escondido en
el norte de España? ¿Pueden serme útiles para relacionarme con
Dios hoy, en el siglo veintiuno? A veces me imagino los sobresal-
tos de mi PC, su choque cultural al querer procesar y compaginar
mis pensamientos sobre los problemas del tercer milenio y la bús-
queda de mis deseos más profundos y espirituales.
Este encuentro de dos mundos, aparentemente tan alejados y
dispares, es, en sí mismo, una indicación de algunos de los tesoros
que poseemos hoy día gracias al legado de Ignacio de Loyola y la
Compañía de jesús, que él fundó. Si podemos imaginárnoslo hojean-
do este libro o sentado con nosotros mientras exploramos juntos
estas cuestiones, casi seguro que se nos presentaría sonriendo y
musitando algo sobre «encontrar a Dios en tocias las cosas». Vería
normal, y saludable, el que tratemos de ahondar en nuestra rela-
ción con Dios en medio de la vida que estamos viviendo -metidos
hasta las cejas en el trabajo... o en la falta de trabajo, en hipotecas,
hijos, desorden y prisas. Le encantaría constatar que casi todos so-
mos laicos, como lo era él mismo cuando realizó este viaje. Esta-
ría de acuerdo con que nos juntemos gente perteneciente a dife-
rentes tradiciones eclesiales o a ninguna. Y sería más que tolerante
con nuestro variopinto pasado, recordando los excesos de su disi-
pada juventud. Y, sobre todo, reconocería el amor de Dios que ar-
de dentro de cada uno de nosotros y que, como un faro, nos guía
23
12. siempre adelante para profundizar nuestra relación con Él, porque
la viuda de don Juan, Iñigo tiene que comenzar una nueva etapa
es reflejo de la experiencia de su propio corazón y de la fuente de
en su vida. Lo hará como «gentilhombre» en la casa del duque de
su energía prodigiosa.
Nájera. Se adiestra en el ejercicio de las armas y aprende a sofocar
¿Quién es, pues, ese hombre cuya vida y descubrimientos si- rebeliones. Cuatro años más tarde, cuando ya ha cumplido los
guen influyendo todavía hoy, con tanto fruto, en nuestro recorrido? treinta, debe acudir a Pamplona con el duque, que es virrey de Na-
Antes de que comencemos la caminata, vamos a permitirnos una varra, a defender la ciudadela contra una invasión francesa.
escapada en el tiempo y el espacio que nos lleve a aquella época
Toda defensa sería en vano, pues la derrota era segura, pero
en que Europa vivía un revuelo de profundos cambios culturales,
Iñigo era obstinado y rehusó terminantemente rendirse. El precio
muy semejante al que vivimos hoy.
de su terquedad fue una bala de cañón que destrozó su pierna y
Una edad nueva que no sólo va a seguir revolucionando los rompió su rodilla derecha. Sus contados días como soldado aca-
ordenadores, sino que parece estar anunciando la aurora de una baron en una camilla, en la que lo trasladaban a través de monta-
conciencia renovada en la gente (se llamen a sí mismos «creyen- ñas a su casa familiar de Loyola, muy enfermo y humillado.
tes» o no) de que necesitamos algo más que un buen salario para
Parecía el final del camino. Y, probablemente, la mayoría de
conseguir un cierto grado de confort y seguridad en las arenas mo-
nosotros podría identificarse con aquel sentimiento de vacío, de
vedizas de nuestra vida.
futilidad de nuestros sueños e ilusiones, desvalidos ante el dolor e
íñigo López de Loyola, como se llamó en los primeros años inmovilidad, en el cuerpo o en la mente. Podemos, sin duda, ima-
de su vida, dio sus primeros pasos en este mundo cuando Occi- ginar lo que sentiría ese hombre todavía joven, en lo mejor de su
dente estaba saliendo, dolorosa y violentamente, de la Edad Me- vida, yaciendo como un inválido impotente, torturado por el dolor,
dia. Los hechos escuetos de su existencia pueden resumirse en sin más compañía que sus frustrados sueños. Y eso fue todo lo que
unas pocas frases; pero su contenido iba a ser infinitamente más pudo hacer: dar rienda suelta a su imaginación y a sus sueños.
trascendental y de mucho más alcance. Había pedido algo de leer para pasar el rato, alguna de aque-
El más pequeño de una familia de trece hijos, nació en 1491, llas novelas de caballería tan románticas, pero todo lo que se en-
en Loyola, en el corazón del País Vasco. Cuando cumplió los ca- contró en la casa-torre natal fueron dos únicos libros: Vida de Cris-
torce años fue enviado a educarse como cortesano del rey de Es- to y Vidas de los Santos. Quizás podemos identificarnos con este
paña y se imbuyó de los ideales caballerescos y la fidelidad a su enfermo hundido y triste, en el tiempo de su larga convalecencia,
soberano. A medida que crecía, crecía también su interés por las repartido entre la lectura y el soñar despierto: lamentando que su
mujeres, soñaba en su imaginación con damas inalcanzables y se herida le hubiera robado de golpe su futuro como soldado y su
dejaba seducir por las más cercanas de carne y hueso. Lo último atractivo para con las mujeres.
que se le pasaba por la cabeza en aquellos años era convertirse en ¡Soñaba despierto! Parece irónico que este hombre con unas
un «hombre de Dios» o prestar atención a los movimientos inter- dotes militares y un potencial de mando tan notables haya llegado
nos y las inspiraciones divinas. hasta nosotros como un soñador. Pero sus ensueños guardaban un
La historia de su vida dio un giro cuando lenía veintiséis años. poderoso secreto. Le iban a permitir conocer el don del discerni-
El favor que su mecenas, don Juan Velázquez, había gozado en la miento. ¿Y cómo llegó Iñigo a descubrir por sí solo esa llave que
corte real acabó súbitamente con la muerle del rey. Iñigo quedó había de abrir una mina de oro en su espiritualidad? Bueno, a me-
dida que pasaban los días, amarrado a la inmovilidad, se dio a dos
sin valedor y tuvo que aprender por experiencia propia qué fácil-
clases de sueños. Continuaban las antiguas fantasías de las batallas
mente y con qué rapidez se desvanece el poder de las riquezas y
que él capitanearía, las glorias militares que conseguiría, las no-
las influencias. Con quinientos escudos y dos caballos, regalo de
bles damas que galantearía y conquistaría. Pero eran sueños de lo
24
25
13. que podría haber sido y, aunque le levantaban el espíritu por un
Iba implicándose más y más en las historias que inspiraban
momento mientras gozaba con estos espejismos, a la larga lo de-
este nuevo modo de soñar despierto y que le proporcionaban una
jaban vacío y entristecido.
inédita manera de ejercitar su fantasía. Comenzó a involucrarse en
Por otra parte, estimulado por los dos libros que le había dado la trama, imaginándose presente en las escenas y tomando parte
su cuñada, comenzó a soñar en el Rey cuyo servicio era más desea- en los sucesos, acciones y conversaciones de las historias evangé-
ble y glorioso que el del rey de España, a preguntarse cómo podría licas. Era para él el comienzo de una aventura en la oración ima-
alistarse en el ejército de este Cristo Rey, a proponerse llegar a ser ginativa, que llegaría a ser un poderoso catalizador para el creci-
más santo que los mismos santos... Todo un nuevo mundo que des- miento de su relación personal con Dios, un método de oración
cubrir y por el que quizá merecería la pena gastar la vida entera. lan válido hoy para nosotros como lo fue para él.
