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Los clásicos durante el siglo XIX
(PERVIVENCIA DE LA LITERATURA LATINA EN LA LITERATURA
ESPAÑOLA)
Prof. FRANCISCO GARCÍA JURADO

Introducción

Spleen y literatura en el siglo XIX: Ovidio, poeta melancólico

                 “Echado en la marchita hierba del destierro - bajo - los tejos y los pinos que el granizo
        platea -ya errante, como las sombras que suscita - la fantasía, por el horror del paisaje escita -
        mientras alrededor, pastores de rebaños fabulosos, - se asustan los tárbaros de ojos azules - el
        poeta del Arte de Amar, el tierno Ovidio - abraza el horizonte con ávida mirada - y contempla
        mar inmesa, tristemente.
                 El cabello crecido y gris que le atormenta - formando sombras va sobre su frente
        plegada - el traje desgarrado, entrega la carne al frío, cómplice - de la acritud de su entrecejo
                                                                                   fruncido y de su mirada
                                                                                   fatigada, - la barba
                                                                                   espesa, inculta y casi
                                                                                   blanca.
                                                                                             Todos estos
                                                                                   testigos de un duelo
                                                                                   expiatorio -dicen siniestra
                                                                                   y lamentable historia - de
                                                                                   un amor excesivo, áspera
                                                                                   envidia y de furor - y
                                                                                   algo de responsabilidad
                                                                                   de Emperador. -Ovidio
                                                                                   tétrico, piensa en Roma,
                                                                                   y luego otra vez, - en
                                                                                   Roma, que su gloria
                                                                                   ilusoria decora.
                                                                                             ¡Ay, Jesús!, me
                                                                                   habéis muy justamente
                                                                                   oscurecido: - mas si
                                                                                   Ovidio no soy, al menos
                                                                                   soy esto."

Verlaine, “Pensamiento de la tarde”, trad. de Manuel Machado



       Un verdadero Ovidio simbolista es lo que encontramos en este poema. Por lo
que vemos en el libro de Ziolkowsky titulado Ovid and the moderns, es necesario poner
en relación el poema con un cuadro de Delacroix que se conserva en la National
Gallery: "Ovid among the Scythians", pintado en 1859. En este sentido, queda clara la
relación (tan propia de la literatura francesa finisecular) entre literatura y pintura. Es
notable, asimismo, lo que debe este poema a otro anterior escrito por Pushkin acerca de
Ovidio desterrado:

                  Ovidio, vivo al lado de las riberas plácidas
        a las cuales tus dioses paternos desterrados
        trajiste en otro tiempo y dejaste tus cenizas.
        Tu desolado llanto celebró estos lugares
        y de tu tierna lira la voz no ha enmudecido.           5
        Están estos parajes de tu rumor repletos.
        Tú en mi imaginación vivamente imprimiste



                                                     1
este oscuro desierto, cárcel para un poeta,
       las brumas de los cielos y las perpetuas nieves
       y la breve tibieza de los cálidos prados. (...)    10

       Ovidio marcó en Pushkin la imagen de un poeta infeliz que añoraba Roma, la
ciudad a la que jamás pudo volver. Sin embargo, no debe olvidarse que el poeta romano
también fue feliz en otro tiempo, y que coronó su cabeza:

       ¡Asómbrate, Nasón, de la suerte mudable!
       Tú que el bélico esfuerzo, ya mozo, desdeñabas,
       pues con rosas solías ceñir tu cabellera           25
       y las horas sin cuitas pasar en la molicie (...)

       Pushkin señala la vanidad de las empresas del poeta y de su misma gloria:

                 (...) en vano tus poesías
       coronarán las Gracias, en vano de memoria
       la juventud las sabe. La gloria, ni los años
       ni tristeza, ni quejas, ni tímidas canciones       35
       conmoverán a Octavio; sumido en el olvido
       pasarás la vejez. (...)

       Disiente de Ovidio en su percepción del paisaje, que Pushkin describe mucho
más apacible que aquel que describió el romano. Finalmente, Pushkin pasa a hablar de
su propia condición vital, de su circunstancia y de su fama, en clara identificación con
Ovidio:
                Ay, yo, cantor perdido entre la muchedumbre,      85
       seré desconocido para los venideros
       y víctima sombría, se extinguirá mi débil
       genio, con la penosa vida y rumor efímero (...)”

       (Alexandr Pushkin, “A Ovidio”, en Antología lírica. Traducción, estudio preliminar y notas de
       Eduardo Alonso Luengo. Epílogo de Roman Jakobson, Madrid, Hiperión, 1999, pp. 52-59)

         Cabe señalar cuánto deben estos poema a la "historia externa" de la literatura
latina, en particular a la biografía de Ovidio: las razones de su exilio, prosaicas líneas de
un manual de literatura, quedan aquí convertidas en versos. Y queda otra cosa que es,
simplemente, un rasgo de genialidad: el final de poema de Verlaine, a modo de una "voz
poética". Robert Browning inventó el monólogo dramático, cuyas características ha
desentrañado como nadie Jaime Siles. Esta poesía en primera persona, tan parecida a un
monólogo del teatro, ni es exactamente del autor ni de la persona evocada. Es,
simplemente, una voz que preconiza al Ovidio cristiano de Vintilia Horia (Dios ha
nacido en el exilio), pero también evoca la conversión del propio Verlaine.

La situación en España

        En España, durante la primera mitad del XIX son escasas las iniciativas oficiales
para la defensa de los estudios clásicos: la creación de las llamadas Escuelas de Latinidad y
los Colegios de Humanidades, promocionadas por Calomarde a partir de 1825, que
pretendían regular la enseñanza de la latinidad y, en menor medida, de la lengua griega
fuera del nivel universitario y la aparición de la Real Academia Greco-Latina, que toma el
relevo a las anteriores entre 1831 y 1834, son algunas de las pocas e ineficaces medidas
encaminadas a revitalizar los estudios humanísticos en nuestro país. Sólo a partir de 1845,


                                                   2
con el traslado definitivo de la Universidad Complutense a la capital del Reino y la
reforma de estudios llevada a cabo por Gil de Zárate se formará el embrión de lo que va a
ser posterior cantera de figuras sobresalientes, aunque numéricamente escasas, del
humanismo español de este siglo. Y es que en la nueva Universidad Central se concentran
durante la segunda mitad del XIX una serie de profesores, helenistas y latinistas, como
Bardón, Lozano, Camús, González Garbín, que quizás no son humanistas de primera fila,
pero a cuya esforzada vocación debemos el amor a los clásicos de figuras como Galdós,
Clarín o Menéndez Pelayo. Pues aunque España carece en este momento de profesores
capaces de crear sólidas escuelas que hagan posible el desarrollo del humanismo clásico
hasta los altos niveles a que llega en el resto de Europa, sí es cierto que aparecen grandes
figuras individuales, bien dedicadas a la enseñanza, bien, como Valera, entregadas a otras
ocupaciones, pero que nos han legado en su obra la herencia viva de la tradición clásica.

Un nuevo fenómeno: la conciencia de la historia de la literatura latina en la creación
literaria del siglo XIX:

“La historiografia de la literatura latina y su conciencia en los autores modernos: visiones divergentes del
canon y la decadencia en Pérez Galdós y Huysmans”

    •    Autores: Francisco García Jurado
    •    Localización: Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN 1131-9062 1131-9062,
         Vol. 24, Nº 1, 2004 , págs. 115-147
    •    Enlaces
             o Texto completo (pdf)
    •    Resumen:
             o Este trabajo valora cómo los nuevos planteamientos de la historiografía literaria latina
                  van a condicionar la consideración que de ésta tienen autores que han pasado por las
                  aulas universitarias o han leído manuales, como es el caso de Pérez Galdós o
                  Huysmans. Uno y otro presentan posturas estéticas opuestas con respecto al llamado
                  "Siglo de Oro" de la literatura latina que condicionan decididamente su propia visión de
                  la historia literaria. Crítica e historia literaria se mostrarán, pues, indisociablemente
                  unidas. Es, precisamente, en esta conjunción, donde el juicio estético de Huysmans
                  contrario a Virgilio adquirirá su verdadera originalidad, al permitirle reinterpretar la
                  "Decadencia" como un periodo de libertad creadora e invertir, de esta manera, lo que
                  hasta entonces había sido la filosofía de la historia literaria.

El positivismo como nuevo paradigma y su lectura de la literatura latina (Teuffel)

        Es a partir del decenio de los años ’70 cuando el propio Menéndez Pelayo
concibe y emprende algunas de sus magnas empresas de recopilación material y
bibliográfica, como su Horacio en España1, o la redacción de las fichas para una
Bibliografía Hispano-Latina Clásica, de las que sólo consigue publicar en vida un único
y monumental volumen, recién comenzado el siglo XX. El primer párrafo que podemos
leer en la «Advertencia preliminar» de esta última obra supone toda una declaración de
principios:

                  El trabajo que logra hoy hospitalaria acogida en la Revista de archivos, bibliotecas y
        museos, ha sido para mí grata ocupación de muchos años y descanso de más graves estudios.
        Antes de salir de las aulas universitarias, en 1873, formé el proyecto de una Biblioteca de
        Traductores Españoles, ampliando y continuando el meritorio ensayo de D. Juan Antonio
        Pellicer. Después concebí un plan más vasto, y los traductores vinieron a quedar como una parte,
        acaso secundaria, de la obra que imaginé con temeridad juvenil. Tal como se presenta al público

1 M. Menéndez Pelayo, Horacio en España (Traductores y comentadores. La poesía horaciana). Solaces
bibliográficos, Madrid, 1877.


                                                     3
en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los
        clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas
        sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden
        encontrarse. Tarea ciertamente vasta, y en la cual padeceré, sin duda, errores y omisiones, pero
        que no creo enteramente digna de menosprecio, siquiera por ser la primera tentativa de su
        género, y porque resume el fruto de muchas y pacientes lecturas, emprendidas sin más fin que el
        de la instrucción propia, puesto que siempre creí que estas notas habrían de quedarse inéditas.
        Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas
        gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa.
        A los verdaderos amantes de las letras antiguas, a los que no las cultivan por pedantesco alarde,
        sino por recreo del espíritu y por necesidad estética y moral, a los humanistas, en suma, cada vez
        más escasos y más latentes, encomiendo y dedico estas páginas, que sólo para ellos pueden tener
        algún interés.2

        Por lo demás, encontramos en el texto anterior una de las definiciones más
precisas acerca del concepto de «Tradición clásica» (aplicado al caso español): «la
historia de cada uno de los clásicos en España». La «Tradición clásica» constituye,
pues, un concepto historiográfico que nace, precisamente, al calor de los nuevos
planteamientos historicistas, concebida como el estudio metódico de la Historia de la
Literatura grecolatina en las modernas literaturas europeas. Conviene tener en cuenta
que la primera formulación de la juntura «Tradición clásica» como tal data de 1872 y se
debe a Domenico Comparetti en su libro Virgilio nel medievo3. Menéndez Pelayo fue
quien comenzó a aplicar la formulación en España4, al tiempo que emprende algunos de
los estudios de carácter historicista y positivista por antonomasia. De hecho, se adelanta
a algunos famosos comparatistas europeos en el uso del modelo «a en b», como ha
señalado Ruiz Casanova5.

