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ASOCIACIÓN
CULTURAL
LAS ALCUBLAS
                                certamen de
Diversos autores                RELATOS
2009 / 2010
                                2009 / 2010




   Ayuntamiento
    de Alcublas

   ALCUBLAS
                   Andreu Gil




    ESCRIBE
Certamen de Relatos
© AsociAción culturAl lAs AlcublAs
EditA: AyuntAmiEnto dE AlcublAs
colEcción AlcublAs EscribE
dEpósito lEgAl:
ilustrAción dE portAdA: rosA rosElló
ilustrAcionEs: rosA rosElló, AliciA gArrigó, J.l. AlcAidE,
J. blAnco, rAfA cAsAñA, AmpAro civErA, mAnuEl giménEz, JAndro
disEño y mAquEtAción: J. blAnco pAz
ÍNDICE

PRESENTACIÓN                                7

CERTAMEN DE RELATOS DE 2009

LETRAS DESDE EL ALMA                        11
LA EXCURSIÓN                                17
LA BALANZA DE LA JUSTICIA                   21
INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES          26
LA JOVEN QUE AMABA LAS PALABRAS             29
VISIONES                                    33
LA ROCA Y EL AGUA                           37
CUANDO ERA PEQUEÑA                          41
EL BORREGO                                  44
ELLA                                        47
EL LOBO                                     51
AVE, EVA                                    53
EL RINCÓN DEL BAJÁ                          55
LA LEYENDA DE LOS ALVAS                     57

CERTAMEN DE RELATOS DE 2010

LA ROSA DEL AZAFRÁN                         63
EN ESTA CASA NO ESTAMOS PARA MÚSICAS.       67
A LA VIDA                                   70
NUNCA ME GUSTARON LAS ESDRÚJULAS            72
¿TÍO ME RUEDA LA CARGA?                     75
EL MIRADOR DE SOLIMAN                       79
LA HABITACIÓN DEL POETA                     83
UNA CARTA PARA BALTASAR KÜRGEN              87
CIEN POR CIEN ALCUBLANOS                    91
HOY QUE YA NO ESTÁS                         95
DE LA CIUDAD AL CAMPO: UN DÍA EN LA OLIVA   99
UNA MALA NOCHE EN EL NAVAJO ROYO            103
SENDAS MUSICALES.                           107
EL HUERTO DEL TÍO LUCERO                    110
TREN DE CERCANÍAS                           112
EL VINO                                     115
LA GOTA "MARIANA"                           118
ARRIERO DE MULA TORDA                       121

GLOSARIO                                    125
Certamen de relatos breves - ACLA / 5




SALUDA DE LA CONCEJALA DE CULTURA

                                                M Desamparados Civera Domingo




   La Colección ALCUBLAS ESCRIBE llega a su numero siete con la publicación de este
libro, de lo que nos sentimos muy orgullosos.
   Cuando desde el Ayuntamiento nos planteamos conseguir un número importante
de obras y de autores relacionados con Alcublas para nuestra Colección, nos pro-
pusimos editar un libro por año, pero ante la demanda de tantos escritos hemos
tenido que aumentar el numero de libros que han salido, una cultura que quedará
para nuestro futuro.
   Creemos que esté libro es fiel reflejo del trabajo realizado. Se trata de un trabajo
fruto del esfuerzo de muchas personas, fruto de la ilusión de muchos autores, que
verán plasmada su obra en un ejemplar que seguro que cuando tengamos en nues-
tras manos, no vamos a poder resistirnos a terminar de leer.
   Este libro es el resultado de la recopilación que desde la Asociación “Las Alcublas”
se ha llevado a cabo a través de su Concurso literario “Relatos Breves” y que en sus
dos ediciones, dos años consecutivos, ha contado con gran participación, llegando
relatos de lugares lejanos. Enhorabuena a todos los autores.
   La edición de este libro es un compromiso que desde el mismo Ayuntamiento y
su Concejalía de Cultura tenia con la Asociación “Las Alcublas”. Sirvan, desde aquí,
estas palabras como homenaje y reconocimiento de la gran labor cultural que esta
desarrollando esta Asociación en todos los ámbitos: etnológico, ambiental, históri-
co...
  ¡Ánimo, y a seguir así!
  Enhorabuena a todos.
6 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 7




PRESENTACIÓN

                                                              Serafín Martínez Marz
                                                           Presidente de la A.C.L.A.



   Cuando en el otoño del año 2007 nació la Asociación Cultural Las Alcublas, una
de las muchas líneas de trabajo que se plantearon fue la promoción de la literatura.
Como medio para hacerlo se pensó en celebrar un Certamen de Relatos Breves, que
efectivamente se convocó en la primavera de 2008.
   Los objetivos que perseguíamos con esta convocatoria eran diversos, pero esen-
cialmente se buscaba promocionar la escritura como medio de expresión y la lectu-
ra como entretenimiento, dar a conocer historias que estuviesen relacionadas de
alguna manera con la localidad o con el entorno y la cultura rurales y, en definitiva,
generar en la sociedad alcublana la ilusión por participar en el desarrollo de activi-
dades culturales.
   El equipo responsable de la actividad se encargó de elaborar unas bases en las
que establecía mecanismos para garantizar el anonimato de los relatos, y en las que
se dejaba el certamen abierto a todo tipo de temas, pero se valoraba de forma espe-
cial las referencias al mundo rural en general y a Alcublas en particular, y en las que
se establecía otros detalles y la forma de acceder al concurso.
   Fueron quince los relatos presentados a esta primera edición del certamen, algu-
nos de ellos recibidos desde otras provincias, y para elegir los relatos premiados se
formó un jurado compuesto por Mª Desamparados Civera Domingo, concejal de
cultura del Ayuntamiento de Alcublas, Mª Pilar Comeche, bibliotecaria de la locali-
dad, y por José Antonio Martínez Pérez y Joaquín Sanz Ibáñez. El fallo otorgado fue
el siguiente:

  - Primer Premio para “Letras desde el alma”, de Arantxa López Ortiz (Gijón).
  - Segundo Premio ex-aequo para los relatos “La balanza de la justicia” y
  ”La excursión”, de José L. Alcaide y José R. Casaña respectivamente.
8 / Certamen de relatos breves - ACLA




   Viendo el éxito obtenido, así como la buena acogida y aceptación por parte del
público, se convocó la segunda edición del certamen en la que participaron veinti-
dós relatos, que fueron presentados de manera anónima a un jurado formado por
nuestro querido paisano y escritor Alfons Cervera, por el escritor y actor Juan Jesús
Valverde, por Mª Pilar Comeche y por Mª Desamparados Civera. El fallo del jurado
fue el siguiente:

   - Primer Premio para “La rosa del azafrán”, de José L. Alcaide Verdés.
   - Segundo Premio para “En esta casa no estamos para músicas”, de Serafín
   Martínez Marz.
   - Tercer Premio a Pilar Climent Corbín por su relato “A la vida”.

   La entrega de premios de esta segunda edición se acordó celebrarla dentro del
marco de la Semana Cultural que organiza y patrocina el Ayuntamiento de Alcublas,
y así, el domingo 25 de Julio tuvo lugar un emotivo acto en el salón de plenos de
nuestro Ayuntamiento. Fue precisamente en este acto donde la Concejala de
Cultura se comprometió, en nombre del Ayuntamiento, a la publicación de los rela-
tos presentados en las dos ediciones y que ahora presentamos en este volumen.
   Del primer concurso se han editado todos los relatos presentados, mientras que
del segundo se ha llevado a cabo una selección: Relatos con trasfondo histórico,
relatos autobiográficos, relatos de intriga, costumbristas, fantásticos…, muchos de
ellos ambientados en Alcublas, algo que contribuye a prestarles una cercanía que
invita a seguir leyendo.
   Queremos agradecer al Ayuntamiento de Alcublas todo el esfuerzo que está rea-
lizando por los temas culturales, sin su ayuda y colaboración, puede que estas histo-
rias y relatos no hubiesen visto la luz y estarían en el baúl de los recuerdos a la espe-
ra de una mejor oportunidad.
   Desde la Asociación Cultural Las Alcublas, nos comprometemos a seguir promo-
viendo la escritura y la lectura como lo estamos haciendo en estos tres años de exis-
tencia, esperando que cuando tengamos este libro en las manos el Tercer Concurso
de Relatos Breves sea ya una realidad.
Certamen de relatos breves - ACLA / 9




PRIMER CERTAMEN

 2008 / 2009
10 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 11




LETRAS DESDE EL ALMA
                                                                 Arantxa Ortiz López




   En la última entrevista que me realizaron tras la publicación de mi última nove-
la, alguien, tal vez un periodista me preguntó cuándo había decidido hacerme escri-
tor, de manera automática le respondí que mi afición venía desde mi época univer-
sitaria, momento en que escribí mi primer relato con cierto éxito, respuesta que lle-
vaba dando desde hacía varios años, pero cuando la entrevista tocó a su fin, caí en la
cuenta de lo errónea que era mi respuesta. No había decidido dedicarme a la
Literatura en la Universidad; allí tan sólo había conseguido mi diploma; mi voca-
ción, realmente había comenzado muchos, muchísimos años antes, aunque hasta
ese momento no me había dado cuenta.
   Nací en una mala época, era mala porque entonces no sólo no contábamos con el
mundo tal y como lo conocemos ahora, que ya es bastante terrible de por sí, sino
mala porque me tocó criarme en una guerra y su consecuencia, la postguerra, que al
final se cobró casi tantas vidas como la contienda en sí. Entonces yo era un chico pri-
vilegiado, aunque no me daba mucha cuenta de ello; mi padre sabía construir, tanto
carreteras como puentes, e incluso castillos de mina; se puede decir que era lo más
parecido a un ingeniero de los de entonces, y por ello se había librado en su día de
alistarse; era necesario para un país que no podía prescindir de las comunicaciones;
debido a su trabajo, toda la familia (mis padres, mi hermana Eva de entonces tres
años y yo) nos mudábamos continuamente; donde hiciese falta una carretera, un
camino o un nuevo trazado de un puente, allá íbamos, lo que hacía que habitual-
mente sintiese inseguridad; curiosamente, los demás chicos de mi edad sentían una
inseguridad mucho más adulta que la mía, y sus temores eran más terribles que los
míos; a mi me preocupaba dejar a mis amigos, compartir mi cuarto con Eva, que la
nueva casa fuese pequeña o no hacer nuevos amigos, por no contar el visceral terror
a las nuevas escuelas. Los terrores de los demás muchachos se basaban en la guerra;
que a sus padres no los matasen; que a sus hermanos no los reclutasen; que a sus
madres no las detuviesen. En uno de tantos traslados destinaron a mi padre a la
Comarca de Los Serranos, Valencia, a un pueblecito cualquiera, exactamente igual
que uno de esos pueblos que todos conocemos, al menos de oídas, en los que apenas
hay diez casas, de las que tres son de un mismo dueño, donde la escuela, reciente-
mente inaugurada queda a más de tres kilómetros del núcleo y por iglesia se tiene
una pequeña ermita en la parte más alta del monte donde se produjo uno u otro
milagro. Yo nunca había vivido en una aldea, y menos tan pequeña; el número de
12 / Certamen de relatos breves - ACLA




habitantes no sobrepasaba los treinta, y la primera vez que vieron un camión del
ejército, los vecinos trataron de alimentarlo con heno; los chiquillos de mi edad,
nueve años entonces, no tenían juguetes y mataban las horas libres haciendo diver-
sas maldades, que en ocasiones les costaban la vida. Me costó muchísimo adaptar-
me, tanto que el primer mes lo pasé encerrado en la oscura y pequeña casa, releyen-
do los seis libros que entonces conformaban mi biblioteca: Vidas de Santos,
Barbazul, La isla del tesoro, Un capitán de quince años y la Biblia. El primero y el
último no eran mis favoritos, pero tenía sed de conocimientos y ausencia de mate-
rial, así que bebía estos volúmenes una y otra vez, sin que nadie lograra hacerme
salir de casa; sólo al ser obligado a acudir al colegio aquel otoño, comencé poco a
poco a integrarme; como todo el mundo supondrá, el comienzo fue difícil; los chi-
cos de mi clase (las niñas por entonces no acudían a la escuela; el presupuesto se
gastó en la escuela de niños, dejando a cero las arcas y a las niñas, que crecieron en
la ignorancia), me hacían la vida imposible de mil maneras diferentes y se mofaban
de mí; les extrañaba que supiese restar o dividir, y se reían disimuladamente cuan-
do leía de corrido mientras ellos titubeaban al unir una vocal con una consonante.
Tras la escuela, generalmente me iba a casa, pero con el paso de los meses el buen
tiempo llenaba mi alma y poco a poco me obligaba a salir; seguían sin aceptarme, y
durante meses fui espectador de las vidas de los demás; cada tarde me sentaba en
una redonda piedra que hacía las veces de cruce de calles y parapetado tras uno de
mis libros observaba lo que ocurría, empapándome de la cotidianidad de los demás,
sin que nadie reparase ya en mi presencia. La guerra estaba en cada casa, en cada
esquina y el ambiente bélico se respiraba por doquier; cada quince días llegaba al
pueblo el cartero; era un hombre que recorría a lomos de su burra veinte kilómetros
de inhóspitos pueblos, y de palabra daba recados a tal o cual persona, el hombre
nunca dejaba cartas, algo que a mi me intrigaba; una mañana, mientras una doce-
na de personas se amontonaban alrededor de la burra, yo me acerqué y a media voz
le pregunté al cartero por la correspondencia, a lo que me respondió un sepulcral
silencio; todos me miraron fijamente, y una mujer vestida de negro de los pies a la
cabeza me espetó: -¿Dónde crees que estamos chico?¿en...? Aquí nadie escribe ni
lee; no sabemos ¿Es que tú si sabes muchacho? –Perplejo, le contesté que sí, que
claro que sabía, y avergonzado me fui de allí. La tarde siguiente, cuando ya casi se
me había olvidado el asunto y me hallaba de nuevo sentado en mi mirador particu-
lar observando como Ramón, uno de los chicos más matones del pueblo trataba de
desplumar al gallo del cura que vagaba suelto por las calles, sentí una mano en mi
hombro. Pude comprobar que doña María, una viuda que tenía un hijo en el frente
se hallaba detrás de mí; nerviosa, y sin darme explicaciones me arrastró a su oscura
cocina y allí, sacó un cajón que colocó a modo de mesa, me entregó un pequeño lápiz
y una hoja de calendario y me pidió que le escribiera una carta a su hijo. Sintiendo
lástima por la mujer y sin nada mejor que hacer, le pregunté qué quería decirle al
muchacho, y sorprendida me dijo: -No sé, escribe una carta; ¿no eres acaso “escri-
bidor”? pues una carta. Yo le dije que sí era “escribidor” pero no adivino, y ella se
encogió de hombros, apremiante; recuerdo el comienzo como si lo hubiese escrito
ayer.
Certamen de relatos breves - ACLA / 13




   Querido hijo: Espero que al recibo de ésta te encuentres bien; -“di que se escon-
da de los tiros, díselo; y que se abrigue por las noches” –me interrumpía la mujer; -
me gustaría saber que te estás cuidando – continué-, protegiéndote en las trinche-
ras y abrigándote en las heladas noches; -”Dile que vuelva cuanto antes, y que cuán-
do termina la guerra” –apostillaba mientras en la cocina entraba otra mujer y uno
de los muchachos que venían a mi escuela.- “y que la Rosa quiere saber de Fermín”-
yo pacientemente anotaba los datos y seguía redactando en voz alta: Aquí te echa-
mos mucho de menos, no sólo yo, sino también todo el pueblo; la señora Rosa está
preocupada por Fermín, y se tranquilizaría al saber de él – “qué pico tiene el chico,
sigue, sigue,” –decía Rosa que acababa de entrar. Por otro lado, las cosas aquí están
como cuando te has ido; sopla un fuerte viento casi de continuo y las nubes no se
han parado a dejar el agua que tanto necesitamos, pero así y todo la cosecha ha sido
buena. –“pregúntale a cuántos ha matao y si tiene un fusil, ¡pam, pam!” –gritaba el
niño, emocionado. Marcelino hijo quiere saber si te han dado fusil y si lo has usado
ya; también estarás interesado en saber que la semana pasada quedó campeón en
las carreras; ganó a todos, hasta al Viti que ya tiene doce años. –Mientras tanto el
niño se hinchaba de orgullo, lo que aproveché par a congraciarme, y hacer un amigo.
Lo que no se le da tan bien es sumar; en la escuela, don Mateo le pega con la vara
cuando no acierta, pero cuando el maestro se da la vuelta, le hace una mueca –“sí,
eso hago, escríbeselo grande, que lo lea. Y dile también lo de Marcos” –Marcos, el
hijo mayor de Gerardo el molinero ha estado enfermo; quiso irse a la guerra como
su hermano muerto y se lanzó al monte donde le sorprendió la helada; estuvo per-
dido dos días y volvió con pulmonía; la madre llamó al médico que recorrió todo el
camino a pie para ponerle una inyección. Ahora está mejor.
   Haciendo uso de mi conocimiento oculto del pueblo redacté una carta simpática
y llena de anécdotas que los presentes iban coreando con risas, sermones y anota-
ciones, hasta que la hoja estuvo tan llena que tuve que despedirme con brevedad.
Quince días después, el cartero, a su paso por la aldea depositó once cartas, las de
cada uno de los destinados del pueblo, entre quienes se había corrido la voz de que
había un “escribidor” en el lugar; todos escribían a sus casas cartas llenas de ansie-
dad, de nostalgia, de esperanza, de sangre y de batallas, y todos esperaban respues-
tas. Las madres orgullosas paseaban los sobres sin abrir de calle en calle, esperando
mi llegada para que se las leyese, lo que hacía en voz alta, sentado en mi piedra
redonda con todo un pueblo alrededor.
   Queridos padres: Me ha dado mucha alegría recibir noticias suyas; qué bien que
haya en… alguien que pueda leerles mis noticias, y mandarles mi cariño. La guerra
no es tan mala como la pintan, así que no se alarmen…
   Queridísima Rosita: Espero que al recibo de esta te halles bien de salud; yo por
mi parte no me puedo quejar, aunque espero ansioso el día que pueda regresar para
casarme contigo…
   Yo por mi parte respondía a todas y cada una, añadiendo todo lo que mis ojos
veían e intuían.
   Querido Miguel: Cuánta alegría ha sentido mi corazón al saber que te hallas bien
14 / Certamen de relatos breves - ACLA




y a salvo; por aquí las cosas están bien también, y el tiempo mejora, lo que ya nos
hacía falta. Tampoco yo veo el día de tu regreso, y te echo a faltar terriblemente –“no,
eso no se lo digas” –decía la chica apurada, sin que yo le hiciese caso; no quería que
el chico fuese herido sin saber que su Rosita bebía los vientos por él, y que cada tarde
rezaba tres rosarios en la Ermita- Apenas transcurre una tarde sin que rece por ti y
por tu feliz regreso…
   Querido hijo: Ahora que sé que estás bien duermo más tranquila por la noche, al
menos sé que queda menos para tu vuelta, algo que todos deseamos; me preguntas
por las fiestas patronales y te diré que se han celebrado como cada año; la procesión
ha sido más larga que otros años debido a que el camino principal estuvo inundado
de barro durante tres días; Antonia, la que tiene un hijo que “no está bien” (aquí
cambié la palabra “loco” empleada por la mujer, y que hacía referencia a un chico
con retraso mental) lo llevó ofrecido como promesa a la procesión vestido de
Nazareno, para ver si así se curaba de su mal. Se pasó todo el camino gritando y que-
riendo escaparse, aunque Antonia se lo impedía. Cada vez que los chicos tiraban un
petardo, se arrojaba al suelo chillando. Ayer lo hemos visto y no se ha curado, así que
ha sufrido para nada. Durante la verbena un hombre tocaba el acordeón y hubo
muchas parejas que bailaron, pero se echó de menos a todos los jóvenes que tan
valientemente lucháis por los demás.
   Invariablemente cada dos jueves el cartero a lomos de su burra iba dejando sus
once cartas, las cuales eran cada vez más largas; eran cartas preciosas, en las que
apenas se percibía que quienes las escribían se hallaban en una guerra y que en cual-
quier momento podrían caer. Poco a poco en la aldea dejó de hablarse de la contien-
da que asolaba el país, hasta tal extremo que a veces ni nos acordábamos que está-
bamos en lucha... Yo me cuidaba de mencionar cualquier detalle bélico y las misivas
se convirtieron en una verdadera crónica cotidiana de un pueblo casi feliz. Narraba
los sinsabores de la sobrina del cura, enamorada de un hombre casado y vecino de
otra aldea que no hacía mucho caso a la moza, las audacias del chico del molinero,
que cada vez era más travieso y descarado, describía los progresos de los niños en la
escuela si es que los había y los arreglos hechos en una u otra casa; contabilizaba los
nacimientos y obviaba las defunciones, entreteniéndome en describir el aspecto de
todo y de todos bajo mi mirada acostumbrada a observar en soledad. Todas las car-
tas se escribían y leían en voz alta y la gente se marcaba el jueves casi como un día
sagrado, el día en que llegaban las esperadas noticias de los hijos, padres, novios o
hermanos, y el día en el que el “escribidor” estrujaba su cerebro y empuñaba el lápiz
(hasta que le dolía la muñeca) para alimentar las esperanzas y los recuerdos de los
muchos soldados que habían sido reclutados a la fuerza.
   No tardé mucho en darme cuenta de que era indispensable para esas gentes, y no
sólo por poder leerles las cartas, sino porque con mi lápiz, transformaba las vidas de
todos ellos en algo a lo que agarrarse. Convertía a la sobrina del cura en una diosa
del amor, a Rosita en una heroína enamorada, al hijo del molinero en un futuro
Romeo, al chico del herrero en el mejor pescador del mundo, comparable al capitán
Ahab de Moby Dick, a la señora Antonia en una santa viviente y a su pobre hijo en
Certamen de relatos breves - ACLA / 15




un mártir; todos tenían su protagonismo y se sentían bien con ellos mismos. Con
mis descripciones los soldados volvían a sentir sus hogares, a oler sus tierras, a
degustar los tomates maduros de sus huertas que sabían a sol, y ello les daba un
motivo para cuidar sus vidas, para desear vivir y volver a sus casas. A las madres,
hermanas o novias les trasmitían esa sensación, la de saber que todos volverían
algún día.
   Durante más de un año viví con mi familia en… y me disgusté enormemente el
día que mi padre terminó su trabajo. Días antes de nuestro traslado se firmó la paz
en la región, y así supe que en cuestión de semanas aquellos a quienes había escrito
durante tanto tiempo volverían a sus hogares, aunque yo no me quedaría para cono-
cerlos; sobrevivieron todos, de hecho el pueblo de… fue casi el único de la provincia
que no acusó bajas en batalla, y sé que tengo que ver algo en el asunto; mi lápiz llevó
esperanzas donde casi no las había, y mis letras hicieron renacer sus ganas de vol-
ver, de vivir. Desde que me dí cuenta de que algo tan sencillo como la unión de cier-
tas palabras y frases pueden ayudar a alguien a huir de la muerte, decidí que sería
escritor; quería salvar vidas, como los médicos, pero con otro instrumental más
apropiado a mí persona. Es entonces cuando decido ser lo que soy y hacer lo que
hago.
16 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 17




LA EXCURSIÓN
                                                         José Rafael Casaña Martínez