Eran también sueños, pero él comenzó a notar una diferencia En su lecho de enfermo, Iñigo experimentó, pues, un profun-
importante en sus secuelas. Éstos lo vigorizaban y le dejaban entu- do cambio. Gradualmente, con recaídas, volvió a la vida normal
siasmado y enardecido. Y no se trataba de lo que podría haber sido, aunque cojeando. Pero no a aquella vida que hasta entonces había
sino de algo que yacía oculto en las profundidades de su propio co- llevado y que la bala de cañón había roto en pedazos. Ahora era
razón, como una semilla que había germinado misteriosamente y un peregrino de Dios y estaba dispuesto a ofrecerle todos sus pro-
que pujaba por romper la superficie de su vida, por brotar a través pósitos de comportamiento caballeresco, valentía y tenacidad. El
de la tierra y el estiércol del dolor y el desengaño. Eran sueños que próximo paso era decírselo a su familia... y, como para tantos otros
que han recorrido ese camino (incluyendo, sin duda, a muchos de
no se esfumaban.
los que están leyendo este libro), eso no fue nada fácil. Su herma-
El don del discernimiento le llegó a Iñigo al percatarse de la di- no le presionaba para que pusiera sus cualidades y talentos al ser-
ferencia entre ensueños mundanos y sueños divinos (por llamarlos vicio del honor de los Loyola y contribuir a mantener y acrecentar
de algún modo). Así es como descubrió lo que podríamos llamar la el patrimonio familiar. Iñigo tuvo que rechazarlo con diplomacia.
«brújula interior», capaz de revelarle qué desarrollos, qué evolucio- Y partió... sin que ni él mismo ni sus familiares supieran bien
nes y movimientos en su corazón lo conducían hacia el norte vital adonde se encaminaba ni adonde iría a parar.
de plenitud, y cuáles lo Nevaban a satisfacciones pasajeras y efíme-
Iñigo, el aristócrata noble, el cortesano, el soldado, el intrépido
ras que lo dejaban vacío. Tendido en aquel lecho de inmovilidad for-
defensor de Pamplona, se ha convertido en un simple peregrino.
zada y de soledad, aprendió cómo sopesar sus estados de ánimo, sus
sentimientos y reacciones, y cotejarlos y orientarlos con esa brújula La primera gran etapa de su peregrinar-en busca de aquel «no
invisible pero infalible. En el silencio interior, pudo escuchar con sé qué» que le apremiaba a seguir hacia delante- lo llevó hasta la
claridad nueva una invitación, que venía de dentro de él mismo, a abadía de Montserrat, colgada y resguardada entre peñas cortadas a
alistarse en el servicio de Dios, su nueva aventura. sierra, desde donde se divisa la llanura de Manresa. Allí quiso hacer
una confesión general de los pecados de toda su vida pasada para
comenzar de nuevo. El prepararla le llevó tres días, al cabo de los
cuales recibió la absolución de uno de los monjes. Cambió sus ro-
pas de noble por el simple sayal de un pobre peregrino, y pasó toda
la noche en vigilia y oración. Donó sus ropajes a un mendigo y su
muía al convento, y dejó su espada como exvoto y ofrenda ante el
altar, signo y señal de que dejaba atrás su vida de servidumbre a los
valores del mundo para entregarse al servicio de Dios.
Sueños vanos
Sueños divinos A medida que bajaba de la montaña de Montserrat hacia la
planicie, la mente del nuevo peregrino iría, sin duda, rememorando
26
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14. los recuerdos de su conversión, la confesión, la vigilia y los conse- rasgado de vez en cuando por resplandores de inspiración divina y
jos que los monjes le habían dado sobre la vida de oración. Aplica- entrega apasionada a Dios, pero también una época de gran creci-
ría a todas estas nuevas experiencias los modos de discernimiento miento y maduración espirituales, rasgada por lóbregos rayos de
que había descubierto en Loyola. Necesitaba tiempo y paz para di- duda y desconfianza. Cualquiera de las dos formas de expresarlo
gerir y asimilar cuanto había hecho... y todo lo que Dios le iba en- se corresponde sin duda con momentos semejantes en nuestra pro-
señando a cada nuevo paso, y tomar tal vez algunos apuntes y no- pia experiencia: instantes cargados de conflictividad y lucha, pero
tas con sus reflexiones. Y así, en lugar de dirigirse directamente a también iluminados y radiantes gracias al calor de nuestros dese-
Barcelona, como había planeado, se quedó en Manresa «donde de- os, reflejo de llama que arde en nuestro corazón.
terminaba estar algunos días»1, que se extendieron hasta once me-
ses. En Manresa se fue fraguando la siguiente etapa de su vida. El resultado de Manresa fue un hombre que libremente se ha-
bía ligado al servicio alegre de un rey llamado Cristo, y que se ha-
Resuelto a ser fiel a todo lo que había prometido a Dios en bía abierto de tal manera al Espíritu Santo que recibió el don de in-
Montserrat, el orgulloso y voluntarioso íñigo se puso a mendigar terpretar su propia experiencia personal de un modo con valor y
para obtener su sustento diario. Hubo de aguantar las burlas de los significado universal. Esa experiencia y la sabiduría que produjo
rapazuelos callejeros que, probablemente, iban mejor vestidos y quedaron reflejadas y recopiladas en un pequeño libro sin preten-
atendidos que él. Viviendo allí abajo en la llanura, los altos sueños siones llamado los Ejercicios Espirituales. El cuadernillo de Iñigo,
de las montañas tuvieron que contrastarse con el calor y polvo de lleno sólo con sus propias experiencias, llegaría a ser una guía uni-
la realidad cotidiana. Se trataba a sí mismo con dureza y austeri- versal. Guía para llegar a hacerse cada vez más sensibles a la ac-
dad pero, no olvidando la agonía de su larga enfermedad en Lo- ción de Dios en nuestra vida, para descubrir y ser fieles a los de-
yola, se dedicó a servir y ayudar a los enfermos de los hospitales seos más profundos que habitan dentro de nosotros, para tomar
de Manresa. Se entregó a la plegaria, hasta que la oración se con- decisiones que sean fruto a la vez de la presencia de Dios en la vi-
virtió en parte de cada momento del día. da y de la libertad más interior de la persona, para comprometer-
nos del todo con Jesús, el Dios-hecho-hombre, y vivir con El el es-
Encontró una cueva cerca del río Cardoner, que fue su «casa píritu de los evangelios.
en el desierto». Esa gruta iba a ser el lugar donde su amor y cono-
cimiento de Dios llegarían a profundidades que ni él mismo hu-
biera nunca imaginado, donde tuvo inspiraciones que conservan
hoy todo su frescor y validez, y donde -algo muy importante para
nosotros- plasmó por escrito el desarrollo de su conversión, ora-
ción y reflexiones.
