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NORMAS, LEYES Y DEBERES

Quehacer profesional

Es una relación que ejerce con sus actos, sus hechos y el uso de la ética de su
trabajo.

El quehacer profesional va en caminado a la realización del trabajo, al sentido y
rumbo que le damos a nuestra profesión. Su aplicación es siempre por que es lo que
hacemos constantemente, en nuestro diario vivir.

El término no se refiere en tanto lo que es sino en lo que hacemos y aplicamos en
cada concepto vivido y practicado en ese entorno profesional y social



LAS NORMAS

   •   Cumpliendo las convenciones y declaraciones internacionalmente reconocidas
       y con sus instrumentos en vigencia.

   •   Cumpliendo con todas las leyes, regulaciones, normas del país en el que se
       reside y en el que se trabaja.

   •   Alejándose de cualquier forma de corrupción, extorsión y soborno.

   •   Cumpliendo con los legítimos contratos y compromisos adquiridos.

   •   Conociendo el alcance de su responsabilidad profesional tanto en lo civil y
       como en lo penal, y las sanciones aplicables al incumplimiento de los deberes
       relacionados con su profesión.

   •   Cooperando con la justicia siempre que se lo requiera.

   •   Denunciados actos fuera de la ley de los que sea testigo y se posea las
       pruebas objetivas requeridas por la justicia para demostrar el hecho
       denunciado.

DEBERES FUNDAMENTALES EN LA ÉTICA PROFESIONAL

Si bien es cierto que “cuando no se distingue, se confunde”, también es cierto que a
fuerza de mucho distinguir nos enredamos. Frecuentemente recordamos a nuestros
alumnos que la distinción de las ideas no implica necesariamente división,
parcelación o desintegración de una realidad.

La realidad se analiza y se va desmenuzando con el escalpelo de la inteligencia, que
rotula y clasifica con ideas cada uno de sus descubrimientos, sin olvidarse de la
unidad esencial de la realidad, y sin confundirla con la variedad de los puntos de vista
subjetivos.
Así el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de
necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de
usar de su libertad de un modo determinado”.

En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas
que no son suficientes para crear un deber. (Tales son las reglas gramaticales,
artísticas o técnicas).
Pero dondequiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por
cuanto todo, deber tiene carácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria
implica responsabilidad.

El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de
las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de
“deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los
clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes
vocacionales. “El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier
hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias
concretas del bien común.

Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería
funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta
solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una
mentalidad desdoblada y estrábica que se despreocupa de los deberes pudieran
despojarse de su carácter de moralidad obligatoriedad y gravedad. Y así la sociedad
soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus
deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que
explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma
obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas
las situaciones que provengan de esa misma naturaleza.

Es más, la profesión no solamente no constituye un área neutra para la conciencia;
sino que, por el contrario, al paso que es capaz de potenciar y densificar los deberes
comunes del hombre y del ciudadano (por sus mayores conocimientos e influencia),
humanos, y de convertir en “preciso y exclusivo” el deber, y la responsabilidad de
resolverlos. Frente a los grandes problemas humanos se alinean dos grandes grupos
de salvamento: el de los técnicos y el de los intelectuales.

Hay quienes prefieren la distinción de teóricos y prácticos, que es evidentemente más
precisa y genérica; o la otra de “los que piensan” y “los que realizan”. No creemos
ocioso puntualizar un poco las ideas, dándoles el relieve que se merecen.

A) Lejos de ser términos que se opongan, se completan mutuamente; dándole a la
intervención profesional, en cualquier campo, la categoría indiscutible de la calidad y
superioridad. Todo trabajo humano debe estar precedido más o menos
explícitamente, en tiempo e intensidad, por el trabajo intelectual. Sólo que hay
profesionistas con más aptitudes y aficiones para la actividad ejecutiva, material o
burocrática, que para la otra actividad eminentemente creadora de la inteligencia.

B) Todo trabajo es un compromiso que grava la libertad con una dosis de deber
proporcional al carácter de la actividad. En el trabajo manual, por ejemplo, y
generalmente en todo trabajo ejecutivo, el compromiso es con la idea directriz que es
menester ejecutar. (Burócrata es el que ejecuta su trabajo sin tener en cuenta nada
más que la “directriz”; aunque no está escrito que no pueda ser capaz de cambiar
ventajosamente las “directrices”.)