Decadencia y simbolismo

        -decadencia: el paradigma de los poetas latinos a partir de Lucano (de Nisard a
        Baudelaire)

        Desiré Nisard, a quien Sandys considera como “the popular side of classical
literature”, publicó en 1834 un libro titulado Études de moeurs et de critique sur les
poètes latins de la décadence. Su trabajo, centrado en los poetas latinos, estudia, por una
parte, la historia y sus biografías (costumbres) y, por otra, aborda aspectos de teoría y
crítica. No obstante, y como bien apunta Sandys, el autor no quiere pasar por un
“scholar”, y es más crítico literario que historiador. La obra de Nisard tendrá una
fortuna imprevista cuando sus ideas peyorativas sobre los poetas latinos tardíos,

2 M. Menéndez Pelayo, Bibliografía Hispano-Latina Clásica. Tomo I, Madrid, 1902, pág. 5.
3 G. Laguna Mariscal, «De dónde proviene la denominación ‘Tradición clásica’», Cuadernos de
Filología clásica. Estudios latinos 24, 2004, págs. 83-93.
4 Conviene observar que la juntura «Tradición clásica» no es más que una restricción de designación con
respecto al sustantivo como tal. La «Tradición», entendida por antonomasia, está dejando de ser la
«clásica», ante el avance de nuevas formas de tradición, especialmente la «popular» (F. García Jurado,
«¿Por qué nació la juntura ‘Tradición clásica’? Razones historiográficas para un concepto moderno»,
Cuadernos de Filología clásica. Estudios latinos 27, 2007, págs. 161-192).
5 J. F. Ruiz Casanova, «’La melancolía del orangután’, El origen de los estudios A en B: Marcelino
Menéndez y Pelayo y su Horacio en España (1877)», 1611. Revista de Historia de la Traducción 1, 2007
(dirección electrónica http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/ruizcasanova.htm consultada el 25 de
septiembre de 2009). De todas formas, como afirma J. Valera en La novela de España. Los intelectuales y
el problema español (Madrid, 1999, pág. 51): «a pesar de su desvío, el positivismo es utilizado por
Menéndez Pelayo en tanto que instrumento de investigación histórica, mezclado desde luego con otros
ingredientes».


                                                    4
llamados decadentes y puestos en relación por el mismo Nisard con ciertos autores de
su tiempo, sean invertidas como elogio por los abanderados del decadentismo literario
en Francia. El libro tuvo varias reediciones, de las cuales la tercera es de 1867.
Nisard atribuye la decadencia de la literatura romana al individualismo y la pérdida de
carácter formativo de la literatura, dado que tras poetas como Lucrecio, Virgilio y
Horacio, cuya obra encarna "la mejor poesía, la más filosófica, la que ofrece una
reflexión más completa acerca del hombre, y la que contiene más enseñanzas para la
conducta de la vida" (Nisard 1834, X), la literatura latina ha adquirido un absurdo
individualismo que degrada el arte. La tesis de Nisard tiene validez universal, y puede
aplicarse asimismo a la poesía francesa contemporánea, como apreciamos en el capítulo
dedicado a Lucano ("Lucain ou la Décadence"), donde el propio Nisard aprovecha para
extraer ciertas semejanzas entre la poesía de los tiempos de Lucano y la de su propia
época, que será igualmente tachada de decadente. Nisard no sospechaba que el término
"decadente" iba a ser aceptado por aquellos poetas modernos que criticaba, adquiriendo
de esta forma un nuevo sentido estético, ahora unido a la idea de renovación y, en
definitiva, a la modernidad. En todo caso, Nisard también sostiene una razón natural
para la decadencia, es decir, una suerte de ley que marca el mismo destino. Así lo
vemos en la cita de Séneca el Retor que abre el libro:

                "Il faut compter comme une des causes le destin, «dont c'est la loi dure et éternelle que
       ce qui a atteint le plus haut point de grandeur retombe hélas! plus vite qu'il n'était monté, au
       dernier degré de la décadence».
                ... Cuius maligna perpetuaque in omnibus rebus lex est, ut ad summum perducta rursus
       ad infimum, velocius quidem quam ascenderant, relabantur (SÉNÈQUE, Controv. I, praef. 7)"

        Nisard traduce con el término décadence la expresión latina ad infimum, que se
refiere al punto más bajo de la degradación. Quedaría por ver, finalmente, cómo incide
la cuestión de la expansión del Cristianismo en la valoración de la decadencia literaria,
delicado asunto donde confluyen tanto aspectos morales como estéticos, y donde será la
novela de Huysmans titulada Al revés la que terminará dando carácter literario y
moderno a todo ello.

       -simbolismo y modernismo: la literatura latina como moderno imaginario
       (Marcel Schwob). El cuento latino.

       Véase este vídeo http://www.youtube.com/watch?v=W8CFkf7La7c

El problema religioso: parnaso frente a anticristo. El nuevo erasmismo

        Los movimientos pacifistas del siglo XIX pusieron en circulación un viejo
adagio: “La guerra es dulce para los inexpertos” (DVLCE BELLVM INEXPERTIS).
Estos movimientos pacifistas y progresistas tomaron su lema de las recopilaciones de
frases de la Antigüedad que publicara Erasmo de Rótterdam en el siglo XVI, cuyas
ideas contra la guerra, por cierto, podrían seguir levantando ampollas todavía hoy, si se
leyeran. La frase en cuestión, que el gran humanista holandés tomó del poeta griego
Píndaro, dice que, en efecto, sólo la guerra es dulce para aquellos que son ignorantes.
Animo a leer el soberbio texto que contra la guerra escribiera Erasmo partiendo de este
adagio. Pasado el tiempo, Pérez Galdós, liberal, positivista y admirador de Erasmo, lo
recogió en uno de sus Episodios Nacionales, el titulado Bailén, rememorando el lugar
de una famosa batalla. Por todo ello, y porque sigo creyendo que el saber, contra ciertas
falacias, nos puede hacer mejores, me ha parecido oportuno rescatar esta vieja pero


                                                  5
lúcida reflexión humanista y liberal contra la guerra. Enigmática, es una frase que da
qué pensar, pero que, sobre todo, pone en su sitio a quienes parecen haber descubierto
antes de ayer que los grandes males sólo se resuelven con peores remedios.

El problema político: los nacionalismos y la traducción de los clásicos

Autores

-Traducción y estudio

El Pervigilium Veneris de Juan Valera

        Se trata de una versión libérrima del poema latino de atribución y cronología
incierta, muy a la moda del siglo XIX. Esta versión, libérrima, por cierto, de la que
Menéndez Pelayo afirma, muy en consonancia con los criterios de traducción poética de la
época, que supera al mismo original latino, tiene el encanto de variar el conocido estribillo
Cras amet qui numquam amavit, quique amavit cras amet hasta ocho veces:

                                      LA VELADA DE VENUS
                   PARÁFRASIS DE UN HIMNO SAGRADO DE INCIERTO AUTOR LATINO


Ame mañana el amador; mañana                                 muestra el pecho, y extrae
       ame quien nunca amores ha tenido.                     filtro encantado que al amor incita;
       La hermosa primavera                                  rocío transparente,
       digna del canto, la estación lozana                   que el aura leve de la noche agita,
       en que el mundo ha nacido,                            sobre la tierra cae.
       vuelve, y amor sobre Natura impera.
       Mañana el bosque de la rama verde            Son lágrimas de amor que llora el cielo,
       sacudirá la escarcha fecundante,                      que, trémulas, ligeras,
       y en dulce lazo se unirán las aves.                   en las verdosas líquidas esferas
       Ya vagando se pierde                                  se mecen antes de bañar el suelo.
       en la fresca espesura y odorante,
                                                    De púdico carmín tiñe Diones
        do entreteje de mirto la enramada,                  la rosa, cuando pone
        la tierna madre del amor, Ciprina,                  en su cáliz la gota del rocío,
        que mañana dará su ley divina                       que en la noche tranquila
        sobre el tálamo excelso reclinada.                  de las estrellas fúlgidas destila.

Ame mañana el amador, amores                        Mañana debe desceñir la diosa
       tenga quien nunca amores ha tenido.                  la túnica ajustada
       Sangre del cielo herido,                             al pecho de la virgen amorosa,
       con globos brilladores                               que al amor se abrirá como la rosa.

        mezcla Océano de su blanca espuma,          ¡Oh rosa delicada
        y nace Venus, hija de los mares,                     que de sangre de Venus, llama viva,
        y a su belleza suma,                                 y púrpura del sol, el amor crea
        los genios de la mar alzan altares.                  y hace brotar de un beso!
                                                             ¡Oh esposa virgen, de amor cautiva,
Ame mañana el amador; mañana,                                rompe el nudo celoso que rodea
       quien nunca tuvo amor, arda en amores.                tu talle, y muestra, muestra tu hermosura
       Con púrpura, con perlas de las flores                 más que nunca esplendente,
       Venus, el año pinta y engalana,                       por el ígneo rubor en que fulgura
                                                             tu despejada frente!
        y a los besos del céfiro, turgente



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Mañana el amador de amores arda.
        Ame también quien en amor se tarda.              El éter que primero,
        Manda a las grutas de arrayán Dione                        a la tierra querida
        ir a las ninfas; el Amor las guía.                         uniéndose en fecundo estrecho abrazo,
        Pero ¿cómo las armas no depone                             de nubes le ciñó velo ligero,
        siendo noche de fiesta y alegría?                          y produjo la vida
        Id, ninfas; desarmado                                      y la pompa venal en su regazo,
        el Amor está ya; Venus lo quiere,
        del arco y las saetas con que hiere,             mañana, en luz y en perlas de rocío
        del fuego abrasador le ha despojado;                     volviendo a unirse a la divina esposa,
        mas contra la belleza del desnudo                        nuevo poder, vivificante brío
        Amor inerme prevenid escudo.                             pondrá en su entraña ingente y amorosa,

Sientan mañana amor los amadores                         y Venus misma infundirá su aliento
         y quien no amó jamás arde de amores.                    del Universo al alma y a las venas,
         Cede, virgen de Delos,                                  por do corra y transpire,
         Venus púdicas vírgenes te envía,                        y nada deje de su fuerza exento,
         oye su voz y cumple sus anhelos.
         Queda incruenta la floresta umbría;             ni la tierra, ni el mar, ni el firmamento:
         no persigas las fieras;                                    espíritu vital, que en lo profundo
         Venus a suplicarte acudiría                                de la existencia toda oculto gire
         que sus misterios vieras,                                  y abra caminos de nacer al mundo.
         si, casta diosa, tú verlos pudieras.
                                                         Mañana el ser desamorado ame
Allí corros errantes                                             y el nuevo amor el amador se inflame.
          y mil alegres turbas circunstantes,                    Venus manda que a Troya el Lacio herede,
          y Baco y Ceres con el dios del canto,                  el hijo por esposo da a Sabinia,
          de guirnaldas las sienes adornadas,                    la púdica vestal a Marte cede,
          por tus bosques irán, llenos de encanto,               y une a los fundadores
          bajo ramas de mirto entrelazadas.                      de la soberbia Roma
                                                                 con las nobles doncellas de Sabinia,
Tres noches durarán, si lo otorgares,                            de donde origen toma
         ¡oh diosa!, la velada y los cantares,                   su raza prepotente;
         virgen de Delos, cede:                                  quirites, caballeros, senadores,
         ya reinar Venus en las selvas puede.                    y César, su más claro descendiente.