Quizás era inevitable que, dado lo que se estaba gestando en
su corazón, íñigo fuera víctima de conmociones negativas, o de
«falsos espíritus» como él los llamaría más tarde. Padeció durante
una larga temporada de continuos escrúpulos y sentimientos de
culpabilidad, y se recriminaba sus pecados pasados, reales o ima-
ginarios. Experimentó las más negras profundidades de la desespe-
ración y llegó a casi quitarse la vida. Fue un período de tinieblas,
1
El relato del peregrino. Autobiografía de Ignacio de loyola. Mensajero, Bil-
bao, n. 1 8, p. 23.
28 29
15. Sería bonito decir que Iñigo avanzó a pasos agigantados en la Nos separan más de 450 años de aquel suceso que pasó inad-
vida espiritual... pero, naturalmente, no fue así. Todos sabemos muy vertido en las afueras de París. Entre las muchas riquezas que nos
bien que las cosas en la vida no son tan fáciles. Su gran sueño de ha legado aquel pequeño grupo, podríamos fijarnos, sobre todo,
servir a Dios en Tierra Santa se rompió en añicos por la prohibición en aquel «considerarse amigos». Para ellos no había diferencia en-
de las autoridades religiosas. Sus viajes estuvieron entorpecidos por tre la seriedad de su compromiso con Dios y la sencilla pero rebo-
la mala salud y los naufragios. Sus intentos de ayudar a otros com- sante alegría de un día en el campo almorzando juntos. Todo ello
partiendo sus Ejercicios en «conversaciones espirituales» chocaron les hacía más humanos: la búsqueda y la ilusión, los fallos y caí-
con la oposición de la Iglesia (que lo puso en manos de la Inquisi- das, el descanso y la diversión, el fracaso... y hasta una comida
ción) y de las autoridades públicas, que, entre otras cosas, le ame- campestre.
nazaron con azotes. Injusticias, humillaciones y traiciones se aso-
Del mismo modo que mi ordenador acepta alegremente to-
ciaron a él como compañeros de camino, pero traían oculto un
do lo que le llega, añejas espiritualidades o problemas de nota-
regalo: a través de ellas Iñigo sintió con claridad y fuerza que su de-
ción binaria, nuestro trayecto interior incorpora todo lo nuestro,
seo de vivir con Cristo era más fuerte que sus ganas de eludir las in-
todo lo que somos y tal como somos, sin separaciones arbitra-
dignidades y deshonras que el mundo y la Iglesia le prodigaban.
rias entre «trabajo» y «oración», entre «secular» y «espiritual»,
Mezclada con todo esto, aparece una palabra que sería clave entre Dios y «la vida real». La espiritualidad ignaciana trata, so-
en la vida y espiritualidad de Iñigo: «compañero». Ya en Manresa, bre todo, de encontrar a Dios en nuestra experiencia de cada
Iñigo había comenzado a compartir su experiencia con algunas día y de dejar que Él la transforme por medio de su Espíritu. Esa
personas cercanas que mostraban interés por sus Ejercicios. Sus novedad será una bendición para nosotros y para toda la familia
apuntes le servían de guía para ayudarles. Y así sigue ocurriendo humana.
hoy: los Ejercicios sirven de guía al director, o instructor, o acom-
Los descubrimientos de este libro, como los del mismo Ig-
pañante espiritual, en su labor de ayudar a otra persona a descu-
nacio, fueron inicialmente una respuesta a grupos de amigos que
brir, en la oración y la reflexión, el paso de Dios por su vida.
querían reunirse a compartir su búsqueda de Dios. Y como los
Son un instrumento que ayuda a otros a «descubrir por sí mis- suyos, son fruto de experiencias personales, algunas felices, otras
mos» cómo Dios se dirige a ellos, les llama, y a qué se sienten lla- dolorosas, pero todas ¡vividas! Las ofrezco aquí, como lo hizo el
mados por Él. propio Ignacio, con la esperanza de que sirvan de jalones e indi-
cadores de dirección en el terreno misterioso y, a veces, arries-
Cuando íñigo residió en París como estudiante, tratando de
gado de nuestro corazón durante ese viaje interior hacia la perla
conseguir, a edad ya tardía, los requisilos que acabarían con las
de gran valor que se esconde a la vez en el centro más profundo
objeciones de la Iglesia contra su costumbre de conversar con la
de nuestro ser, mucho más allá de ¡o que se figura nuestra imagi-
gente de temas espirituales, desarrolló y perfeccionó el ministerio
nación más delirante.
de acompañar a quienes estaban deseosos de estrechar su relación
con Dios. Se ordenó sacerdote en 1536, cuando ya tenía cuarenta Los hitos, mojones y señales nos ayudan a no perder el cami-
y cinco años, y adoptó el nombre de Ignacio. Pero para 1534, to- no, pues nos muestran un punto que reconocemos. Al descubrir
davía en París, ya había reunido un grupo de siete seguidores (en- un accidente de un terreno que conocemos -algo distintivo- que-
tre ellos Francisco Javier y Pedro Fabro), cuya amistad iría forjando da localizada nuestra posición: «Ya sé dónde estoy, reconozco esa
la futura Compañía de Jesús. El 15 de agosto de aquel año com- marca; o sea que debo ir para allá». Nos dan la tranquilidad de sa-
partieron la Eucaristía, hicieron votos en los que se comprometían ber que no nos hemos perdido. Nos ayudan a orientarnos y tomar
a algo que podría vaticinarse como una futura orden religiosa, y lo la dirección correcta para la próxima etapa del camino. Cuando
celebraron... ¡con una merienda en el campo! estamos en terreno desconocido (y la vida, para todos nosotros, es
30 31
16. terreno desconocido), hitos, señales y pistas nos ayudan a situar- hacia el tesoro fabuloso que se esconde tras las pistas y señales.
nos y nos animan a seguir adelante. Algo que está fuera de noso- No las encontraréis hasta que os pongáis en marcha aun a riesgo
tros -algo que todos pueden ver y reconocer (aunque lo vean des- de perderos. Seguid andando pase lo que pase y pese a quien pe-
de diferente perspectiva y le den distinto nombre)- nos dice se con toda la urgencia sin prisa del momento...
exactamente dónde nos hallamos. Nos sitúa, como individuos ais- Estas pistas y claves de las que hablamos no son los «pilares
lados, dentro del amplio panorama. de la Iglesia», pero le son muy necesarias a la gente del Pueblo de
Los mapas o guías de turismo también podrían sernos de Dios que camina y quiere seguir andando.
utilidad, podría sugerir alguno. Cuando tratamos de nuestro via-
je espiritual, no faltan mapas y manuales, desde los de tipo cre-
do o catecismo que advierten «¡sigue este camino, de lo contra-
rio..!», a los que prometen «cincuenta maneras de ascender por
la escalera de la perfección». Todos tienen en común que pue-
den ser leídos sentados en una poltrona, todos enseñan a nadar
sin que te mojes. Las señales en el camino no son eso. No sirven
de nada hasta que no te pones en marcha. Son efectivas sola-
mente para enlazar el lugar donde te hallas con un punto de re-
ferencia y orientación.
