Este documento resume y analiza la última novela de Gabriel García Márquez titulada "Memoria de mis putas tristes". Resalta la maestría narrativa de García Márquez y cómo la novela contiene los mismos ingredientes, tono y punto de vista que sus obras maestras previas. Además, discute las críticas de que la obra promueve el machismo y examina cómo la nostalgia y la evocación del pasado son elementos centrales en la escritura de García Márquez.
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Análisis de Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez en
1. INSTITUTO DE HUMANIDADES /Lengua Castellana y comunicación/ Cuarto año Medio
Unidad: Temas y problemas de la Literatura Contemporánea
Prof. T. Sánchez R. y Violeta Rodríguez
A PROPÓSITO DE "MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES": DESPUÉS DE MIS CIEN AÑOS
Arturo Fontaine Talavera (autor)
El Mercurio, domingo 7 de noviembre de 2004.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ VUELVE A ESCRIBIR UNA NOVELA. EN ÉSTA INSISTE EN
TODOS LOS RECURSOS NARRATIVOS QUE LO HAN CONVERTIDO EN UN ESCRITOR
CONOCIDO Y LEÍDO EN TODO EL MUNDO. Y LO HACE CON SU HABITUAL MAESTRÍA.
La última y breve novela de García Márquez termina con estas palabras: "después de mis cien
años". Resuenan como campanadas, aunque estén dichas por el columnista que con sus
noventa años cumplidos se lanza a escribir su "Memoria de mis putas tristes" y sólo aludan a lo
que él espera o desearía vivir. Lo requete sabemos todos: El autor de "Cien años de soledad"
tiene un encanto natural para contar una historia comparable sólo al de los narradores
anónimos de "La mil y una noches". No necesita justificar su relato, sencillamente, cuenta. Y
pese a que uno quisiera evitarlas, llegan a los labios palabras tales como magia, embrujo,
hechizo.
Estoy convencido de que "Cien años de soledad" y "Crónica de una muerte anunciada" están,
como "El Quijote", en cualquier lista de las mejores novelas de la lengua, incluso la más breve
y exigente. "Memoria de mis putas tristes" sin alcanzar esa altura máxima contiene los
ingredientes, el tono y el punto de vista con los que García Márquez escribió sus grandes
obras. En esta novela corta hay belleza a raudales. Y no se busque aquí ni el realismo mágico
de "Cien años de soledad", ni lo real-maravilloso de Carpentier ni los elementos fantásticos de
Kafka o Borges.
"No puede gustarte una novela de García Márquez", me dice en son de protesta un joven
literato. Estamos comentando este libro. "Ya no, ya no se puede". Le pregunto por qué "ya no".
Hace un gesto desdeñoso: "su machismo, su exageración permanente...". Y se trata, claro
está, de una novela cien por ciento garcia marquezca.
Un "sueño europeo"
Francesco Varanini, (Viaje Literario por América Latina: El Acantilado, 2000) que escribe
vitriólico desde Italia, ha visto en García Márquez la revitalización del sueño del "buen salvaje".
Más todavía: "América Latina" es un "sueño europeo", una "América soñada desde lejos".
Escritores como García Márquez la han reempaquetado a gusto de un lector moderno, que
desde sus prejuicios esperaba y espera justo eso.
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2. Roger Callois anuncia en Le Monde a mediados de los sesenta: "Ha sonado la hora de
América Latina". En 1968 The Times Literary Supplement, saca un número editado por David
Gallagher "enteramente dedicado a la literatura latinoamericana", anota Varanini. El éxito
arranca desde Europa. Y los europeos, sostiene, y, en general, la gente culta y civilizada
tiende a buscar ese ensueño incontaminado de lo primordial.
Frantz Fanon, dice en "Peau Noire, Masques Planches" que "el negro no sólo debe ser negro;
debe ser negro en relación al hombre blanco". Entonces "requiere una aprobación del blanco",
pero en cuanto que negro. En alguna medida al latinoamericano le ocurre lo mismo. "El
antillano", dice Fanon, "no piensa que es negro; piensa que es antillano. El Negro vive en
África. Subjetivamente, intelectualmente, el antillano se conduce como un hombre blanco. Pero
es un Negro. Eso lo aprenderá una vez que vaya a Europa; y cuando oiga mencionar a los
Negros reconocerá que esa palabra lo incluye a él tanto como a los senegaleses". Desde el
"centro" se espera del latinoamericano y de su literatura una cierta identidad "distinta, peculiar"
que él asimila sin darse cuenta y luego proyecta hacia fuera convencido de que eso es "lo
propio", de que está siendo fiel a sus raíces, de que así es auténtico.
Algo de esto es cierto, supongo. Las ficciones de García Márquez nos trasladan a un tiempo
anterior a la responsabilidad y a la culpa. ¿Y quién no añora esa "edad de oro", ese paraíso
que, como todo paraíso es un paraíso perdido? Allí todo se perdona. Claro que el colombiano
con retroceder sólo cincuenta o cien años atrás se las arregla para suscitar esa sensación de
maravilla. ¿Cómo?
