2. 2
P RESENTACI ÓN
Esta es una serie de cuatro artículos periodísticos que reproducen,
analizan y reflejan desde diferentes perspectivas los que en su
momento fueron llamados “Sucesos de 1932”. Por cierto, la literatura
de la época no se atrevió a nombrarlos de otra manera, y en efecto,
no podía ser de otra manera:
- El dictador Martínez ya había asumido el poder y había
demostrado que poco le importaba asesinar 10,000, 20,000 o
30,000. Uno más o uno menos no iba a empequeñecer o
magnificar más el hecho.
- El ambiente periodístico desarrollaba una tarea ideológica, a tal
punto que las personas normales, comunes y corrientes se vieron
influenciados por lo que decía la prensa: Los indígenas son
malos, son haraganes, son comunistas y asesinan ladinos.
- Martínez fue engrandecido como el salvador de El Salvador.
Además, en su momento, Martínez envió a un escritor pagado por el
gobierno para redactar su versión de los hechos, a esto sumó una
serie de presentaciones artísticas, teatrales por el país, donde se
representaba su idea de la masacra: los indígenas son comunistas,
son malos, si no les matamos, nos matan.
Décadas después, algunos documentos importantes, que reflejan los
hechos de manera más cierta y firme son vistos con cierta pasión por
la sociedad intelectual del país: Dalton, Anderson y Ching, escriben
documentos basados en testimonios o evidencia cierta y probada. No
cabe duda, el etnocidio ha causado una cruel herida a la identidad
nacional y sobre todo, se ha asesinado a inocentes con lujo de
sadismo.
Estos cuatro artículos provienen de Vértice, Diario Latino y Nuevo
Enfoque, y son contribuyentes a la generación de una comprensión
de la masacre, basada en testimonio y análisis justo.
3. 3
ARTICULO 1: AMA, LA HISTORIA
PROHIBIDA
1932: SETENTA AÑOS DESPUES
AMA
La memoria prohibida
¿Qué significa ser descendiente de Feliciano Ama en el siglo XXI? A setenta
años de los hechos, elsalvador.com y Vértice recoge el testimonio de la
familia que sobrevivió la tragedia y la barbarie del levantamiento indígena
de 1932.
Erick Lombardo Lemus
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Ama
es una
conjug
ación
verbal
simple
del
modo Don Juan Ama, sobrino, y doña Paula Ama, hija, son los
indicat herederos del legado del cacique Feliciano Ama.
ivo. En San Salvador, esa palabra no es nada por si sola; pero, en
Izalco, Sonsonate, es un nombre que evoca sensaciones opuestas
Feliciano Ama, para unos, no debió haber nacido; para otros, fue un
mártir; para su familia solo fue un hombre, su padre, su tío, su
abuelo.
Hace 70 años, el cuerpo de José Feliciano Ama pendía de una ceiba
frente a la Iglesia de la Asunción y los soldados ordenaban que los
niños se colgaran de sus piernas y le quemaran la barba con trozos de
carbón. Aquel día, el levantamiento indígena de 1932 murió tan
pronto como había arrancado.
¿Era inevitable la muerte de su abuelo? pregunto a José, un ex
seminarista de la Iglesia Católica e hijo de una de las hijas que
sobrevive a Feliciano. Medita un instante y visualiza: “Si todo
aquello hubiera sido en otra época, mi abuelo no habría muerto;
hubiera sido juzgado en un tribunal con defensor. Pero le tocó vivir
eso”.
José, como toda la familia Ama, se distancia de los matices políticos.
4. 4
No simpatiza con el uso del nombre que han hecho de su abuelo.
“Yo estoy consciente que el finado de mi abuelo murió de una forma
equivocada. Estoy consciente que él nunca tuvo necesidad de robarle
a alguien. Más bien, este señor sirvió como cebo de alguien”,
sostiene, orgulloso de su apellido.
El mayordomo mayor
José Ama es hijo de doña Paula, de casi 90 años de edad, una
anciana que llora cuando revive aquellos días trágicos que le costó la
vida a su padre.
“Ah, lo que ya pasó, pasó”,
protesta Paula y rompe en
sollozos.
“Ella se pone bien mal
cuando se habla del tema
(...) a mi finado abuelo lo
mataron el 28 de enero, el
día del cumpleaños de mi
mamá. Ella tenía 19 años”.
¿Qué hicieron con ella?
insisto. “La intimidaron”,
Doña Paula sobrevivió la masacre y recuerda con dolor la
muerte de su padre.
remata.
La historia del suplicio que
vivió la familia Ama, a lo largo de setenta años, nadie lo ha contado;
pero es más fácil interpretarlo a partir del testimonio de don Juan
Ama, sobrino de Feliciano.
La memoria de este hombre de 96 años fue el eje de la investigación
hecha por el documentalista Flores .
El liderazgo de Feliciano se comprende a partir del día en que se
casó con Josefa, la hija de Patricio Shupan, quien era el mayordomo
principal de la Cofradía del Corpus Christi y el cacique de Izalco.
La Cofradía es la fiesta religiosa exclusiva de los indígenas. Ahi el
poder giraba en torno al cacique, quien mediaba la relación de poder
entre el mismo presidente de la República y la comunidad que
representaba.
