Luxury Forum 2013 - Presentación Gilles Lipovetsky
1. TODOS
SOMOS
ARTISTAS
La premonición de Oscar Wilde es realidad: “El arte no
se enseña más en la Academia. No es lo que se escucha,
sino lo que se hace. El arte está en la calle”.
POR GILLES LIPOVETSKY
El artista suizo Jeremie Gindre montado
su exhibición, “Meanings in a Meadow”, en
Chert Gallery, Berlín.
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2. Izquierda: publicidad de Berluti,
otoño-invierno 2013-2014.
Derecha: Museo Universitario
de Arte Contemporáneo, en
CU. Abajo: interior de La Soupe
Populaire, restaurante-galería en
Prenzlauer Alle, Berlín.
CIERTO ES QUE LA ERA HIPERMODERNA aparece dominada por el
crecimiento de los mercados y por la espiral de la tecnociencia; será
menester observar, sin embargo, que se antoja igualmente marcada
por una escalada de género asaz diferente: la de los mundos del arte
y, de manera más general, la del dominio estético. He aquí que los
mundos estéticos se han visto engarzados a su vez en el reino de lo
híper, al incorporar el capitalismo contemporáneo a muy grande escala las lógicas del estilo, del anhelo y de la seducción en los distintos sectores del universo del consumo. Es así que la sociedad hipermercadológica e hipertécnica se ve ahora, además, sobreestetizada.
LA COTIDIANIDAD DEL ARTE
Ya no estamos en la época en que producción industrial y cultura
remitían a universos separados: vivimos un momento en que el orden económico promueve la estetización generalizada de los mercados del consumo y del entorno cotidiano. Los diseñadores, los
artistas plásticos, los estilistas rediseñan la forma de los productos
industriales básicos, muchos de los cuales devienen accesorios de
moda. Las tiendas, los hoteles, los bares y los restaurantes son objeto de un trabajo de decoración personalizada, de teatralización de
los ambientes, de concepto, de color, de iluminación. Las marcas
masivas de moda copian los códigos estéticos del lujo. El patrimonio
es rehabilitado y puesto en escena como si de un decorado de cine
se tratara. Los centros urbanos son remozados, escenografiados,
“disneyficados” con miras al consumo turístico. Fábricas, bodegas,
cárceles, monasterios en desuso son reconcebidos como hoteles chic
o centros culturales.
En paralelo, la publicidad se pretende creativa y no pocos desfiles de moda se asemejan a shows o a performances artísticos. La arquitectura de la imagen triunfa, vale por sí misma, por su atractivo,
por su dimensión espectacular, y funciona como vector promocional en el competido mercado del turismo cultural. Nunca antes se
habían producido tantas películas, tantas series televisivas, tanto
espectáculos y músicas de todo género: los sitios de música bajo demanda Deezer y Spotify ofrecen unos veinte millones de títulos. Vivimos en un universo cotidiano desbordante de imágenes, de música, de conciertos, películas, revistas, aparadores, museos, galerías
de arte, sitios turísticos, bares de moda. He ahí el capitalismo artista
o transestético, sistema que incorpora lo estético a lo económico,
que integra sistemáticamente el orden del estilo y de la moda, de la
emoción y del divertimento, a la elaboración, la comunicación y la
distribución de los bienes de consumo.
El capitalismo estético ha no sólo creado un nuevo modo de producción sino que ha favorecido el advenimiento de una sociedad y
de un individuo estéticos o, para ser más preciso, transestéticos. Al
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tiempo que multiplica las creaciones estilísticas, el capitalismo artista desarrolla un consumo cada vez más abundante de experiencias estéticas en el sentido original de sensaciones, de experiencias
sensibles y emocionales: la Aisthetikos de los griegos. En nuestros
días, el proceso de estetización ha alcanzado el consumo, los modos de vida, la relación con el cuerpo, la mirada al mundo. El gusto
por la moda, los espectáculos, la música, el turismo, el patrimonio,
los cosméticos, la decoración de interiores se ha generalizado a todas las capas de la sociedad. Nos topamos ahora con un consumidor
cada vez más antojadizo de diseño, de gadgets, de juegos, de modas, de decoración de interiores pero también de productos cosméticos, de spas, de cirugías estéticas. También cada vez más deseoso
de descubrimientos, de sensaciones, de turismo. Nunca antes en las
grandes metrópolis las exposiciones y los museos habían alcanzado tales índices de visita; y nunca antes se había consumido tanta
música, tantos conciertos, tantas series, tantas películas, tantos festivales. La estética ha entrado en la era del hiperconsumo masivo.
Asunto cotidiano, el consumo transestético toca en nuestros
días casi todos los aspectos de la vida social e individual. A medida
que recula el predominio de los imperativos de clase, comer, beber,
vestirse, viajar, residir, escuchar música devienen cosa de gustos
subjetivos, de emociones personales, de elecciones individuales: es
una estética autorreflexiva la que estructura el consumo hiperindividualista. Habrá que reconocerlo: el capitalismo ha acarreado no
tanto un proceso de empobrecimiento o de decadencia de la existencia estética sino la democratización masiva de un homo aestheticus hasta ahora inédito.
