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Globalización, Estado y salud
Giovanni Berlinguer*
Este congreso se propone aportar nuevas ideas a la salud
pública y a los ideales de justicia social en el marco de una
globalización penetrante que tiende a alcanzar a todos los
ciudadanos del mundo. Este proceso es irreversible, porque
se debe más a la innovación productiva, a las nuevas tecno-
logías, a las comunicaciones y porque está guiado por la
política; además de intereses económicos que orientan para
bien, para mal, sus medios y sus finalidades. ¿Cómo evaluar
la salud y la vida frente a los procesos de globalización?
El principio debería ser que la salud es un bien común,
como escribió Henry Siegerist en su maravilloso libro de los
años treintas del siglo pasado, Globalización y salud: el
género humano está ligado en este campo por un destino
común, desde cuando se pronunció la unificación microbia-
na del mundo en el año 1492, y desde cuando, muchos siglos
después, se crearon los conocimientos, los recursos huma-
nos y los instrumentos que permitirían luchar contra las
enfermedades y promover la salud. Por ello resulta paradó-
jico que en tanto que se globalizan las finanzas, la informa-
ción simultánea, la migración de pueblos, los traslados de
mercancías, los sistemas de poder, las producciones, el con-
sumo del trabajo humano, se haya pasado por alto un bien
esencial como la salud, o se haya deteriorado por una glo-
balización unilateral e invasiva; justamente porque una glo-
balización puede responder —y por esto no se puede ser
contrarios a la globalización— o podría responder a muchas
exigencias y está en el presente y está en el futuro humano.
La salud y la vida deben encararse hoy como una finalidad
global, como un bien a favor del cual hay que actuar de manera
explícita y programada, en primer lugar con políticas ade-
cuadas.
Podría citar muchos ejemplos en la historia, que recuerdan
cómo y cuándo las decisiones políticas deben influenciar a
los seres humanos, planificando la muerte o promoviendo la
vida. De los ejemplos quiero recordar solo uno que dio en
Europa una contraposición total de los objetivos, al mismo
tiempo junto a una coincidencia de tiempo. Dos eventos se
produjeron a principios del año 1942, año crucial de la Segun-
da Guerra Mundial: Hitler reunió en Wannsee a los líderes
nazis, después de haber perseguido durante años, o matado
o esterilizado a los opositores, a los verdaderos presuntos
enfermos de la mente, como se acostumbraba, y decidió en
esta reunión emprender en los hornos crematorios de toda la
Europa ocupada la macabra operación que se denominó la
solución final; es decir, el exterminio total de los judíos. En
abril de ese mismo año, William Beveridge presentó en nom-
bre del gobierno inglés —en la ciudad de Londres, que en
este momento se hallaba azotada por las bombas—, el pro-
yecto del Estado de bienestar, que afirmaba el derecho a la
vida, a la salud y a la seguridad para todos los ciudadanos
independientemente de la clase, ingreso, género e instruc-
ción. Entre sus instrumentos están el sistema de pensiones,
la asistencia social y el servicio nacional sanitario. A partir
de este proyecto y después de que Franklin Delano Roose-
velt añadió la lista de las libertades liberales con la Freedom
from Wants (libertad de la necesidad), y después con la crea-
ción de la Organización Mundial de la Salud, se asumieron
nuevos roles como prioridades de la política, la salud y la
vida y se enseñaron nuevos deberes a los Estados y a las
entidades internacionales. Las victorias que se produjeron
en la lucha contra las enfermedades se multiplicaron durante
los años que siguieron a estas decisiones, a causa también de
la contemporánea difusión, amplia y algunas veces univer-
sal, de nuevos productos para la salud, como los antibióticos
y las nuevas vacunas.
Todavía muchos gobiernos, incluidos los de los países
pobres, orientan sin embargo sus presupuestos, más que hacia
la salud pública, hacia la construcción de pocos, grandes
edificios de salud, hospitales equipados con las últimas tec-
nologías y destinados principalmente a las comunidades de
elites urbanas. El viraje hacia las urgentes necesidades de las
personas pobres y desfavorecidas se produjo en los años
sesentas y setentas, invirtiendo en la salud pública y privile-
giando programas sanitarios de tipo comunitario y formas
participativas de asistencia y enfatizando la prioridad de la
prevención y de los tratamientos de base. Para confirmar esta
línea, estaban las experiencias que se llamaron de buena salud
a bajo precio, es decir, las realizaciones del estado indio de
Kerala, de Sri Lanka, de Costa Rica y de Cuba, que demos-
traban que la salud puede progresar incluso donde la renta
per cápita no es alta, siempre que haya un compromiso del
Estado y de la comunidad para crear servicios diseminados
y accesibles a todos, para difundir la enseñanza, para hacer
frente a las causas sociales de las enfermedades.
