Este documento presenta una serie de 30 obras fotográficas tituladas "Fabulaciones enigmáticas" creadas por el artista Luis J. Ferreira Calvo. Las obras combinan elementos fotográficos con elementos pictóricos para construir mundos imaginarios e irrealidades. Aunque parecen fotografías, no capturan escenas reales sino que son ficciones que exploran la ambigüedad entre lo real y lo imaginario. Los títulos y comentarios describen pero no resuelven los enigmas que presentan, dejando espacio para m
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FABULACIONES ENIGMÁTICAS
Esta nueva muestra tiene su origen en la exposición “Enigmas en
blanco. Entre la concreción y la abstracción” (2009), compuesta por 14
esculturas exentas, 14 esculturas en relieve y 12 construcciones
fotográficas; de forma que los doce primeros títulos de “Fabulaciones
enigmáticas” son coincidentes con esas “fotografías construidas”, sólo que
entonces las presenté en blanco y negro y ahora las ofrezco con el
cromatismo del que las privé en aquella ocasión; además, esa docena de
obras queda ahora ampliada hasta treinta, brindando mayor variedad.
Estos trabajos continúan siendo enigmas, pues, pero me he decantado
por la concreción, alejándome de la abstracción, y hago hincapié en su
carácter fabulador que, en realidad, ya poseían.
Como viene siendo habitual, mis obras de naturaleza fotográfica son
propiamente simulaciones o simulacros de fotografías, ficciones
fotográficas que emplean el documento mimético de la fotografía como
material de trabajo, lo que hace que tengan una apariencia fotográfica,
aunque no son fotos ciertamente; presentan unos motivos que pueden ser
perfectamente pictóricos, encajables por lo general dentro de una
concepción surrealista, pero no son pinturas, a pesar de que muy bien
podrían ser productos pictóricos más que fotográficos, puesto que
plasman irrealidades.
La técnica fotográfica introdujo una opción inexistente en las artes
visuales de su tiempo, ya que con ella se podía elegir entre capturar una
escena no intervenida por el fotógrafo (unos elementos que permanecían
en un entorno) de manera instantánea, o crear una composición
disponiendo intencionadamente los elementos antes de accionar la
cámara; sin embargo, la revolución digital ha venido a facilitar no
solamente la manipulación de las imágenes capturadas, de realidades
encontradas o de composiciones preparadas, sino también la creación de
realidades nuevas, a las que se llega empleando instantáneas como
materia prima, construyendo con ellas digitalmente la composición y
aplicando diferentes tipos de procedimientos disponibles en los programas
de tratamiento de la imagen. Verdaderamente, la práctica de tratar las
fotografías es tan antigua como la invención de la cámara fotográfica,
puesto que desde sus albores fueron alteradas las imágenes tomadas
usando una gran variedad de técnicas, particularmente el fotomontaje, con
fines experimentales y creativos; la diferencia entre aquellas praxis y las
actuales no consiste meramente en la facilidad con la que ahora se
pueden hacer retoques y ajustes con resultados espectaculares, sino que
estriba en el hecho de que se puede crear lo que uno se proponga, siendo
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tantas las posibilidades que abre la tecnología actual que ya no se
conocen más límites que los de la propia imaginación.
El carácter de creación de las construcciones fotográficas, la condición
ambigua de parecer al tiempo fotografías y pinturas, el ser físicamente
algo inexistente, irreal o virtual, salvo que se imprima en algún tipo de
soporte, conecta perfectamente con la naturaleza irreal del contenido de
estos trabajos y con la práctica de fabular, de imaginarse hechos ficticios,
no reales, aunque puedan ser posibles, y de tener una impronta misteriosa
o recóndita, por lo que les he denominado genéricamente: “Fabulaciones
enigmáticas”.