Mañana el ser desamorado ame,                            Mañana, el amador de amores arda;
        y en nuevo amor el amador se inflame.                    ame también quien en amor se tarda.
        Rasga el manto florido Hybla; derrama,                   Venus al campo infunde su alegría,
        más pródiga que de Enna la llanura,                      su vida y sus amores.
        cuantas flores te dio la primavera.                      Amor nació en el campo, do lo cría
        Venus su ley proclama,                                   Venus con dulces besos de las flores.
        con las Gracias está, y ornar espera
        de tus flores su trono y hermosura.              Ame mañana el que jamás ha amado;
                                                                arda de amor el pecho enamorado.
Ella venir prescribe                                            En todo ser impera
          a cuanta ninfa vive.                                  el amor con la grata primavera.
          En el bosque apartado,                                Muge el toro de amor y junto al río
          o bajo la onda, tiene                                 a la balante grey busca el morueco;
          alcázar cristalino;                                   en el bosque sombrío
          ella a las ninfas cándidas previene                   oye y repite con deleite el eco
          que desconfíen del rapaz divino,                      el incesante trino de las aves;
          aunque le ven desnudo y desarmado.                    con ronca voz aturde la laguna
                                                                el cisne y en el álamo frondoso
Ame mañana el amador; mañana                                    Filomena, con cánticos suaves,
       quien nunca tuvo amor arda en amores.                    olvidando su mísera fortuna,
       Venus va a sonreír a la temprana                         enamora al esposo.
       gentil copia de flores.



                                                     7
Solo estoy mudo yo. ¿Cuándo el Destino                             Sientan mañana amor los amadores,
         renovará la primavera mía?                                y quien no amó jamás arda en amores.
         Este silencio, el desamor contino,
         de las eternas Musas me desvía.                                    Madrid, 1860

La tesis doctoral sobre Petronio de Menéndez Pelayo

        El Satiricón nos introduce en los problemas relativos a la llamada «Decadencia»
de la Literatura latina, que tanto eco tendrá en la propia estética literaria de finales del
siglo XIX, en especial la francesa. El ejemplo de este autor latino es todavía más
pertinente si pensamos que en 1875 publica Menéndez Pelayo uno de los textos
fundamentales para el estudio de la Historiografía de la Literatura latina en España,
concretamente su tesis doctoral titulada La novela entre los latinos6, donde se nos habla
de esta ponderada manera acerca de la obra de Petronio:

                   “En efecto, el Satyricon está lleno de obscenidades, y en él se describen escenas en alto
         grado repugnantes. Esto ha dado lugar a acerbas, pero justas censuras y también a proposiciones
         extremadas. Han dicho eminentes críticos que el libro de Petronio no debe ser leído, ni siquiera
         nombrado; han añadido otros que un hombre de bien no debe confesar nunca haber hojeado autor
         semejante: cosa que en verdad no entiendo, pues, si le ha leído, ¿por qué negarlo? No me
         admiraría encontrar estas exageraciones en los admiradores de Le Ver Rongeur, en los piadosos
         secuaces del abate Gaume, pero me admira que lo haya dicho Voltaire, autor del Cándido, de la
         Pucelle y de otras obras que ni citarse pueden; me extraña todavía más verlo acogido por uno de
         los críticos más eminentes de nuestro siglo, por el insigne Villemain, y sólo me lo explico
         considerando que hablaba desde su cátedra de la Sorbona. Enhorabuena que no sea libro a
         propósito para correr en manos de niños y de doncellas; sería una profanación introducirle en la
         enseñanza: nadie ha pensado en semejante desatino; es hasta un crimen traducirle a las lenguas
         vulgares; yo considero como timbre de gloria que nunca lo haya sido a la nuestra, pero ¡dejar de
         leerle un literato! ¡Avergonzarse de haberle leído! Ese libro, en sus dos terceras partes, es casi
         inocente; yo he podido hacer su análisis casi por entero sin aludir siquiera a sus torpezas. Es una
         joya literaria, ejemplar de un género que apenas tiene modelos en la antigüedad: es el cuadro de
         costumbres más completo que de una época nos queda; y encierra, considerado en absoluto,
         bellezas eternamente dignas de admiración y estudio. (…)”7

       El juicio de Menéndez Pelayo es notable, pues pretende salir al paso de
«proposiciones extremadas» contra el autor latino y lo presenta como «cuadro de
costumbres». Como es de esperar, en los manuales de Literatura latina pueden
encontrarse opiniones diversas.

-Prosa

Benito Pérez Galdós: el latín y los profesores de latín

                  "Cuando el autor de Los Amantes de Teruel desapareció de nuestra vida, perdiéndose
         entre los centenares de estantes y los millares de libros que constituyen su elemento, advertimos
         que junto a nosotros, pasaba un hombre de mediana estatura, de fisonomía picaresca, de andar
         precipitado. Si la rapidez de sus menudos pasos nos lo permite, sigámosle a través del gentío
         para poder examinarle de cerca y descubrir en su rostro y sus modales los caracteres de su

6 M. Menéndez Pelayo, La novela entre los latinos. Tesis doctoral leída en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Madrid, Santander, 1875. Publicada después, dentro de las Obras Completas,
como Apéndice I dentro de los Orígenes de la novela, Tomo IV, Santander, 1943, págs. 201-266, que es
de donde citamos el texto. Menéndez Pelayo pasó por las aulas de la Central entre 1873 y 1874, y el
tribunal ante el que defendió su tesis doctoral estuvo compuesto por José Amador de los Ríos, Alfredo
Adolfo Camús y Francisco Fernández y González.
7 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., págs. 242-243.


                                                     8
ingenio, porque se le atribuye mucho, y ciertamente de los más agudos y cáusticos que derraman
        chistes en esta tierra del humor y del chascarrillo.
                  Si se nos pierde de vista, gracias a la ligereza de sus pies, le hallaremos esta noche en el
        Ateneo o mañana en la Universidad, en los salones de la Sociedad literaria de la calle de la
        Montera o en las cátedras de la gran escuela de la calle de San Bernardo, se nos aparecerá de
        nuevo; su agudeza, su fisonomía móvil y expresiva, son siempre las mismas, ya hojeando las
        páginas del Punch8, ya refiriendo los donaires de Ergásilo9 en la cátedra de Literatura latina.
                  Entremos en el aula y procuremos ocupar un sitio. Ya el hombre pequeño, vivaracho y
        flexible, de quien nos ocupamos, ha atravesado envuelto en su toga los extensos claustros y,
        abriéndose paso maravillosamente entre los grupos de estudiantes, ha atravesado el umbral de la
        cátedra, y un minuto después se ocupa en formar el acostumbrado catálogo de faltas, donde son
        graciosamente alistados todos aquellos que tienen el corazón llagado de punta de ausencia10.
                  Concluida aquella reseña de defecciones deplorables, comienza la explicación
        elocuente del catedrático. Esta elocuencia es rica, casi exuberante; mordaz, cáustica, a veces
        viperina, y siempre espontánea, culta, gráfica. Su talento analítico, su exquisita percepción
        estética, su ingenio satírico, auxiliados por una erudición pasmosa, resplandecen en el
        variadísimo y brillante examen de la literatura de los romanos, ya en la relación de sus orígenes
        y progresos, ya en los curiosísimos detalles biográficos; ora en el examen de las obras
        inmortales, ora en la reseña chismográfica de algunos accidentes en extremo característicos de la
        vida doméstica de los venerables habitantes de la ciudad del Tíber. Esta elocuencia divaga no
        pocas veces; pero ¿qué importa?
                  Él parece abandonar el asunto, y su imaginación parece dejarse arrastrar, fascinada por
        la variada y multiforme perspectiva de esos curiosísimos detalles domésticos. ¿Ocupábase de
        Horacio el cortesano y de Virgilio, comilitón de Augusto? Pues los deja bien sentados en el
        triclinio del Emperador, recitando sonoros hexámetros, y se marcha a dar un paseo por la Vía
        Apia, se va a repartir al hambriento pueblo el pan de la Gnoma, o se dirige a la tienda del barbero
        Curcio, decidor Fígaro romano, que peina a las bellas hijas del cuestor Próculo y acicala los
        almibarados lions que amenizan la tertulia del edil Cneo Metelio. El profesor, de ingenio cómico,
        el crítico, el erudito, se ha perdido en el laberinto de la chismografía romana, parece que ha
        olvidado los ilustres huéspedes que junto a la mesa del anfitrión Cesáreo dejó muellemente
        recostados. Pero no: en este laberinto, Ariadna le dará un misterioso hilo, y desandará
        airosamente el camino andado, deteniéndose en el examen razonado de la epístola ad Pisones; un
        elocuente párrafo apologético o un paralelo oportuno entre los genios de la edad de oro romana y
        los de la española, concluirá de afirmarle en el asunto capital, después de haber divagado,
        después de haber apuntado aquellos interesantes accidentes, que ilustran los estudios literarios lo
        mismo que los históricos (...)” (Pérez Galdós, 1975, pp.117-122)

Leopoldo Alas Clarín: el cuento latino “Vario” (también en Rubén Darío, “El hombre
de oro”)

                 Scriberis Vario fortis, et hostium victor, Maeonii carminis alite...
                 (Horacio-Odas L. I-VI Ad Agrippam)

                  Lucio Vario, el poeta, a paso largo, como dejándose llevar por su peso, bajaba por el
        Clivus Capitolinus. Quien le viera caminar tan de prisa pensaría que era algún hombre de
        negocios, que tal vez venía del templo de Juno Moneta, que dejaba atrás, a la izquierda; y sin
        pararse a contemplar ni a reverenciar las solemnes estatuas doradas de los doce dioses mayores,
        los Dii consentes, junto a cuyos pedestales pasaba, se dirigía al templo de Saturno, que a la
        derecha se le presentaba con su imponente mole. Mas no lo miró siquiera el poeta, como no miró
        a los dioses, y pasó adelante; nada tenían que ver con la preocupación que tan distraído lo
        arrastraba cuesta abajo ni las potencias olímpicas ni los asuntos de la Tesorería. Allá enfrente,
        tras los muros de la cárcel Tulliana, el sol se escondía, y eso miraba Vario bajando. Moría el sol,

8 Se refiere a un famoso semanario cómico inglés del siglo XIX, en el que colaboraron autores como el
satírico William Makepeace Thackeray, autor, entre otros, de The Book of Snobs y Vanity Fair.
9 Primera alusión, aunque indirecta, al comediógrafo Plauto, el autor latino sin duda preferido por
Camús. Ergásilo es el parásito de la comedia Captivi.
10 Comenta Mollfulleda (1996, 33): “Y no podía faltar en él una alusión a su querido y admirado
Cervantes, cuando nos habla graciosamente de los estudiantes que faltaban a las clases”.