Su estilo es imitable. Se lo ha copiado demasiado. Varanini, que mezcla en su diatriba
objeciones a las posturas políticas de García Márquez, críticas a la forma en que ha sido leída
e imaginada su literatura en Europa y virulentos ataques personales, da además una serie de
consejos al imitador. Estaríamos ante "una máquina retórica codificada, fácil de montar y de
desmontar". En su opinión, "la exageración es la norma". Todo es "infinito, inmenso, invencible,
increíble, irresistible, incansable, incesante, implacable, férreo, tenaz, triunfal, colosal y
milimétrico, perpetuo. O, en el lado opuesto, extravagante, impúdico, espantoso, triste y
peligroso, alucinante, alarmante, incauto, oscuro". El estilo "nobelmarquiano" debe practicar la
"estética del toque de más", es decir, del énfasis y acudir al paisaje como "coartada".
ste es uno de sus ejemplos: (El General Bolívar) "se despidió con una frase amable de cada
uno de los miembros de la comitiva oficial. Lo hizo con una sonrisa fingida para que no se le
notara que en aquel 15 de mayo de rosas ineluctables estaba emprendiendo el viaje de
regreso a la nada". Varanini concluye: "Cuando no sepáis qué decir, ni cómo decirlo,
condimentad vuestras frases amables con "rosas ineluctables". No importa si la expresión
carece de significado o es absurda, porque el autor ha definido hábilmente un contexto en el
que cualquier absurdo parece provisto de sentido. Si en el Caribe todo es mágico y la realidad
supera al sueño, cualquier comparación grosera puede mostrarse como refinada".
La pregunta, no obstante, es cómo se las arregla un escritor para crear un contexto en el que
"cualquier absurdo parece provisto de sentido". Cualquiera no lo logra, por cierto. Es la
sensibilidad de García Márquez la que seduce y contagia. Y lo hace hasta el punto de que el
lector llega a tolerar el absurdo, aunque no creo que "cualquier absurdo". El mundo interno de
sus novelas es de una cuidada consistencia. Una cosa es imitar sus adjetivación; otra, no tan
sencilla, es reproducir el ritmo hipnótico de sus frases; y otra, todavía más difícil, es hallar su
mirada y recrear su atmósfera sin caer en el mero pintoresquismo, como les sucede a tantos
epígonos. El realismo mágico después de la obra extraordinaria de sus inauguradores se ha
vuelto tópico y predecible.
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3. Goce y desmesura
García Márquez sumerge al lector en un mundo nuevo por antiguo. Es un viaje por un territorio
al que sólo él puede llevarnos. Su imaginación se inflama cuando trae a la vida un trozo del
pasado. A diferencia de Proust o de Joyce no se trata de un pasado teñido por la subjetividad
del autor-personaje sino que de la de otra persona muy cercana -como puede serlo quizás un
abuelo o una abuela- y de su mundo social. En García Márquez siempre se recupera al
personaje junto con su aldea, ambos remotos.
Escribe el narrador de "Memorias de mis putas tristes": "...hasta que la realidad les enseñó que
el futuro no era como lo soñaban, y descubrieron la nostalgia". Más adelante se dice que los
jóvenes lectores del nonagenario "pusieron de moda la nostalgia". El pasado, ha escrito Sartre,
"es lo que soy sin poder vivirlo". El arte de García Márquez resucita un mundo lejano y
fenecido, rescatado, en el fondo, por un acto de amor. Lo que no excluye, por supuesto, un
humor fino, tierno y casi constante, que lo libra de esas maneras autocomplacientes y
empalagosas que adquiere tan a menudo la nostalgia: "Antes de salir me asomé al espejo del
lavamanos. El caballo que me miró desde el otro lado no estaba muerto sino lúgubre, y tenía
una papada de Papa, los párpados abotagados y desmirriadas las crines que fueron mi melena
de músico".
Neruda pensaba que la gran poesía brotaba de "un acto de arrebatado amor" y me parece
sentir eso en esta novela que es una impredecible celebración de la vida, un generoso "sí" a la
existencia a pesar de todos sus pesares. No hay duda: hay en la escritura de García Márquez,
una alegría simple, gozosa y real.
Hay un gozo, desde luego, en ciertas palabras -no demasiadas, tampoco- cuyo sabor, como en
Rulfo, es el de los tiempos remotos que regresan: los "botines remozados con blanco de zinc",
"el reloj de oro coronario con la leontina abrochada al ojal de la solapa", "filipichín", "plafondo",
"linimento de árnica", "bebedizo de bromuro con valeriana", "adobes sin repellar"...En seguida,
hay giros extremados o arrebatados que resultan entre poéticos, cursis y divertidos como
"tetas de astrónoma". El lector adivina, por supuesto, que se trata de tetas de tamaño
astronómico. O expresiones como "piel tostada por soles de mar bravo". ¿Por qué el mar bravo
va a tostar de algún modo particular si no es el mar sino el sol el que tuesta? Y sin embargo, la
frase nos sugiere la fuerza impetuosa que esa mujer tostada promete aunque esté dormida.
