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Juan Carlos Galeano




                         Cuentos amazónicos
                         Derechos reservados © Juan Carlos Galeano



*La presente es una selección del libro Cuentos amazónicos publicado en Iquitos, Perú.

Cuentos amazónicos Iquitos, Perú. Tierra Nueva Editores, 2007.
Derechos reservados © Juan Carlos Galeano 2007
Juan Carlos Galeano escuchó los cuentos de la selva durante su niñez en el Amazonas y decide
regresar un día a escribirlos. Su búsqueda lo lleva a viajar por todos los países de la cuenca
amazónica para encontrarse con los relatos de viva voz de pescadores, madereros, cazadores,
gentes de las aldeas ribereñas e indígenas en contacto con la vida moderna. Reconstruyéndolos, a
partir de múltiples versiones y fragmentos, el autor conserva la sencillez con que todavía los
cuentan los pobladores de la Amazonia.


“Galeano se ha esforzado para hacer estas historias comprensibles y estéticamente agradables al
mismo tiempo que respeta las mitologías que las definen. Es como el chamán... nos transporta a
una nueva realidad mimética con su arte. La belleza de los cuentos nos da la experiencia de leer
y soñar al mismo tiempo”.

Michael Uzendoski
Autor de The Napo Runa of Amazonian Ecuador (2005).


“Cuentos amazónicos es una deslumbrante saga sobre las cosmologías indígenas y mestizas de la
cuenca amazónica. Estas historias nos reafirman que la cultura y la vida sobrevivirán...”

       Róger Rumrill


Introducción: Michael Uzendoski (USA)
Viñeta de peces: Juana Hianaly Galeano (Colombia)
Mapa de la cuenca amazónica: Richie Kent (USA)
Glosario de nombres vernáculos y científicos: Elsa Rengifo (Perú). IIAP Instituto
de Investigaciones de la Amazonía Peruana


                                     Introducción
“Pareciera que los mundos mitológicos se
                                        hubieran construido sólo para destruirse de
                                        nuevo, y que se construyeran nuevos
                                        mundos a partir de los fragmentos”
                                                                   Franz Boas 1898

 Juan Carlos Galeano, poeta y traductor, creció en la región del río Caquetá en el
Amazonas colombiano. Sin embargo, como muchos, hizo su vida lejos de su tierra
natal e inicialmente no tuvo a ésta como tema de su creación literaria. Pero después
de vivir algunos años en el extranjero, comenzó a pensar en el Amazonas desde
una perspectiva diferente y como fuente de inspiración artística. Entonces decidió
embarcarse en el proyecto de recolectar, estudiar y recrear narrativas orales
amazónicas presentes en Brasil, Perú, Colombia , Ecuador, Bolivia, Venezuela y
Guyana Inglesa.
Recogió los cuentos y, después, al escucharlos, los reelaboró y escribió de modo
sintético usando su sensibilidad poética de tal manera que pudo mantenerse dentro
del espíritu que los alienta aunque difieran de su forma original; un modo
particular de llevar a cabo un proyecto de literatura oral o de folclore. El folclorista
intenta permanecer fiel a lo que está "en la grabación," quizás presentando la
historia a través de una reproducción al pie de la letra. Un lingüista puede agregar
un término especial para precisar las características gramaticales implicadas en el
discurso, o alguien entrenado en etnopoética dividiría el cuento en actos, escenas,
estrofas y versos. Lo que ocurre en estos procesos es que el arte de la narración
oral y la experiencia de escucharla se pierde ya que el cuento ha sido ajustado a los
convencionalismos de un discurso científico o lingüístico.
El autor nos ha ofrecido otra opción, la cual se deriva de la manera en como los
cuenteros y los poetas se apartan de quienes trabajan en el campo de las ciencias
sociales. Los cuenteros están más interesados en contar un buen cuento e innovan
constantemente para representar circunstancias o con relación a su audiencia. En
este caso Galeano se ha esforzado para hacer estas historias comprensibles y
estéticamente agradables al mismo tiempo que respeta las mitologías que las
definen. Ha encontrado un estilo de escribir la literatura oral para transmitir algo de
la experiencia de escuchar el cuento de viva voz. Puedo oír las historias al leerlas,
un sentimiento que no tengo al leer cuentos reproducidos dentro de los géneros de
análisis científico social. La cualidad lírica del trabajo de Galeano se puede notar,
pero más que poeta, el autor se entrega a una técnica de chamanismo aprendida de
sus vivencias en la selva.
Investigaciones entre los chamanes de la Amazonia muestran que la intersección
de sentidos o sinestesia es una práctica central en la cual los chamanes y pacientes
sienten la presencia de las energías y de los espíritus divinos a través de
experiencias estéticas. Por ejemplo, reflexionando sobre su trabajo con los
curanderos del Putumayo (véase Taussig 1987), Taussig considera cómo los
sentidos no visuales funcionan miméticamente interactuando con la visión para
crear reacciones corporales de gran alcance (tales como la náusea, experimentada
por él en su trabajo con plantas medicinales en el Putumayo): "los sentidos
atraviesan las barreras y las cualidades de un sentido se transfieren a otro: sientes
el rojo. Puedes ver la música….el sentido de la vista se experimenta de un modo
no visual. Te mueves al interior de las imágenes, lo mismo que las imágenes se
mueven dentro de ti” (Taussig 1993: 57-58). Galeano aquí ha dominado dicha
magia. El poeta es como el chamán, y el lector, el paciente; el autor nos transporta
a una nueva realidad mimética con su arte. La belleza de los cuentos nos da la
experiencia de leer y soñar al mismo tiempo.
Hay dos ideas más que, pienso, necesitan ser exploradas para que el lector pueda
apreciar estos cuentos. La primera es la naturaleza “perspectivista” de las
cosmologías amazónicas; y la segunda son las fronteras fluidas entre las culturas
mestizas e indígenas de la cuenca.
Se ha mostrado que las culturas amazónicas están regidas por una filosofía
compleja llamada “perspectivismo”, la noción de que “el mundo está habitado por
una clase diferente de entidades o personas, humanos y no humanos, que
aprehenden la realidad desde diferentes puntos de vista” (Viveiros de Castro
1998:469; Uzendoski, Hertica, Calapucha, 2005; Uzendoski, 2005; Vilaça 2002).
Al relatar un evento mítico, por ejemplo, se supone que hay varias perspectivas, y
su representación es parte de un arte, pero se enfatiza la naturaleza común de todos
los seres vivos. La complejidad de esta visión del mundo se deriva del hecho de
que en ella los animales se ven a sí mismos como humanos y de que la división
ontológica del mundo en diversos niveles es lo que hace a la gente ver a los
animales como animales. Pero hay momentos cuando las fronteras entre este
mundo y otros se borran y la gente puede ver a los animales en su verdadera forma
humana. La apertura de tales pasadizos son momentos de peligro y mucho poder.
Un tema recurrente en este cruce de fronteras representa la sexualidad (parece que
las anacondas y los delfines no son solamente“buenos para reflexionar sobre
ellos”, como diría Levi-Strauss, sino también “buenos para dormir con ellos”). Se
dan ocasiones cuando los amantes del reino animal se llevan a las personas al
mundo bajo las aguas y terminan viviendo con éstas en ciudades fabulosas para no
regresar nunca. Tienen hijos y viven en familia. Otras veces, los animales del
mundo de abajo aparecen en el nuestro, y son adoptados y criados por padres
humanos. Los conceptos que los definen son el parentesco y la gran humanidad
que se da entre los animales, los espíritus y otros seres de la selva.
Transformación y mudanza corpórea, más que fijeza, son las premisas básicas
para la existencia en Amazonia. Lo que la mitología en su totalidad sugiere es
cómo el mundo llegó a existir a través de tantos cambios, algunas veces de modo
violento y depredador bajo los cuales se establecieron las actuales líneas
divisorias. Estas demarcaciones fronterizas, sin embargo, pueden ser cruzadas
frecuentemente por chamanes y otros privilegiados a través de experiencias como
los sueños, los relatos, el humor, las enfermedades, las tragedias y ceremonias
rituales. Este libro del poeta conserva la complejidad y la riqueza de este cruce de
fronteras. Galeano muestra también que el Amazonas posee una estética para ver el
mundo; una visión que está todavía viva y quizás prosperando entre los indígenas y
los mestizos (a pesar de lo que digan los discursos de modernización). Las
experiencias chamánicas todavía existen y gozan de buena salud en el mundo
amazónico. Aunque una persona no sea un chamán, la gente todavía experimenta
las realidades míticas a través de las historias y otros medios. El último tópico es
sobre las líneas que dividen lo cultural y lo étnico. Estas historias, aunque
contadas en español por los mestizos, se derivan del mundo indígena. Las
investigaciones recientes han mostrado que las fronteras entre los mestizos y los
indígenas son más fluidas de lo que se consideraba anteriormente, y este libro
revela dicha fluidez. Las historias viajan, pero lo mismo lo hacen las cosmologías
representadas en ellas. En este libro subyace la idea de que la modernidad no está
simplemente reemplazando las realidades indígenas (de modo lineal) con verdades
racionalistas acerca del mundo. Los elementos amazónicos todavía están presentes
y forman parte activa de las personas que no pertenecen al medio indígena; éstas
constituyen la mayoría de la población en muchos lugares de la cuenca. He
descrito estas conexiones entre mundos en otras partes como unas “modernidades
alternativas”, un concepto que puede ser definido como “lugares de adaptación
creativa” en donde las gentes cuestionan el presente por medio de conocimientos
culturales (Gaonkar 2001: 1-23). Los indígenas constituyen los interlocutores de
fondo de estas historias, pero a la vez son una parte que define la dinámica que
transforma la modernidad. En “El regalo de la Yara”, por ejemplo, un indígena
toma el papel de intérprete chamán y le da explicaciones a un hombre que ha
tenido problemas con una mujer-pez. El hombre de Lima también tiene un diente
de delfín que le sirve como protección y se lo ha dado un indígena amigo. Uno
puede imaginar tales encuentros e interacciones en la Amazonia, un lugar donde
los indígenas les enseñan a las gentes de afuera a ver el mundo desde su punto de
vista.
En verdad los antropólogos están repensando ahora el concepto de líneas divisorias
en su totalidad. En particular me gusta un artículo de Ira Bashkow (2004) a este
respecto, quien al usar ideas neoBosianas sobre la difusión y las nociones
lingüísticas de las "isoglosas" (líneas imaginarias que separan lenguas y dialectos)
propone un sentido mucho más sutil con relación a las líneas divisorias como sitios
“diferenciadores” los cuales de ningún modo, por sí mismos, pueden ser
excluyentes o inclusivos (Bashkow 2004: 450). Las demarcaciones divisorias
entre las diversas culturas amazónicas existen – no he sugerido que no existan-
pero su presencia invita a la permeabilidad y cruce de fronteras, un proceso muy
parecido a los complejos emparejamientos/diferenciaciones linguísticas que
ocurren entre los dialectos de una lengua. Bashkow (2004:451), por ejemplo, dice
que “contrario a nuestro ingenuo punto de vista sobre los dialectos como entidades
discretas, las isoglosas con rasgos distintivos a menudo no coinciden; en cambio,
forman complicados patrones de entrecruzamientos y lazos, haciendo imposible el
establecimiento de líneas divisorias de demarcación entre dialectos”. Creo que este
es el caso de estos cuentos. Representan “patrones complejos” de
entrecruzamiento de mundos indígenas y mestizos colindantes.
El perspectivismo contenido en los cuentos refleja una teorización amazónica del
problema donde el intercambio y los “enlaces” son temas principales. A los que
cuentan historias les interesan menos las fronteras culturales que las barreras
físicas, pero en el mundo amazónico “todas las barreras han de ser cruzadas” para
tomar prestada la frase de Santos-Granero (2002). Este discurso me lleva a mi
último punto, el cual es que estas historias contienen principios e ideas
relacionados con nuestras propias vidas. Estas historias permiten a los lectores ver
otras culturas como partes de un mundo intercultural mucho más grande, pero
también los invitan a verse a sí mismos como parte de un gran mundo internatural.
La gente y la reproducción de los humanos están íntimamente conectadas con el
medio ambiente, algo que no se ve en el mundo de la realidad moderna, y refleja
una implícita y profunda humanidad común compartida por todos los seres vivos.
Son ideas perspicaces e importantes frente al mundo contemporáneo, donde las
barreras se han vuelto fijas y el mundo natural es meramente un objeto explotable
para el progreso económico más que para beneficio de la humanidad. La tendencia
contemporánea es hacia el empobrecimiento de nuestra conexión con los otros y
con nuestro mundo, una serie de relaciones que Marx describió como alienantes,
las cuales todavía se encuentran entre nosotros pero con diferentes formas
históricas (véase Gregory 1997). Creo que es un gran logro el que Galeano nos
haya mostrado la profunda sabiduría y complejidad del pensamiento de los
habitantes de la cuenca. Espero que este aporte del autor ayude a otros a apreciar
mejor la condición humana vista desde la perspectiva amazónica.

Michael Uzendoski
Primavera del 2007


Michael Uzendoski
Antropólogo Cultural, es profesor de The Florida State University

                                Referencias

Bashkow, Ira
2004 A Neo-Boasian Conception of Cultural Boundaries.
American Anthropologist Sep 2004, Vol. 106, No. 3: 443-458.
Gaonkar, Dilip Parameshwar, ed.
2001 Alternative Modernities. Durham, NC: Duke University Press.
Gregory, Christopher
      1997 The Savage Money: The Anthropology and Politics of Commodity
      Exchange. Amsterdam: Harwood Academic Publishers.
Santos-Granero, Fernando
      2002 Boundaries are Meant to be Crossed: The Magic and Politics of the
      Long-lasting Amazon/Andes Divide. Identities: Global Studies in Culture
      and Power. 9(4): 545 – 569.
Taussig, Michael
      1987 Shamanism, Colonialism, and the Wild Man: A Study in Terror and
      Healing. Chicago: University of Chicago Press.
Taussig, Michael
1993 Mimesis and Alterity. New York: Routlege.
Uzendoski, Michael
      2005 The Napo Runa of Amazonian Ecuador. Interpretations of Culture in
      the New Millennium series. University of Illinois Press.
      2004 Making Amazonia: Shape-Shifters, Giants, and Alternative
      Modernities. Latin American Research Review. 40(1): 223-236 (Book
      Review Essay)
Uzendoski, Michael, Hertica, Mark, and Calapucha, Edith.
2005 The Phenomenology of Perspectivism: Aesthetics, Sound, and Power,
      in Napo Runa. Women's Songs of Upper Amazonia. Current Anthropology
      46(4):656-662 (Peer Reviewed 2005)
Vilaça, Aparecida
      2002. Making Kin Out of Others in Amazonia. Journal of the Royal
      Anthropological Institute (N.S.) 8:347-365.
Viveiros de Castro, Eduardo.
      1998. Cosmological Deixis and Amerindian Perspectivism. Journal of the
      Royal Anthropological Institute 41, no 4 (1998): 469-488.




Sería imposible dar cuenta y agradecer aquí a todas las personas, en muchos
lugares de la cuenca amazónica, quienes generosamente me recibieron en sus casas
y me contaron las innumerables variantes de cada uno de los cuentos que aparecen
en este libro.

Sea esta versión de los cuentos mi homenaje a dichas personas y demás seres que
habitan el Amazonas.

jcg




                         a Noemí Eleanor
"...os botos saíam dos rios e apareciam como homens bem vestidos pra seduzir as
                                                                    mulheres..."


                                                Pescador amazónico, Río Içá, Brasil




             Moniya amena: el origen del río Amazonas


Sucedió que una vez en la selva comenzó a escasear la comida y la gente tenía
hambre. Un día, una muchacha que trataba de encontrar alguna fruta para llevarle
a sus familares, se topó con una lombriz. Se llevó un gran susto, pero al mirar de
nuevo la lombriz, ésta se convirtió en un joven que le dijo: "Moniya amena, vivo
muy solo cerca de aquí; si tú vienes todos los días a verme, podría regalarte muchas
frutas y comida para tu gente".
Ella se alegró con la propuesta pues también se sentía atraída por él. En adelante
regresó a su casa con yucas, copoasú, lulos grandes, uvillas y otras frutas.
En una ocasión, cuando el muchacho y Moniya amena se encontraban abrazados en
un nido de hojas, se apareció la madre enfurecida: "Traidora, te he estado buscando
por todas partes. Así era como quería agarrarlos", y les echó una ollada de agua
hirviendo. La muchacha se salvó tapándose con unas hojas de platanillo, él murió
dando gritos. Sin embargo, de su cuerpo comenzó a crecer un árbol tan grande que
llegaba hasta el cielo, y como les daba variedad de frutos lo llamaron el árbol de la
abundancia. Así volvió la tranquilidad.
Pero unos que venían a comer decidieron tumbar el árbol y llevarse todos los frutos.
Llegó una gran oscuridad, y los hijos de quienes lo derribaron a duras penas
sobrevivieron recordando los buenos tiempos de sus padres. Viéndolos así, los
espíritus de la selva dijeron: "Esta gente está sufriendo. Hagamos que el árbol
comience a pudrirse y que su tronco se convierta en el río más grande de la tierra con
peces y frutas para que ellos coman". Desde entonces nadie volvió a sentir hambre.
El río ha estado en la selva, alimentando a los animales y a los árboles, y también
a las nubes que beben de sus aguas. De las hojas que cayeron hacia el oriente, se
formaron muchos mares, y de sus ramas quisieron los espíritus amigos que nacieran
el río Putumayo, el río Caquetá, el río Madeira y otros que llevan sus aguas a este
río que llaman Amazonas.
La gente dice que ojalá a ninguno de los que viven ahora en la selva se le vaya a
ocurrir agarrarse toda la comida para él.




Moniya amena. Narrativas orales sobre un árbol gigantesco de la abundancia son comunes
en las cosmogonías indígenas de casi toda la Amazonía. El mito es amplio en el sentido de que
en otras partes de la cuenca el tronco se asocia con aspectos vitales tales como el pilar de la
maloca (gran vivienda comunal relacionada por los indígenas al vientre de la mujer); también
se le concibe como un árbol capaz de sostener múltiples mundos, incluído el cielo mismo, y de
la base de su tronco brotan manantiales, peces, etc. En la versión anterior, además de asociar
dicho árbol con el origen del río, se incorpora la preocupación ecológica de los pobladores en
el presente.
Huayramama
                                 a Francisco Montes

Los que conocieron a Don Emilio Shuña decían que él sí tuvo poderes muy grandes.
Sus abuelos curanderos le habían enseñado a usar las fuerzas de los ríos y de la tierra
mediante ayunos y bebidas de yacutoé y ayahuasca. Pero no era suficiente. Quería
controlar las fuerzas de arriba y se puso a tomar té del huayracaspi rojo, el árbol
madre de la Huayramama.
Después de pasarse nueve días ayunando y tomando su huayracaspi, una mañana
vino en el viento una boa grandísima. Tenía el rostro de una mujer vieja de cabellos
largos que se perdían en las nubes.
Ella se posó en el techo de su casa y le dijo: "Bueno, hombre, aquí estoy ¿qué es lo
que tú quieres de mí?"
Don Emilio le dijo: “Quiero mandar sobre el viento y la lluvia y cualquier cosa de
allá arriba”.
 “Te daré los poderes con la condición de que ayunes por cuarenta y cinco días
más”, dijo la Huayramama. “Pero cuídate de mis hijos, malos vientos que andan
por ahí haciéndole daño a la gente”.
Luego de ayunar lo convenido, con los poderes que le dio la Huayramama, Don
Emilio tuvo fuerza para dirigir el viento y las lluvias, y curaba a quienes venían
de lejos. Lo visitaban gentes a punto de morirse porque les había soplado un mal
viento, los que perdían sus cosechas, mujeres atormentadas por las borrascas, o
simplemente pescadores que no cogían nada porque los ríos estaban crecidos.
La prueba de poder más grande para Don Emilio ocurrió cuando los malos vientos
se ensañaron con uno de los pueblos. Soplaron tanto que las vaquitas, chanchos
y hasta unos niños volaron por el aire. Para ayudar a la comunidad, Don Emilio
tuvo que ayunar por varios días debajo de unas palmas de chonta y cantó los
icaros que la Huayramama le había enseñado. Sentado allí, sólo con las tomas de
té del huayracaspi y soplándoles humo de tabaco, aplacó a los hijos malos de la
Huayramama y los mandó a vivir bajo las raíces de los árboles.
Queriendo vengarse, los malos vientos estuvieron dándole vueltas a su casa para
matarlo. Don Emilio se defendió y los castigó llevándolos a unos árboles llenos de
hormigas. De vez en cuando, la Huayramama venía y le ponía su mano en la cabeza
para afinarle la fuerza. Tenía tanto poder que en la época de lluvias, los muchachos
iban a pedirle: "Don Emilio, no deje que nos llueva hoy. Queremos jugar fútbol esta
tarde".
Entonces él llamaba a su mujer y le decía: "Elena, tráeme los cigarros mapachos", y
se iba donde las palmas a soplar humo y a cantar las cosas que le había enseñado la
Huayramama.
Pero como todo se muda, y lo bueno no dura, un día Don Emilio amaneció muerto.
Unos le echaron la culpa a unos brujos envidiosos, enemigos suyos que vivían al
otro lado del río. Otros decían que era cosa de los malos vientos. Lo cierto es que
los del pueblo y de la selva lo lloraron. Tuvieron que esperarse varios días para
enterrarlo, porque Don Emilio les tenía pedido que lo pusieran bajo las raíces de un
huayracaspi rojo selva adentro.
"Quiero que me entierren allá, porque ese árbol es mi madre", había dicho.
Huayramama.Su nombre significa madre de los vientos. Los amazónicos cuentan historias sobre
serpientes sobrenaturales que enseñan y dan poder a los humanos. Otras serpientes capaces de
dar poder son la Sachamama (Boa constrictor) y la Yakumama (Eunectes murinus), dueñas de la
tierra y del agua respectivamente. Cuentos sobre los poderes de la Huayramama se escuchan en
el Perú amazónico, especialmente entre los pobladores de la zona del Ucayali.