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y él se acordaba de Virgilio, aquel sol que se había puesto allá, en Brindis, y que no volvería a
        salir de su sepulcro del Pausilipo. Tampoco reparó en La Concordia, que dejó a la izquierda,
        aunque miró a este lado; pero miró pensando en algo más lejano y más alto, en el Tabulario, que
        se erguía en la ladera del Capitolio, midiéndose con el monte. En el Tabulario pensaba, porque
        algo tenía que ver con sus ideas. Una sonrisa amarga, irónica, asomó a sus labios. Se detuvo. ¡El
        sol, el ocaso, Virgilio, el sepulcro, la gloria, el Tabulario, la eternidad, la nada! Todos estos
        pensamientos pasaron por su frente. Era el Tabulario depósito de archivos, precaución inútil de
        la soberbia romana para inmortalizar lo pasajero, lo deleznable. ¡Archivar! ¡guardar! ¿Para qué?
        ¿Dónde estaba el archivo de las almas?
                  (…) De pronto, como sintiendo sobre el cráneo el peso magnético de miradas intensas,
        alzó la cabeza Vario y vio enfrente de sí... las sirenas de Ulises; las mujeres aladas, ninfas tristes
        de voz suave, divinidades de rapiña, almas de buitre en rostros de hermosura siniestra, macilenta
        en su plástica corrección de facciones. Rodeaban las sirenas la nave, y arrastrando las alas sobre
        las olas seguían su marcha; dormía la tripulación; Vario, a solas con el encanto, los oídos
        abiertos, las manos sin ligaduras, oyó el canto de las sirenas que le llamaba a la muerte.

                 Y decía el coro:

                 «Lucio Vario, ¿por qué trabajas en vano? Trabajas para la muerte, trabajas para el
        olvido. Deja el arte, deja la vida, muere. Oye tu destino, el de tu alma, el de tus versos... Serás
        olvidado, se perderán tus libros. Tu suerte será la de tantos otros genios sublimes de esto que
        llamará pronto la antigüedad, el mundo. Dentro de poco un sabio pedante pretenderá saber todo
        lo que supo y pensó y soñó la antigüedad clásica. Llamarán lo clásico a lo escogido por la suerte
        para salvarlo del naufragio universal... por algún tiempo. Tú no serás grande para la posteridad
        porque se perderán tus obras; los ratones, la humedad, la barbarie de los siglos, y otros cien
        elementos semejantes, serán tus críticos, tus Zoilos, acabarán contigo, y la pereza del mundo
        tendrá un gran pretexto para no admirarte: no conocerte. En vano hoy la fama lleva tu nombre a
        las nubes; en vano Virgilio te admira, y lo dice; su testimonio se atribuirá a la amistad y a la
        dulzura; en vano Horacio hablará de tu vuelo Aquilino en la región de la poesía épica; los
        pedantes del porvenir dirán que alabándote a ti alababan a Augusto, de quien fuiste el cantor
        cortesano; en vano vendrá dentro de poco un hombre severo, leal, noble, que se llamará Tácito, y
        elogiará tu famoso Thyestes; la posteridad no creerá en ti, no sabrá de ti. Perteneces al naufragio.
        Como tú, cientos y cientos de ingenios ilustres de esta tierra griega que buscas y de esa tierra
        itálica que dejas perecerán por el fuego, por la dispersión, por el polvo, por la sangre, por la
        barbarie y la ruina... y por la descomposición de la materia...» (...)

                 «Muere, muere, no escribas más», repitió el coro.

                 Vario se estremeció; pasó la mano por los ojos; sacudió el delirio, bebió con anhelo el
        aliento de la brisa fresca de la tarde, y la última luz del crepúsculo siguió trazando sus versos,
        arando la cera con el estilo silencioso y sutil que caminaba con medida.11
Mª José Barrios y F. García Jurado, “Clarín, Schwob, et l’esthétique du conte latin”,
Spicilège. Cahiers Marcel Schwob 2, 2009, 63-79 (ISSN 1969-8267)




11 Utilizamos el texto siguiente: Leopoldo Alas “Clarín”, Cuentos morales, Barcelona, Bruguera, 1986.


                                                    10
-Poesía

Manuel Reina, “Catulo”

—¡Madre Venus! Mi Lesbia querida,                         Hoy la sed de su amor me sofoca
mi estrella de amores,                                    y, en dulce embeleso,
hoy, de celos punzantes herida,                           yo quisiera entonar en su boca
se deshace en furiosos clamores.                          una endecha mezclada a su beso.

Yo te ofrezco dos tórtolas blancas                        Calma, ¡oh Venus!, su cólera ardiente,
del más tierno arrullo,                                   sus ciegos enojos;
si sonrisas alegres arrancas                              lirios ciñe a su cándida frente
a su labio, encendido capullo.                            y un relámpago enciende en sus ojos.

Hoy que Lesbia, con ojos airados,                         Yo te ofrezco dos tórtolas blancas
me arroja a las simas                                     del más tierno arrullo,
del dolor, en sus bucles dorados                          si sonrisas alegres arrancas
canta el pájaro azul de mis rimas.                        a su labio, fragante capullo.—

Siempre amé su perfil noble y puro,                       Así el gentil Catulo de estro hirviente,
su voz melodiosa                                          que cual nube inflamada centellea,
y sus trenzas brillantes: ¡lo juro                        rogaba ante el altar resplandeciente
por sus senos de nácar y rosa!                            donde se adora a Venus Citerea.

Y aunque llene mi pecho de espinas                        Lesbia oyó la plegaria de su amante
con loca fiereza,                                         y, perdonando al genio sus agravios,
la amaré: ¡que en sus formas divinas                      le dijo enamorada y palpitante:
alza un himno triunfal la belleza!                        —Si tienes sed, apágala en mis labios.—


Catulo,Virgilio, Horacio y Ovidio en la evocación modernista del poeta Manuel Reina

    •     Autores: Vicente Cristóbal López
    •     Localización: Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN
          1131-9062           1131-9062 , Vol. 27, Nº 1, 2007 , págs. 27-46
    •     Títulos paralelos:
              o Catullus, Virgil, Horace and Ovid in the modernist evocation of the poet Manuel Reina
    •     Enlaces
              o Texto completo (pdf)
    •     Resumen:
              o Manuel Reina (Puente Genil, 1856-1905) escribió poemas sobre las figuras de Catulo,
                   Virgilio, Horacio y Ovidio, en los que se conjuga, con la mentalidad y el estilo propios
                   del Modernismo, mucha información procedente de la historiografía literaria ¿que ya
                   dominaba plenamente en su época¿ y escasos ecos de lectura de tales poetas.

                   “Este poeta de Puente Genil, pionero de aquel movimiento literario que sirvió de
          bisagra cultural a los dos últimos siglos, se ha encontrado en estos cuatro poemas con los más
          áureos representantes de la poesía latina, ha dialogado con ellos, los ha retratado en su más
          tópico y habitual paisaje, en actitudes igualmente tópicas (aunque algo más insólita y forzada la
          de Virgilio), variando en su acercamiento por medio de la alternancia de la primera, segunda o
          tercera persona y de la también alternante referencia a la biografía o a la obra poética de
          aquéllos, y nos ha dejado su fotografía, más o menos nítida. Manuel Reina ha sido testigo de esta
          manera, en el vehículo de su poesía, del Historicismo literario que ya dominaba plenamente en
          su siglo. No así, en tiempos anteriores –y apréciese la diferencia–, ni Garcilaso ni Fray Luis ni
          Herrera ni Góngora, lectores consumados de esos mismos poetas, para quienes Virgilio, Horacio
          y Ovidio eran sobre todo versos y versos y maravillosos e imitables o inimitables versos, almas
          versificadas, en suma, y no tanto biografía ni figuras con perfil y tiempo, pero apenas sin
          palabra.” (V. Cristóbal)



                                                     11
Rubén Darío: modernismo

“Coloquio de los centauros” (ecos de Ov. Met. 12, 210)


En la isla en que detiene su esquife el argonauta        alegres y saltantes como jóvenes potros;
del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta              unos con largas barbas como los padres-ríos;
de las eternas liras se escucha -isla de oro             otros imberbes, ágiles y de piafantes bríos,
en que el tritón elige su caracol sonoro                 y robustos músculos, brazos y lomos aptos
y la sirena blanca va a ver el sol- un día               para portar las ninfas rosadas en los raptos.
se oye el tropel vibrante de fuerza y de
harmonía.                                                Van en galope rítmico, Junto a un fresco
                                                         boscaje,
Son los Centauros. Cubren la llanura. Les siente         frente al gran Océano, se paran. El paisaje
la montaña. De lejos, forman són de torrente             recibe de la urna matinal luz sagrada
que cae; su galope al aire que reposa                    que el vasto azul suaviza con límpida mirada.
despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa.          Y oyen seres terrestres y habitantes marinos
                                                         la voz de los crinados cuadrúpedos divinos (…)
Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros




                       (Gustave Moreau, “Poeta muerto sostenido por un centauro)

Menéndez Pelayo: pervivencia del neoclasicismo

       Dice el autor de Horacio en España, el polígrafo santanderino Marcelino
Menéndez Pelayo (1856-1912), tan amigo, por contra, de la latinidad frente a otra
manifestación de la cultura, que Horacio es el poeta “por quien al Lacio el ateniense
envidia” en su emotivo poema titulado “Epístola a Horacio”, que da buena cuenta de la
relación entre el amor a los libros y las letras clásicas, en este caso a las latinas:

“Yo guardo con amor un libro viejo,                      Vese la dura huella señalada (...)
De mal papel y tipos revesados,                          Y ese libro es el tuyo, ¡oh gran maestro!
Vestido de rugoso pergamino;                             Más no en tersa edición rica y suntuosa.
En sus hojas doquier, por vario modo,                    No salió de las prensas de Plantino,
De diez generaciones escolares                           Ni Aldo Manucio le engendró en Venecia,
A la censoria férula sujetas,                            Ni Estéfanos, Bodonis o Elzevirios



                                                    12
Le dieron sus hermosos caracteres.                    Y corrió por los bancos de la escuela,
Nació en pobres pañales: allá en Huesca               Ajado y roto, polvoroso y sucio,
Famélico impresor meció su cuna:                      El tesoro de gracias y donaires
Ad usum scholarum destinóle                           Por quien al Lacio el ateniense envidia (...)”
El rector de la estúpida oficina,

Marcelino Menéndez Pelayo, Bibliografía Hispano-Latina Clásica VI (Horacio), Santander, Aldus, 1951,
pp.31-36.

