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Creo en Jesucristo
Inmediatamente después de la cobarde decisión de
Pilato, vistieron a Jesús con sus propias ropas, y
cargó el madero de su cruz. Custodiado por solda-
dos romanos, salió Jesús hacia el lugar llamado
Gólgota o Calvario, en los extramuros de la ciudad.
La cruz romana era el instrumento de ejecución
para los disidentes y enemigos de Roma. Era el
instrumento de muerte y advertencia que usaban
los romanos; y las cruces se colocaban a las
entradas y salidas de las ciudades como
escarmiento.
Aquí a Jesús le mandan a cargar el palo transversal de
la cruz que se cree que pesaba unas 110 libras. Fue
forzado a cargar el madero sobre su ya desgarrada y
sangrienta espalda por un tramo de distancia de unos
600 metros hacia el monte de La Calavera por un terreno
pedregoso, con subidas y bajadas.
Era la
costumbre que
el reo cargara
con su madero
hasta el lugar
de la
crucifixión.
Viendo que Jesús estaba demasiado debilitado,
el centurión obligó a un labrador llamado Simón
de Cirene, a que le ayudara a llevar el madero.
Era
mediodía
cuando
llegaron al
Calvario.
Lo primero que hicieron los soldados fue
despojarle violentamente de sus vestidos. La
tunica interior estaba pegada a las llagas, debido
a la sangre coagulada. Por lo tanto, el dolor tuvo
que ser atroz.
Cada hilo pegado a la
superficie desnuda, al
ser arrancado, arrastra
consigo una de las
innumerables
terminaciones
nerviosas puestas al
descubierto con la
llaga. Estos millares de
choques dolorosos se
suman y multiplican,
aumentando cada uno
en consecuencia la
sensibilidad del
sistema nervioso.
Aquí no se trata de
una lesión local, sino
de casi la totalidad de
la superficie del
cuerpo, especialmente
del tan maltratado
dorso. La sangre corre
de nuevo y al ser
Jesús derribado al
suelo, las llagas de su
dorso, muslos y
pantorrillas se llenan
de polvo y arena.
Era también la muerte más
dolorosa ya que era una
muerte lenta, que se
producía generalmente
por asfixia y por un paro
cardiaco por insuficiencia
de oxígeno. Era también
visto por los judíos como
un instrumento de
maldición: “maldito todo
aquel que es colgado en
un madero” (Gálatas 3:13).
La crucifixión era la muerte más vergonzosa, ya que se
desnudaba completamente al reo y quedaba expuesto al
escarnio público.
Antes de comenzar el
suplicio de la
crucifixión, era
costumbre dar una
bebida narcótica (vino,
con mirra, e incienso)
a los condenados, con
el fin de mitigar un
poco sus dolores.
Cuando presentaron a
Jesús este brebaje, no
quiso beberlo.
Con los brazos extendidos,
pero no tensos, las
muñecas eran clavadas en
el patíbulo. De esta forma,
los clavos de un centímetro
de diámetro en su cabeza y
de 13 a 18 centímetros de
largo, eran probablemente
puestos entre el radio y los
metacarpianos, o entre las
dos hileras de huesos
carpianos. En estos lugares
aseguraban el cuerpo.
Si se colocasen
los clavos en
las palmas de
las manos se
desgarrarían
fácilmente ya
que no tenían
un soporte
óseo
importante.
El clavo penetrado destruía el nervio sensorial
motor, o bien comprometía el nervio mediano,
radial o el nervio cubital. La afección de
cualquiera de estos nervios produjo tremendas
descargas de dolor en ambos brazos.
Gran parte de tradición nos presenta los pies
fijados por medio de un gran clavo de hierro,
clavado a través del primero o segundo espacio
intermetatarsiano.
El nervio
profundo y
ramificaciones
de los nervios
medianos y
laterales de la
planta del pie
fueron heridos.
San Cipriano que, más de una vez había
presenciado crucifixiones, habla en plural de los
clavos que traspasaban los pies. San Ambrosio,
San Agustín y otros mencionan expresamente los
cuatro clavos que se emplearon para crucificar a
Jesús.
Es mucho
más probable
que cada uno
de los pies de
Jesús
estuviera
fijado a la
cruz con
clavo distinto.