   Allá por el año 1932 apareció por Alcublas una joven maestra, que llegaba cargada de
ilusión y buenos proyectos, eran años muy convulsos.
   Esta joven maestra se encontró con un pueblo, como lo eran la mayoría de España, en
un estado de abandono cultural enorme. Pero era tal su entusiasmo y dedicación que no
se amilanó por ello, se empeñó en conseguir que las niñas aprendiesen aunque fuese can-
tando, y así lo hizo. Les enseñó Geografía de España, al ritmo de "La Marsellesa", hoy en
día, algunas de sus alumnas aún recuerdan la canción, y la tararean.
   Un buen día les dijo a sus alumnas que al día siguiente irían de excursión, a lo que
todas a coro replicaron que ¡¡qué era eso de irse de excursión!! ; la necesidad de ayudar
en casa y las múltiples obligaciones que tenían reservadas las niñas, les hacía desconocer
lo que era marcharse de excursión.
   -Bueno -dijo la maestra-, irse de excursión es, ir al monte a disfrutar y no tener que
hacer nada por obligación. Así que cuando volváis a casa les decís a vuestras madres que
mañana os pongan llanta para todo el día.
   Al salir de escuela les costo a las 51 alumnas mucho más de lo habitual el llegar a sus
casas. Se paraban, cuchicheaban, una contaba la imposibilidad de ir pues tenia que ir a
escardar garbanzos, otra decía que tenia que cuidar a su hermano chico, la de más allá
pensaba que su madre no le pondría llanta, otra que ese día tenía horno su madre y tenía
que ayudarla. La cantidad de dificultades que se planteaban las niñas mucho antes de
comentarlo en casa era un síntoma claro de cómo andaban los tiempos y las necesidades.
Cada niña llegó a su casa con el corazón encogido, maquinando cual sería el mejor
momento para decírselo a su madre, si cuando la mandase a por paja al pajar, o cuando
tuviese que acompañarla a la cambra, para coger cebada para el macho o el burro, por-
que claro si se lo decían a su padre la iba a poner de malfatana para arriba o tal vez algún
tozolazo, si es que no la castigaba a subir a dormir sin cenar.
   Pero era tal la ilusión que les había despertado y el respeto que había conseguido gran-
jearse D ª Consuelo, que encontrarían la forma de convencer a sus padres. Aunque tuvie-
sen que cargarse de más trabajos, para congraciarse con sus padres por esa aventura que
era irse de excursión.
   Esa noche las que consiguieron el permiso de sus padres, les costó mucho dormir en
su cama de pellorfas de panoja, sus mentes no paraban de darle vueltas a lo que les podía
18 / Certamen de relatos breves - ACLA




deparar la excursión.
   Por la mañana el trajín fue de las madres, para ver que les podían poner en saco
de tela.
   No es que hubiese mucha variedad, pero claro ese día la comida era compartida con
todas y ni se podía poner mucho, ni poner poco. En fin dilema, que se resolvía con la rea-
lidad cotidiana, la necesidad.
   Por fin se reunieron en la plaza de los Olmos y Dª Consuelo observó contenta que eran
muchas más de lo que pensó, emprendieron la marcha calle Mayor abajo, siendo obser-
vadas por algunas a las que sus padres no les habían dado licencia, entre las risas y cuchi-
cheos de las niñas, ante la emoción del día que les esperaba.
   En el Mesón siguieron hacia Despeñaperros, el día era claro y el verdor de La Hoya
dañaba los ojos por su belleza, los campos llenos de mies y las amapolas tardías ponían
su contrapunto de colores.
Certamen de relatos breves - ACLA / 19




   Siguieron por La Hoya y al llegar a la Balsa Calzón se pararon para almorzar, fue el
momento mágico de ver lo que guardaban esos saquitos de tela, que sus madres habían
preparado con todo su amor; también llevaban múltiples recipientes para transportar
agua, botellas, botas, pequeños botijos, cualquier cosa valía.
   Siguieron andando por el monte, siendo de tanto en tanto observadas, aquella curio-
sa cuadrilla, por los labradores que hacían su trabajo en los campos, moviendo la cabeza
y pensando en su interior, cómo cambian los tiempos. La maestra saluda a todos los que
se encontraba y al mismo tiempo recababa información, dado el desconocimiento que
tenía de las partidas. Alguna niña se encontraba a algún familiar y la cara se le ilumina-
ba de alegría, que la viesen de excursión con la maestra.
   La maestra aprovechaba para contarles a las niñas aspecto de botánica, de la cual sus
conocimientos tampoco eran muy grandes.
   De pronto vieron unas clotxas, son depresiones del terreno que recogen agua de lluvia,
la maestra siguiendo las normas de higiene que le habían enseñado, dijo a las niñas que
no se podía beber de ellas.
   Las niñas al oír, lo dicho por la maestra, no se lo pensaron dos veces y se pusieron a
orinar en las clotxas.
   Después de este curioso hecho siguieron la excursión y al poco pararon a comer, bus-
caron la sombra de unos árboles, pues el sol ya se había enseñoreado de todo.
   La comida transcurrió entre risas e intercambios de la comida que llevaban las niñas,
después la maestra les explico, con la ilusión de su juventud cosas, que las niñas escucha-
ron con gran atención.
   Después de coger algunas hierbas y plantas medicinales, la maestra consideró, que ya
era hora de retornar.
   Pero al poco de iniciar la vuelta los botijos y las botellas, que contenían la bebida, agua,
se acabaron, por lo que las niñas empezaron a pedirle a la maestra insistentemente que
querían beber. En la zona que se encontraban no había fuentes, por lo que la maestra
dijo:
   - Bueno a ver si encontramos algún labrador o algún pastor y nos dice donde hay una
fuente.
   Siguieron andando y las niñas siguieron insistiendo que tenían sed.
   Más tarde vieron en la lejanía un rebaño y su pastor, con sus perros. Aceleraron el paso
y cuando se encontraron con él su primera pregunta fue:
   - ¿Dónde hay una fuente?
   El pastor miró cachazudamente a esta curiosa reunión y mirando a la lejanía dijo:
   - Fuente lo que se dice fuente, por aquí no hay ninguna hasta el pueblo, pero desde
aquí podéis ver esas clotxas, de las que mi ganao acaba de beber, que esta muy bien y el
agua está limpia y clara.
   La maestra y las niñas se miraron y empezar a reír.
   Ya lo dice el dicho cuando la sed aprieta…
20 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 21




LA BALANZA DE LA JUSTICIA
                                                            José Luís Alcaide Verdés




  CARA

   Están tocando a vísperas y ya debo de ir pensando en apagar mi candil y acostar-
me a dormir, mañana me espera un largo viaje y debo descansar.
   El día ha sido intenso. Me he despertado con las primeras luces, y una vez vesti-
do he comido un poco de pan y queso antes de acercarme a la iglesia de San Martín:
siempre, cuando tengo un nuevo encargo, necesito prepararme ante Dios, porque sé
que Él entiende lo que hago y que me juzgará con benevolencia, no como hacen nor-
malmente las personas a mi alrededor.
    No, decididamente no les gusto, y quizás eso me ha hecho como soy, solitario,
silencioso y seco en el trato. Pero no me importa que miren de reojo al pasar por mi
lado, o que los niños se escondan tras sus padres y señalen con el dedo al verme, por-
que yo soy lo que soy, antes que yo lo fue mi padre, y sé que las personas como yo
tenemos un papel en este mundo, un papel importante, un papel necesario, y eso me
hace fuerte y me ayuda a vivir.
   Después de confesar, oír misa y comulgar, he salido hacia el barrio de las cuchi-
llerías, donde tenía que recoger algunas herramientas que dejé para arreglar, y luego
a la Posada del Rincón, cerca de la Taula de Canvis, donde debía adelantar el dine-
ro por el préstamo de dos buenas mulas para el viaje de mañana y para los otros dos
días que tardaré en regresar. No me gusta mucho trabajar fuera de Valencia, pero
hay trabajos que se deben de hacer, aunque no resulten cómodos. Por la tarde he
estado preparando mi equipaje, guardando cada una de mis herramientas en sus
fundas de cuero, y todas ellas en un saco que siempre llevo conmigo. Mi capa de
invierno, mi sombrero, una manta y algo de comida y vino para el viaje completan
el equipo: viajar en esta época del año puede ser duro si no vas bien preparado…

   * * *
   Hemos parado a descansar algo en la villa de Lliria, transcurrida casi la mitad del
camino. He tenido suerte, y poco después de salir por la Puerta de los Serranos he
coincidido con dos viajeros que se dirigían por negocios a Bexís, y hemos decidido
22 / Certamen de relatos breves - ACLA




hacer juntos el camino. No, no es que tenga ningún problema en viajar sólo, de
hecho, por el camino ellos iban delante en sus caballerías, y yo un poco más retrasa-
do. Luego, almorzando junto a la hoguera, apenas hemos intercambiado unas pocas
palabras al ofrecernos por cortesía tocino o vino, mientras de tanto en tanto los
comerciantes miraban furtivamente el saco con mis herramientas e intercambiaban
entre sí miradas de entendimiento. Pero es que, algo más adelante, subiendo Les
Yàcubes, está la zona que llaman La Guarida, y un poco más a la izquierda Gea y la
Cañada del Trabuco: no son raras las partidas de bandoleros que saliendo de esos
montes bajan al llano, actúan y regresan rápidamente a sus guaridas, sin dar tiem-
po a los Justicias a que organicen partidas para perseguirles. Yo soy buen mozo y sé
manejar un arma con soltura, pero pasar por su territorio no deja de ser una teme-
ridad, y el ir acompañado siempre da más confianza. Por esta misma razón hemos
decidido subir las rochas en compañía de un carretero que marcha a les Alcubles a
recoger una carga de nieve para la Ciudad de Valencia.
   Les Alcubles, mi destino.

   * * *
    Sus moradores llaman Las Alcublas a esta villa que se rige por los fueros de
Valencia y que es considerada “calle” de la capital del Reino, motivo por el cual hoy
he llegado a ella a ejercer mi oficio.
   Al entrar en la población, a la izquierda del Camino de Valencia, está el mesón
junto a unos corrales. He llegado a buena hora, todavía queda un buen rato de sol y
he decidido conocer la villa guiado por un muchacho: siento cierto nerviosismo, y
recorrerla me ayudará sin duda a aplacarlo.
   No es muy grande, pero tampoco es pequeña. Un poco más arriba de los corrales
se encuentra la villa propiamente dicha, con dos accesos en las tapias: uno, apenas
un portillo, por el que se entra a un callizo que desemboca en una plaza con un por-
che, donde me dice el muchacho que se reúne el Consejo de la Villa; el otro, en la
que llaman la calle de Roque Ximeno, es la puerta principal por la que entra el
Camino de Valencia.
    El bullicio en la población sorprende, porque uno no espera este movimiento de
personas: en el porche de la plaza el carnicero y su ayudante desollan un carnero
mientras un corro de chiquillos en cuclillas y varios perros observan la operación.
Algo más arriba unos obreros seleccionan unas piedras para la nueva Casa de la Villa
que se está obrando, con un amplio arco de piedra sobre el que se asienta, sencillo
pero orgulloso, el escudo de la villa. Junto a ella, el olor a leña quemada se intensi-
fica al pasar junto al horno que hace esquina con la plaza de la Iglesia. Allí, entre la
Casa del Bayle y la puerta de la Iglesia, los carpinteros ultiman el cadafal para la
ceremonia de mañana.
   Mañana… Bueno, mañana Dios proveerá…
    Un muchacho se ha acercado corriendo y le ha dicho algo a mi guía sin dejar de
mirarme con unos enormes ojos, mezcla de temor y de curiosidad: parece ser que el
Certamen de relatos breves - ACLA / 23




Jurado Mayor y el Justicia de la Villa quieren darme la bienvenida. Hemos dado la
vuelta al pequeño cementerio tras la iglesia, donde un olmo viejo parece pelear con
un joven llatoner por cubrir con sus ramas las sepulturas. Allí cerca, a la puerta de
una casa con arco, me esperan las autoridades para comentar los detalles del nego-
cio que mañana debemos concluir. Será a las diez, y el pago al acabar.
   El martillo del herrero parece repetir la hora mientras me vuelvo hacia el mesón
dispuesto a cenar y descansar: a las diez, a las diez, a las diez… Aunque pueda sor-
prenderos sé que no tardaré en dormirme.

   * * *
   Hoy me ha despertado el mesonero a la hora convenida, y mientras como algo
junto a la chimenea escucho a lo lejos la campana de la iglesia llamando a misa: me
dice el mesonero, hombre parlanchín, que quieren hacer una nueva torre más alta y
ampliar la iglesia, porque de unos años a esta parte la villa no para de aumentar el
número de habitantes y se ha quedado pequeña. Luego, al ver que no le contesto se
aleja hacia las cuadras. Yo tengo la mente en otras cosas. Hace frío afuera y me enro-
llo bien la capa.
   Hoy la gente no ha ido a trabajar. La plaza está llena a más no poder y los que han
ido a misa no han regresado a casa después. Mi guía, el hijo del mesonero, me ayuda
a cruzar entre la muchedumbre cargado con mi saco. Un alguacil impide que los
niños suban al cadafal a jugar, y junto a él un carro vacío espera para llevar su carga
a los cuatro puntos cardinales, para exhibir ante todos el poder de la villa. Yo prepa-
ro mi cuerda y quito de sus fundas las herramientas, mientras se escucha el murmu-
llo expectante del público. Pero pronto su atención se desvía hacia otro lado, la
trompeta anuncia la llegada de la comitiva y también yo, como la muchedumbre,
debo dejar de pensar, he de concentrarme sólo en hacer bien mi trabajo. A partir de
ahora vuelvo a estar sólo, vuelvo a ser yo.
   La Justicia de Dios y de los hombres debe cumplirse.
   Mi mano es la mano de la Justicia.

  (INTERMEDIO)


   Desde enero de 1611 estuvo detenido en la cárcel de la villa Joan Montañés, acu-
sado de asesinato. Su juicio se retrasó por el pleito acerca de a qué villa, Alcublas o
Altura, correspondía la jurisdicción. En el libro de defunciones de la Parroquia de
Alcublas del año 1612 aparece el siguiente registro:
   “Joan Montañés, natural de la Puebla de Valverde del Reyno de Aragón, encarce-
lado en las cárceles comunes del presente lugar de las Alcublas por averle sentencia-
do a muerte, confesó a catorze de febrero de 1612, y a quinze de los dichos mes y año
recibió en la misma cárcel, en la Sala, el Santo Sacramento de la Eucaristía, y a diez
y seis de los dichos mes y año, jueves a las diez horas de la mañana, lo mandó ahor-
24 / Certamen de relatos breves - ACLA




car la Justicia en la plaça común del dicho lugar en una horca de madera que se hizo
para este efecto, y le hizieron quartos, los quales pusieron en los caminos”.
   Ese mismo año, en los libros de cuentas de la villa aparecen reflejados varios gas-
tos por el jornal del trompeta durante la ejecución, “de hazer la forca de la plaça” y
de “hazer el mojón de la Chupidilla para los quartos”. También se pagó cuarenta
sueldos “a maese Joan, Verdugo de Valencia, por las dietas de execución de muerte
y quartos en la persona de Montanyés”.

   CRUZ

   Hay un refrán popular que dice que de los errores se aprende, pero lo que no dice
es que, en la mayoría de las ocasiones, por mucho que aprendas no hay vuelta atrás.
En mi caso, los errores que cometí han traído parejas consecuencias demasiado gra-
ves, demasiado severas como para no tenerlas en consideración, y mentiría si dijera
que no he aprendido algo.
   Pero también mentiría si dijera que me arrepiento de lo que hice.
   Si, he tenido más de un año para aprender, para reflexionar sobre lo ocurrido,
para arrepentirme una y mil veces, y para luego, acto seguido, borrar ese arrepenti-
miento de un plumazo, restañar las heridas a base de orgullo, a base de rabia, a base
de odio…
   Si, de odio, de mucho odio, de un odio que nace de un amor roto por capricho,
por un capricho bárbaro que me ha costado demasiado caro.
   Cuando aquel mediodía de diciembre regresé a casa y hallé muerta a mi esposa
junto al corral sólo sentí, sólo noté un dolor blanco que me cruzaba por los ojos y
bajaba hasta el pecho para hacerme caer al suelo llorando, y allí me quedé, enrosca-
do sobre mis piernas hasta que la mano de mi hijo sobre el hombro me hizo regre-
sar desde muy lejos…
   No, ella no había podido soportar el dolor y la vergüenza, había preferido poner
fin a su vida; yo tampoco pude dominar el ansia de venganza.
   Hace catorce meses que me hallo encerrado en esta cárcel de la Casa de la Villa,
convertido en moneda de cambio para unas villas que buscan reafirmar su poder,
que buscan exhibir la una ante la otra su fuerza, y así poder sacar mejor tajada ante
la Cartuja en el reparto de prebendas. Hoy son los derechos sobre los pastos, maña-
na sobre la leña o quizá sobre la nieve: una villa fuerte puede exigir con más fuerza
la cesión de derechos a Valdechristo, a su Señor. A principios de enero la Audiencia
de Valencia falló a favor de las Alcublas y en contra de la sentencia que otorgaba a
la villa de Altura los derechos para juzgarme: ahora deberá pagar, según dicen, más
de 150 reales por las costas de la apelación. Pero lo realmente importante para mi es
que por fin va a concluir esta tortura de saberme acabado pero no acabar.
   En ocasiones los obreros que trabajan en los pisos superiores de la Casa de la Villa
hablan sobre mí: sé que deliberadamente lo hacen donde yo pueda oírlos, pero a mí
Certamen de relatos breves - ACLA / 25




nada de lo que puedan decir me duele ya. Así he sabido que hoy, a boca tarde, ha lle-
gado el verdugo, el hombre que mañana a las diez ceñirá en mi cuello la larga cuer-
da que ahogará mi dolor, que no mi vida. Mañana, en una mesa sobre el entablado
estarán dispuestos los cuchillos y el hacha con los que separará los miembros de mi
cuerpo, y al lado el carro con el que los repartirán por los límites del término exhi-
biéndolos de una forma casi obscena.
   Si, la ejecución de mañana tendrá algo de comedia, será un acto grotesco en el que
se unirán la muerte y el espectáculo, en el que lo de menos será el por qué de mi suer-
te, en el que lo importante será el cómo y el para qué. Lo que me hagan mañana será
lo de menos, porque yo ya he pagado mis culpas, he tenido el mayor castigo que se me
podía infligir: durante un año he vivido encerrado con mi silencio, mi odio, mi deses-
peración y mi pérdida. Y es que no siempre hay equilibrio en la Balanza de La Justicia,
una balanza que se suele inclinar del lado de los poderosos, de los señores, de quienes
hacen las leyes… Su peso hace ya tiempo que cayó sobre mí.
26 / Certamen de relatos breves - ACLA




INFANCIAS VIVIDAS
E IRRECUPERABLES
                                                                  Joaquín Sanz Ibáñez



   El pueblo como casi todos los del mundo, en medio del campo; el nombre único:
Alcublas.
   Quien lo quiera visitar puede llegar por el norte desde la carretera de la Cueva Santa,
desde el sur por la carretera de Valencia, por el este desde el camino de Santa Lucía y
desde el oeste por la carretera de Villar del Arzobispo. Todos estos accesos no hace mucho
eran caminos de tierra por los cuales circulaban cada día cerca de mil caballerías entre
caballos, burros y machos ó mulos.
   Y aquí es dónde empieza la historia de un montón de niños cuyo oficio entre los 8 y los
14 años, era el de “recogedor de boñigas”.
   Casi todas las mañanas después de tomar las sopas de pan y malta, cogían su capazo
y salían a los caminos en busca del tan preciado tesoro, que serviría de abono en las viñas
que sus padres trabajaban.
   Qué importantes se sentían aquellos niños que con tan corta edad ayudaban a sus
padres en el mantenimiento de la casa. Qué alegría cuando volvían a casa con el
capazo lleno. Cuántas veces engañaban, o creían engañar a sus padres cuando por
no encontrar bastantes boñigas llenaban el capazo de paja y caminaban con él al
hombro haciendo ver que no podían con él. Qué ilusión el día que encontraban las
rastreras y haciendo montones como juego de niños decían “todo pillao”, mientras
buscaban escondites secretos dónde guardar el tesoro hasta el día siguiente.
   Al regresar a casa y después de lavarlos y peinarlos las madres los mandaban a la
escuela no sin antes haberles preparado el sabroso “bollicao” de aquel tiempo, que con-
sistía en un cantón de pan y media barra de chocolate redondo Monte Sión. Aquel sabor
tan peculiar que incluso hoy, después de tantos años, seguro que recordarán los que tuvi-
mos la suerte de compartir los caminos. Inconfundible el tacto terroso en la boca, y sobre
todo la satisfacción cuando a algún amigo despistado le hacíamos unas cantareras.
   Hoy ya no se escuchan los sonidos de las caballerías por los caminos que fueron testi-
gos de aquellos días que forjaron hombres fuertes que se juntaban cada mañana compar-
tiendo juegos, sueños y experiencias, ayudándose fieles los unos a los otros cuando se
necesitaban.
   Sólo unos pocos recordarán ya aquellos tiempos, en que al contrario de lo que se pueda
pensar crecimos niños sanos y alegres. Hoy cualquiera diría que un niño de esa edad sólo
Certamen de relatos breves - ACLA / 27




debe pensar en estudiar y jugar, y pensaría espantado que ningún pequeño debe trabajar.
   Pero yo, como uno de los muchos protagonistas de esta historia también tengo algo
que decir. En aquellas mañanas de mi infancia, muchos aprendimos valores como el
esfuerzo, la constancia, el compañerismo, la ayuda a los demás, el respeto a los padres o
la responsabilidad. En aquellas mañanas de mi infancia yo me sentía orgulloso y útil. En
aquellas mañanas de mi infancia yo reía y corría por los caminos con mis amigos. Y lo
más importante, hoy después de muchos años, recordando aquellas mañanas puedo
decir que tuve una infancia feliz.
28 / Certamen de relatos breves - ACLA
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LA JOVEN QUE AMABA
LAS PALABRAS
                                                                       Rosario Santolaria



   Era una adolescente inquieta y entusiasta. Estaba enamorada de las palabras. Ella
creía que las palabras tenían vida eterna, nacían y una vez nacidas ya existían para siem-
pre. Por eso no podía comprender que algunas palabras murieran y ya está. Quería res-
catarlas del desuso y por eso estudiaba filología y se esforzaba en profundizar en las pala-
bras viejas para comprenderlas y hacerlas vivir de nuevo. Pasaba los veranos en Alcublas,
el pueblo de su madre, y cuando tenía ocasión hablaba con las viejas del pueblo que le
regalaban un léxico increíble, un manjar de palabras viejas que colmaban de alegría su
espíritu investigador. Un día, paseando por la calle, saludó a un anciano de más de 90
años que conservaba una memoria estupenda y una simpatía en la mirada que convida-
ban a conversar con él.