En el trabajo intelectual, por el contrario, se amarra el compromiso directa o
indirectamente, con el bien común; con su representante, que es el Poder Público, o
con su beneficiario que es la Colectividad y cada uno de los ciudadanos, o con la
propia realidad concreta del bien común, consiste en bienes y necesidades que se
presentan al profesionista con la invariable modalidad de problemas para resolver.

Modesta, pero firmemente, sostenemos que un profesionista universitario no puede
declinar este compromiso. La lucidez mental tan cotizada en los ambientes
universitarios e intelectuales, si solamente abre los espíritus a las perspectivas
utilitarias y retributivas del trabajo; si pierde la limpidez que hace del trabajo
intelectual una virtud más humilde y difícil, por ser más heroica y menos popular, deja
de ser instrumento de elevación y de cultura para convertirse en conspiración contra
el bien común y descrédito de la Universidad.

Es evidente que no todos los profesionistas han de ser investigadores o pensadores
consagrados a la revisión atenta y constante de los métodos científicos; pero jamás
puede renunciar un profesionista universitario a que su trabajo tenga la nota relevante
de la “competencia intelectual”.

Los genios aparecen raramente, deslumbrando a la Humanidad con sus intuiciones,
que son la visión intelectual de las verdades, sin el normal proceso del razonamiento.
Pero los hombres normales, que conjugamos nuestras facultades en sus dimensiones
naturales, tenemos que pensar y razonar para no vivir sumergidos en la intolerancia,
el particularismo, la “acción directa” y las burdas contradicciones del habitante de la
jungla. Si todo hombre es hombre en cuanto tiene el deber de pensar, ¿cómo puede
fugarse de este deber un profesionista a quien la universidad ha dotado de principios
para pensar correctamente en el Orden Moral y jurídico, en el Orden Social y político,
y en el Orden técnico y científico?

Claro que pensar, y sobre todo pensar por expreso compromiso es dolor y es fatiga. Y
es en el “trabajo profesional” en el que se está más sujeto que en cualquier otro, a la
condena de la angustia y del esfuerzo. Pensar es traducir la experiencia
(especialmente la que se tiene “por una clara intuición de las peripecias”), en palabras
luminosas, purificadores y benéficas, usadas como adecuado instrumento de la razón,
del entendimiento y de la paz; y nunca como instrumento práctico de impulsos
individuales.
La competencia profesional
Las promociones y títulos universitarios clausuran, social y jurídicamente, la vida del
estudiante como discípulo, y le someten oficialmente las exigencias del bien común.
Es el momento en el cual la colectividad comienza a informarse acerca de su
competencia. El primer deber del profesionista es el de la competencia. De ella
hemos de advertir oportunamente tres cosas:

1) La misma etimología de la palabra competencia nos recuerda su significado
primogenio, que no comportaba alguna idea de lucha, sino simplemente de
colaboración: “cum-petere”; o sea, tender conjuntamente a algo. Si bien en el idioma
latino evolucionó el sentido, de aptitud o conformidad, hasta el de suficiencia para una
determinada actividad, nosotros vamos a enfatizar el mencionado sentido etimológico.

2) El gran público extraprofesional, tan exigente de la competencia de altos niveles,
muy raramente llega a percibir la íntima conexión que tiene entre sí la competencia
intelectual y la competencia moral del profesionista.

3) Ese mismo público desconoce las relaciones que pueda haber entre la
competencia profesional y las condiciones físicas de un individuo. Es más, la mayoría
de los profesionistas han de sonreír ingenuamente si se les habla con seriedad
académica de una competencia física, que nunca ha entrado en el marco de sus
reflexiones morales.

Por eso repetimos que competencia (de cum-petere), no puede limitarse a ser una
dotación inerte de ciencia y moralidad; si no que debe significar en la conciencia de
todo profesionista una colaboración dinámica y permanente de todo su ser, en toda
su dimensión física y espiritual, con una tendencia conjunta hacia el bien común.