De hecho una muerte por crucifixión parece incluir todo lo
que el dolor y la muerte puedan tener de horrible y
espantoso: vértigo, calambres, sed, inanición, falta de
sueño, fiebre, tétano, vergüenza, larga duración del
tormento, mortificación de las heridas no cuidadas; todo
intensificado hasta el punto en el que puede ser
soportado.
se hacían aun más intensos por el peso del cuerpo
suspendido de los clavos, por la forzada inmovilidad del
paciente, por la intensa fiebre que sobrevenía, por la
ardiente sed producida por esta fiebre, por las
convulsiones y espasmos, y también por las moscas que
la sangre y las llagas atraían”.
San Meliton de
Sardes escribió: “los
padecimientos
físicos ya tan
violentos al hincar
los clavos, en
órganos por extremo
sensibles y
delicados,
El ver una muchedumbre
de gente que saciaba sus
ojos con el espectáculo
de aquella agonía,
acompañando con todo
tipo de ultrajes. Sufría al
ver la mirada abnegada
de su madre y sus
amigos, a quienes sus
dolores tenían sumidos
en profunda tristeza.
Todo Él era un tormento
en sus miembros, en su
espíritu, en su corazón y
en su alma.
Los sufrimientos morales eran igualmente supremos:
Después, los verdugos romanos dejaron caer la
cruz en un agujero en la tierra entre otras dos
cruces que cargaban a ladrones condenados.
Jesús fue levantado cumpliendo su propia
profecía: “ y si yo fuese levantado de la tierra, a
todos atraeré a mi mismo. Y decía esto dando a
entender de qué muerte iba a morir.” (Juan 12:32)
Su cuerpo estaba
horriblemente magullado,
cortado y sangrante. Tras
no haber tenido ningún
alimento durante muchas
horas, y después de haber
perdido líquidos por medio
de abundantes
hemorragias, Jesús estaría
gravemente deshidratado.
Esta tortura brutal
ciertamente le habría
llevado a lo que los
médicos llaman colapso
(shock), y el colapso mata.
Su pulgar, con un movimiento violento se ha doblado
sobre la palma colocándose en oposición a los otros
dedos, debido a que su nervio mediano ha sido herido.
Un dolor fulgurante e indecible se ha apoderado de sus
dedos, saltando como un dardo de fuego hasta su
espalda y estallando en su cerebro. Es el dolor mas
insoportable que un ser humano puede experimentar al
producirse la lesión en un tronco nervioso.
Jesús no ha
emitido ningún
grito, pero su
rostro se ha
contraído
horriblemente.
Jesús en la Cruz se
ve envuelto en un mar
de insultos, de burlas y
de blasfemias. Pero
Jesús rezaba:“Padre,
perdónales porque no
saben lo que hacen.”
Jesús no sólo perdona,
sino que pide el perdón de
su Padre para los que lo
han entregado a la muerte.
Y no sólo pide el perdón
para ellos, sino también
para todos nosotros.
El diafragma muscular que se mueve para que pueda
respirar al contraer y relajar los pulmones, se queda en
posición de inhalación y es casi imposible exhalar el aire
tomado. La única manera es apoyándose en los clavos
de los pies y en las muñecas para poder exhalar el aire y
luego comenzar de nuevo.
Muy pronto Jesús
comenzó a tener
dificultad al
respirar. Esto era
propio de los
crucificados.
Poco a poco le fueron
faltando las fuerzas,
al tiempo que los
calambres
aumentaban y las
alternativas de
elevación y
descensos sucesivos
hubieron de
abreviarse y repetirse
más a menudo, por lo
cual los dolores se
acrecentaban hasta lo
indecible.
Y le hace esta súplica:
“Jesús, acuérdate de
mí cuando estés en tu
Reino”. Y Jesús le
responde:
“Hoy mismo estarás
conmigo en el
Paraíso”.
Uno de los ladrones se sintió impresionado al ver
cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no
era de este mundo. Le había visto lleno de mansedumbre.
Era distinto de todo lo que había conocido hasta
entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que
le ofendían.
Junto a la cruz de Jesús,
estaba su madre y la
hermana de su
madre, María, mujer de
Cleofás, y María
Magdalena. Al ver a la
madre y cerca de ella al
discípulo a quien Él
amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu
hijo».
Luego dijo al discípulo:
«Aquí tienes a tu madre».
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Así pasaron tres
interminables horas y a la
hora novena (como las 3
de la tarde), Jesus clamó a
gran voz, diciendo: Eloi,
Eloi, lama sabactani? Que
traducido es: Dios mío,
Dios mío, ¿porqué me has
desamparado?
Sus palabras no son sólo
expresión de aquel abandono,
son palabras que repetía en
oración, siguiendo el salmo 22
(21).