                                   Pumayuyu

Cuentan que en Puerto Napo había un viejecita de más de ciento veinte años. Sus
nietas la querían mucho y nunca le faltaban con su media taza de Pumayuyu, la
plantica de hojas pequeñas que crecía en el patio de tierra. La viejita no veía casi
nada pero tenía una salud tan buena que a veces podía ayunar hasta una semana y la
gente se admiraba de verla con buen ánimo.
Un día, una de las nietas descubrió que la abuela estaba con una pierna herida. Se
alarmó y al preguntarle lo sucedido, ella dijo que por la noche se había cortado con
uno de los bancos de la mesa. Como era tan mayor, la muchacha le dijo que la
próxima vez le pidiera ayuda. Pasaron los días y la abuelita, aunque no comía, no
solo resultó curada, sino que se puso rozagante.
Entonces la nieta se dijo: “Voy a ver quién es el que viene a traerle comida por las
noches”.
Se quedó observando desde el patio a través de la ventana, y pudo ver cómo la
vieja se levantaba y se iba hasta la cocina con la agilidad de una adolescente. En la
oscuridad, sus ojos brillaban como los de un gato. La vio caminar hacia el fondo de
la casa y salir por la puerta de atrás.
Curiosa, la joven la siguió afuera y bajo la luz de la luna llena vio cómo las uñas
de la abuelita se le transformaban en garras y todo su cuerpo se convertía en un
tigre. Con forma de animal, se fue por el sendero cerca de los galpones evitando a
los nietos armados con escopetas, listos para dispararles a los tigres y zorros que
venían a robarse las gallinas.
Al día siguiente, ella les contó a los hermanos y a su madre. “¿Qué es lo que pasa
con la abuela?” preguntaron, y fueron a averiguarlo con un yachak muy sabedor.
Él, ayudándose con su poción de wanduc y otras plantas, les dijo que no se
preocuparan ni por ella ni por nada de lo que pudiera suceder, que si se moría,
sería de vieja. “Como sus padres le supieron dar su buen jugo de Pumayuyu desde
pequeña, nunca se va a enfermar y ese jugo la vuelve un tigre joven por las noches”,
agregó el sabedor. Al enterarse de que gracias al Pumayuyu la abuelita vivía bien y
se convertía en tigre, los familiares dejaron de preocuparse por su salud y los nietos
ya no montaron guardia en los galpones.
Con el tiempo, a la viejecita le vino la muerte del cielo.
La enterraron como cristiana y todas las semanas sus familiares iban a visitarla y
a llevarle flores. Hasta que un día, una de las nietas que había ido al cementerio
vio un hueco abierto en su tumba. “Era como si un animal hubiera escarbado
para comerse sus restos, o alguien hubiera querido robar sus huesos para hacer
hechicería”, dijeron el cura y los otros.
 Entonces sus familiares no se preocuparon más, porque el yachak les había dicho:
“con el Pumayuyu ella se vuelve un tigre y le gusta irse por el mundo”. Hicieron
una fiesta y celebraron que la abuelita anduviera por ahí comiendo la mejor carne
de monte.




Yachak: Palabra para nombrar al tipo de chamán más sabio en la zona del Napo en
el Amazonas ecuatoriano.

Pumayuyu. Variaciones de esta historia exaltando los poderes del Pumayuyu (Teliostachya
lanceolata) conocido también como toé negro, y de otras plantas medicinales, las cuentan
indígenas y mestizos de la zona de Tena en el Amazonas ecuatoriano. Al final, este cuento ilustra
la importancia de la caza de animales, una fuente de proteínas amenazada en el presente por la
deforestación y el desarrollo de la industria petrolera en el área.
Kanaima

En Lethen se hablaba de un muchacho aventurero llamado Paul. Un día que sus
padres no estaban en casa tocaron a la puerta unos que parecían sus vecinos para
invitarlo a pescar. Lo llevaron por un camino y mientras bebían de sus calabazas
sus caras se les volvieron como de monos, pequeñas y rojas. El más viejo lo agarró
con fuerza de la mano y le dijo: “Somos Kanaima y no vamos para ninguna pesca.
Vamos a una fiesta en el río donde habrá mucho cassiri (masato de yuca) para beber
y comer carne a la barbacoa hasta hartarnos. Anda con nosotros y nunca trates de
escapar. Si no haces lo que te digamos, te mataremos ahí mismo”.
 “No me mate señor. Yo haré lo que usted quiera”, imploró el muchacho.
“Muy bien”, dijo el jefe.
Llegaron cerca de un río donde vivían una gorda rubia y su marido en una casa que
trataban de proteger con oraciones contra los malos espíritus. Entonces los Kanaima
se pusieron a exprimir yuca para preparar su cassiri, curaron el fuego, y olieron y
mascaron una hoja que los convirtió en vecinos de la gorda. También se la dieron
al muchacho y lo mandaron a invitarla.
Él llamó a la puerta y le dijo que venía de parte de sus vecinos para convidarla a una
fiesta en la orilla. La mujer bajó al río y vio que no eran ellos. Eran Kanaima, gente
con cara de monos que, según su marido, aparecen en la época de lluvias, andan por
la selva de noche y se transforman en lo que quieran. La gorda quiso correr para su
casa, pero la mataron a garrotazos. Le cortaron el corazón en pedacitos, lo echaron
en sus bolsillos y dividieron el resto en buenas presas. Luego el muchacho les abrió
la puerta de la casa de la mujer para que llevaran adentro las partes que no comieron.
Las pusieron con sal en tinajas donde se guardaban las bebidas fermentadas.
Mientras bebían cassiri y adobaban con hierbas la carne de la mujer, se divertían y
sacaban de los bolsillos su pedacito de corazón para olerlo. Fascinados, le ofrecieron
al muchacho, pero él dijo: “No, no quiero. Señores, perdónenme, pero pensé que
ustedes me habían invitado de verdad a una carne a la barbacoa”.
Los Kanaima se rieron diciendo que si no le gustaba que se quedara afuera para
avisarles si venía el marido de la gorda. Luego los Kanaima escondieron las tinajas
con la carne debajo del piso y se convirtieron en hormigas.
Cuando llegó el marido, estaban por todas partes. “¿Qué hacen estas hormigas en mi
casa?” Nadie contestó. El hombre las barrió hacia afuera y se fue al río a buscar a
la mujer. Entonces los Kanaima entraron otra vez convertidos en moscas negras que
se alocaron con el olor de la carne y tragaron hasta quedarse dormidas, pegadas a las
paredes. Vino el padre de la mujer a recoger unas herramientas y antes de irse hizo
humo para sacar las moscas. De nuevo se cambiaron los Kanaima. Se convirtieron
en vacas, cerdos, patos, ovejas como los que tenían el hombre y la mujer. Fueron
hasta un árbol donde se había quedado dormido el muchacho e hicieron ruido para
despertarlo. Él les rogó que lo dejaran irse para su casa, pero el jefe de los Kanaima
salió de los gruñidos de un cerdo: “Levántate muchacho que nos vamos a otra
fiesta”.
Trató de correr y le cayeron encima.
Otra vez el jefe le dijo: “Te dijimos que éramos Kanaima, venimos de las montañas
a la selva y podemos convertirnos en cualquier clase de animal, planta o flor. Si
queremos comerte, te comemos”.
El muchacho les pidió llorando: “Por favor señores, no me coman. Ustedes ya
comieron su barbacoa. Déjenme ir a mi casa”.
Pero los Kanaima no lo dejaron. Lo llevaron por las selvas y sabanas donde iban
borrachos haciendo daño, y sólo al parar las lluvias lo soltaron. Así pudo regresar y
contarles a sus familiares cómo, cuando se emborrachaban con cassiri, los Kanaima
se ponían “locos de felicidad y muy grandiosos”, y cómo se daban a comer carne de
gente. Los padres se alegraron al verlo a salvo y él siguió yendo de cacería y pesca
con los amigos.
Al año siguiente, al comenzar la estación de las lluvias, un día que el muchacho
estaba solo, vio venir hacia su casa a unas gentes de caras rojas como de monos que
venían a convidarlo a una fiesta.




Kanaima. Las historias sobre ataques de Kanaima son muy conocidas entre la población
amazónica de la Guyana y Venezuela. Este relato y sus variantes obtenidos en Lethen, reflejan
la forma en que los colonizadores europeos juzgaron las costumbres indígenas de consumir
bebidas fermentadas derivadas de la yuca y otras plantas, así como el uso de bebidas
sicotrópicas. La acusación que asoció a los pueblos indígenas y a sus descendientes con el
canibalismo y la violencia fue utilizada como justificación para la imposición del orden colonial
y la evangelización en el Amazonas.



Caballococha

Hace muchos años Caballococha no tenía este nombre. Era un pueblo de mucho
movimiento al lado de una cocha (así les llaman a los lagos). Algunos de los
moradores consiguieron riquezas poniendo a trabajar duro a los indígenas y
negociando con caucho, maderas finas y pieles. Había fiestas, borrachos en las
calles, y la traición entre hombres y mujeres era moneda corriente.
Un día se apareció en el pueblo un viejito y les dijo: “Si no cambian su modo de
vivir, algo horrible les va a pasar”.
Nadie, salvo los que servían en las casas de los ricos y unos pescadores, le puso
atención al viejo. Las gentes se rieron de él.
No pasó mucho tiempo y cierta noche, en una de las fiestas que daba un maderero
rico, los sorprendió la aparición de dos caballos blancos relinchando en el patio
de la casa. Unos tuvieron miedo porque nadie sabía de caballos en esa parte del
Amazonas. Pero quienes festejaban, ya muy borrachos, no se acordaron de las
advertencias que les habían hecho. Ante la aparición, los domésticos que recordaban
las palabras del viejo salieron de la casa gritando para avisarle a la gente. Mas
cuando vieron cómo salían fieras del lago y sus aguas echaban espuma, prefirieron
correr y salvar a sus familias. En la madrugada, mientras muchos se divertían, el
lago se tragó al pueblo con las cantinas, los prostíbulos y las casas más bonitas que
guardaban baules llenos de oro y muchísima plata. Sólo los sirvientes que habían
visto a los caballos en el patio y unos pocos pescadores pudieron escaparse.
Pasaron varias semanas, y los criados y sus familias que se habían refugiado en los
ranchos de los pescadores empezaron a construir el pueblo nuevo. El lago y sus
fieras se tranquilizaron y comenzó a crecer gramalote en sus alrededores. Desde
entonces, muchos han tratado de encontrar el oro y la plata que el lago se tragó esa
noche.
Los turistas y los que viven en Caballococha cuentan que desde sus ventanas se ven
los caballos blancos pastando en la orilla antes del anochecer: "Si alguien trata de
acercárseles”, dicen, "corren y se desaparecen en el lago".




Caballococha. Esta historia que suelen contar los habitantes del pueblo Caballococha,
localizado en el Amazonas peruano cerca de la frontera con Colombia, alude a las riquezas
obtenidas por la extracción desmedida de los recursos de la selva y el trato inhumano hacia las
sociedades indígenas, e incorpora los motivos bíblicos de Sodoma y de Gomorra. La
inmoralidad y arrogancia de sus habitantes provoca el castigo a manos de los espíritus de la
naturaleza.


                             Matinta-Perera
                                a Guillermo Linero

Una pareja tenía un negocio donde se abastecían los recolectores de castañas y
madereros. Cierto día un hombre recién llegado al pueblo, que se ganaba la vida
tallando figuras de animales en madera, vino a la tienda con una coruja pichoncita.
Al verla uno de los niños de la pareja se encariñó tanto que la quería tener. El
hombre les dijo que no deseaba separarse del animal pues era regalo de unos
madereros amigos. Pero el niño insistió de tal modo que él se la dio con la
condición de que le permitieran visitar al pájaro.
Una de las criadas apenas vio llegar la coruja se santiguó. “Ese animal es un
Matinta-Perera”, les dijo a sus patrones, “ese pájaro deja que un brujo o alguien por
el estilo se meta en su cuerpo, y vuela por las noches para molestar y hacerle daño a
la gente”.
  “Essas são besteiras dos índios" dijo la dueña de la casa y llevó la coruja a vivir
junto a la jaula de los otros pájaros en el patio. Allí era feliz alimentada con sobras
de carne y comía pan con leche que le traía el tallador, quien laboraba en su taller
hasta la madrugada.
        Después, como lo temía la criada, los del pueblo comenzaron a escuchar
aletazos y unos silbidos agudos que no dejaban dormir e inquietaban a los
animales. El que fuera, se había transformado en pájaro, y volaba en la oscuridad
después de la medianoche para desaparecer antes de que las gentes le gritaran:
“Cumpadre venha tomar café amanhã bem cedo", las palabras para obligar al
pájaro a tornarse otra vez en la persona que venía a pedir café al otro día en la casa
del ofendido.
Sin embargo, cada vez que salían a conjurarlo, el Matinta-Perera ya había
desaparecido.
La criada vino donde el dueño de casa y le dijo: “Mire señor, si usted supiera, por
allá en el caserío donde vivíamos mi madre y yo en el río Tocantins, había una
coruja como ésta que se convertía en un Matinta-Perera todas las noches y era uno
de la misma comunidad”.
A lo que el hombre dijo: “Mira a ver si tú puedes averiguar alguna cosa y contarme
qué pasa ”.
Ella obedeció y al escuchar los silbidos del Matinta-Perera bien cerca, fue con una
linterna y alumbró al lado de la pajarera pero la coruja estaba. A la mañana siguiente
(mientras el pájaro tomaba leche con pan en la tacita), la criada fue a contarle al
patrón y a repetirle que la coruja era un Matinta-Perera.
El dueño de la tienda decidió atisbar él mismo y se quedó una noche afuera de
la casa escondido detrás de una seringueira. Pasada la medianoche, escuchó los
primeros silbidos saliendo de la casa del tallador y comenzó a gritar: “Cumpadre
venha tomar café amanhã bem cedo, Cumpadre venha tomar café amanhã bem
cedo”. Entonces regresó corriendo a su casa, alumbró el patio y, otra vez, la coruja
no estaba.
Al día siguiente, el que tallaba los animales en madera se presentó avergonzado en
la tienda a rogar que lo invitaran a una taza de café.
Coruja: En portugués, lechuza

Matinta Perera. La noción de que las personas y chamanes se pueden convertir en animales
sirve de premisa para este cuento. Otras versiones de este mito, escuchado en muchos pueblos
del Brasil amazónico, muestran al Matinta-Perera como una mujer vieja aficionada a mascar
tabaco, que vuela por las noches. En dichos casos, se devela su identidad gritándole que venga
por tabaco al día siguiente.

Chicua

a Susana Chávez-Silverman


Por el río Amacayacu, cerca de Puerto Nariño, un hombre y su mujer vivían de
cultivar su chacra. Tenían plantados caimitos, batata, plátanos, y mucha yuca que
sacaban para fabricar farinha y venderla a los compradores de las lanchas.
Un cierto día que el hombre iba a limpiar la chacra, comenzó a escuchar el canto
de la chicua. “Chic-chic-chicua”, cantaba el ave de plumas oscuras y ojitos rojos,
parada en una rama al borde del camino.
“Chic-chic-chicua”, anunciaba la chicua los males por venir, según decía la gente.
Pero el hombre no hacía caso y le molestaba el canto del avecita parecida a una
torcaza, saltando en los arbustos. Luego, como siguiera importunándolo en la
chacra, se puso a gritarle para que lo dejara en paz. Después de muchos regaños
e insultos, el pajarito cesó de cantar y él pudo trabajar tranquilo. Al atardecer, sin
embargo, cuando volvía a la casa, el animalito siguió importunándolo: “chic-chic-
chicua”. Enojado, insultó de nuevo al pájaro.
En la casa encontró a su mujer y todas las cosas con la apariencia de siempre.
Al otro día, de vuelta por el camino, volvió a escuchar al avecita que lo acompañaba
con su “chic- chic- chicua”. El hombre la regañó igual que el día anterior. “¡Deja
de cansarme ya y mejor vete a molestar a otra parte. No ves que tengo mucho que
hacer!”, le gritó al tiempo que la espantaba tirándole pedazos de barro y ramas
secas. Pero lo seguía por todos lados, ora esquivando los palos y greda seca que le
tiraba, ora saltando de una rama a otra, cada vez más cerca del hombre, cantando y
mirándolo con sus ojitos inquietos: “chic - chic - chic - chicua”.
Por eso el hombre se llenó de rabia y le gritó. “¿Qué diablos es lo que quieres? Si
eres gente, pues ven a decirme qué es lo que pasa, pero no me vengas a molestar
todo el día, que no vas a dejarme trabajar”. No hubo terminado de decir estas
palabras, cuando el ave se transformó en gente le respondió: “Pues si quieres, te
voy a hacer ver como en un espejo lo que está sucediendo en tu casa”; y le contó que
alguien conocido venía a verse con su mujer mientras él trabajaba. Luego, el que le
habló así se convirtió de nuevo en chicua y voló. Ofendido, el hombre abandonó lo
que estaba haciendo y se fue para su casa.
Mientras corría por el camino, los “chic- chic- chicua” eran cada vez más fuertes.
Al llegar a la casa, como le había dicho el ave, encontró a su mujer traicionándolo
con uno de los compradores de farinha. Viéndose humillado, los mató a hachazos
en el acto. La noticia se supo por todo el río; vino la policía y se lo llevó para
juzgarlo en Leticia. El caso no duró mucho pues el hombre había obrado con ira
intensa al verse ofendido.
Para honrarlo, la justicia y los hombres del río lo perdonaron y regresó a su casa.
No mucho después, un día que iba en el camino para su chacra, escuchó de nuevo
los cantos de la chicua: “chic-chic-chic”. Esta vez él no le dijo nada. Entonces el
avecita batió la cola y le saltó enfrente como el día de la infidelidad de la mujer:
“Mira hombre, no me vuelvas a insultar, no me vuelvas a regañar. Que si te va a
pasar algo malo, o te va a llover mucho y se te van a arruinar las matas de yuca, te
voy a avisar con mi canto. Que si el río te va a hacer una traición, te voy a decir
antes. Porque si una cosa grave te va a suceder, yo también me aflijo. Por eso, te
pido que nunca me vuelvas a insultar, nunca más me vuelvas a regañar”.




Chicua. La creencia en la chicua (Piaya cayana) como un ave agorera se extiende desde el
Alto Ucayali, el río Marañón y el Ecuador amazónico hasta la isla de Marajó situada en la boca
del río Amazonas en el Atlántico. Algunos chamanes dicen que el “chic-chic-chic” de la chicua
es positivo, mientras que su canto “chic-chic-chicua” es mala señal y también puede ser augurio
de muerte. En muchos lugares se piensa que es bueno darles de comer sesos de chicua y de
oropéndolas a los niños para desarrollar su inteligencia.