LA DEMOCRATIZACIÓN DEL ARTE
El capitalismo contemporáneo es también ese sistema en el que
asistimos a un crecimiento considerable de las profesiones ligadas
al arte y a las industrias culturales. En Francia, el sector creativo
emplea a 546 mil personas frente al automotor con sólo 225 mil; en
Alemania a 719 mil, frente a 444 mil en el sector químico. En Estados Unidos se cuentan 2 millones de “artistas” profesionales, lo
que equivale al 1.5 por ciento de la población activa, cifra que se ha
cuadruplicado desde 1965. También en Estados Unidos, el número
de artistas plásticos ha aumentado en un 60 por ciento entre 1980 y
2000, para pasar de 153 mil a 246 mil. En las artes del espectáculo,
los efectivos se han visto multiplicados por 2.4. En Estados Unidos,
en 2002, el Bureau of Labor Statistics contaba 215 mil músicos profesionales; y se cuentan cerca de 200 mil escritores.
El capitalismo artista es también el sistema que contribuye a democratizar ampliamente la ambición de crear, al expresar cada vez
más individuos el deseo de ejercer una actividad artística en paraleDICIEMBRE 2013 - ENERO 2014 LIFE & STYLE — 173
3. Vista de la fábrica de producción en el campus
de Vitra, en Weil am Rhein, Alemania, por el
estudio japonés SANAA.
lo a su trabajo profesional. En nuestros días, tres de cada diez franceses tienen una actividad artística, frente a 1.5 en los años 70. La
práctica amateur de un instrumento musical y la del teatro se han
duplicado; la de la danza triplicado. Y vivimos una época en que
numerosos aficionados, gracias a las herramientas informáticas y a
internet, tienen niveles equivalentes al de ciertos profesionales. Son
incontables los artistas plásticos, videoastas y fotógrafos amateur;
los miembros de coros se multiplican; nunca antes los editores habían recibido tantos manuscritos; y son legión los que se inscriben
en concursos de telerrealidad a fin de devenir estrellas de la canción. El individuo hipermoderno no sólo se confunde con el consumidor; coincide cada vez más con el impulso del deseo creativo.
LA NUEVA IDENTIDAD ARTISTA
Ese proceso tiene por fuerza que estar vinculado con el auge de una
cultura neoindividualista centrada en los deseos de autonomía, de
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realización y de autoexpresión. La cultura hedonista y psicologista
ha provocado un fuerte aumento de las aspiraciones a ser uno mismo a través de realizaciones singulares, personales, expresivas. En
la cultura “post materialista”, ganar dinero no basta ya: soñamos
con desempeñar un trabajo poco rutinario y libre, queremos florecer, expresarnos, crear, realizar cosas estimulantes y personales a
menudo imposibles en el marco de la actividad profesional. El arte
es ese campo que permite traducir la propia singularidad, la diferencia subjetiva, en una época en que religión y política no ofrecen
ya como antes la posibilidad de afirmar la identidad. A lo que se
suma el deseo narcisista de visibilidad, de reconocimiento, ampliamente reforzado por los medios de comunicación y por el auge de la
individualización. El arte es justamente la actividad susceptible de
satisfacer semejantes esperanzas, más cuando su banalización por
medio de programas televisivos, revistas y reportajes da a cada cual
la idea de que no se trata de un dominio exclusivamente reservado a
4. otros sino de uno en el que puede desempeñarse con toda legitimidad. El artista no es ya el otro, el profeta, el marginal, el excéntrico:
puedo ser también yo, y cada quien. En la hora del capitalismo artista, en cada uno late un deseo artista: “todos somos artistas”.
La edad moderna vio afirmarse el ascenso social de los artistas
y su reconocimiento en tanto genios visionarios capaces de revelar
el Absoluto, el Ser, “las verdades más fundamentales del Espíritu”
(Hegel). Esa época ha quedado atrás. En la era hipermoderna, la religión moderna del arte se ha extinguido pero pervive la magia de
la vida de artista, identificada con un trabajo rico, estimulante, no
rutinario y susceptible como el que más –en una sociedad mediática
en que el artista ya no es maldito sino estrella– de acarrear pingües
beneficios y notoriedad a quienes triunfan. En nuestros tiempos,
el trabajo democrático ya no se lee en el ascenso de los artistas al
seno de los círculos de élite de la sociedad sino en la banalización
de la reivindicación de la identidad de artista, en la legitimidad de
la autoafirmación artística de cada uno. Y, finalmente, en un muy
fuerte aumento de las aspiraciones a crear. Lo que queda disuelto es
la excepcionalidad artística investida de la misión superior de expresar la verdad del Ser: el imaginario de la igualdad democrática
y el capitalismo transestético han logrado diluir la oposición entre
el creador y el hombre común, entre lo “alto” y lo “bajo”, al banalizar el estatuto de artista, más allá de la consagración mundial de la
que se ven beneficiadas las divas del mercado. La era del capitalismo
artista contemporáneo es la de la desacralización de la creación que
acompaña a la estelarización de los creadores.
Interior de una habitación en el Hotel St. Regis.
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