¿Cómo poder entender
que el Hijo de Dios
soportara el abandono
de su Padre para
ampararnos a nosotros?
Podemos decir como
san Pablo: “¡Oh
profundidad de las
riquezas de la sabiduría
y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son
sus juicios, e
inescrutables sus
caminos!”
“Después de esto, sabiendo
Jesús que ya todo estaba
consumado, dijo, para que la
Escritura se cumpliese:
Tengo sed. Y estaba allí una
vasija llena de vinagre. Ellos
empaparon en vinagre una
esponja y, poniéndola en un
hisopo, se la acercaron a la
boca. Cuando Jesús hubo
tomado el vinagre, dijo:
“Todo está terminado” Juan
19:28-30
Un tormento terrible es la sed. Jesús tenía sed
material y espiritual.
Finalmente, el mecanismo de
muerte por crucifixión era la
sofocación. Para respirar, la
víctima era forzada a
empujarse sobre sus pies
para permitir que los
pulmones se expandieran. A
medida que el cuerpo se
debilitaba y el dolor en los
pies y piernas se hacía
insoportable, la víctima era
forzada a escoger entre el
respirar y el dolor y
cansancio.
Después de varias horas de
agonía, el cuerpo de nuestro
Señor había perdido mucha
sangre y la poca que le quedaba
en su cuerpo se había espesado
de manera que el corazón ya
casi no la podía bombear. El
suero se separa de los glóbulos
rojos y la membrana alrededor
del corazón, llamada el
pericardio, estaba llena de
líquido. En los momentos
finales, algunos médicos creen
que Jesús muere de una
pericarditis, que es la ruptura
del pericardio por inflamación.
Es como si su corazón hubiera
explotado.
Todavía puede exclamar,
casi en señal de triunfo:
“Todo está cumplido”.
Estas palabras manifiestan
la conciencia de haber
cumplido hasta el final la
obra para la que fue
enviado al mundo: dar la
vida por la salvación de
todos los hombres.
Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su
Padre. Y la ha realizado con plenitud.
Y ahora Jesús se
abandona en las
manos de su Padre.
“Padre, en tus manos
pongo mi Espíritu”.
Las manos de Dios
son manos paternales.
Las manos de Dios
son manos de
salvación y no de
condenación.
Dios es un Padre.
E inclinando la cabeza
expiró. La tierra
tembló, rasgándose el
velo del templo.
Era hacia las tres de
la tarde. Densos
nubarrones habían
entenebrecido el
cielo.
Todos los
evangelistas afirman que
Jesús expiró. Cristo fue
verdadero y perfecto
hombre, y, como de todo
hombre, cuando decimos
que Jesús murió,
significamos que su alma
se separó del cuerpo. Mas
no por eso la divinidad se
apartó del cuerpo, sino
que separándose su alma
del cuerpo, siempre la
divinidad estuvo unida así
al cuerpo en el sepulcro y
al alma fuera de él.
Pilato quería
confirmación de que
Jesús estaba muerto
antes de permitir que
su cuerpo fuera
sepultado. Entonces
un guardia romano
hundió una lanza en
su costado. La
mezcla de sangre y
agua que fluyó fue
una clara indicación
de que Jesús ya
estaba muerto.
Lo singular en Cristo Señor
fue que murió en el tiempo
que él dispuso morir, y
haber recibido la muerte no
tanto por fuerza ajena,
cuanto por propia voluntad.
De suerte que no solamente
dispuso Él su muerte, sino
también el lugar y tiempo
en que había de morir.
Jesús había dicho: "Doy mi
vida para tomarla otra vez.
Nadie me la arranca, sino
que yo la doy de mi propia
voluntad, y soy dueño de
darla, y dueño de
recobrarla".
Jesús murió realmente por
todos nosotros. ¡La cruz no
fue una apariencia, pues
entonces apariencia habría
sido la redención! ¡Su
muerte no fue una fantasía,
pues en ese caso mera
fábula hubiera sido la
salvación! La pasión de
Cristo fue real: realmente
fue crucificado, sin que nos
avergoncemos de ello ni lo
neguemos, antes bien nos
gloriamos en decirlo.
¡Confieso la Cruz, porque
me consta la resurrección!
La crucifixión del Mesías era
algo absolutamente insólito e
inesperado en las expectativas
religiosas de Israel y reclamaba
por parte de los cristianos una
explicación y una interpretación
que lo hiciese comprensible
dentro del plan de Dios. Por eso
la Pasión narrada de los
evangelios es ciertamente un
relato histórico con unos datos
ciertos y fehacientes, pero es
también un testimonio de fe, en
el que también se da una
interpretación.