La competencia intelectual

La competencia intelectual es tanto como la posesión de la ciencia y la sabiduría.
Pero como la posesión perfecta es imposible, de ahí la imperiosa necesidad de luchar
permanentemente por acrecentar ese patrimonio del espíritu que, en tanto, se entrega
a su conquista. El peligro para la edad madura consiste en acostumbrarse a manejar
ese patrimonio universal con espíritu de presunción y excesivamente. El peligro para
el joven, cuando logra los primeros contactos con la ciencia y la sabiduría, consiste
en amilanarse o replegarse en sí mismo a impulsos de una autocompasión estéril o
de un narcisismo ridículo.

Cuando hablamos de ciencia, nos referimos a las ciencias “positivas” o “naturales”
que constituyen el elemento mayoritario y prevalente de la educación científica y
tecnológica. Cuando hablamos de sabiduría entendemos, las otras formas del saber
humano que son el elemento esencial de la educación humanística, y que no se
basan sobre criterios estrictamente cuantitativos, ni sobre métodos formales o
matemáticos. Tanto la educación científica y tecnológica, como la educación
humanística deben poseer una dosis suficiente de valor informativo y formativo, si se
quiere respetar las leyes de la naturaleza intelectual.
El valor formativo y humano de la ciencia debe tener un relieve particular en nuestras
universidades modernas, por el hecho humano e histórico de ocupar un puesto
peculiar en la vida individual y colectiva, que se ha acelerado y complicado gracias a
la invasión imprevista de los descubrimientos científicos. Sería tan insensato negar
este valor educativo a la ciencia, como reducir las humanidades a un árido estudio
gramatical, en cuyo vacío verbalismo no hubiera lugar para la claridad de las ideas, el
hábito crítico de la hipótesis, el amor a la naturaleza y el humilde reconocimiento de
las humanas limitaciones.

Factores de la competencia intelectual. Opina Norberto Wiener que “la revolución
industrial está destinada a devaluar la función del cerebro humano”. Tal vez lo decía
porque la aristocracia latifundista inglesa perdió su tradicional omnipotencia política
ante el surgimiento de una nueva clase de técnicos y hombres de empresa que los
substituyeron en su función de Clase-guía de la nación británica.




Referencias

http://pensardenuevo.org/etica-profesional-en-la-red/
http://www.edukativos.com/apuntes/archives/208