Recuerdo cómo me reí una vez con la pintoresca descrip-
ción que hace de un paseo el ya fallecido A. Wainwright en una
de sus guías para recorridos por la montaña: «Toma la senda de
la izquierda cuando llegues al tercer espino blanco», era una de
sus fantásticas orientaciones. Este inverosímil destello de sabidu-
ría práctica ridiculizaba los mapas tan intrincados que ¡lustraban
el libro. Había que andar hasta descubrir aquel tercer espino
blanco. Era como una pista en la búsqueda del tesoro, y exigía
no sólo encaminarse hasta allí, sino hacerlo pronto, ahora mis-
mo, antes de que la situación de los espinos cambiara y no pu-
diera ser reconocida. Era una información extraída de sus cami-
natas por aquel camino y que, gustosa y jocosamente, quería
compartir con sus lectores y camaradas andariegos. El entusias-
mo de su descubrimiento resultaba contagioso e invitaba a hacer
otro tanto. Sonaba a la vez a consejo personal y universal, a pa-
radoja: una observación en un instante determinado que se pre-
tendía válida para siempre.
Las marcas del camino presentadas en este libro me gustaría
que fueran del estilo del tercer espino de Wainwright. Sin duda, ya
las conocéis aunque no les dais el nombre con que yo las identifi-
caré. Espero que os ayuden a hallar el camino, el vuestro propio,
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17. 1
¿Dónde estoy? ¿Cómo estoy?
¿Quién soy?
Antes de que comencemos a explorar de qué modo puede ayu-
darnos la espiritualidad ignaciana en nuestro viaje, debemos echar
una mirada a nuestro «paisaje» interior, para determinar nuestras co-
ordenadas y ver dónde nos encontramos en la actualidad. Esa es la fi-
nalidad de este primer capítulo, y para ayudar en ese ejercicio de ubi-
cación he usado el dibujo de los tres círculos concéntricos:
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18. Comenzaremos nuestro viaje por el perímetro exterior. Es lo
que he llamado el círculo del dónde. Representa todas esas cosas güenza, pero también con la gloria. Me voy acercando al Dios que
que no puedo cambiar en mi vida: mi familia, mi constitución mora en mi corazón y ese encuentro me plantea cuestiones que no
genética, el lugar y cultura en que nací, mi educación y forma- puedo prever. Ese es el poder de la oración. Ese, el riesgo de un
ción, todos los sucesos que componen mi historia, mis cualida- viaje interior.
des naturales y mis deficiencias congénitas, mi salud y mis dis-
capacidades. Todas esas cosas forman lo que me ha sido dado en
la vida. Son los hechos de mi existencia. Es, simplemente, donde
Germina la semilla de Dios
me encuentro.
No sólo no puedo hacer nada por cambiarlo, sino que es ca- Os habréis dado cuenta de que, en el grabado anterior, había
si lo único de lo que soy consciente, lo que acapara casi todas mis hojas y flores que brotan y emergen de los círculos. No las he aña-
energías. Me guste o no, la mayor parte de mi tiempo consciente lo dido por motivos decorativos. Mi experiencia me dice que cuando
vivo ahí, en el borde exterior de mí mismo.
hago ese viaje hacia dentro, o mejor dicho, cuando permito a Dios
Nos introducimos ahora en el segundo círculo. Lo llamo el que entre en mi centro - l o que comúnmente llamamos el «cora-
cómo, porque es el área de mi vida sobre la que puedo ejercer zón»- algo muy vital y creativo ocurre: germina la semilla de Dios,
cierto control y decisión. En esta área también me ocurren cosas, si se me permite usar esta expresión.
pero puedo elegir cómo responder a ellas. Puedo aceptar o recha-
zar, darme por vencido o pelear, dejarme llevar por la corriente o
resistirme a ella. Puedo establecer relaciones humanas y tomar ini-
ciativas personales. Cada minuto que vivo cambia el calidoscopio
de sucesos que me bombardean y cada decisión que tomo me
conduce, sutil pero inexorablemente, a ser como soy. Las opciones
asumidas crean hábitos y los hábitos, un determinado talante. Y es-
te proceso va más allá de mis propios límites: mis elecciones, mis
hábitos, mi talante van cambiando, sutil pero inexorablemente, el
cómo de todo ser humano. Cuando elijo la verdad, el mundo se
hace más verdadero. Cuando traiciono mi propia integridad, que-
da socavada la integridad de todos.
Para mucha gente el viaje acaba aquí. Viven en un mundo
donde les suceden cosas y reaccionan ante lo que les sucede. Po-
cos se arriesgan a adentrarse, conscientemente, en el tercer círcu-
lo, el círculo del quién. Dios,
/ señor de la
creación,
Cuando entro en mi corazón, en el centro de mi ser, me acer- trascendente,
co mucho a la persona que realmente soy ante Dios. Es terreno pe- sin límites,
ligroso. A medida que voy vislumbrando quién soy -en toda su • más allá
délo
verdad y sin máscaras protectoras-, me percato de las discrepan- imaginable '
cias entre la persona que vive en el dónde y la que habita en el /
quién, la persona que Dios creó para ser yo. Me topo con la ver-
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37
19. ¿Qué es la «semilla de Dios» y qué hace que germine? La
Es una maravillosa e increíble vocación a la que está llamado
ilustración que sigue puede ayudar a explicar lo que quiero decir.
todo creyente. Podríamos aquí recordar la respuesta de María en la
En lenguaje cristiano, decimos que Dios es, a la vez, inmanente
Anunciación, y apropiarnos aquel momento en que Dios pregun-
(presente en nosotros, en nuestros corazones y en nuestra expe-
ta: «¿Quieres darme a luz en tu propia vida?». Y nuestra respuesta:
riencia humana, individual y colectiva) y trascendente (más allá de
«Hágase en mí según tu voluntad».
nuestra experiencia o imaginación, el totalmente «otro», diferente,
sin límites y sin comparación posible con nosotros).