  - ¿Cómo va tío Rafael?
  - ¿Cómo quieres que vaya, chiquilla? Tengo el cuerpo lleno de alifaques, he trabajado
  mucho en esta vida. Ahora soy muy viejo y alifacao; pero aquí me tienes.
  - Sería pesado el trabajo en el campo. Entonces no había tractores. Tenían que traji-
  nar con los machos y el carro de aquí para allá.
  - Yo no tenía muchos bancales cerca de la carretera, así que iba con el burro a jalma
  por caminos malos y andando siempre. No sé cómo me quieren llevar aún estas pier-
  nicas.
Continué mi charla y después mi paseo sin olvidar el tesoro de las tres palabras que me
había regalado el tío Rafael: Alifaques, alifacao, jalma.
A la noche tuve un sueño, que luego expliqué a mi madre.
   - Madre, he soñado que estaba hablando con un anciano sobre el significado y la his-
   toria de las palabras alifaque y jalma.
Dijo mi madre:
   - Yo esas palabras las oí usar a mis padres muchas veces y en Alcublas había una calle
   que se llamaba Calle del Jalmero.
Y continué relatando mi sueño. Le dije al anciano que quería saber la historia de esas
palabras y me dijo que él no la sabía, pero que en una montaña había un rabino, un maes-
tro que vivía escondido y dedicado a la sabiduría. Que fuera allí a preguntarle.
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    - Lo que pasa es que el rabino vive escondido en su casa y no abre a nadie. Yo nunca
    he hablado con él, así que no sé cómo podrás preguntarle tú. Mira, aquí viene mi espo-
    sa Magdalena que puede decirte alguna cosa más.
    Magdalena era una viejecita de rostro amable y ojos vivos que nada más verme com-
prendió que buscaba saber por encima de todo, y me dijo:
    - El Rabino vive en una cueva en una peña a unos tres cuartos de hora del pueblo. Para
    llegar allí has de atravesar bancales con cultivos de almendros y viña, después habrás
    de caminar por la roca y cuando toques a la puerta de su casa te hará unas preguntas
    para ver si tu intención es saber cosas, porque él sólo da explicaciones a las personas
    que buscan el saber por encima de todo.
    - Y ¿Qué preguntas me hará?
    - Prepárate nombres de plantas, de rocas, de partidas, de todo lo que se encuentra al
    norte de la población y él, si ve que tienes interés, te aclarará la historia de las palabras.
Llena de emoción comencé a preparar mi memoria. Tenía que responder bien para que
el rabino me abriera la puerta y se conformara a explicarme...
La primera cosa que me vino a la cabeza es en qué peña tendría la casa el rabino y dije:
-¡Ya está! Mi madre siempre me decía que el mejor poleo estaba en la Peña Ramino-.
Pensé: - Allí yo sé ir. Iré a la Peña Ramino a ver si encuentro la casa del sabio. Me enca-
miné por el camino de la Salud a la Cueva de la Arena. Subí hacia la Peña la Jipe. Seguí
subiendo. Encontré algún fósil y algunos pedacitos de cerámica que guardé en los bolsi-
llos y seguí caminando hasta la cima. El sol me calentaba la espalda y antes de comenzar
la última exploración, me giré de cara al pueblo que se extendía, precioso, al sureste,
rodeado de campos de almendros, viñas y frutales que en ese momento estaban en flor.
¡Qué hermoso paisaje! Aquí nacieron mis padres y mis abuelos; hasta cinco o seis gene-
raciones de antepasados habían vivido allí y el corazón me dio un vuelco de emoción.
Busca que buscarás encontré la boca de la concavidad, traté de mirar al fondo y saludé
con un “¡Buenos días!”. Oí una voz que me decía:
    - ¿Qué vienes a buscar aquí?
    La voz no era severa, sino dulce y firme a la vez; no me dio nada de miedo.
    - Busco saber la historia de dos palabras que ya no se usan nunca: ALIFAQUES y
    JALMA.
  - Yo te explicaré su historia si me respondes tres preguntas que te haré por cada pala-
  bra, así sabré si eres una persona interesada por la lengua o si simplemente eres una
  curiosilla sin verdadero interés.
Yo comencé a ponerme nerviosa; pero no tanto como para dejar de concentrarme en la
memoria.
  - Dime ¿Cómo se llama la rambla que tenemos aquí al lado, al poniente?
  - La Rambla Andrés.
  - ¿Qué clase de fósiles se encuentran principalmente en esa rambla?
  - Ammonites.
Certamen de relatos breves - ACLA / 31




  - Ahora dime una cosa, la cerámica que te has encontrado, ¿a qué pobladores perte-
  nece?
  - A los Iberos.
  - Veo que estás interesada por las cosas. Veamos otras tres preguntas para que pueda
  yo confiar en ti. ¿Sabes si en esta montaña hay un aljibe antiguo?
  - Sí, por eso se llama la partida Peña la Jipe.
 - Si siguieras por la rambla adelante, ¿a qué pueblo podrías llegar?
 - A Canales.
 - Bien. Por último, ¿sabes qué es un rabino?
 - Rabino quiere decir maestro en hebreo. Yo supongo que cuando expulsaron a los
 judíos del Reino de Valencia, usted se refugiaría aquí para que no le persiguieran. Aquí
 se dedicaría a investigar y a escribir sobre cosas de interés. Por eso nadie del pueblo le
 haría daño. De ahí el nombre de la Peña Ramino o Rabino.
 - Bueno he visto que estás enterada de muchas cosas. Ahora te diré que “Alifaque” es
 una palabra valenciana del catalán “alifac” que significa achaque, dolencia, y que la
 palabra viene del árabe y “jalma” significa carga con albarda y serón, procede del latín
 y ambas palabras las encontramos estudiadas en el diccionario del señor Coromines y
 de la señora Moliner.
Me despedí, me cogió por los hombros, me dio un beso en la frente y me dijo:
 - Aprender es lo mejor de la vida y el esfuerzo que pones en aprender es el más recom-
 pensado; vete y sigue aprendiendo palabras para comprender el espíritu de las gentes
 que construyeron la cultura del pueblo.

Cuando desperté del sueño fui corriendo al diccionario de Coromines y encontré:

  Alifac
  (sXV; de l´àrab al-náfab, id)
  m.1 VETER Bubeta o tumor sinovial localitzat a les sofrages dels cavalls, les mules, etc.
  2 Nafra, xacra.

  Jalma
  (Del latín “Sagma” del griego “ságma” carga, guarniciones)
  f.*Albarda ligera, enjalma, ensalma, salma, sobresalma.

  Alcublas, diciembre de 2008
  Fdo: Escoba de Boja
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Certamen de relatos breves - ACLA / 33




VISIONES
                                                                  Daniel Doblado Cortés




  VISIÓN I

   No estoy loco. No soy violento. Si lo hice fue por ser coherente, por probar mi honra-
dez, por autentificar mis convicciones… si le pegué un puñetazo fue porque no tuve
opción, porque era la única vía para alcanzar la bondad, esa esencia tan íntimamente des-
estimada por todos.
   Si antes no lo hice no fue porque mi integridad me lo impidiera, fue por cobardía, por
falta de voluntad, por estar sumido en la extraña certeza de que es mejor el más quedo,
el que más desapercibido pasa, el que menos daño hace. Tuve mil oportunidades, mil
ocasiones en las que una agresión hubiera estado sobradamente justificada. Pero nunca
fui capaz de responder a ningún tipo de provocación; ya fuera una mala mirada, un insul-
to o una mano en mi pecho, mis reacciones no fueron más que livideces y paroxismos
como torrentes: voz temblorosa, rigidez, tiempo que pasa como una losa. Después la ver-
güenza, las palabras que se quedan por decir, la dignidad por los suelos y una incandes-
cencia de puños cerrados a destiempo.
   Después de mucho pensarlo llegué a la conclusión de que la única vía para convencer-
me de la autenticidad del bien que hacía a los demás era hacer el mal. Sé que resulta para-
dójico, extraño, cosa de alguien que no está muy bien de la cabeza o intenta justificar lo
injustificable. Pero no. Saberme capaz de todo convierte mis actos en una convicción. La
violencia ya la conozco y la rechazo porque sé lo que es, porque he sentido la insana satis-
facción de sentirse poderoso, el dulce dolor que envuelve al puño agresor y la mirada del
que desprecia al otro.
   No hice mi elección al azar, mi víctima debía ser lo más desvalida posible, indefensa,
pusilánime, incapaz de contrarrestar mi ataque… Fue fácil encontrarla, andaba agarrado
a su mochila, con paso tenso y apresurado y un gesto de contenida resignación en la cara.
Mi acto debía ser miserable, así que no sólo elegí a un apocado, sino que además, después
de cruzarme con él, me di la vuelta para abordarlo por la espalda.
   Mi nula experiencia en lo que a endiñar derechazos se refiere hizo que me limitara a
cerrar el puño para dibujar con mi brazo un semicírculo e impactar de lleno en su pómu-
lo derecho.
   Un gemido. Sangre. El chico en el suelo y yo mirándolo como no había mirado nunca a
34 / Certamen de relatos breves - ACLA




nadie, sin ira, sin que las pulsaciones se alterarán, totalmente tranquilo, henchido del domi-
nio que en ese momento estaba imponiendo sobre lo que en ese instante era un ser inferior
a mí, sometido a mi capricho. Él me miraba como asqueado, turbado, preguntando sin
decir palabra el porqué de la hinchazón que estaba comenzando a sentir en su cara.
    Aún quedaba una humillación más: viendo que no se atrevía a levantarse del suelo
opté por ofrecerle mi mano para ayudarle a levantarse, lo hice con un gesto rápido y deci-
dido, de manera que no tuvo elección. Yo no pensaba volver a pegarle, pero estoy seguro
que él pensó que si no aceptaba mi mano volvería a hacerlo. Así, que acertó a asir, con su
mano temblorosa, la mía firme. Me agarró con tibieza, temeroso. Yo le ayudé a acrecen-
tar su pánico con la rabia que parecía desprender el calor de mi mano, una rabia que en
realidad no era más que el ardor de quien se sabe libre. Una vez alzado, mi mano siguió
en su mano, y mi mano libre fue a posarse en su hombro derecho. Yo tenía la seguridad
de que no iba a pasar nada, de que si así lo hubiera deseado, nos hubiéramos mantenido
horas en esa posición, él en su parálisis y yo en mi férrea dictadura de ojos taladradores.
Por comprobar su pusilanimidad, mantuve la escena un par de minutos, hasta que por
fin destensé mi apretón de manos y deslicé lentamente mi mano izquierda por su hom-
bro hasta perder el contacto con su brazo a la altura del codo. Noté cierto alivio de su
parte, se sentía levemente liberado de lo que para él había sido una tenaza. Ahora que
sólo había aire entre nuestras epidermis, lo único que me permitía mantener el manda-
to era el contacto ocular. Así estuvimos, sin pestañear. Ya no había ni miedo ni resigna-
ción en su cara, él no estaba, se había ido, parecía estar en otro lugar. Entregado a la pará-
lisis más absoluta, su rostro inexpresivo no dejaba de mirarme.
    “Escúchame”. Le dije en un golpe de voz que intenté convertir en exabrupto. “Ahora ya
lo sabes: el bien de nuestras vidas no puede convertirse en simple imposibilidad del mal.”

   VISIÓN II
   Mi primer impulso, que no llegó a materializarse en ningún tipo de movimiento, fue
revolverme para encarar al anónimo agresor. Sabiendo que tal acto de valentía podía cos-
tarme otro doloroso golpe, me quede en el suelo. Contuve mi rabia, mis ganas de insul-
tar a ese desconocido que sin mediar gesto, señal o palabra, me había dejado tan aturdi-
do. Turbado como estaba, sólo alcancé a mirarlo a los ojos pero sin mirarlo, como quien
mira a un muerto y sabe que no va a recibir respuesta alguna. Él, férreo y extrañamente
desprovisto de toda violencia, me miraba metálicamente; parecía que había descargado
toda su violencia en mi rostro y no le quedaba más, incluso alcanzaba a desprender paz,
y esto fue, precisamente, lo que más miedo me dio.
   Coger la mano que me ofreció me proporcionó una sensación tan reconfortante como
aterradora. No sé cuanto tiempo permanecimos así, no me atrevía a hablar. Su mano, sin
apretar mi mano, transmitía una tensión que me inmovilizaba. Su otra mano vino a
posarse en mi hombro y mi miedo devino en ese respeto que sólo es capaz de infundir
quien no necesita de la violencia para imponerse. No parecía arrepentido, tampoco orgu-
lloso, sus manos dejaron de estar en contacto conmigo en el mismo momento en que yo
comenzaba a sentir que mi dolor nunca fue deseado por él. Si en ese preciso instante
hubiera decidido cogerme por la solapa de la camisa y amoratar el único pómulo que me
Certamen de relatos breves - ACLA / 35




quedaba sano, lo hubiera admitido con la misma cobardía de la primera agresión.
   Estando frente a frente, me pareció absurda la humillación y la quemazón que en un
primer momento había brotado en mí. Yo, que nunca había sido capaz de agredir a nadie,
me veía víctima de una violencia que siempre había deseado practicar. Estaba avergon-
zado, no por haber sido maltratado sin ofrecer la más mínima resistencia, sino por no
haber sabido comprender antes lo que con unas pocas palabras me explicó mi agresor.
   Ahora sé que siempre odié la violencia por inercia y no por convicción, porqué no tuve
donde elegir, porque siempre tuve miedo al dolor, a no saber reaccionar con los suficien-
tes arrestos. Estas pulsaciones, que siento en mi cara como si fueran agujas, me lo confir-
man. La bondad, en ocasiones, no es más que la cara visible de la cobardía.


   VISIÓN III
   Creo que la caída de aquel muchacho me dolió porque me imaginé a mí mismo recibien-
do tal sopapo. Lo de sentir el dolor ajeno no son más que absurdas filantropías. Sólo nos
duele lo que creemos que es posible también en nuestras vidas. Por eso no duele la hambru-
na en el mundo, porque nadie contempla la falta de alimento como algo que puede mate-
rializarse en nuestro entorno. Pero una hostia, siempre es posible y siempre duele.
   Yo estaba tranquilamente sentado en mi banco de siempre, devorando las páginas de
La vida sexual de Catherine M.; buscando con avidez las páginas que describían con
detalle orgías y demás actividades sexuales. Levanté la cabeza un segundo para tomar
aire, ¡maldito segundo! La erección que llevaba un rato disimulando y aplastando con mi
mochila se vino abajo. Dejé de sentir las pulsaciones en mi pene y comencé a sentir una
leve punzada de dolor en mi cerebro, una especie de martilleo que enviado por la con-
ciencia me conminaba a intervenir en pro de aquel chaval que, en contra de todo pronós-
tico, estaba aceptando la mano que le ofrecía su agresor.
   Por un lado, quería dejar de mirar, ya que si la agresión se reanudaba yo no tendría
más remedio que dejarme llevar por las intromisiones de mi conciencia. Por otro lado,
algo me empujaba a mantener la atención, a seguir mirando como quien no tiene mucho
interés pero en realidad no quiere perderse ni un detalle. La violencia, esa experiencia
que nadie quiere vivir, pero que pocos se abstienen de contemplar. Apartar la mirada. No
hay porqué. Eso me dije, y cerré el libro por la página 69, dejando a Catherine en medio
de una riesgosa felación en la que el beneficiario estaba conduciendo. Pudo más la exci-
tación de las carnes que se golpean que el ardor de las que se rozan con fines hedonistas.
   La previsión de un nuevo puñetazo se vio aumentada por la nueva posición que habí-
an adquirido víctima y verdugo, este había colocado su mano izquierda en el hombro
derecho de aquel. Yo pensé que para hacerle una llave espectacular y colocarlo de tal
manera que al más mínimo movimiento pudiera partirle el brazo. Pero nada. Acabaron
por separarse. Cuando ya parecía que los ánimos estaban totalmente calmados, una
frase, que intuí incendiaria y no llegué a escuchar, reavivó la poca esperanza que tenía de
presenciar un desenlace contundente. “Como vuelvas a… te mato”, seguro que alguna
exhortación de este tipo sirvió para confirmar la pasividad del que había recibido sin
rechistar. Mejor así. Hubiera sido un contratiempo tener que entrometerme a defender
36 / Certamen de relatos breves - ACLA




al débil, aunque en tal caso, y con el fin de proteger mi físico, podría haber recurrido a
profesar con vehemencia, -sólo por unos segundos, por supuesto- las teorías del Calícles
que defendía con naturalidad la ley del más fuerte. Y es que es tan cómodo alternar las
convenciones sociales que nos protegen con las leyes no escritas que nos favorecen.
Aunque tales disquisiciones, hechas ahora en frío, habrían sido difíciles de engarzar en
aquel momento. Seguramente, si en vez de un solo impacto, se hubiera dado un despro-
porcionado intercambio de golpes entre aquellos dos desconocidos; yo, viéndome inca-
paz de saber si podía reducir al fuerte, habría optado por abrir de nuevo la página 69 para
comprobar como se puede compatibilizar la conducción y el placer.
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LA ROCA Y EL AGUA
                                                                                Abel Chiva




    Marina era feliz en el valle, con su pequeño riachuelo que, juguetón y cantarín, la des-
pertaba cada mañana con una melodía distinta, aunque le asustara cuando tras un día
lluvioso le gritaba y reñía; ella no sabía porqué lo hacía, por eso, cuando el río no la que-
ría se iba a la otra ventana y contemplaba la montaña, mirando cómo se mecían sus árbo-
les y escuchando sus murmullos que parecían sugerirle mil cuentos de hadas y brujas.
    Apenas una veintena de casas, como si de un broche se tratara, resaltaban en la parte
baja de la ladera, separándolas del río pequeños huertos que lo acompañaban en su dis-
currir por el valle. A medio camino entre el pueblo y el paso montañoso por donde se
dejaba caer el río, entre setos y pinos, se escondía una casa de techo bajo, negro de piza-
rra superpuesta y rojas paredes. En un amplio patio delantero, su verde color herboso
sólo se veía interrumpido por un viejo cobertizo de madera, los juegos y cantos de una
niña y el paso lento y cansado de una mujer vestida de negro: era Marina y su madre
Francisca.
    Con el paso del tiempo el río había diseñado en la montaña una salida al valle, por
donde se escapaba como vulgar picarón entre callejuelas, al final de la ladera de una
redondeada loma y al inicio de un cortado labrado en piedra con multitud de salientes
rocosos. Casi en la cima de la loma había una pequeña atalaya que servía como mirador
del desfiladero y junto a él pasaba el camino, más que carretera, que comunicaba la aldea
con el pueblo vecino del otro lado.
    A Marina, ya desde pequeña, le gustaba escabullirse por la montaña, entre los pinos,
y desde una torrentera, a mitad de ladera, sobre una roca que llevaba años aguantando
los embistes de las frías aguas que por allí discurrían, recogiendo sus piernas entre los
brazos se sentaba y se quedaba como boba mirando el cortado sobre el río. ¿Qué le hacía
pasarse tantas horas extasiada contemplando aquel puñado de piedras?, ¿qué imán ejer-
cía sobre ella el murmullo del agua bajo aquella alta muralla?
    Cuando a los doce años tuvo que ir a estudiar fuera y perdió contacto cotidiano con su
valle, cayó en lo que era aquello y porque le atraía tanto. Tumbada en la cama, mirando
el techo, con los ojos cerrados veía claramente como aquellas rocas colgadas en el corta-
do, antes inertes y mudas, iban cobrando vida y transformando sus perfiles o encajando
sus quebradas líneas hasta formar…¡si! era una nariz, ahora… los ojos…la boca…Ya lo
tenía claro: era la cara de un hombre maduro, de rasgos viriles, nariz pronunciada algo
aguileña, boca grande donde apenas se dibujaba los labios, barbilla recta y redondeada,
38 / Certamen de relatos breves - ACLA




frente ancha con surcos y pelo corto y ensortijado. Se quedó quieta sin atreverse a mover
un músculo, un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal y un nudo comenzó a hacerse
paso por su garganta, realmente la estaba ahogando de emoción. No se lo podía creer
pero era cierto, aquella cara la había llevado siempre con ella pero nunca había salido de
su subconsciente, la fascinación que siempre sintió por aquel lugar era en realidad por-
que contenía algo muy suyo, ¡ya lo sabía!, aquella cara era la de su padre, el que nunca
conoció, del que nadie le había hablado, del que ni siquiera llegó a saber de su existencia.
Como si de un pacto se tratara, el silencio y el olvido presidió cualquier relación con el
tema paterno: por parte de la madre y por parte de ella nunca hubo la menor mención al
tema ni nunca tuvieron necesidad, y por parte de los vecinos se respetó el pacto tácito, el
silencio fue total, incluso en las fechas en las que podría haber habido alguna mención o
insinuación casual inocente o perversa.
   Su fantástico descubrimiento le acarreó un nuevo sufrimiento ya que si bien se sentía
enormemente atraída a contemplar aquellas rocas de cerca, sintiendo nuevas sensacio-
nes, algo en su interior le decía que no era el momento y mejor esperar a madurar su
nueva situación, no precipitando acontecimientos que quizás le causaran más dolor que
alegría. Pero todos los fines de semana, cuando volvía a la casa del valle, sentada en su
peña, contemplaba ya claramente aquella cara que permanecía inmutable; tan sólo
cuando se acercaba su cumpleaños aparecían como dos sombras junto a los ojos…como
dos lágrimas.
   Marina se fue haciendo mayor guardando en su corazón su preciado secreto y fiel a su
cita semanal. Cumplió sus dieciocho años viviendo en la ciudad ya que estaba en la uni-
versidad. No tenía demasiados amigos, dos o tres, y su vida transcurría junto a Francisca,
sus recuerdos, los estudios y la vida social propia de una jovencita de su edad reservada y
empollona aunque, eso sí, cada día más bella.
   Ese mismo verano su madre cayó enferma repentinamente, el médico llamó a la
ambulancia y antes de partir su madre le dijo:
   - Hija, no puedes venir conmigo, pero en cuanto puedas, en el hospital, tengo que con-
   fesarte ciertas cosas. No te inquietes y quédate tranquila, pero es necesario que lo sepas
    porque sólo así partiré en paz.
    - ¡No, mamá, no digas eso! – gimió Marina.
    - Tranquilízate y no temas nada que luego hablamos…
    La ambulancia partió y Marina con su coche la siguió con el corazón en un puño. A su
llegada a urgencias las noticias fueron más bien escasas, y pese a su insistencia en ver a
su madre todo el mundo la remitía al médico de guardia. Cuando al final la llamaron por
los altavoces, la timidez de sus pasos reflejaban el temor a un fatal desenlace, era dema-
siado el tiempo transcurrido desde su ingreso. Se lo dijeron muy claro: su débil corazón
no había podido con tanta tristeza acumulada y silenciada en tantos años.