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  • 1. NORMAS, LEYES Y DEBERES Quehacer profesional Es una relación que ejerce con sus actos, sus hechos y el uso de la ética de su trabajo. El quehacer profesional va en caminado a la realización del trabajo, al sentido y rumbo que le damos a nuestra profesión. Su aplicación es siempre por que es lo que hacemos constantemente, en nuestro diario vivir. El término no se refiere en tanto lo que es sino en lo que hacemos y aplicamos en cada concepto vivido y practicado en ese entorno profesional y social LAS NORMAS • Cumpliendo las convenciones y declaraciones internacionalmente reconocidas y con sus instrumentos en vigencia. • Cumpliendo con todas las leyes, regulaciones, normas del país en el que se reside y en el que se trabaja. • Alejándose de cualquier forma de corrupción, extorsión y soborno. • Cumpliendo con los legítimos contratos y compromisos adquiridos. • Conociendo el alcance de su responsabilidad profesional tanto en lo civil y como en lo penal, y las sanciones aplicables al incumplimiento de los deberes relacionados con su profesión. • Cooperando con la justicia siempre que se lo requiera. • Denunciados actos fuera de la ley de los que sea testigo y se posea las pruebas objetivas requeridas por la justicia para demostrar el hecho denunciado. DEBERES FUNDAMENTALES EN LA ÉTICA PROFESIONAL Si bien es cierto que “cuando no se distingue, se confunde”, también es cierto que a fuerza de mucho distinguir nos enredamos. Frecuentemente recordamos a nuestros alumnos que la distinción de las ideas no implica necesariamente división, parcelación o desintegración de una realidad. La realidad se analiza y se va desmenuzando con el escalpelo de la inteligencia, que rotula y clasifica con ideas cada uno de sus descubrimientos, sin olvidarse de la unidad esencial de la realidad, y sin confundirla con la variedad de los puntos de vista subjetivos.
  • 2. Así el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de usar de su libertad de un modo determinado”. En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas que no son suficientes para crear un deber. (Tales son las reglas gramaticales, artísticas o técnicas). Pero dondequiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por cuanto todo, deber tiene carácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria implica responsabilidad. El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de “deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes vocacionales. “El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias concretas del bien común. Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una mentalidad desdoblada y estrábica que se despreocupa de los deberes pudieran despojarse de su carácter de moralidad obligatoriedad y gravedad. Y así la sociedad soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas las situaciones que provengan de esa misma naturaleza. Es más, la profesión no solamente no constituye un área neutra para la conciencia; sino que, por el contrario, al paso que es capaz de potenciar y densificar los deberes comunes del hombre y del ciudadano (por sus mayores conocimientos e influencia), humanos, y de convertir en “preciso y exclusivo” el deber, y la responsabilidad de resolverlos. Frente a los grandes problemas humanos se alinean dos grandes grupos de salvamento: el de los técnicos y el de los intelectuales. Hay quienes prefieren la distinción de teóricos y prácticos, que es evidentemente más precisa y genérica; o la otra de “los que piensan” y “los que realizan”. No creemos ocioso puntualizar un poco las ideas, dándoles el relieve que se merecen. A) Lejos de ser términos que se opongan, se completan mutuamente; dándole a la intervención profesional, en cualquier campo, la categoría indiscutible de la calidad y superioridad. Todo trabajo humano debe estar precedido más o menos explícitamente, en tiempo e intensidad, por el trabajo intelectual. Sólo que hay
  • 3. profesionistas con más aptitudes y aficiones para la actividad ejecutiva, material o burocrática, que para la otra actividad eminentemente creadora de la inteligencia. B) Todo trabajo es un compromiso que grava la libertad con una dosis de deber proporcional al carácter de la actividad. En el trabajo manual, por ejemplo, y generalmente en todo trabajo ejecutivo, el compromiso es con la idea directriz que es menester ejecutar. (Burócrata es el que ejecuta su trabajo sin tener en cuenta nada más que la “directriz”; aunque no está escrito que no pueda ser capaz de cambiar ventajosamente las “directrices”.) En el trabajo intelectual, por el contrario, se amarra el compromiso directa o indirectamente, con el bien común; con su representante, que es el Poder Público, o con su beneficiario que es la Colectividad y cada uno de los ciudadanos, o con la propia realidad concreta del bien común, consiste en bienes y necesidades que se presentan al profesionista con la invariable modalidad de problemas para resolver. Modesta, pero firmemente, sostenemos que un profesionista universitario no puede declinar este compromiso. La lucidez mental tan cotizada en los ambientes universitarios e intelectuales, si solamente abre los espíritus a las perspectivas utilitarias y retributivas del trabajo; si pierde la limpidez que hace del trabajo intelectual una virtud más humilde y difícil, por ser más heroica y menos popular, deja de ser instrumento de elevación y de cultura para convertirse en conspiración contra el bien común y descrédito de la Universidad. Es evidente que