Él era el jefe de la comunidad indígena; no era un funcionario del
gobierno ladino, sino una autoridad extra legal cuyo poder residía en
el reconocimiento que su pueblo le concedía.
“Era un antigua, era principal del pueblo, era cacique, mayordomo”,
nos explica don Juan, y relata que Shupan vio con buenos ojos a
Feliciano por su humildad.
Feliciano, antes de casarse, “era pobrecito, trabajaba con la cuma, era
jornalero, pues; hasta que se casó, se fue levantando”, gracias al
apoyo de su suegro que lo involucró en sus tareas como un hijo.
Patricio Shupan era jefe de Izalco y bajo su mando estaban los
designios de los cantones Tunalmiles, Higueras, La Quebrada y
Tescal, entre otros. Su poder había sido concedido por la misma
comunidad.
5. 5
Junto a Shupan estaba José Feliciano, que se encargada de recibir a
los mandaderos de la Cofradía, llevar la recolección de las ofrendas
que se hacían para celebrar las fiestas y acompañar a su suegro a
reuniones presidenciales.
“Iban al cerro, a dejar una candela para que no se encareciera la
comida y eran los principales de las mayordomías”, nos explica,
vívidamente, don Juan.
Don Juan se aferra a un bastón de cedro mientras cuenta sus
recuerdos. “Cuando vino José Feliciano ya había trabajo. Patricio fue
quien conoció las tierras comunales”.
Las tierras comunales es la semilla de la discordia que desembocó en
el baño de sangre en 1932.
Don Juan rememora que “cuando (Tomás) Regalado era presidente
le regaló 40 manzanas a su yerno con sus escrituras. ¿Y quién le
decía algo? Y no él mandaba, pues. Él disponía como si fuera el
dueño”; pero, don Juan, enfatiza que “las tierras comunales eran del
Padre Poderoso... para los indios...”.
Los indígenas empezaron a ser expropiados y Shupan empezó a
reclamar lo que -
desde su punto de
vista- les
pertenecía.
El “bocado”
Pero el destino de
los Ama se marcó
en 1917 luego que
Shupan asistiera a
un almuerzo en la
residencia
presidencial. Don
Carlos Meléndez
fue el anfitrión. Don Juan junto a Rosalío (Chalío) Ama
frente al altar del Niño Pepe, una
importante Cofradía de Izalco.
Shupan salió de
Casa Presidencial sintiéndose mal, con un fuerte dolor en el
estómago. Todavía tuvo tiempo de abordar el tren de regreso a casa,
pero, cuando llegó a la estación de Izalco, había muerto.
“Ahi empezó la vida de mi tío”, reflexiona don Juan.
De la noche a la mañana, este hombre, de 1.70 m. de altura, oriundo
de Izalco, que nació en 1881, que usaba pelo corto, bigote y barba
bien recortada, vestía cotón (camisa y calzón de manta), caites y
sombrero de palma, tuvo que convertirse en el nuevo cacique.
“Él era una persona muy sencilla, no como lo quieren pintar ahora,
como un gran personaje. Era una persona de voz suave, de hablar
suave, pero claro. No hablaba mucho en castilla sino en lengua
(nahuatl). Era un señor muy respetativo con todo el personal; no
tenía ningún enemigo. No ofendía a nadie de ninguna manera”,
recuenta su sobrino.
José Feliciano prosiguió el mandato que se le había legado y
6. 6
continuó la demanda de las tierras comunales. Mas la llegada de los
años 30 aceleró el ritmo de la historia.
“Zapata y Luna le calentaron la cabeza. Mi tío era jefe de las tierras
comunales. Tenía varios cantones a sus manos (Los Lagartos, San
Isidro...). Tenía agarrado todo eso. Y por eso vinieron”.
Los universitarios Mario Zapata y Alfonso Luna llegaron a Izalco en
busca de un líder y lo encontraron en el jefe del pueblo.
La mesa mágica
Durante una de las fases de
la investigación, se logra
reunir a don Juan y doña
Paula, primos hermanos,
para hablar sobre sus
recuerdos.
“A mi finado tata, le
gustaba sembrar maíz
La Cofradía del Niño Pepe, el señor de las tortugas, significa el negro. Ahi había maíz
encuentro con el baile, el humor y las raíces del pueblo. negro”, dice doña Paula y
luego insiste en olvidar el pasado.
“Si... lo que ya pasó, ya pasó, pero mucha gente está equivocada y
creen que José Feliciano fue el compromiso de la matanza y él no
debía nada (...) A él, las lenguas lo mataron. Eso fue matanza, pero
por lengua”, insiste don Juan.
Para nadie es un secreto que Feliciano era el líder del movimiento
que reclamaba la devolución de las tierras comunales. Zapata y Luna
le garantizaron que lo iban a lograr .
Sin embargo, lo que nadie recuerda es que el cacique de Izalco
consultaba a una mesa mágica en busca de respuestas.
“Esa mesa era de los antiguas y se la vendieron a mi tío. Y ese fue su
error porque siempre que le preguntaba ‘¿cómo vamos? ¿vamos a
ganar (las tierras comunales)?’, la mesa le respondía que sí, pero
nadie le enseñó a usarla bien”, interpreta don Juan.
En otras palabras, nunca supo cómo funcionaba la mesa mágica y
“ese fue su error”.