  * * *
  Se vio sola, mil preguntas le acechaban en su interior, ni se imaginaba las últimas pala-
bras que su madre le podría haber dicho, sentía un profundo vértigo ante la nueva situa-
Certamen de relatos breves - ACLA / 39




ción que se le presentaba como asomada al mas alto rascacielos, pero en su cabeza se
estaba produciendo un extraño fenómeno: como si al cerrar el capítulo de su madre se
estuviera haciendo un barrado que liberaba memoria produciendo un hueco, hueco que
un nuevo vendaval intentaba rellenar.
   Pasaron varios días y en su interior un vacío le desgarraba las entrañas, su vida se le
representaba como un absurdo silencio ahora que empezaba a entender, ¡a no entender
nada!.Ningún sentimiento especial dirigía sus pasos, pero una intuición especial la llevo
a coger el coche y dirigirse directamente al valle, bajo del mirador, junto al río, enfrente
de aquella cara que le atormentaba y de aquellos ojos que ya no lloraban.
   Algo se movió en aquella mole de piedra cuando una paz la empezaba a inundar. De
aquellos labios pétreos empezaron a surgir sonidos que extrañamente entendía:
   - Hija…hija mía…
   - Dime… ¿papá..?.
   - Perdóname hija… yo soy el culpable de todo, fue mi egoísmo, fueron los celos los que
   me cegaron. Yo maldije a la tierra, al aire y al agua; maldije a los dioses, a los hombres,
   a tu madre y el día en que tú naciste. Todo me hizo merecedor del castigo que arrastro
   tantos años: permanecer encerrado en la piedra hasta que en tu corazón haya un sitio
   libre que yo pueda ocupar. Hija… perdóname…
   - Pero… papá…
   Los sollozos ahogaron sus palabras y unas lágrimas resbalaron sobre sus mejillas, cada
una que caía en el agua producía unos círculos de ondas más intensos, y del centro de
ellas se oyó una voz femenina:
   - ¡Querida hija mía!, ¡por fin puedo hablarte!
   A Marina todo le daba vueltas, ¿qué madre le hablaba?, ¿qué estaba pasando?, ¿por
qué quería salir corriendo y algo muy fuerte la aferraba de esa forma a las piedras de la
orilla? Poco a poco la roca y el agua, el agua y la roca le fueron desgranando la historia
que ocurrió dieciocho años atrás, historia que comenzó entre sus sollozos y que a medi-
da que avanzaba la iba tranquilizando y despertando su interés y admiración. Esto fue lo
que le contaron:
   Cuando tú naciste nos sentimos los padres más felices del mundo, vivíamos juntos con
tu tía Francisca. Con las tierras, el ganado y la madera del bosque gozábamos de buena
posición y éramos respetados por la gente del pueblo. Pero el vivir absortos en nuestra
felicidad provocó la envidia de algunos vecinos que empezaron primero a murmurar y,
ante nuestro silencio, después a acusar y a calumniar. Tu padre, Pedro, y tu madre, María,
en vez de hablar se encerraron cada vez más en si mismos y, lo que es peor, a hacer caso
de las habladurías. La relación, por días, fue empeorando llegando a situaciones insoste-
nibles, pero lo peor de todo fueron los conatos de violencia que se empezaban a dar por
las dos partes. Descuidamos y maltratamos todo y a todos los que nos rodeaban y llega-
mos a maldecir tu llegada a este mundo.
    Entonces – prosiguió la madre- , cuando peor estaba la situación una fuerza des-
conocida nos arrancó del suelo, y mientras nos zarandeaba por el aire nos fue dic-
tando su sentencia: “a partir de hoy viviréis en forma de roca y agua, uno a los pies
40 / Certamen de relatos breves - ACLA




de otro, condenados a rozaros día tras día y a contemplar como vuestra hija crece sin
vuestro cariño al lado de su tía, que hará el papel que vosotros no supisteis desem-
peñar. Su corazón no tendrá sitio para vuestro recuerdo, y sólo cuando la necesidad
de cariño le lleve a vosotros podréis ser rescatados. Solamente os dejo elegir la forma
de castigar a aquellos que tanto mal os hicieron una vez seáis redimidos”. Luego todo
ha sido silencio, tristeza y sufrimiento.
   Un silencio abrumador corrió por las montañas, los boques y el valle. Marina no fue
consciente de cuanto tiempo permaneció pegada a las piedras, pero al final lentamente
escaló la ladera y se sentó en el mirador al lado del camino. La gente del pueblo empezó
a desfilar delante de ella cargados con todas sus pertenencias y enseres. Cuando lo hacía
el último, el más anciano se paró frente a ella y con voz queda y cabeza baja le dijo:
   - Este día tenía que llegar.
   Ya no podía resistir más. Tantos años de ignorancia, tantos años de falta de una fami-
lia completa le hicieron estallar, una vez la gente se perdió el camino, en un grito desga-
rrador: “¡Madre!, ¡padre!”.
   Con un gran estruendo, la cara de rocas se precipitó contra el agua y en este gigantes-
co beso de amor de padres quedó sellada la salida del río. Las aguas ascendieron anegan-
do el pueblo hasta el nivel de la casita, el camino y el mirador. Marina no sabía si echar-
se al agua o saltar sobre las rocas, algo le decía que estaba próximo el reencuentro, pero
cuando volvió la cara hacia el valle su cara se iluminó y echo a correr como una loca bus-
cando la definitiva felicidad: de su casa salía humo de la chimenea y en la puerta dos per-
sonas la estaban esperando.
Certamen de relatos breves - ACLA / 41




CUANDO ERA PEQUEÑA
                                                                 Pilar Climent Corbín



   Cuando era pequeña, esperaba las fiestas de Navidad, como algo excepcional, no había
colegio y ¡venían los Reyes Magos!
   Mi casa siempre estaba llena de gente, también es verdad que éramos muchos herma-
nos, cada uno iba a un colegio, teníamos muchos amigos y nos daban permiso para invi-
tar a alguno de ellos a jugar y pasar la tarde en casa.
   Esos días sucedía un hecho invariable que marcaba el inicio del año.
   La familia siempre se reunía el día de Año Nuevo. Entonces aún era una niña que veía
lo que sucedía a mí alrededor con ojos infantiles y una gran alegría.
   A mi casa acudían tíos, tías, primos, abuelos, amigos y algún que otro conocido de mis
padres; era el santo del cabeza de familia y todos venían para celebrarlo.
   Ese día, desde bien temprano la casa se transformaba, se guardaban las cosas que
mi madre llamaba “inútiles”, quería decir que los muchos niños que acudían, podí-
an romper. Se sacaban sillas, aún no puedo explicar ni saber, de dónde salían tantas,
pero allí estaban, una por comensal. Se Montaban dos grandes mesas una para la
chiquillería y otra para los mayores. Cuando llegaba la hora de la merienda, comen-
zaban a llegar, al rato ya estaban todos sentados, hablando, comiendo, bebiendo y
fumando.
   Los niños permanecíamos sentados, esperando el momento de irnos a jugar por la
casa. Al rato, entrábamos una prima y yo, a gatas en el comedor, nos escondíamos en un
rincón donde nadie nos viera y permanecíamos quietas, muy calladas, atentas a lo que
hablaban, aunque entonces no entendíamos nada, sólo percibíamos que eran cosas
secretas o casi.
   Nos enterábamos de todas las novedades familiares que habían pasado o estaban a
punto de suceder, era una gaceta, repasaban todo lo sucedido (siempre y cuando el inte-
resado no estuviera allí).
   “El primo Luis cambió de trabajo, pero creo que no le va muy bien”, pobre.
   “A la prima Elena, le han pedido la mano de su hija Carmencin” (comentario)
   La pobre viuda de guerra, con tres hijas a su cargo, en edad de merecer, como lo ten-
drá que estar pasando, caras de congoja y pena, pobre…………, pero seguían……..
   “La hija de Garcés, sí el de Buñol, tío abuelo de Amparin (que era mi madre) está
embarazada después de tantos años, ahora que ya no lo esperaban” pobre…….
42 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 43




   El resto de la tarde seguía por estos derroteros. Siempre nos descubrían cuando esta-
ba la conversación en lo más escabroso y nos mandaban a jugar, muy enfadados, a otra
habitación.
   Cuando se marchaban, la casa se quedaba vacía, silenciosa, con mucho humo y un
fuerte olor a tabaco de puro (desde entonces no lo aguanto), así, hasta el año siguiente.
Por la mañana al despertar todo estaba limpio y en su sitio, hasta las sillas que tanto me
intrigaban, habían desaparecido, nunca le pregunte a mi madre de dónde las sacaba, era
otro misterio para mi y aún lo guardo en el inconsciente, me gusta tener muchas sillas
guardadas por si las necesito para que nadie se quede de pie.
   Los días festivos seguían con paseos, ir a ver los belenes de la familia, de los escapara-
tes y de las iglesias, entonces aún no existía Papa Noel para los niños españoles.
   Los Reyes se iban acercando al pesebre, cada día un poco mas, hasta bajarlos de los
camellos y llegar al portal de Belén.
   Pero el día cumbre de las fiestas llegaba por fin, con gran expectación, emoción,
muchos nervios, risas, llantos y unas sensaciones difícilmente entendidas por los adultos.
   ¡Era la cabalgata de Reyes!
   Acudíamos por la tarde cuando anochecía a la calle de la Paz, cogidos de la mano de
nuestro padre (nunca que recuerde vino mi madre) pegados a él, con los abrigos, los
gorros y las bufandas, porque entonces hacía mucho frío.
   Todo era mágico, las antorchas, los pajes, las calles iluminadas, por donde transcurría
la cabalgata y el griterío de todos nosotros, luego, las bocas abiertas por el estupor y el
temor de algunos niños que pensaban que habían sido malos y no tendrían regalos, era
una mezcla de emociones e ingenuidad, que aún hoy perdura cuando la contemplo y
acudo a la calle a verla pasar. Cuando llegaban las altas carrozas con los Reyes Magos allí
arriba, con sus ropajes, las barbas, las coronas, eran de verdad los Reyes Magos. Los mirá-
bamos desde las aceras en silencio, casi como un milagro, cuando tiraban caramelos, nos
matábamos a cogerlos, eran los únicos que íbamos a comer en todo el año.
   Luego volvíamos a casa rápidamente, cenábamos y elucubrábamos sobre lo que trae-
rían, nos acostábamos. Dejábamos unas copitas de mistela con pastas, para endulzarles
la parada y nos dejaran más cosas, pero todos los niños hacían lo mismo, tenían que
repartir. Creo que aún era de noche cuando nos levantábamos sigilosamente a ver lo que
nos habían traído.
   Gritábamos tanto por la sorpresa, que toda la casa se despertaba; nos reñían por la hora,
pero era igual, seguíamos jugando con todo, los coches, el tren, las arquitecturas, un año me
dejaron mi primera muñeca, no de trapo, ni de cartón, una muñeca de plástico, la sujeta-
bas por la cintura y las piernas se movían, parecía que andara, era “la Güendolin”, quedó en
mi memoria como la más bella y real de todas las que después he tenido, nunca la olvidaré.
   Al día siguiente, otra vez al colegio, íbamos con alegría para contar a nuestros compa-
ñeros nuestros regalos y todo lo que habíamos hecho.
   Cuando era pequeña todo me parecía más grande y más hermoso……
                                                                                        Lolita.
44 / Certamen de relatos breves - ACLA




EL BORREGO
                                                                                Abel Chiva



   Hacia una noche de perros. Un viento gélido barría el llano y la balsa que estaba en su
extremo sur permanecía helada. Dos sombras jadeantes con un pesado fardo a la espal-
da apenas la rodearon y se precipitaron por el incipiente barranco que se abría ante ellos.
   Eran dos hombres, uno de ellos fuerte, atlético y cuarentón, el otro unos años mayor y
de perfil más grueso venía jadeando, deteniéndose para recolocar el fardo y recuperarse
aunque procuraba no perder de vista a su compañero.
   Esquivando aliagas y sorteando zarzas, llegaron a unos olmos, bajo del ventisquero, y
dejando la carga sobre unas piedras tomaron dos tragos de la bota. El pueblo lo tenían al
alcance de la mano y su propósito era entrar lo antes posible para evitar ser vistos.
   - Manuel, hemos de decidir como repartimos los borregos para que no nos echen el
   guante – dijo el más joven-.
   - Mira, José, aunque el tuyo sea más grande las ganancias tienen que ser a medias,
   en cuanto a dónde repartirla, yo ya la tengo colocada y ni se te ocurra ir a los mis-
   mos sitios que yo…
   - Pero Manuel, sé razonable…
   - A mi no vengas con hostias, y aunque me convenía hacer el viaje contigo, no me
   vengo jodiendo más veces que tú para que ahora me vengas con las memeces de igual-
   dades y demás tonterías ¡faltaría más!
   - Mira si te pones así, a partir de aquí cada uno se apaña con lo suyo y si te he visto no
   me acuerdo.
   - ¡Pero serás canalla! A mí con esas no ¡eh! Que no sabes con quién te la juegas…
   Aun no había acabado de hablar cuando le clavó el cuchillo que llevaba en la faja y lo
dejaba tieso al pie de un olmo. Sin perder un minuto arrimó el cadáver a un tronco caído
y lo tapó con piedras, ya volvería a por él al día siguiente y lo tiraría a una sima que cono-
cía más allá del Codadillo, donde los pastores tiraban las ovejas muertas y nadie sospe-
charía nada, ahora lo urgente era llevar la carne a buen recaudo.
   La misma tensión de la situación vivida le hizo hacer los dos viajes en un tiempo
record, bajó por el barranco hasta el puente y entrando por la Mena guardó en el corral
las dos reses, aparejó el macho y el carro y se fue a labrar como si nada hubiera pasado.
   En el pueblo hubo comentarios sobre la misteriosa desaparición de José, más de uno
le miraba distinto desde entonces, pero por una parte la falta de pruebas que lo acusaran
Certamen de relatos breves - ACLA / 45




y por otro lo clandestino y arriesgado del estraperlista, hizo que todo el pueblo corriera
un tupido velo de silencio y olvido.
   * * *
   Doce años más tarde….
   Un sábado noche, en el reservado del casino cinco hombres miraban concentrados las
cartas que tenían en sus manos, ocho o diez mirones contenían la respiración esperando
el desenlace de la partida más fuerte de la noche. Manuel estaba algo mareado pues
nunca había dejado de beber copa tras copa, el ambiente cargado del humo del tabaco le
hacía estar pegajoso pese al frío que hacía. Tres jugadores iban restados y tan sólo uno
aguantaba sus apuestas, toda la seguridad que tenía al principio se iba esfumando y las
dudas le empezaban a agobiar. Si perdía se le iban las ganancias y un buen pellizco de su
dinero, si seguía apostando se podía quedar sin nada. Su rival subió de golpe cien pese-
tas y en ese momento supo que estaba perdido…retirarse era de cobardes por eso sacó el
billete de la cartera y dejó hablar a su orgullo embotado por el alcohol:
   - Voy, pero que conste que no me gustan nada los faroleros.
   - Todos han visto que los únicos faroles de la noche han sido tuyos a base de dinero.-
   le contestó.
   - ¡Boca arriba las cartas!, ¡fanfarrón!
   Su cara cambió de color, todo el orgullo que antes demostraba se convirtió en una
mueca de rabia y odio, había perdido. Haciendo un verdadero esfuerzo se levantó brus-
camente derribando la silla por el suelo, apoyando las manos por los nudillos en la mesa
se inclinó hacia delante y mirando fijamente a la cara del otro, a escasos centímetros le
espetó arrastrando cada sílaba:
   - Eres un maldito tramposo y esto me lo vas apagar, te va a pasar lo mismo que al del
   borrego.
   Manuel salió pegando un portazo. La habitación quedó en silencio y en la cara de
asombro de los presentes se vieron reflejados los hechos de doce años antes.
46 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 47




ELLA
                                                                 José Antonio Martínez



   “¿Amparo dónde está la bufanda?”
   “Mira a ver si está en el perchero, que no encuentras nada.”
   Mariano reconocía que cada día andaba más despistado, pero claro, se decía, “cosas de
la edad, ya voy para los 80…”
   “¿Te falta mucho?” Inquirió Mariano.
   “Ché que pesat eres, ja no me falta res.”
   Ella, a pesar de su edad seguía conservando la coquetería de sus años jóvenes; era inca-
paz de salir a la calle sin “recomponerse”, como siempre decía.
   La esperaría en el balcón, aunque cada vez le daba más miedo salir. Eran también
demasiados los años de la finca. Situada a espaldas de la Lonja, allí había nacido ella y
también su madre.
   Sabía que ambos estaban al final del camino, largo camino… Estas fechas siempre le
sumían en un estado de tristeza, desde su niñez, desde aquella Navidad en la posguerra
que fue la que le marcó. Habían pasado años desde la guerra, pero aún así, una noche
vinieron a por su padre y ya no lo volvió a ver; lo encontraron en el cementerio de Paterna,
fusilado… Los años pasados no habían borrado su odio.
   Asido a la barandilla recordaba las penurias pasadas, trabajando desde los quince
años, junto a su madre, ayudados por amigos, pero aún así, poco disfrutó de juventud,
de juego, de amigos… Se le iluminó la cara al recordar como conoció a Amparo, al final
de la guerra. Los frecuentes bombardeos les hacían buscar cobijo en un refugio, allá por
la calle… ¿Alta? No lo recordaba bien.
   Estaban apiñados, con miedo; cada vez eran más frecuentes los bombardeos y un día
allí estaba Ella, tan escuálida como la mayoría, con aquellos hermosos ojos, sonriente.
   Al contrario de todos, sonreía, a todos daba ánimo, ayudaba en cualquier cosa, se des-
vivía por los demás y seguía igual, bondadosa, dando de si todo su ser.
   Sí, se considera el hombre más afortunado, nunca había tenido dinero, propiedades,
nada, pero la vida a su lado había sido y era más de lo que podía aspirar. El ir con ella a
su lado por la calle, el tenerla…lo tenía todo…bueno, casi todo….
   No tardaron mucho en casarse. Tenía un trabajo como ebanista y ella cosía. No era
mucho pero para los dos poco hacía falta. Se vinieron a vivir a esta casa, con su madre;
no podían comprar otra, daba igual, intentarían pasar y no tener mucha familia…
48 / Certamen de relatos breves - ACLA




    Ala, ya estoy-. Oyó como Amparo le llamaba, ¿has cogido las bolsas?-. Que sí…He oído
ahora en radio Valencia lo de la cesta del Mercado Central ¿quieres que vayamos a verla?-
. Si no hay más remedio…iremos-.
    Salieron a la calle, la Navidad estaba en todos los sitios, escaparates, gente con bolsas,
regalos…cogido de la mano de Ella su pasado le acompañaba…
    Tuvieron un niño, sólo uno, ¿para qué mas? Ya eran tres a pasar estrecheces… Noches
de coser Ella, él cocinando, lo de siempre. Todo por el hijo, por intentar que fuese supe-
rior en todo a sus padres, que tuviese una vida mejor, un futuro… Una vida mejor… Una
triste sonrisa le marco el rostro, ¿pudieron darle? Así se decía, si darle unos estudios, el
chaval servía, había que sacrificarse. Pocos cafés había tomado en esta vida en un bar,
pocos lujos, ¿pocos? Ninguno… Bueno sí, el lujo de estar al lado de esta mujer, nadie se
lo podía permitir más que él. Sí, mirar mi ropa pasada de moda, ¿vieja? Si, pero limpia.
Me da igual, esta mujer que va a mi lado vale por todo lo que me rodea. Ella es mi rega-
lo, pero no como los vuestros que sólo se hacen en estas fechas… Es mi regalo continuo…
    Pensaba en Pepe, su hijo, en la vida mejor que le habían proporcionado… Acabó
la carrera, era trabajador, valía…Valencia se le quedaba pequeña…. y se fue, lejos,
demasiado lejos, al otro lado del mar… América, tan grande, tan lejos, por un lado
una gran tristeza, por el otro, un orgullo. Que hijo tan deseado, tan amado, que
tanto había costado de criar. Les llenó de orgullo, se fueron haciendo a la idea… Él
reconocía estar anclado en un tiempo en que las relaciones entre las personas no
eran como ahora, la amistad, la honradez, la ética… Tú eres de otro tiempo Mariano-
, le decían los amigos… Sí otro tiempo.
    Se casó Pepe, se separó, se volvió a casar y así, no sabía ya, creo recordar que ya va por
tres. Será ésta la última, pensaba, los nietos... ¿Qué nietos? Tres o cuatro. Sólo conocían
al primero, pero de eso ya hacía años… Ella era su familia en estas ¿entrañables fiestas?
Ella eran sus nietos. Ella era su hijo. Ella era… su vida…
    Como cada mañana que salían, daban una vuelta por la Virgen, por la Plaza de La Reina…
Era una forma de andar, de no estar parados, de salir, hacer la compra… La compra… La eter-
na lucha por malvivir, por estar, y luego al Mercado Central, a ver la dichosa cesta.
    Después de casi cincuenta años trabajando tan sólo le quedó una reducida pensión, un
reloj de bolsillo y el respeto de los compañeros. Esto último lo más apreciado por él… Las
estrecheces seguían cada vez en aumento. Pepe en la distancia siempre quiso ayudarles,
pero ahí tropezó con la sangre de Mariano, hijo de aragonés, tozudo hasta la saciedad,
siempre rechazó la ayuda de su hijo. Bastante tenía él con ir pagando pensiones a sus res-
pectivas parejas. Pero la verdad, a Amparo a pesar de sus artes en la administración de la
casa, le costaba llegar a fin de mes… ¿A quién le importa las penurias de un tipo así?
    Dio su vida por un trabajo honrado, cumplió con creces; ¿su recompensa? Pues… su casa
tenía más de cien años pero estaba en el centro de Valencia; contribución urbana, calle de
primera… “Pague usted y si no le embargamos...” ¿Sabían acaso que necesitaba la pensión
de un mes para pagar este impuesto? ¿A quién le importan estas personas?... Llegan los
fríos… hay que calentarse… ¿brasero? Mariano sabía de los ancianos fallecidos por los
dichosos braseros; Mariano sabía tanto… pero callaba, le hervía la sangre, como en su
juventud… poco más podía hacer. Y Ella ¿qué podía hacer? Pocos milagros… o muchos…
Certamen de relatos breves - ACLA / 49




    Un día Amparo salió sola a la compra, raramente lo hacía pero ese día… “¿Esta ensa-
lada?”, inquirió. Sabía de los precios de la verdura fresca, de las frutas, tan sólo cuando
bajaban bastante de precio se podían permitir esos… ¿lujos?... Hasta que los almacenes
no podían más no bajaban los precios… Siempre así, miseria para el campo y riqueza
para el intermediario. A pagarlo el de siempre. “¿Te han salido los iguales Amparito?”
Ella se reía, como siempre, esa risa tan hermosa… “Ya me contarás”-. Seguía él. “Vale
pasado mañana te vendrás conmigo”.
    Llegó el día, Amparo cogió el carrito de la compra y ale, camino del mercat… “Mariano
por favor prométeme que no hablarás, déjame hacer ¿vale?...” Qué iba a decir si Ella se
bastaba en todo… No entraron dentro, Ella se dirigió a espaldas del mercado entre el pes-
cado y los Santos Juanes y con toda naturalidad se dirigió a los contenedores de la basu-
ra… Sí, los contenedores donde los vendedores del mercado tiraban esas frutas algo toca-
das, esas verduras un tanto tocadas, esas piezas que hacían bajar del precio las mercan-
cías… Eso que parece sobrarnos a todos. “Amparo yo…” “Calla por Dios y ayúdame, suje-
ta esa tapa”. Él no sabía donde mirar, de vergüenza…de rabia… “¿Los ves?” Decía Ella…
“Si tiran lo mejor de las lechugas, en lo blanco no hay vitaminas, ya verás que caldo
hago”… Cargó frutas, verduras, medio carro, luego entraron al mercado y Amparo, con
su desparpajo de siempre, “póngame esos espinazos para el perro”… Tan sólo un canario
tenían y regalado…
    Volvieron sin hablar hasta llegar a casa… “¿y esto lo vas a repetir?”, le preguntó. “Pues
sí, mientras a unos les sobra a otros nos falta ¿te parece bien?...” Se tragó su orgullo, como
también se lo tragó alguna vez que otra cuando no hubo más remedio que ir algún día a
comer a la Asociación Valenciana de Caridad… Si cabía, esto le hizo admirarla aún más,
sus recursos, su forma de afrontar tan penosa situación. Ella era su tesoro, su más precia-
do tesoro…y era sólo de él.
    Ya habían llegado al Central, vieron aquella apabullante cesta, vaya con los de radio
Valencia… En fin tampoco la ambicionaba, al fin y al cabo de estas fiestas lo que más le
gustaba eran los pastissets de moniato que Ella le hacía, y ningún mortal, ninguno dis-
frutaba de ellos… “Vale vamos fuera y enseguida a casa… ¿sabes que te digo?” le espetó
Ella, “¿Qué íbamos a hacer nosotros con tanto embutido que hay en esa cesta? no es
bueno para el colesterol, ale vamos a por lo nuestro…”
    Pepe a pesar de su cierto éxito profesional no se quitaba de la cabeza su terreta, sus
veranos de niñez con su abuela materna en Alcublas, las discusiones con su padre, siem-
pre tan reivindicativo, siempre tan… tan… superior a él… Nunca comprendió y sigue sin
comprender cómo pudo sacar adelante la familia, sus estudios, nunca… Lo tenía como
alguien tan superior a él, tan distante de las necedades de la sociedad… Sabía que nunca
llegaría a su altura. Se veía ya como padre, un fracaso, sin familia, sólo ellos allá… o aquí…
Se había tomado unos días. Necesitaba verlos y más en estas fechas, sabía que no volve-
ría, sabía que a estas edades cualquier día…
    Cogió un taxi en Manises; “al Mercado Central”, dijo; “así hago una compra y les doy la
sorpresa…” Le pidió al taxista ir por la zona vieja, calle Baja, etc… “Páreme en los Santos
Juanes…” Pagó, se giró y allí enfrente, con toda la dignidad del mundo una pareja de ancia-
nos husmeaba en los contenedores… “No pot ser… no pot ser… Pare… Mare…”
50 / Certamen de relatos breves - ACLA
Certamen de relatos breves - ACLA / 51




EL LOBO
                                                                     Pilar Climent Corbín