La semilla ele Dioses nada menos que el Dios inmanente, en-
La oración como «sábado»
cerrado en mi corazón, que espera... a germinar, a un acto de re-
surrección. ¿Cómo germina? Hay mil maneras y nunca podemos
saber cómo va a actuar Dios. Es posible hacerse una idea recor- Supongamos que aquella semilla ha germinado. ¿Cómo pode-
dando momentos en los que parece que estamos en contacto con mos convertir el sueño de Dios en realidad? Consciente y delibera-
algo, mejor, con alguien, fuera de nosotros, algo así como una tan- damente, por medio de la oración, que nos lleva al centro del quién.
gente que toca el círculo exterior de nuestra vida. En esos instan- En la oración dejamos que Él nutra nuestra «semilla de Dios» y, al
tes, percibimos que está ocurriendo algo diferente al curso normal mismo tiempo, también quedamos nutridos y alimentados.
de nuestra vida ordinaria, aunque no separado de él. Nos sentimos
La palabra sabbath (sábado) tenía un significado muy profun-
«tocados por Dios».
do para los judíos. Para ellos, no era una pausa para relajarse y
Puede suceder de mil maneras: en un momento de comu- descansar, y así poder volver al trabajo duro de los días laborales
nión intensa con la naturaleza, en medio de una relación perso- de la semana. El sabbath no estaba en función de los restantes días
nal, al experimentar una inteligencia de nuestra situación vital de la semana. Al contrario, éstos estaban en función de aquél. El
por encima de nuestras posibilidades, o quizás una clarividencia sabbath no era una ruptura con la trama y la pauta normales de la
repentina que nos muestra el camino a seguir en una situación vida diaria, sino su sentido total.
particular.
De la misma manera, la oración no es sólo un medio o instru-
Cuando esto sucede, podemos decir que Dios no sólo nos ha mento para sostenernos en nuestro itinerario espiritual (que también)
tocado o rozado sino que, de algún modo, «echa raíces» en nues- sino que es su realidad más auténtica. No es un entreacto tranquilo
tra vida y en nuestra experiencia. Aquel «contacto» de Vida, si se y pacífico en nuestro atareado día, sino la esencia verdadera de
lo permitimos, penetra más y más profundamente en nuestro inte- nuestro ser. Cuando oramos, somos más realmente que nunca quie-
rior hasta su centro. Allí el Dios trascendente que nos «tocó» se nes somos y, por eso, podemos decir que oramos siempre que vivi-
une con el Dios inmanente encerrado, como una semilla, en nues- mos la verdad que somos. En otros capítulos trataremos de cómo re-
tros corazones, y algo nuevo germina de esa unión. La ilustración conocer e intensificar ese «vivir la verdad que somos».
de la página 36 muestra los resultados. Esa flor (planta, arbusto, ár-
La ilustración de la página 38 equipara la oración al sábado.
bol) es la manifestación (o encarnación) única y personal de Dios
En un cierto sentido, podría decirse que la oración es tiempo ro-
que nosotros, y sólo nosotros, hemos de alumbrar. Si no la deja-
bado al transcurso lineal de la vida. Pero en otro, es nuestra más
mos nacer, no surgirá. Pero si la hacemos nacer, será la realización
completa de la unión de nuestro «gen» con Dios. Es lo que Dios profunda realidad. Cuando oramos, nos movemos hacia dentro,
sueña para nosotros. Es lo que Dios conoce desde siempre y desea hacia nuestro centro, hacia Dios. Luego volvemos de nuevo hacia
para nosotros, pues está ansiando llevarlo a su realización y com- fuera, otra vez a través de las capas de nuestro cómo, hasta nues-
pleción. tro dónde. Más abajo explicaremos este movimiento hacia el cen-
tro y de vuelta afuera otra vez.
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20. Lo que ocurre en nuestro centro es un acto de transformación.
No quiere esto decir que salimos de la oración transfigurados, co- las relaciones personales, hasta ser capaces de la intimi-
mo Jesús en el monte. ¡No es tan espectacular! No hay ninguna ex- dad y confianza de un amor no posesivo.
plosión de radiación luminosa (que nos mataría), sino un cambio
sutil, suave, casi imperceptible, en nuestro modo de ser, que lleva En cada uno de esos contextos (y podéis pensar en otros), ha-
consigo el poder de curar y de cambiar que atraviesa las capas de bréis notado una capa exterior que puede ser comparada con la
nuestra experiencia y de nuestra vida, y puede empapar nuestro experiencia del dónde, una capa más profunda que corresponde a
dónde, nuestro entorno, con los valores del Reino. Y esto ocurre la respuesta del cómo, y un centro íntimo que es asequible sola-
cada vez que oramos, lo notemos o no. mente a nuestra realidad del quién.
Cuando nos abrimos a Dios en oración, le invitamos a entrar Ese ir ahondando, desde el dónde, a través del cómo, hasta el
en nuestro corazón. Trae consigo los dones del Espíritu que alivian quién, es el distintivo y enseña de toda oración personal y, quizás
y sanan nuestros problemas, dolores, pecados. Cuando ha con- todavía más, en la tradición ignaciana, que anima a comenzar por
cluido su trabajo transformador en nosotros, el Espíritu lleva a Dios encontrar a Dios en las cosas ordinarias y «externas» de nuestra
nuestras necesidades y deseos, y los deseos de todos aquéllos por experiencia para ir introduciéndonos en el sentido más hondo de
los que rezamos. No son fantasías ni presunciones. Es la promesa nuestra vida y crecimiento en El.
que Dios nos hizo por medio de su Hijo, y nuestra experiencia y
vivencias testifican su verdad y validez.
Antes de dejar los círculos (y recordemos que son solamente Las «semanas» del corazón
imágenes útiles para lograr captar un poco lo que significa ser una
persona creyente), podría ser provechoso mirar todo esto desde
otros ángulos, variaciones en el modo de entender lo que puede En los Ejercicios, Ignacio invita al viajero a seguir un itinerario
significar el «ahondar» nuestra percepción de las cosas transitando de oración que divide en cuatro «semanas». No se ajustan a nues-
desde el nivel exterior y superficial hasta el centro más profundo tro calendario de semanas de siete días. Son fases, etapas, por los
de nosotros mismos. que pasa el orante durante su recorrido, y, al acabar esos tramos de
los Ejercicios, uno cae en la cuenta de que está de nuevo al prin-
- Ahondar, por ejemplo, en el significado del «placer» y, cipio, que el final es el punto de arranque: al terminar la «cuarta
«dolor», pasando por la «felicidad» y la «desdicha», has-
semana», puede tenerse la sensación de que se quiere volver a co-
ta alcanzar la «alegría» y la «pena».
nectar con la oración de la «primera semana». Ésta es quizás una
- Ahondar en el modo de orar, desde la oración vocal o li- de las gracias ocultas en los Ejercicios, el descubrir la interdepen-
túrgica, pasando por la meditación personal, hasta la dencia y vinculación total de esas «semanas» entre sí y que, por
unión contemplativa con Dios.
tanto, sintonizamos con ellas mediante los movimientos y senti-
- Trascender los meros sentimientos pasajeros, y mediante mientos internos de nuestro corazón.
la fidelidad de la fe aceptar el hecho del amor de Dios que
nunca cambia. En nuestra relación con Dios no se progresa siguiendo un or-
- Pasar de ser alguien a quien le ocurren las cosas a otro den preciso, como quien sube escalones sucesivos y bien diferen-
que toma en sus manos la propia vida y liega, incluso, a ciados desde el estado de pecador caído hasta la cumbre de la re-
comprometerse con la suerte de los demás. surrección. La trama de la redención no está compuesta de líneas
- Dejar a un lado la obsesión por nuestros deseos y temores rectas, ni tan siquiera onduladas. Tampoco es un círculo, porque
inmediatos, aceptar responsabilidades en sociedad y en cada vez que volvemos a los «comienzos», la conexión es dife-
rente, y el círculo tiene un diseño nuevo y distinto.