La muerte de Cristo es el
sacrificio único y definitivo.
La muerte de Cristo es a la
vez el sacrificio pascual que
lleva a cabo la redención
definitiva de los hombres y
el sacrificio de la Nueva
Alianza que devuelve al
hombre a la comunión con
Dios. Este sacrificio de Cristo
es único, da plenitud y
sobrepasa a todos los
sacrificios. Ante todo es un
don del mismo Dios Padre: es
el Padre quien entrega al Hijo
para reconciliarnos con Él.
El amor hasta el extremo es el
que confiere su valor de
redención y de reparación, de
expiación y de satisfacción al
sacrificio. La existencia en
Cristo de la persona divina del
Hijo, que al mismo tiempo
sobrepasa y abraza a todas las
personas humanas, y que le
constituye Cabeza de toda la
humanidad, hace posible su
sacrificio redentor por todos.
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio.
Dios ha revelado que
su amor al hombre, a
cada uno de nosotros
es sin medida: en
la Cruz, Jesús de
Nazaret, el Hijo de
Dios hecho hombre
nos muestra, en la
forma más luminosa,
hasta dónde llega
este amor, hasta
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La Cruz es el único sacrificio de Cristo; pero El
llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a
seguirle” porque Él "sufrió por nosotros
dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas”.
Fuera de la
Cruz no hay
otra escala por
donde subir al
cielo.
Jesús ofreció libremente su
vida en sacrificio expiatorio, es
decir, ha reparado nuestras
culpas con la plena obediencia
de su amor hasta la muerte.
Este amor hasta el extremo del
Hijo de Dios reconcilia a la
humanidad entera con el Padre.
El sacrificio pascual de Cristo
rescata, por tanto, a los
hombres de modo único,
perfecto y definitivo, y les abre
a la comunión con Dios.
En la cruz Jesús se muestra
plenamente como el Mesías,
el Cristo, que trae la
salvación plena y definitiva,
de modo que «es el que había
de venir y no tenemos que
esperar a otro». En la cruz,
sin bajar de ella como le
proponen, Jesús muestra que
es el Mesías, el Salvador de
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salva al ladrón que se
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centurión romano y hace que
el pueblo «se vuelva
golpeándose el pecho».
Con Jesús la cruz
deja de ser
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suplicio y se
convierte en
madero santo, cruz
gloriosa, fuerza de
Dios y fuente de
salvación para el
mundo entero.
Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres
y por todos ellos satisfizo. Murió por todos; pero no todos
se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan
su ley, o no se valen de los medios de santificación que
nos dejó.
La cruz, como confiesa
san Pablo, es el
compendio, la fórmula
abreviada de todo el
Evangelio, símbolo autén-
tico de la vida cristiana,
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no quiere «conocer cosa
alguna sino a Jesucristo,
y éste crucificado» (1 Cor
2,2).
Este es también el
escándalo del
cristianismo. La cruz
es signo de salvación
y signo de
contradicción, piedra
de escándalo. Ante
ella se definen
quienes están con
Cristo y quienes
están contra Cristo.
Mientras los judíos piden
señales y los griegos buscan
sabiduría, nosotros
predicamos a Cristo
crucificado, escándalo para
los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los
llamados, lo mismo judíos que
griegos, un Cristo, fuerza de
Dios y sabiduría de Dios.
Porque la necedad divina es
más sabia que la sabiduría de
los hombres, y la debilidad
divina, más fuerte que la
fuerza de los hombres (1 Cor
1,17-25).
La cruz pone al
descubierto el pecado
y revela el amor. Por la
cruz, Dios
«destituyendo por
medio de Cristo a los
principados y
potestades, los ofreció
en espectáculo público
y los llevó cautivos en
su cortejo» (Col 2,15).
La liturgia invitará a los
cristianos a: «Mirar el
árbol de la Cruz, donde
estuvo clavada la
salvación del mundo»:
Automático
donde estuvo clavada
la salvación del mundo.
Hacer CLICK
«Cuando exaltéis al Hijo del hombre, entonces
conoceréis que soy yo» (Jn 8,28). Que aquella figura se
relaciona con este misterio, lo puedes aprender también
de Él, cuando dijo: «Como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así debe ser exaltado el Hijo del hombre (Jn
3,14).