    El día había sido gris y el sol estaba totalmente oculto por las nubes, así que en aque-
lla meseta daba la impresión de no existir línea de separación entre el cielo y la tierra, solo
las montañas muy lejanas, casi invisibles.
    Estuve despierta hasta media noche, quería oír el sonido de los lobos en la montaña,
sus aullidos eran largos y profundos, suponía que serian una llamada para las hembras;
daba miedo escucharlos, me hacían sentir acompañada.
    Se oían muy lejos, venían de donde comenzaba el bosque, era una zona llena de altos
pinos, con mucho monte bajo, que poco a poco se había ido extendiendo y adueñando
hasta ir cerrando las sendas, por donde antes las personas caminaban de un pueblo a
otro.
    Ahora era terreno de lobos. En el pueblo todos se encargaban de recomendarme, no
pasear ni salir sola, a partir de las cinco de la tarde, ya que el anochecer favorecía las
incursiones de estos animales más cerca del pueblo, para conseguir comida. No tenía
miedo, mi vivienda estaba a las afueras del pueblo y desde las ventanas veía el paisaje de
las montañas muy lejanas.
    Una mañana cuando desperté, oí un sonido, me pareció que arañaban la puesta de
madera, no le hice mucho caso, pero seguía y seguía, querían llamar mi atención. Abrí la
puerta, el impacto fue duro. Era una cría de lobo, pero lo raro, fue ver a un lobo adulto
correr hasta desaparecer de mi vista.
    Supuse que sería la madre, todo era irreal, nunca había leído ni escuchado nada pare-
cido. Recogí al lobezno, estaba temblando quizás por el miedo, lo observe por si tenía
heridas o algo roto. Nada de esto le ocurría, por lo menos aparentemente, entonces llamé
al veterinario del pueblo, para que le hiciera un chequeo.
    No tenía nada sólo hambre.
    Recordé que tenía un biberón, de cuando mi nieto era pequeño, fui a buscarlo, lo pre-
paré con leche, como no sabía la cantidad que debía darle lo llené del todo, le duró unos
minutos.
    Estaba perdida, inquieta, no era de risa la situación, tenía que pensar, reflexionar y
tomar una decisión.
    El veterinario me había dicho que no era bueno tener a un animal salvaje en casa, yo
lo sabía, cuando se hacen adultos sus instintos afloran y no son como los perros, aunque
lo parezcan, nunca podría domesticarlo.
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Letras desde el alma