Luego, la memoria sobre la noche del viernes 22 de enero de 1932,
se confunde en dos planos.
Primero, Feliciano y sus seguidores se reunieron en el pueblo de
Izalco y gritaban “¡Nosotros queremos las tierras, somos
comunales!”.
“Se juntaron todos con piedras y machetes. Cuando mi tío fue a
atacar Sonsonate fue con 200 hombres. Pero fueron de brazos
cruzados, porque mi tío las uñas largas llevaba”, ilustra don Juan en
referencia a las armas de José Feliciano.
Pero, segundo, don Juan también recuerda que en la madrugada llegó
gente de Juayúa a bordo de un camión. Lo que siguió marcó la suerte
de su tío Feliciano.
“Los de Juayúa hicieron caballadas. Mataron al alcalde y a Rafael
Trillos. Rompieron con todo y dejaron babosadas en las calles,
7. 7
azadones, cumas y llenaron el camión con lo que podían” aunque “lo
que más cólera les dio a los ricos es que abusaran de las mujeres
solas... hicieron caballadas y de todo eso le echaron la culpa a mi
tío”.
El
fuego
militar
José
Felici
ano
regres
óa
Izalco
sin
que
temier Don Juan Ama es toda una autoridad en Izalco, a pesar del
progresivo quebranto de su salud.
a por
su vida, a pesar que los ladinos empezaron a pedir su cabeza.
Su nieto, recuerda que “el abuelo se fue a unos huatales en las
afueras de Izalco”, y dice que “el finado abuelo” nunca analizó que
lo verían como culpable de lo que pasó en Izalco.
“¡Qué se iba a quitar el pencazo, el pobre!”, sentencia don Juan.
El general Maximiliano Hernández Martínez contuvo el
levantamiento y apuró el envío de refuerzos a los poblados críticos.
“Martínez encomendó a su compadre Alfonso Marroquín y a Tito
Calvo” quienes “trajeron soldados de Chalatenango y San Miguel”,
relata don Juan, “ellos agarraron la coba y no dejaron santo parado
de los indios... pao-pao-pao-pao... y a cada rato los tiros”.
La versión de don Juan dice que la misión de atrapar a José Feliciano
fue encomendada a Cabrera, el comandante de la estación de Izalco.
“Salieron con tres perros hacia el potrero. Iban con 30 soldados
vestidos de paisano y cuando llegaron al potrero más pequeño, estaba
acurrucado. ‘Ajá, vos sos ¿no?’, le dijeron. El tío José dijo: ‘sí, yo
soy Ama’. Lo amarraron y lo presentaron a la alcaldía”.
¿Qué más recuerda? pregunto.
“Los de la Alcaldía lo vieron mal. Le fue mal... se equivocó bastante
en ese trabajo”, dice, reflexivo, “si él se hubiera ido a presentar al
gobierno a que lo mate, quizá estuviera vivo (...) El murió ignorante,
trabajando estaba en lo de la tierra comunal y los ladinos le pusieron
comunista”.
Eleuterio Campos y Alejandro Trujillo, al parecer, fueron quienes
señalaron a Feliciano.
8. 8
Ley del talión
La ceiba donde colgaron el
cuerpo de José Feliciano se
sequó y hoy, en ese lugar,
yace una fuente vacía.
Pocos de los que llegan al
parque, saben que ahi hubo
un linchamiento en 1932.
Paradójicamente, quienes
Don Juan presidió años atrás la Cofradía del Niño Pepe y lideraron el operativo
todavía infunde respeto y afecto. militar en Izalco, el general
Alfonso Marroquín y el coronel Tito Tomás Calvo fueron fusilados
por el mismo hombre que les ordenó socavar la rebelión indígena.
El 2 de abril de 1944, una sublevación militar intentó derrocar a
Hernández Martínez; pero no tuvo éxito. El 10 de abril, en los patios
de la Policía Nacional, Marroquín y Calvo enfrentaron el petolón de
fusilamiento.
En su casa humilde, don Juan Ama, rememora y analiza todo con la
sabiduría. Cada tarde, frente a las ruinas de la casa que le derrumbó
el terremoto el año pasado, observa hacia el volcán que le salvó la
vida.
“A mi me capturaron y también me iban a matar en las faldas del
volcán, cuando hizo erupción. Los soldados dijeron: ‘vamos de aqui’
y salieron corriendo y yo detrás de ellos. Cuando llegamos a Izalco,
me dice el sargento: ‘bueno, y vos por qué te viniste con nosotros si
pudiste huir’. Es que yo no debo nada” les dijo y le perdonaron la
vida.
¿Y su tío? le pregunto. “Por las tierras comunales fue el percance que
le sucedió al tío José”, susurra.
“Empezando su declaración estaba, cuando -chaz- le tiraron la lasada
y lo ahorcaron. ‘Vayan y guíndense de ese indio’, decían los
soldados (...) Murió por equivocación”.
9. 9
ARTICULO 2: SIETE DECADAS ATRAS
Siete décadas atrás
Para cuando el calendario señala los primeros días de enero de 1932, El Salvador
hereda del derrocado régimen del ingeniero Arturo Araujo una administración
corrupta, una sociedad en crisis, un pueblo descontento y una economía casi en
quiebra, derivada de los bajos precios internacionales del café y de los efectos de la
Gran Depresión estadounidense de 1929.