                        La ciudad de los delfines


Se cuenta de un pescador que llevaba en el río ya desde la madrugada sin poder
sacar ni siquiera un sardinha. Tenía tanta rabia que apenas vio un delfín rosado
jugando al lado de la canoa lo arponeó para desquitarse de su suerte.
El delfín soltó un grito de dolor y quebrando el arpón logró escaparse.
El hombre remó a su caserío y esa tarde se puso a reparar sus redes. Hacía eso
cuando llegó una lancha voladora de Santo Antônio do Içá con dos policías a
llevárselo por orden del juez.
"¿Por qué?”, preguntó el hombre, “ si no he hecho nada malo".
Su mujer y los niños rogaron a los policías: “Por favor no se lo lleven”, y lloraban
porque sin el padre lo iban a pasar muy mal.
Los policías dijeron que sólo cumplían órdenes.
El pescador se resignó y le pidió a la mujer que pusiera en su mochila de coqueiro
tabaco y pescado seco. En el río notó que la lancha iba por partes desconocidas. No
viajaban para Santo Antônio do Içá como le habían dicho. Comenzó a preocuparse y
se dio cuenta que los policías en vez de llevar garrotes al cinto, cargaban los mismos
pescados largos y brillantes que solía usar de carnada. Pensaba tirarse al agua pero
la lancha se metió a toda velocidad hasta el fondo del río. No solamente atravesaron
por una malla como un mosquitero sin romperla, sino que a él no se le había mojado
ni un pelo.
Llegaron a una ciudad como las que se ven en las películas.
En el asiento del río las luces de los carros y de los almacenes alumbraban la noche
del agua. En los parques había parejas de delfines jugando con sus hijos en las
fuentes iluminadas. Una vez que estuvieron en el centro de la ciudad, los policías
entraron a un restaurante. Pidieron pescado crudo y lo invitaron a comer. Se quitaron
los sombreros y el pescador advirtió que cada vez se parecían más a los delfines
del río. Lucían como hombres pero respiraban por unos agujeros en la cabeza. Al
salir del restaurante, estaba oscuro y el hombre pudo ver a través del agua algunas
estrellas y las luces de una lancha de pasajeros que surcaba para Leticia.
Lo llevaron a un hospital donde muchos doctores lo miraban como si ya lo
conocieran. Allí, el delfín que él había arponeado se quejaba y maldecía. Entonces le
dijeron que tenía que curarlo, o por lo menos decirles de qué metal era su arpón. "Si
él se muere", le dijeron, "usted se quedará en la cárcel. Porque los delfines somos
gente, aunque ustedes los hombres no lo crean". El pescador se asustó y sufría al
pensar en sus familiares. A esa hora estarían preocupados preguntando por él en el
pueblo o buscándolo en las vueltas y palizadas del Amazonas, creyendo que se había
ahogado.

Entonces se acordó que a los delfines no les gusta el humo de tabaco y aprovechó
que los policías lo habían dejado solo para encender uno de sus tabacos. Cuando los
delfines olieron el humo, hubo revuelo en el hospital y los médicos le gritaron a los
policías que se lo llevaran: "Por favor, saquen ese gorila inmediatamente de aquí.
Nos va a matar a todos con su humo".
Lo montaron en una lancha y salieron de la ciudad. Subieron a la superficie del río
y los delfines policías lo soltaron en una de las islas. Allí estuvo tirado hasta que lo
recogió la gente de un bote que subía desde Tefé.
La familia y los amigos celebraron verlo a salvo.
Después, cuando iba por los bares de Santo Antônio do Içá, el hombre se alegraba
de su suerte y repetía en su borrachera: "Os botos são como a gente, Os botos são
como a gente, Os botos são como a gente", y la gente se burlaba de él.




Botos: En portugués, delfines.

La ciudad de los delfines. Este cuento en boca de gentes del mercado y pescadores de Santo
Antônio do Içá, es uno de tantos sobre agresiones de los humanos contra los delfines rosados y
la venganza de éstos. Aunque en la cosmovisión de los indígenas se respeta a los delfines, aquí
la rabia del pescador hacia el delfín pudo deberse a que dichos cetáceos destrozan las redes
para robar los peces. La narración enseña la humanidad de los delfines, quienes sienten y se
quejan como si fueran personas. Además, subraya el uso ritualístico del tabaco para alejar el
mal, una práctica común en la Amazonía.


     Mapinguari
a Guy Davenport, in memoriam

En el Amazonas, por los lados de Tefé, había un hombre que le gustaba ir a cazar
casi todos los días del año. Un domingo le dijo a su mujer: “Me voy para un sitio
donde hay buena cacería”.
“Sería mejor que esperaras hasta mañana”, le aconsejó ella. “No está bien ir a cazar
los domingos”.
"No domingo também se come", le respondió él mientras cogía su escopeta y se iba.
Camino al monte, se detuvo en la casa de su vecino para convidarlo. Éste no quería
ir y también le dijo: “No es bueno cazar los domingos”.
El hombre lo convenció diciéndole: "No domingo também se come".
Los dos hombres cruzaron un río pequeño y caminaron varias horas sin encontrar
nada. Era como si los animales hubieran desaparecido. Casi al atardecer escucharon
unos gritos, seguidos de mucho ruido y unos pasos. Pensaron que era un gigante,
pero resultó ser un animal. Parecía un mono inmenso de pelo negro y tenía una
coraza como de tortuga y un ojo grande y verde en medio de la frente.
El cazador se puso a dispararle, pero las balas no le podían atravesar la coraza.
El animal se les echó encima y agarró al cazador con una de sus manazas tirándolo
contra el suelo. Horrorizado, el compañero se trepó a uno de los árboles y desde
allí vio cómo lo despedazaba. Mordiendo los brazos del cazador, el animal decía:
"No domingo também se come", después, una pierna: "No domingo também se
come".
Al ver cómo la bestia se comía al cazador y se iba bostezando, el amigo se volvió
rápidamente para el caserío. Cuando contó lo ocurrido, algunos trataron de adivinar
la clase de animal que se había comido al hombre. "Si tiene los pies tan grandes
como un pilón y un sólo ojo en la frente, tiene que ser el Mapinguari”, dijo un
primo del muerto.
"Seguramente no se lo comió a usted, Don Luiz, porque no llevaba escopeta",
agregaron otros. Uno muy sabedor les dijo que el hombre habría podido salvar su
vida si le hubiera disparado al ombligo, "pues ahí es donde en realidad el animal
tiene su corazón". Los del pueblo se llenaron de rabia y organizaron una partida para
ir a matarlo.
No tuvieron que buscar mucho pues el Mapinguari había vuelto por los huesos del
cazador.
Cuando los vio, la bestia quiso comérselos. Los hombres le dispararon, pero no
al pecho como lo hiciera el cazador, sino al ombligo para darle en el corazón. El
Mapinguari salió corriendo y desapareció entre los árboles dando gritos de rabia.
Entonces los amigos del cazador recogieron en un costal los huesos y las partes que
el animal no se había comido y los trajeron al pueblo. Su mujer puso los restos en
un ataúd pequeñito y, después que ella y sus hijos lo habían llorado por dos noches,
lo llevaron al cementerio. "¡Ay!, si mi marido me hubiera escuchado lo que yo le
decía", lloraba la mujer.
A los pocos días, cogió a sus hijos y se fue a vivir a Manaus donde tenía familia.




"No domingo também se come” : En portugués, “el domingo también se come”.

Mapinguari. El Mapinguari (también llamado Capé-lobo en las regiones de Pará y Maranhão,
Brasil) es un ser sobrenatural aterrador con características físicas similares a los cíclopes de la
mitología griega. Los relatos sobre este monstruo, considerado protector de los animales en el
Amazonas brasileño, también revelan la influencia cristiana al destacar el motivo del domingo
como un día de descanso. En otras variantes de esta narrativa, el Mapinguari es representado
como un ser de olor insoportable, con los pies al revés como el Curupira, y una boca inmensa
situada en el estómago.

     El cazador y el Curupira
Por los lados del río Içá vivía un cazador muy de buenas. Un día que regresaba de
cacería con un mutum y dos monos, se detuvo al pie de un árbol para descansar.
Durmió hasta al atardecer cuando lo despertaron los ruidos de alguien que golpeaba
en los árboles. Se trataba del Curupira por la cara peluda y uno de los pies volteados
hacia atrás; era el dueño de los animales. El hombre se quedó quieto y el Curupira
vino a sentarse a su lado.
A las pocas horas, sin embargo, le dijo: “Dame un pedazo de tu brazo para comer”.
El cazador, que hasta ese momento había creído que el Curupira venía en plan
amistoso, pensó: "No puedo dejar que éste me coma así nomás". Le cortó el brazo a
uno de los monos que había matado y se lo dio.
El Curupira se lo tragó y siguió sin moverse de su lado. Más tarde el Curupira le
dijo: “Dame tu corazón”.
El cazador rajó el pecho del mono muerto, le sacó el corazón y se lo entregó.
El Curupira comió con gusto y le dijo: "Hombre, te pedí tu corazón y me diste el
corazón del mono. Préstame el cuchillo para que pueda sacártelo de las costillas".
El hombre hizo como si fuera a darle el cuchillo y cuando el Curupira fue a cogerlo,
se lo hundió en el pecho.
Al amanecer el cazador descubrió que el cuerpo del Curupira se había convertido en
un tronco.
 Regresó a su casa y le dijo a su mujer que fueran hasta el tronco para averiguar
lo que pasaba. Al verlo, se dieron cuenta que se había puesto tan duro como una
piedra. Trataron de cargarlo pero pesaba demasiado. Entonces el hombre le dijo a
su mujer que lo abrieran para averiguar qué tenía por dentro. Como el machete no
podía cortarlo, la mujer fue a traer la mejor hacha que tenían.
El cazador golpeó con tanta fuerza que le saltaron chispas.
Después de darle al tronco por un buen rato, el Curupira salió a decirle: "Pues
te lo agradezco mucho hombre, que si no me hubieras golpeado, no me habría
despertado".




El cazador y el Curupira. Aunque en su papel de guardián de la selva el Curupira actúa
como un ser inflexible castigando a los que abusan de la naturaleza, hay muchos relatos en que
se aparece como un espíritu juguetón que le gasta bromas a la gente. Se dice que este espíritu
defensor, cuya fisonomía varía de una región a otra, tiene la costumbre de golpear la base del
tronco de las samaumeiras (Ceiba pentandra) y de otros árboles grandes para atraer la lluvia, y
es causante de cualquier ruido misterioso en la selva.
Yanapuma

Los antiguos contaban la historia sobre un mitayero que trabajaba cazándoles
sajinos, sachavacas, monos y otros animales a unos madereros por los lados del
río Pachitea. Un día que iba con el cocinero buscando comida vieron un animal de
color blanco como el ganado. "Mira esa novilla, ¿qué hace por estos lados?" dijo el
cocinero.
"Pues no es una novilla, eso es un Yanapuma, un tigre del demonio", respondió el
cazador. "Lo mejor es que regresemos al campamento y les digamos a todos para
que nos vayamos a otro sitio".
El cocinero se burló de él y le dijo que esos eran embustes de la gente de las tribus.
Volvieron al campamento y el mitayero contó lo que habían visto. Los madereros
tampoco le creyeron. Él les explicó: "Este tigre blanco es inofensivo en el día, pero
de noche se vuelve un matón negro y ataca a las personas. El diablo se adueña de su
cuerpo y no le entran ni las balas. La única manera de matarlo es con una lanza".
Otra vez los madereros se burlaron: "Pues ya veremos qué clase de mal nos va
a hacer cuando se encuentre con nuestras balas", dijo uno. "No vamos a salirle
corriendo a todos estos cedros y caobas que nos hemos encontrado, por esos
cuentos que nos estás echando", agregó otro.
Al día siguiente el mitayero se fue solo hacia una colpa para conseguir carne. Pudo
cazar una maquisapa, y al atardecer regresó feliz con su presa al campamento Al
llegar, encontró los cuerpos de sus amigos desperdigados por el suelo. Al lado de
ellos estaban los rifles que habían sido disparados. Miró los muertos y se dio cuenta
de que estaban casi intactos, salvo por unas pequeñas heridas en el cuello. "Esto lo
ha hecho el Yanapuma", pensó. Las marcas eran los huequitos de los colmillos de
la bestia para chuparles la sangre.
Primero el mitayero se sintió abrumado y con dolor por la muerte de sus amigos,
pero después sintió una rabia inmensa. Pensó que el Yanapuma debía andar cerca
y se subió a un árbol a esperarlo con una lanza afilada. Avanzada la noche, escuchó
los rugidos del animal. El Yanapuma apenas lo olió, quiso treparse en el árbol. El
mitayero tuvo miedo, pero sacando valor logró atravesarlo con su lanza.
La bestia dio un rugido muy fuerte y cayó debajo del árbol.
Él pensó: "Ahora la Yanapuma vendrá a buscar al macho. Mejor aguardar". Pasó
un rato y la bestia apareció. Vio a su compañero muerto y se puso tan furiosa que
trató de subir al árbol para vengarse. Pero el hombre estaba bien apostado y logró
matarla. Después de ver morir la Yanapuma, bajó del árbol y siguió triste por
lo sucedido a sus amigos. Quiso esperar hasta el amanecer para sepultarlos, pero
prefirió avisarles a los familiares en otros campamentos. Como trabajaban a más de
un día de allí, se puso en camino.
A medianoche, mientras corría en la oscuridad, el mitayero escuchaba las voces de
los muertos que le decían: "Amigo, amigo, perdónanos por habernos burlado de
tus consejos. Perdónanos y cuéntale a todo el mundo lo que nos ha pasado aquí a
nosotros".




Mitayero: Cazador de profesión. También recibe el nombre de montaraz.

Yanapuma. Otras versiones sobre este jaguar negro lo representan como un espíritu que
habita en el agua y es capaz de hipnotizar a sus víctimas. Según algunos amazónicos, la
existencia de estos animales en un área de la selva debe consultarse primero con los chamanes
quienes ingieren plantas sagradas como el ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y el toé
(Brugmansia suaveolens ). Éstas les permiten ver el futuro y posibilitan la consulta con los
espíritus dueños del lugar.




Los espíritus de las piedras

Un chacarero que vivía en el río Madre de Dios le dijo a sus padres: “Yo no quiero
trabajar más la tierra. Me voy a aprender el arte de la brujería”. El padre no quería,
pero le dio la bendición y le deseó buena suerte.
Él se fue por el río en busca de un maestro. Por fin, en Cobija encontró a uno que
hacía curaciones soplando unas piedras que llevaba en una bolsita negra. Allí vivían
unos espíritus que daban el poder de curar y ayudaban en el amor y los negocios.
El hombre estuvo con el brujo y cuando aprendió su arte, se puso a trabajar con las
piedras por su cuenta.
A cambio de servirle, los espíritus dueños de las piedras le pedían que las guardara
del sol en la bolsita de tela negra, de lo contrario (le advirtieron en sus sueños),
lo matarían. También le exigían que en las tormentas las pusiera sobre la piedra
grande del patio. Con ese arreglo todo le resultaba, y él vivía bien de su brujería.
Pero después, muchas veces ocurría que el hombre no conseguía ayudar en todos
los casos, ni aliviar a los enfermos de gravedad mortal.
Buscó a su maestro pero no lo encontró.
Entonces los espíritus le adivinaron sus deseos y aparecieron en la bolsa otras
piedras que tenían la virtud de curar a los enfermos graves, y hasta de matar, según
le dijeron: “Nosotros queremos quedarnos contigo. Te vamos a dar poder sobre la
vida y la muerte, pero nos vas a obedecer”. Él dijo que sí, y en adelante pudo salvar
a sus pacientes a punto de morir y favorecer a la gente en sus negocios. Su fama se
regó por tantos lugares que a su consultorio en el Madre de Dios venían gentes del
Pando y hasta de Brasil mismo. Se llenaba con ganancias y bienes, y lo único que
debía hacer con las piedras era protegerlas del sol y cumplirle a los espíritus cuando
venían tormentas y relámpagos.
Su padre que se alegraba de su prosperidad era alguien que creía en Dios.
Sospechaba de su magia y le decía: “Cuidado hijo, no vaya y sea que con esas
piedras estés trabajando con cosas malas”.
Pero él evitaba hablar del asunto diciendo: “Ahora soy rico y puedo hacer lo que se
me venga en gana”.
Los espíritus quisieron cobrarle y le exigieron que debía complacerlos matando a
unos de la barraca; “Si no lo haces”, le dijeron, “vamos a dejar de ayudarte y no
respondemos por tu vida”.
Al principio no quería obedecer; pero no se arriesgaba a perder la ayuda de los
espíritus ni su vida. Formó con arcilla los cuerpos pequeñitos solamente de los que
eran sus enemigos y luego, con el poder que le daban los espíritus, los destruía.
Creyó complacer a los espíritus de las piedras y no fue así. Vinieron en sus sueños
a exigirle que debía aumentar el número de muertos.
Él no quiso obedecer y les dijo: “No puedo seguir matando a la gente así porque sí”.
Entonces los espíritus de las piedras hicieron que lo atropellara una moto-taxi.
Estuvo un mes a punto de morirse; y para seguir vivo, tuvo que seguir las órdenes, y
seguir matando. En esos días, sin embargo, las gentes empezaron a sospechar de su
brujería y a echarle la culpa de las muertes. El cura había puesto a los vecinos en su
contra y casi lo queman con casa y todo. El hombre se sintió acorralado y fue donde
su padre a confesarle. “Los espíritus de esas piedras vienen por las noches y me
despiertan para pedirme que mate a la gente”. Le contó cómo él tenía que fabricar
los cuerpos y darles en el corazón con un chuzo. “Porque si no lo hago, padre, los
dueños de las piedras vienen y me matan a mí. A veces me obligan a matar hasta
cuatro personas por mes. ¿Qué voy a hacer?”
El padre le dijo: “Pues ése es el demonio quien manda a los espíritus para hacer
el mal. Tal es su trabajo en el mundo. Pero yo me acuerdo de alguien que sabe
de magia y esas cosas”. Fue hasta donde uno que sabía algo de magia negra. Éste
les aconsejó sacar las piedras del saquito de tela y ponerlas bajo las raíces de un
almendrillo, donde no les diera la luz. Así se quedarían tranquilas.
Lo hicieron de ese modo, y un día cuando el hombre y su padre iban por el lugar
donde habían dejado las piedras, vieron el árbol muerto con el tronco chamuscado
como si le hubieran caído todos los rayos. El padre le dijo: “¿Te das cuenta hijo
que yo tenía razón? Mira cómo esas cosas malas le pagaron al almendrillo. ¡Lo
acabaron, al que les sirvió bien!”.




Los espíritus de las piedras. Forma parte de los relatos de quienes acarrean mercancías en
carretillas de madera en las calles y de los vendedores en los mercados al aire libre en
Riberalta, Bolivia. Las acciones destinadas a causar daño a las personas revelan el uso negativo
de la llamada magia simpatética por algunos chamanes amazónicos. Dicha práctica que se
remonta a la antiguedad en culturas tradicionales de casi todo el mundo, se funda en la
creencia de que las acciones contra los objetos-representaciones de una persona producen el
mismo efecto sobre ésta así se encuentre lejos.

                             Yara

Una mujer que vivía con la familia del marido le dijo a su suegra: “Cuida a mis hijos
mientras voy a la chacra a traer algo para el almuerzo”. La madre de su marido le
dijo que sí y se puso a contarles historias.
La mujer estuvo un buen rato en la chacra. A su regreso no solamente traía las piñas
y palmitos que había ido a buscar, sino también unos pescados. Cuando la suegra
le preguntó de dónde había sacado esos pintadillos, pacus y otros pescados tan
buenos, ella le dijo: “Me encontré por ahí con unos pescadores y me los regalaron”.
Después la mujer fue donde estaban los niños jugando y dijo: “¿Son éstos mis
hijitos?”
A lo que la vieja respondió: “Mujer, yo cuido muy bien a tus hijos y no te los he
cambiado por nadie”.
Ella se rió y se fue para la cocina a hacer el almuerzo antes de que el marido
regresara de trabajar.
Mientras comían él le dijo: “Mujer, ¿dónde conseguiste este pescado tan rico que
nunca antes habíamos probado aquí en casa?”
“Pues ése es mi regalo especial para que comas”, respondió ella. Agregó que se lo
habían dado unos pescadores de por ahí. El hombre se sintió muy afortunado de
tener una mujer buena para la cocina y vecinos tan generosos.
Por la tarde la suegra convidó a la mujer al río a lavar ropa y a divertirse con los
niños. Pero la mujer le respondió que no quería ir porque ella ya había pasado
muchísimo tiempo en el agua. Al escuchar a su nuera, la vieja pensó: “pues también
yo me la paso en el río mucho tiempo lavando ropa y pescando y no me quejo; esta
mujer de mi hijo hoy no se parece en nada a ella misma”. Sin embargo, prefirió no
decirlo para evitarse más problemas y se pasó toda la tarde en el río lavando ropa
y cuidando de que sus nietos no se alejaran de la orilla. Muy preocupada por el
comportamiento de su nuera, esa noche le dijo a su hijo que la vigilara.
Cuando se fueron a dormir, el marido se quedó despierto y notó cómo después la
mujer salía con mucho cuidado de la cama y se iba de la casa. Tuvo muchísima
rabia pues estaba casi seguro de que su mujer lo estaba engañando con algún
pescador y la siguió hasta el río. Mas al llegar a la orilla, en lugar de verla
encontrarse con otro hombre, vio cómo se adentraba poco a poco en el agua. Se dio
cuenta que al nadar los pies se le transformaban en una cola larga como de un pez.
No era su mujer sino una Yara, el animal mitad mujer y mitad pez que a veces se
enamora de los hombres que viven cerca del río.
Él se asustó tanto que fue a despertar a sus amigos y vecinos.
Al saber que no era su mujer, sino una Yara, los hombres acordaron ir con sus
machetes, arpones y escopetas a buscarla. Con la luz de la luna, pudieron dar con
ella, que todavía llevaba ropas de mujer, y matarla. Luego, la madre le dijo: “ahora
ya sabes que tu verdadera mujer está muerta; y este animal que quería irse a vivir
contigo de seguro que fue y te la mató ayer en la chacra”.
El hombre quería mucho a su mujer, y se fue corriendo con los vecinos hasta la
chacra sin creerle a su madre. Cuando llegaron al lugar, encontraron el cuerpo
desnudo y sin vida de la mujer, a quien la Yara le había robado la ropa.