1 Profesor de medicina social en la Universidad de Roma, responsable del Primer Plan Sanitario Nacional de Italia en el marco del Programa de Desarrollo
Económico aprobado por el Parlamento Europeo. Cibercorreo: g.berlinguer@aprilperlasinistra.it
8
C o n f e r e n c i a i n a u g u r a l
En el año 1975, el director general de la OMS, Halfdan
Mahler, propuso a la asamblea general de la OMS la idea
utópica, pero movilizante, de la salud para todos en el año
2000, acompañándola con una explícita referencia a las cau-
sas sociales de las enfermedades y proclamando el objetivo
íntegro: la eliminación de los obstáculos a la salud, esto es,
la eliminación de la malnutrición, la ignorancia, el agua con-
taminada, las viviendas malsanas, que son tan importantes
como la solución de los problemas críticos. Dos años des-
pués, se sucedieron simultáneamente el triunfo y la decaden-
cia de estas orientaciones: por un lado, la conferencia deAlma
Ata, promovida por la OMS y la UNICEF, volvió a lanzar al
mundo la propuesta de Mahler, pero al mismo tiempo el
mundo estaba transformándose, era otro, cambiaba y empe-
zaba la era del neoliberalismo. Una corriente de pensamien-
to y de acción orientada —refiriéndose a la salud, sobre todo,
como inversión— a criticar la sanidad pública como un obs-
táculo a la iniciativa privada, a dejar de lado el valor de los
bienes comunes, a desplazar el papel de dirección de la Or-
ganización Mundial de la Salud hacia otras entidades inter-
nacionales: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Interna-
cional y la Organización Mundial del Comercio. Con una
pequeña diferencia, que la Organización Mundial de la Salud
tiene una obligación moral frente a la salud, mientras que el
Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Or-
ganización Mundial del Comercio son organizaciones respe-
tables mas no tienen ninguna obligación moral frente a la
salud, tienen una obligación moral para con la economía.
A partir de los años ochentas, el objetivo de la salud para
todos los seres humanos desapareció pues del horizonte
político. A la idea de que el bienestar físico, mental y social
puede ser una finalidad del desarrollo, un multiplicador de
los recursos humanos y una prioridad del compromiso públi-
co, se ha opuesto la tesis de que los sistemas universales de
asistencia son un peso para las finanzas del Estado y un
obstáculo para el crecimiento de la riqueza. La justificación
moral de estas orientaciones ha sido la certeza dogmática de
que la conjunción virtuosa entre el libre mercado y el pro-
greso científico extendería gradualmente sus efectos benéfi-
cos a todo el mundo.
Muchos análisis críticos nos dicen desgraciadamente que
esta previsión no se ha cumplido; su fracaso, sin embargo,
no nos puede hacer olvidar los progresos en marcha en muchas
partes del mundo; no nos puede hacer esconder los defectos
de muchos sistemas sanitarios públicos que requieren nue-
vas aportaciones e ideas actualizadoras y sobre todo, no nos
pueden hacer negar que la ciencia y el mercado son creacio-
nes positivas del ingenio humano. Ustedes pueden compartir
o no estas consideraciones que tienden a corregir juicios
unilaterales. La relación entre salud y política en nuestra era
es seguramente dramática. El diagnóstico evidente, lo más
evidente de lo que está sucediendo y el impulso más urgente
al cambio, se hallan en el aumento exponencial de las
desigualdades, tanto entre países como dentro de cada país,
ya sea en la salud como en la esperanza de vida.
El informe de 2005 de la ONU sobre la situación social en
el mundo lleva el título The Inequality Predicament, una frase
insólita para decir “situación difícil con pocas soluciones”.
Entre los aspectos no económicos de las virtualidades, el
informe cita: “La tasa de mortalidad de los primeros cinco
años de vida, los veinte países que tienen condiciones me-
jores no sufren virtualmente de mortalidad a esas edades”,
(sic). Mientras que en los países de peores condiciones muere
uno de cada cinco niños, la mortalidad materna en los países
en desarrollo es cuarenta y cinco veces más elevada que en
los países desarrollados: una muerte por sesenta y un partos
contra una de 2.800 partos en los países desarrollados.
Lo que me inquietan son las palabras, no solamente las
cifras; virtualmente no hay mortalidad en los países desarro-
llados, virtualmente no hay mortalidad en sí misma. ¿Cuán-
tos son? Y si se puede considerar que cada muerte es una
tragedia para todos, igualmente la expresión de que existen
países desarrollados y países que se están desarrollando es
falsa. Hay países que eran desarrollados y ahora están ha-
ciéndose subdesarrollados, hay países que son externantes y
hay países que se están precipitando en la pobreza y, en fin,
países olvidados, como algunos países de África.
Según los datos de la Organización Panamericana de la
Salud, la mortalidad infantil en Canadá es de 5,1 por cada
mil nacimientos; en Haití es de 97,1 por cada mil nacimien-
tos. El riesgo de muerte materna es de uno por cada 7.700
partos en Canadá y uno por cada 17 partos en Haití. A una
escala más amplia, este riesgo es 35 veces mayor enAmérica
latina y el Caribe que en América del Norte. También en
Europa existen muchas diferencias en la esperanza de vida,
hasta de cinco o diez años de vida según el ingreso, el tra-
bajo, la instrucción y la clase social.