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21. Esa trama, que resulta tan misteriosa cuando tratamos de ex-
plicarla con palabras, es en realidad tan sencilla y tan hermosa co- Esas cuatro capas, la atmósfera, el suelo, la roca y el fuego,
mo la tierra misma. pueden ser también imágenes de las cuatro «semanas» de los
Ejercicios:
En la superficie y por encima de ella, está la atmósfera con
el aire, el viento, las lluvias... Cambia constantemente. Cada cli-
ma tiene sus aspectos buenos y otros no tanto. A veces es extre-
moso y anárquico, otras veces es suave, moderado y ordenado.
Tan incierto e informal como nuestros estados de ánimo y nues-
tros sentimientos.
Luego está la capa del suelo, debajo de la atmósfera y muy in-
fluido por ella, pero más estable, que acoge en sí las semillas para
su germinación y crecimiento. Es nuestro corazón, donde Dios ha-
ce crecer su Reino.
Debajo del suelo, el lecho de roca. Cuando vamos ahondan-
do en la oración y en nuestra relación con Dios y los demás, o en
el misterio y significado de las cosas, nos encontramos por fin con
esa roca firme. Puede parecer la puerta blindada de una cámara
cerrada: sin salida, sin entrada. Está tan oscuro que no sabemos
con seguridad si estamos entrando (en la sala de un tesoro escon-
dido) o saliendo (de una cárcel). Tal vez ambas cosas. Dios es el le-
cho de roca, pero también está presente en la atmósfera y el suelo.
...la atmósfera, el suelo, la roca y el fuego, imágenes de las cuatro
La roca es el firme soporte con que nos sostiene, el sólido cimien-
«semanas» de los Ejercicios.
to sin el cual nos hundiríamos en arenas movedizas. Pero es tam-
bién la piedra que, cuando caemos sobre ella, nos rompe y nos
abre, como rompió y abrió a Dios mismo en la cruz.
Pero sabemos que debajo de la capa de roca hay un fuego
- Nuestra «atmósfera», nuestros estados de ánimo y nues-
que está siempre ardiendo porque, de vez en cuando, se abre a
tros sentimientos, nuestra dependencia de Dios, nuestra
nuestra visión interior de modo aterrador -como cuando Jesús gri-
transitoriedad, nuestra inestabilidad, nuestra naturaleza
tó: «Todo se ha cumplido»-, o a modo de horrible terremoto inter-
fragmentada, tan pronto lluvia como sol, tormenta o glo-
no, o en silenciosos y secretos dardos ardientes de luz que, en oca-
ria. Insustancial en sí misma, pero afectada por los movi-
siones, fulguran en nuestra oración o nuestros sueños. Es como si
mientos de nuestro corazón, y afectando a cualquier otra
fuera la fuente de nuestra pasión y energía. Lo mismo que el clima
criatura sobre la tierra: la ruptura, el abismo del pecado
de la superficie, que también puede ser terrible y caótico, o crea-
cubierto de lado a lado por el arco iris de un amor incon-
dor y dador de vida. Unas veces lo tememos, porque se parece a
dicional... Es la Primera Semana.
las llamas infernales; otras, lo anhelamos, porque parece irradiar la
presencia eterna de Dios y la luminosidad del cielo. Ese fuego lla- - Viene luego el suelo del crecimiento, del aprender, de la
mea y lame nuestro corazón, y o bien reprocha y consume, o bien escucha... sentados a los pies del Señor, bebiendo de su
nos transfigura y cambia nuestra visión del mundo. bondad, compartiendo su ministerio temporal sobre la tie-
rra, echando raíces, esforzándonos por brotar y salir a la
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22. luz (conforme a nuestros deseos más hondos), podados y Una segunda posibilidad es moverse no lateralmente, sino ha-
nutridos... hasta llegar, en él, a convertirnos en lo que so- cia dentro, hasta el círculo del quién, llevando con nosotros todo
mos en verdad... Es la Segunda Semana. el dolor de nuestra falta de libertad, «sumergiéndonos y dejándo-
- Luego, la roca, la piedra que nos hace añicos y nos astilla, nos empapar en Dios» (como D.H. Lawrence lo describe). Enton-
que nos rompe y abre del todo en el trayecto al Calvario, ces podemos volver al mismo lugar de nuestro dónde, pero trans-
con el Señor... Es la Tercera Semana. formados (aunque sólo sea ligeramente). El resultado es que esa
parte de nuestro dónde se ha vuelto un poco más libre.
- Y por fin, el terremoto del «¡todo está cumplido!». La tie-
rra se rasga y su corazón de fuego salta libre para consu-
La libertad se consigue...
mir y destruir o para reavivar y llenar de energía. Destru-
ye todo lo que no es Verdad, y hace pasar de la verdad a ...no mudándose
la Vida. El fuego del Espíritu que abre el recinto sellado de de un sitio a otro
en el círculo
la tumba... Es la Cuarta Semana. del dónde...
Y por último, otra vez el comienzo. Esa explosión de energía
y resurrección en el corazón de las cosas cambia la atmósfera ex-
terior para siempre, y el nuevo clima afecta al suelo, y las raíces de
nuestra semilla divina llegan a la roca del amor de Dios, y el ciclo
continúa, pero de diferente manera, siempre de manera única. Y
cuando todos los ciclos se cumplen, el Reino ha llegado a su ple-
nitud en nosotros: eso es el Reino.
La búsqueda de la libertad
Antes de terminar, una palabra sobre la libertad. En un capítulo
posterior examinaremos con más profundidad qué significa la expre-
sión «libertad interior». Pero, antes de dejar el esquema de los círcu-
los, merece la pena caer en la cuenta de lo que expresa la palabra «li- ...sino adentrándose
bertad» en lo que atañe a nuestro viaje al centro del quién. en el centro del quién,
en la presencia de Dios,
La tentación está en creer que la «libertad» se alcanza cam- sumergiéndonos
biando de sitio dentro del círculo del dónde, como muestra la ilus- en El, para volver,
transformados,
tración. Hay personas que creen que serían libres (y, en conse- a nuestro dónde
cuencia, felices y contentas del todo) si no estuvieran en este lugar y hacerlo un poco
(en esta situación, en esta relación, en este empleo...) y que, por más libre.
tanto, conseguirían su libertad con sólo cambiar de sitio. Lo que
ocurre, en tal caso, es que se trueca una falta de libertad por otra.
Trasladamos nuestra «planta de Dios» a otro lugar esperando que
florezca mejor allí.