Ante el acoso de la pobreza, del interior del país llega a la capital una
gran cantidad de campesinos pobres y enfermos, lo que ocasiona un
crecimiento ciudadano sin control, plasmado en cinturones de
miseria en el sur de San Salvador y en innumerables como insalubres
mesones, tan denunciados y combatidos por el escritor Alberto
Masferrer.
Como respuesta a esas condiciones de vida infrahumana y a diversos
abusos cometidos en el agro nacional, se extremizan el sindicalismo
y el movimiento obrero, dando pie al nacimiento del Partido
Comunista Salvadoreño (PCS).
En la noche del 2 de diciembre de 1931,
el corrompido e incapaz régimen del
Partido Laborista, encabezado por el
ingeniero Araujo, fue derrocado por
jóvenes militares agrupados en un
Directorio Cívico. Dos días más tarde,
entregaron el Poder Ejecutivo al
vicepresidente constitucional, general
Maximiliano Hernández Martínez, quien
lo detentaría por espacio de trece años,
hasta mayo de 1944.
Como una de las primeras acciones del
nuevo gobierno, tienen lugar las diferidas
elecciones municipales y legislativas en
La última foto del caicque Feliciano Ama enero de 1932. Los comicios fueron
antes de ser ahorcado en el pueblo de
Izalco. fraudulentos. Varios sitios de votación
fueron suspendidos en poblaciones en las
que el PCS tenía fuerte presencia, partido que participaba pese a
saber que no existía libertad electoral (había libros en los que se
apuntaban los nombres de los votantes y su opción política
partidista).
El inicio del alzamiento
Los obreros y el PCS radicalizaron sus acciones políticas, hasta
considerar como única opción la de la violencia armada. Motivada
por agitadores, la insurrección campesina estaba ya en marcha
cuando, el 18 de enero, fueron capturados Agustín Farabundo Martí
y los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata.
10. 10
Los actos de captura fueron realizados por el capitán José Sánchez
Agona y por diez hombres armados, en una finca al oeste del actual
Colegio María Auxiliadora, en el capitalino barrio de San Miguelito.
A las 10 y 30 de la noche siguiente, se produjeron frustrados asaltos
al Cuartel de Caballería (después sede de la Policía de Hacienda),
sucesos que, unidos al descubrimiento de material explosivo en casas
de dirigentes comunistas, motivó al gobierno martinista a decretar el
estado de sitio y la ley marcial en los departamentos de Sonsonate,
Santa Ana, La Libertad, San Salvador y Chalatenango. Poco después,
implanta una severa censura de la prensa escrita, sometida a las
disposiciones editoriales del jefe de la Policía Nacional.
Para la noche del 20, el PCS se reúne y debate sobre si debe
comenzarse o no la insurrección en el occidente del país. Como
resultado de las consultas, varios comunicados para detener a las
fuerzas insurrectas fueron emitidos al día siguiente, pero muchos de
ellos ni siquiera llegaron a su destino.
La erupción de Izalco
Antes de la medianoche del día 22, con la erupción del volcán de
Izalco como marco cinematográfico, varios miles de campesinos se
lanzaron a la invasión de poblaciones como Villa Colón, Juayúa,
Salcoatitán, Sonzacate, Izalco, Teotepeque, Tepecoyo, Los Amates,
Finca Florida, Ahuachapán, Tacuba y otras poblaciones más,
azuzados por los dirigentes comunistas y armados con machetes y
algunos cientos de fusiles Mauser, dejados por Araujo en sus manos
para organizar la defensa de su régimen tambaleante.
Como miras principales, los ataques iban dirigidos contra cuarteles,
guarniciones de policía, oficinas municipales y de telégrafos, al igual
que contra casas de reconocidos terratenientes y comerciantes de la
zona.
Desde la madrugada del día 23, tres intentos de toma son repelidos
por las ametralladoras “tartamudas” del bastión militar de la ciudad
de Ahuachapán, comandado por el general José Guevara. En los
muros de la fortaleza, un hijo del militar contempla los frutos que
producen la crisis, el fanatismo político y el alcohol extraído de las
tiendas saqueadas. Años más tarde, una vez entrenado por el ejército
estadounidense, ese niño de doce años pasaría a ser conocido en la
historia nacional como el general José Alberto “El Chele” Medrano.
Tacuba es tomada por asalto por los 1500 comunistas que dirige el
estudiante universitario Abel Cuenca, quien se encuentra con el
grave problema de tener que alimentar a tan grandes cantidades de
población, a la vez que busca evitar que continúen las violaciones y
el pillaje generalizado.
11. 11
El movimiento frustrado
En la mañana del día 23, los
insurrectos realizan un
frustrado intento de tomarse
el cuartel de Sonsonate. Su
herido comandante, el
coronel Ernesto Bará,
conduce la acción de
La tienda La Dalia, propiedad de un inmigrante italiano, fue
saqueada durante el alzamiento indígena el 22 de enero de rechazo.
1932. Varias columnas de
soldados, policías y guardias nacionales parten por tren desde San
Salvador hacia las zonas insurrectas. Viajan bajo las órdenes
expedicionarias del general José Tomás Calderón. Una vez han
hecho su labor en el departamento de La Libertad, retoman Colón y
Sonzacate, desde donde dirigen la captura de la plaza de Izalco.