Es muy grave el límite de la supervivencia en la situación
en salud de muchos países africanos: en un artículo de Leo-
nard Kishwood se dice: “¿Puede el mundo seguir aceptando
40 años de diferencia en la esperanza de vida entre Somalia
y Japón? ¿Cómo definir esta negligencia humana en nuevos
términos, en la era en la que se es capaz de contrarrestar las
enfermedades? ¿Puede algunas veces calificárselo como un
crimen contra la humanidad?”. Yo no tengo respuesta para
esto, pero es un punto de reflexión.
En el último período, a diferencia de los años ochentas y
noventas del siglo XX, cuando pocos análisis de opiniones
aisladas contrastaban las corrientes dominantes, hemos asis-
tido —y a veces participado con renovada confianza— de un
extraordinario progreso de conocimientos, al tesón de movi-
mientos y organizaciones de la sociedad civil, como el People
State Ford, a la presentación de promesas y proyectos, a la
expansión de donaciones benéficas, a la aparición de los
proyectos internacionales nuevos y de entidades orientadas
hacia las políticas de salud.
9
10
Rev Fac Nac Salud Pública Vol. 24 número especial marzo de 2006 Universidad de Antioquia
No ha desaparecido todavía la fatal indiferencia hacia la
inequidad en la salud y hacia los factores sociales de las
enfermedades, y queda a menudo predatorio el impacto de
la globalización que abre los mercados y cierra el camino a
los derechos; pero el conocimiento de los hechos se ha di-
fundido mediante numerosas investigaciones exhaustivas e
incontestadas. Las profundas desigualdades de los riesgos
globales para la salud han adquirido visibilidad en los medios
de comunicación globales.
En este cuadro de oportunidades, se ha manifestado
una tendencia, por el énfasis en las enfermedades más graves
—infecciosas sobre todo— a fortalecer los sistemas de salud,
a contrastar los esfuerzos de la lucha contra la pobreza, y
allí, la Organización Mundial de la Salud decidió el año
pasado integrar estos esfuerzos con la creación de una Co-
misión sobre los determinantes sociales de la salud, porque
dichos determinantes sociales son muchas veces la raíz de
las enfermedades.
El trabajo de esta comisión está orientado en cuatro direc-
ciones. La primera consiste en conocer y difundir las realida-
des y las causas de las enfermedades que a veces se tiende
a esconder. Me alegró mucho, por ejemplo, leer el reporte
mundial sobre la salud en el año 2003, donde había un ca-
tálogo de las enfermedades que provocaban en los países en
desarrollo la mortalidad más alta. La número uno de esta lista
se llamaba underweigh (bajo peso), un término absolutamen-
te neutro, sin contenido moral. La realidad es el hambre y es
un fenómeno que todo el mundo percibe como dramático,
porque no se trata de centímetros y de gramos que se deben
confrontar.
El segundo punto consiste en promover acciones y desa-
rrollar experiencias directas y, sobre todo, indirectas (porque
entendemos que la comisión no puede hacer más), en dife-
rentes niveles: internacional, nacional y local, y muchas veces
las mejores experiencias locales anticipan otras conquistas.
Y en instar, junto con muchas organizaciones y movimientos
que existen, para cambiar nuestra visión de los determinantes
sociales y, en fin, estimular una guía más saludable que
comprometa los gobiernos y todas las entidades que se ocu-
pan de la salud.
Una gran novedad consiste también en el interés directo
de la ONU y del grupo de los gobiernos —el gobierno de los
ocho—, de los países más ricos, por el tema de la salud. Este
grupo ha hablado de estos temas a finales de los años ochen-
tas y la Organización de las Naciones Unidas efectuó en el
año 2000 una cumbre que ha tenido una gran repercusión
con los objetivos de desarrollo del milenio, que comprenden
once metas para alcanzar antes del año 2015. Muchas de estas
metas son relativas a la salud: reducir la pobreza y el ham-
bre, garantizar a todos los niños la enseñanza primaria, eli-
minar en las escuelas la discriminación de las mujeres, redu-
cir en dos tercios la mortalidad infantil y la mortalidad hasta
los cinco años, reducir el impacto del sida e invertir la
expansión de la malaria y garantizar la sostenibilidad ambien-
tal. Desafortunadamente, el análisis efectuado después de
un lustro por el coordinador de estos objetivos del milenio,
Jeffrey Sachs, ha mostrado algunos progresos y muchos
retrasos en el proceso orientado a estos objetivos.
En septiembre del 2005, la asamblea general de la ONU
tuvo que enfrentar una iniciativa del embajador, represen-
tante de los Estados Unidos, para disminuir las acciones,
los gastos y los compromisos en favor de los objetivos del
milenio.
Ya en la formulación del proyecto, por otro lado, nobles
objetivos se han neutralizado con omisiones o distorsiones;
no se habla de equidad ni de distribución de los recursos.