  • 1. ASOCIACIÓN CULTURAL LAS ALCUBLAS certamen de Diversos autores RELATOS 2009 / 2010 2009 / 2010 Ayuntamiento de Alcublas ALCUBLAS Andreu Gil ESCRIBE
  • 3. © AsociAción culturAl lAs AlcublAs EditA: AyuntAmiEnto dE AlcublAs colEcción AlcublAs EscribE dEpósito lEgAl: ilustrAción dE portAdA: rosA rosElló ilustrAcionEs: rosA rosElló, AliciA gArrigó, J.l. AlcAidE, J. blAnco, rAfA cAsAñA, AmpAro civErA, mAnuEl giménEz, JAndro disEño y mAquEtAción: J. blAnco pAz
  • 4. ÍNDICE PRESENTACIÓN 7 CERTAMEN DE RELATOS DE 2009 LETRAS DESDE EL ALMA 11 LA EXCURSIÓN 17 LA BALANZA DE LA JUSTICIA 21 INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES 26 LA JOVEN QUE AMABA LAS PALABRAS 29 VISIONES 33 LA ROCA Y EL AGUA 37 CUANDO ERA PEQUEÑA 41 EL BORREGO 44 ELLA 47 EL LOBO 51 AVE, EVA 53 EL RINCÓN DEL BAJÁ 55 LA LEYENDA DE LOS ALVAS 57 CERTAMEN DE RELATOS DE 2010 LA ROSA DEL AZAFRÁN 63 EN ESTA CASA NO ESTAMOS PARA MÚSICAS. 67 A LA VIDA 70 NUNCA ME GUSTARON LAS ESDRÚJULAS 72 ¿TÍO ME RUEDA LA CARGA? 75 EL MIRADOR DE SOLIMAN 79 LA HABITACIÓN DEL POETA 83 UNA CARTA PARA BALTASAR KÜRGEN 87 CIEN POR CIEN ALCUBLANOS 91 HOY QUE YA NO ESTÁS 95 DE LA CIUDAD AL CAMPO: UN DÍA EN LA OLIVA 99 UNA MALA NOCHE EN EL NAVAJO ROYO 103 SENDAS MUSICALES. 107 EL HUERTO DEL TÍO LUCERO 110 TREN DE CERCANÍAS 112 EL VINO 115 LA GOTA "MARIANA" 118 ARRIERO DE MULA TORDA 121 GLOSARIO 125
  • 5. Certamen de relatos breves - ACLA / 5 SALUDA DE LA CONCEJALA DE CULTURA M Desamparados Civera Domingo La Colección ALCUBLAS ESCRIBE llega a su numero siete con la publicación de este libro, de lo que nos sentimos muy orgullosos. Cuando desde el Ayuntamiento nos planteamos conseguir un número importante de obras y de autores relacionados con Alcublas para nuestra Colección, nos pro- pusimos editar un libro por año, pero ante la demanda de tantos escritos hemos tenido que aumentar el numero de libros que han salido, una cultura que quedará para nuestro futuro. Creemos que esté libro es fiel reflejo del trabajo realizado. Se trata de un trabajo fruto del esfuerzo de muchas personas, fruto de la ilusión de muchos autores, que verán plasmada su obra en un ejemplar que seguro que cuando tengamos en nues- tras manos, no vamos a poder resistirnos a terminar de leer. Este libro es el resultado de la recopilación que desde la Asociación “Las Alcublas” se ha llevado a cabo a través de su Concurso literario “Relatos Breves” y que en sus dos ediciones, dos años consecutivos, ha contado con gran participación, llegando relatos de lugares lejanos. Enhorabuena a todos los autores. La edición de este libro es un compromiso que desde el mismo Ayuntamiento y su Concejalía de Cultura tenia con la Asociación “Las Alcublas”. Sirvan, desde aquí, estas palabras como homenaje y reconocimiento de la gran labor cultural que esta desarrollando esta Asociación en todos los ámbitos: etnológico, ambiental, históri- co... ¡Ánimo, y a seguir así! Enhorabuena a todos.
  • 6. 6 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 7. Certamen de relatos breves - ACLA / 7 PRESENTACIÓN Serafín Martínez Marz Presidente de la A.C.L.A. Cuando en el otoño del año 2007 nació la Asociación Cultural Las Alcublas, una de las muchas líneas de trabajo que se plantearon fue la promoción de la literatura. Como medio para hacerlo se pensó en celebrar un Certamen de Relatos Breves, que efectivamente se convocó en la primavera de 2008. Los objetivos que perseguíamos con esta convocatoria eran diversos, pero esen- cialmente se buscaba promocionar la escritura como medio de expresión y la lectu- ra como entretenimiento, dar a conocer historias que estuviesen relacionadas de alguna manera con la localidad o con el entorno y la cultura rurales y, en definitiva, generar en la sociedad alcublana la ilusión por participar en el desarrollo de activi- dades culturales. El equipo responsable de la actividad se encargó de elaborar unas bases en las que establecía mecanismos para garantizar el anonimato de los relatos, y en las que se dejaba el certamen abierto a todo tipo de temas, pero se valoraba de forma espe- cial las referencias al mundo rural en general y a Alcublas en particular, y en las que se establecía otros detalles y la forma de acceder al concurso. Fueron quince los relatos presentados a esta primera edición del certamen, algu- nos de ellos recibidos desde otras provincias, y para elegir los relatos premiados se formó un jurado compuesto por Mª Desamparados Civera Domingo, concejal de cultura del Ayuntamiento de Alcublas, Mª Pilar Comeche, bibliotecaria de la locali- dad, y por José Antonio Martínez Pérez y Joaquín Sanz Ibáñez. El fallo otorgado fue el siguiente: - Primer Premio para “Letras desde el alma”, de Arantxa López Ortiz (Gijón). - Segundo Premio ex-aequo para los relatos “La balanza de la justicia” y ”La excursión”, de José L. Alcaide y José R. Casaña respectivamente.
  • 8. 8 / Certamen de relatos breves - ACLA Viendo el éxito obtenido, así como la buena acogida y aceptación por parte del público, se convocó la segunda edición del certamen en la que participaron veinti- dós relatos, que fueron presentados de manera anónima a un jurado formado por nuestro querido paisano y escritor Alfons Cervera, por el escritor y actor Juan Jesús Valverde, por Mª Pilar Comeche y por Mª Desamparados Civera. El fallo del jurado fue el siguiente: - Primer Premio para “La rosa del azafrán”, de José L. Alcaide Verdés. - Segundo Premio para “En esta casa no estamos para músicas”, de Serafín Martínez Marz. - Tercer Premio a Pilar Climent Corbín por su relato “A la vida”. La entrega de premios de esta segunda edición se acordó celebrarla dentro del marco de la Semana Cultural que organiza y patrocina el Ayuntamiento de Alcublas, y así, el domingo 25 de Julio tuvo lugar un emotivo acto en el salón de plenos de nuestro Ayuntamiento. Fue precisamente en este acto donde la Concejala de Cultura se comprometió, en nombre del Ayuntamiento, a la publicación de los rela- tos presentados en las dos ediciones y que ahora presentamos en este volumen. Del primer concurso se han editado todos los relatos presentados, mientras que del segundo se ha llevado a cabo una selección: Relatos con trasfondo histórico, relatos autobiográficos, relatos de intriga, costumbristas, fantásticos…, muchos de ellos ambientados en Alcublas, algo que contribuye a prestarles una cercanía que invita a seguir leyendo. Queremos agradecer al Ayuntamiento de Alcublas todo el esfuerzo que está rea- lizando por los temas culturales, sin su ayuda y colaboración, puede que estas histo- rias y relatos no hubiesen visto la luz y estarían en el baúl de los recuerdos a la espe- ra de una mejor oportunidad. Desde la Asociación Cultural Las Alcublas, nos comprometemos a seguir promo- viendo la escritura y la lectura como lo estamos haciendo en estos tres años de exis- tencia, esperando que cuando tengamos este libro en las manos el Tercer Concurso de Relatos Breves sea ya una realidad.
  • 9. Certamen de relatos breves - ACLA / 9 PRIMER CERTAMEN 2008 / 2009
  • 10. 10 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 11. Certamen de relatos breves - ACLA / 11 LETRAS DESDE EL ALMA Arantxa Ortiz López En la última entrevista que me realizaron tras la publicación de mi última nove- la, alguien, tal vez un periodista me preguntó cuándo había decidido hacerme escri- tor, de manera automática le respondí que mi afición venía desde mi época univer- sitaria, momento en que escribí mi primer relato con cierto éxito, respuesta que lle- vaba dando desde hacía varios años, pero cuando la entrevista tocó a su fin, caí en la cuenta de lo errónea que era mi respuesta. No había decidido dedicarme a la Literatura en la Universidad; allí tan sólo había conseguido mi diploma; mi voca- ción, realmente había comenzado muchos, muchísimos años antes, aunque hasta ese momento no me había dado cuenta. Nací en una mala época, era mala porque entonces no sólo no contábamos con el mundo tal y como lo conocemos ahora, que ya es bastante terrible de por sí, sino mala porque me tocó criarme en una guerra y su consecuencia, la postguerra, que al final se cobró casi tantas vidas como la contienda en sí. Entonces yo era un chico pri- vilegiado, aunque no me daba mucha cuenta de ello; mi padre sabía construir, tanto carreteras como puentes, e incluso castillos de mina; se puede decir que era lo más parecido a un ingeniero de los de entonces, y por ello se había librado en su día de alistarse; era necesario para un país que no podía prescindir de las comunicaciones; debido a su trabajo, toda la familia (mis padres, mi hermana Eva de entonces tres años y yo) nos mudábamos continuamente; donde hiciese falta una carretera, un camino o un nuevo trazado de un puente, allá íbamos, lo que hacía que habitual- mente sintiese inseguridad; curiosamente, los demás chicos de mi edad sentían una inseguridad mucho más adulta que la mía, y sus temores eran más terribles que los míos; a mi me preocupaba dejar a mis amigos, compartir mi cuarto con Eva, que la nueva casa fuese pequeña o no hacer nuevos amigos, por no contar el visceral terror a las nuevas escuelas. Los terrores de los demás muchachos se basaban en la guerra; que a sus padres no los matasen; que a sus hermanos no los reclutasen; que a sus madres no las detuviesen. En uno de tantos traslados destinaron a mi padre a la Comarca de Los Serranos, Valencia, a un pueblecito cualquiera, exactamente igual que uno de esos pueblos que todos conocemos, al menos de oídas, en los que apenas hay diez casas, de las que tres son de un mismo dueño, donde la escuela, reciente- mente inaugurada queda a más de tres kilómetros del núcleo y por iglesia se tiene una pequeña ermita en la parte más alta del monte donde se produjo uno u otro milagro. Yo nunca había vivido en una aldea, y menos tan pequeña; el número de
  • 12. 12 / Certamen de relatos breves - ACLA habitantes no sobrepasaba los treinta, y la primera vez que vieron un camión del ejército, los vecinos trataron de alimentarlo con heno; los chiquillos de mi edad, nueve años entonces, no tenían juguetes y mataban las horas libres haciendo diver- sas maldades, que en ocasiones les costaban la vida. Me costó muchísimo adaptar- me, tanto que el primer mes lo pasé encerrado en la oscura y pequeña casa, releyen- do los seis libros que entonces conformaban mi biblioteca: Vidas de Santos, Barbazul, La isla del tesoro, Un capitán de quince años y la Biblia. El primero y el último no eran mis favoritos, pero tenía sed de conocimientos y ausencia de mate- rial, así que bebía estos volúmenes una y otra vez, sin que nadie lograra hacerme salir de casa; sólo al ser obligado a acudir al colegio aquel otoño, comencé poco a poco a integrarme; como todo el mundo supondrá, el comienzo fue difícil; los chi- cos de mi clase (las niñas por entonces no acudían a la escuela; el presupuesto se gastó en la escuela de niños, dejando a cero las arcas y a las niñas, que crecieron en la ignorancia), me hacían la vida imposible de mil maneras diferentes y se mofaban de mí; les extrañaba que supiese restar o dividir, y se reían disimuladamente cuan- do leía de corrido mientras ellos titubeaban al unir una vocal con una consonante. Tras la escuela, generalmente me iba a casa, pero con el paso de los meses el buen tiempo llenaba mi alma y poco a poco me obligaba a salir; seguían sin aceptarme, y durante meses fui espectador de las vidas de los demás; cada tarde me sentaba en una redonda piedra que hacía las veces de cruce de calles y parapetado tras uno de mis libros observaba lo que ocurría, empapándome de la cotidianidad de los demás, sin que nadie reparase ya en mi presencia. La guerra estaba en cada casa, en cada esquina y el ambiente bélico se respiraba por doquier; cada quince días llegaba al pueblo el cartero; era un hombre que recorría a lomos de su burra veinte kilómetros de inhóspitos pueblos, y de palabra daba recados a tal o cual persona, el hombre nunca dejaba cartas, algo que a mi me intrigaba; una mañana, mientras una doce- na de personas se amontonaban alrededor de la burra, yo me acerqué y a media voz le pregunté al cartero por la correspondencia, a lo que me respondió un sepulcral silencio; todos me miraron fijamente, y una mujer vestida de negro de los pies a la cabeza me espetó: -¿Dónde crees que estamos chico?¿en...? Aquí nadie escribe ni lee; no sabemos ¿Es que tú si sabes muchacho? –Perplejo, le contesté que sí, que claro que sabía, y avergonzado me fui de allí. La tarde siguiente, cuando ya casi se me había olvidado el asunto y me hallaba de nuevo sentado en mi mirador particu- lar observando como Ramón, uno de los chicos más matones del pueblo trataba de desplumar al gallo del cura que vagaba suelto por las calles, sentí una mano en mi hombro. Pude comprobar que doña María, una viuda que tenía un hijo en el frente se hallaba detrás de mí; nerviosa, y sin darme explicaciones me arrastró a su oscura cocina y allí, sacó un cajón que colocó a modo de mesa, me entregó un pequeño lápiz y una hoja de calendario y me pidió que le escribiera una carta a su hijo. Sintiendo lástima por la mujer y sin nada mejor que hacer, le pregunté qué quería decirle al muchacho, y sorprendida me dijo: -No sé, escribe una carta; ¿no eres acaso “escri- bidor”? pues una carta. Yo le dije que sí era “escribidor” pero no adivino, y ella se encogió de hombros, apremiante; recuerdo el comienzo como si lo hubiese escrito ayer.
  • 13. Certamen de relatos breves - ACLA / 13 Querido hijo: Espero que al recibo de ésta te encuentres bien; -“di que se escon- da de los tiros, díselo; y que se abrigue por las noches” –me interrumpía la mujer; - me gustaría saber que te estás cuidando – continué-, protegiéndote en las trinche- ras y abrigándote en las heladas noches; -”Dile que vuelva cuanto antes, y que cuán- do termina la guerra” –apostillaba mientras en la cocina entraba otra mujer y uno de los muchachos que venían a mi escuela.- “y que la Rosa quiere saber de Fermín”- yo pacientemente anotaba los datos y seguía redactando en voz alta: Aquí te echa- mos mucho de menos, no sólo yo, sino también todo el pueblo; la señora Rosa está preocupada por Fermín, y se tranquilizaría al saber de él – “qué pico tiene el chico, sigue, sigue,” –decía Rosa que acababa de entrar. Por otro lado, las cosas aquí están como cuando te has ido; sopla un fuerte viento casi de continuo y las nubes no se han parado a dejar el agua que tanto necesitamos, pero así y todo la cosecha ha sido buena. –“pregúntale a cuántos ha matao y si tiene un fusil, ¡pam, pam!” –gritaba el niño, emocionado. Marcelino hijo quiere saber si te han dado fusil y si lo has usado ya; también estarás interesado en saber que la semana pasada quedó campeón en las carreras; ganó a todos, hasta al Viti que ya tiene doce años. –Mientras tanto el niño se hinchaba de orgullo, lo que aproveché par a congraciarme, y hacer un amigo. Lo que no se le da tan bien es sumar; en la escuela, don Mateo le pega con la vara cuando no acierta, pero cuando el maestro se da la vuelta, le hace una mueca –“sí, eso hago, escríbeselo grande, que lo lea. Y dile también lo de Marcos” –Marcos, el hijo mayor de Gerardo el molinero ha estado enfermo; quiso irse a la guerra como su hermano muerto y se lanzó al monte donde le sorprendió la helada; estuvo per- dido dos días y volvió con pulmonía; la madre llamó al médico que recorrió todo el camino a pie para ponerle una inyección. Ahora está mejor. Haciendo uso de mi conocimiento oculto del pueblo redacté una carta simpática y llena de anécdotas que los presentes iban coreando con risas, sermones y anota- ciones, hasta que la hoja estuvo tan llena que tuve que despedirme con brevedad. Quince días después, el cartero, a su paso por la aldea depositó once cartas, las de cada uno de los destinados del pueblo, entre quienes se había corrido la voz de que había un “escribidor” en el lugar; todos escribían a sus casas cartas llenas de ansie- dad, de nostalgia, de esperanza, de sangre y de batallas, y todos esperaban respues- tas. Las madres orgullosas paseaban los sobres sin abrir de calle en calle, esperando mi llegada para que se las leyese, lo que hacía en voz alta, sentado en mi piedra redonda con todo un pueblo alrededor. Queridos padres: Me ha dado mucha alegría recibir noticias suyas; qué bien que haya en… alguien que pueda leerles mis noticias, y mandarles mi cariño. La guerra no es tan mala como la pintan, así que no se alarmen… Queridísima Rosita: Espero que al recibo de esta te halles bien de salud; yo por mi parte no me puedo quejar, aunque espero ansioso el día que pueda regresar para casarme contigo… Yo por mi parte respondía a todas y cada una, añadiendo todo lo que mis ojos veían e intuían. Querido Miguel: Cuánta alegría ha sentido mi corazón al saber que te hallas bien
  • 14. 14 / Certamen de relatos breves - ACLA y a salvo; por aquí las cosas están bien también, y el tiempo mejora, lo que ya nos hacía falta. Tampoco yo veo el día de tu regreso, y te echo a faltar terriblemente –“no, eso no se lo digas” –decía la chica apurada, sin que yo le hiciese caso; no quería que el chico fuese herido sin saber que su Rosita bebía los vientos por él, y que cada tarde rezaba tres rosarios en la Ermita- Apenas transcurre una tarde sin que rece por ti y por tu feliz regreso… Querido hijo: Ahora que sé que estás bien duermo más tranquila por la noche, al menos sé que queda menos para tu vuelta, algo que todos deseamos; me preguntas por las fiestas patronales y te diré que se han celebrado como cada año; la procesión ha sido más larga que otros años debido a que el camino principal estuvo inundado de barro durante tres días; Antonia, la que tiene un hijo que “no está bien” (aquí cambié la palabra “loco” empleada por la mujer, y que hacía referencia a un chico con retraso mental) lo llevó ofrecido como promesa a la procesión vestido de Nazareno, para ver si así se curaba de su mal. Se pasó todo el camino gritando y que- riendo escaparse, aunque Antonia se lo impedía. Cada vez que los chicos tiraban un petardo, se arrojaba al suelo chillando. Ayer lo hemos visto y no se ha curado, así que ha sufrido para nada. Durante la verbena un hombre tocaba el acordeón y hubo muchas parejas que bailaron, pero se echó de menos a todos los jóvenes que tan valientemente lucháis por los demás. Invariablemente cada dos jueves el cartero a lomos de su burra iba dejando sus once cartas, las cuales eran cada vez más largas; eran cartas preciosas, en las que apenas se percibía que quienes las escribían se hallaban en una guerra y que en cual- quier momento podrían caer. Poco a poco en la aldea dejó de hablarse de la contien- da que asolaba el país, hasta tal extremo que a veces ni nos acordábamos que está- bamos en lucha... Yo me cuidaba de mencionar cualquier detalle bélico y las misivas se convirtieron en una verdadera crónica cotidiana de un pueblo casi feliz. Narraba los sinsabores de la sobrina del cura, enamorada de un hombre casado y vecino de otra aldea que no hacía mucho caso a la moza, las audacias del chico del molinero, que cada vez era más travieso y descarado, describía los progresos de los niños en la escuela si es que los había y los arreglos hechos en una u otra casa; contabilizaba los nacimientos y obviaba las defunciones, entreteniéndome en describir el aspecto de todo y de todos bajo mi mirada acostumbrada a observar en soledad. Todas las car- tas se escribían y leían en voz alta y la gente se marcaba el jueves casi como un día sagrado, el día en que llegaban las esperadas noticias de los hijos, padres, novios o hermanos, y el día en el que el “escribidor” estrujaba su cerebro y empuñaba el lápiz (hasta que le dolía la muñeca) para alimentar las esperanzas y los recuerdos de los muchos soldados que habían sido reclutados a la fuerza. No tardé mucho en darme cuenta de que era indispensable para esas gentes, y no sólo por poder leerles las cartas, sino porque con mi lápiz, transformaba las vidas de todos ellos en algo a lo que agarrarse. Convertía a la sobrina del cura en una diosa del amor, a Rosita en una heroína enamorada, al hijo del molinero en un futuro Romeo, al chico del herrero en el mejor pescador del mundo, comparable al capitán Ahab de Moby Dick, a la señora Antonia en una santa viviente y a su pobre hijo en
  • 15. Certamen de relatos breves - ACLA / 15 un mártir; todos tenían su protagonismo y se sentían bien con ellos mismos. Con mis descripciones los soldados volvían a sentir sus hogares, a oler sus tierras, a degustar los tomates maduros de sus huertas que sabían a sol, y ello les daba un motivo para cuidar sus vidas, para desear vivir y volver a sus casas. A las madres, hermanas o novias les trasmitían esa sensación, la de saber que todos volverían algún día. Durante más de un año viví con mi familia en… y me disgusté enormemente el día que mi padre terminó su trabajo. Días antes de nuestro traslado se firmó la paz en la región, y así supe que en cuestión de semanas aquellos a quienes había escrito durante tanto tiempo volverían a sus hogares, aunque yo no me quedaría para cono- cerlos; sobrevivieron todos, de hecho el pueblo de… fue casi el único de la provincia que no acusó bajas en batalla, y sé que tengo que ver algo en el asunto; mi lápiz llevó esperanzas donde casi no las había, y mis letras hicieron renacer sus ganas de vol- ver, de vivir. Desde que me dí cuenta de que algo tan sencillo como la unión de cier- tas palabras y frases pueden ayudar a alguien a huir de la muerte, decidí que sería escritor; quería salvar vidas, como los médicos, pero con otro instrumental más apropiado a mí persona. Es entonces cuando decido ser lo que soy y hacer lo que hago.
  • 16. 16 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 17. Certamen de relatos breves - ACLA / 17 LA EXCURSIÓN José Rafael Casaña Martínez Allá por el año 1932 apareció por Alcublas una joven maestra, que llegaba cargada de ilusión y buenos proyectos, eran años muy convulsos. Esta joven maestra se encontró con un pueblo, como lo eran la mayoría de España, en un estado de abandono cultural enorme. Pero era tal su entusiasmo y dedicación que no se amilanó por ello, se empeñó en conseguir que las niñas aprendiesen aunque fuese can- tando, y así lo hizo. Les enseñó Geografía de España, al ritmo de "La Marsellesa", hoy en día, algunas de sus alumnas aún recuerdan la canción, y la tararean. Un buen día les dijo a sus alumnas que al día siguiente irían de excursión, a lo que todas a coro replicaron que ¡¡qué era eso de irse de excursión!! ; la necesidad de ayudar en casa y las múltiples obligaciones que tenían reservadas las niñas, les hacía desconocer lo que era marcharse de excursión. -Bueno -dijo la maestra-, irse de excursión es, ir al monte a disfrutar y no tener que hacer nada por obligación. Así que cuando volváis a casa les decís a vuestras madres que mañana os pongan llanta para todo el día. Al salir de escuela les costo a las 51 alumnas mucho más de lo habitual el llegar a sus casas. Se paraban, cuchicheaban, una contaba la imposibilidad de ir pues tenia que ir a escardar garbanzos, otra decía que tenia que cuidar a su hermano chico, la de más allá pensaba que su madre no le pondría llanta, otra que ese día tenía horno su madre y tenía que ayudarla. La cantidad de dificultades que se planteaban las niñas mucho antes de comentarlo en casa era un síntoma claro de cómo andaban los tiempos y las necesidades. Cada niña llegó a su casa con el corazón encogido, maquinando cual sería el mejor momento para decírselo a su madre, si cuando la mandase a por paja al pajar, o cuando tuviese que acompañarla a la cambra, para coger cebada para el macho o el burro, por- que claro si se lo decían a su padre la iba a poner de malfatana para arriba o tal vez algún tozolazo, si es que no la castigaba a subir a dormir sin cenar. Pero era tal la ilusión que les había despertado y el respeto que había conseguido gran- jearse D ª Consuelo, que encontrarían la forma de convencer a sus padres. Aunque tuvie- sen que cargarse de más trabajos, para congraciarse con sus padres por esa aventura que era irse de excursión. Esa noche las que consiguieron el permiso de sus padres, les costó mucho dormir en su cama de pellorfas de panoja, sus mentes no paraban de darle vueltas a lo que les podía
  • 18. 18 / Certamen de relatos breves - ACLA deparar la excursión. Por la mañana el trajín fue de las madres, para ver que les podían poner en saco de tela. No es que hubiese mucha variedad, pero claro ese día la comida era compartida con todas y ni se podía poner mucho, ni poner poco. En fin dilema, que se resolvía con la rea- lidad cotidiana, la necesidad. Por fin se reunieron en la plaza de los Olmos y Dª Consuelo observó contenta que eran muchas más de lo que pensó, emprendieron la marcha calle Mayor abajo, siendo obser- vadas por algunas a las que sus padres no les habían dado licencia, entre las risas y cuchi- cheos de las niñas, ante la emoción del día que les esperaba. En el Mesón siguieron hacia Despeñaperros, el día era claro y el verdor de La Hoya dañaba los ojos por su belleza, los campos llenos de mies y las amapolas tardías ponían su contrapunto de colores.
  • 19. Certamen de relatos breves - ACLA / 19 Siguieron por La Hoya y al llegar a la Balsa Calzón se pararon para almorzar, fue el momento mágico de ver lo que guardaban esos saquitos de tela, que sus madres habían preparado con todo su amor; también llevaban múltiples recipientes para transportar agua, botellas, botas, pequeños botijos, cualquier cosa valía. Siguieron andando por el monte, siendo de tanto en tanto observadas, aquella curio- sa cuadrilla, por los labradores que hacían su trabajo en los campos, moviendo la cabeza y pensando en su interior, cómo cambian los tiempos. La maestra saluda a todos los que se encontraba y al mismo tiempo recababa información, dado el desconocimiento que tenía de las partidas. Alguna niña se encontraba a algún familiar y la cara se le ilumina- ba de alegría, que la viesen de excursión con la maestra. La maestra aprovechaba para contarles a las niñas aspecto de botánica, de la cual sus conocimientos tampoco eran muy grandes. De pronto vieron unas clotxas, son depresiones del terreno que recogen agua de lluvia, la maestra siguiendo las normas de higiene que le habían enseñado, dijo a las niñas que no se podía beber de ellas. Las niñas al oír, lo dicho por la maestra, no se lo pensaron dos veces y se pusieron a orinar en las clotxas. Después de este curioso hecho siguieron la excursión y al poco pararon a comer, bus- caron la sombra de unos árboles, pues el sol ya se había enseñoreado de todo. La comida transcurrió entre risas e intercambios de la comida que llevaban las niñas, después la maestra les explico, con la ilusión de su juventud cosas, que las niñas escucha- ron con gran atención. Después de coger algunas hierbas y plantas medicinales, la maestra consideró, que ya era hora de retornar. Pero al poco de iniciar la vuelta los botijos y las botellas, que contenían la bebida, agua, se acabaron, por lo que las niñas empezaron a pedirle a la maestra insistentemente que querían beber. En la zona que se encontraban no había fuentes, por lo que la maestra dijo: - Bueno a ver si encontramos algún labrador o algún pastor y nos dice donde hay una fuente. Siguieron andando y las niñas siguieron insistiendo que tenían sed. Más tarde vieron en la lejanía un rebaño y su pastor, con sus perros. Aceleraron el paso y cuando se encontraron con él su primera pregunta fue: - ¿Dónde hay una fuente? El pastor miró cachazudamente a esta curiosa reunión y mirando a la lejanía dijo: - Fuente lo que se dice fuente, por aquí no hay ninguna hasta el pueblo, pero desde aquí podéis ver esas clotxas, de las que mi ganao acaba de beber, que esta muy bien y el agua está limpia y clara. La maestra y las niñas se miraron y empezar a reír. Ya lo dice el dicho cuando la sed aprieta…
  • 20. 20 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 21. Certamen de relatos breves - ACLA / 21 LA BALANZA DE LA JUSTICIA José Luís Alcaide Verdés CARA Están tocando a vísperas y ya debo de ir pensando en apagar mi candil y acostar- me a dormir, mañana me espera un largo viaje y debo descansar. El día ha sido intenso. Me he despertado con las primeras luces, y una vez vesti- do he comido un poco de pan y queso antes de acercarme a la iglesia de San Martín: siempre, cuando tengo un nuevo encargo, necesito prepararme ante Dios, porque sé que Él entiende lo que hago y que me juzgará con benevolencia, no como hacen nor- malmente las personas a mi alrededor. No, decididamente no les gusto, y quizás eso me ha hecho como soy, solitario, silencioso y seco en el trato. Pero no me importa que miren de reojo al pasar por mi lado, o que los niños se escondan tras sus padres y señalen con el dedo al verme, por- que yo soy lo que soy, antes que yo lo fue mi padre, y sé que las personas como yo tenemos un papel en este mundo, un papel importante, un papel necesario, y eso me hace fuerte y me ayuda a vivir. Después de confesar, oír misa y comulgar, he salido hacia el barrio de las cuchi- llerías, donde tenía que recoger algunas herramientas que dejé para arreglar, y luego a la Posada del Rincón, cerca de la Taula de Canvis, donde debía adelantar el dine- ro por el préstamo de dos buenas mulas para el viaje de mañana y para los otros dos días que tardaré en regresar. No me gusta mucho trabajar fuera de Valencia, pero hay trabajos que se deben de hacer, aunque no resulten cómodos. Por la tarde he estado preparando mi equipaje, guardando cada una de mis herramientas en sus fundas de cuero, y todas ellas en un saco que siempre llevo conmigo. Mi capa de invierno, mi sombrero, una manta y algo de comida y vino para el viaje completan el equipo: viajar en esta época del año puede ser duro si no vas bien preparado… * * * Hemos parado a descansar algo en la villa de Lliria, transcurrida casi la mitad del camino. He tenido suerte, y poco después de salir por la Puerta de los Serranos he coincidido con dos viajeros que se dirigían por negocios a Bexís, y hemos decidido