        Si bien la bibliofilia, o el amor por los libros bellos, está íntimamente unida al
gusto por los clásicos, el poema de Menéndez Pelayo se caracteriza por rendir homenaje a
una pobre edición de Horacio, sublimando, de esta forma, el profundo amor al libro y al
contenido que éste encierra, asunto sobre el que versa el resto del poema, y que no es otro
que el propio mundo poético horaciano.




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Los clásicos durante el siglo xix

  • 1. Los clásicos durante el siglo XIX (PERVIVENCIA DE LA LITERATURA LATINA EN LA LITERATURA ESPAÑOLA) Prof. FRANCISCO GARCÍA JURADO Introducción Spleen y literatura en el siglo XIX: Ovidio, poeta melancólico “Echado en la marchita hierba del destierro - bajo - los tejos y los pinos que el granizo platea -ya errante, como las sombras que suscita - la fantasía, por el horror del paisaje escita - mientras alrededor, pastores de rebaños fabulosos, - se asustan los tárbaros de ojos azules - el poeta del Arte de Amar, el tierno Ovidio - abraza el horizonte con ávida mirada - y contempla mar inmesa, tristemente. El cabello crecido y gris que le atormenta - formando sombras va sobre su frente plegada - el traje desgarrado, entrega la carne al frío, cómplice - de la acritud de su entrecejo fruncido y de su mirada fatigada, - la barba espesa, inculta y casi blanca. Todos estos testigos de un duelo expiatorio -dicen siniestra y lamentable historia - de un amor excesivo, áspera envidia y de furor - y algo de responsabilidad de Emperador. -Ovidio tétrico, piensa en Roma, y luego otra vez, - en Roma, que su gloria ilusoria decora. ¡Ay, Jesús!, me habéis muy justamente oscurecido: - mas si Ovidio no soy, al menos soy esto." Verlaine, “Pensamiento de la tarde”, trad. de Manuel Machado Un verdadero Ovidio simbolista es lo que encontramos en este poema. Por lo que vemos en el libro de Ziolkowsky titulado Ovid and the moderns, es necesario poner en relación el poema con un cuadro de Delacroix que se conserva en la National Gallery: "Ovid among the Scythians", pintado en 1859. En este sentido, queda clara la relación (tan propia de la literatura francesa finisecular) entre literatura y pintura. Es notable, asimismo, lo que debe este poema a otro anterior escrito por Pushkin acerca de Ovidio desterrado: Ovidio, vivo al lado de las riberas plácidas a las cuales tus dioses paternos desterrados trajiste en otro tiempo y dejaste tus cenizas. Tu desolado llanto celebró estos lugares y de tu tierna lira la voz no ha enmudecido. 5 Están estos parajes de tu rumor repletos. Tú en mi imaginación vivamente imprimiste 1
  • 2. este oscuro desierto, cárcel para un poeta, las brumas de los cielos y las perpetuas nieves y la breve tibieza de los cálidos prados. (...) 10 Ovidio marcó en Pushkin la imagen de un poeta infeliz que añoraba Roma, la ciudad a la que jamás pudo volver. Sin embargo, no debe olvidarse que el poeta romano también fue feliz en otro tiempo, y que coronó su cabeza: ¡Asómbrate, Nasón, de la suerte mudable! Tú que el bélico esfuerzo, ya mozo, desdeñabas, pues con rosas solías ceñir tu cabellera 25 y las horas sin cuitas pasar en la molicie (...) Pushkin señala la vanidad de las empresas del poeta y de su misma gloria: (...) en vano tus poesías coronarán las Gracias, en vano de memoria la juventud las sabe. La gloria, ni los años ni tristeza, ni quejas, ni tímidas canciones 35 conmoverán a Octavio; sumido en el olvido pasarás la vejez. (...) Disiente de Ovidio en su percepción del paisaje, que Pushkin describe mucho más apacible que aquel que describió el romano. Finalmente, Pushkin pasa a hablar de su propia condición vital, de su circunstancia y de su fama, en clara identificación con Ovidio: Ay, yo, cantor perdido entre la muchedumbre, 85 seré desconocido para los venideros y víctima sombría, se extinguirá mi débil genio, con la penosa vida y rumor efímero (...)” (Alexandr Pushkin, “A Ovidio”, en Antología lírica. Traducción, estudio preliminar y notas de Eduardo Alonso Luengo. Epílogo de Roman Jakobson, Madrid, Hiperión, 1999, pp. 52-59) Cabe señalar cuánto deben estos poema a la "historia externa" de la literatura latina, en particular a la biografía de Ovidio: las razones de su exilio, prosaicas líneas de un manual de literatura, quedan aquí convertidas en versos. Y queda otra cosa que es, simplemente, un rasgo de genialidad: el final de poema de Verlaine, a modo de una "voz poética". Robert Browning inventó el monólogo dramático, cuyas características ha desentrañado como nadie Jaime Siles. Esta poesía en primera persona, tan parecida a un monólogo del teatro, ni es exactamente del autor ni de la persona evocada. Es, simplemente, una voz que preconiza al Ovidio cristiano de Vintilia Horia (Dios ha nacido en el exilio), pero también evoca la conversión del propio Verlaine. La situación en España En España, durante la primera mitad del XIX son escasas las iniciativas oficiales para la defensa de los estudios clásicos: la creación de las llamadas Escuelas de Latinidad y los Colegios de Humanidades, promocionadas por Calomarde a partir de 1825, que pretendían regular la enseñanza de la latinidad y, en menor medida, de la lengua griega fuera del nivel universitario y la aparición de la Real Academia Greco-Latina, que toma el relevo a las anteriores entre 1831 y 1834, son algunas de las pocas e ineficaces medidas encaminadas a revitalizar los estudios humanísticos en nuestro país. Sólo a partir de 1845, 2
  • 3. con el traslado definitivo de la Universidad Complutense a la capital del Reino y la reforma de estudios llevada a cabo por Gil de Zárate se formará el embrión de lo que va a ser posterior cantera de figuras sobresalientes, aunque numéricamente escasas, del humanismo español de este siglo. Y es que en la nueva Universidad Central se concentran durante la segunda mitad del XIX una serie de profesores, helenistas y latinistas, como Bardón, Lozano, Camús, González Garbín, que quizás no son humanistas de primera fila, pero a cuya esforzada vocación debemos el amor a los clásicos de figuras como Galdós, Clarín o Menéndez Pelayo. Pues aunque España carece en este momento de profesores capaces de crear sólidas escuelas que hagan posible el desarrollo del humanismo clásico hasta los altos niveles a que llega en el resto de Europa, sí es cierto que aparecen grandes figuras individuales, bien dedicadas a la enseñanza, bien, como Valera, entregadas a otras ocupaciones, pero que nos han legado en su obra la herencia viva de la tradición clásica. Un nuevo fenómeno: la conciencia de la historia de la literatura latina en la creación literaria del siglo XIX: “La historiografia de la literatura latina y su conciencia en los autores modernos: visiones divergentes del canon y la decadencia en Pérez Galdós y Huysmans” • Autores: Francisco García Jurado • Localización: Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN 1131-9062 1131-9062, Vol. 24, Nº 1, 2004 , págs. 115-147 • Enlaces o Texto completo (pdf) • Resumen: o Este trabajo valora cómo los nuevos planteamientos de la historiografía literaria latina van a condicionar la consideración que de ésta tienen autores que han pasado por las aulas universitarias o han leído manuales, como es el caso de Pérez Galdós o Huysmans. Uno y otro presentan posturas estéticas opuestas con respecto al llamado "Siglo de Oro" de la literatura latina que condicionan decididamente su propia visión de la historia literaria. Crítica e historia literaria se mostrarán, pues, indisociablemente unidas. Es, precisamente, en esta conjunción, donde el juicio estético de Huysmans contrario a Virgilio adquirirá su verdadera originalidad, al permitirle reinterpretar la "Decadencia" como un periodo de libertad creadora e invertir, de esta manera, lo que hasta entonces había sido la filosofía de la historia literaria. El positivismo como nuevo paradigma y su lectura de la literatura latina (Teuffel) Es a partir del decenio de los años ’70 cuando el propio Menéndez Pelayo concibe y emprende algunas de sus magnas empresas de recopilación material y bibliográfica, como su Horacio en España1, o la redacción de las fichas para una Bibliografía Hispano-Latina Clásica, de las que sólo consigue publicar en vida un único y monumental volumen, recién comenzado el siglo XX. El primer párrafo que podemos leer en la «Advertencia preliminar» de esta última obra supone toda una declaración de principios: El trabajo que logra hoy hospitalaria acogida en la Revista de archivos, bibliotecas y museos, ha sido para mí grata ocupación de muchos años y descanso de más graves estudios. Antes de salir de las aulas universitarias, en 1873, formé el proyecto de una Biblioteca de Traductores Españoles, ampliando y continuando el meritorio ensayo de D. Juan Antonio Pellicer. Después concebí un plan más vasto, y los traductores vinieron a quedar como una parte, acaso secundaria, de la obra que imaginé con temeridad juvenil. Tal como se presenta al público 1 M. Menéndez Pelayo, Horacio en España (Traductores y comentadores. La poesía horaciana). Solaces bibliográficos, Madrid, 1877. 3