La serpiente de
bronce era figura
de Cristo exaltado
en la Cruz
gloriosa, como El
mismo dijo a los
judíos:
En el abismo del
mal humano, que
condena a morir
en cruz al Hijo, se
manifiesta en
toda su plenitud
el abismo
inagotable del
amor del Padre,
que entrega al
Hijo por nosotros.
Pero la cruz revela también a Dios.
El Salvador escogió aquella
manera de muerte, porque
parecía la más propia y
acomodada para la redención
del linaje humano, así como en
efecto era la más vergonzosa e
indigna de cuantas había.
Porque el suplicio de la cruz no
solamente entre los gentiles fué
aborrecible y lleno de
grandísima ignominia y afrenta,
sino que en la ley de Moisés se
llama maldito el hombre que
está pendiente en el madero.
«Era necesario», repite
constantemente el Nuevo
Testamento, que Cristo
sufriera la muerte del
malhechor (Lc 24,7.26.44;
Mc 8,31). Es lo que Pablo,
al convertirse, encuentra
ya en las comunidades
cristianas como confesión
de fe: «Porque os
transmití, en primer lugar,
lo que yo a mi vez recibí:
que Cristo murió por
nuestros pecados, según
las Escrituras» (1 Cor
15,3).
La muerte de Jesús
tuvo un propósito
preciso y tiene
mucho que ver con
nosotros aquí y
ahora. De hecho,
nuestra relación con
Jesús y su obra en
la cruz es la que
determinará nuestro
destino futuro.
La Pasión del Señor no se contempla ni se
interpreta como un hecho accidental o desgraciado
en la vida terrena de Jesús, sino como un
acontecimiento esencial dentro del plan salvífico de
Dios, como algo que forma parte del gran misterio
de nuestra fe. Por eso, el anuncio de la Pasión va
siempre sustancialmente unido a la Resurrección:
Cristo, el Mesías, murió pero resucitó, sufrió la
Pasión pero ahora vive para siempre, se humilló y
se rebajó hasta la muerte de cruz pero ahora ha sido
glorificado, fue desechado por los hombres pero
ahora ha ascendido a la derecha del Padre. La
Pasión y la Cruz no han sido una catástrofe
irremediable, porque van inexorablemente unidas a
la resurrección y la gloria.
Automático
Triunfaremos
Nuestra
gloria es la
cruz del
Señor de
quien viene
nuestra
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Cristo y
su cruz, la
salvación.
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Credo9

  • 2. Inmediatamente después de la cobarde decisión de Pilato, vistieron a Jesús con sus propias ropas, y cargó el madero de su cruz. Custodiado por solda- dos romanos, salió Jesús hacia el lugar llamado Gólgota o Calvario, en los extramuros de la ciudad.
  • 3. La cruz romana era el instrumento de ejecución para los disidentes y enemigos de Roma. Era el instrumento de muerte y advertencia que usaban los romanos; y las cruces se colocaban a las entradas y salidas de las ciudades como escarmiento.
  • 4. Aquí a Jesús le mandan a cargar el palo transversal de la cruz que se cree que pesaba unas 110 libras. Fue forzado a cargar el madero sobre su ya desgarrada y sangrienta espalda por un tramo de distancia de unos 600 metros hacia el monte de La Calavera por un terreno pedregoso, con subidas y bajadas. Era la costumbre que el reo cargara con su madero hasta el lugar de la crucifixión.
  • 5. Viendo que Jesús estaba demasiado debilitado, el centurión obligó a un labrador llamado Simón de Cirene, a que le ayudara a llevar el madero.
  • 6. Era mediodía cuando llegaron al Calvario. Lo primero que hicieron los soldados fue despojarle violentamente de sus vestidos. La tunica interior estaba pegada a las llagas, debido a la sangre coagulada. Por lo tanto, el dolor tuvo que ser atroz.
  • 7. Cada hilo pegado a la superficie desnuda, al ser arrancado, arrastra consigo una de las innumerables terminaciones nerviosas puestas al descubierto con la llaga. Estos millares de choques dolorosos se suman y multiplican, aumentando cada uno en consecuencia la sensibilidad del sistema nervioso.
  • 8. Aquí no se trata de una lesión local, sino de casi la totalidad de la superficie del cuerpo, especialmente del tan maltratado dorso. La sangre corre de nuevo y al ser Jesús derribado al suelo, las llagas de su dorso, muslos y pantorrillas se llenan de polvo y arena.