Entre los días 24 y 25, las fuerzas militares gubernamentales entran
en Nahuizalco, Juayúa -donde pasan por las armas a Francisco
Sánchez, capturado en San Pedro Puxtla-, Ahuachapán y Tacuba.
Como último evento de esos hechos sangrientos, el 31 de enero, un
consejo de guerra presidido por el general Manuel Antonio
Castañeda juzgó y condenó a Martí, Luna y Zapata a morir fusilados
en el Cementerio General de San Salvador, previo traslado desde sus
celdas en la Penitenciaría Central, ubicada donde ahora se alza el
céntrico edificio del Fondo Social para La Vivienda (FSV).
Como herencia de aquellos años, la cifra exacta de muertos quizá
nunca pueda saberse. Hasta la fecha, periodistas y tratadistas sobre el
tema como Thomas P. Anderson, Jorge Arias Gómez, Patricia
Alvarenga y otros han manejado cifras que varían desde 4800 hasta
30000 personas fallecidas en esa coyuntura de la historia
salvadoreña, que -como sostiene el investigador social Jaime Barba-
ahora urge de una revisión histórica desapasionada y científica, con
miras a la verdadera reconciliación.
La voz indígena
Dos años de trabajo testimonial y filmográfico recogen el punto de
vista de algunos miembros de la familia Ama. Los testimonios de los
sobrevivientes de la familia Ama han sido rescatados por un recurso
poco ortodoxo en el país: el cine independiente. No fue un
historiador ni un antropólogo, sino un cineasta que ha invertido siete
años para aproximarse a estos hechos enterrados por la memoria
colectiva. El cineasta salvadoreño Daniel Flores y Ascencio convivió
con esta familia y conoció a pausas el maravilloso mundo indígena
de El Salvador contemporáneo desde la perspectiva más cercana.
"Don Juan me dijo "hagamos la película, pues" después de cinco
años de conversar. Eso es lo bonito de todo este proyecto, que surgió
de la misma memoria", señala. Flores me incluyó en la última etapa
del trabajo para que desarrollara una investigación paralela a la
realización filmográfica y conocí los entresijos del pueblo de Izalco y
12. 12
la calidez de la familia Ama. Flores ha trabajado junto al productor
Pepe Montoya y el editor Edson Amaya, entre otros miembros de
este equipo de producción. El fruto de esta realización (que se rodó a
lo largo de dos años) se exhibirá el próximo martes 22 de enero en la
Iglesia de La Asunción, en Izalco. A lo largo de los últimos meses,
he compartido días de sol, polvo y hambre en busca del momento
exacto para charlar en la situación más natural con toda una familia
que tiene derecho a ser vista sin los prejuicios, que tanto la izquierda
y la derecha, le han atribuido sin cruzar palabra con ellos ni
conocerlos. Como es lógico, el temor a ser señalado sin derecho a ser
escuchado y el estigma contra Feliciano ha sido una constante a lo
largo de toda investigación. Desde autoridades culturales a
funcionarios locales, nadie ha escapado al intento por detener el
proyecto. Esta familia , sin embargo, es un ápice de toda la
cosmovisión indígena de Izalco y, como señala Julia Ama (una de las
nietas de Feliciano) "hay que sentir todo ese torrente indígena por las
venas" y defender la identidad que se ha perdido. En Izalco, el
mundo precolombino está presente en la celebración férrea de sus
cofradías y en el respeto a sus padres, que no están muertos; por el
contrario, son testimonios vivos.
13. 13
ARTICULO 3: LOS ORIGENES DE LA
MATANZA
Los orígenes de la matanza indígena de
1932
Un ex presidente de la República, cuando
era diputado, golpeaba su curul y decía: "Estoy
orgulloso de que mi abuelo detuviera a las
ordas comunistas"
Néstor Martínez
Editor Trazos Culturales
Cuando los españoles llegaron al territorio que hoy se conoce como
El Salvador, no encontraron oro ni joyas. Aún así, quedaron
deslumbrados: desde las alturas contemplaron muchas parcelas
cuidadosamente cultivadas por una población sedentaria que estaba
adaptada a la explotación de la Naturaleza. Su influencia, entonces,
en la tierra y en la gente que habían descubierto fue profunda.
La relación del indígena con la tierra habían creado una filosofía
relativa al significado y fines del ser humano. La máxima expresión
de su relación con la tierra era el maíz, principal motivo de la
siembra, tanto que los indígenas creían que el ser humano fue creado
a partir de dicha planta.
"Todo lo que hacían y decían estaba tan relacionado con el maíz que
casi lo consideraban como a un dios. El embeleso y el éxtasis con
que contemplaban sus milpas era tal, que por ellas olvidan hijos,
mujer y cualquier otro placer, como si la milpa fuera el objeto final
de su vida y la fuente de su felicidad...". El maíz no solo era la base
de la economía de los nativos, sino que lo era también de su vida
cotidiana. Era sagrado.
Esa unidad, de la tierra con el ser humano, no fue comprendida por
los españoles conquistadores, y ni siquiera más tarde, por sus
herederos, los ladinos y criollos. Por el contrario, junto a la Iglesia,
se encargaron de despojar al indígena de toda relación con la tierra,
desde su espiritualidad hasta su posesión. Esa fue la semilla del
conflicto que desembocó en 1932, con la matanza de miles de
indígenas que reclamaban la tierra ancestral, no para producir, sino
para comer.