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23. Esto no excluye que un c a m b i o de circunstancias pueda ser
t o d o . Pide a Dios que abra tu corazón para que puedas oír y e n -
necesario y b e n e f i c i o s o . Lo q u e q u i e r e d e c i r es q u e el c a m b i o
tender lo que Dios quiere revelarte a ti, personalmente, en esta es-
real y la transformación permanente ocurren en el quién y no en
cena. Sosegada y reposadamente deja que lo que te dice llegue sin
el dónde. Cambiar de lugar o situación puede liberarnos efe algo
obstáculos a tu c o n c i e n c i a y responde de la manera que te parez-
que e n c o n t r a m o s opresivo o destructivo, y a veces eso es una
ca más apropiada.
etapa necesaria en nuestro c a m i n o . Pero el o b j e t i v o más p r o f u n -
do de nuestra trasformación es liberarnos para algo, y ese «algo»
es la venida del Reino, nuestra resurrección personal y la de toda
la f a m i l i a h u m a n a .
H a c i e n d o uso de un papel y un lápiz, dibuja los círculos c o n -
céntricos y llénalos escribiendo lo que te parece que son tus cir-
cunstancias personales en el círculo del dónde, anota las cosas
Sugerencias para la oración y reflexión que no puedes cambiar y aclara lo que sientes sobre ellas.
Luego, de qué manera se va f o r m a n d o tu círculo del cómo a
El sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea consecuencia de las decisiones que has ido t o m a n d o en la vida,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llama- recorre el día, o quizás la semana, y recuerda los m o m e n t o s en
do José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. que tuviste que decidir algo. ¿Cómo reaccionaste? ¿Has t o m a d o
Entró y le dijo:
decisiones o elegiste pensando sólo en ti o mirando a Dios? ¿Cómo
—¡Alégrate, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
te sientes ahora al recordarlas?
Ella se turbó al oír estas palabras y se preguntaba qué podría sig-
nificar tal saludo, pero el ángel le dijo: Sin duda, querrás decirle a Dios lo que sientes ahora y lo que
—María, no temas; tienes el favor de Dios. Escucha. Concebirás te gustaría cambiar.
y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será gran-
de y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el tro-
no de su antepasado David, y reinará sobre la Casa de Jacob por
siempre y su reino no tendrá fin.
Trata de recordar cualquier suceso o relación personal en que
María dijo al ángel:
procuraste o quisiste conseguir «libertad» c a m b i á n d o t e a otro l u -
—¿Cómo sucederá todo eso, si todavía soy virgen?
gar del círculo del dónde. ¿Encontraste la libertad que buscabas?
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti —respondió el ángel— y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño se- ¿Te has encontrado recientemente en situaciones difíciles o te
rá santo y será llamado Hijo de Dios. Y sábete también que tu has sentido c o m o atrapado en ellas? ¿Cómo respondiste entonces?
pariente Isabel, a pesar de su edad tan avanzada, ha concebido ¿Reaccionarías ahora del mismo modo?
también un hijo, y está de seis meses la que era considerada es-
téril, porque no hay nada imposible para Dios. Presenta a Dios tus recuerdos, también tus remordimientos y
—Soy la esclava del Señor —dijo María—, que se cumpla en mí resquemores, y descúbrele sin miedos c ó m o te sientes.
lo que has dicho.
Y el ángel la dejó (Lucas 1, 26-38). Pídele con toda confianza que te sane y te conceda la libertad
que estás buscando.
Trata de representarte a ti m i s m o c o m o parte de esta escena.
Imagina en tu mente el entorno, las casas, los campos, el p u e b l o ,
el c l i m a , las vistas y los sonidos y los olores del sitio. Imagina la
Con la ayuda del primer grabado de este capítulo, reflexiona
llegada del ángel. O y e sus palabras. Considera c ó m o reaccionas a
sobre c ó m o te sueña Dios. Considera c ó m o la «semilla de Dios»,
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24. sembrada en ti, arraiga en el centro del quién, aunque florece y da
fruto en el dónele de tu vida. En tu imaginación, siéntete la flor, la
planta o el árbol que va creciendo. Llégate hasta las raíces y sien-
te cómo pujan por penetrar más y más adentro, hacia el agua del
fondo y hacia Dios. Siente la savia que sube por tu cuerpo, que
empuja para que te realices en plenitud.
¿Puedes recordar algunos momentos en los que te has sentido
«tocado por Dios» de manera que has notado cómo nacía o crecía 2
en ti la «semilla de Dios»? Trae esos recuerdos a tu oración y da
gracias a Dios por ellos.
Once yuntas de bueyes
Pídele que te muestre cómo, de verdad, se han realizado y se
están realizando sus sueños sobre ti.
En el Antiguo Testamento se narra cómo el profeta Elias lla-
mó a Eliseo a ser su sucesor (1 Reyes 19). La respuesta de éste pa-
rece ambigua: quiere seguir a Elias, pero también despedirse de
su familia. Finalmente, a pesar de su indecisión inicial, Eliseo da
el paso y acepta el manto de Elias -su invitación a ser profeta- y
lo sigue.
Un compañero de mi itinerario en la fe me sugirió ese pasaje
como foco espiritual para mi oración durante un retiro. Mirando
hacia atrás, no me cabe duda de que él esperaba que el Señor iba
a tocar mi corazón por medio de este pasaje, que me iba a invitar
a un seguimiento menos ambiguo de mi parte. En realidad, el pa-
saje me afectó, pero de un modo muy diferente, algo que nos sor-
prendió a los dos.
Mi atención se fijó en las once yuntas de bueyes que iban la-
brando el campo por delante de Eliseo, que araba con la duodéci-
ma, la última en la línea. Intuí que esa imagen había tocado algo
profundo en mí, más allá de todo pensamiento consciente, así que
decidí quedarme en eso y dejar que fuese mi oración aquel día.
Noté que me llenaba de una sensación de paz honda, como si hu-
biese topado allí con algo importante. Parecía hablarme de una
«llamada», y no solamente sobre mi propia respuesta a Dios, sino
sobre lo perenne de la respuesta humana a lo divino. Y más en
concreto, parecía ser una llamada a reconocer aquellas «yuntas de
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25. bueyes» que me proporcionaban orientación y fuerza para tirar del zas estén paseando contigo hoy m i s m o . Son personas que han
arado en el surco de mi vida: esos hombres y mujeres que eran pa- c o n t r i b u i d o a que tu surco sea hoy el que es; han c o l a b o r a d o en
ra mí faros en mi c a m i n o de fe. destripar los terrones o en darte la fuerza para tirar del arado. Te
han ayudado a guiar tu progreso.