Yara. Los madereros que compran bastimentos para largas temporadas de trabajo en la selva y
pescadores en en los ríos Amazonas y Yavari, cerca de la frontera de Brasil y Colombia, cuentan
historias sobre mujeres hermosas que viven bajo el agua (casi como las sirenas del mundo clásico
que tentaron a Odiseo) y salen a las orillas de los ríos en busca de un compañero. Aunque en
la mayoría de las historias sobre Yaras se les representa con forma de mujer, en la presente
descripción de la Yara ésta al final toma la forma de una sirena, o Mãe-d'água, similar a las
mujeres-peces presentes en diversas tradiciones orales indígenas.


Chullachaki
Por el río Nanay vivía un shiringuero que trabajaba de sol a sol pero los árboles de
caucho casi no le daban leche. Una mañana, mientras faenaba, vio a un hombrecito
barrigón con un pie más pequeño que el otro. Era el Chullachaki, el dueño de los
animales y amigo de los árboles. Se acercó y le dijo: “¿Cómo te va hoy hombre?”
“No muy bien”, le contestó el shiringuero. “Tengo muchas deudas”.
“Pues si quieres tener más suerte con los árboles de caucho, te voy a dar una virtud”.
"Sí, por favor, ayúdeme”, le rogó el hombre.
El Chullachaki le dijo que primero debía hacerle un favor y después pasar una
prueba. “Dame uno de tus tabacos y después de que lo haya fumado y me duerma,
me das patadas y puños hasta que me despierte”.
El hombre le dijo que sí. El otro se quedó dormido y recibió los golpes acordados.
Al despertarse, el Chullachaki le agradeció y dijo: "Bueno hombre, ahora
pongámonos a pelear. Si me tumbas tres veces, haré que los árboles de shiringa te
den más caucho para pagar tus deudas. Pero si ocurre que logro tumbarte, te morirás
cuando llegues a casa.
El hombre se dijo: "Éste es un chiquitín que ni siquiera puede andar bien con ese pie
tan pequeñito; si le gano, podré pagar mis deudas". Pelearon y el hombre fue capaz
de ganarle tres veces dándole un pisotón en el pie más pequeño donde guardaba la
fuerza.
“Ahora los árboles te van a dar más caucho; pero no vayas a ser tan avariento y
sacarle tanta leche a los troncos que los hagas llorar; y si le cuentas a alguien, te
mueres”, le advirtió. Luego le dijo cuáles árboles le rendían más.
El shiringuero consiguió la leche de los árboles, y se dio cuenta que el Chuchallaki
era un dueño bueno; lo veía en el shiringal curando a los animales o haciéndoles
a los árboles trenzas con los bejucos. Con el tiempo, el hombre pagó las deudas
al dueño de los shiringales, y les compró ropa y zapatos a sus hijos: “Para que no
anden por ahí como la gente de las tribus”, dijo.
Ocurrió, sin embargo, que el dueño de los shiringales, un hombre malo (quien
había esclavizado y matado a muchos indígenas), se enteró de la buena suerte
del trabajador. Madrugó y atisbó al shiringuero para ver cuáles eran los árboles
mejores, y después vino, no con tichelas, los recipientes pequeños usados por los
shiringueros, sino con baldes grandes para llenarlos. Terminó haciéndoles tales
cortes a los árboles que los últimos recipientes no contenían leche sino agua.
Pasó el tiempo y el hombre favorecido cogía justamente lo que le había dicho el
Chullachaki, mientras que el otro sacaba con desmesura.
Un cierto día, cuando el avariento aguardaba escondido entre los árboles, el
Chullachaki vino a decirles: “Aquí se acabó la virtud”. “A ti te perdono”, le dijo al
shiringuero, “pero vete y no vuelvas más”. Luego se dirigió al dueño: “Tú no tienes
compasión, ¿no te diste cuenta que los últimos baldes que sacabas no tenían leche
del caucho sino lágrimas de los árboles”?
Esa misma tarde el dueño del shiringal se puso muy enfermo con dolores de cabeza
y muchas fiebres. Tuvieron que bajarlo en canoa hasta un puesto de salud en el río,
pero ningún médico le pudo decir cuál era su dolencia.
Los sabedores tampoco pudieron curarlo y murió.
El shiringuero afortunado, un tal Flores, que todavía vive, dejó los shiringales y se
fue lejos, para Pebas, donde construyó una casa de ladrillo.




Shiringuero: Uno de los nombres dados en el Amazonas peruano al que trabaja en
la explotación de cualquiera de las especies de árboles productores del látex usado
para fabricar el caucho.

Chullachaki. El Chullachaki, conocido en el Amazonas peruano como dueño de plantas y de
animales (similar en este sentido al Curupira, a la Mãe de Seringa y a muchos otros espíritus
guardianes en la cuenca amazónica), ejerce su función de defensor de los árboles de caucho
frente a la codicia y explotación desmedida. En este relato que se escuchó de gentes de Pebas
en el río Amazonas, el intercambio inicial de regalos y favores entre el cauchero y el
Chullachaki refleja la reciprocidad, un modo de relacionarse practicado en las culturas
nativas del Amazonas.

  Amasanga Warmi

Una noche, en uno de los pueblos del Río Pastaza, hubo mucha lluvia y truenos.
Con el agua, cayeron monos, sajinos, pavas, tortugas, palomas y otros animales que
anduvieron por las calles. La gente los siguió hasta la selva donde desaparecieron
bajo unos árboles de Ila. Para sacarlos, les echaron canastadas de ají molido y en su
lugar salieron cientos de diablillos como perros que ellos llaman Juri-Juris.
De entre los Juri-Juris salió una niña con la piel blanca y cabellos muy negros. Los
hombres se maravillaron, y cuando uno quiso tocarle su pelo, ella le rogó que no lo
hiciera.
Le preguntaron por su nombre y les dijo que se llamaba Amasanga Warmi, que
quiere decir mujer de la selva.
Como la pensaron gente, la llevaron al pueblo y se la entregaron al cura párroco
para que la hiciera cristiana. Allí una familia ayudó a criarla y al hacerse casadera
los padres adoptivos dijeron: “Se la daremos al primero que nos traiga diez pavas
y diez monos para saber que es responsable”. Aparecieron tres hombres a pedir su
mano, y sólo uno de ellos fue capaz de traer las diez pavas y los diez monos para
probar que podía mantenerla junto con los hijos por venir.
Llegó el casamiento y enseguida se fueron para la chacra del hombre. En el
camino, la mujer le prometió ser fiel y buena esposa. Lo único que le pedía era que
nunca le fuera a tocar la cabeza ni acariciarle sus cabellos y él dijo que no lo haría.
Pasó el tiempo y él se dio cuenta de que la mujer no tenía igual para el trabajo de la
tierra, le traía las mejores frutas y los palmitos, y cuidaba bien de la casa. También,
en la época de lluvias, como es costumbre entre las gentes del Pastaza, le sacaba los
piojos al marido mientras esperaban los días de sol. Sin embargo, cuando él quería
sacarle los piojos, la mujer le recordaba la promesa de no tocar su pelo.
Aunque vivían bien, él decía: “¿Por qué me niega a mí tocarla?”
Un día como creyó que era su derecho no aguantó la curiosidad de conocer lo que
tenía la mujer en sus cabellos, y decidió averiguarlo. Temprano, antes de que ella
se fuera a traer yuca de la chacra, él le dijo: “Mujer, me voy de cacería, regreso
más tarde”, y se fue adelante. Cuando la mujer sacó las yucas, cortó los palmitos
y se disponía regresar a la casa, el hombre, que se había escondido cerca, le saltó
por la espalda. La agarró, le desarregló los cabellos por detrás y descubrió su otra
cara parecida a los diablos Juri-Juris. Entonces ella lo miró con tristeza y le dijo:
“¿Por qué me has avergonzado mirándome la cara que no la tengo para este mundo
sino para vivir debajo de los árboles de Ila? Tú eres mi marido y nunca he hecho
nada para dañarte; te he trabajado la chacra, traído las frutas y preparado buena
chicha para la casa”. Luego ella, que había dicho ser Amasanga Warmi, se dio
vuelta para mirarlo con su cara de Juri-Juri, riéndose estruendosamente y
mostrándole sus dientes afilados. Con las garras que le salieron, la mujer le abrió la
cabeza al hombre y le sacó los sesos que era lo que más le gustaba. Después se
comió su corazón y regresó a vivir bajo los árboles de Ila.




Amasanga Warmi. Descendientes de indígenas Shuar, quienes viven en el pueblo de Tena, en
Ecuador y han adoptado creencias cristianas, cuentan diversas versiones de esta historia. Se
nota en sus relatos la influencia clara de los mitos aborígenes con criaturas feroces capaces de
convertise en humanos y también se revela el rechazo del espíritu frente a la posibilidad de
sometimiento y de que se revele su misterio.



Dañero

En las cercanías de San Fernando de Atabapo una muchacha tenía dos
pretendientes: uno que trabajaba duro en el conuco y en la recogida de la castaña, y
el otro muy perezoso. Como los padres de la muchacha no querían al holgazán, lo
alejaron diciendo que él ni siquiera les traía frutas o comida del conuco.
Al poco tiempo, en la casa de la muchacha y el vecindario, escucharon unos silbidos
que hacía un dañero con su huesito de rana, "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí
Chupirííí Jííí", para anunciar que iba a hacerle mal a alguien. Desde las seis de
la tarde la gente tenía que trancar las puertas y los perros regresaban chillando,
asustados por el olor a manteca de tigre del dañero.
El padre de la muchacha, que sospechaba del pretendiente flojo, hizo averiguaciones
y supo que el muchacho venía de una familia de dañeros. Eran los mismos que usan
el saber de los indios para perjudicar a la gente con venenos y pócimas de curare,
o, como decían los antiguos: “Antes de hacer el mal, ellos se pintan por las noches
de negro y rojo de onoto, y salen desnudos a pitar”.
Con la pitadera por las noches, al pretendiente que favorecían los padres de la
muchacha le vino una extraña dolencia que causó su muerte, y el dañero se calmó.
Luego, cuando la gente empezaba a olvidarse, los silbidos "Píííí Matí Chupirííí
Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí" se escucharon cada vez más cerca de la casa de la
muchacha.
El padre fue a ver al dueño de la tierra donde tenía su conuco y a pedirle que lo
ayudara. Éste lo escuchó y dijo: "No creo que los dañeros sean invencibles, ellos
son gente común y corriente". Le prometió al padre de la muchacha que sacaría
al dañero, “solamente con unos tiros al aire”. Hizo que los conuqueros montaran
en diferentes lugares sus escopetas arregladas con una cuerda que tiraría del gatillo
disparándolas para asustar al que pasara enredándose.
“Ya sea dañero, o alguien que pita por vicio, vamos a espantarlo de aquí”, dijeron.
Volvió el pitador con su "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí" y se
dispararon las escopetas. Los hombres fueron hasta él y lo alumbraron con las
linternas adivinándole la cara al pretendiente dañero que se había pintado con onoto
para ocultarse. Allí le gritaron: “Lárgate bien lejos donde no te volvamos a ver”.
Él desapareció dejando en el aire su hedor a manteca de tigre.
No pasaron muchos días y los silbidos "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí
Jííí" volvieron a sentirse por las noches dentro de la casa de la muchacha. Esta vez
ella fue personalmente a pedirle al dueño de las tierras que lo mataran.
Los hombres se alegraron y alistaron de nuevo sus escopetas.
El dañero volvió con su “Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí”, y como
lo esperaban, se tropezó con la cuerda tendida para disparar las escopetas y las
balas le pegaron. Para asegurarse de su muerte, quienes lo perseguían corrieron
tras el sangrero del pretendiente, pero sólo lo sintieron saltar en la orilla del río, sin
distinguirle la cara. Lo que sí lograron ver fue cómo el muchacho se sacaba las tripas
para dárselas a los peces más voraces, antes de hundirse él mismo en el agua para
que no supieran de su suerte.
“Así hacían ellos para que nosotros pensáramos que nunca se morían”, contaba
después en Puerto Ayacucho la madre de la muchacha.




Conuco: Palabra de origen taíno. En Venezuela, nombre que se da
a una pequeña parcela de tierra cultivada.

Dañero. Los cuentos sobre los dañeros, cuyas prácticas violentas los relacionan con los
Kanaima de Guyana, son comunes entre los pobladores ribereños de la zonas de San Fernando
de Atabapo y de Puerto Ayacucho en el Amazonas venezolano. Se acusa a los dañeros de
cometer crímenes usando sus conocimientos sobre venenos obtenidos a partir de plantas y de
animales, heredados de los indígenas Arawak.


Los hijos del delfín
a Frederick de Armas

A orillas del Amazonas vivía un matrimonio que se ganaba la vida en su pequeña
tienda vendiendo anzuelos y sal a los pescadores. Cuando el marido se iba de
compras para Caballococha o para Leticia, a la mujer le tocaba traer agua y pescar.
A veces, mientras pescaba, uno de los delfines rosados que saltaban parecía llamarla
con silbidos de gente, y venía cerca de ella. Luego, en sus sueños, se le aparecían
los delfines y se veía caminando en una ciudad bonita bajo las aguas donde vivían
mujeres y hombres hermosos, algunos con cara de delfines.
Sucedió que un día el marido tuvo que irse para Atacuari por un tiempo y el delfín
que antes había sido muy amistoso se puso más juguetón con ella. Una tarde se le
acercó tanto que no la dejó pescar tranquila y tuvo que espantarlo con una vara.
Esa noche al acostarse creyó escuchar pasos alrededor de su casa, como si alguien
caminara con botas de caucho y ropas mojadas. Así pasó en varias ocasiones, e
incluso una vez (nunca estuvo muy segura), lo sintió a su lado.
En adelante, cuando por fin lograba quedarse dormida soñaba otra vez viviendo en
la ciudad de los delfines.
No pasó mucho tiempo y un día empezó a sentir mareos y dolores muy extraños
en su cuerpo que no paraban ni con el agua de corteza de árbol que le aconsejaban
los indígenas cocamas. "Siempre he sido una persona sana", pensaba ella" ¿qué será
lo que me pasa?" Le preguntó a su cuñada sobre los dolores, y también le contó de
los sueños. A ésta le pareció que lo mejor era averiguar con un sabedor cocama. Él
les dijo que un delfín la había preñado y que no se podía hacer nada. La mujer se
desconsoló mucho porque quería a su marido y él no iba a creer lo que había pasado.
Al regresar a la casa el hombre se enteró y le dio tal rabia que si no hubiera sido
por su propia madre la habría matado a garrotazos. La abandonó y se fue para
Leticia donde se puso a beber. La mujer lloró por haber perdido a su marido, pero la
hermana de éste vino a visitarla cada vez que podía. Cuando llegó la época de dar a
luz, en lugar de tener un niño, tuvo dos delfines muy bonitos.
"Eran delfines y humanos a la vez", dijeron la suegra y su cuñada.
       Entonces el sabedor cocama les aconsejó devolverlos al agua, "pues de lo
contrario, con el aire de la tierra, a los delfines les cae sarna en la piel y se mueren a
los tres meses". La mujer se puso más triste, pero el cocama le repitió que tenía que
dejarlos en la orilla donde había visto a los delfines. La cuñada y la suegra arroparon
a los delfincitos en unas toallas y los llevaron al río.
         Esa noche, la mujer soñó otra vez con los hombres y mujeres de la ciudad
de los delfines. En el sueño, uno de ellos le daba las gracias por haberle devuelto a
sus hijos.




Los hijos del delfín. Este relato obtenido en Leticia,Colombia, es un buen ejemplo de los
cuentos sobre delfines quienes tienen que ver con los embarazos inesperados. (También en la
región del Ucayali, según algunas mitologías indígenas, los delfines visitan a las mujeres
cuando están dormidas). Al referirse a la capacidad que tienen los delfines para engañar y a su
poder como seductores, la historia también implica aspectos del código de honor masculino de
origen mediterráneo, cuyo influjo es notorio en las relaciones entre hombres y mujeres del
mundo amazónico.




                                           Glosario
                      Nombres vernáculos y científicos


Nombre vernáculo       Nombre científico
Açaí, Huasai           Euterpe oleracea Mart
Aguaje                 Mauritia flexuosa Lf.
Ají                    Capsicum annum L.
Almendrillo,
Shihuahuaco,            Dipteryx micrantha Harás.
Cumaru
Árbol de Ila (o
                        Sapium spp.
lechero)
                        Banisteriopsis caapi (Spruce ex
Ayahuasca
                        Grises.) CV Morton
Balatá
                       Manilkara spp
Batata                  Solanum tuberosum L.
Borojo                  Borojoa sorbiles Ducke
Caimito                 Pouteria caimito (R.&P.) Radlk.
                        Ipomoea batatas
Camote
                        L.
Canela moena            Aniba canelilla (HBK) Mez.
Caoba                   Swietenia macrophylla King & S
                        Calycophyllum spruceanum
Capirona
                        Benth.
Castaña o Árbol de
                   Bertholletia excelsa
castaña,
                   Humb&Bonpl.
Castanheira
Cedro              Cedrela odorata L.
Ceiba              Ceiba pentandra (L.) Gaertn
Chacruna            Psychotria viridis (L.)
Chambira            Astrocaryum chambira LC.
Chonta, Shapaja,    Scheelea humboldtiana
Shapajilla          (Spruce) Burret
Coca                Erythroxylum coca Lam
Comino              Aniba perutilis Hemsl.
                    Copaifera paupera (Herz.)
Copaiba
                    Dwyer
Copal               Protium altsonii Sandwith.
                     Theobroma
Copoasú               grandiflorum (Willd. Ex
                   Spreng.) Schum.
Coqueiro            Astrocaryum chambira LC.