14. 14
Los españoles introdujeron algo desconocido por indígenas: la
posesión por una sola persona de una vasta cantidad de tierra, y
además de destinarla para fines comerciales intensivos con los
monocultivos. Porque los nativos, no solo cultivaban maíz, sino una
gran cantidad de plantas alimenticias y comestibles: chile, tomate,
cacao, calabazas, entre otras.
Y sucedió el primer gran despojo de tierra para introducir ganado, lo
que volvía la tierra improductiva para alimentar a la población
nativa, luego de introdujo el añil, caña de azúcar, se intensificó el
cultivo del algodón...
A pesar de este despojo, el indígena logró sobrevivir con su
acostumbrado ritmo de vida: la siembra de su propia parcela, de maíz
principalmente. A mediados del siglo XIX, todavía se reconocían
comunidades indígenas, cuyas tierras junto a las ejidales, fueron el
blanco del segundo gran despojo, con la introducción del cultivo del
café.
En los años 1872 y 1875, se registran levantamientos campesinos por
disputas de las tierras. Era el acoso contra los ejidatarios y
comuneros de la entonces clase dominante: los cultivadores de café.
Los primeros alquilaban la tierra ejidal, ociosa, ya que estaba
destinada al crecimiento futuro de la población, y las tierras
comunales era propiedad de los indígenas.
Hacia 1874, en un documento oficial redactado por el Bachiller
Pasante don Esteban Castro, refleja el pensamiento de los
terratenientes cafetaleros acerca de los agricultores indígenas: "Sacan
lo que llaman una tarea en las horas de la mañana (no es posible
hacerlos trabajar más) y pasan el resto del día en la vagancia y la
holgazanería. Reglamentando las horas de trabajo del modo más
convincente y adecuado, creo que se hará un gran servicio a la
agricultura, a la moral y a los jornaleros, pues el agricultor
aprovechará el tiempo, tesoro inestimable, y aquellos ganarán el
doble y aún el triple si se quiere, empleando todo el día su fuerza en
labrar la riqueza pública".
También decía: "la agricultura necesita brazos y no encuentra, o
tienen los agricultores que pagar jornales tan crecidos que absorben
gran parte de su ganancia..."
Debe entenderse que la palabra "agricultura", como aún se emplea en
estos días, no se refiere a los cultivos de los indígenas, sino al café,
que por su expansión en el mercado mundial, necesitaba mano de
obra de la que no disponía.
Y recomienda "que se impongan las obligaciones a los enfitiutas
(persona que tiene el dominio por cesión perpetua o por largo tiempo
15. 15
el dominio útil de un inmueble. NdR) de cultivar en la mitad de
dichos terrenos artículos de exportación, como, café, añil y, en el
resto el huate (plantación de maíz destinado al forraje. NdR) y los
necesarios para el consumo".
En Izalco, sucedió un incidente en el año de 1875, que ya apuntaba al
levantamiento indígena en su lucha por al tierra: según una
publicación de esa fecha "Ya saben nuestros lectores por este diario
la desgraciada intentona de Izalco y el resultado que ha tenido. Unos
cuantos inocentes sugestionados por gentes aviesas malintencionadas
creyeron que se atacaban sus derechos con la venta de un terreno
ejidal y en vez de acudir a los tribunales competentes fueron
arrastrados a la desobediencia y la rebelión. Los tribunales aplicarán
el condigno castigo a los culpables".
En este informe queda clara la necesidad de crear mano de obra
artificial y al mismo tiempo de que sea barata. Entonces, un
maquiavélico plan empieza a ejecutarse.
En 1879, en atención al Ministerio de Gobernación las diferentes
gobernaciones departamentales presentaron un informe sobre los
terrenos que haya en la población del Departamento "sin acotarse y
repartirse y cual sea su extensión, así como el cánon establecido por
el uso de ellos...".
De acuerdo con los informes, se resume que el porcentaje de ejidos y
comunidades en relación con el territorio agrícola es del 21.7 por
ciento. Aproximadamente 281 mil 294 hectáreas repartidas en doce
departamentos, ya que dos de ellos no presentaron el informe. De ese
porcentaje, un 13 por ciento pertenecía a Sonsonate y Ahuachapán,
donde sucedió el grueso de la matanza indígena de 1932.
En la memoria presentada por el Ministerio de Gobernación, en
1880, se informa que "se ha creído indispensable reducir a propiedad
particular los ejidos de los pueblos y que sus moradores se dediquen
a la siembra de plantas permanentes y de producción exportable...".
El resultado del informe de 1874 y del censo de 1880 fue la "Ley de
Extinción de Comunidades", emitida el 15 de febrero de 1881, que
en su considerando dice que "la indivisión de los terrenos poseídos
por comunidades, impide el desarrollo de la agricultura, entorpece la
circulación de la riqueza y debilita los lazos de la familia y la
independencia del individuo...Que tal estado de cosas debe cesar
cuanto antes, como contrarios a los principios económicos, políticos
y sociales que la República ha aceptado..."