  • 9. Era también la muerte más dolorosa ya que era una muerte lenta, que se producía generalmente por asfixia y por un paro cardiaco por insuficiencia de oxígeno. Era también visto por los judíos como un instrumento de maldición: “maldito todo aquel que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13). La crucifixión era la muerte más vergonzosa, ya que se desnudaba completamente al reo y quedaba expuesto al escarnio público.
  • 10. Antes de comenzar el suplicio de la crucifixión, era costumbre dar una bebida narcótica (vino, con mirra, e incienso) a los condenados, con el fin de mitigar un poco sus dolores. Cuando presentaron a Jesús este brebaje, no quiso beberlo.
  • 11. Con los brazos extendidos, pero no tensos, las muñecas eran clavadas en el patíbulo. De esta forma, los clavos de un centímetro de diámetro en su cabeza y de 13 a 18 centímetros de largo, eran probablemente puestos entre el radio y los metacarpianos, o entre las dos hileras de huesos carpianos. En estos lugares aseguraban el cuerpo.
  • 12. Si se colocasen los clavos en las palmas de las manos se desgarrarían fácilmente ya que no tenían un soporte óseo importante. El clavo penetrado destruía el nervio sensorial motor, o bien comprometía el nervio mediano, radial o el nervio cubital. La afección de cualquiera de estos nervios produjo tremendas descargas de dolor en ambos brazos.
  • 13. Gran parte de tradición nos presenta los pies fijados por medio de un gran clavo de hierro, clavado a través del primero o segundo espacio intermetatarsiano. El nervio profundo y ramificaciones de los nervios medianos y laterales de la planta del pie fueron heridos.
  • 14. San Cipriano que, más de una vez había presenciado crucifixiones, habla en plural de los clavos que traspasaban los pies. San Ambrosio, San Agustín y otros mencionan expresamente los cuatro clavos que se emplearon para crucificar a Jesús. Es mucho más probable que cada uno de los pies de Jesús estuviera fijado a la cruz con clavo distinto.
  • 15. De hecho una muerte por crucifixión parece incluir todo lo que el dolor y la muerte puedan tener de horrible y espantoso: vértigo, calambres, sed, inanición, falta de sueño, fiebre, tétano, vergüenza, larga duración del tormento, mortificación de las heridas no cuidadas; todo intensificado hasta el punto en el que puede ser soportado.
  • 16. se hacían aun más intensos por el peso del cuerpo suspendido de los clavos, por la forzada inmovilidad del paciente, por la intensa fiebre que sobrevenía, por la ardiente sed producida por esta fiebre, por las convulsiones y espasmos, y también por las moscas que la sangre y las llagas atraían”. San Meliton de Sardes escribió: “los padecimientos físicos ya tan violentos al hincar los clavos, en órganos por extremo sensibles y delicados,
  • 17. El ver una muchedumbre de gente que saciaba sus ojos con el espectáculo de aquella agonía, acompañando con todo tipo de ultrajes. Sufría al ver la mirada abnegada de su madre y sus amigos, a quienes sus dolores tenían sumidos en profunda tristeza. Todo Él era un tormento en sus miembros, en su espíritu, en su corazón y en su alma. Los sufrimientos morales eran igualmente supremos:
  • 18. Después, los verdugos romanos dejaron caer la cruz en un agujero en la tierra entre otras dos cruces que cargaban a ladrones condenados.
  • 19. Jesús fue levantado cumpliendo su propia profecía: “ y si yo fuese levantado de la tierra, a todos atraeré a mi mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.” (Juan 12:32)
  • 20. Su cuerpo estaba horriblemente magullado, cortado y sangrante. Tras no haber tenido ningún alimento durante muchas horas, y después de haber perdido líquidos por medio de abundantes hemorragias, Jesús estaría gravemente deshidratado. Esta tortura brutal ciertamente le habría llevado a lo que los médicos llaman colapso (shock), y el colapso mata.
  • 21. Su pulgar, con un movimiento violento se ha doblado sobre la palma colocándose en oposición a los otros dedos, debido a que su nervio mediano ha sido herido. Un dolor fulgurante e indecible se ha apoderado de sus dedos, saltando como un dardo de fuego hasta su espalda y estallando en su cerebro. Es el dolor mas insoportable que un ser humano puede experimentar al producirse la lesión en un tronco nervioso. Jesús no ha emitido ningún grito, pero su rostro se ha contraído horriblemente.
  • 22. Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Pero Jesús rezaba:“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.” Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte. Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros.