  • 4. en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden encontrarse. Tarea ciertamente vasta, y en la cual padeceré, sin duda, errores y omisiones, pero que no creo enteramente digna de menosprecio, siquiera por ser la primera tentativa de su género, y porque resume el fruto de muchas y pacientes lecturas, emprendidas sin más fin que el de la instrucción propia, puesto que siempre creí que estas notas habrían de quedarse inéditas. Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa. A los verdaderos amantes de las letras antiguas, a los que no las cultivan por pedantesco alarde, sino por recreo del espíritu y por necesidad estética y moral, a los humanistas, en suma, cada vez más escasos y más latentes, encomiendo y dedico estas páginas, que sólo para ellos pueden tener algún interés.2 Por lo demás, encontramos en el texto anterior una de las definiciones más precisas acerca del concepto de «Tradición clásica» (aplicado al caso español): «la historia de cada uno de los clásicos en España». La «Tradición clásica» constituye, pues, un concepto historiográfico que nace, precisamente, al calor de los nuevos planteamientos historicistas, concebida como el estudio metódico de la Historia de la Literatura grecolatina en las modernas literaturas europeas. Conviene tener en cuenta que la primera formulación de la juntura «Tradición clásica» como tal data de 1872 y se debe a Domenico Comparetti en su libro Virgilio nel medievo3. Menéndez Pelayo fue quien comenzó a aplicar la formulación en España4, al tiempo que emprende algunos de los estudios de carácter historicista y positivista por antonomasia. De hecho, se adelanta a algunos famosos comparatistas europeos en el uso del modelo «a en b», como ha señalado Ruiz Casanova5. Decadencia y simbolismo -decadencia: el paradigma de los poetas latinos a partir de Lucano (de Nisard a Baudelaire) Desiré Nisard, a quien Sandys considera como “the popular side of classical literature”, publicó en 1834 un libro titulado Études de moeurs et de critique sur les poètes latins de la décadence. Su trabajo, centrado en los poetas latinos, estudia, por una parte, la historia y sus biografías (costumbres) y, por otra, aborda aspectos de teoría y crítica. No obstante, y como bien apunta Sandys, el autor no quiere pasar por un “scholar”, y es más crítico literario que historiador. La obra de Nisard tendrá una fortuna imprevista cuando sus ideas peyorativas sobre los poetas latinos tardíos, 2 M. Menéndez Pelayo, Bibliografía Hispano-Latina Clásica. Tomo I, Madrid, 1902, pág. 5. 3 G. Laguna Mariscal, «De dónde proviene la denominación ‘Tradición clásica’», Cuadernos de Filología clásica. Estudios latinos 24, 2004, págs. 83-93. 4 Conviene observar que la juntura «Tradición clásica» no es más que una restricción de designación con respecto al sustantivo como tal. La «Tradición», entendida por antonomasia, está dejando de ser la «clásica», ante el avance de nuevas formas de tradición, especialmente la «popular» (F. García Jurado, «¿Por qué nació la juntura ‘Tradición clásica’? Razones historiográficas para un concepto moderno», Cuadernos de Filología clásica. Estudios latinos 27, 2007, págs. 161-192). 5 J. F. Ruiz Casanova, «’La melancolía del orangután’, El origen de los estudios A en B: Marcelino Menéndez y Pelayo y su Horacio en España (1877)», 1611. Revista de Historia de la Traducción 1, 2007 (dirección electrónica http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/ruizcasanova.htm consultada el 25 de septiembre de 2009). De todas formas, como afirma J. Valera en La novela de España. Los intelectuales y el problema español (Madrid, 1999, pág. 51): «a pesar de su desvío, el positivismo es utilizado por Menéndez Pelayo en tanto que instrumento de investigación histórica, mezclado desde luego con otros ingredientes». 4
  • 5. llamados decadentes y puestos en relación por el mismo Nisard con ciertos autores de su tiempo, sean invertidas como elogio por los abanderados del decadentismo literario en Francia. El libro tuvo varias reediciones, de las cuales la tercera es de 1867. Nisard atribuye la decadencia de la literatura romana al individualismo y la pérdida de carácter formativo de la literatura, dado que tras poetas como Lucrecio, Virgilio y Horacio, cuya obra encarna "la mejor poesía, la más filosófica, la que ofrece una reflexión más completa acerca del hombre, y la que contiene más enseñanzas para la conducta de la vida" (Nisard 1834, X), la literatura latina ha adquirido un absurdo individualismo que degrada el arte. La tesis de Nisard tiene validez universal, y puede aplicarse asimismo a la poesía francesa contemporánea, como apreciamos en el capítulo dedicado a Lucano ("Lucain ou la Décadence"), donde el propio Nisard aprovecha para extraer ciertas semejanzas entre la poesía de los tiempos de Lucano y la de su propia época, que será igualmente tachada de decadente. Nisard no sospechaba que el término "decadente" iba a ser aceptado por aquellos poetas modernos que criticaba, adquiriendo de esta forma un nuevo sentido estético, ahora unido a la idea de renovación y, en definitiva, a la modernidad. En todo caso, Nisard también sostiene una razón natural para la decadencia, es decir, una suerte de ley que marca el mismo destino. Así lo vemos en la cita de Séneca el Retor que abre el libro: "Il faut compter comme une des causes le destin, «dont c'est la loi dure et éternelle que ce qui a atteint le plus haut point de grandeur retombe hélas! plus vite qu'il n'était monté, au dernier degré de la décadence». ... Cuius maligna perpetuaque in omnibus rebus lex est, ut ad summum perducta rursus ad infimum, velocius quidem quam ascenderant, relabantur (SÉNÈQUE, Controv. I, praef. 7)" Nisard traduce con el término décadence la expresión latina ad infimum, que se refiere al punto más bajo de la degradación. Quedaría por ver, finalmente, cómo incide la cuestión de la expansión del Cristianismo en la valoración de la decadencia literaria, delicado asunto donde confluyen tanto aspectos morales como estéticos, y donde será la novela de Huysmans titulada Al revés la que terminará dando carácter literario y moderno a todo ello. -simbolismo y modernismo: la literatura latina como moderno imaginario (Marcel Schwob). El cuento latino. Véase este vídeo http://www.youtube.com/watch?v=W8CFkf7La7c El problema religioso: parnaso frente a anticristo. El nuevo erasmismo Los movimientos pacifistas del siglo XIX pusieron en circulación un viejo adagio: “La guerra es dulce para los inexpertos” (DVLCE BELLVM INEXPERTIS). Estos movimientos pacifistas y progresistas tomaron su lema de las recopilaciones de frases de la Antigüedad que publicara Erasmo de Rótterdam en el siglo XVI, cuyas ideas contra la guerra, por cierto, podrían seguir levantando ampollas todavía hoy, si se leyeran. La frase en cuestión, que el gran humanista holandés tomó del poeta griego Píndaro, dice que, en efecto, sólo la guerra es dulce para aquellos que son ignorantes. Animo a leer el soberbio texto que contra la guerra escribiera Erasmo partiendo de este adagio. Pasado el tiempo, Pérez Galdós, liberal, positivista y admirador de Erasmo, lo recogió en uno de sus Episodios Nacionales, el titulado Bailén, rememorando el lugar de una famosa batalla. Por todo ello, y porque sigo creyendo que el saber, contra ciertas falacias, nos puede hacer mejores, me ha parecido oportuno rescatar esta vieja pero 5
  • 6. lúcida reflexión humanista y liberal contra la guerra. Enigmática, es una frase que da qué pensar, pero que, sobre todo, pone en su sitio a quienes parecen haber descubierto antes de ayer que los grandes males sólo se resuelven con peores remedios. El problema político: los nacionalismos y la traducción de los clásicos Autores -Traducción y estudio El Pervigilium Veneris de Juan Valera Se trata de una versión libérrima del poema latino de atribución y cronología incierta, muy a la moda del siglo XIX. Esta versión, libérrima, por cierto, de la que Menéndez Pelayo afirma, muy en consonancia con los criterios de traducción poética de la época, que supera al mismo original latino, tiene el encanto de variar el conocido estribillo Cras amet qui numquam amavit, quique amavit cras amet hasta ocho veces: LA VELADA DE VENUS PARÁFRASIS DE UN HIMNO SAGRADO DE INCIERTO AUTOR LATINO Ame mañana el amador; mañana muestra el pecho, y extrae ame quien nunca amores ha tenido. filtro encantado que al amor incita; La hermosa primavera rocío transparente, digna del canto, la estación lozana que el aura leve de la noche agita, en que el mundo ha nacido, sobre la tierra cae. vuelve, y amor sobre Natura impera. Mañana el bosque de la rama verde Son lágrimas de amor que llora el cielo, sacudirá la escarcha fecundante, que, trémulas, ligeras, y en dulce lazo se unirán las aves. en las verdosas líquidas esferas Ya vagando se pierde se mecen antes de bañar el suelo. en la fresca espesura y odorante, De púdico carmín tiñe Diones do entreteje de mirto la enramada, la rosa, cuando pone la tierna madre del amor, Ciprina, en su cáliz la gota del rocío, que mañana dará su ley divina que en la noche tranquila sobre el tálamo excelso reclinada. de las estrellas fúlgidas destila. Ame mañana el amador, amores Mañana debe desceñir la diosa tenga quien nunca amores ha tenido. la túnica ajustada Sangre del cielo herido, al pecho de la virgen amorosa, con globos brilladores que al amor se abrirá como la rosa. mezcla Océano de su blanca espuma, ¡Oh rosa delicada y nace Venus, hija de los mares, que de sangre de Venus, llama viva, y a su belleza suma, y púrpura del sol, el amor crea los genios de la mar alzan altares. y hace brotar de un beso! ¡Oh esposa virgen, de amor cautiva, Ame mañana el amador; mañana, rompe el nudo celoso que rodea quien nunca tuvo amor, arda en amores. tu talle, y muestra, muestra tu hermosura Con púrpura, con perlas de las flores más que nunca esplendente, Venus, el año pinta y engalana, por el ígneo rubor en que fulgura tu despejada frente! y a los besos del céfiro, turgente 6