Uno de los principales caminos, la construcción de sistemas
de sanidad pública, se ha olvidado y, a veces, obstaculizado,
debido a una acción vertical orientada hacia cada una de las
enfermedades o grupos de enfermedades, lo que es impor-
tante, pero sin referencias a las causas de las causas, a los
determinantes sociales que ocasionan su origen y evolución.
En septiembre de este año, la Comisión sobre los Deter-
minantes Sociales ha constatado que las causas radicales de
las enfermedades siguen siendo subestimadas por los políti-
cos, por los directores de programas y por la comunidad de
los trabajadores, lo que hace probable que el logro de mayor
equidad y los progresos agregados de los objetivos del mi-
lenio no se obtengan. A estas consideraciones específicas
puede ser útil —aunque quizás inoportuno— añadir dos
apreciaciones personales: la primera es que la legítima aspi-
ración de los ciudadanos a la seguridad corre en este período
el peligro de limitarse a dos campos: la lucha contra el te-
rrorismo y la lucha contra la criminalidad organizada o es-
porádica, que son objetivos esenciales para la convivencia y
la vida humana. Pero se dejan de lado otros campos de la
seguridad, por ejemplo, la seguridad alimentaria, que es la
lucha contra el hambre; la seguridad ambiental, que es la lucha
a favor de las futuras generaciones; y la seguridad de poder
conocer y participar en libertad y democracia para la vida
colectiva.
La segunda apreciación se refiere al peso del desequili-
brio creciente entre los gastos para las armas y los gastos
para el bienestar de las personas. El informe de la ONU afir-
ma que no ha habido una nueva reasignación de los recursos
de la defensa al desarrollo social y que se reconoce una ten-
dencia opuesta; entre los años 1993 y 1998 disminuyeron los
gastos militares de 162 mil millones a 690 mil; después
aumentaron hasta superar probablemente el trillón de dóla-
res en el año 2005, que es aproximadamente 20 veces el nivel
de las ayudas que se dan al desarrollo. Las ayudas tampoco
están exentas de críticas; se ha calculado que por cada dólar
que reciben los países pobres para la lucha contra las enfer-
medades, esos países pierden dos dólares a causa del comer-
cio injusto, y esta es también una responsabilidad de la Unión
Europea.
11
Globalización, Estado y salud • G. Berlinguer
Otra reducción de la capacidad de los países pobres con-
siste en el traslado de médicos y enfermeros de los servicios
coordinados de la salud pública, que son absolutamente
necesarios, hacia las organizaciones no gubernamentales, o
bien al extranjero, hacia los países ricos que ofrecen mayo-
res retribuciones. Es positivo de todos modos que alrededor
de la salud, entendida como la finalidad, se muevan sujetos
diferentes, instituciones y organizaciones privadas con ac-
ciones benéficas, asociaciones de voluntarios que trabajan
en los lugares donde más hace falta.
Así como muchos Estados han construido en el pasado
eficaces sistemas de salud pública, ahora es necesario cons-
truir un sistema adecuado al siglo XXI, a un sistema global,
a los derechos universales de la mayoría y de mayor equidad.
Según el artículo de fondo del British Medical Journal, es
necesario un contrato social para la salud. El principio, el
punto de partida es considerar la salud como un derecho
individual y al mismo tiempo como un bien común global.
El segundo punto es considerar la salud como elemento fun-
damental de la seguridad humana, a la par de otros riesgos.
Estas referencias conllevan una mayor capacidad de gober-
nar las políticas de la salud para la OMS, y debe tener —y debe
ser— un mandato más fuerte de parte de la comunidad inter-
nacional.
En los Estados, la conducción no puede ser limitada a los
ministerios de salud; debe involucrar todas las instituciones
que influyen directa o indirectamente sobre la salud. La base
moral de estas orientaciones está en el hecho de que las
personas —hombres y mujeres— nacen iguales frente a las
leyes, que la salud es un derecho del individuo y un interés
de la colectividad, como está escrito en el artículo 32 de la
constitución de mi país, así como también, de forma análoga,
de muchas constituciones latinoamericanas, lo que en térmi-
nos políticos y culturales significa estimular el crecimiento de
la ciudadanía activa en favor de la salud y de la vida.
Me he preguntado como estudioso y partícipe de muchas
iniciativas, ¿cuáles son los motivos de la rápida expansión
que hacen la explosión del interés por la equidad de la salud?
Específicamente, quiero mencionar dos. Uno es negativo: el
notable incremento de las diferencias injustas —que ahora
es evidente y está incluso a la vista del observador superfi-
cial; el otro es positivo: la reacción de los sentimientos y de
la razón ante esta injusticia que nos hace percibir los sufri-
mientos y duelos que se pueden evitar, de penas no mereci-
das por muchos de nuestros semejantes. Sin embargo, creo
que este movimiento de conocimientos, proyectos y labores
en el campo de la salud no hubiera podido crecer con un
ritmo y un alcance tales, sino se hubiera dado al mismo tiem-
po un cierto principio de cambio en el clima moral, político
y cultural del mundo.América latina está contribuyendo más,
y a veces en polémicas con otras áreas del mundo, a inten-
sificar y a acelerar este camino.