El concepto de fabulación es entendido aquí como la acción y el efecto
o resultado de fabular, de inventar o imaginar tramas o argumentos, es
decir, como la tarea de crear historias plásticas y literarias (la imagen y la
narración que acompaña a cada una en el comentario de su ficha técnica)
y las propias historias creadas (por mí -en ambos planos- y por los
espectadores las obras). Fabular consistiría, pues, en inventar historias,
irrealidades por consiguiente, en imaginar realidades que pertenecerían
lógicamente al mundo de la imaginación, de la ficción y no de la realidad, y
la fabulación supondría la creación de un hecho o acontecimiento que es
imaginario, ficticio, pero que es expresado como si fuera real. Son
propiamente ajenos a mis intenciones, pues, los sentidos que también
tiene dicho vocablo de concebir cosas fabulosas, aunque estas obras
contengan alguna dosis de fantasía y de carácter extraordinario, y sobre
todo las acepciones de hablar sin fundamento y de mentir. A pesar de que
se considera síntoma psicopatológico cuando se presenta en el adulto la
invención de relatos imaginarios más o menos coherentes expresados
como si fuesen reales, denominándose mitomanía, ello no responde
necesariamente a una cuestión patológica si no se llega a confundir
fantasía con realidad, incluso es habitual observar la fabulación en los
niños como parte de su actividad lúdica, solapando fantasía y realidad; de
todas formas, en el mundo del arte se ha producido una oportuna
consideración de la expresión plástica procedente de individuos con
trastorno mental o de niños, así como de las expresiones plásticas de
apariencia trastornada o infantil.
Estas variadas fabulaciones enigmáticas no son, entonces,
captaciones de la realidad ni representaciones de la misma, sino
interpretaciones personales hechas con ellas (no de ellas), síntesis entre
lo visto-fotografiado y lo transformado, entre lo objetivo capturado y mi
subjetividad, que sin duda proyecta imaginativamente mi visión privada de
lo real, culminando en la fabulación de mundos alternativos, en la
metamorfosis de imágenes en otras nuevas, irreales. Precisamente la
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esencia documental de la fotografía, o su aparente sujeción a la realidad,
puede hacer pensar en la irrealidad contenida en la misma realidad y en el
gran potencial creativo existente en la técnica fotográfico-digital.
Cualquiera de las obras, pues, se gesta en el mundo de lo real para luego
constituir otro mundo autónomo, de ruptura con lo dado y de generación
de algo nuevo, una ficción que se proyecta sobre el mundo real, de forma
que si comunican algo es precisamente por su capacidad de iluminar
aspectos de ese mundo real, actuando la ficción como una metáfora de la
realidad. Sin embargo, ya los surrealistas, cuestionando el sentido de la
realidad, demostraron acertadamente que el binomio realidad-ficción no
se podía plantear de forma antitética, puesto que la dialéctica entre lo
conocido y lo desconocido podía abrir el espíritu a nuevas realidades, y
porque la realidad tiene mucho de ficción y ésta puede convertirse en
realidad. Efectivamente, la realidad para nosotros no preexiste a nuestra
percepción; es una construcción intelectual y los modelos de realidad son
construibles desde muchas perspectivas posibles, moviéndonos
permanentemente en un terreno neutral entre la realidad y la ficción donde
se funden ambas cosas. Es notorio que las artes visuales
contemporáneas han confundido intencionadamente los dos grandes
géneros o subgéneros: la ficción y el documento, hasta conseguir híbridos
impensables pocas décadas atrás; incluso esos dos polos de lo narrativo -
la ficción y el documento- lejos de diferenciarse con la claridad de
siempre, comparten la misma ambigüedad frente a lo real. Ahora todo
podría ser documento y ficción, ficción que trata sobre cuestiones muy
reales, que puede ser tan real como la propia realidad. La fotografía,
incluso, propiamente es simultáneamente ficción y realidad. Precisamente
la ficción, mediante la fantasía, es una formulación concreta de lo real, y
no su antítesis, y explora constantemente la realidad en busca de lo
nuevo, de lo desconocido, de lo inhabitual, intentando hacerlo verosímil,
persiguiendo hacer posible lo imposible; en este sentido, mis fabulaciones
consistirían en un placentero juego entre la ambigüedad del documento de
la realidad y la ficción de la imaginación.
En todas las épocas de la historia del arte se ha operado con la
ficción, la fantasía, la irrealidad, lo extraño… Siempre se ha fabulado,
aunque esa actividad no se reconociera como agente puro de la creación.