  • 22. 22 / Certamen de relatos breves - ACLA hacer juntos el camino. No, no es que tenga ningún problema en viajar sólo, de hecho, por el camino ellos iban delante en sus caballerías, y yo un poco más retrasa- do. Luego, almorzando junto a la hoguera, apenas hemos intercambiado unas pocas palabras al ofrecernos por cortesía tocino o vino, mientras de tanto en tanto los comerciantes miraban furtivamente el saco con mis herramientas e intercambiaban entre sí miradas de entendimiento. Pero es que, algo más adelante, subiendo Les Yàcubes, está la zona que llaman La Guarida, y un poco más a la izquierda Gea y la Cañada del Trabuco: no son raras las partidas de bandoleros que saliendo de esos montes bajan al llano, actúan y regresan rápidamente a sus guaridas, sin dar tiem- po a los Justicias a que organicen partidas para perseguirles. Yo soy buen mozo y sé manejar un arma con soltura, pero pasar por su territorio no deja de ser una teme- ridad, y el ir acompañado siempre da más confianza. Por esta misma razón hemos decidido subir las rochas en compañía de un carretero que marcha a les Alcubles a recoger una carga de nieve para la Ciudad de Valencia. Les Alcubles, mi destino. * * * Sus moradores llaman Las Alcublas a esta villa que se rige por los fueros de Valencia y que es considerada “calle” de la capital del Reino, motivo por el cual hoy he llegado a ella a ejercer mi oficio. Al entrar en la población, a la izquierda del Camino de Valencia, está el mesón junto a unos corrales. He llegado a buena hora, todavía queda un buen rato de sol y he decidido conocer la villa guiado por un muchacho: siento cierto nerviosismo, y recorrerla me ayudará sin duda a aplacarlo. No es muy grande, pero tampoco es pequeña. Un poco más arriba de los corrales se encuentra la villa propiamente dicha, con dos accesos en las tapias: uno, apenas un portillo, por el que se entra a un callizo que desemboca en una plaza con un por- che, donde me dice el muchacho que se reúne el Consejo de la Villa; el otro, en la que llaman la calle de Roque Ximeno, es la puerta principal por la que entra el Camino de Valencia. El bullicio en la población sorprende, porque uno no espera este movimiento de personas: en el porche de la plaza el carnicero y su ayudante desollan un carnero mientras un corro de chiquillos en cuclillas y varios perros observan la operación. Algo más arriba unos obreros seleccionan unas piedras para la nueva Casa de la Villa que se está obrando, con un amplio arco de piedra sobre el que se asienta, sencillo pero orgulloso, el escudo de la villa. Junto a ella, el olor a leña quemada se intensi- fica al pasar junto al horno que hace esquina con la plaza de la Iglesia. Allí, entre la Casa del Bayle y la puerta de la Iglesia, los carpinteros ultiman el cadafal para la ceremonia de mañana. Mañana… Bueno, mañana Dios proveerá… Un muchacho se ha acercado corriendo y le ha dicho algo a mi guía sin dejar de mirarme con unos enormes ojos, mezcla de temor y de curiosidad: parece ser que el
  • 23. Certamen de relatos breves - ACLA / 23 Jurado Mayor y el Justicia de la Villa quieren darme la bienvenida. Hemos dado la vuelta al pequeño cementerio tras la iglesia, donde un olmo viejo parece pelear con un joven llatoner por cubrir con sus ramas las sepulturas. Allí cerca, a la puerta de una casa con arco, me esperan las autoridades para comentar los detalles del nego- cio que mañana debemos concluir. Será a las diez, y el pago al acabar. El martillo del herrero parece repetir la hora mientras me vuelvo hacia el mesón dispuesto a cenar y descansar: a las diez, a las diez, a las diez… Aunque pueda sor- prenderos sé que no tardaré en dormirme. * * * Hoy me ha despertado el mesonero a la hora convenida, y mientras como algo junto a la chimenea escucho a lo lejos la campana de la iglesia llamando a misa: me dice el mesonero, hombre parlanchín, que quieren hacer una nueva torre más alta y ampliar la iglesia, porque de unos años a esta parte la villa no para de aumentar el número de habitantes y se ha quedado pequeña. Luego, al ver que no le contesto se aleja hacia las cuadras. Yo tengo la mente en otras cosas. Hace frío afuera y me enro- llo bien la capa. Hoy la gente no ha ido a trabajar. La plaza está llena a más no poder y los que han ido a misa no han regresado a casa después. Mi guía, el hijo del mesonero, me ayuda a cruzar entre la muchedumbre cargado con mi saco. Un alguacil impide que los niños suban al cadafal a jugar, y junto a él un carro vacío espera para llevar su carga a los cuatro puntos cardinales, para exhibir ante todos el poder de la villa. Yo prepa- ro mi cuerda y quito de sus fundas las herramientas, mientras se escucha el murmu- llo expectante del público. Pero pronto su atención se desvía hacia otro lado, la trompeta anuncia la llegada de la comitiva y también yo, como la muchedumbre, debo dejar de pensar, he de concentrarme sólo en hacer bien mi trabajo. A partir de ahora vuelvo a estar sólo, vuelvo a ser yo. La Justicia de Dios y de los hombres debe cumplirse. Mi mano es la mano de la Justicia. (INTERMEDIO) Desde enero de 1611 estuvo detenido en la cárcel de la villa Joan Montañés, acu- sado de asesinato. Su juicio se retrasó por el pleito acerca de a qué villa, Alcublas o Altura, correspondía la jurisdicción. En el libro de defunciones de la Parroquia de Alcublas del año 1612 aparece el siguiente registro: “Joan Montañés, natural de la Puebla de Valverde del Reyno de Aragón, encarce- lado en las cárceles comunes del presente lugar de las Alcublas por averle sentencia- do a muerte, confesó a catorze de febrero de 1612, y a quinze de los dichos mes y año recibió en la misma cárcel, en la Sala, el Santo Sacramento de la Eucaristía, y a diez y seis de los dichos mes y año, jueves a las diez horas de la mañana, lo mandó ahor-
  • 24. 24 / Certamen de relatos breves - ACLA car la Justicia en la plaça común del dicho lugar en una horca de madera que se hizo para este efecto, y le hizieron quartos, los quales pusieron en los caminos”. Ese mismo año, en los libros de cuentas de la villa aparecen reflejados varios gas- tos por el jornal del trompeta durante la ejecución, “de hazer la forca de la plaça” y de “hazer el mojón de la Chupidilla para los quartos”. También se pagó cuarenta sueldos “a maese Joan, Verdugo de Valencia, por las dietas de execución de muerte y quartos en la persona de Montanyés”. CRUZ Hay un refrán popular que dice que de los errores se aprende, pero lo que no dice es que, en la mayoría de las ocasiones, por mucho que aprendas no hay vuelta atrás. En mi caso, los errores que cometí han traído parejas consecuencias demasiado gra- ves, demasiado severas como para no tenerlas en consideración, y mentiría si dijera que no he aprendido algo. Pero también mentiría si dijera que me arrepiento de lo que hice. Si, he tenido más de un año para aprender, para reflexionar sobre lo ocurrido, para arrepentirme una y mil veces, y para luego, acto seguido, borrar ese arrepenti- miento de un plumazo, restañar las heridas a base de orgullo, a base de rabia, a base de odio… Si, de odio, de mucho odio, de un odio que nace de un amor roto por capricho, por un capricho bárbaro que me ha costado demasiado caro. Cuando aquel mediodía de diciembre regresé a casa y hallé muerta a mi esposa junto al corral sólo sentí, sólo noté un dolor blanco que me cruzaba por los ojos y bajaba hasta el pecho para hacerme caer al suelo llorando, y allí me quedé, enrosca- do sobre mis piernas hasta que la mano de mi hijo sobre el hombro me hizo regre- sar desde muy lejos… No, ella no había podido soportar el dolor y la vergüenza, había preferido poner fin a su vida; yo tampoco pude dominar el ansia de venganza. Hace catorce meses que me hallo encerrado en esta cárcel de la Casa de la Villa, convertido en moneda de cambio para unas villas que buscan reafirmar su poder, que buscan exhibir la una ante la otra su fuerza, y así poder sacar mejor tajada ante la Cartuja en el reparto de prebendas. Hoy son los derechos sobre los pastos, maña- na sobre la leña o quizá sobre la nieve: una villa fuerte puede exigir con más fuerza la cesión de derechos a Valdechristo, a su Señor. A principios de enero la Audiencia de Valencia falló a favor de las Alcublas y en contra de la sentencia que otorgaba a la villa de Altura los derechos para juzgarme: ahora deberá pagar, según dicen, más de 150 reales por las costas de la apelación. Pero lo realmente importante para mi es que por fin va a concluir esta tortura de saberme acabado pero no acabar. En ocasiones los obreros que trabajan en los pisos superiores de la Casa de la Villa hablan sobre mí: sé que deliberadamente lo hacen donde yo pueda oírlos, pero a mí
  • 25. Certamen de relatos breves - ACLA / 25 nada de lo que puedan decir me duele ya. Así he sabido que hoy, a boca tarde, ha lle- gado el verdugo, el hombre que mañana a las diez ceñirá en mi cuello la larga cuer- da que ahogará mi dolor, que no mi vida. Mañana, en una mesa sobre el entablado estarán dispuestos los cuchillos y el hacha con los que separará los miembros de mi cuerpo, y al lado el carro con el que los repartirán por los límites del término exhi- biéndolos de una forma casi obscena. Si, la ejecución de mañana tendrá algo de comedia, será un acto grotesco en el que se unirán la muerte y el espectáculo, en el que lo de menos será el por qué de mi suer- te, en el que lo importante será el cómo y el para qué. Lo que me hagan mañana será lo de menos, porque yo ya he pagado mis culpas, he tenido el mayor castigo que se me podía infligir: durante un año he vivido encerrado con mi silencio, mi odio, mi deses- peración y mi pérdida. Y es que no siempre hay equilibrio en la Balanza de La Justicia, una balanza que se suele inclinar del lado de los poderosos, de los señores, de quienes hacen las leyes… Su peso hace ya tiempo que cayó sobre mí.
  • 26. 26 / Certamen de relatos breves - ACLA INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES Joaquín Sanz Ibáñez El pueblo como casi todos los del mundo, en medio del campo; el nombre único: Alcublas. Quien lo quiera visitar puede llegar por el norte desde la carretera de la Cueva Santa, desde el sur por la carretera de Valencia, por el este desde el camino de Santa Lucía y desde el oeste por la carretera de Villar del Arzobispo. Todos estos accesos no hace mucho eran caminos de tierra por los cuales circulaban cada día cerca de mil caballerías entre caballos, burros y machos ó mulos. Y aquí es dónde empieza la historia de un montón de niños cuyo oficio entre los 8 y los 14 años, era el de “recogedor de boñigas”. Casi todas las mañanas después de tomar las sopas de pan y malta, cogían su capazo y salían a los caminos en busca del tan preciado tesoro, que serviría de abono en las viñas que sus padres trabajaban. Qué importantes se sentían aquellos niños que con tan corta edad ayudaban a sus padres en el mantenimiento de la casa. Qué alegría cuando volvían a casa con el capazo lleno. Cuántas veces engañaban, o creían engañar a sus padres cuando por no encontrar bastantes boñigas llenaban el capazo de paja y caminaban con él al hombro haciendo ver que no podían con él. Qué ilusión el día que encontraban las rastreras y haciendo montones como juego de niños decían “todo pillao”, mientras buscaban escondites secretos dónde guardar el tesoro hasta el día siguiente. Al regresar a casa y después de lavarlos y peinarlos las madres los mandaban a la escuela no sin antes haberles preparado el sabroso “bollicao” de aquel tiempo, que con- sistía en un cantón de pan y media barra de chocolate redondo Monte Sión. Aquel sabor tan peculiar que incluso hoy, después de tantos años, seguro que recordarán los que tuvi- mos la suerte de compartir los caminos. Inconfundible el tacto terroso en la boca, y sobre todo la satisfacción cuando a algún amigo despistado le hacíamos unas cantareras. Hoy ya no se escuchan los sonidos de las caballerías por los caminos que fueron testi- gos de aquellos días que forjaron hombres fuertes que se juntaban cada mañana compar- tiendo juegos, sueños y experiencias, ayudándose fieles los unos a los otros cuando se necesitaban. Sólo unos pocos recordarán ya aquellos tiempos, en que al contrario de lo que se pueda pensar crecimos niños sanos y alegres. Hoy cualquiera diría que un niño de esa edad sólo
  • 27. Certamen de relatos breves - ACLA / 27 debe pensar en estudiar y jugar, y pensaría espantado que ningún pequeño debe trabajar. Pero yo, como uno de los muchos protagonistas de esta historia también tengo algo que decir. En aquellas mañanas de mi infancia, muchos aprendimos valores como el esfuerzo, la constancia, el compañerismo, la ayuda a los demás, el respeto a los padres o la responsabilidad. En aquellas mañanas de mi infancia yo me sentía orgulloso y útil. En aquellas mañanas de mi infancia yo reía y corría por los caminos con mis amigos. Y lo más importante, hoy después de muchos años, recordando aquellas mañanas puedo decir que tuve una infancia feliz.
  • 28. 28 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 29. Certamen de relatos breves - ACLA / 29 LA JOVEN QUE AMABA LAS PALABRAS Rosario Santolaria Era una adolescente inquieta y entusiasta. Estaba enamorada de las palabras. Ella creía que las palabras tenían vida eterna, nacían y una vez nacidas ya existían para siem- pre. Por eso no podía comprender que algunas palabras murieran y ya está. Quería res- catarlas del desuso y por eso estudiaba filología y se esforzaba en profundizar en las pala- bras viejas para comprenderlas y hacerlas vivir de nuevo. Pasaba los veranos en Alcublas, el pueblo de su madre, y cuando tenía ocasión hablaba con las viejas del pueblo que le regalaban un léxico increíble, un manjar de palabras viejas que colmaban de alegría su espíritu investigador. Un día, paseando por la calle, saludó a un anciano de más de 90 años que conservaba una memoria estupenda y una simpatía en la mirada que convida- ban a conversar con él. - ¿Cómo va tío Rafael? - ¿Cómo quieres que vaya, chiquilla? Tengo el cuerpo lleno de alifaques, he trabajado mucho en esta vida. Ahora soy muy viejo y alifacao; pero aquí me tienes. - Sería pesado el trabajo en el campo. Entonces no había tractores. Tenían que traji- nar con los machos y el carro de aquí para allá. - Yo no tenía muchos bancales cerca de la carretera, así que iba con el burro a jalma por caminos malos y andando siempre. No sé cómo me quieren llevar aún estas pier- nicas. Continué mi charla y después mi paseo sin olvidar el tesoro de las tres palabras que me había regalado el tío Rafael: Alifaques, alifacao, jalma. A la noche tuve un sueño, que luego expliqué a mi madre. - Madre, he soñado que estaba hablando con un anciano sobre el significado y la his- toria de las palabras alifaque y jalma. Dijo mi madre: - Yo esas palabras las oí usar a mis padres muchas veces y en Alcublas había una calle que se llamaba Calle del Jalmero. Y continué relatando mi sueño. Le dije al anciano que quería saber la historia de esas palabras y me dijo que él no la sabía, pero que en una montaña había un rabino, un maes- tro que vivía escondido y dedicado a la sabiduría. Que fuera allí a preguntarle.
  • 30. 30 / Certamen de relatos breves - ACLA - Lo que pasa es que el rabino vive escondido en su casa y no abre a nadie. Yo nunca he hablado con él, así que no sé cómo podrás preguntarle tú. Mira, aquí viene mi espo- sa Magdalena que puede decirte alguna cosa más. Magdalena era una viejecita de rostro amable y ojos vivos que nada más verme com- prendió que buscaba saber por encima de todo, y me dijo: - El Rabino vive en una cueva en una peña a unos tres cuartos de hora del pueblo. Para llegar allí has de atravesar bancales con cultivos de almendros y viña, después habrás de caminar por la roca y cuando toques a la puerta de su casa te hará unas preguntas para ver si tu intención es saber cosas, porque él sólo da explicaciones a las personas que buscan el saber por encima de todo. - Y ¿Qué preguntas me hará? - Prepárate nombres de plantas, de rocas, de partidas, de todo lo que se encuentra al norte de la población y él, si ve que tienes interés, te aclarará la historia de las palabras. Llena de emoción comencé a preparar mi memoria. Tenía que responder bien para que el rabino me abriera la puerta y se conformara a explicarme... La primera cosa que me vino a la cabeza es en qué peña tendría la casa el rabino y dije: -¡Ya está! Mi madre siempre me decía que el mejor poleo estaba en la Peña Ramino-. Pensé: - Allí yo sé ir. Iré a la Peña Ramino a ver si encuentro la casa del sabio. Me enca- miné por el camino de la Salud a la Cueva de la Arena. Subí hacia la Peña la Jipe. Seguí subiendo. Encontré algún fósil y algunos pedacitos de cerámica que guardé en los bolsi- llos y seguí caminando hasta la cima. El sol me calentaba la espalda y antes de comenzar la última exploración, me giré de cara al pueblo que se extendía, precioso, al sureste, rodeado de campos de almendros, viñas y frutales que en ese momento estaban en flor. ¡Qué hermoso paisaje! Aquí nacieron mis padres y mis abuelos; hasta cinco o seis gene- raciones de antepasados habían vivido allí y el corazón me dio un vuelco de emoción. Busca que buscarás encontré la boca de la concavidad, traté de mirar al fondo y saludé con un “¡Buenos días!”. Oí una voz que me decía: - ¿Qué vienes a buscar aquí? La voz no era severa, sino dulce y firme a la vez; no me dio nada de miedo. - Busco saber la historia de dos palabras que ya no se usan nunca: ALIFAQUES y JALMA. - Yo te explicaré su historia si me respondes tres preguntas que te haré por cada pala- bra, así sabré si eres una persona interesada por la lengua o si simplemente eres una curiosilla sin verdadero interés. Yo comencé a ponerme nerviosa; pero no tanto como para dejar de concentrarme en la memoria. - Dime ¿Cómo se llama la rambla que tenemos aquí al lado, al poniente? - La Rambla Andrés. - ¿Qué clase de fósiles se encuentran principalmente en esa rambla? - Ammonites.
  • 31. Certamen de relatos breves - ACLA / 31 - Ahora dime una cosa, la cerámica que te has encontrado, ¿a qué pobladores perte- nece? - A los Iberos. - Veo que estás interesada por las cosas. Veamos otras tres preguntas para que pueda yo confiar en ti. ¿Sabes si en esta montaña hay un aljibe antiguo? - Sí, por eso se llama la partida Peña la Jipe. - Si siguieras por la rambla adelante, ¿a qué pueblo podrías llegar? - A Canales. - Bien. Por último, ¿sabes qué es un rabino? - Rabino quiere decir maestro en hebreo. Yo supongo que cuando expulsaron a los judíos del Reino de Valencia, usted se refugiaría aquí para que no le persiguieran. Aquí se dedicaría a investigar y a escribir sobre cosas de interés. Por eso nadie del pueblo le haría daño. De ahí el nombre de la Peña Ramino o Rabino. - Bueno he visto que estás enterada de muchas cosas. Ahora te diré que “Alifaque” es una palabra valenciana del catalán “alifac” que significa achaque, dolencia, y que la palabra viene del árabe y “jalma” significa carga con albarda y serón, procede del latín y ambas palabras las encontramos estudiadas en el diccionario del señor Coromines y de la señora Moliner. Me despedí, me cogió por los hombros, me dio un beso en la frente y me dijo: - Aprender es lo mejor de la vida y el esfuerzo que pones en aprender es el más recom- pensado; vete y sigue aprendiendo palabras para comprender el espíritu de las gentes que construyeron la cultura del pueblo. Cuando desperté del sueño fui corriendo al diccionario de Coromines y encontré: Alifac (sXV; de l´àrab al-náfab, id) m.1 VETER Bubeta o tumor sinovial localitzat a les sofrages dels cavalls, les mules, etc. 2 Nafra, xacra. Jalma (Del latín “Sagma” del griego “ságma” carga, guarniciones) f.*Albarda ligera, enjalma, ensalma, salma, sobresalma. Alcublas, diciembre de 2008 Fdo: Escoba de Boja
  • 32. 32 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 33. Certamen de relatos breves - ACLA / 33 VISIONES Daniel Doblado Cortés VISIÓN I No estoy loco. No soy violento. Si lo hice fue por ser coherente, por probar mi honra- dez, por autentificar mis convicciones… si le pegué un puñetazo fue porque no tuve opción, porque era la única vía para alcanzar la bondad, esa esencia tan íntimamente des- estimada por todos. Si antes no lo hice no fue porque mi integridad me lo impidiera, fue por cobardía, por falta de voluntad, por estar sumido en la extraña certeza de que es mejor el más quedo, el que más desapercibido pasa, el que menos daño hace. Tuve mil oportunidades, mil ocasiones en las que una agresión hubiera estado sobradamente justificada. Pero nunca fui capaz de responder a ningún tipo de provocación; ya fuera una mala mirada, un insul- to o una mano en mi pecho, mis reacciones no fueron más que livideces y paroxismos como torrentes: voz temblorosa, rigidez, tiempo que pasa como una losa. Después la ver- güenza, las palabras que se quedan por decir, la dignidad por los suelos y una incandes- cencia de puños cerrados a destiempo. Después de mucho pensarlo llegué a la conclusión de que la única vía para convencer- me de la autenticidad del bien que hacía a los demás era hacer el mal. Sé que resulta para- dójico, extraño, cosa de alguien que no está muy bien de la cabeza o intenta justificar lo injustificable. Pero no. Saberme capaz de todo convierte mis actos en una convicción. La violencia ya la conozco y la rechazo porque sé lo que es, porque he sentido la insana satis- facción de sentirse poderoso, el dulce dolor que envuelve al puño agresor y la mirada del que desprecia al otro. No hice mi elección al azar, mi víctima debía ser lo más desvalida posible, indefensa, pusilánime, incapaz de contrarrestar mi ataque… Fue fácil encontrarla, andaba agarrado a su mochila, con paso tenso y apresurado y un gesto de contenida resignación en la cara. Mi acto debía ser miserable, así que no sólo elegí a un apocado, sino que además, después de cruzarme con él, me di la vuelta para abordarlo por la espalda. Mi nula experiencia en lo que a endiñar derechazos se refiere hizo que me limitara a cerrar el puño para dibujar con mi brazo un semicírculo e impactar de lleno en su pómu- lo derecho. Un gemido. Sangre. El chico en el suelo y yo mirándolo como no había mirado nunca a
  • 34. 34 / Certamen de relatos breves - ACLA nadie, sin ira, sin que las pulsaciones se alterarán, totalmente tranquilo, henchido del domi- nio que en ese momento estaba imponiendo sobre lo que en ese instante era un ser inferior a mí, sometido a mi capricho. Él me miraba como asqueado, turbado, preguntando sin decir palabra el porqué de la hinchazón que estaba comenzando a sentir en su cara. Aún quedaba una humillación más: viendo que no se atrevía a levantarse del suelo opté por ofrecerle mi mano para ayudarle a levantarse, lo hice con un gesto rápido y deci- dido, de manera que no tuvo elección. Yo no pensaba volver a pegarle, pero estoy seguro que él pensó que si no aceptaba mi mano volvería a hacerlo. Así, que acertó a asir, con su mano temblorosa, la mía firme. Me agarró con tibieza, temeroso. Yo le ayudé a acrecen- tar su pánico con la rabia que parecía desprender el calor de mi mano, una rabia que en realidad no era más que el ardor de quien se sabe libre. Una vez alzado, mi mano siguió en su mano, y mi mano libre fue a posarse en su hombro derecho. Yo tenía la seguridad de que no iba a pasar nada, de que si así lo hubiera deseado, nos hubiéramos mantenido horas en esa posición, él en su parálisis y yo en mi férrea dictadura de ojos taladradores. Por comprobar su pusilanimidad, mantuve la escena un par de minutos, hasta que por fin destensé mi apretón de manos y deslicé lentamente mi mano izquierda por su hom- bro hasta perder el contacto con su brazo a la altura del codo. Noté cierto alivio de su parte, se sentía levemente liberado de lo que para él había sido una tenaza. Ahora que sólo había aire entre nuestras epidermis, lo único que me permitía mantener el manda- to era el contacto ocular. Así estuvimos, sin pestañear. Ya no había ni miedo ni resigna- ción en su cara, él no estaba, se había ido, parecía estar en otro lugar. Entregado a la pará- lisis más absoluta, su rostro inexpresivo no dejaba de mirarme. “Escúchame”. Le dije en un golpe de voz que intenté convertir en exabrupto. “Ahora ya lo sabes: el bien de nuestras vidas no puede convertirse en simple imposibilidad del mal.” VISIÓN II Mi primer impulso, que no llegó a materializarse en ningún tipo de movimiento, fue revolverme para encarar al anónimo agresor. Sabiendo que tal acto de valentía podía cos- tarme otro doloroso golpe, me quede en el suelo. Contuve mi rabia, mis ganas de insul- tar a ese desconocido que sin mediar gesto, señal o palabra, me había dejado tan aturdi- do. Turbado como estaba, sólo alcancé a mirarlo a los ojos pero sin mirarlo, como quien mira a un muerto y sabe que no va a recibir respuesta alguna. Él, férreo y extrañamente desprovisto de toda violencia, me miraba metálicamente; parecía que había descargado toda su violencia en mi rostro y no le quedaba más, incluso alcanzaba a desprender paz, y esto fue, precisamente, lo que más miedo me dio. Coger la mano que me ofreció me proporcionó una sensación tan reconfortante como aterradora. No sé cuanto tiempo permanecimos así, no me atrevía a hablar. Su mano, sin apretar mi mano, transmitía una tensión que me inmovilizaba. Su otra mano vino a posarse en mi hombro y mi miedo devino en ese respeto que sólo es capaz de infundir quien no necesita de la violencia para imponerse. No parecía arrepentido, tampoco orgu- lloso, sus manos dejaron de estar en contacto conmigo en el mismo momento en que yo comenzaba a sentir que mi dolor nunca fue deseado por él. Si en ese preciso instante hubiera decidido cogerme por la solapa de la camisa y amoratar el único pómulo que me
  • 35. Certamen de relatos breves - ACLA / 35 quedaba sano, lo hubiera admitido con la misma cobardía de la primera agresión. Estando frente a frente, me pareció absurda la humillación y la quemazón que en un primer momento había brotado en mí. Yo, que nunca había sido capaz de agredir a nadie, me veía víctima de una violencia que siempre había deseado practicar. Estaba avergon- zado, no por haber sido maltratado sin ofrecer la más mínima resistencia, sino por no haber sabido comprender antes lo que con unas pocas palabras me explicó mi agresor. Ahora sé que siempre odié la violencia por inercia y no por convicción, porqué no tuve donde elegir, porque siempre tuve miedo al dolor, a no saber reaccionar con los suficien- tes arrestos. Estas pulsaciones, que siento en mi cara como si fueran agujas, me lo confir- man. La bondad, en ocasiones, no es más que la cara visible de la cobardía. VISIÓN III Creo que la caída de aquel muchacho me dolió porque me imaginé a mí mismo recibien- do tal sopapo. Lo de sentir el dolor ajeno no son más que absurdas filantropías. Sólo nos duele lo que creemos que es posible también en nuestras vidas. Por eso no duele la hambru- na en el mundo, porque nadie contempla la falta de alimento como algo que puede mate- rializarse en nuestro entorno. Pero una hostia, siempre es posible y siempre duele. Yo estaba tranquilamente sentado en mi banco de siempre, devorando las páginas de La vida sexual de Catherine M.; buscando con avidez las páginas que describían con detalle orgías y demás actividades sexuales. Levanté la cabeza un segundo para tomar aire, ¡maldito segundo! La erección que llevaba un rato disimulando y aplastando con mi mochila se vino abajo. Dejé de sentir las pulsaciones en mi pene y comencé a sentir una leve punzada de dolor en mi cerebro, una especie de martilleo que enviado por la con- ciencia me conminaba a intervenir en pro de aquel chaval que, en contra de todo pronós- tico, estaba aceptando la mano que le ofrecía su agresor. Por un lado, quería dejar de mirar, ya que si la agresión se reanudaba yo no tendría más remedio que dejarme llevar por las intromisiones de mi conciencia. Por otro lado, algo me empujaba a mantener la atención, a seguir mirando como quien no tiene mucho interés pero en realidad no quiere perderse ni un detalle. La violencia, esa experiencia que nadie quiere vivir, pero que pocos se abstienen de contemplar. Apartar la mirada. No hay porqué. Eso me dije, y cerré el libro por la página 69, dejando a Catherine en medio de una riesgosa felación en la que el beneficiario estaba conduciendo. Pudo más la exci- tación de las carnes que se golpean que el ardor de las que se rozan con fines hedonistas. La previsión de un nuevo puñetazo se vio aumentada por la nueva posición que habí- an adquirido víctima y verdugo, este había colocado su mano izquierda en el hombro derecho de aquel. Yo pensé que para hacerle una llave espectacular y colocarlo de tal manera que al más mínimo movimiento pudiera partirle el brazo. Pero nada. Acabaron por separarse. Cuando ya parecía que los ánimos estaban totalmente calmados, una frase, que intuí incendiaria y no llegué a escuchar, reavivó la poca esperanza que tenía de presenciar un desenlace contundente. “Como vuelvas a… te mato”, seguro que alguna exhortación de este tipo sirvió para confirmar la pasividad del que había recibido sin rechistar. Mejor así. Hubiera sido un contratiempo tener que entrometerme a defender
  • 36. 36 / Certamen de relatos breves - ACLA al débil, aunque en tal caso, y con el fin de proteger mi físico, podría haber recurrido a profesar con vehemencia, -sólo por unos segundos, por supuesto- las teorías del Calícles que defendía con naturalidad la ley del más fuerte. Y es que es tan cómodo alternar las convenciones sociales que nos protegen con las leyes no escritas que nos favorecen. Aunque tales disquisiciones, hechas ahora en frío, habrían sido difíciles de engarzar en aquel momento. Seguramente, si en vez de un solo impacto, se hubiera dado un despro- porcionado intercambio de golpes entre aquellos dos desconocidos; yo, viéndome inca- paz de saber si podía reducir al fuerte, habría optado por abrir de nuevo la página 69 para comprobar como se puede compatibilizar la conducción y el placer.
  • 37. Certamen de relatos breves - ACLA / 37 LA ROCA Y EL AGUA Abel Chiva Marina era feliz en el valle, con su pequeño riachuelo que, juguetón y cantarín, la des- pertaba cada mañana con una melodía distinta, aunque le asustara cuando tras un día lluvioso le gritaba y reñía; ella no sabía porqué lo hacía, por eso, cuando el río no la que- ría se iba a la otra ventana y contemplaba la montaña, mirando cómo se mecían sus árbo- les y escuchando sus murmullos que parecían sugerirle mil cuentos de hadas y brujas. Apenas una veintena de casas, como si de un broche se tratara, resaltaban en la parte baja de la ladera, separándolas del río pequeños huertos que lo acompañaban en su dis- currir por el valle. A medio camino entre el pueblo y el paso montañoso por donde se dejaba caer el río, entre setos y pinos, se escondía una casa de techo bajo, negro de piza- rra superpuesta y rojas paredes. En un amplio patio delantero, su verde color herboso sólo se veía interrumpido por un viejo cobertizo de madera, los juegos y cantos de una niña y el paso lento y cansado de una mujer vestida de negro: era Marina y su madre Francisca. Con el paso del tiempo el río había diseñado en la montaña una salida al valle, por donde se escapaba como vulgar picarón entre callejuelas, al final de la ladera de una redondeada loma y al inicio de un cortado labrado en piedra con multitud de salientes rocosos. Casi en la cima de la loma había una pequeña atalaya que servía como mirador del desfiladero y junto a él pasaba el camino, más que carretera, que comunicaba la aldea con el pueblo vecino del otro lado. A Marina, ya desde pequeña, le gustaba escabullirse por la montaña, entre los pinos, y desde una torrentera, a mitad de ladera, sobre una roca que llevaba años aguantando los embistes de las frías aguas que por allí discurrían, recogiendo sus piernas entre los brazos se sentaba y se quedaba como boba mirando el cortado sobre el río. ¿Qué le hacía pasarse tantas horas extasiada contemplando aquel puñado de piedras?, ¿qué imán ejer- cía sobre ella el murmullo del agua bajo aquella alta muralla? Cuando a los doce años tuvo que ir a estudiar fuera y perdió contacto cotidiano con su valle, cayó en lo que era aquello y porque le atraía tanto. Tumbada en la cama, mirando el techo, con los ojos cerrados veía claramente como aquellas rocas colgadas en el corta- do, antes inertes y mudas, iban cobrando vida y transformando sus perfiles o encajando sus quebradas líneas hasta formar…¡si! era una nariz, ahora… los ojos…la boca…Ya lo tenía claro: era la cara de un hombre maduro, de rasgos viriles, nariz pronunciada algo aguileña, boca grande donde apenas se dibujaba los labios, barbilla recta y redondeada,