Espero que ustedes hayan tenido una actitud de tolerancia
frente a las torturas que he infligido al idioma español, y
espero que los académicos que me han honrado con el título
honoris causa como magíster en salud pública no vayan a
retirar, después de esta conferencia, la decisión.
Muchas gracias por su atención.

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Globalización, desigualdad y salud

  • 1. Globalización, Estado y salud Giovanni Berlinguer* Este congreso se propone aportar nuevas ideas a la salud pública y a los ideales de justicia social en el marco de una globalización penetrante que tiende a alcanzar a todos los ciudadanos del mundo. Este proceso es irreversible, porque se debe más a la innovación productiva, a las nuevas tecno- logías, a las comunicaciones y porque está guiado por la política; además de intereses económicos que orientan para bien, para mal, sus medios y sus finalidades. ¿Cómo evaluar la salud y la vida frente a los procesos de globalización? El principio debería ser que la salud es un bien común, como escribió Henry Siegerist en su maravilloso libro de los años treintas del siglo pasado, Globalización y salud: el género humano está ligado en este campo por un destino común, desde cuando se pronunció la unificación microbia- na del mundo en el año 1492, y desde cuando, muchos siglos después, se crearon los conocimientos, los recursos huma- nos y los instrumentos que permitirían luchar contra las enfermedades y promover la salud. Por ello resulta paradó- jico que en tanto que se globalizan las finanzas, la informa- ción simultánea, la migración de pueblos, los traslados de mercancías, los sistemas de poder, las producciones, el con- sumo del trabajo humano, se haya pasado por alto un bien esencial como la salud, o se haya deteriorado por una glo- balización unilateral e invasiva; justamente porque una glo- balización puede responder —y por esto no se puede ser contrarios a la globalización— o podría responder a muchas exigencias y está en el presente y está en el futuro humano. La salud y la vida deben encararse hoy como una finalidad global, como un bien a favor del cual hay que actuar de manera explícita y programada, en primer lugar con políticas ade- cuadas. Podría citar muchos ejemplos en la historia, que recuerdan cómo y cuándo las decisiones políticas deben influenciar a los seres humanos, planificando la muerte o promoviendo la vida. De los ejemplos quiero recordar solo uno que dio en Europa una contraposición total de los objetivos, al mismo tiempo junto a una coincidencia de tiempo. Dos eventos se produjeron a principios del año 1942, año crucial de la Segun- da Guerra Mundial: Hitler reunió en Wannsee a los líderes nazis, después de haber perseguido durante años, o matado o esterilizado a los opositores, a los verdaderos presuntos enfermos de la mente, como se acostumbraba, y decidió en esta reunión emprender en los hornos crematorios de toda la Europa ocupada la macabra operación que se denominó la solución final; es decir, el exterminio total de los judíos. En abril de ese mismo año, William Beveridge presentó en nom- bre del gobierno inglés —en la ciudad de Londres, que en este momento se hallaba azotada por las bombas—, el pro- yecto del Estado de bienestar, que afirmaba el derecho a la vida, a la salud y a la seguridad para todos los ciudadanos independientemente de la clase, ingreso, género e instruc- ción. Entre sus instrumentos están el sistema de pensiones, la asistencia social y el servicio nacional sanitario. A partir de este proyecto y después de que Franklin Delano Roose- velt añadió la lista de las libertades liberales con la Freedom from Wants (libertad de la necesidad), y después con la crea- ción de la Organización Mundial de la Salud, se asumieron nuevos roles como prioridades de la política, la salud y la vida y se enseñaron nuevos deberes a los Estados y a las entidades internacionales. Las victorias que se produjeron en la lucha contra las enfermedades se multiplicaron durante los años que siguieron a estas decisiones, a causa también de la contemporánea difusión, amplia y algunas veces univer- sal, de nuevos productos para la salud, como los antibióticos y las nuevas vacunas. Todavía muchos gobiernos, incluidos los de los países pobres, orientan sin embargo sus presupuestos, más que hacia la salud pública, hacia la construcción de pocos, grandes edificios de salud, hospitales equipados con las últimas tec- nologías y destinados principalmente a las comunidades de elites urbanas. El viraje hacia las urgentes necesidades de las personas pobres y desfavorecidas se produjo en los años sesentas y setentas, invirtiendo en la salud pública y privile- giando programas sanitarios de tipo comunitario y formas participativas de asistencia y enfatizando la prioridad de la prevención y de los tratamientos de base. Para confirmar esta línea, estaban las experiencias que se llamaron de buena salud a bajo precio, es decir, las realizaciones del estado indio de Kerala, de Sri Lanka, de Costa Rica y de Cuba, que demos- traban que la salud puede progresar incluso donde la renta per cápita no es alta, siempre que haya un compromiso del Estado y de la comunidad para crear servicios diseminados y accesibles a todos, para difundir la enseñanza, para hacer frente a las causas sociales de las enfermedades. 1 Profesor de medicina social en la Universidad de Roma, responsable del Primer Plan Sanitario Nacional de Italia en el marco del Programa de Desarrollo Económico aprobado por el Parlamento Europeo. Cibercorreo: g.berlinguer@aprilperlasinistra.it 8 C o n f e r e n c i a i n a u g u r a l