  • 23. El diafragma muscular que se mueve para que pueda respirar al contraer y relajar los pulmones, se queda en posición de inhalación y es casi imposible exhalar el aire tomado. La única manera es apoyándose en los clavos de los pies y en las muñecas para poder exhalar el aire y luego comenzar de nuevo. Muy pronto Jesús comenzó a tener dificultad al respirar. Esto era propio de los crucificados.
  • 24. Poco a poco le fueron faltando las fuerzas, al tiempo que los calambres aumentaban y las alternativas de elevación y descensos sucesivos hubieron de abreviarse y repetirse más a menudo, por lo cual los dolores se acrecentaban hasta lo indecible.
  • 25. Y le hace esta súplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y Jesús le responde: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. Uno de los ladrones se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo. Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían.
  • 26. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
  • 27. Así pasaron tres interminables horas y a la hora novena (como las 3 de la tarde), Jesus clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, lama sabactani? Que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has desamparado? Sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono, son palabras que repetía en oración, siguiendo el salmo 22 (21).
  • 28. ¿Cómo poder entender que el Hijo de Dios soportara el abandono de su Padre para ampararnos a nosotros? Podemos decir como san Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”
  • 29. “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre. Ellos empaparon en vinagre una esponja y, poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: “Todo está terminado” Juan 19:28-30 Un tormento terrible es la sed. Jesús tenía sed material y espiritual.
  • 30. Finalmente, el mecanismo de muerte por crucifixión era la sofocación. Para respirar, la víctima era forzada a empujarse sobre sus pies para permitir que los pulmones se expandieran. A medida que el cuerpo se debilitaba y el dolor en los pies y piernas se hacía insoportable, la víctima era forzada a escoger entre el respirar y el dolor y cansancio.
  • 31. Después de varias horas de agonía, el cuerpo de nuestro Señor había perdido mucha sangre y la poca que le quedaba en su cuerpo se había espesado de manera que el corazón ya casi no la podía bombear. El suero se separa de los glóbulos rojos y la membrana alrededor del corazón, llamada el pericardio, estaba llena de líquido. En los momentos finales, algunos médicos creen que Jesús muere de una pericarditis, que es la ruptura del pericardio por inflamación. Es como si su corazón hubiera explotado.
  • 32. Todavía puede exclamar, casi en señal de triunfo: “Todo está cumplido”. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado con plenitud.
  • 33. Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación. Dios es un Padre.
  • 34. E inclinando la cabeza expiró. La tierra tembló, rasgándose el velo del templo. Era hacia las tres de la tarde. Densos nubarrones habían entenebrecido el cielo.
  • 35. Todos los evangelistas afirman que Jesús expiró. Cristo fue verdadero y perfecto hombre, y, como de todo hombre, cuando decimos que Jesús murió, significamos que su alma se separó del cuerpo. Mas no por eso la divinidad se apartó del cuerpo, sino que separándose su alma del cuerpo, siempre la divinidad estuvo unida así al cuerpo en el sepulcro y al alma fuera de él.
  • 36. Pilato quería confirmación de que Jesús estaba muerto antes de permitir que su cuerpo fuera sepultado. Entonces un guardia romano hundió una lanza en su costado. La mezcla de sangre y agua que fluyó fue una clara indicación de que Jesús ya estaba muerto.
  • 37. Lo singular en Cristo Señor fue que murió en el tiempo que él dispuso morir, y haber recibido la muerte no tanto por fuerza ajena, cuanto por propia voluntad. De suerte que no solamente dispuso Él su muerte, sino también el lugar y tiempo en que había de morir. Jesús había dicho: "Doy mi vida para tomarla otra vez. Nadie me la arranca, sino que yo la doy de mi propia voluntad, y soy dueño de darla, y dueño de recobrarla".
  • 38. Jesús murió realmente por todos nosotros. ¡La cruz no fue una apariencia, pues entonces apariencia habría sido la redención! ¡Su muerte no fue una fantasía, pues en ese caso mera fábula hubiera sido la salvación! La pasión de Cristo fue real: realmente fue crucificado, sin que nos avergoncemos de ello ni lo neguemos, antes bien nos gloriamos en decirlo. ¡Confieso la Cruz, porque me consta la resurrección!
  • 39. La crucifixión del Mesías era algo absolutamente insólito e inesperado en las expectativas religiosas de Israel y reclamaba por parte de los cristianos una explicación y una interpretación que lo hiciese comprensible dentro del plan de Dios. Por eso la Pasión narrada de los evangelios es ciertamente un relato histórico con unos datos ciertos y fehacientes, pero es también un testimonio de fe, en el que también se da una interpretación.