Después están, por cierto, esas inolvidables descripciones, cuya eficacia proviene, tal vez, de
que son breves, exactas, rotundas y desmesuradas aunque el narrador parezca no notarlo:
"Tenía la conducta, el estilo y el pavor de un médico"; "...su ropa de pobre doblada sobre una
silla con un esmero de rica"; "...me quitó los pantalones con una maniobra maestra y se
acaballó sobre mí, pero el terror helado que me empapaba el cuerpo me impidió recibirla como
hombre"; (el gato) "...era un precioso ejemplar de angora, de pelambre rosada y tersa y ojos
iluminados, cuyos maullidos parecían a punto de ser palabras"; "... deslicé la yema del índice a
lo largo de su cerviz empapada y toda ella se estremeció por dentro como un acorde de arpa";
"...el cadáver enorme, desnudo, pero con los zapatos puestos, tenía una palidez de pollo al
vapor en la cama empapada en sangre". Si esto no es escribir con genio, bueno...
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4. Las reflexiones que intercala de tanto en tanto también tienen un tono categórico, sentencioso
y final, alejado de todo intelectualismo: "...pero ella no creía en la pureza de mis principios.
También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás". O esta
otra conmovedora meditación sobre la vejez que se repite, con variantes: "es que me estoy
volviendo viejo, le dije. Ya lo estamos, suspiró ella. Lo que pasa es que uno no lo siente por
dentro, pero de fuera todo el mundo lo ve". (En la página 14 lo dice él y ahora, en la 95, debe
ser él quien lo reitera).
"Esta memoria de mi grande amor" sería, quizás, un título más ajustado a lo que ocurre en
esta novela que "Memoria de mis putas tristes". ¿Por qué tantas, por qué tristes? En verdad,
se trata sólo de una puta -las demás apenas aparecen- y ésta no está triste. Pero, claro, el
autor se dejó seducir por esa frase como de bolero que le viene al personaje, un viejo
periodista que trabajó como "inflador de cables" de "El Diario de la Paz", lo que "consistía en
reconstruir y completar en prosa indígena las noticias del mundo que atrapábamos al vuelo en
el espacio sideral por las ondas cortas o el código Morse". Ahora, jubilado, como sabe, publica
una columna firmada. "Rosa Cabarcas tomó aires: El bolero es la vida. Yo estaba de acuerdo,
pero hasta hoy no me atreví a escribirlo." Como pasa a menudo con García Márquez, pese a
tener en este caso apenas ciento ocho páginas, su relato está atiborrado de episodios que se
suceden sin dar tregua. Son acontecimientos que se presentan y se esfuman manteniendo al
lector siempre con los ojos abiertos y asombrados. La narración es apretada como puede serlo
el tejido de una alfombra persa de buena clase. Hay una perfecta coherencia del lenguaje y de
la atmósfera que evoca. Gracias a todo ello el novelista inhibe en el lector la sospecha de
arbitrariedad, y genera, por el contrario, una impresión de inevitabilidad, de destino.
Sin dolor
En los personajes arcaicos de García Márquez hay, como corresponde, poca introspección. No
dudan. Se siente, en cambio, la frescura del descubrimiento y una vitalidad inocente aún en
medio de la violencia más atroz: "Crónica de una muerte anunciada". La violencia es primitiva y
sujeta a códigos primitivos, lo que la excusa. Lo que no cabe en la poética de este mundo es, a
mi juicio, el verdadero dolor, la desesperanza, lo sórdido. Cuando la realidad se vuelve de
veras hostil y las personas están desamparadas, García Márquez prefiere el reportaje
periodístico: "Noticia de un secuestro".
Esta novela -lo indica el epígrafe- es un homenaje a otra: "La casa de las bellas dormidas" del
japonés Yasunari Kawabata. García Márquez la reescribe del mejor modo posible:
apropiándose de ella por completo, haciéndola suya como no lo harán con sus bellas dormidas
ni el anciano japonés Eguchi ni el nonagenario colombiano que visita el prostíbulo de Rosa
Cabanares.
Porque ¿de qué trata, a fin de cuentas, esta historia? De una pasión de viejo que bien podría
ser también la de un niño: el amor como pura contemplación de la belleza. "...yo había
encontrado un tono de voz que ella oía sin despertar, y me contestaba con el lenguaje natural
del cuerpo...A medida que la besaba aumentaba el calor de su cuerpo y exhalaba una
fragancia montuna. Ella me respondía con vibraciones nuevas en cada pulgada de su piel, y en
cada una encontré un calor distinto, un sabor propio, un gemido nuevo, y toda ella resonó por
dentro como un arpegio y sus pezones se abrieron sin tocarlos".
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