Curaré              Chondrodendron
                    tomentosum Ruiz&Pavon
                    Hymenachne donacilfolia
Gramalote           (Raddi) Chase
                     Echinochloa spp.
Guaba               Inga edulis
Guamo               Inga spp.
Huanto              Brugmansia sp.
                    Cedrelinga cateniformis
Huayracaspi
                    (Ducke)
Huito                Genipa americana L.
Lechecaspi           Couma macrocarpa Barb.
Lulo grande,
                    Solanum sessiliflorum Dunal
Cocona
Lupuna blanca       Ceiba pentandra (L) Gaertn.
Lupuna colorada     Cavanillesia hylogeiton Ulbr.
Ojé                 Ficus antihelmintica Mart.
Onoto, Achiote      Bixa orellana L.
Palo de rosa        Aniba duckei Kosterm.
Palmito             Euterpe spp
Piña                Ananas comosus
Plátano             Musa paradisiaca L.
Platanillo          Heliconia lasiorachis L. A.
Pumayuyu            Teliostachya lanceolata
Quina                 Cinchona pubescens Vahl
                      Ficus americana
Renaco
                      Aubl.
Remocaspi             Aspidosperma excelsum Benth
Seringueira,          Hevea brasiliensis (Willd.)
Chiringa, Siringa     Muell. Arg
Shacapa               Pariana sp.
Tabaco                Nicotiana tabacum L.
                      Brugmansia suaveolens
Toé, Wanduc           (Humb. &Bonpl.ex Willd.)
                      Bercht.
Uvilla                 Pourouma cecropiifolia Mart.
                      Victoria amazonica (Poeep.)
Victoria Regia
                     Sowerby
Yacutoé               Brugmansia sp.
Yarumo                Cecropia maxima L.C.
Yuca                  Manihot esculenta Crantz.
Zapote              Matisia cordata



Mamíferos
Anta                   Tapirus terrestres
Boruga, Majaz          Agouti paca
Boto                   Inia geoffrensis
Bujeo o bufeo          Inia geoffrensis
Danta                  Tapirus terrestres
Delfín rosado          Inia geoffrensis
Guazo                  Mazama americana
Huangana               Tayassu pecari
Jochi                  Agouti paca
Manatí, Vaca           Trichechus manatus
Maquisapa               Ateles belzebuth
Nutria                 Pteronura brasiliensis
Pelejo                  Bradypus variegatus
Sachavaca              Tapirus terrestres
Sajino, Taitetú        Tayassu tajacu
                        Panthera
Tigre
                        onça
Vaca marina       Trichechus inunguis
Zorro             Atelocynus microtis

Aves
Ayaymama          Nyctibius griseus
Chicua            Piaya cayana
Guacamayas        Ara chloroptera
Guacharaca,
                   Ortalis spp.
Manacaraco
Mutúm             Crax alector
                  Psarocolius spp.;
Oropéndolas
                  Gymnostinosps spp.
Paucar            Cacicus cela
Parabas           Ara rubrogenys
Panguanas         Tinamus spp
Pava de monte     Pipile cumanenses
Paujil            Mitu tormentosa
Perdiz            Nothoprocta pentandlii
Polla de agua    Gallinula chloropus

Peces
                  Prochilodus nigricans
Bocachico
                  Agassiz
                  Henonemus macrops
Canero
                  Staindachner
                  Pseudoplatystoma fasciatum
Doncella
                  Linnaeus
                  Brachyplatystoma
Dorado
                  rousseauxii Castelnau
Fasaco, traira    Hoplias malabaricus Bloch
                  Colossoma macropomum
Gamitana
                  Cuvier
                  Piaractus brachypomus
Pacu
                  Cuvier
                  Arapaima gigas
Paiche
                  Cuvier
                  Mylossoma duriventris
Palometa
                  Cuvier
Pseudoplatystoma fasciatum
Pintadillo
                         Linnaeus
                         Arapaima gigas
Pirarucú
                         Cuvier
Sábalo                   Brycon cephalus COPE
Sardinha                 Triporteus rotundatus
Tucunaré                 Cichla monoculus Spix