  • 2. En el año 1975, el director general de la OMS, Halfdan Mahler, propuso a la asamblea general de la OMS la idea utópica, pero movilizante, de la salud para todos en el año 2000, acompañándola con una explícita referencia a las cau- sas sociales de las enfermedades y proclamando el objetivo íntegro: la eliminación de los obstáculos a la salud, esto es, la eliminación de la malnutrición, la ignorancia, el agua con- taminada, las viviendas malsanas, que son tan importantes como la solución de los problemas críticos. Dos años des- pués, se sucedieron simultáneamente el triunfo y la decaden- cia de estas orientaciones: por un lado, la conferencia deAlma Ata, promovida por la OMS y la UNICEF, volvió a lanzar al mundo la propuesta de Mahler, pero al mismo tiempo el mundo estaba transformándose, era otro, cambiaba y empe- zaba la era del neoliberalismo. Una corriente de pensamien- to y de acción orientada —refiriéndose a la salud, sobre todo, como inversión— a criticar la sanidad pública como un obs- táculo a la iniciativa privada, a dejar de lado el valor de los bienes comunes, a desplazar el papel de dirección de la Or- ganización Mundial de la Salud hacia otras entidades inter- nacionales: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Interna- cional y la Organización Mundial del Comercio. Con una pequeña diferencia, que la Organización Mundial de la Salud tiene una obligación moral frente a la salud, mientras que el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Or- ganización Mundial del Comercio son organizaciones respe- tables mas no tienen ninguna obligación moral frente a la salud, tienen una obligación moral para con la economía. A partir de los años ochentas, el objetivo de la salud para todos los seres humanos desapareció pues del horizonte político. A la idea de que el bienestar físico, mental y social puede ser una finalidad del desarrollo, un multiplicador de los recursos humanos y una prioridad del compromiso públi- co, se ha opuesto la tesis de que los sistemas universales de asistencia son un peso para las finanzas del Estado y un obstáculo para el crecimiento de la riqueza. La justificación moral de estas orientaciones ha sido la certeza dogmática de que la conjunción virtuosa entre el libre mercado y el pro- greso científico extendería gradualmente sus efectos benéfi- cos a todo el mundo. Muchos análisis críticos nos dicen desgraciadamente que esta previsión no se ha cumplido; su fracaso, sin embargo, no nos puede hacer olvidar los progresos en marcha en muchas partes del mundo; no nos puede hacer esconder los defectos de muchos sistemas sanitarios públicos que requieren nue- vas aportaciones e ideas actualizadoras y sobre todo, no nos pueden hacer negar que la ciencia y el mercado son creacio- nes positivas del ingenio humano. Ustedes pueden compartir o no estas consideraciones que tienden a corregir juicios unilaterales. La relación entre salud y política en nuestra era es seguramente dramática. El diagnóstico evidente, lo más evidente de lo que está sucediendo y el impulso más urgente al cambio, se hallan en el aumento exponencial de las desigualdades, tanto entre países como dentro de cada país, ya sea en la salud como en la esperanza de vida. El informe de 2005 de la ONU sobre la situación social en el mundo lleva el título The Inequality Predicament, una frase insólita para decir “situación difícil con pocas soluciones”. Entre los aspectos no económicos de las virtualidades, el informe cita: “La tasa de mortalidad de los primeros cinco años de vida, los veinte países que tienen condiciones me- jores no sufren virtualmente de mortalidad a esas edades”, (sic). Mientras que en los países de peores condiciones muere uno de cada cinco niños, la mortalidad materna en los países en desarrollo es cuarenta y cinco veces más elevada que en los países desarrollados: una muerte por sesenta y un partos contra una de 2.800 partos en los países desarrollados. Lo que me inquietan son las palabras, no solamente las cifras; virtualmente no hay mortalidad en los países desarro- llados, virtualmente no hay mortalidad en sí misma. ¿Cuán- tos son? Y si se puede considerar que cada muerte es una tragedia para todos, igualmente la expresión de que existen países desarrollados y países que se están desarrollando es falsa. Hay países que eran desarrollados y ahora están ha- ciéndose subdesarrollados, hay países que son externantes y hay países que se están precipitando en la pobreza y, en fin, países olvidados, como algunos países de África. Según los datos de la Organización Panamericana de la Salud, la mortalidad infantil en Canadá es de 5,1 por cada mil nacimientos; en Haití es de 97,1 por cada mil nacimien- tos. El riesgo de muerte materna es de uno por cada 7.700 partos en Canadá y uno por cada 17 partos en Haití. A una escala más amplia, este riesgo es 35 veces mayor enAmérica latina y el Caribe que en América del Norte. También en Europa existen muchas diferencias en la esperanza de vida, hasta de cinco o diez años de vida según el ingreso, el tra- bajo, la instrucción y la clase social. Es muy grave el límite de la supervivencia en la situación en salud de muchos países africanos: en un artículo de Leo- nard Kishwood se dice: “¿Puede el mundo seguir aceptando 40 años de diferencia en la esperanza de vida entre Somalia y Japón? ¿Cómo definir esta negligencia humana en nuevos términos, en la era en la que se es capaz de contrarrestar las enfermedades? ¿Puede algunas veces calificárselo como un crimen contra la humanidad?”