Según el decreto los comuneros o compradores de derecho de las
mismas tierras o cualquier otra persona que tuviera "otro título legal"
serían considerados dueños legítimos de la parte que se tenía en
posesión.
16. 16
A continuación, el 2 de marzo de 1882, se emite el decreto de la Ley
de Extinción de Ejidos, cuyo texto no difiere muchos del anterior y
concedía seis meses para la obtención de títulos. El valor de cada
manzana era de tres pesos. Que era bastante, si se considera que un
Auditor de Guerra ganaba 60 pesos mensuales y un empleado
público 40.
Así se explica que, una vez desplazados los comuneros y ejidatarios,
la tierra cayera en manos de doctores, comerciantes, militares y
artesanos ladinos.
Entre 1882 y 1897 había un caos originado por los que se estaban
apropiando de la tierra y se emiten varios decretos con la finalidad de
evitar las disputas.
El 5 de enero de 1884 el Ministerio de Justicia decreta la Ley de
Desocupación de las Fincas Arrendadas, mediante la cual se
autorizaba a los alcaldes a petición del arrendador a desocupar la
finca. En caso de oposición el arrendador sería desalojado por la
fuerza con todos sus aperos y moradores. Posteriormente se autorizó
la quema de los ranchos.
En 1885 y 1898 se dan levantamientos indígenas y de campesinos.
En uno de ellos le cercenaron las manos a los Jueces Partidores
Ejidales.
Finalmente la Asamblea Nacional, en decreto del 27 de marzo de
1897, considera que el sistema ejidal ya está extinguido y autoriza a
los alcaldes a otorgar títulos de propiedad a los poseedores que los
reclamen.
Asimismo se emitieron decretos contra la vagancia, mediante los
cuales los terratenientes cafetaleros y grandes hacendados se
convirtieron en esclavizadores de cualquier campesino o indígena
que los cuerpos de seguridad atraparan por "vagancia".
"La historia agraria de Guatemala y El Salvador está llena de
millares de pequeños actos de rapiña legal, apoyada en la fuerza, que
persiguió especialmente a los indígenas...", escribió Edelberto Torres
Rivas.
Así, a principios del siglo XX, el panorama de El Salvador era el
siguiente: gran cantidad de tierra en pocas manos y decenas de miles
de indígenas y campesinos despojados de su propiedad deambulando
sin trabajo y con hambre. Una verdadera bomba de tiempo que
estallaría en 1932.
El monocultivo del café entró en crisis en 1929. Supeditados a los
Estados Unidos, este país, en dicho año, tiene una crisis en su
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economía que le arrastra en sus cimientos, llevándose de paso a sus
países satélites como El Salvador. Nadie compra el café. Los precios
caen hasta en un 46%.
La renta nacional se reduce en un 33%, se reducen los impuestos en
un 11.8%, bajan las importaciones en un 38%, se reducen los salarios
mínimos llegando a ganar la gente 8 centavos de colón por día, los
salarios de la burocracia se disminuyen en un 30 por ciento. El precio
interno del maíz, fríjol y arroz llegan a sus niveles más bajos. El
sistema colapsa y ningún proyecto del gobierno lo saca a flote. El
peso de la crisis se descarga totalmente en los pobres despojados,
mientras que los terratenientes y hacendados conservan intactos sus
medios de producción e ingresos. El hambre se generalizaba. El
descontento es generalizado. Los espacios políticos se cierran.
El odio y contra los indígenas y campesinos queda ilustrado en un
escrito de un hacendado de Juayúa: "...Y ellos, que tienen el germen
de sangre pícara, que son de complexo inferior al nuestro, que son de
raza conquistada, con poco tienen para encender en pasiones
infernales contra el ladino, a quienes ellos señalan, porque nos odian
y nos odiarán siempre en forma latente. Se cometió contra ellos el
gravísimo, el peligrosísimo error de concederles derechos
ciudadanos. Eso fue enormemente malo para el país. Se les dijo que
eran libres, que de ellos también era la nación, y que tenían pleno
derecho de elegir jefes y mandar. Y ellos comprenden que el decir
jefes y mandar, equivale exactamente a entregarse a la rapiña, al
robo, al escándalo, a la destrucción de propiedades, etcétera, y matar
a los patronos.
Deseamos que se extermine de raíz la plaga; de lo contrario, brotaría
con nuevos bríos, ya expertos y menos tontos, porque en nuevas
intentonas se tirarían contra las vidas de todos, primero, para degollar
por último. Necesitamos la mano fuerte del gobierno, sin pedirle
consejos a nadie, porque hay gentes piadosas que predican el perdón,
porque ellas no se han visto todavía con su vida en un hilo. Hicieron
bien en Norteamérica, de acabar con ellos; a bala, primero, antes de
impedir el desarrollo del progreso de aquella nación; mataron
primero a los indios porque éstos nunca tendrán buenos sentimientos
de nada. Nosotros, aquí, los hemos estado viendo como de nuestra
familia, con todas las consideraciones, y ya los vieran ustedes en
acción! Tienen instintos feroces".
Para este hacendado un indio es igual que un comunista, así fundía el
comunismo y racismo, ideas deformadas que llegarían hasta nuestro
presente: en 1992, un ex presidente de la República, cuando era
diputado, golpeaba su curul y decía: "Estoy orgulloso de que mi
abuelo detuviera a las ordas comunistas". Hasta los comunistas se lo
creyeron.