Quizás os guste uniros a mí, de manera retrospectiva, en mi
oración... Y no sólo gente, sino t a m b i é n momentos importantes, suce-
sos, decisiones, experiencias que han ido delineando tu surco. Tra-
C o m e n z a d imaginándoos a vosotros mismos de pie, delante
ta de recordarlos. Piensa de qué manera te e m p u j a r o n hacia de-
de vuestra casa, bajo un cielo estrellado. Empapaos en la grande- lante, o quizás corrigieran tu d i r e c c i ó n .
za y magnificencia del espacio inmenso que se despliega por en-
cima de vosotros. Más allá de nuestro alcance. Fuera de toda me- Presta también atención al entorno, el paisaje que rodea tu
dida. Imagen de lo infinito. Absolutamente trascendente, más allá c a m p o , los lugares que han tenido importancia en tu vida. Si pre-
de t o d o . Y, sin embargo, v i n c u l a d o a nosotros de la misma mane- guntas a un labrador c ó m o sabe que está arando en línea recta, te
ra que estamos vinculados a cualquier otra cosa creada. dará este consejo: N o mires al surco, fija tus ojos delante, en algún
punto del horizonte - u n árbol, q u i z á - y no dejes de encaminarte ha-
Ahora fijaos en las constelaciones. En m e d i o de esa casi infi- cia él. Manten tus manos en el arado y tus ojos en aquel punto fijo.
n i t u d , de ese universo inabarcable, hay alguien que puede reco-
nocerte, que te ubica puntualmente en el lugar y m o m e n t o exac-
tos. Siente la e m o c i ó n de ser localizado en tu lugar único y preciso
en m e d i o de esa i n m e n s i d a d . Siente la embriaguez de tener un
hueco en el ¡limitado corazón de Dios.
Ahora escucha la palabra de la Escritura. Elias está llamando
a Elíseo a seguir una vida de profeta del Señor...
Fue Elias y encontró a Elíseo arando con una yunta de bueyes.
Había once yuntas por delante de él, y él labraba con la última.
Elias se quitó el manto y lo puso sobre Elíseo (1 Reyes 19, 19)
Las manos en el
Imagínate en un c a m p o . Estás labrándolo y tienes un surco arado...
por delante de t i . Estás trazando el surco de tu vida en el c a m p o
del m u n d o . Tienes las manos sobre el arado y los píes, llenos de
tierra, torpes. Q u i z á te sientes solo ante esa tarea gigantesca. Pero
mira hacía delante. ¿No ves los once tiros de bueyes que Elíseo te-
nía delante de sí? N o estás solo. Eres parte de una larga línea de v i -
da y de sentido. Pero no es una vulgar fila compuesta por bueyes ...los ojos en la
de tiro. Es tu trazo personal, labras tu surco. meta
¿Quiénes o qué cosas o sucesos o circunstancias están en tu
e q u i p o de arrastre;1 Piensa en la gente que ha significado m u c h o
para ti, que ha supuesto un antes y un después en tu vida. Algunos
pueden ser hasta los primeros discípulos ele Jesús o ciertos santos
que te han inspirado. Algunos pertenecerán a tu pasado. Otros q u i -
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26. Jesús es el punto fijo al que debemos mirar. Él está a la cabeza go nuevo comienza. «Aquí nace el río Tweed», rezaba el rótulo.
de cada una de las yuntas que mueven nuestra existencia. Le segui- Nunca había visto yo un anuncio semejante, probablemente por-
mos a él. Su vida y su energía de resucitado son las que nos dan la que es extraordinariamente difícil localizar el lugar exacto donde
fuerza. Pero hay toda una constelación de gente (pasada y presente) un río tiene su origen, tan complicado como definir exactamente
que él nos ha procurado como compañeros, y hay también hitos y el momento en que comienza una nueva vida humana. En el caso
jalones y señales en el camino, en nuestro camino único y personal. de un río, como en el de un embrión, existe ese tiempo vago e im-
Y ahora vuelve a mirar al cielo estrellado desde tu lugar en el preciso, invisible, de «no realizado completamente todavía» cuan-
campo y mira también a las yuntas de bueyes. Puedes ver en ellas do las aguas van reuniéndose, las células van multiplicándose y al-
un reflejo de Dios que abre y dibuja personalmente el surco de tu go, alguien, se insinúa, algo nuevo que llegará o no llegará a su
vida, proyectado y perfilado desde la infinidad de su amor. composición y cumplimiento.
Como las estrellas, todas esas personas te han situado en el Sea lo que fuere, nuestro viaje de aquel día quedó marcado
suelo firme de tu propia vida y te han revelado muchas cosas sobre por el encuentro fortuito de la señal indicadora del nacimiento del
tu trayecto. Pueden ayudarte a encontrar la ruta más directa. Son río. Con la velocidad y comodidad del coche recorrimos en unos
canales de aquella energía impulsora de Cristo resucitado, que es minutos un trayecto eterno: desde la fuente que mana sin cesar
siempre la fuerza que te mueve y el destino que te llama. Cuando (pero sin que se pueda discernir ni descifrar el cómo ni el cuándo),
miras hacia atrás o hacia adelante por encima de esos rostros de la hasta el río que va haciéndose grande pasando por un arroyuelo
línea de gente y de los sucesos que han labrado y configurado tu casi insignificante.
vida, estás mirando también a tu origen y a tu meta, porque Cristo En unos minutos, la casi-nada de una fuente era un río donde
es verdaderamente el principio y el fin, el alfa y la omega de tu ser. unos pacientes pescadores trataban de engañar a las truchas, los
Puedes ahora volver, poco a poco, a donde estás ahora, pero árboles brotaban y echaban raíces en sus riberas, para luego lle-
con la certeza firme de que no estás arando solo, y de que la his- narse de hojas umbrosas y dar frutos a su tiempo.
toria de tu vida, con sus jalones y señales de tráfico, te lleva de En unos minutos, la fuentecilla escondida se había convertido
vuelta al Señor, al amo de tu cosecha. en un señor río que atravesaba la ciudad del valle bajo un puente an-
cho y orgulloso. Por sus orillas, llenas de sonido festivo, la gente pa-
seaba y las gaitas escocesas, quejumbrosas, tapaban el ruido del
El río que soy yo agua.
En unos minutos, habíamos pasado de lo recóndito y salvaje
Si no te atrae la ¡dea de labrar en los campos, puedes encon- de una fuente secreta a algo que tenía ya un nombre, algo que se
trar una imagen más apacible. Puedes reflexionar sobre tu vida había llenado y amansado, algo que mucha gente contemplaba y
comparándola con el caudal de un río, desde sus orígenes en una elogiaba, a cuya vera vivían seres humanos, pescaban, lo admira-
fuente escondida y secreta, hasta su desembocadura en el océano ban, paseaban por su puente o se sentaban a la sombra de sus ár-
de tu destino. boles... mientras él seguía su curso hacia el océano (de nuevo al-
go sin límites, sin nombre ni definición posible).
Recuerdo todavía un fin de semana maravilloso que pasé con
mis parientes escoceses. Habían cambiado de casa y el sábado nos La aventura de un viaje por etapas sucesivas, sin solución de
llevaron a enseñarnos su nueva vecindad. Llegamos a un letrero continuidad, un viaje que no acaba y siempre discurre.
que señalaba el nacimiento de un río, ese punto esquivo y huidizo, En vez del río Tweed puedes ahora imaginar ese río que eres tú
indeterminado e indefinible donde las aguas se van reuniendo y al- y, con la ayuda de la ilustración, reflexionar sobre el recorrido y los
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