  • 7. Mañana el amador de amores arda. Ame también quien en amor se tarda. El éter que primero, Manda a las grutas de arrayán Dione a la tierra querida ir a las ninfas; el Amor las guía. uniéndose en fecundo estrecho abrazo, Pero ¿cómo las armas no depone de nubes le ciñó velo ligero, siendo noche de fiesta y alegría? y produjo la vida Id, ninfas; desarmado y la pompa venal en su regazo, el Amor está ya; Venus lo quiere, del arco y las saetas con que hiere, mañana, en luz y en perlas de rocío del fuego abrasador le ha despojado; volviendo a unirse a la divina esposa, mas contra la belleza del desnudo nuevo poder, vivificante brío Amor inerme prevenid escudo. pondrá en su entraña ingente y amorosa, Sientan mañana amor los amadores y Venus misma infundirá su aliento y quien no amó jamás arde de amores. del Universo al alma y a las venas, Cede, virgen de Delos, por do corra y transpire, Venus púdicas vírgenes te envía, y nada deje de su fuerza exento, oye su voz y cumple sus anhelos. Queda incruenta la floresta umbría; ni la tierra, ni el mar, ni el firmamento: no persigas las fieras; espíritu vital, que en lo profundo Venus a suplicarte acudiría de la existencia toda oculto gire que sus misterios vieras, y abra caminos de nacer al mundo. si, casta diosa, tú verlos pudieras. Mañana el ser desamorado ame Allí corros errantes y el nuevo amor el amador se inflame. y mil alegres turbas circunstantes, Venus manda que a Troya el Lacio herede, y Baco y Ceres con el dios del canto, el hijo por esposo da a Sabinia, de guirnaldas las sienes adornadas, la púdica vestal a Marte cede, por tus bosques irán, llenos de encanto, y une a los fundadores bajo ramas de mirto entrelazadas. de la soberbia Roma con las nobles doncellas de Sabinia, Tres noches durarán, si lo otorgares, de donde origen toma ¡oh diosa!, la velada y los cantares, su raza prepotente; virgen de Delos, cede: quirites, caballeros, senadores, ya reinar Venus en las selvas puede. y César, su más claro descendiente. Mañana el ser desamorado ame, Mañana, el amador de amores arda; y en nuevo amor el amador se inflame. ame también quien en amor se tarda. Rasga el manto florido Hybla; derrama, Venus al campo infunde su alegría, más pródiga que de Enna la llanura, su vida y sus amores. cuantas flores te dio la primavera. Amor nació en el campo, do lo cría Venus su ley proclama, Venus con dulces besos de las flores. con las Gracias está, y ornar espera de tus flores su trono y hermosura. Ame mañana el que jamás ha amado; arda de amor el pecho enamorado. Ella venir prescribe En todo ser impera a cuanta ninfa vive. el amor con la grata primavera. En el bosque apartado, Muge el toro de amor y junto al río o bajo la onda, tiene a la balante grey busca el morueco; alcázar cristalino; en el bosque sombrío ella a las ninfas cándidas previene oye y repite con deleite el eco que desconfíen del rapaz divino, el incesante trino de las aves; aunque le ven desnudo y desarmado. con ronca voz aturde la laguna el cisne y en el álamo frondoso Ame mañana el amador; mañana Filomena, con cánticos suaves, quien nunca tuvo amor arda en amores. olvidando su mísera fortuna, Venus va a sonreír a la temprana enamora al esposo. gentil copia de flores. 7
  • 8. Solo estoy mudo yo. ¿Cuándo el Destino Sientan mañana amor los amadores, renovará la primavera mía? y quien no amó jamás arda en amores. Este silencio, el desamor contino, de las eternas Musas me desvía. Madrid, 1860 La tesis doctoral sobre Petronio de Menéndez Pelayo El Satiricón nos introduce en los problemas relativos a la llamada «Decadencia» de la Literatura latina, que tanto eco tendrá en la propia estética literaria de finales del siglo XIX, en especial la francesa. El ejemplo de este autor latino es todavía más pertinente si pensamos que en 1875 publica Menéndez Pelayo uno de los textos fundamentales para el estudio de la Historiografía de la Literatura latina en España, concretamente su tesis doctoral titulada La novela entre los latinos6, donde se nos habla de esta ponderada manera acerca de la obra de Petronio: “En efecto, el Satyricon está lleno de obscenidades, y en él se describen escenas en alto grado repugnantes. Esto ha dado lugar a acerbas, pero justas censuras y también a proposiciones extremadas. Han dicho eminentes críticos que el libro de Petronio no debe ser leído, ni siquiera nombrado; han añadido otros que un hombre de bien no debe confesar nunca haber hojeado autor semejante: cosa que en verdad no entiendo, pues, si le ha leído, ¿por qué negarlo? No me admiraría encontrar estas exageraciones en los admiradores de Le Ver Rongeur, en los piadosos secuaces del abate Gaume, pero me admira que lo haya dicho Voltaire, autor del Cándido, de la Pucelle y de otras obras que ni citarse pueden; me extraña todavía más verlo acogido por uno de los críticos más eminentes de nuestro siglo, por el insigne Villemain, y sólo me lo explico considerando que hablaba desde su cátedra de la Sorbona. Enhorabuena que no sea libro a propósito para correr en manos de niños y de doncellas; sería una profanación introducirle en la enseñanza: nadie ha pensado en semejante desatino; es hasta un crimen traducirle a las lenguas vulgares; yo considero como timbre de gloria que nunca lo haya sido a la nuestra, pero ¡dejar de leerle un literato! ¡Avergonzarse de haberle leído! Ese libro, en sus dos terceras partes, es casi inocente; yo he podido hacer su análisis casi por entero sin aludir siquiera a sus torpezas. Es una joya literaria, ejemplar de un género que apenas tiene modelos en la antigüedad: es el cuadro de costumbres más completo que de una época nos queda; y encierra, considerado en absoluto, bellezas eternamente dignas de admiración y estudio. (…)”7 El juicio de Menéndez Pelayo es notable, pues pretende salir al paso de «proposiciones extremadas» contra el autor latino y lo presenta como «cuadro de costumbres». Como es de esperar, en los manuales de Literatura latina pueden encontrarse opiniones diversas. -Prosa Benito Pérez Galdós: el latín y los profesores de latín "Cuando el autor de Los Amantes de Teruel desapareció de nuestra vida, perdiéndose entre los centenares de estantes y los millares de libros que constituyen su elemento, advertimos que junto a nosotros, pasaba un hombre de mediana estatura, de fisonomía picaresca, de andar precipitado. Si la rapidez de sus menudos pasos nos lo permite, sigámosle a través del gentío para poder examinarle de cerca y descubrir en su rostro y sus modales los caracteres de su 6 M. Menéndez Pelayo, La novela entre los latinos. Tesis doctoral leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, Santander, 1875. Publicada después, dentro de las Obras Completas, como Apéndice I dentro de los Orígenes de la novela, Tomo IV, Santander, 1943, págs. 201-266, que es de donde citamos el texto. Menéndez Pelayo pasó por las aulas de la Central entre 1873 y 1874, y el tribunal ante el que defendió su tesis doctoral estuvo compuesto por José Amador de los Ríos, Alfredo Adolfo Camús y Francisco Fernández y González. 7 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., págs. 242-243. 8
  • 9. ingenio, porque se le atribuye mucho, y ciertamente de los más agudos y cáusticos que derraman chistes en esta tierra del humor y del chascarrillo. Si se nos pierde de vista, gracias a la ligereza de sus pies, le hallaremos esta noche en el Ateneo o mañana en la Universidad, en los salones de la Sociedad literaria de la calle de la Montera o en las cátedras de la gran escuela de la calle de San Bernardo, se nos aparecerá de nuevo; su agudeza, su fisonomía móvil y expresiva, son siempre las mismas, ya hojeando las páginas del Punch8, ya refiriendo los donaires de Ergásilo9 en la cátedra de Literatura latina. Entremos en el aula y procuremos ocupar un sitio. Ya el hombre pequeño, vivaracho y flexible, de quien nos ocupamos, ha atravesado envuelto en su toga los extensos claustros y, abriéndose paso maravillosamente entre los grupos de estudiantes, ha atravesado el umbral de la cátedra, y un minuto después se ocupa en formar el acostumbrado catálogo de faltas, donde son graciosamente alistados todos aquellos que tienen el corazón llagado de punta de ausencia10. Concluida aquella reseña de defecciones deplorables, comienza la explicación elocuente del catedrático. Esta elocuencia es rica, casi exuberante; mordaz, cáustica, a veces viperina, y siempre espontánea, culta, gráfica. Su talento analítico, su exquisita percepción estética, su ingenio satírico, auxiliados por una erudición pasmosa, resplandecen en el variadísimo y brillante examen de la literatura de los romanos, ya en la relación de sus orígenes y progresos, ya en los curiosísimos detalles biográficos; ora en el examen de las obras inmortales, ora en la reseña chismográfica de algunos accidentes en extremo característicos de la vida doméstica de los venerables habitantes de la ciudad del Tíber. Esta elocuencia divaga no pocas veces; pero ¿qué importa? Él parece abandonar el asunto, y su imaginación parece dejarse arrastrar, fascinada por la variada y multiforme perspectiva de esos curiosísimos detalles domésticos. ¿Ocupábase de Horacio el cortesano y de Virgilio, comilitón de Augusto? Pues los deja bien sentados en el triclinio del Emperador, recitando sonoros hexámetros, y se marcha a dar un paseo por la Vía Apia, se va a repartir al hambriento pueblo el pan de la Gnoma, o se dirige a la tienda del barbero Curcio, decidor Fígaro romano, que peina a las bellas hijas del cuestor Próculo y acicala los almibarados lions que amenizan la tertulia del edil Cneo Metelio. El profesor, de ingenio cómico, el crítico, el erudito, se ha perdido en el laberinto de la chismografía romana, parece que ha olvidado los ilustres huéspedes que junto a la mesa del anfitrión Cesáreo dejó muellemente recostados. Pero no: en este laberinto, Ariadna le dará un misterioso hilo, y desandará airosamente el camino andado, deteniéndose en el examen razonado de la epístola ad Pisones; un elocuente párrafo apologético o un paralelo oportuno entre los genios de la edad de oro romana y los de la española, concluirá de afirmarle en el asunto capital, después de haber divagado, después de haber apuntado aquellos interesantes accidentes, que ilustran los estudios literarios lo mismo que los históricos (...)” (Pérez Galdós, 1975, pp.117-122) Leopoldo Alas Clarín: el cuento latino “Vario” (también en Rubén Darío, “El hombre de oro”) Scriberis Vario fortis, et hostium victor, Maeonii carminis alite... (Horacio-Odas L. I-VI Ad Agrippam) Lucio Vario, el poeta, a paso largo, como dejándose llevar por su peso, bajaba por el Clivus Capitolinus. Quien le viera caminar tan de prisa pensaría que era algún hombre de negocios, que tal vez venía del templo de Juno Moneta, que dejaba atrás, a la izquierda; y sin pararse a contemplar ni a reverenciar las solemnes estatuas doradas de los doce dioses mayores, los Dii consentes, junto a cuyos pedestales pasaba, se dirigía al templo de Saturno, que a la derecha se le presentaba con su imponente mole. Mas no lo miró siquiera el poeta, como no miró a los dioses, y pasó adelante; nada tenían que ver con la preocupación que tan distraído lo arrastraba cuesta abajo ni las potencias olímpicas ni los asuntos de la Tesorería. Allá enfrente, tras los muros de la cárcel Tulliana, el sol se escondía, y eso miraba Vario bajando. Moría el sol, 8 Se refiere a un famoso semanario cómico inglés del siglo XIX, en el que colaboraron autores como el satírico William Makepeace Thackeray, autor, entre otros, de The Book of Snobs y Vanity Fair. 9 Primera alusión, aunque indirecta, al comediógrafo Plauto, el autor latino sin duda preferido por Camús. Ergásilo es el parásito de la comedia Captivi. 10 Comenta Mollfulleda (1996, 33): “Y no podía faltar en él una alusión a su querido y admirado Cervantes, cuando nos habla graciosamente de los estudiantes que faltaban a las clases”. 9