  • 40. La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo. La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres y el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre a la comunión con Dios. Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con Él.
  • 41. El amor hasta el extremo es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. En la cruz, Jesús consuma su sacrificio.
  • 42. Dios ha revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, en la forma más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo en sacrificio total.
  • 43. La Cruz es el único sacrificio de Cristo; pero El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle” porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas”. Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo.
  • 44. Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte. Este amor hasta el extremo del Hijo de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre. El sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios.
  • 45. En la cruz Jesús se muestra plenamente como el Mesías, el Cristo, que trae la salvación plena y definitiva, de modo que «es el que había de venir y no tenemos que esperar a otro». En la cruz, sin bajar de ella como le proponen, Jesús muestra que es el Mesías, el Salvador de todos los que le acogen: salva al ladrón que se reconoce culpable e implora piedad, toca el corazón del centurión romano y hace que el pueblo «se vuelva golpeándose el pecho».
  • 46. Con Jesús la cruz deja de ser instrumento de suplicio y se convierte en madero santo, cruz gloriosa, fuerza de Dios y fuente de salvación para el mundo entero.
  • 47. Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres y por todos ellos satisfizo. Murió por todos; pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó.
  • 48. La cruz, como confiesa san Pablo, es el compendio, la fórmula abreviada de todo el Evangelio, símbolo autén- tico de la vida cristiana, de modo que el cristiano no quiere «conocer cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2,2).
  • 49. Este es también el escándalo del cristianismo. La cruz es signo de salvación y signo de contradicción, piedra de escándalo. Ante ella se definen quienes están con Cristo y quienes están contra Cristo.
  • 50. Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (1 Cor 1,17-25).
  • 51. La cruz pone al descubierto el pecado y revela el amor. Por la cruz, Dios «destituyendo por medio de Cristo a los principados y potestades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo» (Col 2,15). La liturgia invitará a los cristianos a: «Mirar el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo»:
  • 53. donde estuvo clavada la salvación del mundo.
  • 55. «Cuando exaltéis al Hijo del hombre, entonces conoceréis que soy yo» (Jn 8,28). Que aquella figura se relaciona con este misterio, lo puedes aprender también de Él, cuando dijo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser exaltado el Hijo del hombre (Jn 3,14). La serpiente de bronce era figura de Cristo exaltado en la Cruz gloriosa, como El mismo dijo a los judíos:
  • 56. En el abismo del mal humano, que condena a morir en cruz al Hijo, se manifiesta en toda su plenitud el abismo inagotable del amor del Padre, que entrega al Hijo por nosotros. Pero la cruz revela también a Dios.
  • 57. El Salvador escogió aquella manera de muerte, porque parecía la más propia y acomodada para la redención del linaje humano, así como en efecto era la más vergonzosa e indigna de cuantas había. Porque el suplicio de la cruz no solamente entre los gentiles fué aborrecible y lleno de grandísima ignominia y afrenta, sino que en la ley de Moisés se llama maldito el hombre que está pendiente en el madero.
  • 58. «Era necesario», repite constantemente el Nuevo Testamento, que Cristo sufriera la muerte del malhechor (Lc 24,7.26.44; Mc 8,31). Es lo que Pablo, al convertirse, encuentra ya en las comunidades cristianas como confesión de fe: «Porque os transmití, en primer lugar, lo que yo a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras» (1 Cor 15,3).
  • 59. La muerte de Jesús tuvo un propósito preciso y tiene mucho que ver con nosotros aquí y ahora. De hecho, nuestra relación con Jesús y su obra en la cruz es la que determinará nuestro destino futuro.
  • 60. La Pasión del Señor no se contempla ni se interpreta como un hecho accidental o desgraciado en la vida terrena de Jesús, sino como un acontecimiento esencial dentro del plan salvífico de Dios, como algo que forma parte del gran misterio de nuestra fe. Por eso, el anuncio de la Pasión va siempre sustancialmente unido a la Resurrección: Cristo, el Mesías, murió pero resucitó, sufrió la Pasión pero ahora vive para siempre, se humilló y se rebajó hasta la muerte de cruz pero ahora ha sido glorificado, fue desechado por los hombres pero ahora ha ascendido a la derecha del Padre. La Pasión y la Cruz no han sido una catástrofe irremediable, porque van inexorablemente unidas a la resurrección y la gloria.
  • 63. Nuestra gloria es la cruz del Señor de quien viene nuestra salvación.
  • 64.
  • 65. Cristo y su cruz, la salvación.
  • 66.
  • 67. AMÈN