Reptiles y anfibios
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Boa constrictor       Boa constrictor
Jergón                Bothrops atrox
Naca naca             Micrurus lemniscatus
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  • 1. Juan Carlos Galeano Cuentos amazónicos Derechos reservados © Juan Carlos Galeano *La presente es una selección del libro Cuentos amazónicos publicado en Iquitos, Perú. Cuentos amazónicos Iquitos, Perú. Tierra Nueva Editores, 2007. Derechos reservados © Juan Carlos Galeano 2007
  • 2. Juan Carlos Galeano escuchó los cuentos de la selva durante su niñez en el Amazonas y decide regresar un día a escribirlos. Su búsqueda lo lleva a viajar por todos los países de la cuenca amazónica para encontrarse con los relatos de viva voz de pescadores, madereros, cazadores, gentes de las aldeas ribereñas e indígenas en contacto con la vida moderna. Reconstruyéndolos, a partir de múltiples versiones y fragmentos, el autor conserva la sencillez con que todavía los cuentan los pobladores de la Amazonia. “Galeano se ha esforzado para hacer estas historias comprensibles y estéticamente agradables al mismo tiempo que respeta las mitologías que las definen. Es como el chamán... nos transporta a una nueva realidad mimética con su arte. La belleza de los cuentos nos da la experiencia de leer y soñar al mismo tiempo”. Michael Uzendoski Autor de The Napo Runa of Amazonian Ecuador (2005). “Cuentos amazónicos es una deslumbrante saga sobre las cosmologías indígenas y mestizas de la cuenca amazónica. Estas historias nos reafirman que la cultura y la vida sobrevivirán...” Róger Rumrill Introducción: Michael Uzendoski (USA) Viñeta de peces: Juana Hianaly Galeano (Colombia) Mapa de la cuenca amazónica: Richie Kent (USA) Glosario de nombres vernáculos y científicos: Elsa Rengifo (Perú). IIAP Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana Introducción
  • 3. “Pareciera que los mundos mitológicos se hubieran construido sólo para destruirse de nuevo, y que se construyeran nuevos mundos a partir de los fragmentos” Franz Boas 1898 Juan Carlos Galeano, poeta y traductor, creció en la región del río Caquetá en el Amazonas colombiano. Sin embargo, como muchos, hizo su vida lejos de su tierra natal e inicialmente no tuvo a ésta como tema de su creación literaria. Pero después de vivir algunos años en el extranjero, comenzó a pensar en el Amazonas desde una perspectiva diferente y como fuente de inspiración artística. Entonces decidió embarcarse en el proyecto de recolectar, estudiar y recrear narrativas orales amazónicas presentes en Brasil, Perú, Colombia , Ecuador, Bolivia, Venezuela y Guyana Inglesa. Recogió los cuentos y, después, al escucharlos, los reelaboró y escribió de modo sintético usando su sensibilidad poética de tal manera que pudo mantenerse dentro del espíritu que los alienta aunque difieran de su forma original; un modo particular de llevar a cabo un proyecto de literatura oral o de folclore. El folclorista intenta permanecer fiel a lo que está "en la grabación," quizás presentando la historia a través de una reproducción al pie de la letra. Un lingüista puede agregar un término especial para precisar las características gramaticales implicadas en el discurso, o alguien entrenado en etnopoética dividiría el cuento en actos, escenas, estrofas y versos. Lo que ocurre en estos procesos es que el arte de la narración oral y la experiencia de escucharla se pierde ya que el cuento ha sido ajustado a los convencionalismos de un discurso científico o lingüístico. El autor nos ha ofrecido otra opción, la cual se deriva de la manera en como los cuenteros y los poetas se apartan de quienes trabajan en el campo de las ciencias sociales. Los cuenteros están más interesados en contar un buen cuento e innovan constantemente para representar circunstancias o con relación a su audiencia. En este caso Galeano se ha esforzado para hacer estas historias comprensibles y estéticamente agradables al mismo tiempo que respeta las mitologías que las definen. Ha encontrado un estilo de escribir la literatura oral para transmitir algo de la experiencia de escuchar el cuento de viva voz. Puedo oír las historias al leerlas, un sentimiento que no tengo al leer cuentos reproducidos dentro de los géneros de análisis científico social. La cualidad lírica del trabajo de Galeano se puede notar, pero más que poeta, el autor se entrega a una técnica de chamanismo aprendida de sus vivencias en la selva.
  • 4. Investigaciones entre los chamanes de la Amazonia muestran que la intersección de sentidos o sinestesia es una práctica central en la cual los chamanes y pacientes sienten la presencia de las energías y de los espíritus divinos a través de experiencias estéticas. Por ejemplo, reflexionando sobre su trabajo con los curanderos del Putumayo (véase Taussig 1987), Taussig considera cómo los sentidos no visuales funcionan miméticamente interactuando con la visión para crear reacciones corporales de gran alcance (tales como la náusea, experimentada por él en su trabajo con plantas medicinales en el Putumayo): "los sentidos atraviesan las barreras y las cualidades de un sentido se transfieren a otro: sientes el rojo. Puedes ver la música….el sentido de la vista se experimenta de un modo no visual. Te mueves al interior de las imágenes, lo mismo que las imágenes se mueven dentro de ti” (Taussig 1993: 57-58). Galeano aquí ha dominado dicha magia. El poeta es como el chamán, y el lector, el paciente; el autor nos transporta a una nueva realidad mimética con su arte. La belleza de los cuentos nos da la experiencia de leer y soñar al mismo tiempo. Hay dos ideas más que, pienso, necesitan ser exploradas para que el lector pueda apreciar estos cuentos. La primera es la naturaleza “perspectivista” de las cosmologías amazónicas; y la segunda son las fronteras fluidas entre las culturas mestizas e indígenas de la cuenca. Se ha mostrado que las culturas amazónicas están regidas por una filosofía compleja llamada “perspectivismo”, la noción de que “el mundo está habitado por una clase diferente de entidades o personas, humanos y no humanos, que aprehenden la realidad desde diferentes puntos de vista” (Viveiros de Castro 1998:469; Uzendoski, Hertica, Calapucha, 2005; Uzendoski, 2005; Vilaça 2002). Al relatar un evento mítico, por ejemplo, se supone que hay varias perspectivas, y su representación es parte de un arte, pero se enfatiza la naturaleza común de todos los seres vivos. La complejidad de esta visión del mundo se deriva del hecho de que en ella los animales se ven a sí mismos como humanos y de que la división ontológica del mundo en diversos niveles es lo que hace a la gente ver a los animales como animales. Pero hay momentos cuando las fronteras entre este mundo y otros se borran y la gente puede ver a los animales en su verdadera forma humana. La apertura de tales pasadizos son momentos de peligro y mucho poder. Un tema recurrente en este cruce de fronteras representa la sexualidad (parece que las anacondas y los delfines no son solamente“buenos para reflexionar sobre ellos”, como diría Levi-Strauss, sino también “buenos para dormir con ellos”). Se dan ocasiones cuando los amantes del reino animal se llevan a las personas al mundo bajo las aguas y terminan viviendo con éstas en ciudades fabulosas para no regresar nunca. Tienen hijos y viven en familia. Otras veces, los animales del
  • 5. mundo de abajo aparecen en el nuestro, y son adoptados y criados por padres humanos. Los conceptos que los definen son el parentesco y la gran humanidad que se da entre los animales, los espíritus y otros seres de la selva. Transformación y mudanza corpórea, más que fijeza, son las premisas básicas para la existencia en Amazonia. Lo que la mitología en su totalidad sugiere es cómo el mundo llegó a existir a través de tantos cambios, algunas veces de modo violento y depredador bajo los cuales se establecieron las actuales líneas divisorias. Estas demarcaciones fronterizas, sin embargo, pueden ser cruzadas frecuentemente por chamanes y otros privilegiados a través de experiencias como los sueños, los relatos, el humor, las enfermedades, las tragedias y ceremonias rituales. Este libro del poeta conserva la complejidad y la riqueza de este cruce de fronteras. Galeano muestra también que el Amazonas posee una estética para ver el mundo; una visión que está todavía viva y quizás prosperando entre los indígenas y los mestizos (a pesar de lo que digan los discursos de modernización). Las experiencias chamánicas todavía existen y gozan de buena salud en el mundo amazónico. Aunque una persona no sea un chamán, la gente todavía experimenta las realidades míticas a través de las historias y otros medios. El último tópico es sobre las líneas que dividen lo cultural y lo étnico. Estas historias, aunque contadas en español por los mestizos, se derivan del mundo indígena. Las investigaciones recientes han mostrado que las fronteras entre los mestizos y los indígenas son más fluidas de lo que se consideraba anteriormente, y este libro revela dicha fluidez. Las historias viajan, pero lo mismo lo hacen las cosmologías representadas en ellas. En este libro subyace la idea de que la modernidad no está simplemente reemplazando las realidades indígenas (de modo lineal) con verdades racionalistas acerca del mundo. Los elementos amazónicos todavía están presentes y forman parte activa de las personas que no pertenecen al medio indígena; éstas constituyen la mayoría de la población en muchos lugares de la cuenca. He descrito estas conexiones entre mundos en otras partes como unas “modernidades alternativas”, un concepto que puede ser definido como “lugares de adaptación creativa” en donde las gentes cuestionan el presente por medio de conocimientos culturales (Gaonkar 2001: 1-23). Los indígenas constituyen los interlocutores de fondo de estas historias, pero a la vez son una parte que define la dinámica que transforma la modernidad. En “El regalo de la Yara”, por ejemplo, un indígena toma el papel de intérprete chamán y le da explicaciones a un hombre que ha tenido problemas con una mujer-pez. El hombre de Lima también tiene un diente de delfín que le sirve como protección y se lo ha dado un indígena amigo. Uno puede imaginar tales encuentros e interacciones en la Amazonia, un lugar donde
  • 6. los indígenas les enseñan a las gentes de afuera a ver el mundo desde su punto de vista. En verdad los antropólogos están repensando ahora el concepto de líneas divisorias en su totalidad. En particular me gusta un artículo de Ira Bashkow (2004) a este respecto, quien al usar ideas neoBosianas sobre la difusión y las nociones lingüísticas de las "isoglosas" (líneas imaginarias que separan lenguas y dialectos) propone un sentido mucho más sutil con relación a las líneas divisorias como sitios “diferenciadores” los cuales de ningún modo, por sí mismos, pueden ser excluyentes o inclusivos (Bashkow 2004: 450). Las demarcaciones divisorias entre las diversas culturas amazónicas existen – no he sugerido que no existan- pero su presencia invita a la permeabilidad y cruce de fronteras, un proceso muy parecido a los complejos emparejamientos/diferenciaciones linguísticas que ocurren entre los dialectos de una lengua. Bashkow (2004:451), por ejemplo, dice que “contrario a nuestro ingenuo punto de vista sobre los dialectos como entidades discretas, las isoglosas con rasgos distintivos a menudo no coinciden; en cambio, forman complicados patrones de entrecruzamientos y lazos, haciendo imposible el establecimiento de líneas divisorias de demarcación entre dialectos”. Creo que este es el caso de estos cuentos. Representan “patrones complejos” de entrecruzamiento de mundos indígenas y mestizos colindantes. El perspectivismo contenido en los cuentos refleja una teorización amazónica del problema donde el intercambio y los “enlaces” son temas principales. A los que cuentan historias les interesan menos las fronteras culturales que las barreras físicas, pero en el mundo amazónico “todas las barreras han de ser cruzadas” para tomar prestada la frase de Santos-Granero (2002). Este discurso me lleva a mi último punto, el cual es que estas historias contienen principios e ideas relacionados con nuestras propias vidas. Estas historias permiten a los lectores ver otras culturas como partes de un mundo intercultural mucho más grande, pero también los invitan a verse a sí mismos como parte de un gran mundo internatural. La gente y la reproducción de los humanos están íntimamente conectadas con el medio ambiente, algo que no se ve en el mundo de la realidad moderna, y refleja una implícita y profunda humanidad común compartida por todos los seres vivos. Son ideas perspicaces e importantes frente al mundo contemporáneo, donde las barreras se han vuelto fijas y el mundo natural es meramente un objeto explotable para el progreso económico más que para beneficio de la humanidad. La tendencia contemporánea es hacia el empobrecimiento de nuestra conexión con los otros y con nuestro mundo, una serie de relaciones que Marx describió como alienantes, las cuales todavía se encuentran entre nosotros pero con diferentes formas históricas (véase Gregory 1997). Creo que es un gran logro el que Galeano nos
  • 7. haya mostrado la profunda sabiduría y complejidad del pensamiento de los habitantes de la cuenca. Espero que este aporte del autor ayude a otros a apreciar mejor la condición humana vista desde la perspectiva amazónica. Michael Uzendoski Primavera del 2007 Michael Uzendoski Antropólogo Cultural, es profesor de The Florida State University Referencias Bashkow, Ira 2004 A Neo-Boasian Conception of Cultural Boundaries. American Anthropologist Sep 2004, Vol. 106, No. 3: 443-458. Gaonkar, Dilip Parameshwar, ed. 2001 Alternative Modernities. Durham, NC: Duke University Press. Gregory, Christopher 1997 The Savage Money: The Anthropology and Politics of Commodity Exchange. Amsterdam: Harwood Academic Publishers. Santos-Granero, Fernando 2002 Boundaries are Meant to be Crossed: The Magic and Politics of the Long-lasting Amazon/Andes Divide. Identities: Global Studies in Culture and Power. 9(4): 545 – 569. Taussig, Michael 1987 Shamanism, Colonialism, and the Wild Man: A Study in Terror and Healing. Chicago: University of Chicago Press. Taussig, Michael 1993 Mimesis and Alterity. New York: Routlege. Uzendoski, Michael 2005 The Napo Runa of Amazonian Ecuador. Interpretations of Culture in the New Millennium series. University of Illinois Press. 2004 Making Amazonia: Shape-Shifters, Giants, and Alternative Modernities. Latin American Research Review. 40(1): 223-236 (Book Review Essay) Uzendoski, Michael, Hertica, Mark, and Calapucha, Edith.
  • 8. 2005 The Phenomenology of Perspectivism: Aesthetics, Sound, and Power, in Napo Runa. Women's Songs of Upper Amazonia. Current Anthropology 46(4):656-662 (Peer Reviewed 2005) Vilaça, Aparecida 2002. Making Kin Out of Others in Amazonia. Journal of the Royal Anthropological Institute (N.S.) 8:347-365. Viveiros de Castro, Eduardo. 1998. Cosmological Deixis and Amerindian Perspectivism. Journal of the Royal Anthropological Institute 41, no 4 (1998): 469-488. Sería imposible dar cuenta y agradecer aquí a todas las personas, en muchos lugares de la cuenca amazónica, quienes generosamente me recibieron en sus casas y me contaron las innumerables variantes de cada uno de los cuentos que aparecen en este libro. Sea esta versión de los cuentos mi homenaje a dichas personas y demás seres que habitan el Amazonas. jcg a Noemí Eleanor
  • 9. "...os botos saíam dos rios e apareciam como homens bem vestidos pra seduzir as mulheres..." Pescador amazónico, Río Içá, Brasil Moniya amena: el origen del río Amazonas Sucedió que una vez en la selva comenzó a escasear la comida y la gente tenía hambre. Un día, una muchacha que trataba de encontrar alguna fruta para llevarle a sus familares, se topó con una lombriz. Se llevó un gran susto, pero al mirar de nuevo la lombriz, ésta se convirtió en un joven que le dijo: "Moniya amena, vivo muy solo cerca de aquí; si tú vienes todos los días a verme, podría regalarte muchas frutas y comida para tu gente". Ella se alegró con la propuesta pues también se sentía atraída por él. En adelante regresó a su casa con yucas, copoasú, lulos grandes, uvillas y otras frutas. En una ocasión, cuando el muchacho y Moniya amena se encontraban abrazados en un nido de hojas, se apareció la madre enfurecida: "Traidora, te he estado buscando por todas partes. Así era como quería agarrarlos", y les echó una ollada de agua hirviendo. La muchacha se salvó tapándose con unas hojas de platanillo, él murió dando gritos. Sin embargo, de su cuerpo comenzó a crecer un árbol tan grande que llegaba hasta el cielo, y como les daba variedad de frutos lo llamaron el árbol de la abundancia. Así volvió la tranquilidad. Pero unos que venían a comer decidieron tumbar el árbol y llevarse todos los frutos.
  • 10. Llegó una gran oscuridad, y los hijos de quienes lo derribaron a duras penas sobrevivieron recordando los buenos tiempos de sus padres. Viéndolos así, los espíritus de la selva dijeron: "Esta gente está sufriendo. Hagamos que el árbol comience a pudrirse y que su tronco se convierta en el río más grande de la tierra con peces y frutas para que ellos coman". Desde entonces nadie volvió a sentir hambre. El río ha estado en la selva, alimentando a los animales y a los árboles, y también a las nubes que beben de sus aguas. De las hojas que cayeron hacia el oriente, se formaron muchos mares, y de sus ramas quisieron los espíritus amigos que nacieran el río Putumayo, el río Caquetá, el río Madeira y otros que llevan sus aguas a este río que llaman Amazonas. La gente dice que ojalá a ninguno de los que viven ahora en la selva se le vaya a ocurrir agarrarse toda la comida para él. Moniya amena. Narrativas orales sobre un árbol gigantesco de la abundancia son comunes en las cosmogonías indígenas de casi toda la Amazonía. El mito es amplio en el sentido de que en otras partes de la cuenca el tronco se asocia con aspectos vitales tales como el pilar de la maloca (gran vivienda comunal relacionada por los indígenas al vientre de la mujer); también se le concibe como un árbol capaz de sostener múltiples mundos, incluído el cielo mismo, y de la base de su tronco brotan manantiales, peces, etc. En la versión anterior, además de asociar dicho árbol con el origen del río, se incorpora la preocupación ecológica de los pobladores en el presente. Huayramama a Francisco Montes Los que conocieron a Don Emilio Shuña decían que él sí tuvo poderes muy grandes. Sus abuelos curanderos le habían enseñado a usar las fuerzas de los ríos y de la tierra mediante ayunos y bebidas de yacutoé y ayahuasca. Pero no era suficiente. Quería controlar las fuerzas de arriba y se puso a tomar té del huayracaspi rojo, el árbol madre de la Huayramama. Después de pasarse nueve días ayunando y tomando su huayracaspi, una mañana vino en el viento una boa grandísima. Tenía el rostro de una mujer vieja de cabellos largos que se perdían en las nubes.
  • 11. Ella se posó en el techo de su casa y le dijo: "Bueno, hombre, aquí estoy ¿qué es lo que tú quieres de mí?" Don Emilio le dijo: “Quiero mandar sobre el viento y la lluvia y cualquier cosa de allá arriba”. “Te daré los poderes con la condición de que ayunes por cuarenta y cinco días más”, dijo la Huayramama. “Pero cuídate de mis hijos, malos vientos que andan por ahí haciéndole daño a la gente”. Luego de ayunar lo convenido, con los poderes que le dio la Huayramama, Don Emilio tuvo fuerza para dirigir el viento y las lluvias, y curaba a quienes venían de lejos. Lo visitaban gentes a punto de morirse porque les había soplado un mal viento, los que perdían sus cosechas, mujeres atormentadas por las borrascas, o simplemente pescadores que no cogían nada porque los ríos estaban crecidos. La prueba de poder más grande para Don Emilio ocurrió cuando los malos vientos se ensañaron con uno de los pueblos. Soplaron tanto que las vaquitas, chanchos y hasta unos niños volaron por el aire. Para ayudar a la comunidad, Don Emilio tuvo que ayunar por varios días debajo de unas palmas de chonta y cantó los icaros que la Huayramama le había enseñado. Sentado allí, sólo con las tomas de té del huayracaspi y soplándoles humo de tabaco, aplacó a los hijos malos de la Huayramama y los mandó a vivir bajo las raíces de los árboles. Queriendo vengarse, los malos vientos estuvieron dándole vueltas a su casa para matarlo. Don Emilio se defendió y los castigó llevándolos a unos árboles llenos de hormigas. De vez en cuando, la Huayramama venía y le ponía su mano en la cabeza para afinarle la fuerza. Tenía tanto poder que en la época de lluvias, los muchachos iban a pedirle: "Don Emilio, no deje que nos llueva hoy. Queremos jugar fútbol esta tarde". Entonces él llamaba a su mujer y le decía: "Elena, tráeme los cigarros mapachos", y se iba donde las palmas a soplar humo y a cantar las cosas que le había enseñado la Huayramama. Pero como todo se muda, y lo bueno no dura, un día Don Emilio amaneció muerto. Unos le echaron la culpa a unos brujos envidiosos, enemigos suyos que vivían al otro lado del río. Otros decían que era cosa de los malos vientos. Lo cierto es que los del pueblo y de la selva lo lloraron. Tuvieron que esperarse varios días para enterrarlo, porque Don Emilio les tenía pedido que lo pusieran bajo las raíces de un huayracaspi rojo selva adentro. "Quiero que me entierren allá, porque ese árbol es mi madre", había dicho.
  • 12. Huayramama.Su nombre significa madre de los vientos. Los amazónicos cuentan historias sobre serpientes sobrenaturales que enseñan y dan poder a los humanos. Otras serpientes capaces de dar poder son la Sachamama (Boa constrictor) y la Yakumama (Eunectes murinus), dueñas de la tierra y del agua respectivamente. Cuentos sobre los poderes de la Huayramama se escuchan en el Perú amazónico, especialmente entre los pobladores de la zona del Ucayali. Pumayuyu Cuentan que en Puerto Napo había un viejecita de más de ciento veinte años. Sus nietas la querían mucho y nunca le faltaban con su media taza de Pumayuyu, la plantica de hojas pequeñas que crecía en el patio de tierra. La viejita no veía casi nada pero tenía una salud tan buena que a veces podía ayunar hasta una semana y la gente se admiraba de verla con buen ánimo. Un día, una de las nietas descubrió que la abuela estaba con una pierna herida. Se alarmó y al preguntarle lo sucedido, ella dijo que por la noche se había cortado con uno de los bancos de la mesa. Como era tan mayor, la muchacha le dijo que la próxima vez le pidiera ayuda. Pasaron los días y la abuelita, aunque no comía, no solo resultó curada, sino que se puso rozagante. Entonces la nieta se dijo: “Voy a ver quién es el que viene a traerle comida por las noches”. Se quedó observando desde el patio a través de la ventana, y pudo ver cómo la vieja se levantaba y se iba hasta la cocina con la agilidad de una adolescente. En la oscuridad, sus ojos brillaban como los de un gato. La vio caminar hacia el fondo de la casa y salir por la puerta de atrás. Curiosa, la joven la siguió afuera y bajo la luz de la luna llena vio cómo las uñas de la abuelita se le transformaban en garras y todo su cuerpo se convertía en un tigre. Con forma de animal, se fue por el sendero cerca de los galpones evitando a los nietos armados con escopetas, listos para dispararles a los tigres y zorros que venían a robarse las gallinas. Al día siguiente, ella les contó a los hermanos y a su madre. “¿Qué es lo que pasa con la abuela?” preguntaron, y fueron a averiguarlo con un yachak muy sabedor. Él, ayudándose con su poción de wanduc y otras plantas, les dijo que no se preocuparan ni por ella ni por nada de lo que pudiera suceder, que si se moría, sería de vieja. “Como sus padres le supieron dar su buen jugo de Pumayuyu desde pequeña, nunca se va a enfermar y ese jugo la vuelve un tigre joven por las noches”, agregó el sabedor. Al enterarse de que gracias al Pumayuyu la abuelita vivía bien y
  • 13. se convertía en tigre, los familiares dejaron de preocuparse por su salud y los nietos ya no montaron guardia en los galpones. Con el tiempo, a la viejecita le vino la muerte del cielo. La enterraron como cristiana y todas las semanas sus familiares iban a visitarla y a llevarle flores. Hasta que un día, una de las nietas que había ido al cementerio vio un hueco abierto en su tumba. “Era como si un animal hubiera escarbado para comerse sus restos, o alguien hubiera querido robar sus huesos para hacer hechicería”, dijeron el cura y los otros. Entonces sus familiares no se preocuparon más, porque el yachak les había dicho: “con el Pumayuyu ella se vuelve un tigre y le gusta irse por el mundo”. Hicieron una fiesta y celebraron que la abuelita anduviera por ahí comiendo la mejor carne de monte. Yachak: Palabra para nombrar al tipo de chamán más sabio en la zona del Napo en el Amazonas ecuatoriano. Pumayuyu. Variaciones de esta historia exaltando los poderes del Pumayuyu (Teliostachya lanceolata) conocido también como toé negro, y de otras plantas medicinales, las cuentan indígenas y mestizos de la zona de Tena en el Amazonas ecuatoriano. Al final, este cuento ilustra la importancia de la caza de animales, una fuente de proteínas amenazada en el presente por la deforestación y el desarrollo de la industria petrolera en el área. Kanaima En Lethen se hablaba de un muchacho aventurero llamado Paul. Un día que sus padres no estaban en casa tocaron a la puerta unos que parecían sus vecinos para invitarlo a pescar. Lo llevaron por un camino y mientras bebían de sus calabazas sus caras se les volvieron como de monos, pequeñas y rojas. El más viejo lo agarró con fuerza de la mano y le dijo: “Somos Kanaima y no vamos para ninguna pesca. Vamos a una fiesta en el río donde habrá mucho cassiri (masato de yuca) para beber y comer carne a la barbacoa hasta hartarnos. Anda con nosotros y nunca trates de escapar. Si no haces lo que te digamos, te mataremos ahí mismo”. “No me mate señor. Yo haré lo que usted quiera”, imploró el muchacho. “Muy bien”, dijo el jefe. Llegaron cerca de un río donde vivían una gorda rubia y su marido en una casa que trataban de proteger con oraciones contra los malos espíritus. Entonces los Kanaima se pusieron a exprimir yuca para preparar su cassiri, curaron el fuego, y olieron y