. Yo no tengo respuesta para esto, pero es un punto de reflexión. En el último período, a diferencia de los años ochentas y noventas del siglo XX, cuando pocos análisis de opiniones aisladas contrastaban las corrientes dominantes, hemos asis- tido —y a veces participado con renovada confianza— de un extraordinario progreso de conocimientos, al tesón de movi- mientos y organizaciones de la sociedad civil, como el People State Ford, a la presentación de promesas y proyectos, a la expansión de donaciones benéficas, a la aparición de los proyectos internacionales nuevos y de entidades orientadas hacia las políticas de salud. 9
  • 3. 10 Rev Fac Nac Salud Pública Vol. 24 número especial marzo de 2006 Universidad de Antioquia No ha desaparecido todavía la fatal indiferencia hacia la inequidad en la salud y hacia los factores sociales de las enfermedades, y queda a menudo predatorio el impacto de la globalización que abre los mercados y cierra el camino a los derechos; pero el conocimiento de los hechos se ha di- fundido mediante numerosas investigaciones exhaustivas e incontestadas. Las profundas desigualdades de los riesgos globales para la salud han adquirido visibilidad en los medios de comunicación globales. En este cuadro de oportunidades, se ha manifestado una tendencia, por el énfasis en las enfermedades más graves —infecciosas sobre todo— a fortalecer los sistemas de salud, a contrastar los esfuerzos de la lucha contra la pobreza, y allí, la Organización Mundial de la Salud decidió el año pasado integrar estos esfuerzos con la creación de una Co- misión sobre los determinantes sociales de la salud, porque dichos determinantes sociales son muchas veces la raíz de las enfermedades. El trabajo de esta comisión está orientado en cuatro direc- ciones. La primera consiste en conocer y difundir las realida- des y las causas de las enfermedades que a veces se tiende a esconder. Me alegró mucho, por ejemplo, leer el reporte mundial sobre la salud en el año 2003, donde había un ca- tálogo de las enfermedades que provocaban en los países en desarrollo la mortalidad más alta. La número uno de esta lista se llamaba underweigh (bajo peso), un término absolutamen- te neutro, sin contenido moral. La realidad es el hambre y es un fenómeno que todo el mundo percibe como dramático, porque no se trata de centímetros y de gramos que se deben confrontar. El segundo punto consiste en promover acciones y desa- rrollar experiencias directas y, sobre todo, indirectas (porque entendemos que la comisión no puede hacer más), en dife- rentes niveles: internacional, nacional y local, y muchas veces las mejores experiencias locales anticipan otras conquistas. Y en instar, junto con muchas organizaciones y movimientos que existen, para cambiar nuestra visión de los determinantes sociales y, en fin, estimular una guía más saludable que comprometa los gobiernos y todas las entidades que se ocu- pan de la salud. Una gran novedad consiste también en el interés directo de la ONU y del grupo de los gobiernos —el gobierno de los ocho—, de los países más ricos, por el tema de la salud. Este grupo ha hablado de estos temas a finales de los años ochen- tas y la Organización de las Naciones Unidas efectuó en el año 2000 una cumbre que ha tenido una gran repercusión con los objetivos de desarrollo del milenio, que comprenden once metas para alcanzar antes del año 2015. Muchas de estas metas son relativas a la salud: reducir la pobreza y el ham- bre, garantizar a todos los niños la enseñanza primaria, eli- minar en las escuelas la discriminación de las mujeres, redu- cir en dos tercios la mortalidad infantil y la mortalidad hasta los cinco años, reducir el impacto del sida e invertir la expansión de la malaria y garantizar la sostenibilidad ambien- tal. Desafortunadamente, el análisis efectuado después de un lustro por el coordinador de estos objetivos del milenio, Jeffrey Sachs, ha mostrado algunos progresos y muchos retrasos en el proceso orientado a estos objetivos. En septiembre del 2005, la asamblea general de la ONU tuvo que enfrentar una iniciativa del embajador, represen- tante de los Estados Unidos, para disminuir las acciones, los gastos y los compromisos en favor de los objetivos del milenio. Ya en la formulación del proyecto, por otro lado, nobles objetivos se han neutralizado con omisiones o distorsiones; no se habla de equidad ni de distribución de los recursos. Uno de los principales caminos, la construcción de sistemas de sanidad pública, se ha olvidado y, a veces, obstaculizado, debido a una acción vertical orientada hacia cada una de las enfermedades o grupos de enfermedades, lo que es impor- tante, pero sin referencias a las causas de las causas, a los determinantes sociales que ocasionan su origen