no todos los profesionistas han de ser investigadores o pensadores consagrados a la revisión atenta y constante de los métodos científicos; pero jamás puede renunciar un profesionista universitario a que su trabajo tenga la nota relevante de la “competencia intelectual”. Los genios aparecen raramente, deslumbrando a la Humanidad con sus intuiciones, que son la visión intelectual de las verdades, sin el normal proceso del razonamiento. Pero los hombres normales, que conjugamos nuestras facultades en sus dimensiones naturales, tenemos que pensar y razonar para no vivir sumergidos en la intolerancia, el particularismo, la “acción directa” y las burdas contradicciones del habitante de la jungla. Si todo hombre es hombre en cuanto tiene el deber de pensar, ¿cómo puede fugarse de este deber un profesionista a quien la universidad ha dotado de principios para pensar correctamente en el Orden Moral y jurídico, en el Orden Social y político, y en el Orden técnico y científico? Claro que pensar, y sobre todo pensar por expreso compromiso es dolor y es fatiga. Y es en el “trabajo profesional” en el que se está más sujeto que en cualquier otro, a la condena de la angustia y del esfuerzo. Pensar es traducir la experiencia (especialmente la que se tiene “por una clara intuición de las peripecias”), en palabras luminosas, purificadores y benéficas, usadas como adecuado instrumento de la razón, del entendimiento y de la paz; y nunca como instrumento práctico de impulsos individuales.
  • 4. La competencia profesional Las promociones y títulos universitarios clausuran, social y jurídicamente, la vida del estudiante como discípulo, y le someten oficialmente las exigencias del bien común. Es el momento en el cual la colectividad comienza a informarse acerca de su competencia. El primer deber del profesionista es el de la competencia. De ella hemos de advertir oportunamente tres cosas: 1) La misma etimología de la palabra competencia nos recuerda su significado primogenio, que no comportaba alguna idea de lucha, sino simplemente de colaboración: “cum-petere”; o sea, tender conjuntamente a algo. Si bien en el idioma latino evolucionó el sentido, de aptitud o conformidad, hasta el de suficiencia para una determinada actividad, nosotros vamos a enfatizar el mencionado sentido etimológico. 2) El gran público extraprofesional, tan exigente de la competencia de altos niveles, muy raramente llega a percibir la íntima conexión que tiene entre sí la competencia intelectual y la competencia moral del profesionista. 3) Ese mismo público desconoce las relaciones que pueda haber entre la competencia profesional y las condiciones físicas de un individuo. Es más, la mayoría de los profesionistas han de sonreír ingenuamente si se les habla con seriedad académica de una competencia física, que nunca ha entrado en el marco de sus reflexiones morales. Por eso repetimos que competencia (de cum-petere), no puede limitarse a ser una dotación inerte de ciencia y moralidad; si no que debe significar en la conciencia de todo profesionista una colaboración dinámica y permanente de todo su ser, en toda su dimensión física y espiritual, con una tendencia conjunta hacia el bien común. La competencia intelectual La competencia intelectual es tanto como la posesión de la ciencia y la sabiduría. Pero como la posesión perfecta es imposible, de ahí la imperiosa necesidad de luchar permanentemente por acrecentar ese patrimonio del espíritu que, en tanto, se entrega a su conquista. El peligro para la edad madura consiste en acostumbrarse a manejar ese patrimonio universal con espíritu de presunción y excesivamente. El peligro para el joven, cuando logra los primeros contactos con la ciencia y la sabiduría, consiste en amilanarse o replegarse en sí mismo a impulsos de una autocompasión estéril o de un narcisismo ridículo. Cuando hablamos de ciencia, nos referimos a las ciencias “positivas” o “naturales” que constituyen el elemento mayoritario y prevalente de la educación científica y tecnológica. Cuando hablamos de sabiduría entendemos, las otras formas del saber humano que son el elemento esencial de la educación humanística, y que no se basan sobre criterios estrictamente cuantitativos, ni sobre métodos formales o matemáticos. Tanto la educación científica y tecnológica, como la educación humanística deben poseer una dosis suficiente de valor informativo y formativo, si se quiere respetar las leyes de la naturaleza intelectual.
  • 5. El valor formativo y humano de la ciencia debe tener un relieve particular en nuestras universidades modernas, por el hecho humano e histórico de ocupar un puesto peculiar en la vida individual y colectiva, que se ha acelerado y complicado gracias a la invasión imprevista de los descubrimientos científicos. Sería tan insensato negar este valor educativo a la ciencia, como reducir las humanidades a un árido estudio gramatical, en cuyo vacío verbalismo no hubiera lugar para la claridad de las ideas, el hábito crítico de la hipótesis, el amor a la naturaleza y el humilde reconocimiento de las humanas limitaciones. Factores de la competencia intelectual. Opina Norberto Wiener que “la revolución industrial está destinada a devaluar la función del cerebro humano”. Tal vez lo decía porque la aristocracia latifundista inglesa perdió su tradicional omnipotencia política ante el surgimiento de una nueva clase de técnicos y hombres de empresa que los substituyeron en su función de Clase-guía de la nación británica. Referencias http://pensardenuevo.org/etica-profesional-en-la-red/