  • 10. y él se acordaba de Virgilio, aquel sol que se había puesto allá, en Brindis, y que no volvería a salir de su sepulcro del Pausilipo. Tampoco reparó en La Concordia, que dejó a la izquierda, aunque miró a este lado; pero miró pensando en algo más lejano y más alto, en el Tabulario, que se erguía en la ladera del Capitolio, midiéndose con el monte. En el Tabulario pensaba, porque algo tenía que ver con sus ideas. Una sonrisa amarga, irónica, asomó a sus labios. Se detuvo. ¡El sol, el ocaso, Virgilio, el sepulcro, la gloria, el Tabulario, la eternidad, la nada! Todos estos pensamientos pasaron por su frente. Era el Tabulario depósito de archivos, precaución inútil de la soberbia romana para inmortalizar lo pasajero, lo deleznable. ¡Archivar! ¡guardar! ¿Para qué? ¿Dónde estaba el archivo de las almas? (…) De pronto, como sintiendo sobre el cráneo el peso magnético de miradas intensas, alzó la cabeza Vario y vio enfrente de sí... las sirenas de Ulises; las mujeres aladas, ninfas tristes de voz suave, divinidades de rapiña, almas de buitre en rostros de hermosura siniestra, macilenta en su plástica corrección de facciones. Rodeaban las sirenas la nave, y arrastrando las alas sobre las olas seguían su marcha; dormía la tripulación; Vario, a solas con el encanto, los oídos abiertos, las manos sin ligaduras, oyó el canto de las sirenas que le llamaba a la muerte. Y decía el coro: «Lucio Vario, ¿por qué trabajas en vano? Trabajas para la muerte, trabajas para el olvido. Deja el arte, deja la vida, muere. Oye tu destino, el de tu alma, el de tus versos... Serás olvidado, se perderán tus libros. Tu suerte será la de tantos otros genios sublimes de esto que llamará pronto la antigüedad, el mundo. Dentro de poco un sabio pedante pretenderá saber todo lo que supo y pensó y soñó la antigüedad clásica. Llamarán lo clásico a lo escogido por la suerte para salvarlo del naufragio universal... por algún tiempo. Tú no serás grande para la posteridad porque se perderán tus obras; los ratones, la humedad, la barbarie de los siglos, y otros cien elementos semejantes, serán tus críticos, tus Zoilos, acabarán contigo, y la pereza del mundo tendrá un gran pretexto para no admirarte: no conocerte. En vano hoy la fama lleva tu nombre a las nubes; en vano Virgilio te admira, y lo dice; su testimonio se atribuirá a la amistad y a la dulzura; en vano Horacio hablará de tu vuelo Aquilino en la región de la poesía épica; los pedantes del porvenir dirán que alabándote a ti alababan a Augusto, de quien fuiste el cantor cortesano; en vano vendrá dentro de poco un hombre severo, leal, noble, que se llamará Tácito, y elogiará tu famoso Thyestes; la posteridad no creerá en ti, no sabrá de ti. Perteneces al naufragio. Como tú, cientos y cientos de ingenios ilustres de esta tierra griega que buscas y de esa tierra itálica que dejas perecerán por el fuego, por la dispersión, por el polvo, por la sangre, por la barbarie y la ruina... y por la descomposición de la materia...» (...) «Muere, muere, no escribas más», repitió el coro. Vario se estremeció; pasó la mano por los ojos; sacudió el delirio, bebió con anhelo el aliento de la brisa fresca de la tarde, y la última luz del crepúsculo siguió trazando sus versos, arando la cera con el estilo silencioso y sutil que caminaba con medida.11 Mª José Barrios y F. García Jurado, “Clarín, Schwob, et l’esthétique du conte latin”, Spicilège. Cahiers Marcel Schwob 2, 2009, 63-79 (ISSN 1969-8267) 11 Utilizamos el texto siguiente: Leopoldo Alas “Clarín”, Cuentos morales, Barcelona, Bruguera, 1986. 10
  • 11. -Poesía Manuel Reina, “Catulo” —¡Madre Venus! Mi Lesbia querida, Hoy la sed de su amor me sofoca mi estrella de amores, y, en dulce embeleso, hoy, de celos punzantes herida, yo quisiera entonar en su boca se deshace en furiosos clamores. una endecha mezclada a su beso. Yo te ofrezco dos tórtolas blancas Calma, ¡oh Venus!, su cólera ardiente, del más tierno arrullo, sus ciegos enojos; si sonrisas alegres arrancas lirios ciñe a su cándida frente a su labio, encendido capullo. y un relámpago enciende en sus ojos. Hoy que Lesbia, con ojos airados, Yo te ofrezco dos tórtolas blancas me arroja a las simas del más tierno arrullo, del dolor, en sus bucles dorados si sonrisas alegres arrancas canta el pájaro azul de mis rimas. a su labio, fragante capullo.— Siempre amé su perfil noble y puro, Así el gentil Catulo de estro hirviente, su voz melodiosa que cual nube inflamada centellea, y sus trenzas brillantes: ¡lo juro rogaba ante el altar resplandeciente por sus senos de nácar y rosa! donde se adora a Venus Citerea. Y aunque llene mi pecho de espinas Lesbia oyó la plegaria de su amante con loca fiereza, y, perdonando al genio sus agravios, la amaré: ¡que en sus formas divinas le dijo enamorada y palpitante: alza un himno triunfal la belleza! —Si tienes sed, apágala en mis labios.— Catulo,Virgilio, Horacio y Ovidio en la evocación modernista del poeta Manuel Reina • Autores: Vicente Cristóbal López • Localización: Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN 1131-9062 1131-9062 , Vol. 27, Nº 1, 2007 , págs. 27-46 • Títulos paralelos: o Catullus, Virgil, Horace and Ovid in the modernist evocation of the poet Manuel Reina • Enlaces o Texto completo (pdf) • Resumen: o Manuel Reina (Puente Genil, 1856-1905) escribió poemas sobre las figuras de Catulo, Virgilio, Horacio y Ovidio, en los que se conjuga, con la mentalidad y el estilo propios del Modernismo, mucha información procedente de la historiografía literaria ¿que ya dominaba plenamente en su época¿ y escasos ecos de lectura de tales poetas. “Este poeta de Puente Genil, pionero de aquel movimiento literario que sirvió de bisagra cultural a los dos últimos siglos, se ha encontrado en estos cuatro poemas con los más áureos representantes de la poesía latina, ha dialogado con ellos, los ha retratado en su más tópico y habitual paisaje, en actitudes igualmente tópicas (aunque algo más insólita y forzada la de Virgilio), variando en su acercamiento por medio de la alternancia de la primera, segunda o tercera persona y de la también alternante referencia a la biografía o a la obra poética de aquéllos, y nos ha dejado su fotografía, más o menos nítida. Manuel Reina ha sido testigo de esta manera, en el vehículo de su poesía, del Historicismo literario que ya dominaba plenamente en su siglo. No así, en tiempos anteriores –y apréciese la diferencia–, ni Garcilaso ni Fray Luis ni Herrera ni Góngora, lectores consumados de esos mismos poetas, para quienes Virgilio, Horacio y Ovidio eran sobre todo versos y versos y maravillosos e imitables o inimitables versos, almas versificadas, en suma, y no tanto biografía ni figuras con perfil y tiempo, pero apenas sin palabra.” (V. Cristóbal) 11
  • 12. Rubén Darío: modernismo “Coloquio de los centauros” (ecos de Ov. Met. 12, 210) En la isla en que detiene su esquife el argonauta alegres y saltantes como jóvenes potros; del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta unos con largas barbas como los padres-ríos; de las eternas liras se escucha -isla de oro otros imberbes, ágiles y de piafantes bríos, en que el tritón elige su caracol sonoro y robustos músculos, brazos y lomos aptos y la sirena blanca va a ver el sol- un día para portar las ninfas rosadas en los raptos. se oye el tropel vibrante de fuerza y de harmonía. Van en galope rítmico, Junto a un fresco boscaje, Son los Centauros. Cubren la llanura. Les siente frente al gran Océano, se paran. El paisaje la montaña. De lejos, forman són de torrente recibe de la urna matinal luz sagrada que cae; su galope al aire que reposa que el vasto azul suaviza con límpida mirada. despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa. Y oyen seres terrestres y habitantes marinos la voz de los crinados cuadrúpedos divinos (…) Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros (Gustave Moreau, “Poeta muerto sostenido por un centauro) Menéndez Pelayo: pervivencia del neoclasicismo Dice el autor de Horacio en España, el polígrafo santanderino Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), tan amigo, por contra, de la latinidad frente a otra manifestación de la cultura, que Horacio es el poeta “por quien al Lacio el ateniense envidia” en su emotivo poema titulado “Epístola a Horacio”, que da buena cuenta de la relación entre el amor a los libros y las letras clásicas, en este caso a las latinas: “Yo guardo con amor un libro viejo, Vese la dura huella señalada (...) De mal papel y tipos revesados, Y ese libro es el tuyo, ¡oh gran maestro! Vestido de rugoso pergamino; Más no en tersa edición rica y suntuosa. En sus hojas doquier, por vario modo, No salió de las prensas de Plantino, De diez generaciones escolares Ni Aldo Manucio le engendró en Venecia, A la censoria férula sujetas, Ni Estéfanos, Bodonis o Elzevirios 12
  • 13. Le dieron sus hermosos caracteres. Y corrió por los bancos de la escuela, Nació en pobres pañales: allá en Huesca Ajado y roto, polvoroso y sucio, Famélico impresor meció su cuna: El tesoro de gracias y donaires Ad usum scholarum destinóle Por quien al Lacio el ateniense envidia (...)” El rector de la estúpida oficina, Marcelino Menéndez Pelayo, Bibliografía Hispano-Latina Clásica VI (Horacio), Santander, Aldus, 1951, pp.31-36. Si bien la bibliofilia, o el amor por los libros bellos, está íntimamente unida al gusto por los clásicos, el poema de Menéndez Pelayo se caracteriza por rendir homenaje a una pobre edición de Horacio, sublimando, de esta forma, el profundo amor al libro y al contenido que éste encierra, asunto sobre el que versa el resto del poema, y que no es otro que el propio mundo poético horaciano. 13