  • 38. 38 / Certamen de relatos breves - ACLA frente ancha con surcos y pelo corto y ensortijado. Se quedó quieta sin atreverse a mover un músculo, un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal y un nudo comenzó a hacerse paso por su garganta, realmente la estaba ahogando de emoción. No se lo podía creer pero era cierto, aquella cara la había llevado siempre con ella pero nunca había salido de su subconsciente, la fascinación que siempre sintió por aquel lugar era en realidad por- que contenía algo muy suyo, ¡ya lo sabía!, aquella cara era la de su padre, el que nunca conoció, del que nadie le había hablado, del que ni siquiera llegó a saber de su existencia. Como si de un pacto se tratara, el silencio y el olvido presidió cualquier relación con el tema paterno: por parte de la madre y por parte de ella nunca hubo la menor mención al tema ni nunca tuvieron necesidad, y por parte de los vecinos se respetó el pacto tácito, el silencio fue total, incluso en las fechas en las que podría haber habido alguna mención o insinuación casual inocente o perversa. Su fantástico descubrimiento le acarreó un nuevo sufrimiento ya que si bien se sentía enormemente atraída a contemplar aquellas rocas de cerca, sintiendo nuevas sensacio- nes, algo en su interior le decía que no era el momento y mejor esperar a madurar su nueva situación, no precipitando acontecimientos que quizás le causaran más dolor que alegría. Pero todos los fines de semana, cuando volvía a la casa del valle, sentada en su peña, contemplaba ya claramente aquella cara que permanecía inmutable; tan sólo cuando se acercaba su cumpleaños aparecían como dos sombras junto a los ojos…como dos lágrimas. Marina se fue haciendo mayor guardando en su corazón su preciado secreto y fiel a su cita semanal. Cumplió sus dieciocho años viviendo en la ciudad ya que estaba en la uni- versidad. No tenía demasiados amigos, dos o tres, y su vida transcurría junto a Francisca, sus recuerdos, los estudios y la vida social propia de una jovencita de su edad reservada y empollona aunque, eso sí, cada día más bella. Ese mismo verano su madre cayó enferma repentinamente, el médico llamó a la ambulancia y antes de partir su madre le dijo: - Hija, no puedes venir conmigo, pero en cuanto puedas, en el hospital, tengo que con- fesarte ciertas cosas. No te inquietes y quédate tranquila, pero es necesario que lo sepas porque sólo así partiré en paz. - ¡No, mamá, no digas eso! – gimió Marina. - Tranquilízate y no temas nada que luego hablamos… La ambulancia partió y Marina con su coche la siguió con el corazón en un puño. A su llegada a urgencias las noticias fueron más bien escasas, y pese a su insistencia en ver a su madre todo el mundo la remitía al médico de guardia. Cuando al final la llamaron por los altavoces, la timidez de sus pasos reflejaban el temor a un fatal desenlace, era dema- siado el tiempo transcurrido desde su ingreso. Se lo dijeron muy claro: su débil corazón no había podido con tanta tristeza acumulada y silenciada en tantos años. * * * Se vio sola, mil preguntas le acechaban en su interior, ni se imaginaba las últimas pala- bras que su madre le podría haber dicho, sentía un profundo vértigo ante la nueva situa-
  • 39. Certamen de relatos breves - ACLA / 39 ción que se le presentaba como asomada al mas alto rascacielos, pero en su cabeza se estaba produciendo un extraño fenómeno: como si al cerrar el capítulo de su madre se estuviera haciendo un barrado que liberaba memoria produciendo un hueco, hueco que un nuevo vendaval intentaba rellenar. Pasaron varios días y en su interior un vacío le desgarraba las entrañas, su vida se le representaba como un absurdo silencio ahora que empezaba a entender, ¡a no entender nada!.Ningún sentimiento especial dirigía sus pasos, pero una intuición especial la llevo a coger el coche y dirigirse directamente al valle, bajo del mirador, junto al río, enfrente de aquella cara que le atormentaba y de aquellos ojos que ya no lloraban. Algo se movió en aquella mole de piedra cuando una paz la empezaba a inundar. De aquellos labios pétreos empezaron a surgir sonidos que extrañamente entendía: - Hija…hija mía… - Dime… ¿papá..?. - Perdóname hija… yo soy el culpable de todo, fue mi egoísmo, fueron los celos los que me cegaron. Yo maldije a la tierra, al aire y al agua; maldije a los dioses, a los hombres, a tu madre y el día en que tú naciste. Todo me hizo merecedor del castigo que arrastro tantos años: permanecer encerrado en la piedra hasta que en tu corazón haya un sitio libre que yo pueda ocupar. Hija… perdóname… - Pero… papá… Los sollozos ahogaron sus palabras y unas lágrimas resbalaron sobre sus mejillas, cada una que caía en el agua producía unos círculos de ondas más intensos, y del centro de ellas se oyó una voz femenina: - ¡Querida hija mía!, ¡por fin puedo hablarte! A Marina todo le daba vueltas, ¿qué madre le hablaba?, ¿qué estaba pasando?, ¿por qué quería salir corriendo y algo muy fuerte la aferraba de esa forma a las piedras de la orilla? Poco a poco la roca y el agua, el agua y la roca le fueron desgranando la historia que ocurrió dieciocho años atrás, historia que comenzó entre sus sollozos y que a medi- da que avanzaba la iba tranquilizando y despertando su interés y admiración. Esto fue lo que le contaron: Cuando tú naciste nos sentimos los padres más felices del mundo, vivíamos juntos con tu tía Francisca. Con las tierras, el ganado y la madera del bosque gozábamos de buena posición y éramos respetados por la gente del pueblo. Pero el vivir absortos en nuestra felicidad provocó la envidia de algunos vecinos que empezaron primero a murmurar y, ante nuestro silencio, después a acusar y a calumniar. Tu padre, Pedro, y tu madre, María, en vez de hablar se encerraron cada vez más en si mismos y, lo que es peor, a hacer caso de las habladurías. La relación, por días, fue empeorando llegando a situaciones insoste- nibles, pero lo peor de todo fueron los conatos de violencia que se empezaban a dar por las dos partes. Descuidamos y maltratamos todo y a todos los que nos rodeaban y llega- mos a maldecir tu llegada a este mundo. Entonces – prosiguió la madre- , cuando peor estaba la situación una fuerza des- conocida nos arrancó del suelo, y mientras nos zarandeaba por el aire nos fue dic- tando su sentencia: “a partir de hoy viviréis en forma de roca y agua, uno a los pies
  • 40. 40 / Certamen de relatos breves - ACLA de otro, condenados a rozaros día tras día y a contemplar como vuestra hija crece sin vuestro cariño al lado de su tía, que hará el papel que vosotros no supisteis desem- peñar. Su corazón no tendrá sitio para vuestro recuerdo, y sólo cuando la necesidad de cariño le lleve a vosotros podréis ser rescatados. Solamente os dejo elegir la forma de castigar a aquellos que tanto mal os hicieron una vez seáis redimidos”. Luego todo ha sido silencio, tristeza y sufrimiento. Un silencio abrumador corrió por las montañas, los boques y el valle. Marina no fue consciente de cuanto tiempo permaneció pegada a las piedras, pero al final lentamente escaló la ladera y se sentó en el mirador al lado del camino. La gente del pueblo empezó a desfilar delante de ella cargados con todas sus pertenencias y enseres. Cuando lo hacía el último, el más anciano se paró frente a ella y con voz queda y cabeza baja le dijo: - Este día tenía que llegar. Ya no podía resistir más. Tantos años de ignorancia, tantos años de falta de una fami- lia completa le hicieron estallar, una vez la gente se perdió el camino, en un grito desga- rrador: “¡Madre!, ¡padre!”. Con un gran estruendo, la cara de rocas se precipitó contra el agua y en este gigantes- co beso de amor de padres quedó sellada la salida del río. Las aguas ascendieron anegan- do el pueblo hasta el nivel de la casita, el camino y el mirador. Marina no sabía si echar- se al agua o saltar sobre las rocas, algo le decía que estaba próximo el reencuentro, pero cuando volvió la cara hacia el valle su cara se iluminó y echo a correr como una loca bus- cando la definitiva felicidad: de su casa salía humo de la chimenea y en la puerta dos per- sonas la estaban esperando.
  • 41. Certamen de relatos breves - ACLA / 41 CUANDO ERA PEQUEÑA Pilar Climent Corbín Cuando era pequeña, esperaba las fiestas de Navidad, como algo excepcional, no había colegio y ¡venían los Reyes Magos! Mi casa siempre estaba llena de gente, también es verdad que éramos muchos herma- nos, cada uno iba a un colegio, teníamos muchos amigos y nos daban permiso para invi- tar a alguno de ellos a jugar y pasar la tarde en casa. Esos días sucedía un hecho invariable que marcaba el inicio del año. La familia siempre se reunía el día de Año Nuevo. Entonces aún era una niña que veía lo que sucedía a mí alrededor con ojos infantiles y una gran alegría. A mi casa acudían tíos, tías, primos, abuelos, amigos y algún que otro conocido de mis padres; era el santo del cabeza de familia y todos venían para celebrarlo. Ese día, desde bien temprano la casa se transformaba, se guardaban las cosas que mi madre llamaba “inútiles”, quería decir que los muchos niños que acudían, podí- an romper. Se sacaban sillas, aún no puedo explicar ni saber, de dónde salían tantas, pero allí estaban, una por comensal. Se Montaban dos grandes mesas una para la chiquillería y otra para los mayores. Cuando llegaba la hora de la merienda, comen- zaban a llegar, al rato ya estaban todos sentados, hablando, comiendo, bebiendo y fumando. Los niños permanecíamos sentados, esperando el momento de irnos a jugar por la casa. Al rato, entrábamos una prima y yo, a gatas en el comedor, nos escondíamos en un rincón donde nadie nos viera y permanecíamos quietas, muy calladas, atentas a lo que hablaban, aunque entonces no entendíamos nada, sólo percibíamos que eran cosas secretas o casi. Nos enterábamos de todas las novedades familiares que habían pasado o estaban a punto de suceder, era una gaceta, repasaban todo lo sucedido (siempre y cuando el inte- resado no estuviera allí). “El primo Luis cambió de trabajo, pero creo que no le va muy bien”, pobre. “A la prima Elena, le han pedido la mano de su hija Carmencin” (comentario) La pobre viuda de guerra, con tres hijas a su cargo, en edad de merecer, como lo ten- drá que estar pasando, caras de congoja y pena, pobre…………, pero seguían…….. “La hija de Garcés, sí el de Buñol, tío abuelo de Amparin (que era mi madre) está embarazada después de tantos años, ahora que ya no lo esperaban” pobre…….
  • 42. 42 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 43. Certamen de relatos breves - ACLA / 43 El resto de la tarde seguía por estos derroteros. Siempre nos descubrían cuando esta- ba la conversación en lo más escabroso y nos mandaban a jugar, muy enfadados, a otra habitación. Cuando se marchaban, la casa se quedaba vacía, silenciosa, con mucho humo y un fuerte olor a tabaco de puro (desde entonces no lo aguanto), así, hasta el año siguiente. Por la mañana al despertar todo estaba limpio y en su sitio, hasta las sillas que tanto me intrigaban, habían desaparecido, nunca le pregunte a mi madre de dónde las sacaba, era otro misterio para mi y aún lo guardo en el inconsciente, me gusta tener muchas sillas guardadas por si las necesito para que nadie se quede de pie. Los días festivos seguían con paseos, ir a ver los belenes de la familia, de los escapara- tes y de las iglesias, entonces aún no existía Papa Noel para los niños españoles. Los Reyes se iban acercando al pesebre, cada día un poco mas, hasta bajarlos de los camellos y llegar al portal de Belén. Pero el día cumbre de las fiestas llegaba por fin, con gran expectación, emoción, muchos nervios, risas, llantos y unas sensaciones difícilmente entendidas por los adultos. ¡Era la cabalgata de Reyes! Acudíamos por la tarde cuando anochecía a la calle de la Paz, cogidos de la mano de nuestro padre (nunca que recuerde vino mi madre) pegados a él, con los abrigos, los gorros y las bufandas, porque entonces hacía mucho frío. Todo era mágico, las antorchas, los pajes, las calles iluminadas, por donde transcurría la cabalgata y el griterío de todos nosotros, luego, las bocas abiertas por el estupor y el temor de algunos niños que pensaban que habían sido malos y no tendrían regalos, era una mezcla de emociones e ingenuidad, que aún hoy perdura cuando la contemplo y acudo a la calle a verla pasar. Cuando llegaban las altas carrozas con los Reyes Magos allí arriba, con sus ropajes, las barbas, las coronas, eran de verdad los Reyes Magos. Los mirá- bamos desde las aceras en silencio, casi como un milagro, cuando tiraban caramelos, nos matábamos a cogerlos, eran los únicos que íbamos a comer en todo el año. Luego volvíamos a casa rápidamente, cenábamos y elucubrábamos sobre lo que trae- rían, nos acostábamos. Dejábamos unas copitas de mistela con pastas, para endulzarles la parada y nos dejaran más cosas, pero todos los niños hacían lo mismo, tenían que repartir. Creo que aún era de noche cuando nos levantábamos sigilosamente a ver lo que nos habían traído. Gritábamos tanto por la sorpresa, que toda la casa se despertaba; nos reñían por la hora, pero era igual, seguíamos jugando con todo, los coches, el tren, las arquitecturas, un año me dejaron mi primera muñeca, no de trapo, ni de cartón, una muñeca de plástico, la sujeta- bas por la cintura y las piernas se movían, parecía que andara, era “la Güendolin”, quedó en mi memoria como la más bella y real de todas las que después he tenido, nunca la olvidaré. Al día siguiente, otra vez al colegio, íbamos con alegría para contar a nuestros compa- ñeros nuestros regalos y todo lo que habíamos hecho. Cuando era pequeña todo me parecía más grande y más hermoso…… Lolita.
  • 44. 44 / Certamen de relatos breves - ACLA EL BORREGO Abel Chiva Hacia una noche de perros. Un viento gélido barría el llano y la balsa que estaba en su extremo sur permanecía helada. Dos sombras jadeantes con un pesado fardo a la espal- da apenas la rodearon y se precipitaron por el incipiente barranco que se abría ante ellos. Eran dos hombres, uno de ellos fuerte, atlético y cuarentón, el otro unos años mayor y de perfil más grueso venía jadeando, deteniéndose para recolocar el fardo y recuperarse aunque procuraba no perder de vista a su compañero. Esquivando aliagas y sorteando zarzas, llegaron a unos olmos, bajo del ventisquero, y dejando la carga sobre unas piedras tomaron dos tragos de la bota. El pueblo lo tenían al alcance de la mano y su propósito era entrar lo antes posible para evitar ser vistos. - Manuel, hemos de decidir como repartimos los borregos para que no nos echen el guante – dijo el más joven-. - Mira, José, aunque el tuyo sea más grande las ganancias tienen que ser a medias, en cuanto a dónde repartirla, yo ya la tengo colocada y ni se te ocurra ir a los mis- mos sitios que yo… - Pero Manuel, sé razonable… - A mi no vengas con hostias, y aunque me convenía hacer el viaje contigo, no me vengo jodiendo más veces que tú para que ahora me vengas con las memeces de igual- dades y demás tonterías ¡faltaría más! - Mira si te pones así, a partir de aquí cada uno se apaña con lo suyo y si te he visto no me acuerdo. - ¡Pero serás canalla! A mí con esas no ¡eh! Que no sabes con quién te la juegas… Aun no había acabado de hablar cuando le clavó el cuchillo que llevaba en la faja y lo dejaba tieso al pie de un olmo. Sin perder un minuto arrimó el cadáver a un tronco caído y lo tapó con piedras, ya volvería a por él al día siguiente y lo tiraría a una sima que cono- cía más allá del Codadillo, donde los pastores tiraban las ovejas muertas y nadie sospe- charía nada, ahora lo urgente era llevar la carne a buen recaudo. La misma tensión de la situación vivida le hizo hacer los dos viajes en un tiempo record, bajó por el barranco hasta el puente y entrando por la Mena guardó en el corral las dos reses, aparejó el macho y el carro y se fue a labrar como si nada hubiera pasado. En el pueblo hubo comentarios sobre la misteriosa desaparición de José, más de uno le miraba distinto desde entonces, pero por una parte la falta de pruebas que lo acusaran
  • 45. Certamen de relatos breves - ACLA / 45 y por otro lo clandestino y arriesgado del estraperlista, hizo que todo el pueblo corriera un tupido velo de silencio y olvido. * * * Doce años más tarde…. Un sábado noche, en el reservado del casino cinco hombres miraban concentrados las cartas que tenían en sus manos, ocho o diez mirones contenían la respiración esperando el desenlace de la partida más fuerte de la noche. Manuel estaba algo mareado pues nunca había dejado de beber copa tras copa, el ambiente cargado del humo del tabaco le hacía estar pegajoso pese al frío que hacía. Tres jugadores iban restados y tan sólo uno aguantaba sus apuestas, toda la seguridad que tenía al principio se iba esfumando y las dudas le empezaban a agobiar. Si perdía se le iban las ganancias y un buen pellizco de su dinero, si seguía apostando se podía quedar sin nada. Su rival subió de golpe cien pese- tas y en ese momento supo que estaba perdido…retirarse era de cobardes por eso sacó el billete de la cartera y dejó hablar a su orgullo embotado por el alcohol: - Voy, pero que conste que no me gustan nada los faroleros. - Todos han visto que los únicos faroles de la noche han sido tuyos a base de dinero.- le contestó. - ¡Boca arriba las cartas!, ¡fanfarrón! Su cara cambió de color, todo el orgullo que antes demostraba se convirtió en una mueca de rabia y odio, había perdido. Haciendo un verdadero esfuerzo se levantó brus- camente derribando la silla por el suelo, apoyando las manos por los nudillos en la mesa se inclinó hacia delante y mirando fijamente a la cara del otro, a escasos centímetros le espetó arrastrando cada sílaba: - Eres un maldito tramposo y esto me lo vas apagar, te va a pasar lo mismo que al del borrego. Manuel salió pegando un portazo. La habitación quedó en silencio y en la cara de asombro de los presentes se vieron reflejados los hechos de doce años antes.
  • 46. 46 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 47. Certamen de relatos breves - ACLA / 47 ELLA José Antonio Martínez “¿Amparo dónde está la bufanda?” “Mira a ver si está en el perchero, que no encuentras nada.” Mariano reconocía que cada día andaba más despistado, pero claro, se decía, “cosas de la edad, ya voy para los 80…” “¿Te falta mucho?” Inquirió Mariano. “Ché que pesat eres, ja no me falta res.” Ella, a pesar de su edad seguía conservando la coquetería de sus años jóvenes; era inca- paz de salir a la calle sin “recomponerse”, como siempre decía. La esperaría en el balcón, aunque cada vez le daba más miedo salir. Eran también demasiados los años de la finca. Situada a espaldas de la Lonja, allí había nacido ella y también su madre. Sabía que ambos estaban al final del camino, largo camino… Estas fechas siempre le sumían en un estado de tristeza, desde su niñez, desde aquella Navidad en la posguerra que fue la que le marcó. Habían pasado años desde la guerra, pero aún así, una noche vinieron a por su padre y ya no lo volvió a ver; lo encontraron en el cementerio de Paterna, fusilado… Los años pasados no habían borrado su odio. Asido a la barandilla recordaba las penurias pasadas, trabajando desde los quince años, junto a su madre, ayudados por amigos, pero aún así, poco disfrutó de juventud, de juego, de amigos… Se le iluminó la cara al recordar como conoció a Amparo, al final de la guerra. Los frecuentes bombardeos les hacían buscar cobijo en un refugio, allá por la calle… ¿Alta? No lo recordaba bien. Estaban apiñados, con miedo; cada vez eran más frecuentes los bombardeos y un día allí estaba Ella, tan escuálida como la mayoría, con aquellos hermosos ojos, sonriente. Al contrario de todos, sonreía, a todos daba ánimo, ayudaba en cualquier cosa, se des- vivía por los demás y seguía igual, bondadosa, dando de si todo su ser. Sí, se considera el hombre más afortunado, nunca había tenido dinero, propiedades, nada, pero la vida a su lado había sido y era más de lo que podía aspirar. El ir con ella a su lado por la calle, el tenerla…lo tenía todo…bueno, casi todo…. No tardaron mucho en casarse. Tenía un trabajo como ebanista y ella cosía. No era mucho pero para los dos poco hacía falta. Se vinieron a vivir a esta casa, con su madre; no podían comprar otra, daba igual, intentarían pasar y no tener mucha familia…
  • 48. 48 / Certamen de relatos breves - ACLA Ala, ya estoy-. Oyó como Amparo le llamaba, ¿has cogido las bolsas?-. Que sí…He oído ahora en radio Valencia lo de la cesta del Mercado Central ¿quieres que vayamos a verla?- . Si no hay más remedio…iremos-. Salieron a la calle, la Navidad estaba en todos los sitios, escaparates, gente con bolsas, regalos…cogido de la mano de Ella su pasado le acompañaba… Tuvieron un niño, sólo uno, ¿para qué mas? Ya eran tres a pasar estrecheces… Noches de coser Ella, él cocinando, lo de siempre. Todo por el hijo, por intentar que fuese supe- rior en todo a sus padres, que tuviese una vida mejor, un futuro… Una vida mejor… Una triste sonrisa le marco el rostro, ¿pudieron darle? Así se decía, si darle unos estudios, el chaval servía, había que sacrificarse. Pocos cafés había tomado en esta vida en un bar, pocos lujos, ¿pocos? Ninguno… Bueno sí, el lujo de estar al lado de esta mujer, nadie se lo podía permitir más que él. Sí, mirar mi ropa pasada de moda, ¿vieja? Si, pero limpia. Me da igual, esta mujer que va a mi lado vale por todo lo que me rodea. Ella es mi rega- lo, pero no como los vuestros que sólo se hacen en estas fechas… Es mi regalo continuo… Pensaba en Pepe, su hijo, en la vida mejor que le habían proporcionado… Acabó la carrera, era trabajador, valía…Valencia se le quedaba pequeña…. y se fue, lejos, demasiado lejos, al otro lado del mar… América, tan grande, tan lejos, por un lado una gran tristeza, por el otro, un orgullo. Que hijo tan deseado, tan amado, que tanto había costado de criar. Les llenó de orgullo, se fueron haciendo a la idea… Él reconocía estar anclado en un tiempo en que las relaciones entre las personas no eran como ahora, la amistad, la honradez, la ética… Tú eres de otro tiempo Mariano- , le decían los amigos… Sí otro tiempo. Se casó Pepe, se separó, se volvió a casar y así, no sabía ya, creo recordar que ya va por tres. Será ésta la última, pensaba, los nietos... ¿Qué nietos? Tres o cuatro. Sólo conocían al primero, pero de eso ya hacía años… Ella era su familia en estas ¿entrañables fiestas? Ella eran sus nietos. Ella era su hijo. Ella era… su vida… Como cada mañana que salían, daban una vuelta por la Virgen, por la Plaza de La Reina… Era una forma de andar, de no estar parados, de salir, hacer la compra… La compra… La eter- na lucha por malvivir, por estar, y luego al Mercado Central, a ver la dichosa cesta. Después de casi cincuenta años trabajando tan sólo le quedó una reducida pensión, un reloj de bolsillo y el respeto de los compañeros. Esto último lo más apreciado por él… Las estrecheces seguían cada vez en aumento. Pepe en la distancia siempre quiso ayudarles, pero ahí tropezó con la sangre de Mariano, hijo de aragonés, tozudo hasta la saciedad, siempre rechazó la ayuda de su hijo. Bastante tenía él con ir pagando pensiones a sus res- pectivas parejas. Pero la verdad, a Amparo a pesar de sus artes en la administración de la casa, le costaba llegar a fin de mes… ¿A quién le importa las penurias de un tipo así? Dio su vida por un trabajo honrado, cumplió con creces; ¿su recompensa? Pues… su casa tenía más de cien años pero estaba en el centro de Valencia; contribución urbana, calle de primera… “Pague usted y si no le embargamos...” ¿Sabían acaso que necesitaba la pensión de un mes para pagar este impuesto? ¿A quién le importan estas personas?... Llegan los fríos… hay que calentarse… ¿brasero? Mariano sabía de los ancianos fallecidos por los dichosos braseros; Mariano sabía tanto… pero callaba, le hervía la sangre, como en su juventud… poco más podía hacer. Y Ella ¿qué podía hacer? Pocos milagros… o muchos…
  • 49. Certamen de relatos breves - ACLA / 49 Un día Amparo salió sola a la compra, raramente lo hacía pero ese día… “¿Esta ensa- lada?”, inquirió. Sabía de los precios de la verdura fresca, de las frutas, tan sólo cuando bajaban bastante de precio se podían permitir esos… ¿lujos?... Hasta que los almacenes no podían más no bajaban los precios… Siempre así, miseria para el campo y riqueza para el intermediario. A pagarlo el de siempre. “¿Te han salido los iguales Amparito?” Ella se reía, como siempre, esa risa tan hermosa… “Ya me contarás”-. Seguía él. “Vale pasado mañana te vendrás conmigo”. Llegó el día, Amparo cogió el carrito de la compra y ale, camino del mercat… “Mariano por favor prométeme que no hablarás, déjame hacer ¿vale?...” Qué iba a decir si Ella se bastaba en todo… No entraron dentro, Ella se dirigió a espaldas del mercado entre el pes- cado y los Santos Juanes y con toda naturalidad se dirigió a los contenedores de la basu- ra… Sí, los contenedores donde los vendedores del mercado tiraban esas frutas algo toca- das, esas verduras un tanto tocadas, esas piezas que hacían bajar del precio las mercan- cías… Eso que parece sobrarnos a todos. “Amparo yo…” “Calla por Dios y ayúdame, suje- ta esa tapa”. Él no sabía donde mirar, de vergüenza…de rabia… “¿Los ves?” Decía Ella… “Si tiran lo mejor de las lechugas, en lo blanco no hay vitaminas, ya verás que caldo hago”… Cargó frutas, verduras, medio carro, luego entraron al mercado y Amparo, con su desparpajo de siempre, “póngame esos espinazos para el perro”… Tan sólo un canario tenían y regalado… Volvieron sin hablar hasta llegar a casa… “¿y esto lo vas a repetir?”, le preguntó. “Pues sí, mientras a unos les sobra a otros nos falta ¿te parece bien?...” Se tragó su orgullo, como también se lo tragó alguna vez que otra cuando no hubo más remedio que ir algún día a comer a la Asociación Valenciana de Caridad… Si cabía, esto le hizo admirarla aún más, sus recursos, su forma de afrontar tan penosa situación. Ella era su tesoro, su más precia- do tesoro…y era sólo de él. Ya habían llegado al Central, vieron aquella apabullante cesta, vaya con los de radio Valencia… En fin tampoco la ambicionaba, al fin y al cabo de estas fiestas lo que más le gustaba eran los pastissets de moniato que Ella le hacía, y ningún mortal, ninguno dis- frutaba de ellos… “Vale vamos fuera y enseguida a casa… ¿sabes que te digo?” le espetó Ella, “¿Qué íbamos a hacer nosotros con tanto embutido que hay en esa cesta? no es bueno para el colesterol, ale vamos a por lo nuestro…” Pepe a pesar de su cierto éxito profesional no se quitaba de la cabeza su terreta, sus veranos de niñez con su abuela materna en Alcublas, las discusiones con su padre, siem- pre tan reivindicativo, siempre tan… tan… superior a él… Nunca comprendió y sigue sin comprender cómo pudo sacar adelante la familia, sus estudios, nunca… Lo tenía como alguien tan superior a él, tan distante de las necedades de la sociedad… Sabía que nunca llegaría a su altura. Se veía ya como padre, un fracaso, sin familia, sólo ellos allá… o aquí… Se había tomado unos días. Necesitaba verlos y más en estas fechas, sabía que no volve- ría, sabía que a estas edades cualquier día… Cogió un taxi en Manises; “al Mercado Central”, dijo; “así hago una compra y les doy la sorpresa…” Le pidió al taxista ir por la zona vieja, calle Baja, etc… “Páreme en los Santos Juanes…” Pagó, se giró y allí enfrente, con toda la dignidad del mundo una pareja de ancia- nos husmeaba en los contenedores… “No pot ser… no pot ser… Pare… Mare…”
  • 50. 50 / Certamen de relatos breves - ACLA
  • 51. Certamen de relatos breves - ACLA / 51 EL LOBO Pilar Climent Corbín El día había sido gris y el sol estaba totalmente oculto por las nubes, así que en aque- lla meseta daba la impresión de no existir línea de separación entre el cielo y la tierra, solo las montañas muy lejanas, casi invisibles. Estuve despierta hasta media noche, quería oír el sonido de los lobos en la montaña, sus aullidos eran largos y profundos, suponía que serian una llamada para las hembras; daba miedo escucharlos, me hacían sentir acompañada. Se oían muy lejos, venían de donde comenzaba el bosque, era una zona llena de altos pinos, con mucho monte bajo, que poco a poco se había ido extendiendo y adueñando hasta ir cerrando las sendas, por donde antes las personas caminaban de un pueblo a otro. Ahora era terreno de lobos. En el pueblo todos se encargaban de recomendarme, no pasear ni salir sola, a partir de las cinco de la tarde, ya que el anochecer favorecía las incursiones de estos animales más cerca del pueblo, para conseguir comida. No tenía miedo, mi vivienda estaba a las afueras del pueblo y desde las ventanas veía el paisaje de las montañas muy lejanas. Una mañana cuando desperté, oí un sonido, me pareció que arañaban la puesta de madera, no le hice mucho caso, pero seguía y seguía, querían llamar mi atención. Abrí la puerta, el impacto fue duro. Era una cría de lobo, pero lo raro, fue ver a un lobo adulto correr hasta desaparecer de mi vista. Supuse que sería la madre, todo era irreal, nunca había leído ni escuchado nada pare- cido. Recogí al lobezno, estaba temblando quizás por el miedo, lo observe por si tenía heridas o algo roto. Nada de esto le ocurría, por lo menos aparentemente, entonces llamé al veterinario del pueblo, para que le hiciera un chequeo. No tenía nada sólo hambre. Recordé que tenía un biberón, de cuando mi nieto era pequeño, fui a buscarlo, lo pre- paré con leche, como no sabía la cantidad que debía darle lo llené del todo, le duró unos minutos. Estaba perdida, inquieta, no era de risa la situación, tenía que pensar, reflexionar y tomar una decisión. El veterinario me había dicho que no era bueno tener a un animal salvaje en casa, yo lo sabía, cuando se hacen adultos sus instintos afloran y no son como los perros, aunque lo parezcan, nunca podría domesticarlo.