1. La arenisca de la meseta de la Cordillera Oriental presenta dos accidentes de terreno que ya he
descrito: El “Hueco del Aire” cerca de Vélez y el puente natural de Icononzo entre Melgar y Pandi.
No me queda por describir sino la incomparable caída del río Bogotá, en Funza de los muiscas, el
Salto de Tequendama. Desde la capilla Guadalupe, de donde la vista alcanza a todo el llano de
Bogotá, llama la atención al sur oeste, una permanente columna de vapor que se eleva por encima
de la grande y admirable cascada del Tequendama que se encuentra a 3 leguas de Bogotá y un
poco al sur del pueblo de Soacha.
Humboldt ha dicho: “El Salto de Tequendama debe su aspecto imponente a la relación de su altura
y de la masa de agua que se precipita. El río Bogotá, después de haber regado el pantano de
Funza, cubierto de bellas plantas acuáticas, se angosta y vuelve a su lecho cerca de Canoas. Allí
tiene todavía 45 metros de ancho. En la época de las grandes sequías me ha parecido, suponiendo
al río cortado por un plan perpendicular, que la masa de agua presenta una sección de 700 a 780
pies cuadrados (74 a 82,50 metros cuadrados). El gran muro de roca, cuyas paredes baña la
cascada y que por su blancura y la regularidad de sus capas horizontales recuerda el calcáreo
jurásico; los reflejos de la luz que se rompe en la nube de vapor que flota sin cesar por encima de
la catarata; la división al infinito de esta masa vaporosa que vuelve a caer en perlas húmedas y
deja detrás de sí algo como una cola de corneta; el ruido de la cascada parecido al rugir del trueno
y repetido por los ecos de las montañas; la oscuridad del abismo; el contraste entre los robles que
arriba recuerdan la vegetación de Europa y las plantas tropicales que crecen al pie de la cascada,
todo se reúne para dar a esta escena indescriptible un carácter individual y grandioso. Solamente
cuando el río Bogotá está crecido, es cuando se precipita perpendicularmente y de un solo salto,
sin ser detenido por las asperezas de la roca. Al contrario, cuando las aguas están bajas, y así es
como las he visto, el espectáculo es más animado. Sobre la roca existen dos salientes: la una a 10
metros y la otra a 60 metros; éstas producen una sucesión de cascadas, debajo de las cuales todo
se pierde en un mar de espuma y de vapor”.
No se podría añadir sino algunos detalles a esta página trazada por uno de los grandes pintores de
la naturaleza. Efectivamente, cerca de la mina de Canoas, el río Bogotá pierde su placidez y toma
el aspecto de un torrente. Se dirige hacia una cadena de colinas que limitan la meseta al sur oeste
y en donde existe algo así como una brecha o un canal que tiene únicamente doce metros de
ancho y por el cual las aguas se precipitan.
Humboldt ha llamado la atención sobre el hecho de que si esta salida se cerrase, no cabría ninguna
duda de que a pesar de la evaporación, el insignificante pantano de Funza se transformaría en lago
2. alpino. De acuerdo con las observaciones barométricas, el fondo del canal es 183 metros más bajo
que el río Bogotá en la sabana, en el Puente del Común.
Río en el Puente del Común 2.605 metros
Altura del Salto de Tequendama 2.422 "
Diferencia 183 "
Las riberas en la garganta del Tequendama se embellecen con una abundante vegetación
arborescente: beffarias resinosas, urcuas, melastomasy aralias. El terreno es de arenisca en capas
poco espesas y casi horizontales como en el puente de Icononzo, que está a 7 u 8 leguas de
distancia y cuya fisura no deja de tener analogía con el abismo de paredes verticales donde cae el
río Bogotá.
Siguiendo un estrecho sendero se llega sin dificultad a un sitio horizontal, un tanto por debajo del
principio y sobre el costado occidental de la caída. Se encuentra uno sobre un muro de arenisca
cortado verticalmente, al borde del precipicio. Una cavidad tallada en la roca y en la cual se puede
entrar hasta la cintura, permite mirar sin peligro la cascada, en toda su extensión vertical. Dos o
tres árboles que se encuentran sobre ese terreno y de los cuales uno se puede sostener, dan una
seguridad suficiente para lanzar un vistazo hacia el abismo. Conocí una sola persona a quien
tendré ocasión de nombrar, que tuvo la suficiente audacia para permanecer de pie sin ningún
soporte, al borde de la roca sin sentir vértigo.
Todas las veces que visité el Tequendama, fue durante la estación lluviosa y por lo tanto no había
sino una sola cascada. Se distinguía una capa de agua continua, hasta una cierta profundidad en
donde comenzaba a diluirse y hacia el final de la caída ya no se veía el líquido y se podía creer que
era un alud de copos de nieve.
Instalado en mi cavidad me extasiaba, pues me imaginaba que la cascada hablaba, amenazaba, se
peleaba, rugía con ecos prolongados y formidables. Por efecto de la agitación del aire esas voces
infernales se modificaban tomando las más curiosas entonaciones. En dos oportunidades mis
compañeros se vieron obligados a arrancarme de mi observatorio en donde me sostenía de alguna
manera suspendida por encima del caos.