Libros consultados:
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- Formación y lucha del proletariado salvadoreño, Rafael Menjívar,
UCA Editores.
- Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador,
Rafael Menjívar, EDUCA.
- El Salvador, la tierra y el hombre, David Browning, Oxford
University Press, Londres.
- El Salvador, 1932, Thomas R. Anderson, The Lincoln, University
of Nebraska Press.
- El periodismo en El Salvador, Ítalo López Vallecillos, UCA
Editores.
- Diccionario Histórico Enciclopédico de la República de El
Salvador, Miguel Ángel García, Imprenta Nacional.
- La población de El Salvador, Rodolfo Barón Castro, Consejo
Superior de Investigación Científica, Instituto Gonzalo Fernández de
Oviedo, Madrid, España.
19. 19
ARTICULO 4: JOSE FELICIANO AMA ES UN
MARTIR POPULAR
JOSÉ FELICIANO AMA
ES UN MÁRTIR POPULAR
Oscar Martínez Peñate
Nació en Izalco, Departamento de Sonsonate, en 1881, y murió linchado por una
turba enardecida y xenofóbica de ladinos, prodictadura y terratenientes, luego fue
colgado de un árbol con un lazo, para dar la impresión que había muerto ahorcado
el 28 de enero de 1932. Usaba pelo corto, bigote y barba bien recortada, vestía
camisa y pantalón de manta, caites de cuero y sombrero de palma, fue un hombre
humilde, respetuoso, de voz apacible, firme y convincente, no hablaba mucho
castellano sino en su lengua natal —el náhuat—, trabajó de jornalero, gustaba
sembrar maíz negro, era devotamente cristiano, querido y apreciado por los demás
indígenas.
Casado con Josefa, hija de Patricio Shupan, quien era mayordomo principal de la
cofradía del Corpus Christi (Espíritu Santo) y a la vez cacique de Izalco. Feliciano
Ama recibió de su suegro respaldo y apoyo, él lo ayudaba a recibir a los
mandaderos de la cofradía, recolectar las ofrendas y lo acompañaba a las reuniones
importantes. Patricio Shupan murió a causa de un sorpresivo fortísimo dolor de
estómago en 1917, luego de asistir a un almuerzo en la residencia presidencial con
uno de los presidentes de la dinastía Meléndez-Quiñónez, Carlos Meléndez.
Para esos años Patricio Shupan ya reclamaba la expropiación de las tierras
comunales que el gobierno le había arrebatado a los indígenas, la expropiación de
éstas por parte del gobierno, el maltrato inhumano y la extrema explotación de que
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eran víctima los indígenas fue la semilla de la discordia que desembocó en la
insurrección indígena y en donde la fuerza armada cometió el peor etnocidio del
siglo XX.
Fueron masacrados más de 30 mil indígenas; este hecho histórico es conocido y
denominado por los historiadores gobiernistas como los "sucesos de 1932". Al
fallecer Shupan, en 1917, Ama se convirtió en el cacique de los indígenas de Izalco
y dirigente de la cofradía del Espíritu Santo, constituida en su totalidad por
indígenas.
Continuó él la demanda por la devolución de las tierras comunales, la denuncia y
la condena por la violación de los derechos humanos cometida contra su pueblo.
Mario Zapata y Alfonso Luna, jóvenes universitarios, al enterarse de los
preparativos de la insurrección indígena liderada por el cacique Feliciano, llegaron
a Izalco como dirigentes del Partido Comunista de El Salvador(PC), con el interés
de aprovechar políticamente la situación con el propósito de que el PCS tomara la
dirección.
Pero era ya demasiado tarde, Feliciano y los otros dirigentes indígenas tenían
previsto el levantamiento indígena y al PCS no le quedó otra opción que adherirse
a la revuelta indígena. En la noche del 22 de enero de 1932, Feliciano Ama ingresó
a Sonsonate con centenares de indígenas, pero en la madrugada llegó gente extraña
al movimiento, proveniente de Juayúa y ésta hizo destrozos, mataron al alcalde,
cometieron acciones vandálicas y toda la responsabilidad se la atribuyeron
injustamente al líder indígena Feliciano Ama, quien luego se replegó a unos
huatales en las afueras de Izalco.
Los ladinos comenzaron a pedir su cabeza y desarrollaron un racismo paranoico.
La misión de atrapar a José Feliciano Ama fue encomendado a Cabrera,
comandante de la guarnición de Izalco y reconocido como un matón que odiaba a
los indígenas. Él salió con varios perros hacia los alrededores de Izalco, iba con
varias decenas de soldados armados "hasta los dientes" vestidos de paisano y
cuando llegaron al lugar donde se encontraba el líder indígena, lo embosca-ron, lo
capturaron y amarrado se lo llevaron. a la alcaldía.
Ama gritaba: ¡vivan los indígenas!, ¡las tierras son nuestras¡, con su asesinato
quisieron de esta forma apagar su voz por la justicia. Feliciano quedó suspendido
de una ceiba frente a la Iglesia de la Asunción, como ejemplo de lo que le podía
suceder a todo aquel que reclamara lo que le habían robado los terratenientes y los
altos funcionarios de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez y de otros
gobernantes anteriores.