  • 14. mascaron una hoja que los convirtió en vecinos de la gorda. También se la dieron al muchacho y lo mandaron a invitarla. Él llamó a la puerta y le dijo que venía de parte de sus vecinos para convidarla a una fiesta en la orilla. La mujer bajó al río y vio que no eran ellos. Eran Kanaima, gente con cara de monos que, según su marido, aparecen en la época de lluvias, andan por la selva de noche y se transforman en lo que quieran. La gorda quiso correr para su casa, pero la mataron a garrotazos. Le cortaron el corazón en pedacitos, lo echaron en sus bolsillos y dividieron el resto en buenas presas. Luego el muchacho les abrió la puerta de la casa de la mujer para que llevaran adentro las partes que no comieron. Las pusieron con sal en tinajas donde se guardaban las bebidas fermentadas. Mientras bebían cassiri y adobaban con hierbas la carne de la mujer, se divertían y sacaban de los bolsillos su pedacito de corazón para olerlo. Fascinados, le ofrecieron al muchacho, pero él dijo: “No, no quiero. Señores, perdónenme, pero pensé que ustedes me habían invitado de verdad a una carne a la barbacoa”. Los Kanaima se rieron diciendo que si no le gustaba que se quedara afuera para avisarles si venía el marido de la gorda. Luego los Kanaima escondieron las tinajas con la carne debajo del piso y se convirtieron en hormigas. Cuando llegó el marido, estaban por todas partes. “¿Qué hacen estas hormigas en mi casa?” Nadie contestó. El hombre las barrió hacia afuera y se fue al río a buscar a la mujer. Entonces los Kanaima entraron otra vez convertidos en moscas negras que se alocaron con el olor de la carne y tragaron hasta quedarse dormidas, pegadas a las paredes. Vino el padre de la mujer a recoger unas herramientas y antes de irse hizo humo para sacar las moscas. De nuevo se cambiaron los Kanaima. Se convirtieron en vacas, cerdos, patos, ovejas como los que tenían el hombre y la mujer. Fueron hasta un árbol donde se había quedado dormido el muchacho e hicieron ruido para despertarlo. Él les rogó que lo dejaran irse para su casa, pero el jefe de los Kanaima salió de los gruñidos de un cerdo: “Levántate muchacho que nos vamos a otra fiesta”. Trató de correr y le cayeron encima. Otra vez el jefe le dijo: “Te dijimos que éramos Kanaima, venimos de las montañas a la selva y podemos convertirnos en cualquier clase de animal, planta o flor. Si queremos comerte, te comemos”. El muchacho les pidió llorando: “Por favor señores, no me coman. Ustedes ya comieron su barbacoa. Déjenme ir a mi casa”. Pero los Kanaima no lo dejaron. Lo llevaron por las selvas y sabanas donde iban borrachos haciendo daño, y sólo al parar las lluvias lo soltaron. Así pudo regresar y contarles a sus familiares cómo, cuando se emborrachaban con cassiri, los Kanaima se ponían “locos de felicidad y muy grandiosos”, y cómo se daban a comer carne de
  • 15. gente. Los padres se alegraron al verlo a salvo y él siguió yendo de cacería y pesca con los amigos. Al año siguiente, al comenzar la estación de las lluvias, un día que el muchacho estaba solo, vio venir hacia su casa a unas gentes de caras rojas como de monos que venían a convidarlo a una fiesta. Kanaima. Las historias sobre ataques de Kanaima son muy conocidas entre la población amazónica de la Guyana y Venezuela. Este relato y sus variantes obtenidos en Lethen, reflejan la forma en que los colonizadores europeos juzgaron las costumbres indígenas de consumir bebidas fermentadas derivadas de la yuca y otras plantas, así como el uso de bebidas sicotrópicas. La acusación que asoció a los pueblos indígenas y a sus descendientes con el canibalismo y la violencia fue utilizada como justificación para la imposición del orden colonial y la evangelización en el Amazonas. Caballococha Hace muchos años Caballococha no tenía este nombre. Era un pueblo de mucho movimiento al lado de una cocha (así les llaman a los lagos). Algunos de los moradores consiguieron riquezas poniendo a trabajar duro a los indígenas y negociando con caucho, maderas finas y pieles. Había fiestas, borrachos en las calles, y la traición entre hombres y mujeres era moneda corriente. Un día se apareció en el pueblo un viejito y les dijo: “Si no cambian su modo de vivir, algo horrible les va a pasar”. Nadie, salvo los que servían en las casas de los ricos y unos pescadores, le puso atención al viejo. Las gentes se rieron de él. No pasó mucho tiempo y cierta noche, en una de las fiestas que daba un maderero rico, los sorprendió la aparición de dos caballos blancos relinchando en el patio de la casa. Unos tuvieron miedo porque nadie sabía de caballos en esa parte del Amazonas. Pero quienes festejaban, ya muy borrachos, no se acordaron de las advertencias que les habían hecho. Ante la aparición, los domésticos que recordaban las palabras del viejo salieron de la casa gritando para avisarle a la gente. Mas cuando vieron cómo salían fieras del lago y sus aguas echaban espuma, prefirieron correr y salvar a sus familias. En la madrugada, mientras muchos se divertían, el
  • 16. lago se tragó al pueblo con las cantinas, los prostíbulos y las casas más bonitas que guardaban baules llenos de oro y muchísima plata. Sólo los sirvientes que habían visto a los caballos en el patio y unos pocos pescadores pudieron escaparse. Pasaron varias semanas, y los criados y sus familias que se habían refugiado en los ranchos de los pescadores empezaron a construir el pueblo nuevo. El lago y sus fieras se tranquilizaron y comenzó a crecer gramalote en sus alrededores. Desde entonces, muchos han tratado de encontrar el oro y la plata que el lago se tragó esa noche. Los turistas y los que viven en Caballococha cuentan que desde sus ventanas se ven los caballos blancos pastando en la orilla antes del anochecer: "Si alguien trata de acercárseles”, dicen, "corren y se desaparecen en el lago". Caballococha. Esta historia que suelen contar los habitantes del pueblo Caballococha, localizado en el Amazonas peruano cerca de la frontera con Colombia, alude a las riquezas obtenidas por la extracción desmedida de los recursos de la selva y el trato inhumano hacia las sociedades indígenas, e incorpora los motivos bíblicos de Sodoma y de Gomorra. La inmoralidad y arrogancia de sus habitantes provoca el castigo a manos de los espíritus de la naturaleza. Matinta-Perera a Guillermo Linero Una pareja tenía un negocio donde se abastecían los recolectores de castañas y madereros. Cierto día un hombre recién llegado al pueblo, que se ganaba la vida tallando figuras de animales en madera, vino a la tienda con una coruja pichoncita. Al verla uno de los niños de la pareja se encariñó tanto que la quería tener. El hombre les dijo que no deseaba separarse del animal pues era regalo de unos madereros amigos. Pero el niño insistió de tal modo que él se la dio con la condición de que le permitieran visitar al pájaro. Una de las criadas apenas vio llegar la coruja se santiguó. “Ese animal es un Matinta-Perera”, les dijo a sus patrones, “ese pájaro deja que un brujo o alguien por
  • 17. el estilo se meta en su cuerpo, y vuela por las noches para molestar y hacerle daño a la gente”. “Essas são besteiras dos índios" dijo la dueña de la casa y llevó la coruja a vivir junto a la jaula de los otros pájaros en el patio. Allí era feliz alimentada con sobras de carne y comía pan con leche que le traía el tallador, quien laboraba en su taller hasta la madrugada. Después, como lo temía la criada, los del pueblo comenzaron a escuchar aletazos y unos silbidos agudos que no dejaban dormir e inquietaban a los animales. El que fuera, se había transformado en pájaro, y volaba en la oscuridad después de la medianoche para desaparecer antes de que las gentes le gritaran: “Cumpadre venha tomar café amanhã bem cedo", las palabras para obligar al pájaro a tornarse otra vez en la persona que venía a pedir café al otro día en la casa del ofendido. Sin embargo, cada vez que salían a conjurarlo, el Matinta-Perera ya había desaparecido. La criada vino donde el dueño de casa y le dijo: “Mire señor, si usted supiera, por allá en el caserío donde vivíamos mi madre y yo en el río Tocantins, había una coruja como ésta que se convertía en un Matinta-Perera todas las noches y era uno de la misma comunidad”. A lo que el hombre dijo: “Mira a ver si tú puedes averiguar alguna cosa y contarme qué pasa ”. Ella obedeció y al escuchar los silbidos del Matinta-Perera bien cerca, fue con una linterna y alumbró al lado de la pajarera pero la coruja estaba. A la mañana siguiente (mientras el pájaro tomaba leche con pan en la tacita), la criada fue a contarle al patrón y a repetirle que la coruja era un Matinta-Perera. El dueño de la tienda decidió atisbar él mismo y se quedó una noche afuera de la casa escondido detrás de una seringueira. Pasada la medianoche, escuchó los primeros silbidos saliendo de la casa del tallador y comenzó a gritar: “Cumpadre venha tomar café amanhã bem cedo, Cumpadre venha tomar café amanhã bem cedo”. Entonces regresó corriendo a su casa, alumbró el patio y, otra vez, la coruja no estaba. Al día siguiente, el que tallaba los animales en madera se presentó avergonzado en la tienda a rogar que lo invitaran a una taza de café.
  • 18. Coruja: En portugués, lechuza Matinta Perera. La noción de que las personas y chamanes se pueden convertir en animales sirve de premisa para este cuento. Otras versiones de este mito, escuchado en muchos pueblos del Brasil amazónico, muestran al Matinta-Perera como una mujer vieja aficionada a mascar tabaco, que vuela por las noches. En dichos casos, se devela su identidad gritándole que venga por tabaco al día siguiente. Chicua a Susana Chávez-Silverman Por el río Amacayacu, cerca de Puerto Nariño, un hombre y su mujer vivían de cultivar su chacra. Tenían plantados caimitos, batata, plátanos, y mucha yuca que sacaban para fabricar farinha y venderla a los compradores de las lanchas. Un cierto día que el hombre iba a limpiar la chacra, comenzó a escuchar el canto de la chicua. “Chic-chic-chicua”, cantaba el ave de plumas oscuras y ojitos rojos, parada en una rama al borde del camino. “Chic-chic-chicua”, anunciaba la chicua los males por venir, según decía la gente. Pero el hombre no hacía caso y le molestaba el canto del avecita parecida a una torcaza, saltando en los arbustos. Luego, como siguiera importunándolo en la chacra, se puso a gritarle para que lo dejara en paz. Después de muchos regaños e insultos, el pajarito cesó de cantar y él pudo trabajar tranquilo. Al atardecer, sin embargo, cuando volvía a la casa, el animalito siguió importunándolo: “chic-chic- chicua”. Enojado, insultó de nuevo al pájaro. En la casa encontró a su mujer y todas las cosas con la apariencia de siempre. Al otro día, de vuelta por el camino, volvió a escuchar al avecita que lo acompañaba con su “chic- chic- chicua”. El hombre la regañó igual que el día anterior. “¡Deja de cansarme ya y mejor vete a molestar a otra parte. No ves que tengo mucho que hacer!”, le gritó al tiempo que la espantaba tirándole pedazos de barro y ramas secas. Pero lo seguía por todos lados, ora esquivando los palos y greda seca que le tiraba, ora saltando de una rama a otra, cada vez más cerca del hombre, cantando y mirándolo con sus ojitos inquietos: “chic - chic - chic - chicua”. Por eso el hombre se llenó de rabia y le gritó. “¿Qué diablos es lo que quieres? Si eres gente, pues ven a decirme qué es lo que pasa, pero no me vengas a molestar todo el día, que no vas a dejarme trabajar”. No hubo terminado de decir estas palabras, cuando el ave se transformó en gente le respondió: “Pues si quieres, te voy a hacer ver como en un espejo lo que está sucediendo en tu casa”; y le contó que alguien conocido venía a verse con su mujer mientras él trabajaba. Luego, el que le
  • 19. habló así se convirtió de nuevo en chicua y voló. Ofendido, el hombre abandonó lo que estaba haciendo y se fue para su casa. Mientras corría por el camino, los “chic- chic- chicua” eran cada vez más fuertes. Al llegar a la casa, como le había dicho el ave, encontró a su mujer traicionándolo con uno de los compradores de farinha. Viéndose humillado, los mató a hachazos en el acto. La noticia se supo por todo el río; vino la policía y se lo llevó para juzgarlo en Leticia. El caso no duró mucho pues el hombre había obrado con ira intensa al verse ofendido. Para honrarlo, la justicia y los hombres del río lo perdonaron y regresó a su casa. No mucho después, un día que iba en el camino para su chacra, escuchó de nuevo los cantos de la chicua: “chic-chic-chic”. Esta vez él no le dijo nada. Entonces el avecita batió la cola y le saltó enfrente como el día de la infidelidad de la mujer: “Mira hombre, no me vuelvas a insultar, no me vuelvas a regañar. Que si te va a pasar algo malo, o te va a llover mucho y se te van a arruinar las matas de yuca, te voy a avisar con mi canto. Que si el río te va a hacer una traición, te voy a decir antes. Porque si una cosa grave te va a suceder, yo también me aflijo. Por eso, te pido que nunca me vuelvas a insultar, nunca más me vuelvas a regañar”. Chicua. La creencia en la chicua (Piaya cayana) como un ave agorera se extiende desde el Alto Ucayali, el río Marañón y el Ecuador amazónico hasta la isla de Marajó situada en la boca del río Amazonas en el Atlántico. Algunos chamanes dicen que el “chic-chic-chic” de la chicua es positivo, mientras que su canto “chic-chic-chicua” es mala señal y también puede ser augurio de muerte. En muchos lugares se piensa que es bueno darles de comer sesos de chicua y de oropéndolas a los niños para desarrollar su inteligencia. La ciudad de los delfines Se cuenta de un pescador que llevaba en el río ya desde la madrugada sin poder sacar ni siquiera un sardinha. Tenía tanta rabia que apenas vio un delfín rosado jugando al lado de la canoa lo arponeó para desquitarse de su suerte. El delfín soltó un grito de dolor y quebrando el arpón logró escaparse. El hombre remó a su caserío y esa tarde se puso a reparar sus redes. Hacía eso cuando llegó una lancha voladora de Santo Antônio do Içá con dos policías a llevárselo por orden del juez.
  • 20. "¿Por qué?”, preguntó el hombre, “ si no he hecho nada malo". Su mujer y los niños rogaron a los policías: “Por favor no se lo lleven”, y lloraban porque sin el padre lo iban a pasar muy mal. Los policías dijeron que sólo cumplían órdenes. El pescador se resignó y le pidió a la mujer que pusiera en su mochila de coqueiro tabaco y pescado seco. En el río notó que la lancha iba por partes desconocidas. No viajaban para Santo Antônio do Içá como le habían dicho. Comenzó a preocuparse y se dio cuenta que los policías en vez de llevar garrotes al cinto, cargaban los mismos pescados largos y brillantes que solía usar de carnada. Pensaba tirarse al agua pero la lancha se metió a toda velocidad hasta el fondo del río. No solamente atravesaron por una malla como un mosquitero sin romperla, sino que a él no se le había mojado ni un pelo. Llegaron a una ciudad como las que se ven en las películas. En el asiento del río las luces de los carros y de los almacenes alumbraban la noche del agua. En los parques había parejas de delfines jugando con sus hijos en las fuentes iluminadas. Una vez que estuvieron en el centro de la ciudad, los policías entraron a un restaurante. Pidieron pescado crudo y lo invitaron a comer. Se quitaron los sombreros y el pescador advirtió que cada vez se parecían más a los delfines del río. Lucían como hombres pero respiraban por unos agujeros en la cabeza. Al salir del restaurante, estaba oscuro y el hombre pudo ver a través del agua algunas estrellas y las luces de una lancha de pasajeros que surcaba para Leticia. Lo llevaron a un hospital donde muchos doctores lo miraban como si ya lo conocieran. Allí, el delfín que él había arponeado se quejaba y maldecía. Entonces le dijeron que tenía que curarlo, o por lo menos decirles de qué metal era su arpón. "Si él se muere", le dijeron, "usted se quedará en la cárcel. Porque los delfines somos gente, aunque ustedes los hombres no lo crean". El pescador se asustó y sufría al pensar en sus familiares. A esa hora estarían preocupados preguntando por él en el pueblo o buscándolo en las vueltas y palizadas del Amazonas, creyendo que se había ahogado. Entonces se acordó que a los delfines no les gusta el humo de tabaco y aprovechó que los policías lo habían dejado solo para encender uno de sus tabacos. Cuando los delfines olieron el humo, hubo revuelo en el hospital y los médicos le gritaron a los policías que se lo llevaran: "Por favor, saquen ese gorila inmediatamente de aquí. Nos va a matar a todos con su humo". Lo montaron en una lancha y salieron de la ciudad. Subieron a la superficie del río y los delfines policías lo soltaron en una de las islas. Allí estuvo tirado hasta que lo recogió la gente de un bote que subía desde Tefé.
  • 21. La familia y los amigos celebraron verlo a salvo. Después, cuando iba por los bares de Santo Antônio do Içá, el hombre se alegraba de su suerte y repetía en su borrachera: "Os botos são como a gente, Os botos são como a gente, Os botos são como a gente", y la gente se burlaba de él. Botos: En portugués, delfines. La ciudad de los delfines. Este cuento en boca de gentes del mercado y pescadores de Santo Antônio do Içá, es uno de tantos sobre agresiones de los humanos contra los delfines rosados y la venganza de éstos. Aunque en la cosmovisión de los indígenas se respeta a los delfines, aquí la rabia del pescador hacia el delfín pudo deberse a que dichos cetáceos destrozan las redes para robar los peces. La narración enseña la humanidad de los delfines, quienes sienten y se quejan como si fueran personas. Además, subraya el uso ritualístico del tabaco para alejar el mal, una práctica común en la Amazonía. Mapinguari a Guy Davenport, in memoriam En el Amazonas, por los lados de Tefé, había un hombre que le gustaba ir a cazar casi todos los días del año. Un domingo le dijo a su mujer: “Me voy para un sitio donde hay buena cacería”. “Sería mejor que esperaras hasta mañana”, le aconsejó ella. “No está bien ir a cazar los domingos”. "No domingo também se come", le respondió él mientras cogía su escopeta y se iba. Camino al monte, se detuvo en la casa de su vecino para convidarlo. Éste no quería ir y también le dijo: “No es bueno cazar los domingos”. El hombre lo convenció diciéndole: "No domingo também se come". Los dos hombres cruzaron un río pequeño y caminaron varias horas sin encontrar nada. Era como si los animales hubieran desaparecido. Casi al atardecer escucharon unos gritos, seguidos de mucho ruido y unos pasos. Pensaron que era un gigante, pero resultó ser un animal. Parecía un mono inmenso de pelo negro y tenía una coraza como de tortuga y un ojo grande y verde en medio de la frente. El cazador se puso a dispararle, pero las balas no le podían atravesar la coraza. El animal se les echó encima y agarró al cazador con una de sus manazas tirándolo contra el suelo. Horrorizado, el compañero se trepó a uno de los árboles y desde
  • 22. allí vio cómo lo despedazaba. Mordiendo los brazos del cazador, el animal decía: "No domingo também se come", después, una pierna: "No domingo também se come". Al ver cómo la bestia se comía al cazador y se iba bostezando, el amigo se volvió rápidamente para el caserío. Cuando contó lo ocurrido, algunos trataron de adivinar la clase de animal que se había comido al hombre. "Si tiene los pies tan grandes como un pilón y un sólo ojo en la frente, tiene que ser el Mapinguari”, dijo un primo del muerto. "Seguramente no se lo comió a usted, Don Luiz, porque no llevaba escopeta", agregaron otros. Uno muy sabedor les dijo que el hombre habría podido salvar su vida si le hubiera disparado al ombligo, "pues ahí es donde en realidad el animal tiene su corazón". Los del pueblo se llenaron de rabia y organizaron una partida para ir a matarlo. No tuvieron que buscar mucho pues el Mapinguari había vuelto por los huesos del cazador. Cuando los vio, la bestia quiso comérselos. Los hombres le dispararon, pero no al pecho como lo hiciera el cazador, sino al ombligo para darle en el corazón. El Mapinguari salió corriendo y desapareció entre los árboles dando gritos de rabia. Entonces los amigos del cazador recogieron en un costal los huesos y las partes que el animal no se había comido y los trajeron al pueblo. Su mujer puso los restos en un ataúd pequeñito y, después que ella y sus hijos lo habían llorado por dos noches, lo llevaron al cementerio. "¡Ay!, si mi marido me hubiera escuchado lo que yo le decía", lloraba la mujer. A los pocos días, cogió a sus hijos y se fue a vivir a Manaus donde tenía familia. "No domingo também se come” : En portugués, “el domingo también se come”. Mapinguari. El Mapinguari (también llamado Capé-lobo en las regiones de Pará y Maranhão, Brasil) es un ser sobrenatural aterrador con características físicas similares a los cíclopes de la mitología griega. Los relatos sobre este monstruo, considerado protector de los animales en el Amazonas brasileño, también revelan la influencia cristiana al destacar el motivo del domingo como un día de descanso. En otras variantes de esta narrativa, el Mapinguari es representado como un ser de olor insoportable, con los pies al revés como el Curupira, y una boca inmensa situada en el estómago. El cazador y el Curupira
  • 23. Por los lados del río Içá vivía un cazador muy de buenas. Un día que regresaba de cacería con un mutum y dos monos, se detuvo al pie de un árbol para descansar. Durmió hasta al atardecer cuando lo despertaron los ruidos de alguien que golpeaba en los árboles. Se trataba del Curupira por la cara peluda y uno de los pies volteados hacia atrás; era el dueño de los animales. El hombre se quedó quieto y el Curupira vino a sentarse a su lado. A las pocas horas, sin embargo, le dijo: “Dame un pedazo de tu brazo para comer”. El cazador, que hasta ese momento había creído que el Curupira venía en plan amistoso, pensó: "No puedo dejar que éste me coma así nomás". Le cortó el brazo a uno de los monos que había matado y se lo dio. El Curupira se lo tragó y siguió sin moverse de su lado. Más tarde el Curupira le dijo: “Dame tu corazón”. El cazador rajó el pecho del mono muerto, le sacó el corazón y se lo entregó. El Curupira comió con gusto y le dijo: "Hombre, te pedí tu corazón y me diste el corazón del mono. Préstame el cuchillo para que pueda sacártelo de las costillas". El hombre hizo como si fuera a darle el cuchillo y cuando el Curupira fue a cogerlo, se lo hundió en el pecho. Al amanecer el cazador descubrió que el cuerpo del Curupira se había convertido en un tronco. Regresó a su casa y le dijo a su mujer que fueran hasta el tronco para averiguar lo que pasaba. Al verlo, se dieron cuenta que se había puesto tan duro como una piedra. Trataron de cargarlo pero pesaba demasiado. Entonces el hombre le dijo a su mujer que lo abrieran para averiguar qué tenía por dentro. Como el machete no podía cortarlo, la mujer fue a traer la mejor hacha que tenían. El cazador golpeó con tanta fuerza que le saltaron chispas. Después de darle al tronco por un buen rato, el Curupira salió a decirle: "Pues te lo agradezco mucho hombre, que si no me hubieras golpeado, no me habría despertado". El cazador y el Curupira. Aunque en su papel de guardián de la selva el Curupira actúa como un ser inflexible castigando a los que abusan de la naturaleza, hay muchos relatos en que se aparece como un espíritu juguetón que le gasta bromas a la gente. Se dice que este espíritu defensor, cuya fisonomía varía de una región a otra, tiene la costumbre de golpear la base del tronco de las samaumeiras (Ceiba pentandra) y de otros árboles grandes para atraer la lluvia, y es causante de cualquier ruido misterioso en la selva.
  • 24. Yanapuma Los antiguos contaban la historia sobre un mitayero que trabajaba cazándoles sajinos, sachavacas, monos y otros animales a unos madereros por los lados del río Pachitea. Un día que iba con el cocinero buscando comida vieron un animal de color blanco como el ganado. "Mira esa novilla, ¿qué hace por estos lados?" dijo el cocinero. "Pues no es una novilla, eso es un Yanapuma, un tigre del demonio", respondió el cazador. "Lo mejor es que regresemos al campamento y les digamos a todos para que nos vayamos a otro sitio". El cocinero se burló de él y le dijo que esos eran embustes de la gente de las tribus. Volvieron al campamento y el mitayero contó lo que habían visto. Los madereros tampoco le creyeron. Él les explicó: "Este tigre blanco es inofensivo en el día, pero de noche se vuelve un matón negro y ataca a las personas. El diablo se adueña de su cuerpo y no le entran ni las balas. La única manera de matarlo es con una lanza". Otra vez los madereros se burlaron: "Pues ya veremos qué clase de mal nos va a hacer cuando se encuentre con nuestras balas", dijo uno. "No vamos a salirle corriendo a todos estos cedros y caobas que nos hemos encontrado, por esos cuentos que nos estás echando", agregó otro. Al día siguiente el mitayero se fue solo hacia una colpa para conseguir carne. Pudo cazar una maquisapa, y al atardecer regresó feliz con su presa al campamento Al llegar, encontró los cuerpos de sus amigos desperdigados por el suelo. Al lado de ellos estaban los rifles que habían sido disparados. Miró los muertos y se dio cuenta de que estaban casi intactos, salvo por unas pequeñas heridas en el cuello. "Esto lo ha hecho el Yanapuma", pensó. Las marcas eran los huequitos de los colmillos de la bestia para chuparles la sangre. Primero el mitayero se sintió abrumado y con dolor por la muerte de sus amigos, pero después sintió una rabia inmensa. Pensó que el Yanapuma debía andar cerca y se subió a un árbol a esperarlo con una lanza afilada. Avanzada la noche, escuchó los rugidos del animal. El Yanapuma apenas lo olió, quiso treparse en el árbol. El mitayero tuvo miedo, pero sacando valor logró atravesarlo con su lanza. La bestia dio un rugido muy fuerte y cayó debajo del árbol. Él pensó: "Ahora la Yanapuma vendrá a buscar al macho. Mejor aguardar". Pasó un rato y la bestia apareció. Vio a su compañero muerto y se puso tan furiosa que trató de subir al árbol para vengarse. Pero el hombre estaba bien apostado y logró matarla. Después de ver morir la Yanapuma, bajó del árbol y siguió triste por lo sucedido a sus amigos. Quiso esperar hasta el amanecer para sepultarlos, pero
  • 25. prefirió avisarles a los familiares en otros campamentos. Como trabajaban a más de un día de allí, se puso en camino. A medianoche, mientras corría en la oscuridad, el mitayero escuchaba las voces de los muertos que le decían: "Amigo, amigo, perdónanos por habernos burlado de tus consejos. Perdónanos y cuéntale a todo el mundo lo que nos ha pasado aquí a nosotros". Mitayero: Cazador de profesión. También recibe el nombre de montaraz. Yanapuma. Otras versiones sobre este jaguar negro lo representan como un espíritu que habita en el agua y es capaz de hipnotizar a sus víctimas. Según algunos amazónicos, la existencia de estos animales en un área de la selva debe consultarse primero con los chamanes quienes ingieren plantas sagradas como el ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y el toé (Brugmansia suaveolens ). Éstas les permiten ver el futuro y posibilitan la consulta con los espíritus dueños del lugar. Los espíritus de las piedras Un chacarero que vivía en el río Madre de Dios le dijo a sus padres: “Yo no quiero trabajar más la tierra. Me voy a aprender el arte de la brujería”. El padre no quería, pero le dio la bendición y le deseó buena suerte. Él se fue por el río en busca de un maestro. Por fin, en Cobija encontró a uno que hacía curaciones soplando unas piedras que llevaba en una bolsita negra. Allí vivían unos espíritus que daban el poder de curar y ayudaban en el amor y los negocios. El hombre estuvo con el brujo y cuando aprendió su arte, se puso a trabajar con las piedras por su cuenta. A cambio de servirle, los espíritus dueños de las piedras le pedían que las guardara del sol en la bolsita de tela negra, de lo contrario (le advirtieron en sus sueños), lo matarían. También le exigían que en las tormentas las pusiera sobre la piedra grande del patio. Con ese arreglo todo le resultaba, y él vivía bien de su brujería. Pero después, muchas veces ocurría que el hombre no conseguía ayudar en todos los casos, ni aliviar a los enfermos de gravedad mortal. Buscó a su maestro pero no lo encontró.