Tuvieron que llegar las vanguardias y rebelarse contra todo el sistema de
conocimiento previo, particularmente el dadaísmo que le dio un hachazo y
el surrealismo que doró el hacha para seguir empleándose a fondo en la
subversión de la realidad, materializando obras inesperadas,
imprevisibles, a veces perturbadoras, bordeando la realidad desde la
ficción. Así el fotomontaje, claro precursor de estas construcciones
fotográficas, que acompañó desde sus orígenes a la fotografía y que
explotaron ávidamente esos movimientos, se caracterizó por
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descontextualizar de su entorno diversos fragmentos de realidad para
formar una nueva realidad inventada; a su través, la realidad quedaba
intencionadamente “falseada” para transmitir un mensaje visual
clarividente.
El talante que tienen estas fabulaciones es enigmático en mayor o
menor medida, porque al mediar un lenguaje subjetivo en el proceso de
producción plástica, al buscarle extrañamientos, trastornos y
desconciertos a la realidad, o al combinar realidad con fantasía, la obra se
muestra inevitablemente enigmática. Son trabajos, pues, que encierran
algún misterio, algún interrogante o secreto oculto, alguna extrañeza más
o menos inquietante, algún sentido encubierto de difícil interpretación. Del
mismo modo que no se alcanza fácilmente a comprender a una persona
enigmática, no es muy posible conocer a fondo los enigmas que
propongo, ni admiten una interpretación única; incluso la obra que no
guarde contenidos velados es susceptible también de diferentes
interpretaciones, particularmente si está creada en la actualidad, momento
en el que los productos plásticos suelen tener un carácter abierto
deliberadamente. Para plantear el argumento misterioso de las obras y los
múltiples simbolismos que contienen me he servido de realidades
cotidianas, de objetos, paisajes y personas que se transfiguran
mágicamente en nuevas realidades, en las que lo ordinario, común,
vulgar, lo real en definitiva, se muta en lo pretendidamente extraordinario,
particular, excepcional o imaginario. Este asunto de los contenidos
encubiertos también es antiguo en la historia del arte; ciertamente en la
Edad Media y en el Renacimiento el esoterismo se hizo muy notorio
porque la severa censura de la Iglesia, a todo lo que le fuera ajeno, obligó
a los artistas a esconder en las obras religiosas referencias herméticas,
pero mucho antes, desde los egipcios, y mucho después, hasta la
actualidad, se han producido y se producen obras que guardan enigmas y
significados ocultos.
A pesar de que los títulos de estas obras sean bastante descriptivos, y
de que cada una vaya acompañada de un comentario -no de una
interpretación-, las imágenes evidencian el enigma, no lo resuelven.
Además, todo enigma posee una cierta complejidad por su esencia, se
plantee de manera cerrada o abierta, como en este caso, y por lo tanto
entraña alguna agudeza su resolución o resoluciones. De cualquier
manera, no pretendo que el observador -coagente de la obra- se los
explique y consiga descifrarlos, porque para la percepción y disfrute del
enigma no se hace imprescindible el esfuerzo mental; estos enigmas
también admiten, pues, rehusar a posibles interpretaciones y permiten
limitarse a sentir, a liberar emociones ante su presencia, a contemplarles
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sin más; incluso esta opción de no buscarle solución y permanecer en él,
en lo recóndito, en el misterio, puede resultar suficientemente satisfactoria.
Así como la fábula -concepto al que está estrechamente vinculado el
de fabulación-, mediante un relato breve de ficción, se propone entretener
y enseñar algo sobre una cuestión concreta, estas fabulaciones, que son
enigmáticas además, se plantean el mismo objetivo aunque, quizá, con
algo más de ambición, dado que entrañan la posibilidad de estimularnos a
percibir la realidad siempre como distinta, puesto que ofrecen otras
visiones de ella, y encierran, como muchas otras obras plásticas, un
elemento de cambio, un componente transformador, no por ser algo útil -
que precisamente no se caracterizan por ello-, ni por el hecho de que
avance en cosas que ya conocemos, sino por su ejercicio de
cuestionamiento, de interrupción de la cotidianeidad posicionando en
contradicción con la oficialidad cultural, por su capacidad de dejar perplejo
y de colocar al espectador en situaciones que, si lo desea, puede intentar
resolver y hacer propias, pensando, sintiendo, soñando, gozando...
Planteadas así las cosas, contar historias, visuales en este caso, puede
ser no sólo una cuestión estética, sino también diáfanamente ética.
Cuéllar, Febrero de 2015
Luis J. Ferreira Calvo