y evolución. En septiembre de este año, la Comisión sobre los Deter- minantes Sociales ha constatado que las causas radicales de las enfermedades siguen siendo subestimadas por los políti- cos, por los directores de programas y por la comunidad de los trabajadores, lo que hace probable que el logro de mayor equidad y los progresos agregados de los objetivos del mi- lenio no se obtengan. A estas consideraciones específicas puede ser útil —aunque quizás inoportuno— añadir dos apreciaciones personales: la primera es que la legítima aspi- ración de los ciudadanos a la seguridad corre en este período el peligro de limitarse a dos campos: la lucha contra el te- rrorismo y la lucha contra la criminalidad organizada o es- porádica, que son objetivos esenciales para la convivencia y la vida humana. Pero se dejan de lado otros campos de la seguridad, por ejemplo, la seguridad alimentaria, que es la lucha contra el hambre; la seguridad ambiental, que es la lucha a favor de las futuras generaciones; y la seguridad de poder conocer y participar en libertad y democracia para la vida colectiva. La segunda apreciación se refiere al peso del desequili- brio creciente entre los gastos para las armas y los gastos para el bienestar de las personas. El informe de la ONU afir- ma que no ha habido una nueva reasignación de los recursos de la defensa al desarrollo social y que se reconoce una ten- dencia opuesta; entre los años 1993 y 1998 disminuyeron los gastos militares de 162 mil millones a 690 mil; después aumentaron hasta superar probablemente el trillón de dóla- res en el año 2005, que es aproximadamente 20 veces el nivel de las ayudas que se dan al desarrollo. Las ayudas tampoco están exentas de críticas; se ha calculado que por cada dólar que reciben los países pobres para la lucha contra las enfer- medades, esos países pierden dos dólares a causa del comer- cio injusto, y esta es también una responsabilidad de la Unión Europea.
  • 4. 11 Globalización, Estado y salud • G. Berlinguer Otra reducción de la capacidad de los países pobres con- siste en el traslado de médicos y enfermeros de los servicios coordinados de la salud pública, que son absolutamente necesarios, hacia las organizaciones no gubernamentales, o bien al extranjero, hacia los países ricos que ofrecen mayo- res retribuciones. Es positivo de todos modos que alrededor de la salud, entendida como la finalidad, se muevan sujetos diferentes, instituciones y organizaciones privadas con ac- ciones benéficas, asociaciones de voluntarios que trabajan en los lugares donde más hace falta. Así como muchos Estados han construido en el pasado eficaces sistemas de salud pública, ahora es necesario cons- truir un sistema adecuado al siglo XXI, a un sistema global, a los derechos universales de la mayoría y de mayor equidad. Según el artículo de fondo del British Medical Journal, es necesario un contrato social para la salud. El principio, el punto de partida es considerar la salud como un derecho individual y al mismo tiempo como un bien común global. El segundo punto es considerar la salud como elemento fun- damental de la seguridad humana, a la par de otros riesgos. Estas referencias conllevan una mayor capacidad de gober- nar las políticas de la salud para la OMS, y debe tener —y debe ser— un mandato más fuerte de parte de la comunidad inter- nacional. En los Estados, la conducción no puede ser limitada a los ministerios de salud; debe involucrar todas las instituciones que influyen directa o indirectamente sobre la salud. La base moral de estas orientaciones está en el hecho de que las personas —hombres y mujeres— nacen iguales frente a las leyes, que la salud es un derecho del individuo y un interés de la colectividad, como está escrito en el artículo 32 de la constitución de mi país, así como también, de forma análoga, de muchas constituciones latinoamericanas, lo que en térmi- nos políticos y culturales significa estimular el crecimiento de la ciudadanía activa en favor de la salud y de la vida. Me he preguntado como estudioso y partícipe de muchas iniciativas, ¿cuáles son los motivos de la rápida expansión que hacen la explosión del interés por la equidad de la salud? Específicamente, quiero mencionar dos. Uno es negativo: el notable incremento de las diferencias injustas —que ahora es evidente y está incluso a la vista del observador superfi- cial; el otro es positivo: la reacción de los sentimientos y de la razón ante esta injusticia que nos hace percibir los sufri- mientos y duelos que se pueden evitar, de penas no mereci- das por muchos de nuestros semejantes. Sin embargo, creo que este movimiento de conocimientos, proyectos y labores en el campo de la salud no hubiera podido crecer con un ritmo y un alcance tales, sino se hubiera dado al mismo tiem- po un cierto principio de cambio en el clima moral, político y cultural del mundo.América latina está contribuyendo más, y a veces en polémicas con otras áreas del mundo, a inten- sificar y a acelerar este camino. Espero que ustedes hayan tenido una actitud de tolerancia frente a las torturas que he infligido al idioma español, y espero que los académicos que me han honrado con el título honoris causa como magíster en salud pública no vayan a retirar, después de esta conferencia, la decisión. Muchas gracias por su atención.