  • 26. Entonces los espíritus le adivinaron sus deseos y aparecieron en la bolsa otras piedras que tenían la virtud de curar a los enfermos graves, y hasta de matar, según le dijeron: “Nosotros queremos quedarnos contigo. Te vamos a dar poder sobre la vida y la muerte, pero nos vas a obedecer”. Él dijo que sí, y en adelante pudo salvar a sus pacientes a punto de morir y favorecer a la gente en sus negocios. Su fama se regó por tantos lugares que a su consultorio en el Madre de Dios venían gentes del Pando y hasta de Brasil mismo. Se llenaba con ganancias y bienes, y lo único que debía hacer con las piedras era protegerlas del sol y cumplirle a los espíritus cuando venían tormentas y relámpagos. Su padre que se alegraba de su prosperidad era alguien que creía en Dios. Sospechaba de su magia y le decía: “Cuidado hijo, no vaya y sea que con esas piedras estés trabajando con cosas malas”. Pero él evitaba hablar del asunto diciendo: “Ahora soy rico y puedo hacer lo que se me venga en gana”. Los espíritus quisieron cobrarle y le exigieron que debía complacerlos matando a unos de la barraca; “Si no lo haces”, le dijeron, “vamos a dejar de ayudarte y no respondemos por tu vida”. Al principio no quería obedecer; pero no se arriesgaba a perder la ayuda de los espíritus ni su vida. Formó con arcilla los cuerpos pequeñitos solamente de los que eran sus enemigos y luego, con el poder que le daban los espíritus, los destruía. Creyó complacer a los espíritus de las piedras y no fue así. Vinieron en sus sueños a exigirle que debía aumentar el número de muertos. Él no quiso obedecer y les dijo: “No puedo seguir matando a la gente así porque sí”. Entonces los espíritus de las piedras hicieron que lo atropellara una moto-taxi. Estuvo un mes a punto de morirse; y para seguir vivo, tuvo que seguir las órdenes, y seguir matando. En esos días, sin embargo, las gentes empezaron a sospechar de su brujería y a echarle la culpa de las muertes. El cura había puesto a los vecinos en su contra y casi lo queman con casa y todo. El hombre se sintió acorralado y fue donde su padre a confesarle. “Los espíritus de esas piedras vienen por las noches y me despiertan para pedirme que mate a la gente”. Le contó cómo él tenía que fabricar los cuerpos y darles en el corazón con un chuzo. “Porque si no lo hago, padre, los dueños de las piedras vienen y me matan a mí. A veces me obligan a matar hasta cuatro personas por mes. ¿Qué voy a hacer?” El padre le dijo: “Pues ése es el demonio quien manda a los espíritus para hacer el mal. Tal es su trabajo en el mundo. Pero yo me acuerdo de alguien que sabe de magia y esas cosas”. Fue hasta donde uno que sabía algo de magia negra. Éste les aconsejó sacar las piedras del saquito de tela y ponerlas bajo las raíces de un almendrillo, donde no les diera la luz. Así se quedarían tranquilas.
  • 27. Lo hicieron de ese modo, y un día cuando el hombre y su padre iban por el lugar donde habían dejado las piedras, vieron el árbol muerto con el tronco chamuscado como si le hubieran caído todos los rayos. El padre le dijo: “¿Te das cuenta hijo que yo tenía razón? Mira cómo esas cosas malas le pagaron al almendrillo. ¡Lo acabaron, al que les sirvió bien!”. Los espíritus de las piedras. Forma parte de los relatos de quienes acarrean mercancías en carretillas de madera en las calles y de los vendedores en los mercados al aire libre en Riberalta, Bolivia. Las acciones destinadas a causar daño a las personas revelan el uso negativo de la llamada magia simpatética por algunos chamanes amazónicos. Dicha práctica que se remonta a la antiguedad en culturas tradicionales de casi todo el mundo, se funda en la creencia de que las acciones contra los objetos-representaciones de una persona producen el mismo efecto sobre ésta así se encuentre lejos. Yara Una mujer que vivía con la familia del marido le dijo a su suegra: “Cuida a mis hijos mientras voy a la chacra a traer algo para el almuerzo”. La madre de su marido le dijo que sí y se puso a contarles historias. La mujer estuvo un buen rato en la chacra. A su regreso no solamente traía las piñas y palmitos que había ido a buscar, sino también unos pescados. Cuando la suegra le preguntó de dónde había sacado esos pintadillos, pacus y otros pescados tan buenos, ella le dijo: “Me encontré por ahí con unos pescadores y me los regalaron”. Después la mujer fue donde estaban los niños jugando y dijo: “¿Son éstos mis hijitos?” A lo que la vieja respondió: “Mujer, yo cuido muy bien a tus hijos y no te los he cambiado por nadie”. Ella se rió y se fue para la cocina a hacer el almuerzo antes de que el marido regresara de trabajar. Mientras comían él le dijo: “Mujer, ¿dónde conseguiste este pescado tan rico que nunca antes habíamos probado aquí en casa?” “Pues ése es mi regalo especial para que comas”, respondió ella. Agregó que se lo habían dado unos pescadores de por ahí. El hombre se sintió muy afortunado de tener una mujer buena para la cocina y vecinos tan generosos.
  • 28. Por la tarde la suegra convidó a la mujer al río a lavar ropa y a divertirse con los niños. Pero la mujer le respondió que no quería ir porque ella ya había pasado muchísimo tiempo en el agua. Al escuchar a su nuera, la vieja pensó: “pues también yo me la paso en el río mucho tiempo lavando ropa y pescando y no me quejo; esta mujer de mi hijo hoy no se parece en nada a ella misma”. Sin embargo, prefirió no decirlo para evitarse más problemas y se pasó toda la tarde en el río lavando ropa y cuidando de que sus nietos no se alejaran de la orilla. Muy preocupada por el comportamiento de su nuera, esa noche le dijo a su hijo que la vigilara. Cuando se fueron a dormir, el marido se quedó despierto y notó cómo después la mujer salía con mucho cuidado de la cama y se iba de la casa. Tuvo muchísima rabia pues estaba casi seguro de que su mujer lo estaba engañando con algún pescador y la siguió hasta el río. Mas al llegar a la orilla, en lugar de verla encontrarse con otro hombre, vio cómo se adentraba poco a poco en el agua. Se dio cuenta que al nadar los pies se le transformaban en una cola larga como de un pez. No era su mujer sino una Yara, el animal mitad mujer y mitad pez que a veces se enamora de los hombres que viven cerca del río. Él se asustó tanto que fue a despertar a sus amigos y vecinos. Al saber que no era su mujer, sino una Yara, los hombres acordaron ir con sus machetes, arpones y escopetas a buscarla. Con la luz de la luna, pudieron dar con ella, que todavía llevaba ropas de mujer, y matarla. Luego, la madre le dijo: “ahora ya sabes que tu verdadera mujer está muerta; y este animal que quería irse a vivir contigo de seguro que fue y te la mató ayer en la chacra”. El hombre quería mucho a su mujer, y se fue corriendo con los vecinos hasta la chacra sin creerle a su madre. Cuando llegaron al lugar, encontraron el cuerpo desnudo y sin vida de la mujer, a quien la Yara le había robado la ropa. Yara. Los madereros que compran bastimentos para largas temporadas de trabajo en la selva y pescadores en en los ríos Amazonas y Yavari, cerca de la frontera de Brasil y Colombia, cuentan historias sobre mujeres hermosas que viven bajo el agua (casi como las sirenas del mundo clásico que tentaron a Odiseo) y salen a las orillas de los ríos en busca de un compañero. Aunque en la mayoría de las historias sobre Yaras se les representa con forma de mujer, en la presente descripción de la Yara ésta al final toma la forma de una sirena, o Mãe-d'água, similar a las mujeres-peces presentes en diversas tradiciones orales indígenas. Chullachaki
  • 29. Por el río Nanay vivía un shiringuero que trabajaba de sol a sol pero los árboles de caucho casi no le daban leche. Una mañana, mientras faenaba, vio a un hombrecito barrigón con un pie más pequeño que el otro. Era el Chullachaki, el dueño de los animales y amigo de los árboles. Se acercó y le dijo: “¿Cómo te va hoy hombre?” “No muy bien”, le contestó el shiringuero. “Tengo muchas deudas”. “Pues si quieres tener más suerte con los árboles de caucho, te voy a dar una virtud”. "Sí, por favor, ayúdeme”, le rogó el hombre. El Chullachaki le dijo que primero debía hacerle un favor y después pasar una prueba. “Dame uno de tus tabacos y después de que lo haya fumado y me duerma, me das patadas y puños hasta que me despierte”. El hombre le dijo que sí. El otro se quedó dormido y recibió los golpes acordados. Al despertarse, el Chullachaki le agradeció y dijo: "Bueno hombre, ahora pongámonos a pelear. Si me tumbas tres veces, haré que los árboles de shiringa te den más caucho para pagar tus deudas. Pero si ocurre que logro tumbarte, te morirás cuando llegues a casa. El hombre se dijo: "Éste es un chiquitín que ni siquiera puede andar bien con ese pie tan pequeñito; si le gano, podré pagar mis deudas". Pelearon y el hombre fue capaz de ganarle tres veces dándole un pisotón en el pie más pequeño donde guardaba la fuerza. “Ahora los árboles te van a dar más caucho; pero no vayas a ser tan avariento y sacarle tanta leche a los troncos que los hagas llorar; y si le cuentas a alguien, te mueres”, le advirtió. Luego le dijo cuáles árboles le rendían más. El shiringuero consiguió la leche de los árboles, y se dio cuenta que el Chuchallaki era un dueño bueno; lo veía en el shiringal curando a los animales o haciéndoles a los árboles trenzas con los bejucos. Con el tiempo, el hombre pagó las deudas al dueño de los shiringales, y les compró ropa y zapatos a sus hijos: “Para que no anden por ahí como la gente de las tribus”, dijo. Ocurrió, sin embargo, que el dueño de los shiringales, un hombre malo (quien había esclavizado y matado a muchos indígenas), se enteró de la buena suerte del trabajador. Madrugó y atisbó al shiringuero para ver cuáles eran los árboles mejores, y después vino, no con tichelas, los recipientes pequeños usados por los shiringueros, sino con baldes grandes para llenarlos. Terminó haciéndoles tales cortes a los árboles que los últimos recipientes no contenían leche sino agua. Pasó el tiempo y el hombre favorecido cogía justamente lo que le había dicho el Chullachaki, mientras que el otro sacaba con desmesura. Un cierto día, cuando el avariento aguardaba escondido entre los árboles, el Chullachaki vino a decirles: “Aquí se acabó la virtud”. “A ti te perdono”, le dijo al
  • 30. shiringuero, “pero vete y no vuelvas más”. Luego se dirigió al dueño: “Tú no tienes compasión, ¿no te diste cuenta que los últimos baldes que sacabas no tenían leche del caucho sino lágrimas de los árboles”? Esa misma tarde el dueño del shiringal se puso muy enfermo con dolores de cabeza y muchas fiebres. Tuvieron que bajarlo en canoa hasta un puesto de salud en el río, pero ningún médico le pudo decir cuál era su dolencia. Los sabedores tampoco pudieron curarlo y murió. El shiringuero afortunado, un tal Flores, que todavía vive, dejó los shiringales y se fue lejos, para Pebas, donde construyó una casa de ladrillo. Shiringuero: Uno de los nombres dados en el Amazonas peruano al que trabaja en la explotación de cualquiera de las especies de árboles productores del látex usado para fabricar el caucho. Chullachaki. El Chullachaki, conocido en el Amazonas peruano como dueño de plantas y de animales (similar en este sentido al Curupira, a la Mãe de Seringa y a muchos otros espíritus guardianes en la cuenca amazónica), ejerce su función de defensor de los árboles de caucho frente a la codicia y explotación desmedida. En este relato que se escuchó de gentes de Pebas en el río Amazonas, el intercambio inicial de regalos y favores entre el cauchero y el Chullachaki refleja la reciprocidad, un modo de relacionarse practicado en las culturas nativas del Amazonas. Amasanga Warmi Una noche, en uno de los pueblos del Río Pastaza, hubo mucha lluvia y truenos. Con el agua, cayeron monos, sajinos, pavas, tortugas, palomas y otros animales que anduvieron por las calles. La gente los siguió hasta la selva donde desaparecieron bajo unos árboles de Ila. Para sacarlos, les echaron canastadas de ají molido y en su lugar salieron cientos de diablillos como perros que ellos llaman Juri-Juris. De entre los Juri-Juris salió una niña con la piel blanca y cabellos muy negros. Los hombres se maravillaron, y cuando uno quiso tocarle su pelo, ella le rogó que no lo hiciera. Le preguntaron por su nombre y les dijo que se llamaba Amasanga Warmi, que quiere decir mujer de la selva.
  • 31. Como la pensaron gente, la llevaron al pueblo y se la entregaron al cura párroco para que la hiciera cristiana. Allí una familia ayudó a criarla y al hacerse casadera los padres adoptivos dijeron: “Se la daremos al primero que nos traiga diez pavas y diez monos para saber que es responsable”. Aparecieron tres hombres a pedir su mano, y sólo uno de ellos fue capaz de traer las diez pavas y los diez monos para probar que podía mantenerla junto con los hijos por venir. Llegó el casamiento y enseguida se fueron para la chacra del hombre. En el camino, la mujer le prometió ser fiel y buena esposa. Lo único que le pedía era que nunca le fuera a tocar la cabeza ni acariciarle sus cabellos y él dijo que no lo haría. Pasó el tiempo y él se dio cuenta de que la mujer no tenía igual para el trabajo de la tierra, le traía las mejores frutas y los palmitos, y cuidaba bien de la casa. También, en la época de lluvias, como es costumbre entre las gentes del Pastaza, le sacaba los piojos al marido mientras esperaban los días de sol. Sin embargo, cuando él quería sacarle los piojos, la mujer le recordaba la promesa de no tocar su pelo. Aunque vivían bien, él decía: “¿Por qué me niega a mí tocarla?” Un día como creyó que era su derecho no aguantó la curiosidad de conocer lo que tenía la mujer en sus cabellos, y decidió averiguarlo. Temprano, antes de que ella se fuera a traer yuca de la chacra, él le dijo: “Mujer, me voy de cacería, regreso más tarde”, y se fue adelante. Cuando la mujer sacó las yucas, cortó los palmitos y se disponía regresar a la casa, el hombre, que se había escondido cerca, le saltó por la espalda. La agarró, le desarregló los cabellos por detrás y descubrió su otra cara parecida a los diablos Juri-Juris. Entonces ella lo miró con tristeza y le dijo: “¿Por qué me has avergonzado mirándome la cara que no la tengo para este mundo sino para vivir debajo de los árboles de Ila? Tú eres mi marido y nunca he hecho nada para dañarte; te he trabajado la chacra, traído las frutas y preparado buena chicha para la casa”. Luego ella, que había dicho ser Amasanga Warmi, se dio vuelta para mirarlo con su cara de Juri-Juri, riéndose estruendosamente y mostrándole sus dientes afilados. Con las garras que le salieron, la mujer le abrió la cabeza al hombre y le sacó los sesos que era lo que más le gustaba. Después se comió su corazón y regresó a vivir bajo los árboles de Ila. Amasanga Warmi. Descendientes de indígenas Shuar, quienes viven en el pueblo de Tena, en Ecuador y han adoptado creencias cristianas, cuentan diversas versiones de esta historia. Se nota en sus relatos la influencia clara de los mitos aborígenes con criaturas feroces capaces de
  • 32. convertise en humanos y también se revela el rechazo del espíritu frente a la posibilidad de sometimiento y de que se revele su misterio. Dañero En las cercanías de San Fernando de Atabapo una muchacha tenía dos pretendientes: uno que trabajaba duro en el conuco y en la recogida de la castaña, y el otro muy perezoso. Como los padres de la muchacha no querían al holgazán, lo alejaron diciendo que él ni siquiera les traía frutas o comida del conuco. Al poco tiempo, en la casa de la muchacha y el vecindario, escucharon unos silbidos que hacía un dañero con su huesito de rana, "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí", para anunciar que iba a hacerle mal a alguien. Desde las seis de la tarde la gente tenía que trancar las puertas y los perros regresaban chillando, asustados por el olor a manteca de tigre del dañero. El padre de la muchacha, que sospechaba del pretendiente flojo, hizo averiguaciones y supo que el muchacho venía de una familia de dañeros. Eran los mismos que usan el saber de los indios para perjudicar a la gente con venenos y pócimas de curare, o, como decían los antiguos: “Antes de hacer el mal, ellos se pintan por las noches de negro y rojo de onoto, y salen desnudos a pitar”. Con la pitadera por las noches, al pretendiente que favorecían los padres de la muchacha le vino una extraña dolencia que causó su muerte, y el dañero se calmó. Luego, cuando la gente empezaba a olvidarse, los silbidos "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí" se escucharon cada vez más cerca de la casa de la muchacha. El padre fue a ver al dueño de la tierra donde tenía su conuco y a pedirle que lo ayudara. Éste lo escuchó y dijo: "No creo que los dañeros sean invencibles, ellos son gente común y corriente". Le prometió al padre de la muchacha que sacaría al dañero, “solamente con unos tiros al aire”. Hizo que los conuqueros montaran en diferentes lugares sus escopetas arregladas con una cuerda que tiraría del gatillo disparándolas para asustar al que pasara enredándose. “Ya sea dañero, o alguien que pita por vicio, vamos a espantarlo de aquí”, dijeron. Volvió el pitador con su "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí" y se dispararon las escopetas. Los hombres fueron hasta él y lo alumbraron con las linternas adivinándole la cara al pretendiente dañero que se había pintado con onoto para ocultarse. Allí le gritaron: “Lárgate bien lejos donde no te volvamos a ver”. Él desapareció dejando en el aire su hedor a manteca de tigre.
  • 33. No pasaron muchos días y los silbidos "Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí" volvieron a sentirse por las noches dentro de la casa de la muchacha. Esta vez ella fue personalmente a pedirle al dueño de las tierras que lo mataran. Los hombres se alegraron y alistaron de nuevo sus escopetas. El dañero volvió con su “Píííí Matí Chupirííí Jííí, Píííí Matí Chupirííí Jííí”, y como lo esperaban, se tropezó con la cuerda tendida para disparar las escopetas y las balas le pegaron. Para asegurarse de su muerte, quienes lo perseguían corrieron tras el sangrero del pretendiente, pero sólo lo sintieron saltar en la orilla del río, sin distinguirle la cara. Lo que sí lograron ver fue cómo el muchacho se sacaba las tripas para dárselas a los peces más voraces, antes de hundirse él mismo en el agua para que no supieran de su suerte. “Así hacían ellos para que nosotros pensáramos que nunca se morían”, contaba después en Puerto Ayacucho la madre de la muchacha. Conuco: Palabra de origen taíno. En Venezuela, nombre que se da a una pequeña parcela de tierra cultivada. Dañero. Los cuentos sobre los dañeros, cuyas prácticas violentas los relacionan con los Kanaima de Guyana, son comunes entre los pobladores ribereños de la zonas de San Fernando de Atabapo y de Puerto Ayacucho en el Amazonas venezolano. Se acusa a los dañeros de cometer crímenes usando sus conocimientos sobre venenos obtenidos a partir de plantas y de animales, heredados de los indígenas Arawak. Los hijos del delfín a Frederick de Armas A orillas del Amazonas vivía un matrimonio que se ganaba la vida en su pequeña tienda vendiendo anzuelos y sal a los pescadores. Cuando el marido se iba de compras para Caballococha o para Leticia, a la mujer le tocaba traer agua y pescar. A veces, mientras pescaba, uno de los delfines rosados que saltaban parecía llamarla con silbidos de gente, y venía cerca de ella. Luego, en sus sueños, se le aparecían los delfines y se veía caminando en una ciudad bonita bajo las aguas donde vivían mujeres y hombres hermosos, algunos con cara de delfines.
  • 34. Sucedió que un día el marido tuvo que irse para Atacuari por un tiempo y el delfín que antes había sido muy amistoso se puso más juguetón con ella. Una tarde se le acercó tanto que no la dejó pescar tranquila y tuvo que espantarlo con una vara. Esa noche al acostarse creyó escuchar pasos alrededor de su casa, como si alguien caminara con botas de caucho y ropas mojadas. Así pasó en varias ocasiones, e incluso una vez (nunca estuvo muy segura), lo sintió a su lado. En adelante, cuando por fin lograba quedarse dormida soñaba otra vez viviendo en la ciudad de los delfines. No pasó mucho tiempo y un día empezó a sentir mareos y dolores muy extraños en su cuerpo que no paraban ni con el agua de corteza de árbol que le aconsejaban los indígenas cocamas. "Siempre he sido una persona sana", pensaba ella" ¿qué será lo que me pasa?" Le preguntó a su cuñada sobre los dolores, y también le contó de los sueños. A ésta le pareció que lo mejor era averiguar con un sabedor cocama. Él les dijo que un delfín la había preñado y que no se podía hacer nada. La mujer se desconsoló mucho porque quería a su marido y él no iba a creer lo que había pasado. Al regresar a la casa el hombre se enteró y le dio tal rabia que si no hubiera sido por su propia madre la habría matado a garrotazos. La abandonó y se fue para Leticia donde se puso a beber. La mujer lloró por haber perdido a su marido, pero la hermana de éste vino a visitarla cada vez que podía. Cuando llegó la época de dar a luz, en lugar de tener un niño, tuvo dos delfines muy bonitos. "Eran delfines y humanos a la vez", dijeron la suegra y su cuñada. Entonces el sabedor cocama les aconsejó devolverlos al agua, "pues de lo contrario, con el aire de la tierra, a los delfines les cae sarna en la piel y se mueren a los tres meses". La mujer se puso más triste, pero el cocama le repitió que tenía que dejarlos en la orilla donde había visto a los delfines. La cuñada y la suegra arroparon a los delfincitos en unas toallas y los llevaron al río. Esa noche, la mujer soñó otra vez con los hombres y mujeres de la ciudad de los delfines. En el sueño, uno de ellos le daba las gracias por haberle devuelto a sus hijos. Los hijos del delfín. Este relato obtenido en Leticia,Colombia, es un buen ejemplo de los cuentos sobre delfines quienes tienen que ver con los embarazos inesperados. (También en la región del Ucayali, según algunas mitologías indígenas, los delfines visitan a las mujeres
  • 35. cuando están dormidas). Al referirse a la capacidad que tienen los delfines para engañar y a su poder como seductores, la historia también implica aspectos del código de honor masculino de origen mediterráneo, cuyo influjo es notorio en las relaciones entre hombres y mujeres del mundo amazónico. Glosario Nombres vernáculos y científicos Nombre vernáculo Nombre científico Açaí, Huasai Euterpe oleracea Mart Aguaje Mauritia flexuosa Lf. Ají Capsicum annum L. Almendrillo, Shihuahuaco, Dipteryx micrantha Harás. Cumaru Árbol de Ila (o Sapium spp. lechero) Banisteriopsis caapi (Spruce ex Ayahuasca Grises.) CV Morton Balatá Manilkara spp Batata Solanum tuberosum L. Borojo Borojoa sorbiles Ducke Caimito Pouteria caimito (R.&P.) Radlk. Ipomoea batatas Camote L. Canela moena Aniba canelilla (HBK) Mez. Caoba Swietenia macrophylla King & S Calycophyllum spruceanum Capirona Benth. Castaña o Árbol de Bertholletia excelsa castaña, Humb&Bonpl. Castanheira Cedro Cedrela odorata L. Ceiba Ceiba pentandra (L.) Gaertn
  • 36. Chacruna Psychotria viridis (L.) Chambira Astrocaryum chambira LC. Chonta, Shapaja, Scheelea humboldtiana Shapajilla (Spruce) Burret Coca Erythroxylum coca Lam Comino Aniba perutilis Hemsl. Copaifera paupera (Herz.) Copaiba Dwyer Copal Protium altsonii Sandwith. Theobroma Copoasú grandiflorum (Willd. Ex Spreng.) Schum. Coqueiro Astrocaryum chambira LC. Curaré Chondrodendron tomentosum Ruiz&Pavon Hymenachne donacilfolia Gramalote (Raddi) Chase Echinochloa spp. Guaba Inga edulis Guamo Inga spp. Huanto Brugmansia sp. Cedrelinga cateniformis Huayracaspi (Ducke) Huito Genipa americana L. Lechecaspi Couma macrocarpa Barb. Lulo grande, Solanum sessiliflorum Dunal Cocona Lupuna blanca Ceiba pentandra (L) Gaertn. Lupuna colorada Cavanillesia hylogeiton Ulbr. Ojé Ficus antihelmintica Mart. Onoto, Achiote Bixa orellana L. Palo de rosa Aniba duckei Kosterm. Palmito Euterpe spp Piña Ananas comosus Plátano Musa paradisiaca L. Platanillo Heliconia lasiorachis L. A. Pumayuyu Teliostachya lanceolata
  • 37. Quina Cinchona pubescens Vahl Ficus americana Renaco Aubl. Remocaspi Aspidosperma excelsum Benth Seringueira, Hevea brasiliensis (Willd.) Chiringa, Siringa Muell. Arg Shacapa Pariana sp. Tabaco Nicotiana tabacum L. Brugmansia suaveolens Toé, Wanduc (Humb. &Bonpl.ex Willd.) Bercht. Uvilla Pourouma cecropiifolia Mart. Victoria amazonica (Poeep.) Victoria Regia Sowerby Yacutoé Brugmansia sp. Yarumo Cecropia maxima L.C. Yuca Manihot esculenta Crantz. Zapote Matisia cordata Mamíferos Anta Tapirus terrestres Boruga, Majaz Agouti paca Boto Inia geoffrensis Bujeo o bufeo Inia geoffrensis Danta Tapirus terrestres Delfín rosado Inia geoffrensis Guazo Mazama americana Huangana Tayassu pecari Jochi Agouti paca Manatí, Vaca Trichechus manatus Maquisapa Ateles belzebuth Nutria Pteronura brasiliensis Pelejo Bradypus variegatus Sachavaca Tapirus terrestres Sajino, Taitetú Tayassu tajacu Panthera Tigre onça
  • 38. Vaca marina Trichechus inunguis Zorro Atelocynus microtis Aves Ayaymama Nyctibius griseus Chicua Piaya cayana Guacamayas Ara chloroptera Guacharaca, Ortalis spp. Manacaraco Mutúm Crax alector Psarocolius spp.; Oropéndolas Gymnostinosps spp. Paucar Cacicus cela Parabas Ara rubrogenys Panguanas Tinamus spp Pava de monte Pipile cumanenses Paujil Mitu tormentosa Perdiz Nothoprocta pentandlii Polla de agua Gallinula chloropus Peces Prochilodus nigricans Bocachico Agassiz Henonemus macrops Canero Staindachner Pseudoplatystoma fasciatum Doncella Linnaeus Brachyplatystoma Dorado rousseauxii Castelnau Fasaco, traira Hoplias malabaricus Bloch Colossoma macropomum Gamitana Cuvier Piaractus brachypomus Pacu Cuvier Arapaima gigas Paiche Cuvier Mylossoma duriventris Palometa Cuvier
  • 39. Pseudoplatystoma fasciatum Pintadillo Linnaeus Arapaima gigas Pirarucú Cuvier Sábalo Brycon cephalus COPE Sardinha Triporteus rotundatus Tucunaré Cichla monoculus Spix Reptiles y anfibios Anaconda Eunectes murinus Boa constrictor Boa constrictor Jergón Bothrops atrox Naca naca Micrurus lemniscatus Charapa Podocnemis expansa Cupiso Podocnemis sextuberculata Taricaya Podocnemis unifilis